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SINOPSIS ....................................................................................................5
CAPÍTULO 1 ................................................................................................6
CAPÍTULO 2 .............................................................................................. 15
CAPÍTULO 3 ..............................................................................................23
CAPÍTULO 4 ............................................................................................. 28
CAPÍTULO 5 ..............................................................................................37
CAPÍTULO 6 ............................................................................................. 47
CAPÍTULO 7 ..............................................................................................53
CAPÍTULO 8 ............................................................................................. 62
CAPÍTULO 9 ............................................................................................. 69
CAPÍTULO 10 ............................................................................................ 77
CAPÍTULO 11 ............................................................................................ 84
CAPÍTULO 12 ............................................................................................ 92
CAPÍTULO 13 ............................................................................................ 97
CAPÍTULO 14 .......................................................................................... 108
CAPÍTULO 15 ........................................................................................... 114
CAPÍTULO 16 ...........................................................................................125
CAPÍTULO 17 ........................................................................................... 133
CAPÍTULO 18 ...........................................................................................138
CAPÍTULO 19 .......................................................................................... 146
CAPÍTULO 20 .......................................................................................... 155
CAPÍTULO 21 ...........................................................................................164
CAPÍTULO 22 ...........................................................................................173
CAPÍTULO 23 .......................................................................................... 179
CAPÍTULO 24 ..........................................................................................190
CAPÍTULO 25 ..........................................................................................202
CAPÍTULO 26 ..........................................................................................207
CAPÍTULO 27 ...........................................................................................215
CAPÍTULO 28 ..........................................................................................223
CAPÍTULO 29 ..........................................................................................228
CAPÍTULO 30 ..........................................................................................239
SINOPSIS
Traicionada.
Derrotada.
Encadenada.
Solía ser una hermana, una amiga, una gobernante de las tierras élficas
que pertenecían a la Casa de mi familia. Ahora, soy una prisionera de los
Faes, el enemigo jurado de mi especie desde el principio de los tiempos.
Ponen cadenas a mi alrededor, pensando que pueden evitar que me
libere y les quite la vida. No pueden.
La única razón por la que me quedo es porque ya no necesito una vida.
Me quitaron mi hogar, mi familia, mi dignidad.
Pero tengo al Fae. Mi captor
Él es exactamente el hombre que me enseñaron a odiar, mucho antes
de que supiera cómo amar algo. Para el mundo, él es el despiadado
Príncipe de Invierno que nunca ha perdido una batalla contra los elfos
en su vida. Para mí, su dolor susurra otras verdades.
Es un prisionero en su castillo tanto como yo.
Lo enviaron aquí para matar su alma.
Me enviaron aquí para matar mi cuerpo.
Lo que no vieron venir fue que nos encontraríamos. Y que
sobreviviríamos.
CAPÍTULO 1
MACE
ELO
Casi todas las veces que dormía, mi padre estaba allí, al otro lado,
esperándome. Desde su muerte, rara vez lo eché de menos. No
necesitaba hacerlo. Todo lo que necesitaba era dormir, y aunque eso no
sucedía a menudo, sucedía las suficientes veces para mantenerme con
esperanza.
Aprecié su recuerdo, y el de mi madre, por encima de todo lo demás,
pero esta noche, cuando me miraron, no pude mirarlos a los ojos. Sabía
que estaba soñando, pero eso no ahuyentó la vergüenza. Todavía la
sostenía sobre mis hombros, tan pesada como había sido mientras
estaba despierta.
—Anímate, taran —dijo mi padre, sus palabras solo un eco del sonido
real de su voz.
Siempre me había llamado taran, que era una especie de zorro que vivía
en el desierto. Era la criatura más temible del reino animal, no porque
fuera más grande, o más fuerte que otros depredadores. Sino porque
era astuta e inteligente y sabía exactamente cómo elegir sus batallas.
Dijo que mis ojos le recordaban a los tarans, desde que era un bebé.
—No puedo, papá —dije en un susurro—. He estado… estoy…
—Estás viva —dijo mi madre. Su voz era más fuerte, más delgada,
exactamente como lo había sido en la vida real. Salvaje, como el resto
de ella—. Y eso es lo que importa.
—Me han envenenado —Les dije a mis padres, mirando a nuestro
alrededor. Estábamos en el jardín de mi padre, como en la mayoría de
los sueños. Era el lugar más cercano a mi corazón en el castillo al que
había llamado hogar. Era tan pacífico y silencioso, y allá afuera, parecía
que nada en el mundo podría lastimarme. Ahora sabía lo equivocada
que estaba, y tal vez por eso todas las flores del jardín se habían
marchitado. Por eso no había hojas en los árboles. Las ramas desnudas
parecían armas para que los troncos empuñen, y el cielo estaba enojado.
Gris, casi incoloro. Me entristeció. Esperaba tener un último sueño
hermoso antes de la muerte.
—Te han enseñado una lección —dijo mi padre—. Una lección que
harías bien en aprender.
—No importará por mucho tiempo. Estoy con los Faes.
—Es un hermoso día, ¿No es así, Elo? —mi madre dijo— ¿Porque la cara
triste?
Miré sus ojos plateados, una copia de los míos, y un escalofrío recorrió
mi espalda. No sé la razón, pero la imagen de mi madre siempre fue más
clara que la de mi padre en mis sueños.
—Me voy a morir por la mañana, mamá.
—Hay belleza en la muerte —De repente, giró la cabeza hacia un lado,
curiosa— ¿Por qué susurran los árboles?
Miré a mi padre.
—¿Por qué no lo vi? Debería haberlo visto. Debería haber sabido que
algo así iba a suceder. Debería haber sido más cuidadosa.
—¿Ver qué? —dijo mi padre, lo cual era extraño. En mis sueños, siempre
sabían de lo que estaba hablando, sin necesidad de que yo lo dijera en
voz alta.
—La traición —Mi voz estaba seca.
—¿Por qué susurran los árboles, Elo? ¿Lo sabes? —preguntó mi madre
de nuevo.
—No, mamá. ¿Te encontraré del otro lado? ¿Cómo es allí? —Nunca
había pensado en la vida después de la muerte, pero ahora que estaba
tan cerca de mí, tenía curiosidad.
De repente, mi padre estaba a mi lado. Puso su mano en mi hombro y,
aunque lo intenté, no pude levantar la cabeza para mirarlo. Rara vez se
acercaba tanto a mí en sueños.
—Sigue el dolor, taran —susurró—. Te dará lo que estás buscando
—¿Que dolor? —pregunté, pero ya no podía sentir su mano en mi
hombro. No podía moverme en absoluto— ¿Papá?
—¿Escuchas el susurro, mi dulce Elo? —dijo mi madre, pero ya no estaba
sentada frente a mí tampoco. Ella estaba detrás de mí.
¿Por qué no podía girarme para mirarla?
—Por favor —dije, tratando de darme la vuelta con todas mis fuerzas.
No estaba funcionando—. Por favor, solo quiero verte una vez más.
El viento sopló. Los árboles susurraron. El cielo gimió.
—¡Por favor! —Necesitaba verlos. Necesitaba recordar sus rostros
mientras enfrentaba la muerte. Serían mi roca, en la muerte como lo
habían sido en vida.
—Sigue el dolor —dijeron, pero no pude decir cuál de ellos lo dijo.
Y el fuego quemó mi garganta una vez más.
Mis ojos se abrieron y me encontré agarrándome el cuello, casi
ahogándome. Sentía que no podía respirar, pero el aire se deslizaba por
mi garganta, llenando mis pulmones. ¿El Fae me había hecho beber algo?
¿Me había envenenado también? Porque así se había sentido el veneno:
como fuego.
Pero cuando levanté la cabeza y vi que el Fae estaba en su cama y no
había nadie más en la habitación, me di cuenta de que no me estaba
quemando porque me habían envenenado. Fue el dolor proveniente del
Fae lo que hizo temblar todo mi cuerpo.
No pude soportarlo. La sensación desgarradora me consumió por
completo. Estaba oscuro en la habitación ahora, la lámpara de gas
estaba apagada y solo la luz de la luna brillaba a través de las ventanas.
Mis dientes castañeteaban por el frío, pero apenas lo noté. Solo
necesitaba soportar ese dolor, eso es todo. Sólo el dolor, y estaría bien.
El interior de mi mente todavía se sentía como un sueño mientras ponía
mi mano en la cadena alrededor de mi tobillo. La magia salió disparada
de mí, cortando todo a su paso como una espada. Trabajé alrededor de
la gruesa cerradura con mi mente hasta que la cerradura hizo clic.
¿El sonido había despertado al Fae? Miré la cama, justo cuando él se
movía. Se quitó la fina manta y gimió. El sonido estaba lleno de lo que
anhelaba. Si había tenido alguna duda hasta entonces, fue borrada de
mi mente. Necesitaba que se detuviera… ahora.
Saqué las cadenas de alrededor de mi tobillo tan lentamente como lo
permitió mi impaciencia. Me puse de pie, con las piernas temblando, los
brazos envueltos alrededor de mí. Caminé hacia la cama y miré el torso
desnudo del duende, sus brazos abiertos a los costados, apoderándose
de la cama por completo. Tenía los ojos cerrados, las cejas
entrecerradas, el dolor que lo atormentaba ahora liberado por su mente
inconsciente. Extendí mi mano, la necesidad de tocar cada una de sus
cicatrices era abrumadora, pero me detuve antes de que mi piel tocara
la suya.
El dolor. Eso era todo por lo que estaba aquí. Y me llamó como el canto
de un ángel.
Puse mis manos sobre su pecho, lo más cerca que pude sin tocarlo, y
cerré los ojos. Entonces, mi magia llamó. Escuche el dolor. Respondió
con entusiasmo, como siempre lo hacía, y luego comenzó a llenarme.
Rara vez sucedía que un elfo fuera bendecido con un tipo activo de
magia. Fuimos hechos para soportarla, para resistir la magia que los
Faes tenían en abundancia. Nos sirvió bien en la guerra, que fue la única
razón por la que no habíamos sido eliminados de Gaena hace mucho
tiempo.
Pero de vez en cuando, un elfo nacía con magia.
A los de mi tipo nos llaman Buscadores del Dolor. Buscamos el dolor o el
dolor nos busca a nosotros, esa parte todavía no la he descifrado. Pero
el dolor nos alimenta. Alimenta nuestra magia y nuestras almas, y es
irresistible. Lo consumimos, quitamos lo malo y lo feo, y al hacerlo
sanamos.
También podemos quitar lo bueno, si lo deseamos. Podría matar al Fae
en cuestión de segundos ahora, y él ni siquiera se daría cuenta. Cuanto
más dolor le quité, más se aflojaron los músculos de su rostro. Gimió,
girando la cabeza hacia un lado, y estaba menos cargado. Menos
pesado que antes. El dolor lo abandonó, y mi magia lo sanó, cerrando
las heridas que aún estaban abiertas.
El latido de mi corazón se estrelló contra mi pecho cuando tomé la
última gota. La nueva energía quemó mi piel pero ahora de una manera
muy diferente. El frío ya no podía tocarme.
El Fae se movió. Se alejó de mí por un segundo, luego hacia mí muy
rápido. Estaba congelada frente a su cama, mirándolo, mi mano a
centímetros de su cuerpo. ¿Se despertaría?
Sus ojos permanecieron cerrados. Cada músculo de su cuerpo estaba
relajado ahora. No había más dolor acosándolo. Así, se veía…hermoso.
Pacífico. Un hombre, en lugar de un Fae o un elfo. Sólo un hombre,
durmiendo.
Me hizo querer ser solo una mujer, durmiendo también.
Inhalando por la nariz, con miedo de despertarlo, retrocedí hacia las
ventanas y hacia mi cadena. Vi los cuchillos que había alineado en el
soporte al lado de su cama. Vi el mango de su espada asomándose por
debajo de su almohada. Dejé de moverme una vez más.
¿No sería una mejor idea terminar con esto ahora, mientras pueda? Este
hombre podría torturarme, violarme antes de matarme, pero ¿Y si
nunca tuviera la oportunidad? Cualquiera de esos cuchillos junto a la
cama serviría, incluso el más pequeño, lo suficientemente pequeño
como para esconderse en mi palma. Me mataría si lo usara
correctamente.
Pero era demasiado cobarde para quitarme la vida.
Aquí estaba yo, curando a un hombre que había pasado la noche
asesinando a doce de mi propia gente, y no podía encontrar en mí ni
siquiera el odio, y mucho menos matarlo. O a mí misma.
Tal vez este era el destino que merecía. Tal vez los Dioses tenían razón
al humillarme así, al quitarme la vida de esta manera. Yo nunca había
sido normal. Nunca había querido la guerra. Nunca había visto el punto
de eso. Nunca había odiado a los Faes como debería haberlo hecho.
Y tal vez este fue mi castigo.
Regresé a mi lugar, me encadené nuevamente a la pared y me apoyé
contra el taburete de la ventana. Así, esperé mi último amanecer,
mientras el Fae dormía pacíficamente detrás de mí.
CAPÍTULO 4
MACE
ELO
MACE
ELO
Cayó la noche.
Miré al cielo, al techo, esperando. Siempre esperando. Por mi amigo
imaginario, por el Fae, por la muerte.
