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FACULTAD DE CIENCIAS DE LA INFORMACIÓN

- Departamento de relaciones internacionales e historia global

GRADO EN PERIODISMO: Curso 2021-2022

TRABAJO DE FIN DE GRADO

IRÁN-ARABIA SAUDITA: LA GUERRA FRÍA DEL


ORIENTE MEDIO

Autor: Iker Caperochipi Beguiristain

Tutora: Soledad Segoviano Monterrubio

Junio, 2022

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ÍNDICE

RESUMEN ……..……………………………………………………………………. 3

INTRODUCCIÓN……………………………………………………………………. 4

METODOLOGÍA.......................................................................................................... 5

A) CONTEXTO HISTÓRICO……………………………………………………… 7

1) APROXIMACIÓN AL CONFLICTO: EXCISIÓN DEL ISLAM (SUNÍES Y


CHIÍES)……………………………………………………………………….. 7
2) IRÁN: DESDE LA ANTIGÜEDAD HASTA LA DINASTÍA PAHLAVÍ …. 9
3) ARABIA SAUDITA: EL NACIMIENTO DE LA CASA DE SAÚD Y EL
WAHABISMO………………………………………………………………... 10
4) PERIODO DE CONVIVENCIA IRANÍ-SAUDÍ CON EL SAH DE PERSIA.. 12
5) LA REVOLUCIÓN ISLÁMICA DE IRÁN…………………………………… 13
5.1 LA GUERRA IRAK-IRAN (1980-1988)………………………………… 15

B) RELACIONES IRANÍ-SAUDÍES HASTA LA INVASIÓN DE IRAK………. 17

1) LA MASACRE DE LA MECA Y LA RUPTURA DE RELACIONES………. 17


2) ETAPA DE DISTANCIAMIENTO (1988-1997)……………………………… 18
3) PERIODO DE DISTENSIÓN: MANDATO DE JATAMÍ (1997-2005)………. 20
4) LA INVASIÓN DE IRAK: UN PUNTO DE INFLEXIÓN GEOPOLÍTICO…. 22

C) EL NUEVO ESCENARIO POLÍTICO TRAS LA INVASIÓN DE IRAK (2003-


ACTUALIDAD)…………………………………………………………………….23

1) AUMENTO DE HOSTILIDADES Y CONSOLIDACIÓN DE DOS BLOQUES


(2003-2011)……………………………………………………………………... 23
2) EL DILEMA NUCLEAR Y EL DISTANCIAMIENTO EE. UU.-ARABIA
SAUDITA (2011-2015)…………………………………………………………. 24
3) EL CAMBIO DE ESCENARIO CON LA ADMINISTRACIÓN TRUMP Y
SITUACIÓN ACTUAL (2015-2022)…………………………………………… 26

D) ESCENARIOS DE CONFRONTACIÓN: PROXY WARS…………………….. 28


1) IRAK…………………………………………………………………………….. 28
2) YEMEN…………………………………………………………………………. 29
3) LÍBANO………………………………………………………………………… 31
4) SIRIA……………………………………………………………………………. 33

CONCLUSIONES……………………………………………………………………… 35
BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………………….. 37

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RESUMEN

La Revolución iraní fue el comienzo de un cambio de equilibrio en el Oriente Medio. Se


formaron dos bloques liderados por Arabia Saudita e Irán que buscaban aumentar su
influencia regional a medida que cumplían sus propios intereses. Esto daría lugar a una
rivalidad encarnizada que se disputaría en los diferentes países de la región. El
componente étnico (persas y árabes), la interpretación religiosa (suní y chií), las relaciones
con Israel y Occidente, la cultura y la lucha por el poder son los ingredientes que han
acabado por dividir la región en dos bandos que disputan mantener y ampliar su esfera de
influencia.

Este trabajo desengrana cada aspecto del enfrentamiento, profundizando en el contexto


histórico para entender la naturaleza del conflicto. Partiendo de la historia de ambos países
se pretende profundizar en el statu quo actual, caracterizado por las relaciones exteriores
de ambas potencias, sus acciones en países vecinos y las guerras proxy que envenenan el
enfrentamiento.

PALABRAS CLAVE

Irán, Arabia Saudita, suní, chií, guerra, islam, Oriente Medio.

ABSTRACT

The Iranian Revolution completely changed the balance of power in the Middle East. Two
blocs were born, lead by Saudi Arabia and Iran, both aiming to expand their regional
influence and protect their interests. This was the beginning of a bitter rivalry that was
going to take place in different Arab countries. Ethnic elements (Arabs and Persians),
religious branches (Shia and Sunni), relations with Israel and the West, culture and the
struggle for power are the reasons these two blocs were divided and fought to keep their
own sphere of influence.

This paper aims to outline each aspect of the rivalry, explaining in detail the historic
context that clarifies the nature of the dispute. Starting from the history of each country,

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the project explains the current status quo, describing its foreign affairs, their actions in
other countries and the proxy wars that intensified the fierce rivalry

KEY WORDS

Iran, Saudi Arabia, Sunni, Shia, war, Islam, Middle East.

INTRODUCCIÓN

El Oriente Medio es la cuna de grandes civilizaciones y pese a su pequeño tamaño, tiene


una incidencia muy amplia en la política internacional. Es una de las regiones más
inestables del planeta, hogar de numerosos conflictos y enfrentamientos. La relativa paz de
la que ha gozado la gran mayoría del mundo tras la Segunda Guerra Mundial es una
excepción para los habitantes de esta zona. Siria y Yemen, las dos mayores tragedias
humanitarias de las últimas décadas, se encuentran en el corazón del Oriente Medio. Estas
guerras no tienen cobertura suficiente, y en gran parte es porque nadie nos anima a
entenderlo.

La naturaleza de estos conflictos nos muestra una premisa clara. Todo lo que ocurre en la
región tiene el sello de Irán y Arabia Saudita. Los dos son los claros líderes de la región, y
protagonizan una versión pequeña de la Guerra Fría que vivimos el siglo pasado. Para
entender todo lo que ocurre en la zona, es imprescindible comprender esta rivalidad, que
se eleva a todo tipo de esferas y aspectos.

Por ello, el objetivo del proyecto es profundizar en el enfrentamiento entre Arabia Saudita
e Irán, observando en detalle las causas y las consecuencias de dicho conflicto, y
ofreciendo una visión amplia del statu quo del Oriente Medio. El análisis también pretende
dar a conocer las consecuencias más tangibles que esta rivalidad genera, por encima de
cualquier política o doctrina religiosa. La realidad humana que causa el conflicto iraní-
saudí.

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METODOLOGÍA

El objetivo del proyecto es profundizar en la rivalidad entre Arabia Saudita e Irán,


observando en detalle las causas y las consecuencias de dicho conflicto, y ofreciendo una
visión amplia del statu quo del Oriente Medio. Para ello, es clave exponer un contexto
detallado y amplio. La línea cronológica nos ayuda a mantener un hilo conductor que
estimula la coherencia y la claridad.

El desarrollo se divide en diferentes capítulos. Estos están divididos en diferentes


intervalos históricos que separan las distintas etapas de la rivalidad. Esta clasificación
ayuda al lector a organizar la información y a interiorizarlo más efectivamente. En primer
lugar, se realiza una aproximación al conflicto suní-chií, dando a conocer su origen y
detallando aquellas diferencias que separan las dos ramas. Esto viene seguido de un
resumen de la historia, ahondando en el siglo XX. y en el periodo de convivencia pacífica
junto al Sah de Persia, hasta llegar a la fecha clave de 1979. Aquí se analiza en detalle la
Revolución Islámica, el origen moderno del enfrentamiento, acompañado de la guerra
iraquí-iraní.

El segundo capítulo se centra en las relaciones iraní-saudíes desde la Revolución hasta la


invasión de Irak en 2003, que supuso un punto de inflexión clave en la región. Se detalla el
gran incidente de La Meca que causó una ruptura de relaciones. Después, el análisis se
divide en dos etapas. Por un lado, el periodo de distanciamiento entre 1988 y 1997, y
después la etapa de distensión protagonizada por el presidente Jatamí, que dura hasta la
Invasión de Irak. Se analizan las trayectorias de ambos países dando especial importancia
a las relaciones exteriores que mantuvieron entre ellos.

Todo ello nos ofrece un contexto detallado que ayuda a entender la última mitad del
trabajo, un análisis que se divide en tres etapas. 2003-2011, donde se detalla como cada
país plantea nuevos intereses y objetivos, mostrando una agenda geopolítica que más tarde
desemboca en conflictos. El segundo intervalo tiene lugar entre 2011 y 2015, marcado por
el distanciamiento que la Administración Obama marca sobre Arabia Saudita, y por el
conocido acuerdo nuclear que Irán firma. Este escenario salta por los aires con la elección
de Trump, que protagoniza la última etapa al generar un cambio total de la situación.

Todas estas políticas están vinculadas con la lucha regional que está teniendo lugar en
distintos lugares de la región. Estos escenarios de confrontación, o guerras proxy, tienen

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lugar en países como Siria, Líbano, Yemen o Irak. Todos estos casos se explican
específicamente en el último capítulo.

Toda la información recopilada parte de libros, estudios, trabajos académicos y artículos


periodísticos. El uso de numerosas fuentes para una misma información proporciona
seguridad y credibilidad, lo que enriquece la exposición del estudio. El objetivo es brindar
un contexto detallado y rigoroso que de pie a un análisis final de la actualidad, lo que nos
permite entender la naturaleza global del conflicto y plantear posibles escenarios de futuro.
Esto viene implícito en la parte final de las conclusiones, donde se interpreta todo el
análisis expuesto.

