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Capítulo VI

Retroceso y estancamiento
Leonel Loyden (2019)

Introducción

“Cuando te pido que escuches y te pones a darme consejos, no estás haciendo lo que te he pedido. Cuando te pido que
me escuches y te pones a decirme por qué no debería sentirme de ese modo, estás hiriendo mis sentimientos. Cuando te pido
que escuches y te parece que debes hacer algo para solucionar mi problema, me has fallado, por extraño que parezca.
¡Escucha!, solo pedía que escucharas; no que hablaras o hicieras, solo escucharme…”
(Ralph Roughton)

Me encanta la idea de generar caminos alternativos, debates y reflexiones con los


contenidos que abordamos. El tema que presentaré en este capítulo lo comparto porque se
reitera frecuentemente.
Hablaré del estancamiento o retroceso del acompañado, creo que es oportuno pensarlo en
conjunto. Las preguntas que se me ocurren para despertar la curiosidad son: ¿Existe el
estancamiento o el retroceso en los tratamientos?, ¿esto es así?, ¿qué sucede realmente?,
¿nos referimos al estancamiento o retroceso del acompañado o del acompañamiento?, ¿será
de ambos? En caso de serlo, ¿es por motivos del acompañado o habrá algunos factores que
influencien a generar este estadio?, ¿cuáles creen que podrían ser?
Les pido por favor que tomemos los términos estancamiento y retroceso con una valencia
neutra, que sirvan para dar lugar al debate abierto sin estigmatizaciones ni determinaciones.
Otro pedido que les hago es pensar fuera de la caja, para que ello nos permita transitar desde
una mirada e intervención intrapsíquica hacia una extra psíquica, de sistema y comunitaria.

Imaginemos

Los acompañados transitan diferentes etapas, dentro y fuera del proceso terapéutico, muy
diversas y fluctuantes; por este motivo no estoy muy a favor de determinar si existe o no el
estancamiento o el retroceso. En cambio, sí considero oportuno afirmar la continuidad de
las fluctuaciones ya que son parte del proceso, donde hay veces en que se presenta un
movimiento a favor de la Salud y otras, aparentemente, en oposición a esta.
A su vez, imagino una gran cantidad de aristas presentes a la hora de pensar posibles
motivos del estancamiento o retroceso del acompañado dado que debemos tener en cuenta
que no somos seres aislados y si no más bien, parte de un sistema. Sin lugar a dudas existen
varias eventualidades que son parte del intercambio, entre ellas, el entorno ambiental, las
personas, los constructos mentales propios, ajenos y sociales, etc.
A continuación mencionaré algunos motivos —no son los únicos— que pueden nutrir e
invitar a la reflexión:
1. Tratamiento psicofarmacológico
2. Fases del cambio del acompañado y el transitar del proceso terapéutico
3. Fases de la familia frente al diagnóstico y transitar del proceso terapéutico
4. Situaciones de crisis

1- Tratamiento psicofarmacológico

Al pensar en esto aparecen varios recuerdos y experiencias de hace un tiempo atrás y otras
muy recientes. Por ejemplo, sucede que cuando el diagnóstico brindado no es acertado la
medicación no se adecúa a la enfermedad o condición del acompañado. Esto puede ocurrir
en diversas situaciones, sobre todo cuando los profesionales diagnostican sin conocer
directamente al paciente, es decir, que lo hacen mediante los comentarios de los familiares.
También sucede que estando en tratamiento, en el momento en que hay que reevaluar al
acompañado los “profesionales” toman como dato de realidad esos comentarios, sin
presencia ni contacto directo con el acompañado. Otro caso que puede suceder es que el
diagnóstico y la medicación sean adecuadas pero exista poca adherencia al tratamiento por
parte del paciente o sus familiares, lo que trae como consecuencia que no se administre en
tiempo y forma la medicación. Esto produce graves efectos secundarios y otras
problemáticas, sumadas a las que de por sí trae la enfermedad y los efectos de la medicación.
Es decir, que en ocasiones tanto los acompañados, los profesionales, como los familiares
consideran oportuno y cómodo por diferentes motivos no respetar o cambiar los horarios y
frecuencia de la administración del fármaco, lo cual produce efectos adversos y multiplicidad
de problemáticas añadidas. Como así también, existen casos en los que hay escasez de
determinada medicación y adviene su consecuente experiencia de ansiedad, desesperación y
caos.
Una vez visualizadas estas escenas, que no resultan muy esperanzadoras y para no
quedarnos asidos a estas, creo que recordar puede aclararnos el panorama. El artículo 12 de
la Ley Nacional de Salud Mental nº26.657 nos dice:

“La prescripción de medicación sólo debe responder a las necesidades fundamentales de la persona con padecimiento
mental y se administrará exclusivamente con fines terapéuticos y nunca como castigo, por conveniencia de terceros, o para
suplir la necesidad de acompañamiento terapéutico o cuidados especiales. La indicación y renovación de prescripción de
medicamentos sólo puede realizarse a partir de las evaluaciones profesionales pertinentes y nunca de forma automática. Debe
promoverse que los tratamientos psicofarmacológicos se realicen en el marco de abordajes interdisciplinarios”. (Ley nº26.657,
2010)

Dicho esto, queda en cada acompañante tener responsabilidad, compromiso y ética


profesional para funcionar en sintonía con las leyes que sostienen al sujeto de derecho y nos
permiten convivir cívicamente. Mi intención es que apoyados por la ley podamos colaborar,
¿colaborar a qué? A dialogar, reclamar, denunciar y no a hacernos cómplices de situaciones
vulneradoras, fatídicas y ominosas.

