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Un buen día para el cambio – Rubén Leva

Me levanté temprano. Salí sin desayunar. Cerré la puerta con cuidado para
no despertar a mis perritos. Crucé la avenida. Atravesé la plaza en diagonal.
El rocío, que persistía aún a esa hora de la mañana, me humedeció los
mocasines de gamuza. Decidí apartar toda preocupación y encarar los
arcanos del destino a como diera lugar.
Al llegar una chica muy simpática me sonrió con todos sus dientes jóvenes
y resplandecientes y me entregó un sobre lleno de garabatos con pretensión
de firmas. Abrí la puerta y entré, arriba de unos bancos escolares una serie
de papeles con nombres impresos en negrita me hacían señas
desvergonzadas con la sola intención de seducirme. Me acerqué a un
banco. Cuando el papel elegido advirtió mi intención comenzó a hacer
guiños con toda la cara y a sostenerse la panza que temblaba de risa, yo lo
tomé amorosamente, lo doblé con cuidado de no dañarlo y lo introduje en
el sobre. Él cesó en su risa convulsiva y se mostró dócil y agradecido. Salí,
se lo mostré a la chica simpática de los dientes brillantes, los que la
acompañaban me miraron aburridos y somnolientos. Lo introduje por la
ranura aprovechando que parecía distraída pero se cerró de repente con
intención de morderme, por suerte yo, que siempre tuve buenos reflejos,
alcancé a poner mis dedos a salvo con un rápido movimiento retráctil. La
chica volvió a sonreír, me hizo firmar un papelito celeste y me devolvió el
documento que, antes de entrar al cuarto donde esperaban impacientes los
papeles sobre los pupitres, me había solicitado. Me fui feliz, como suele
estar feliz quien ha cumplido con su deber.
A la salida me topé con mucha gente que iba llegando para cumplir con el
mismo trámite que yo acababa de terminar. Vi sus caras. Algunos venían
con el gesto hosco y meditabundo, otros no dejaban de sonreír, entre estos
últimos no faltaban los que daban saltitos de contentos, saludaban a todo el
mundo a voz en cuello y hasta batían palmas ruidosamente. Yo me sentí
contagiado por tanta alegría y también empecé a saludar agitando las
manos y vociferando mis buenos días hacia los cuatro puntos cardinales, a
algunos, incluso, los abracé, del impulso de besarlos en la boca me contuve
a duras penas. En fin, que me fui de ahí bastante contento y optimista.
Llegué de nuevo a mi barrio, volví a cruzar la plaza en diagonal, ahora en
sentido contrario al de la mañana temprano y, como el rocío aún no se
había secado, volvió a humedecerme los mocasines de gamuza. Crucé la
avenida, llegué a la puerta de mi casa. Apenas entrar, Malevo se paró sobre
sus patas traseras, apoyó sus manos sobre mis hombros y, luego de darme
un lengüetazo en la mejilla derecha, me preguntó al oído ¿lo hiciste,
Roberto, metiste el sobre como yo te dije? Si, Male, dije, tengo la
costumbre de apocopar así su nombre para que parezca menos agresivo
porque, aunque es buenito, su tamaño asusta a la gente, lo hice, Male, lo

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hice. Bravo, dijo él, luego se dio vuelta y dirigiéndose a Milonguita que
estaba en un ángulo de la pared del living, dijo, cumplió, hermanita,
Roberto cumplió, quedate tranquila. Milonguita ladró un suspiro de alivio,
se sentó sobre su cuarto trasero y levantando las manos se puso a aplaudir.
Cómo quiero a estos chicos, los quiero tanto que, previendo que pueden
morir antes que yo, quiero que tengan cría, todas las que puedan, mi deseo
más ferviente es ése, que tengan muchas crías, pero ya van algunos años y
unos cuantos celos de Milonguita y nada. Si para dentro de un tiempo
prudencial este vago de Malevo no la deja preñada creo que los voy a hacer
clonar. Esto lo pensé pero no se los dije todavía, no quiero amenazarlos ni
crearles preocupaciones que quizás no tengan fundamento. Veremos.
Bueno, chicos, estoy cansado, me levanté muy temprano, ya saben que los
domingos duermo hasta más tarde, así que me voy a acostar para completar
mi sueño. Vaya tranquilo, Roberto, dijo Malevo, nosotros quedamos de
guardia. Milonguita ladró un sí de lo más seductor mientras miraba de reojo
a Male. Me fui a dormir con alguna esperanza, quizás esta vez se cumpliera
mi más caro sueño.

