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FUENTEOVEJUNA, Lope de Vega

En Fuentovejuna solo existen 500 habitantes, y la vida suele transcurrir de


manera tranquila. Estas tierras pertenecen a la corona española, pero los reyes
permiten que un Comendador las explote a cambio de protección militar. Sin
embargo, Fernán Gómez (Comendador) no protege a los aldeanos, sino que abusa de
ellos.

Laurencia es la hija del alcalde Esteban y comenta con Pascuala que están
cansadas de la forma en la que el Comendador trata a las mujeres, a quienes usa sin
discriminación para satisfacer sus deseos carnales. Por lo general, Fernán hace uso
del derecho de pernada (obliga a las mujeres recién casadas a pasar la noche con él)

El Comendador y sus criados llegan a Fuenteovejuna, clamando con orgullo su


triunfo en Ciudad Real. Al principio, los habitantes aplauden su proeza. No obstante, el
Comendador decide premiarse a sí mismo y secuestrar a Laurencia y Pascuala. Las
damas se resisten y huyen. Fernán se sorprende y se enoja.

En su interior, siente que es su derecho, y que jamás olvidará semejante


desplante

El conflicto con los amantes

Fernán se encuentra a Laurencia en el bosque y piensa que está sola, pero está
con su enamorado, Frondoso. Poco antes, el chico le rogaba que se casaran de una
vez, pero ella se niega porque tiene que pedirle permiso a su padre.

Al escuchar al caballo del Comendador, Frondoso se oculta tras los árboles.

Fernán se acerca a Laurencia y la acorrala con su ballesta. Sin


embargo, Frondoso abandona su escondite, toma el arma y apunta al Comendador,
exigiéndole que suelte a su amada. Entonces, al hombre no le queda más remedio
que escapar a pie, humillado y desarmado.

Tiempo después, los aldeanos mantienen una asamblea y comentan el intento


de violación que sufrió Laurencia. Cuando el alcalde se entera del agravio, el
Comendador vuelve a la villa, y es tímidamente confrontado por sus habitantes.
Fernán Gómez les recuerda que no tienen honor por ser campesinos.

Asimismo, les explica que sus mujeres deberían sentirse afortunadas por
contar con su atención.

Laurencia y Pascuala se hallan frente al lago, en compañía de un joven


divertido llamado Mengo. Ellas le confiesan cuánto le temen al Comendador. En este
instante, Laurencia también afirma que Frondoso es un gran hombre, y que admira el
valor con el que la defendió, aunque aún no está dispuesta a entregarle su mano.
Minutos después, llega otra aldeana llamada Jacinta. La mujer huye de los hombres
del Comendador, quienes la persiguen para intentar violarla.

A continuación, Mengo les pide a las mujeres que huyan. Mientras tanto, él se
queda para defender a Jacinta. Lo primero que intenta es hablar con los hombres de
Fernán Gómez, pero esto no funciona. Los asistentes ignoran a Mengo y lo castigan
con azotes por atreverse a desafiarlos. Después, raptan a Jacinta y disponen de ella a
placer, lo que enfurece a toda la villa.

La boda y la venganza del Comendador

El alcalde y la gente de Fuenteovejuna discuten las malas acciones del


Comendador, y ruegan a Dios que Isabel la Católica —enemiga de Fernán
Gómez— gane la guerra, pues sería una forma de liberar al pueblo de su desdicha.

Tiempo después, Frondoso es animado a visitar al alcalde para pedirle la mano


de Laurencia. El alcalde, al notar el buen corazón del muchacho, acepta encantado.

Poco después organizan la boda. Mientras esta se lleva a cabo, el Comendador


se encuentra furioso: las tropas de Isabel ganaron la guerra. Al ver que todo le salió
mal, Fernán regresa a Fuenteovejuna para desquitarse con el pueblo.

Cuando llega, se encuentra con la boda de Laurencia y Frondoso. Lleno de ira,


arresta al novio y secuestra a la novia. Cuando el alcalde Esteban se enfrenta a
Fernán Gómez, el Comendador le arrebata su bastón y comienza a golpearlo con él.
Todos los habitantes se enfurecen, pero les da demasiado miedo decir cualquier cosa.

Tercer acto (El desenlace)

La rebelión

Los habitantes de la villa se reúnen en una junta extraordinaria. Están


cansados de los terribles actos de Fernán. Algunas personas afirman que deberían
abandonar el pueblo, otras, que la mejor solución es acudir ante los reyes para que
paren a Fernán Gómez. No se ponen de acuerdo.

Entonces, la pobre Laurencia aparece en medio de la sesión, maltratada y sucia.


Había forcejeado con los hombres del Comendador, quienes la golpearon. Sin
embargo, la muchacha logró escapar con vida. La joven confronta a los aldeanos.
Para ella, todos ellos son cobardes que permitieron que Fernán llegara a aquellos
extremos, recordándoles todas las fechorías cometidas por el sujeto.

Llevome de vuestros ojos


a su casa Fernán Gómez;
la oveja al lobo dejáis
como cobardes pastores.
¿Qué dagas no vi en mi pecho?
¿Qué desatinos enormes,
qué palabras, qué amenazas,
y qué delitos atroces,
por rendir mi castidad
a sus apetitos torpes?
Mis cabellos ¿no lo dicen?
¿No se ven aquí los golpes
de la sangre y las señales?
¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
las entrañas de dolor,
de verme en tantos dolores?
Ovejas sois, bien lo dice
de Fuenteovejuna el nombre.
Dadme unas armas a mí
pues sois piedras
Liebres cobardes nacisteis;
bárbaros sois, no españoles.
Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!