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A) CONTEXTO HISTÓRICO

1) APROXIMACIÓN AL CONFLICTO: EXCISIÓN DEL ISLAM (SUNÍES Y


CHIÍES)

El origen del enfrentamiento interno del islam tiene lugar en la muerte de Mahoma, en el
año 632 d. C. El profeta es el único mensajero de dios, el gran héroe que unificó todas las
tribus de Arabia y la gran base de la cual cualquier doctrina islámica se sustenta. En su
posterior sucesión, la comunidad islámica se dividió en tres facciones, entre los que
destacaban dos ramas principalmente, los suníes, mayoría entre los musulmanes, y los
chiíes. Los otros eran los jariyíes. Los suníes declaraban que él no había elegido un
sucesor, y daban credibilidad a la elección popular de Abu-Bkr, suegro de Mahoma. Los
chiíes reclamaban que el nuevo profeta debía ser Ali Ibn Abi Tálib, su tío y a la vez yerno.
El poder se adquiría por gracia divina, y el parentesco familiar era fundamental para que
este pudiera ser transferido.

Los suníes salieron victoriosos en la primera batalla interna del islam. Su superioridad
numérica hizo que Abu-Bakr se convirtiera en el primer califa, el gran sucesor del profeta.
En el año 680 d. C. las hostilidades se recrudecerían tras la guerra iniciada por Husayn,
hijo de Alí. Los alzados sufrieron una gran derrota en la mítica batalla de Karbala,
marcando la separación definitiva entre ambos bandos.

Los suníes basan su teoría en un libro que recogía las palabras del profeta, el Sunna, donde
se decía que el líder debía ser una persona de la tribu Quraish, con el beneplácito de la
comunidad. Según los chiíes, el líder, el imán, debe ser descendiente de Mahoma. Alí fue
el primero de los doce imanes. El duodécimo de ellos sigue desaparecido, y se sigue
esperando el momento donde Alá decida que él deje su escondite y vuelva al mundo como
un mesías para reestablecer la justicia y la paz. Los suníes rechazan rotundamente esta
teoría. Para ellos la relación entre Alá y sus fieles es directa, y no comparten la elección de
intermediarios o líderes religiosos superiores. La única figura divina es Alá, quien no
puede ser representado de ninguna manera.

La visión e interpretación de las normas islámicas de los chiíes es muy distinta, marcada
por una marcada jerarquización del poder religioso. Ellos defienden la existencia de

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líderes supremos que concentran el poder. Ali Jamenei (Irán) y Ali al Sistani (Irak) son las
dos grandes figuras islámicas chiíes de la actualidad. Ambas ramas siguen el libro sagrado,
el Corán, pero mientras las enseñanzas y las directrices de los suníes se centran más en el
libro Sunna, los chiíes abrazan el libro de tradiciones Akhbar, también escrito por el
profeta.

En cuanto a la cantidad de fieles, en total se estima que los suníes son entre el 85% y el
90% de la población mundial musulmana. Por su lado, los chiíes representan poco más del
10-12% de los musulmanes, entre 120 y 170 millones de personas. Pese a que parezca una
superioridad aplastante, esto se explica por los musulmanes que habitan en el norte de
África y en el este de Asia, en países muy poblados como Indonesia. En el Oriente Medio
la diferencia es menor. Irán es claro líder del chiismo, acompañado de otros países con
mayoría chií como Irak, Azerbaiyán, Líbano o Baréin. Los demás países, excepto Omán
(mayoría yaridí), son de mayoría suní en proporción demográfica. Arabia Saudita es la
gran referencia de este bloque.

El porcentaje de suníes y chiíes en el Oriente Medio. Congressional Research Service (2004)

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2) IRÁN: DESDE LA ANTIGÜEDAD HASTA LA DINASTÍA PAHLAVÍ

La historia de Irán se aproxima a los primeros grandes pasos de la humanidad, y la


ocupación de sus tierras actuales nos lleva a la lejana fecha de La Edad de Piedra. Rivales
de la desarrollada Mesopotamia, la dinastía de los Medas dio nombre a un nuevo imperio,
el imperio Meda, en el siglo VIII. a. C. En el 550 a. C. los Aqueménidas tomaron el poder,
marcando el comienzo del gran imperio persa. En esta nueva etapa imperialista los persas
conquistaron Asiria y grandes partes de Babilonia, Anatolia y Asia Menor, bajo el mando
de Ciro II el Grande. Su conquista llegó hasta la Grecia Clásica junto al conocido Jerjes I.
Sin embargo, el imperio perdió su influencia con la conquista de Alejandro Magno en el
330 a. C.

El resurgimiento llegó con el Segundo Imperio Persa de los Sasánidas, entre el año 226 y
651 d. C. Los enfrentamientos con los bizantinos debilitaron a una Persia que no pudo
evitar la conquista musulmana y el fin del imperio. Los árabes extendieron el islam en
detrimento del zoroastrismo. El Califato omeya protagonizó la máxima expansión del
imperio, llegando hasta la Península Ibérica y dominando Persia. La dinastía Abasí
recogió el poder tras una rebelión y en 1219, el conocido conquistador Gengis Kan tomó
el territorio. Aun así, la vieja Persia mantuvo su independencia y comenzó a crecer a gran
velocidad con el desarrollo de la ruta de la seda.

Durante el siglo XVI., Persia recuperaría su grandeza mediante el tercer Imperio persa de
los safávidas. El Sah Ismail I proclamaría el islam chií como religión oficial del estado,
buscando reforzar su poder para protegerse del poderoso Imperio Otomano, de rama suní.
Las tensiones y luchas fueron acompañados por una prosperidad económica y cultural que
marcaría el gran renacimiento iraní. En 1834, Muhammad Sah Qajar subió al poder, dando
comienzo a una larga dinastía. La codicia de los gobernantes despertó el enfado de una
población en busca de cambios, lo que fue la antesala de la Revolución Constitucional en
1906. La dinastía Kayar creó la Constitución de 1906, la primera de todo el Oriente
Medio, junto a un Parlamento que guiaría la nueva monarquía constitucional.

En 1925, el golpe de Estado del oficial militar Reza Pahlaví cambió el rumbo del país. Irán
se modernizó y se adentró en un proceso de occidentalización. Esto se tradujo en reformas
como la creación de un Código Civil, la secularización, la construcción de infraestructuras
modernas, sistemas públicos de salud y educación, centralización política y separación de

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poderes. La antigua Persia, que ya había adoptado en 1936 el nombre de Irán, declaró su
neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial. La cercanía política con la Alemania nazi
y el imperio japonés era evidente, y los aliados quisieron cubrirse las espaldas. En temor a
una posible invasión alemana para obtener el acceso a los recursos naturales, decidieron
ocupar el país en una operación conjunta entre ingleses y soviéticos.

La consecuencia directa fue el derrocamiento del Sah en favor de su hijo Mohamed, en


1941. El nuevo líder gobernaría Irán hasta la Revolución Islámica. En 1951, las
hostilidades aumentaron tras la nacionalización del sector petrolífero, monopolizado por la
compañía británica Anglo-Persian Oil Company. Gran Bretaña y Estados Unidos
organizaron sus represalias a través de sanciones económicas y un fuerte bloqueo,
forzando a su vez la marcha del primer ministro Mohammad Mossadegh, de manera que
colocaron en su puesto al general Fazlollah Zahedi. Irán se convirtió en una dictadura
dependiente de los Estados Unidos liderada por el Sah y el nuevo primer ministro.

El crecimiento económico y la prosperidad fueron notables para algunos sectores de la


sociedad. El país vio crecer a una élite de ilustrados y una clase media culta, pero esta ola
de desarrollo estuvo lejos de llegar a todos los rincones. Las huelgas y las protestas se
volvieron continuas, y el islam se erigió como el escudo de la empobrecida población. La
radicalización de las protestas y de los dogmas religiosos forzaron el retorno del exiliado
Jomeini, que daría paso a la Revolución Islámica adelantándose a otros bandos opositores
como los liberales, laicos o los marxistas.

3) ARABIA SAUDITA: EL NACIMIENTO DE LA CASA DE SAÚD Y EL


WAHABISMO

Arabia Saudita es el país árabe más extenso, ocupando el 80% de la Península Arábiga.
Más de la mitad de su territorio es desierto, y su clima destaca por ser extremadamente
caluroso y seco. Estas condiciones dificultaron la centralización de un país que durante
siglos estuvo gobernado por distintos reinos y poderes. Su historia se entiende mediante el
nacimiento del islam al inicio del siglo VII. d. C., a través de Mahoma, nacido en La
Meca. La ciudad se convirtió en sagrada junto a la Medina, donde murió el profeta, y el
islam ganó mucha fuerza con el Corán como corazón de la doctrina religiosa. Los
primeros ejércitos militares islámicos vencieron a los Sasánidas y a los bizantinos, y a

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finales de este siglo los árabes ya habían ocupado Egipto, Persia, Siria, Palestina, Pakistán
y Afganistán, y más tarde el norte de África y la Península Ibérica.

La prosperidad del Califato Omeya y Abasí convertía a ciudades como Damasco y Bagdad
en núcleos culturales y políticos del imperio, mientras que la península arábiga perdía
relevancia. En los siguientes siglos la situación no cambio en exceso. La península estaba
habitada por grupos nómadas y pequeñas civilizaciones donde reinaba la pobreza y la
miseria. La importancia espiritual de las ciudades sagradas de La Meca y Medina
mantuvieron la poca relevancia que el territorio conservaba.

En 1517 el Imperio Otomano conquistó gran parte del territorio arábico, tomando el
control de las Ciudades Santas. La resistencia llegaría en el siglo XVIII. de la mano de
Mohammed Ibn Abd Al Wahhab, el hombre que cambió la historia moderna del país. El
erudito difundió por distintos lugares un nuevo mensaje reformista y purificador, basado
en el Corán y en los valores tradicionales predicados por Mahoma. Tras ser desterrado
encontró protección en la familia del emir local, Mohammed Ibn Al Saúd. Les juró lealtad
religiosa y juntos lideraron una veloz expansión del emirato saudí-wahabita, su nueva
doctrina religiosa y política. Años más tarde lograron recuperar casi todo lo perdido, pero
el Imperio Otomano reconquistó la tierra y restauró la situación anterior.

