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UN ENCUENTRO

Un bolsón de miles de peces se despanzurraba en la orilla de la playa. La veintena de


changadores que yo había estado mirando recoger la red se apresuraban a desenredarlos y
meterlos en cajones. En pocas horas los peces plateados serían harina de pescado. El sol ya
se hundía en el Pacífico. Yo había quedado atrapado por la imagen de los negros jalando las
más de dos cuadras de red. Un negro tras de otro se aferraban en fila a una cuerda y tiraban.
Sus gruesos pies se hundían en la arena mojada mientras sus cuerpos se cerraban en ángulo
casi tocando el suelo. Apenas el bolsón tocó la orilla no sé de dónde apareció un puñado de
negritos. Sus brazos se escabullían como saetas entre las piernas de los changadores
buscando manotear algo de comida para sus casas. Un negro viejo daba vueltas con una vara
de sauce azuzando en vano a las flechas invasoras. Los changadores apuraban el encajonado
mientras los pequeños descuartizaban los peces que todavía boqueaban al arrancarlos como
fuera de los afilados hilos de la red. Alguien me dijo que esto sucedía todas las tardes al caer
el sol en esa playa del Pacífico. Consternado por la escena fue recién al final cuando caí en
cuenta de que varias decenas de gaviotas se habían unido sobre nosotros a la lucha salvaje
por la supervivencia. Yo estuve allí hace más de diez años. No tenía la cámara conmigo.

¿Qué habrá sido de aquella silueta que vi de un niño bajando con un burro por la
ladera pedregosa de un cerro? La imagen duró solo unos pocos segundos. Yo no podía hacer
detener el bus donde viajaba en medio de la nada del altiplano boliviano. Nadie hubiera
entendido. ¿Y qué habrá sido de aquella señora sin edad que empujaba cuesta arriba un
carro con chucherías y me hizo comprender tantas cosas? Ese día yo lloré y nadie entendió
por qué. ¿Qué habrá sido de todos esos fantasmas que se cruzaron en mi camino y que
nunca filmé? ¿Y de aquel cuentero argentino que vendía hierbas a los indios y me invitó a
comer? Yo vi que él era yo. Tampoco estaba mi cámara. Como siempre. Hasta ahora.

Los fantasmas son de andar aletargado como mis ideas, que se mueven pesadas. Ese
puñado de imágenes han quedado vivas en mí y me han hecho ver el mundo de una manera
singular. Podría decirse que las imágenes me han hecho madurar; o mejor, que ellas han
madurado en mí. Lo cierto es que sé que ahora esas imágenes me están esperando. Estoy
seguro, así no sea más que por aquello de la reciprocidad, porque yo también las he estado
esperado. Y aquí hago mía la idea de Tarkovsky de que una película no es una búsqueda, sino
un encuentro: un encuentro al que ahora sí voy con mi cámara.

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