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UVAS
Autor: Morris Venden
Año: 1986
Edición, formato: Nicolás Bertoa
jesusyyo.com
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UVAS ......................................................................................... 1
Introducción ........................................................................... 4
Capítulo 1: La vid verdadera .............................................. 6
Capítulo 2: El labrador......................................................... 9
Capítulo 3: Los pámpanos ................................................ 11
Capítulo 4: Dos clases de pámpanos ............................ 13
Capítulo 5: Ya vosotros sois limpios .............................. 15
Capítulo 6: Permanencia................................................... 19
Capítulo 7: Permanencia en la vid .................................. 27
Capítulo 8: Fruto abundante............................................34
Capítulo 9: Nada podéis hacer ....................................... 37
Capítulo 10: Las tijeras de podar..................................... 50
Capítulo 11: Fruto genuino ............................................... 66
Capítulo 12: El fruto es un don ........................................ 74
Capítulo 13: Pedid lo que quisiereis ............................... 79
Capítulo 14: Dos clases de permanencia ...................... 95
Capítulo 15: Se requiere tiempo .................................... 101
Capítulo 16: El texto que no existe ............................... 106
Capítulo 17: Amigos de Dios .......................................... 108
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INTRODUCCIÓN

La vid produce fruto porque es una vid, nunca con el


fin de llegar a serlo. Los sarmientos de la vid se llenan de
uvas porque están unidos a ella, nunca para llegar a estar
unidos. Jesús usó la analogía de la viña para enseñarnos
una trascendental lección espiritual. Cristo fue el mejor
maestro que el mundo haya conocido. La sencillez de su
enseñanza y los métodos que empleó, deben imitarse en
la actualidad Su doctrina la dirigió al común de la gente.
Vino a anunciar las buenas nuevas a los pobres. Se
acercaba a la gente en el lugar donde estaba, y hacía la
verdad clara y sencilla para que todos pudiesen
comprenderla. Nadie necesitaba acudir al diccionario para
encontrar el significado de sus palabras. Su mensaje de
verdad era profundo, pero transmitido en un lenguaje
sencillo. Ninguno de sus oyentes tuvo que consultar a los
eruditos, a fin de captar su enseñanza. Al estudiar en el
capítulo 15 del libro de Juan, la enseñanza de Cristo acerca
de la viña, nos hallamos ante la sencillez del mejor Maestro
que haya existido jamás.
En nuestros días, abundan los diálogos y discusiones
sobre los temas teológicos. Muchos se encuentran
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inquietos, desesperados y confusos. Debemos caminar por


la viña con Jesús, escuchar la sencillez de sus enseñanzas,
y vivificarnos espiritualmente.
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CAPÍTULO 1: LA VID VERDADERA

«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el Labrador»


(Juan 15:1)
¿Se ha detenido usted alguna vez a contemplar una
vid? No me refiero a hacerlo durante el verano cuando está
en pleno follaje. Más bien pienso en ella, en la época del
invierno, cuando se puede ver la enredadera. ¿La
encuentra usted hermosa? No, es fea, ¿no es cierto?
Cuando sus ramas ya no tienen hojas, se puede apreciar la
enredadera misma con su color negruzco, nudosa y
retorcida como si nunca más pudiese volver a la vida.
Nos hace recordar al Ser de quien se dijo que era
como raíz de tierra seca. Algunos cuadros y tallas
medievales representan a Cristo en forma simple y poco
atractiva. Para muchos no despiertan ningún atractivo. Sin
embargo, recordemos que la belleza de Cristo era interna
y no externa. Isaías 53:2 dice: «Verlo hemos, pero sin
atractivo para que lo deseemos».
«¡Sólo una madre podría amarle!» Quizás hayamos
conocido alguna persona que nos causó esa impresión,
cuando la vimos por primera vez. Pero conforme fuimos
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tratándola mejor, descubrimos, para nuestra sorpresa, que


realmente era una persona atractiva. ¿Le ha ocurrido
alguna vez algo semejante?
De modo que cuando meditamos en la Vid, y
concentramos nuestra atención en ella, no pensamos en
alguien que posee belleza exterior. Meditamos en Aquel
que posee belleza interna, vinculada con la fuente celestial.
En la analogía del Antiguo Testamento, Israel era la
viña, pero resultó una viña estéril. Aquí surge una nueva
aplicación, una nueva interpretación de la viña, a través de
las palabras de Cristo registradas en este capítulo.
Los hijos de Israel eran considerados como el pueblo
de Dios, pero uno de sus problemas radicaba en el hecho
que se sentían seguros únicamente por su conexión con
Israel. La aplicación moderna es para los que consideran a
la iglesia como la viña, y que creen que la certidumbre de
la vida eterna consiste en afiliarse a la iglesia, o tener su
nombre en el registro de ella. Es por eso que estas palabras
de Jesús son tan oportunas: «Yo soy la vid verdadera» (Juan
15:1). Quitemos nuestra atención de la iglesia, para que
podamos comprender debidamenteesta parábola, y
podamos aferramos firmemente a la Vid verdadera que es
Jesucristo.
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Hay otro aspecto interesante en la viña que Jesús eligió


para ejemplificarse a sí mismo, y su relación con su pueblo.
Una vid es una planta dependiente. No puede sostenerse
por sí sola. Es cierto que las ramas dependen del tronco,
pero la vid, a su vez necesita apoyo o soporte. Jesús vino a
mostrarnos cómo apoyarnos en otro ser. Así como Él se
apoyó en su Padre, nosotros debemos apoyarnos en Él.
Una vid no recibe mucha gloria, reconocimiento u
honor. La vid en sí no es atractiva. Pero provee la conexión
a la fuente de nutrición de las ramas, y resulta interesante
descubrir que, durante la primavera y el verano, cuando
despliegan todo su follaje y con los brillantes colores de
otoño, las ramas lucen más hermosas que el tronco mismo.
La vid es un símbolo más del Ser que no labró una
reputación para sí mismo, sino que tomó la forma de siervo
y se dispuso a servir a los demás, antes que atraer la
atención hacia sí mismo.
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CAPÍTULO 2: EL LABRADOR

«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el Labrador»


(Juan 15:1)
¡A Dios le deben gustar los jardines! Cuando creó
nuestro mundo, colocó a Adán y a Eva en un jardin. Aún
después de la aparición del pecado y cuando la tierra
empezó a producir espinas y cardos, el hombre debía
trabajar en el jardín. Aparentemente, esta era la forma más
eficaz, para que Dios alcanzara a la humanidad caída.
A través del Antiguo Testamento, se continúa
haciendo énfasis en el huerto. A los justos se los llama
«árboles de justicia, plantío de Jehová» (Isaías 61:3). La
santidad se compara con «árboles plantados junto a
arroyos de aguas…, que producen su fruto en su tiempo
(Salmo 1:3). Como ya hemos notado, a Israel se lo comparó
con una viña. Dios, como nuestro pastor, nos promete
guiarnos a lugares de delicados pastos, junto a aguas de
reposo (Salmo 23). Según la profecía, Cristo vino a este
mundo para «subir cual renuevo» (lsaías 53:2). La promesa
de la tierra nueva, como el hogar de los hijos de Dios, se
nos presenta en Isaías como un lugar donde «plantarán
viñas y comerán el fruto de ellas» (Isaías 65:21).
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Cristo vino para revelarnos la identidad pasada,


presente y futura del Padre. A menudo comparó a su Padre
con un labrador. En la parábola de la higuera estéril, Él es
quien plantó el árbol en su viña. (Véase Lucas 13.) En Mateo
21:33, el Padre es quien «plantó una viña, la cercó de
vallado, y cavó en ella un lagar y edificó una torre, y la dio
a renta a labradores, y se partió lejos». En Mateo 20, el
Padre contrató los labradores por un denario al día, para
trabajar en la viña.
Debe haber algo profundamente significativo que
podemos aprender de nuestro Padre celestial, al
compararlo con un labrador. El uso frecuente que hizo
Jesús de la analogía del jardín, nos indica la importancia de
conocer a Dios. ¿Cuál es la función de un labrador? ¿Cómo
se relaciona con las plantas en su huerta? ¿Qué métodos
emplea para obtener los mejores frutos? La paciencia, la
perseverancia, el cuidado incansable, la esperanza de la
cosecha, todo esto nos muestra cómo es Dios, y cómo se
relaciona con sus hijos. Contemplémosle en la parábola de
la viña del capítulo 15 de Juan, porque Dios es el labrador.
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CAPÍTULO 3: LOS PÁMPANOS

«Yo soy la Vid, vosotros los pámpanos» (Juan 15:5)


Jesús y sus discípulos iban rumbo al Jardín del
Getsemaní. Acababan de terminar el servicio de comunión
en el aposento alto, y compartido el pan y el vino de la
última cena. Allí Jesús lavó los pies de sus discípulos,
moviéndolos a todos a una relación más estrecha con Él,
excepto a uno, Judas, quien salió de la cena rumbo al sumo
sacerdote, para cerrar el trato de la entrega de su Señor.
En su avance hacia el jardín, Jesús y sus discípulos
pasaron junto a una vid, que se veía claramente con la luz
de la luna. En esta última analogía antes de su crucifixión,
Jesús trató una vez más de mostrar a sus discípulos, la clase
de relación que debían tener con Él, lo que debían hacer
para vivir la vida de fe que Él había tratado
denodadamente de inculcarles, durante los últimos tres
años y medio.
Jesús les dijo: «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos».
(Versículo 5).
¿Cuál es la función del pámpano?
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Un pámpano cumple una de dos funciones. Si está


unido al tronco, produce mucho fruto; si no está unido al
tronco, se marchita, de modo que se lo corta, y se lo echa
al fuego para que se consuma.
La parábola de Juan 15 se aplica básicamente a los
pámpanos. ¡De hecho, la Vid la dio a los pámpanos! Por lo
tanto, si somos los pámpanos, esta parábola se dirige a
nosotros, de modo que debiéramos buscar muy de cerca
su significado.
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CAPÍTULO 4: DOS CLASES DE


PÁMPANOS

«Todo pámpano que en mí no lleva fruto, le quitará; y


todo aquel que lleva fruto, le limpiará, para que lleve más
fruto» (Juan 15:2)
Notemos que la parábola alude a dos clases de
pámpanos. Una de éstas no lleva fruto. ¿Significa esto, que
es posible que haya un pámpano ligado a la vid, pero que
no lleve fruto? Precisamente eso es lo que el texto dice, y
no «todo pámpano que pretende ser un pámpano»,
tampoco afirma «todo pámpano que simplemente tiene
conexión con la iglesia». Sin embargo, dice: «Todo
pámpano que está en mí».
Es posible estar en Él y no llevar fruto, por lo menos
durante poco tiempo. Quizás Judas es el mejor ejemplo de
esto. Por medio de Cristo tuvo la capacidad de levantar
muertos, sanar enfermos, y echar fuera demonios.
Mantuvo una relación temporal con Cristo, pero no llevó
fruto y fue quitado. Observemos quien lo quitó. Fue él
mismo. Esa fue su propia decisión, y no un acto arbitrario
de Dios.
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Una persona puede llegar a ser cristiana, experimentar


una conversión genuina, estar en la Vid (Cristo), pero no
permanecer en esta posición, ni cultivar la relación o
cumplir con la entrega absoluta, es decir, no llevar fruto y
ser cortado.
Pienso que hay muchas personas que se han
convertido y luego han apostatado, no porque nunca
hayan estado convertidas, sino porque fallaron en captar el
mensaje de esta parábola. Fallaron en permanecer en
Cristo. Esta parábola tiene mucho que ver con el concepto
de «una vez salvo, siempre salvo». En resumen, es posible
ser pámpano, y luego separarse de la fuente de fortaleza
espiritual.
La segunda clase de pámpano es la que lleva fruto.
Esta permanece unida a la vid, y el fruto brota en forma
natural. Juan 15:2 descnbe esta clase de pámpano, cuando
dice: «Todo pámpano que lleva fruto, lo limpiará, para que
lleve más fruto». Más adelante analizaremos el proceso de
limpieza, pero lo importante es que el pámpano lleve fruto.
¿Desea usted, amigo lector, producir uvas? ¿Quiere ver
en su vida los frutos del Espíritu? Entonces esta parábola es
para usted. Esta es la parábola de los pámpanos que llevan
fruto.
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CAPÍTULO 5: YA VOSOTROS SOIS


LIMPIOS

"Ya vosotros sois limpios por la palabra que os he


hablado" (Juan 15:3)
¿Qué significa ser pámpano? Esta parábola fue dada a
los discípulos que se habían iniciado ya en la vida cristiana.
Dios dejó en nuestras manos, la decisión de ser o no ser
pámpanos unidos a la Vid.
En el versículo 16 hay una frase interesante, en la cual
Jesús afirma: "No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os
elegí a vosotros; y os he puesto para que vayáis y llevéis
mucho fruto". La aplicación primaria recae en los discípulos
a quienes Él escogió como apóstoles, para que cumpliesen
una misión especial en la iglesia apostólica. La Palabra de
Dios indica que hasta a Judas lo eligió (Juan 6:70), a pesar
de que Judas se unió al grupo por acción propia. Dios
siempre es el que inicia el gran plan de salvación.
La oveja perdida no busca al pastor. El pez en el mar
no va a la orilla para que lo pesquen. El pastor es quien sale
a buscar y el pescador quien va a pescar. Todos somos
elegidos por Dios, gracias a su propia iniciativa. La forma
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como respondemos a su elección es el factor determinante


de nuestra elección.
No olvidemos que cada uno de nosotros está
destinado a ser salvo, eternamente salvo, a menos que
rechacemos y despreciemos la oferta divina. Los que
rechazan esa oferta, pasan por un sinnúmero de
dificultades, presentando resistencia en todas formas.
Efectivamente, Dios nos ha escogido y estoy agradecido
por ello. ¿No se siente usted, amigo lector, agradecido por
el hecho de que el gran Labrador nos eligió a cada uno
para salvarnos? Esa es parte de las buenas nuevas del
Evangelio.
¿Qué ocurre cuando respondemos a su elección? Aquí
tenemos las ramas secas, marchitas, ramas silvestres, como
las llama Pablo en Romanos 11:17, que se injertan en la vid.
Por supuesto, la analogía de Romanos 11 es la del olivo, de
modo que, al mezclar estas metáforas, tendremos la rama
de un olivo silvestre injertada en una vid. A primera vista
parece imposible. Pero como lo indica Pablo en Romanos
11:24, este injerto es antinatural, de ahí que no debemos
tratar de equiparar las analogías. Va contra las leyes
naturales, y ese es uno de los milagros del plan de
salvación.
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¿Quiénes son esas ramas de olivo silvestre? Son las


almas muertas en pecados y transgresiones. Eso es lo que
somos, y recibimos vida a través de la conexión con Cristo.
Es mediante la fe en Él, nuestro Salvador personal, como
se inicia esta unión entre el pámpno y la Vid. ¿Siento la
necesidad de un Salvador? ¿He aceptado a Cristo en forma
personal? Si es así, estoy en la Vid.
Esta conexión inicial con la Vid es lo que los teólogos
llaman justificación. Es la ocasión cuando comparecemos
ante Dios, como si nunca hubiésemos pecado. Los
discípulos, a quienes Jesús dirigió la parábola, se hallaban
en esa posición. ¿Cómo lo sabemos? Por lo que registra
Juan 15:3: "ya vosotros sois limpios por la palabra que os
he hablado".
Poco antes, los discípulos habían estados discutiendo
y argumentando, sin el menor deseo de humillarse, y lavar
los pies unos a otros. Pero al cumplir con ese deber, Jesús
se humilló a sí mismo, y eso conmovió sus corazones.
Ahora podía decirles: "Sois limpios". No poseían un buen
registro; sin embargo, no era indispensable que vivieran
varias semanas de conducta ejemplar, antes de alcanzar el
perdón. Él les dijo: "Ya sois limpios". ¿Nos gusta el sonido
de esas palabras? Él nos limpia tan pronto como acudimos
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a Él. Y no sólo eso, los discípulos todavía no eran perfectos


ni maduros, y no estaban inmunizados contra el pecado, ni
las caídas o fracasos. Pocas horas después, abandonaron a
Jesús y huyeron. Uno de ellos lo negó. Todos se
avergonzaron de su relación con Él. Su fe fracasó
miserablemente en el momento de la prueba.
Pero Jesús, aunque ya sabía todo lo que ocurriría, y
hasta los había prevenido de los acontecimientos, pudo
decir: "Ya sois limpios". Él los aceptaba como pámpanos de
la Vid. No tenían que dar fruto primero, pero gracias a la
conexión con Él, el fruto vendría como resultado.
Por lo tanto, esta parábola de Juan 15 es para los que
se inician en la vida cristiana. Es una parábola para el
pámpano que crece, el cristiano que se desarrolla, que
busca llevar fruto hoy.
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CAPÍTULO 6: PERMANENCIA

