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https://archive.org/details/rosauranovelacorO000unse
ROSAURA
Y
SIETE CUENTOS
RICARDO GUIRALDES

SUS AUK
(NOVELA CORTA)
Y SIETE CUENTOS

—1N\
EDITORIAL LOSADA, §&. A.
BUENOS AIRES
Edicién expresamente autorizada para la
BIBLIOTECA CONTEMPORANEA
Queda hecho el depdsito que marca la ley 11.723
Marca y caracteristicas graficas registradas en
la Oficina de Patentes y Marcas de la Nacion

Copyright by Editorial Losada, S. A.


Buenos Aires, 1952

Impreso en la Argentina — Printed in Argentine


Acabado de imprimir el dia’ 15 de noviembre de 1952

Talleres Graficos AMERICALEE — Tucuman 353 — Buenos Aires


“3La: ap corta Rosaura, fué escrita :
ara satisfacer el deseo de las jovencitas’
osla ali que reprochaban a ae _

oe beidal ternura se solazgo Ricardo


tratar el romance cursi, volcando en

3 ili
io de estacién; y en 1922 ia publicé en
na edicton fuera de comercio, pies, 2

rptonto de Areco.
Seis relatos aparecié en una edicién —
dstuma en “Cuadernos del Plata’, Edi-

980 prélogo de Alfonso Reyes.


_ En Seis relatos se incluyeron dos cuen-—
tos de Cuentos de muerte y de Sanere
a Al ipeseuldo y ech vador que en eae edi- y
aFe
lr
- cién serén reemplazados por Cuento al
caso y Fabian Tolosa.
El primero, publicado en Leoplan en
1937, y Fabian Tolosa, creo recordar que
todavia es inédito.
Esta noche, Nochebuena, lo escribid
Giiiraldes para un libro de cuentos de Na-
vidad, de una Sociedad de Beneficen-
cia, que habia pedido a varios escritores
argentinos un cuento para esa ocasion.
A ultimo momento mandé Ricardo el
sto, copiado a maquina, y en el apuro
omittd firmarlo.
Unos dias después, me hablo por telé-
fono Beatriz Gallardo, preguntdndome st
Ricardo habia mandado su cuento. Ante mi
afirmativa, me dijo que lo sospechaba,
porque habiéndose recibido uno sin firma,
ella habia dicho a la Comision de Senoras,
que solo un escritor era capag de describir
una Navidad asi: Ricardo. Giiiraldes.
Los demas habian tomado Navidades
europeas de meve y frio; Giiuraldes des-
cribia una calurosa Navidad criolla en
un modesto ranchito de la pampa.
Dialogos y palabras era inédito. Politi-
queria habia aparecido en Plus Ultra en
1916, y Telésforo Altamira también en
9
1916 en La Nota, que entonces dirigiael
Emir Arslam.
Incluyo también Colegio, que fué una
de las primeras publicaciones de Gitural-
des en Caras y Caretas, entre 1913 y IQI4.
Bella Vista, Julio de 1952.

ADELINA DEL CARRIL


wy
7
=:
ors
Para mi hermana

LOLITA

en Ior4
+ Lobos es un ptieblo tranquilo, en medio ee
de la pampa. Se
Por sus calles, franjeadas de Arboles,
-vaga un aburrimiento indiferente. Pocos —
-peatones asonan en sus veredas pasos
_delatores como lonjazos, y salvo la hora ©
del tren o los estivales paseos por la pla-
za, fresca de quietud nocturna, nada se
estremece en la seria siesta que una moral
de solterona impone a las expansiones
Enos. :
_Como todos nuestros pueblos, Lobos po-
j“see una plaza cuyos chatos canteros, ra-
_pados por un reciente sacrificio de plan-
tas viejas, se estiran frente a la Iglesia,
envanecidos de su artificial lozania que
-refresca a diario el largo y flexible bibe-
ron de una manga.
La Iglesia es al estilo Colowiad: congran-
ide atrio de baldosas rojas ribeteado por
una escueta franja de marmol que simu-
14 : ise
la un Sscalon Frente al templo, laa dé
por medio, esta la comisaria con su escu-
do y comisario ‘‘ad portas”’ , mientras en
la vereda el oficial toma aire al compas
de los mates cebados por un policia ex-
delincuente, que hace venias a destajo.
En una de las esquinas del cuadrado
con que el caserio encierra a la plaza, la
sucursal del Banco de la Nacion mira de
arriba, pues tiene dos pisos. En la segun-
da, por orden de ostentacion, invitan a
hacer la tarde las gastronémicas vidrie-
ras de la confiteria del Jardin, que los
parroquianos designan familiarmente por
“lo del Vasco”. Y mientras en la tercera
rien las percalinas claridades de la tienda,
en la cuarta la botica recuerda que exis-
ten dolores.
Es cuanto requiere la comarca: justicia,
dinero, ropa, vicio e ideal en mddicas
dosis.
Una de las calles laterales de la plaza,
arteria principal del vivir pueblero, se
llama la calle Real y esta empedrada. En-
tre el ‘caserio apunta la pretensidn de
algin Luis diez y pico, atenuado por
-troncudos paraisos viejos que corren el
riesgo de ser hachados por una intenden-
cia progresista, que no los considere ar- —
boles ence. ;
i BAtrades” poray pridlesia deleee
nado, ruidoso bajo las llantas y las herra-
duras, se han alineado: el “Hotel de Pa-
ris, el “Club .Social”, la “Plateria del
Globo’, el “Almacén del Progreso’, y la
“Zapateria Modelo”.
A cinco o seis cuadras del centro, cons-
tituido por diez manzanas, la edificacién
-cerrada codo a codo en monotona seguidi-
Ila de edificios incoloros, comienza a ale-
‘grarse de una que otra planta cuya copa
serena asoma por sobre los terrosos la-
drillos de las tapias, rematadas en vértice
como los castillos de barajas, Las facha-
das lucen amarillos, verdes y celestes de
papel secante. Los contramarcos de puer-
tas y ventanas se recuadran de un tinte
mas oscuro. Y por los zaguanes, entre-
vense parrales reflejados en las espejean-
tes baldosas del piso.
La pulperia arrabalera, antiguo hospe-
daje en el callejOn, huele a desierto por
mas que casera e inofensiva la tornen un
par de “tungos_lagafiosos” (uno palomo,
otro picazo) durmiendo entre las varas de
un “charré’ chacarero.
_ Y las quintas hacen su guidn efimero
entre el pueblo y los vastos horizontes de
las estancias, a las cuales los patrones
tiosude pasajero.
( 20s es de aquel veneno.
II

Venia esa tarde, en un vagon del F.C.S., _


un joven vestido a la europea, irrepro-
chablemente: corbata-cuello, sombrero de
castor y traje de briches, que aunque gas-
tado, guardaba en el revés de un bolsillo
interior la fecha de entrega y el mem-
-brete de la casa Poole. Casi hasta las
rodillas, sus piernas se encafiutaban en
botas de curva impecable. A su lado tam-
baleaba una valija de gran casa londinen-
se, policromada de papeles rectangulares
que indicaban residencias en playas y bal-
nearios de moda. Colgando de la incémo-
da percha, venia el gaban. Y los guantes
de abultada costura fingian amputadas
manos de indio, sobre la polvorienta me-
sa en cuyo centro bailoteaba un litro de
agua, hecho esfera en la panzuda jarra
de pretencioso cuello.
La prestanza del mozo, decia su edu-
cacién ultramarina. Su tez mate, dividida
afr
por nariz descarnada, sus pdmulos cetri-
nos, su porte de dsea rectitud, delataban
Ay
un puro origen castizo; algo de silencio-
so y hurgador en las pupilas, decia varias
generaciones de espectante vida pampea-
na; y una ingenua alegria de raza nueva
hacia robusta su risa facil.
El inspector lo llamé Don Carlos, al
pedirle los boletos. Su edad podia avaluar-
se de fuerte, oscilando al parecer entre
los veinte y cinco y treinta afios. Su acti-
tud era displicente, pues miraba en un
diario los precios de las ventas en corrales.
Dieron los vagones una zamarreada a
descompas, callo el asmatico jadear de la
maquina, paso un farol amarillo fajado
de un letrero ilegible, alzo el nivel de la
tierra el andén limitado por un rango de
platanos, dettivose el tren frente al ilumi-
nado corredor de la estacion, quedando—
asi apartada la noche.
“E-OBOS”

Bajo gente, subid gente. La caldera


chistaba con alivio de globo que se deshin-
cha. Un zumbido de avispero se exhalaba
del gentio: politicos en campafia, mozos
elegantes de orion gris y capellada clara,
personajes luciendo sus personalidades ofi-
— ciales, compadritos ndechambergo listo.a
-escurrirse por la frente y melena engrasa-
da de perfumes pringosos, ooo: espe-
rando viajes, peones en busca de corres- |
pondencia o encomiendas, mientras como ©
flores de aroma entre el bosque bruto, las
exuberantes muchachas de Lobos iban y
volvian, con discretos recatos 0 exageradas
risas, nerviosas quién sabe por qué.
Tres pasaron del brazo marchando con
pausa: una de celeste caramelo, otra de
rosa caramelo, otra de amarillo caramelo.
Hacia la ventanilla de Carlos miraron con |
tan descarada curiosidad, que éste se sin-
tid molesto, pronto a erguir el pecho y
-congestionarse en agresivas violencias de
pavo. Para defenderse fijo la vista en
una de entre ellas, pensando intimidarla,
pero la chica aguanté la fuerza de sus
pupilas, como una madera aguanta una
cufia.
Alejabanse ya. Dos o tres veces reco-
rrieron el andén de punta a punta, ablan-
dando el andar con muelle pereza de en-
gatusadoras. Carlos no se ofendid mas
por si broma habia, y se satisfizo en amon-
tonar su vista sobre aquel cuerpito on-
deante que se alejaba como a disgusto, o
a, su cuerpo le porae
xtrafia Seale de languidez.
ee todo era broma y cuando el tren

casi como un abandono. a


a furgon paso ligero, golpeando ie aa
oe

Se Ilamaba Rosaura Torres y era hija:


del viejo Crescencio, duefio de la mas ©
i

-acaudalada cocheria del pueblo, cuyo ma-_


terial no bajaba de cinco volantas tiradas
‘por una caballada guapa para el trabajo, ee
si Dios quiere. A
Era grande hasta una media manzana,
la propiedad de ladrillo y barro sin re-_
--vocar.
Al frente principal daban al zaguan, el ‘
-comedor, la cocina y los dormitorios. For- _
mando reparo, por la parte interna, habia
un corredor, de cuyo alero caian como del-
-gadas y largas boas sensuales, complica- ae
das enredaderas voraces de abrazos. Una
-pequefia quinta poseedora de un ceibo, tres
frutales y cuatro angostos caminos pali-—
dos, crecia nutrida a ambos lados de un
parral en bdéveda. fo
Limitando este conjunto de cosas quie-
tas, por donde las mujeres arrastraban
sus faldas en domésticos quehaceres, un
cerco de alainbre tejido sostenia la urdim-
bre insidiosa de madreselvas y rosales. —
SE
sae
Se
Ly EI corralo6n era casi el campo con su
techo de zinc de media agua para abrigo
de los rodados, pertrechos y manutencio-
nes, su corralito de mala muerte provisto
de comedero y bebida para encerrar la
mancarronada de turno, su gallinero que
aprovechaba las sobras del yeguarizo, y
su cordero guacho introducido y dafino a
pesar de su cencerrito y remilgos de nino
bien.
Se tlamaba Rosaura Torres y era bonita.
Sus zapatillas le golpeaban los talones con
indolencia de babuchas arabes; sus manos
eran habiles, su risa golosa, sus stefios
sencillos; la vida esperaba curiosa, detras
de su boca infranqueada.
Para ella la mafiana era alegre, vivir
un regalo de todos los dias, las flores her-
mosas, las tardes risuefias y quietas con
algo de cuna que mece el cansancio.
Rosaura era bonita y esperaba meter
las manos habiles en la vida, como en su
matinal canasto de flores.
IV
ore.

