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EL MONTAJE
El montaje
PAULBILZERIAN
“En vez de amor, dinero y fama,
dame la verdad”.
HENRYDAVIDTHOREAU
CONTENIDO
PREFACIO.................................................................................................... 1
PRÓLOGO................................................................................................... 4
PARTE1: INFANCIA................................................................................ 6
CAPÍTULO1: Prisión.................................................................................... 7
CAPÍTULO2: El tiempo es dinero......................................................... 10
CAPÍTULO3: Ernie..................................................................................... 15
CAPÍTULO4: El Gran Dan....................................................................... 22
CAPÍTULO5: Perdiendo mi virginidad............................................... 25
CAPÍTULO6: Chantaje.............................................................................. 29
CAPÍTULO7: Preparatoria de Tampa.................................................. 34
CAPÍTULO8: Primera pelea.................................................................... 37
CAPÍTULO9: Ansiedad de acercamiento........................................... 38
CAPÍTULO10: Artículo 76–10–505.5 del Código de Utah.............. 44
PARTE2: EJÉRCITO............................................................................. 48
CAPÍTULO11: Bienvenido a la Marina.................................................. 49
CAPÍTULO12: Entrenamiento de Demolición
Submarina Básica/SEAL.............................................................. 54
CAPÍTULO13: Semana Infernal............................................................. 60
CAPÍTULO14: Esteroides de Tijuana.................................................... 69
CAPÍTULO15: La media maratón nuclear.......................................... 75
CAPÍTULO16: Si al principio no tienes éxito..................................... 78
CAPÍTULO17: Buscando una ventaja.................................................... 81
CAPÍTULO18: Aventuras en contrabando anal................................. 87
CAPÍTULO19: OIC blandengue............................................................... 91
CAPÍTULO20: Incautación de fondos fiduciarios............................ 94
CAPÍTULO21: Se acerca la graduación................................................ 99
CAPÍTULO22: Clase 239......................................................................... 104
EPÍLOGO................................................................................................. 498
AGRADECIMIENTOS............................................................. 501
Prefacio
D
iez años atrás, nunca me habrían visto escribir un pre-
facio para Dan Bilzerian. Habría dicho que no tenía ab-
solutamente nada en común con el tipo. Su familia esta-
ba forrada en dinero; yo crecí en la pobreza. Él apuesta,
yo no. Él se droga, yo no. Ha tenido sexo con miles de
mujeres; ¡yo ni siquiera tengo erecciones matutinas porque hago de-
masiado ejercicio! Fui culpable de juzgar a alguien como Dan. Vi su ri-
queza como un privilegio, un provecho injusto y una ventaja en la vida.
El campo de juego no estaba nivelado y las probabilidades estaban a su
favor ante mis ojos hastiados. Toda mi vida me habían juzgado por ser
negro y ahí estaba yo haciendo exactamente lo mismo.
Mi mayor problema era que siempre solía ver la vida con muy poco
alcance, por lo que mi campo de visión era muy estrecho. No tenía la capa-
cidad de ver más allá de mis propias inseguridades y mi estropeada vida.
Veía a una persona como Dan y decía: “Con este hijo de puta no tenemos
nada en común”. No fue hasta que comencé a obtener perspectiva que
aprendí que nadie se salva de que la vida nos joda. A menos que hayas sido
ellos o hayas estado ahí, lo apropiado es cerrar el pico y seguir tu camino.
A la hora de la verdad, realmente no soy diferente a Dan. Lo más im-
portante que encontré que tenemos más en común es el deseo poco ha-
bitual de cambiar los seres que éramos en nuestra juventud. Indepen-
dientemente de cuán diferentes hayan sido nuestras circunstancias, sin
importar cuánto tuviera él y yo no, ambos terminamos exactamente en
el mismo lugar, ambos nos sentíamos inadecuados.
1
Como la mayoría, el meollo de todos nuestros problemas en la vida
provenía de las mismas cosas que no teníamos. En mi caso, no era un
niño duro, y quería serlo, por lo que mi único objetivo en la vida era ser
el hombre más duro que jamás haya vivido. En el caso de Dan, buscaba
la aprobación y el afecto de su padre. Pensaba que era poco atractivo e
interesante para las mujeres. Todas estas cosas y más llevaron a Dan a
dominar lo que él llama “El Montaje”.
Ninguno de los dos debió haber terminado donde lo hicimos. En mi
anuario de la secundaria, nunca habrías visto mi foto con la descripción
“Lo más probable es que se convierta en un SEAL de la Marina y el autor
más vendido del New York Times”. Más posible es que hubiera dicho
“Lo más probable es que repita el último año”. Para Dan, nadie hubiera
predicho que a mediados de los treinta se convertiría en el Hugh Hefner
de la actualidad... con esteroides, literal y figurativamente.
¡Esa es la belleza y el poder de la mente! Hay un gran poder en tus
inseguridades, pero debes tener el valor de examinarlas para encon-
trarlo. Tienes que mirarte en el espejo y aceptar lo que ves y saber que
es verdad, tanto por dentro como por fuera, y aun así estar dispuesto
a salir y hacerlo. Tienen que importarte un carajo las posibilidades de
éxito, caer de bruces o lo que otros puedan pensar o decir… mirarte en
ese espejo y no ver exactamente lo que quieres ver pero aun así tener
la confianza para apostar por ti mismo. Tanto para Dan como para mí,
nuestras inseguridades fueron el combustible para el impulso. Nues-
tro impulso nos llevó por caminos diferentes, pero ambos terminamos
como atípicos extremos.
Por más jodido que pueda ser para algunos, Dan Bilzerian tenía el
sueño de follar con tantas mujeres atractivas como pudiera y hacerse jo-
didamente rico y poseer lo mejor de todo: autos, juguetes, casas, aviones
y bongs (¡o como sea que se llamen esas cosas donde se fuma!). Te guste
o no, cualquier juego que el hijo de puta jugara, lo ganaba. “El Montaje”
ha convertido a Dan en una de las celebridades mundiales más grandes
de las redes sociales. Hay decenas de millones de hombres en todo el
mundo que viven indirectamente a través de las travesuras de Dan en
las redes sociales y, además de eso, hay millones más que siguen a Dan
en silencio mientras hablan mierda sobre él.
DAVIDGOGGINS
SEAL Retirado de la Marina de los EE. UU.,
Autor Más Vendido del New York Times, Atleta de Resistencia
Prefacio 3
Prólogo
M
e acosaron de niño, no tuve muchos amigos y, lo creas
o no, me costó mucho echar un polvo. Dado dónde
comencé, el lugar donde terminé puede parecer im-
posible, pero los llevaré en el viaje y les explicaré a
medida que avanzamos.
Desde muy joven rompía las reglas e intentaba encontrar límites
que realmente no existían. He pasado por mierdas bastante traumá-
ticas y la mejor manera de describir mi vida sería una montaña rusa
con las máximas subidas y bajadas. He llegado a ser rico, quedado en
bancarrota y rico nuevamente. He pasado tiempo con estrellas de rock,
raperos, estrellas de cine, atletas y DJ. He estado en el backstage de sus
shows, he estado en sus fiestas y fue genial. Te lo contaré. Pero al final
palideció en comparación al circo en el que se convirtió mi vida.
Explicaré lo que aprendí sobre las mujeres y cómo echar un polvo con
mucho menos esfuerzo. Lo que funciona con las mujeres te sorprende-
rá, pero una vez que comprendas su proceso de pensamiento subcons-
ciente, mis estrategias contradictorias tendrán perfecto sentido.
Voy a contarte cómo pasé de estar en total bancarrota a ganar más
de 10 millones de dólares en un solo día. No te hagas ilusiones. Este no
es un libro para hacerse rico rápido. Lo que hice probablemente no fun-
cione para ti, pero la premisa del montaje es universal.
Pasé de ser un tipo del que se burlaban sin descanso a “el hombre
sin talento más famoso del mundo”. También te mostraré cómo hice
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eso, pero una vez más, probablemente no te funcione porque la mayo-
ría de las personas tienen demasiado miedo al juicio como para reconocer
quiénes son y aceptar la controversia.
Yo mismo escribí todo este libro. No usé un escritor fantasma. Ve-
rifiqué todo, lo que significó revisar miles de imágenes y más de una
década de mensajes de texto para verificar que sea cien por ciento au-
téntico. Esta es la verdad sin ambages, lo bueno, lo malo y lo feo, no los
momentos destacados de mis logros.
Quiero que todas las personas que dijeron que yo era su ídolo com-
prendan exactamente a quién admiran. No soy un héroe. La he caga-
do varias veces, he sido egoísta durante la mayor parte de mi vida y el
mundo no sería mejor por tenerme. Pero soy honesto. Desde muy joven,
quería gustarles a las chicas guapas y quería ser rico para no tener que
escuchar las estupideces de nadie. Difícilmente se trata de metas am-
biciosas; no estaba tratando de salvar a los manatíes. Quería conseguir
coño por toneladas y quería libertad total. Logré esas cosas y todas mis
otras metas hedonistas y jodidas más allá de lo que alguna vez soñé que
fuera posible. Sorprendentemente, lo hice sin acabar en la cárcel y he
vivido para contártelo.
Este libro se vuelve cada vez más loco a medida que sigues leyendo y
todo tendrá sentido al final. Nadie ha vivido una vida como la mía y esto
me ha dado una comprensión única de cómo atraer a las mujeres, el po-
der de la riqueza y una mirada detrás de la cortina de la fama. Aprendí a
conseguir lo que quería y lo hice dominando el arte del montaje.
Prólogo 5
PARTE1
Infancia
CAPÍTULO1
Prisión
E
l día comenzó muy normal.
Me dirigía el Jeep de mi mamá cuando de reojo noté
que mi papá estaba sentado al frente. Sonreí cuando abrí
la puerta y tiré mi mochila debajo del asiento. ¿Nos vamos
de vacaciones, me preguntaba, a Disney World tal vez? Papá
nunca condujo para llevarnos a la escuela, jamás. Fue una semana antes
de mi undécimo cumpleaños, por lo que imaginé que esto tenía que ser
algo genial, pensé, algún tipo de sorpresa.
Mi madre ni siquiera había salido de la entrada cuando le pregunté
qué estaba pasando.
No recibí respuesta.
Yo tenía razón, recuerdo haber pensado mientras en mi rostro apa-
recía una sonrisa, una sorpresa, sin lugar a dudas.
El viaje fue en silencio, lo cual no fue nada fuera de lo común. Las
conversaciones con mi padre solían ser monólogos o donde él recitaba es-
cenas de películas “clásicas”. Después de treinta minutos de expectativa,
justo antes de que nos detuviéramos en el estacionamiento de la prima-
ria, mi papá se dio la vuelta en su asiento, de frente a mi hermano y a mí.
Aquí viene, pensé.
“Chicos, voy a ir a la cárcel”.
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Quedé sentado ahí en estado de shock.
Durante dos años, mientras circulaban noticias sobre su condena
y los niños se burlaban de mí, nos juró repetidamente que no iría a la
cárcel, que eso era imposible. Sonaba tan convencido, tan seguro, nunca
dudé de él.
Con las palabras ahí suspendidas, dichas con tanta naturalidad como
si fuera una especie de viaje de negocios de fin de semana. “Chicos, voy
a ir a la cárcel”. Mi hermano y yo nos echamos a llorar. Un torbellino de
pensamientos pasó por mi cabeza. Gran parte de eso no se trataba de
mi papá sino de mí: Voy a parecer un idiota por decir que él no iba a ir a
la cárcel. Todos se van a burlar de mí. No lo veré en años.
Luego de un par de minutos, miró su reloj y dijo que llegaríamos
tarde a la escuela. ¿Tarde para la escuela? No quería ni acercarme a la
escuela. Quería quedarme en el Jeep. Sabía lo que me esperaba, pero no
tenía elección.
Me sequé las lágrimas y traté de pensar en otra cosa, en cualquier
otra cosa, pero no pude. Estaba aterrorizado y mortificado, pero traté de
ser optimista. Tal vez los niños aún no lo sepan, pensé mientras abría la
puerta del auto, tal vez tenga un día para pensar en una buena respuesta.
Tan pronto como entré al salón de clases, la realidad se puso en mar-
cha, fuerte y rápido. Todos se reían y me apuntaban. “¡Tu papá va a ir a
la cárcel!”. Como era noticia de primera plana, todos los niños se ente-
raron antes que yo. Todo lo que habían estado diciendo durante los últi-
mos dos años era cierto y desde ese día se burlaron de mí sin descanso.
La gente trató distinto a mi familia después de que papá fue a la cár-
cel. A algunos de los niños con los que solía juntarme en el vecindario
ya no se les permitía hacerlo porque sus padres no querían que se “aso-
ciaran con criminales”. Veía a adultos susurrando en el club de campo
y me daba cuenta de que hablaban de nosotros por su reacción cuando
miraba. Evitaban el contacto visual y mantenían la distancia, actuando
como si tuviera una enfermedad contagiosa. Como si la prisión fuera
a contagiárseles.
Mi padre había perdido la apelación y eso lo sacudió. Durante el pro-
ceso legal, los federales le ofrecieron a mi papá un acuerdo de culpabi-
lidad por delito menor sin tiempo en la cárcel y una pequeña multa. No
Prisión 9
CAPÍTULO2
El tiempo es dinero
C
uando nos mudamos por primera vez a una casa modesta
en el vecindario, varios años antes de la condena de mi pa-
dre, la gente no creía que mis padres tuvieran dinero. Las
damas del club de campo se detenían en sus Mercedes-Benz
luciendo sus bolsos de diseñador y miraban con desdén a
mi madre porque pensaban que ella no podía pagar esas cosas. Nunca
pude entender por qué conducía un Jeep en lugar de un Ferrari y se lo
dije, pero esa era mi mamá.
El nombre de mi madre es Terri, una pequeña noruega de piel clara
con una sonrisa permanente y una actitud positiva. Su uniforme común
consistía en ropa de tenis que compró en oferta en Macy's y zapatillas
deportivas. Mi madre rara vez se maquillaba y, si bien mi padre le rega-
laba joyas caras, ella solo usaba pendientes de oro falso y collares senci-
llos. De verdad le importaba un carajo el dinero o impresionar a la gente
y creo que lo heredó de su padre Harry.
Mi abuelo, Harry Steffen, era un ranchero adinerado que había so-
brevivido con todo a la Segunda Guerra Mundial salvo por su audición.
Tenía los ojos permanentemente entrecerrados y una espesa barba en-
trecana que cubría su piel quemada por el viento. Habiendo crecido en
la gran depresión, se enorgullecía de trabajar duro todos los días. In-
cluso en pleno verano afilaba las cuchillas de su cortadora de césped y
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llevaba latas metálicas de combustible diésel a su tractor con una áspera
camisa de lana de manga larga y pantalones de poliéster. Recuerdo verle
perplejo, preguntándose, ¿de qué carajo sirve tener dinero si vas a pasar-
te el tiempo sudando haciendo trabajos de mierda?
Harry tenía un rancho en el norte de California y la familia iba ahí
para Acción de Gracias y Navidad. Había cabezas de alce en la pared y
alfombras de piel de oso, pero lo que siempre me fascinó fueron sus
armas. De vez en cuando me llevaba en su vehículo a tracción a buscar
cosas a que disparar. Recuerdo una vez que se detuvo luego de ver un
halcón grande. Lo señaló y yo miré a la majestuosa criatura que volaba
en círculos sobre nosotros. En lugar de decir: “Oye, mira ese pájaro,
es hermoso”, dijo con entusiasmo: “¡Mira ese pájaro, veamos si puedes
darle!”. Me enseñaron a matar animales y si no lo hacías, eras un mari-
ca, según mis tíos y primos.
Me sentía mal disparando a los animales, pero pensaba que era solo
porque era un marica. No fue hasta más tarde que me di cuenta de que
en realidad es todo lo contrario, disparar a animales por deporte no
requiere coraje, es lo que hacen los chicos inseguros para sentirse pode-
rosos, pero a los siete años, todo lo que sabes es lo que te dicen.
Un día, vi una enorme serpiente de cascabel deslizándose por el
costado de la carretera. Emocionado por la oportunidad de matar algo
peligroso, me acerqué por detrás, rápidamente la agarré por la cola y
la azoté contra el pavimento hasta
Mi hermano y yo.
que estuvo muerta. Estaba orgullo-
so de mi caza, pues era evidencia
de que no era un marica, así que
la coloqué triunfalmente sobre la
señal de alto y seguí camino a casa.
Algunos de los niños del vecinda-
rio vieron esto e inmediatamente
se lo contaron a sus padres, quie-
nes se lo contaron a mi padre.
“¿Mataste una serpiente de
cascabel con tus propias manos?”,
preguntó mi padre.
Asentí con la cabeza, sin saber
cómo iba a reaccionar.
El tiempo es dinero 11
“¡Eso es impresionante, esas son mortales!”, exclamó. Fue una de las
primeras veces que recibí su aprobación.
Él contaba esa historia cada vez que sus amigos lo visitaban y yo
simplemente me sentaba ahí y sonreía; él no mentía. Pero lo que nunca
tuve coraje para decirle fue que esa maldita serpiente debió haber es-
tado muriendo de cáncer porque nunca había visto nada moverse más
lento en mi vida. Pero rara vez recibía elogios y ciertamente no iba a
mencionar ese pequeño detalle.
Mi papá, Paul, parecía más un entrenador de educación física que
un hombre de negocios. Tenía un cuerpo atlético de un metro ochenta
y ochenta y tres kilos con un bigote tupido y patillas largas. Ya fuera en
una reunión de la junta directiva o en un partido de béisbol, mi padre
siempre vestía con orgullo su gorra de malla de los Boston Red Socks
manchada de sudor con su camisa de golf cuidadosamente metida en su
traje de baño. Creció en una familia pobre en Worcester, Massachusetts
y se alistó en el ejército poco después de abandonar la escuela secunda-
ria. Después de un período de servicio en Vietnam, superó los SAT y fue
aceptado en Stanford, donde conocería a mi madre.
Papá sudó la gota gorda y, después de cuatro años, ingresó en la es-
cuela de negocios de Harvard, que, como había abandonado la escuela
secundaria, era algo inaudito. Mi padre era una máquina que hacía todo
lo necesario para lograr sus objetivos. Y en el proceso se volvía total-
mente loco. Su ética de trabajo era inexorable, pero también su tempe-
ramento. Esto se manifestó más notablemente en cualquier cosa com-
petitiva como el trabajo o los deportes.
Al crecer, tuve muy poca interacción con mi padre porque general-
mente trabajaba cerca de dieciséis horas al día, siete días a la semana.
La única excepción fue cuando insistió en ser mi entrenador de las ligas
menores. Parecía genial, pero los deportes con mi padre no eran diver-
tidos. No era “Sal y haz tu mejor esfuerzo”; sino que “No hay puntos
para el segundo lugar”. Y si perdíamos, se volvía loco, lo que incluía de
todo, desde gritarnos a mí y a los otros niños hasta arrojarnos equipos
cuando estábamos en el banquillo. No hablaba durante todo el viaje a
casa y prácticamente podía ver el vapor que salía de sus oídos.
Con el tiempo, este experimento condenado al fracaso en la crianza
resultó en que mi padre demandara a las Ligas menores por difamación.
*James Greiff, “Bilzerian strikes out”, Tampa Bay Times, 17 de octubre de 2005, https://
www.tampabay.com/archive/1990/07/21/bilzerian-strikes-out/.
El tiempo es dinero 13
A estas alturas, mi padre valía cientos de millones, pero a simple
vista no se veía como tal. Llegaba al club de campo en un Jeep de mierda
con un reloj Casio. Era muy extraño para mí; no entendía por qué nunca
compraba cosas bonitas o para qué quería todo el dinero.
Nada de mi padre era normal y su paternidad no era la excepción. Una
cosa que recuerdo claramente haber aprendido de mi padre, aparte de
hacer lo que fuera necesario para ganar, sucedió cuando mi madre me
armó escándalo por no hacer mi cama para el desayuno.
Mamá era una persona genuinamente buena que nunca decía nada
malo de nadie y recuerdo que me dio muchos consejos interesantes de
los que, cuando era niño, simplemente me reía. Ella decía: “Si alguien
habla mal de sus amigos cuando no están cerca, ellos hablarán mal de
ti cuando no estés” y “Las cosas que a las personas le disgustan más de
los demás son las cosas que no les gustan de sí mismas”. Ella era muy
inteligente, pero no me daba cuenta porque mi padre le pasaba por en-
cima cada vez que había un desacuerdo. Era demasiado pasiva para de-
fenderse y confundía su sumisión con estupidez porque efectivamente
perdía cada discusión.
“¡Papá no hace su cama!”, señalé cuando ella trató de hacer que yo
hiciera la mía.
Pensando que tenía preparada una buena lección de vida, se volvió
hacia mi padre y le dijo: “Cariño, ¿por qué no haces la cama y das un
buen ejemplo?”.
“Gano diez mil dólares por hora”, respondió de golpe. “Le pago a la
sirvienta quince dólares por hora para que limpie esta casa. ¿Quieres
que gaste nueve mil novecientos ochenta y cinco dólares para enseñarle
a tu hijo cómo hacer la cama? Piensa en lo estúpido que es eso. El tiempo
es dinero”.
Nos sentamos en el rincón del desayuno en silencio, consternados.
Fue una respuesta tan inesperada, pero tenía mucho sentido. La lec-
ción fue comprender el valor de tu tiempo y no hacer un trabajo que esté
por debajo de tu nivel de salario. Instantáneamente me hizo querer ga-
nar mucho dinero, para no tener que hacer estupideces como hacer mi
cama. Mi padre no actuaba ni pensaba como los demás y a mi yo rebelde
le gustaba eso. Esa mentalidad lo hizo rico, pero también lo hizo desta-
car y eso lo convirtió en un blanco.
¿
Conoces el cliché “el césped siempre es más verde”? Bueno, el
césped de Ernie de verdad era más verde, pero no era su cés-
ped bien cuidado lo que envidiaba.
Justo antes de que lo liberaran de prisión, la mansión in-
signia de mi padre de poco más de 3300 metros cuadrados ha-
La casa de mi papá.