La victoria definitiva de los Saúd llegaría a manos del joven Ibn Saúd, quien lideró la
reconquista de Riad en 1902. En 1925, los wahabitas ya habían recuperado Medina y La
Meca, y Ibn Saúd proclamó la creación de Arabia Saudita en 1932. El punto de inflexión
histórico del país llegaría con su primera concesión a compañías estadounidenses para la
prospección de yacimientos petrolíferos. Aramco (Arabian American Oil Company)
encontró ingentes cantidades de oro negro en 1938, y se formó una alianza estratégica
entre saudíes y EE. UU. Estos sumarían influencia en la zona y capacidad para
contrarrestar el nasserismo y los movimientos panarabistas. Por su parte, Arabia Saudí
obtenía seguridad, y recursos tecnológicos y técnicos para explotar su tesoro natural.

Hasta su abdicación en 1964, el rey Saúd bin Abdulaziz dejó en la bancarrota a su país
mediante caprichos, lujos y despilfarros. Después el empobrecido y desértico país
experimentó una vertiginosa evolución gracias a los beneficios de los recursos naturales.
Se implementó un sistema público de salud y se construyeron infraestructuras modernas,
todo ello sin cambiar el poder jerárquico que imperaba en el país. Por otro lado, ante el

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avance de movimientos socialistas y nacionalistas, el nuevo Rey Faisal fomentó la unión
islámica fortaleciendo el papel de la Liga Árabe. A su vez estrechó la alianza con EE. UU.
por razones de seguridad nacional.

El Gobierno de Faisal nacía de una corriente tecnócrata y reformista. Con el aumento de


los beneficios del petróleo, el país se desarrolló de manera exponencial y acumuló grandes
reservas de dinero en Occidente. El gasto social aumentó con tal de mantener la población
contenta ante el despilfarro de la casa real. Sin embargo, la inestabilidad y las tensiones
llegarían con la guerra de Yom Kipur en 1973. Arabia Saudita mostró su influencia en el
mundo después de que el rey Faisal anunciara un embargo de petróleo a los aliados de
Israel, lo que propició que su precio aumentara casi por cuatro. Por otro lado, la estrecha
relación con EE. UU. generaba resquemor entre la población. Las tensiones se agudizaron
con la llegada de la Revolución iraní.

4) PERIODO DE CONVIVENCIA IRANÍ-SAUDÍ CON EL SAH DE PERSIA

“Nosotros lo pusimos, nosotros lo quitamos”, exclamó el primer ministro británico


Winston Churchill en la conferencia de Teherán de 1943, refiriéndose a la
abdicación de Reza Pahlaví en favor de su hijo en 1941. Mohammad Reza Pahlaví
impulsó una monarquía absoluta de carácter secular, que tras el golpe de Estado de
1953 se adentró en un profundo proceso de occidentalización. El país se adaptó a
costumbres y doctrinas modernas, y se alió con EE. UU., quien le proporcion aba
armas y seguridad, y apoyo para la explotación de recursos naturales. Para los
norteamericanos, Irán era el gran aliado que salvaguardaba sus intereses regionales
en el marco de la Guerra Fría, tras la retirada de los ingleses de la zona.

Los saudíes también tenían el favor de Washington, y compartían el mismo deseo


persa de controlar el Golfo Pérsico y expandir su liderazgo regional. Esto causó que
las relaciones mutuas se caracterizaran por la sospecha y la preocupación por la
ambición del otro. Las estrechas relaciones desarrolladas con EE. UU. hicieron que
existiese cordialidad y respeto mutuo. En la década de los 60, Arabia Saudita
comenzaba a crecer económicamente con sus exportaciones de petróleo, e Irán ya
era toda una potencia totalmente alineada con Occidente.

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En ese entonces, ambos países vieron venir la llegada de un nuevo enemigo , el
panarabismo y el nasserismo. Estos movimientos de corte nacionalista y socialista
amenazaban los poderes absolutos de la monarquía saudí y del Sah. Arabia Saudita
temía la expansión de estos movimientos seculares, y el Rey Faisal, coronado en
1964, buscó unir la comunidad árabe con el islam como escudo. En 1969 Irán apoyó
al país árabe en la creación de la Organización para la Conferencia Islámica. Pese a
que los saudíes fueran conscientes de las políticas seculares del Sah, esta ayuda fue
bienvenida.

Este periodo fue una época de mutuo entendimiento y de una alianza estratégica ante
los avances de los movimientos revolucionarios, los cuales tenían el explícito o el
potencial apoyo de la URSS. A su vez, ambos se prometieron no intervenir en los
intereses nacionales del otro. El wahabismo saudí era incompatible con el chiismo
de los persas, lo que generaba una distancia religiosa que imposibilitaba cualquier
injerencia.

Entre 1964 y 1966, el comercio entre ambos países aumentó hasta un 300%
(Keynoush, 2016), lo que coincidía con las preparaciones para la creación de la OCI,
mediante visitas y misiones diplomáticas. Se cerraron distintos acuerdos
internacionales en materia de becas universitarias, comercio, e incluso para abrir
caminos de peregrinación. Irán asistió la petición de ayuda saudí para conseguir
armamento moderno e intervenir en Yemen en contra de los movimientos
socialistas. Durante 48 horas, constantes aviones de mercancía llevaron las armas
para los operativos, tal y como apunta Keynoush (2016).

5) LA REVOLUCIÓN ISLÁMICA DE IRÁN

La dinastía Pahlaví amoldó a su manera un país que poco tenía que ver con el pasado que
le acompañaba. El Sah de Persia reinó durante 38 años, y casado con 3 mujeres diferentes,
siempre mantuvo un estilo de vida ostentoso y llena de lujos. Este despilfarro y la visión
occidentalista del régimen generaron un descontento que se iba cociendo a fuego lento en
las calles. El modernismo forzado no encajaba en la población, de la cual una gran
mayoría se concentraba en los barrios pobres de las grandes ciudades. Este gran colectivo
sufría de escasez y se refugiaba en la ayuda material y espiritual del clero chií, a quien el

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Gobierno no le prestaba especial atención. El poder dirigía su mirada represora hacia otro
tipo de oposición, la juventud antioccidental que se dividía en distintas ideologías y que
estaba organizada en partidos políticos (Keynoush, 2016).

Estos fueron los primeros en alzar la voz y plantar cara a la monarquía. La respuesta llegó
con una fuerza desmedida que rompió de golpe una cuerda que ya estaba muy tensa. Enero
de 1979 comenzó sumido en una ola de protestas, que provocó que el Sah escapase. El
consejo regente que ocupó el vacío no fue capaz de sostener el poder, y en febrero
Ruhollah Jomeini regresó a su patria. Exiliado en Irak y más tarde en París, su figura
reunía un aura de mística y heroicidad que levantaba pasiones entre la población. La clase
media-baja, conformado por la gran mayoría de los ciudadanos, lo veía como el salvador y
liberador de la patria, y compartían su discurso anti saudí y antioccidental. De este modo,
los emotivos discursos y su retórica revolucionaria aglutinarían seguidores de todo tipo de
colectivos.

La respuesta armada más eficaz llegaría por parte de grupos que actuaron como milicias y
guerrillas, entre ellos los muyahidines (socialistas islámicos) y los marxistas de Fedaian.
De esta manera, la Guardia Monárquica acabó derrotada, lo que forzó la declaración de
neutralidad por parte del ejército nacional. Estos grupos planeaban llegar al poder usando
la influencia de Jomeini, pero fue el veterano líder islámico quien sacó ventaja del fervor
revolucionario de la población. Ocupó las instituciones del poder y nombró a Mehdi
Barzagán, la cabeza del Movimiento de Liberación, como cabeza del Gobierno. El nuevo
primer ministro era de ideología liberal, pero se declaraba profundamente religioso, lo que
resultaba una opción coherente para cohesionar los distintos sectores de la población.

De todas maneras, la estabilidad estaba lejos de llegar. A falta de orden social e


instituciones funcionales, los distintos actores y sectores de la sociedad como la policía y
el ejército seguían yendo por libre, y las juntas revolucionarias aglutinaban mucho poder.
Jomeini y su nuevo partido, el Partido de la República Islámica (PRI), consiguió el favor
de gran parte estos sectores, hasta llegar a tener mayoría en la Asamblea de Expertos a
quien se le había designado la creación de una nueva Constitución. Esta establecería un
sistema y una separación de poderes muy atípica que le otorgaría un poder casi absoluto a
Jomeini.

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Por un lado, habría un parlamento con poder legislativo, junto a elecciones para designar
un presidente de la República que formaría el Gobierno junto al primer ministro. Sin
embargo, el verdadero poder del sistema se concentraría en la figura del líder supremo.
Este elegiría 6 de los 12 miembros que conformasen el Consejo de Guardianes, la
organización más importante del sistema. Este mismo tiene poder de vetar y modificar
cualquier resolución y ley del Parlamento, y filtra y elige los candidatos políticos que se
presentan a las elecciones. El líder es a su vez jefe de Estado, tiene libertad para controlar
los medios de comunicación, elige al jefe de Justicia, y supervisa las fuerzas de
inteligencia. Además, tiene control absoluto de las Fuerzas Armadas de la República
(Pinzón Millán, 2010).

Mientras se aprobaba la nueva Constitución, el conocido secuestro de la embajada


norteamericana tuvo lugar en Teherán a finales de 1979. Estudiantes revolucionarios
tomaron como rehenes a 66 diplomáticos estadounidenses. La furia del gigante
norteamericano desató una intensa crisis diplomática que tendría como desenlace la
dimisión del primer ministro Barzagán. Poco después, Irak atacaría a Irán dando comienzo
a una de las guerras más sangrientas del siglo XX. Este sería el contexto perfecto para la
escalada de la represión y la privación de libertades en el país, de manera que la guerra
construyó los cimientos para una duradera teocracia que continuaría tras la muerte de
Jomeini en 1989.

