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Los caminos

El pibe de allá se acerca a una encrucijada de caminos...

Caminos absolutamente iguales

¿Qué camino tomar? ¿Sólo tengo dos opciones? Piensa el pibe de allá.

Podría correr por encima del pasto ése, entremedio de los caminos... Iría por lugares sin
señalar, atravesando alambrados incómodos, lugares quizás fríos o húmedos, caminos
invisibles...

Si voy por el camino (piensa), si voy por el camino de éste lado, iría sólo por este lado, y
nada más...

Si voy por el camino del otro lado iría sólo por ese otro lado, y nada más...

¿Puedo ir por ningún camino? Piensa el pibe de allá...

Puedo no seguir, quedarme así, todo el tiempo que pueda. Puedo regresarme por donde
vine, y sería un nuevo camino porque no sería el mismo que recorrí cuando llegué hasta acá
porque yo ya no sería el mismo aunque parezca el mismo...

O no.

Lo que ningún camino puede quitarme es la opción de elegir dónde estar ahora y por dónde
ir después, por cuánto tiempo ir, cuándo venir y, quizás lo más importante, porqué ir,
quedarme o venir.

El dolor
A Caro le duele la cabeza. Y la rodilla. Y el dedo chiquito del pie.

Siempre le duele algo. O alguien.

¿Dónde está el dolor? ¿Adónde se va cuando se va? ¿Desaparece? ¿O sólo se esconde en


alguna parte del cuerpo o del alma?

A Caro le duele la cabeza de tanto pensar... ¿O le duele la mente?

Cuando te dicen o te hacen algo que te duele, piensa Caro dolorosamente, ¿ese dolor es
igual al dolor, por ejemplo, de un brazo?

¿Tenemos cicatrices del alma así como tenemos del cuerpo?

A Caro le duele alguien, pero no quiere preguntarse o pensar nada, porque dice que le duele
más.

No se da cuenta, todavía, que no pensar, muchas veces, termina doliendo...

La línea de gol
Zaragoza esquiva al último defensor.

Está sólo frente al arquero, que no le sale a achicar todavía, sino que como que lo espera,
con los ojos fijos en sus pies, en su cintura, en la pelota cada vez más cerca...

Zaragoza no piensa (o piensa a un millón de pensamientos por segundo). Sólo siente en


todo el cuerpo la necesidad inmensa de llevar esa pelota más allá de la línea de gol.

Más allá, siempre un poco más allá, milímetro a milímetro de cancha en esa carrera infinita.
Zaragoza es como un gran botín que empuja el esférico en una imaginaria línea recta. Pero
todavía no, todavía no...

Porque para que Javier “Aquiles” Zaragoza recorra por fin toda esa línea con su deseo
hecho pelota y cruce la otra línea (la línea de gol) se necesitan dos cosas por lo menos:
esquivar al gran arquero, el “Tortuga” Ruiz Díaz, que intentará quebrar esa primera línea
recta, y además, cubrir primero una mitad de esa línea en la carrera.

Pero, para cubrir una mitad, Zaragoza necesita recorrer primero la mitad de esa mitad... Y
así hasta el infinito punto rojo...

Entonces, todavía no, todavía no...

La línea de gol queda más alla, siempre más allá...

La mirada

El chiquilín miraba de afuera, una plei nueve que podía hacer que cuando jugabas era como
que te metías en el juego. Era como que no sólo mirabas o apretabas botones, sino que te
metías entendés?
Con la nariz contra el vidrio del local, el chiquilín miraba la plei como una cosa que nunca
se alcanza.

Miraba.

El vidrio del local reflejaba la imagen de la plei y reflejaba la imagen del ojo del chiquilín
mirando la plei, y en la superficie del ojo del chiquilín también había una imagen de la plei.

El chiquilín miraba a esa plei afuera de sus ojos, sin darse cuenta de que sus ojos no podían
mirar otra cosa que lo que estaba afuera de ellos.

Sus ojos podrían mirar todo lo que quisieran, pero no podían verse a ellos mismos.

Con la plei nueve podés meterte adentro del juego, pero no podés meterte adentro tuyo,
verte del lado de adentro. Siempre mirás afuera de las cosas, aunque estés adentro de un
juego de plei nueve.

La caverna de Gastón

Gastón vive en el fondo oscuro de su pieza en un country casi al final del conurbano, un
pibe contento, de espalda ancha, con toodas las comodidades que se pueden desear...
Gastón vive en el fondo oscuro de su pieza jugando on line con diez compañeros virtuales
que viven, cada uno, en el fondo oscuro de sus piezas en sus countries casi al final de otros
conurbanos... Contentos...

Gastón un día siente que algo o alguien como que lo llama de afuera de su pieza. Con las
piernas entumecidas, sale al comedor... La luz de la sala le molesta...

Abre la puerta de su casa y mira afuera. Nada más que el verde hermoso y las callecitas
hermosas de su barrio...

Mientras camina por esas callecitas siente como si fuera arrastrado o atraído o conducido
por algo o alguien que lo lleva por ahí, como que tiene el control. Gastón quisiera volver a
su pieza, pero no puede...

Y a medida que se aleja de su pieza, el lugar se llena de una luz más enceguecedora... Se
acerca (¿lo acercan?) a la salida del country.

Ni bien sale por la puertita para los peatones hacia el exterior, se encuentra en un escenario
totalmente diferente: afuera ya no hay calles ni casas, sino una selva muy espesa, antigua, y
ruidos extraños de animales lejanos...

Mira para atrás para volver a su casa y descubre sólo una entrada a una caverna en el lugar
de la puertita del country...

Gastón entra en la oscura caverna en un mundo desconocido... Pero se siente extrañamente


contento.

¿Game over?

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