15
bía sido terminada. Después de lo que parecieron cuatro años intermi-
nables de espera, nos mudamos.
De la nada, la gente era más amable y todos los que habían dudado de
mí antes, querían visitarme. Con orgullo daba recorridos y hablaba como
loro de las cifras de la casa. La estadística de veintiún baños era mi favorita,
junto con la expresión en los rostros de las personas cuando abría las puer-
tas de la cancha de baloncesto cubierta, que estaba equipada con gradas
y un marcador. Encontraba algo de identidad en esa casa y se sentía bien
finalmente ser respetado y que la gente me admirara por algo. Este fue pro-
bablemente el comienzo de un patrón para toda la vida. La otra parte de ese
patrón era querer más.
Me paraba en el balcón de nuestra mansión y miraba por encima
del muro hacia la casa de más ochocientos metros cuadrados de Ernie
que era solo una cuarta parte del tamaño de la nuestra, pero se veía
mucho más genial. Había un Lamborghini y un Rolls en el garaje, varios
WaveRunner en la parte de atrás y una corriente aparentemente inter-
minable de mujeres hermosas que entraba y salía. Tenía todo lo que
nosotros no teníamos; tenía todo lo que yo quería. Recuerdo pensar, si
alguna vez me hago rico y tengo mi propio dinero, viviré como Ernie, no
como mis aburridos padres.
Nuestro vecino Ernie era un comerciante de autos bondadoso de unos
treinta y cinco años. Era alto, con el cabello rubio peinado hacia un lado
y piel rojiza y quemada por el sol perpetuamente. Un verano, Ernie llegó
a nuestra casa del lago en Minnesota con una universitaria flaca e in-
creíblemente atractiva con grandes tetas falsas. Me estremecí. No quería
que me pillaran mirándola, así que desvié mis ojos hacia Ernie. Lucía un
Rolex dorado con un gran bisel de diamantes, pantalones de vestir y una
camisa de seda cara. Su amistad con mi padre era extraña considerando
que eran polos opuestos. Papá estaba felizmente casado, vestía ropa ba-
rata y no era llamativo. Trabajaba todo el día y nunca fumaba, engañaba,
consumía drogas ni bebía alcohol. Ernie andaba de joda con todas sus
novias, festejaba, fumaba puros en clubes de striptease, se emborrachaba
y llevaba a las bailarinas de vacaciones a las Bahamas.
Era una verdadera inspiración, una prueba de que el dinero podía
comprar la felicidad.
Ernie 17
me encantaban las armas y esto era lo más cercano al combate que un
niño pequeño podía estar.
De camino al campo de paintball, nos detuvimos en un McDonald's
de entrega rápida y pedí mi desayuno favorito: hermosas croquetas de
patata fritas y crujientes. Tres porciones. Tan pronto como Ernie gritó
por el altavoz, escuché un paff, paff, paff. Se veía como las ventanas la-
terales de la cabina estallaban con colores. Sus amigos pueblerinos nos
disparaban bolas de pintura mientras estábamos atrapados en el puto
McDonald’s de paso. Cuando la pintura golpeó al vehículo por primera
vez, me asusté. Pero eso rápidamente se transformó en emoción. Pare-
cía que estábamos en una escena de tiroteo en una película de acción.
Nunca había estado con adultos que se comportaran así.
Ernie le entregó a la chica un billete de cien dólares, tomó nuestra
comida y le dijo que se quedara con el cambio mientras se iba. No lo
podía creer; le acababa de dar a esa chica una propina de ochenta y siete
dólares sin pensarlo dos veces. Nunca olvidaré la expresión de su rostro
mientras acelerábamos.
Nos detuvimos en una carretera estatal con dirección al campo, cuan-
do sus putos amigos lunáticos se acercaron de nuevo hacia nosotros. El
pasajero se lo estaba tomando en serio, disparándonos a toda velocidad
por la ventana trasera corrediza del camión como una ametralladora en
un fortín.
“¿Puedo disparar de vuelta?”, le grité a Ernie. Por un minuto, trató
de ser responsable y me dijo que no. Pero íbamos a toda velocidad por
la carretera a ciento diez kilómetros por hora con los limpiaparabrisas
sacando la pintura del parabrisas y el tipo del otro automóvil nos estaba
dando una zurra.
“Está bien, toma las malditas armas”, ordenó Ernie. Salté sobre los
asientos y agarré su pistola de paintball Automag de última generación
junto con una Tippmann Pro Lite. Ernie se asomó a la ventana con una
pistola en la mano izquierda y yo tenía mi brazo derecho colgando del
lado del pasajero cuando comenzamos a descargar.
Llevé el chorro de pintura roja más cerca de mi blanco hasta que
finalmente le di al tirador justo en la boca. Su cabeza cayó y comenzó
a quedar sin aliento, lo que asustó al conductor porque no sabía si su
Ernie 19
poca ropa. Me pusieron en una limusina aparte que me llevó hasta mi
casa. El sol estaba saliendo cuando se abrió el portón de hierro. Caminé
hacia la casa pensando en lo que acababa de presenciar.
Ernie era un tipo de apariencia muy normal, pero ¿Cómo lo hacía?,
me preguntaba. Hasta este momento, solo había escuchado a las chicas
de mi escuela hablar de “chicos guapos”. Recuerdo haber pensado: Nun-
ca seré un chico guapo, pero si Ernie podía conseguir chicas así, tal vez yo
también podía..
Nunca había visto a mujeres extasiarse por un chico antes y eso co-
menzó una obsesión. En la cama por la noche, fantaseaba con tener a
una chica súper guapa coqueteándome así. En la escuela, imaginaba
cómo sería si una de esas mujeres apareciera en clase y me adulara.
¿Qué dirían todos en la escuela si saliera tomándola de la mano? Podían
hablar toda la mierda que quisieran, pero tendrían que respetarme si
levantaba a una chica como de las que tenían carteles en sus paredes.
Ese era mi objetivo. Tener una chica atractiva en mi brazo como Ernie.
Ni siquiera podía imaginarme tener más de una como él.
Mientras tanto, en la realidad, mis compañeros de clase seguían
burlándose de mí por tener dientes de conejo o porque mi papá estaba
en la cárcel. Cada mañana, odiaba ir a la escuela. Estaba en una etapa
rebelde, tal vez no una “etapa” ya que todavía soy así, pero no quería
hacer lo que se suponía que debía hacer.
Me costaba concentrarme en clase, así que mamá me llevó a ver a un
especialista. Después de hacer sus pruebas, el médico me diagnosticó
un trastorno por déficit de atención. Mis padres no eran fanáticos de los
medicamentos, por lo que mi mente iba constantemente a un millón de
kilómetros por hora. No había teléfonos inteligentes que ofrecieran un
sinfín de horas de entretenimiento, así que me aburría la mayor parte
del tiempo. Mi familia me animaba a no tener miedo y la única forma
garantizada de llamar la atención era cuando hacía algo mal… así que
los problemas comenzaron pronto.
Luego de trece meses, mi papá regresó de la cárcel. No puedo recor-
dar mucho de su regreso, pero recuerdo que una de las primeras cosas que
tenía que hacer era reunirse con mi director Joe Merluzzi. El director le
Ernie 21
CAPÍTULO4
El Gran Dan
E
l mundo de mi padre giraba en torno al dinero. Era la pa-
lanca que usaba para mover el mundo y a todos quienes es-
tuvieran en él. Le gustaba la forma en que el dinero le daba
poder sobre otros que lo querían, incluidos mi hermano y
yo. Nos daba dinero si intentábamos hacer esquí acuático
o si probábamos un nuevo deporte. Llegó a un punto en el que yo era
como una supermodelo de los 80; no quería levantarme de la cama si
no me pagaban.
Pero estar de vuelta en casa con un niño incontrolable que acababan
de expulsar y una esposa que no sabía cómo disciplinar pronto agotó a
mi padre. Y rápidamente decidió que la vida sería mejor sin mí cerca.
También sabía que sería mucho más fácil tratar con mi hermano cuan-
do yo no estuviera cerca para pelear con él.
Así que papá me empeñó con el hermano drogadicto de mi mamá, el
Gran Dan, en Minnesota. A mi tío, que pesaba sesenta kilos y sólo medía
un metro sesenta y cinco, le llamaban “el Gran Dan” porque, en compa-
ración conmigo, era el Dan más grande. Papá le contó toda la aventura
al Gran Dan de la única manera que conocía: con dinero. Siempre se
había ganado el favor de la familia de mi madre comprándole cosas. Ese
año le compró a mi tío esquís nuevos para prepararlo para la gran venta.
22
Le ofreció al tío Dan cuatro mil dólares al mes para que me cuidara
junto con una mesada semanal que se repartiría a discreción de mi tío.
Se suponía que estaba ligada a mi buen comportamiento, así que si me
metía en problemas, perdía la mesada esa semana. Solo recuerdo haber
recibido el dinero dos veces, así que solo puedo asumir que el Gran Dan
se guardaba el dinero el resto del tiempo. Se metía la billetera en los
pantalones, se subía a una moto de nieve y gastaba mi mesada en el bar.
Un día, había salido en su moto de nieve y mi tía también había sa-
lido de casa. Encontré su botella de Jack Daniels en la alacena y quise ver
qué se sentía estar borracho. Me había acabado un tercio de la botella
cuando mi tío llegó a casa. Entró tambaleándose, claramente borracho,
y puso un pastel de pollo en el microondas.
“Estás mucho más borracho que yo”, declaré.
Refutó mi acusación, que terminó en un combate de lucha libre en el
piso de la sala. Después de vencerme en lo que pareció ser una compe-
tencia justa, sacó su pastel de pollo del microondas y se fue a su habita-
ción. Se desmayó en la cama con un pastel a medio descongelar y medio
comer derramándose por su pecho.
En ese momento, no podía mantenerme de pie y gateaba por el sue-
lo como un perezoso borracho cuando la tía Lisa entró por la puerta.
Empezó a gritar, pero yo estaba demasiado borracho para que me im-
portara. Lisa se ponía más furiosa a cada segundo, despertando al tío
Dan para gritarle y luego a mí. “¡O es él o yo!”, le escupió el ultimátum a
su esposo.
Nunca olvidaré la sorpresa en su rostro cuando me eligió. No fue por
ningún tipo de vínculo familiar o lealtad borracha, sino por practicidad.
El Gran Dan era un carpintero que vivía mucho más allá de sus posi-
bilidades, por lo que con o sin esposa, no iba a renunciar a cuatro mil
dólares adicionales al mes.
Desafortunadamente, la tía Lisa estaba fingiendo. Regresó después
de uno o dos días y fue incómodo vivir en la casa después de eso. Me sen-
tía incómodo y fuera de lugar. No tenía amigos, así que constantemente
me aburría sin nada que hacer y nadie con quien hablar. La vida en el
invierno de Minnesota era como vivir en un círculo helado del infierno.
El Gran Dan 23
Recuerdo esperar el autobús en la nieve cuando hacía casi treinta y cin-
co grados bajo cero. La escuela era tan mala como la casa, solo que aquí
se burlaban de mí por diferentes cosas. Ahora me tiraban mierda no
solo por mis dientes salientes, “dentudo” me decían, sino también por
ser un “chico de ciudad”. El punto cumbre de mi día era cuando el bus
paraba para recoger a Tanya, la hijastra puertorriqueña del mejor amigo
de Dan. Ella estaba un grado por delante de mí y aunque solo tenía ca-
torce años, parecía tener veinte. Su cintura era pequeña y usaba blusas
ajustadas y escotadas para mostrar sus grandes tetas. Traté desespera-
damente de gustarle poniéndome mi colonia Cool Water y haciéndole
preguntas tontas. Pero ella se tiraba a chicos de secundaria y yo estaba
en séptimo grado, así que no quería tener nada que ver conmigo. Al me-
nos en ese momento.
Mi tiempo en Minnesota llegó a su fin cuando me echaron del sép-
timo grado por segunda vez ese año por salirme de la clase de gimnasia
en la parte trasera de la moto de nieve de un traficante de drogas. No me
fui por ninguna razón en particular; solo pensé: “A la mierda, ¿qué van
a hacer?”. No es como si mi vida pudiera empeorar. Estaba equivocado.
P
ara octavo grado, mis padres me enviaron a un internado mi-
litar llamado Academia Almirante Farragut, a la que los estu-
diantes se referían cariñosamente como Academia Almiran-
te Marica. La comida era horrible y los cuarteles peores aún.
Tenía que apretujarme en una habitación del tamaño de una
caja de zapatos con literas y otros tres chicos. Lo único que esperaba era
hacerme unos fideos instantáneos todas las noches con mi calentador de
agua ilegal. No había una sola chica guapa en toda la escuela aparte de mi
profesora de matemáticas rubia que usaba blusas medio desabrochadas.
Me masturbaba pensando en ella en el baño de forma regular.
Teníamos unos estúpidos uniformes de mierda y marchábamos en for-
mación los fines de semana. Realmente tenías que querer que tu hijo fuera
infeliz para enviarlo a esa mierda, pero la estructura y la organización pro-
bablemente eran mejores que la crianza que recibía en casa. Otra ventaja
fue que no había absolutamente ningún niño cool en toda la escuela, así
que no había nadie que se burlara de mí.
25
Uno de mis compañeros de cuarto era un niño mexicano al que lla-
maremos Pedro. Odiaba a mi familia en ese momento y hablaba bastante
al respecto, así que cuando llegaron las vacaciones por el día de Acción de
Gracias, me invitó a pasarlas con él en México.
“¿Por qué diablos querría ir a México?”, pregunté.
“No, es genial. Tengo mi propia casa, una limusina y podemos hacer lo
que queramos”.
“¿Puedo comprar un arma?”.
“No, pero podemos comprar dinamita”.
No había nada más que hablar. Era fanático de las limusinas y la dina-
mita mexicana.
Fiel a su palabra, una limusina nos recogió en el aeropuerto. Antes de
siquiera desempacar nuestras maletas, conseguimos la dinamita de un
mercado de pulgas local. En realidad era solo pólvora bien envuelta en pa-
pel de periódico con una mecha que sobresalía. Y probablemente tenían
solo una cuarta parte del poder de un cartucho legítimo de dinamita, pero
en comparación con los fuegos artificiales en los EE. UU., bien podría ha-
ber sido C-4.
Pedro hizo que el conductor se detuviera en un vecindario y probamos
nuestra dinamita recién adquirida en unos buzones de correo. Quedaron
completamente destrozados, como vaporizados. La explosión fue extraña-
mente satisfactoria; pero no así el constante zumbido en mis oídos.
Regresamos a la casa de Pedro, tirando dinamita por la ventana de la
limusina en el camino. Revisaba para asegurarme de que la carretera estu-
viera vacía las primeras veces, pero luego me volví perezoso y comencé a
arrojarla a ciegas a la calle... hasta que sucedió.
Lancé una por la ventana, exactamente cuando un vehículo nos pasaba.
La dinamita entró justo por la ventana del conductor. El tiempo se congeló.
Empecé a dudar de lo que había visto. Quizás no entró en otro auto. O tal
vez solo esperaba que no haya sido así.
De repente, pareció como si se encendiera y apagara un interruptor de
luz dentro del automóvil. La luz emitida era cegadora, seguida de trozos
de periódico que salían por las ventanas, luego oscuridad. Horrorizado,
miré a Pedro. ¿Acabamos de matar a alguien?, me preguntaba mientras
miraba hacia atrás al auto, que se desviaba por toda la carretera. Me sentí
Perdiendo mi virginidad 27
sucediendo. Después de un minuto o dos de ella montándome como Sea-
biscuit, recuperé mi cordura y comencé a descubrir cómo funcionaba todo
el asunto del sexo. Me puse creativo, la incliné y, luego de un par de minu-
tos, ya no era virgen.
Salí pavoneándome de la habitación bastante impresionado conmigo
mismo. Pedro salió cinco minutos después y me dijo que le diera cuarenta
dólares a ella. Era tan ingenuo que hasta ese comentario; no tenía ni idea
de que fuera una prostituta.
¡Cuarenta dólares! Mierda, eso costó tanto como la dinamita.
L
as cosas solo empeoraron en Utah.
Papá compró una empresa de robótica informática con
sede en Provo, Utah, así que nos mudamos ahí en mi primer
año de universidad. Aún no tenía identidad y no sabía dónde
encajar. Tenía catorce, no le agradaba a ninguna chica, no
me llevaba bien con mi hermano y apenas hablaba con mis padres. Así
que la vida en Provo consistía principalmente en drogarme, ver televi-
sión y masturbarme por la noche en el sótano. No había Internet, por lo
que no había sitios de pornografía. Lo mejor que se podía esperar eran
escenas de sexo en topless de Cinemax y Showtime a altas horas de la
noche. Grababa las mejores partes en una cinta VHS y luego me escabu-
llía por las escaleras para verla abajo.
No tenía muchos amigos, pero había una chica en mi barrio llamada
Chalet que era un año mayor que yo. Su padre era socio comercial de mi
padre, así que la conocí cuando nuestras familias iban de viaje juntas.
Conducía todoterrenos, podía hacer snowboard y estaba buena, era la
chica de mis sueños. Pensaba que si salíamos lo suficiente, tal vez le
agradaría a ella también eventualmente.
Al principio, las cosas con Chalet parecían ir bien. Pasé varios fines
de semana durante los primeros meses del año escolar saliendo con
Chalet. Su padre solía cargar su gran tráiler de carreras con vehículos
29
todoterreno Banshee personalizados y luego lo arrastraba con su ca-
mión de doble rueda hasta las dunas de arena. Después de calentarlos,
con Chalet repetidamente subíamos en carrera por el lado de la duna
más grande. Ella me ganaba siempre, lo cual era frustrante, pero real-
mente hizo que me gustara más.
Las cosas mejoraron cuando fui con su familia al lago Powel en un
viaje para hacer wakeboard. Una noche, luego de que sus padres se fue-
ran a dormir, nos escabullimos y saltamos desnudos desde unos acanti-
lados de diez metros. Después de secarnos con la toalla, nos tumbamos
en las rocas y parecía que podíamos ver todas las estrellas del cielo. No
intenté intimar con ella porque estaba nervioso. No quería arruinarlo.
Aun así, estaba emocionado porque, por primera vez en mi vida, pare-
cía que le gustaba a una chica guapa.
El domingo por la noche, había vuelto a casa y acababa de terminar
de desempacar del viaje. Sin nada más que hacer, bajé las escaleras para
ver algo de porno suave en Cinemax. Estaba en medio de disfrutar uno
de mis pasatiempos favoritos en Provo cuando oí un ruido. Miré hacia
arriba y vi que algo se movía por la ventana del sótano. Preso del páni-
co, apagué la televisión y me acerqué a la ventana para ver mejor hacia
fuera. No vi a nadie. ¿Qué pudo haber sido?, me pregunté. ¿Una persona?
Luego de mirar otra vez, me convencí de que no era nada, así que subí
las escaleras y me metí en la cama.
Diez minutos después, alguien llamó a la puerta principal. Mi cora-
zón latía con fuerza; mi mente se aceleró. Traté de decirme a mí mismo
probablemente no esté relacionado. Pero mi mente se aceleró hasta que
se detuvo con la inquietante pregunta: ¿Podría haberme visto alguien
masturbándome en el sótano?
Abajo, escuché a mi mamá abrir la puerta. “Dan, es para ti”, llamó.
Mierda. Quería esconderme, pero mi mamá sabía que estaba en casa.
Mirando por las escaleras, vi que eran unos granujas mayores de mi
escuela. Y estaban sonriendo. Nunca, ni en un millón de años, estos ti-
pos pasarían por mi casa. Se me caía el alma, esto era realmente malo.
“Dan”, mi mamá volvió a llamar, “¡Baja! Tus amigos están en la puer-
ta”. Mierda.
Bajé las escaleras sumido en vergüenza y ellos estallaron en carcaja-
das como una manada de hienas. Me escabullí hacia la puerta mientras
CHALETDASTRUP
Amiga de la Familia/Chica de Ensueño
Chantaje 31
No sé las razones por las que se escoge a ciertas personas para
acosarlas, pero vi cómo le sucedía a Dan. A él lo acosaban.
Estaba en Will's Pit Stop, una gasolinera donde todos se reu-
nían para pasar el rato. Había un grupo de personas que miraba
un video y se reía. Les escuché decir el nombre de TW. TW era
un tipo aterrador, conocido como traficante de drogas y líder de
una pandilla local. Era alguien con quien no había que meterse.
Seguí escuchando su conversación sobre cómo TW iba a divul-
gar esta cinta y humillar al niño que estaba en ella. Luego, un
grupo de chicos iba a lanzarse sobre él y golpearlo frente a todos
en la escuela.
Curiosa por ver lo que había en esta cinta, me acerqué y,
mientras la reproducían, mi corazón dio un vuelco. Era un niño
masturbándose en su sótano. Era Dan. Agarré la cámara, corrí
hacia mi automóvil y me fui. Sufrí una inyección de adrenalina
mientras aceleraba hacia la casa de TW.
Me acerqué al niño que estaba sentado en el porche delantero
y le pregunté dónde estaba TW. Señaló la puerta principal que
estaba entreabierta. Entré en la casa y fui directo hacia TW. Le
dije que había destruido la cinta y que era mejor que no tocaran
a Dan. Me gritó por entrar a su casa y dijo que haría la mierda
que se le ocurriera.
Mientras me alejaba, me volví hacia él y le dije: “Deja de ser
un hipócrita. ¡Tú también te masturbas en tu sótano!”. No pude
dormir esa noche. No me importaba lo que me hicieran; simple-
mente no quería que lastimaran a Dan. Fui a la escuela al día
siguiente lista para cualquier cosa que sucediera, pero no pasó
nada. Se corría la voz de que TW le estaba diciendo a la gente
que dejara a Dan en paz.
Chantaje 33
CAPÍTULO7
Preparatoria
de Tampa
C
on mi vecino nos estábamos emborrachando un domingo
por la tarde en mi casa cuando decidimos ir al centro co-
mercial a “conseguir chicas”. Recién le habían regalado un
Jeep Grand Cherokee nuevo para su decimosexto cumplea-
ños, pero no estaba en condiciones de usarlo. Yo solo tenía
quince años, por lo que no era legal que condujera ni tampoco estaba
sobrio, pero estaba menos jodido que él.
