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EL EXAMEN MÁS IMPORTANTE

Se vacían las salas, se cierran los libros, sólo flota el eco de las lecciones. Se
aproxima entonces el examen más importante, el de nuestra propia
conciencia, a veces el juez más severo, otras el cómplice más ruin, cuando el
relajo y la condescendencia imperan. En esta hora desierta, en esta
meditación secreta, requerimos una luz sincera y seria, directa sobre
nosotros mismos.

¿se despertó en nuestros alumnos la irrefrenable sed de conocimiento? ¿se


apoderaron ya de facultades mentales y personales preciosas para el
desarrollo de su vida en lo que sigue? ¿rozó al menos nuestra enseñanza la
médula de sus cerebros? ¿corrió alguno estremecido tras la clase disparado
hacia la biblioteca? ¿imprimimos en sus mentes perfiles nítidos de los
rostros de la historia, de los lugares y de los acontecimientos? ¿consiguieron
relieve, relevancia y contexto nuestras narraciones? ¿desarrollamos en ellos
con claridad el poder técnico de la imaginación? ¿fueron nuestras
referencias claras, delineadas y rotundas? ¿profundizamos en nuestras
alegorías apartando la mera alusión, lo vago y el mensaje ambiguo? ¿se
despertó en ellos el deseo espontáneo y frecuente por la lectura? ¿leen y
comprenden más y mejor que antes? ¿pueden trasladar el método y la
lógica de la ciencia para resolver sus circunstancias cotidianas? ¿los
condujimos con mano diestra hacia la miel de las ideas? ¿alentamos con
vigoroso impulso el espíritu investigador? ¿asimilaron las leyes del
pensamiento crítico alejando así la amenaza de la ideología y las psicologías
de masas perversas? ¿entraron en el placentero jardín de las producciones
del intelecto? ¿vibró el cráneo de alguno al descubrir en las matemáticas
una lengua nativa? ¿conseguimos exploraciones eficaces y conscientes de
sus fortalezas y talentos? ¿les mostramos la importancia e incidencia en sí
mismo de las nuevas revelaciones sobre el cerebro? ¿les aportamos
verdadero autoconocimiento? ¿hicimos todo lo posible por conseguir estos
efectos y por posibilitar estos hallazgos en ellos? ¿transmitimos la pasión
que mueve la búsqueda de la sabiduría? ¿hallaron serios motivos de
inspiración en nuestra conducta y en lo que les preparamos jornada a
jornada? ¿fuimos tímidos o firmes al condenar lo malo y apuntar lo bueno?
¿se expandieron en sus mentes nuevos horizontes? ¿logramos abolir ciertos
límites y fronteras? ¿les regalamos nuevas perspectivas? ¿apareció en el
corazón de los pupilos una fe en sus propios poderes? ¿descubrió alguno su
voz gracia a dos o tres versos o un par de cuentos? ¿nació un poeta, una
escritora, una cantante? ¿supimos detectar un Tesla entre nuestros queridos
alumnos? ¿derramamos una fe y un optimismo sobrio hacia la vida sobre
todos ellos? ¿levantamos una seguridad y autoconfianza a toda prueba
basada en sus méritos y herramientas adquiridas? ¿supimos enseñarles el
buen refugio que son una personalidad rica y un carácter recio?
¿fomentamos en ellos la correcta audacia y valentía?, es decir, ¿aspiran
ahora a destinos más altos, más bellos y más nobles?.

SI confesamos sinceramente nuestras intenciones no habríamos de


avergonzarnos, porque responden al compromiso con los ideales y el
proyecto educativo, sin perseguir subterráneamente otros fines, sin ejercer
contrabando alguno en nuestras aulas, en nuestras cátedras, ni en nuestros
mensajes, ni en ninguna de nuestras palabras. Demostramos así lealtad,
compromiso, ética profesional, integridad, rectitud, principios, carácter,
todos rasgos imprescindibles hoy más que nunca para acompañar la labor
pedagógica.

Toda organización incorpora una gestión de control, un sistema de


retroalimentación. Todo mentor concienzudo se examina a sí mismo. Las
palabras concienzudo y conciencia son familia. Todo alumno y todo
apoderado incluso es sujeto de este examen, de este cara a cara consigo
mismo, de este personal balance, cuyo resultado se añade al cómputo del
resto de quienes componen la comunidad, resultado que informa si se hizo
o no la tarea. De este modo también comenzamos a vigilar nuestras fallas,
tanto formales y superficiales, así como las más ocultas. Este espejo nos
devuelve la magnitud de nuestra elevación por encima de las amenazas del
ego, nos refleja el tamaño de nuestra nobleza o mezquindad, nos retorna el
valor de nuestro compromiso, la mirada franca del carácter o la mirada
oblicua del conspirador. Nos devuelve la luminosa mirada de la vocación, o
la mirada gacha del mero empleado. Este examen nos revela además
cuánto del tiempo fue educativamente oro puro o mera dilapidación en
intereses extrapedagógicos. Este examen nos arroja la nota sobre nuestra
calidad. Calidad que no sólo se escribe en un papel ni en las condiciones,
sino que exige lo mismo de sus actores: calidad de los directivos, profesores
de calidad, alumnos de calidad, incluso apoderados de calidad. Este
concepto es el que nos hace verdaderamente justicia a todos, que vuelve las
relaciones dignas y con real valor. No hay derechos sin deberes.

Ahora bien, a la pregunta ¿cuál es el mejor maestro?; cierto escritor ensayó


una respuesta cuya luz puede dejarnos bastante contentos: “el último, el
que te enseña a aprender de ti mismo”. A partir de eso, las interrogantes
“¿cuál es el mejor alumno?”, “¿cuál es el mejor colegio?”, “¿cuál es el examen
más importante?” se responden solas.

El Examen más importante ocurre cuando ya todos se han ido.

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