Tenia que caminar dos cuadras por la


-estrecha vereda un metro mas alta que ©
la carretera polvorienta, para ae rea te
calle Real.
-Rosaura salia a eso de las cinco y me-
dia con su traje de amarillo caramelo,
empolvada sin reparos y muy contenta de |
gozar los repetidos incidentes de su pere-
grinaci6n hasta el andén-corso, donde es-
peraba como todos el paso del expreso de
las seis y treintay cinco. .
A las cinco y media salia Rosaura,
ignorando el milagro juvenil que Ilevaba
en ella. Cruzando la boca-calle, cuidaba no
‘pisar en falso con sus taquitos Luis XV,
ni deslucir en la tierra arenosa el brillo
tornasol de sus zapatos. A media cuadra
dabanse las buenas tardes con la vieja
Petrona, siempre de pie en el umbral de
su casa blanqueada, los brazos cruzados
sobre la muelle convexidad de suvie
-tembloroso de gruesas risotadas. |
_—Adiés dofia Petrona.
—Dios te ayude, hija... si vas hecha
a un alfifiique... ;pobre mozada!...
Rosaura no oia el final siempre crudo
de aquellas bromas, y apuraba el taconeo
menudo de sus zapatitos tornasol, sabien-
do que al cruzar la esquina los ojos mas-
culinos le dirian mejor atin aquellos piro-
pos halaguefios pero repulsivos.
Kstaba en la calle Real. Lobos elegante
se paseaba de la estacion a la plaza, de la
plaza a la estacion, recamando de saludos
y sonrisas el anterior silencio de las ve-
redas.
{banse diligentes los minutos entre con-
versaciones hueras rectificadas por gra-
ciosas o importantes exterioridades. La
palabra era como un traje sobre los sen-
timientos de hombres y mujeres codean-
dose: ellas con pretensiones de joya ex-
puesta, ellos con prudencias de comprador
interesado en ocultar sus predilecciones. |
La tarde comenzaba a enredarse en los
rincones sombrios, cuando el pasear hasta
entonces sin rumbo se encauzaba hacia la
estacion. Alli crujian las planchas del sa-

i
EM
e
4 andén invadido educltente: 5
Y era lo de siempre desde el cee si
roncar de motores en el Bois de Boulog- ©
ne, hasta el modesto resonar de tacos pue-
bleros, alla en un punto perdido del mun-
do, donde se esfuman las pequefias aspi- |
raciones de una sociedad lamentablemente
simple. .
La estacion es a Lobos lo que Hyde —
Park es a Londres, el Retiro a Madrid, las sf

s)
Aguas Dulces de Asia a Constantinopla.
Si existe modesta y desconocida, culpa
suya no es.
Pero llega de afuera el primer tren. Son
las seis, hora de apogeo hasta las seis y
treinta y cinco, que marcara el paso del
importante, del surtidor de emociones bo-
nearenses. :
Paseabase la gente, criticabase la gente
_y una marafia de romanticismos cefiiase
exigente sobre el elemento joven.
- Golpeabanse los minutos, barranca aba-
jo del reloj que siempre camina.
_ Rosaura vio muchas veces pasar aquel
mozo elegante. Las amigas siempre la
embromaron por las miradas insistentes
que ellas tal vez deseaban y la chica sin-
tid algo extrafio nublarle agradablemente
la razon, cuando Carlos la miraba son-
_riente, espiando la posibilidad de un saludo.
Crecia en Rosaura la emocion de un ~
suspiro, mas grande que su pecho hen-
chido en la blusa de amarillo caramelo.
Barranca abajo de los dias que siempre
caminan, repitense las horas y entre ellas
la que trae al gran expreso. Sobre el flan-
co polvoriento de los coches podrian entre-
lazarse las iniciales de un idilio y Rosaura
puso su nombre en aquel vagon-comedor
que traia al elegante de la broma.
;Oh, maligna sugestion de la indife-
rente maquina viajadora, para cuyo ojo
ciclépeo el horizonte no es un ideal! ;Tren
despiadado que pasa abandonando al re-
petido aburrimiento del pueblito, la sofia-
dora fantasia de la sentimental Rosaura
que escribio en sus flancos su destino!
Pero la pequefia enamorada pertenecia
demasiado al asombro del presente, para
presentir el desacuerdo de la gente esta-
ble con las grandes fuerzas que pasan. Y
una tarde, como Carlos bajara so pretexto
de caminar un poco y pasara a su lado,
muy cerca, pareciole que iba a caer inex-
plicablemente arrastrada por el leve aire
que lo seguia,
Ny

Jardincito con parra pequefia, jazmines


olorosos, laureles blancos y frios, y claveles
-sexuales, algo esta presente en ti para Ile-
narte de tiernas eclosiones. En Rosaura, —
la simple pueblerita de alma pastoral, flo-
rece el milagro de un gran amor.
- Rosaura vive cerrando los ojos para
mejor poseerse en sus mas intensas emo-
-ciones. Ya no son inuttiles sus coqueterias:
es para él que sus brazos caen significan-
do consentimiento; es para él que sus pu-—
pilas sufren como dos concentraciones |
sentimentales; es para él que el cuerpo se
ablanda de pasividades ignotas, cuando
camina absorta por turbadores ensuefios;
es para él también que el pecho se hace
grande como un mundo.
;Qué inmenso es ese mundo insospecha-
do! A veces Rosaura piensa y teme: :Qué
sera de su vida desde ahora? ;Es eso
amor? gLa querra también aquel mozo
od,
- inverosimilmente elegante y distinguido?
Piensa y teme y deja irresueltos esos pro-
- blemas que vagan imposibles de fijar.
_ Rosaura cierra los ojos para mejor po-
seerse en sus mas intensas emociones.
Ya no son monotonos los dias ni largas
las horas en el pequefio jardin insospecha-
do, alli en la pampa que canta su eterno
cantar de horizonte.
Y la primavera que no es ensuefio, vie-
ne a florecer la glicina, colgando entre la
torcedura de sus gajos llenos de abrazos
la pompa clarade racimos lilas, mientras
en las enredaderas que caian del alero
como delgadas y largas boas sensuales
_ salpica blancas timideces de jazmin. Y a su
vez la madreselva disemina efluvios de
tropico vibrantes como un campanazo,
que en sus macetas va a congestionar a
los claveles, purpureas crestas de orgullo
sanguinario.
El alma de Rosaura se va en perfume de
amor turbado como el oloroso - llamado
de las madreselvas. Sus mejillas se vuel-
ven de jazmin, alucinansele las orejas con
transparencias de uva y en sangre le ma-
dura la boca con extrafia necesidad de
morderse los labios. .
El alma de Rosaura lentamente se in-
giere en su cuerpo.
VI

Rosaura espera en inquieto pasear el


inconstitil idilio de las miradas declarato- __
rias. gVendra? ;No vendra?
Anticipadamente evoca en el cuadrade
de luz demarcado por la ventanilla, el
perfil fino abandonando el diario para
buscarla a ella con premura delatora, en-
tre todas las muchachas del andén po-
puloso.
Y son sus ojos nerviosos los que la pe-
netran de una reaccidn potente, cuando la
siguen posados en sus trenzas negras, en
sus hombros, en sus movimientos repenti-
namente acompasados por nena
molicie,
Mirarlo de frente es duro como una
violencia material y solo el pensarlo le en-
carmina el rostro, produciéndole una peli-
grosa enajenacion de ideas. Teme en esos
momentos caminar torcido, caer ridicula-
mente a causa de un paso mal movido, o
30 :
-darse embotada por momentanea ceguera
contra alguna persona que adivine su
turbacion.
En tales evocaciones de dolorosa inten-
sidad camina Rosaura del brazo de sus
amigas, enredandose en conversaciones de
una penosa insipidez para disimularse.
Pero cambia la sefial luminosa de un
verde placido a la ensangrentada pasion de
un rojo. A dos metros sobre las vias co-
rre aumentando su lumbre la centella del
ojo ciclopeo, que no mira desde la férrea
frente de la locomotora apuntada al hori-
zonte. Llega la estrepitosa emocion del
hierro pasivo. Rosaura sufre colgada del
brazo de sus amigas indiferentes con sus
risas domingueras.
Y una tarde j;qué extrafio! mientras
buscaba en el marco de la ventanilla el
perfil considerado como un ideal intan-
gible que pasa sin mas mision que sugerir
novelas irrealizables, lo vid bajar con gran
valija, cruzar entre el gentio del andén
para tomar uno de los coches del viejo
Torres, con ademan de patron que entra
en sus bienes.
Rosaura sintio en su alma punzar angus-
tias de virgen poseida.
No gusto de las bromas agresivas, di-
VII.
/

Durante toda aquella noche de suefio


irregular, Rosaura sufrio la persecucion
de un hecho vago y grande, cuya influen-
cia seria definitiva en su existencia.
Ya despierta oyO a su padre andar por
la cocina, quebrando lefia para el mate
-mafianero. |
Se levant6 para reunirse al viejo sor-
prendido por aquella madrugada innece-
saria. |
——i; Por donde ira a salir el sol?
—-Es Ud. tata el que me ha recordao.
—Gueno andate por el gallinero y traite
unas astillitas.
Despertaban claridades diurnas en el
corralon, cuando Rosaura en busca de las
concebidas astillas vio la volanta de Lucio >
preparada para salir.
—Voy al Hotel, nifia, a yevar un foras-
tero que viene a ver haciendas.
—2,Y por qué has atao cadenero?
—Parece que vamos a andar mucho...
tal vez hasta que cierre la noche.
Lucio ladeé la boca entreabierta ha-
-ciendo sonar su lengua contra el paladar
en sefial de arranque; la atadura despare-
ja desaparecio por el porton y la volanta
se descaderO en un pozo con comica des-
vergtienza de china corrida.
—j Hasta luego, nifia!
Fué exageracion del cochero; cuando
Rosaura bajo a la tarde por la Calle Real,
luego de haber saludado a Dofia Petro-
na, recibid como un golpe la sorpresa de
ver a Carlos sentado en una pequefia me-
sa frente al Hotel Paris, acompafiado del
caudillo Barros, del martillero de feria
Gonzalez, del Intendente Iturri y de otros
personajes en momentaneo auge.
Fuerza fué que Carlos la saludara como
_los demas y fuerza fué que Rosaura res-
pondiera cortésmente aunque se sintiera
desnudada por el sonrojo. j Qué trabajo
mantener el paso natural -y qué vergiienza
delatarse de esa manera, ante diez hom-
bres de descarado mirar!
El amor propio de Rosaura Ee y la
susceptible criollita, herida por aquella su-
puesta delacion de su sonrojo, odidé vehe-
mentemente al forastero. : Por qué no que-
n las cosas
en suestadoanterior, tan
Py ; ee

Intensamente la poseyd el temor de fe


ner que hablar en piblico con Carlos. Juz-.
gaba sus coqueteos del anden tan demos- a
‘trativos... A
jOh, si! le haria pagar su hamiliciea
de seguro comentada torpemente por los
desvergonzados parroquianos del Hotel de
Paris y no tendria nadie motivo de ha-
cer chisme a proposito de sus blanduras.
Y esa tarde, en el momento glorioso
para Lobos, Rosaura herida en el pudor
de su pasion romantica estuvo singular-
mente locuaz y atenta a la chachara de
sus amigas, respondiendo con gracia a las
agudezas que le apuntaban como alesnas,
mientras se ensafiaba con energias de sui-
cida en ridiculizar al elegante mozo del
vagon-comedor, que la seguia en sus ca-
minatas con ojos atentos como faros de au-
tomovil prendidos a la ruta.
Cuando Rosaura lIlego a su casa, exte-
nuada, convencida de haber perpetrado
una cobardia inutil, se arroj6 sobre el le-
cho donde patéticamente despeinada lloré
con grandes hipos de dolor su pasion per-
dida.
VIil

