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Este artículo analiza la problemática implícita dentro del papel que juega la
revolución cubana en el imaginario de sectores de la actual izquierda radical
española, a través de una lectura contextualizada de El lado frío de la almo-
hada (2004), de la autora Belén Gopegui (Barcelona, 1963). En una trayec-
toria histórica que comienza antes de la guerra civil española, la represión,
neutralización, y trivialización de la extrema izquierda han dado a Cuba un
papel central en la localización del impulso utópico en un país remoto, y al
mismo tiempo de gran parentesco con España. La explosión editorial de
libros cubanos en España, facilitada por factores políticos y económicos,
así como la tradición y el auge de la novela detectivesca y de espías en
ambos países han motivado el gran éxito de la novela de Belén Gopegui.
Sin embargo, la dudosa consecución de los objetivos políticos de la autora
en la novela, así como la dificultad de tejer una narrativa motivada casi
exclusivamente por la ideología, cuestionan que el acercamiento idóneo de
los intelectuales españoles a la revolución cubana deba emanar desde su
propio imaginario colectivo, máxime si éste recrea una autoproyección que
se acerca a una fantasía neocolonial.
El lado frío de la almohada (2004), de Belén Gopegui (Barcelona, 1963) es una novela
que quiere ser abiertamente política, en un sentido literal, no sólo porque la autora
misma ha declarado esta intención, sino porque la caracterización de los personajes
y sus diálogos se basan en cuestiones ideológicas.1 Este artículo parte de un análisis
1
‘Si tuviera que elegir, preferiría que la novela se leyera desde la perspectiva política antes que literaria’. Citado
en Elizalde y Lagarde, 2004.
crítico de esta novela y la atención editorial y periodística que suscitó tanto en Cuba
como en España, para examinar el trasfondo del importante papel de la revolución
cubana en el desarrollo actual de la izquierda radical en España. Comienzo con una
mirada al papel central que juega la revolución cubana en el desarrollo de la narración,
que a su vez está ligado a la trayectoria de la política española en los últimos treinta
años, en los que la izquierda española ha sido asediada por los fantasmas del pasado.
En un segundo apartado explico algunos detalles de la publicación de esta novela, en
un contexto de explosión editorial de libros cubanos en España, el cual motivó
también la publicación de numerosos libros sobre Cuba y la vuelta de la revolución
cubana a los foros públicos de discusión. Un tercer apartado sitúa el debate político
sobre la izquierda en el contexto más amplio de la obra de Gopegui. Seguidamente,
el artículo traza las líneas de la larga tradición del género detectivesco y de espías en
la transición española, y a la vez contextualiza esta narración en comparación con
otras narrativas que quizás consiguieron fusionar la política y la ficción con más
éxito. Mis conclusiones cuestionan el punto de vista y desarrollo de la narración, y
apuntan a otras direcciones posibles en el deseo de entender la revolución cubana.
2
‘The archive is first the law of what can be said, the system that governs the appearance of statements as unique
events. But the archive is also that that which determines that all these things said [. . .] are composed together
in accordance with multiple relations, maintained or blurred in accordance with multiple regularities [. . .]. It
is that which, at the very root of the statement-event, and in that which embodies it, defines at the outset the
system of its enunciability’ (Foucault 1972: 129; énfasis en el original).
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mejor’ (citado en Vilarós, 1998: 15) es decir, la izquierda volvió a verse coartada
y desorientada por no tener un enemigo común contra el que organizarse, y la nece-
sidad de paz y unidad bajo la nueva democracia hicieron que el primer gobierno
democrático español comenzara una campaña de desmemoria con el pasado. En
el clima volátil de la España post-dictadura, la historia oficial bajó el tono de
indignación contra la era franquista y silenció las voces radicales y disonantes que
habían soñado una vuelta del Frente Popular después de la muerte de Franco.
