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“En la vida espiritual, la palabra disciplina significa ‘el esfuerzo para crear un espacio en el cual
Dios puede actuar’” (Henri Nouwen)
¿Qué son las disciplinas espirituales? Podríamos resumir las principales con la siguiente lista: la
adoración, el asesoramiento, el ayuno, la castidad, la celebración, la confesión, la convivencia, el
descanso, el estudio, la meditación, la oración, el sacrificio, el secreto, la sencillez, el servicio, el
silencio, la soledad, la sumisión.
¡Qué lista! Estas actividades son ideas bíblicas, pero nunca vemos en la Biblia una lista de las
disciplinas espirituales como tal. Más bien, nace esta lista por la experiencia cristiana con Dios a
través de los siglos. Por lo mismo, sería posible añadir aún más. Si fuéramos a hacer una encuesta de
los grandes de la fe (famosos y no) a través de la historia, del cómo profundizar nuestra experiencia
con Dios, lo más seguro es que nos contestarían con sugerencias de la lista mencionada.
Todos queremos ser más como Cristo. En términos sencillos, las disciplinas nos ayudan hacia ese
fin.
Si tomamos la idea del famoso escritor Henri Nouwen, las disciplinas abren un espacio en nuestras
vidas, normalmente tan ocupadas y distraídas, por medio del cual Dios puede actuar. Sin duda, él da el
crecimiento, pero a nosotros nos toca destapar este lugar para ser sensibles al mover del Espíritu.
El entrenamiento de un atleta
Cuando yo era adolescente, me encantaba jugar el basquetbol. Participaba en un equipo durante mi
tiempo en la secundaria y preparatoria. Un día llegaron unas amigas a ver un partido nuestro y
después me comentaron: “Jonathan, ¡de veras te viste como un jugador profesional!” No opinaron
nada sobre mi juego en sí. Lamentablemente, vestirme como jugador profesional del básquet no me
hizo jugar como profesional.
El escritor Dallas Willard relata que muchas veces en el deporte un joven busca imitar a su héroe,
tal vez en la forma de vestir o de hacer ciertos movimientos. Sin embargo, difícilmente logra reflejar
su éxito en la cancha. ¿Por qué? Porque lo que realmente debe copiar no es sólo lo que ve de su héroe
durante un partido, sino también toda la vida de preparación que le ha costado para llegar a ser
campeón.
Debe emular sus largas horas de entrenamiento mental y físico. El éxito en la cancha no viene por
la forma de vestir, sino como resultado de una rigurosa disciplina que nadie ve.
En muchos sentidos, la vida espiritual es así también. Queremos responder como Cristo ante
cualquier situación, pero no es tan fácil; lograrlo requiere preparación. Para el deportista, el éxito
público es resultado de la entrega privada, y para un seguidor del Señor, no es tan diferente.
Difícilmente podemos reflejar a Cristo en público si no tenemos una disciplina privada buscándolo de
manera constante.
De hecho, el apóstol Pablo nos anima a imitar a los atletas en nuestro caminar espiritual: “¿No
saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero sólo uno obtiene el premio? Corran pues
de tal modo que lo obtengan” (1 Corintios 9:24). La disciplina privada de un cristiano empieza con la
práctica de disciplinas espirituales.
Tal vez en esta lista hayamos encontrado alguna disciplina nueva. Será importante buscar aprender
más de esa disciplina, tal vez preguntando a un pastor o mentor espiritual, dedicándonos a practicarla.
Muchas veces nuestra vida espiritual se vuelve seca porque simplemente nos aburrimos de hacer
las mismas cosas para cultivar nuestra relación con Dios. A mí me encanta leer y estudiar la Biblia,
pero de repente me aburre. Por supuesto, el problema no es que la Biblia sea un libro aburrido; es que
mi forma de leer o de estudiar se vuelve demasiado rutinaria. O que mi forma principal de conectarme
con Dios se concentre demasiado en la lectura bíblica nada más. Hace falta practicar disciplinas
diferentes.
Es interesante la dinámica que Nouwen ve aquí. Muchos tendemos a un extremo u otro. Por
ejemplo, a una persona extrovertida le fascina estar en una comunidad cristiana; a un joven
introvertido le encanta la soledad con Dios. Cuando yo me entregué a Cristo a los dieciocho años de
edad, creo que fue la comunidad cristiana que me fortaleció de forma increíble. Pertenecía a un grupo
de creyentes en la universidad y por el ejemplo de ellos me quedé en la fe. Esa red de amistades con
gente amable, divertida e inteligente me convenció. Si hubiera hecho mis amistades universitarias en
otro lado, no sería el seguidor de Cristo que soy ahora. Mi propósito en la vida seguramente sería otro.
A la vez no soy al cien por ciento una persona extrovertida. Estando mucho tiempo en comunidad,
la verdad es que me empiezo a deprimir. Creo que tiene que ver con mi trasfondo familiar. Amo a mis
padres; mi meta como padre es ser como ellos porque han sido excelentes. A la vez quizá a mi
hermana y a mí nos dieron tanto amor que me sentía el centro del universo. Y a veces cuando estoy en
una actividad intensa y larga de comunidad sin descansos de soledad, y no soy el centro de atención,
me empiezo a deprimir.
Sé que lo que me hace falta en esos momentos es estar a solas con Dios, para escuchar su voz y no
la voz de la gente. Dice Nouwen que cuando buscamos de otras personas algo que sólo Dios nos
puede dar, actuamos perversamente: “Decimos ‘¡Ámame!’ y pronto nos volvemos violentos,
exigentes y manipulativos”.
Las dos disciplinas son necesarias para crecer en la fe y vivir sanamente. A mí me encanta el
internet y doy gracias al Señor por sus ventajas; sin embargo, luego con el correo electrónico y
Facebook y los mensajes de textos, nos quedamos en un mundo que no es soledad pero tampoco
comunidad. La mejor manera de vivir en comunidad es hacerlo en vivo.
La auténtica soledad no admite distracciones. Últimamente he tenido que cambiar una disciplina
que practiqué por años. Siempre pasaba un tiempo de oración en mi escritorio después de leer la
Biblia, pero me doy cuenta que ahora no lo puedo hacer. Empiezo a orar por alguien, me llega la idea
de escribirle un correo, y luego veo que otra persona me escribió algo que puedo contestar de forma
rápida. Sin darme cuenta ya estoy trabajando en mis propias actividades. ¡Desapareció completamente
mi tiempo de soledad con el Señor!
Ahora me pongo de rodillas en frente de un sillón en mi oficina, lejos de la computadora, y no me
distraigo.
Existen tantas distracciones hoy en día, que buscar la soledad con Dios de veras requiere de
compromiso y esfuerzo. Parece que siempre interrumpe una llamada, un mensaje de texto, un correo
para contestar. Cuidemos mucho las distracciones.