Por suerte no duro aquel estado de co-


sas. Rosaura se hubiera muerto de pesar.
No era posible llorar asi durante dias y
dias enrostrandose culpas tan grandes.
Carlos habia partido al amanecer si-
guiente de aquella tarde para él incom-
prensible.
_ Faltabanle hechos o por lo menos pala-
bras concretas para creer que aquellos co-
queteos de la atrevida chica del andén, se
debieran a algo mas que a un pasatiempo
de pocos minutos, y herido por la insolen-
cia de la mirona guaranguita de amarillo
caramelo, no Ilevé mas alla sus reflexio-
nes, ignorando la gran pasion trocada en
cuita inconsolable dejada detras suyo al
arrancar de la estacion, en el cortante frio
de una madrugada ventosa.
En el jardin oliente a jazmines, madre-
selvas y claveles, la pequefia Rosaura se
doblegaba de quebrantos como una flor
. Brdivadd por el pumbene paso de i
-manganga viajero, que le sorbiera el Pee
fume.
Concluirianse para siempre las Sle
salidas a las cinco de la tarde, los saludos
a dofia Petrona, los coquetos cuidados al
cruzar las bocacalles, los remilgos de pro-
testa ante las miradas brutales de los hom-
bres estacionados frente al Hotel de Pa-
ris, los encuentros con las amigas y los
transfiguradores paseos por el andén, ba-
jo los ojos que la vivificaban de calidas
_ penetraciones.
No quedaba sino llorar, siempre llorar,
sobre esos recuerdos de su vida rota.
- Rosaura hubiera muerto pensando que
el hermoso y elegante Carlos del vagén-co-
medor no volveria nunca mas, 0 pasaria en
el tren indiferente a ella como el ojo ciclo-
peo de la locomotora al ideal del horizonte.
Eran las cinco. Rosaura recordaba has-
ta con gestos la que fué su costumbre de
afios y afios. La impaciencia precipitabala
hacia el tocador, pero una brusca prescien-
cia de martirio la volteaba de rodillas ante
el nicho exornado con palmas cruzadas en
ojiva, donde mistica rezaba por los siglos
de los siglos su ere azul estrellada
de oro,
2 On que §seete:sdevolyierarl con una son-ae
risa ¢de perdon; que recibiera dos lineas de :
carifio para no morir ahogada por esa cosa
mas grande que ella!
Sonaron secos golpes de auditiog. en la ;
puerta anunciando la prudencia de alguna
visita. Rosaura ordeno de prisa el patético
desorden de su semblante y entro Carmen,
la amiga de rosa caramelo tanto tiempo
_ abandonada en el desconsuelo del quebran-
to amoroso. Y como el abrazo de Rosaura
leno de estrujones apasionados fuere una
confesion, Carmen encantadora de consue-
los hablo sin disimulo:
—jAve Maria, estate quieta!... a te
traigo una noticia que te va a hacer reir!
Rosaura, vuelta hacia el muro para es-
conder sus lagrimas, vibraba de hombros a
pies con temblores a veces sacudidos por
hondos hipos de congoja.
—No llorés asi... Mejor seria que te
ocuparas en prepararte un vestido bien
paquete para el baile que da el Clu la se- |
mana que viene... ¢No te importa?
—No estoy para bromas, Carmen.
—iBromas? Sentate y escuchame que
te voy a dar datos de primera... Ya sé
quién es, lo que piensa de vos, para qué ha
venido y una punta de cosas mas,
40 Peet ee oO ee
—:Y quién te ha contado todo eso?
—Gonzalez, que fué el que le oferto las
vacas para Lorenzo Ramallo.
—:Y qué tiene que ver con Ramallo?
—Poquita cosa, que es el hijo del no mas.
Lejos de desesperarse por aquel nombre
conocido entre los mas copetudos estancie-
ros, Rosaura exalt6 su pasion con aquel
- nuevo imposible. Mientras Carlos pasara
en el tren, mientras viniera de vez en cuan-
do al perdido pueblito de Lobos y la mi-
rara como hasta entonces, su amor no en-
contraria sino motivos para crecer.
—iQué mas te ha dicho? — musité
palpitante.
—Que sos una maravilla y que va a
venir al baile del Clu para conocerte. ;Aho-
ra llora si querés!
Rosaura no lloraba pero empalidecia in-
verosimilmente. Sufria la tortura del pla-
cer y era dolorosa como una prefiez aquella
plenitud. Mas que nunca alucinaronsele
las ojeras bajo los parpados medio caidos,
y mientras Carmen parloteaba con alegres
comentarios, una sonrisa le ascendid a los
labios desde el fondo calmo de su inmen-
so amor en contemplacion.
IX

Vino una época tranquila para la coche-


ria de Torres. El jardincito germinaba
acariciado de sol. La quinta abultaba sus
legumbres a ambos lados del parral en
béveda. El ceibo aun rojo de copa espar-
cia finos reflejos en el aire claro de cam-
biantes luces. El guacho traveseaba entre
las faldas femeniles, balanceando las pla-
teadas notas de su cencerrito endeble co-
mo un ensayo de canto en un nido de jil-
gueros.
Bajo el alero limitado por la fresca flo-
rescencia de las enredaderas, Rosaura co-
sia recostada en su mecedora. Roturas de
sol caian al través de lianas y hojas sobre
su vestido; y cuando con indolente pie im-
primia oscilaciones al sillén, aquellas im-
perceptibles caricias de calor, ondulaban a
capricho de sus formas.
A su derecha un costurero de combadas
patas abria como una nuez su craneo re-
shosante i nee,
eriha yasu geen SO-
bre un taburete desequilibrado por el des-
nivel de las baldosas, amenazaba caer una
revista de modas, prestada por una ainiga’
estanciera en ocasion del futuro baile del
~ Club Social.
Feliz, la preciosa Rosaura de fisonomia
atenta al trabajo, enhebraba promesas a su
-amor bajo el alero sombreado del jardinci- —
to quieto de germinaciones primaverales.
De entre los figurines Rosaura habia
-elegido un modelo de muselina exornada
con pimpollos y hojas de helecho finas co-
mo telarafias. El escote apenas fingiria un
triangulo timido, y un gran cinturon con
mofio al costado se dilataria como una ro-
sa abierta.
Cuanto sabia ahora sobre Carlos, tan po-
co tiempo hacia misterioso y de vida igno-.
rada. Carlos se habia educado en Europa.
A su vuelta Don Lorenzo le habia con-
fiado el manejo de su campo en General
Alvear, lo cual no fué impedimento para
que hiciera nuevos viajes a paises fabulo-
sos para la imaginacion de Rosaura.
;Qué nuevo galon de gloria le valia to-
do eso en el corazon de la romantica
pueblerita!
Ella iria con él como sucede en los
- mano puesta en la de él jy él todo lo 3 xpl
caria: sabiéndolo todo. ee volv

2 tiempos pretéritos.
- Rosaura se pinchaba un deo. ah r
a ee mas intenso uno de los pie 1