«Estad en mí, y yo en vosotros» (Juan 15:4)


Al leer el capítulo 15 de Juan, descubrimos que la
palabra «permanencia» es una palabra clave. ¿Cuál es el
significado de permanencia? Si consultamos una
concordancia bíblica, para hallar todos los pasajes que
contienen la palabra permanecer o permanencia, pronto
descubriremos que·significa nada menos que perseverar,
aferrarse a algo. El concepto básico de la parábola de la
vid y los pámpanos es que si se nos invita a permanecer es
porque ya hemos llegado a un punto determinado; eso es
lo que ya ocurrió. No hay razón para insistir en que alguien
permanezca, si aún no ha llegado. En realidad, en Juan 15
no se habla mucho del hecho de acudir primero a Cristo.
Más bien se enfatiza el acto de permanecer en Él. El acto
de casarse es tan importante como el hecho mismo de
permanecer casado. Tan importante es acudir a Cristo
como permanecer en Él. Esta es la preocupación de Jesús
revelada en sus palabras de Juan 15. Allí encontramos
evidencia clara, de la forma en que opera nuestra facultad
de elección en la vida cristiana.
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Me atrevo a afirmar, apoyado en los relatos e


investigaciones de muchos casos, que la mayoría de las
personas que se han unido a la iglesia, y han gustado las
maravillas de la gracia redentora, no han perseverado en
ella. La gran mayoría han permitido que el enemigo las
corte gradual, lenta e imperceptiblemente del
conocimiento y la emoción de la gracia divina. Tales
personas han sustituido el proceso de permanecer en la
Vid, por el de permanecer en la viña (la iglesia) o
permanecer en otros pámpanos (otras personas).
Notemos que en Juan 15 Jesús no habla de
permanecer en la iglesia. No es suficiente permanecer en
compañía de otros creyentes, y sin embargo esa es una de
nuestras trampas. Podemos aparecer externamente unidos
a Cristo, y sin embargo no tener ninguna conexión vital con
la Vid. De ese modo, no habrá crecimiento ni fruto. Puede
existir una aparente unión con Cristo, una profesión
religiosa, pero no una unión verdadera con Dios mediante
la fe. Los que no llevan fruto para la gloria de Dios, son
pámpanos falsos, y demuestran que no permanecen en la
Vid.
Quizás lo más cerca que hemos estado al proceso de
injertar, es haciendo trasplantes en nuestro jardín. ¿Lo ha
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hecho usted alguna vez, amigo lector? Es posible


trasplantar varias clases de plántas, muy parecidas, en el
mismo vivero; aplicando las mismas técnicas, hasta donde
nos es posible usar el mismo método. Algunas plantas
florecerán, pero otras morirán. Al momento del trasplante
todo se mira igual. Parece como si cada planta se hubiera
enraizado en su nuevo ambiente. Sin embargo, después de
poco tiempo, de algunas lluvias y un poco de sol,
empezamos a descubrir las plantas que sobrevivirán y las
que no. ¿Cuál es la diferencia? Unas han establecido la
conexión con el suelo, otras no.
¿De qué manera permanecemos en la Vid? ¿Cómo
podemos mantener esa conexión con Cristo? ¿Hemos
decidido usar nuestros propios medios para subsistir, no
una vez, sino diariamente? Una planta que ha sido
trasplantada puede vivir muy poco tiempo dependiendo
de sí misma. Porque a menos que obtenga las sustancias
nutritivas que hay en el terreno, sus propios recursos se
agotarán, y entonces morirá. ¿Es nuestra comunión con
Dios, nuestra máxima prioridad, o más bien tratamos de
hacer las cosas que agradan a Dios?
Analicemos el significado más profundo de la
permanencia en Cristo. «Estad en mí, y yo en vosotros».
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¿Qué significa eso de estar Cristo en uno, o uno en Cristo?


Sin lugar a duda, se refiere a una relación muy estrecha.
Eso es lo que quiere decir Jesús, cuando dice: «Permanece
en la relación que iniciaste cuando me aceptaste por
primera vez como tu única esperanza. Mantén esa relación
conmigo».
Es posible -de hecho, es lo más comón-, que la
relación entre el siervo y el amo no sea tan estrecha; tal vez
sea distante. Puede ocurrir que la relación del empleado
con el patrón no contenga los elementos del respeto
mutuo. Es muy posible también que la relación entre
alumno y maestro sea superficial. Sin embargo, una
relación íntima ocurre sólo con personas muy especiales en
nuestra vida. Es por eso que la analogía de Jesús en cuanto
al matrimonio y su iglesia es muy apropiada. Cuando
hablamos de una relación que permanece en el marco de
esta parábola, estamos hablando de una relación muy
íntima de amor. No puede haber una relación íntima de
amor, a menos que exista plena comunicación y
camaradería. Jesús nos dice: «Permíteme conocerte, no
sólo quiero que entres en contacto conmigo, sino que
permanezcas en mi». ¿Nos interesa eso?
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Alguien puede decir: «Pero ese es un asunto de obras.


Enfatizar la continuidad de nuestra relación con Cristo, es
simplemente legalismo». Así es para quien todavía no ha
agotado todos sus recursos; cualquier cosa, incluyendo
esto, puede resultar en un proceso de vivir por obras. La
persona que depende todavía de la conexión con la viña,
o con otros pámpanos (hasta del pastor de la iglesia, ¡y por
favor no cometamos ese error!) hallará que el énfasis
colocado en la permanencia en la Vid es un proceso de
vivir por obras. Esto es cierto. Pero una vez que la persona
descubre el amor y la bondad de Jesús, como lo demostró
durante su vida y muerte, y capta una vislumbre de su
cuidado por cada uno de nosotros, se convencerá que
permanecer en Él, es un privilegio y un alto honor. Para él,
el estudio de la Biblia y la oración no son aburridos, sino
una maravillosa oportunidad.
Volvamos al jardín, y pensemos si el dejar las plantas
de rosas en el suelo, de donde pueden obtener las
sustancias nutritivas que allí se encuentran, es poner
nuestra confianza en las obras. Imaginémonos a un
jardinero, que dice: «Dejar una planta en el suelo es un viaje
por la senda de las obras. Algún día plantaré mis plantas
en el suelo cuando lo crea conveniente. No me someteré
ahora a esa pesada rutina. En algunas ocasiones, llevaré
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conmigo mis rosales y los tendré conmigo todo el día.


Quizás en otra ocasión, simplemente colocaré las plantas
en el estante de los libros y las dejaré allí. Otras veces las
tiraré a la grama. Y las abandonaré allí con sus raíces al aire.
Finalmente, cuando crea que es apropiado, las volveré a
plantar en el suelo». ¿Cuántas rosas brotarían bajo tales
circunstancias?
Vale la pena notar, que cuando Jesús empleó la
palabra permanencia en las instrucciones a sus discípulos,
mediante esta parábola, estaba señalando el punto donde
realmente deben recaer nuestros esfuerzos y elecciones.
En cierta ocasión, se acercó a mí un alumno, para
decirme cuán frustrado se sentía por las dificultades de vivir
una vida cristiana. Simplemente, no se sentía capaz de
ordenarla ¡Pero no somos nosotros los llamados a
ordenarla! La verdad es que el esfuerzo y la voluntad para
vivir la vida cristiana, resultan muy sencillos: «Permaneced
en mí -dijo Jesús- «, en continua y permanente comunión».
Ese es el secreto.
¿Cómo lo logramos? No debemos caer en la trampa,
de pensar que, para mantener una relación con alguien,
debemos tratar de hacer lo que le agrada. Esa no es la
forma de permanecer en relación con alguna persona.
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Colosenses 2:6 nos da una clave: «De la manera que habéis


recibido al Señor Jesucristo, andad en Él». Andamos con Él,
tenemos comunión con Él, permanecemos en Él, de la
misma manera como le recibimos ini~ente. ¿Cómo le
recibimos al principio?
«Por las obras de la ley, ninguna carne se justificará
delante de Él, porque por la ley es el conocimiento del
pecado» (Romanos 3:20)’. No recibimos a Cristo
originalmente a través de las obras de la ley.
«Empero al que obra no se le cuenta el salario por
merced, sino por deuda. Pero al que no obra, pero cree en
aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia»
(Romanos 4:4-5).
En primer lugar, aceptamos a Cristo y así nos unimos
a la Vid, no para tratar de producir buenas obras que
realcen nuestro valor, sino aceptando su gracia como un
don todopoderoso. De ninguna manera debemos pensar,
que el hecho de aceptar su gracia no envuelve obras. La
gran mayoría de pecadores ha descubierto que es muy
dificil ir a Cristo; sin embargo, esa es una obra diferente a
las obras a las cuales se refiere Pablo. El apóstol no
pregona una religión sin esfuerzo, que no demanda nada.
Nos recuerda la realidad del esfuerzo que esto implica. Las
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obras, si queremos usar esa expresión, consisten en admitir


que no estamos capacitados para hacer algo en nuestro
favor, sino que acudimos a Jesús para aceptar su gracia.
En Juan 15, Jesús nos indica en qué dirección debemos
enfocar nuestros esfuerzos. Nunca nos pide que nos
esforcemos por llevar fruto, sino que nos muestra cómo
permanecer en Él. Y si elegimos estar en Él, el fruto es el
resultado natural y espontáneo de esa unión.
Por lo tanto, la parábola define la pregunta en cuanto
a dónde debemos fijar nuestro esfuerzo. No obstante,
muchos hemos peregrinado largamente tratando de hacer
todo lo demás, menos permanecer en esta íntima y
estrecha relación de amor.
Para todos los que hemos estado ocupados haciendo
todo lo demás, Cristo vuelve a extendernos hoy su
amorosa invitación: «Estad en mí, y yo en vosotros».
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CAPÍTULO 7: PERMANENCIA EN LA VID

«Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo,


si no estuviera en la vid; así ni vosotros, si no estuviéreis en
mí» (Juan 15:4)
En cierta ocasión mi esposa y yo trajimos a casa una
planta del vivero. Se desarrollaba muy bien en su macetero
y pasó algún tiempo sin que la trasplantáramos. Pero
empezó a crecer tanto, que el macetero no podía
contenerla, de modo que escogí otro sitio, sin el
asesoramiento de mi esposa, y la planté allí.
Como resultado de haberla puesto en un lugar
equivocado, tuve que sacarla y trasplantarla de nuevo a
otro lugar. Pero no me gustaba mucho su apariencia en
ese otro sitio, de modo que volví a sacarla y la trasladé a
otra parte. ¡La planta comenzó a verse deteriorada! Ni bien
sus pequeñas raíces comenzaban a aferrarse al suelo,
cuando el jardinero venía y la sacaba. Un día la noté muy
decaída, sus hojas marchitas y cayéndose.
Al estudiar la parábola de la vid, nos damos cuenta que
no es plantar, arrancar y volver a plantar lo que permite a
la vid dar fruto. Aunque el pámpano esté unido a la vid,
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todavía hay un proceso de crecimiento. Esto puede


causarnos perplejidad, puesto que la mayoría de nosotros
sabe que, aunque elijamos permanecer con Cristo, nuestra
falta de madurez sale a relucir a menudo, y con tristeza
descubrimos que la tarea no ha concluido. ¿Se ha sentido
alguna vez así, amigo lector?
Primero aceptamos a Cristo por fe en Él, como nuestro
Salvador personal. Es así como se inicia la conexión con la
Vid. Igualmente es la manera de sostenerla. Cuando
aceptamos a Jesús lo hicimos porque reconocimos el amor
de Dios y la verdad del Evangelio. Y es así como la conexión
se mantiene, no sólo al comienzo de la vida cristiana, sino
como una continuación. El justo vivirá por la fe. Somos
justificados en primer lugar al aceptar su gracia; nos
mantenemos en Él solamente por fe. (Véase Hebreos 10:38;
Habacuc 2:4; Romanos l :17). El justo ha vivido siempre por
fe. No es fe, más esto o aquello, sino exclusivamente por la
fe.
Reviste la mayor importancia saber que Jesús no
coloca la responsabilidad de nuestras obras, o llevar fruto,
sobre nosotros. Es cierto que debemos llevar fruto, pero
eso se logra sólo por fe. El pámpano no puede llevar fruto
por sí mismo, si no está en la vid. Pero si está en la vid,
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llevará mucho fruto. El fruto es el resultado natural de estar


en Cristo.
Algunos nos hemos maravillado al comprender que el
Evangelio, y la forma como él obra en la vida cotidiana, es
tan sencillo, tan simple que hasta los niños lo pueden
entender. Y estas son buenas noticias. Por largo tiempo
muchos hemos abrigado la idea de que debíamos hacer
una parte del trabajo por nuestra cuenta. Confiamos en
Cristo para el perdón de los pecados, pero luego tratamos
de vivir en Él, por nuestro propio esfuerzo. Ese es un
callejón sin salida. Todos los fracasos de los hijos de Dios
se deben, no a la falta de esfuerzo penoso para llevar fruto,
sino a la falta de fe y confianza en Él. Y es mediante la
Palabra de Dios y la comunión con Él, como nace la fe.
Recordemos al hombre que transitaba por un camino,
llevando una pesada carga sobre sus espaldas. Otro
hombre que conduce su carruaje tirado por un caballo lo
alcanza y le invita a subir. El caminante observa que el
caballo se ve cansado y el carro luce pequeño, de modo
que decide dejar la carga atada a sus espaldas,
simplemente porque no le parece justo que el conductor y
su caballo lleven su carga.
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Otro hombre aborda un barco que navega por el Río