Durante dos años, el gobierno de transición, que incluía muchos de los antiguos
miembros del gabinete de Franco, ejerció una represión sin tregua sobre los
movimientos que representaban tendencias radicales de izquierda, sobre todo los de
jóvenes.3 El primer gobierno democrático de la transición, bajo la presidencia de
Adolfo Suárez del partido UCD (Unión de Centro Democrático) llegaría a reconocer
sólo partidos de la izquierda que negaran toda conexión con el proyecto del Frente
Popular. Incluso el jefe del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, dijo
que ‘no era cuestión de declararse en guerra por cambiar un color de la bandera’
(refiriéndose a la bandera republicana que adoptó el Frente popular, roja-amarilla-
morada, en vez de la del Estado español roja-gualda-roja) (citado en Velázquez y
Memba, 1995: 60); Carrillo consideraba que la monarquía quedaba tan al margen del
nuevo proyecto democrático que no le parecía relevante someterla a discusión. Sin
embargo, no fue sólo la propuesta de la republica la que quedó de lado: el proyecto
radical del Frente Popular fue pasado por alto una vez más, con un nuevo sistema de
gobierno que redujo el impacto de la izquierda, diluyó el impacto de tres años de
guerra sangrienta y desigual, y optó por imponer silencio en los años de represión que
siguieron, en aras de la unidad y armonía nacionales.
La llamada ‘movida madrileña’ del final de los años setenta y comienzo de los
ochenta, los años de la UCD, fueron testigos de la aparente pérdida del archivo
del franquismo como punto de referencia. Al tiempo que sentimientos de alivio y
liberación se extendían incluso entre los hasta entonces jóvenes radicales, también se
difundía una ola de desubicación y desidia. La ‘movida madrileña’ era un movimien-
to de la contracultura originado entre los jóvenes de la capital, y pronto adoptado en
otras grandes ciudades como Barcelona, Bilbao, o Valencia. Con el frenesí que le
caracterizaba, con drogas, sexo y noches enteras de fiesta en las ciudades, la movida
representaba una inconsciente, frívola, y al mismo tiempo amarga respuesta a la
violencia sobre la que estuvo fundada la dictadura, seguida por una nación demo-
crática que impuso silencio por la paz. Del mismo modo, la resistencia contra el Estado
entre los jóvenes cedió a un sentimiento de total indiferencia, cinismo, y despego
de la sociedad civil democrática, lo que en aquellos años se llamó ‘pasotismo’, como
el deseo de ‘pasar’ o no jugar en el juego de cartas, cuando la situación política
exigía asumir la responsabilidad individual. Ambos fueron reacciones al movimiento
anterior de una izquierda que se había acostumbrado a arriesgar las vidas de sus
miembros y ahora había quedado neutralizada.
La necesidad de un proyecto político centrado en la reforma social recibió un
renovado interés con la victoria del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) en
3
Véase el libro de Velázquez y Memba (1995: 23–75) para un detallado estudio de la represión de la izquierda
radical.
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1982, que fue conseguida con la promesa de crear nuevos puestos de trabajo, realizar
la reforma agraria, y renovar completamente el gabinete gubernamental, en el que
aún quedaban miembros del antiguo régimen. Pero en 1986, alegando que había
llegado el momento de ‘modernizar’ España, el gobierno consiguió convencer aún al
electorado de izquierda de que el país debía entrar en el entonces llamado Mercado
Común Europeo, además de la Alianza Atlántica (OTAN). La ‘reconversión indus-
trial’ legó la pérdida de 1.417.828 puestos de trabajo en 1986 (Velázquez y Memba,
1995: 87), y la adopción de una política económica neoliberal dejó claro que la
amnesia y el silencio ante el pasado iban a permanecer dentro de una redefinición de
la izquierda española en el poder, esta vez renacida como socialdemocracia.
Finalmente, en la década de los noventa destacó la triple celebración del año 92:
los juegos olímpicos en Barcelona, la Exposición Universal de Sevilla, y la polémica
celebración del quinto centenario del llamado ‘descubrimiento de América’. Todos
ellos tuvieron como objetivo demostrar la integración de España en el ámbito
internacional, especialmente en Europa, además de reforzar su conexión con
las Américas.4 Al coordinar todas estas actividades en Madrid y diferentes partes
del país, el Estado español tuvo la oportunidad de demostrar la singularidad de sus
incipientes comunidades autónomas, además de subrayar su unidad nacional. Pero
el 92 también coincidió con las secuelas de varios escándalos de corrupción en el
partido socialista, y generó una nueva situación en la que la necesidad de sufragar los
gastos de los actos públicos impulsó la reducción de programas que apoyaban a las
clases trabajadoras, y sujetó la economía a las exigencias de la Unión Europea.5
El año 2000, con el segundo mandato del partido conservador de José María Aznar,
inauguró un tiempo de prosperidad para algunos y escasez para otros, con precios de
inmobiliaria en ascenso y restricciones en los subsidios de desempleo. Durante aquellos
años se extendió una actitud de conformismo y liberalismo que permanece en nuestros
días. Tras asentarse los escombros del muro de Berlín en Europa, se instaló una
alianza entre la democracia y el neoliberalismo como base de la mayor parte de los
regímenes occidentales. Aunque los intelectuales de izquierda han continuado activos
como agitadores de la conciencia social, pocos claman por cambios que amenacen
la base del sistema económico. Aún con una legislatura socialista desde 2004, en la
cual se introdujeron medidas radicales tales como el matrimonio homosexual y una
amnistía general de emigrantes ‘sin papeles’ o indocumentados, España continúa
alineándose con la política económica de las naciones más poderosas de Europa, y
manteniéndose a una distancia prudencial de los regímenes radicales recientemente
elegidos en América latina.