Fumé un porro mientras nos pasábamos una Schlitz de más de un litro
de camino al centro comercial. Terminamos la cerveza y le dimos un par de
fumadas al bong en el estacionamiento antes de entrar a Nordstrom's. Des-
afortunadamente, el centro comercial estaba lleno de ancianas y chicas de
secundaria con frenillos, así que en lugar de conseguir chicas, fuimos por un
par de rebanadas de pizza a Sbarro en el patio de comidas y nos marchamos.
Llovía a cántaros cuando nos marchamos. Tomé la rampa de en-
trada a la autopista demasiado rápido y el jeep coleteó. Como un idiota,
pisé los frenos y bloqueé los neumáticos. El jeep se deslizó hacia los la-
dos, un neumático se enganchó y comenzamos a rodar en el aire. Todo
34
pasó tan rápido hasta que el Jeep quedó volteado. Entonces el tiempo se
volvió más lento. Eché un vistazo a mi amigo medio volteado y estaba
tan jodido que en realidad sonreía de oreja a oreja.
El Jeep rodó tres veces enteras antes de detenerse invertido. Un in-
terruptor se encendió en mi cabeza; sabía que esto de verdad era malo
y al instante recuperé la sobriedad. Saqué a mi amigo por la ventana e
inmediatamente enterré el bong, la marihuana y el alcohol en uno de los
surcos de los neumáticos mientras él estaba sentado aturdido. Siempre
fui bueno bajo presión. En el béisbol, cuando las bases estaban llenas
y necesitábamos anotar, siempre salía adelante. Era mi único atributo
positivo. Así que le dije que se callara y que me dejara hablar.
Cuando apareció la policía, estábamos empapados y el olor a humo
había desaparecido. Le dije al oficial que habíamos patinado por la lluvia,
y cuando le hicieron preguntas a mi amigo, intervine rápidamente, res-
pondiendo y explicando que estaba un poco alterado. No consideraron la
posibilidad de que dos niños estuvieran borrachos y drogados a las dos de
la tarde de un domingo, archivaron el informe y nos dejaron ir.
La compañía de seguros pagó y, de alguna manera, salimos impu-
nes. Sin embargo, creo que su padre supo la verdad, porque no le per-
mitieron salir conmigo nunca más.
Unos meses más tarde, cuando cumplí dieciséis, casualmente mi
padre me alquiló un Jeep Grand Cherokee. Claramente no había apren-
dido mi lección porque lo primero que hice fue poner dos capas de pola-
rización de ventanas para poder fumar marihuana mientras conducía.
Tener mi propio vehículo era algo grande porque ahora podía ir a fiestas
y conseguir chicas más fácilmente.
Mi escuela estaba ubicada convenientemente cerca del gueto donde era
fácil comprar bolsas pequeñas de marihuana Schwag de los traficantes de
drogas locales en la esquina. Me sentaba en el estacionamiento después de
la escuela a armar porros para fumar camino a casa. Después de fumar uno
en el estacionamiento, crucé la calle para recoger a mi hermano.
Al entrar a la escuela, vi a mi profesora de matemáticas. Bien dro-
gado, pensé que sería divertido sacar el culo por la ventana de mi Jeep
mientras pasaba junto a ella. A ella no le pareció gracioso. Así que al
final del año me pidieron que no regresara a la Preparatoria de Tampa
y mi padre se sorprendió cuando rechazaron su soborno para construir
un nuevo estadio de béisbol para la escuela.
Preparatoria de Tampa 35
PAULBILZERIAN
Padre, Asaltante Corporativo
P
asé el verano en Minnesota. Tanya, la puertorriqueña de la
que estaba enamorado, había quedado embarazada, tuvo
un hijo y abandonó la escuela. Así que estaba lo suficiente-
mente desesperada como para aceptar acostarse conmigo,
y finalmente perdí mi virginidad sin condón. Tomé algo de
confianza y seguí durmiendo con ella para acumular experiencia con
alguien que no fuera una prostituta mexicana.
Para mi penúltimo año, mis padres me inscribieron en una escuela
pública, que siempre me habían parecido más geniales que las escuelas
privadas a las que estaba acostumbrado. Sin embargo, no se me permi-
tió jugar béisbol ese año debido al cambio de escuela del mismo distrito.
Como no podía jugar, me juntaba más con un montón de delincuentes
juveniles, y uno de ellos era un niño hispano llamado Fabian. Esta amis-
tad duró hasta que una chica le dijo que yo estaba hablando mierda. No
fue así; la chica solo quería atención, pero él le creyó y me llamó para
que peleara con él.
Fabian era un tipo grande con alrededor de doce centímetros y trein-
ta kilos de peso más que yo. No quería pelear con él, pero no había hecho
nada malo, así que me negué a retroceder. Nunca había estado en una
pelea antes, así que estaba asustado, y tampoco podría vivir conmigo
37
mismo si me acobardaba. De modo que era salir golpeado por él o gol-
pearme internamente solo. Nada era peor que lo último.
Un grupo de gente se reunió en el estacionamiento donde los chi-
cos se reunían para las peleas, vitoreando como romanos sedientos de
sangre viendo a los gladiadores en el Coliseo. Le lancé un golpe a Fabian
solo para dar pie a la pelea. Se abalanzó sobre mí y me hizo crujir la ca-
beza con la mano derecha. Sentí que sus anillos de metal golpeaban mi
cara y me dolió, pero el dolor de alguna manera no se notaba.
Tuve algunas oportunidades antes de que me pusiera una llave a la
cabeza y me golpeara repetidamente por detrás de la cabeza. Cada vez
que me golpeaba, yo me preguntaba si me iba a noquear. Vi estrellas
y cada golpe parecía que llegaría a concusión donde todo quedaba en
silencio y luego poco a poco volvía a la normalidad con todos esos chi-
cos gritando.
Eventualmente me escabullí de su agarre e intercambiamos golpes
en el asfalto hasta que pensé que mi corazón iba a explotar. Nunca en mi
vida había estado tan cansado y sin aliento. Él jadeaba y lanzaba golpes
perezosos en bucle que no deberían haber aterrizado, pero yo estaba
demasiado exhausto para esquivar. Esto continuó hasta que no pudo
golpear más y se detuvo la pelea.
Tan pronto como terminó, recuerdo haber pensado, no puedo creer
que tuviera tanto miedo de pelear toda mi vida y realmente necesito em-
pezar a hacer cardio. Recibir un puñetazo en la cara no dolió tanto como
imaginaba. Cuando estás en una pelea y sabes que viene, tu adrenalina
se dispara, por lo que apenas sientes dolor.
Me pateó el trasero, pero técnicamente no ganó la pelea ya que él fue
quien se detuvo. Fue simultáneamente mi primera derrota y mi prime-
ra victoria. La gente estaba feliz, tenía sangre en mi cara y estaba son-
riendo, aliviado de que hubiera terminado. Eso pudo haber sido mucho
peor, pensé. No renuncié y aprendí que podía recibir una paliza. Fue
una lección que volvería a aprender muchas veces.
A
la mitad de mi penúltimo año, mi familia se mudó de re-
greso a Utah para que mi padre pudiera estar más cerca de
su trabajo. Alquilamos una casa en un lindo vecindario en
las afueras de Salt Lake City llamado Sandy, donde final-
mente comencé a encontrar mi lugar.
Esta fue mi séptima escuela nueva en cinco años. Aunque algunos
niños sienten que mudarse mucho los jode, la ventaja es que comienzas
de nuevo y eso te permite aprender a reinventarte, una habilidad que
me ha servido bien en la vida.
En Salt Lake City, iba de un lado a otro con un grupo diverso que
iba desde deportistas hasta matones samoanos. Seguí levantando pesas,
me uní a un club automotriz mexicano y probé los hongos por primera
vez. Todo estaba confluyendo y, de hecho, estaba feliz por primera vez
en mi vida.
39
Con mis amigos solíamos reunirnos en el centro comercial para
drogarnos y conseguir chicas. Era bastante tímido y, como la mayoría
de los jóvenes de diecisiete, tenía miedo de hablar con chicas guapas. El
miedo no era en realidad hablar con ellas, sino que me rechazaran. Mi
amigo Wayne era todo lo contrario, le importaba un carajo. Hablaba con
todas las chicas que veía, pero tenía un enfoque diferente al nuestro; él
no coqueteaba con ellas. A veces incluso iniciaba conversaciones bur-
lándose de ellas, algo que nunca pensé que funcionaría, pero así fue. Por
lo general, solo hacía una pregunta, algo inofensivo para que hablaran,
y si intentaban descartarlo o actuar como si fueran demasiado buenas,
él simplemente hacía bromas y se volcaba hacia las chicas, haciéndolas
sentir inseguras.
Su enfoque era genial si se comprende la psicología, pero esto no era
algo que había descubierto en los libros sobre el cerebro humano. Era
natural y funcionó porque a él realmente no le importaba y eso transmi-
tía confianza. Pero lo más importante, al no coquetear con ellas ni mos-
trar interés directo, él montaba todo para que las chicas nunca tuvieran
la capacidad de rechazarlo.
Fue inspirador ver a un chico que no tenía miedo. Yo odiaba tener
miedo de cualquier cosa y esta era la manera perfecta de vencer ese
miedo. Después de ver cómo funcionaba Wayne, comencé a desarro-
llar la confianza para acercarme a las mujeres. No era tan ingenioso
ni me sentía tan cómodo hablando con las chicas como Wayne, pero
cuanto más fallaba, menos me importaba. Y rápidamente aprendí que
la indiferencia era el atributo más importante que podía tener al bus-
car mujeres.
Además, una vez que me propuse hablar con las chicas en lugar de
coquetear con ellas, me acerqué con más confianza. Antes, solía po-
nerme ansioso porque ser rechazado parecía algo grande, pero con mi
nueva estrategia, tenía menos que temer. No conseguí follar mucho; de
hecho, no creo que lo haya hecho con esto, pero estaba progresando y
Roma no se construyó en un día.
Ansiedad de acercamiento 41
cerveza con identificación falsa. La buena noticia fue que todavía tenía
la identificación.
Era verano en una ciudad lacustre y había chicas en bikini por todas
partes. Mi tierno primo de cinco años, Nick, era mejor accesorio que un
cachorrito para conseguir chicas, así que lo enviábamos a preguntar si
querían venir al bote con nosotros. Mi lancha de esquí y la hielera lle-
na de cerveza ayudaban a seguir la conversación. Practicábamos wake-
board y bebíamos mientras reventábamos los parlantes con la música
de mis cintas mezcladas que había elaborado cuidadosamente. Lo ha-
cía bien, pero mis habilidades de wakeboard siempre parecían mejorar
cuando había chicas guapas a bordo.
Después de más o menos una hora, ya mareados por el alcohol, nos
íbamos a mi casa para seguir bebiendo. Finalmente comencé a ligar con
chicas y, sorprendentemente, sin mucho esfuerzo. Este fue el momento
en el que comencé a comprender la importancia del Montaje. Mi “juego”
con las chicas realmente no había mejorado, pero mi entorno ahora era
propicio para echar polvos y eso marcó la diferencia.
En el pasado, me esforzaba demasiado y era contraproducente. Me
di cuenta de que cuanto menos lo “intentaba” y cuanto menor fuera mi
esfuerzo percibido, más intentaría la chica en hacer que yo me interesa-
ra en ella. También me di cuenta de que cuanto más divertida y emocio-
nante fuera mi vida, más chicas querrían formar parte de ella.
Cuando mi primo de cinco años no estaba, con John nos turnába-
mos para acercarnos a las chicas. Durante el día era: “Oye, ¿quieres an-
dar en lancha? Haremos wakeboard y necesitamos un observador”. Por
la noche decíamos: “Oye, ¿quieres ir a la fiesta cervecera en Cross Lake”
o “¿Quieres fumar?”.
Invitar a una chica a que se uniera para algo que haríamos de to-
dos modos hizo que fuera mucho más fácil hablar con ellas, aumentaba
nuestro nivel de éxito y mostraba menos interés que acercarnos a ellas
de forma aleatoria. Luego, al hacer algo divertido juntos, podíamos evi-
tar la conversación forzada y la presión que hace que una cita regular
sea incómoda.
John parecía un Matt Damon atlético, por lo que generalmente era
bastante bueno para conseguir chicas. Un día, paseaba por el lago en
Ansiedad de acercamiento 43
CAPÍTULO10
Artículo
76–10–505.5
del Código de Utah
T
enía una AR-15 que guardaba en la parte trasera de mi Jeep
que a los chicos les parecía genial.
Preparé mi mejor atuendo la noche anterior y no pude
comer mucho en el desayuno porque sentía mariposas en
el estómago. Era el primer día de clases y estaba emocio-
nado de estar en el último año. Podía volver a jugar béisbol, tenía mu-
chos amigos y la gente pensaba que yo era genial. Todo estaba listo para
que ese fuera mi mejor año hasta entonces.
De camino a la escuela, recogí a unos amigos y, cuando arrojaron
sus mochilas en el maletero, vieron mi AR-15. No fue un accidente; me
daba orgullo y siempre intentaba lucirla. También pensaban que era
rudo y tan pronto como llegamos a la escuela se lo contaron a todos sus
amigos. A mitad de mi primera clase, me pidieron que saliera al pasillo.
44
Ahí estaba un policía con algunos miembros del cuerpo docente de
la escuela.
“¿Tienes armas en tu automóvil?”, me preguntó.
“Sí”.
“¿Qué armas?”.
“Tengo un rifle de caza, una escopeta y una pistola”. (Bueno, el rifle
de caza fue un poco exagerado, pero técnicamente se te permite cazar
con un AR-15).
El policía miró a la administradora, que parecía intentar controlar
su respiración.
“¿Puedo registrar tu vehículo?”, me preguntó.
“Sí, claro”.
Papá me había enseñado toda la vida a decir siempre la verdad. Pero
no me dio ninguna lección sobre cómo lidiar con la policía, donde la
verdad no siempre estaba de tu lado. Teniendo en cuenta que él era un
delincuente convicto y que yo constantemente me metía en problemas,
ese era el tipo de tutoría del que realmente podría haberme beneficiado.
Si me hubiera negado a hablar con ellos, me hubiera subido a mi
automóvil y conducido a casa, no habría habido ningún problema. Pero
de ingenuo les di permiso, registraron mi auto y me esposaron.
Papá corrió hasta el centro de detención de menores. No tenía duda
de que estaría enojado, pero estaba muy tranquilo y dijo que me sacaría.
Yo estaba en shock porque él se enojaba tanto por esas cosas insignifi-
cantes, pero estaba calmado con que yo estuviera en la cárcel. Mamá
ofreció unas palabras de aliento. Les dije que honestamente no sabía
por qué estaba en problemas, pues las armas eran legales. Me había
estacionado a un cuarto de milla de la escuela y había dicho la verdad.
Con optimismo le pregunté si creía que podía volver a clases esa se-
mana. Mi papá dijo que pase lo que pase, jamás se me permitiría volver
a esa escuela de nuevo y mi abogado dijo que tal vez nunca más se me
permitiría volver a ninguna escuela. Fue ahí que mi padre me dio la
mala noticia.
Me acusaban de “posesión de un arma de fuego dentro o en los alre-
dedores de una escuela”. Esto fue poco después del tiroteo de Columbi-
ne en Colorado y fue ahí que comprendí por qué papá no estaba enojado.
Q
uería ser parte de algo serio e impresionante, quería que
la gente me respetara, pero, lo más importante, creía que
me ayudaría a follar.
Fui a la oficina del reclutador de la Marina y pregunté
qué tenía que hacer para convertirme en un SEAL de la
Marina. El reclutador me miró como a un tonto que se
había perdido en un lote de autos usados; sonrió y me dijo que tomara
asiento. Después de hacer una serie de preguntas para calificarme, pasó
a contarme lo grandiosa que era la vida militar.
Le pregunté cómo era el entrenamiento y qué debía hacer para pre-
pararme. No supo decir más que: “Es muy difícil, tienes que correr y
nadar mucho”. Y “el 90 por ciento de los muchachos no lo logran”. Cuan-
do lo presioné por más información, me entregó un panfleto que decía
“Orden de advertencia BUD/S (Demolición Submarina Básica/SEAL)”,
que contenía una descripción básica y los requisitos mínimos para ca-
lificar. Fui a la librería y busqué libros sobre cómo ser un SEAL de la
49
Marina. Nada. Empecé a hacer preguntas y no logré encontrar a nadie
que conociera a alguien que fuera SEAL de la Marina.
Contraté a un entrenador de natación y comencé a entrenarme.
Cada día hacía alguna forma de cardio, calistenia y comía cada tres ho-
ras. Las cosas no avanzaban tan rápido como esperaba y quería retrasar
mi embarque porque me seguían doliendo las espinillas cada vez que
corría más de un kilómetro y medio. Pero papá quería que me fuera
de la casa y me dijo que construyera mi base para correr en el campo
de entrenamiento.
Me alisté en la Marina y me embarqué el 29 de abril de 1999, cuatro
meses después de mi decimoctavo cumpleaños. Pesaba setenta y cinco
kilos y nunca había corrido más de tres kilómetros en mi vida.
Al llegar a la Estación Naval de Great Lakes, se nos ordenó quitarnos
la ropa de civil y poner todos nuestros artículos personales en una bolsa
Ziplock antes de que nos afeitaran la cabeza. La realidad de todo eso me
golpeó duro. Realmente estaba solo por primera vez en mi vida, en pie
de igualdad con todos los demás y no había vuelta atrás. También me
veía mucho más feo calvo de lo que esperaba.
El campo de entrenamiento apestaba, pero por razones diferentes
a las que esperaba. La comida no era saludable y apenas dormíamos.
Esperaba ponerme en mejor forma, pero los entrenamientos fueron di-
señados para obesos adictos a la televisión. Lo más lejos que corrimos
era un par de kilómetros y a paso de tortuga. Hacíamos guardia, limpiá-
bamos baños, lustrábamos botas o hebillas de cinturones y aprendimos
a hacer camas y doblar ropa. Pensaba que esto iba a ser como la película
Full Metal Jacket, pero más que un soldado se sentía más como aprender
a convertirse en una sirvienta privada de sueño.
Después de nueve semanas de campo de entrenamiento, pasamos
a seis semanas de Escuela de Intendencia A, donde aprenderíamos a
navegar en un barco. Pasar por el campo de entrenamiento cambió mi
perspectiva. De repente, agradecía todo lo que solía dar por sentado.
Dormir ocho horas se sentía increíble y la comida de los restaurantes
normales ahora sabía mejor que las cenas con estrellas Michelin que
había comido en el pasado. Incluso pequeñas cosas como tener la liber-
Bienvenido a la Marina 51
clima es de 22ºC y soleado durante el verano. Pero cuando llegué para
entrenar en octubre, hacía frío y estaba nublado.
Lo primero que tienes que hacer en BUD/S es reportarte a la enfer-
mería con tus informes médicos y completar un “examen de condición
física de buceo”. Los aprendices deben obtener la autorización del DMO
(Oficial Médico de Buceo), que en ese momento era el teniente Mosier.
El doctor Mosier era un SEAL de Vietnam que no andaba con mamo-
nadas y era intimidante. Me miró, examinó mis documentos y volvió
a mirarme.
“¿Qué estás haciendo aquí?”, me preguntó. “¿Por qué no estás con
muletas? Tus documentos dicen fracturas por fatiga hace cuatro sema-
nas”.
“El doctor de la Escuela A me autorizó por estar en condiciones de
cumplir con el servicio completo, señor”, respondí.
No me creyó y pidió nuevas radiografías, que contaban la misma
historia de un mes atrás: fracturas bilaterales de tibia por fatiga.
“No estás en condiciones de entrenar. Te sacaré del programa”.
“Señor, ¿puede hacerme retroceder para la siguiente clase?”, supliqué.
“No hay retrocesos a camiseta blanca”, dijo el doctor Mosier refirién-
dose al color de las camisetas que usaban los aspirantes a SEAL antes de
completar la Semana Infernal. Después, a los aprendices se les daban
camisetas marrón. “Y es absolutamente imposible que puedas comple-
tar el entrenamiento con las piernas rotas. Ve a un barco, deja que tu
cuerpo se sane y luego regresa”.
Con mi espalda contra la pared, jugué la única carta que me que-
daba, una que iba cabrear a todas las personas en mi cadena de man-
do, garantizado.
Pedí hablar con el capitán Mast.
Los hombres alistados esencialmente pierden toda libertad y de-
rechos personales. Pero tienes un derecho innegable: pedir hablar con
Mast. Es el “jódete” supremo, la versión militar de Karen que exige ha-
blar con un gerente de tienda. Va directo hasta el oficial al mando de la
base. Una vez que se presente, no se puede detener a menos que retire
su solicitud.
El doctor Mosier estaba cabreado.
Bienvenido a la Marina 53
CAPÍTULO12
Entrenamiento
de Demolición
Submarina
Básica/SEAL
A
ntes de comenzar con BUD/S, los aprendices deben com-
pletar el PTRR (entrenamiento, rehabilitación y repara-
ción física) y el Indoc (adoctrinamiento). Se supone que
estos cursos fortalecen a los aprendices y los preparan
para la primera fase, pero creo que más chicos abando-
nan en el PTRR y el Indoc que en el entrenamiento real. Corríamos de
diecinueve a veintidós kilómetros por día, nadando, haciendo calistenia
y completando pistas de obstáculos, todo mientras estábamos mojados,
con frío y con arena.
Mi primer compañero de cuarto en BUD/S parecía un modelo sa-
cado de GQ contratado para interpretar a un SEAL de la Marina en una
película. Me contó que vivió fuera de la base durante su período anterior
54
en BUD/S. Eso me interesaba, pero dijo que solo aprobaban solicitu-
des para vivir en viviendas privadas si el solicitante estaba casado o era
un oficial.
“A la mierda, enviaré los papeles de todos modos”, le dije.
La gente que trabaja en puestos de administración militar a menudo
comete errores. Revuelven infinitas cantidades de papel todos los días
y, a veces, no leen los formularios correctamente. Y dado que general-
mente nunca ven este tipo de solicitud de un E-2 (mi rango), pensé que
tal vez tendría suerte. Y así fue.
