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Me temblaban las manos, llevaba 1 año sin saber de él y mientras leía esas
palabras lo sentía tan cerca, como si estuviera a mi lado. Cuando se fue, yo
apenas tenía 11 años, pero nunca había olvidado su promesa.
Esa noche dormimos como pudimos, pero al día siguiente muy temprano,
empezamos a movernos, no podíamos quedarnos en ese lugar. Caminamos horas
y horas, mis pies estaban ampollados, ya casi no había agua en los termos y el
hambre empezaba a pasarnos factura.
Decidimos tomar un descanso cerca a una pequeña quebrada que pasaba por el
bosque en el que estábamos y aunque teníamos sed, el agua estaba
contaminada, nadie debía beberla. Solo descansamos 1 hora y media, íbamos 20
personas que se nos había unido por el camino, caminamos cerca de 6 horas más
y la noche ya caía, pero no podíamos quedarnos en esa área despejada,
debíamos buscar otro lugar para descansar.
Ya estaba a punto de tirar la toalla cuando a lo lejos vimos una pequeña aldea que
tenía dos fogatas prendidas, eso significaba que había personas ahí que tal vez
nos podrían ayudar.
Al llegar, mi madre y un líder del grupo en el que íbamos, hablaron con los
habitantes del lugar y estos afirmaron que podíamos pasar la noche ahí, también
nos dijeron que, si teníamos hambre, ellos podrían darnos algo de comer, no era
mucho, pero nos iba a servir. Solo esperamos unos minutos y empezaron a
repartirnos unos panes rellenos con un jugo en botella.
Ya habían terminado de repartir la comida y yo estaba a punto de echarme el
primer trozo de pan a la boca cuando llegó otro grupo de 10 personas. Entre ellos
había dos pequeñitos, uno de tres y otro de cinco años, eso calculaba yo. La
ración de comida se había acabado y me remordía la conciencia si me comía ese
pan sabiendo que había dos niños frente a mí que también tenían hambre. Así que
partí el pan en tres pedazos y compartí con ellos dos. El jugo también lo dividimos
y aunque no quedamos llenos, por lo menos pudimos calmar un poco el hambre.
Yo solo compartí mi comida con los niños, pero el grupo con el que iba, al ver la
decisión que tomé, eligieron lo mismo, partieron los panes y buscaron en qué
servir los jugos para compartir con las personas que habían llegado, así todos
comeríamos algo.
No sé en qué momento me quedé dormida, solo sé que mamá tuvo que
despertarme para continuar con el recorrido. Alguien había dicho que, si
seguíamos hacia el sur, nos encontraríamos con la zona de refugiados y al cruzar
la frontera estaríamos en territorio libre de guerra.
Motivados por llegar a ese territorio, seguimos caminando por del bosque,
cruzamos un río que estaba medio seco e hicimos una parada debajo de unos
árboles frondosos para esperar que los helicópteros que volaban la zona se
alejaran lo suficiente.
Seguimos el recorrido por varios días haciendo paradas nocturnas para descansar
y nos turnábamos las vigilancias para evitar ser sorprendidos por el ejército
enemigo. Luego de casi 15 días caminando, por fin llegamos a la zona de
refugiados, no lo podíamos creer, las lágrimas salían de nuestros ojos y las
sonrisas dibujadas en el rostro de las 29 personas que iban conmigo, brillaban.
Hace 15 días habíamos perdido la esperanza y muchos creíamos que no lo
íbamos a lograr, pero ese día volvimos a tener fe. En ese lugar había miles de
personas ayudando, y me asombraba lo que una guerra podía causar.
Ese día entendía mientras recorría el refugio y miraba esperanza en los ojos de
las personas que estaban ahí, que, si la guerra puede separar naciones, también
puede unir corazones. Nosotros habíamos compartido 15 días con 29 personas
que nunca antes habíamos visto, en ese tiempo aprendí tanto de cada uno de
ellos y a mis 15 años de edad, comprendí el verdadero sentido de la vida.
Tres años más tarde, cuando por fin habíamos conseguido rehacer nuestras vidas
en otro lugar, llegaron noticias de papá. Pero esta vez venían acompañadas, un
soldado traía en sus manos una bandera y el uniforme que se puso papá el día
que se fue.
Sus palabras fueron claras, papá había fallecido en combate hacía tres años, pero
como nosotros habíamos tenido que cambiar de residencia le había sido casi
imposible encontrarnos para darnos la noticia.
Nos dijo que era un honor haber luchado junto a papá, habían sido compañeros de
guerra y papá había salvado su vida. Mientras hablaba su voz de entrecortó, papá
había perdido la vida, salvando la de un grupo de personas que pertenecían al
país con el que estaban en guerra.
El soldado dijo que nunca antes había conocido otra persona como él, con un
espíritu tan decidido y lleno de solidaridad, ayudaba no solo a sus compañeros de
combate, sino a quienes, en guerra, eran el enemigo. Durante los cuatro años que
hizo parte del ejército, nunca disparó una bala, su labor era la de enseñar y
traducir.
Papá era docente de idiomas, hablaba perfectamente cuatro el día que se salió de
casa y ese mismo día mientras me abrazaba en la despedida, me susurró al odio:
«Tranquila, yo no voy a luchar, voy a ayudar. Te lo prometo».