5.1 LA GUERRA IRAK-IRAN (1980-1988)

La Revolución iraní fue vista como una gran oportunidad para Sadam Huseín. El líder
iraquí había forjado sus consistentes ideales a través de figuras como Nasser, forjando
ideas antioccidentalistas y valores laicos y socialistas. En cambio, para Jomeini todo
giraba en torno a la religión. Tras proclamarse como líder, dirigió las siguientes palabras al
líder iraquí: “la paz sea con aquellos que siguen el camino recto”, oración que Mahoma
dedicaba a las tribus no religiosas y a los infieles (González Francisco, Revista Ejército,
949, pp. 14).

La mecha que inició el incendio entre ambos países fue la ruptura del Tratado de Argel de
1975, que reestablecía las fronteras para que Irán tuviese acceso al Éufrates y al Tigris.
Jomeini no cumplió su parte, negándose a entregar un territorio fronterizo prometido. Al

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final, el telón de acero se rompió el 22 de septiembre de 1980, con un ataque masivo a la
ciudad de Jorramshar. Las tropas invasoras avanzaron de forma fulgurante y conquistaron
un extenso territorio de 10.000 kilómetros cuadrados en poco más de una semana. Sadam
proclamaba luchar en nombre de todos los árabes, y la mayoría de los países del Golfo
Pérsico apoyaron la causa, especialmente Arabia Saudita. El dictador tenía el favor de la
URSS y EE. UU., que buscaban el fin de la Revolución Islámica.

Irán logró resistir por su superioridad aérea y por los miles de mártires que se sacrificaron
en las estrategias de guerra por oleadas. Finalmente, la guerra tomó una forma parecida a
la Primera Guerra Mundial, una guerra de trincheras donde los avances territoriales
suponían un coste humano demasiado alto. El agotamiento se hizo más latente en las
tropas iraquíes, y Sadam pidió un cese al fuego que sería rechazado por un pletórico
Jomeini. Irán fracasó en su ofensiva, ante un debilitado vecino que se resistía gracias al
masivo apoyo exterior. La paz oficial llegaría en 1988. Según Adam Zeidan, más de
500.000 soldados murieron con una mínima mayoría iraní, mientras que las muertes
totales por la guerra se estiman entre 1-2 millones.

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B) RELACIONES IRANÍ-SAUDÍES HASTA LA INVASIÓN DE IRAK

1) LA MASACRE DE LA MECA Y LA RUPTURA DE RELACIONES

Uno de los episodios de mayor violencia entre Arabia Saudita e Irán se vivió el 3 de
agosto de 1987, en La Meca. Durante la peregrinación del Hajj, los peregrinos chiíes
pretendían realizar su manifestación anual en contra de Israel, EE. UU. y la coalición
árabe en la Guerra Impuesta que aún no había acabado. Aquel fatídico día los
manifestantes se encontraron con un extenso cordón policial antes de llegar a la Gran
Mezquita, formado por la Guardia Nacional de Arabia Saudita. Esto vino acompañado por
reproches y lanzamientos de objetos de suníes que se encontraban alrededor. Los
peregrinos respondieron con violencia, formando una batalla campal con terribles
consecuencias.

Mientras que las autoridades saudíes negaron el uso de cualquier tipo de armas, Irán
denunció el uso de armas de fuego por parte de la policía. Los testigos y los cadáveres
demostraron la existencia de disparos de bala. Las cifras no se recogieron con exactitud,
pero se calcula que más de 400 peregrinos chiíes murieron durante la manifestación, de los
cuales más de la mitad eran iraníes. La cifra de heridos superó el millar de personas. Casi
100 saudíes (policías incluidos) también perdieron la vida (Keynoush, 2016).

Este suceso levantó una crispación sin precedentes en el país persa, con más de un millón
de manifestantes convocados en el Parlamento. “Nosotros, como soldados de Dios e
implantadores de los principios divinos nos comprometemos a vengar a estos mártires,
barriendo al régimen saudí de la zona” exclamó el presidente Rafsanjani, declaraciones
recogidas por Diario16 y citadas por Infolibre. “Los mártires inocentes de La Meca serán
vengados”, gritó el presidente mientras la multitud cantaba “muerte a América” y “mueran
los saudíes”.

El hambre de venganza recorrió todos los sectores de la comunidad chií. Irán anunció una
ofensiva contra Irak. Los manifestantes tomaron las embajadas de Francia, Kuwait y
Arabia Saudí en Teherán. Hezbollah hizo pública la intención de luchar contra cualquier
interés saudí y norteamericano. Arabia Saudí reaccionó rompiendo lazos unilateralmente
con Irán, y reduciendo a menos de un tercio la cantidad de peregrinos que podrían acudir a
las ciudades santas los siguientes años (Keynoush, 2016).

17
2) ETAPA DE DISTANCIAMIENTO (1988-1997)

La larga guerra con Irak dejó al país sumida en la ruina. Sin embargo, el poder de Jomeini
estaba más que consolidado, al convertirse en el héroe de la resistencia de la Guerra
Impuesta. Aunque la personificación del enemigo recayera sobre Sadam Huseín, la
monarquía saudí había financiado el aparato militar iraquí con ingentes sumas de dinero y
armamento. El odio mutuo no podía ser mayor. Jomeini consideraba la Casa de Saúd
“corruptos y traidores” e “intrusos en los lugares santos del islam”. En 2017, exclamó: “Si
quisiéramos demostrar al mundo que el gobierno saudí, son como puñales que siempre han
traspasado el corazón de los musulmanes desde atrás, no habríamos podido hacerlo tan
bien como se ha demostrado por estos líderes ineptos y espinosos del gobierno saudí”
(Coughlin, 2010).

El líder supremo llegó al poder prometiendo exportar la revolución y llevarla hasta los
“traidores” de Arabia Saudita. Este odio se multiplicó con la guerra, pero especialmente
con el incidente de la Gran Mezquita, que provocó una ruptura total de relaciones
diplomáticas. Irán se enfrentaba a un reto mayúsculo. La crisis de la guerra se juntó con el
aislamiento de la comunidad árabe y las sanciones estadounidenses, las cuales se
levantaron tras el rescate de la Embajada de EE. UU., pero que la Administración Reagan
volvió a colocar sobre la mesa. Entre ellas el congelamiento de las reservas y cuentas
iraníes, paralización de cualquier exportación iraní (incluido el petróleo), embargo de
bienes…

Además, el ayatolá Jomenei había fallecido en 1989, y fue sustituido por Alí Jamenei, que
suponía una línea continuista y coherente. Rafsanjani fue elegido presidente ese mismo
año. Los grandes cambios también llegaron en el terreno de la economía. Con la llegada de
la Revolución Islámica, se llevaron a cabo muchas medidas estructurales que pasaron
desapercibidas por el horror de la propia guerra. La nacionalización de bancos, compañías
de seguros y empresas energéticas fue acelerada y abundante, lo que causó un éxodo
masivo de empresarios y recursos humanos cualificados.

18
Un país que dependía de la exportación del crudo vio como su capacidad de producción se
encarecía por cuatro a la vez que los precios bajaban. En 1986, Irán ingresaba cinco veces
menos por petróleo que en 1978, y la inflación había aumentado en un 800% en 10 años.
El ingreso per cápita paso de 650 dólares a 120 durante el intervalo de 1978-1986, lo que
hizo que más del 75% de la población estuviera por debajo del umbral de la pobreza.
(Bosemberg, L.E, Historia Crítica, 15, pp 51-65).

Los retos eran abundantes, y la dificultad era máxima. Para una pronta recuperación era
clave revitalizar la economía, y para ello había que aligerar tensiones con los enemigos y
establecer lazos comerciales. Rafsanjani acordó la normalización de las relaciones con
Arabia Saudita tras una reunión. Los saudíes respetarían la minoría chií de su territorio,
concedería la amnistía de varios presos políticos y aumentaría el número de peregrinos
iraníes que podrían cruzar el territorio saudí. Irán se prometía a dejar de financiar
cualquier tipo de oposición a la familia real saudí. Esto permitió una rebaja de tensiones
que sería el inicio de una época de distanciamiento.

La toma total de Aramco y el embargo de petróleo por la guerra de Yom Kipur hicieron
empeorar las relaciones saudí-estadounidenses. Y la financiación a Irak y los préstamos
que jamás serían devueltos terminaron por desestabilizar la economía saudí. El boom
petrolero terminó en 1981, con una inundación de oferta que provocó la caída de los
precios. Los beneficios del petróleo pasaron de 115.000 millones de dólares a 18.000
millones en 1986, viéndose inmerso en un profundo déficit estructural (Bosemberg, L.E,
Historia Crítica, 15, pp 149). Las grandes reservas acumuladas en la década anterior junto
a los planes quinquenales sirvieron de paracaídas, pero no fue suficiente para frenar el
descontento social.

Mientras que la vida de los gobernantes no cambiaba, el pueblo sufría las consecuencias
de la crisis. Y la llegada de los occidentales a la región por la guerra del Golfo no hizo más
que intensificar el antioccidentalismo y dañar la legitimación religiosa de la monarquía.
Esta se aferró al poder con un astronómico gasto militar, el cual superaba el tercio del
presupuesto general en 1993. Y se implementaron nuevos planes quinquenales que
buscaban la recuperación y la diversificación de la economía para dejar de depender de un
recurso limitado y volátil como el petróleo.

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3) PERIODO DE DISTENSIÓN: MANDATO DE JATAMÍ (1997-2005)

Jatamí fue el primer gran presidente reformista de Irán, electo el 23 de mayo de 1997 con
el 69% de los votos. Había vivido en Alemania y sabía distintas lenguas como el árabe,
inglés y alemán. Destacaba por su figura intelectual y religiosa, muy apoyado por
colectivos juveniles y por las mujeres, a quienes prometía cambios sociales. Pretendía
llegar a un tipo de democracia delimitada por las estrictas directrices religiosas, relajando
la estricta e inflexible Sharia. En los doce puntos de su programa electoral se prometía
libertad de expresión, respeto a los derechos fundamentales, atenuación del rigorismo, y la
creación de empleo, la gran preocupación que azotaba a los jóvenes.

