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De pedofília y estructuras de poder patriarcal: Un análisis feminista de Las

edades de Lulú

Cuando una mujer puede elegir participar en las prácticas del sadismo cultural,
esta elección no implica ni libertad ni liberación sexual.
La liberación personal en un estado de esclavitud es imposible.

Kathleen Barry

Generalmente una gran parte de la crítica literaria habla de Las edades de Lulú

como una novela reivindicadora de la sexualidad femenina, hay quienes incluso la

califican de feminista; por ejemplo, Maginn y Bermúdez opinan que el hecho de que

Lulú haya salido en busca de su propio placer representa en sí mismo un éxito ante

el sistema imperante y que, en realidad, es ella quien escoge libremente regresar

con Pablo. Sin embargo, si se hace una lectura desde el feminismo radical, resulta

evidente que la vida sexual de la protagonista está sujeta a un relación pedófila con

base en estructuras de poder patriarcales que nada tienen ni de liberadoras ni de

propias. Es justamente eso lo que me propongo hacer en este trabajo, un análisis

feminista (radical) de la relación que sostienen Lulú y Pablo, esto con la intención de

mostrar que, en el fondo (no tan en el fondo), esta historia está perfectamente

encuadrada en el sistema imperante.

¿Cómo que mi novio me manipula y me viola?... ¡si él me quiere!

Uno de los aspectos que más comúnmente critican de la novela es el componente

de incesto1 que se presenta en las fantasías de Pablo y Lulú, principalmente cuando

ella tiene un sueño en el que es hija de Pablo y mantienen relaciones sexuales.

Cuestión que, para mí, es la menos preocupante de todo el asunto cuando “en el

1Un ejemplo de ello es el texto de Euisik Kim, “La dualidad del personaje masculino en Las edades
de Lulú de Almudena Grandes.
hogar es donde suceden casi seis de cada 10 agresiones” (Arteta) y, claramente, lo

que sucede en el sueño no es más que una agresión sexual:

. . . empezó a calzarme consoladores . . . al final me metió uno horrible, que


me hacía mucho daño. Tú estabas encantado y dijiste, ese, ese, entonces él
lo empujó un poco más y se me quedó dentro, todo, y no podía sacármelo,
lloré y protesté, no quiero este, te lo dije bien claro, pero tú te fuiste a la caja,
pagaste, me ayudaste a levantarme y me sacaste fuera . . . Cuando entramos
en el coche el chofer se interesó por mí y tú me levantaste la falda para que
lo viera, él me metió la punta de un dedo y exclamó, la talla 56, magnífico . . .
(Grandes 142).

En ese contexto, aunado al hecho de que Pablo fantaseaba y se masturbaba con la

imagen de Lulú “desnuda, oliendo el camisón y repitiendo en voz baja, me ha

cambiado el olor” (Grandes 116) cuando ella todavía no cumplía ni los doce años, la

afirmación de él, “Sería muy feliz si tuviera una hija como tú” (Grandes 143), debería

alertarnos de que nos encontramos, cuando menos, frente a un pedófilo.

Incluso, es posible ir más allá y hablar de pederastia. Aunque Pablo alega “claro que

te imaginaba más mayor” (Grandes 143) y espera algunos años para hacer algún

avance físico, Lulú tenía solamente quince años la primera vez que tienen sexo,

mientras que él tenía 27. De hecho, en esa ocasión, él decide afeitar el vello púbico

de Lulú, aunque ella no quiere, diciéndole “eres muy morena, demasiado peluda

para tener quince años. No tienes coño de niña. Y a mí me gustan las niñas con

coño de niña” (Grandes 54-55) y, un poco más adelante, “Eres una niña especial,

Lulú, redonda y hambrienta, pero una niña al fin y al cabo” (Grandes 57).

Por otra parte, se retrata claramente, al menos, una violación la segunda vez que

Lulú y Pablo “tienen sexo”:


Entonces, cuando menos lo esperaba, me dio la vuelta, me puso la zancadilla
con su pie derecho, me derribó encima de la alfombra y se tiró encima de mí.
Aprisionó mis muslos entre sus rodillas para bloquear mis piernas y dejó caer
todo su peso sobre la mano izquierda, con la que me apretaba contra el
suelo, entre mis dos omoplatos . . . Estate quieta, Lulú, no te va a servir de
nada, en serio… Lo único que vas a conseguir, si sigues haciendo el imbécil,
es llevarte un par de hostias . . . Además, tú tienes la culpa de todo . . . Luego
ya no pude hablar, el dolor me dejó muda, ciega, inmóvil, me paralizó por
completo. Jamás en mi vida había experimentado un tormento semejante.
Rompí a chillar, chillé como un animal en el matadero, dejando escapar
alaridos agudos y profundos, hasta que el llanto ahogó mi garganta y me
privó hasta del consuelo del grito, condenándome a proferir intermitentes
sollozos débiles y entrecortados que me humillaban todavía más, porque
subrayaban mi debilidad, mi rotunda impotencia frente a aquella bestia que
se retorcía encima de mí, que jadeaba y suspiraba contra mi nuca,
sucumbiendo a un placer esencialmente inicuo, insultante, usándome … me
estaba usando, tomaba de mí por la fuerza un placer al que no me permitía
ningún acceso . . . Sus embestidas se hicieron cada vez más violentas, se
dejaba caer sobre mí, penetrándome con todas su fuerzas, y luego se
alejaba, y yo sentía que la mitad de mis vísceras se iban con él . . . no era
capaz de percibir nada más que dolor (Grandes 144-146. El subrayado es
mío).