aerial rojo.
= Estuvo a tiempo cacti a traje
X

A la vera de la calle empedrada, el


Club Social acaparaba veinte varas con su
fachada plomiza, desde cuyas ventanas ra-
diantes de luces festivas manaba una pro-
mesa de alegria.
A las nueve de la noche latian de impa-_
ciencia los corazones de las jévenes Lobe-
ras, siendo ésa la hora de dar los ulti-
mos toques a los trajes que valdrian me-
nosprecios o envidias. Solo Rosaura, pa-
lida como una desposada, cefiida de esca-
lofrios en la primaveral galanura de su
muselina floreada de pimpollos, permane-
cia indiferente a las mezquindades del éxi-
to colectivo.
Se habia ataviado respetuosamente cal-
zando con cuidados de imaginera las lar-
gas medias de seda aspera, los escarpines
de charol fulgente; su piel se habia irisa-
do al tacto de los hilos tersos de la ropa
blanca estrellada de mofios amarillos, que
el. corsé-(oache. rosado. como. un ‘pudor, 5
ajustaba contra sus flancos. Y habia lla- — |
mado a la madre para con grande mira-
_miento, penetrar en los crujientes forros
de su vestido.
Era la hora. Camino hacia el espejo
saboreando en las medidas genuflexiones
del paso, la sutileza apenas tangible de las
telas huyentes; camino perfilada, con li-
viandades de aparicion; sonrio apenas, al-
zando en desconcertado asombro sus ce-
jas inquietas; y penso que gustaria por
aquella inefable docilidad de sus ojos
anunciadores de milagro.
Era la hora y estaba lista, pura y vi-
brante como un cristal herido por la nota
lejana de un campanazo broncineo. Casi
desfallecia en virginales madureces de sa-
crificio, sintiéndose asi adorada por las in-
tactas telas, solemnes en su pompa de orna-
tos requeridos para la ofrenda. “Oh si, to-
da de él”. Y una momentanea pérdida de
conocimiento la tambaled hasta el apoyo
de la comoda, donde quedo su mano exan-
giie y fria como un marfil sobre la roja
lucidez de la caoba.
—j Vamos, vamos!... Abriase la puer-
ta, arrojando al cuarto breve y sonante vo-
cerio. Eran las de Gomez que pasaban a
un convenio, Rosaura s
se cerro _
sobre .si misma, celosa como una sensitiva. _
_ En el salon de fiestas del Club Social, —
inconsideradamente detallado por la crude-
za hiriente de las luces, la comisién recep-
tora, solemne de distincidon, econ un
idioma de circunstancia.
Carlos, conociendo ya el recato enguan-
tado de aquellas fiestas, habia llegado tem-
prano, para estarse cémodo en los rinco-
nes desapercibidos.
Dominaba ya un espiritu de ingenua |
cordialidad, y era mayor la.costumbre del
traje ocasional, cuando el rematador Gon-
zalez, pasando su mano de izquierda a
derecha pronuncio quedo los nombres:
—F] sefior Carlos Ramallo, la sefiorita
Rosaura Torres.
Para Rosaura, aquel acoplamiento de
sus nombres cobro la significacion de una
pregunta ante el altar.
—Mucho gusto, sefior — dijo, y lepa-
recid habérlo dicho todo.
il le ofrecié el brazo como debia ser:
—Por mi parte confieso que era casi
una necesidad hablar con Vd., consideran-
dola ya como una amiga de mucho tiempo.
Sonrojabase Rosaura:
—Es verdad, nos hemos visto tanto.
Dae Be ee PoESIP aa
{Oh el musical encanto de caminar asi,
los brazos unidos y la palabra emocionada,
en proximidades de confesion!
; Y todo Lobos que los veia!
—Quiere que nos sentemos?
—Como guste.
Salieron hacia el zaguan, rumbo a un >
banco entrevisto en el patio, de pronto en-
grandecido de luminosas elaboraciones es-
telares, alli, muy lejos en el cielo infinito
recuadrado por la ingenua cornisa de co-
lor plomizo.
—Aqui se esta bien.
Sintiéronse aliviados de ficciones; la no-
che nada sabe de etiquetas y el amor esta
en todo, naturalmente.
Callaron. Rosaura, quedamente, miran-
do el broche de su guante puesto para la -
fiesta, interrogo en “el tono Siler: que
la noche imponia:
—Yo quisiera saber algo de Vd. :No
le incomoda contarme? He vivido tan so-
lita aqui.
Permanecia Carlos en silencio. Narrar
a la pequefia Lobera, sencilla como los
macachines del otofio, sus complicadas
aventuras de elegante, fuera sacrilegio de
Tenorio barato.
~—No creo quevalgan. Brau cosa ‘mis =
diversiones. / 3
— Pero, y todo lo que ha viajado por
esas tierras “deDios?
—De algunas tengo buenos reedeon
Y dejandose resbalar en fantasias suge- _
ridas por Rosaura, atenta en espera de
fantasticos relatos, parecidle encontrar re-
cién a las cosas lejanas sus verdaderos en-
cantos.
Sorprendidse al oir su voz Sroniabeee
con sincero acento:
—FEsos viajes entristecen cuando uno los
hace solo.
éQué ridiculeces mas iba a decir?
Pero Rosaura columbrando una indirec-
ta alusion jugo mas atenta que antes con
el broche de su guante, comprado para la
fiesta.
Maliciando una moda, otras parejas si-
guieron a Carlos y Rosaura hacia el patio,
y la noche, quebrada en su silencio, perdid
imperio. Carlos recordo otras escenas don-
de también gorjeaban risas y mareaban >
perfumes.
—:No quiere bailar?
Pero un mozo reclamo de Rosaura el
compromiso para aquella polca. Carlos se
encontro de pronto solo y como pasara cer-
ca su. amigo alTearadns Poeele. que te
presentara nifias, diciéndose que asi disi-
mularia el motivo de su asistencia a la
~ fiesta.
La hija de Barros era una hermosa gua-
rangota de voz llamativa, de cuya rolliza
delantera de paloma buchona salian en ba-
_lumba los mas desconcertadores discursos.
Qué descanso, qué placer, cuando nue-
vamente se encontro con la simple Rosau-
ra, toda amor, en un banco del patio ahora
desierto por la gula que despierta el ambi-
gu, donde se engulle gratis.
—jOh, sefiorita, como me cansan sus
amigas!
—No me diga sefiorita.
—Gracias Rosaura, como me aburren to-
Raa
: See _ das estas personitas de fiesta. Si no me
fuera casi necesario sentirme amigo al lado
suyo, escaparia a todo galope. Quédese ©
conmigo un rato, tan largo como quiera o
pueda sin compromisos, y le agradeceré.
—Ya ve qué pronto nos entendemos —
rid Rosaura—. Pero, desgraciadamente,
tendria mucho que sufrir del chisme, si
me quedara con usted el tiempo que qui-
siera.
— Y es mucho ese tiempo?
Rosaura volvid a absorberse, atenta al
broche de su guante y callaron subyugados
por.lo que reciprocamente se adivinaban. _
Y fuerza es, cuando no quiere decirse —
lo que el alma dicta, tocar puntos sencillos |
para no distraerse de lo que en uno canta.
— Siempre se aburre, Rosaura? ie
—Antes no. Me bastaba con los queha-
ceres y los paseos a la estacion o la plaza,
donde me encontraba con mis amigas y nos
divertiamos con bromas y pavadas. Ahora
me faltan otra porcion de cosas. Me pare-
ce tan triste el pueblo y pienso que Vd.
corre tanto mundo, conoce tanta cosa...
—Y sin embargo ya ve que vengo al
pueblo.
Por decir algo, sintiéndose aterrorizada
por la consecuencia de sus propias pala-
bras, Rosaura murmuro:
—Algiin motivo tendra.
—:Y no lo sabe?
—; Como lo he de saber?
—F'sas cosas se adivinan.
Esta vez Rosaura sufria. En las cejas
de Carlos una contraccion decidida endu-.
recia su expresion. Algo vago en la sonri-
sa presagié no sé qué frase terrible.
—Por favor Carlos, callese.
Descansaron las cejas, borrése la sonri- ©
sa forzada:
—No necesitamos decirnos mucho.
Era la verdad y como estuviera en pie
dificil aquel dialogo fraternalmente comen-
zado, Carlos volvid a contar cosas de su
vida inquieta, ante la infantil atencion de
la pueblerita de ojos crédulos.
Pasado un grande rato facil y de con-
fiadas charlas, Carlos tomando rango de
consejero dijo en chanza:
oo Sok,
—Bueno y ahora vaya a bailar con sus
amigos, si no van a decir que somos novios.
—j Ave Maria!
—De todos modos ya somos buenos
amigos.
—Si... ahora, vaya a saber cuando
vuelve.
—Ya vera... tengo arreglado un pro-
grama para que no sea tan de tarde en
tarde.
Rosaura entro al salon, separdse de Car-
los sin ocurrirsele una pregunta explica-
tiva.
Y esa noche concluyo la primera entre-
vista de la pequefia pueblera con el joven
elegante del vagén-comedor, convertido ya
en cordial amigo, lo cual es mucho para
un ideal que pasa sugiriendo grandes en-
sofiaciones irrealizables.
XI

Desde aquel dia de fiesta, tan saturado


de aproximaciones amorosas, el tren de las
seis y treinta y cinco dejé de pasar como
un ideal intangible, al joven del vagén-co-
medor en el recuadro de su ventanilla lum-
brosa. Carlos habia encontrado solucién
mejor, y haciendo el sacrificio de voltear
perezas de mal dormido, a las cinco de la
mafiana embarcabase para pasar el dia
en Lobos.
- Los pretextos, aunque malos, eran sufi-
cientes: Ver a su amigo el rematador Gon-
zalez, asistir inutilmente a sus ferias o
simplemente cortar las seis mondtonas
horas de ferrocarril.
Pero: :Qué son los pretextos frente a
la obligatoria confluencia de dos vidas?
Blanqueaba ya muy arriba el sol, cuan-
do Carlos descendia del tren entorpecido
por su valija londinense cuadriculada de
avisos hoteleros.
- Pocas personas en el andén, tan concu-
rrido en la media hora encerrada por el
paso de los expresos, de las seis y seis
treinta y cinco. Un coche del viejo Torres
lo Ilevaba hasta el Hotel de Paris, donde
“hacia la mafiana’” con Gonzalez, Iturri y
otros personajes de auge momentaneo. Al-
morzaba con apetito de viajero y dormia
una reponedora siesta hasta las cuatro, ho-
ra en que tomaba té a la vera de la calle
empedrada, amagada de precursiones pa-
seanderas.
Y todo esto solo por la media horita de la’
tarde, en el andén populoso de la estacion,
abigarrada de compacta concurrencia: Po-
liticos en campafia electoral, mozos de
orion gris y capellada clara, personajes lu-
ciendo sus personalidades oficiales, compa-
dritos de chambergo listo a escurrirse por
la frente y melena engrasada de perfumes
pringosos, cocheros esperando viajes, peo-
nes en busca de correspondencias o enco-
miendas. Mientras, como aromaticas flo-
res entre el bosque bruto, paseaban las
muchachas de Lobos coquetas y burlonas.
De punta a punta del andén, flanqueada
de sus amigas la de rosa caramelo y la de
celeste caramelo, Rosaura marchaba con
muelle pausa de engatusadora, respon-
dande con sonrisas de flor que se bre:ae
las miradas de Carlos, su amg de cari-
flosas palabras.
Y Carlos amontonaba su vista en torneo
al cuerpito gentil y querido que se alejaba
como a disgusto, o concentraba sus ojos
en las pupilas penetrables y mansas como —
ventanas abiertas para una cita de amor.
Pero llegaban los vagones del expreso
zamarreados a descompas. Callaba el as-
matico jadear de la maquina.
Deteniase el tren luminoso frente a co-
rredor techado, quedando asi apartada la
noche.
Subia gente, bajaba gente, golpeabanse
los minutos barranca abajo del reloj que >
siempre camina; sobre los flancos polvo-
rientos del vagon-comedor mientras decia
sus ultimas frases de discreta despedida,
Rosaura escribia entrelazadas iniciales de
idilio. Y de improviso, haciendo una gran
rasgadura de dolor en el alma de la pue-
blerita enamorada, anunciaba un chiflido
brutal el arranque. Separabanse los coches
como estiradas vértebras de reptil en fuga;
sonaban desde la maquina al furgon los
férreos tirones de las coyunturas y pa-
ragolpes. Carlos saludaba de pronto em-
pequefiecido por brusco distanciamiento.
patiipa: que ignora la as de a pe-
AS romanticas pasionarias.
XII ‘

Sin embargo, salvo los desconsoladores


momentos de la partida dolorosa como un
hecho definitivo, la existencia de Rosaura
rebalsaba felicidad.
En su jardin ahora exaltado de impul-
sos primaverales, derrumbaba en catara-
tas lilas sus fragantes racimos la glicina
y el. alero sombrio se espesaba de hojas,
salpicadas por coloreadas campanillas, jaz-
mines y madreselvas.
Influida por estivales sopores, Rosaura
languidecia al correr de las horas en de-
riva.
Sentada en su mecedora, bafiada de per-
fumes florales, trabaja sin descanso, la
aguja rapida en sus manos habiles.
A su derecha, el costurero de combadas
patas abria como una nuez su craneo rebo-
sante de utensilios. A su izquierda, sobre
un taburete desequilibrado por el desnivel
58
de las baldosas, desparramabanse multico-
lores figurines conseguidos de aquella ami-
ga estanciera, que le enviara revistas cuan-
do sus preparativos para el baile del Club
Social.
Feliz mas alla de lo explicable, la pe-
quefia Rosaura de fisonomia atenta al tra-
bajo vivia evocando recuerdos de entrevis-
- tas con el bien amado Carlos tan digno de
todas las pasiones.
Rosaura tenia muchos figurines porque
de pronto se habia encontrado abominable-
mente provinciana en sus ropajes de tien-
da campera. Y qué placer coqueto dedicar
asi su vida a acariciarse de sobrias ropas -
interiores. ;Oh los mofios y los hilos blan-
cos como hostias en torno a su cuerpo vir-
ginal, todo ofrenda para los misteriosos
ritos de la adoracion! Lentos arrullos de
venideras felicidades invadian su fantasia.
Ella seria digna de él, simple e ingenua
si, pero pasional y tierna bajo el Bian sol
de un amor todo holocaustos.
_Inefablemente idénticos ibanse los dias
por el jardincito de la cocheria de Torres,
idealizados por el alma intensa de Rosau-
ra, siempre confiada en su Carlos que pa-
saria mafiana, pasado mafiana, o la sema-
na entrante, para decirle a ella su amor con
59
los ojos, darle la mano, un ramo de extra-
fias flores puebleras, e irse a la tarde en
la angustia de una separacion dolorosa co-
mo un hecho definitivo, pero para volver
porque ese era su destino.
ce
(3
x
XII

La noche que sabe de sortilegios, torna


ba casi fantastica la insipida plaza del pue-
blo. La noche, el azul, los astros; la re- —
duccion del mundo visible a unos cuantos
charcos de luz llorados por los faroles,
tristes de inmoviles aislamientos, condena-
dos a estar siempre alli malgrado el deses-
perante anhelo de ser estrella que da la pri-
maveral infinitud del cielo tan inalcanza-
blemente profundo.
La gente limitada en sus cuerpos, va
por la esclavitud de los caminos placeros,
hechos para caminar, y no pueden evadir-
se en deseos perdurables.
Por eso las almas se lanzan en locos
futuros imposibles y migran de amor en
amor, como la luz de astro a astro, ho-
llando el vacio interpuesto a la victoria de
la materia. Be
La plaza empero es la de siempre. Los
arbustos y los cercos tusados como clines
-_prolijas, forman geométricas figuras ver-
_ dinegras, curiosamente similes a formas
humanas. Los caminos hacen curvas, a
falta de mayor espacio para ser verdade>
ros caminos que saben adonde van. Algu-
‘nos arboles se enternecen reverdeciendo
bajo aquella benignidad primaveral, que
vino a la hora de siempre.
Los grupos de muchachas son como
grandes vidrieras de almas que amaran y
los hombres padecen el imposible anhelo
de hacerlas ramo entre sus manos fervo-
rosas. |
Carlos viene cuando puede a este do- |
minguero desfile por la plaza estirada en la
noche estelar, bajo la santa vigilancia del
-campanario colonial, desde el cual Dios
bendice con infinitos perdones la pasajera
locura de sus borregos extraviados en tar-
tamudeos sentimentales.
En la evidencia luminosa de las claras
faldas y blusas y abanicos, la mas her-
mosa es Rosaura y también la mas eva-
dida de si en grandes aspiraciones de pro-
tagonista romantica, que languidece por el
héroe caido de un pais inverosimil, con la
aureola de un fantastico origen ignoto.
jOh!... ser asi de entre todas la elegida.
la noche que sabe de sortilegios, infiltra
63
su palabra de tentacion en los corazones de
aquella gente, que gracias a Dios posee su
moral; y por eso no concluye aqui, en la
mas natural de las soluciones amorosas,
este relato.
XIV

Asi llego Rosaura al limite de su gloria.