Para ello se iba a fomentar la inversión extranjera, la cooperación y el diálogo. Esto se dio
a través de Diálogo entre civilizaciones, un libro y una teoría escrita y aplicada por Jatamí
que consistía en una guía para la política exterior del país. En este se recalcaba la
importancia de salir del bucle de las sanciones y abrirse a la economía internacional, lo
que requería un enfoque político más secular. Para ello, el presidente planteaba conceptos
como diversidad, cooperación y multiculturalismo, propugnando el respeto y la
convivencia entre distintas culturas. El ala conservadora del país se opuso frontalmente a
este nuevo camino que Jatamí pretendía liderar, pero las pocas competencias y el escaso
poder que tenía el presidente evitaron conflictos mayores.

Por todo ello, Jatamí no podría llevar al pueblo las reformas que había prometido, ya que
el verdadero poder se encontraba supeditado al ayatolá Jameneí. De todas maneras, el
presidente logró completar varios avances en distintas materias como la libertad de prensa,
con una multiplicación de periódicos y boletines de prensa, sacando a la mesa temas como
los derechos humanos o la situación de la mujer. A la vez que la alfabetización avanzaba
en la población joven, estos temas calaron rápidamente en la identidad de distintos
colectivos. También propuso medidas como la supervisión y el control del cumplimiento
de la constitución por parte del presidente, para denunciar las violaciones de esta y reducir
el poder total del líder supremo. El Parlamento aprobó la iniciativa, pero esta no pudo
cruzar la barrera del Consejo de Guardianes.

Gran parte de la población no entendía la verdadera naturaleza del sistema, y señalaban a


Jatamí como culpable ante unas reformas que no llegaban. La máxima expresión del
descontento social se vivió en 1999, tras unas enérgicas protestas a las que el presidente no

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tuvo más opción que responder de manera violenta. De esta manera, en algunos colectivos
se le empezó a ver como un falso reformista que iba de la mano del ayatolá Jameneí.

De todas maneras, fue reelegido en 2001 y centró su política en los asuntos exteriores,
donde el presidente pudo promover distintos acercamientos a países con gran peso
internacional, a través de las directrices del diálogo entre civilizaciones. Irán restableció
relaciones con países como Rusia y Reino Unido. Esta apertura fue muy bien vista a ojos
norteamericanos, quienes en el año 2000 levantaron el embargo económico impuesto años
atrás. Irán condenó los ataques del 11S y cooperó en las investigaciones a los terroristas.

Jatamí era visto con buenos ojos en Riad, y su mandato dio comienzo a un periodo de
distensión de la rivalidad, junto a la influencia del flexible príncipe Abdullah. Este le
acogió en 1999, y el nuevo mandatario se convirtió en el primer presidente iraní en visitar
Arabia Saudita desde la Revolución. El príncipe afirmó que “no hay límites en la
cooperación con Irán”, como recoge Schneider (2011). Arabia Saudita pasaría a permitir
que ciudadanos iraníes pudieran tener permisos de trabajo en su país, con acceso a la
ciudadanía. Ambos países también abrieron las puertas de la inversión al otro.

Los dos líderes desarrollaron una relación muy positiva tras diversas visitas y reuniones
diplomáticas relativas a la Organización de Cooperación Islámica y la Organización de
Países Exportadores de Petróleo. La caída de los precios era un problema para la región,
donde muchos países dependían de esos ingresos, por lo que la cooperación fue clave para
bajar la producción e impulsar una subida de precios.

En 2001, ambos países firmaron un pacto de seguridad en Teherán, para temas de crimen
organizado, la lucha contra el terrorismo, contrabando y el lavado de dinero. De esta
manera, se establecían directrices para la cooperación policial y para el intercambio de
información de inteligencia (Schneider, 2001). Este fue el punto más álgido de las
relaciones bilaterales desde la Revolución hasta la actualidad.

Sin embargo, la violencia volvería a llegar a la región tras los atentados del 11S y la
invasión de Afganistán. Pero el verdadero punto de inflexión se daría con la Invasión de
Irak de 2003, que alteraría definitivamente el orden y la estabilidad del Oriente Medio.
Este fue el caldo de cultivo para la llegada de los conservadores a la presidencia iraní, de
la mano de Ahmadineyad, quien tenían el favor clerical y del líder supremo Jamenei.

21
4) LA INVASIÓN DE IRAK: UN PUNTO DE INFLEXIÓN GEOPOLÍTICO

Irak es el único país que comparte frontera terrestre con Irán y Arabia Saudita. Siempre
fue el gran aliado potencial de Irán tras la Revolución Islámica, ya que su población
cuenta con un 60-65% de chiíes. Sin embargo, la minoría suní dominó el país durante más
de dos décadas, bajo la mano de hierro de Sadam Husein. Las hostilidades aumentaron tras
el 11S y la invasión de Afganistán, y EE. UU. dirigió su mirada al beligerante Irak. Ante la
sospecha jamás demostrada de que tuvieran armas nucleares, los norteamericanos
invadieron el país árabe el 20 de marzo de 2003 en una coalición internacional que no tuvo
el respaldo de la ONU.

La operación fue militarmente eficaz y rápida, pero el fin oficial de la ocupación no


llegaría hasta diciembre de 2011. Según The Lancet, más de 650.000 personas murieron a
causa de la guerra. Además, la presencia de tropas militares jamás logró frenar la violencia
de las calles, donde milicias chiíes y grupos terroristas como el Dáesh campaban a sus
anchas.

Con el fin de la Guerra Fría y la retirada de las grandes potencias en el contexto de


descolonización, el reparto de poderes del Oriente Medio se volvió tripolar, con iraníes,
iraquíes y saudíes liderando la región. Con la Guerra de Irak, la próspera Arabia Saudita y
la influyente Irán se convirtieron en los dos únicos polos regionales de poder. Los
primeros se encontraban más cómodos con la presencia de la dictadura iraquí, que ejercía
de contrapoder árabe y de tapón ante su acérrimo enemigo iraní.

En Arabia Saudita, la invasión generaría una ola antioccidental que acrecentaría las
tensiones, ya que la población no veía con buenos ojos que militares extranjeros
vulneraran su soberanía y decidieran sobre el futuro de la región. Por otro lado, en la Casa
de Saúd se mostraron furiosos ante la decisión de EE. UU., que ni consideró la opinión de
su aliado. Conscientes de la mayoría chií de Irak, la inteligencia saudí temió desde el
primer momento el desenlace que años más tarde tendría lugar. Un vacío de poder que
permitiría a Irán extender su influencia en la península. Este movimiento es considerado
por los saudíes como un error fatal e imperdonable.

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C) EL NUEVO ESCENARIO POLÍTICO TRAS LA INVASIÓN DE
IRAK (2003-ACTUALIDAD)

1) AUMENTO DE HOSTILIDADES Y CONSOLIDACIÓN DE DOS BLOQUES


(2003-2011)

La invasión de Irak destruyó el escudo de Arabia Saudita para defenderse de Irán, que se
encontraría con una inesperada oportunidad de oro. El reformismo de Jatamí había
fracasado, y los sectores más conservadores apostaron por la mano dura de Mahmud
Ahmadineyad, quien ganaría las elecciones liderando una amplia coalición. La lucha
contra la corrupción, la justicia social y la redistribución de los beneficios del petróleo
eran sus principales promesas. Mientras que Jatamí se centraba en las relaciones
internacionales, el nuevo presidente daría más importancia al sector interno. La identidad
persa y chií serían los cimientos de toda política, junto a la seguridad regional.

Su discurso era mucho más agresivo que el de su antecesor. Llegaría a decir que “Israel
debía ser borrado del mapa”, y que “la nación musulmana no permitirá a su enemigo vivir
dentro de su corazón”. Llegó a negar el holocausto y denunció una conspiración mundial
liderada por los judíos. Señalaba a Arabia Saudita como aliado de esta confabulación
orquestada por Israel y EE. UU. Por ello, Ahmadineyad se propuso como objetivo reforzar
su bloque de influencia en el Oriente Medio y confrontar al enemigo judío.

De esta manera, se aumentó la financiación de Hezbolá, cada vez más apoyado por los
distintos colectivos árabes, visto por muchos como los únicos musulmanes con capacidad
e intención de confrontar a Israel. Esto fue demostrado en la guerra Israel-Hezbolá de
2006, donde el grupo paramilitar atacaría las fronteras de su enemigo y protagonizaría una
fuerte resistencia. Las capacidades militares y armamentísticas de los libaneses
sorprenderían enormemente a Israel, que tuvo que acceder a la negociación para dar fin al
conflicto. El grupo financiado por Irán obtuvo un prestigio enorme tras la sangrienta
contienda que duraría poco más de un mes.

Además, la organización libanesa ganaría terreno político ganando elecciones en muchas


zonas del sur, y consiguiendo poder de veto de cualquier decisión parlamentaria tras las
protestas de 2008. En Irak se formaron milicias chiíes que combatieron el terrorismo. Esto

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generó una fuerte movilización de la población chií que poco a poco iría ocupando el gran
vacío de poder que había dejado la invasión norteamericana. También se aumentó el
apoyo a al-Asad en Siria, clave para seguir ayudando a Hezbolá. Y los planes nucleares
seguirían en marcha mientras que la Administración Bush imponía un extenso paquete de
sanciones.

Mientras tanto Arabia Saudita temía que estos cambios afectaran a su seguridad.
Conversaciones entre los máximos mandatarios saudíes filtradas por WikiLeaks el 20 de
abril de 2008 revelaban que el rey Salman establecía como prioridad absoluta estrechar
relaciones con EE. UU. y aumentar la presión para debilitar la influencia iraní. También se
manifestaba el reclamo de varios países de “bombardear Irán como única solución para
frenar su expansión” y el deseo de que EE. UU. pudiera “cortar la cabeza de la serpiente”.
La monarquía decidió intensificar la beligerancia sobre Irán y poco a poco se fueron
desarrollando distintos escenarios de confrontación que darían lugar a toda una guerra fría.