Aunque ya no estaba encadenada a la pared, no me moví de mi lugar
debajo de las ventanas. La Sombra me mantuvo caliente. No necesitaba
nada más.
Excepto la comida.
Tal vez era mi imaginación jugándome una mala pasada, pero me daba
más hambre cada vez que comía. O tal vez era la soledad, todo ese
tiempo que tuve para pensar en… todo. Mi casa, mi habitación, mis
pinturas, mis amigos... la gente a la que llamé por ese nombre una vez.
¿Realmente había sido feliz en algún momento de mi vida? ¿Realmente
había tenido algún motivo para levantarme?
Porque ya no podía recordar. Se sentía como si siempre hubiera estado
así de despojada de cualquier positividad. Estaba perdida para mí.
Cuando empezó la música al otro lado de la puerta, no pude resistirme.
Sabía lo que significaba: los Faes estaban celebrando de nuevo. ¿Qué
otra cosa me quedaba por hacer sino observarlos? Así que eché un
último vistazo al techo, a los pilares de las ventanas para asegurarme de
que Hiss no estaba allí, y lentamente me dirigí hacia la puerta.
Con las piernas debajo de mí, me senté frente a las ventanas de la
izquierda. El frío se deslizó dentro de mí al instante, y tuve que
presionar mis palmas contra el suelo, liberar mi magia para que la
Sombra pudiera calentarme. Y lo hizo. Con cada nueva vez pidiendo, me
dio calor más rápido, como si ya estuviera cómoda conmigo. Y yo estaba
cómoda con eso. Una criatura tan fascinante. Había hablado con ella
todo el día. Desearía que ella pudiera responder al mismo tiempo.
Cuando me incliné más cerca de la última ventana junto a la puerta, vi el
pasillo perfectamente claro, como lo había hecho hace dos noches. La
imagen no había cambiado mucho, excepto que ahora había el doble de
hombres Fae allí, bebiendo, riendo y bailando. Además, tres cabezas de
elfos decoraban la pared del costado de la barra, sobresaliendo de
trozos de madera que se habían vuelto negros por la sangre seca. Mi
corazón se apretó con fuerza. Miré los rostros, aterrorizada de poder
reconocerlos, pero era imposible. Estaban completamente desfigurados,
cubiertos de sangre y suciedad, y la única forma de saber que eran elfos
era por el color de su cabello.
Mi estómago se revolvió ante la vista una vez más, así que rápidamente
desvié la mirada. No había nada que vomitar y las arcadas secas iban a
quitarme la poca fuerza que tenía.
Mis ojos se posaron en el príncipe Fae: Mace. La facilidad con la que me
había dado su nombre me hizo pensar que había mentido hasta que
recordé que Hiss me había dicho el mismo nombre. Lo que me hizo
preguntarme si Hiss no era imaginario, después de todo.
El príncipe se sentó en el mismo lugar que la última vez, su mesa un
paso más arriba que todos los demás. Esta vez, la mujer Fae que había
estado en su regazo se sentó a su lado, y solo su amigo, el Fae alto y
flaco, se les unió. Él y la mujer estaban hablando mientras el príncipe los
observaba, sus ojos moviéndose de un rostro a otro cada vez que
hablaban. Sostuvo su copa de nuevo y la hizo girar, y por alguna razón,
sentí que su atención estaba en la cerveza dentro, más que en lo que
decían sus amigos.
Lo observé fingir sonreír y fingir reír, y observé a los otros Faes, todos
borrachos, disfrutando de la noche como si no les importara nada en el
mundo. Como si no hubieran asesinado a personas, elfos o no, la noche
anterior. Como si tres cabezas cortadas no sirvieran como decoración
en el mismo lugar donde comían.
Pero no les importó. Tiraban comida a las cabezas de los elfos de vez en
cuando y cerveza. Les escupieron, bailaron a su alrededor y, en algún
momento, un Fae, el más bajo de toda su gente, se quitó los pantalones
y trató de orinarlos.
Lo habría hecho, si las cabezas no estuvieran tan altas. Tal como
estaban las cosas, todo lo que logró hacer fue mear en el suelo y
ganarse una mirada desagradable del príncipe. Su mano se movió hacia
un lado, y otros dos Faes, ambos borrachos, agarraron al bajito por los
brazos y comenzaron a arrastrarlo hacia la puerta.
Una mujer Fae con un cuenco en la mano y una toalla en la otra corrió
hacia las cabezas, donde la orina ahora empapaba parte de la pared y el
suelo. No era la misma mujer que había limpiado al príncipe la noche
anterior, pero si no fuera por la diferencia en el color del cabello, el
cabello de esta Fae era un poco más claro, nunca podrías distinguirlas.
Hermanas, tal vez primas.
Mi corazón lloró. No podía pensar en una cosa más triste en el mundo
que hombres y mujeres tan acostumbrados a la guerra, la muerte y la
sangre que se regocijaban de ser parte de ella. Todos ellos parecían
felices.
Pero había un hombre en el pasillo que no se reía a carcajadas ni gritaba
cuando hablaba ni bailaba sobre los bancos y las mesas. Se sentó más
cerca de la puerta, taza en mano, y se rio y habló con los Faes a su
alrededor, pero sus ojos estaban alertas. Estaba sobrio.
Y miró al príncipe con más atención que yo. Era un Fae, eso era obvio
solo con sus oídos, pero en su rostro había odio. Había disgusto, y ni
siquiera podía verme. Todavía estaba mirando al príncipe.
Yo también, confundida, seguro de que estaba viendo cosas de nuevo.
Los Faes no odiaban a los Faes. Los Faes odiaban a los elfos.
Pero el pensamiento abandonó mi cabeza cuando encontré al príncipe
mirándome directamente.
Al igual que la primera vez, me congelé. Había algo en la forma en que
me miraba que limpió mi mente de pensamientos hasta que me recordé
a mí misma. No importaba que me viera ahora. Él había sido el que cortó
mis cadenas esa misma mañana. Nunca me dijo que me mantuviera
alejada de la puerta.
¿Pero tal vez cambió de opinión?
Porque mientras me miraba, empujó su silla hacia atrás y se puso de pie.
Los dos Faes sentados con él miraron hacia arriba, confundidos. ¿Que
estaba haciendo?
El Fae se movió, sus ojos todavía en mí. Yo también lo hice. Me empujé
hacia atrás y me arrastré hacia la pared, hacia las ventanas, tan asustada
por un momento que olvidé que la muerte era lo que quería. Cuando
recordé, mi espalda ya estaba contra la pared y un suspiro salió de mis
labios. ¿Cuánto tiempo más tendría que soportar esto?
La puerta no tardó en abrirse. El Fae entró. Tenía las manos ocupadas,
así que cerró la puerta con el pie. Por un segundo, estuvo tan silencioso,
tan perfectamente quieto, que, si no hubiera visto sus botas, me habría
preguntado si estaba sola. Esa fue la razón por la que lo miré a la cara,
preguntándome qué pasaría después.
Ni en un millón de años habría sido capaz de adivinar.
El Fae caminó hacia mí, lentamente. En una mano estaba la lámpara de
gas, y ahuyentó la oscuridad en un instante cuando la dejó en el suelo, a
mis pies. En su otra mano había una taza y dos bolsas de cuero,
exactamente como las que siempre me traía que contenían comida. Las
dejó y se sentó en el suelo, a mi lado, de espaldas a la pared.
Lo miré, más confundido por el segundo.
¿Que estaba haciendo?
Parecía perfectamente tranquilo mientras desataba las bolsas de cuero
y las metía entre nuestras piernas. Arrastró la taza y la puso cerca de mí
también, y luego tomó una fresa y se la metió en la boca. Así de simple.
Se me hizo agua la boca. Las fresas eran mi paraíso, y había otras tres en
las piezas de cuero, junto con uvas, dos rebanadas de manzana, pan,
carne y queso. Mi estómago gruñó y él lo escuchó, pero ya no estaba
avergonzada.
—Podrías haberte escapado en cualquier momento —dijo, una pierna
sobre la otra, con las manos en el regazo y mirando al techo.
Completamente a gusto, como si estuviera en presencia de un amigo—
Podrías haberme matado tan fácilmente, es ridículo. ¿Por qué no lo
hiciste?
Él no me acusó. Todo lo que escuché en su voz fue curiosidad.
Lentamente, estiré mi mano por una fresa. Crecieron en el jardín de mi
padre. Su olor me recordaba a la paz. Esperaba que el Fae me detuviera.
Lo miré cuando mis dedos se cernieron sobre la fresa, pero él no movió
los ojos del techo. Agarré la fresa y la llevé a mis labios. El sabor explotó
en mi lengua, llevándome muy lejos. Mi mente se expandió, mi cuerpo
se relajó, como si yo también estuviera en presencia de un amigo.
—Mejor aún, si puedes salir de una cadena como esa, ¿Cómo es que te
atraparon? —continuó, pero para entonces, era obvio que no esperaba
una respuesta. Luego tomó un trozo de queso y se lo comió, mientras
yo iba tras la segunda fresa. Por los Dioses, era el cielo en mi lengua.
Nunca podría tener suficiente de eso, y en esos momentos, ni siquiera
me importaba si él podía darse cuenta.
—Yo también fui prisionero una vez, ¿Sabes? —susurró mientras yo
comía la última fresa. Si el Fae me matara ahora, moriría como una
mujer feliz—. Yo también fui encadenado a la pared, con cadenas
irrompibles, por el hombre más despiadado que conozco.
El dolor que comenzó en el centro de su pecho se expandió, ocupando
la mitad de mi atención mientras mi magia lo notaba.
—¿Alguna vez has oído hablar de cómo el Rey del Invierno trata a los
prisioneros, elfa?
Lo miré, miré su perfil, la punta de su nariz que brillaba con el rayo de
luz de la luna que llegaba desde las ventanas sobre nuestras cabezas.
—Si escuchaste los rumores, entonces no sabes toda la verdad. Es
mucho más feo que cualquier cosa de la que a la gente le guste hablar
El dolor se intensificó. No podía ver muy bien sus ojos, pero los
recuerdos jugaban en su mente, como lo hacían conmigo la mayor parte
del tiempo. Y sus recuerdos le causaron más dolor que los míos a mí. La
facilidad con la que lo ocultó decía mucho sobre quién era. Fuerte.
Mucho más fuerte que yo porque si mi padre me hubiera encarcelado y
torturado como aparentemente lo hizo, mi alma habría muerto allí,
incluso si mi cuerpo sobreviviera.
—No es como la guerra. Las batallas son predecibles. Matas o te matan.
Es simple —continuó, alcanzando un trozo de carne.
Ahora que la fresas se habían acabado, comí las uvas y escuché.
—Quitar vidas se convierte en un acto legítimo cuando estás en la
batalla, y ese derecho te lo da el hombre que quiere quitarte la tuya.
¿Alguna vez has estado en una batalla antes?
Sonrió, pero el dolor dentro de él solo se hizo más profundo. Estaba
llamando a cada célula de mi cuerpo, atrayéndome como un jardín lleno
de fresas.
—Es el único lugar, el único momento en que un segundo significa la
diferencia entre la vida y la muerte. Un desliz y te vas, y el mundo se
olvida de ti. Solo otro cuerpo para contar, para sentir vergüenza o
celebrar, depende de qué lado estés. Porque hay lados. Siempre hay
dos lados.
Incluso su breve pausa estaba cargada, como su voz.
—No somos lo mismo. Somos diferentes. Lo único que nuestras dos
razas entienden de la misma manera es la guerra, así que esa es la única
forma en que nos comunicamos.
El escepticismo que goteaba de su voz me asombró. Sostuve la uva
justo en frente de mi boca abierta, pero no pude pensar en comerla.
Comer no era importante en este momento, el príncipe Fae lo era. El
dolor en su pecho, en su voz, los pensamientos en su cabeza. Tan
parecido al mío.
Debe ser un sueño, me dije en mi cabeza. Solo un sueño.
Entonces, seguí soñando, y en mi sueño, el príncipe Fae habló de nuevo.
—Recuerdo mi primera batalla —dijo, una pequeña sonrisa jugando en
sus labios—. Tenía dieciséis años y había estado esperando una pelea
real desde que tenía catorce años. Dos años de espera, y finalmente iba
a conseguir mi deseo: iba a salir, tomar vidas mejor, más rápido que
nadie, y estaría orgulloso de ello —Su risa me tomó por sorpresa— ¿Y
sabes qué? Hasta el día de hoy, esa es la única batalla que realmente
recuerdo. Todas las demás están borrosas en mi mente, pero esa
primera fue especial. Me dio forma. Me hizo un hombre.
No había orgullo en sus palabras, solo decepción. Por alguna razón, me
hizo sonreír.
Comí mi uva.
—¿Quieres saber cómo fue? —El príncipe me miró por un segundo,
como para asegurarse de que todavía estaba allí o que no estaba
durmiendo. No había forma de que yo ocultara la curiosidad que se
reflejaba en mis ojos, y no me importó que él la viera. Quería saber
cómo fue todo. Su primera batalla, cuando apenas era un niño.
