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Hay distintas formas de abordar el tema del sufrimiento. Desde el cristianismo han surgido
distintas alternativas para pensar sobre este tema.
Es por eso que decimos que esta es solo “una” perspectiva bíblica. No la única. Antes de
pasar a explicar el punto de vista que proponemos, veremos dos abordajes que últimamente
han surgido. Indudablemente la aparición de la pandemia ha funcionado como catalizador del
surgimiento de estos puntos de vista con sus diferentes matices.
Llamamos conjuro a una fórmula o conjunto de palabras mágicas que se pronuncian para
invocar a un espíritu o ser sobrenatural con el fin de lograr algunas cosas. Generalmente
actúa por el solo hecho de haberla pronunciado.
Esta práctica tiene su versión cristiana. “Yo declaro que este mal se aleje de esta casa” se
dice “tomando autoridad”. Yo declaro y el mal desaparece. Yo pido la intervención de Dios y
el mal se extingue. La fórmula parece operar por sí misma. Sin duda este tipo de práctica
tiene su atractivo en el poder que manifiesta. Pero no armoniza del todo con el Texto Biblico.
El origen de la práctica
Aunque algunos asocian el yo declaro y decreto, a una experiencia espiritual superior, lo cierto
es que se trata más de una filosofía, una forma de pensamiento cuyo origen es rastreado a
inicio del siglo XIX.
Emanuel Swedenborg, un sueco hijo de un pastor luterano, fue el primero en desarrollar a
fondo una filosofía de la materia como una extensión de la mente, una especie de estoicismo
revisado donde el principio rector del universo no era solamente el logos, tal como es
defendido por el estoicismo clásico, sino toda criatura racional. En otras palabras, todo
individuo con una mente puede crear, ordenar e interactuar con la naturaleza creada.
Swedenborg no sólo desarrolló trabajos de filosofía, sino una abundante obra en química y
metalurgia, los cuales se convirtieron en la base de estudios posteriores incluso por el mismo
Laplace. Esta popularidad científica hizo que su obra se internacionalizara.
Poco después de la muerte de Swendenborg, James Glen, quien había sido miembro del
grupo de seguidores londinense, llevó a Filadelfia algunos ejemplares de las obras de
Swedenborg, en 1784, así, el swedenborgianismo entró a los en los Estados Unidos donde
incluso permanece en pequeños grupos hasta el día de hoy.
El Nuevo Pensamiento había entrado con fuerza en varias instituciones académicas, una de
ellas fue Emerson College of Oratory en Boston, la cual tuvo entre sus alumnos fue E.W.
Kenyon, un pionero de las transmisiones radiales y quien para los años 30’s se había hecho
popular por su programa “La Iglesia de Kenyon en el Aire». Una de las frases acuñadas por
Kenyon fue «lo que yo confieso, eso es lo que yo poseo» lo que dejaba en evidencia la
influencia de la metafísica del Nuevo Pensamiento.
Kenyon se convirtió en un referente para el naciente movimiento pentecostal y fue
popularizado especialmente por Kenneth Hagin, aunque su influencia se extendió a otros
predicadores, especialmente asociados al movimiento pentecostal y las reuniones de
avivamiento.
Llamamos conjuro a una fórmula o conjunto de palabras mágicas que se pronuncian para
invocar a un espíritu o ser sobrenatural con el fin de lograr algunas cosas. Generalmente
actúa por el solo hecho de haberla pronunciado.
Esta práctica tiene su versión cristiana. “Yo declaro que este mal se aleje de esta casa” se
dice “tomando autoridad”. Yo declaro y el mal desaparece. Yo pido la intervención de Dios y
el mal se extingue. La fórmula parece operar por sí misma. Sin duda este tipo de práctica
tiene su atractivo en el poder que manifiesta. Pero, a nuestro entender, la lógica subyacente
a ella no armoniza del todo con el Nuevo Testamento.
Pasaremos a examinar algunas incongruencias de este enfoque con las lógicas de la gracia.