Gracias a una confusión burocrática, mi solicitud fue aprobada. No
hablaba mucho con papá, pero lo llamé para compartir esta buena noti-
cia. Estaba impresionado y se ofreció a enviar el Jeep de mi madre para
que pudiera ir y venir de mi apartamento. Lo primero que hice fue gas-
tar todo el dinero que ahorré en el campo de entrenamiento instalando
un equipo de levantamiento y enormes neumáticos de barro para trans-
formarlo de un automóvil de ama de casa en un vehículo para pantanos.
Luego, equipé un apartamento de una habitación en Coronado.
Salir de la base fue el primer error que cometí en BUD/S. Me costó
el sueldo de poco menos de mil dólares al mes a casi tres mil, pero me
separó de mis compañeros e hizo que sobresaliera. Al crecer ansiaba
la atención, por lo que me gustaba sobresalir, pero en BUD/S, lo últi-
mo que querías hacer era sobresalir. También significaba que no podía
hacer preguntas o dar consejos por la noche como los chicos del cuar-
tel. Además, perdía casi una hora de sueño al día al contar mi viaje de
ida y vuelta a casa. Ese tiempo de recuperación era importante, dado
que parte de BUD/S está destinado a privarte del sueño para evaluar
tu desempeño.
Cada día comenzaba igual. Sonaban mis tres alarmas y me desper-
taba a las 0300. Me paraba frente al espejo para afeitarme, sabiendo
que el sol no saldría hasta dentro de cuatro horas. Creía que el sur de
California supuestamente debía ser cálido, pero no era inusual que el
indicador de temperatura base mostrara temperaturas cerca de los 4C°
durante esas primeras mañanas de invierno.
Estaba oscuro como boca de lobo cuando corríamos desde el cuartel
hasta el CTT (tanque de entrenamiento de combate). El aire era fresco y
H
abían pasado más de dos meses desde que me había
registrado en BUD/S y estaba extremadamente sobre-
entrenado. Mi cuerpo se estaba descomponiendo y el
jueves, cuando comencé a botar una flema verde y me
dolía tragar, supe que estaba en problemas. Desde el
departamento médico nos animaban a informarles de cualquier proble-
ma, advirtiendo que habían muerto estudiantes en la Semana Infernal
por infecciones respiratorias no tratadas que llevaron a edema pulmo-
nar. Sabía que si me acercaba al departamento, lo más probable era que
me retiraran del entrenamiento y, por primera vez, consideré tomar el
camino más fácil.
Me senté en mi auto temblando con el calefactor a tope pensando,
¿Qué opción tienes? Tu cardio es una mierda sin bronquitis o neumonía,
¿por qué pasar por todo esto? De todos modos no lo vas a lograr. ¿De qué
sirve? Después de cinco minutos de actuar como un marica y sentir lás-
tima por mí mismo, se me ocurrió una idea.
Llamé al mejor amigo de mi papá, Lane, que vivía un par de horas
al norte, y le pregunté si de algún modo podía traerme antibióticos. Un
mes después de graduarme del campo de entrenamiento, me enfermé
de neumonía por nadar en el lago Michigan. La mala noticia era que se-
60
ría mucho más susceptible a contraer neumonía en el futuro ahora que
ya la había tenido. Pero la buena era que una fuerte dosis de antibióticos
me había sanado en una semana. Lane llegó el viernes por la noche,
cuarenta y ocho horas antes de que comenzara la Semana Infernal, con
un Zpac y una recomendación de su médico: “Sin actividad extenuante
durante una semana”. Eso es gracioso, pensaba mientras me tragaba dos
de las pastillas.
La Semana Infernal son cinco días y medio de entrenamiento sin
dormir ni descansos que no sean para comer y una siesta de dos horas
el miércoles. Dijeron que durante la semana correríamos un total de
doscientos treinta kilómetros, todo mientras llevábamos botes de no-
venta kilos sobre la cabeza. Los botes de goma rebotaban arriba y abajo
mientras corríamos como perpetuos martillos neumáticos golpeándo-
nos contra el pavimento y la arena. Era la prueba de todas las pruebas y
sabíamos que sería despiadado.
El domingo por la noche, la clase votó y seleccionamos la película
Predator. Todos gritaban a la pantalla y recitaban las líneas de Arnold
Schwarzenegger y Jessie Ventura, pero yo no podía concentrarme. Sabía
que la Semana Infernal podía comenzar en cualquier momento. Sim-
plemente no sabía cuándo. Cerca de cuarenta y cinco minutos del inicio
de la película, justo después de que Jesse the Body muriera en la jun-
gla, uno de los instructores pateó la puerta y disparó una ametralladora
M60 hacia el techo del aula.
“¡A las olas!”.
Salimos del aula y nos adentramos en el atardecer, cruzando el Tri-
turador mientras las explosiones y las granadas de humo detonaban
por todas partes. Parecía que eran veinte instructores gritando con me-
gáfonos y disparando ametralladoras alimentadas por cinta.
Corrí por la playa y me metí en el océano oscuro. Justo antes de que
el agua me llegara a la cintura, me di la vuelta y caí de espaldas. El frío
me dejó sin aliento; el primer remojo es siempre el peor.
Los instructores utilizan el término “evolución” para describir una
tarea o ejercicio diferente en el entrenamiento. Una de las primeras
evoluciones que tuvimos que hacer en la Semana Infernal se llama-
ba acarreo de rocas. Esto era tan peligroso como aterrador. Remamos
Semana Infernal 61
nuestro bote de goma hacia un afloramiento de rocas enormes cuando
el oleaje estaba en su etapa más feroz.
Fue una noche sin luna. Todo lo que podía ver eran las luces quími-
cas verdes de nuestros chalecos salvavidas y los faros distantes de los
camiones de apoyo en la playa. Era difícil ver las olas, pero podíamos es-
cucharlas rompiendo estruendosamente a nuestro alrededor. Sabía que
eran grandes porque cuando se formaban, las luces de la playa desapa-
recían. Esperamos fuera de la zona de oleaje hasta que los instructores
dieron la señal para entrar.
La luz química roja se agitó; el juego comenzaba.
Nos rompimos el culo remando hacia las rocas. Una vez recorridos
treinta metros, supe que estábamos en la zona de impacto (tramo peli-
groso donde rompen las olas). Miré hacia atrás a una creciente pared de
tres metros de agua, y pensé: Oh mierda, nos va a aplastar. Agarramos
velocidad rápidamente a medida que avanzábamos frente a la ola. Remé
tan fuerte como pude, pero la nariz del bote se hundió y antes de darnos
cuenta, el bote se dio vuelta y salimos expulsados. Me agarré del remo,
cubrí mi rostro y me puse en posición fetal. La ola descendió como el
pistón de un motor y me mantuvo bajo el agua mientras me revolcaba
como una muñeca de trapo en una lavadora.
Cuando finalmente salí a la superficie, tomé una gran bocanada de
aire para aliviarme. Me tomó un segundo orientarme, pero cuando vi
las luces químicas en el bote, nadé en línea recta. Todos se apresuraron
a enderezar nuestra nave y los muchachos se agarraban por la parte
superior de sus chalecos salvavidas para subirse cuando una ola se es-
trelló detrás de nosotros. El agua blanca nos empujaba hacia adelante
a medida que remábamos, tratando de mantenernos en línea recta.. La
montamos y nos preparamos para el impacto mientras nos acercába-
mos a las rocas.
Al llegar, el timonel saltó con la amarra. Rápidamente salimos. Rá-
pido pero con cuidado porque si te caes entre el bote y las rocas cuando
una ola golpea, puede haber huesos rotos.
Después de llevar el bote por sobre las rocas, nuestra tripulación se
reunió en la playa, con la espalda recta, los ojos al frente y el bote sobre
nuestras cabezas. Las tripulaciones de los botes se formaban según al-
Semana Infernal 63
“Escucha, no digo esto para ser un idiota. No intento hacer que re-
nuncies; soy completamente honesto contigo. No te vas a graduar, no
les agradas a los instructores, no le agradas a la clase y no importa lo
que hagas, no te dejarán graduarte. Hablo en serio, te lo digo de hombre
a hombre, no como instructor en BUD/S. Creo que eres un chico duro,
pero debes irte, prepararte y regresar en dos años si realmente quieres
ser un SEAL porque no te graduarás con esta clase”.
Los instructores me habían pateado el trasero antes y habían inten-
tado que me rindiera muchas veces. Pero esto era diferente. Hablaba
en serio y me di cuenta de que no mentía. Significaba que estaba sopor-
tando todo este dolor y miseria sin motivo alguno. No había luz al final
del túnel. Ningún buen resultado. Esto me golpeó como una tonelada
de ladrillos.
Lo recibí y lo procesé.
Podía rendirme y regresar cuando me sanara o podía pasar por todo
este dolor por nada. Parecía una elección obvia, pero nunca quise hacer
lo que se suponía que debía hacer. Luego de oír esto, realmente no creía
que fuera a graduarme, pero tampoco iba a renunciar. Lo miré y le dije
con calma: “Va a tener que echarme porque no voy a renunciar”.
Esto no se debió a que fuera un tipo rudo; de hecho, todo lo con-
trario. Era un debilucho inseguro de setenta y dos kilos que había sido
acosado, avergonzado y humillado durante la mayor parte de su vida.
Simplemente no quería agregar el autodesprecio a la lista.
Cuando los tiempos eran duros en la Semana Infernal, los instructo-
res trataban de seducirte para que renuncies. Ofrecían chocolate calien-
te, mantas calientes y donas a cualquiera que hiciera sonar la campana.
Para renunciar al entrenamiento, debes tocar la campana tres veces,
lo que significa que has llegado a tu límite y no deseas continuar. Vi a
chicos en mejor forma que yo, que habían sufrido mucho menos, tocar
esa campana.
A veces veía a un tipo a mil metros y sabía que iba a renunciar. A los
chicos se les ponía la mirada brillante y sin emociones; las luces estaban
encendidas, pero no había nadie en casa. Cuando finalmente se iban,
era como si le hubieran arrancado el alma del cuerpo y solo el capara-
zón de un hombre caminara con dificultad por la playa. Otras veces, a
Semana Infernal 65
Me desperté inesperadamente con silbidos y disparos de
ametralladoras.
“¡A LAS OLAS!”, los instructores gritaban por megáfonos.
Traté de ponerme de pie, pero los flexores de mi cadera estaban tan
anudados que ni siquiera podía extender las piernas. Salí rodando del
catre hacia la arena, temporalmente paralizado en posición fetal. Me
levanté y cojeé hasta llegar a las olas preguntándome si en algún mo-
mento se me romperían los flexores de la cadera.
Cada doce horas había un chequeo médico. Los médicos exami-
naban las heridas de todos, pero era mal visto expresar verbalmente
cualquier cosa que no pusiera en peligro la vida. Si decías: “Me duele la
espalda”, entonces los médicos estaban obligados a hacer algo. Algunos
usaron eso como forma de salir del programa para evitar la humillación
de tocar la campana. Si podían articular una lesión en la columna o algo
grave, entonces el médico tendría que diagnosticar y tratarlo, lo que casi
siempre significaba que te sacaran de la Semana Infernal.
Estaba en mal estado, pero los antibióticos habían funcionado, toda-
vía escupía flema, pero mi dolor de garganta había desaparecido. Cada
vez que pasaba un chequeo médico, el Dr. Mosier parecía cada vez más
sorprendido. El miércoles me examinó personalmente.
“¿Cómo te sientes?”, preguntó, esperando que pudiera tomar el ca-
mino fácil.
“Me siento muy bien, es tan extraño. No tengo ningún dolor en ab-
soluto. Ese Motrin de verdad funciona, doctor”.
Esa fue la única vez que mentirle de frente a un oficial no terminaría
en un consejo de guerra. De hecho, se fomentaba ser deshonestos. El
Dr. Mosier sonrió, sabiendo que mentía hasta por los codos, y miró mi
expediente. Se agachó y me pellizcó la espinilla. Un dolor indescriptible
me atravesó toda la pierna. Empecé a sudar y las lágrimas brotaron de
mis ojos y corrieron por mi mejilla.
“¿Estás seguro?”, me preguntó. “Tu pierna se siente extremadamen-
te inflamada”. Puso su pulgar directamente sobre mi fractura y presio-
nó como si le estuvieran tomando las huellas digitales.
“¡Oorah! Solo está un poco blanda por golpearme con un tronco en
la Pista O”.
Semana Infernal 67
Veinticuatro horas después, me encontraba haciendo saltos morta-
les hacia atrás en el lodo espeso. Mis ojos ardían, mis oídos estaban
tapados y me ahogaba con el agua salada que había subido por mi nariz.
Me reía porque de alguna manera, habían descubierto una manera de
empeorar las cosas o hacerlas impresionantes, en realidad.
Me arrastré por los pozos de demolición por debajo del alambre de
púas. Cada corte, sarpullido, moretón y herida abierta de mi cuerpo se
quemaba por la pólvora y la mierda desagradable en ese lodo que te-
níamos que atravesar. Sin embargo, nada importaba porque sabía que
terminaría pronto.
Corrimos de regreso a la base, y el oficial al mando salió a informar-
nos que se había completado la Semana Infernal. Recuerdo haber esta-
do de pie con orgullo en la playa, esperando a que él se diera cuenta y me
reconociera. Tenía que recordarme. Empezamos con 119 muchachos y
solo quedábamos 17. Estaba seguro de que iba a conseguir al menos una
sonrisa o un asentimiento, tal vez un “felicitaciones” o “¡no puedo creer
que lo hayas logrado!”. Se dio vuelta y se alejó.
De todo el dolor que soporté y todo el infierno que me dieron los ins-
tructores, que el oficial al mando simplemente no me reconociera fue
lo que más me dolió. Había pizza y camisetas marrones para nosotros.
Me puse la camiseta, tambaleé hacia mi Jeep y conduje hasta mi hotel.
Había logrado lo inimaginable, pero sentía que a nadie le importaba.
Como ganar la lotería solo para descubrir que eres la última persona en
la tierra.
C
umplía diecinueve el día después de que se completara la
Semana Infernal y para mi cumpleaños mi padre me con-
siguió una habitación en el Hotel del Coronado para recu-
perarme. Estaba más que exhausto, pero no podía dormir
durante más de una hora o dos a la vez. Cada vez que me
despertaba, me sentía peor que antes. El dolor parecía aumentar y todo
se hinchaba más cada hora. Mis tobillos no querían doblarse y mis pies
parecían guantes de goma que habían sido inflados como globos. Casi
todas las uñas de mis pies se habían caído por la hinchazón y me dolían
tanto las espinillas que incluso la idea de tocarlas me hacía estreme-
cer. El SCIT en mis rodillas había pasado de pelotas de golf a huevos de
Pascua y mi tendinitis del extensor se había puesto tan fea que no podía
levantar el pie ni unos centímetros. Además de eso, no podía tomar más
Motrin para el dolor o la hinchazón porque me estaba formando un agu-
jero en el revestimiento del estómago.
69
Cuando me desperté de la segunda siesta, mi cuerpo se había inmo-
vilizado tanto que literalmente tenía que arrastrarme hasta el baño para
evitar orinarme porque caminar ya no era una opción. Mientras me
arrastraba, recordaba reírme engreídamente de uno de los miembros
del personal médico que me ofreció muletas después de que comple-
tamos la Semana Infernal. Si él tan solo pudiera verme ahora, pensaba.
El entrenamiento comenzó ese lunes por la mañana como siempre,
excepto que a la clase se le permitió caminar durante la semana en lugar
de correr. Algunos se recuperaron rápidamente, pero yo no. Estaba en
mala forma física, pero honestamente, estaba en peor forma mental.
Me he dado cuenta de que cuando trabajo muy duro en algo, me
siento melancólico al terminar. Puse todo lo que tenía para terminar la
Semana Infernal, y sigue siendo lo más difícil que he hecho en mi vida.
Tal vez sea porque esperaba sentirme más feliz o tal vez por los nive-
les hormonales suprimidos, pero realmente me sentía como la mierda.
En lugar de sentirme como si hubiera escalado una montaña, era más
como si me hubiera caído de una.
Hice tres semanas más de entrenamiento antes de la implosión. El
doctor Mosier era la única persona que conocía mis fracturas por fatiga.
Los instructores simplemente pensaban que era un imbécil malo para
correr, lo cual era cierto, pero tener las piernas fracturadas claramente
no ayudaba. Cojeaba, brincaba y galopaba para tratar de reducir la pre-
sión sobre mis tibias, pero el dolor era completamente debilitante. No
importaba qué tanto lo intentara, no podía completar la carrera crono-
metrada de seis kilómetros en menos de treinta y dos minutos.
Los instructores me enviaron al médico y me hicieron retroceder.
Me habían programado para continuar entrenando con la siguiente cla-
se en dos meses más, después de que terminaran la Semana Infernal y
se me asignó la tarea de vigilar el puesto de mando durante el día. Cuan-
do te asignan esto, se supone que no debes salir de la base durante las
veinticuatro horas completas del “día de servicio”. Sin embargo, tenía
guardia todos los días y vivía fuera de la base. Al pie de la letra de la ley,
no se me permitía ir a casa en absoluto, a pesar de que mis cosas, mi
ropa, mi cama y todo estuviera en el apartamento.
Esteroides de Tijuana 71
lones en la parte trasera de la farmacia para un tipo que apenas hablaba
inglés y al que no le importaban mucho las prácticas de esterilización
adecuadas. Limpió el sitio con alcohol, luego a mano abierta me dio una
palmada en el culo antes de pincharme con una aguja de calibre diecio-
cho y ensartarme dos cc de aceite por un total de 100 miligramos. Más
tarde descubrí que la enorme aguja tenía aproximadamente el doble del
tamaño que debía ser y que la dosis de Deca era absurdamente baja. Do-
sis pequeña o no, la mierda funcionó. Mi cuerpo finalmente comenzó a
recuperarse y luego de unos días se sintió mejor que en meses. Aumenté
mi ingesta calórica y comencé a levantar pesas.
La semana siguiente, volví a Tijuana y le pedí al tipo que me inyec-
tara 150 miligramos. Gané alrededor de cinco kilos. Era principalmente
agua, pero mis músculos se veían llenos y me estaba volviendo mucho
más fuerte. Mi actitud mejoró inmensamente y, por primera vez en mi
vida, realmente me veía como si estuviera en buena forma.
La tercera semana, me puse dos inyecciones de 100 miligramos, una
en cada nalga. La gente dice que su primer ciclo de esteroides es donde
se obtienen las mejores ganancias y eso claramente fue cierto para mí.
Hice la transición de todos los ejercicios de calistenia al levantamiento
de pesas, mis calorías diarias pasaron de déficit a exceso y pude descan-
sar bastante. Era el escenario perfecto y pasé de setenta y dos a setenta
y ocho kilos en tres semanas. Me veía y me sentía genial cuando los jefes
me dieron la noticia.
Se me pidió que me reportara a la isla de San Clemente para trabajar
como conserje mientras la clase 227 terminaba la Tercera Fase. La ira se
acumuló dentro de mí; quería romper todo en mi apartamento. Estaba
más enojado por eso que cuando me sacaron del entrenamiento. Las
hormonas juegan un papel importante en tu proceso de razonamiento y
mentalidad. El sobreentrenamiento reduce tus niveles de testosterona,
haciéndote más pasivo y más dispuesto a tolerar estupideces; es lo con-
trario a cuando estás tomando jugos.
No había forma de llevarme el Deca, así que mis niveles hormonales
inevitablemente colapsarían y mi primer ciclo de esteroides se arrui-
naría. Me habían sacado del programa y ahora estos idiotas me esta-
ban enviando a una isla yerma que ni siquiera tenía una sala de pesas.
ESTEROIDES
¡No tomes esteroides antes de que hayas dejado de crecer!
Los esteroides fusionarán tus placas epifisarias y atrofiarán
tu crecimiento. No vale la pena.
Si deseas tomar esteroides después de los veinte años,
hazlo correctamente. Hazte un análisis de sangre y establece
un nivel de testosterona de referencia. Si tienes niveles de
testosterona naturalmente bajos, pídele a tu médico que te
recete terapia de reemplazo de testosterona (TRT) junto con
Armidex para prevenir la aromatización (cuando la testoste-
rona en exceso se convierte en estrógeno). Si tus niveles de
testosterona son normales o altos, no recomendaría tomar es-
teroides porque posiblemente puede dañar irreparablemente
tu capacidad para producir testosterona.
Los esteroides pueden causar efectos secundarios, espe-
cialmente si usas dosis altas. La mayoría hará que tus niveles
de estrógeno aumenten drásticamente y tendrás que saber
qué buscar para determinar la cantidad de antiestrógenos
que debes tomar. El sudor nocturno, la retención de agua,
los cambios de humor y la sensibilidad en los pezones son
indicadores de que tus niveles de estrógeno son demasiado
altos. Tener tus hormonas elevadas o desequilibradas puede
causar acné, pérdida del cabello, agrandamiento de la prós-
tata e incluso puede hacer que a un hombre le crezcan senos
o que a una mujer le crezca barba. La caída después de dejar
de tomar esteroides también puede ser una mierda; muchas
personas pierden la mayor parte del músculo que consiguen,
y retroceder siempre apesta.
Esteroides de Tijuana 73
Si te importa un carajo y quieres una ventaja en el ren-
dimiento o tienes genes de mierda, entonces te recomenda-
ría investigar mucho antes de comenzar un ciclo. Siempre
es mejor cometer un error que hacer nada. El riesgo frente a
la recompensa de tomar dosis realmente altas rara vez vale
la pena.
El ciclo más pesado que hice fue:
• 100 mg de testosterona y 200 mg de Equipoise cada
tres días.
• 1 mg de Armidex cada tres días.
• 3 UI de HGH todos los días.
• 10 mg de Dianabol dos veces al día.
M
ientras estaba en la División X, recibí órdenes de ir
al USS Mount Vernon. Se suponía que debía estar en
muletas trabajando en un escritorio hasta que mis
piernas sanaran. En cambio, me dirigía hacia Oki-
nawa, para hacer guardia porque mi CO (oficial al
mando) era un idiota. Se negó a respetar las recomendaciones médicas
de que estuviera en muletas. En cambio, quería que confiara en un bas-
tón improvisado que hicieron como si fuera esa mierda de Pepe Grillo.