Y me dijo, cada detalle, hasta que la imagen estuvo completa en mi
mente. Vi cada gota de sangre como él la había visto, cada choque de
espadas, cada animal herido, cada herido o muerto, el paisaje, el sol
ardiendo en el cielo… y también sentí el dolor que él había sentido ese
día, aunque no lo describió. Mi magia pintó ese cuadro para mí, y la
necesidad de ponerlo en un lienzo era tan grande que despertó algo en
mí.
Quería pintar. Lo quería con todo mi corazón.
Desde que mis padres murieron hace más de cuatro años, no había
querido pintar. Había estado demasiado vacía, mi mente desprovista de
imágenes. Lo necesitaba, así que lo hice, pero nunca había querido
hacerlo. Ahora, de todos los tiempos, lo hacía, porque por primera vez
en mucho tiempo, tenía una imagen clara en mi cabeza. La primera
batalla del príncipe.
Durante horas, habló. Durante horas, me contó sobre sus batallas,
sobre los soldados, los amigos, la familia que había perdido en la guerra.
Y nunca lo dijo con palabras, pero sentí su odio porque reflejaba el mío.
De todas las personas en el mundo, nunca imaginé que un Fae pudiera
odiar la guerra y la muerte. Nunca imaginé que no estaba
completamente sola en el mundo, pero aquí estaba él.
Se reía y sonreía y se enojaba mientras me contaba sus historias, y
también me transmitió esas mismas emociones con su voz, aunque mi
magia no podía captar nada más que el dolor.
Podría escucharlo hablar durante días.
Eventualmente, ya no vi la habitación a mi alrededor. Ya no veía nada
más que las imágenes que pintaba en mi mente con sus palabras y sus
emociones. Mi cabeza descansaba contra la pared y no quería moverme
nunca de ese lugar. Así, me quedé dormida con el sonido de su voz más
fácil que nunca desde que mis padres murieron y me dejaron sola.
Porque por esas cortas horas sentí esperanza. Existía la posibilidad de
que el mundo entero no estuviera en mi contra. Por ridículo que me
sonara a mí misma, existía la posibilidad de que no estuviera sola.
CAPÍTULO 12
MACE
ELO
—Pinta —exigió Hiss.
—No tengo colores. No se puede pintar sin colores, ¿Verdad? —Le
recordé por segunda vez. Todavía tenía el pincel en la mano, el
estómago lleno de pan, media fresa y tres nueces enteras que Hiss
había partido simplemente estrujándolas entre su cola.
—Haces las preguntas equivocadas —dijo, su voz severa, como si me
estuviera reprochando.
—¿Y cuáles son las preguntas correctas?
—¿Quién tiene colores? —Me preguntó Hiss. Estábamos en la ventana
de nuevo. De todos modos, no había mucho que ver en la habitación,
pero el exterior siempre era hermoso, sin importar que la oscuridad se
apoderara de la mayor parte.
—Naturaleza.
Espinacas, zanahorias, fresas, arándanos, remolachas, todos dieron
hermosos colores. Solía mezclarlos en la cocina de nuestra casa cuando
era niña, cuando mi padre trataba mi pintura como una pérdida de
tiempo en lugar de algo por lo que mi alma vivía. Él no me había dado
colores, así que los hice yo misma.
—¿Y quién está conectado con la naturaleza?
La pregunta correcta.
—La Sombra —La respuesta exactamente correcta.
Mi estómago se retorció en nudos al instante. Por supuesto. No estaba
acostumbrada a pedirle cosas al edificio en el que vivía, pero esto era
una Sombra. Me había dado calor cada vez que lo necesitaba. ¿Y si
pudiera darme colores también?
—Correcto —dijo Hiss con una sonrisa, y volví al centro de la habitación.
No había nada allí que pudiera servir como lienzo, excepto las paredes
de piedra. La superficie más plana que pude encontrar estaba en el
baño, al otro lado de la tina que había vuelto a poner en su lugar cuando
el príncipe se fue. No iba a usarla, de todos modos, y no quería tener
que mirarla constantemente.
Pasé junto a la pared y la toqué con la punta de los dedos. Sería
suficiente. Luego, me senté en el suelo, los sentimientos corriendo por
mis venas eran casi completamente extraños para mí, como si mi
cuerpo hubiera olvidado lo que era sentir emoción. Tanto cambio en tan
poco tiempo.
Esta vez, cuando puse mi mano en el suelo y entregué mi magia a la
Sombra, no le pedí solo calor. Lo pedí por el color. Cualquier color. Uno
o dos o tres, no importaba.
—No está funcionando —dije, tratando desesperadamente de
aferrarme a la emoción. Me hizo sentir tan viva, tan de repente.
—Paciencia, Buscador del dolor —susurró Hiss, e incluso antes de que
terminara de hablar, noté que el piso debajo de mí temblaba, solo un
poquito.
Primero vino el calor. Me calentó la piel en segundos.
Luego, las grietas en la piedra del piso se expandieron. Se llenaron y
luego derramaron color. Negro, blanco, rojo, amarillo, azul.
Mi corazón casi saltó fuera de mi pecho. Probé la felicidad por primera
vez en años. Me reí y Hiss se rio conmigo, pero no volvió a preguntarme
qué iba a pintar. Simplemente se sentó allí, a mi lado, y observó.
—Gracias —Le susurré a la Sombra.
Sumergí mi pincel en el color azul que se había extendido y me encontré
con el rojo a la mitad, pero venía más. Iba a usarlo todo, maldita sea la
muerte.
Mi pincel presionó contra la pared de piedra, instantáneamente dándole
vida.
Y así, estaba un poco menos rota.
CAPÍTULO 16
Volvió a ocurrir.
El dolor fue tan repentino, tan intenso, que me despertó en medio de
mi sueño. Mis ojos estaban cerrados, pero no los necesitaba para ver.
Mi magia ya se había extendido por todos los rincones de la habitación,
y había encontrado la fuente mucho antes de que exigiera que me
despertara.
Venía de la cama del príncipe. Del cuerpo del príncipe.
Mis ojos se cerraron con fuerza, y envolví mis brazos alrededor de mi
cabeza. No quería sentirlo. No quería desear ese dolor. Ya lo había
curado hoy temprano. Ahora, solo quería dormir.
El sol aún no había salido. El piso en el que dormí estaba tibio, la
almohada suave, y la manta sobre mí aún más suave. No había estado
allí cuando me quedé dormida. El príncipe tampoco había estado en su
cama. ¿Me había tapado cuando entró en su habitación?
La ira, la confusión, la necesidad, me marearon. Pateé la manta blanca
con mis pies hasta que ya no me tocó, como si fuera la culpable de
todos mis problemas. Traté de dormir de nuevo, simplemente
olvidarme del mundo exterior y rendirme a la inconsciencia, pero mi
magia no lo permitió. Golpeó en mi pecho como una ola del océano,
sacudiéndome hasta la médula. No sería ignorado. Quería el dolor, y
hasta que lo consiguiera, no descansaría.
Levanté la cabeza, la necesidad de dejar escapar un grito era tan grande
que casi lo logro. El príncipe estaba en su cama, durmiendo, pero el
dolor que asolaba su cuerpo estaba bien despierto. Era del mismo tipo
que había sido la segunda noche que lo había curado. Su magia se había
extendido en el aire a su alrededor, como si quisiera atacarlo, como si se
estuviera castigando a sí mismo por algo. No fue nada físico. Sus raíces
estaban en lo más profundo de su alma. ¿Cómo podía ser que mi magia
no lo hubiera curado esa primera vez?
Hubo momentos en que mi magia no podía curar. Cuando el daño fue
demasiado grande, cuando el cuerpo ya se dio por vencido, ni siquiera
yo pude traerlo de vuelta. Pero eso sucedía cuando el daño era físico y
el príncipe no lo estaba.
Con más curiosidad que enfado por segundos, me puse de pie y me
acerqué a la cama. Dormía boca arriba, como siempre, con su propia
manta en un bulto a sus pies. Llevaba nada más que pantalones cortos
negros, y su piel suave estaba cubierta por una capa de sudor que no
tenía nada que ver con la temperatura de la habitación. Hacía frío, tanto
que me castañeteaban los dientes y me temblaban los dedos ahora que
estaba lejos del calor que la Sombra me había dado.
Su magia abrumó mis sentidos. ¿Por qué estaba tratando de atacarlo?
Nunca había visto algo así. La magia pertenecía a su anfitrión. Eran uno,
no separados. Ellos protegieron; No hirieron.
Pero la magia del príncipe aún lo intentaba, como un perro rabioso
tratando de morderse la cola. Me acerqué un poco más y extendí mis
manos temblorosas hacia su pecho. El contacto directo, piel con piel,
siempre fue mejor. La conexión sucedió más rápido y fue más fuerte,
como lo había sido hoy mientras él estaba en la bañera, pero no quería
tocarlo ahora. No quería que se despertara. Solo quería que su magia,
su dolor, se callara y me dejara en paz.
La magia que se escapó de mí encontró resistencia antes de tocar su
piel. Curioso. Eso no había sucedido la última vez. Empujé más duro,
más profundo, más rápido. Ahora era más fácil porque había comido
bien. Carne, queso y pan que el príncipe me había traído antes del
anochecer. Antes de irse de nuevo, sin decir palabra esa vez.
Pero, aun así, me tomó un buen tiempo alcanzar su cuerpo y comenzar
a buscar daños. Su piel brillaba por el sudor, estirada con fuerza sobre
sus músculos. Había al menos siete cicatrices solo en su torso que pude
ver, como el trabajo de un artista en un lienzo hermoso y suave. La
necesidad de tocarlo y trazar cada línea de músculo, cada cicatriz y cada
centímetro de piel era ridícula, pero no desaparecía, incluso cuando mi
magia estaba dentro de su cuerpo.
El dolor venía de todas partes, que era lo segundo que me decía que
algo andaba mal. El dolor estaba concentrado. Tenía un punto de
partida y un rango a su alrededor, pero nunca estaba en todas partes
del cuerpo. Y la resistencia seguía ahí. La primera vez no me había dado
cuenta porque no había mirado. Esta vez, la curiosidad se apoderó de
mí, y me demoré, impidiendo que mi magia absorbiera el dolor y la
curación, obligándola a seguir buscando.
Minutos después, mi propia piel estaba cubierta de sudor. El frío ya no
me alcanzaba. Mis dientes apretaron mientras empujaba, más y más
profundo, para encontrar de dónde venía esa resistencia.
Finalmente, la encontré.
Surgió de la forma del cuerpo del príncipe como un fantasma, y tiró de
sí mismo, haciéndose más pequeño, más oscuro, hasta que no fue más
que una nube sin forma sobre el rostro del príncipe. Un largo suspiro me
dejó mientras mis ojos se cerraban.
Un hechizo.
Por supuesto.
La magia del príncipe no estaba tratando de atacarlo a él o a sí mismo.
Estaba tratando de atacar la magia extraña que estaba en lo profundo
del cuerpo del príncipe, consumiéndolo poco a poco, y dudé que
pudiera siquiera darse cuenta.
Pero podía verlo ahora. Era una nube oscura de humo flotando en el
aire, flotando, cambiando de forma, tratando de volver a deslizarse
dentro del príncipe. Magia de brujas. No sabía más sobre magia terrana
aparte de lo que me decían los libros que había leído. Había brujas y
hechiceros, y su magia era diferente a la de las Faes, a la mía, pero su
base seguía siendo la misma. Creó algo de la nada. Alteraba la realidad
como colores frescos que pintan un lienzo viejo. Lo sentí en la textura
del humo, no era un Fae, ni un elfo. Y debido a que no era visible,
colorido, el hechizo pertenecía a un mago o bruja terrana, no a un
hechicero.
Reuní más magia en mis manos. Nunca lo había usado con magia
terrana antes, pero no vi ninguna razón por la que no funcionara. Mi
magia tomó el dolor y sanó. Este hechizo estaba causando dolor. Era
una enfermedad, y las enfermedades podían curarse. Apretando mis
manos en puños, me aferré a la nube de humo que quería escapar de mi
agarre y deslizarse dentro del príncipe de nuevo.
Entonces, lo ataqué.
Mi magia rebotó en él. El poder me hizo retroceder un par de pies, pero
mi enfoque no vaciló. El hechizo no se escapó de mi agarre. Caminé de
nuevo hacia la cama, como si el príncipe no estuviera acostado allí.
¿Cómo iba a romper esa barrera? ¿Cómo iba a tomar el dolor que estaba
causando?
Rompiendo primero sus defensas.
A un lado de la cama había cinco cuchillos que el príncipe siempre
dejaba allí cuando dormía. Debajo de su almohada estaba la espada, y
aunque su hoja era más fuerte, mucho mejor para servir a mi propósito,
era demasiado grande. Uno de los cuchillos tendría que servir.
Lentamente me moví hacia un lado, me incliné y agarré un mango, mis
ojos nunca dejaron la nube negra de humo. No podía dejar que mi
enfoque flaqueara, y estaba mejor dirigido cuando usaba mis manos,
pero esta vez iba a necesitar mis manos para el cuchillo. Iba a tener que
mantener el control del hechizo solo con mi mente.