“No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.”
Cualquiera de nosotros se hubiera sentido indignado ante tal respuesta. Ella sin embargo
respondió:
“Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus
amos.”
Esta respuesta es la de alguien que vive la lógica de la gracia. Alguien que pide algo siendo
consciente que Jesús no tiene ni obligación ni necesidad de dar. Por otro lado, a la vez
que mantiene una actitud en extremo humilde, es consciente de que ella no tiene
derecho a exigir ni ordenar ese milagro.
La lógica del conjuro no respeta esa actitud. Yo declaro y se cumple. Es casi como si Dios no
tuviera nada que decidir al respecto. Casi como si pudiéramos quitarlo de la escena.
Este punto de vista interpreta el mal como una reacción justiciera de Dios a nuestra
desobediencia (justicia retributiva). A esta idea se suma cierto matiz de la visión
“apocalíptica”.
Aquí vemos los puntos de contacto con algunos enfoques actuales relacionados con la
pandemia: se la considera como una señal antes del fin.
Aquí vemos como estos enfoques actuales toman ciertas características de la apocalíptica.
Aquí nuevamente queda en evidencia la falta de armonía entre este punto de vista y la Biblia.
Nuevamente pareciera que uno de los términos de esta forma de pensar opera de forma
automática: en este caso la justicia. Y una forma de justicia retributiva.
Una forma de justicia que no condice con la revelación de justicia que hace Jesús.
La forma de justicia que se revela en nuestro Nuevo Testamento se cruza con el amor de
Dios en la cruz de Cristo. Allí Dios revela su amor por el ser humano y su deseo de
salvación. No se puede separar el concepto bíblico de justicia de la idea de salvación.
Donde hay una lógica de retribución no hay gracia. Hay solamente una supuesta
justicia que también opera automáticamente.
Los amigos de Job, los baluartes del retribucionismo estaban equivocados. Dios los
desmiente. Se manifiesta infinitamente más alto que toda especulación humana.
Como alternativa a los abordajes anteriormente vistos a cerca de la cuestión del sufrimiento,
proponemos un punto de vista centrado en Jesús. Proponemos a Jesús como arquetipo del
sufriente para ver qué podemos aprender de Él en relación a este tema.
1. ¿Cómo enfrentó Jesús el dolor? Jesús no nos da una respuesta conceptual sino
existencial. No se pone a filosofar sobre el misterio del dolor, el mal o el sufrimiento
sino que lo enfrenta y lo vence. Y, al fin, ¿De qué sirve un concepto? No hay nada
más impersonal que el dolor como abstracción. Al sufriente no le sirve la
filosofía sino el consuelo de la comprensión, el abrazo y la compañía. Él puede
dar eso por haberlo pasado.
Es decir que quien sufre sin poder encontrar un sentido a ese sufrimiento se encuentra en
el peor de los escenarios espirituales:
La desesperación.
Y creemos que las palabras de Jesús de Mateo 27,46 ponen de manifiesto que Él se
encuentra próximo a esa realidad. Sin embargo, creemos también que esas palabras deben
leerse junto a estas otras de Lucas 23,46. “En tus manos encomiendo mi espíritu”.
Juan 14,15-18
CONSOLADOR : (griego Paráclito) . Literalmente “uno que ha sido llamado para estar al
lado del otro.”
Esa es la labor del Espíritu. Jesús no nos dejó solos sino con la promesa de su vuelta y la
compañía del Espíritu.
Al decir “otro” consolador, Jesús estaba diciendo que enviaría uno semejante a él (Jesús).
Igual en esencia.
Claro, no sabemos ni qué pedir. Nuestro desconcierto ante situaciones límites nos desorienta.
Es tan tremendo el contexto y nuestra capacidad de análisis tan limitada que sabemos que si
pedimos algo específico, estaremos seguramente errando al blanco. Entonces él ruega por
nosotros en el idioma que habla la Trinidad.