En mi opinión, retratar una violación no es en sí el problema, sino que dicha

violación se romantiza por medio de la voz de la protagonista: “el recuerdo de la

violencia añadió una nota irresistible a la presencia del placer para desencadenar un

final exquisito y atroz” (Grandes 148); reflexión que hace, cabe aclarar, después de

que Pablo le acaricia la cara llena de lágrimas por lo que acaba de hacerle y le dice

que la quiere mientras comienza a tocarla. Me resulta inevitable equiparar dicha

escena con aquellas en las que el hombre, tras golpear a su pareja (mujer, por

supuesto), regresa ramo en mano a pedir perdón, claro, sin olvidar que fue ella
quien lo provocó, quien tiene la culpa de todo. De hecho, al final de la novela,

cuando él va a “rescatarla” la golpea y ella piensa “Me las he ganado … me las he

ganado a pulso” (Grandes 224); ¿a quiénes, pregunto, se les escucha decir algo

así? La respuesta, por si no era obvia, es a las víctimas de violencia doméstica o

violencia en el noviazgo.

Una cuestión más que es importante señalar es que aunque Lulú se separa de

Pablo no deja de buscar su aprobación: después del primer encuentro que tiene con

una pareja de homosexuales, ella cuenta que cuando él llegó a dejar a su hija

“Esper[ó] cualquier señal, cualquier indicio, para arrojar[s]e a sus pies . . . habría

bastado con que dijera que [la] echaba de menos, pero [l]e dio la espalda” (Grandes

174). Lo anterior deja en claro que Pablo nunca pierde poder sobre Lulú y que, de

hecho, “después de la separación, su control adquiere pradójicamente más poder”

(Kim 100), pues

Lulú no escapa ni se libera en toda la novela de la influencia de Pablo y


tampoco reafirma su independencia como mujer, sino que la mayoría de sus
acciones se encuentran mediatizadas por el poder que el protagonista
masculino ejerce sobre ella, confirmando así su sumisión y acatamiento ante
el sistema patriarcal al que pertenece (Corbalán 59);

incluso, una vez que Pablo la ha “salvado de sí misma” al sacarla de aquel

encuentro sádico que casi la mata, Lulú llega a la conclusión de que “él había

estado allí, moviendo los hilos a distancia” (Grandes 227).

Otro aspecto a considerar es el hecho de que es él quien la determina a ella a partir

de actos lingüísticos simbólicos, en por lo menos dos ocasiones 2 Pablo presenta a la

2En la página 33, cuando la presenta con el mesero que los está atendiendo, y en la página 92,
cuando conocen a Ely.
protagonista diciendo que se llama Lulú (su nombre real es María Luisa). Ella

explica que

La mayoría de la gente que [la] había conocido con Pablo pensaba que Lulú
era un nombre reciente, que había sido él quien [la] había bautizado así,
nadie parecía dispuesto a creer que se tratara en realidad de un diminutivo
familiar, derivado de [su] propio nombre, que [le] había sido impuesto en [su]
infancia sin contar con [su] opinión (Grandes 92).

También hay que tomar en cuenta la gran cantidad de veces que Pablo nombra a

Lulú “niña”, alrededor de veinte veces a lo largo de la novela (sin contar aquellas en

las que la misma protagonista se “autodenomina” niña a raíz de la reiteración y el

trato que Pablo le da como tal), puesto que el lenguaje puede funcionar como una

herramienta para lograr “la pérdida del control de la mujer sobre diversos aspectos

de su vida, tales como: su sexualidad” (Guichard 91) y una de las formas en que lo

hace es a través del término “niña” (Guichard 94).

Dicha actitud por parte de Pablo (ser él quien la presente, utilizar un apodo de su

infancia en lugar de su nombre real y repetirle constantemente que es una niña) es

una forma más de infantilizar a la protagonista y quitarle el poder de

autodeterminarse. Además, una de las formas en las que el sexismo (machismo,

misoginia, etc.) se hace patente dentro del sistema patriarcal es por medio de

nombrar a las mujeres con diminutivos, “[otorgando] todo el reconocimiento a los

hombres por sobre las mujeres” (Guichard 96).

En cuanto a que es la misma Lulú la que desea a Pablo y decide estar con él, hay

que recordar que “El orden sexual forma parte de las relaciones de dominación y de

Poder que atraviesan nuestra sociedad” (Cachafeiro y Rodrigáñez 23) y que “El

cuerpo es un producto ideológico” (Schnaith 157); por lo cual, lo “deseable” obedece


al orden sentimental establecido (Cachafeiro y Rodrigáñez 26) y, de hecho, “basta

sentirse desead@ para desear a quien te desea” (Cachafeiro y Rodrigáñez 26) y

dicha atracción se basa, culturalmente, en el anhelo de complacer al otro

(Cachafeiro y Rodrigáñez 26).