Misisipi. Ha comprado pasaje para un viaje de cuatro días,
pero ha traído consigo unas galletas y un poco de queso
para comer, pues no tiene medios para comprar su
alimento a bordo. A la hora de cada comida, mientras
todos van al comedor, él se esconde detrás de una
chimenea y se alimenta de sus galletas y su queso, hasta
que se le ponen mohosos y siente que va a morir de
hambre. Repentinamente, alguien lo descubre y le dice:
«¿Qué te pasa? Cuando pagaste por el pasaje también
pagaste por todas las comidas. Ven y come con nosotros».
Aceptamos la gracia de Dios y decimos: «¡Qué
maravilla! Él ha hecho provisión para salvarme
eternamente en el cielo. Ahora, tengo que llevar mi carga»
y nos doblegamos bajo el peso de la tarea. Él nos ha
invitado a la cena de bodas del Cordero para gozarnos con
Él, y nos parece que debemos llevar nuestra propia comida.
Aceptamos su Evangelio todopoderoso como un regalo y
nos emocionamos por eso, pero esa emoción palidece,
porque no logramos ver que, al caminar y mantener
nuestra comunión con el Señor, actuamos dentro del
mismo método, el mismo proceso. Nos mantenemos con
la ansiedad de añadir algo y así se convierte en un proceso
penoso para nosotros, no sólo para acudir a Jesús, sino
31

también para permitirle que lleve nuestras cargas, nuestros


pecados, nuestros fracasos, y que nos dé el poder para
obedecer, que tanta falta nos hace. Pasamos por alto el
hecho de que el Señor quiere darnos la obediencia y la
victoria como sus dones.
La permanencia en la Vid no ocurre de una manera
automática. Cristo la concede como una súplica, un ruego,
un mandato, si así queremos llamarla. «Estad en mí»,
separado de la vid, el pámpano no puede sobrevivir. «Así
tampoco ustedes, si no permanecen en mí», dijo Jesús. Es
únicamente a través de la constante comunión con el
Señor, como crecemos. Ningún pámpano llevará fruto si
sólo está unido ocasionalmente a la vid. La unión debe ser
permanente. El pámpano tiene que estar en la Vid.
Nos referimos a una comunión con Cristo cada día,
cada hora. Es nuestro el privilegio de mantener esa
comunión como una forma de vida. ¿Cuánto tiempo
hemos dedicado esta semana, a la comunión con Dios? ¿Es
nuestra comunión con Jesús algo intangible para nosotros?
Esa es la misma unión vital presentada en Juan 6, a través
de la exhortación de comer su carne y beber su sangre.
Juan 6:63 nos da la clave: «Las palabras que os he hablado,
son espíritu y son vida». Por lo tanto, es por medio de la
32

Biblia y la oración por las cuales permanecemos en el


Señor; y si no estamos en Él, no llevamos fruto y seremos
arrancados.
Una comunión continua no requiere que estemos
hablando siempre. Orar sin cesar significa una unión
ininterrumpida con Dios. ¿Ha viajado usted con su familia
por muchos kilómetros sin decir una palabra? Pero a pesar
del silencio se experimenta la compañía y la comunión.
Nuestros mejores amigos son aquellos en cuya compañía
podemos sentimos cómodos estando aun en silencio. Esa
es la clase de comunión que debemos sostener con Cristo,
nuestro mejor amigo. Habrá ocasiones cuando nuestra
comunicación será directa, mientras que otras veces
simplemente experimentaremos la alegría de estar juntos,
trabajar juntos, viajar juntos.
¿No es verdad que debemos considerar un gran
privilegio el hecho de comunicarnos con el Rey del
universo? Puedo ver claramente a los dos hombres que
caminaban rumbo a Emaús. Un extraño los alcanza. Sus
corazones arden dentro de su pecho. Pero se ha hecho
tarde cuando finalmente llegan a casa, así que le dicen al
forastero: «Quédate con nosotros». Esos hombres
33

respondieron a Jesús, a pesar de ignorar quién era el


misterioso personaje. (Véase Lucas 24).
Amigo lector, se está haciendo tarde. Todas las señales
así lo indican. Ya desciende la noche sobre el mundo.
¿Desea unirse usted a aquellos discípulos que
respondieron a la invitación de Jesús de «permanecer en
Él?» ¿Por qué no se une a ellos diciendo: «Ven, quédate
con nosotros»? Él siempre está dispuesto a hacerlo y lo
volverá a hacer porque anhela estar con nosotros ahora y
siempre.
34

CAPÍTULO 8: FRUTO ABUNDANTE

«Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que habita


en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto» (Juan 15:5)
El fruto es uno de los fenómenos más naturales y
espontáneos que observamos en una vid y sus pámpanos.
Si queremos cosechar uvas, no necesitamos trabajar en la
producción de ellas. Muchos lo han tratado, y han
producido uvas de plástico. Una vez mordí una de esas
uvas por equivocación, y me sentí chasqueado.
Exteriormente se ven atractivas, pero eso es todo. Nadie
puede producir uvas legítimas aparte de la vid.
¿Qué representan las uvas? «Llenos de frutos de
justicia, que son por Jesucristo, a gloria y loor de Dios»
(Filipenses 1:11). Notemos que antes que todo, los frutos
son frutos de justicia, y en segundo lugar, los frutos son
para la honra de Dios. Y por supuesto, Gálatas 5:22-23
habla de los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, tolerancia,
etc.
De modo que las uvas son los frutos de justicia, y la
justicia es natural en el pámpano que está unido a la Vid
verdadera. Este razonamiento nos lleva a la premisa básica
35

de la parábola. Una vid produce uvas porque es una vid,


no para llegar a ser una vid. «El Salvador no invita a los
discípulos a trabajar para llevar fruto. Les dice que
permanezcan en él» (DTG 631). De ahí que el esfuerzo en
la vida cristiana es en el área de la conexión, nunca en la
del fruto. Se dirige hacia la comunión con Cristo, hacia la
permanencia en la Vid, nunca hacia el acto de generar
justicia. Enfatiza la comunión con Cristo, jamás el acto de
esforzarnos por ser buenos. Según la declaración de Jesús
mismo, la parábola de la vidd y los pámpanos es una de
esas verdades sencillas, que nunca envejece.
Muchos temen que al concentramos en el esfuerzo
diario encaminado a mantener la relación con Cristo,
negamos el valor del fruto o nos oponemos a él.
Consideran que al no batallar para llevar fruto no lo
producirán. Sin embargo, no es así. ¿Cuál será el resultado
según lo manifestó Jesús? Llevará mucho fruto.
¿Desea usted, amigo lector, llevar mucho fruto?
Entonces desvíe su atención del fruto y concéntrese en
permanecer en la Vid. Ese es el único método para
producir fruto verdadero, justicia genuina, correcta
obediencia para la honra y gloria de Dios. ¿Uvas plásticas?
Las tales no glorifican a Dios. Por el contrario, exaltan al
36

individuo. Una iglesia laodicense es rica en uvas de plástico,


pero está en quiebra absoluta de justicia. Las uvas de
plástico son las peores que se puedan hallar. Entonces,
¿que no haya uvas? Según Apocalipsis 3:15, esto sería
preferible. ¿No es eso lo que dice? «Ojalá fueses frío o
caliente». Aparentemente el Señor abriga mayores
esperanzas de salvarnos cuando no hay uvas, que cuando
las hay, pero de plástico (la justificación propia).
Pero en nuestra conexión con la Vid, por medio de la
comunión con el Señor, en el proceso de permanencia en
Él, recibimos la capacidad para lograr el objetivo. Entonces
descubrimos el secreto de llevar fruto genuino, en
abundancia. Puesto que esto sólo es posible por la acción
divina en nosotros, “tanto el querer como el hacer por su
buena voluntad” (Filipenses 2:13), sólo el Señor recibirá el
crédito. Toda la gloria y la alabanza serán para Él.
37

CAPÍTULO 9: NADA PODÉIS HACER

«Yo soy la vid, vosotros los pámpanos. El que está en


mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto, porque sin mí, nada
podéis hacer» (Juan 15:5)
Algunos se asustan ante una religión en la cual no
tienen que hacer nada. Este versículo de Juan 15 casi parece
estar diciendo eso:» Sin mí, nada podéis hacer». El versículo
comienza con uno de esos «Yo soy» tan usados por Jesús.
Vale la pena investigar esas declaraciones en los
Evangelios. Las mismas nos dicen que Jesús era más que
hombre. Si cualquier otro se ufanara en decir: «Sin mí, nada
podéis hacer», sería el colmo de la arrogancia. Esas
palabras revelan claramente que Jesús era más que
hombre. Bien sabemos, si nos hemos dedicado a estudiar
sus palabras, que, aunque Jesús vivió como hombre,
hablaba como Dios. Esta es una de esas ocasiones.
La expresión salió de los propios labios de Jesús, una
declaración que por lo regular aparece escrita en letras
rojas en las ediciones de la Biblia que destacan las
declaraciones de Jesús. Notemos sus palabras: «Yo soy la
vid, vosotros los pámpanos». Yo soy la vid. Vosotros no sois
la vid. Sois pámpanos, y «sin mí, nada podéis hacer».
38

Recordemos que Jesús dirigió esas palabras a sus


discípulos, a 11 de ellos, cuando acababan de abandonar el
aposento alto para dirigirse al Getsemaní. Les habló de la
clase de fruto que brota en la vida cristiana. No se refería a
la clase de fruto producido por una persona que ganase
un millón de dólares gracias a su sagacidad. No se refería
tampoco a la persona que puede hacer brillar su nombre
en avisos luminosos o que puede hacerlo aparecer en los
titulares de periódicos o revistas, mientras Dios le concede
el aliento vital. Jesús no se dirigía a los escépticos, infieles y
ateos. Su auditorio era la iglesia, sus discípulos sus
seguidores. Estas consideraciones tienen gran importancia
en el tema del fruto. Según lo dicho previamente, este es
el fruto de la justificación (o de justicia).
Con esto en mente, destaquemos los puntos más
sobresalientes de este versículo. En primer lugar, cuando
Jesús dice: »Sin mí, nada podéis hacer», aunque se lo
anuncie negativamente, es también positivo. Porque en Él,
todo es posible. (Véase Filipenses4:13). Por lo tanto, hay
esperanza al actuar.
Tan cierta como la salvación y la certeza de la vida
eterna, es la esperanza de quienes se someten a Jesús. Él
puede realizar sus propósitos al reproducir su vida en ellos
39

y hacer que lleven mucho fruto. Hay esperanza de una


cosecha, de resultados definidos aquí, y ahora, en la viña
del Señor. Dios mismo quiere ver fruto. Él anhela ver la
cosecha, los resultados fructíferos. Y aunque la salvación no
es el resultado de nuestras acciones, ahora, a causa de esta
gran salvación, deseamos actuar en gratitud hacia Aquel
que nos ha salvado.
No hace mucho conversaba con un vecino acerca de
la misión cumplida por Jesús, y cómo nuestra salvación y
destino eterno fueron asegurados totalmente en la cruz. Él
me preguntó: «¿Cuál es entonces, el propósito de la
santificación? ¿Qué propósito cumple vivir la vida
cristiana?»
¿Tiene un propósito el fruto? Con frecuencia cuando la
gente oye las palabras de Jesús: «Sin mí, nada podéis
hacer», no las entienden y piensan que no necesitan hacer
nada. No, el fruto es muy importante. Examinemos
brevemente cuatro razones fundamentales que muestran
la importancia del fruto.
1 – El fruto revela a otros quién es el Labrador. Mateo
5:16 afirma: «Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras buenas obras, y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». Al llevar
40

fruto, exhibimos el amor y poder de Dios ante otros, y así


son atraídos a Él. Llevar fruto es uno de los métodos
predilectos de Dios para atraer a otros a la viña, a la Vid
verdadera. ¿Desea usted, amigo lector, que otros disfruten
de la conexión que usted tiene con la Vid? Entonces tendrá
sumo interés en llevar fruto, como testimonio a ellos. El
fruto atrae a otros a la Vid.
2 – El fruto da gloria y honra al Labrador Y a la Vid.
Salmo 23:3 dice: «Me guiará por sendas de justicia por
amor de su nombre». El resultado de nuestras buenas
obras, nuestra justificación, nuestro fruto, que Él produce
en nuestra vida, es que el nombre de Dios es glorificado.
¿Y no le parece que el deseo de glorificar a Dios, es razón
suficiente para llevar fruto?
3 – El fruto resulta en forma natural de la conexión con
la Vid. Jesús afirma que el buen árbol produce buen fruto.
(Véase Mateo 7:17). Santiago declara que una fuente pura
produce agua potable (Santiago 3:11). Elena G. de White,
en «El Deseado de Todas las Gentes», página 621, nos dice
que cuando conozcamos a Dios como es nuestro privilegio
conocerle, el pecado nos será aborrecible.
Para un corazón regenerado el fruto tiene valor,
porque está en armonía con los gustos, apetitos,
41

inclinaciones y deseos transformados. El fruto es atractivo,


hermoso y deseable. Como resultado de la unión con la
Vid, no sólo llevaremos fruto, sino hallaremos que éste es
precisamente lo que más anhelamos. Este fruto es
importante porque encaja bien con nuestros valores, con
los pámpanos que están unidos a la Vid verdadera.
4 – Somos salvos para llevar fruto. A veces nos
preocupa tanto la salvación misma, que nos olvidamos de
qué somos salvados. Somos como los caballos que acaban
de ser rescatados de un establo en llamas. Tan pronto
como se los suelta, corren de vuelta al establo. O al igual
que los presos liberados de la cárcel, que vuelven a sus
celdas. Semejantes a náufragos que tan pronto como son
llevados a la orilla, corren de vuelta a las revueltas
profundidades.
No debemos olvidar que salvación significa ser
salvados de algo. Parece tan elemental que es casi un
insulto decirlo. Pero no somos salvados del pecado para
que sigamos pecando. Somos salvados para llevar fruto,
cumpliendo así el doble propósito de nuestra creación y
redención.
Por lo tanto, en Juan 15 hallamos las bases mismas de
la enseñanza de Jesús, la esperanza continua de una
42

cosecha, el objetivo de ver el fruto en la viña, la gloria de


Dios y la felicidad de la humanidad.
En estos versículos se nos recuerda que es posible vivir
sin Él. De otro modo, ¿por qué habría de tomarse Jesús la
molestia de recordarles a sus discípulos, que sin Él, nada
podían hacer? ¿Qué significa vivir sin Él? Bueno, no quiere
decir vivir sin Él, en términos de vida, salud y fuerza. Se
refiere a la unión estrecha y a la comunión constante entre
el pámpano y la Vid. Es posible, dicho de otro modo, vivir
como un simple miembro de iglesia, ser un seguidor a
distancia, estar en la viña, por así decirlo, sin que exista una
unión y comunión con el Salvador. Jesús nos previene de
esta situación cuando dice: Permaneced en mí, estad en
mí. Manteneos en relación y fraternidad conmigo.
Una de las razones por las cuales resulta fácil vivir sin
Él, es nuestro falso concepto de lo que es el fruto. Leamos
la lista de Gálatas 5:22-23, «El fruto del Espíritu es amor,
gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza; contra estas cosas no hay ley».
Notemos que todas son cualidades del hombre interior. No
se refiere tanto a la conducta, realizaciones o acciones, sino
a las virtudes internas del corazón.
43