Después de tres semanas en el mar, nuestro barco llegó a Okinawa,
Japón. Tan pronto llegamos a puerto, solicité ver al dentista en la base
porque me estaban afectando las muelas del juicio. Realmente me im-
portaban una mierda mis dientes, pero era una condición médica inne-
gable que me pondría frente a un médico que no estaba en mi barco y
eso era todo lo que necesitaba.
“He tenido las piernas fracturadas durante seis meses y simple-
mente no se curan”, le dije al personal médico de la base. El médico
ordenó una gammagrafía ósea nuclear, donde se envían marcadores ra-
75
diactivos a través del torrente sanguíneo. Después de un par de horas,
los trazadores gravitan hacia los tejidos que están dañados y trabajan
para repararlos. También ayuda a revelar cuánto daño se ha hecho al
material óseo. El personal me dijo que regresara en dos horas para el
siguiente paso del examen donde verían a los trazadores en acción.
Esta era mi oportunidad. Cerré la puerta del edificio médico y eché
a correr. No iba a dejar que el CO de ese barco me jodiera ni un solo día
más. Se suponía que debía usar muletas y me aseguraría de que eso
sucediera incluso si tuviera que partirme las piernas por la mitad. Co-
rrí alrededor de la base durante casi las dos horas completas y el dolor
era tan fuerte como lo fue en BUD/S, así que sabía que todavía esta-
ban jodidas.
De regreso al hospital luego de mi pequeña excursión, el personal
me hizo una serie de preguntas.
“¿Cuánto dolor tienes?”.
“Es bastante malo, señor”.
“En los escáneres, tus tibias se iluminan como árboles de Navidad.
¿Qué hiciste en el tránsito hacia aquí?”.
“Mi oficial al mando me tenía de guardia en el puente de mando du-
rante turnos de ocho horas”.
“Tus expedientes médicos dicen que se supone que debes realizar
tareas limitadas con muletas”.
“Sí, señor, pero siempre sigo órdenes, señor. Pero sí me dieron un
bastón”.
Le conté todo. Todo excepto la media maratón que acababa de correr.
Llamó al CO del barco y se lo tragó a mordiscos, agregó unas referencias
de negligencia grave y luego me recomendó un retiro por causas médi-
cas de la Marina de los Estados Unidos. Estaba extasiado; ni siquiera
sabía que era una posibilidad.
Los retiros por causas médicas no ocurren de la noche a la maña-
na, no así el que yo me fuera de ese barco. Hice las maletas, me des-
pedí como es debido mandando a la mierda a algunos y me largué de
ese barco.
Me quedé en Okinawa durante cuatro meses dejando que mis pier-
nas se curaran y esperando los trámites de retiro. Pasé mi tiempo libre
E
staba listo para mi segundo intento en BUD/S.
Habían pasado más de ocho meses desde que comencé
el proceso de retiro de la Marina. Había llegado a los ochen-
ta kilos nadando, levantando pesas y tomando esteroides.
Después de cinco meses de no usar mis piernas, finalmente
estaba corriendo sin dolor. Entrenaba como un animal, monitoreaba fa-
náticamente mi dieta de cinco o seis comidas magras al día, no buscaba
coño ni bebía alcohol. Vivía como un monje. Un monje con una espina
en el ojo.
Al principio, la idea de salir del ejército sonaba como un regalo de
Dios, pero mi intento fallido en BUD/S me estaba devorando. Literal-
mente no tenía nada que hacer en mi vida y era todo en lo que podía
pensar. Durante mis entrenamientos, imaginaba el respeto que la gente
me daría si vieran un tridente SEAL en mi uniforme. Me imaginaba a
una chica preguntándome qué hacía para ganarme la vida y qué tan ge-
nial sería si no se lo contaba y ella luego se enterara. Pensaba que ser un
78
SEAL resolvería todos mis problemas. Cuando me alisté, realmente no
pensaba que pudiera lograrlo. Lo veía como un gol de último minuto; si
lo metía, iba a ser un héroe. Ahora las cosas eran diferentes. Sabía que
podía hacerlo y sabía que si no terminaba lo que había empezado me
perseguiría para siempre. Tenía que volver.
Cuando mi oficial al mando dijo que no aprobaría mi solicitud de re-
gresar a BUD/S, una vez más, no tenía nada que perder, así que solicité
hablar con el capitán Mast.
“Estás bajo comando de servicio limitado porque un panel de mé-
dicos navales altamente respetado determinó que estás permanente-
mente discapacitado hasta el punto de que no puedes realizar tus tareas
habituales. En este momento tienes programado recibir el alta médica
de la Marina y ¿deseas que apruebe tu solicitud para participar del en-
trenamiento SEAL? ¿Es esto una broma?”, preguntó el capitán.
Supuse que eran preguntas retóricas, así que, en una rara muestra
de buen juicio, mantuve la boca cerrada.
“Solicitud rechazada. ¡Fuera de mi oficina!”.
A mi padre no le sorprendió la reacción del oficial.
“Hijo, vas a retirarte por razones médicas. Eso es mejor que un des-
pido honorable. Recibirás dinero y beneficios por el resto de tu vida. Si
vas a BUD/S y no lo logras, estarás en otro barco durante dos años...
deberías retirarte”.
Aprecié su perspectiva, pero, por supuesto, su consejo me hizo que-
rer hacer lo contrario. Nada me inspiraba más que demostrarle a la gen-
te que estaba equivocada y la mejor forma de motivarme era decirme
que no podía o no debía hacer algo. Dicho esto, no tenía opciones y es-
taba desesperado. Odiaba pedirle a mi papá que usara sus conexiones,
pero no veía otra salida.
“Papá, probablemente tengas razón, pero tengo que hacer esto. ¿Po-
drías pedir un favor por mí?”.
A papá le fue bien.
“No sé qué tipo de mierda hiciste, suboficial Bilzerian”, gruñó mi
comandante. “Pero si terminas aquí porque renunciaste, voy a hacer de
tu vida un infierno”.
B
UD/S es uno de los pocos programas de entrenamiento
militar donde los oficiales y los alistados pasan por el en-
trenamiento uno al lado del otro. Esto creó una dinámica
interesante porque los instructores eran en su mayoría
chicos alistados y estaban dando órdenes y “golpeando” a
los oficiales. Oficiales que, un día, posiblemente podían estar a cargo de
su pelotón, equipo o toda su base en ese sentido. Los oficiales de la clase
solían ser los líderes de la tripulación de barco, los alistados tenían que
referirse a ellos como señor y no se permitía fraternizar.
Chris Regan era mi “compañero de natación”, la versión de la Mari-
na del “compañero de batalla” del Ejército. Significaba que cada vez que
tenía que ir a las olas o hacer cualquier cosa, Chris estaba ahí conmigo. A
los estudiantes nunca se les permitió ir a ningún lado sin un compañero
de natación, así que Chris y yo nos conocimos bastante rápido. Com-
partíamos un sentido del humor similar y yo respetaba que no fuera
un marica.
Ser empujado al límite mental y físicamente generalmente saca lo
peor de las personas, pero cuando las cosas se ponían mal, Chris no
vacilaba. Él normalmente estaba a mi lado para recibir palizas porque
81
yo tenía la tendencia a ponerme creativo con las reglas. Tomaba mis
remedios con una sonrisa y Chris también lo hacía; nunca se quejaba;
recibía las palizas como hombre.
CHRISREGAN
Ex SEAL de la Marina de
los EE. UU.
B
illy, Dale y yo estábamos de paseo. Había salido el sol, así
que bajé las ventanas y apagué el aire acondicionado. Está-
bamos en un tramo de la carretera costera junto a un acan-
tilado, aproximadamente a una hora al sur de la frontera
con México en un viaje rápido para reabastecer nuestro
inventario de esteroides.
Estaba empezando a darme cuenta de que muchos de los chicos que
estaban en BUD/S y en los equipos estaban tomando jugos. Dale había
hecho un par de contrabandos para nuestro grupo, pero sabíamos que
el entrenamiento iba a ser súper intenso y no podíamos ir todas las se-
manas. Así que decidí que todos debíamos contrabandear analmente
(por el culo) un par de botellas y ahorrarnos los constantes viajes. Este
era un gran riesgo porque si nos atrapaban, nos meterían a todos en una
prisión militar y nos echarían del programa. Pero el jugo valía la metida.
Dale era ex conductor de camión y modelo a tiempo parcial. Un no-
ruego alto, ruidoso y franco de cabello rubio y ojos azules que se parecía
a Ivan Drago de Rocky 4 pero con un brazo lleno de tatuajes que conti-
87
nuaban hasta su cuello. Billy era un ex infante de marina de más edad y
organizado. Era un gran hijo de puta nativo americano con apariencia
de cromañón, con una barbilla fuerte y que le gustaba andar aspirando.
Nuestros diversos atuendos y personalidades no podían haber sido más
diferentes, pero teníamos una cosa en común: Mierda que nos encanta-
ban los esteroides.
En este punto, estaba saliendo con una linda chica de la Marina del
tipo vecina de al lado que limpiaba mi apartamento, me compraba co-
mestibles y cocinaba mientras los chicos y yo veíamos películas. Era
una relación extraña porque, a pesar de algunos coqueteos ocasionales,
nunca nos acostamos. Si bien casi no follaba, todavía no quería acostar-
me con ella porque tenía alrededor de cinco kilos de sobrepeso. No estoy
seguro de por qué hacía todo esto; tal vez yo le agradaba o tal vez sim-
plemente le gustaba hacer cosas y pasar el rato. De cualquier manera,
ninguno de nosotros quería usar su vehículo para el viaje a México, así
que tomamos prestada su camioneta pero no dijimos para qué.
Un par de horas después, llegamos a una tienda veterinaria en En-
senada que vendía a los ganaderos locales los esteroides para su ganado
y caballos de carreras. Después de un intenso regateo y de fingir que
nos íbamos, me compré una botella de testosterona, algo de Winstrol y
Equipoise. Dale y Billy compraron sus cosas y nos dirigimos al camión
como niños con regalos de Navidad. Luego me detuve en una farmacia
donde compramos condones y lubricante. De camino a casa, nuestra úl-
tima parada fue un baño en un restaurante mexicano cerca de la fronte-
ra. Cada uno se apiñó en una caseta, cerramos la puerta y nos pusimos
manos a la obra.
“Mierda, esto duele”.
“Usa más lubricante”, aconsejó Dale.
“No hay forma de que esto me quepa en el culo”, respondió Billy.
“Deja de ser tan cobarde”, instruyó Dale.
Los neurocirujanos que operan a pacientes con ébola no se lavaban
las manos tanto como lo hicimos antes de salir del baño. Los tres sali-
mos sudorosos, culpables y con las piernas arqueadas. No estoy seguro
de si hubo alguien en el baño que nos escuchó o si las paredes eran
delgadas porque el restaurante se quedó en silencio y todos nos mira-
H
abía subido hasta ochenta y siete kilos cuando llegó la
primera fase. El músculo extra no me ayudó con casi
nada en BUD/S; era más un obstáculo, pero no me im-
portaba. Se sentía bien ser grande.
Mi experiencia era un total de ochenta y un kilos
desde la primera vez que llegué a BUD/S. Pasar por el entrenamiento
falto de preparación, asustado y fracturado fue una tortura absoluta.
Pero hizo que atravesarlo fuerte, seguro y sano pareciera un paseo por
el parque. “Planificación y preparación previenen el peor de los peores
desempeños”, era la forma militar tediosa de decir mi mantra: La vida
entera está en el montaje.
El tiempo libre había curado mis heridas, el entrenamiento y los
esteroides me habían hecho más fuerte y la dieta estricta me dejó los
músculos marcados. El sufrimiento y la persecución anteriores habían
convertido mi mente en una fortaleza impenetrable de confianza para
mandar a la mierda que declaraba: Tu boca se cansará de decirme qué
hacer antes de que mi cuerpo se canse de hacerlo.
El instructor McCleland me recordaba de antes y me apaleaba cada
vez que podía. Mientras estábamos en el aula, me hizo hacer sillas invi-
sibles mientras sostenía mis cantimploras al frente y flexiones verticales
91
contra la pared. Me reía y sonreía cuando las hacía y decía: “Oorah, ins-
tructor McCleland”. A los instructores les gustaba infundir miedo en los
estudiantes; les gustaba cuando seguíamos el juego. Así que cuanto más
le demostraba que no me importaba, menos disfrutaba él al hacerme no-
vatadas. Cuando me decía que fuera a las olas, yo sonreía y decía: “Oorah”
mientras salía corriendo del aula. Dejaba muy claro que felizmente haría
esa mierda todo el día, todos los días. Después de una hora, se rendía.
Había ganado esa batalla, pero ellos ganarían la guerra.
El OIC* de nuestra clase tenía una actitud diferente. Era un gran
marica, asustado de cometer errores, asustado de ser golpeado y asus-
tado de los instructores en general. Rotundamente le decía, Le dije sin
rodeos: “Nos van a apalear de todos modos, no importa lo bien que lo
hagamos, igual nos van a apalear”. Su objetivo en la primera fase es ha-
cer que los chicos renuncien.
ARIKBURKS
SEAL Retirado de la Marina de los EE. UU., Suboficial
Mayor, Ex Instructor de BUD/S
*Oficial a cargo.
Los instructores le decían al OIC que esa era la peor clase que habían
visto en su vida; yo fruncía el ceño porque solían decir la misma mierda
a mi última clase, pero se le apretaba el culo; entraba en pánico y nos
gritaba. El miedo engendra miedo y muy pronto todos los oficiales le
compraban sus estupideces. Simplemente bajaba la cabeza y me con-
centraba en pasar mis carreras, nados y pistas O, y continué sin darle
importancia a nuestro quejumbroso OIC, imaginando que un tipo tan
blando seguramente renunciaría de todos modos.
OIC blandengue 93
CAPÍTULO20
Incautación de
fondos fiduciarios
M
e sacaron de la clase durante la segunda semana de
la primera fase y me llevaron a una oficina con un
auditor judicial general.
“Suboficial Bilzerian”, comenzó el rígido auditor.
“La Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos y
el Departamento de Justicia están tratando de resolver la disputa de su
padre y liberarlo de custodia”.
A principios de ese año, mi padre volvió a enfadarse con los federa-
les y un juez de Washington lo declaró en desacato al tribunal. Al estilo
clásico bilzeriano, en lugar de mantener un bajo perfil después de su
primera acusación y sentencia de prisión, se había enfrentado al go-
bierno desde entonces. El juez decidió darle una lección a papá y enviar-
lo a la cárcel hasta que “purgara” el desacato entregando documentos
y pagando su multa. Entre las horas intensamente largas de entrena-
miento SEAL combinadas con mis rarezas familiares habituales, no me
comunicaba mucho con mamá y papá durante ese tiempo. Ni siquiera
sabía que él había estado en la cárcel durante los primeros seis meses
porque mis padres “no querían preocuparme”.
94
Mientras estuvo fuera, el FBI allanó nuestra casa e incluso revisó
nuestros botes de basura. Se llevaron todos los archivos y computado-
ras que tenía. Los federales querían que él demostrara que no tenía di-
nero escondido en cuentas en el extranjero, pero es difícil demostrar
que no tienes algo, especialmente cuando todos tus documentos están
guardados en una instalación de almacenamiento de pruebas del FBI.
Mientras tanto, papá estaba viviendo lo que los reclusos desde hacía
mucho tiempo llamaban “terapia diésel”. El juez había ordenado que los
buses lo llevaran por todo el estado de una prisión de máxima seguridad
a otra en un intento de que reventara. Fue un castigo terrible, pero si el
juez hubiese sabido algo sobre mi padre, habría sabido que cuanto más
lo pateabas cuando estaba en el suelo, más lo motivarías a pelear.
Habían estado negociando con mi madre, que consistía principal-
mente en amenazas: “¡Te enviaremos a la cárcel junto con tu esposo!”.
Mamá acordó renunciar a la casa de Tampa, vender algunas acciones y
entregar algo de efectivo. Pero antes de abrir la puerta de la celda a papá,
tenían un pedido más. Se lo lanzaron como si nada. Una especie de “oh
sí, por cierto...”.
Querían un tercio del fondo fiduciario que se había fijado para mí y
mi hermano Adam.
En un momento, ese fondo valía alrededor de 96 millones de dóla-
res. Pero el gobierno se apoderó de más de la mitad durante la primera
pelea de papá. Las acciones habían caído drásticamente en el ínterin
cuando arrojaron todas las acciones incautadas al mercado abierto.
Cuando estaba sentado en la oficina del auditor ese día, el fondo valía
un poco menos de 10 millones.
“Firma esto”, dijo el auditor, “y tu papá será liberado en breve. Tu
familia ha luchado con esto colgando sobre sus cabezas durante más de
una década. Haz esto y tu mamá finalmente podrá dormir tranquila”.
Garabateé mi nombre en la línea del papel. Adam obtuvo el 33 por
ciento, yo el 33 por ciento y el tío Sam se fue con el otro 33. Después de
estar encerrado durante más de un año, mi padre caminó hacia la bri-
llante luz del sol de Florida como un hombre libre.
Papá se había enojado tanto porque yo había aceptado el acuerdo que
se negó a hablar conmigo durante meses. Estaba genuinamente con-
vencido de que no había hecho nada malo y que su condena fue por mo-
SCOTTROHLEDER
Contador, CPA
T
al como aprendí a adaptarme al cambiar de escuela y em-
pezar de nuevo, esta segunda oportunidad en BUD/S iba
mucho mejor. La capacidad de aprender es mucho más va-
liosa a largo plazo que el talento natural.
La Primera Fase finalmente había terminado, y cam-
biamos nuestras cantimploras y cinturones tácticos por grandes bo-
tellas de Gatorade y tablas de buceo. La Segunda Fase, conocida como
Fase de Inmersión, era un gran paso; también era un territorio desco-
nocido para mí. La competencia en la piscina es donde los instructores
realmente prueban qué tan cómodo te sientes en el agua y es una de las
cosas más aterradoras que puede enfrentar un aprendiz. Si alguien se
quedaba sin aire y se apresuraba hacia la superficie, los instructores lo
agarraban para arrastrarlo hacia el fondo. Esto no era por ser imbéciles:
Si un aprendiz inhalaba de su tanque en el fondo, se asustaba y no exha-
laba de vuelta hacia arriba, sus pulmones podían estallar.
Yo era bueno en el agua pero terrible para contener la respiración.
Se supone que los instructores deben dejar que los aprendices respi-
99
ren profundamente antes de simular un golpe de olas (ser aplastado
por una ola enorme). Pensaba que me iban a joder porque yo había sido
presumido con ellos, así que nunca exhalaba del todo. Efectivamente,
justo cuando exhalé, el instructor arrancó mi fuente de aire y comenzó
a revolcarme. Otro instructor me arranco la máscara e hizo nudos en
mis mangueras de buceo. Ya me sentía sin aire, pero traté de mante-
ner la calma y seguir el protocolo. Justo cuando estaba seguro de que se
acercaba la oscuridad, desenredé el último nudo y aspiré con gratitud el
aire del tanque. El aire era como tantas cosas en la vida; no lo aprecias
hasta que lo pierdes.
Pasar la competencia en la piscina fue un gran hito. Era práctica-
mente lo único por lo que un estudiante podía ser expulsado de BUD/S
después de terminar la Semana Infernal.
La Tercera Fase fue la Guerra Terrestre; que consistía en navegación
terrestre y entrenamiento en armas/explosivos. Los instructores nos
subían a los autobuses e íbamos a las montañas durante una semana
a la vez para aprender a navegar por varios terrenos usando un mapa
topográfico y una brújula. Patrullábamos de noche y nos turnábamos
para hacer guardia mientras dormíamos en el bosque. No había duchas,
así que después de cinco o seis días, regresábamos a casa oliendo bas-
tante fétidos.
Antes de graduarse de BUD/S, los estudiantes tenían que ir a La
Roca. Tres semanas completas en la isla de San Clemente, sin días li-
bres. Solo explosivos, simulacros de fuego real, demolición bajo el agua
y mucho entrenamiento físico. La inspección de nuestro equipo al llegar
a la isla era rutinaria, así que no me atreví a traer mi suministro de este-
roides. Tenía suficiente jugo en mi cuerpo para la primera semana, pero
sabía que colapsaría en la segunda semana, disminuyendo rápidamente
a los niveles prepúberes de testosterona.
Después de la inspección, tuvimos que hacer doce dominadas a peso
muerto con diez kilos de equipo encima para evitar mojarnos y ensu-
ciarnos antes de la cena. Comimos, guardamos nuestro equipo en el
cuartel y fuimos al aula por instrucciones.
Los instructores proyectaron un documental de National Geogra-
phic sobre las aguas alrededor de la isla San Clemente que sirven como
F
ui a la base a la mañana siguiente para reunirme con mi
nueva clase. Fue vergonzoso retroceder una fase, pero mis
nuevos compañeros de clase me encontraron útil porque
podía decirles qué esperar.
El OIC de la clase 239 de BUD/S era un grandulón; pesa-
ba alrededor de ciento diez kilos y tenía cuerpo parecido al de un apoya-
dor de fútbol americano. Le costaba pasar sus carreras cronometradas
por lo grande que era, de modo que estaba acostumbrado a recibir gol-
pes, al igual que la clase. Esto era música para mis oídos. Era un cambio
rotundo de la clase 238. Esta clase no se quejaba y se reían cuando los
instructores nos enviaban a las olas. Tenían una actitud completamente
diferente y la diferencia era nuestro líder.
Me llevaba bien con todos en la clase y me sentía bien, como si fi-
nalmente fuera parte de un equipo. Entonces, cuando uno de los chicos
sufrió hipotermia durante nuestro nado en el océano de cinco y media
millas náuticas necesitó un compañero de nado para ir con él, me ofrecí
como voluntario para nadar de nuevo. Y durante la navegación terres-
tre, cuando terminaba temprano, regresaba para ayudar a algunos de
los más débiles.