Fue lo más difícil que había tenido que hacer. Mi magia siempre fue la
magia más fuerte en cualquier lugar en el que haya estado,
especialmente entre mi gente. En este momento, ese hechizo lo
rivalizaba. Los terranos medían su poder en niveles. Las brujas de Nivel
Uno tendrían magia débil, mientras que las de Nivel Cuatro, a las que
llamaban Primes, tendrían mucho. No había duda en mi mente de que
estaba viendo un hechizo Prime aquí.
Un movimiento en falso y podría perderlo.
Necesitaba acercarme. ¿Cómo? La cama no me dejaba, y el príncipe
yacía en ella.
El hechizo empujó con más fuerza contra mi agarre, casi liberándose.
Me estaba quedando sin tiempo. Por eso dejé de pensar. Empecé a
actuar.
Puse una rodilla sobre la cama y la otra alrededor del estómago del
príncipe hacia su otro lado. Nada importaba excepto ese hechizo, ese
humo flotando sobre su rostro. Lo sostuve con mi mente, y levanté el
cuchillo en mis manos sobre mi cabeza. Un golpe era todo lo que iba a
conseguir. Iba a atravesar su barrera con mi magia enfocada en la punta
de la hoja del cuchillo, antes de destruirlo.
Un segundo…
Debajo del humo, algo se movió.
El príncipe Fae abrió los ojos. Me miró, completamente inmóvil, sin
siquiera respirar. Si se movía ahora, todo habría terminado. Perdería el
hechizo y ¿Quién sabía cuándo se mostraría de nuevo?
El sudor goteaba por mis sienes. No, tenía que terminar esto ahora.
Estaba justo ahí, a centímetros del cuchillo. Todo lo que tenía que hacer
era seguir adelante con eso.
El príncipe movió su brazo. El hechizo que se cernía sobre él empujó a
los lados. ¿Podría él verlo? ¿Podía ver el humo?
No lo parecía.
—No te muevas —Le susurré, y no me di cuenta de lo ridícula que debo
haber sonado para él en esos momentos. Yo estaba sentada sobre su
pecho, con un cuchillo en mis manos, apuntando a su rostro, y le estaba
pidiendo que no se moviera.
Más ridículo aún fue el hecho de que el príncipe dejó de moverse. No
me permití distraerme con eso. Empujando mi magia en el cuchillo, lo
bajé a la nube de humo. La hoja lo atravesó, deteniéndose a menos de
una pulgada de la frente del príncipe.
Entonces, mi magia comenzó a consumirse.
Fue demasiado. La magia del hechizo se estrelló contra mí,
estrellándose contra mi pecho. Vi el rostro del príncipe, los ojos muy
abiertos por la confusión y el miedo, y el mundo se oscureció.
Mi cuerpo me soltó y caí, pero no antes de sentir el gran peso de mi
magia asentándose dentro de mí, contenta.
CAPÍTULO 18
MACE
—No te muevas.
La elfa estaba en mi cama, sus piernas alrededor de mi cuerpo, uno de
mis cuchillos en sus manos. Apretó el mango con fuerza y lo sostuvo
sobre su cabeza, la punta de la hoja brillando a la luz de la luna que
entraba por las ventanas. Su cabello blanco brillaba azul, esparcido
alrededor de sus hombros, parte frente a su rostro mientras me miraba,
completamente concentrada. El sudor cubría cada centímetro de su piel,
sus labios carnosos se abrieron mientras respiraba profundamente. La
piel de sus muslos quemó la mía mientras se apretaba contra mí.
Nunca había visto nada más hermoso en mi vida. Parecía el ángel de la
muerte, viniendo a hacer justicia. No podría moverme, aunque lo
intentara. Solo el sonido de su voz se había asegurado de eso.
Me quedé quieto.
Acercó el cuchillo a mi cara. La muerte nunca había sabido más dulce.
Pero la punta del cuchillo se detuvo a un toque del centro de mi frente.
Lo miré, luego al elfo, confundido. ¿Por qué se había detenido?
Un grito escapó de sus labios, y sus ojos muy abiertos me suplicaron,
por qué, no lo sé. Luego, se cerraron y ella cayó a un lado, sobre la cama,
inconsciente.
El cuchillo todavía estaba en su mano. Me senté y la observé, aun
respirando con dificultad, pero no estaba consciente. Su cabello se
pegaba a sus mejillas sudorosas y su cuerpo no se movía ni un
centímetro.
¿Qué está pasando?
Presioné los talones de mis manos contra mis ojos para asegurarme de
que no estaba soñando. Pero la elfa no se había movido de su lugar,
tirada sobre mi cama, su pierna sobre la mía.
Miré el cuchillo, la punta de la hoja ahora más oscura que el resto, como
si hubiera sido rociada con tinta negra. Mi mente ni siquiera podía
comenzar a darle sentido a nada de eso, pero mi cuerpo se movió. Me
levanté de la cama y enderecé el cuerpo de la elfa sobre ella. Puse mi
cobertor sobre ella, luego fui a llenar la tina con agua. Hacía frío, como a
mí me gustaba, pero al elfo no. Ella no era un Fae de invierno. Puse mi
mano en el agua y liberé mi magia. Convirtió el agua en hielo antes de
que la Sombra la tomara.
La Sombra sabía lo que tenía que hacer. Cuando me puse de pie, el agua
de la bañera ya se estaba calentando.
El elfo parecía tan pacífico. Su respiración se había nivelado y ya no
parecía sentir dolor. Las líneas de su rostro eran suaves, su cuerpo
relajado. ¿Se despertaría si la tocara?
¿Importaría si lo hiciera?
Aparté la manta y la atraje entre mis brazos, sin atreverme a mirarla a la
cara. Agarré el vestido que se le había subido hasta las caderas y se lo
quité tan suavemente como pude. Sus ojos permanecieron cerrados.
Tomándola en mis brazos, la llevé a la bañera y la bajé dentro. No
necesitaba comprobar la temperatura del agua: la Sombra tenía toda mi
confianza.
La senté en la bañera y la sostuve por los hombros con un brazo para
que no se deslizara hasta el interior. Un segundo duró una eternidad
mientras esperaba que se despertara.
Ella no lo hizo.
Lentamente, comencé a bañarla. Mis manos se deslizaron sobre su piel
suave, tan blanca como su cabello que flotaba en el agua como
telarañas, haciéndola parecer más irreal que nunca. Lavé cada mota de
suciedad en su piel y su cabello, luego la enjuagué, hasta que el sol
comenzó a salir. Sus mejillas se habían vuelto rosadas por el calor del
agua, sus labios carnosos tan rojos como las fresas que tanto amaba.
Podría mirarla durante días.
Envolviéndola en una toalla, la llevé a mi cama y la sequé lo mejor que
pude. Ella nunca se despertó. Ella nunca se movió, solo siguió
respirando y me dejó cuidarla como si ni siquiera yo supiera que lo
necesitaba.
También lavé la suciedad y el sudor de su vestido, hasta que se volvió
blanco perla. Lo colgué cerca de la ventana para que el viento pudiera
secarlo. Hasta que le traje ropa nueva que no pertenecía a las mujeres
Fae que viven aquí, puse una de mis camisas negras en su cuerpo
delgado. Era más grande que el vestido que tenía puesto, pero no le
quitaba nada a su belleza.
Luego, me acosté en la cama a su lado y la observé.
Solo después de que salí de la habitación y la elfa durmió en mi cama,
comencé a notar el cambio.
Yo era diferente. Me sentí diferente. ¿Cómo?
Ella era una curandera. De todas las magias del mundo, ella poseía la
curación. Verla trabajar el día anterior, cuando estaba en la bañera, con
su mano en mi pecho, había sido un milagro. Tuve la suerte de haberlo
presenciado, de ser parte de ello. La forma en que el dolor había dejado
mi cuerpo y mis heridas habían sanado, mi cuerpo regenerándose más
rápido que nunca antes... todavía me tenía sin palabras.
Y tampoco era la primera vez que lo hacía.
Ella me curó cuando regresé herido de la batalla en la frontera de Otoño.
Yo estaba allí, esperando, con la esperanza de que de alguna manera se
las arreglara para salir de sus cadenas y me matará, que acabará con mi
vida para siempre.
Ella me había dado la vida en su lugar.
Ahora más que nunca, quería saber quién era, de dónde venía, cómo
eran todas sus sonrisas.
¿Qué me había hecho esta vez? Porque el cambio en mi cuerpo era
evidente. Más aún, también estaba en mi mente, y lo noté claramente
cuando salí del castillo. Miré a la Sombra y la tierra seca que había
delante de ella, que marcaba la frontera invernal con las tierras de los
Faes, y vi con más claridad que desde que llegué aquí. Fue como si me
hubieran quitado un velo de los ojos.
Y mis oídos oyeron mucho más. Mi nariz olía más profundo, y mi magia...
Levanté mi mano frente a mí y la solté en el aire. El invierno no
terminaría hasta dentro de unos días, y estábamos conectados a él, por
lo que tenía sentido que mi magia respondiera rápidamente a mi
llamada. Lo había sido durante los últimos cuatro meses, pero no así. No
tan ansiosa, o tan brillante, o tan rápida para congelar el aire alrededor
de mi mano hasta que una fina capa de hielo cubriera mis dedos.
Cerré mi mano en un puño y cerré los ojos por un segundo, tratando de
recordar.
Así había sido siempre. Esta era mi magia, toda mi vida. ¿Cómo no había
notado que no era lo mismo desde que llegué a la Sombra?
—Comandante —llamó Chastin mientras venía hacia mí desde el lado
del castillo. Empecé a caminar allí yo mismo. De todos modos,
necesitaba ir al invernadero para recoger algunas fresas. La elfa tendría
hambre cuando despertara.
—Camina conmigo —Le dije a Chastin, y él giró sobre sus talones para
seguirme.
—La tercera fila del cuartel apenas está en pie. No hay mucho que
podamos hacer para mantener el techo en alto. Los ratones se lo han
comido todo —dijo, señalando con el brazo hacia la izquierda.
Detrás del castillo, la Sombra se extendía por más de cincuenta millas.
Mi batallón lo usó todo. Éramos libres de entrenar aquí a plena luz del
día, sin preocuparnos por las miradas indiscretas, porque la Sombra nos
mantendría protegidos de los ojos de los elfos cuando se lo pidiéramos.
A mi derecha estaban los graneros, el ganado, el invernadero y un
pequeño campo seco detrás de ellos que cobraría vida en primavera.
En el medio estaba la plaza, un campo abierto con arena blanca, anillos
y armas, donde mis hombres y yo entrenábamos a diario.
Los cuarteles de los que hablaba Chastin estaban a la derecha. Tres
hileras de barracones de madera, de dos pisos de altura, servían como
alojamiento para mis soldados y personal. Teníamos mucho espacio
para todo. Aquí era una ciudad de tamaño mediano, y a medida que la
Sombra continuara creciendo con nuestra magia alimentándola, iba a
volverse más grande.
A menos que volviera a casa.
Miré las montañas al otro lado del castillo. Apenas podía ver las puntas
cubiertas de nieve. El castillo de mi padre estaba cerca. Mi hogar.
Quería volver allí desde que había estado en este lugar, todos los días.
—¿Comandante? —dijo Chastin cuando se dio cuenta de que ya no
caminaba a su lado.
¿Por qué había querido volver allí durante tanto tiempo como había
estado en este lugar?
—Quémalos a todos —Le dije a Chastin y continué caminando hacia el
invernadero—. Envía hombres al castillo de mi padre a por materiales.
La Sombra aún no es lo suficientemente fuerte como para construirlos
por sí misma. Necesitará madera. Madera buena y fuerte.
—¿Disculpe? —Chastin dijo, una mirada sospechosa en sus pequeños
ojos. Los soldados y el personal que se ocupaban de sus asuntos me
abrieron paso cuando pasé, asintiendo con la cabeza, sin mirarme nunca
a la cara.
—Me escuchaste, Chastin. Ponte a trabajar —dije—. Haga arreglos
antes de comenzar su sesión de entrenamiento. No me uniré a ustedes
hoy.
—Pero, Comandante, no le pedimos ayuda al Rey —dijo cuando
entramos al invernadero. Era solo una cuarta parte del tamaño del que
estaba en el castillo de mi padre, pero me servía bien a mí y a mi gente.
—¿Por qué no lo haríamos nosotros? Necesitamos dormitorios. El deber
del Rey es con este batallón tanto como con el resto de su ejército.
También éramos parte del ejército de invierno.
—Pero dijiste que nos las arreglaríamos nosotros mismos. Nosotros…
—Merry, tráeme una canasta, por favor —Le dije a una de las mujeres
que atendía el invernadero. Con una sonrisa, ella corrió hacia el otro
lado y yo continué hacia la izquierda hacia donde crecían las fresas—
¿Realmente dije eso, Chastin? Parece que no puedo recordar.
Probablemente había dicho eso, pero en este momento, se sentía tonto.
¿Por qué me castigaría más a mí y a mi gente cuando el hecho de que
estuviéramos aquí ya era suficiente castigo?
—Lo hiciste, Comandante. Específicamente dijiste…
—Un hombre puede cambiar de opinión, ¿No? Gracias, Mery —Tomé la
canasta que Merry me había traído sin decir una palabra, y con una
reverencia, se apresuró a regresar a las calabazas donde había estado
trabajando—. Envía hombres al castillo. Y prepárate para quemar los
barracones al amanecer.