Los intervalos de su ausencia eran breves
para saborear cada palabra, cada gesto; y
en las plenitudes de los dialogos cuando
una mutua adivinacion hacia supérfluos
los juramentos, un grande arrobo desleia-
se en torno a ellos, como irradiacion de
sus sentimientos.
Mas parece que aquel estado de sus al-
mas, hubiese llamado la desgracia, como
llaman el rayo las orantes cruces de las ct-
pulas.
Carlos, fingiendo no dar importancia a
su revelacion inesperada, anuncié a Rosau-
ra un proximo viaje a Europa:
—...jOh! Por muy poco tiempo; tres
o cuatro meses cuando mas... la duracion
del verano... No puedo dejar de ir; mi
padre extrafiaria si no lo hiciera y hasta
es posible que se enojara,.,
Rosaura upon hen le ola ha- ys
blar con angustia. wr

—Digame Carlos. ;No es el sefior Ra-


mallo ek que lo manda? —
—j Vaya una idea m’hija! ¢Y por qué?
—No sé... tal vez le hayan dicho que
Vd. pierde el tiempo en un pueblito por
ahis
—j No Rosaura, qué ocurrencia!
Carlos volvia a sus explicaciones.
iQuién podia saber y en caso de saberlo
atribuir a nada malo sus visitas a Lobos?
‘Era puramente una satisfaccion para el
padre verle efectuar ese viaje a Inglate-
-rra, donde a su juicio aprenderia mucho
estudiando los mas reputados “Farms”, en
compafiia de un hombre entendido.
—Tres meses o cuatro... ;me parece
tan largo, Carlos!
Por primera vez respondio éste, con in-
tencion directa:
—Rosaura, créame que aunque fuesen
seis, serian muy pocos para borrar cier-
tas cosas.
—i Seguro?
—Muy seguro. -
Renacia el animo en la pequefia pueble-
tra. Carlos hablaba con tanta seguridad
que le parecié mas llevadera su ausencia,
“nientes Sere
£
XV

Fué verano y de-Carlos no quedaba en


Lobos sino el cada vez mas grande amor
de su Rosaura y una carta breve de Boe
dida en manos de ésta.
La existencia era la de siempre en a
cocheria de Torres, salvo la largura de los"
dias pesados, el mayor cansancio de los
caballos y peones siempre sudorosos, la
molicie sofiolienta de las reverberantes ho-
ras de siesta y la tristeza agobiadora de
la pobre loberita, ahora doblada como las
flores exhaustas bajo la abrumante ple-
nitud del sol.
Sin embargo, firme de fe en su Carlos,
Rosaura trabajaba siempre para embelle-
cerse. Desaparecieron totalmente las an- —
teriores ropas de manufactura provincia-
na y nadie hubiese, por el traje, diferen-
ciado la antes vistosa pueblerita de ama-
rillo caramelo, de una portefita a la moda.
Esas ropas que la abrazaban de sabias
Cs

coqueterias, eran algo legado por él, en e


-_ afan de aparecerle elegante, y sus contac-
tos colmaban aunque muy imperfectamen-
te, los vacios ocasionados por la falta de
otras caricias.
Cuan audaz es el ensuefio y como a fuer-
za de familiarizarse con cada vez mas
completas visiones de cosas que sucederian,
pareciale a Rosaura haber sido incom-
prensiblemente timida.
No sabia como, pero estaba segura de
que volviendo Carlos, tomarian sus amo-
beet res cursos mas humanos y esto apuraba
;
free

sus ansias de ver pasar los largos dias.


Pero malgrado su aparente lentitud, iba-
se el tiempo mientras Rosaura trabajaba —
para hermosearse, cuidadosa de su persona -
como de un idolo perteneciente a otro, de
cuya preciosidad fuera depositaria respon-
sable. Y en ese estado de cosas, nunca
dudo del amor de su Carlos.
Una tristeza irremediable flotaba en el
jardincito de la cocheria de Torres, exha-_
lada por las proximidades invernales que
marchitaban las flores tan alegremente
traidas por la primavera. ie
Quemabanse de frio los pétalos otofia-
les, caian en la quinta los ultimos duraznos ©
_ mal crecidos, despojabase de uvas el pa
rral y Ja quintita lastimeramente empo-—
- brecida trocabase en aridas durezas infe- a
- cundas.
Bajo el alero cortinado de enredaderas
antes tupidas, colabase una resolana in--
—ofensiva dorandose en las hojas terrosas ie
y Rosaura descolorida por los primeros
sufrimientos de mujer, perdia su juvenil _
tersura de jazmin, su exuberancia de ma- ©
_dreselva; mientras victoriosos por los su-—
cesivos insomnios copiosos de lIlantos, —
-ahuecabanse muy hondos los violetas de
72
sus ojeras transparentes como el tinte de
las uvas.
Pobrecita Rosaura, tierna fantasia sin
objeto, digna de eternizar por la noche fra-
gancia de su amor, la prosaica insipidez
de un pueblo.
‘Pobrecita Rosaura, victima de un mo-
mento de fatidica evolucion; nostalgia irre-
mediable de las cosas sencillas hacia la
complicacion de los oropeles vistosos; en
su fe sencilla por las promesas de un mas
alla superior estribo toda su desgracia.
Su destino fué sufrir y no otro, porque
asi dice un refran del terrufio: “Quien mi-
ra mucho p’arriba peligra quebrarse la
nuca”’
Su Seisters fué fatal como la descen-
diente orientacion de los deshielos cumbre
abajo.
Ahi esta inmensamente triste el jar-
dincito de la cocheria de Torres. Del alma
de la pequefia patrona fluyen ensuefios des-
consoladores, mientras el otofio cae como
una mortaja sobre aquel rincon del mun-
do, perdido en medio de la pampa inmuta-
ble que nada sabe de amores romanticos.
XVII
»

Una nerviosidad ansiosa vivificé a Ro-


saura distrayéndola del desaliento en que |
vivia. Carlos vendria de un momento a
otro.
La hija de Crescencio Torres retorné a
sus costumbres de antes y salvo Carmen
o los que poseian en el pueblo el privile-
gio de la adivinacién, la sociedad de Lo--
bos ignoré el cambio sucedido en el animo
de la preciosa criollita.
A eso de las cinco y media salia Ro-
saura con blusa vaporosa, abierta en trian-
gulo sobre el pecho, falda azul marino an-
gosta, zapatos escotados de becerro, aun-
que en cabeza para no hacer mancha en-
tre sus amigas. A media cuadra dabanse
las buenas tardes con la vieja Petrona, in-
‘cansablemente de pie en el umbral de su @
casa blanqueada, los brazos cruzados so-
bre la muelle convexidad de su vientre
tembloroso de gruesas risotadas.
_ —Dios te.ae hija..... Jests qué po- —
Tlera, ni que jueras pialada. ve i Virgen :
; Maria! si vas luciendo lo mas tapao...
-. Pero Rosaura no queria oir. :
En la calle Real, Lobos elegante paseaba
- recamando de sonrisas y saludos las vere-
_ das sombreadas por afiosos paraisos.
Ya la tarde se enredaba en los rincones
— cuando la gente invadia gradualmente el
-andén populoso.
;Qué emocion insostenible la de la espe-
‘ra; qué turbacion y qué eco desmayante
-producia en Rosaura la aparicion del foco
frontal de la locomotora al ras de las vias!
“Si, vendra esta tarde. Lo descubrira
en su ventanilla saludandola con brillante
alegria en las pupilas.
- §u alma adivinara su presencia y todas
las alegrias anteriores brotaran con impul-
sos de aurora. ;Oh caer en sus brazos!”
Pero en el luminoso recuadro de la
_ ventanilla antes portadora de vida no pa-
saba nadie.
XVIII

Caian las hojas, encogianse los primeros ie


frios, sufria Rosaura como los pequefios
macachines del otofio, que se helaban fal- ie
tos de sol.
éNo fué ilusion todo aquel conan
Casi podia creerlo asi la pobre chica, —
_decepcionada diariamente por el vacio de
la ventanilla del vagon-comedor.
Pero no lo fué, porque una tarde como
_ iba a descorazonarse, Carmen vino y to-
mandola del brazo le dijo temblorosa ante
la magnitud de la noticia:
—Veni m’hija, veni, ya lo he visto en
otro coche.
;Oh Rosaura! ;Como no gritar en ese ©
momento? Rehusabanse las piernas a se-
guir adelante, mientras su amiga la arras-
traba del brazo. Era cierto, venia.
;Carlos!... ;Oh caer sobre su pecho—
amado y decirle que nunca dud6 de su
vuelta y luego tantas, tantas cosas mas!
XIX

Rosaura cayo en el coma de un dolor in-


tenso. Todos en su casa supieron que
algo extrafio acontecia en ella y la madre
se entero del drama, en aquella noche de
delirio que siguid al para otros impercep-
tible incidente de un saludo.
El amor de Rosaura, arraigado en ella
como un organismo inseparable del suyo,
la mataba al morirse. |
Carmen, la amiga que antes le trajera
las primicias de su amor, le trajo la lapida:
—Mira, hija... no vale la pena sufrir
por ese mal hombre.
—Por favor, Carmen, no hablemos mas.
—Es que te voy a decir... si querés
fijarte otro dia cuando pase, veras que
va con otra mujer, muy emperifollada, con
esos trajes que te gustan a vos.
—Por Dios cayate, Carmen.
fista tragé los detalles que traia para
XX

