Está en la página 1de 6

El bautismo del Espíritu Santo

por Yosnier Viñals


Introducción
El bautismo del Espíritu Santo probablemente sea la doctrina más distintiva del
pentecostalismo. También se le conoce como promesa del Padre, don del Espíritu o bautismo
pentecostal. Muchos eruditos consideran que su formulación es una de las grandes
contribuciones teológicas de la iglesia pentecostal al resto de la familia cristiana. En el credo
de las Asambleas de Dios aparece como una verdad fundamental junto a otra que también
abordamos en este comentario, la evidencia física inicial.
Para ayudarlo a sacar el mayor provecho de su estudio, le ofrecemos tres consejos.
En primer lugar, lea detenidamente los pasajes bíblicos que sustentan la declaración
doctrinal. En segundo lugar, contraste lo que los textos exponen sobre el bautismo del
Espíritu con lo expresado por el autor. En tercer lugar, considere los tres momentos narrativos
que definen la promesa del Padre (espera, cumplimiento y señal) para profundizar la
devoción personal, el amor por la iglesia y la pasión por los perdidos.
Declaración doctrinal
El bautismo del Espíritu Santo es una investidura de poder prometida por el Padre a
la iglesia y cada uno de sus miembros para ser testigos efectivos de Cristo. Con la adecuada
actitud de espera todo creyente experimentará la promesa. La señal de las lenguas indica su
cumplimiento y vigencia (Joel 2:28–32; Hechos 1:1–11; 2:1–42; 8:1–25; 10:1–11:18; 19:1–
7).
La espera de la promesa
Antes de su ascención, Jesús anunció a sus discípulos una promesa que debían
aguardar (lea Hechos 1:4–5, 8). Esperar en Dios es una de las claves más importantes de la
vida cristiana y ha alcanzado una expresión muy peculiar entre los pentecostales. De hecho,
puede considerarse una de las fuerzas dinamizantes del pentecostalismo. Si presta cuidadosa
atención, observará que cuando un creyente busca una experiencia del Espíritu vincula su
expectativa con la oración. Por ejemplo, se ora por una avivamiento, por el bautismo del
Espíritu y antes de hacer una misión. Considero que esto ocurre, en parte, porque hemos
reconocido que la mejor manera en que se traduce la espera de la promesa en el libro de los
Hechos es a través de la oración (Hechos 1:4, 14; 2:1).
En los inicios del pentecostalismo en Cuba, según los datos más antiguos hasta ahora
consultados, una comunidad cristiana asentada en Jaruco (Mayabeque) buscó fervientemente
el bautismo del Espíritu en 1908. La perseverancia y la fidelidad de Dios a su Palabra coronó
la actitud del misionero Arthur Pain, al recibir la promesa en 1910. Pain fue usado por Dios
para la llegada de las Asambleas de Dios a Cuba en 1920. A lo largo de su centenaria historia,
nuestra iglesia ha vivido, una y otra vez, temporadas de oración en iglesias, institutos bíblicos
y misiones a la espera de un nuevo derramamiento del Espíritu Santo. En cada etapa Dios ha
respondido con fidelidad.
¿Qué aprendemos de la actitud de los primeros cristianos ante el mandato de esperar
la promesa del Espíritu? En primer lugar, las promesas dadas a la iglesia debemos esperarlas
juntos y no desunidos. El compañerismo cristiano es una premisa para recibir la promesa del
Padre. La unidad de la iglesia no es resultado de las grandes estrategias humanas ni del
carisma de una persona, sino que es una señal del poder de Dios. Lo segundo que aprendemos
es a confiar en la palabra de Jesús y esperar con paciencia y esperanza el cumplimiento de su
promesa. Cuando Lucas escribió Hechos quería que todos los creyentes vieran el relato de
Pentecostés como un paradigma que todos los creyentes debían seguir (Hechos 2:39; 8:1–25;
10:1–11:18; 19:1–7). La historia vivida por la iglesia primitiva es la que nosotros también
estamos llamados a vivir.
El cumplimiento de la promesa
Pentecostés, originalmente, era una importante fiesta de peregrinación en la que
participaban los judíos de todas las naciones. Tenía lugar en Jerusalén cincuenta días después
de la Pascua y era el momento donde se presentaba una ofrenda especial a Dios conocida
como las primicias o primeros frutos de la cosecha. Así los oferentes consagraban todo el
fruto de la tierra. En este ambiente de celebración, siete semanas después de la resurrección
de Jesús, Dios confirió un nuevo significado al día de Pentecostés y dio cumplimiento a su
promesa: bautizó a los discípulos con el Espíritu Santo prometido (lea Hechos 2).