El fruto no es un asunto externo. En los primeros


versículos de Gálatas 5, se describen las obras de la carne,
y allí ocurre todo lo contrario, las mismas son mayormente
transgresiones externas, aunque aparecen una o dos: la
envidia y el enojo, que pertenecen a la vida interior.
Los frutos del Espíritu no se limitan a las
manifestaciones externas de la conducta, sino a los
motivos, sentimientos y actitudes íntimos. Si esto no nos
resulta claro, entonces nos engañaremos a nosotros
mismos creyendo que llevamos fruto al realizar buenas
obras. Si una persona decidida puede realizar buenas
obras exteriormente, la misma podría llegar a pensar que
está en la Vid cuando en realidad está muy lejos de ella.
Al hablar de los frutos de justicia, hablamos de los
frutos de Jesús, pues la más notable definición de justicia
es Cristo mismo. No poseemos la justicia, y la tan pronto
como hablamos de justificación, irremediablemente
tenemos que referimos a Jesús, el único que vivió sin
contaminarse con el pecado.
No es de sorprenderse que en la parábola, Jesús una
los pámpanos con la vid de una manera tan estrecha, al
decir: «Sin mí, nada podéis hacer». La persona misma no
puede producir el fruto. Nunca lo daremos porque nos
44

esforcemos en producirlo, pues sólo el Espíritu puede


hacerlo aparecer espontáneamente como resultado de la
unión con la Vid.
El amor es el fruto del Espíritu, nunca de una persona.
La única fuente de amor es el Señor Jesucristo mismo. La
paz es fruto del Espíritu. La paz no viene a través de una
conferencia cumbre o reuniones de paz; por lo menos no
la paz genuina y duradera. Una cosa es que Irán e lrak
suspendan sus hostilidades bélicas mutuas, debido al
agotamiento de sus recursos, al cansancio de la batalla y
por darse cuenta de que no hay esperanza de ganarla, y
otra muy distinta es esperar que se amen mutuamente.
El gozo tiene que ser espontáneo, no algo que
luchamos por sentir o experimentar. Sólo Cristo puede
producir los frutos del Espíritu: Amor, gozo, paz, tolerancia,
y todos los demás. ¿No es acaso una gran noticia para
nosotros saber que es un privilegio ser cristianos, que
vivimos junto a la Vid verdadera, y que poseemos los frutos
del Espíritu de una manera natural y espontánea? Estas
buenas nuevas, son para hoy, para este siglo XX.
Algo más que podemos observar en esta referencia
bíblica es que si no estamos en Cristo, aunque seamos
45

discípulos, o profetas como Balaam, terminaremos


fracasando. Nuestra producción será nula.
Quizás seremos perdonados si dedicamos un poco de
nuestro tiempo a la iglesia. Cuando hablo de la iglesia no
me refiero a la dirección de la misma. Es el individuo el que
conforma el cuerpo de Cristo. Usted, amigo lector, es la
iglesia. Yo soy la iglesia. Es posible para la iglesia hoy, tal
como lo dijo Jesús en relación con la iglesia apostólica,
terminar en completo fracaso. Una iglesia puede exhibir
crecimiento estadístico, una hermosa arquitectura, o
conferencias de profundo valor intelectual; sin embargo,
existen enormes catedrales vacías en nuestro mundo, y a
menos que Jesucristo sea el centro focal de la iglesia, ésta
fracasará. Esa es una de las razones por las cuales todavía
estamos aquí.
¿Qué es el cristianismo sin Cristo? Nada más que un
club o una cofradía. Podemos creer que la vida de Jesús es
hermosa y que su ejemplo y principios éticos están por
encima de todo reproche. Pero ¿qué acerca de Cristo
como el centro focal? ¿Qué pasaría si exaltásemos a Jesús
como supremo Ser, de tal manera que cuando nos
moviéramos entre cristianos, el tema fuera Jesús, y
solamente Jesús?
46

El cristianismo sin Jesús es como pan sin harina. En la


actualidad, se hace pan sin muchas cosas: sin azúcar, sin
aceite o sal. ¡Pero es bien dificil hacer pan sin harina!
Cuando consideramos la fe cristiana, si Jesús no es
exaltado, la falla es evidente. Y cuántas veces hemos
fracasado, cuántas veces le hemos olvidado y por eso el
resultado final es un fracaso.
Los cristianos pueden congregarse en reuniones,
retiros y convenciones. Incluso hemos aprendido a
expresar las palabras adecuadas. Pero el fracaso resulta
obvio en nuestras realizaciones. «Sin mí, nada podéis
hacer». Sin Él, sin la unión y comunión con Él, podemos
hablar mucho, planear intensamente, discutir sin cesar,
pero no llegamos a nada en cuanto al fruto se refiere.
Estas consideraciones nos llevan a nuestro punto 4:
Debemos llegar al punto en el cual admitimos que sin Él,
no podemos hacer nada y someternos entonces a la Vid.
Es entonces cuando la cruz aparece en escena. Al dejar de
hacer ciertas cosas, decimos que nos hemos rendido. Pero
rendirse es más que renunciar a ciertas cosas, es damos a
nosotros mismos. Romanos 9 presenta el cuadro trágico
del pueblo de Dios. El versículo 31 afirma que Israel se
esforzó por llevar fruto, pero no lo logró. Sin embargo, en
47

el versículo 30, un grupo que no había luchado por llevar


fruto, sí lo logró. ¿Cómo nos explicamos eso? Un grupo
buscó llevar fruto no por la fe, o por su unión con la Vid,
sino en su propio esfuerzo. Romanos 10:3 dice que ellos,
ignorando la manera divina de producir fruto y ansiosos de
producir sus propios frutos, no se sometieron a sí mismos
al fruto cuyo origen es Dios, o la Vid misma. Para todo
aquel que entra en contacto con la viña, Cristo es el fin del
anhelo de producir uvas fuera de la viña. (Esta es la
«Paráfrasis Revisada de Venden»).
Cuando Cristo llega, toca a su fin nuestro afán de
producir fruto separados de la Vid. Al ver nuestra condición
y la futilidad de nuestros intentos para llevar fruto fuera de
la relación personal y la unión con Cristo, llegamos a la
conclusión de que hemos fracasado, no importa cuán
luminosos sean los informes que podamos presentar
acerca de un buen programa adelantado por la iglesia, la
retención del interés en las reuniones, aún de los niños, la
estabilidad financiera o el magnífico servicio a la
comunidad.
La iglesia como un todo y nosotros como individuos
debemos admitir el fracaso y desistir del empeño de
producir nuestro propio fruto. Debemos doblar nuestras
48

rodillas, como Pablo, y admitir que el bien que intentamos


hacer; no resulta. Sólo cuando comprendamos esta verdad
podremos comprender el significado de la verdadera
conexión con la Vid.
Cuando Pablo dijo en Romanos 7:18: «Porque tengo el
querer, pero efectuar el bien no lo alcanzo», no se refería
a las obras externas. En Filipenses 3 hace una descripción
de sus éxitos en las obras externas. Seguramente que él no
tenía de qué avergonzarse en ese punto. Pero Pablo había
logrado una vislumbre del fruto verdadero, de las gracias
interiores. Es por eso que dobló sus rodillas y exclamó:
«Tengo que aceptar que he fracasado sin Cristo; no puedo
producir fruto, no puedo hacer nada». Por lo tanto,
vayamos a un encuentro con el Señor allí mismo,
rindiéndonos completamente a Él, en la viña, conscientes
de nuestra necesidad. Clamemos la gracia que viene de lo
alto.
Es animador percibir esa vislumbre que allí se describe.
Si fuera de Cristo sus seguidores no podemos lograr nada,
entonces sus enemigos y oponentes tampoco podrán
lograr hacer algo. Sin Jesús, aquellos que se oponen a la fe
cristiana, a la iglesia remanente de Dios, harán menos que
nada. Estas también son buenas noticias.
49

Hace algunos años entró a un templo un enfermo


mental. Vociferó e insultó desde el pasillo central. Gritó al
predicador y echando espuma por la boca amenazó con
derribar el edificio. Y se dirigió a una de las columnas
centrales para derribar el templo, como Sansón en la
antigüedad. Los concurrentes se alarmaron, hasta que por
fin uno de los feligreses, con toda calma dijo: «Déjenlo que
lo intente». Al oír eso, todos volvieron a sentarse.
La causa de Dios sigue adelante a pesar de todo lo que
se haga para detenerla. La causa marcha victoriosa, y ¿no
le gustaría a usted, amigo lector, marchar con ella? Sin Él,
nada podemos hacer, pero con el Señor todo es posible.
50

CAPÍTULO 10: LAS TIJERAS DE PODAR

«Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y


todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más
fruto. El que en mí no estuviere, será echado fuera como
mal pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en en
el fuego, y arden». (Juan 15:2)
Las tijeras de podar que Dios usa eliminan ya sea las
ramas sobrantes o toda la planta. El título de este tema
suena duro. Hay muchos que desean creer que todas las
vicisitudes, dificultades y problemas de la vida vienen del
diablo. Por supuesto que muchos de ellos se originan de
él. Pero aquí hallamos evidencia bíblica de que la disciplina
viene de Dios mismo, como parte del proceso
indispensable para nuestro crecimiento y producción de
fruto. Es mi deseo que aun en esto encontremos palabras
de esperanza y consuelo, ya que la intención de tales
palabras no es causar ansiedad. Estas declaraciones de
Jesús son las de un Hombre moribundo, y no sólo un
moribundo, sino un Salvador. Por lo regular un hombre
guarda lo mejor para el final. Aquí en Juan 15, justamente
antes del Getsemaní y la crucifixión, Jesús expresó sus más
preciados pensamientos.
51

Uno de los puntos que deseamos enfatizar aquí es que


Dios tiene mucho interés en el fruto. Y los que no llevan
fruto son cortados, simple y llanamente.
El versículo 8 nos recuerda uno de los propósitos por
los que debemos llevar fruto: «En esto es glorificado mi
Padre, en que llevéis mucho fruto». Ya hemos estudiado
que uno de los objetivos de llevar fruto es glorificar a Dios.
Pero seamos cuidadosos en este punto para no llegar a la
conclusión de que el propósito de llevar fruto es salvarn os
para el reino de los cielos. Llevar fruto glorifica a Dios y
extiende su reino. Nos llena de gozo porque está en
armonía con nuestros impulsos naturales cuando estamos
unidos a la Vid, y nos restaura a la condición inicial de la
humanidad, aquella que Dios dispuso desde un principio.
Pero el acto de llevar fruto no es lo que nos salva, sino la
aceptación de lo que Jesús ya hizo por nosotros en la cruz.
No obstante, Dios manifiesta su interés en el fruto, en
el desarrollo del carácter. Su gran interés es vernos
redimidos de las consecuencias del pecado. Esta es la
posición que Juan 15 asume.
En el versículo 2 nos enfrentamos de nuevo a este
hecho trascendental: que hay dos clases de pámpanos y
ambos dicen estar «en Cristo» o en la Vid. Uno lleva fruto
52

y el otro no. Tal como vimos anteriormente, es posible estar


en Cristo, por lo menos en forma temporal, y no llevar fruto
para su gloria. Es posible hasta estar convertido, comenzar
la vida cristiana y unirse a la iglesia, y sin embargo no tener
una relación continua con el Señor Jesús. En ese caso, no
producimos fruto. Es posible tener un buen comienzo, una
iniciación maravillosa como Dimas y otros, pero el amor a
este siglo hace que otras cosas nos atraigan y nos desvíen
de la relación personal con Dios.
Esta es la misma clase de persona descrita en Mateo
13, en la parábola del sembrador, la semilla y el terreno. El
sitio tenía espinas. La semilla era buena, germinó y hasta
brotó. Pero las espinas interrumpieron y ahogaron a la
planta antes de producir fruto.
Los pámpanos que no llevan fruto representan a los
que fracasan en el proceso de mantener una buena
relación con Cristo. De modo que hay dos clases de
creyentes: el que comienza, pero no permanece en Cristo,
y el que permanece en Él. Ambos llevan algo como un
rótulo que dice «en mí», según lo indica el versículo.
Aparentemente Dios concede cierto tiempo a los que
tienen un buen comienzo, para ver si han de llevar fruto o
no.
53

Lo mismo nos ocurre en la huerta de nuestro hogar.


En cierta ocasión, planté un árbol en el patio de mi casa, el
cual había traído desde un lejano bosque. No prendió muy
bien, pero lo dejé en su sitio durante un buen tiempo, a
pesar de que no se veía saludable. Quería convencerme de
que en realidad se había muerto, antes de arrancarlo y
tirarlo. Finalmente, cuando ya no había ninguna sombra de
dudas de que el árbol no daría nada, ni siquiera hojas, lo
saqué. Todos sabemos que llega un momento cuando las
ramas, plantas o árboles han tenido oportunidad para
demostrar si van a producir o no. De modo que es inútil
dejarlos en el huerto después de ese punto.
Supongo que podríamos especular calculando el
porcentaje de las personas que tienen un buen comienzo,
que están dentro de esta categoría. Algunas encuestas han
revelado que la mayoría de los miembros de iglesia están
demasiado ocupados, como para dedicar tan siquiera unos
cinco minutos diarios a la devoción personal, mediante la
oración, el estudio de la Biblia, etc. Algunos estudios
revelan que sólo una de cada cuatro o cinco personas,
dedica tiempo para su comunión diaria con Dios. Esta es
una de las razones fundamentales por las cuales la iglesia
se halla en dificultades espirituales en nuestros días.
54

Tal vez ayudaría un poco meditar en una pequeña


parábola. Dos estudiantes de medicina salen rumbo a la
universidad, para estudiar sus materias. Lo primero que
descubren es que en el laboratorio de anatomía existe un
profundo silencio. Es muy frío, y las cosas están realmente
muertas en ese lugar.
Pero estos estudiantes están ansiosos de hacer una
buena demostración, de modo que analizan la situación.
Descubren que existe un alto grado de unidad en el
laboratorio. No parece haber contiendas de ninguna clase;
nadie parece estar deseando ocupar el mejor puesto.
Todos están en una posición similar. Mientras estos
estudiantes consideran la situación, se convencen de que
lo que estos pacientes necesitan es crecer. Después de
fracasar en sus intentos por lograr su desarrollo, aun
estimulándolos a practicar el ejercicio, llegan a la
conclusión de que el problema es más complejo.
Cierto día, se preguntan si el problema de esas
personas del laboratorio de anatomía no tenga que ver con
la falta de compañerismo. Pero esa conclusión resulta un
callejón sin salida, pues los pacientes rehusan mostrar el
menor grado de sociabilidad. Hasta tratan de desarrollar
55

una declaración de objetivos para esas «personas», pero la


ignoran.
Finalmente, esos estudiantes de medicina descubren
con asombro que todos los que ocupan el laboratorio
tienen el mismo problema: Ninguno respira. Y otro
problema anterior era que tampoco comían.
La oración, que es el aliento del alma, ha sido
considerada como la respiración de la vida espiritual. Y el
estudio de la Palabra de Dios es el alimento del alma. Si los.
miembros de la iglesia no comen ni respiran, es inútil
hablarles del crecimiento de la iglesia.
El profesor logra convencer a los estudiantes para que
examinen a los ocupantes del laboratorio de anatomía, y
establezcan la causa de su condición, para que puedan
prevenir a sus familiares y amigos de una situación
semejante.
No obstante, dentro de esta analogía, hay una
animadora declaración en Ezequiel 37:3: «Vivirán estos
huesos». Hay esperanza de comprensión aun para los que
están en la vid, pero no crecen ni llevan fruto. Dios jamás
ha hecho responsable a nadie por lo que no comprende.
Esa es una de las evidencias de su amor. Él nos hará
responsables de lo que hemos tenido oportunidad de
56