104
Las cosas iban bien con la clase pero no con los instructores. Sabía
que estaban tratando de encontrar una manera de hacerme caer cuando
recibí un aviso de infracción de seguridad por cagar en el bosque a dos
metros de mi equipo, en lugar de un metro. Era claro que los instructo-
res estaban tratando de joderme por cualquier cosa que pudieran, pero
fue difícil porque después de entrenar tanto, era bueno en casi todo.
El día anterior teníamos programado ir a La Isla, uno de los instruc-
tores me llevó a la oficina y dijo que me iban a retirar del entrenamiento.
No tenían ninguna infracción de seguridad real, yo había pasado todo,
así que simplemente decidieron hacerme la “caída administrativa”. Mi
OIC y mi LPO (oficial de prevención de pérdidas) fueron a respaldarme,
pero a los instructores no les importó; habían escuchado lo suficiente de
mi OIC anterior y decidieron que yo no encajaba bien.
Había molestado a mi OIC anterior, y rápidamente puso al resto de
los oficiales en mi contra. Los instructores lo siguieron. El oficial a car-
go tiene mucho poder y dicta cómo piensa el grupo. Los SEAL no son
los vaqueros tipo John Rambo que retratan las películas. Los tipos que
quieren no son los que toman riesgos de pensamiento libre; quieren
chicos que sigan órdenes. Es mentalidad de manada. Si hay un tipo que
no besa traseros o no se relaciona bien con el líder, todos se irán contra
él. No les gustan los atípicos y he visto que les pasa a algunos tipos sóli-
dos como David Goggins y Jesse Ventura.
Estaba enojado; acababa de hacer un año entero de BUD/S sin des-
canso. Pero estos hijos de puta me habían aserrado el piso tantas veces
que ni siquiera me sorprendió en este punto. La cagué. Honestamente
pensé que si pasaba todas mis evoluciones y no me rendía, tenían que
dejar que me graduara. No pensé que los instructores tuvieran tanto
poder como ellos y estaba equivocado. Esta vez fui arrogante, pero creí
que verían esto como mi padre y respetarían la falta de miedo.
Pensaba que iría a la universidad, me divertiría y finalmente me fo-
llaría a algunas chicas. Podía soportar una cantidad infinita de dolor,
pero no estaba hecho para recibir órdenes, y no era el mejor siguiendo
reglas. Era un líder, no un seguidor. No me iba bien besando traseros, y
estaba listo para salir del ejército y comenzar una nueva aventura.
D
espués de cuatro años, fui dado de baja honorablemente
de la Marina de los Estados Unidos en el aniversario del
día en que me uní, el 29 de abril de 2003.
Me aceptaron en la Universidad de Florida, mientras
que mi hermano Adam iba a la Universidad del Sur de
Florida, ubicada en Tampa. Él vivía en casa y trabajaba medio tiempo en
el concesionario de automóviles de Ernie. Pasaba su tiempo libre jugan-
do golf en el club de campo y timando a los amigos de papá en partidas
de póquer. Trabajaba duro estudiando, esforzándose para transferirse
a una buena escuela en dos años. Adam no salía mucho con chicas, y su
única actividad social real era su membresía en la fraternidad Pi Ka-
ppa Alpha.
Yo tenía un BMW, dinero ahorrado de mi tiempo en el ejército y che-
ques mensuales por discapacidad de la VA (Administración de Veteranos).
Obtienes un puntaje porcentual al momento del alta por las lesiones su-
fridas durante el servicio activo y después de 510 días de BUD/S, mi his-
torial médico era bastante grande. La administración me calificó con un
107
60 por ciento de discapacidad, lo que significaba que recibiría el 60 por
ciento de mi sueldo militar y atención médica gratuita de por vida. Tam-
bién esperaba que cualquier día llegara mi dinero de la ley GI, lo que sig-
nificaba que recibiría casi cinco mil dólares al mes libres de impuestos.
Adam se enteró de todo mi dinero extra y decidió que yo debía apren-
der a jugar póquer, principalmente para poder separarme de mi dinero en
efectivo. Durante todo el verano, teníamos batallas de Texas Hold 'Em en la
mesa de la cocina. Mis pérdidas tuvieron un lado positivo porque Adam me
apresuró a que me convirtiera en PIKE (hermano de la fraternidad PKA)
en la USF (Universidad del Sur de Florida) para poder ir al campus de la
UF (Universidad de Florida) en el otoño como hermano y no lidiar con el
reclutamiento y las novatadas. Sentía que había pagado tanto en el entre-
namiento SEAL que si un chico de diecinueve años me quería hacer una
iniciación, podría haberlo matado, así que estaba haciendo lo correcto.
Todos los PIKE eran deportistas y cabezas huecas, así que encajé
perfectamente. Mi primer semestre, obtuve una calificación GPA de 4,0
y me follé a trece chicas guapas, que era más que toda mi vida combina-
da antes de la universidad. Estaba en una forma increíble, tenía dinero,
era popular y me estaba follando a chicas superguapas. Finalmente, era
mi momento.
H
acia el final de mi primer año de universidad, comencé
a jugar cada vez más al póquer en línea. Un par de mis
hermanos de fraternidad solían jugar de diez a dieci-
séis horas seguidas en la casa de la fraternidad. Yo los
miraba y me dejaban jugar en sus cuentas hasta que
mi personalidad adictiva dio paso a una verdadera adicción al juego.
El póquer era una emoción como nunca antes había experimentado e
incluso cuando no estaba jugando, estaba pensando en él.
Descargué Party Poker y pronto comencé a saltarme comidas, el
gimnasio y las clases. En cambio, me unía a mis hermanos en su ma-
ratón de sesiones de póquer y jugaba el juego local con entrada de 200
dólares con Rounders en repetición en el reproductor de DVD de fondo.
Tenía un compañero de cuarto que era tan adicto como yo, pero con
un estilo diferente. Yo tenía un estilo súper agresivo que, si se jugaba
con disciplina, podía generar mucho dinero, pero con un par de pasos
en falso también podía provocar grandes pérdidas. Él, por otro lado, era
un jugador muy estricto y disciplinado que siempre mantenía un equi-
librio en sus cuentas de póquer en línea.
Vivir con él hizo que fuera prácticamente imposible dejar de jugar
póquer. Llegaba a casa después de una noche de bebida y jugar siempre
112
parecía una buena idea, pero nunca lo fue. El póquer requiere paciencia,
por lo que no es de extrañar que un borracho que tomaba esteroides y
tenía TDA no fuera una fórmula ganadora. Sabía que esto sucedería, así
que retiraba mi dinero antes del fin de semana. El problema era que
él siempre tenía dinero en su cuenta y yo sabía que lo único que tenía
que hacer era patear su puerta y obligarlo a transferirme dinero. No
importa cuántas veces le decía que no le pagaría si alguna vez me volvía
a transferir dinero, de todos modos le haría el cheque por la mañana,
sabiendo que él realmente no tenía otra opción.
Todo se derrumbó a la mitad de mi segundo año; estaba en banca-
rrota y endeudado. Préstamo impago de mi BMW, préstamos estudian-
tiles al máximo, ahorros agotados y debía dinero. Incluso mi propia fa-
milia, desde papá hasta Adam, fue lo suficientemente inteligente como
para no ayudarme. Yo era un total degenerado y había pasado de tener
más dinero del que podía gastar en la universidad a no tener nada.
Reuní 750 dólares para una última oportunidad de ganar vendiendo
dos pistolas y una escopeta en Craigslist, luego llevé ese dinero a un bar-
co de apuestas en San Petersburgo. Si perdía en ese barco, ni siquiera
tendría dinero para la gasolina para volver a la escuela.
Jugué el juego de 200 dólares hasta que tuve 1500 dólares. Luego
jugué el juego con entrada de 500 dólares durante seis días seguidos,
y solo me detuve a dormir hasta que llegué a los diez mil. Fácilmente
estaba superando a los chicos en el bote y pensé que estaba listo, así
que compré un boleto de ida a Las Vegas para tener una oportunidad, al
igual que Matt Damon en Rounders.
En el Bellagio, jugué todos los días durante dieciséis horas al día. Mi
banda sonora era “Get Rich or Die Tryin’” de 50 Cent y fantaseaba con
tener suficiente dinero para decirles a todos que se fueran a la mier-
da. Quería libertad financiera. Quería “dinero para mandar a todos a la
mierda”.
Ahora había Internet, así que después de una búsqueda rápida en
Google, otros jugadores de Las Vegas asumieron que tenía el respal-
do financiero de mi padre, lo cual no era cierto, pero me apoyé en esa
percepción. Jugué súper agresivo y los jugadores me igualaban con casi
nada solo porque estaban frustrados. Aposté, aposté y aposté hasta que
Bancarrota 113
encontré resistencia. Rara vez blufeaba en grande, pero era capaz de
hacerlo, por lo que me pagaban en lugares que nadie más conseguía.
Esta imprevisibilidad hacía que fuera mucho más difícil jugar contra mí
y despistaba a los jugadores en su juego.
Comenzando con ese bote en San Petersburgo, había jugado todos
los días durante un mes, dieciséis horas al día, y había ganado 187 000
dólares. Fui a la caja principal y cambié mis fichas restantes por dine-
ro en efectivo. En ese momento la victoria se volvió real; era la mayor
cantidad de dinero que había visto en mi vida y me sentía increíble al
saber que era todo mío. Me dio confianza y la capacidad de hacer lo que
quería. Ya no tenía que responder a nadie. Todo el estrés por pagar mis
facturas y deudas desapareció. Se sentía como libertad en un maletín.
Ganar era como una droga, pero el efecto duraba más y era más adicti-
vo. Quería más.
L
levé mi maletín lleno de efectivo directamente al concesio-
nario de Range Rover.
Había fantaseado con pagar un auto todo en efectivo des-
de que vi a 50 Cent hacerlo en Get Rich or Die Tryin.’ En la
película, va al concesionario y el tipo no lo toma en serio, por
lo que luego regresa con una mochila llena de efectivo y se la arroja al
vendedor de autos antes de sacar su auto nuevo del estacionamiento. Tal
vez fueron los esnobs en mi club de campo cuando era más joven, o tal
vez fueron todas las personas en mi vida que me dijeron no, pero nada
parecía más atractivo que alardear y ver las expresiones de asombro en
sus rostros. Nada de eso sucedió en el concesionario, pero fue divertido
representar esas situaciones en mi cabeza. Cambié mi BMW más cuaren-
ta mil en efectivo por el mejor Range Rover usado que podía pagar.
115
Me había dado cuenta de que los jugadores estaban más dispuestos
a apostar conmigo cuando tenía un montón de dinero sobre la mesa.
Vi el valor de que me percibieran como rico. Así que comprar el Range
Rover no fue un gasto totalmente imprudente, pero incluso si lo era, no
me importaba. Quería presentar una imagen de ser lo más rico posible
a la comunidad de jugadores y el Range Rover era el automóvil perfecto
porque, en ese momento, era el SUV más caro que existía.
Era un hombre nuevo que ya no tenía que derribar puertas borra-
cho para pedir un préstamo. Acababa de descubrir una nueva discipli-
na, desarrollada en mi mes intensivo de juego en las mesas de póquer.
Descubrí cuándo frenar y ser paciente, lo que arruinó a todos mis viejos
oponentes en línea. Tenían notas sobre mí que decían “siempre blufea,
nunca te rindas ante él” y así sucesivamente. Me pagaron en todas mis
manos grandes y terminé ganando 87 000 dólares en una semana con
solo jugar un juego de entrada máxima de 1000 dólares. Por esa época,
Chris Moneymaker ganó la Serie Mundial de Póquer en ESPN y convir-
tió veinticinco dólares en millones de dólares. Eso fue lo mejor que le
sucedió al póquer, ya que atrajo a toneladas de novatos, y así, el póquer
se convirtió en la nueva fiebre del oro.
Pasaba los fines de semana en Las Vegas, las Bahamas, Mónaco, don-
dequiera que hubiera un evento de gira de póquer. Todos los demás in-
tentaban hacerse famosos por ser el mejor jugador de póquer; querían
ganar torneos y coleccionar brazaletes brillantes. Yo hice exactamente
lo contrario. Nunca jugué en los torneos reales. Busqué juegos de dinero
en efectivo. Mi objetivo era que me percibieran como un jugador rico y
malo para poder participar en juegos privados con otros jugadores ricos
y malos, y ganarles mucho dinero.
En un juego de Bellagio 25/50, donde me estaba divirtiendo y jugan-
do relajado, conocí a Nick Cassavetes, el tipo que dirigió The Notebook.
Y probablemente porque pensó que yo era un jugador torpe, me invitó a
jugar en su casa privada en Hollywood Hills. Porsches, Ferraris y Range
Rovers se alineaban en la calle y no había ningún jugador profesional
en el lugar.
Era un juego de efectivo de 50/100 con una entrada mínima de diez
mil dólares. Jugué muchas manos y mostré mis cartas si había tomado
S
e sintió bien decirle a mi profesor que se fuera a la mier-
da. Siempre quise hacer eso desde que era un niño. Mien-
tras conducía de regreso a mi apartamento, no pude evitar
sonreír. Por primera vez en mi vida, no tenía obligaciones ni
nadie a quien responder. Era libre.
Recorrer los juegos privados en la ciudad de Nueva York, Las Vegas,
y Los Ángeles era más lucrativo de lo que pensaba. Mis padres no po-
dían decir una mierda sobre mi abandono porque yo estaba ganando
mucho dinero. Papá seguía diciéndome que tomara el dinero y huyera,
pero ese era su estilo como saqueador corporativo, no el mío.
Eddie Ting dirigía un juego privado en Nueva York con empresarios
súper ricos y el profesional ocasional del que tomaba una parte. Algu-
nas noches, ganaba una comisión (tomando un porcentaje de la mesa
de la casa en cada mano) de más de cien mil dólares del juego. Pero no
importaba; los jugadores eran tan malos que podía superar la comisión
fácilmente. Yo casi siempre ganaba. Eddie vio todos los ángulos y supo
que yo tenía habilidad, pero a los aficionados les agradaba, y yo reaccio-
naba bien, así que lo dejó pasar. Los chicos de Nueva York tenían mucho
dinero y les gustaba presionar, así que tuve que jugar más fuerte ahí.
120
Los juegos de Las Vegas solían ser más pequeños y era difícil participar
en ellos porque en el momento en que entraba una ballena (un jugador rico y
malo), de inmediato se construía un juego a su alrededor. Le daba 100 dólares
a la gente de la sala por conseguirme un lugar, les daba 500 dólares para que
me avisaran que había entrado un jugador malo y les daba una propina de
hasta cinco mil dólares por hacerme un favor. Los empleados del casino se
volvieron como mi familia y yo siempre me encargaba de mi familia.
Conocí a Tom Goldstein en la sala de póquer del Bellagio. La gen-
te estaba viendo el juego y hablando de lo jodidamente maniático que
era. Cuando me acerqué, él había estado jugando sin mirar sus cartas
durante dos horas seguidas. De vez en cuando, en el turn o en el river,
miraba y luego blufeaba a lo grande.
A
lquilé una casa en Hollywood Hills y un Ferrari F430 por
45 000 dólares al mes para darle una oportunidad a la es-
cena de Los Ángeles y estaba pagando todo con el juego
en casa de Nick Cassavetes. La gente veía la casa y el auto,
y eso reforzó la imagen de niño del fondo fiduciario que
estaba construyendo. También participé en el ahora famoso “juego de
Molly”, que estaba repleto de celebridades o empresarios súper ricos
y absolutamente ningún profesional. Me ganaba la vida jugando estas
partidas, pero no ganaba torneos ni jugaba bien, así que nadie me con-
sideraba un profesional. Pensaban que yo era solo un niño mimado que
vivía del dinero que presumiblemente mi padre estaba escondiendo en
el extranjero. Aunque reconocía que tenía un fondo fiduciario, nunca
hablé de cuánto valía realmente o de que no tendría acceso a él hasta que
cumpliera treinta y cinco años.
Recientemente hicieron una película sobre el juego de Molly y no es-
toy seguro de que le hayan hecho justicia. Entré en una suite de 6000 dó-
lares la noche en el Four Seasons en Beverly Hills que tenía todo tipo de
bebidas alcohólicas, puros y comidas que pudieras desear. Las mejores
modelos de agencias se escabullían con vestidos de cóctel reveladores, y
la entrada mínima era de 50 000 dólares sin máximo.
124
Molly era una completa timadora. Fría y calculada, veía todos las
ángulos. Tenía un coeficiente intelectual de genio y podía captar bien el
ambiente. En dos partidas, se dio cuenta de que yo era un buen jugador.
Increíble, considerando que ni siquiera estaba jugando al póquer. La
veía sonreír y coquetear con los tipos, convenciéndoles de que tenían
una oportunidad, pero todo era negocio. Usaba a las chicas como peones
y rápidamente acumuló secretos de la mayoría de los tipos, una herra-
mienta útil si decidían que no querían cubrir sus pérdidas. Su objetivo
era el mismo que el mío: ganar la mayor cantidad de dinero posible por
cualquier medio necesario.
MOLLYBLOOM
Autora de Molly’s Game
E
staba apostando en Las Vegas cuando recibí una llamada de
mis hermanos de la fraternidad que querían reunirse en
Lake Tahoe para hacer snowboard. Reservé un vuelo y cua-
tro horas después estábamos tomando unas cervezas en un
casino de Tahoe.
Conocí a una chica sorprendentemente guapa en una telesilla, y salí
esa noche con ella y un grupo de sus amigos. Yo acababa de ganar 40 000
dólares apostando y estaba de buen humor, comprando bebidas para
todos en el bar. Más tarde, en su dormitorio, fue mi típico revolcón. Nos
besamos durante unos veinte segundos mientras nos quitamos la ropa,
ella me la chupó durante un minuto o dos y luego empezamos a follar.
Después de unos minutos, recordé por qué odio beber. Mi verga se esta-
ba volviendo más inútil a cada segundo.
“Dame unos diez minutos”, le dije. “Solo necesito un poco de agua y
algo de comer y te cogeré como debe ser”.
Comí un poco de pan y una banana y tragué una jarra de agua. Sabía
que si no me cogía bien a esta chica, mi ego no me dejaría dormir. Fumé
un poco de hierba y me metí en la ducha. Para cuando volví a la habita-
ción ella estaba medio dormida, así que le abofetee la cara con la verga
un par de veces. Ella se rio y el sexo fue genial. Me duché de nuevo, bebí
126
más agua, comí otra banana, fumé más y volví a cogerla hasta que salió
el sol.
¿Moraleja de la historia? El alcohol te mata la verga. Los carbohidra-
tos, el potasio y la hidratación son importantes y la marihuana es vital.
No dormí; regresé y pasé ese último día en Tahoe montando duro
por la montaña. Cuando llegué a mi habitación de hotel, estaba exhausto
y no me sentía bien, así que me acosté. No podía dormir y una vez que
comencé a vomitar, pensé que tenía mal de altura. No había agua en la
habitación, así que sorbí del fregadero porque sabía que si me deshidra-
taba, las cosas solo empeorarían. Luego comencé a cagar, que fue más
como mear por el culo. Pasé toda la noche vomitando y no dormí.
Al día siguiente, tomé un autobús hasta el aeropuerto de Reno y vo-
mité en el baño repetidamente. No podía retener los líquidos. Me sentía
débil y supe que necesitaba una vía intravenosa, así que le pedí al encar-
gado del control de equipaje que buscara un médico.
“Si te doy una vía intravenosa”, dijo el técnico de emergencias médi-
cas, “no puedo dejarte volar”.
Lo debatimos hasta que prometí que cancelaría mi vuelo, regresa-
ría al hotel y descansaría. Tan pronto como deslizó la intravenosa en la
bolsa de basura y se fue, corrí hacia la puerta de salida para tomar un
vuelo a Las Vegas.
En el Bellagio, todavía me sentía como la mierda, pero las mesas
de póquer estaban ubicadas entre el valet y el ascensor, así que nunca
llegué a mi habitación. Jugué toda la noche y había subido unos veinte
de los grandes cuando unos amigos de póquer dijeron que se habían
metido mucha droga y que iban a conocer a unas strippers. Aspiré un
poco de coca en el Maserati de camino al club.
Realmente nunca me gustó esnifar; pero siempre sonaba como una
buena idea, aunque nunca lo era. Me gusta comer, hacer ejercicio, coger
y dormir, y la coca arruina todas esas cosas. Pierdo el apetito y la coca es
un vasoconstrictor que altera el flujo sanguíneo y, por lo tanto, reduce el
oxígeno a los músculos. Te mantiene despierto toda la noche y también
dificulta que se te ponga dura la verga, lo que para un adicto al sexo como
yo es un factor decisivo. Honestamente, en mi opinión, es la peor droga y
también es una mierda para las chicas. No se callan una puta vez.
Infarto 127
No me gustan las strippers ni las prostitutas, pero en ocasiones he
tenido un momento de debilidad. Esta noche fue una de esas veces.
Vi a una stripper con un traje de colegiala y soy un fanático de las
faldas cortas, así que la llamé.
“¿Te gustaría un baile?”.
“No me gustan los bailes eróticos incómodos”, dije. “Pero te daré 500
dólares por chuparme la verga”.
“No soy una prostituta”.
“No dije que lo fueras. Simplemente no quiero un baile erótico”.
“Entonces, ¿por qué estás en un club de striptease?”.
“Estaba apostando y mis amigos me arrastraron hasta aquí”.
Ella sonrió y me miró a los ojos, que, dado mi actual régimen de
drogas, probablemente parecían platillos. La chica era sexy, pero lo más
importante, pensé que sus tetas eran reales.
“Bueno, cuando estás en Roma…”, ella insinuó.
“Simplemente no veo el sentido de los bailes de regazo”.
“Entonces, ¿qué vas a hacer contigo mismo?”.
“Más drogas y con suerte conseguir una mamada”.
La chica me preguntó si tenía éxtasis. Sonreí y disimuladamente le
di una antes de dirigirme al baño para esnifar más. Me sorprendió gra-
tamente encontrarla todavía sentada allí cuando regresé.