—Sí, señor. ¿Y la sesión de entrenamiento? ¿No te estás sintiendo bien?
—Me miró mientras me ponía en cuclillas, recogiendo las mejores fresas
de las enredaderas que cubrían el suelo. No había muchas buenos. El
invierno no era el momento de cultivar, pero era mejor que nada.
—Me siento muy bien, en realidad —Le dije a Chastin y me puse de pie,
con la cesta llena—. Pero tengo un lugar donde estar. Necesito pasar
por el portal por un tiempo, pero regresaré en breve. Y me iré por más
tiempo esta noche.
—¿El Rey de Otoño? —preguntó Chastin. Muchas preguntas. Por otra
parte, mi padre le ordenó que informara sobre todo lo que hacía, a
dónde iba, dónde comía, cuánto dormía, así que no lo tomé como algo
personal.
—Sí. Me ha encargado que encuentre información en otro reino.
Puedes encargarte del batallón durante unas horas, ¿No? Conoces los
protocolos tan bien como yo —Sonreí.
—¿Qué es eso de los protocolos? —Trinam dijo cuando vino a unirse a
nosotros en nuestra caminata. Ya estábamos en el castillo, y no quería
que me siguieran adentro, así que dejé de caminar—. Últimamente te
gustan mucho las fresas —dijo mi amigo, señalando la canasta en mi
mano, antes de intentar agarrar una.
Me moví.
—Elige las tuyas. Tengo asuntos que atender a través del Portal por un
rato, ahora y más tarde en la noche.
—¿En serio? ¿Por qué? ¿A dónde vas? ¿Me puedo unir? —Trinam sonrió,
su buena apariencia juvenil lo hacía parecer una década más joven de lo
que era.
—No esta vez, pero si te portas bien, podría llevarte la próxima. Incluso
te compraré un helado —Se rio, pero Chastin no podía quitarse la
sorpresa de la cara.
—¿Qué diablos te ha pasado? —Trinam dijo, poniendo su mano sobre
mi hombro. Sabía por qué se estaba acercando, así que puse la canasta
en mi otra mano, lejos de su alcance—. Estás de muy buen humor.
—¿Qué puedo decir? El sol brilla, y todavía es invierno. Y tengo que irme.
—Comandante, ¿Qué pasa con los arreglos para dormir cuando
quememos el cuartel? —Chastin gritó, pero por suerte no me siguió.
—Estoy seguro de que lo resolverás, Chastin. Usa tu cabeza. Puede que
te sorprendas —dije y continué caminando hacia el castillo con Trinam.
—¿Es el elfo? —susurró cuando estábamos fuera del rango de audición
de Chastin—. Tienes un brillo en ti. Es el sexo, ¿No?
Me reí, y todas las personas que estaban a mi alrededor, soldados y
personal, dejaron de hacer lo que estaban haciendo para mirarme,
completamente conmocionados. ¿Fue la risa una gran sorpresa para
ellos?
—No tienes idea —Le dije a Trinam. Aunque era mi mejor amigo, seguía
siendo un súbdito del Rey de Invierno. Si le dijera la verdad, sobre el elfo
o la razón por la que estaba aquí, la pondría en peligro porque mi padre
iría directamente a él en busca de respuestas si algo sucedía. Y si
sospechaba que Trinam sabía algo, no se detendría hasta que se lo
hiciera decir.
Conociendo a Trinam, él daría su vida primero, y nunca dejaría que
hiciera eso. Si el precio por ello fue mantener mi boca cerrada, que así
sea.
—No te había visto sonreír así desde que comenzó toda esta locura. Ni
siquiera pareces herido. ¿Te has curado completamente de la batalla? —
Trinam se detuvo junto a las puertas del castillo y me miró.
—Estoy bien. Me he curado. Ahora necesito irme.
La sospecha en sus ojos me tomó un poco por sorpresa.
—¿Seguro que estás bien, Mace?
—Sí, Trinam. Estoy bien.
Palmeé su espalda y corrí dentro del castillo.
Dejé caer la canasta con fresas en mi habitación y pasé unos minutos
mirando al elfo. No se había movido de la cama en absoluto, ni siquiera
había girado la cabeza hacia el otro lado. ¿Cómo era que cada vez que la
miraba se volvía más hermosa? Tal vez era mi mente jugándome una
mala pasada, pero no podía quitarme la sonrisa de la cara.
Eventualmente, me convencí de que tenía que irme, y así lo hice. Pero la
imagen de ella durmiendo en mi cama nunca se desvaneció de mi mente.
CAPÍTULO 19
Cuando regresé a Gaena, estaba casi oscuro afuera. Escondí la bolsa que
llevaba debajo de la camisa, pero la gente aún podría ver que había algo
allí. Por alguna razón, no parecía que pudiera preocuparme. ¿Y qué si
vieron?
Mis hombres inclinaron la cabeza cuando Storm y yo entramos por las
puertas del castillo. A estas alturas, ya habrían terminado el
entrenamiento y la mayoría de ellos estarían en el comedor. No es lo
ideal, pero no había otro camino a mi habitación excepto a través del
pasillo.
Salté de Storm y le ofrecí las riendas a Lila, una de mis soldados.
—Sostenla por mí durante unos minutos, ¿Quieres? Vuelvo enseguida.
—Sí, señor —dijo Lila con otra reverencia y guio a Storm quejándose
hacia un lado del castillo. Entré por las puertas, y el sonido de la música
y las risas me golpearon de inmediato. El olor a cerveza rancia, también,
y grasa. Tenía hambre, pero no estaría comiendo aquí esta noche.
Estaría comiendo en otro lugar, algo mucho más delicioso que cualquier
cosa que tuviéramos aquí.
—¡Oye, Mace! —Trinam llamó mientras me abría paso entre la multitud.
La mayoría de la gente todavía estaba sentada, era temprano y ninguno
de ellos estaba borracho todavía— ¡Mace, espera!
Seguí caminando, pero Trinam me alcanzó antes de que llegara a las
escaleras de mi habitación. Detrás de él estaba Chastin.
—¿Dónde diablos estabas? —exigió Trinam.
—Fuera —fue todo lo que dije, pero no me iban a dejar estar.
—He enviado hombres al Rey, comandante —Me informó Chastin—. Y
he hecho arreglos para dormir esta noche. Los cuarteles están listos
para ser quemados cuando amanezca —También sonaba orgulloso de sí
mismo.
—¿Y el entrenamiento?
—Fue perfecto, señor —dijo asintiendo.
—¿Ves? Te lo dije, podrías manejarlo. Ve a comer. Debes estar cansado.
A Chastin no le gustó eso, pero no podía desobedecer una orden directa
mía, sin importar cuánto me odiara. Con una última mirada a mi lado,
donde la bolsa se escondía debajo de mi camisa, volvió a su mesa con la
cabeza gacha.
—¿Que hay ahi? —Trinam empujó mi costado con curiosidad.
—Nada que te interese, pero voy a necesitar tu ayuda. Necesito que
este salón esté despejado en cinco minutos. ¿Puedes hacer eso?
Sus ojos se abrieron como platos. Fue difícil hacer que Trinam se
sorprendiera por algo, pero esta vez creo que lo logré.
—¿Qué estás tramando, Mace? No me gusta a dónde va esto
Puse mis manos sobre sus hombros y lo acerqué a mi habitación, donde
no nos escucharían tan fácilmente.
—Necesito hacer negocios con el elfo en otro reino. Necesito sacarla de
aquí sin que nadie se dé cuenta. ¿Puedes ayudarme o no?
Si se sorprendió hace un segundo, esta vez se sorprendió
adecuadamente. Tan sorprendido que no pudo encontrar nada que
decir, pero decidió que me ayudaría. No tenía ninguna duda de que lo
haría, sin importar lo locas que le sonaran mis palabras.
Cuando entré en mi habitación, la mitad de mí tenía miedo de
encontrarla vacía. No lo estaba-.
Se había cambiado de nuevo a su vestido y la camisa negra que le había
puesto yacía sobre la cama ahora. Estaba de pie frente a la ventana del
medio, mirando el cielo oscurecido, como siempre. Excepto que esta
vez, su cabello estaba hecho de luz de luna y su piel brillaba blanca
como si tuviera luciérnagas escondidas debajo.
Lentamente se dio la vuelta para mirarme cuando cerré la puerta,
curiosa, confundida, un poco enojada. Se aferró a la pared detrás de ella,
con la barbilla levantada y los labios cerrados.
¿Iba a hablarme como lo hizo la noche anterior?
Saqué la bolsa de debajo de mi camisa y la dejé sobre la cama. Ella la
miró con escepticismo.
—Quiero mostrarte algo. Creo que te gustará —dije y me acerqué un
poco más a ella. Su reacción fue tratar de apartarse, pero no había
adónde ir—. Es un lugar, muy lejos de aquí. Para llegar allí, necesito que
te vistas primero.
Agarré la bolsa y vacié el contenido sobre la cama.
Pasó un buen minuto antes de que su curiosidad se apoderara de ella y
se acercó a la cama. Y a la ropa.
—Estos son jeans —dije y le ofrecí el par. Tuve que adivinar el tamaño,
pero había sido más fácil de lo que pensaba. Tomó los jeans en sus
manos y pasó sus dedos sobre la mezclilla áspera—. Esto es una camisa
—También le di la camisa blanca de algodón—. Y estas son zapatillas de
deporte. Aquí tienes todo lo que necesitas, además de esto.
Empujé la ropa a un lado, un par de bragas blancas y un sostén, y
encontré el frasco de vidrio que estaba buscando. El líquido
transparente del interior parecía tan inofensivo como el agua. Se lo
mostré. Es una poción. Desenfocará tu rostro para cualquiera que te
mire, y se olvidará de tu rostro en cuestión de minutos.
Sus cejas se estrecharon, pero tomó el vial de todos modos.
—Así que… vístete. Te espero afuera —dije y me giré hacia la puerta.
Todavía tenía que tocar el mango antes de que ella hablara.
—¿Dónde?
Me di la vuelta de nuevo, una sonrisa ya jugaba en mis labios. Ella había
hablado.
—¿A dónde me llevas? —Su voz era ligera, pacífica, destinada a acariciar
el oído de quien la escuchaba, aunque sonaba medio asustada, medio
curiosa. Justo como me sentía.
—A la tierra. Al otro lado de la Sombra.
Alrededor de un millón de emociones cruzaron su rostro.
Entonces, escuchamos los gritos afuera.
Pasos, llamadas, gritos de gente durante unos segundos y luego nada.
Silencio. Lo que fuera que Trinam había hecho, había funcionado
perfectamente.
Abrí la puerta y, efectivamente, el comedor estaba completamente
vacío, incluso el bar.
—Estaré afuera —Le dije a la elfa, y cerré la puerta para que pudiera
vestirse.
No le llevó más de tres minutos. Cuando se abrió la puerta, una persona
completamente nueva me miró, una que vestía ropa que era extraña
para nuestra especie, por decir lo menos. Todos encajaban
perfectamente: los jeans, las zapatillas, la camisa y la chaqueta de cuero,
pero nada de eso cambió su aura. Nada de eso disminuía el poder de su
silencio. Incluso ahora, mientras me miraba, después de haber hecho lo
que le pedí, me desafió con la barbilla levantada y las cejas fruncidas. Y
me gustó.
—¿Lista?
Ella se negó a responder. Nos conduje fuera del comedor.
Solo me tomó dos segundos darme cuenta de lo que había hecho
Trinam para sacar a toda esa gente del salón tan rápido. Y todos los
demás para el caso.
Había prendido fuego a los barracones.
No podía verlo desde el castillo, pero podía ver la luz naranja que venía
detrás y el humo blanco extendiéndose rápidamente en el cielo. Verlo
me hizo reír. Cuando regresé, le estaba dando a Trinam todo lo que me
pidiera.
—Vamos —dije y escaneé el área frente a las puertas una última vez
para asegurarme de que no había ningún otro soldado a nuestro
alrededor. Una vez que estuve convencido de que solo había oscuridad
por delante, fui a buscar a Storm desde donde el soldado la había atado
al otro lado del castillo. Estaba feliz de verme, pero desconfiaba del elfo
que estaba detrás de mí, mirando a su alrededor, sin saber qué pensar
todavía.
—Tranquila —Le dije a Storm y le di unas palmaditas en el costado del
cuello. A ella le gustó mucho eso. Salté sobre la silla y extendí mi mano
hacia el elfo. La miró como si estuviera en llamas, como esos barracones,
pero finalmente puso su mano en la mía. Era suave contra la piel áspera
de mi palma por llevar mi espada todos los días. La levanté y saltó sobre
la silla sin problemas.
Envolví su brazo alrededor de mi cintura y ella no dudó. Me agarró por
ambos lados, su frente pegada a mi espalda. Cuando Storm nos llevó a
través de las puertas abiertas y hacia la oscuridad, estaba sonriendo
como un idiota.