La primavera árabe fue un gran dolor de cabeza para la estabilidad en el poder de la


dinastía Saúd. Su actuación ante las protestas fue rápida y eficaz, sin dejar lugar a la
disidencia. Sin embargo, muchos países vecinos no pudieron contener a los manifestantes.
Entre ellos estuvo Siria, donde más tarde la situación desencadenó en una guerra civil
donde Irán y Arabia Saudita tomarían parte.

A su vez, los saudíes se vieron obligados a mandar tropas a Baréin para proteger la
monarquía, la cual se vio amenazada por las protestas de los chiíes. La situación
finalmente logro estabilizarse para el interés de los saudíes. En Yemen ocurrió todo lo
contrario, ya que las protestas formaron una fuerte oposición que años más tarde lucharía
contra el Gobierno en una cruenta guerra civil que se convertiría en toda una pesadilla para
Arabia Saudita.

2) EL DILEMA NUCLEAR Y EL DISTANCIAMIENTO EE. UU.-ARABIA


SAUDITA (2011-2015)

Mahmud Ahmadineyad no lograría cumplir la mayoría de las promesas que prometió en


2005. El país no crecía económicamente tal y como se esperaba, y la corrupción era un
asunto cotidiano. En 2009 fue reelegido en unas elecciones que muchos consideraron
fraudulentas, lo que dio pie a protestas que se saldaron con violencia. Esto provocó el

24
nacimiento del Movimiento Verde de Irán, que generó mucho ruido, pero no lo suficiente
para conseguir cambios reales. De todos modos, su apoyo a Hasán Rohaní en las
elecciones de 2013 fue clave para la victoria del candidato moderado. El nuevo presidente
prometía paz y cooperación internacional dentro del marco religioso. El dilema nuclear fue
la gran prioridad de la agenda pragmática del nuevo presidente.

La apertura internacional y el fin del aislamiento dependían de encontrar un favorable


acuerdo nuclear, para poder evitar las sanciones y establecer una mesa de diálogo con las
grandes potencias mundiales. La elección de Obama años atrás fue una gran oportunidad
de diálogo. De esta manera, el gran acuerdo que Rohaní deseaba llegaría en abril de 2015
mediante el Joint Comprehensive Plan of Action (JPCOA), donde participaron los cinco
miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (China, EE.
UU., Reino Unido, Francia y Rusia) y Alemania. El acuerdo hacía reducir drásticamente la
potencialidad de Irán para crear armas nucleares, y a su vez aliviaba las sanciones de EE.
UU., ONU y la Unión Europea.

Esto fue todo un golpe para Arabia Saudita, y para su nuevo rey proclamado en enero de
2015, Salman bin Abdulaziz. Protestaban ante la supuesta legitimidad que esto le otorgaba
a Irán. Ahora podrían importar y exportar con más facilidad, y conviene recordar que las
reservas de petróleo iraníes son las cuartas más grandes del mundo. Esto les
proporcionaría un gran beneficio económico para poder invertir en sus aspiraciones
regionales, lo que aterrorizaba a la familia Saúd.

Este acuerdo fue otro golpe para la relación entre Arabia Saudita y su histórico aliado
norteamericano. Sin la presencia de grandes amenazas en la zona y con el debilitamiento
del terrorismo, los intereses de EE. UU. en la zona decrecieron. Decidieron alejarse
activamente de las estrategias de cambio de gobierno en Siria y Egipto, y tampoco
apoyaron a las monarquías del Golfo durante las protestas de Baréin por la Primavera
Árabe. Esto no sentó nada bien en Riad, que perdía a su mejor aliado y su mayor poder
disuasivo.

Estas decisiones fueron tomadas por la administración Obama, que impulsó una política de
enfriamiento de relaciones. En su campaña ya había aclamado que la implicación
estadounidense en el Oriente Medio debe decrecer. Por su parte, el presidente se refirió al
país árabe como un “free rider” de su política exterior, lo que no sentó nada bien en Riad.

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Los acusaba de obcecación y extrema inflexibilidad a la hora de buscar la distensión con
Irán, y su blanqueamiento y apoyo a movimientos radicales era otro gran motivo de
preocupación (Shanahan, 2016).

El distanciamiento con Washington fue acompañado por un aumento de hostilidades con


Irán. Esto se vio con la entrada en la guerra civil de Yemen, una decisión que
desencadenaría en una tragedia humanitaria. La beligerancia alcanzó un pico máximo en
2016 tras la ejecución de Nimr al Nimr, un destacado líder chií a quien acusaron de
terrorismo y conspiración. El clérigo tenía rango de ayatolá. El líder supremo Jamenei y
Hezbolá juraron venganza, y cientos de manifestantes quemaron la embajada saudí en
Teherán. Esto desembocó en una ruptura de relaciones diplomáticas. A su vez, EE. UU.
criticó la acción de los saudíes.

3) EL CAMBIO DE ESCENARIO CON LA ADMINISTRACIÓN TRUMP

La elección de Donald Trump en 2017 cambiaría completamente la situación. El magnate


llegó a la presidencia con una importante promesa relativa al Oriente Medio, el abandono
de EE. UU. del acuerdo nuclear con Irán. Cumplió con su palabra y dio comienzo a una
nueva etapa de relaciones con la monarquía saudí, especialmente por su amistosa relación
con el influyente príncipe heredero Mohamed bin Salman.

El gran movimiento estadounidense que mostraba el cambio de posicionamiento se dio


con el asesinato de Qasem Soleimani, ex jefe de las fuerzas Quds, y uno de los hombres
más importantes de la historia de la República Islámica. Su rol militar y político era clave,
siendo el gran líder de Irán en el exterior y teniendo bajo su mano el poder del ejército
iraní. Trump lo acusaba de orquestar unos ataques con cohetes a bases estadounidenses en
Irak, y en pocos días tomaron la decisión de ejecutarlo. La población persa lo tomó como
un acto de guerra, y la sed de venganza recorrió por toda la región. Sin embargo, la débil
situación del país hizo que se diera un paso atrás.

Las sanciones impedían el crecimiento de la economía iraní, sumida en la pobreza y con


pocas soluciones. Sin embargo, mientras que Arabia Saudita ganaba la batalla económica,
los persas hicieron efectiva su estrategia de influencia en la región. El Gobierno de al-
Asad vencía a la resistencia, y los hutíes resistían heroicamente tras tomar la capital de

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Yemen, Saná, en 2015. Esto hace que Irán esté presente en 4 capitales árabes: Damasco,
Saná, Bagdad y Beirut.

Las estimaciones hechas por el analista David Adesnik indican que Teherán gasta 15.000
millones de dólares anuales en apoyar a sus aliados regionales. El gasto militar de Arabia
Saudita se ha vuelto astronómico, en gran parte por la guerra de Yemen, superando los
57.000 millones de dólares en 2020, lo que representa el 2.9% del gasto militar mundial,
según los datos de The World Bank. Los diferentes escenarios de confrontación del
Oriente Medio son un gran lastre para ambas potencias, que se ven condenados a realizar
enormes sacrificios en aras de conservar su influencia. Esto obstaculiza la eficacia de los
planes de diversificación que ambos gobiernos buscan con tal de escapar de la
dependencia del petróleo.

El futuro más cercano dependerá del acuerdo nuclear que Irán potencialmente pueda
alcanzar con EE. UU. y sus aliados occidentales. El ascenso de Biden al poder ha ofrecido
la oportunidad de restablecer un acuerdo que se encontraba en punto muerto. Aun así, hay
distintos inconvenientes. Mientras la Guardia Revolucionaria de Irán sea considerado una
organización terrorista por Washington, gran parte de las sanciones no se van a levantar. Y
el orgullo de Irán para dar un paso atrás y “perdonar” el asesinato de Soleimani,
obstaculiza la flexibilidad. Y Biden se enfrenta a la oposición política interna, y a sus
aliados israelíes y saudíes. Todos los actores parecen complicar un acuerdo que cambiaría
muchas cosas.

Por otra parte, el príncipe heredero está mostrando su cara más represiva durante los
últimos años. El asesinato del periodista Jamal Jashogyi y el secuestro del primer ministro
libanés Hariri muestran que Arabia Saudita no tiene límites, y que no existe ningún ápice
de democracia. Las reacciones en la opinión pública no se han hecho esperar, y la imagen
saudí en el exterior ha cambiado.

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D) ESCENARIOS DE CONFRONTACIÓN: PROXY WARS

4.1 IRAK

Irak es uno de los actores más histórico del Oriente Medio. Durante muchos años ha sido
el país hegemónico de la zona, pero su situación actual es muy atípica. Sadam Husein creó
una dictadura militar que bombardeó la estabilidad de la región mediante las guerras
contra Irán y la invasión a Kuwait. Su extrema hostilidad frente a Occidente provocó una
invasión en 2003 que dejaría un vacío de poder sumamente valioso. El país estuvo
ocupado hasta 2011 por tropas norteamericanas y de la alianza internacional, sumida en
una severa crisis. La llegada de la democracia y el sufragio universal fue una oportunidad
de oro para Irán, consciente de la mayoría chií de la población. Hasta un 60-65% de los
ciudadanos son chiíes, frentes a un 30-35% de suníes.

Pese a la gran fragmentación que existía en el primer bloque, Irán invirtió exitosamente en
reforzar su influencia. Sumado a la ventaja demográfica, esto dio sus frutos en el proceso
democrático. La financiación de la oposición por parte de Arabia Saudita no tuvo
resultados. El presidente chií Nouri al-Maliki tomó la presidencia y rápidamente mostró
una fuerte beligerancia hacia los suníes. Con el nuevo statu quo, Irán ganaría un valioso
aliado donde poco antes se encontraba un acérrimo enemigo. Aun así, la hostilidad del
nuevo presidente escalaría los niveles de violencia en un país que luchaba recuperarse de
la devastación. Los suníes se defendieron de la ola represiva, y un nuevo actor hizo acto de
presencia, el Estado Islámico.