entender y quizás esto incluye la comprensión de la


importancia que hay en «comer» y «respirar».
Puede ocurrir un buen comienzo, experimentar una
conversión genuina, y sin embargo desviarse
gradualmente porque no se ha tomado en serio la
necesidad de permanecer. Resulta interesante descubrir
que aun personas brillantes, durante mucho tiempo, no
tienen la menor idea del significado de permanecer en
Cristo.
Pero Dios comprende los problemas que afrontamos
en un mundo de pecado, y Él puede quitar el velo que a
menudo cubre nuestros ojos.
Estamos sugiriendo, contrario a la naturaleza, que es
imposible para un sinnúmero de personas tener una
vislumbre de Jesucristo en la cruz, y llegar a producir
mucho fruto. Esa es la razón por la cual algunos de
nosotros hemos sentido el llamado a evangelizar a los que
ocupan las bancas de la iglesia. Hay un campo muy extenso
para el evangelismo dentro de la iglesia.
Todo aquel que no permanece en Cristo, aunque haya
tenido un buen comienzo, reaccionará ante el proceso de
poda de una de las dos formas siguientes: Para el que no
se da cuenta exacta del amor de Jesús, las tijeras
57

podadoras pueden parecer un castigo en vez de una


disciplina. Tal persona es solamente un siervo y no un
amigo, y quizás hasta ni comprenda su calidad de hijo, de
modo que no alcanza a reconocer al Padre amoroso que
está detrás de la poda. Sin embargo, ese proceso puede
llevarlo a una conexión más estrecha con la Vid, y de ese
modo empezar a llevar fruto, o bien lo puede llevar al
desprendimiento completo de la Vid.
El problema está en el hecho de nuestra
incomprensión del proceso de la poda. Esto pueden
entenderlo mal hasta los que han tenido un buen
comienzo, y han seguido avanzando en su relación de
permanencia con Cristo.
Hasta los que llevan fruto deben ser sometidos a la
poda para que lleven más fruto. El acto de podar no
significa arrancar, sino más bien darles la forma y el tamaño
adecuados, antes de que se exalten y engrandezcan,
olvidándose que son sólo criaturas. El proceso de dar
forma es a menudo doloroso. Sin embargo, para el que
está en comunión diaria con Cristo y reconoce
constantemente la gracia divina, la poda viene a ser una
disciplina en vez de un castigo. Hay una palabra que se
deriva de disciplina, es discípulo. El discípulo o seguidor de
58

Cristo, es el que acepta la disciplina y percibe su significado.


En Hebreos 12:11 hay un excelente comentario en cuanto a
este proceso: «Es verdad que ningún castigo al presente
parece causar gozo, sino da tristeza; pero después da fruto
apacible de justicia a los que en él son ejercitados».
Recordando esto, demos un vistazo a las tijeras de
podar. ¿Qué son unas tijeras? La idea común es que las
tijeras son aflicción y que Dios aflige. Pero, ¿envía Dios la
aflicción, o más bien viene del diablo? Entonces, si el diablo
envía la aflicción, y Dios la usa, ¿quiere decir esto que Dios
y el diablo son socios? ¡No! Dios controla este mundo, a
pesar de todo lo que el diablo trate de hacer. Meditemos
en esta proposición: Dios puede usar cualquier cosa que el
diablo haga o deje de hacer. Y a menudo lo hace. Por lo
tanto, Satanás, conociendo el poder de Dios, continúa
arrojando miseria sobre la gente y Dios; porque
comprende muy bien que Dios transformará el mal en algo
bueno, no importa lo que sea.
La pregunta es: ¿Pueden la aflicción, la prueba y los
problemas hacer que una persona lleve más frutos? O ¿es
posible para una persona ver y sentir el dolor sin descubrir
su propósito? ¿Ha tenido usted, amigo lector, alguna vez
algún problema, desánimo, desilusión, o pena y ha
59

descubierto que en lugar de llevarlo a una relación más


estrecha con Cristo, más bien lo ha hecho mirar al cielo con
desdén? ¿Ha visto que eso le ha ocurrido a otros? ¿Es
posible que la aflicción produzca fruto, o la mayor parte
del tiempo produce daños a la permanencia de la relación?
¿Es acaso la aflicción la única forma de podar? Si la
poda es necesaria para el crecimiento, ¿qué pasará en el
cielo? Continuaremos nuestro crecimiento y desarrollo por
la eternidad, pero no habrá tristeza ni aflicción en el cielo.
De ahí que deben existir otros medios de poda, pero
tomando en cuenta que vivimos en un mundo de pecado,
afrontando toda clase de dificultades creadas por el
enemigo en nuestra vida, Dios simplemente utiliza la
aflicción para su gloria.
Cuando llegamos al centro del asunto, las tijeras de
podar son la Palabra de Dios, no la aflicción. La aflicción, la
tristeza y la desilusión son sólo el mango o agarrador de
las tijeras de podar, para hacer que las cuchillas de las
tijeras lleguen a nosotros. Resulta muy interesante observar
en el capítulo 15 de Juan, el profundo significado de las
palabras del versículo 3: «Ya vosotros sois limpios por la
Palabra». Dicho en otra forma: «Ya habéis sido podados, a
través de la Palabra». Es la Palabra la que poda. Leámoslo
60

en Hebreos 4:12. Aquí se la llama espada. «La Palabra de


Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de
dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu,
y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y
las intenciones del corazón».
El capítulo 6 de Efesios describe la armadura del
Evangelio, y la espada del Espíritu que es la Palabra de
Dios. Por lo tanto, cuando la prueba, la aflicción y la tristeza
se hacen presentes, una persona es impulsada hacia la
Palabra de Dios, mientras que otro la resiste. El primero se
acerca más a Dios, aún más que antes de la prueba. El otro
se aleja y está menos inclinado a buscar a Dios que antes
de la prueba.
¿Se ha sentido usted tan feliz en el camino de la vida,
disfrutando de toda clase de bendiciones y entretenido con
toda clase de actividades propiaas de una vida muy
agitada? De repente se encuentra acostado de espaldas en
el lecho, sin otro lugar hacia el cual mirar, excepto hacia
arriba. ¿Ha observado que si está dispuesto, esa situación
puede ser el mango de las tijeras de podar y que usted es
movido hacia la Palabra de Dios y la oración? Lo he visto
ocurrir vez tras vez, con familiares, miembros de iglesia y
amigos.
61

Si usted sufre un trauma que lo confina a una cama,


en tracción, debido a que una de sus vértebras se ha
desviado y los médicos le ordenan permanecer acostado
de espaldas durante dos o tres semanas; y le colocan unas
pesas en las cuerdas que tiran de sus extremidades, puede
meditar entonces en el mango de las tijeras de podar y
convencerse que, al final de cuentas, no está tan mal que
tenga que disminuir su actividad de vez en cuando durante
el tiempo suficiente para ayudarlo a pensar.
La Palabra de Dios es la tijera podadora, y esa Palabra
vive y permanece para siempre. Debemos dedicar tiempo
a estudiarla tanto en su forma escrita, como en las
declaraciones divinas desde la eternidad. Nuestro
crecimiento continuará y asimismo nuestro fruto.
Algo más que conviene mencionar en este pasaje, es
que el acto de podar elimina el exceso de hojas y ramas.
Así es más fácil para el tronco crecer. ¿Cuánto hace que
usted, amigo lector, no examina el tronco de su vida? Hasta
el fruto del Espíritu, a causa de nuestra naturaleza carnal,
puede convertirse en madera inútil. Veamos un ejemplo:
Uno de los frutos del Espíritu es la fe genuina, o la confianza
en Dios. Pero a causa de la constante presión de la carne,
de nuestra naturaleza baja, la cual puede ser dominada por
62

el Espíritu, pero que permanece activa, resulta muy fácil


que la confianza en Dios se degenere y se convierta en
confianza propia. ¿Ha visto a la fe genuina producir frutos
en su vida? Así le ocurrió a Elías. Sobre el monte Carmelo
rogó que descendiese fuego del cielo. Esa fue una fe
absoluta en Dios y los resultados no se hicieron esperar.
Pero un poco más tarde, oró por lluvia. Oró siete veces
antes de que Dios pudiese enviar la lluvia sin animarlo a
confiar en sí mismo.
Sin embargo, después de la maravillosa confrontación
en la cumbre del Carmelo y de la inequívoca respuesta
divina, primero por medio del fuego y más tarde por medio
de la lluvia, Elías resbaló hacia la confianza en sí mismo.
Jezabel le envió un mensaje amenazándolo con la muerte
al día siguiente. Olvidando el cuidado de Dios, Elías
traicionó su deber y huyó al desierto.
Pensemos en el caso de un cristiano recién convertido,
o de uno que ha sido convertido y que está lleno de celo
espiritual. Luego, a causa de la naturaleza carnal que lucha
constantemente por manifestarse, ese celo se convierte en
fanatismo. ¿Ha visto usted ese cambio?
Hay otro que experimenta un gran gozo en el Señor,
uno de los frutos del Espíritu. Se siente profundamente
63

agradecido hacia Dios por haber enviado a Jesús y por la


obra que consumó en la cruz. Pero de pronto el enemigo
entra en acción y lo lleva a abrigar orgullo a causa de su
experiencia, en vez de regocijarse en el Señor.
¿Ha visto usted, amigo lector, la clase de amor que
Dios posee, convertirse por causa de la naturaleza carnal y
la influencia diabólica, en un amor erótico? Personalmente
lo he visto.
Observemos a una persona muy amable. Posee el
fruto del Espíritu que lo ha guiado por el camino de la
bondad. Pero el enemigo lo convierte en una persona
tímida, insegura y retraída.
Quizás vemos a otro que es humilde, y convierte esa
humildad en una excusa para no hablar denodadamente
por Dios.
Existen otros que exhiben el fruto del Espíritu llamado
fe, y el diablo busca la manera de transformar esa fe en
simple pensamiento positivo, o cualquier otro pariente de
la presunción.
Esa es la razón por la cual la podadora divina es
universal y no descansa. La gran verdad de este pasaje es
que no hay uno que no haya sido podado o cortado. Si
64

hubiese alguien perfecto, no necesitaría más poda. La


Escritura nos demuestra que no hay uno solo que lleve
tanto fruto como podría hacerlo; de ahí que aun los santos
que llevan fruto deben sentir el efecto de la poda. Este
proceso no es una ocurrencia aislada, sino algo continuo;
quizás a través de la eternidad.
Pero lo hermoso de la tijera podadora, la Palabra de
Dios, es que nunca condena. Jesús vino al mundo no para
condenar, sino para que el mundo fuera salvo por Él (Juan
3:18).
Si una persona no permanece en Cristo y desconoce
su amor, el tal puede pensar que la poda es una forma de
condenación. Pero para quien conoce a Dios y mantiene
una relación de amor con Él, sabe que el amor de Dios
nunca falla.
En conclusión, diremos que son buenas nuevas las que
indican que es Dios quien corta y quien poda, y no el
hombre. Nosotros no podemos efectuar la poda ni cortar
a nadie. Es Dios mismo quien realiza el desprendimiento, y
Él sabe cuándo ha llegado ese momento. Debemos estar
agradecidos que estamos en las manos de un Dios de
amor el cual sabe cómo podamos para nuestro bien.
¿Desea usted unirse a mí, en la búsqueda de una relación
65

semejante con Él, de tal manera que cuando la poda llegue,


seamos solamente podados y no cortados por completo?
66

CAPÍTULO 11: FRUTO GENUINO

«En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho


fruto, y seáis mis discípulos. No me elegisteis vosotros a mí,
sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que
vayáis y llevéis mucho fruto, y vuestro fruto permanezca».
(Juan 15:8, 16)
Una de las palabras claves de Juan 15 es fruto. El Señor
Jesús, en su gran plan de salvación, está ansioso de ver
fruto. Él espera mucho fruto. Como se ha visto, si no hay
fruto, los pámpanos son cortados y quemados. El
Evangelio abarca más que el perdón de los pecados.
Incluye la remisión del pecado, y su reemplazo por las
virtudes o frutos del Espíritu.
Tal vez lo más cerca que podemos llegar a la definición
del fruto es considerándolo en términos de resultados. Al
plantar una vid, aguardamos resultados. El fruto, en su
significado más amplio es, sencillamente resultados.
Algunos podrían preguntar si una de las caracteristicas
sobresalientes del fruto es su espontaneidad, y si el fruto es
un producto antes que una causa, ¿por qué hacer tanto
énfasis en el fruto? ¿Por qué Jesús tenía tanto que decir
67

acerca del fruto? O quizás la pregunta podría ser, si las


buenas obras son el resultado de la fe, ¿por qué no
hablamos simplemente de la fe? Si el fruto es un resultado
inequívoco de una vid saludable, ¿por qué perder tiempo
en el fruto? Empleemos nuestro tiempo en la vid.
Pero Jesús tomó tiempo para hablar del fruto, y lo hizo
en más de una ocasión. Mateo 7 es un ejemplo clásico de
ello. Aquí Él concluye su analogía al decir que «por sus
frutos los conoceréis» (Versículo 20).
Hemos visto que los frutos del Espíritu son cualidades
interiores, pero a fin de conocer a otros por sus frutos, es
necesario que haya también manifestaciones externas. Yo
podría abrigar un gran amor en mi interior, pero a menos
que el mismo sea visible exteriormente, nadie me conocerá
por mi fruto. Puedo sentirme gozoso interiormente, pero
algunos lo dudarán al ver que exhibo un rostro sombrío.
Nadie sabrá de mi gozo interior, si el mismo, de alguna
manera, no aparece en mi exterior; quizás por una sonrisa,
o a través de mis cantos o de mi alabanza. Ciertamente, el
amor verdadero, el gozo, y el resto de las cualidades de un
verdadero cristiano no pueden aprisionarse, pero buscarán
exteriorizarse cuandoquiera que estén presentes en lo más
íntimo.
68

