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ELEFANTES JUGANDO CANICAS CON GODOT

Elman Trevizo

Las obras de Gerardo Mancebo del Castillo se mueven por atmósferas que remiten a los

relatos de las historietas o a la mitología griega, con el uso de un lenguaje que por

momentos parece no pertenecer a los mundos en donde se mueven los personajes, pero que

encaja conforme avanza la situación, debido a la consistencia del estilo. Lo que comprueba

que se puede ser original sin romper con el canon o la tradición.

Timothy Compton señala que a partir de ver la obra Las tremendas aventuras de la

capitana Gazpacho o de cómo los elefantes aprendieron a jugar canicas bajo la dirección

de Mauricio García Lozano, empezó a reflexionar sobre las protagonistas del teatro

contemporáneo y cómo éstas son abordadas.

La capitana Gazpacho es una figura quijotesca que busca a su Dulcinea y cree encontrarla

en una atolondrada mujer: Gazpacho y Alonso Quijano son frutos del mismo árbol de la

fantasía.

Casi al final, los personajes empiezan a preocuparse por la llegada de Godot, al punto de

hacernos creer que estamos frente a éste. Está ahí, en el puerto con una maleta, olvidado

por un barco mientras seguramente los elefantes siguen jugando canicas... esperándolo.

La muerte de Mancebo del Castillo hace 10 años, cortó de golpe la escritura de una

dramaturgia hilarante y correctamente arbitraria que linda en lo placentero, con un humor

contradictorio y hasta grotesco que ayuda a la interpretación del o los mundos ahí

planteados, aunque en ocasiones cae en facilismos humorísticos.

Por otro lado, podemos encontrar en sus obras a parejas que juegan distintos roles y, por

consiguiente, no reciben afectaciones directas. El fingimiento sirve para seguir alimentando


una situación nada cotidiana que los personajes necesitan para seguir existiendo: nadando

en el mar de las calamidades.

Rebelión o la farsa en pedazos alude a la novela Niebla de Unamuno o Seis personajes en

busca de autor de Pirandello, pues los protagónicos se revelan al que les dio existencia.

Esto podría servir para hablar de la propia labor creativa pero, por fortuna, Mancebo evade

el tremendismo de la auto referencia y carga de significados dichos datos; les da una

función en la anécdota, aunque al principio todo parece dislocado.

En ésta y otras de sus historias, los personajes se mueven a partir de uno ausente que

simboliza la autoridad: el padre, el héroe o el creador, para posteriormente cuestionar tal

jerarquía, como en el caso de Mamagorka y su Pleyamo en donde el padre no presente es el

motor que acciona la crueldad de la madre.

Debido quizá a su incursión en el cine como actor, sus obras poseen una cualidad plástica

que muchas veces contrapuntea con la carga psicológica de aquellos que las habitan,

reforzando así lo absurdo-fantástico, donde imagen y acción caminan opuestos.

Todo es agridulce, híbrido, evocativo y contrastante en este escritor queretano que siempre

tendrá 30 años y un puñado de obras que en cada lectura se nutren de otras, acentuando así

la interlocución, sin renegar del canon.

Texto publicado originalmente en Milenio. Suplemento Laberinto.

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