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SINTESIS DEL CAPÍTULO 5. LA VIDA INTERINDIVIDUAL.

Habíamos partido de la vida humana como realidad radical. Entendíamos por realidad
radical hora es de recordarlo, no la única, ni siquiera la más importante y ciertamente no
la más sublime, sino, lisa y llanamente, aquella realidad primaria y primordial en que
todas las demás, si han de sernos realidades, tienen qué aparecer y, por lo tanto, tener en
ella su raíz o estar en ella arraigadas. En este sentido de realidad radical, «vida humana»
significa estricta y exclusivamente la de cada cual, es decir, siempre y sólo la mía.

El estar abierto al otro, a los otros, es un estado permanente y constitutivo del Hombre,
no una acción determinada respecto a ellos. Esta acción determinada el hacer algo con
ellos, sea para ellos o sea contra ellos, supone ese estado previo e inactivo de abertura.
Esta no es aun propiamente una «relación social», porque no se determina aún en ningún
acto concreto. Es la simple coexistencia, matriz de todas las posibles «relaciones
sociales». Es la simple presencia en el horizonte de mi vida, presencia que es, sobre todo,
mera compresencia del Otro en singular o en plural.

De esta relación mía con el otro parten dos líneas diferentes, aunque se conecte la una con
la otra, de progresiva concreción o determinación: una consiste en que voy, poco a poco,
conociendo más y mejor al otro; voy descifrando más al detalle su fisonomía, sus gestos,
sus actos. La otra consiste en que mi relación con él se hace activa, que actúo sobre él y
él sobre mí. De hecho, aquélla sólo suele ir progresando al hilo de ésta.

El hombre, aparte del que yo soy, nos aparee como el otro, y esto quiere decir que aquel
con quien puedo y tengo que alternar. La reciprocidad, es el primer hecho que nos permite
calificarlo de “social”, en ciertos caracteres generales. Lo primero que aparece en su vida
a cada cual son los otros hombres, porque nace de una familia y esta nunca existe aislada.
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Ortega José y Gasset, Obras Completas Tomo VII, Segunda edición, 1964.

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