Empujé a Storm para que fuera más rápido porque no quería
desperdiciar ni un segundo de la noche. Cabalgamos alrededor de los
altos muros del castillo hasta la parte trasera de la colina y las ruinas
debajo de mis ventanas. La entrada al Portal estaba debajo de la colina,
a través de una cueva, que apenas era visible desde las rocas caídas.
Storm dejó de correr porque ya sabía a dónde íbamos. Le gustaba
cuando yo visitaba la Tierra porque era libre de andar por ahí, la Sombra
y más allá, sola. Storm nunca había estado despierta para mucha
compañía. Tenía un cuenco con agua, la mitad de la cual se había bebido
durante el día mientras yo iba a buscar cosas para el elfo, y un saco de
manzanas, si es que se había dejado alguna sin comer.
—Sé buena —Le dije cuando la elfa saltó, ignorando mi mano extendida.
Con un fuerte relincho, Storm se dio la vuelta y comenzó a galopar hacia
el bosque justo afuera de la Sombra.
Una mirada a la elfa, y parecía más confundida que antes. Todavía no
podía dejar de sonreír.
—Sígueme —dije y me dirigí hacia el agujero en la pared que marcaba la
entrada de la cueva. Estaba oculto por dos rocas enormes y algunas más
pequeñas. Si no sabías que estaba allí, nunca podrías encontrarlo,
especialmente en la oscuridad. Durante el día, la sombra de las rocas
también caía sobre la abertura, dándote la ilusión de que no había nada
más que más roca.
El aire se volvió más frío cuando entré en la cueva. Tuve que ponerme
de lado para pasar, pero el elfo no tuvo ningún problema. Completa
oscuridad delante de nosotros, pero había hecho esto muchas veces
antes. Por eso había una lámpara de gas en el suelo junto a la pared de
roca. El resplandor anaranjado se extendió dentro de la cueva,
revelando un terreno áspero y lleno de baches y paredes rocosas
irregulares que parecían querer caer sobre tu cabeza con cada paso que
dabas. Incluso después de todo este tiempo que había usado esta cueva,
todavía me incomodaba estar aquí, sabiendo que la colina y el castillo
estaban justo sobre mi cabeza.
Di unos pasos antes de darme cuenta de que la elfa no me seguía. Se
había detenido en la entrada y miraba hacia atrás, con los brazos
alrededor de sí misma. Ella estaba insegura.
¿Por qué no lo estaría ella? Estaba en una cueva, sola con un Fae que la
había encarcelado durante días. Que ella hubiera confiado en mí para
llegar tan lejos era un milagro.
—El portal está por aquí —dije, y el eco de mi voz rebotando contra las
rocas me tomó por sorpresa incluso a mí. Me di cuenta de que nunca
había hablado en voz alta aquí antes, porque nunca había llevado a
nadie conmigo—. Tenemos que ir al otro lado, a través de un túnel
corto y bajar una escalera para llegar a él —Levanté la lámpara de gas
hacia el otro extremo de la cueva—. No hay necesidad de tener miedo.
Te prometo que nada te hará daño.
—No tengo miedo —dijo de repente. Me tomó con la guardia baja
porque seguía esperando que no me respondiera.
—Entonces vamos. Estamos perdiendo el tiempo —Me di la vuelta y
caminé adelante, sin saber si ella me seguiría.
El suave sonido de sus pasos me alivió. La llevé a través de otro agujero
en la pared de la cueva y por un túnel perfectamente redondo. No tenía
idea de quién lo había hecho, pero ya no necesitábamos luz aquí.
Apagué la lámpara de gas y la puse a mis pies. La encontraría aquí
cuando volviera. Por ahora, las luces de las Sombras que resplandecían
en azul por todo el techo redondo del túnel hacían luz más que
suficiente para que pudiéramos ver.
Los llamaron cristales encantados en la Tierra. Allí brillaban en verde,
por alguna razón, pero aquí eran azules. En ambos reinos, estaban
llenos de magia de la Sombra y parecían bolas en miniatura flotando en
el aire.
La elfa estaba asombrada. Levantó las manos para tratar de tocar las
luces de las Sombras, pero estaban demasiado arriba. Todavía las
observaba todo el camino a través del túnel, y por esos momentos, al
menos, había olvidado dónde estaba y con quién estaba. Había olvidado
que se suponía que no debía confiar en mí y bajó la guardia. Estaba
completamente enamorada de las luces.
Ahora, más que nunca, no podía esperar a que ella viera a dónde íbamos.
Me sentí como un niño, a punto de descubrir otro mundo mágico
escondido en las páginas de los libros de la biblioteca de mi madre. No
había sentido este tipo de prisa desde entonces.
Llegamos al Portal en poco tiempo. La escalera que conducía a él era
áspera y desigual, faltaban la mitad de los escalones y el resto estaba
roto o aplastado por completo con el tiempo. Y el Portal mismo estaba
hecho de una oscuridad que lo consumía todo. El final de la escalera
conducía a un círculo hecho de gruesas rocas grises, astilladas en los
bordes, dando la impresión de que estaban a punto de caerse. La
oscuridad que lo rodeaba estaba salpicada de luces azules que parecían
luciérnagas en la distancia.
Levanté mis manos para tocar el Portal, para decirle a dónde tenía que ir.
La primera vez que vine aquí, me tomó horas hacerlo bien. Solo había
leído sobre la programación de Portales, pero nunca tuve la
oportunidad
para hacerlo yo mismo. Luego, usé la Sombra para formar la conexión, y
todo salió bien desde allí.
Esta vez, no fue diferente.
Una vez que mi intención fue clara para la Sombra y el Portal, me giré
hacia el elfo una vez más. Seguía mirando la oscuridad, las luces de las
Sombras que flotaban en el aire, el techo que no existía sobre nuestras
cabezas.
—Dame tu mano —susurré y le ofrecí la mía. La escalera estaba hecha
de piedra y era estrecha. Caer en la oscuridad no era algo que ninguno
de nosotros quisiera. Nadie sabía adónde conducía, o si sobrevivías,
porque los que habían caído nunca se les había vuelto a ver.
La elfa vaciló, pero una vez más, su curiosidad se apoderó de ella. Puso
su suave mano en la mía y me dejó conducirla al círculo del Portal.
Tomando una respiración profunda, entré con la elfa a mi lado.
No me había sentido más orgulloso de un logro en mucho tiempo.
El otro lado del Portal era un poco problemático.
Los terranos no tenían los mismos protocolos que nosotros cuando se
trataba de las Sombras. El Gremio Sacri que gobernaba a los
sobrenaturales en la Tierra administraba todos los Portales, y se
tomaban muy en serio quién entraba en su territorio.
Afortunadamente, ser hijo del Rey de Invierno me otorgó acceso
cuando lo necesitaba. Esta vez, sin embargo, tenía un invitado conmigo.
Entonces, cuando llegamos al otro lado, quedamos atrapados detrás de
una enorme pared de vidrio que separaba el Portal de su sala de control.
Maquinaria, computadoras, luces de todo tipo estaban detrás, y
también terrestres. Tuvimos que esperar a que me identificaran antes
de que uno de ellos se pusiera frente a nosotros y presionara las teclas
en la superficie de vidrio para que se abriera.
Mientras tanto, el elfo absorbió cada detalle de la vista frente a
nosotros con un entusiasmo que nunca había visto antes. Sus ojos se
movían rápido y miraba todo con tanta atención, como si quisiera
memorizarlo todo.
Cuando los terranos nos dejaron pasar, le hicieron preguntas (su
nombre, el motivo de su visita) y ella se quedó mirándolos. Así que les
dije que era muda. Que ella era mi prima y que estábamos aquí por
placer.
Los hombres allí ya me conocían. Al menos la mitad de los que
trabajaban en esa sala, sentados frente a sus computadoras, me habían
visto ir y venir las suficientes veces como para estar seguros de que no
iba a causar ningún problema.
Y la poción de bruja que compré en La Sombra ese mismo día se
aseguraría de que la elfa siguiera siendo un borrón para todos los que la
vieran, y sus cámaras. Eso, junto con el nombre falso que les di, tenía
que ser suficiente para mantener en secreto nuestra visita.
No es que me importara mucho, si somos francos. Tal vez lo haría más
tarde. Por ahora, solo quería mostrarle el mundo aquí.
No dijo una sola palabra mientras dos oficiales del Gremio nos
escoltaban a través de largos pasillos, subían dos tramos de escaleras y
finalmente estábamos afuera. Aquí también había caído la noche y el
lugar rebosaba de vida, a pesar de que estábamos en una parte del
barrio que no era demasiado animada. Salimos por las puertas y salimos
a la acera de cemento.
La elfa se detuvo para mirar alrededor. Me detuve a mirarla. Reparó en
todo de nuevo, tal como lo había hecho en la habitación del Portal, con
los labios ligeramente separados, los ojos plateados muy abiertos, el
cabello ondeando a los lados por el lento viento.
Finalmente, me miró, haciéndome mil preguntas con su silencio.
Sonreí y levanté los brazos a los lados.
—Bienvenida a la sombra de Nueva Orleans.
CAPÍTULO 20
ELO
Horas más tarde, cuando llegó el momento de irse, la Sombra seguía tan
viva como siempre. Era justo antes del amanecer, pero las calles
estaban llenas de gente, la música aún sonaba en el aire, las risas me
llenaron de positivismo. Tanta vida en ese lugar, no podía superarlo.
Observé a la gente mientras regresábamos a las oficinas del Gremio y al
Portal, y traté de memorizar cada rostro que vi. Quería pintarlos todos.
Hacerlos inmortales, sin importar su especie.
Ninguno de ellos me devolvió la mirada.
Ninguno, excepto una.
Ella tenía más o menos mi estatura, con una cabeza llena de cabello
rubio que brillaba dorado, incluso bajo las luces verdes de la Sombra.
Sus ojos eran honestos mientras me miraba, confundida al principio,
luego curiosa. Me miró directamente, como si pudiera ver no solo
debajo del hechizo, sino también debajo de mi piel. En mi mente. Se me
puso la piel de gallina en los brazos, incluso antes de darme cuenta de
las diminutas criaturas que colgaban de su cuerpo. Una ardilla se
sentaba en su hombro. El resto de las criaturas se movieron, demasiado
rápido, demasiado lejos para distinguirlas con claridad.
No podía apartar la mirada, atrapada en el lugar por su atención.
Y luego un hombre vino detrás de ella, tomó su mano y le susurró algo
al oído. Ella me sonrió y asintió, como si me conociera. Como si nos
hubiéramos conocido antes. Le devolví la sonrisa. Ella se dio la vuelta y
se fue.
—La poción que bebí. ¿Qué tan fuerte es? ¿Podría estar
desvaneciéndose? —Le pregunté al príncipe porque esa mujer lo había
visto, estaba segura. Sin embargo, no le había molestado en absoluto
que yo fuera un elfo.
—Muy fuerte. No se desvanecerá durante al menos unas horas más. Es
una poción Prime. Incluso los Primes no pueden ver a través de ella —
Me aseguró el príncipe.
Tal vez estaba siendo paranoica. Tal vez solo estaba cansada y todavía
teníamos un largo camino por delante.
El proceso de volver a ese lugar, a toda esa gente y a través del Portal
fue aún más agotador de lo que pensé que sería. Mantuve la cabeza
baja y la boca cerrada, esperando que todo terminara más rápido.
Cuando salimos de la cueva en Gaena, el caballo blanco del príncipe
estaba allí, esperándonos. El amanecer se acercaba, convirtiendo el
cielo en un color que nunca podrías replicar realmente en un lienzo.
Se sentía como si mi vida hubiera terminado de nuevo, y mi corazón
estaba pesado.
El príncipe tomó las riendas de su caballo en la mano y me miró. Su
corazón también estaba pesado. No sé cómo lo supe.
—Eres libre de irte, Taran —dijo y me ofreció las riendas—. Donde
quieras. Storm te llevará. Es muy leal. Te servirá bien —El caballo
relinchó su queja, pero ella no necesitaba preocuparse. No iba a alejarla
del príncipe.
—Siempre fui libre de irme. Tu cadena, tus hombres y tu castillo nunca
podrían impedir que me fuera —dije. A estas alturas, lo conocía mejor
que pensar que se reiría en mi cara o se sentiría menospreciado por esa
declaración solo porque yo era un elfo.
—Entonces, ¿Por qué no lo hiciste?
Miré el horizonte de Gaena, el cielo anaranjado y púrpura, y las tierras
élficas en la distancia.
—Porque no tengo adónde ir.
—¿Quién te hizo esto? —preguntó, y todo lo que encontré en sus ojos
fue honestidad. Realmente le importaba saber.
—Yo lo hice.
Negándome a ver. Dejando que la ingenuidad y la confianza fuera de
lugar me cegaran.
—¿Quieres volver al castillo? —No trató de ocultar su sorpresa.
Asentí. Ese era el único lugar que conocía por ahora.
—¿Puedes llevarme cerca del bosque primero? —El bosque que había
visto desde las ventanas de su habitación todas las noches. Siempre
quise verlo de cerca: todos los árboles desnudos y las ramas
puntiagudas.
El príncipe asintió. Se montó en su caballo y me ofreció su mano. La
tomé y él me subió a la silla. Envolví mis brazos alrededor de él mientras
el caballo se movía, balanceándose a sí misma y nuestro peso.
