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Departamento de Filosofía
SFC: Wittgenstein
Vanessa Hernández Orozco
Introducción
Así como Russell debía soportar largas conversaciones sobre lógica a altas horas de la noche
con un Wittgenstein insaciable, Gorgias, Menón y otros muchos discípulos, o quizá pobres
víctimas que iban por la calle, se vieron atrapados en las aporías a las que les inducían los
extensos diálogos con Sócrates. Wittgenstein y Sócrates, sujetos intrépidos de sus respectivos
tiempos, se caracterizaron pues por su enérgica personalidad (insoportable para algunos),
pero sobre todo, por el amor a la filosofía que a su manera manifestó cada uno. Pese a las
constantes disputas de Wittgenstein con la filosofía, y a pesar del juicio que le costó la vida a
Sócrates, ambos filósofos hallaron en el ejercicio filosófico el camino para encontrar una vida
que merezca la pena ser vivida.
A pesar de la dificultad de trazar una línea entre las afirmaciones de Sócrates y la propuesta
filosófica de Platón, los llamados diálogos socráticos, los primeros textos de Platón, permiten
evidenciar o esbozar una figura de Sócrates y su forma de filosofar. La Apología,
particularmente, da luces sobre quién era el filósofo, precisamente porque relata sus últimas
palabras antes de morir. En el juicio en el que se le acusa, entre otras cosas, de corromper a la
juventud de Atenas, Sócrates cuenta el camino de su vida, que no es más que su trabajo
filosófico. Tras conocer la consigna del oráculo de Delfos, Sócrates emprende una búsqueda
por la persona más sabia de Atenas. Y, tras dialogar con políticos, poetas y artesanos,
concluye que solo se es sabio en cuanto no se habla sobre lo que no se sabe. Luego, en
compañía de su daimon, Sócrates concluye que solo una actividad de duda constante le
permite al ser humano vivir consigo mismo. Este ejercicio, que no es otra cosa que la
filosofía, propone no sólo un diálogo constante con la comunidad, sino también con una
misma, impidiendo la creación de dogmas, y permitiéndole a quien lo realiza cuestionar toda
afirmación que le aleje de una vida tranquila.
Aunque a diferencia de Sócrates, Wittgenstein no se preguntaba por los conceptos del bien, el
placer, o la verdad, desde el ámbito del lenguaje, el autor se acerca a la cuestión de cómo
filosofar de cierta forma implica también vivir de cierta manera. Desde el Tractatus logico -
philosophicus, Wittgenstein se enfrenta a los agobiantes problemas de la filosofía como
enredos que necesitan ser aclarados, más allá de ser resueltos. De acuerdo con eso, en sus
escritos de juventud, el autor busca establecer un límite a lo que puede ser dicho con el
lenguaje, para evitar proponer cuestiones más allá de lo que se puede pensar. Posteriormente,
en las Investigaciones Filosóficas, el autor establece una distinción entre problemas
gramaticales y empíricos, que le permite denotar que los problemas filosóficos no son más
que confusiones del lenguaje. En su búsqueda por una visión sinóptica de dichos problemas,
el autor intenta aterrizar a la filosofía a un lenguaje cotidiano, y en ese sentido, dejar de lado
las definiciones absolutas, para dedicarse al ejercicio de describir y comparar. Este trabajo en
la manera de ver las cosas, es también un trabajo en la forma de ser, y es allí donde el
ejercicio que propone Wittgenstein es también una propuesta terapéutica.
En ese sentido, el presente texto busca evidenciar las coincidencias metodológicas entre la
propuesta filosófica socrática y la wittgensteiniana1, vinculando a ambos filósofos a través del
concepto de la filosofía como ejercicio terapéutico. Esta vinculación se hará entonces con
respecto a i) el lugar de ambos filósofos con respecto a su comunidad ii) la estructura
dialógica de confrontación de los diálogos socráticos y de las Investigaciones filosóficas iii)
el aparente carácter no propositivo del trabajo de los dos filósofos, es decir, el no - saber y,
finalmente, iv) la visión de la filosofía como una forma de vida.