Me senté al borde de la cama, me quité los zapatos, un asco, totalmente


sucios, manchados y embarrados. Con lo que yo quiero a estos mocasines y
con lo que me cuesta conseguir un número que calce bien en mis pequeños
pies. Algunos en el secundario se burlaban de mí por eso. Mirá, que te vas
a caer, cuando caminás parece que vas bailando, te falta base de
sustentación para tanta pirueta ¡ojo! me decían, pero a mí no me
preocupaba entonces ni me preocupa ahora ¿acaso Napoleón no tenía los
pies pequeños? es un rasgo compartido por la gente superior, de eso estoy
bien seguro. Me desvestí y me recosté sobre mi lado derecho que es el
modo de garantizarse buenos sueños, los chicos quedaron de guardia en el
umbral del dormitorio. Dejen eso y vayan al patio a fornicar, pensé.

Camino por la avenida con cuatro cachorros en los brazos, a dos los llevo
en el brazo derecho y a dos en el izquierdo. La gente se para a mirar,
algunos se acercan y les dan palmaditas en la cabeza, otros se limitan a
mirar con simpatía y aplauden, unos poco se cruzan de vereda, a esos los
ignoro, a los primeros los saludo con una sonrisa. Caminando inquieta a mi
costado viene Milonguita, creo que tiene miedo de que se me caigan los
perritos, tranquila, le digo, está todo controlado, pero no se tranquiliza, en
fin, así son las madres. Nos sigue de cerca Malevo que va mirando serio
hacia los cuatro costados, de vez en cuando, gruñe, está en su papel de
padre protector.
Llegamos al consultorio del veterinario, quiero mostrarle el fracaso de su
pronóstico, fue él quien me dijo que la procreación de esta pareja no iba a
ser posible. Son hermanos, me dijo, la naturaleza impondrá una barrera

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genética, evitará la degeneración que podría producirse en la progenie a
causa de la consanguinidad. Ahora verá lo erróneo de su profecía. Pero
¿qué dijo él, después de deshacerse en elogios y babearse de gusto por la
belleza y la salud de estos cachorros? Bien, apenas supo que eran los hijos
de Malevo y Milonguita y por no desdecirse de sus dogmas, esto dijo:
Bueno, será mejor esperar y estar alerta, cualquier tara o deformidad puede
aparecer sorpresivamente, no hay que confiarse. Me hartó el tipo, así que
ahí nomás mandé decapitarlo (ese poder me había sido delegado por las
fuerzas celestes). Encargué a Malevo que lo llevara a casa del verdugo. Él
tiene su sala de ejecución en la trastienda del taller de carpintería que antes
usaba como fachada para ocultar su verdadera vocación, ahora, con mis
nuevos poderes, eso ya no era necesario pero él lo conservaba así por
razones románticas y sentimentales. Mientras tanto yo salí del consultorio
del veterinario y seguí mi camino con los cachorros, la gente siguió
aplaudiendo. Llegamos de vuelta a casa, Milonguita se puso a amamantar
a sus hijitos, una escena que me enternece como ninguna otra cosa en el
mundo. Al rato volvió Malevo, la orden ya ha sido cumplida, dijo, pero el
verdugo ha insistido en quedarse con la sangre para hacer unas morcillas
que piensa darle de comer a su gato y es por eso que no he podido traerte la
botellita en prueba de la ejecución, tal como habíamos quedado. Lo
tranquilicé, la verdad es que no dudo de la palabra de Malevo. Me
agradeció con un lengüetazo que dejó una huella húmeda y áspera en mi
nariz, yo le di unas palmaditas en la cabeza. En eso Milonguita llegó
corriendo, hay unos ruidos raros afuera, dijo. De pronto estuve junto a la
ventana, la abrí. Un grupo de personas que rápidamente se iba agrandando
y amenazaba con convertirse en multitud, iba llenando la plaza, llevaban
carteles, pancartas y banderas, atronaban sus gritos de rabia, quise saludar
mostrando toda la simpatía de la que soy capaz pero empezaron a silbar y a
alzar sus puños en señal de amenaza. Cerré la ventana. Pensé en el gato
¿seguirá teniendo ganas de comer morcillas? Me di vuelta para el otro lado.

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