Rosaura ha venido a la estacion, en su


traje de muselina floreada, recuerdo de
aquella noche inolvidable del Club Social.
En su corpifio ha guardado la breve carta,
unica de Carlos, que decia un adids y en
sus manos convulsas hace cenizas los pé-
talos secos de las flores que guardaba por-
que é! se las habia dado.
Rosaura debe estar un poco loca para ve-
nir asi vestida al andén. ; Pero qué le im-
porta el decir de los otros?
Carmen la acompafia cuidandola como
enfermera, inquieta de aquellas extrafias
fantasias y esta siempre vestida de rosa ca-
ramelo, no habiendo como su amiga su-
frido la intensa influencia de las cosas
exteriores.
De pronto, la mano de Rosaura se hun-
de en la carnosa blandura del brazo de
su amiga.
—Vamos, Carmen, vamos por Dios que
ya no puedo mas.
Asi unidas caminan hasta el limite del
andén. Carlos (jOh la horrible incons-
ciencia!) viene en un compartimento, con
la mujer extrafia y Rosaura no quiere
verlo.
—Oh, ya no puedo mas, no puedo
mas... y ahora dejame, te lo pido por lo
que mas quieras... dejame y volvé con
todas alla que yo me voy a casa.
-— Pero m’hija, no querés que te aban-
done asi en ese estado, yorando como una
perdida?
—Si, por lo que mas quieras, dejame.
¢Qué potente sugestion ha hecho obe-
decer a Carmen?
El chiflido de la locomotora anuncia la
partida. Carmen retorna hacia la estacion.
Los hierros comienzan a sonar y bufa
la maquina sus grandes penachos veneno-
sos sobre Lobos, en jadeante esfuerzo de
partida. El tren va a continuar su viaje
de desconocido a desconocido, de hori-
zonte a horizonte.
Entonces la pequefia Resaias, vencida
por una locura horrible, grita, llora, des-
pedazando en los dientes convulsos de
dolor sobrehumano, frases incomprensi-
. bles: nie como una mariposa mavens
ligera lanzase a correr entre la sweetest
infinitud de los rieles, los brazos hacia
adelante en una ofrenda inutil, clamando
el nombre de Carlos, por quien es una
voluptuosidad morir asi, en el camino que
lo lleva lejos de ello para siempre.
—jCarlos!... jCarlos!...
El férreo estrépito se aproxima. Nada
son para la veloz victoria del tren sonan-
te, los gritos de una pasion que supo lle-
gar hasta la muerte.
—jCarlos!...
Y como una pluma ligera y blanca, cede
paso la fina figura despedazada en su mu-
selina floreada, a la indiferente progre-
sion de la maquina potente y ciega, para
cuyo ojo ciclopeo el horizonte no es un
ideal. x

FIN
SIETE CUENTOS
\ N : 1h,

ee
DIALOGOS Y PALABRAS

Una cocina de peones: fogon de cam-


pana, paredes negreadas de humo, piso de
ladrillos, unos cuantos bancos, lefia en un
rincon, .
Dando la espalda al fogon matea un
viejo, con la pava entre los pies chuecos
que se desconfian como jugando a las
escondidas.
Entra un muchacho lampifio, con paso
seguro y el hilo de un estilo silbandole
en los labios.
Pablo Sosa. — Guén dia, don Nemesio.
Don Nemesio. — Hm.
Pablo. — iSta caliente el agua?
Don Nemesio.—M... hm...
Pablo. —j; Sta giieno!
Fl muchacho lIlena un mate en la yer-
bera, le echa agua cuidadosamente a lo
largo de la bombilla, y va hacia la puerta,
: pordonde escupe para ‘afuera los buches
de su primer cebadura.
Pablo (desde la puerta). — jSabe que
esta lindo el dia pa ensillar y juirse al
pueblo? Ganitas me estan dando de pedir-
oon

le la baja al patron.. Mira qué dia de fiesta


pal pobre, arrancar biznaga’e el monte en
dia domingo. ;No sera pecar contra de
- Dios?
Don Nemesio.—iM...hm?
Pablo. — ;No ve la zanja, don? j Cuidao
no se comprometa con tanta charla!
“Quejarse no es de gtien cristiano y pa
nada sirve. A la suerte amarga yo le jue-
go risa, y en teniendo un gtien compafiero
pa repartir soledades, soy capaz de creer-
me de baile. ;Ne asi? ;Vea! Cuando era
boyero e muchacho, solia pasarme de vicio
entre los maizales, sin necesida de dir pa
las casas. ;Tenia un cuzquito de zalamero!
Con él me floreaba a gusto, porque no
sabiendo mas que mover la cola, no habia
caso de que me dijera como mama: “Anda
buscate un pedazo e galleta, ansina te en-
llenas bien la boca y asujetas el bolaceo”’
ni tampoco de que me sacara como tata,
zapatiando de apurao, pa cuerpiarle al lon-
jazo.
“El hombre, amigo, cuando eh’ alegre y
Eacan entre ates io.su ici
mente fuerte para ser oido: |ees
po vdeD indino y descomedido -

“chill como a los mates.


Don Nemesio, eae rabicaeie |chuec
ante el vacio que dejo la pava, sonrie para
a! ‘mismo, con sonsonete de duda: -
ESTA NOCHE, NOCHEBUENA...

Pensaba laboriosamente, penetrado por


la cargazon atormentada del aire.
Al llegar a la tranquera, donde como
de costumbre cruzaria los brazos para
desconsolarme hacia las tristezas de la
seca, dejé mi mano resbalar por la lisa
madera humedecida de bruma. Una gota
cayO dura y fresca sobre mi mufieca, y
el trueno rod6 como una sucesion de ro-
tundas esferas sonoras cayendo alla.
Engafios conocidos, tormentas de vera-
no que pasan irresolutas a pesar de las
cabulas con que se les pretende atraer:
dejar descubierta la parva, no entrar el
coche, y si alguien habla de lluvia, echarse
el chambergo a la nuca y reir incrédula-
mente.
No hice caso, pues, de aquella gota,
caida posiblemente por equivocacion, en
+

lugar tan poco frecuentado


por sus simi-
lares, y recordé el dia memorable comen-
zado sin anuncios de cohetes, ni dianas,
pero memorable a pesar de todo. Era 24
de diciembre, por gracia de Dios, y segtin
indicacion de los almanaques; el dia de
mafiana seria Navidad durante todo el
dia.
—;Mal haya tiempo bruto!... ;Tidfi-
lo! ata el surqui y acomodate, que vamos
al pueblo.
Cuando subi al escaso asiento, la tor-—
menta habia pasado, a pesar de lo de la
parva, y afligido de mi cotidiano malhu-
mor, detallé por centésima vez la congoja
de los campos yermos.
Los animales aparecian enormes y de-
masiado numerosos, producianse mirajes
con frecuencia, apartando un trozo de
horizonte o colgando un puesto lejano en
el aire.
Creyérase ver correr el viento sobre las
lomas: tanto reververaba el sol en fugaces
ondas vibratorias, simulando estremeci-
mientos de no sé qué dolor pampeano. Re-
molinos de polvo disparaban en pequefias
trombas por el campo ardido, y si acerta-
ban a pasar entre las casas, haciendo ges-
ticular risiblemente las ropas colgadas,
Oe Pie ands hojas j yegajos con ‘rumor de ra-
-faga dafiina, viejas y chinas se santigua-
ban musitando temblorosas: Cruz, diablo,
para acorazarse contra las influencias
del maligno.
Igual a lo demas, este dia memorable
e incognoscible entre los otros, a no ser
la certeza de los almanaques infalibles:
;24 de diciembre! Quien no supiera la fe-
cha ignoraria de seguro que aquella noche
habria “Misa de Gallo” a las doce (me-
dianoche en punto) para celebrar el
acontecimiento mas cristiano de nuestra
Era.
Asi pensando, destartaladamente llegué
a las primeras casas del pueblo. Ya era
hora: la sombra de nuestro carruaje tem-
blequeaba muy larga, ridiculizandonos en
un estiramiento desmedido; endurecianse
luminosas las fachadas de los edificios es-
clarecidos de sol poniente; a nuestras es-
paldas, el astro se degollaba contra el filo
del horizonte con grandes charcos de
carneada... :
Miré el reloj. Tenia justo el tiempo
para comer en la fonda e ir luego a lo de
mi resero Priciano Barragan, que ya con
anticipo, me invitaba a rezar un rosario
en sit rancho esa noche memorable de ie
Navidad.
La Seeceidad nocturna solo lost
apesadumbrar el calor insoportable...
Habiase vuelto a formar la dichosa
‘tormenta, convertida en perpetua ame-
naza irrealizada, y solo por el compro-
miso. contraido no segui el callejon hasta
la estancia, y me detuve, tras un ligero
desvio, en lo del viejo Priciano.
Saludé con recato, no queriendo, como
un moscardon grosero, romper la telarafia
hecha para atrapar bichos mas pequefios.
Las almas parecian estarse entretejien-
do en vuelos, mientras los labios agitados
por frases sacras se removian como os-
tras atacadas de limon. ( :
Estaba la vieja Graciana, madre de mi
tropero; Elisea y Goya, sus hermanas;
Prosperina, su mujer; Mamerto, Rosaura
y Numa, sus entenados; tres visitas para
mi desconocidas,y la negra Ufrasia, mas
popular en el pueblo queel reloj del cam-
panario.
Todos me entregaron gravemente sus
manos fofas y frias, como sapos desma-
yados.
Busqué un lugar donde espaldarme, con
desconfianza de jabali, y me le aparié al
duefio de casa, con un banquito petiso apo-
Pry
yado contra el muro de barro cuyo blan-
queo se desprendia en grandes cachos.
Recién pude mirar, sin ser objeto de
observacion, el centro de aquella ingenua
y devota escena campera. t
Un Nifio Jests de cera, apenas colorea-
da, volviase transparente a la luz de seis
amarillentas velas de sebo, colocadas en
la orilla de la mesa. Alrededor de la ima-
gen santa, amontonabanse sin curiosidad
una vaca de palo, diminuta, una lanuda
oveja de juguete y un enorme burro de
celuloide, que no me era desconocido.
Aquel acomodo tan sin artimafias, en
el cual sdlo los simbolos tenian valor, me
produjo una de esas piadosas emociones
de ternura excesiva.
Entretanto el silencio era el silencio.
Ufrasia inicio un Ave. Obedecimos,
porque asi lo mandaban las ya divinas
manitas del Nifio Dios, tendidas en un
ruego hacia alla arriba, arriba, arriba.
Después dijimos tres veces el Pater, y la
negra pronuncio una oracion para el caso
especial festejado esa noche.
Tregua y silencio y contemplaciones, y
almas que oran y labios que cuchichean.
Estaba yo muy cansado, y un suefio
plomizo se me colgaba de los parpados,
‘sin que pudiera disimular la expresion
bovina que me adivinaba. 7
i Cudnto tiempo paso asi?
Don Priciano roncaba a cabezazo in
pio; la viejita Graciana sesteaba de a pu-
chos con sobresaltadasiincorporaciones ; de
la maciza Elisea casi veiase la nuca: tan
agachada se desvencijaba hacia el medio.
de sus rodillas apartadas; Goya, reclinada
en el muro, abria tamafia boca; los demas
luchaban con coraje, haciendo de cuando _
en cuando resonar las cuentas de sus ro-
sarios colgantes de las mufiecas, y la ne-
gra oraba siempre con menudo chispo-
rroteo de labios habituados al rezo.
Traté de eliminarme en lo oscuro para
no pelear mas contra el suefio todopode-
roso, cuando un flaccido acompafiamiento
de pies descalzos me obligd a mirar hacia
la puerta.
Las brasas del fogon anochecian bajo-
la ceniza.
; Un escuerzo!
Casi hablé fuerte; pero reprimi la ex-
clamacién sorprendido por los ojos pas-
mados de Ufrasia, que me hacia sefias de
callar. Por no sé qué extrafia coinciden-
cia, también los demas despertaron, y
abismados |por una comun gdivincietbee de
algo extraordinario, permanecimos inmo-
viles.
La inmunda bestia viscosa, de panza
purulenta y lomo intensamente coloreado
en redondeles violetas y vetas verdinegras,
dettivose perpleja como esperando el man-
dato. Tuve una sensacion de congoja,
previendo cosas sobrenaturales. Avanzo
el escuerzo con brusca resolucion: saltd
cuatro o cinco veces con vigorosos dis-
tendimientos de sus patas traseras, en li-
nea recta hacia la mesa sagrada.
“Un milagro!’, previo la voz ronca
de la negra Ufrasia, y como acicateado
por aquella reflexion, el infecto batracio
fué, en un salto mas largo y pesado, a
dar con todo el cuerpo contra una de las
patas de la mesa que sostenia la inmovil
imagen del Nifio Dios.
Prorrumpimos en conjunta exclamacion
de terror; creiamos presenciar, en redu-
cidas representaciones, una escena biblica.
La mesa tambaled al golpe; una de las
velas emplazadas en la orilla titubeo, pa-
recid sostenerse como una pequefia y ar-
diente torre de Pisa, y finaliz6 por caer,
chorreando su hirviente sebo, justo en la
cabeza y el lomo del infernal escuerzo que,
Wie?
peter Eee Speier ee Dine oe : oe sh asad a Bee A < cy ;