Sin embargo, dos acciones que movilizaron la oposición de izquierda en España
fueron la adhesión de Aznar a las medidas antiterroristas del presidente norteameri-
cano George Bush, así como la invasión de Irak que comenzó en el año 2003. La
novela de Belén Gopegui El lado frío de la almohada (abreviada desde ahora como
4
Para un análisis crítico de este período véase Labanyi, 2002; Subirats, 1994; Vilarós, 1998. Para un análisis de
la Exposición Universal en Sevilla, véase Pérez de Mendiola, 1996.
5
Los escándalos del PSOE giraron alrededor de Juan Guerra, hermano del entonces vicepresidente, que había
creado una oficina falsa en el gobierno de la autonomía andaluza, y desvió los fondos de dicha oficina para
beneficio propio y de miembros de su partido.
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El lado frío) se sitúa al comienzo de esta guerra, que a su vez tuvo lugar sólo un
mes antes del encarcelamiento de setenta y cinco disidentes en La Habana. Para los
personajes cubanos en la novela, los dos eventos representan dos polos opuestos
en una línea ética, pues la guerra de Irak constituye una expresión del imperialismo
estadounidense y la hegemonía de los estados regidos por el afán de lucro, mientras
que en La Habana un régimen basado en principios humanísticos aplica medidas
drásticas para defenderse (Gopegui, 2004: 68–69). Cuba emerge en la escritura de
Gopegui como la encarnación en otro país del espectro del proyecto liberador de
la izquierda española, que fue primero brutalmente reprimido, después aislado y
dividido, y finalmente neutralizado y trivializado. Así, la revolución cubana es un
revenant, en la descripción derridiana del fantasma del marxismo, un espíritu del
pasado que se nos aparece, en un momento en que se sufre de dislocación y desar-
monía, en el que rigen la injusticia y la derrota de los principios que parecían más
elementales (Derrida, 1994: 4–29). Para Gopegui, Cuba es una figura que, como
un fantasma, nos llama desde el futuro, como la promesa de una utopía aún no
realizada, como dice la protagonista de El lado frío ‘Existe Cuba, es como decir que
existe la posibilidad de actuar’ (Gopegui, 2004: 134). De esta manera, como es común
en el discurso tanto de los que están a favor como de los que están en contra de la
revolución cubana, la idea de Cuba como nación se funde con la revolución, como
si no existiera nada fuera de ella. La próxima sección amplía la conexión entre la
imaginación colectiva de España y algunos acontecimientos recientes en Cuba.
6
Aunque la cronología del Período Especial aún está en disputa, estoy siguiendo aquí a Esther Whitfield, para
quien el Período Especial comienza con la proclamación oficial por parte de Fidel en 1990, y termina con una
declaración de Fidel bastante informal, pero cierta, en la que establece en 2005 que ‘el período especial se había
dejado atrás’ (Whitfield, 2008: 2).