Mientras cabalgábamos, mis ojos se cansaron. Mi cabeza descansaba
sobre su espalda y la oscuridad me reclamó mucho antes de que
llegáramos al bosque. Es una pena que no estaba destinada a verlo de
cerca.
Cuando desperté, el sol ardía en el cielo. Estaba acostada en la cama,
vestida con mi ropa interior blanca, y completamente sola otra vez.
Pero ahora, todo había cambiado.
MACE
El viaje a la Corte de Otoño pasó más rápido que nunca. Cabalgué con
cien soldados, porque el resto se había quedado en la Corte de Otoño
para prepararse para el próximo ataque de los elfos. No fue una
decisión que tomé a la ligera, pero trasladar a tanta gente con tanta
frecuencia de un lugar a otro causaba más daño que bien. Entonces, se
habían quedado, y ahora íbamos a volver a encontrarnos con ellos.
Mi mente estaba más clara de lo que había estado en mucho tiempo. Ya
no veía la fatalidad dondequiera que miraba, y cuando finalmente llegué
al castillo de Otoño y vi su belleza, me quedé asombrado.
La estructura sola fue magistralmente construida. Metal de color
bronce, casi del mismo tono que las hojas de otoño, torcido y
arremolinado en un patrón semi-puntado. El agua que corría por la
construcción no solo hizo que el edificio pareciera vivo y respirando,
sino que también hizo que su audiencia respirara mejor. El vidrio cubría
la planta baja del castillo, a diferencia de todo lo que los Faes habían
hecho antes. Nosotros, al igual que la Corte de Verano, preferimos la
roca dura y la piedra lisa al vidrio y al metal. Pero esto... esto era un nivel
completamente diferente. No estaba destinado a resistir una pelea,
aunque la magia que colgaba del vidrio y el metal era tan espesa como
la del castillo de mi padre.
Pero a los ojos del espectador, no se parecía a nada que hubieran visto
antes.
Entonces, ¿Por qué sentí que lo estaba viendo por primera vez? ¿Cómo
no lo había notado las primeras veces que había estado aquí?
La parte de atrás de mi cabeza ya palpitaba con un dolor horrible.
Apreté los dientes y seguí. Estaba cansado. No había dormido nada la
noche anterior. Había valido la pena, pero ahora estaba exhausto. Nada
por lo que no hubiera pasado antes.
Ahora que mi mente estaba llena de recuerdos de Taran, todas sus
sonrisas, sus risas y sus palabras, los pequeños movimientos de su
rostro, era aún más fácil. Tan fácil concentrarse en ella y no preocuparse
por lo que se avecinaba.
Cuando el Rey del Otoño me llamó esta vez, se sintió diferente a las
otras veces. Se suponía que yo estaría aquí de todos modos al día
siguiente, pero su invitación había sido urgente. Se requería mi
presencia aquí de inmediato.
Hasta que llegué aquí, estaba convencido de que tenía algo que ver con
el ataque de los elfos. Tal vez el Rey había recibido la noticia de que
sucedería antes de lo que esperábamos, pero ahora no estaba tan
seguro. No había urgencia en su gente, paseando por el castillo,
haciendo su trabajo. No había urgencia en sus soldados, los que hacían
guardia y los otros que apenas podía ver a los lados del castillo,
cuidando el ganado.
—¿Vas a encontrarte con él de inmediato? —Trinam preguntó cuándo
se llevaron nuestros caballos y nos dirigimos hacia el castillo. A estas
alturas, todos sabían quiénes éramos, y sabíamos cómo entrar muy bien.
No había necesidad de escoltas, pero cinco soldados permanecieron
cerca de nosotros en todo momento.
—Sí, esas eran las instrucciones —Le dije a Trinam, luego me giré hacia
el otro lado, donde Chastin caminó a mi lado—. Mientras tanto, ustedes
dos pueden controlar a los soldados, asegurarse de que todo esté como
debería.
—Sí, señor —dijo Chastin asintiendo. Todavía mantuvo sus comentarios
al mínimo, desde que le rompí la nariz. Si lo hubiera sabido, le habría
roto la nariz hace mucho tiempo.
—Tal vez sea una buena idea que vaya contigo —dijo Trinam, pero ya
estaba siguiendo a Chastin porque sabía que, en una reunión con un Rey,
solo las personas que él quería allí podían estar. Y la invitación había
especificado que debía verlo a solas.
—Sí, tal vez la próxima vez —dije con una risa y continué hacia las
puertas del castillo, que dos soldados mantenían abiertas.
El interior era aún más impresionante que el exterior. Los colores
cálidos, castaños, naranjas y amarillos, te tranquilizan de inmediato. Me
tranquilizaron ahora. No lo habían hecho antes.
Las cámaras del Rey estaban en su torre, el punto más alto del castillo,
con una gruesa espiral de color bronce envuelta alrededor de la
estructura blanca. El agua que corría en esa espiral era tan espesa como
la mitad de un río. No tenía idea de qué tipo de magia y maquinaria
tenían trabajando para mover esa cantidad de agua alrededor de ese
castillo de esa manera, pero sus ingenieros merecían elogios.
Cuando llegué a las cámaras del Rey, los soldados que me acompañaban
no llamaron. Simplemente abrieron las puertas y se movieron a un lado
para dejarme pasar.
El Rey estaba en su sala de reuniones, solo excepto por sus cinco
guardias junto a la pared, un libro en sus manos mientras estaba
sentado en su silla dorada que fácilmente podría llamarse un trono en
miniatura. Levantó la vista cuando me vio, luego levantó su dedo índice
para decirme que esperara. Lo hice.
—Mace, hijo, estoy tan feliz de que hayas podido venir —dijo el Rey,
cerrando su libro mientras se acercaba a la mesa grande, el mapa aún
dibujado sobre ella. ¿Hijo? Él nunca me había llamado así.
—Feliz de estar aquí, Rey Aurant —dije con una reverencia.
—Por favor siéntate. Hablemos —dijo y vino a sentarse a mi lado en las
sillas de su consejo.
Un Rey no se sentaba en una silla para concejales.
—¿Alguna noticia sobre el ataque de los elfos? —Tenía la impresión de
que no estarían listos hasta dentro de dos días, dije, ansioso por
terminar con esto ya.
—Estás en lo correcto. Nuestros espías nos dicen que es posible que ni
siquiera estén listos en tres, pero esa no es la razón por la que los he
llamado aquí —dijo el Rey—. La razón por la que estás aquí hoy es feliz,
una celebración, por así decirlo. Nos acercamos a los últimos días del
invierno, y ahora es un buen momento para darle a mi gente el festín de
sus vidas, al menos para aquellos que no sobrevivirán a la próxima
batalla.
Lo dijo tan simplemente, como si estuviera hablando de números, no de
personas. Apreté los dientes para no comentar, aunque las palabras
estaban en la punta de mi lengua. Fue más difícil hacerlas retroceder de
lo que esperaba. No había sido tan difícil hace sólo unos días.
¿Qué me estaba pasando?
—Me sentiré honrado de ser parte de esto, mi Rey —dije, como debería
hacerlo un príncipe. Por dentro, quería destrozarlo por traerme aquí,
cuando podría haber vuelto a la Sombra con Taran. Su mente era una
mente que quería explorar. Sus ideas eran tan similares a las mías que
me pregunté si me lo estaba imaginando. Nunca había conocido a otro
ser que sintiera la guerra como yo. Eso era a lo que quería dedicar mi
tiempo. No esto: Celebrar la llegada de la muerte.
—Pensé que podrías decir eso —dijo, riendo, pasándose las manos por
la barba—. Y sería un gran placer para mí verte en los brazos de mi hija,
Ulana, esta noche. Parecía que ustedes dos ya habían establecido una
relación honesta la última vez que nos visitaron. Eso me hace muy feliz,
hijo.
El techo de la habitación debe haberse caído sobre mi cabeza. Por eso
no pude ver ni escuchar nada más que un zumbido en mis oídos por un
momento.
—¿Mi Rey? —dije, mi voz más seca que el aire de verano.
—Tú y mi hija, Ulana, se unirán a mi mesa esta noche. Junto con el resto
de la sangre real, como debe ser —dijo el Rey, y aún sonreía, como si no
pudiera ver la expresión de horror en mi rostro—. No luzcas tan
sorprendido. Sé que tu padre no te trata como debería, pero yo no soy
él.
Por los Dioses…
—Mi Rey, me siento honrado por tu confianza. Realmente lo estoy,
pero acompañar a su hija a una celebración de este tipo no es algo que
se me permita hacer. No soy apto para compartir una mesa de reyes —
Y por primera vez desde que me desterraron de mi hogar, me alegré de
que mi padre nunca permitiría que sucediera tal cosa.
—Eres apto para hacer lo que digo que eres en mi casa —dijo el Rey—
Pero ese no es el final de las buenas noticias. He decidido seguir
adelante con el fuerte en el río Kanda. Y he decidido que tú serás el
hombre que dirija mi ejército.
Ahora eso era algo que podía hacer. Podría liderar el ejército de este
hombre, y podría planear con anticipación y asegurarme de bloquear a
los elfos, no darles forma de atacar. Podría asegurarme de que el
número de vidas perdidas se mantuviera lo más bajo posible para ambas
partes.
¿Pero Ulana?
—Gracias, mi Rey. No se arrepentirá —Le prometí—. Pero me temo que
no puedo aceptar tu oferta de ser la cita de la princesa Ulana para el
banquete. Humildemente aceptaré cualquier otro lugar que elijas para
mí entre tu gente.
No me sentaría a la mesa del Rey con su hija a mi lado.
Una sombra oscura se extendió por su rostro, convirtiendo su piel clara
en un rojo intenso.
—Piensa en esto cuidadosamente, Mace. Lo que te ofrezco aquí es una
oportunidad.
—Soy consciente de eso, mi Rey —dije y me puse de pie—. Y lo aprecio
más de lo que crees. Pero…
—Por supuesto, aceptará su oferta, Rey Aurant. También será el honor
de su vida.
La voz que vino detrás de mí me congeló en el lugar a diferencia de lo
que podría hacer incluso la magia de invierno más fuerte. No me atrevía
a moverme ni a respirar, mientras los pasos se hacían más y más fuertes,
más cerca de mí, del Rey.
Hasta que la silueta de un hombre apareció a mi lado.
Si el techo de la habitación cayó sobre mi cabeza antes, ahora me sentía
como si estuviera enterrado bajo las ruinas de todo el castillo. Mi cuerpo
se movió por sí solo, y me giré para mirar a mi padre, el único hombre al
que odiaba más que a la guerra, y me incliné profundamente.
—Mi Rey —dije en voz baja, las palabras apenas accedieron a salir de
mis labios.
—Levántate, hijo. Déjame mirarte —Sus manos estaban sobre mis
hombros antes de que lo enfrentara.
Nunca había querido que mis ojos me mintieran más. No lo hicieron.
Realmente estaba parado frente a mí, ahora mismo, tocándome.
Mi padre no había cambiado en absoluto. Había sido el mismo hombre
desde mi primer recuerdo de él: Cabello negro peinado detrás de su
cabeza, brillando bajo las luces. Ojos negros que podrían hechizarte
para que hicieras su voluntad si él lo deseaba. Barba negra que colgaba
como una sombra sobre sus mejillas y alrededor de su boca, y casi
parecía que te estaba haciendo un favor al ocultar la mitad de la cara de
este monstruo en la piel del hombre. Era un hombre grande, tan ancho
como yo, una pulgada más alto. Su ropa era negra, terciopelo y satén
suave, y lo único que tenía color era el emblema de la Corte de Invierno,
que brillaba sobre su corazón.
Cuando sonrió, no fue una emoción, fue simplemente un movimiento
de sus labios.
—Exactamente cómo te dejé —dijo, sus palabras teñidas de decepción,
aunque sonreía. Me soltó y mi alma volvió a deslizarse dentro de mi
cuerpo. Me permití un segundo para cerrar los ojos y ordenar mis
pensamientos mientras él se paraba junto al Rey Aurant, con una mirada
de superioridad en su rostro cruel.
—No sabía que estarías aquí —Le dije a mi padre, sacando a relucir años
de práctica en mantener mi voz exactamente neutral. Sin rastro de una
emoción en ninguna parte. Sabía cómo usarlas en tu contra.
—Pensé en sorprenderte —dijo mi padre, dándole una de sus sonrisas
al Rey Aurant, quien ya estaba irritado, pero tratando de no mostrarlo.
No era tan bueno en eso como mi padre—. En cambio, me sorprendiste.
Quiero decir, siempre supe que tenías moral —Se giró hacia el Rey de
Otoño, como si estuviera a punto de contarle una broma privada—
Siempre fue el más suave de corazón y el más fuerte con la espada —
Ambos se rieron—. Pero nunca imaginé que tu respeto por tu Rey
podría hacerte rechazar una oferta como la que te ha hecho el Rey
Aurant. La princesa Ulana es el deseo de un hombre hecho realidad.
Apreté los dientes para no reaccionar. Sabía que no había rechazado al
Rey porque respetara sus deseos. Pero todo fue un espectáculo. Política,
él lo llamaría. Manipular a la gente para que creyera lo que él quería que
creyeran era su especialidad.