1 Pese a que, por un lado, Sócrates no escribió de primera mano una propuesta filosófica, y, por el otro,
Wittgenstein redactó gran parte de su trabajo como una forma de poner final a los problemas filosóficos, este
texto parte de la idea de que dentro del ejercicio de cada uno, existió igual un trabajo propositivo en materia
filosófica, que se irá desarrollando a lo largo del escrito.
que busca despertar a quien la sufre. Y, de esa forma, ser una partera que ayuda a dar a luz a
pensamientos. Pero, evocar esos pensamientos y enfrentarse a ellos, es un proceso tan difícil
que es imposible no quedar en completa perplejidad, por lo que Sócrates es también una raya
eléctrica que paraliza a quien toca. Sócrates, además, es tábano, partera y raya elpectrica para
sí mismo. El cuidado que él tiene de sí mismo es entonces también, indisolublemente,
cuidado de los demás; Sócrates encuentra en la vida cotidiana una posibilidad de filosofar: no
hay filosofía sin cotidianidad.
2 Habría que preguntarse por las personas que, a pesar de no acercarse de forma académica a la filosofía, se ven
asediadas por problemas de carácter filosófico acerca de su propia vida. ¿Crean también ellas enredos del
lenguaje? ¿O es este sólo un hábito de científicos / filósofos?
diálogos socráticos3 Sócrates realiza un trabajo de diálogo con las personas de su comunidad.
En las Investigaciones y en Sobre la certeza, Wittgenstein establece un diálogo de voces con
diferentes puntos de vista respecto a un tema, o incluso, las múltiples voces que pueden
existir en una misma persona. Lo que tienen en común estos ejercicios dialógicos, además de
la mera metodología, es el carácter de honestidad. Los interlocutores de la discusión
manifiestan siempre sus posiciones más genuinas, y es a través de la discusión que se llega a
respuestas clarificadoras.
En este punto, vale la pena traer a colación el concepto de pensamiento de Hannah Arendt.
Para la autora, el pensar es una conversación, y se sirve del daimon que Sócrates menciona en
El Banquete para ejemplificarlo. El diablillo en la cabeza de Sócrates no le dice nunca qué
hacer, pero le presenta siempre dudas acerca de lo que está haciendo. El pensamiento, el
hablar con uno mismo cuando no está la compañía de alguien más, es, en efecto, un diálogo
que produce nuevas ideas (Forero, 2015, pg.51). El carácter dialógico de ambos autores
podría responder a su negación a la idea de la filosofía como una doctrina. Esta forma de
escribir les permite entonces mostrar que su trabajo filosófico es solo un proceso de
pensamiento. Y sin embargo, podría enunciarse también una distancia entre ambos diálogos.
Por un lado, Sócrates le exige a sus interlocutores una definición entre sus ejemplos, mientras
que Wittgenstein busca alejarse de las definiciones a través de ejemplos. ¿Podría la ironía de
Sócrates explicar que en realidad no se busca una definición?4
Cuando entra en diálogo con los políticos, artesanos, y poetas, estos descubren que el saber
del que se enorgullecen, en realidad no existe, así que lo que queda en cuestión no es un
concepto, sino la persona misma. Parece entonces que la verdadera pregunta que está en
juego en el diálogo socrático no es aquello de lo que se habla, sino quien habla (Hadot, 1998,
pg. 40). De acuerdo con esto, detrás del no - saber socrático, parece esconderse en realidad
una propuesta: los individuos deberían llevar una vida examinada, pues al final lo único sobre
lo que vale la pena dudar es sobre la forma en cómo se vive, en otras palabras, el verdadero
problema no es saber esto o aquello, si no ser de tal o cual manera (Apología, 36c).
3 El diálogo socrático no es un invento de Platón. La figura de Sócrates como interrogador fue una constante en
los trabajos de los discípulos socráticos. (Hadot, 1998, pg. 36)
4 Ante esta diferencia metodológica habría que tener en cuenta que, de todas formas, los diálogos de Sócrates
terminan siempre en una aporía. Esto podría ser también una estrategia en contra de las definiciones.