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La política de los premios y las ceremonias de promoción que los acompañan han
contribuido a aumentar el estatus del libro como mercancía desde la década de los
noventa. En este contexto, la presentación de un libro como un producto atractivo
ha tomado múltiples formas. Para empezar, otras contribuciones de los escritores
— sean de ficción, blogs, o editoriales — y la asistencia a actos públicos o entrevistas
contribuyen a promocionar sus nuevos libros. En mayor o menor medida, cada autor
cultiva una personalidad pública que guarda una cierta coherencia con sus escritos y
las opiniones que expresan en público. Como ha dicho Germán Gullón, la nueva
escena de publicación en España recrea el concepto del ‘libro espectáculo’, a juzgar
por la pompa y circunstancia que acompaña al lanzamiento de un libro, y el ‘autor
marca’, que coloca al escritor en una cierta trayectoria de acuerdo con lo que ha
escrito antes y después de ese momento, y de alguna manera condiciona cómo se
va a recibir un libro. Dentro de este marco, Gopegui ha cultivado la imagen de una
escritora política, e incluso ha querido a menudo influir a los lectores para que lean
sus libros de cierta forma. En una entrevista con un crítico literario Gopegui subrayó:
‘Yo creo que una novela tiene que ir contra una cosa. No me gusta esta idea de que
cada uno lee la novela y saca su interpretación [. . .]. Por así decir, si la vida pasa en
la realidad, habrá que sacar la realidad tal y como es, no imágenes de la realidad’
(Legido-Quigley, 1999: 99). Para Gopegui, la ‘realidad’ es indiscutible, y el deber del
autor es plasmarla ‘tal como es’.
A este respecto Gopegui se sitúa en contra de algunos de sus contemporáneos,
los llamados ‘nuevos narradores’, que nacieron al final de los sesenta y comenzaron
a publicar sus primeras novelas en la década de los noventa. Lo que se ha dado en
llamar Generación X parece tener más en común con el posmodernismo norteameri-
cano, con los juegos de estilo y temas de decadencia urbana tales como la droga, el
sexo y el anonimato.7 A diferencia de estos autores, Gopegui cree que la literatura
debe ser una herramienta para crear conciencia sobre el lamentable estado actual de
apatía e indiferencia ante las lacras de la sociedad contemporánea.
7
Sobre el debate acerca de la Generación X, véase Dorca, 1997; Urioste, 1997–98; Molinaro, 2005.
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Nacida en 1964, Gopegui pertenece a la generación de los que tienen sólo vagos
recuerdos de la transición a la democracia. La autora considera que está en una
peculiar posición dentro de su generación, intercalada entre una generación desencan-
tada, y una indiferente. Esta generación vivió un momento en el que las personas
hablaban de la política más asiduamente, pero no tomaban parte en ella (Rivera de
la Cruz, 1997). Como consecuencia, habiendo llegado a cierta edad, gran parte de la
gente de su generación se ha hecho mucho más conservadora (Legido-Quigley, 1999:
99). Como antídoto, Gopegui asegura que la política es ‘no tratar de cambiar los
actos, sino las reglas detrás de esos actos’ (Legido-Quigley, 1999: 100), pero lamenta
que la izquierda española ha dejado de cuestionar dichas reglas. En La conquista del
aire el narrador se refiere a los que dicen ser de izquierda aún sin convencimiento
en sus correspondientes ideales: para ellos, ser de izquierda se ha convertido en un
‘ritual estético’ (1998: 60). Asegura la autora que los medios de comunicación de la
cultura están en manos de gente que solían ser de izquierda, pero ya no lo son; para
Gopegui los comunicadores culturales como Rosa Montero y otros editorialistas de
El País se han acomodado y conformado con el sistema capitalista, y ya no llegan a
cuestionar y minar sus raíces (Punzano, 2004). Esa necesidad fundamental de atacar
al sistema capitalista de raíz, supuestamente, se evidencia en su novela El lado frío.
En su búsqueda de una realidad que desafíe al sistema capitalista, Gopegui pone
el punto de mira en la revolución cubana, que para ella representa toda la nación
cubana. Al decir en esta novela y en declaraciones en entrevistas que el encarcela-
miento de los disidentes en 2003 era legítimo, Gopegui se situó al margen de otros
intelectuales como Günter Grass, José Saramago y Susan Sontag, Pedro Almodóvar
y Manuel Vázquez Montalbán, Josep Ramoneda, y Antonio Tabucchi, entre otros,
que habían apoyado a la revolución durante años, pero firmaron una carta contra
lo que ellos juzgaban una violación de derechos humanos (De la Nuez, 2006: 65).
Con esta postura, Gopegui apoyó la declaración del estado cubano, que se justificó
alegando que los disidentes estaban siendo apoyados y financiados por Estados
Unidos.