Estos avanzaron de forma acelerada y llegaron a conquistar la gran ciudad de Mosul, la


tercera más poblada de todo el país. Irán entró en el juego entrenando y apoyando
fervientemente a las Fuerzas de Movilización Popular que defienden la soberanía iraquí.
Estas milicias dependen de la financiación económica y de los servicios de inteligencia
iraníes, lo que convierte a los persas en héroes de la lucha contra el terrorismo a los ojos
de la población. EE. UU. reconoce al grupo paramilitar como una organización terrorista.

Estos grupos armados garantizan la seguridad del país. Y a su vez Irak conserva un valor
estratégico vital para la República Islámica. Por un lado, esto supone controlar el segundo
país más poblado del Oriente Medio tras el mismo Irán. Pero sobre todo es una
herramienta geográfica indispensable para la expansión de la influencia chií. Proporciona

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una vía libre para llegar a dos países clave. Siria, donde Irán apoya al Gobierno de al-Ásad
en la sangrienta guerra, y Líbano, donde la altísima influencia de Hezbolá depende del
apoyo iraní. Y de esta manera, se habilita la participación de Hezbolá en la guerra civil
siria.

Esto permite a Irán estar presente en países vitales y extender su simpatía en el mundo
árabe. La lucha contra el terrorismo, la oposición a las poderosas monarquías y la
abanderada defensa del islam conforman un relato atractivo y funcional. La beligerancia
hacia Occidente y, sobre todo, hacia Israel, es otro argumento coherente de su relato que
contrasta con las contradicciones saudíes. Por ello, en cuanto más se expande la influencia
iraní, más oportunidades tienen de exportar su narrativa. Este es el gran miedo de Riad,
quien teme que el salafismo gane enemigos y que su seguridad nacional se vea vulnerada.

4.2 YEMEN

El país sureño del Oriente Próximo siempre fue uno de los países más problemáticos y
menos prósperos de la región. Durante la segunda mitad del siglo XX., estuvo dividido en
dos repúblicas. La República Árabe de Yemen, también conocido como Yemen del Norte,
siempre fue enemigo de Irán, apoyando a Irak en la guerra y manteniendo posturas
cordiales con Riad. Yemen del Sur, oficialmente conocido como República Democrática
Popular del Yemen, simpatizó con la Revolución Islámica y veía con menosprecio la
codicia de las monarquías del Golfo. La amenaza que suponía el sur para sus vecinos
provocó varias intervenciones militares por parte de Arabia Saudita. El desenlace fue una
Constitución en 1981 que acordaba la reunificación del país. Pero tras una cruenta guerra
civil, el norte impuso su hegemonía.

Sin embargo, Yemen sería de aquellos lugares donde la Primavera Árabe provocaría
cambios reales. En 2011 las revueltas populares se intensificaron y el país cayó en un
bucle de violencia y represión. El presidente Alí Abdullah Saleh fue depuesto, y los
secesionistas del sur, el movimiento al-Hirak, se unieron a los violentos hutíes, un grupo
organizado nacido de la rama chií que había comenzado su insurgencia en 2004. El caos
de las protestas y la disidencia popular fue una oportunidad perfecta para una organización
con gran experiencia militar, en cuyos ideales destaca la aversión hacia Arabia Saudí.

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En 2015 los hutíes tomaron la capital Saná, obligando a exiliarse a Arabia Saudita al
presidente y a los miembros del Gobierno. Después de ello, la monarquía Saúd mostró su
nueva posición en el conflicto liderando una pequeña coalición internacional que
bombardearía masivamente a los rebeldes. Este fue un punto de no retorno que
desembocaría en una sangrienta guerra. Durante la ofensiva saudí, los bombardeos fueron
acompañados por un estricto bloqueo aéreo y marítimo que acabó con las vías de ayuda
humanitaria. Riad decidió apostarlo todo por el gobierno exiliado de Hadi, al cual
consideraba legítimo. Esperaban poder vencer a sus rivales en pocas semanas a través de
bombardeos y “ataques relámpagos”. No obstante, los hutíes resistieron heroicamente y la
guerra se alargaría mucho más.

Reuters estimó en 2016 que el gobierno saudí gastaba 175 millones de dólares mensuales
en bombardeos y 500 millones en incursiones terrestres. El gasto total de la guerra lo
estiman por encima de los 100 billones de dólares. La monarquía saudí se adentró en un
pozo sin salida. El trabajo estaba siendo mucho más duro de lo que se había estimado,
pero querían terminar lo que una vez empezaron. Sin embargo, el fin de la guerra se
alejaba con la resistencia hutí, mientras que la repulsa internacional se extendía.

Para legitimar internamente el monstruoso gasto del conflicto, Arabia Saudita ha creado
una narrativa en la que señalan a su acérrimo enemigo iraní. Acusan a la República
Islámica de financiar masivamente a los hutíes a través de los puertos marítimos. Estos
conforman un movimiento nacido del chiismo que desde sus inicios ha amenazado a las
monarquías del Golfo, pero pese a la simpatía hacia los iraníes no existen pruebas de
directa colaboración. De hecho, ya han sido varias veces donde han seguido directrices
bélicas opuestas a lo recomendado por los iraníes.

Es incorrecto considerar chiíes a los hutíes. Pese a que una parte de ellos pertenecen a la
secta zaidí, una rama del chiísmo, las diferencias teológicas son muy profundas y ellos
mismos se declaran independientes del binomio suní-chií. Los zaidíes no creen en el
chiísmo duodecimano. De todos modos, el bloque rebelde es muy heterogéneo y también
está conformado por grupos cuya naturaleza se aleja de la doctrina chií. Arabia Saudita ha
impulsado un incorrecto relato sectario donde señala a los persas como enemigos, con
intención de agrupar el apoyo del resto de los países del Golfo y obtener legitimación
internacional, tal y como denunció el ministro de exteriores Javad Zarif en la segunda
parte del documental de Frontline sobre el conflicto saudí-iraní.

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Yemen es el país más pobre de la región, pero para la dinastía Saúd es una materia de alta
prioridad por temas de seguridad nacional. La influencia de los iraníes en Irak, Siria y
Líbano aterra a la monarquía saudí, y no pretenden permitir que los persas estén presentes
en su patio trasero y en el mar Rojo. Pero las devastadoras consecuencias de la guerra
muestran la cara más desalmada de Riad, que está perdiendo el favor occidental que en un
principio mantenía. Más del 80% de la población, que supera los 24 millones, dependen de
la ayuda humanitaria para poder sobrevivir, según Naciones Unidas. Los desplazados
superan los 4 millones y un brote de cólera aterroriza a los afectados.

Irán no apoya oficial y explícitamente a los hutíes, pero todo apunta a que usan vías más
sutiles para ofrecer su colaboración. Servicios de consultoría e inteligencia, logística e
incluso mediante material militar. La resistencia hutí es una bendición inesperada para
Irán, que observa desde la lejanía como Arabia Saudita gasta ingentes cantidades de su
presupuesto en una guerra que no le está ofreciendo ningún beneficio. Y a su vez, pierden
legitimidad internacional, lo que debilita su posición en el conflicto con los persas.

4.3 LÍBANO

Otro escenario de batalla entre Irán y Arabia Saudita se encuentra en el Líbano,


estratégicamente clave por su cercanía a Israel, y sobre todo a Siria y a su capital
Damasco. Durante el siglo XX. fue un aliado estrecho de Arabia Saudí, pero todo
comenzó a cambiar poco a poco con la Revolución Islámica. Poco después de la
proclamación de Jomeini, la famosa organización chií Hezbolá nacería en el Líbano. Esto
fue la respuesta instantánea a la invasión israelí del sur del Líbano que tuvo lugar en 1982.
Su popularidad fue instantánea y muchos adeptos se unieron a la lucha armada.

El papel de Irán a través de su Guardia Revolucionaria fue fundamental, ya que financió el


grupo, impulsó su creación y entrenó a sus miembros. Desde los primeros meses se
acumularon los atentados contra objetivos israelíes y occidentales. La potencia de sus
ataques fue muy elevada desde el principio, y los países occidentales lo reconocieron
como organización terrorista.

Sin embargo, sus acciones eran vistas como heroicas por gran parte de la población, y su
influencia escalaría a la política en pocos años. El asesinato del histórico presidente suní
Rafic Hariri en 2005 fue un punto de inflexión en el rumbo del país. La política nacional

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se fragmentó con la conformación de un fuerte movimiento de oposición llamada la
Alianza del 8 de Marzo, que reunía a Hezbolá y al movimiento Amal, chiíes moderados,
entre otros.

El país se encontraba en una posición atípica y complicada. Durante las décadas anteriores
habían desarrollado un vínculo económico muy fuerte con Arabia Saudita, que había
financiado numerosos proyectos e inversiones. El apoyo saudí llegó a ser tan intenso que
el país desarrolló una altísima dependencia, lo que generó una situación muy delicada. Por
su parte, Riad también apoya al movimiento Alianza del 14 de Marzo, afín a ellos, y centra
sus esfuerzos en debilitar la posición de Hezbolá mediante la financiación de
organizaciones salafistas.

Pese a que la estabilidad de la economía libanesa esté a merced del soporte saudí, la
realidad es que Hezbolá acapara muchos fieles entre la población. Los clérigos chiíes son
muy influyentes y junto al respaldo iraní buscan formar lo que ellos llaman “sociedad de
resistencia”. La narrativa antioccidental y antisraelí ha calado entre los más integristas,
dispuestos a empuñar las armas que llegan desde Irán.