De igual manera, en las Investigaciones Filosóficas, la terapia no consiste en ver una forma
general o esencial de la proposición, sino en atender los enredos en los que caemos al
alejarnos de las formas de expresión del lenguaje cotidiano. Wittgenstein afirma que los
problemas filosóficos son de índole meramente gramatical o conceptual porque radican,
precisamente, en malentendidos que surgen en las formas de expresión de nuestro lenguaje.
Es por eso por lo que, se deben distinguir de los problemas de orden empírico propios de los
fenómenos y de las ciencias naturales.
La comparación que hace Wittgenstein entre una palabra y una ficha de ajedrez es útil para
comprender la distinción entre problemas gramaticales y problemas empíricos. Una persona
podría pues analizar las condiciones materiales de una ficha: su forma, su color, su tamaño.
Pero eso no arrojaría, en realidad, ninguna información sobre el juego de ajedrez. En cambio,
si, por ejemplo, se perdiera la ficha de la reina, y las jugadoras decidieran usar en su lugar un
ganchito del cabello, este seguiría cumpliendo con el lugar que tiene la reina en el juego y
habría que preguntarse por las reglas que aplicarían al ganchito. A saber, solo se movería en
línea recta hacia atrás, hacia adelante, y en diagonales, siendo igualmente una de las fichas
más relevantes del ajedrez. Lo importante en este caso es, entonces, preguntarse por las reglas
que aplican a la ficha, y no por las características de la ficha que se puedan distinguir
empíricamente.
De igual manera, la gramática es un juego de reglas sobre nuestro lenguaje. Y, en ese sentido,
los problemas que, según el autor, deberían importarnos, son aquellos que versan alrededor
de las propias reglas del lenguaje. No obstante, las inquietudes filosóficas no suelen ocuparse
de las reglas del juego, sino buscar respuestas más allá del juego mismo. De hecho,
Wittgenstein propone que los problemas filosóficos tienen su fuente en ilusiones gramaticales
que anidan en nosotros, y que nos hacen ver como problemáticos asuntos que con una clara
comprensión no lo serían.
Estas ilusiones, por un lado, perciben al lenguaje como una segunda naturaleza. Como lo
menciona el autor, los problemas filosóficos calan siempre de forma muy profunda, pues la
forma de pensar es también una forma de ver la vida. Y, como se suele creer que el lenguaje
está estrictamente vinculado con la realidad, todo problema de palabras suele parecer también
un problema de la misma vida. Pero en realidad, el lenguaje es sólo un conjunto de reglas,
construido también por los seres humanos. Por lo que, estos problemas no son ciertamente
empíricos, sino que se resuelven mediante una cala en el funcionamiento del lenguaje mismo
(a pesar de la inclinación que tenemos a malentenderlo).
Por otro lado, se encuentra la ilusión del señalar (o nombrar). Cuando se apunta a un objeto
diciendo “esto es así” o “esto es x”, se cree captar la esencia misma de la cosa, como si el
significado de los objetos los acompañase siempre. Al respecto, Wittgenstein afirma que “se
cree seguir una y otra vez la naturaleza, y se va sólo a lo largo de la forma por medio de la
cual la examinamos” (IF, §114). No podemos, empíricamente, definir un único significado
de las cosas, o alcanzar una especie de Eidos cuando le asignamos a un objeto una palabra.
Por el contrario, a través del concepto de juegos del lenguaje, el autor propone que el
significado de las palabras es circunstancial, no hay un significado amarrado a los objetos, si
no que el significado es asignado por una comunidad. El vienés propone entonces que los
problemas relacionados con estas ilusiones, es decir, los problemas filosóficos, deben
responderse en la gramática misma, pues en realidad no podemos obtener respuestas más allá
de ella.
Como lo afirma el autor, el hecho de que en las explicaciones que conciernen al lenguaje ya
tenga que ser aplicado el lenguaje entero (no uno más o menos preparado, provisional)
muestra que solo se puede trabajar dentro del lenguaje mismo. No hay un lenguaje de
segundo orden para hablar del lenguaje, así como no hay una segunda filosofía para hablar
del uso de la palabra «filosofía». Ante nuestra pretensión de salirnos del lenguaje para
explicarlo, Wittgenstein contrapone una visión sinóptica del mismo.