2- Fases del cambio del acompañado y el transitar del proceso


terapéutico

Cuando pensamos en realizar un acompañamiento terapéutico muchas veces tenemos


recorridos teóricos que nos enmarcan y ayudan a este cometido. Sin embargo, considero que
poder contactar con el acompañado, descubrirlo y conocerlo es primordial, es lo que abre la
posibilidad de aplicar ese conocimiento de forma pertinente. Nos permite desarrollar el plan
de trabajo y los objetivos terapéuticos para ayudar de manera personalizada, centrándonos
en cada persona, su contexto y realidad.
Desde mi experiencia como AT en la clínica de las adicciones en donde existen múltiples
abordajes, metodologías y teorías, tuve mi primer contacto y acercamiento al modelo
propuesto por Prochaska y Di Clemente en los años ochenta, este es el modelo transteorico del
cambio. “Ellos consideraron que el cambio no ocurre de manera bidireccional, sino que las personas atraviesan
por un conjunto de estadios sucesivos de disposición para el proceso del cambio, que determina las posibilidades
de que este ocurra o no” (Tolosa, 2018: 91). Este modelo para mí fue muy revelador, me resulta
sencillo y clarificador.
La teoría del cambio plantea cinco fases por las cuales transita el paciente con problemáticas
de consumo hasta el punto culmine en el que se extingue la conducta de consumo, a saber:
precontemplación, contemplación, preparación, acción y mantenimiento; (Manual de
adicciones para psicólogos especialistas en psicología clínica en formación.) Cada estadio
tiene sus particularidades.
En la precontemplación el acompañado no considera tener un problema ni las consecuencias
que le trae aparejado, por lo cual no emprenderá ninguna acción al cambio. En la contemplación
poco a poco se va dando cuenta de que algo puede estar funcionando mal, hay intenciones
de cambiar sin acciones que lo demuestren. También está más abierto a la información y al
diálogo sobre su problema. La preparación es cuando el paciente comienza a realizar cambios
reales como por ejemplo, reducir el consumo. En el estadio de acción, hay un cambio concreto
que es dejar el consumo por completo. Al visibilizarse la abstinencia se produce el apoyo del
entorno social, lo cual genera motivación adicional. En el mantenimiento, el acompañado
intenta afianzar los objetivos conseguidos y prepara la prevención de recaídas. El tránsito de
una fase a otra no se da linealmente, sino con movimientos entre una y otra hasta que el
acompañado logra dejar de consumir. Esto demuestra que la recaída forma parte del proceso,
como un eslabón más “(…) entendiendo la recaída como el regreso a un estadio motivacional inferior.
En este caso, si la persona se encuentra en el estadio de acción regresaría al de preparación, contemplación o
precontemplación.” (Becoña Iglesias y Tomás Cortés 2010:68)
Según lo desarrollado en este punto, si pudiésemos visualizar en qué estadio se encuentra
el acompañado ¿cambiaría nuestro posicionamiento estratégico?, ¿cómo se verían afectadas
la elaboración e intencionalidad del plan de trabajo y las intervenciones?, en caso de recaída,
¿se podría pensar en un estancamiento o retroceso del tratamiento?, ¿es un paso más dentro
del proceso?, ¿qué sucede realmente?

3. Fases de la familia frente al diagnóstico y transitar del proceso


terapéutico

Como ATS es útil conocer cómo está viviendo la familia esa situación nueva, ¿para qué
nos serviría?, ¿alguna vez pensamos que algún miembro de la familia o la familia —de los
acompañados— en su totalidad puede estar en crisis?, ¿podríamos considerarlo como un
factor a la hora de pensar en el estancamiento o retroceso en el acompañado o en el
acompañamiento?
Para empezar es preciso citar de algunas acepciones de la palabra crisis:
Lidell y Scott (1968) postulan que:

“(…) el término chino de crisis (weiji) se compone de dos caracteres que significan ‘peligro’ y ‘oportunidad’ (…) La
palabra inglesa se basa en el griego Krinein que significa decidir. (…) indican que la crisis es a la vez decisión, discernimiento,
y también, ‘un punto decisivo durante el cual habrá un cambio para mejorar o empeorar’” (Blanca Núñez, 2003: 134)

Du Ranquet la define como:

"(…) estado de conmoción, de parálisis en una persona que sufre o ha sufrido un gran shock. Sobreviene cuando el estrés
actúa sobre un sistema y requiere un cambio que se sitúa fuera del repertorio habitual de respuestas. La persona o la familia
se encuentra ante un obstáculo que no pueden superar por sus propios medios". (Fernández Márquez, 2010:5)