El gran enemigo declarado de Hezbolá es Israel, a quien juró destruir desde su nacimiento.
Esto se opone radicalmente a la incoherencia que muestran las monarquías del Golfo, que
no reconocen a Israel, pero mantienen relaciones y lazos cooperativos por sus intereses.
Por ello, cada vez más árabes admiran la organización libanesa y a su fundador Irán, que
se muestra como el único defensor real del islam. En el Líbano su apoyo ha crecido
progresivamente año tras año, llegando a controlar territorios del sur democráticamente y
con poder de veto de cualquier decisión parlamentaria. Privilegio al que se llegó mediante
las protestas de 2008.

Por otro lado, el gran valor que Hezbolá ofrece a Irán es su cercanía a Siria. Poco más de
100 kilómetros son lo que separan Beirut y Damasco. El apoyo hacia al-Asad en Siria es
explícito, y mientras que aliados como Rusia ayudan mediante armamento y bombardeos,
los soldados de Hezbolá han luchado al pie del cañón y han sido claves para la
recuperación de territorios. Muchos de ellos se presentan como voluntarios para echar una
mano a sus aliados sirios, enfrentando tanto a los rebeldes como al Estado Islámico.

En 2016, Michel Aoun llegó a la presidencia del Líbano liderando una amplia coalición.
Su objetivo era encontrar un balance adecuado entre las dos potencias islámicas, pero

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finalmente es Hezbolá quien ha sabido llevar su influencia al gobierno. El presidente
reconoce la importancia de la organización para contrarrestar la ocupación israelí, y
muestra simpatía y apoyo por el presidente al-Asad.

Esto parece incompatible con las preferencias de las monarquías del Golfo, quienes
consideran terrorista al grupo armado y presionan para que el gobierno libanés cambie de
postura. La tensión más alta llegó con la desaparición del primer ministro Hariri en Arabia
Saudita, quién reapareció leyendo un comunicado condenando a Israel.

Esta impunidad se debe a la dependencia que tiene el pequeño país de Riad. Gran parte de
la población necesita el dinero extranjero que llega de la diáspora, de la cual un 40%
pertenece a los países del Golfo. El país no podría sobrevivir sin la inversión saudí, que
concentra su influencia en las grandes empresas que se ubican en la modernizada Beirut.
Todo ello muestra que Riad tiene el poder de desestabilizar y dañar severamente la
economía libanesa siempre y cuando quiera, lo que contrarresta el poder armado de Irán.
Pero perturbar la estabilidad de su vecino podría reforzar la oposición anti saudí en la
región.

4.4 SIRIA

El país árabe ha sido una de las grandes referencias del mundo islámico, ejerciendo un
claro liderazgo en la región durante muchos años. Ha sido la cuna de grandes
civilizaciones, ubicado en una zona que acumulaba las rutas comerciales que cambiaron la
historia de la humanidad. Su historia más actual se entiende a partir de 1970, cuando
Hafez al-Asad ascendió al poder a través de un golpe de Estado. Su hijo, Bashar al-Asad,
heredaría el puesto en el año 2000 tras la muerte de su padre. Ambos representan a la rama
alauita del islam, cuyas creencias parten del chiismo. Por ello, siempre han mantenido una
buena relación con Irán, siendo el único país que los felicitó formalmente por la
Revolución Islámica.

Los alauitas solo representan un 12-15% de la población siria, junto a un 2-3% de chiíes.
Los suníes reúnen una mayoría aplastante en el país, pero a diferencia de otros países de la
región existe la libertad de culto, con una gran cantidad de cristianos y una convivencia
religiosa ciertamente pacífica. El Estado se declara aconfesional. Las verdaderas
hostilidades llegarían tras la ola de protestas generadas por la Primavera Árabe. Era la

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oportunidad perfecta para Arabia Saudí, cuya seguridad se veía debilitada tras el nuevo
statu quo en Irak y la influencia de Hezbolá al otro lado de las fronteras sirias, de manera
que se inició una política de financiación que comenzó con el apoyo al Ejército Libre de
Siria (ELS).

La poca efectividad que mostró el grupo hizo replantear la postura saudí, de modo que
comenzaron a financiar grupos armados salafistas y yihadistas que ofrecían más garantías
de éxito. Entre ellos Ahrar al-Sham y Jaysh al-Islam, quienes contribuyeron a la
sectarización del conflicto. Todo ello se hacía bajo el pretexto de luchar contra la represión
del régimen autoritario de al-Asad. Sumado al apoyo norteamericano, los rebeldes se
fortalecieron hasta el punto de plantar cara al Gobierno y dar comienzo a una trágica
guerra civil.

Por su parte, Siria es clave para Irán para completar lo que ellos llaman “la cadena de
resistencia contra Israel”. Este bloque pasa por Hamas, Hezbolá, Siria, Irak e Irán, que
conforman un grueso entrelazado de alianzas (Goodarzi, 2013). Por ello, la República
Islámica ha mandado miles de soldados de Hezbolá y de las Fuerza Quds en apoyo al
gobierno sirio, reuniendo a su vez a milicias chiíes provenientes de Pakistán, Irak y
Afganistán. También apoyan la resistencia con el envío de consultores, estrategas y líderes
militares de alto rango, que son parte de la prestigiosa Guardia Revolucionaria de Irán.

El apoyo de EE. UU. a los rebeldes, la aparición del Estado Islámico y la participación
rusa en favor de al-Asad ha agudizado la tragedia que ha supuesto la guerra civil. Según
Naciones Unidas, se estima que la cifra de muertos asciende a 610.000 personas, y los
desplazados y los refugiados superan a la mitad de la población, más de 12 millones.
Actualmente Bashar al-Asad ya ha recuperado casi la totalidad del territorio y gobierna un
país adentrado en una crisis extrema.

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CONCLUSIONES

Para entender la realidad del Oriente Medio es absolutamente imprescindible conocer los
detalles del conflicto saudí-iraní. El enfrentamiento se eleva a todas las esferas posibles,
donde ambos bandos muestran claras diferencias. La etnia, mediante la rivalidad persa-
árabe, o el aspecto religioso, donde suníes y chiíes buscan imponer sus doctrinas. Las
relaciones internacionales también son un punto de confrontación. Mientras que Arabia
Saudita garantiza su seguridad mediante su cercanía a Occidente, Irán muestra su cara más
hostil ante los extranjeros.

El gran choque llega en la relación con Israel que muestran los respectivos países. La
posición de Arabia Saudita es muy complicada en este aspecto. La monarquía prioriza la
estabilidad para poder crecer económicamente, y para ello es clave mantener la cordialidad
con Occidente, y por tanto, con Israel. Sin embargo, para los árabes más conservadores
cualquier acercamiento al país judío es un acto de traición. Por ello, la Casa de Saúd tiene
grandes problemas de legitimación religiosa.

Irán tiene una gran ventaja en su discurso ya que presenta coherencia y apela al
componente emocional. Sus ideas se ven retrógradas y excesivamente reaccionarias, pero
lo cierto es que son claras y honestas. Mientras que el supuesto gran líder árabe, Arabia
Saudita, no apoya con suficiente contundencia a sus hermanos palestinos, los iraníes,
siendo persas, luchan por sus convicciones religiosas. Ese es relato de Irán, unos ideales
que venden y funcionan con gran efectividad.

Las contradicciones saudíes también llegan al terreno del integrismo religioso y


yihadismo. El poder teme el discurso ultraconservador que denuncia la incompatibilidad
entre la monarquía y la doctrina religiosa, pero a su vez saca provecho de estos grupos
para defender sus intereses. Dentro del país, el Gobierno ha ordenado ejecuciones y una
fuerte represión hacia cualquiera que muestre vínculos con organizaciones terroristas. Esto
se debe en gran medida a su temor hacia los Hermanos Musulmanes, una organización con
gran poder dentro del país que difunde ideas subversivas y que el Gobierno considera
terrorista.

Este temor que la dinastía Saúd muestra es lo que explica el astronómico gasto en defensa
del país, que acumula el armamento más moderno que existe. Este es otro indicio de las
diferentes estrategias que siguen ambos países. Los saudíes priorizan el crecimiento

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económico, desarrollando ingentes beneficios que se redistribuirán en inversión para
diversificar su economía. Estos intereses se protegen bajo la disuasión de un ejército
moderno y poderoso. De esta manera, salvaguardan y garantizan una liquidez económica
que se puede reinvertir en favor de sus intereses regionales. Las inversiones en el Líbano
son un ejemplo claro de como Arabia Saudita puede hacer que países vecinos dependan de
ellos, generando un tipo de influencia directa con los gobiernos y Estados.

Por el contrario, la esfera de influencia de Irán se expande a través del componente


emocional y la coherencia del discurso anteriormente explicado. Pero para ello también
hace falta dinero, y mucho. Esa es la razón que explica la total oposición a cualquier tipo
de acuerdo nuclear por parte de los saudíes, una postura que casualmente Israel comparte.
Ambos temen que la República Islámica refuerce sus fuerzas armadas, invierta en mayor
medida en su esfera de influencia, aumente su financiación a grupos como Hezbolá y que
logre desarrollar el país. ¿Si Irán es capaz de generar tantos dolores de cabeza con tan
pocos recursos, qué sería capaz de hacer cuando realmente pueda obtener los medios que
busca?

El futuro de la región depende en gran medida de un acuerdo nuclear que no parece que
llegue a corto plazo. El futuro es incierto, pero lo cierto es que las cosas pueden cambiar
en los siguientes años en la región. Al-Asad seguirá con el poder en Siria, pero bajo un
país en ruinas y en una profunda crisis. La paz en Yemen dependerá en gran medida de las
acciones militares de Arabia Saudita, pero de todos modos el desastre humanitario
impedirá que sea un actor relevante a medio plazo. La estabilidad parecía llegar al Líbano,
pero los movimientos juveniles y la oposición pueden hacer aumentar las hostilidades con
Hezbolá. Nada es firme en el Oriente Medio, donde cualquier cambio de ficha altera todo
el tablero.

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