Como se ha mencionado, estos diferentes órdenes del lenguaje, implican que el ejercicio
filosófico no consista en crear tesis, definiciones, o respuestas, sino más bien, se encargue de
comparar unas analogías con otras. Pero además, también en un sentido psicoanalítico, la
actividad filosófica permitiría emplear una serie de juegos de lenguaje para que una persona
que ve algo como problemático, llegue a verlo como ordinario, común, y corriente. Por lo que
los problemas filosóficos, aquellos que usan signos muertos, que en algunos contextos
tendrían un uso claro y otros en los que no , como “saber”, “ser” y “cosa”, dejarían de ser
algo digno de estudio. Al respecto de aquellas palabras no queda pregunta alguna y esa es
precisamente la respuesta. Con respecto a las preguntas de la cotidianidad, la filosofía no
haría preguntas en busca de respuestas, si no en busca de sentido.
Detrás del aparente no - saber de ambos autores, es evidente la propuesta de la filosofía como
un ejercicio aclaratorio. Y, en ese sentido, ambos autores coinciden en una visión de la
filosofía como un ejercicio de duda, que concluye en una forma de vida examinada: una
filosofía que se pregunta por la cotidianidad de cada individuo.
¿Cómo puedes vivir contigo misma?
Como se ha visto a lo largo del texto, para Sócrates, no existe una respuesta absoluta a cómo
debemos vivir, si no que debemos estar en constante actividad filosófica, cuestionamiento y
diálogo interno, para salir mejoradas de cada situación que nos presente la vida. En la
propuesta socrática, vivir y reflexionar están entretejidos. El examen de conceptos y de la
propia vida resultan inseparables pues aquello que hacemos, lo que creemos que hacemos y
cómo entendemos nuestros conceptos son también asuntos interdependientes (Lastres, 2021,
pg. 79) El daimon de Sócrates le pregunta constantemente ¿cómo puedes vivir contigo
mismo? y, ciertamente, el Sócrates de los primeros diálogos de Platón es un entusiasta
portavoz y practicante del «cuidado de uno mismo», pues promueve una vida examinada en
la que cada acto que se realice sea uno que no le haga sentir al individuo que se está fallando
a sí mismo. Estos diálogos exhiben el talante abierto de la indagación y muestran al filósofo
como alguien dispuesto a cambiar de opinión y que, en consecuencia, renuncia a dogmatizar.
(P. 76, Lastres) De acuerdo con esto, Sócrates llama a sus interlocutores a ser ellos mismos lo
mejor y lo más sensatos posibles, no solo a través de sus interrogaciones, sino también a
partir de su propia forma de vida.
Tal como lo indica Wittgenstein: “Lo que, aparentemente, tiene que existir, pertenece al
lenguaje mismo” (IF, §50), como un medio de representación, un paradigma al interior del
juego que no requiere de un sustento metafísico. Los objetos de comparación, los juegos de
lenguaje, hacen que dejemos de ver un asunto como problemático al ofrecernos una visión
clara de este; comparando cosas con otras cosas, buscando o inventando casos intermedios, se
llega a que no se requiera una explicación para el asunto por no concebirlo problemático.
Todo está abierto y no hay nada que explicar, y, lo que acaso esté oculto, no interesa.
Cuando se tiene un ovillo de lana, y este tiene un nudo, la intuición lleva a las personas a
buscar alguna de las puntas del ovillo, para poder sacarla, poco a poco, del enredo en el que
está metida. Las tejedoras, en cambio, saben que lo que se debe hacer es concentrarse en el
nudo, jalarlo de a poquitos, por todas sus partes, para que poco a poco se vaya disolviendo.
De esa forma funciona también la propuesta de Wittgenstein. Ante un enredo en el lenguaje,
buscamos encontrar la punta, la generalidad, la explicación, pero eso únicamente hace más
fuerte al nudo. Acudir al enredo mismo, ver sus partes, comparar unas con otras y jalar desde
diferentes puntos, es el verdadero camino que nos permite salir de él. Este trabajo alrededor
del lenguaje, y de la vista sinóptica que podemos tener de él, es a la vez, un trabajo
terapéutico.