El acontecimiento causó conmoción. Al ser llenos del Espíritu, los discípulos
comenzaron a anunciar las maravillas de Dios en otras lenguas y los que escuchaban lo
entendían todo, cada uno en su propio idioma. ¿Qué significaba esto? Al ser cuestionado,
Pedro explicó que lo acontecido era el cumplimiento de la promesa del Padre, más conocida
para los judíos como la profecía de Joel sobre el derramamiento del Espíritu (Joel 2:28–32;
Hechos 2:17–21). Veamos cuatro verdades teológicas que se desprenden del derramamiento
del Espíritu Santo en Pentecostés.
En primer lugar, el cumplimiento de la promesa implica que ha comenzado una nueva
etapa en la historia: la de los últimos días, la era del Espíritu de Dios (2:17). Ahora somos el
pueblo del Espíritu y esta es nuestra señal más distintiva. El Espíritu está con nosotros y nos
da sabiduría para predicar, valentía para resistir a los que se oponen y fuerzas para llevar el
Evangelio dondequiera que vayamos.
En segundo lugar, en la nueva era la capacitación del Espíritu llega a todos: hombres
y mujeres, jóvenes y ancianos y todo los que sirven al Señor (2:17–18). De ninguna manera
el Espíritu es el privilegio de unos pocos llamados como en el Antiguo Testamento: un juez,
un rey o un profeta. Ahora que el Espíritu de Dios ha sido derramado sobre nosotros, dice la
Escritura, todos profetizaremos, todos hablaremos la Palabra de Dios. Los jóvenes verán
visiones en el Espíritu y, por el mismo Espíritu, los ancianos tendrán sueños de Dios. Muchos
nos hemos preocupado por el futuro económico y social de Cuba, entre otras cosas, por el
acelerado envejecimiento poblacional, pero Pentecostés nos recuerda que Dios puede valerse
de una generación de ancianos llenos del Espíritu para llevar adelante su misión.
En tercer lugar, nos enseña que cuando predicamos el evangelio en el poder del
Espíritu muchas personas abrirán su corazón a Cristo y desearán ser discipuladas (2:37–38).
El mismo Espíritu que nos impulsa a hablar de Jesús es el que atrae a las personas a Cristo.
A ellas debemos tomarlas de la mano y enseñarles los principios de la Palabra y hacerlas
sentir parte de la familia de los últimos tiempos.
En cuarto lugar, nos recuerda que la promesa del Padre es para todos los que
responden en fe al llamado redentor de Dios (2:39). Esa promesa es para nosotros, para
nuestros hijos, y para todos aquellos que confiesen que Jesús es el Señor. Por esta razón no
debe confundirse la obra salvadora del Espíritu con el bautismo del Espíritu. Jesús bautiza en
el Espíritu a los que son salvos, es decir, capacita a los creyentes para ser testigos suyos.
La señal de la promesa
La convergencia de varios elementos permitió a los discípulos identificar el evento
sobrenatural de Pentecostés con el bautismo del Espíritu. La presencia de símbolos asociados
al Espíritu como el viento, el fuego y la inspiración profética confirmaban que la promesa
del Padre anunciada por Jesús ya era una realidad. Sin embargo, las alabanzas a Dios en
lenguas desconocidas para los discípulos pero comprensibles para los visitantes en Jerusalén
fueron la señal inequívoca de que algo nuevo estaba ocurriendo (Hechos 2:8–12). La señal
de las lenguas provocó la curiosidad de unos, la burla de otros y a Pedro la certeza de conectar
su experiencia con la profecía de Joel (2:12–21).
La conexión explícita entre la promesa del Padre y la señal de las lenguas aparece en
otros dos relatos de Hechos. En la conclusión del capítulo diez, Cornelio y sus parientes y
amigos recibieron el don del Espíritu Santo y hablaron en lenguas (10:44–47). Al ofrecer un
reporte de esta experiencia a sus consiervos en Jerusalén, Pedro les aseguró que el centurión
y su familia recibieron el mismo don que ellos habían recbido el día de Pentecostés (11:15–
17). En otras palabras, Pedro identificó el episodio en la casa de Cornelio como un nuevo
Pentecostés. Las lenguas volvieron a emerger como la señal que acompañaba al bautismo del
Espíritu. Y el tercer relato donde se observa la estrecha relación entre la promesa y la señal
se encuentra en Hechos 19. Un grupo de discípulos al recibir el bautismo del Espíritu Santo
hablaron en lenguas y profetizaron (19:6). Este triple testimonio constata la creencia de
Lucas, autor de Hechos, que la señal de las lenguas indican que los creyentes han sido
bautizados en el Espíritu Santo.