Si seguimos la analogía de Jesús, de la vid y los


pámpanos, es evidente que el fruto es externo en relación
con el pámpano. Pero no puede producirse exteriormente
a menos que exista en lo interior. De modo que cuando
hablamos del fruto, nos referimos a ambos aspectos,
internos y externos. Estamos hablando de los frutos
interiores del Espíritu: amor, gozo, paz, tolerancia y todos
los demás e igualmente incluimos sus manifestaciones en
lo exterior.
Una de las razones por las cuales Jesús hizo énfasis en
el fruto es, que como es bien sabido, es posible generar la
forma exterior sin poseer la realidad interior. Los actores de
la televisión y los productores de películas se dan perfecta
cuenta de que es posible producir una sonrisa con sólo
pedirlo, por medio de una anotación en el libreto que diga:
»Sonría en este momento». Muchos pueden hacer
aparecer una sonrisa, o derramar lágrimas, tan reales,
simplemente con una isntrucción que pone en acción una
especie de interruptor. Es muy posible exhibir buenas obras
sin fe.
Los que tienen una voluntad férrea pueden abstenerse
de producir malos frutos, y al hacerlo, se engañan a sí
mismos pensando que están seguros. Olvidan que Jesús
69

maldijo a la higuera, no porque produjo malos frutos, sino


por falta de fruto. El punto básico en el tema de la vid, los
pámpanos y las uvas no es la producción de malos frutos,
sino más bien establecer si está presente el fruto genuino
del Espíritu, con manifestaciones tanto internas como
externas.
Por lo tanto, al pensar en el fruto del Espíritu, como
aparece en Gálatas 5, «amor, gozo, paz, tolerancia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza»,
recordemos que, en última instancia, esos frutos se
manifestarán exteriormente. Santiago señala que no es
suficiente para un cristiano expresar sus buenos deseos a
una persona pobre y que tiene hambre. Ha de alimentarla
y vestirla si quiere mostrar su verdadero amor. El gozo se
manifestará en alabanza y canto. Una verdadera paz
interior capacitó a Daniel para permanecer tranquilo en el
foso de los leones. La paz se manifestará en quienes
puedan dormir en la noche sin revolverse en la cama y sin
depender de pastillas para dormir. Los frutos internos
tendrán resultados externos.
Otra razón para examinar el fruto y estudiarlo es con
el fin de no perder la gran lección de la parábola de Jesús,
que el fruto brota natural y espontáneamente. Me permito
70

recordarle una vez más que si escogemos permanecer en


Jesús, si escogemos una relación genuina con Él, el fruto
vendrá. Si no deseo ningún fruto genuino en mi vida, tengo
que llegar al punto de partida, o sea escoger si quiero o no
permanecer en Cristo. Si escojo continuar en una relación
de permanencia con Jesús, al mismo tiempo escojo llevar
fruto. No puedo decidirme por una permanencia en Cristo
y luego escoger si llevaré fruto o no, además de la
permanencia. El fruto estará presente.
Observemos ahora lo contrario. La única forma como
no llevaré fruto es decidiendo que no tendré una relación
con Jesús. La manera más cierta para no tener uvas en la
viña es decidir que no tendré ni vides, ni pámpanos en mi
viña. Si tengo una viña y escojo plantar vides que tienen
sus pámpanos, ya he escogido tener uvas. No selecciono
las uvas separadamente, pues ellas forman parte del
paquete.
El fruto es tan natural como las flores que brotan en la
primavera. Cuánto desearía que cada uno compartiera la
emoción de este descubrimiento en la vida del cristiano.
¿Por qué es emocionante? Porque muchos hemos
malgastado tiempo y esfuerzo, una y otra vez, luchando
por llevar fruto. El tiempo y el esfuerzo han sido ubicados
71

incorrectamente y no producirán ningún bien. Esto se


convierte en uno de los hallazgos más notables en la
comprensión de la salvación por la fe. Esto es lo que mueve
a un individuo a convertirse en un testigo espontáneo, ya
que no puede quedarse quieto cuando descubre algo que
obra, en vez de algo que no obra.
Si usted permanece en Cristo, en una relación genuina,
personal y de diario ejercicio de la fe, el fruto ya está en
crecimiento. Ya sea interna o externamente, el fruto ya ha
comenzado a crecer.
En este punto algunos se ponen nerviosos, pues les
parece que no han visto mucho fruto. Yo tampoco he visto
mucho fruto en algunas plantas en mi huerta. Me encantan
las lilas. Acostumbrábamos ir a la casa de mi abuela, en la
cual se usaban las lámparas de kerosene y los armarios
viejos, la estufa de leña y el mantel de goma y los ramilletes
de lilas en el patio, cargados de flores en la primavera. Se
veían muy bien, también tenían buen olor. Lo que nos da
gozo y nos deleita en la niñez no se olvida fácilmente. De
modo que un día planté unas lilas en nuestro patio. Todavía
no he visto sus flores. Tienen ramas y hojas, pero no se ven
capullos.
72

Pero si esas plantas permanecen en el suelo, donde


sus raíces se entierren más y más, entonces las lilas van por
buen camino, aunque no las pueda ver todavía. En algún
sitio, escondidas en esos tallos y hojas, están las flores. Uno
de estos días me regocijaré al ver las lilas. Mientras tanto,
me conformaré con ver las hojas.
Esta es una secuencia importante, tanto en el mundo
natural como en el espiritual: el fruto visible, sigue al
invisible. Nunca sucede al contrario donde se lleva a cabo
el crecimiento genuino. Como lo describió Jesús: «Primero
la hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga»
(Marcos 4:28). Cuán a menudo anhelamos poder
comenzar exteriormente, en un proceso de reparación
apresurada, y luego concentramos en lo interior. Pero
nunca ocurre así. El fruto nunca es la causa; siempre ha sido
y será el resultado.
La única obediencia genuina que existe es la que viene
como resultado de una conexión permanente con la Vid.
Las plantas y flores no crecen por su propio cuidado,
esfuerzo o ansiedad. Tampoco podemos nosotros
asegurar el crecimiento espiritual por esos medios. Plantas
y flores crecen al aceptar los dones del sol, el agua y los
alimentos nutritivos que les suministra el ambiente en el
73

que crecen. Así ocurre con el crecimiento en la vida


cristiana. Permaneciendo en Cristo, recibimos los dones
que Él ha provisto, los cuales producen crecimiento y
frutos.
El Salvador no instruyó a sus discípulos que lucharan
para llevar fruto, sino a permanecer en él. (Véase «El
Deseado de Todas las Gentes», pág. 631). El fruto que brota
es el resultado de una relación de amor y es natural y
espontáneo. Esta característica es una de las evidencias
más notables de que el fruto es genuino.
74

CAPÍTULO 12: EL FRUTO ES UN DON

»Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en


vosotros, y vuestro gozo sea cumplido». (Juan 15:11)
Supongamos que nos ofrecieran diez millones de
dólares. ¿Los aceptaríamos alegremente, en forma
inmediata y decidida? ¿O nos veríamos en dificultades con
la oferta? Probablemente nuestra reacción sería: ¿Y qué
hay detrás de todo esto?
Todavía recuerdo el día cuando un predicador ofreció
un dólar a un grupo de estudiantes de secundaria. Les dijo:
«Tengo un dólar que daré a uno de ustedes». Todos se
quedaron en sus asientos sin moverse, pero mi hermano
se paró, fue al frente y reclamó el dólar. Me molestó ese
gesto, pues se trataba de mi hermano. Luego descubrí que
él ya había escuchado acerca de esa maniobra del
predicador y en esa ocasión estaba listo para ganarse el
dólar. Sin embargo, nadie se movió sino el que conocía el
asunto.
Si multiplicamos ese dólar por diez millones, nos
veríamos en apuros para aceptar la realidad del regalo.
Nos hemos habituado a trabajar por lo que tenemos.
75

Recibo mi cheque de la asociación para la cual trabajo.


¡Todavía no he ido a la oficina a agradecerles por ese
cheque! Nos ganamos el salario que recibimos de nuestros
empleadores. El verdadero agradecimiento surge cuando
recibimos algo por lo cual no hemos trabajado o que no
merecemos. Es entonces cuando de veras mostramos
gratitud, siempre y cuando estemos en condiciones de
aceptar el regalo.
Quizás esto es parte de lo que el salmista quería
expresar cuando dijo: «Sacrificios de alabanza» (Salmo
107:22). Dar gracias significa que admitimos no merecer el
don que se nos concede y una actitud tal puede
representar un sacrificio real para un corazón orgulloso.
En Juan 15:11 se habla del gozo que produce la unión
con la Vid y el descubrimiento del fruto genuino que se
manifiesta en la vida. Observemos qué clase de gozo es
este: «Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en
vosotros, y vuestro gozo sea cumplido». Los discípulos
debían llenarse de gozo y gratitud, pero el gozo procedía
de la Vid, no de ellos mismos. La experiencia total es un
don, el cual se recibe a través de la Vid.
Cuando nos ufanamos de un regalo, por lo general es
porque creemos haberlo ganado. Exclamamos: «Fulano
76

aprecia tanto mi trabajo que me obsequió este regalo


especial. ¿Verdad que es hermoso?» De esa manera
hacemos honor al regalo, y a nosotros mismos. Pero ¿cuán
a menudo ha escuchado usted a alguien decir: «Fulano me
obsequió este regalo especial porque es tan bondadoso,
generoso y amable. No he hecho nada para merecerlo,
pero me ha dado este regalo a pesar de que le he ofendido
vez tras vez. Este regalo me ha sido dado porque hay tanto
amor en él y ha querido expresármelo. ¿No le parece
maravilloso?» ¿Hay alguna diferencia entre los dos casos?
¡Obsérvese a sí mismo todo confundido al reaccionar ante
los regalos que ha recibido gratuitamente!
El reconocimiento genuino tiene que ser voluntario.
Además, tiene que ser movido por el amor y no por una
obligación. Y la gratitud verdadera no sólo acepta el regalo,
sino también al dador, pues no se puede separar el regalo
de su dador. Hay personas que desean aceptar el don de
la salvación y todo lo bueno que viene en su estela, sin
aceptar al Dador, y eso es imposible.
¿Recuerda usted a Caín y Abel? Ambos recibieron las
mismas instrucciones. Pero Caín eligió ofrendar frutas en
lugar del sacrificio de gratitud y alabanza. Presentó a Dios
lo que representaba el fruto de su trabajo y por lo tanto su
77

sacrificio no fue aceptado. No estaba, en realidad,


agradecido a Dios por lo que había hecho por él, pero Juan
15, el mensaje de la parábola de la viña, que sin Dios no
podemos hacer nada, pero que a través de la conexión con
el Dador, podía recibir libremente los frutos provistos.
Abel siguió las instrucciones divinas, las cuales
especificaban un sacrificio. Ese sacrificio era un símbolo de
su incapacidad de hacer algo por él mismo. El cordero
representaba a Aquel que vendría para hacerlo todo en su
favor.
Tratar de forzar el fruto en la vida cristiana es destruir
el fruto mismo. Si contemplamos a Cristo en la cruz y
decimos: «Él murió por mí; debo pagarle esforzándome
por llevar fruto», en verdad no estamos aceptando su
obsequio.
Resulta imposible pagar por el «don inefable» (2
Corintios 9:15). Al contemplarle en la cruz y responderle
con amor por su bondad y misericordia hacia nosotros, no
podemos ser tan orgullosos como para no aceptar al
mismo tiempo el don del fruto que anhela darnos para su
gloria, y por nuestro medio concederlo al mundo.
La dificultad estriba en el hecho de que hay tantos que
no desean aceptar un regalo que no puedan devolver.
78

Como resultado de eso, siguen este patrón: «Si no puedo


devolver lo que me has dado, entonces no lo quiero». ¿Ha
visto usted ocurrir esto en su propia vida? Cada vez que
deseamos obsequiar algo y el receptor quiere pagar por
ello su actitud destruye el gozo de dar. ¿Ha experimentado
algo semejante’? Millares de personas cometen el mismo
error con relación a la salvación. Rehúsan aceptar el don
de Cristo a menos que puedan hacer algo para pagarle. La
verdad es que todo lo que pudiéramos hacer para cumplir
nuestro intento es simplemente inaceptable.
Cuando descubramos la grandeza del obsequio y la
profundidad de su amor, y nos unamos a Él por fe, día tras
día, el fruto de una experiencia semejante se verá en
nuestra vida. Su amor se manifestará en nosotros y su gozo
llenará nuestro corazón; su paz preservará nuestra mente
y corazón. Le daremos verdadera alabanza por su don
inefable.
79

CAPÍTULO 13: PEDID LO QUE QUISIEREIS

«Si estuviereis en mí, y mis palabras estuvieren en


vosotros, pedid todo lo que quisiereis y os será hecho…
Para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, Él
os lo dé». (Juan 15:7, 16)
Ha habido una tremenda incomprensión de la oración
en la religión cristiana. Muchos hemos buscado en vano la
enciclopedia acerca de la oración. Existen buenos libros
acerca de este tema y cada uno tiene buenas
connotaciones; pero parece existir un solo libro que lo dice
todo acerca de la oración. Es indispensable que
comprendamos en forma exacta este tema tan importante.
El análisis de la parábola de la viña nos guía al tema de la
oración y es interesante ver cómo Jesús incluyó este tema
en esta presentación tan significativa. Leamos nuevamente
las palabras de Jesús en Juan 15:7, 16: «Si estuviereis en mí
y mis palabras estuvieren en vosotros, pedid todo lo que
quisiereis y os será hecho… No me elegisteis vosotros a mí,
sino que yo os elegí a vosotros; y os he puesto para que
vayáis y llevéis mucho fruto, y vuestro fruto permanezca;
para que todo lo que pidiereis del Padre en mi nombre, Él
os lo dé».
80

Estos dos versículos nos extienden, lo que podríamos


llamar un cheque en blanco. Todo lo que tenemos que
hacer es llenar los espacios. Y siempre y cuando usemos
las palabras: «En el nombre de Jesús», nos será concedido.
Este es el concepto básico extensamente acariciado por
muchos acerca de la oración. Estudiémoslo un poco más
de cerca.
Ante todo, regocijémonos con la idea de que el que
permanece en Cristo tendrá pedidos. No se nos dice: «Si
estuviereis en mí y mis palabras estuvieren en vosotros,
vosotros podéis pedir, o intentar pedir, o podríais pedir».
En cambio, se nos dice que pediremos.
Según la unánime conclusión científica, todo ser
viviente respira. Para los que estamos vivos, respirar es un
proceso natural. Aun los recién nacidos respiran. La oración
ha sido comparada con el aliento deI alma y habrá mucha
oración espontánea en la vida de un cristiano.
También hay una forma consciente y deliberada de
dedicar tiempo a la oración, la cual es parte de la
permanencia de la cual nos habla Juan 15. Uno de los
resultados de permanecer en Cristo es mediante la oración;
esa vida espontánea de oración que comprende el hablar
a Dios como a un amigo. ¿Será posible que tanto la oración
81

espontánea como la deliberada formen parte de estos


textos?
Juan 15:7 dice: «Os será hecho». Algunos hemos
abrigado la idea de que nosotros mismos debemos
contestar nuestras propias oraciones. Pero la promesa es
que si pedimos, nos será concedido. Tal declaración nos
recuerda que Dios tiene el control y está encargado de
todo, de modo que el que permanece en Cristo está bajo
el control del Espíritu de Dios. No es tanto lo que yo haga,
como lo que Él hace por mí. Esto explica la declaración:
«Os será hecho». La indicación es clara, somos sólo
instrumentos. Este principio envuelve el concepto de
entrega completa, de sometimiento y renunciamiento. Con
esto en mente desaparece la idea de que nosotros
hacemos nuestra parte y Dios la suya. Al estar en Él, Él hará
todo en nuestro favor. ¿Estamos dispuestos a ceder, o nos
atemoriza la idea? ¿Estamos decididos a someternos
completamente a la dirección divina?
Otro punto sobresaliente en el texto nos indica que el
ofrecimiento es para los que permanecen en Él, por lo
tanto no debemos perder de vista el concepto. ¿Qué
sucede si el que no permanece en Cristo pide lo que
desea? Lo más seguro es que pedirá algo que no está
82

incluido en la promesa. El que permanece en Cristo ha


entregado a Él, el control de su vida, no sólo exterior, sino
interior. Al recibir el control Cristo cambia el corazón.
Cambia la corriente de nuestros procesos mentales: Los
deseos, los gustos e inclinaciones. Es fácil leer un texto
como el Salmo 37:4: «Pon asimismo tu delicia en Jehová, y
Él te dará las peticiones de tu corazón». Tal vez
exclamaremos ¡Qué bueno! Cualquier cosa que deseemos
la tendremos. Sin embargo, hay lugar para otra
interpretación: «Él te dará los deseos» en plural. Si sus
palabras habitan en nosotros y permanecemos en Él, si
nuestra voluntad se ha entregado, entonces nuestros
pedidos estarán de acuerdo con su voluntad.
Examinemos juntos una especie de metodología de
doble enfoque, en relación con la respuesta a la oración.
Se nos dice: «Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros». Estos son los dos pies por
medio de los cuales escalamos la cima del poder mediante
la oración.
Primero: «Si permaneciereis en mí», sugiere que ya ha
ocurrido un comienzo; esa es la razón por la cual se nos
pide que permanezcamos en Él. No podríamos
permanecer en Él, si todavía no hubiéramos sido invitados.
83

