Introducción El bautismo del Espíritu Santo probablemente sea la doctrina más distintiva del pentecostalismo. También se le conoce como promesa del Padre, don del Espíritu o bautismo pentecostal. Muchos eruditos consideran que su formulación es una de las grandes contribuciones teológicas de la iglesia pentecostal al resto de la familia cristiana. En el credo de las Asambleas de Dios aparece como una verdad fundamental junto a otra que también abordamos en este comentario, la evidencia física inicial. Para ayudarlo a sacar el mayor provecho de su estudio, le ofrecemos tres consejos. En primer lugar, lea detenidamente los pasajes bíblicos que sustentan la declaración doctrinal. En segundo lugar, contraste lo que los textos exponen sobre el bautismo del Espíritu con lo expresado por el autor. En tercer lugar, considere los tres momentos narrativos que definen la promesa del Padre (espera, cumplimiento y señal) para profundizar la devoción personal, el amor por la iglesia y la pasión por los perdidos. Declaración doctrinal El bautismo del Espíritu Santo es una investidura de poder prometida por el Padre a la iglesia y cada uno de sus miembros para ser testigos efectivos de Cristo. Con la adecuada actitud de espera todo creyente experimentará la promesa. La señal de las lenguas indica su cumplimiento y vigencia (Joel 2:28–32; Hechos 1:1–11; 2:1–42; 8:1–25; 10:1–11:18; 19:1– 7). La espera de la promesa Antes de su ascención, Jesús anunció a sus discípulos una promesa que debían aguardar (lea Hechos 1:4–5, 8). Esperar en Dios es una de las claves más importantes de la vida cristiana y ha alcanzado una expresión muy peculiar entre los pentecostales. De hecho, puede considerarse una de las fuerzas dinamizantes del pentecostalismo. Si presta cuidadosa atención, observará que cuando un creyente busca una experiencia del Espíritu vincula su expectativa con la oración. Por ejemplo, se ora por una avivamiento, por el bautismo del Espíritu y antes de hacer una misión. Considero que esto ocurre, en parte, porque hemos reconocido que la mejor manera en que se traduce la espera de la promesa en el libro de los Hechos es a través de la oración (Hechos 1:4, 14; 2:1). En los inicios del pentecostalismo en Cuba, según los datos más antiguos hasta ahora consultados, una comunidad cristiana asentada en Jaruco (Mayabeque) buscó fervientemente el bautismo del Espíritu en 1908. La perseverancia y la fidelidad de Dios a su Palabra coronó la actitud del misionero Arthur Pain, al recibir la promesa en 1910. Pain fue usado por Dios para la llegada de las Asambleas de Dios a Cuba en 1920. A lo largo de su centenaria historia, nuestra iglesia ha vivido, una y otra vez, temporadas de oración en iglesias, institutos bíblicos y misiones a la espera de un nuevo derramamiento del Espíritu Santo. En cada etapa Dios ha respondido con fidelidad. ¿Qué aprendemos de la actitud de los primeros cristianos ante el mandato de esperar la promesa del Espíritu? En primer lugar, las promesas dadas a la iglesia debemos esperarlas juntos y no desunidos. El compañerismo cristiano es una premisa para recibir la promesa del Padre. La unidad de la iglesia no es resultado de las grandes estrategias humanas ni del carisma de una persona, sino que es una señal del poder de Dios. Lo segundo que aprendemos es a confiar en la palabra de Jesús y esperar con paciencia y esperanza el cumplimiento de su promesa. Cuando Lucas escribió Hechos quería que todos los creyentes vieran el relato de Pentecostés como un paradigma que todos los creyentes debían seguir (Hechos 2:39; 8:1–25; 10:1–11:18; 19:1–7). La historia vivida por la iglesia primitiva es la que nosotros también estamos llamados a vivir. El cumplimiento de la promesa Pentecostés, originalmente, era una importante fiesta de peregrinación en la que participaban los judíos de todas las naciones. Tenía lugar en Jerusalén cincuenta días después de la Pascua y era el momento donde se presentaba una ofrenda especial a Dios conocida como las primicias o primeros frutos de la cosecha. Así los oferentes consagraban todo el fruto de la tierra. En este ambiente de celebración, siete semanas después de la resurrección de Jesús, Dios confirió un nuevo significado al