El lado frío resultó generar mucha atención, con dos ediciones en España y una en
Cuba (Arte y Literatura, 2005), foros de discusión en El Mundo y El País, numerosas
entrevistas y artículos en la revista literaria cubana La Jiribilla, y en revistas y sitios
de Internet radicales en España, como Youkali: Revista crítica de las artes y el
pensamiento o rebellion.org. Además, Gopegui recibió muchos elogios por parte
de Francisco Umbral, una figura influyente entre los intelectuales de la izquierda
española, que declaró que la autora estaba entre los pocos escritores españoles que se
mantenía al margen de la literatura que vende bien, y está desprovista de sustancia.
Zoé Valdés, por otra parte, criticó duramente a Gopegui en un artículo en El Mundo
por ofrecer su propia versión de los acontecimientos del 2003 en Cuba, sin llegar
a entrevistarse directamente con los disidentes. En su respuesta en otro Encuentro
digital en El Mundo, Gopegui explicó que su objetivo era desafiar lo que los medios
de comunicación suelen decir sobre Cuba, y dar versiones distintas de los hechos.
Para Gopegui, Cuba es el lado frío de la almohada en el sentido de algo que nos saca
de nuestra complacencia y comodidad burguesa, y nos expone a otras construcciones
de la realidad. Sin juzgar si llega a conseguir sus objetivos, sin duda la revolución
cubana ha contribuido a solidificar la ‘marca’ de Gopegui como autora, desde una
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primer Congreso de Educación y Cultura que se celebró tras el llamado caso Padilla.8
Este género se hizo muy popular desde el final de la década de los setenta, dando
como fruto excelentes novelas como Y si muero mañana de Luis Rogelio Nogueras
(1978), y Joy (1978) y Allá ellos (1991) de Daniel Chavarría (Braham, 2004: 36). Estas
novelas modificaron radicalmente el modelo estadounidense, que se sigue en España
también, en el que el espía trabaja individualmente; en las novelas cubanas, los
Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y otros agentes de la comunidad
colaboran con los detectives o policías para descubrir los designios de los agentes de
la CIA. Sin embargo, los años noventa también trajeron una subversión del modelo
socialista de la novela policíaca en la serie de Leonardo Padura, en la que el detective
Mario Conde destapa casos de corrupción del estado cubano. En vez de revoluciona-
rios-modelo que denuncian un complot contrarrevolucionario, el detective en novelas
cubanas recientes es un cínico anti-héroe que pone en evidencia las apariencias
engañosas del buen comportamiento revolucionario. El villano de estas novelas no es
sino la élite revolucionaria anterior.
En El lado frío Gopegui desbarata las convenciones de la novela de espías y de
detectives, con una primera escena en la que ya se revela que Laura, la protagonista,
va a morir al final de la historia, y un final que permite que el desorden en el orden
social permanezca. El conflicto principal es que los agentes cubanos fingen que un
grupo de los suyos se han vuelto contra la revolución y están dispuestos a entregar
una lista de espías cubanos que trabajan en Madrid a cambio de tres millones de
dólares, los cuales van a gastar en ordenadores. El motivo real de la operación es
hacerle una encerrona a la agente estadounidense Wilson, que apoya la línea dura de
las sanciones contra Cuba, de manera que se le incrimine y pierda así su puesto en
Madrid. Del mismo modo que en otras novelas de espías en Cuba, los personajes
positivos son agentes de la Seguridad del Estado cubana que conspiran contra agentes
americanos. Sin embargo, en general el recuento de los actos de los espías es
bastante desapasionado en la novela de Gopegui. El núcleo del conflicto, en el que
se enfrentan la convicción política y otras pasiones humanas, está en la relación
entre los dos protagonistas. Después de la muerte de Laura, una escena retrospectiva
trae al lector al momento en que Laura conoce a Phillip Hull, un diplomático
estadounidense radicado en Madrid, con quien pronto le une una atracción fatal. La
próxima sección explica las implicaciones políticas de esta relación.
8
El Caso Padilla marcó un cambio profundo en la política institucional hacia la cultura en Cuba. Después
del muy público procesamiento del poeta cubano Heberto Padilla, coincidiendo con el fracaso de la zafra de
los diez millones y la sovietización de la política cubana desde 1971, la censura y el control de la producción
cultural se recrudecieron considerablemente, en respuesta también a que numerosos autores extranjeros
comenzaron a retirar su apoyo a la revolución.
