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Predicación de la Palabra
Es el pan que el Señor les da para comer – Rev. Sergio Adrián Fritzler
Domingo 19 de marzo de 2023, Licey – Éxodo 16:2-21

Salutación: Que la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor


Jesucristo sean con todos nosotros. Amén. 1 Corintios 1:3

Nuestro texto bíblico en esta mañana se ubica temporalmente unas seis semanas después de
la salida del Pueblo de Dios de la esclavitud de Egipto y todo el pueblo está caminando por el
desierto. El Pueblo de Israel había despojado a los egipcios de “alhajas de oro y plata, vestidos”
(Éxodo 11:2-3; 12:35-36), por acción de Dios. Ahora se encontraban en el desierto, y ese oro y
plata no les servían, ya que no había ningún “colmado” o supermercado cerca. Sus reservas de
comida ya se les estaba vaciando y ahora era el estómago quien hacía ruido del hambre que
comenzaron a tener. Los padres miraban a sus hijos y no tenían nada para darles de comer,
buscaban entre sus vecinos y todos estaban en la misma situación. Miraban el desierto y no
había posibilidades para plantar nada, ya que, el desierto no produce nada. ¿Qué hacer? No
había nada para comer en el desierto.

Para este Pueblo de Israel, la situación ahora era de vida o muerte. Por eso, se les acabó la
paciencia y comenzaron a quejarse contra Moisés y Aarón. Los hijos de Israel no fueron
pacientes al tratar con sus necesidades y conflictos. Se quejaron contra Moisés e incluso
desearon poder volver a su esclavitud en Egipto, donde al menos habría algo de comida.

Después de todo, no estarían aquí si no fuera por Moisés y Aarón. No estarían aquí si Moisés
no hubiera entrado en Egipto con su grito de guerra al Faraón: “¡Deja ir a mi pueblo!” ¡Muchas
gracias, Moisés por traernos a esta tierra desierta para morir! Incluso después de ver el poder
del Señor en el cruce del Mar Rojo unas pocas semanas antes, sus estómagos rápidamente
hicieron que desviaran su fe, porque sus necesidades actuales no estaban siendo satisfechas.
¡Cuidado, hermano y hermana! Esta es una advertencia para nosotros también.

Cuando en la vida cristiana comienza a ser una vida de quejas por todo lo que está mal o por
todo lo que no tienes, te olvidas de Dios y su obra para contigo, tu fe cambia de fuente y
sentido, pasa a ser el ídolo de la saciedad o del hedonismo y sólo te preocupas por tu ombligo
y tus necesidades. Pero tu problema no es contra tus circunstancias, tu empleo, tu jefe, tu
familia o tus pastores, tu problema es contra Dios, porque Él es quien te dirige y vives de
acuerdo a su voluntad, de la cual no estás de acuerdo. Así le dijo Moisés a su pueblo, tu
disputa es con el Dios Todopoderoso. Fue el Señor quien los sacó de Egipto (donde,
contrariamente a lo que recuerdan, no se sentaron en torno a enormes ollas de carne en una
gran fiesta gastronómica, sino que fueron esclavizados por los egipcios). Fue el Señor quien los
había sacado de Egipto con mano poderosa y brazo extendido, era ese mismo Señor quien los
había traído a este desierto, y era ese mismo Señor contra quien ahora se quejaban. Así
también es contigo, tu problema es con el Señor. En lugar de alabanzas y gratitud a Dios,
comienzan las “Queja-banzas”.