día de Pentecostés y dio cumplimiento a su promesa: bautizó a los discípulos con el Espíritu Santo prometido (lea Hechos 2). El acontecimiento causó conmoción. Al ser llenos del Espíritu, los discípulos comenzaron a anunciar las maravillas de Dios en otras lenguas y los que escuchaban lo entendían todo, cada uno en su propio idioma. ¿Qué significaba esto? Al ser cuestionado, Pedro explicó que lo acontecido era el cumplimiento de la promesa del Padre, más conocida para los judíos como la profecía de Joel sobre el derramamiento del Espíritu (Joel 2:28–32; Hechos 2:17–21). Veamos cuatro verdades teológicas que se desprenden del derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés. En primer lugar, el cumplimiento de la promesa implica que ha comenzado una nueva etapa en la historia: la de los últimos días, la era del Espíritu de Dios (2:17). Ahora somos el pueblo del Espíritu y esta es nuestra señal más distintiva. El Espíritu está con nosotros y nos da sabiduría para predicar, valentía para resistir a los que se oponen y fuerzas para llevar el Evangelio dondequiera que vayamos. En segundo lugar, en la nueva era la capacitación del Espíritu llega a todos: hombres y mujeres, jóvenes y ancianos y todo los que sirven al Señor (2:17–18). De ninguna manera el Espíritu es el privilegio de unos pocos llamados como en el Antiguo Testamento: un juez, un rey o un profeta. Ahora que el Espíritu de Dios ha sido derramado sobre nosotros, dice la Escritura, todos profetizaremos, todos hablaremos la Palabra de Dios. Los jóvenes verán visiones en el Espíritu y, por el mismo Espíritu, los ancianos tendrán sueños de Dios. Muchos nos hemos preocupado por el futuro económico y social de Cuba, entre otras cosas, por el acelerado envejecimiento poblacional, pero Pentecostés nos recuerda que Dios puede valerse de una generación de ancianos llenos del Espíritu para llevar adelante su misión. En tercer lugar, nos enseña que cuando predicamos el evangelio en el poder del Espíritu muchas personas abrirán su corazón a Cristo y desearán ser discipuladas (2:37–38). El mismo Espíritu que nos impulsa a hablar de Jesús es el que atrae a las personas a Cristo. A ellas debemos tomarlas de la mano y enseñarles los principios de la Palabra y hacerlas sentir parte de la familia de los últimos tiempos. En cuarto lugar, nos recuerda que la promesa del Padre es para todos los que responden en fe al llamado redentor de Dios (2:39). Esa promesa es para nosotros, para nuestros hijos, y para todos aquellos que confiesen que Jesús es el Señor. Por esta razón no debe confundirse la obra salvadora del Espíritu con el bautismo del Espíritu. Jesús bautiza en el Espíritu a los que son salvos, es decir, capacita a los creyentes para ser testigos suyos. La señal de la promesa La convergencia de varios elementos permitió a los discípulos identificar el evento sobrenatural de Pentecostés con el bautismo del Espíritu. La presencia de símbolos asociados al Espíritu como el viento, el fuego y la inspiración profética confirmaban que la promesa del Padre anunciada por Jesús ya era una realidad. Sin embargo, las alabanzas a Dios en lenguas desconocidas para los discípulos pero comprensibles para los visitantes en Jerusalén fueron la señal inequívoca de que algo nuevo estaba ocurriendo (Hechos 2:8–12). La señal de las lenguas provocó la curiosidad de unos, la burla de otros y a Pedro la certeza de conectar su experiencia con la profecía de Joel (2:12–21). La conexión explícita entre la promesa del Padre y la señal de las lenguas aparece en otros dos relatos de Hechos. En la conclusión del capítulo diez, Cornelio y sus parientes y amigos recibieron el don del Espíritu Santo y hablaron en lenguas (10:44–47). Al ofrecer un reporte de esta experiencia a sus consiervos en Jerusalén, Pedro les aseguró que el centurión y su familia recibieron el mismo don que ellos habían recbido el día de Pentecostés (11:15– 17). En otras palabras, Pedro identificó el episodio en la casa de Cornelio como un nuevo Pentecostés. Las lenguas volvieron a emerger como la señal que acompañaba al bautismo del Espíritu. Y el tercer relato donde se observa la estrecha relación entre la promesa y la señal se encuentra en Hechos 19. Un