_heridoy ciego por la ardiente ebullicion __


de la grasa, rompid a saltar en derrota
hasta el fogon dormido. Alli concluyé
todo: las brasas se desnudaron cuantio-—
sas e igneas, cayo la bestia confundién-_
dose en pasajera nube de ceniza, chirrid —
la grasa, sond la panza, hinchada de fu-
ria con estampido de cohete, y un largo
silbido maligno subrayOo la muerte de la
innoble encarnacion diabdlica.
En lejano rumor, llegé del pueblo una
ascension de campanas. ;Hosanna! ;Ho-
sanna! ;Cristo naciO para la redencién del
mundo!
En el medio del fogén, de un bulto ne-
gruzco surgia carbonizada una pata, de
donde, placida, se desprendia una llama
inverosimilmente azul.
Extrafia transfiguracién nos poseia, y
entonces, confiado en la exhortacion de
mis ruegos, formulé deseos ante aquel
Nifio de cera, capaz de hacer milagros:
“Acuérdate de la calamidad que agosta
a la tierra. Solo el hombre salva, porque
el don de lucha aguzo su inteligencia de
bestia superior y asi supo, por tus obras,
‘cavar pozos para siempre tener agua,
plantar sus alimentos y regarlos, cebar
los irracionales domésticos, para vivir de
a) |

96
— x

sus carnes... pero lo demas carece de tal


fortuna; para el campo, los arboles, las
aves, las flores, todo lo imposible de man-
tener artificialmente, la seca simboliza
muerte. Sea, pues, para ellos, tu piedad”.
Continuaba alla en lontananza la as-
cension de las campanas; la pequefia ima-
gen del Nifio milagroso, caldeada por la
proximidad de las velas y el aliento de
los animales en adoracion (propios para
mitigar el frio invernal de las Navidades
del Hemisferio Norte) comenzo a derre-
tirse.
Nadie, empero, se atrevio a intervenir,
y la cera, cayendo en estalactitas por la
orilla de la misera mesa de pino, hacia en
el suelo como grandes y extrafias flores
muy blancas.
POLITIQUERIA

Los situacionistas daban gran fiesta:


carne con cuero, taba y beberaje a dis-
crecion, visto la proximidad de las elec-
ciones. En cambio, los opositores care-
cian de tal derecho, y, con pretexto de
evitar jugadas prohibidas por la ley, las
autoridades obstaculizaban todo propdsi-
to de reunion.
En un boliche, a orillas del pueblo, jun-
~ taronse desde las once a.m. ios apurados
en retobar el buche. Los principales di-
jeron algunas palabras hostiles contra la
canalla opositora; canto un payador ver-
sos laudativos para el “cabeza del par-
tido”; jugdse a la taba para mal de mu-
chos, y se bebio, a perder aliento, en los
gruesos vasos turbios, salpicados de bur-
bujas cuya efervescencia detuviérase en
el enfriamiento del vidrio.
Con la luz diurna fuése la alegria in-
Donnas de rifia Gite la gente aoe pero
todo hasta entonces fué solo pasajera
sie alarma.
~~ Como podia seguir asi la calma? Es-
taba Atanasio Sosa, cargado de dos muer-
tes y muchos hechos de sangre; Camilo
Cano, mal pegador temido por la cruel-
dad, visible en sus pupilas sin mirada;
Encarnacion Romero, estrepitoso de pro-
vocaciones, y sobre todo, Reginaldo Bri-
tos, el bravo negro Britos, siempre dis-
puesto a pelear, inttil de bebida pero in-
volteable, resistente a las pufialadas co-—
mo una bolsa al calador.
éEl negro Britos?... Ni preguntarse
qué sortilegio podia mantenerlo en pie,
malgrado el centenar de mortales cica-
trices que hacian de su pellejo un entre-
vero de surcos claros e irregulares. Con-
tra él se ensayaban los novicios, contando
con la inseguridad de sus arremetidas,
pesadas de ebriedad tambaleante, que le
convertian en blanco seguro.
; Pobre negro Britos! Ya estaba ebrio,
y no salvaria de alguna funesta reyerta.
Hablabale yo, para distraerlo, de caba-
llos, arreos, trenzados o pagos lejanos,
sus cejas, slides eke, el:rincén exterior
de sus ojos, como dolorosos subrayados sae
de su frente cefiida por el lauro de un
gran tajo. ies
De cuando en vez comentaba con joco-
sa irrupcion mis decires, mientras pare-
cia abstraerse en previsiones de un he-
cho venidero. é
A nuestra espalda, remolined la gente —
y alzaronse las voces. Atanasio Sosa,
hinchadas las narices de una repentina
furia inexplicada, parecia contestar a una
agresion que en realidad no existia.
—j Me van a asustar negros grandotes _
porque se dicen duros donde encuentran
blanduras! ee
Columbré la alusion. Parado muy cer-
ca, en la rueda abierta en torno al malevo,
vi a mi pedn Segundo Sombra, mirando
con ojos que fingian sorpresa. El era,
sin duda alguna, el desafiado, y me apre-
suré, olvidado de Britos, a intervenir im-
pidiendo un cercano desenlace.
—A palos se soban las guascas du-
ras... —decia Sosa.
Don Segundo era hombre tranquilo;
haciéndose el desentendido, asentia fin-
giendo admiracion:
Mee Re aN 2 ai 3'sbases

—j Mia pucha!. Mo siempre dije que


usté era hombre malo... Pero seré cu-
rioso: gusté maniara la gente primero?
Los que se atrevieron a reir lo hicie-
ron a pasto. Sosa, en el fondo temeroso
ante Don Segundo, agregaba:
_ —jNo!... si yo s€por quien lo digo.
éComo fué? No sé decirlo; pero Sosa y
Britos se encontraban de pie, cara a cara;
mirandose a voltearse.
Sosa saco un revolver. Britos resbalo
un pequefio cuchillo de su vaina; el vacio
se hizo a su alrededor por miedo a las
balas, y —joh triste idea de borracho!—
Britos tomo del respaldo una silla, apun-
tando las cuatro patas hacia su enemigo,
pretendiendo escudarse con la esterilla
mientras avanzaba buscando un cuerpo
a cuerpo.
Y se consumo, en unos minutos de
asombrada inmovilidad general, la in-
munda cobardia.
Sosa lé enterraba sus plomos en el vien-
tre. Britos avanzaba en zig-zag, parado
en seco a cada choque de los proyectiles,
pero sin caer, chapaleando en su sangre
chorreante hasta la extincion de su vigor,
quedando atravesado sobre su silla, caida
- de_pie’ por mnikigto, como una res car-
neada.
- Hubo alboroto; vinieron se anton!
ee y un medico que revisé al caido, tras
prolijo examen, dijo: —;Este se muere!
Britos abrid los ojos, sonrid, y la pro-
nunciaciOn entorpecida de alcohol y ago-
nia respondio con lento enojo: —; Diez a
uno que no!
Pero no hubo mas: dada la gravedad
de cada boquete que le perforaba el cuer-
po, dijéronle moribundo, y se moriria.
Entonces las autoridades se miraron
con un mismo pensamiento: “Si éste des-
aparecia sin remedio, habria que salvar
al otro haciendo recaer en el proceso to-
das las culpas sobre Britos”’.
Asi fué; pero —joh inverosimil bru-
jeria!— Britos no queria morir y no mu-
rid, de modo que al encontrarse a plomo
sobre sus piernas todavia débiles, fué a
pagar con dos afios de carcel los balazos
que Sosa le pegara.
Nunca olvidé esta infamia, a la cual
habia asistido para mayor crecimiento del
odio que profesé siempre por los caudi-
llejos rufianescos de nuestros logreros
métodos politicos.
Pasaron los dos afios sin paliar mi eno-
~
erespondia del interior a 168 4
PB itOs, recién librado de Me ca
a
"-soneto en su clasica perfeccion.
Tenia un poco el fisico de Corbicts
;pero el genio se le habia muerto de ham-—
- bre en la cabeza piojosa. Yo lo vi hace —
poco, remontando la calle Corrientes a —
eso de las doce y media p.m., entre la_
-turba burguesa largada por cinematogra--
_ fos y teatros. Telésforo caminaba como-
_ do entre los empujones y codazos, porque
su mugre hacia en derredor un vacio de
" réspeto. La mugre es una aureola.:
Telésforo se detuvo para que bajara
Ende su lujoso automovil una familia grue- |
sa, puro charol, raso, pechera, escote y
joyas; y vidla desaparecer en el zaguan
iluminado sin mudar de expresién, es de-
% cir: con la boca blanda ligeramente aflo- —
jada en o sobre las desdentadas encias.
No hay que creer que pensaba; mucho ha rs
curo de esa desgracia, y sdlo miraba con
ineficacia de idiota, sonriendo a la luz, a
los trajes vistosos, a las caras rechonchas.
No recordaba tampoco su vida ni su pa-
sado. ;Qué edad tenia Telésforo? Telés-
foro tenia sesenta afios en treinta, pero su
estupidez actual lo simplificaba al rango
de recién nacido.
iTelésforo record6 que tuvo casa? No,
sefior. ¢Telésforo echo de menos su anti-
gua holgura? Tampoco, sefior.
é Telésforo arguy6 que el dinero amon-
tonado en algunas manos sale de otras?
Absolutamente, sefior.
Telésforo solo mantuvo con atento es-
fuerzo el vacio de su yo entre los labios,
como si fuese una moneda, y ni la sombra
de una idea titilo en su cerebro muerto de
injusticia. .
Sin embargo, hubiera podido, en estado
mas lucido, pensar en muchas cosas fren-
te a aquel coche parado frente al zaguan.
Telésforo Altamira habia tenido un pa-
sar que perdio por extremar su tendencia
a leer Shakespeare, Platon, Cervantes y
Dante, que no sirven para nada. Después
caso con aquella preciosa Elvira, que él
llamaba su querida hipoteca, y a quien
hizo tres hijos antes de que su amigo
fee Lucio le iden altee Denes bebid
Después se hizo borracho. Después per- |
did la dignidad, como dicen los carteles ©
antialcohdlicos, en las salas policiales que
conocid a consecuencia de aquel tajo in-
habilmente asestado al lado de la carotida ©
de su amigo Lucio. Después intimo con la
carcel, y por ultimo, con el vagar derrum-
bado del atorrante, que ya no necesita al-
cohol porque posee su incurable idiotez.
Pero estoy hablando de un cadaver. Te-
lésforo Altamira murid aquella célebre
noche de la nevada en Buenos Aires, y
isaben ustedes donde? En los umbrales
de la casa en que entro nuestra conocida
familia gruesa.
La digna sefiora se afectO mucho por
aquel extrafio suceso: un hombre que se
acuesta sano en un zaguan y se despierta
muerto. Por mi parte, habiendo sido con-
discipulo de Altamira en el colegio del
Salvador, el hecho me causo una lacrimo-
sa tristeza, tal vez por hermandad. Pero
un amigo mio, muy docto en psicologia,
dice que no vale la pena, y que toda la
historia de Telésforo Altamira no se debe |
sino a su falta de voluntad, siendo por lo
tanto él solo el culpable de su tragedia
sin interés.
Amén.
nos a las ocho de u mafiana.
En el interior, tres patios couseene
vos, idénticamente encerrados por aula
scuras.
_En el fondo, especie de jardin longita-
dinalmente acostado,y cuya espina dorsal
es una parra descortezada por los juegos. es
~ Cada hora, diez minutos de recreo vio--
a Chicos y grandes se llevan por delan-
te. Las peleas son pan nuestro demasiado —
breve: por intervencion del celador. Algo
como un remolino que espiralea fugaz- :
mente, para descentralizarse en desbande
Setuidoso de comentarios. : “4
Los menores tienen siete afios, los ma-
1 :
~-yores veinticuatro hasta veintiséis, y ha-_ mS
. cen grupo desdefioso, aparte del jugar i aS
_ fantil. Conversan de mujeres, son cefiu-_
ore dos, provincianos en su mayor parte, y
ft
ga
: de‘polvoi
ora. ;
~ Recuerdo. dos ae Rea ae
EI primero, Monsalvo —un gesto: pia
ae con wna ‘soguita a los muchachos
que salian de clase ‘ ‘puerta ajuera”’, de-
At ee
Caimos todos, y pagd sus ties
Zeon incontables protuberancias en la Cie
ra, que no lo corregian de lo que ch ila:
maba ‘su vicio”’ pee
El segundo, Pas. Indio sin retoque, :
de mirar ladeado, lampifio, hurafo, cuya ~
cabeza era mata de paja brava bafiada~
en “bleke”. Era empacadizo a la menor
_broma, vengativo, pero cobarde en la pe-
lea, tal vez porque no la concibiera sino —
a cuchillo. Los coscorrones se mellaban
contra su craneo pétreo.
Se celebriz6é cuando, por decreto guber-
nativo, una media docena de practicantes ~~
_ vinieron a vacunar la muchachada.
Pancho fué inencontrable; dormitorios,
pizarrones, altillos, letrinas, le sirvieron
para esconderse con maestria de “alzao”’.
Arrinconado un dia en la clase, se es-
paldo entre un rincén, agachando latesta ee
_erizada de cerda.