La queja y murmuración son opuestos a la oración. La oración busca al Señor y su ayuda. La


oración te sostiene en las promesas de Dios. Las quejas señalan con el dedo de la culpa a otros:
políticos, líderes, tal vez miembros de la familia con los que estamos peleados. Pero en
realidad, las quejas en última instancia están dirigidas a Dios. Como Moisés y Aarón señalaron:
“Cuando ustedes murmuran, no murmuran contra nosotros, sino contra el Señor.” (Éx 16:8b).
Así que más bien invoquemos el nombre del Señor para que nos ayude en nuestro momento
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de necesidad, ya sea para alimentos, o finanzas, o sanidad física y protección. Porque Él ha


prometido: “Invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú me honrarás.” (Sal 50:15)

Muchas veces olvidamos que este mundo en el que ahora vivimos es el desierto. La vida
cristiana es el viaje por el desierto desde Egipto a la Tierra prometida. Lo iniciamos junto con el
Pueblo de Israel en Mar Rojo donde fuimos bautizados para llegar al cielo, donde Jesús nos
está preparando un lugar, en nuestra resurrección en el Último Día. Mientras caminamos
estamos en el desierto de la vida. El desierto, que es este mundo, no es nuestro verdadero
hogar, sino la Tierra prometida, por eso, vamos caminando y Dios nos da lo que “necesitamos”
para el viaje, no lo que deseamos. En este momento estamos en el tiempo intermedio de
pruebas y dificultades, cuando Dios nos llama a confiar en Él y no en nosotros mismos. El
desierto es donde la fe se nutre, forma y fortalece. Quisiéramos quedarnos a vivir en el
desierto teniendo todas las comodidades, como si nuestro fin y deseo final está en este
mundo. No, nuestro hogar definitivo es el cielo.

Dios “permitió” que su pueblo pasara hambre en el desierto, pero “no permitió” que murieran
de hambre. Ellos eran su Israel y había prometido cuidarlos. Él escuchó su clamor, aunque era
una queja, y los alimentó. A pesar de las actitudes contrarias a la fe, el Señor fue
misericordioso. Él les dio lo que necesitaban para su viaje. Les envió codornices por la tarde,
para que tuvieran carne para comer. Y por la mañana les envió un alimento semejante a un
pan que descendió del cielo y apareció en la tierra. “¿Qué es?” dijo la gente cuando lo vieron. Y
en hebreo, “¿Qué es?” es “¿Ma-na?” o, como se conoció este alimento, “maná”. Maná del
cielo, para sustentar a los israelitas en su viaje por el desierto. Suficiente para todos los días,
literalmente era su pan de cada día, e incluso recibieron una porción doble el sexto día, para
que pudieran descansar de sus labores el sábado e “ir a la iglesia”. Y cuando la gente preguntó
“¿Qué es?”, Moisés les dijo lo que es, a saber, “Es el pan que el Señor les da para comer” (Éx
16:15c).

Esto nos dice bastante sobre quién es nuestro Dios. Él es bueno incluso con los rebeldes y
enemigos, con la esperanza de que su bondad los lleve al arrepentimiento. Como afirma el
Catecismo Menor: “Dios, en verdad, da el pan de cada día, aún sin nuestra oración, incluso a
todos los impíos”. Dios provee para nuestras necesidades corporales, no porque se lo pidamos
o porque lo merezcamos. Incluso los impíos que no oran por el pan de cada día y lo reciben.
Dios es simplemente bueno, generoso y misericordioso con el mundo a través de Cristo. Él
hace que su sol brille y su lluvia caiga sobre justos e injustos. ¿Por qué entonces debemos orar
por el pan de cada día? El Catecismo continúa: “mas rogamos en esta petición que Él nos lo
haga reconocer, para que recibamos con acciones de gracias nuestro pan de cada día”. Por
eso, oramos: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Reconocer los dones de Dios por lo
que son, es recibirlos con agradecimiento. El Señor te proveerá con todo lo que necesitas para
tu viaje. Gratitud, agradecimiento, acción de gracias: esta es la manera de recibir los dones de
Dios.

En este momento actual de este mundo, donde vemos bancos que han caído y tenemos la
inseguridad por nuestro futuro, es justo el momento para confiar más en que Dios provee que
en nuestras seguridades materiales. No hay nada malo en planificar y prepararse para el
futuro, pero ese futuro necesita estar en las manos de Dios. Cuando acumulamos más de lo
que necesitamos, nos puede pasar como a los israelitas codiciosos. Juntaron más maná del que
necesitaban… ¿Qué pasó con ese maná extra? Se pudrió y quedó lleno de gusanos en la
mañana. Hay muchos en esta vida que se dedican a trabajar para disfrutar en el futuro, pero
cuando llega ese futuro, si llegan, ya no les sirve lo que han acumulado y no lo pueden
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disfrutar, por enfermedades, por muertes, o por circunstancias de la vida. Recuerda: nuestro
hogar no es aquí en este mundo, sino en los cielos.

