Hay flores que son suspiros, que detienen con su magia al tiempo y obligan a sentir. Así es el azahar. Y nuevamente el alhelí, cuando se escribe como antes, con hache intermedia. La flor de azalea participa de este poder petrifi cador. Las hay frágiles y breves, como la flor de lis, forma heráldica del lirio. O como la glicinia y la malva. Las hay solemnes con solemnidad de cardenal, como el crisantemo, o flor de oro, a cuya sola evocación suenan los órganos de Bach en catedrales incensadas. Existen igualmente flores llenas de picardía y de música de violín. Son las gipsofi lias, amantes de gitanos y bailarinas de feria sin control. Amigas de las bromelias, bonachonas flores de la bohemia vegetal. Otras son fl ores de vacaciones, bronceadas y frescas, como el buganvil, la primavera y las fresias. El jacinto y el jazmín les hacen la corte en los jardines equívocos de las palabras. Hay señoras gordas y apoltronadas también entre las fl ores, o mejor, entre los nombres de las flores. Obedecen al estereotipo del chisme o del pañolón, de los rezos y las agrieras. Son petunia, begonia, geranio y hortensia. Existen también flores de Semana Santa y sacristía, como la pasionaria o pasifl ora, el pensamiento y la alhucema o espliego. Así como hay flores señoras, hay flores niñas. Se llaman amelita o margarita, violeta o azucena. No la van bien con las petunias, sobra aclararlo. En cambio, se divierten en grande con las gipsofilias y gustan de llorar con la azalea. La orquídea no ha podido recuperarse de un tufillo oficial que se le prendió desde que la nombraron flor nacional. Hay que colocarla en los baúles, junto al himno nacional, al escudo de la patria y a la Cruz de Boyacá. La magia impregna los nombres de las flores, así como el aroma lo hace con sus pétalos. Sólo que la magia es anterior a los aromas. Arturo Guerrero (Colombia 1946) DAVID BURGOS