MITOS GRIEGOS
~ LAERA
DE LOS DIOSES
Y LOS MORTALES
HISTORIAS DE AMOR,
METAMORFOSIS Y CASTIGOX XI
DEDALO
De sus manos solo surgfan maravillas y prodigios. Dédalo era
su nombre. Arquitecto ¢ inventor, fue el primero en esculpir las
figuras de los dioses en estatuas tan perfectas que parecfan dota-
das de vida. Dicen que la propia Atenea le habfa ensefiado los
secretos de su arte. De su ingenio nacieron herramientas y arti-
ficios que solo le habrian deparado la gloria. Pero cometié un cri-
men imperdonable.
Los celos y la envidia nublaron su entendimiento al ver que
uno de sus aprendices podia superarlo en habilidad y maestria.
Aquel aprendiz era apenas un nifio de doce afios, pero tan talen-
toso que habfa inventado el compas y la rueda de alfarerfa, y un
dfa, imitando la forma de una mand{bula de pez o de serpiente,
poco importa, incluso creé la sierra. Con engafios y mentiras,
Dédalo lo Ilevé alo alto de la Acrépolis y lo arrojé al vaclo. i
que huir después de semejante atrocidad y se refugié en la lejana
isla de Creta. Alli, el rey Minos lo recibid con agrado en su come
Pero sus favores duraron poco tiempo.
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Dédalo decidié ayudar a la reina Pasifae, que ardfa de deseos
por el toro blanco que Poseidén habfa dado de obsequio a su
esposo. Dédalo imaginé un artefacto tan extrafio como ingenio-
so, que permitié a la reina consumar su perversa pasién. De esa
unién nacié el pavoroso Minotauro, el monstruo con cabeza de
toro y cuerpo humano. Minos, furioso, quiso esconder al mons-
truo, que solo le recordaba su vergiienza y su deshonor, y ordend
a Dédalo construir un recinto donde el Minotauro quedara con-
finado. Asf, intrincado y sinuoso, Dédalo construyé el laberinto.
Tal vez el rey Minos supo que Dédalo habia ayudado a
Pasifae. Tal vez sospeché que fue él quien le dio a Ariadna el ovi-
lo de hilo, con el que Teseo logré salir del laberinto luego de
matar al Minotauro. Lo cierto es que, furioso, el rey Minos ence-
116 al arquitecto y a Icaro, su hijo, en el laberinto. Fue entonces
cuando Dédalo comenzé a fabricar dos pares de alas. Bellas, mag-
nificas, hechas con cera y con plumas finamente trenzadas.
—Ten cuidado, hijo mio —le advirtié a {caro cuando las
sujeté a su cintura—. No vueles demasiado alto, para que el sol,
con su calor, no funda la cera. Pero no vueles demasiado bajo
tampoco, para que el mar no empape las plumas.
Dos pdjaros parecfan padre e hijo cuando remontaron vuelo.
Dos pjaros majestuosos que surcaban el cielo, sobre Creta. El
aire acariciaba sus rostros mientras dejaban atras las islas de
Naxos y Delos y Paros... Y tal vez, se hubieran salvado ambos si
Caro, imprudente y temerario, no hubiera desobedecido los
Consejos de su padre. Regocijandose por la altura que alcanza-
4, Ieato se sintié poderoso y se clevd demasiado alto, demasia-
do cerca del sol... El calor comenzé a derretir la cera de sus alas,
que se fueron deshaciendo. Muy pronto ya no Jo sostuvieron, €
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Icaro cayé al mar y se ahogé. Muy tarde se dio cuenta Dédalo
de lo que habfa ocurrido. Nada pudo inventar esta vez para evi-
tar el dolor de haber perdido a su hijo.
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LILIANA CINETTO.
XXVI
MIDAS
Sus suefios eran de oro. Desde pequefio, la ambicién crecié
en su corazén como una mala hierba. Y a pesar de ser el rey de
Frigia y de poseer enormes riquezas, Midas deseaba mds y
Cierta vez, durante una de sus habituales borracheras, el viejo
Sileno, compafiero de parranda de Dionisio, se despisté y qued6é
separado del alegre y frenético cortejo. Los jardineros que cui-
daban las rosas del rey Midas lo encontraron dormido entre los
arbustos. Atado con guirnaldas de flores, lo llevaron ante el rey.
Durante cinco dfas y cinco noches, Sileno estuvo encantan-
do a Midas con las historias que le contaba.
—Del otro lado del mar hay una tierra maravillosa. Mejor
atin que la de los hiperbéreos —le contaba Sileno—. Las gen-
tes que allf moran viven una larga y plitcida vida. Son seres
Bigantescos, pero pacificos. Ningiin viajero ha llegado hasta alli.
Pues, para hacerlo, el viajero deberfa atravesar un espantoso
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MITOS GRIEGOS
remolino de aire, Si lograra flanquearlo, descubrirta dos ari
ue fluyen cerca de él, En sus orillas crecen Atboles con
prodigiosos. Algunos hacen llorar y desfallecer @ quien los Prue.
ba. Otros, sin embargo, son capaces de Fejuvenecer incluso al
mas anciano y convertirlo otra vez en un nifio Pequefio que...