Estaba bloqueado por la coca y quería hablar, así que hice una rutina
experto del ligue que leí en el libro The Game y fue bien recibida. Luego
tomé su mano y la puse en mi verga. No la quitó, lo cual era una buena
señal. La frotó un poco y, sorprendentemente, dada la cantidad de dro-
gas que había tomado, mi pene cobró vida. Ella comenzó a bailarme y
la detuve. “Mira, no estoy tratando de tener las bolas azules. ¿Qué es lo
que quieres hacer?”.
“Dame treinta minutos. Tengo que cobrar y cambiarme”.
“Por favor, no te cambies”.
Mi amigo me ofreció Viagra mientras esperaba a que ella terminara.
Nunca había tomado uno antes, pero no había dormido en días, estaba
enfermo, deshidratado y con éxtasis y coca. Necesitaba la ayuda. Unos
minutos después, no pasaba nada, así que le pedí otra al chico.
“De ninguna manera, has tomado mucho”.
Infarto 129
Debería haber llamado al 911 y conseguir una ambulancia, pero pen-
sé que sería más rápido tomar un taxi a la sala de emergencias, ya que
estaba a solo diez minutos. Eso fue un error porque terminé atrapado
en la sala de espera durante una hora antes de ver a un médico. La chica
del mostrador no se conmovió por mis síntomas ni por mi soborno de
10 000 dólares para conseguir un médico de inmediato.
Después de lo que pareció una eternidad, me ingresaron. Una enfer-
mera verificó mis signos vitales y regresó rápidamente con un médico.
“Está sufriendo un infarto”, dijo el médico con una voz sorprenden-
temente tranquila.
“¿Qué diablos es un infarto?”, le pregunté.
“Estás teniendo un ataque cardíaco”, dijo el médico mientras me
aplicaba parches de nitroglicerina en el brazo y el pecho.
Nadine y yo.
Infarto 131
“Sí, ¿qué estabas haciendo?”, chilló Nadine.
“¿Eso es mucho? Nunca había tomado antes”.
“Esa es una cantidad increíble”, respondió el médico. “Una dosis
normal es de veinticinco a cincuenta miligramos”.
Esto fue mucho que asimilar. Estaba sentado en mi cama de hospi-
tal con todos preocupados y molestos, y me desconecté un poco. Había
sometido mi cuerpo a tanto infierno en el entrenamiento de la marina
que legítimamente pensé que era inquebrantable. Me quedé despier-
to durante cinco días sin dormir, así que pensé que esto no sería gran
cosa, pero no tomé en cuenta las drogas. En ese momento, pensé que
era la cocaína y el Viagra, pero solo años después me di cuenta de que
era el esteroide para caballos, Equipoise, que estaba tomando. Eso, jun-
to con mi apnea del sueño, había elevado mis niveles de hematocrito
peligrosamente altos, esencialmente espesando mi sangre hasta que
parecía barro.
La noche siguiente, después de que mis padres regresaron a su ho-
tel, tuve un segundo ataque cardíaco. Pedí ver a mi médico, pero era tar-
de y la mayoría del personal se había ido a casa por la noche, por lo que
dijeron que tendría que esperar hasta la mañana. Me faltaba el aliento,
pero pude llamar a mi padre y le rogué que bajara y armara escándalo.
Papá vino y sacó de la cama al perezoso médico de guardia y, efectiva-
mente, yo estaba teniendo un intenso ataque cardíaco... otra vez. Me
administraron más nitroglicerina y morfina.
Al día siguiente, los médicos me hicieron una incisión en la parte
interna del muslo y me realizaron una angiografía para observar mi
corazón. Los resultados indicaron que no tenía ningún daño o bloqueo
duradero. Lo atribuyeron a una combinación de estrés, viajes, enferme-
dad, deshidratación y falta de sueño. Y muchas drogas.
ALANWATTS
Infarto 133
CAPÍTULO29
Sin
remordimientos
C
uando era niño, el primer concierto al que fui fue de Paula
Abdul. Mi segundo concierto fue veinte años después para-
do en el escenario viendo a Metallica después de follarme a
una chica en el tráiler del bajista.
System of a Down se había separado debido a “diferen-
cias creativas”, sea lo que sea que eso signifique. El cantante principal se
fue y comenzó su propia banda. El guitarrista y mi amigo baterista John
Dolmayan hicieron lo mismo y comenzaron su propia banda llamada
Scars on Broadway. John me invitó a ver su primer gran show cuando
abrieron para Metallica en Tucson.
En la zona de recepción de equipajes del aeropuerto de Phoenix, vi
una mujer alta súper guapa de ojos azules. con aspecto de modelo. Am-
bos habíamos volado en el mismo vuelo desde Cabo.
“¿Quieres ver a Metallica mañana?”, le pregunté. “Mi amigo abrirá
para ellos”.
Un par de horas más tarde, me envió un mensaje de texto para en-
contrarnos esa noche.
134
¿Dónde me quedaría yo?, preguntó ella.
Puedes quedarte conmigo si quieres.
No voy a tener sexo contigo.
¿Quién dijo algo sobre sexo?, le respondí por mensaje de texto.
Simplemente no quiero que te enfades.
Podrías ser un bicho raro. No le prometo sexo a una chica que acabo
de conocer en un aeropuerto.
John y yo fuimos a un club de striptease turbio donde el dueño hizo
que tener un músico famoso en casa era la gran cosa. Trató de darnos la
bienvenida, pero la pizza era mediocre y las bailarinas estaban bastante
agotadas. Después de un par de horas de beber, John discutió con una hie-
na que parecía rabiosa, pero tenía grandes tetas y después de ocho whisky
sour, supongo que eso es lo único que importaba.
La chica del aeropuerto y yo fuimos a mi habitación, donde se puso
un camisón semi transparente. Debido a los mensajes de texto, ni si-
quiera consideré intentar besarla, pero no soy un gran fanático del jue-
go largo, así que dije que se joda. Se metió en la cama y la puse encima
de mí. Nos besamos, pero cuando fui a bajar los tirantes de su camisón,
me detuvo. Así que me levanté de la cama, fui al baño y tomé una pastilla
para dormir.
“¿Estás molesto?”, me preguntó.
“No. Todo bien, vamos a dormir un poco”.
No lo dije de una manera maliciosa ya que no estaba enojado ni des-
animado. Solo estaba irritado porque mi instinto me decía que espera-
ra hasta que “fuera idea suya”. Ciertamente no iba a quejarme, seguir
intentándolo y seguir siendo rechazado como la mayoría de los tipos.
Cuanto más te rechaza una chica, más bajo se vuelve tu valor percibido
a sus ojos. Es como cuando te quedas atascado en el todoterreno: cuanto
más gires las llantas, más difícil será salir.
Al día siguiente, nos reunimos con John y nos dirigimos al lugar don-
de nos asignaron un carrito de golf para recorrer los enormes terrenos
del festival. Teníamos todos los pases de acceso, por lo que podíamos ir
a cualquier lugar que quisiéramos. Mi chica y yo comenzamos a beber
en el momento en que llegamos.
JOHNDOLMAYAN
Baterista de System of a Down
E
n 2009, me mudé a un penthouse en Panorama Towers
para poder vivir en Las Vegas a tiempo completo. Estaba
cerca del Bellagio y Aria, así que tenía acceso a los juegos las
24 horas del día y, como resultado, jugaba mucho al póquer.
Me entrené en gimnasios MMA famosos mundialmente y
me metí en Muay Thai, boxeo y jujitsu. Me encantó la ciudad, pero no
puedo decir lo mismo de las mujeres.
Las mujeres en Las Vegas están pulidas como una encimera de már-
mol. Sus cuerpos, sí, son suaves como la porcelana. Pero su mentalidad
también es fría y dura. En la universidad, socializar era un juego com-
pletamente diferente. Las chicas eran jóvenes e inocentes y solo estaban
interesadas en divertirse. En la Ciudad del Pecado, eran depredadoras
financieras mejoradas quirúrgicamente y empapadas de actitud.
En Las Vegas, o estás estafando o te están estafando.
Las mujeres siempre tenían alguna historia triste o cuentas impa-
gas mientras secretamente robaban efectivo de cuatro tipos diferentes.
Si una chica te dice que quiere pasar el rato pero que tiene que trabajar
porque necesita ganar dinero, entonces te está incentivando con una re-
compensa. Quiere que muerdas el anzuelo y digas: “No vayas a trabajar
esta noche, te daré algo de dinero”.
141
El dinero no era un problema; simplemente me negaba a establecer
un marco en el que alguien me extorsione para pasar el rato.
Una noche en un club de striptease, a una stripper se le ocurrió el
timo habitual y quería que yo comprara bailes eróticos. Lo entiendo. Ese
es su trabajo y habíamos entrado en su lugar de trabajo. Así que traté de
pensar en una forma en que ambos pudiéramos salir felices. Ella trató
de emborracharme y se jactó de su propia destreza complaciéndome.
“Te pagaré 1000 dólares si puedes tomar un trago por minuto du-
rante diez minutos y no vomitar durante una hora”, la desafié.
Ella aceptó la apuesta y maldita sea si esa perra no lo hacía. Ni siquie-
ra se levantó para orinar. Quedé impresionado y le pagué los mil dólares.
Ella pidió que la llevara a mi casa, pero fue tan descuidada que no
quería tener nada que ver con ella. La metí en un taxi, le di al conductor
cien dólares y le dije que se asegurara de que llegara a casa sana y salva.
Todo había sido entretenido y ese era el objetivo, pero me hizo pen-
sar. ¿Podría ofrecerle esto a las chicas de Las Vegas que intentaban ti-
marme con la rutina de “págame para tomarme la noche libre del tra-
bajo”? Diez tragos era demasiado, pero ¿y si lo reduzco a la mitad? Le
aposté a un par de meseras de cócteles y lo hicieron con facilidad, pero
aún así fue mejor que una cita típica.
Le había estado pagando a las personas para que hicieran tonterías
desde la universidad, pero lo interesante de este desafío era la simpli-
cidad y la sutil complejidad de lo que lograba. A la timadora se le paga
para entretenerte y eso demuestra que no te importa el dinero. También
la desafía a probarse a sí misma. Si le hubieras dado dinero a cambio
de nada, serías un tonto. Si eso sucede, no puedes escapar de esa desig-
nación. El objetivo número uno de un estafador es cobrarle impuestos
al tonto.
Sin embargo, lo más importante de todo es esto: Cuando se trata del
montaje, siempre es mejor conservar tu activo más valioso: el tiempo.
Uno de mis pocos arrepentimientos en la vida es el tiempo que perdí
hablando y saliendo con chicas. Pero ese es el precio que pago por ser
un adicto al sexo al que no le gustan las prostitutas. Siempre envidié
a los tipos que amaban a las prostitutas y les gustaba cogerse a chicas
que no gustaban de ellos. Hace la vida MUCHO más fácil: La chica reci-
D
espués de unos meses viviendo en Las Vegas, me propu-
sieron unirme a un sitio en línea llamado Victory Poker.
Un tipo llamado Dan Fleyshman era el fundador y me
ofreció acciones sin inversión. Contrató modelos súper
guapas para organizar eventos divertidos que involu-
craban carreras de autos, vacaciones tropicales o explotar vehículos en
el desierto.
Todos los profesionales de Victory Poker vivían en Panorama, que
se había convertido en una casa de fraternidad. Nos veíamos en el gim-
nasio de la planta baja durante el día y por lo general había algún tipo
de remate de fiesta por la noche. Siempre podías drogarte, meterte en
el ascensor, entrar por la puerta de tu amigo y jugar Call of Duty. Tam-
bién había un grupo de strippers y servidoras de cócteles que vivían allí.
Tantas, de hecho, que cuando llegabas tarde por la noche, existía una
posibilidad razonable de que te llevaras a casa a una chica guapa del
valet o del vestíbulo.
Antonio Esfandiari, un famoso profesional del póquer, y yo chocá-
bamos como los alfas del grupo. Le gustaba castigar a sus amigos pre-
sionándolos para que hicieran apuestas de utilería en las que él pro-
ponía algo y apostaba por ello. Por ejemplo: “Apuesto a que no puedes
145
llegar a menos del 10 % de grasa corporal en 6 meses” o “Apuesto a que
no puedes comer comida de McDonald's por el valor de 1000 dólares en
48 horas”. Incluso tenía un programa de televisión llamado I Bet You
basado en este tipo exacto de cosas.
Él tenía un gran ego por su dinero y su fama, así que tenía que con-
trolarlo de vez en cuando con mi honestidad típica. Reconocí abierta-
mente que no me agradaba y, curiosamente, creo que él lo apreció.
Antonio tenía un entrenador físico llamado All-American Dave. Era
un tipo limpio y apuesto con moral, así que nada de esteroides. Entre-
namos juntos en Panorama y él nos acompañaba cuando viajábamos.
Siempre le hablaba mierda sobre su cliente Antonio y debatíamos sobre
por qué debería/no debería empezar a tomar jugos.
“Mira su físico. Es absolutamente patético”, dije.
“No ha sido muy dedicado últimamente y estoy trabajando para au-
mentar su ingesta calórica”.
“Todavía tiene barriga y brazos delgados. ¿Qué le estás dando, donas
y leche de soya?”.
“No necesita esteroides”, respondió Dave.
“Su genética es terrible; parece un etíope gordo”.
A pesar de tener un cuerpo que se parecía al Grinch, Antonio tenía
muchas chicas y yo lo respetaba por eso. Organizaba fiestas en su apar-
tamento con un chef profesional y realizaba ilusiones y trucos de magia
legítimamente impresionantes. Él era el punto focal. Antonio entendía
el montaje y lo aprovechaba, manejando bien su fama y su personali-
dad. Tenía mucho prestigio en el mundo del póquer y se metía en los
buenos juegos porque los malos jugadores querían decir que se habían
sentado con Antonio Esfandiari.
Mi vecino Ernie me abrió los ojos desde el principio al poder del di-
nero y a tener la confianza para vivir incondicionalmente. No escondía
a sus mujeres y eso funcionaba a su favor. Competían por su atención.
Las experiencias universitarias demostraron el poder de tener una bue-
na proporción de mujeres, el impacto de los celos y el valor de un buen
montaje. Las Vegas me enseñó a aprovechar el dinero y el estatus sin
alardear abiertamente. Y Antonio me dio una idea del poder de la fama
y de cómo reaccionaba la gente a eso.
Antonio 147
CAPÍTULO32
Jessa
J
essa Hinton era una hermosa rubia de ojos azules parecida a
Jessica Rabbit de un metro setenta y cinco, cincuenta y dos kilos
y tetas DD.
Conocí a Jessa a finales de 2009 cuando ella trabajaba
como comentarista del primer torneo de póquer de Victory.
Su inteligencia e ingenio eran obvios mientras presentaba el programa
sin esfuerzo.
El equipo de Victory se dirigía a una pista de carreras que habíamos
alquilado por el día y le pedí a Fleyshman que la pusiera en mi camione-
ta. Ella me mostró un meme en el automóvil; me reí y le dije que me lo
enviara por mensaje de texto. Realmente no quería el meme, pero que-
ría su número de teléfono. Estábamos a sesenta centímetros de distan-
cia el uno del otro enviando mensajes de texto en lugar de hablar como
chicos de la Generación Z. Después de que me envió un par de fotos de
modelaje, le respondí con una foto de mí desnudo.
Lamentablemente, mi carrera como modelo no ha despegado como
esperaba, le dije por mensaje de texto queriendo ir al grano. Fue un mo-
vimiento agresivo, no uno que yo recomendaría, pero funcionó. Me la
cogí en el baño de mi apartamento más tarde esa noche mientras su
mejor amiga preparaba bebidas en la cocina.
148
Después de pasar por la mitad de las modelos de Victory, terminé
saliendo con Jessa exclusivamente. No quería que me gustara. En el fon-
do sabía que eventualmente se convertiría en una pesadilla. Pero nos
llevamos muy bien y el sexo era fenomenal. Recitábamos los diálogos de
Step Brothers, Bridesmaids y Dumb and Dumber de memoria. Todo era
genial al principio.
Jessa era una maravilla. Ella entraba en una habitación y todos la
miraban fijamente. Recibía mucha atención y le encantaba. Salir con
ella era divertido, hasta que empezó a beber, entonces se convertía en
un desastre. Todas las señales de advertencia estaban allí, brillando ante
mi rostro. Pero me gustaba mucho pasar el rato con ella y teníamos sexo
tres o cuatro veces al día. No me cansaba. Probablemente fue entonces
cuando comencé a referirme en broma a mí mismo como un adicto al
sexo. Y hay una verdad a medias en toda broma.
Sin embargo, Jessa era leal. Una noche en Las Vegas, empaqué mi
Range Rover con un par de armas y un chaleco antibalas. Un mecánico
de cartas (falsificador de cartas que se especializa en juegos de manos
y manipulación de cartas) me había estafado en Los Ángeles por 50 000
Jessa.
Jessa 149
dólares en fichas del Bellagio y yo tenía la intención de recuperar mi
dinero. Decidí conducir para que no quedaran registros de vuelo si las
cosas salían mal. Le dije a Jessa que debería quedarse en casa porque no
tenía idea de cómo iba a resultar esto, pero ella insistió en venir.
El mecánico era un viejo blanco aparentemente inofensivo y fuera
de forma, pero su compañero era un tipo negro de casi dos metros, con
físico de apoyador. Ofrecí comprar las fichas en efectivo con un peque-
ño descuento y estuvieron de acuerdo. Mi plan era entregar un bloque
de billetes de un dólar envueltos en ambos lados con billetes de cien
dólares a cambio de las fichas. Llevé un par de matones en un vehículo
separado en caso de que los estafadores tuvieran refuerzos.
Me encontré con el tipo negro en Beverly Hills. Antes de que pudié-
ramos hacer el intercambio, vio a mis matones e inmediatamente salió
corriendo. Corrí tras él por Rodeo Drive y mis matones me siguieron
en su vehículo. Era casi medianoche, así que las calles estaban vacías,
pero se encontró con algunos trabajadores de la construcción haciendo
un trabajo nocturno y les gritó que llamaran a la policía. Probablemente
debería haberme ido, pero el orgullo es algo poderoso y no podía sopor-
tar que este tipo se saliera con la suya de robarme.
Yo mismo llamé al 911 y le dije al despacho que este hijo de puta me
había robado 50 000 dólares y que lo estaba persiguiendo activamente
por Rodeo Drive. Llegó la policía, pero nada tenía sentido. Su versión
era que yo, junto con mis compañeros, estábamos tratando de robarle.
Mi versión era que me había robado las fichas y yo solo estaba tratando
de recuperarlas.
“El casino puede verificar que tengo historial de juego con esas fi-
chas”, ofrecí.
Jessa se bajó del Range Rover y corroboró mi historia. Tenía más
sentido. Quiero decir, ¿qué es más probable, yo persiguiendo al azar a
un tipo negro enorme de ciento quince kilos por Beverly Hills tratando
de robarle o que él haya robado mis dos fichas de 25 000 dólares y se es-
tuviese escapando? Estaba en la recta final hasta que uno de los policías
me pidió ver mi teléfono. El oficial vio un montón llamadas perdidas
y revisó mis mensajes. Había varios mensajes de voz de mis matones
Jessa 151
Creo que lo heredé de mi padre porque él era un gran fanático del
control. Esa fue la razón principal por la que mi padre quería tanto
el dinero. Nunca se trató de comprar cosas; era porque le gustaba el
poder y el control que le daba. Bueno, no hay nada que te haga sentir
menos poderoso que estar enamorado de alguien en quien no confías
completamente, especialmente una chica que recibe, y disfruta de, tan-
ta atención.
Ella era muy independiente y no quería tener que depender de mí
para subsistir porque tenía problemas similares y no confiaba plena-
mente en mí. Sin embargo, para demostrar su devoción, se tatuó mi
nombre. Dos veces. Un Dan encima de la vagina con un corazón y otro
Dan en la oreja.
Fuimos a las Bahamas para el torneo de póquer de la PCA a principios
de enero de 2011. Como de costumbre, no estaba jugando el torneo, sino
participando en las jugosas partidas en efectivo que se realizaban en la
periferia. Uno de esos juegos era organizado por Eddie Ting en un gran
yate que alquiló y atracó junto el casino. Solo había un asiento disponible,
así que Andrew Robl, un profesional de Victory Poker y yo acordamos
compartirlo, turnándonos para jugar y dividir las ganancias o pérdidas.
ANDREWROBL
Jugador de Póquer de Alto Riesgo
Jessa 153
que me ganó otros 100 000 dólares y realmente me puso al límite. Esta-
ba furioso y perdí otros 400 000 dólares antes de finalmente renunciar.
Cuando terminó, había perdido más de medio millón de dólares.
Era lo máximo que había perdido en un juego de póquer y representaba
aproximadamente el 20 por ciento de todos mis fondos. Pasé de ganar
el juego y sentirme bien a perder y sentir que me habían pateado en
el estómago.
Al día siguiente, me desperté esperando que fuera solo una pesadi-
lla, pero sabía que no lo era. Ni siquiera quería levantarme de la cama.
Jessa no entendía el juego y no sabía cómo se sentía perder. Tampoco
tuve el corazón para decirle cuánto significaba esa suma de dinero para
mí en ese momento.
Cuando iba mal, odiaba el juego, lo detestaba absolutamente.
Jessa recibió una llamada telefónica de su agente con una oferta para
la filmación de un comercial de televisión de un día en Las Vegas. La
paga era de 800 dólares y tenía que regresar a Las Vegas en menos de
veinticuatro horas. Ella aceptó el trabajo y me informó que el vuelo cos-
taba 850 dólares y necesitaba que yo lo pagara.
“¡Estoy pagando más por el vuelo de lo que vas a ganar en el traba-
jo!”, grité. Sentí que me estaba abandonando justo después de perderlo
todo. “Después de esto, estás por tu cuenta. Trabaja donde quieras y
paga tus propias cosas”.
Cuando volví a Las Vegas, terminé la relación en mi mente y no me
sentía muy bien con la vida en general. Me sentía como la mierda por
mi colapso en las Bahamas, pero el lado positivo fue que Eddie lo vio y
me invitó a su juego en la ciudad de Nueva York. La primera noche gané
325 000 dólares.