EL LADO FRÍO DE LA ALMOHADA 255
sobrenatural. Sin embargo, Hull y Laura acaban siendo ‘dos adúlteros sin marido ni
mujer’ (Gopegui, 2004: 146) en el sentido de que el compromiso político se convierte
en un obstáculo entre ellos. En palabras del crítico Quintín, ‘Hay un algo de misticismo
en ese planteo, la referencia a una trama oculta del mundo para la cual la política o
el amor son vías paralelas de acceso a una misma revelación’. Pero Laura muestra
que la política es con diferencia el camino más adecuado para la revelación. En otras
palabras, cuando Laura elige Cuba en vez de Hull, convierte la filiación política en
un tipo de sacerdocio. Esta convicción política está basada en la culpa, la fe y el deseo
de cambio:
Era lo esplendoroso lo que Laura rehuía, lo que cada día claro le mostraba. Era saber que
si algo, algo político, no ocurría, lo esplendoroso, lo magnífico, lo oportuno, lo meritorio,
lo con suerte o con esfuerzo finalmente conseguido comportaría mezquindad. Porque si
algo, algo político, no ocurría, entonces lo anhelado nunca estaría libre de corrupciones
. . . . Libre de cálculo. (Gopegui, 2004: 35)
Las reflexiones de Laura sólo admiten una cierta postura política como legítima para
motor de las acciones individuales. La idea de una relación amorosa se presenta como
engañosa y abocada a fracasar desde el principio de la novela, después de que Laura
y su antiguo amante Eduardo rompen a causa de la incompatibilidad de sus ideas
políticas. En este sentido, Laura se comporta como una revolucionaria verdadera, en
los términos del Catecismo para jóvenes de Netchaiev:
El revolucionario es un hombre perdido. [. . .] Severo consigo, tiene que serlo con los
demás. Todos los sentimientos de ternura que debilitan, de parentesco, de amistad,
de amor, de agradecimiento, e incluso de honor, tienen que ser sofocados en su fuero
interno por la pasión única y fría de la causa revolucionaria. (citado en Aguado, 2004:
129)
autora declara abiertamente que su intención en El lado frío no es tanto discutir los
problemas de Cuba misma, sino explorar el lugar que ocupa Cuba en el imaginario
español (Elizalde y Lagarde, 2004). Para Gopegui, la sola mención de Cuba parece
servir para evocar el desafío del sistema capitalista en el mundo occidental. Citando
a Santiago Alba, un periodista y escritor español residente en Túnez, que también
escribe en foros radicales, no sólo hay que ‘apoyar la revolución’ sino ‘apoyarse en
la revolución’ (citado en Burgos Tejero, 2007) con lo que se refiere al hecho de que
Cuba nos da evidencia tangible de que es posible desafiar la ética del lucro.
El hecho de que Cuba siga siendo el modelo económico radical para Gopegui en la
actualidad parece altamente paradójico sobre todo sin pensamos en los últimos acon-
tecimientos en la isla desde el Período Especial, en el que la necesidad ha impulsado
a los cubanos a la persecución intensa del dólar — ahora son los pesos convertibles
— a través de numerosos negocios, sean legales o ilegales.9 La desconexión entre
la idea que tiene Gopegui de la revolución cubana, y la de otros que han visitado la
isla, o la de los mismos cubanos, se puede explicar por el hecho de que, según la
misma autora admite, Gopegui sólo cuenta con dos viajes de veinte días de visita en
La Habana y Matanzas (Rodríguez Marcos, 2004) y que escribió el ochenta y cinco
por ciento del libro basado en su propia investigación, y el resto de sus propias
observaciones.
Así Gopegui cumple las cuatro características de lo que Iván de la Nuez, el escritor
cubano residente en Madrid, llama ‘la rapsodia roja de la revolución’, o el hábito de
algunos intelectuales de seguir ensalzando a la revolución como símbolo de libertad
en occidente. Estas características son ‘confirmación de una revolución triunfante
allí donde otras fracasaron [. . .] celeridad por el poco tiempo invertido para
dictaminar y ser portavoces de procesos complejos [. . .] distancia por la seguridad
de saber a resguardo su pasión revolucionaria desde las desiguales pero permisivas
democracias occidentales [. . .] discriminación por el invariable segundo plano de
las voces cubanas, que casi siempre han ocupado el lugar de figurantes’ (De la Nuez,
2006: 12).
