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Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de verdes praderas y altas montañas, un joven

llamado Lucas. Lucas era un soñador empedernido, siempre perdido en los libros y en las
historias que su abuela le contaba. Pero lo que más le fascinaba a Lucas eran las estrellas.

Cada noche, Lucas se escapaba de su habitación y subía al techo de su casa para contemplar
el cielo estrellado. Pasaba horas admirando la inmensidad del universo, preguntándose sobre
los secretos que ocultaban esas luces titilantes.

Un día, mientras caminaba por el bosque cercano al pueblo, Lucas encontró a una anciana
sentada junto a un arroyo. La anciana, con arrugas profundas y ojos brillantes como estrellas,
lo miró con ternura y le dijo:
"Niño, veo en tus ojos el brillo de las estrellas. ¿Qué buscas en el cielo?”

Lucas, sorprendido de que alguien entendiera su pasión, le contó a la anciana sobre su amor
por las estrellas y su deseo de descubrir sus secretos.

La anciana sonrió y le entregó un pequeño frasco lleno de polvo brillante. "Este es polvo de
estrella", dijo. "Con él, podrás viajar a los lugares más lejanos del universo y descubrir todo lo
que deseas saber”.

Lucas, emocionado, tomó el frasco y agradeció a la anciana antes de correr de regreso a casa.
Esa noche, esparció el polvo de estrella sobre su cama y se durmió con la esperanza de viajar
a las estrellas.

Al despertar, Lucas se encontraba en un paisaje desconocido, rodeado de planetas y galaxias.


Estaba otando en el espacio, con las estrellas brillando a su alrededor. Con el corazón lleno
de asombro, comenzó su viaje por el cosmos.

Exploró mundos extraños y conoció a seres de todas las formas y tamaños. Aprendió sobre la
historia del universo y descubrió los secretos de las estrellas. Pero a medida que pasaba el
tiempo, Lucas comenzó a extrañar su hogar y a su familia.

Con el frasco vacío y el corazón lleno de recuerdos, Lucas cerró los ojos y deseó regresar a
casa. Al abrirlos, se encontraba de nuevo en su habitación, con el frasco de polvo de estrella
vacío en sus manos.

Desde ese día, Lucas siguió amando las estrellas, pero también aprendió a valorar el hogar y
las personas que lo rodeaban. Y cada noche, cuando miraba al cielo, recordaba su increíble
viaje por el universo y la importancia de los sueños y las aventuras en la vida.
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