De acuerdo a Nuñez (2003), la crisis en la familia aparece desde la sospecha y cuando se


hace efectiva la información del diagnóstico, cada familia hará frente a esta crisis de diversas
maneras, lo cual puede generar crecimiento en el sistema familiar o crear mayores
problemáticas. Es importante tener en cuenta que “los conflictos no surgen a nivel familiar como
consecuencia directa de la discapacidad, sino en función de las posibilidades de la familia de adaptarse o no a
esta situación.” (Nuñez, 2003:101). La familia deberá afrontarlo, deberá soltar el imaginario del
hijo —hermano, sobrino, etc. — que esperaba y conectar con la realidad; este proceso estará
atravesado por el duelo. Ya que, tal como plantea María Pilar Sarto Martín, “El nacimiento de un
hijo con discapacidad supone un shock dentro de la familia. El hecho se percibe como algo inesperado, extraño
y raro, que rompe las expectativas sobre el hijo deseado.” (Sarto Martín 2000:2). Elisabeth Kübler-
Ross (1969) desarrolla la teoría del duelo, describe cinco etapas:
 Negación y aislamiento: en esta etapa se evita, niega y minimiza la realidad. La negación
sirve de paraguas que los resguarda de la ausencia del hijo/a esperado.
 Ira: en esta etapa aparece un enfado generalizado con todos y todo.
 Negociación: comienza la búsqueda por encontrar respuestas a la salud del hijo.
 Depresión: los padres se dan cuenta de lo perdido, se acercan a asumir las posibilidades
reales acercándose a la aceptación.
 Aceptación: ya pueden ver y contactar con su hijo tal cual es. Hay tranquilidad en lugar
de enojo y ansiedad.

Ahora, a ustedes ¿con que los conecta?, ¿sería diferente nuestra manera de acercarnos, de
generar vinculo, de intervenir si diferenciamos estas etapas y cómo vive el proceso cada uno
de los integrantes de la familia?

4. Situaciones de crisis

Fernández Márquez (2010) postula que a lo largo del ciclo vital vivimos crisis de diferentes
índoles, estas pueden ser propias del desarrollo evolutivo y se caracterizan por ser previsibles,
accidentales y/o inesperadas. En ocasiones los recursos de afrontamiento que sabemos
utilizar no dan el mismo resultado y cambia abruptamente la situación de vida. Al mismo
tiempo una crisis nos puede invitar al desarrollo personal o a enfrentarnos con la
vulnerabilidad.
Otra perspectiva es la de Erikson (1959) quien plantea que a lo largo de la vida pueden
presentarse diversos momentos de crisis. Existen las crisis del desarrollo que están relacionadas
a los cambios propios de la edad y afectan tanto al intelecto como a la afectividad de la
persona y pueden acontecer desde la niñez hasta la vejez, entre ellas: crisis de la infancia, de
la adolescencia, etc. Por otra parte aparecen las crisis circunstanciales que dependen sobretodo
de situaciones externas propias del medio y no son esperadas, este tipo de crisis conllevan a
una modificación en la conducta y en la emocionalidad, por ejemplo: crisis por separación,
enfermedad, muerte de algún familiar, cambios de domicilio, de centro, de aula y/o maestra,
entre otras.
Al tener en cuenta estas situaciones cotidianas que pueden generar mucho daño, si leemos
atentamente y hacemos un ejercicio empático con la ayuda de la observación, el estar
presentes y conectados a los acontecimientos de vida de los acompañados, podremos
descubrir que aparecen diversos factores durante el proceso de acompañamiento. En este
caso hablamos de factores que producen un efecto perjudicial, que pueden llevar al
acompañado a estancarse y a generar un retroceso en su aprendizaje, en su proceso. Como
efecto “En nuestro mundo interno se modificará nuestro modo subjetivo de percibir las cosas. No se
articulará bien el proceso de percepción, identificación y memoria.” (Fernández Márquez, 2010: 7)
Es importante comprender que la persona consciente o inconscientemente, busca y
articula constantemente acciones para autorregularse y generar equilibrio —homeostasis—
en sí misma, como organismo y en el sistema familiar. De esta manera se abren nuevas
posibilidades sin necesidad de encasillar estos supuestos estancamientos y retrocesos a
cuestiones puramente intrapsíquicas del paciente o hacer responsables a los padres o
profesionales por no continuar con la terapéutica, cortar y abandonar los tratamientos, etc.
Claro está que esto sucede y suelen ser situaciones que tienen un efecto directo en la
terapéutica.

Conclusión

¿Existe la posibilidad de ampliar nuestra percepción y mirada?, ¿existe la posibilidad de


que las cosas que damos por hechas no sean como parezcan?, ¿de qué manera creen que
tener conocimiento de estas aristas y visualizar cada una de las características de los temas
desarrollados en estos cuatro puntos pueden colaborar y mejorar nuestro ejercicio como
ATS?, nuevamente pregunto, ¿nos acerca a la intervención desde el acompañamiento
familiar?
Espero que el contenido desarrollado nos sirva para cuestionarnos y deconstruirnos para
llegar a una mirada de continua reflexión clínica, más comprensiva y compasiva.

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