A la vez se nos recuerda que el comienzo y la continuación


son lo mismo, por lo menos en lo que al método se refiere.
¿Cómo llegó usted, amigo lector, a ser cristiano?
Aceptando incondicionalmente lo que Jesús hizo por
usted, rindiendo su yo y colocándose a los pies de
Jesucristo; admitiendo que Él debe llegar a ser un Salvador
completo, apoyando la esperanza de la vida eterna
solamente en Él. Permanecer en Él, es quedar en esa
posición, es mantener nuestra esperanza de la vida eterna
total y sólo en lo que Jesús ha hecho y no en lo que
nosotros pudiéramos hacer.
Una cosa es aceptar tal postulado cuando acudimos a
Cristo por primera vez, y algo muy diferente es mantenerlo
en la continuación de la vida cristiana. Recordemos lo que
Jesús dijo: »Si vosotros permaneciereis en mis palabras,
seréis en verdad mis discípulos» (Juan 8:31). Comenzar
como discípulo es muy distinto a permanecer como tal,
manteniéndose en su Palabra.
Hemos visto que Dios emplea ciertos métodos para
limpiar y podar los pámpanos que están en la vid, y por
eso es tan distinto permanecer en Él al comienzo de la
limpieza. y la poda, de lo que es esa permanencia al final
del proceso. Yo deseo permanecer en Él, tanto al comienzo
84

como al final de la prueba de fuego. ¿Desea usted


experimentar lo mismo? De tal modo que la permanencia
en Él, sea uno de los pies por medio de los cuales
ascendamos a la cumbre del éxito en la oración.
Volvamos a Elías. Cuando se encontraba en la cumbre
del Carmelo y oró pidiendo fuego, éste descendió del cielo.
Así de simple. Pero cuando rogó por la lluvia, la respuesta
no fue inmediata. Su oración por la lluvia no fue contestada
hasta que oró varias veces. Por lo tanto, es posible ser
limpiados a través del éxito, en vez de la prueba y la
adversidad.
El diablo se goza cuando logra desanimarnos a causa
de nuestros fracasos. Se regocija igualmente cuando
consigue separarnos de Dios a causa de nuestros éxitos.
Muchos de nosotros no podemos soportar mucho fruto.
Empezamos a atribuimos la gloria a nosotros mismos.
El segundo de estos dos pies por el cual escalamos
para obtener poder mediante la oración, es: «Si mis
palabras estuvieren en vosotros». Algunos han percibido
una diferencia de pensamiento entre Jesús y su Palabra. Lo
cierto es que Jesús es el Verbo. Juan 1 es muy claro en este
sentido. No hay diferencia. El que dice: «Bueno, yo creo en
el Señor Jesús y confío plenamente en Él; pero lo que dice
85

su Palabra en relación con ciertas doctrinas y enseñanzas,


es otra cosa», comete uno de los errores más graves. No
existe una distinción como esa. Por lo tanto, el que cree
que permanece en Cristo, pero su Palabra no tiene cabida
en él, no está calificado para recibir el cheque en blanco
que representa esta promesa: «Pedid todo lo que
quisiereis, y os será hecho». Existen dos condiciones que
tenemos que enfrentar: El «si» condicional: »Si mis palabras
pennanecieren en vosotros». Aceptar a Cristo es aceptar su
Palabra; rechazar su Palabra es rechazar a Cristo. Por
supuesto, ese es uno de esos puntos cardinales en cuanto
a la verdad. Es un progreso, un constante crecimiento,
como la luz «que va en aumento hasta que el día es
perfecto» (Proverbios 4: 18).
En este punto deseo preguntar: ¿Por qué es
indispensable que llenemos estas condiciones para poder
recibir el cheque en blanco y cambiarlo? ¿Por qué la
grandiosa bendición prometida: «Pedid todo lo que
quisiereis, en mi nombre, y os será hecho», está sujeta al
hecho de permanecer en Él? ¿Por qué sólo puede
recibírsela de esa manera?
En primer lugar, se debe al hecho de que el pámpano,
si está unido a la Vid recibirá únicamente lo que la Vid llene
86

para impartir. La savia y el crecimiento continuo de ambos,


en una conexión profunda, sugiere un grado de unión que
impide que la persona haga peticiones erróneas que lo
lleven a complacer sus propias concupiscencias.
¿Qué pasaría, por ejemplo, si Dios se dirigiese al
hombre de la calle, que no le importa Dios, ni la fe, ni la
religión, ni la Biblia, y le entregase este cheque en blanco,
diciéndole: «Puedes pedir todo lo que desees, y te lo
daré»? Quizás ese individuo le pediría otra copa. O quizás
solicitaría el permiso, la libertad, y la ocasión para disfrutar
de sus propias concupiscencias. O quizá pediría riqueza o
éxito, los cuales lo llevarían aun más lejos de reconocer su
necesidad de Dios. El Señor no se ocupa en la tarea de
conceder esta clase de deseos.
Pero imaginemos que Dios hace su oferta al cristiano
nominal, a uno que no le da mucha importancia a su
asociación con Jesús. Una persona que vive separada de
Cristo es irremediablemente egoísta; nació así y sus
peticiones serán inevitablemente egoistas. Me permito
insinuar que el profeso cristiano que no sabe acerca de una
estrecha conexión con Jesús, es una de las personas más
egoístas que se puede hallar en el mundo. Se pueden hallar
fuera de la iglesia, personas más bondadosas, corteses y
87

amables que un cristiano profeso que vive una vida


separada de Jesús. De modo que si Dios diera este cheque
en blanco a uno que no está en Él, recibiría muchos
pedidos egoístas. El libro de Santiago comenta muy
seriamente esta actitud.
Otra razón por la cual podemos recibir sólo de esta
manera, es que Dios se propone que nos encontremos con
Él, en el terreno de sus propias palabras. Si pennanecemos
en Él, y sus palanbras permanecen en nosotros, eso quiere
decir que estamos famihanzados con sus palabras.
Sabemos lo que Él ha dicho acerca de ciertos asuntos. ¿Ha
sido usted, amigo lector, confrontado alguna vez con sus
propias palabras? Me ha ocurrido más de una vez,
particularmente con mis hijos. Quizás me había olvidado
de lo que les dije que haríamos o adónde iríamos, o qué
ibamos a adquirir. Mis hijos me confrontaban diciendo:
«Pero, papá, tú nos dijiste…» ¡En seguida me sentía
acorralado! La historia estaba concluida, acababa de ser
confrontado con mis propias palabras. Al recordarlas
repentinamente, bien sabía que no había razón para
discutir el asunto por más tiempo.
Si somos hijos o hijas de Dios, acudimos a Él con sus
propias palabras. ¿No se encuentran sus palabras en la
88

misma situación? Alguien llamó a esto, «vencer la


omnipotencia haciendo uso de la omnipotencia».
Veamos algunas declaraciones divinas. La primera se
halla en Mateo 7:7-11. Es un pasaje muy conocido. No lo
repasaremos por completo, pues ya sabemos su
contenido. Pedid, buscad, llamad, y el versículo 11: «Pues si
vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a
vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los
cielos, dará buenas cosas a los que le piden?» En Mateo
este pasaje concluye allí. Pero hallamos un pasaje paralelo
en Lucas 11, y en éste nos detendremos un poco más. «Y
les dijo: ¿Quién de vosotros tendrá un amigo, e irá a él a
media noche, y le dirá: amigo, préstame tres panes; porque
un amigo mío ha venido de camino y no tengo qué ponerle
delante; y el de dentro respondiendo dijere: No me seas
molesto; la puerta está ya cerrada, y mis niños están
conmigo en cama; no puedo levantarme y darte? Os digo,
que aunque no se levante por ser su amigo, cierto por su
importunidad se levantará, y le dará todo lo que habrá
menester.
«Y yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad, y os sera abierto. Porque todo aquel que pide,
recibe; y el que busca, halla; Y al que llama se abre. ¿Y cuál
89

padre de vosotros, si su hijo le pidiere pan, le dará una


piedra? o si pescado, ¿en lugar de pescado, le dará una
serpiente? O, si le pidiere un huevo, ¿le dará un escorpión?
Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas
a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará
el Espíritu Santo a los que lo pidieren de Él?» (Lucas 11:5-
13).
¿Cuál es el contexto? Simplemente que si una persona
acude a Dios, pidiéndole algo con lo cual socorrer a otro,
puede estar segura de que su petición le será oída y
contestada, como un padre lo hace con su hijo. La
especificación es que Él dará el Espíritu Santo, y ¡cuánto
más significativo es eso que un flamante automóvil, una
motocicleta o una casa nueva!
¿Podríamos sacar la conclusión de que este pasaje nos
habla de pedir para dar, en el marco del servicio a otros?
Vayamos a Juan 14:12-13 para comprender mejor. «De
cierto, de cierto os digo: el que en mí cree, las obras que
yo hago también él las hará; y mayores que estas hará».
¿Qué clase de obras realizó Jesús? ¿Cuál fue el propósito
de su vida, su obra, sus milagros y sus enseñanzas? En
beneficio de otros, para alcanzarlos con el Evangelio del
reino. Y luego viene el siguiente versículo con la promesa:
90

«Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, esto haré,


para que el Padre sea glorificado en el Hijo». Por segunda
vez ¿cuál es el contexto? Es el del servicio y el de la
comunicación por causa del Evangelio.
Cómo nos desviaríamos del honor que corresponde a
la Palabra de Dios si tomáramos ese texto, lo separáramos
de su contexto y lo aplicáramos a lo que queremos o
deseamos para nosotros mismos.
Mateo 21:22 nos da una clave para entender esta
verdad: «Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo
recibiréis». Su texto paralelo se encuentra en Marcos 11:20-
24 el cual se refiere a la higuera maldita y al monte, y lleva
la implicación de que debemos tener fe para poder creer
verdaderamente en el poder de Dios.
¿Hay alguien que desea arrancar un árbol de su patio?
¿Tiene alguno una montaña que desearía trasladar a otro
sitio? ¿Un árbol venenoso? Yo tengo uno que quiero
derribar y arrancar. ¿Podría ir mañana temprano en el
nombre de Jesús, maldecir ese árbol y oprimir contra mi
pecho este texto? ¿Podríamos acariciar esa idea sin dudar?
¿O debiéramos entender este pasaje como una indicación
de prestar servicio a otros y hacer avanzar la obra de
Cristo?
91

Hay otro aspecto que debemos considerar en este


versículo en cuanto a la duda. Muchas veces, debido a
nuestra visión limitada, pedimos cosas que no están en
armonía con la voluntad divina. ¿Qué hacemos cuando se
nos niegan nuestros pedidos? ¿Nos alejamos de Dios,
enojados porque ha frustrado nuestras expectativas? ¿O
actuamos como Job, que frente al dolor o el chasco
continuaba amándole y confiando en Él, a pesar de todo?
¿Tenemos fe, sin dudar de Él? Un texto similar se encuentra
en 1 Juan 3:21-24: «Carísimos, si nuestro corazón no nos
reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquier cosa que
pidiéremos, la recibiremos de Él, porque guardamos sus
mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables
delante de Él. Y éste es su mandamiento: Que creamos en
el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros
como nos lo ha mandado. Y el que guarda sus
mandamientos, está en Él, y Él en él».
De modo que, basados en la Palabra de Dios, si
tenemos un pecado conocido o persistimos en una vida de
transgresión, entonces no esperemos el cheque en blanco
que Él nos ha ofrecido. Esto es lo que sugiere lsaías 58:1-2.
Volvamos ahora a nuestro capítulo original. Leemos en
Juan 15:16, «Yo os elegí a vosotros». ¿Con qué propósito
eligió Jesús a sus discípulos? Para que fuesen y predicasen
92

el Evangelio del reino. Los ordenó para el servicio, para


realizar la misma obra que Él realizó, para que fuesen y
llevasen mucho fruto y aquí vemos nuevamente la
declaración: «Para que todo lo que pidiereis del Padre en
mi nombre, Él os lo dé». El contexto es, una vez más, el
servicio. Por lo tanto, resulta seguro insinuar que al
acercamos a estas promesas, de pedir cualquier cosa en el
nombre de Jesús, Él lo hará. Debemos acercamos a ellas
en el espíritu en el cual fueron dadas.
Todo lo expuesto en Juan 15 tiene que ver con la
permanencia y la producción de frutos para la gloria de
Dios.
Jesús ha hecho posible para cada uno de nosotros
habitar en Él, y a su vez, Él habitar en nosotros, de tal modo
que su voluntad y nuestra voluntad se fusionen en una sola.
El Señor ha hecho posible que sus deseos y los nuestros
sean los mismos. Ahora, permítaseme hacer una pregunta:
Si mi corazón está unido al del Señor, si mi voluntad se ha
sumergido en la suya, y si mi pensamiento es uno con el
suyo, ¿será seguro para Él responder a cualquier petición
que yo le hiciera, en el nombre de Jesús? En cierto sentido
es tan seguro como si Jesus me dijera: «¡Si anhelas
93

exactamente lo que yo anhelo, puedes pedir lo que desees


y lo haré!»
Las palabras de Juan 15 se dirigen a cristianos maduros.
Pero usted podría preguntar «¿y quién califica para eso?»
Permítame recordarle las buenas nuevas, que cuando el
pámpano permanece en la vid, ese pámpano es tan valioso
para el labrador como lo es la vid. Jesús dijo: «Yo soy la
Vid, vosotros los pámpanos». Dios nos ama como ama a
Jesús. Mientras permanecemos en Él, sabemos que el
cheque en blanco que tiene en mente para nosotros es
potencial: se aplica mientras estemos en Él. En el próximo
capítulo analizaremos más detenidamente la expresión
mientras estemos en Él. Sin embargo, esta promesa será
cierta en la medida en que permanezcamos en la Vid. No
se trata de algo reservado para el futuro hacia el fin de
nuestra vida.
De acuerdo con lo dicho, puedo predecir que habrá
ocasiones cuando como Elías, veremos descender fuego
del cielo; Y habrá momentos cuando sentiremos que
nuestras oraciones no tienen respuesta. Elías no tuvo que
esperar hasta la víspera de su traslación para recibir el
cheque en blanco. Lo recibió en el momento en que confió,
94

y lo perdió cuando desconfió. Lo mismo nos ocurrirá a


usted y a mí.
Mientras tanto, Jesús nos ama, y Dios nos ama como
ama a la Vid. Él seguirá con la poda y la limpieza para que
cumplamos sus propósitos y le glorifiquemos.
95