Laurencia, enojada, propone una solución extrema: matar al Comendador. Los


aldeanos enardecen ante su discurso de aliento, y se preparan con armas y antorchas
para cazar al monstruo. Todos los habitantes —hombres, mujeres, ancianos y
jóvenes— se dirigen a la casa de Fernán el Comendador. Al principio, el Comendador
no les presta atención. Da la orden de ahorcar a Frondoso y serenar a la multitud.

Pero los aldeanos invaden la casa y matan a los criados. El Comendador, al ver
el peligro, decide negociar, y les ofrece la liberación de Frondoso. Aun así, cuando el
muchacho es liberado se une a la multitud. Los habitantes de Fuenteovejuna
destrozan la casa de Fernán. Después de este evento, por fin, todos le dan muerte al
hombre que los maltrató tantas veces.

El asesino fue Fuenteovejuna

El Comendador y sus hombres son eliminados; no obstante, uno de sus criados


logra escapar. El hombre llega hasta Isabel y Fernando, y les solicita una audiencia.
Herido, les cuenta la historia desde su perspectiva, exigiendo la muerte del asesino y
un castigo ejemplar para el pueblo, ya que un campesino no puede matar a un noble.

Los reyes están de acuerdo, de modo que envían a un juez para investigar el
asunto. En la aldea, las personas celebran la muerte de Fernán Gómez y la victoria de
los reyes católicos. Al mismo tiempo, se consuma el matrimonio entre Laurencia y
Frondoso.

Perdón o muerte

El pueblo sospecha que en algún momento llegará un enviado de los reyes


para investigar el caso. Ante esto, planean lo que todos responderán cuando se les
pregunte quién fue el asesino. Al llegar el juez, los interroga sobre la muerte de
Fernán, ante lo que obtiene siempre la misma respuesta extraña: “Fuenteovejuna lo
hizo, señor”. Al no haber otra réplica, el hombre decide recurrir a la tortura.

Pascuala es atada a un potro, Mengo, ahorcado. Un anciano y un niño son


torturados. Sin importar el suplicio de las 300 personas, todos los aldeanos repiten:
“Fuenteovejuna lo hizo, señor”. El juez se encuentra impresionado por la unión y
fuerza de voluntad de los aldeanos, regresando así con las manos vacías.
Posteriormente, presenta su informe ante los reyes.

Dice dentro el JUEZ y responden


JUEZ: Decid la verdad, buen viejo.

FRONDOSO: Un viejo, Laurencia, amor,

atormentan

LAURENCIA: ¡Qué dolor!

ESTEBAN: Déjenme un poco.

JUEZ: Ya os dejo,

si decís quién le mató.

ESTEBAN: Fuente Ovejuna lo hizo.

LAURENCIA: Tu nombre, hermano, eternizo;

FRONDOSO: ¡Bravo alcalde!

JUEZ: Ese muchacho

aprieta. Perro, yo sé

que lo sabes. Di quién fue.

¿Callas? Aprieta, borracho.

NIÑO: Fuenteovejuna, señor.

JUEZ: ¡Por vida del rey, villanos,

que os ahorque con mis manos!

¿Quién mató al comendador?

FRONDOSO: ¡Que a un niño le den tormento

y niegue de aquesta suerte!

LAURENCIA: ¡Bravo pueblo!

FRONDOSO: Bravo y fuerte.

JUEZ: Esa mujer al momento

en ese potro tened.

Dale esta mancuerda luego.

LAURENCIA: Ya está de cólera ciego.


JUEZ: Que os he de matar, creed,

en este potro, villanos.

¿Quién mató al comendador?

PASCUALA: Fuenteovejuna, señor.

JUEZ: ¡Dale más!

FRONDOSO: Como a marranos.

LAURENCIA: Pascuala niega, Frondoso.

FRONDOSO: Niegan niños y mujeres.

JUEZ: Más te daré si más quieres.

¡Aprieta!

PASCUALA: ¡Ay, cielo piadoso!

JUEZ: ¡Aprieta, infame! ¿Estás sordo?

PASCUALA: Fuente Ovejuna lo hizo.

JUEZ: Traedme aquel más rollizo,

ese desnudo, ese gordo.

LAURENCIA: ¡Pobre Mengo! Él es, sin duda.

FRONDOSO: Temo que ha de confesar.

MENGO: ¡Ay, ay!

JUEZ: Comienza a apretar. […]

MENGO: Parad, que yo lo diré.

JUEZ: ¿Quién lo mató?

MENGO: Señor, ¡Fuente Ovejunica!

JUEZ: ¿Hay tan gran bellaquería?

Del dolor se están burlando.

En quien estaba esperando,

negó con mayor porfía.


El juez les recuerda a sus majestades que no tienen más que dos opciones: o
perdonan a los villanos, o les dan muerte a todos. En ese momento, los reyes solicitan
la presencia de los inculpados.

Cuando los aldeanos llegan al palacio se ven maravillados por la hermosura del
lugar. Entonces, Isabel pregunta si esas personas son los agresores, y estos le
explican a la reina todo el mal que les causó el Comendador, sosteniendo con
firmeza la respuesta otorgada al Juez: que fue Fuenteovejuna quien asesinó a Fernán.

Los reyes quedan estupefactos ante la gran fuerza del pueblo. Tras deliberar,
deciden perdonarlos a todos. Los habitantes del pueblo se sienten encantados con el
veredicto, pues adoran a sus nuevos gobernantes.

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