grupo de discípulos al recibir el bautismo del Espíritu Santo hablaron en lenguas y profetizaron (19:6). Este triple testimonio constata la creencia de Lucas, autor de Hechos, que la señal de las lenguas indican que los creyentes han sido bautizados en el Espíritu Santo. La asociación entre la señal y la promesa tiene otras importantes implicaciones. Por ejemplo, si el bautismo del Espíritu es para todas las generaciones de creyentes que responden en fe al llamado de Jesús, entonces las lenguas seguirán acompañando a la promesa. Si Lucas no divorció la promesa de la señal, nosotros tampoco deberíamos hacerlo. Además, dado que el don del Espíritu es una capacitación para ser testigos de Cristo, la señal de las lenguas subraya el carácter transcultural de la misión de Dios. En pocas palabras, la señal nos recuerda que Dios quiere alcanzar a los pueblos de todas las lenguas. Derribando mitos sobre la señal A lo largo de los años, la enseñanza sobre las lenguas como señal de la promesa ha sido malrepresentada y criticada. Se han creado mitos alrededor de ella que quisiera ayudar a derribar. Mencionaré tres de ellos. Primer mito: sin señal no hay presencia del Espíritu. No es correcto decir que quien no habla en lenguas no tiene el Espíritu Santo. Todos los creyentes, pentecostales o no, hemos bebido de un mismo Espíritu (1 Co. 12:13). Lo que los pentecostales creemos es que el bautismo del Espíritu es una experiencia distinta y subsecuente a la salvación. El mismo Espíritu que nos transforma, es en el que también somos bautizados. Mientras que la transformación es evidente por el fruto o el carácter de Cristo en nosotros, el bautismo se manifiesta por medio de las lenguas. Segundo mito: el carácter es más importante que la señal. En repetidas ocasiones, escucho a personas decir que el fruto es más importante que la señal, como si se tratara de una competencia cuando no lo es. Ser más como Cristo y que en nosotros se manifieste el fruto del Espíritu es esencial para la vida cristiana. De igual manera, la señal de las lenguas nos recuerda que el mismo Espíritu que obra en nosotros para salvación, también nos capacita para hablar de Cristo con denuedo y valentía. Abracemos toda la experiencia del Espíritu. Tercer mito: la señal es algo incontrolable. Ninguna experiencia del Espíritu en nosotros es incontrolable; es más bien todo lo contrario. Cada momento en que la señal de la promesa se manifiesta en Hechos se observa un ambiente de alabanza a Dios y armonía entre los presentes. De hecho, lo que muchas veces sí es incontrolable es nuestra lengua. Santiago se refiere a ella como un pequeño miembro que puede prender un gran fuego de maldad (Cap. 3). Bueno, ese miembro incontrolable es el que Dios ha escogido para mostrar el cumplimiento de la promesa. Por tanto, la señal será una manifestación de la humildad de una persona que en todo se sujeta a la acción del Espíritu en su vida, incluyendo sus palabras (Romanos 8:26–27). Breve consejo pastoral sobre la búsqueda de la promesa Frecuentemente, creyentes que no han hablado en lenguas batallan con la frustración de no recibir el bautismo del Espíritu que Dios ha prometido. Es importante que la espera no se convierta en ansiedad y que no se inviertan los términos promesa y señal. No buscamos hablar en lenguas para demostrar que hemos sido bautizados en el Espíritu, sino que anhelamos la promesa que vendrá acompañada de la señal. Cada congregación debe dar espacio a la búsqueda del Espíritu y cada creyente debe hacer suyo el anhelo de recibir la promesa en su devoción diara y personal. Si queremos ser testigos de Cristo en Cuba, necesitamos el don del Espíritu Santo. Preguntas de reflexión 1.- ¿Qué lugar le concedo a la búsqueda de la promesa del Padre en mi devoción personal y/o en mi iglesia? 2.- ¿Cuáles son los tres momentos narrativos que definen el don del Espíritu Santo y cómo se los explicarías a otro creyente? 3.- ¿Por qué pudiera afirmarse que el derramamiento del Espíritu en la casa de Cornelio fue un segundo Pentecostés? 4.- ¿Qué hace que las lenguas sean la señal por excelencia de la promesa del Padre? 5.- ¿En qué circunstancias de tu vida cristiana has presenciado alguno de los mitos sobre la señal?