CAPÍTULO 14: DOS CLASES DE


PERMANENCIA

«Estad en mi y yo en vosotros. Como el pámpano no


puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid; así
ni vosotros, si no estuviereis en mí». (Juan 15:4)
Hace algunos años esperaba abordar un avión en Los
Angeles. La niebla era densa y oculto entre esa niebla se
hallaba el avión que deberíamos tomar rumbo a Chicago.
Escuchábamos el típico sonido de los motores. Mientras
más se agudizaban los ruidos extraños que producen los
motores, más viajeros se iban desapareciendo de la sala de
espera. Cuando finalmente partimos cerca de las dos de la
tarde, yo era uno de los pocos que estábamos a bordo. Me
resultó dificil acomodarme completamente durante el
vuelo hacia Chicago.
¿Ha experimentado usted, amigo lector, una vida
cristiana que tenga un sonido parecido al de los motores
de ese avión? ¿Se ha preguntado si el vuelo de su vida
cristiana despegará? ¿Ha experimentado ir a Cristo, con
miras de permanecer en Él, pero sintiéndose luego
convencido de su incapacidad y debilidad para llevar fruto?
96

Hay dos clases de permanencia inherente en esta


parábola de la vid, y es muy importante que
comprendamos la diferencia entre las dos.
La primera podríamos llamarla la relación de
permanencia; la segunda, la dependencia absoluta.
Volvamos a la viña para poder entender la diferencia
entre estas dos fases de la permanencia en la vid. Cuando
el pámpano se injerta en la vid, comienza una relación, una
asociación. El pámpano y la vid están unidos, y mientras
permanezcan unidos, se inicia la segunda fase de la
permanencia.
La segunda fase de la permanencia es la dependencia,
minuto a minuto, que el pámpano experimenta con la vid.
Puesto que la asociación se inició en el momento del
injerto, la permanencia va siendo más profunda. La savia
de la vid comienza a fluir a través del pámpano. Las
pequeñas flores y zarcillos se entretejen hasta que poco a
poco, los dos llegan a ser uno. Este segundo tipo de
conexión no ocurre de la noche a la mañana. Envuelve un
proceso de crecimiento. Siempre depende de la
continuación de la relación. Si el pámpano se separa de la
vid, todo el proceso de unión entre las células y fibras del
pámpano se interrumpe, y el crecimiento se detiene hasta
97

que la conexión se restablezca. La dependencia


permanente se desarrolla con el correr del tiempo, no
instantáneamente. Y puede ocurrir sólo cuando el
pámpano está unido a la vid en una relación de
permanencia.
Cuando acudimos a Cristo e iniciamos una relación
personal diaria con Él, y mantenemos esa conexión,
entonces hemos establecido una relación de permanencia.
Esta relación se mantiene mientras acudamos día tras día a
Él, en busca de compañerismo, de comunión con su
Palabra y de oración.
La dependencia absoluta, o segunda clase de
pennanencia, viene como resultado de esta relación de
permanencia, de estar con Él. A medida que buscamos a
Cristo diariamente, que aprendemos más y más de su amor
por nosotros, tal como se revela en su Palabra, somos
guiados a depender de Él, en todo instante.
En la relación de permanencia es donde ponemos
nuestro esfuerzo. Podemos hacer una selección deliberada
para continuar la búsqueda de nuestro compañerismo con
Cristo. La dependencia absoluta es la obra de Dios. Él nos
llevará a esa experiencia en la medida en que
mantengamos esa relación de permanencia con Él.
98

Al acudir a Cristo por primera vez, cuando nos unimos


a la Vid, Él inicia su obra en nuestra vida. Somos aceptos
delante de Dios como si nunca hubiéramos pecado. Pero
la salvación es más que la aceptación inicial. Jesús dijo en
Mateo 10 que los que perseveraran hasta el fin serían
salvos. (Véase el versículo 22). No sólo debemos acudir una
vez, sino tenemos que acudir continuamente, para que la
conexión entre la Vid y el pámpano permanezca.
En 1 Juan 3:6 se nos dice que «cualquiera que
permanece en Él, no peca». ¿Ha experimentado usted,
amigo lector, la devoción y el compañerismo personal con
Jesús para luego descubrir que, sigue fracasando en vivir
una vida cristiana victoriosa? Los discípulos pasaron por
una experiencia semejante. Anduvieron con Jesús durante
tres años y medio y para el tiempo de la parábola de la vid,
todavía no habían comprendido cómo depender de Él
continuamente. «El Camino a Cristo» nos da una
ampliación de 1 Juan 3:6: «Si moramos en Cristo, si el amor
de Dios está en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros
pensamientos, nuestros designios, nuestras acciones
estarán en armonía con la voluntad de Dios» (CC 61).
Me atrevo a señalar que muchos de nosotros hemos
tenido etapas de esta clase de dependencia absoluta,
99

cuando nuestra voluntad y la de Dios han sido una. Sin


embargo, aunque nos resulta doloroso, no siempre
dependemos de Él en esta forma. Es allí donde radica el
peligro.
Repetidas veces el diablo nos hace apartar los ojos de
Jesús por un instante, y fracasamos, caemos en el pecado.
El enemigo anhela vemos desanimados. Nos induce a creer
que la relación de permanencia no funciona y que mejor
sería rendirnos hasta la próxima semana de oración o de
reavivamiento. Pero la sierva del Señor dice: «A menudo
tenemos que postrarnos y llorar a los pies de Jesús por
causa de nuestras culpas y equivocaciones; pero no
debemos desanimarnos; aún si somos vencidos por el
enemzgo, no somos desechados ni abandonados por
Dios» (CC 64).
Como ya lo hemos mencionado, la relación diaria de
permanencia es nuestra contribución al esfuerzo. Requiere
nuestra fuerza de voluntad, perseverancia y determinación
apartar ese apacible rato de comunión con Él. A veces
requerirá cada onza de energía a nuestro alcance para
buscar a Dios. Y esto no lo puede hacer el Señor por
nosotros.
100

Sin embargo, la dependencia absoluta, momento tras


momento, es la obra de Dios. Sólo Él puede guiarnos a esa
experiencia. «Pero ningún hombre puede despojarse del
yo por sí mismo. Sólo podemos consentir que Cristo haga
esta obra» (PVGM 123). Nunca podremos crucificarnos a
nosotros mismos. Jamás llegaremos al punto de doblegar
nuestro yo y depender totalmente de Dios. Pero si
persistimos en buscarle día tras día en una relación de
dependencia, Él nos llevará ciertamente a esa absoluta
dependencia de Él. La relación de permanencia nos dará la
seguridad de la salvación. Esa dependencia de su poder
trae obediencia y triunfo a la vida cristiana. Esa relación es
una experiencia cotidiana, la dependencia absoluta ocurre
momento tras momento. El crecimiento en la vida cristiana
aparece a medida que aprendemos más y más a depender
constantemente del poder divino en vez del nuestro.
101

CAPÍTULO 15: SE REQUIERE TIEMPO

«Como el Padre me amó, también yo os he amado:


estad en mi amor». (Juan 15:9)
Cuando yo era muchacho y ayudaba a mis padres en
la huerta, una de las cosas que más recuerdo es la siembra
de rábanos. Los rábanos son plantas que brotan
fácilmente. Según las instrucciones que aparecen en los
paquetes de semillas, antes de dos semanas el rábano se
ha formado. Pero aun ese breve tiempo me parecía muy
largo; de modo que cada día iba a la huerta y tiraba alguna
plantita para ver cómo crecían. Este procedimiento no
ayudaba a los rábanos a crecer más rápidamente.
No deseo insultar a los rábanos, pero después de
sembrar la semilla y esperar el tiempo estipulado, todo lo
que obtenemos es un rábano. Si nos interesa algo más
permanente, tal como un árbol de secoya, tendremos que
medir su crecimiento en años en vez de días.
Uno de los fracasos en nuestra relación de
permanencia con Cristo es la tendencia a olvidar que toma
tiempo el desarrollo del fruto. Desde un principio
queremos resultados instantáneos, y la analogía del
102

crecimiento del fruto debería recordarnos de una vez por


todas que existe el elemento tiempo. Los resultados no
ocurren de la noche a la mañana.
En Lucas 13, Jesús mencionó el caso de un hombre que
fue a buscar fruto en la higuera, y no lo halló, y decidió
cortar el árbol. Pero su hortelano le dijo que abonara el
suelo a su alrededor y esperara hasta la próxima estación,
cuando quizás produciría fruto. Hay tiempo para el fruto y
para su desarrollo completo. Pero una de las cosas más
desanimadoras que podemos encontrar en la vida cristiana
es la búsqueda de la cosecha perpetua. No procedemos
de esa manera en el mundo de la naturaleza; cuánto más
importante es recordarlo también en la vida espiritual.
Cuán a menudo nos impacientamos mientras
esperamos que el fruto se desarrolle. ¡Cuánta impaciencia
produce el hecho de esperar! Los seres humanos no nos
distinguimos por nuestra paciencia. Buscamos las rutas más
directas que nos llevan al supermercado, la línea más corta
para pagar, la caseta de peaje que tiene menos autos en la
carretera y de la misma forma, la ruta más corta que
conduce al reino de los cielos.
La espera es quizás la etapa más intensa que hay en la
poda y la limpieza. La espera saca a relucir nuestra
103

verdadera personalidad, nuestros verdaderos valores y


motivos. Hay muchas cosas que aceptamos y buscamos si
no tenemos que esperar. Pero cuando descubrimos que
tenemos que hacerlo, cuán a menudo descubrimos que lo
que parecía tan deseable, no vale la pena esperarlo.
A través de la historia bíblica, vemos a muchos
personajes como aguardando en una fila para recibir la
bendición prometida por Dios. Adán y Eva se pusieron en
fila tan pronto como abandonaron el Edén, en espera del
Mesías prometido. Noé esperó 120 años que viniera el
diluvio y confirmara su condición de profeta de Dios.
Moisés esperó 40 años detrás del Monte Horeb, cuidando
los rebaños. Luego esperó otros 40 años con el pueblo de
Israel en el desierto, mientras aprendían la lección de la
espera en el Señor. Finalmente, no resistió más la larga
espera y su fe flaqueó en las fronteras de la tierra
prometida.
David fue ungido como rey de Israel, pero tuvo que
esperar. Elías esperaba un reavivamiento inmediato y la
liberación después del día en el Carmelo, pero tuvo que
esperar. Los discípulos aguardaban que Jesús estableciera
su reino, pero tuvieron que esperar. Se les dijo que
esperaran la promesa del Padre, el derramamiento del
104

Espíritu Santo, después de la ascensión de Cristo. Los


santos descritos en Apocalipsis se distinguen por su
paciencia en la espera.
Hay muy pocas facetas en la vida cristiana que no
requieren espera, en una forma u otra. Esperamos la
respuesta a nuestras oraciones. Esperamos ver los frutos
que se desarrollan en nuestra vida. Aguardamos el regreso
de Jesús, el cual dará fin a todas las esperas.
Por lo tanto, recordemos que se requiere tiempo para
transformar la naturaleza humana hasta colocarla en
armonía con la divina. No se puede alcanzar en un día la
plenitud de la estatura de Cristo. Debemos vivir un día a la
vez, manteniendo la relación de dependencia con Él, y la
cosecha vendrá en su debido tiempo.
Si su preocupación consiste en que no ve mucho fruto
en su vida, recuerde la parábola de la viña. Los resultados
son ciertos, si permanecemos en Él. Pero no olvidemos las
palabras de Santiago 5:7: «Mirad cómo el labrador espera
el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia…»
Nuestra parte consiste en mantener la relación con el
Señor, y Él cumplirá su parte a su tiempo.
Cuando comprendamos nuestra parte en el proceso
del crecimiento y continuemos buscando esa permanencia
105

en Él, nuestra obra progresará y producirá frutos para su


gloria. Y entonces estaremos listos para encontrarnos con
el Señor en paz en aquel día cuando digamos: «He aquí
éste es nuestro Dios, le hemos esperado y Él nos salvará:
este es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y
nos alegraremos en su salud» (lsaías 25:9)
106

CAPÍTULO 16: EL TEXTO QUE NO EXISTE

¿Encontró que falta algo en nuestro estudio del


proceso de la siembra y el crecimiento del fruto? ¿Piensa
usted, amigo lector, que debiera haber un texto, un
concepto o idea adicional? Hay un aspecto común de
cómo el tema de la siembra se asemeja a la vida cristiana,
y que por alguna extraña razón no está en esta parábola
de Jesús acerca de la viña.
¿Puede adivinar cuál es? ¡Es acerca de cómo eliminar
la cizaña! ¿Qué pasa si la arrancamos? ¿No se requiere de
nosotros que cooperemos en ese proyecto? ¿Ha tratado
usted de realizar la tarea de arrancar la cizaña en su huerta
espiritual? Quizás una mirada más cercana a la razón por
la cual falta ese texto, nos ayude a comprender la tarea de
los pámpanos y la tarea del labrador.
No olvidemos que al comienzo de este libro
destacamos a Dios como el Labrador. La Escritura con
frecuencia usa esa analogía para referirse a Dios. ¿Quién es
el encargado de arrancar la cizaña de la huerta? Debo decir
que el Señor es el que lo ha hecho en cada huerta que he
conocido. No fueron las mismas plantas, ya que es
imposible para ellas arrancar la cizaña que las ahoga.
107

Es una verdad tan sencilla y evidente en la naturaleza,


que resulta hasta bochornoso mencionarlo, pero es el
Labrador el que arranca la cizaña. Podríamos haber
incluido esta verdad en el estudio del proceso de limpieza
de Juan 15:2. Quizás las tijeras de podar se aproximen a lo
que podría ser un arrancador de cizaña en la parábola de
la viña. Observemos quién es el encargado de podar: ¿Son
los pámpanos o el Labrador? La respuesta es simple.
No obstante, cuántas veces hemos perdido de vista
esta lección en el mundo espiritual. Es una verdad sencilla,
pero que no hemos comprendido en nuestra propia vida
espiritual. Cuán fácil es que al encontrar las cizañas, espinas
y cardos comencemos a tirar de ellos, encargándonos de
nuestro propio proceso de poda. Tratamos continuamente
de hacer lo imposible.
La próxima vez que notemos la cizaña en nuestra viña,
recordemos el texto de Juan 15 que no existe. Nuestra tarea
no consiste en atacar el mal hábito, el pecado o el mal
carácter, sino en mantenernos conectados con la Vid y
someternos, por lo tanto, a la poda del Labrador, quien se
encargará de las cizañas, mientras permanecemos en Él.
108

CAPÍTULO 17: AMIGOS DE DIOS

«Vosotros sois mis amigos si hiciereis las cosas que os


mando». (Juan 15:14)
¿Desea usted, amigo lector, ser amigo de Dios? En esta
parábola de Jesús los pasos necesarios han sido claramente
bosquejados. La más estrecha amistad se les ofrece a los
que están dispuestos a unirse a la Vid, a permanecer en el
Señor y a continuar esa permanencia en Él. El resultado
inevitable de esta unión será la amistad con Dios.
Al ver este último texto que enfatizamos en este
estudio de la viña, no digamos: «Bueno, si queremos ser
amigos de Dios tenemos que comenzar a guardar todos
sus mandamientos». No pasemos por alto el contexto de
este mandato de Jesús, el cual menciona como condición
de su amistad.
¿Cuál es el mandamiento? Permanecer en Él. No nos
ha ordenado llevar fruto o arrancar cizañas, o dar vida a
los pámpanos. Nos ha ordenado permanecer en Él.
Mediante esta unión, todo lo que se necesita para nuestra
salvación y para su gloria, se cumplirá.
109

Y no sólo eso, sino será nuestro el más grande de


todos los dones y privilegios: La amistad con Dios mismo.
Es mi deseo que ésta sea nuestra experiencia hoy mientras
nos esforzamos por permanecer en Él.

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