Toyos
frutos
Midas escuchaba fascinado los relatos del viej
de agasajarlo, lo envié de regreso con grandes
Dionisio. El dios, que habfa estado preocy
su querido maestro y compaiiero,
de Midas.
—Pide lo que quieras —le dijo—. Y ese deseo Se te concede-
0 sdtiro ys luego
honores junto a
pado por la suerte de
quiso agradecer la gentileza
rh.
La ambicién brillé en los ojos de Midas.
—Deseo que todo aquello que toque se convierta en oro.
Inmensa fue su alegrfa cuando estiré la mano, y la piedra que
row con la punta de los dedos se transformé en oro. Lo mismo
sucedié con las rosas de su jardin. Y con los muebles de su pala-
io y con las vasijas y con los vestidos y... Sin embargo, pronto
comprobé que lo mismo ocurrfa con todo alimento que se lle-
vaba a la boca, Bastaba apenas con que posara sus labios sobre
un bocado, Hasta el 4gua que intenté beber en vano se conver-
tfa en oro, Condenado a morir de hambre y sed, Midas com-
Prendié su error Y pidid de esperado a Dionisio que lo librara
Tee don, Dionisio accedié y lo envié al nacimiento del rio
” Para que se lavara con las aguas y se purificara. Asi lo
hizo Midas :
120 Midas, y desde entonce: en las arenas del cauce del rfo, bri-
de oro,
lan infinitas Pepitas
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Pasa
DE LOS HEROESLILIANA CINETTO-
XXVII
PERSEO
y LA GORGONA MEDUSA
Las palabras del oréculo resonaban implacables una y otra vez
en los ofdos de Acrisio, el rey de Argos.
—Déanae, tu hija, dard a luz a un nifio. Y ese nifio, tu nieto,
te matard.
Para burlar ese infausto destino, Acrisio encerré a su hija en
una c4mara subterrdnea con puertas y paredes de bronce.
Guardias y perros custodiaban el recinto dfa y noche para que
nadie pudiera entrar,
Pero Danae era demasiado hermosa. Tanto que el mismi{si-
mo Zeus se enamoré de ella. Convertido en una fina lluvia
dorada, el sefior del Olimpo se deslizé por una hendidura del
techo y empapé a la joven con su amor y su simiente. De esa
eee nacié Perseo. Durante un tiempo, Danae logré ocultar al
cbéy criarlo en secreto. Hasta que Acrisio se enteré. Intitil fue
an Danae le explicara quién era el padre del nifio y cémo habia
'¢0 concebido. Acrisio solo querfa deshacerse de ellos, pero sin
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anos con sangre de su sangre.
fueron abandonados Danae y Perseo era
de madera. La echaron al mar y vagé a la deriva, arrastrada por
las olas, hasta que la marea la acercé a la isla de Sérifos, Alli
quedé enganchada entre las redes de un pescador. La madre y el
on liberados y Ilevados de inmediato ante el rey
mancharse las m
La barca en la que
nifio fuer
Polidectes.
El tiempo pasé, y Perseo se convirtié en un joven fuerte y
valeroso. No dudé en defender a su madre del acoso de
Polidectes, que intentaba forzarla a casarse con él. Pero fue
durante un banquete que el rey ofrecié a sus amigos cuando este
encontré el modo de deshacerse de Perseo. Fingiendo que ibaa
casarse con Hipodamia, Polidectes pidié a cada uno de sus ami-
gos, como se acostumbraba en aquella época, que le regalaran
un caballo para la dote.
—:No vas a obsequiarme nada, Perseo? —lo desafid.
—No poseo caballos ni riquezas, pero si te casas con
Hipodamia y dejas en paz a mi madre, estoy dispuesto a obse-
quiarte lo que pidas, incluso la cabeza de la mism{sima gorgona
Medusa,
Monstruosa y temible era Medusa. Ella y sus hermanas
inmortales, Esteno y Eurfale, vivfan en el lejano Occidente,
cerca del pafs de las Hespérides. Tenfan cabelleras de serpientes,
dientes filosos y enormes y una larga lengua. Horrendas y mal-
vadas, todo aquel que las miraba quedaba al momento petrifi-
cado por el espanto.
aaa ne fabri logrado sobrevivir a esta empresa sin i
= vane y de Hermes. La diosa, quien habla convert
en ese horrible monstruo como castigo por ¥"#
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ofensa del pasado,
manas inmortales.
—Nunca la mires directamente, sino a travé:
—le aconsejé Atenea, que le entregé un escudo ta
llante como un espejo.
Hermes, por su parte, le dio una hoz irrompible, aunque
Perseo necesitaba, ademds, un par de sandalias aladas, el casco
de Hades, que volvfa invisible a quien lo portara, y un zurrén
mégico en el que deberfa guardar la cabeza cortada de Medusa.