pw. a
Serra |
Potente marca:
== No ves, maula, que noes nada.
_ Respondiéme, con un reproche despre-

_ —A vos también te han Sefialacl Se:


La ofensa era suficiente, e iba a poner _
en accion mi puiio, que ya conocia el ca-_ .
-mino. ae
Oo —Estése usted quieto, Lara —ordend
el director—. Y luego, con voz mas stia-
ove: —Si Pancho va a venir, vaa compren- a
_der que no es nada, que no es nada mas _
que agujerearle un poco el cuero. a
Pancho mirolo curvo, como siguiendo |
da linea de sus pestafias. ks
—FEs que a mi no me va a agujerear
el cuero el que quiera, sino el que pueda. |

ws Aires, mayo de 1913.


CUENTO AL, CASO

_ Hace tiempo ya, un vecino de mis bue- A


- nos y queridos pagos trajo de provincias —
a Regino Sosa, que luego todos conocia-_
mos en la regién como gaucho neto y de- ©
; recho. es
Don Regino, que fué en sus tierras
natales resero y capataz de hacienda,
~ coneluyé dedicandose al primoroso oficio
de trenzar tientos y echar botones 0 bom- _
_ bas.
En su casa mestiza de rancho, anfi-|
; EP hente colocada entre campo y pueblo, — Z ¥

_ pasaba sus dias maceteando guascas o i

- Jonjeando cueros para sus obvas. larga-


mente preparadas en prolijos exordios.
_ Le acompafiaban dos cuzcos de pelambre
_bayo y nariz tostada, como los pancitos
con grasa, y un hijo mal venido al mun-
do, con su par de piernas esiraia :
age zambas.
: ee piernas de Regino chico eran, en
efecto, todo un caso; no presentaban, por
cierto, la incomprensible anomalia de
- “chuequiar p’ajuera”, vicio nunca visto
~en la poblacién gaucha, pero la curva de
‘sus extremidades inferiores aparecia tan
violenta que se les hubiera dicho amolda-
das en el lomo de un barril como los
~ sunchos, haciendo esto que las puntas de |
sus alpargatas se miraran de muy cerca_
con reciproca desconfianza.
A esa degeneracion fisica correspondia
otra moral. Reginito adoraba las cosas —
fragiles y hermosas para después con-
-vertirse en furioso iconoclasta de sus
propios idolos, y pregustaba en sus con-.
-templaciones el futuro estupro de sus
ideales. Su mania aguda fueron las bo-
tas, desde aquel dia en que vid un lu-
ciente par tan violentamente derechas en
la vidriera de la zapateria pueblera.
A la manana, a mediodia, a la tarde,
a la noche, oiase clamar por lo bajo el
monotono requerimiento del muchacho:
—Tata, tata..., hagame pueh’un par
de botas.
El viejo ya acostumbrado, se encogia
de hombros, respondiendo sin sacar la
vista de su trabajo:
cells: que lene de dea ee usa
_ do su correspondiente tramo de vida, en-
- contrdsele un dia volcado entre un mon- —
— ton de lonjas, como si su cuero esperara
sufrir alli la misma transformacién. El
_ hijo se encontro de pronto solo, y sufrid >
wor

la desorientacion de los perritos bayos —


que no tenian a quién obedecer. El ol-
vido vino, empero, para Reginito al en-—
‘contrar escondido, en una caronilla, el
flamante par de botas que el padre no
aleanzara a usar. A Reginito se le es-
tiro la jeta en una sensual sonrisa, y en-
tro en posesion de aquellas prendas vir-—
genes, gozandose en los crujidos del cue-
ro torturado por las brutales ee de
; _innoble osatura.
Mucho sufrid Reginito para quebrar la
_ nobleza de la Gina. pero no escatimo.
- yejaciones a su idolo, hundiéndolo en los
peores barrizales de los chiqueros, hasta
conseguir su esclavitud completa.
Hoy se cumple el decir del viejo: no |
solo las botas se han “enchuequido”’ lle-
nandose de innobles verrugones y gibas,
sino que las gallardas espuelas, en lugar
de ritmar con sus rodajas un altivo paso
rayando ‘el suelo de arafiones des- Jae
ae como crenchas de india vieja.
Pero Reginito goza. Cuando sus tor- —
pes trabajos le dan descanso, vuélvese a
la cocina, donde, sentado en un rincon
oscuro , se absorbe babosamente en la
: -adoracién de sus “pieses” calzados a gus- _
to. Y le sacude un paroxismo cuando su
- pesada comprensién comprueba que los
“chiches” codiciados por su belleza estan
—quebrados al molde de su repugnante ,de-
formidad.
Hay en nuestra historia un hombre de
- retorcidas intenciones, que. codicid las
_ prendas eubernamentales y llego a po-
seerlas.
Llévalas ahora puestas como Reginito _
las botas; y la Constitucion, a ejemplo de
- Jas espuelas, va envileciéndose tras el des-
-garbado andar de sus pies rastreros.
Hay que decirse que la antigua belleza
de aquellos atributos ha muerto, y es ne-
cesario comprender que ante la imposibi- |
lidad de limpiar lo definitivamente man- a
cillado, hay que crear una belleza nueva.
La Portefa, abril de 1918.

Lyra
ieSe
FABIAN TOLOSA

Fabian Tolosa se ha ido.


¢Por qué?
Hace cinco afios tuvo un pleito corto.
Lo habian golpeado.
Por segunda vez lo atacaron de atras,
con una horquilla. Se dio vuelta, cuchillo
en mano, y estaban tan cerca que la hoja
llamo al retirarse, un derrumbe de grasa
y tripas.
Era sincero, después, al defenderse. Lo
habian buscado cuando él nada queria de
peleas; ni bebia, ni usaba siquiera un vo-
cabulario imprudente.
Mala suerte en verdad.
Me empefié en sacarlo de la carcel.
Gran trabajo fué conseguirlo; los ami-
gos se amparaban en el deber.
Ahora poco, Fabian ha renovado su
desgracia: cosa de mujeres. Habia encon-
trado un hombre donde uno no debe en-
— contrarlo. La mujer no seria suya,
era en su casa. : oe
No los mato por poco. nace
Sangre, hospital, prision. Una mal.
historia. Fabian se quedaba cono anes *

nadado ante su destino; él que ni bebia, a


gustaba pelear, ni usaba siquiera un voca- |
bulario imprudente. y
Movia a compasion su desesperanza. —
-Pudimos probar el atropello y la provo- —
cacion del muerto, al par que la honesti-_
dad y valia del preso. a
Ayer me dijo: ies
—Me estan dentrando ganas de dirme, ae:|
patron. “5
' —¢Por qué? Nadie te reprocha tu ma-_ :
la suerte. a
—FE's la segunda, patron; y no se dira
que Tolosa 10 va a comprometer la ter-
cera.
Se ha ido. La mujer, que sano en el1
hospital, también. 4
éQué significa todo esto? =a
tolps —me pregunto— era un ino- —
PEt
anya
cente forzado por los hechos, o dejaba en
la ocasion, que se le alargara la mano? a
Me puedo cansar preguntandomelo.
Lo cierto es que deja dos eee
Pienso criarlos.
115
Cuando sean grandes, inquietados por
gente malévola, querran tal vez saber si
su padre era un desgraciado o un ase-
sino.
Y tendré que explicarles, de modo que
en ellos no queden dudas, lo que yo mis-
mo no sé.
Tenia una cara apacible, hablaba muy
poco y era fuerte como un alambre en
el trabajo.

La Portena, mayo de 1924.


INDICE

Pag.
Noms Ereliminar 080. scrs so. ds ROE 7
DORE eee. s o's aslo ow vie via oe as eee 13

SIETE CUENTOS

Pielosos-y palabras 2... 6.0663.


.dss cen 85
Hsta noche, Nochebuena... ............. 88
POUT UCTI At ors sao Nene . . ao a ae 97
Telésforo Altamira.»........ SR ARE (here 103
OOO a hoe conde oe as inl Le ee 106
BPOnT ORAL. CASO ~. a's aeparce «5 cat eae ae 109
Pilots! GLOSAt ess aera y oe hactrene c ae 113
RICARDO GUIRALDES

ROSAURA Y
SIETE CUENTOS

EDITORIAL LOSADA. S. A.
BUENOS AIRES.
2 o Ls

Authr GUiraldes,.R..
Class No PQ TI97.G1
>. Ae

Accession Now 2-231 Ou...

RICARDO GUIRALDES
Nacid en Buenos Aires, en 1886, y murio en
Paris, en 1927. De 1915 datan sus primeros libros:
El cencerro de cristal, temprana manifestacién de
las corrientes poéticas que diez afios mas tarde
_lograrian tanto favor, y Cuentos de muerte y de
sangre. De ahi el papel de precursor y maestro
que asumié Giiiraldes al frente de la nueva ge-
‘meraciOn argentina hacia 1925. Poeta minorita-
rio, novelista impresionista 0 poematico, con
Raucho (1917) y Xaimaca (1923) su destino era
' sin embargo el de llegar a ser un gran autor
popular, sin pérdida de sus mas genuinas y per-
sonales cualidades. Ello lo consiguid con la apa-
ricion de Don Segundo Sombra (1926) sefialada
inmediatamente como una obra maestra, como la
suprema culminacion de la literatura gauchesca
en prosa. Rosaura —cuya primera edicidn apa-
recid en 1922— es un libro practicamente desco-
nocido por los actuales lectores de Giiiraldes. De
ahi el interés que ofrece esta nueva edicién, au-
mentada con .algunos cuentos pdstumos de. no
menor belleza e interés.

EDITORIAL LOSADA, S.A.


ALSINA 1131 © BUENOS AIRES
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