Lo anterior, a mi parecer, sin duda alguna implica que

No es condición natural que abusen de nosotras, que nos golpeen, que nos
agredan, que nos limiten a desarrollar otras capacidades y habilidades, que
nos impongan un prototipo de mujer, delicada, sumisa, y débil, con una
imagen física y una belleza definidas (Aquelarre… 31)

y, por supuesto, la única manera de que se vea y funcione como deseable es que

esté insertado dentro del sistema patriarcal que, obviamente, es machista y

misógino, a través de la visión de una mujer alienada; ya que, de esa forma (como a

una de ellas le parece bien…), el discurso se valida y es aceptado como bueno por

quienes lo reciben.

Además, cabe recordar que culturalmente las mujeres “tenemos la responsabilidad .

. . de hacer placentera la relación sexual para el hombre” (Federici 46) y que “El

deber de complacer está tan imbuido en nuestra sexualidad que hemos aprendido a

obtener placer del dar placer, del enardecer y excitar a los hombres” (Federici 46).

Lo que es más, “La libertad sexual no nos ayuda en esto . . . ha incrementado

nuestra tarea . . . Para las mujeres el derecho a la sexualidad es la obligación de

tener sexo y disfrutarlo” (Federici 47). Y es justamente así como se muestra a Lulú,

ávida de complacer a Pablo, satisfecha por hacerlo incluso cuando no quiere,

cuando implica dolor y sacrificio de su mente y su cuerpo; bastan algunos ejemplos:

Objetivamente, no extraía ningún placer de aquella actividad . . . y sin


embargo estaba cada vez más excitada . . . La tenía en la boca, volvía a
tenerla en la boca y la chupaba, y de repente pensé que ahora me gustaba, y
luego rechacé la idea, o era eso, no me gustaba en realidad, era solo que
tenía que crecer, tenía que crecer como fuera . . . Desde que lo había
anunciado, desde que me lo había advertido —vamos a follar, solamente—,
me había propuesto aguantar, aguantar lo que se me viniera encima, sin
despegar los labios, aguantar hasta el final. Pero me estaba rompiendo . . .
antes de que quisiera darme cuenta, ya le estaba pidiendo que me la sacara,
que me dejara por lo menos un momento, porque no podía, no lo soportaba
más, pero él no me contestó (Grandes 38, 42, 59).

Otra autora, Tsuchiya, defiende que en la novela se subvierten las ideologías

dominantes de género y sexualidad; sin embargo, leyendo en las primeras páginas

de la novela que Lulú, al ver pornografía, tiene el deseo de poseer y en seguida

piensa “Yo no soy, no puedo ser un hombre” (Grandes 18), no puedo más que

pensar que no es así: los roles siguen siendo los mismos de siempre y los placeres

se encuadran dentro de ellos. Tan es así que la misma Lulú menciona cuando

relata cómo se siente ante la pornografía homosexual: “Sentí un extraño regocijo,

sodomía, sodomizar . . . su sonido evocaba en mí una noción de virilidad pura,

virilidad animal y primaria” (Grandes 21); es decir, no encuentra una nueva forma de

experimentar su cuerpo, una nueva forma de vivir su sexualidad que está marcada

por la condición de mujer, sino que evoca todo aquello relacionado al hombre, al

pene.

Conclusiones

Después de este rápido análisis, puedo decir, que, si bien Las edades de Lulú fue

provocativa en su momento, lo fue únicamente porque todos los temas relacionados

con el sexo seguían siendo tabú y lo eran todavía más cuando salían de boca de

una mujer; no obstante, ni en aquel entonces ni ahora la vida sexual de Lulú es


reinvindicativa, empoderante o feminista. Por supuesto, en 1989 no era posible

darse cuenta de que en realidad lo retratado en la novela era simplemente más de

lo mismo, pero maquillado. Como menciona bell hooks “antes de la liberación

sexual, a la mayoría de las mujeres les resultaba difícil, sino directamente imposible,

mantener un rol sexual . . . tan solo una mujer poco o nada virtuosa reconocería su

necesidad o sus ganas de sexo” (113); de manera que leer toda una historia en la

que la protagonista habla de sus experiencias sexuales y acepta constantemente

que siente deseo, placer y ganas de tocar tanto su cuerpo como los de otros hizo (y

hace, diría yo, porque en realidad seguimos lejos de lograr que a las mujeres nos

esté permitido ser seres abiertamente sexuales) altamente tentador calificar el

comportamiento de Lulú como digno de admiración. Sin embargo, ya que las

mujeres no contaban con ningún otro referente, “su comportamiento seguía los

patrones del modelo proporcionado por los hombres patriarcales” (hooks 115); es

decir, en el fondo Lulú sigue formando parte del sistema patriarcal prácticamente por

completo y de una forma bastante peligrosa, pues ensalza la “elección” de participar

en dicho orden y, aunque indirectamente, valida las prácticas machistas y

misóginas que se nos imponen diariamente a todas las mujeres.


Bibliografía

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