—Todo eso estd en posesién de las ninfas estigias —le expli-
cé Hermes—. Y solo las Grayas, hermanas de las Gorgonas,
conocen su paradero.
le ensefié a Perseo a distinguirla de sus her-
's de su teflejo
in pulido y bri-
Ancianas desde su nacimiento, las tres Grayas vivian en las
montafias del Atlas y compartian un tinico ojo y un tinico dien-
te, que usaban por turnos. Perseo se escabullé con sigilo detras
de las Grayas y les arrebaté el diente y el ojo cuando se lo esta-
ban pasando. Las amenazé con no devolvérselos, a menos que
le dijeran dénde vivian las ninfas.
Cuando al fin tuvo en su poder las sandalias, el yelmo de
Hades y el zurrén, Perseo volé hasta la morada de las Gorgonas.
Las hallé dormidas entre una multitud de hombres y animales
petrificados, Guidndose por la imagen del monstruo reflejada en
el escudo de Atenea, Perseo se acercé y, de un solo golpe, logré bad
cenar la cabeza de Medusa. De la sangre que manaba de la herida
surgieron un caballo alado, Pegaso, y un gigante armado con una
espada de oro, llamado Crisaor, ambos engendrados por Medusa
y Poseidén. Sus gritos despertaron a las otras dos eae
Perseo, que habfa guardado la cabeza cortada en el zurrdn, lo}
huir gracias al casco de Hades, que lo volvié invisible.
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Durante el viaje de regreso, pidid refugio al gigante Atlas,
Como este se mostré poco hospitalario, Perseo sacé la cabeza del
zurrén y la blandié ante el gigante, que, al verla, quedé perrifi.
cado y se convirtid, enorme e imponente, en la montafia que
sigue siendo hoy.
Perseo se detuvo apenas a descansar en Egipto y continué su
viaje rumbo al norte. Mientras volaba, algunas gotas de la san-
gre de la Gorgona cayeron en el desierto, y de ellas nacieron ser-
pientes venenosas.
Entonces la vio. Hermosa como pocas. Completamente des-
nuda y encadenada a un risco. Andrémeda. Era la hija de
Casiopea y Cefeo, rey de Etiopfa. Su madre habfa ofendido a las
nereidas al jactarse de su hermosura y de la de su hija. Estas, ofen-
didas, habfan clamado venganza a Poseidén. No le basté al dios
del mar con levantar olas enormes y desatar un diluvio. Envié
también un pavoroso monstruo marino para asolar la regin.
—Deberds sacrificar a Andrémeda para calmar a Poseidén
—sentencié el ordculo ante el rey Cefeo.
Perseo se enamoré de Andrémeda y prometié salvarla si
Casiopea y su padre le permitfan casarse con la doncella.
Nunca supo el monstruo marino desde dénde llegé su asesi-
no. Confundido por la sombra que Perseo proyectaba sobre las
olas mientras volaba con sus sandalias, el monstruo no pudo
defenderse. El joven se precipité sobre él y lo decapité. Por pre-
caucién, también habla sacado la cabeza de la Gorgona del
zurrén. Asf podria usarla contra el monstruo si levantaba la vist
y lo miraba. No hizo falta. Pero las algas en las que habfa apo
yado la cabeza se endurecieron y se convirtieron en corales. ‘
La boda entre Andrémeda y Perseo se celebré de inmedia-
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to. Pero dicen algunos que Casiopea y Cefco finalmente se opu-
sieron Y Jlamaron a un tlo de la joven, que la pretendfa en
matrimonio, para que enfrentara a Perseo. A él y a sus muchos
seguidores el héroe también los convirtié en piedra, con solo
sacar del zurrén la cabeza de Medusa. Lo mismo hizo con su
antiguo rival, Polidectes. Porque en cuanto Perseo regresé a
Sérifos, acompafiado de su amada esposa, Andrémeda, supo
que Danae, su madre, acosada sin fin por el rey, habfa debido
huiry refugiarse en un templo. Su furia fue imparable. Se diri-
gid al palacio en el que Polidectes celebraba un banquete con
amigos.
—Aqui te traigo el regalo de bodas que me pediste —anun-
cid, mientras sacaba la cabeza de Medusa y convertfa a todos en
piedra.
Después de eso ya no volvié a usarla. Se la entregé a Atenea,
que la colocé en su égida, y devolvié las sandalias, el casco y el
zurtén a Hermes, que llevé todo otra vez.a las ninfas del Estigia,
para que lo custodiaran.
Luego se dirigié a Argos, su tierra natal. Iba con Andrémeda
y Danae.
7 —Perseo, el héroe, viene a Argos —le contaron a Acrisio, su
uelo,
Precedido por los rumores sobre sus hazafias, Acrisio recor-
6 las palabras del ordculo'e intentd escapar de su destino. Huyé
a Latisa, al sitio exacto en el que se celebraban unos juegos a los
que Perseo habfa sido invitado. Tal vez fue el viento. O tal vez
la voluntad de los dioses, Lo cierto es que el disco que lanzé
Perseo se desvié de su trayectoria y golped, certero y mortal, a
isto, que hab{a asistido como espectador.
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El destino se habfa cumplido, pero Perseo no quiso ocupar
el trono de su abuelo. Prefirié intercambiar la corona con un
primo y reiné en Tirinto, la ciudad amurallada. Y dicen que
vivié muchos afios y fue un rey generoso, justo y digno.
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