La asociación entre la señal y la promesa tiene otras importantes implicaciones. Por
ejemplo, si el bautismo del Espíritu es para todas las generaciones de creyentes que responden
en fe al llamado de Jesús, entonces las lenguas seguirán acompañando a la promesa. Si Lucas
no divorció la promesa de la señal, nosotros tampoco deberíamos hacerlo. Además, dado que
el don del Espíritu es una capacitación para ser testigos de Cristo, la señal de las lenguas
subraya el carácter transcultural de la misión de Dios. En pocas palabras, la señal nos
recuerda que Dios quiere alcanzar a los pueblos de todas las lenguas.
Derribando mitos sobre la señal
A lo largo de los años, la enseñanza sobre las lenguas como señal de la promesa ha
sido malrepresentada y criticada. Se han creado mitos alrededor de ella que quisiera ayudar
a derribar. Mencionaré tres de ellos.
Primer mito: sin señal no hay presencia del Espíritu. No es correcto decir que quien
no habla en lenguas no tiene el Espíritu Santo. Todos los creyentes, pentecostales o no, hemos
bebido de un mismo Espíritu (1 Co. 12:13). Lo que los pentecostales creemos es que el
bautismo del Espíritu es una experiencia distinta y subsecuente a la salvación. El mismo
Espíritu que nos transforma, es en el que también somos bautizados. Mientras que la
transformación es evidente por el fruto o el carácter de Cristo en nosotros, el bautismo se
manifiesta por medio de las lenguas.
Segundo mito: el carácter es más importante que la señal. En repetidas ocasiones,
escucho a personas decir que el fruto es más importante que la señal, como si se tratara de
una competencia cuando no lo es. Ser más como Cristo y que en nosotros se manifieste el
fruto del Espíritu es esencial para la vida cristiana. De igual manera, la señal de las lenguas
nos recuerda que el mismo Espíritu que obra en nosotros para salvación, también nos capacita
para hablar de Cristo con denuedo y valentía. Abracemos toda la experiencia del Espíritu.
Tercer mito: la señal es algo incontrolable. Ninguna experiencia del Espíritu en
nosotros es incontrolable; es más bien todo lo contrario. Cada momento en que la señal de la
promesa se manifiesta en Hechos se observa un ambiente de alabanza a Dios y armonía entre
los presentes. De hecho, lo que muchas veces sí es incontrolable es nuestra lengua. Santiago
se refiere a ella como un pequeño miembro que puede prender un gran fuego de maldad (Cap.
3). Bueno, ese miembro incontrolable es el que Dios ha escogido para mostrar el
cumplimiento de la promesa. Por tanto, la señal será una manifestación de la humildad de
una persona que en todo se sujeta a la acción del Espíritu en su vida, incluyendo sus palabras
(Romanos 8:26–27).
Breve consejo pastoral sobre la búsqueda de la promesa
Frecuentemente, creyentes que no han hablado en lenguas batallan con la frustración
de no recibir el bautismo del Espíritu que Dios ha prometido. Es importante que la espera no
se convierta en ansiedad y que no se inviertan los términos promesa y señal. No buscamos
hablar en lenguas para demostrar que hemos sido bautizados en el Espíritu, sino que
anhelamos la promesa que vendrá acompañada de la señal. Cada congregación debe dar
espacio a la búsqueda del Espíritu y cada creyente debe hacer suyo el anhelo de recibir la
promesa en su devoción diara y personal. Si queremos ser testigos de Cristo en Cuba,
necesitamos el don del Espíritu Santo.
Preguntas de reflexión
1.- ¿Qué lugar le concedo a la búsqueda de la promesa del Padre en mi devoción
personal y/o en mi iglesia?
2.- ¿Cuáles son los tres momentos narrativos que definen el don del Espíritu Santo y
cómo se los explicarías a otro creyente?
3.- ¿Por qué pudiera afirmarse que el derramamiento del Espíritu en la casa de
Cornelio fue un segundo Pentecostés?
4.- ¿Qué hace que las lenguas sean la señal por excelencia de la promesa del Padre?
5.- ¿En qué circunstancias de tu vida cristiana has presenciado alguno de los mitos
sobre la señal?

También podría gustarte