Necesitamos arrepentirnos de nuestros falsos ídolos y seguridades, de nuestra codicia, de


nuestra ingratitud, de nuestro desprecio por los dones de Dios y de nuestras quejas constantes
en este mundo.

Dios nos provee el pan de cada día. Esa es su promesa para ustedes, sus hijos bautizados.
Puede que no siempre sea todo lo que quieres; pero es todo lo que necesitas. El Evangelio de
hoy muestra que nuestro Señor incluso puede sacar algo de la nada para su pueblo, con nada
más que cinco panes y dos peces, Él alimenta a más de 5000 personas. Y sobró mucho. El
Señor está pendiente de tus necesidades corporales. De hecho, Él se preocupa tanto que se
hizo carne, para sufrir y morir, y finalmente resucitar corporalmente de la tumba para que
también nosotros podamos resucitar corporalmente a la vida eterna.

Cristo, nuestro pan de vida, es la respuesta definitiva a la oración por el pan de cada día, por la
curación y tu bienestar físico. Incluso si tienes hambre o luchas en esta vida, Jesús mismo es tu
maná para el desierto. Él es el pan enviado por el Padre para alimentarnos, nutrirnos,
llenarnos, y sostenernos en nuestra peregrinación desde el Bautismo por el desierto hasta la
tierra prometida de la nueva creación. Jesús dijo: “Éste es el pan que desciende del cielo, para
que el que coma de él, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. Si alguno come de
este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual daré por la vida del
mundo.” (Juan 6:50-51). Cualquier otra clase de pan es temporal, se estropea y vuelves a tener
hambre. Pero Jesús es el pan que no se echa a perder, Él es el alimento que permanece para la
vida eterna. Come y recibe de Él y vivirás para siempre.

Un detalle muy importante: hubo un día de la semana en el que a Israel se le permitió reunir
más de lo que necesitaban para ese día, era el viernes En ese día, el sexto día, podían recoger
lo suficiente para el día y para el día siguiente, también, el día sábado, el día de descanso. El
maná no se echaba a perder de la noche a la mañana, sino que sostuvo a Israel durante el día
de descanso hasta el comienzo de una nueva semana. Así también nuestro Señor Jesús, el
Maná de lo alto, que murió al sexto día, el Viernes Santo, no se pudrió en el sepulcro. Más
bien, Él se ha convertido en el Pan Vivo que nos lleva a la resurrección, a la vida nueva y al
descanso eterno en el cielo.

Cuando vienes al altar para comer del Pan vivo que es Cristo, su Cuerpo y Sangre, no sólo
recibes un alimento físico, sino que con el físico, recibes a Cristo mismo, sus bendiciones y los
dones y beneficios que ha hecho por ti y participas de: Su encarnación, su vida perfecta, su
muerte inocente en la cruz en tu lugar, su victoria sobre la tumba, su ascensión al Padre y el
sentarte junto al Padre de los cielos por la eternidad.

¿Por qué hace Dios todo esto por nosotros? Como Martín Lutero lo expresó con bastante
sencillez en su Explicación al Primer Artículo del Credo de los Apóstoles: “y todo esto lo hace
únicamente por su bondad y misericordia divina y paternal, sin ningún mérito o dignidad
alguna de mi parte”. Y al final del Segundo Artículo, dice: “para que yo sea suyo, y viva bajo Él
en su reino y le sirva en eterna justicia, inocencia y bienaventuranza”.

Demos gracias al Señor, porque Él es bueno, y su misericordia, su gracia y sus abundantes


bendiciones diarias perduran para siempre. Amén.

Votum: “Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del
Espíritu Santo sean con todos nosotros.” Amen. (2 Co 13:14).

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