Las cartas que Laura escribe a un editor del periódico, que bien podría ser el diario
español El País, están dedicadas a desafiar la concepción del mundo de la generación
que apoyaba la izquierda radical en España, pero luego se fue acomodando a los
placeres de la vida burguesa. En opinión de Laura, los sueños de una generación que
nació en la década de los sesenta, lo que el lado frío de la almohada les ofrece, no
aportan nada para los que quieren sustituir la ‘ética del lucro’ por la ‘ética del Bien’,
personificado este último en la Cuba revolucionaria (Gopegui, 2001b: 30).
La novela de Gopegui ilustra cómo una narración construida someramente, con
personajes bastante superficiales y una postura ideológica con poco fundamento o
documentación, puede ser un éxito si se da el clima político apropiado en España.
El hecho de que Hull, el personaje que trata de descarriar a la heroína, sea un
espía norteamericano, exime a los españoles de toda culpa. Los aliados de Hull
son hombres de negocios españoles, dobles agentes y observadores pasivos, pero no
juegan un papel importante en la historia y no parecen tener una opinión de Cuba.
9
Véase Barbassa (2005) para un relato periodístico de este período o, para una visión crítica sobre el culto al
dinero desde adentro de Cuba, léase Antonio José Ponte (2001).
EL LADO FRÍO DE LA ALMOHADA 257
Las ideas de Laura se contrarrestan sólo con las de Hull, el estadounidense que
representa las ideas neoliberales. La historia se desarrolla en Madrid como podría
tener lugar en cualquier otra ciudad de Europa, con lo cual el autor no examina el
papel que puedan tener los españoles mismos en la supresión de la izquierda radical.
Cuba misma no aparece como sociedad civil, donde la gente tiene una opinión sobre
la compleja cuestión de los setenta y cinco disidentes. Las sanciones del gobierno
español a Cuba también se omiten, en una narración en la que la revolución cubana
continúa siendo una contraseña para el potencial no realizado de la izquierda radical
española.
El éxito de El lado frío se debe en gran parte al hecho de que el sueño de la utopía
cubana continúa teniendo atractivo en España, y la respuesta entusiasta que el libro
generó en Cuba demuestra que las instituciones culturales cubanas se recrean en
este sueño. Por otra parte, la recepción tan entusiasta de la novela es para algunos
un reclamo, a hacerse conscientes de que Cuba debe ser entendida en sus propios
términos, no como una extensión del imaginario colectivo de ningún otro país. En
esta novela el espacio íntimo del descanso individual en la cama sirve como vehículo
para expresar una actitud extrema entre los intelectuales en España, la suspensión
de toda crítica a Cuba. El problema es que la metáfora de un espacio tan íntimo no
deja lugar para el otro, y como resultado la novela expone visiones muy personales
de la isla, que muestran a su vez características comunes con recuentos periodísticos
o narrativa escrita en España. En éste y otros relatos, el narrador se comporta como
un turista ideológico que da una descripción bastante impresionista de la situación
actual en Cuba. La isla aparece como un espacio colonizado, sobre el cual otros
proyectan sus propias visiones del presente y el futuro.
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This article analyses the controversial role that the Cuban revolution plays in the
imaginary of some sectors of the Spanish radical left, through a contextualized
reading of El lado frío de la almohada, by Belén Gopegui (b. Barcelona, 1963). In
EL LADO FRÍO DE LA ALMOHADA 259
a historical process that begins before the Spanish Civil War, the repression,
neutralization, and trivialization of the extreme left have given Cuba a central role
in locating utopian desire in a remote country that arguably has a strong kinship
with Spain. The publishing boom of Cuban books in Spain, aided by political
and economic factors, as well as the tradition and popularity of detective and
spy novels in both countries, have caused Belén Gopegui’s novel to be a great
success. However, one can question whether the author achieves her stated
political objectives; note her difficulties in spinning a narrative driven almost
exclusively by ideology; and wonder whether the appropriate approach to the
Cuban revolution on the part of Spanish intellectuals should emanate from
their own collective imaginary, especially if the latter enacts a self-projection
approximating to a neocolonial fantasy.