—Pero estoy aquí para decirte que eres digno, hijo mío. Si el Rey Aurant
cree que eres la mejor opción para acompañar a su hija a su celebración,
lo permitiré. No muchos hombres pueden entrar en mi mente como lo
hace nuestro Rey de Otoño aquí —Mi padre palmeó al Rey en el
hombro y podría jurar que casi se sonrojó—. Por ti, mi amigo, lo
permitiré.
Patrañas, habría dicho, si no hubiera sabido lo que sucedería si lo hiciera.
Mentiras. Esto no tenía nada que ver con el Rey Aurant. Esto tenía que
ver conmigo.
O con algo que mi padre quería, que pensó que podría conseguir con
esto. No hacía falta ser un genio para averiguarlo, como dirían los
terranos. Siempre quiso algo, y nunca consideró jugar limpio para
conseguirlo.
—Estoy agradecido, Rey Caidenus —dijo el Rey Aurant asintiendo—.
Pero todavía dudo —Me miró— ¿Es el permiso de tu padre la única
razón por la que me rechazaste en primer lugar, Mace?
Mi boca se abrió, pero nunca tuve la oportunidad de hablar.
—Por supuesto que lo fue. ¿Qué otra razón podría haber? —Mi padre se
rio una vez más, el sonido más parecido a un cacareo que a la risa de un
hombre.
El Rey de Otoño sonrió.
—Eso ciertamente es una buena noticia. Se lo haré saber a Ulana. Ella
estará muy feliz.
—¿Puedo usar sus aposentos para una conversación privada con mi hijo,
Su Alteza? —dijo mi padre—. No nos hemos visto en mucho tiempo.
Quiero saber cómo está.
Casi me río.
—Por favor —dijo el Rey—. Sean mis invitados.
Y con eso, se dio la vuelta, y sus guardias lo siguieron fuera del salón sin
decir una palabra.
Las puertas se cerraron. Las paredes de la habitación comenzaron a
congelarse. Nunca podrías decir que mi padre estaba dejando escapar
su magia, pero lo estaba. Se estaba asegurando de que estuviéramos a
salvo de oídos espías y, en menos de diez segundos, una fina capa de
hielo mágico cubrió cada centímetro de las paredes, ventanas y puertas
del salón.
Miré a mi padre y todo el odio que sentía por él resurgió. Nada me
detuvo, nada lo intentó. ¿Realmente había estado tan desesperado por
volver a casa, hace solo unos días, para ver a este hombre de nuevo?
¿Por qué?
No quería tener nada que ver con él. Me hizo un favor cuando me envió
a la Sombra de Invierno.
—¿Qué estás haciendo aquí? —dije, apretando mis manos en puños.
Seguía siendo el hombre más poderoso que conocía. Él podría
congelarme en cualquier estación como si fuera en pleno invierno, y no
habría nada que pudiera hacer al respecto.
—Fui invitado por ese viejo tonto. ¡Quiere celebrar el final del invierno!
—Se rio de nuevo, y esta vez en realidad sonó peor— ¿Has oído algo
más absurdo?
—Quiere honrarte —dije con asombro. Pero no pude encontrar la razón
por la cual.
—Porque quiere algo de mí —dijo mi padre y caminó alrededor de las
sillas para acercarse a mí. Me mantuve firme y mantuve mis ojos en los
suyos—. Te quiere.
—Y tú quieres algo de él.
Que era la única razón por la que se molestaría en venir aquí en primer
lugar. ¿Cuándo había venido? ¿Por qué nadie me lo había dicho? Todos
mis hombres habían estado aquí, por los Dioses. ¿Por qué eran tan
leales a este hombre?
—Por supuesto que sí. Quiero que te comportes exactamente como
debes esta noche, Maceno. Mucho depende de ello —dijo, frotándose
las manos mientras miraba por la ventana a nuestro lado.
—¿Cómo qué lo hace?
—No para que lo sepas.
Levanté mis cejas.
—Entonces, ¿Por qué esperas que esté de acuerdo?
Esta vez, cuando me miró, la emoción se deslizó más allá de su fachada
perfecta por solo un segundo. Yo lo vi. Confusión.
—Porque te lo ordeno —susurró, luego procedió a analizar mi rostro,
como si me estuviera viendo por primera vez.
—Me ordenaste dejar mi hogar y pasar el año en la Sombra con los
peores hombres que pudiste encontrar en tu ejército. Me ordenaste
que mantuviera la boca cerrada, la cabeza gacha y la espada levantada.
Lo he hecho todo.
Porque no había nada más que pudiera hacer. Porque... porque no
había querido, hasta que Taran me curó. Había estado tan desesperado
por ir a casa, hacer las paces con mi padre... ¿Para qué?
—¿Qué te ha pasado, Maceno? —susurró mi padre, acercándose a mí.
Sonreí.
—Al contrario. Se siente como si algo se me hubiera escapado
recientemente —Giré los hombros para mostrar—. Se siente bastante
bien, para ser franco.
Fue él. Lo sabía en mi corazón, y no necesitaba que nadie me lo dijera.
Fuera lo que fuera lo que había estado mal conmigo desde que llegué a
la Sombra, lo que sea que Taran había curado, había sido obra de mi
padre.
La mirada en sus ojos era asesina. La había visto muchas veces antes,
cuando lo desobedecí por primera vez, cuando me negué a matar elfos
solo porque eran elfos. Cuando me encadenó en las cámaras
abovedadas debajo de su castillo y me torturó durante días porque
pensó que necesitaba que me enseñaran una lección, al igual que a mis
hermanos. Tenía esa misma mirada en él ahora.
—No juegues conmigo, chico —dijo, y el aire se le quedó helado en la
boca. Se congeló en la superficie de mi cara cuando me alcanzó, y él
siguió acercándose. Me negué a moverme—. Eres mi sangre, pero eso
no impedirá que congele tu corazón y lo aplaste ahora mismo.
Obedéceme o muere.
Quería morir.
No… había querido morir. Tanto que esperaba que una esclava elfa
encontrara una forma de escapar de sus cadenas y acabara conmigo.
Pero ahora, las cosas habían cambiado. Todo era diferente.
Entonces, me tragué mi orgullo.
—¿Qué quieres del Rey Aurant?
—Quiero que piense que eres lo que no eres. Leal, digno de confianza,
un príncipe. Y cuando hagas eso esta noche, mañana, te diré lo que
quieres saber —dijo, sin parpadear. Estábamos lo suficientemente cerca
como para poder ver mi reflejo en sus ojos perfectamente. Y lo odié. Me
parecía tanto a él que me dio náuseas.
—Mañana —dije, y antes de hacer algo estúpido, me di la vuelta para
irme. Había terminado con este hombre para toda la vida.
—Maceno —llamó mi padre, y traté de luchar contra mi propio cuerpo
cuando dejó de moverse, pero fue inútil. No puedes cambiar en
cuestión de minutos algo que ha sido parte de ti toda tu vida, sin
importar qué tan fuerte sea tu voluntad— ¿Necesito recordarte lo que
sucede cuando me traicionas?
—No. Yo lo recuerdo.
Cada segundo. Cada gota de sangre que me quitó. Cada corte en mi piel
y cada palabra que pronunció en esa cámara. Lo recuerdo todo.
—Bien. Porque será mucho peor la segunda vez —dijo, y cuando me
giré para mirarlo, estaba sonriendo de oreja a oreja, como si estuviera
hablando con su enemigo, no con su hijo. Lentamente, caminó hacia mí,
con las manos detrás de él, su chaqueta de terciopelo que llegaba hasta
la parte posterior de sus rodillas moviéndose de lado a lado—. Sigue tu
camino ahora. Y toma un baño. No sé qué vio en ti esa puta tonta, pero
es mejor que lo vea de nuevo.
Y salió por la puerta.
Pedazos de hielo cayeron de las paredes y de la puerta, ahora que su
magia ya no los sostenía. Apretando mis ojos cerrados, llamé a los
Dioses por paciencia. Esta noche sería miserable, pero pasaría. Y
mañana, una vez que supiera lo que quería mi padre, podría tratar con
él y con el rey Aurant en consecuencia, o morir en el intento.
CAPÍTULO 24
ELO
Cuando mis ojos se abrieron esta vez, solo dos me miraban: dos negros,
tan ricos como el cielo nocturno que oculta un universo entero detrás
de él. El príncipe estaba despierto y ya no ardía de fiebre. Lo supe
porque sus brazos estaban envueltos alrededor de mí y los míos
alrededor de él. Me miró como si me estuviera viendo por primera vez.
No habló, no había necesidad de palabras. Ya lo sabíamos.
Su brazo se desenvolvió de mi cintura y su mano se cerró alrededor de
mi mejilla. Sus dedos acariciaron mi piel por un rato. Mi mano se movió
por su brazo, su piel suave como la seda, sobre las curvas de sus
músculos, hasta el costado de su cuello. El abrumador deseo de
quedarme así para siempre, en sus brazos, en el centro de su atención,
prendió fuego a todo mi cuerpo.
Cuanto más acercaba sus labios a mí, más impaciente me volvía. Su
dolor estaba allí, y mi magia aún lo deseaba, pero no tanto como mi
corazón, mi cuerpo deseaba el suyo. Era fácil ignorar el mundo y sus
problemas cuando su piel tocaba la mía. Fácil fingir que nada importaba,
ni siquiera la guerra y la muerte.
Me besó suavemente, como si temiera que esto fuera una fantasía y no
quisiera que terminara. Se sentía como una fantasía, pero era más real
que cualquier realidad que hubiera vivido en mucho tiempo. Envolví mis
brazos alrededor de su cuello y lo atraje hacia mí con más fuerza,
necesitando sentir todo de él. Lo besé como nunca había besado a
nadie antes, y me di cuenta de que Hiss tenía razón: este beso no era
solo un beso.
En cambio, se sintió exactamente como un comienzo.
Su lengua se deslizó sobre la superficie de mis labios y se deslizó entre
ellos, encontrándose con la mía. Todavía había demasiado espacio entre
nosotros para mi gusto, así que tiré de él hasta que estuvo encima de mí,
su cuerpo pegado al mío. Mis piernas se envolvieron alrededor de sus
caderas y soltarlo ahora parecía un peor destino que estar encadenada
a una pared. El beso se profundizó, dejándome sin pensamientos, y él se
aferró a mí como si tampoco pudiera imaginar dejarme ir. Sus manos
estaban por todas partes sobre mí, encendiendo mi piel, sus besos tan
puros como una promesa.
De vez en cuando, abría los ojos para ver su rostro, la mirada
hambrienta en sus ojos. Mis manos recorrieron cada línea de su espalda,
mis dedos se enredaron en su cabello negro como la brea, mi cuerpo
anhelaba el suyo como nunca antes. Me subió la camisola. Levanté mis
brazos para que pudiera quitármela por completo, y ese corto segundo
de no besarlo, no abrazarlo, fue una tortura. Se presionó contra mí otra
vez, y respiré, mis manos impacientes por sentir cada centímetro de él.
Soltó mis labios una vez más y trazó besos por mi cuello, en mi pecho.
Tomó mi pecho en su boca y un grito se me escapó, tan honesto que me
sorprendió incluso a mí. La vista de sus manos deslizándose sobre mi
piel, agarrándome, acariciándome, fue lo más hermoso que jamás había
visto. Besó, mordió y lamió hasta llegar a mi estómago, agarrando mis
muslos con sus enormes manos, sus dedos clavándose en mi piel
mientras los separaba más. Cada vez que sus labios presionaban mi piel,
me llenaba un poco más.
Se puso de rodillas y me bajó las bragas por las piernas. Luego se quitó
su propia ropa interior, la única prenda que tenía puesta. Lo había visto
desnudo antes, pero ahora, era diferente. El sol quemaba detrás de su
espalda, empapándolo en una luz brillante. Si pudiera congelar el
tiempo como congelaba un cuerpo, me aferraría a este segundo para
siempre.
Este hermoso, torturado, bondadoso hombre se puso a mi merced, y lo
dijo alto y claro con sus ojos, con sus manos, con sus besos. No le
importaba el color de mis ojos o la forma de mis orejas. No le importaba
mi nombre, quién era yo, de dónde venía. No importaba si yo era una
doncella o una reina: se entregó a mí por completo y, a partir de ese
momento, sería suya para siempre.
Cuando se empujó dentro de mí, un placer que nunca había conocido
antes se apoderó de mi cuerpo. Era más poderoso incluso que mi magia.
Nos movíamos juntos, empujando y tirando, tocándonos y besándonos
como si el fin del mundo estuviera cerca, y todo lo que tendríamos fuera
este momento. Se tragó mis gemidos con su boca e inspiró otros
nuevos con sus manos. Mis piernas estaban cerradas alrededor de sus
caderas y cada vez que se enterraba dentro de mí, me aferraba con más
fuerza.
Seguimos adelante hasta que cada centímetro de nuestros cuerpos
estuvo cubierto de sudor, chisporroteando de placer.
Ese día, éramos el uno para el otro, y era una verdad que ningún rey ni
ningún ejército podrían cambiar jamás.
CAPÍTULO 29
MACE