Eliminar los problemas filosóficos, al menos en la medida en cómo suelen interpelar nuestra
vida, es a la vez cambiar la manera en cómo se ven las cosas, y esto no es más que un cambio
en la forma de vivir. Wittgenstein, quien estuvo incontables veces atrapado en el atolladero,
encontró en la descripción una forma de calmar la herida que busca, casi de manera innata, la
definición. Y entendió que, ante la imposibilidad de obtener respuestas absolutas, lo que se
necesita es dejar descansar a la filosofía, y atenderla despacio y con calma siempre que
aparezca. La propuesta no está encaminada a dejar de hacer preguntas sobre el sentido de la
vida, sino más bien a dejar de buscar respuestas en la teoría, para mejor buscarlas en la propia
vida.
Tanto Sócrates como Wittgenstein ven en los problemas filosóficos una obstáculo para vivir
tranquilos consigo mismos. Es por eso por lo que buscan transformar a la filosofía en un
ejercicio de reflexión, y, teniendo en cuenta que estos problemas se presentan en la
cotidianidad, este ejercicio se convierte también en una forma de vida. No obstante, vale la
pena recalcar que la propuesta de Wittgenstein, está finalmente encaminada a dejar descansar
a la filosofía. ¿Podría ser esta una diferencia radical entre ambas propuestas? ¿o dejarla
descansar implica, de igual forma, hacerla parte de la vida?
Conclusiones
En conclusión, se evidencia que la concepción «terapéutica» de la filosofía compartida por
Sócrates y Wittgenstein incide en una aplicación del quehacer filosófico a la vida cotidiana o,
más precisamente, en una imbricación de ambas. Tanto para Wittgenstein como para Sócrates
el quehacer filosófico es un trabajo en uno mismo. Ambos filósofos concuerdan en que la
filosofía no otorga un conocimiento susceptible de ser expresado en tesis. Wittgenstein, en
lugar de buscar definiciones que correspondan a nuestros conceptos, recomienda formular
preguntas esclarecedoras como las siguientes: “¿Cómo hemos aprendido el significado de
esta palabra («bueno», por ejemplo)? ¿A partir de qué ejemplos; en qué juegos de lenguaje?
(P. 87 Lastres). Es decir, que propone a la filosofía como un ejercicio constante, y no como
un dogma estático. Sócrates, de igual manera, propone una forma de vida examinada, en la
que todo concepto pueda ser cuestionado, y toda acción que se realice sea una con la que esté
de acuerdo nuestro propio daimon.
Ambos pensadores consideran la investigación filosófica como una intervención en nuestra
actual forma de vida. Y es que para ambos la confusión no es solo conceptual: ella está
conectada con cómo vivimos y quiénes somos. La terapia filosófica de Wittgenstein se guía
por una orientación ética de inspiración socrática: la de transformar la propia vida para,
mediante el esclarecimiento, hacerla más lúcida y autónoma.
Bibliografía
Wittgenstein, L. (2009). Investigaciones filosóficas en Ludwig Wittgenstein I. Madrid:
Editorial Gredos. Trad. Alfonso García Suarez y Carlos Ulises Moulines.
Wittgenstein, L. (2009). Tractatus logico- philosiphicus en Ludwig Wittgenstein I. Madrid:
Editorial Gredos. Trad. Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera.
Lozano - Vásquez, Andrea y Meléndez, Germán, (comps). (2016). Convertir la vida en arte:
una introducción histórica a la filosofía como forma de vida. Bogotá: Ed. Universidad
Nacional de Colombia.
Hadot, P. (1998). ¿Qué es la filosofía antigua?. México: Editorial Fondo de cultura
económica. Trad. Eliane Cazenave Tapie Isoard.
Lastres, P. (2021). La aproximación terapéutica de Wittgenstein al problema del
escepticismo filosófico. Lima: Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú.
Forero, F. (2015). El sócrates de Hannah Arendt: Sobre la actividad del pensamiento.
Bogotá: Editorial Universidad Nacional de Colombia.
Platón. (1985) La Apología en Diálogos I. Madrid: Editorial Gredos. Trad. J, Calonge.