Es difícil para una persona normal entender los cambios emocio-
nales que genera perder y ganar esa cantidad de dinero. Jugar al límite
de tus fondos puede volverte loco. Es por eso que la mayoría de los pro-
fesionales nunca se harán ricos; no pueden manejar el estrés mental
y tienen miedo de aprovechar la oportunidad. Pero como dijo Wayne
Gretzky: “Fallas el 100 por ciento de los tiros que no haces”, o como dije
yo con menos elocuencia: “No te harás rico apostando como una perra”.
Jessa 155
Para ella, modelar era una oportunidad para hacerse famosa y obte-
ner mayores oportunidades. Le gustaba el servicio de cóctel porque era
la forma más rápida de ganar un buen dinero y ese efectivo le permitiría
independencia y seguridad si rompíamos, lo que, en su defensa, podría
suceder en cualquier momento porque nuestra relación se estaba vol-
viendo bastante volátil.
Ella se convirtió en Playmate y su edición de Playboy salió en julio
de 2011, cuando eso era un buen paso profesional para una modelo. Co-
menzó a recibir mucha atención y las cosas cambiaron. Las celebrida-
des comenzaron a llamarla y tipos ricos se ofrecían a pagarle 5000 dóla-
res para tomar un café con ellos. Sus redes sociales estaban explotando
y recuerdo que se jactaba de tener cien mil seguidores en Instagram.
Después de tratar de aguantarlo por un tiempo, llegué a la conclu-
sión de que no quería salir con una chica del servicio de cóctel. Le dije
que la apoyaría si quería iniciar un negocio, pero yo no iba a seguir por
ese camino. Aceptó iniciar una empresa de fabricación de bikinis y yo
le conseguí un Lexus a nombre de la empresa para que lo condujera,
además de algunos miles al mes para gastos.
Teníamos semanas de normalidad y luego nos metíamos en peleas
locas. Tenía muchas ganas de mudarse a Los Ángeles para modelar.
Odiaba la idea. No me gustaba la gente, no me gustaba la escena y no
quería tener una relación a distancia. Habíamos llegado a una encru-
cijada. Yo estaba ganando cientos de miles en una noche, y que ella es-
perara que desarraigara mi vida para apoyar su carrera como modelo
fue una bofetada para mí. Cuanto más dinero ganaba, menos tonterías
toleraría. Ganar me volvía arrogante y perder me enojaba. Esta combi-
nación no se prestaba para resolver pacíficamente los desacuerdos.
Jessa y yo peleábamos y rompíamos con frecuencia, principalmente
debido a su problema con la bebida. Ella bebía después de prometerme
que no lo haría, así que yo rompía con ella y me cogía a otras chicas para
desquitarme. Luego venía a “buscar sus cosas”, lo que siempre termina-
ba en seducirme. Teníamos sexo increíble toda la noche y nos despertá-
bamos felices como recién casados, agradecidos de estar libres del dolor
de la ruptura.
Jessa 157
CAPÍTULO33
Ford contra Ferrari
T
om Goldstein, mi loco abogado fanfarrón, me envió un
mensaje de texto diciendo que compró un nuevo Ferrari
458. El precio de lista era alrededor de un cuarto de mi-
llón de dólares, pero debido a la disponibilidad, no se podía
conseguir uno por menos de 350 000 dólares. Según los ar-
tículos en línea, era más rápido que incluso el Ferrari Enzo de un millón
de dólares. Estaba celoso, así que hice lo que hace la mayoría de la gente
celosa hace. Hablé mierda.
“Volaré tus puertas en mi AC Cobra del 65”, le dije.
En la universidad, quería un vehículo divertido para acompañar al
Range Rover. No podía permitirme responsablemente un Ferrari nuevo,
así que me conformé con un vehículo clásico. Me imaginé que algo como
Eleanor, el Ford GT500 de Gone in Sixty Seconds, o un Chevy SS sería
genial y reforzaría mi imagen de hombre rico. Empecé a buscar y me
encontré con un Shelby Cobra; parecía algo que conduciría James Bond.
Los Shelby Cobra originales de 1965 fueron diseñados por el legen-
dario Carroll Shelby y eran monstruos. También valían millones de dó-
lares. O había réplicas baratas de fibra de vidrio que se podían comprar
por 30 000 dólares. Pero a finales de los noventa, Shelby American rehí-
zo el clásico en una producción limitada que llamaron CSX. Compraron
158
el chasis rodante de una empresa con sede en Utah llamada Kirkham y
estaban impecables.
Encontré uno con 700 caballos de fuerza y menos de mil seiscientos
kilómetros. El automóvil solo pesaba 975 kilos, por lo que era un cohete
absoluto. No tenía jaulas, zonas de contracción ni bolsas de aire, por lo
que era súper peligroso, pero no me importaba; se veía asombroso. El
cuerpo de aluminio pulido estaba impecable. Brillaba como el cromo y
tenía dos rayas de carrera satinadas mate en el medio. Estaba en lis-
ta por 150 000 dólares de un vendedor en Laguna California. No cabía
duda. Ese era el vehículo. Puse algo de dinero en efectivo en una mochila
y volé al día siguiente.
V
iernes negro. 15 de abril de 2011.
El día en que el Departamento de Justicia de Estados
Unidos cerró el póquer en línea en Estados Unidos. Pro-
hibieron efectivamente el juego, incautaron los activos de
todos y, en general, arruinaron la vida de los jugadores.
Tenía amigos millonarios que me rogaban vender su dinero en línea por
centavos de dólar solo veinticuatro horas más tarde. Los juegos privados
sufrieron cuando los jugadores se convirtieron en riesgos crediticios.
El juego de Molly se vino abajo cuando Tobey Maguire se cansó de
que ella ganara tanto dinero en propinas y la echó de la ciudad. También
para complicar las cosas, Bradley Ruderman fue arrestado por operar
un esquema Ponzi. Les había robado a sus inversores y perdido más de
cinco millones de sus dólares en el juego de Molly. En 2011, los federales
y las víctimas intentaron recuperar el dinero demandando a todos los
que habían ganado dinero de Bradley. Demandaron a Tobey Maguire,
Nick Cassavetes, Rick Salomon y a mí.
Yo acababa de cumplir los treinta y el último año había sido uno de
los peores momentos para mí en el póquer. Me habían engañado, esta-
fado, demandado y excluido de los juegos.
164
Nick dijo que, si pagaba las demandas de Ruderman que ambos
enfrentamos, entonces me dejaría volver a su juego. Querían de Nick
73 000 dólares y de mí 100 000 dólares. Nick ya no me dejaba jugar
porque yo había dicho en una entrevista con la revista Star que Tobey
Maguire jugaba como una perra estrecha. Estaba muy mal visto hablar
con revistas de chismes y mencionar cualquier cosa sobre celebridades,
pero yo era nuevo en esto y no lo sabía.
Nick y yo habríamos sido absueltos si hubiéramos peleado agresi-
vamente. Pero pelear requería abogados y los abogados cuestan dinero.
No había ventajas en ir a juicio, así que resolví ambas demandas por al-
rededor de 75 000 dólares en total, lo cual fue una apuesta: estaba apos-
tando a que podría ganar más en casa de Nick.
El juego de Nick tenía una alineación de ensueño: el tipo dueño de
los jeans 7 for All Mankind, el director de The Hangover Todd Phillips,
Tobey Maguire, Owen Wilson y más. Gané 85 000 dólares en mi pri-
mer juego de regreso, por lo que pagar la demanda resultó ser la deci-
sión correcta.
P
oco después de mudarme a Las Vegas, me di cuenta de
que los promotores corta-coitos eran los más grandes de
la ciudad.
Los promotores llevaban chicas a las mesas de sus clien-
tes y las presentaban mientras hablaban mierda en secreto.
Los promotores no querían que sus clientes follaran, solo llevaban a las
chicas a beber champán. Los clubes pagaban a los promotores el 10 por
ciento de lo que gastaba su cliente, por lo que el objetivo era aumentar
la cuenta. Las camareras obtenían el 18 por ciento a través de la propina
automática, por lo que su objetivo era el mismo, pero su timo era dife-
rente. Las camareras estaban entrenadas para coquetear con el clien-
te, vender botellas y pedir bebidas. Luego llevaban las copas llenas de
champán al baño, las tiraban y lo repetían. Todo era un timo diseñado
para ordeñar al tonto todo lo que pudieran.
Esto fue en 2011, antes del auge de las redes sociales, los papacitos y
Only Fans. Antes, cuando las chicas guapas iban a los clubes nocturnos.
Quería echarme un polvo, pero me negaba a participar en esta estafa,
166
así que encontré una manera de eludir las tonterías. Los promotores
estaban en quiebra perpetua y lo único que les importaba más que el
sexo era el dinero. Así que hice un trato con ellos en el que yo pagaría
1000 dólares por cada chica que me presentaran a quien eventualmente
me follaría. Pero no podían ser prostitutas y los promotores no podían
pagarles a las mujeres. Incluso ofrecí un bono de 5000 dólares si termi-
naba saliendo en serio con la chica. Esto cambió la narrativa. Ahora el
promotor tenía un interés consolidado en hablar conmigo en lugar de
hacer lo contrario.
Un promotor de Las Vegas alineó a algunas chicas y yo alquilé un
Hawker 800 para llevarnos a San Diego a una fiesta. La fiesta era en una
mansión en Hillside Drive, una de las calles más caras de San Diego.
Entramos por una puerta de hierro de sesenta centímetros de espesor
que se abría a una piscina infinita y una vista espectacular del Océano
Pacífico. La terraza de la piscina estaba al borde de un acantilado que
contaba con una vista de 270 grados de todo, desde la ciudad hasta el
valle y la costa.
La mansión de tres pisos tenía paredes curvas de vidrio en cada ha-
bitación. La habitación principal tenía un armario de dos pisos con ma-
dera exótica y una vista panorámica del océano y la costa. Pero estaba
prácticamente vacía. Apenas tenía muebles ni decoración alguna.
El propietario era un tipo con aspecto de club de campo un poco
fuera de forma llamado Charles. Llevaba zapatos náuticos sin calcetines
y una camiseta de polo. Estaba cargado, pero se enorgullecía de ser aho-
rrativo, siempre buscando alternativas y obteniendo un buen trato. Yo
era todo lo contrario. Me jactaba de lo que gastaba y quería que la gente
pensara que pagué más de lo que pagué.
“No me creerías si te dijera lo que pago por alquilar este lugar”, dijo.
Bromeó antes de revelar finalmente que el alquiler era de solo seis
mil dólares al mes. Había estado buscando bienes raíces en San Diego y
sabía que eso era absurdo. El lugar debería haber costado entre 80 000
y 100 000 dólares al mes. Estaba completamente confundido. No tenía
ningún sentido, pero tampoco pensé que estuviera mintiendo, así que
seguí preguntándole por la historia hasta que finalmente soltó la lengua.
D
ave Navarro le envió un mensaje de texto a Jessa con una
foto desnudo con una erección. Nuestra relación inter-
mitente nunca había sido saludable, pero las celebrida-
des realmente comenzaron a perseguirla una vez que se
convirtió en Playmate.
Jessa y yo habíamos roto técnicamente una semana antes, pero se-
guíamos hablando. Me envió un mensaje de texto por la tarde diciéndo-
me que me extrañaba y me preguntó si podía venir más tarde. Acepté,
lo que generalmente significaba que nuestra ruptura terminaría y vol-
veríamos a estar juntos. Mientras tanto, ella había hecho planes para
reunirse con un cantante por el que nos habíamos metido en una dis-
cusión anteriormente cuando él trató de seducirla mientras estábamos
juntos. Ella dijo que iría a un concierto y que vendría después, pero no
mencionó que era su concierto. Un rato después, envió otro mensaje de
Te extraño. Respondí: Yo también te extraño, ven.
Una hora más tarde, alrededor de las diez, envió una selfie besando
al cantante principal mientras me mostraba el dedo del medio y luego
apagó su teléfono. Estaba sentado en mi apartamento, lívido, volvién-
dome loco pensando en ella cogiendo con ese idiota delgado. Alrededor
170
de la medianoche, volvió a encender su teléfono y me pidió venir. Estaba
enojado, pero mi adicción al sexo era más fuerte que mi ego, así que le
dije que sí. Ella respondió que terminaría en diez minutos, luego me dio
vueltas por dos horas más antes de finalmente aparecer completamen-
te ebria alrededor de las dos de la mañana. Estaba furioso por razones
obvias, pero ella también me había prometido dejar de beber y sus pa-
yasadas de borracha habían sido un importante punto de discordia en
toda nuestra relación.
La follé con odio, acabé en su cara y le dije que se fuera a la mierda
de mi apartamento. Después de que la eché, me di cuenta de que había
estado conduciendo borracha el Lexus por el que yo estaba pagando, así
que la perseguí por el pasillo, pidiéndole las llaves. En el estacionamien-
to, no iba a dejarla conducir ebria, así que agarré su bolso. Luchamos
por el control del bolso hasta que conseguí las llaves. Me metí las llaves
en el bolsillo, tiré su bolso y volví a mi apartamento furioso.
Yo estaba desconsolado, pero también estaba harto de esa perra. Te-
nía límites a la cantidad de mierda que toleraría y ella los había supera-
do. Habíamos sido casi inseparables durante más de dos años, así que
dolía, pero no tenía otra opción.
Necesitaba dejar de pensar en ella, así que planeé un viaje a Cabo
con un par de amigos. Luego llamé a un promotor y le pedí que reunie-
ra a algunas chicas. Me dijo que saliera esa noche y él me presentaría.
Esa noche, fui a 1OAK y él tenía unas quince chicas en su mesa. La más
guapa, una chica llamada Tina, parecía una versión persa de Penélope
Cruz con ojos más grandes, una nariz más grande y tetas mucho más
grandes. Me presentó, tomamos algunos tragos, coqueteé con ella y su
amiga rubia se unió también.
Ellas bailaban y se besaban, lo cual era bastante excitante porque
parecían estar realmente enamoradas, a diferencia de la mayoría de las
chicas que lo hacen para llamar la atención. Yo estaba parado de espal-
das a la cabina, bebiendo champán y comiendo alitas de pollo mientras
Tina y su amiga se turnaban para bailarme. Lo que sea que el promo-
tor les dijo funcionó porque todas estaban encima mío. Tina me estaba
chupando la oreja y le sugerí que saliéramos de allí.
“¿Puede venir ella con nosotros?”, preguntó Tina.
C
reé mi cuenta de Instagram por primera vez exactamente
dos meses después del viaje a Cabo, el 1 de mayo de 2012.
En este punto, entendí la importancia de crear celos y com-
petencia con las chicas. Sabía que mostrar algo era más po-
deroso que decirlo. Así que decidí mostrarles a todos que
era rico, deseado por mujeres guapas y que hacía cosas divertidas. Si
se hace correctamente, tendría un esfuerzo percibido bajo y no parece-
ría alardear.
Las redes sociales son una herramienta que te permite comunicarte
con toneladas de personas a la vez. Es más efectivo que enviar mensa-
jes de texto a todas las chicas de tu teléfono porque logra lo mismo sin
mostrar interés. Eso permite meterte en su cabeza a través de una foto-
grafía, y como dicen, una imagen vale más que mil palabras. Esas chicas
verán tu foto y les dará FOMO* al pensar en ti haciendo algo divertido o
te verán con otra chica sexy y se pondrán celosas. Eso hará que quieran
acercarse. Una vez que te envíen un mensaje, todo habrá terminado.
Han comunicado interés; tú tienes el control y echar un polvo debería
ser fácil. Puedes jugar el juego y tomarte un poco de tiempo para devol-
176
verles la atención si quieres o simplemente ignorarlas por completo;
pero no te equivoques, te están buscando a ti y ese es el objetivo.
Las redes sociales también me ayudaron a entrar en mejores juegos
de póquer y en partidas mano a mano que me hicieron ganar decenas de
millones de dólares. Me abrió puertas, pero la verdad es que el principal
impulsor para iniciar mi Instagram fue echarme un polvo con menos
esfuerzo. Tampoco había olvidado a Jessa y egoístamente quería que ella
me viera bien.
La gente hablará mierda, dirá que es manipulador, y no se equivo-
can, pero escribí este libro para contar mi historia, no para agradarle a
la gente.
Instagram 177
CAPÍTULO38
Sam
C
ada miércoles, conducía hasta Los Ángeles para jugar en el
juego hogareño de Nick. Era como imprimir dinero. Una
noche, sin embargo, perdí 130 000 dólares. Había tenido
mala suerte en una gran mano y no me estaba yendo bien.
Era tarde y había aceptado que no iba a cubrir las pérdidas.
Solo esperaba una ligera recuperación.
Nick recibió un mensaje de texto y se animó.
“Blitz, es posible que te recuperes”. Insinuó que un jugador miste-
rioso estaba en camino. Nick era conocido por joder con la gente, pero
parecía especialmente entusiasmado con esta perspectiva.
Un tipo de piel oscura de poco más de un metro setenta vestido todo
de negro entró como si fuera King Kong. Era obvio que se había metido
algo porque estaba sudando profusamente y no podía quedarse quieto.
Nick lo presentó como Sam Magid.
Sam se sentó abruptamente y compró 50 000 dólares, lo que me lla-
mó la atención. La mayoría de la gente compra 10 000 para comenzar.
En dos manos, perdió la totalidad de los 50 000. Volvió a subir la apuesta
con otros cincuenta y antes de que el botón diera una vuelta a la mesa,
también perdió eso. Compró por tercera vez 50 000 dólares, se puso
unas gafas de sol y metió todo su dinero en el centro de la mesa, ¡sin
siquiera mirar sus cartas!
178
“¿Puedes vencer a un ciego?”, se burló de los jugadores mientras se
golpeaba la cabeza rapada.
“¿Este tipo es en serio?”, le susurré a Nick.
“Te lo dije, hijo de puta”.
Sam estaba en modo kamikaze total. Un tipo le quitó los cincuenta
mil y Sam compró por cuarta vez la misma cantidad. Finalmente ganó
una mano y dobló hasta 100 000 dólares cuando, afortunadamente, le
tocó un dos para vencer al as rey. Sin verse afectado, siguió yendo all in.
Esta fue la cosa más loca que había visto en un juego. Había 150 dólares
en el pozo y estaba apostando 100 000 dólares sin mirar sus cartas. Con
una sola mano, casi podría recuperarme. La mayoría de la gente se re-
tiró porque cien mil dólares era una tonelada de dinero para ese juego.
Desafortunadamente, alguien lo detuvo antes de que yo pudiera, y Sam
se fue al baño.
“¿Siempre es así?”, le pregunté a Nick.
“A veces es peor”, sonrió. “Pero siempre da un buen show”.
Sam regresó con coca por toda la nariz y la cara. Sentí que era el úni-
co que veía esto. Todos los demás lo jugaron totalmente sobrios.
¿Vamos a sentarnos aquí e ignorar el hecho de que este tipo se parece
a Tony Montana con cocaína por todas partes y está lanzando balas de
50 000 dólares como si estuviera tirando en una máquina tragamonedas
de cinco dólares?, me pregunté.
Sam compró otra cuota de 50 000 dólares y, de hecho, empezó a mirar
sus cartas, pero sorprendentemente jugó peor que cuando jugaba una cie-
ga. Accidentalmente pagó una apuesta de 30 000 dólares en el river de la
actriz Jennifer Tilly sin ningún par porque leyó mal su mano y pensó que
tenía una escalera. Cuando el crupier le informó a Sam que requiere cin-
co cartas seguidas para hacer una escalera, Sam simplemente respondió:
“Buen punto”. Era la puta hora de la comedia y los éxitos seguían llegando.
Sam 179
JENNIFERTILLY
Actriz, Ganadora del Oscar, Ganadora de la Serie Mundial
de Póquer
Sam 181
siquiera miraba sus cartas la mitad del tiempo y parecía que estaba más
interesado en blufear y hablar mierda que en jugar al póquer.
La casa de Sam en las prestigiosas Bird Streets de Hollywood Hills
había sido apodada la “Casa de Vanity Fair” y probablemente valía 30
millones de dólares. Había revestido las paredes y la puerta con alam-
bre de púas como una prisión de máxima seguridad, y estanques koi
rodeaban la casa como un foso. Los pisos, las mesas y las paredes de
mármol tenían un tema en blanco y negro que me recordaba a la pe-
lícula Clockwork Orange. Todo era de diseñador y súper caro, en parte
debido a sus atracones de compras virtuales nocturnas inducidos por la
coca. Tenía plumas estilográficas de 75 000 dólares, copas de champán
de cristal grabadas a mano de edición limitada y mantas y almohadas
Sam.
Sam 183
tancia con el tráfico. Los asientos estaban tapizados en cuero negro con
lo que parecían costuras blancas, pero eso era solo la cocaína incrustada
en las costuras.
Conducía con la rodilla mientras le enviaba un mensaje de texto a
Paris, mintiendo sobre lo lejos que estábamos. En Sunset nos dirigimos
hacia la 405, saltó la acera y condujo por el césped para evitar un poco
de tráfico.
Recordé que la luz del gas había estado encendida todo el tiempo que
estuvimos en la carretera y grité: “¡Amigo, te has quedado sin gasolina!”.
A lo que él respondió: “Buen punto”. El tráfico hacia el aeropuerto es-
taba lleno de embotellamientos y no había forma de que lo lográramos
sin recargar.
En la estación de servicio, cargó 90 litros, tiró el G Wagon en reversa
y retrocedió hacia la unidad central de las bombas, raspando todo el
costado de su automóvil en el proceso. Completamente despreocupa-
do por toda la situación, la puso en marcha y despegó, pero no antes
de arrancar todo el parachoques trasero de la camioneta. Sin embargo,
debo darle crédito al maldito, ni siquiera pisó los frenos; simplemente
dejó la mitad de la pintura de su puerta y todo el parachoques allí mis-
mo en la bomba.
Tenía el pedal clavado en el suelo y estaba enviando mensajes de tex-
to con una mano mientras recogía coca con la otra. Verifiqué dos veces
que mi cinturón de seguridad estuviera abrochado y le grité que mirara
la maldita carretera.
Me miró con los ojos desorbitados, el sudor goteando por la nariz y
dijo con calma: “Llegaremos tarde”.
“¡Sé que llegaremos jodidamente tarde!”, grité. “¡Cuidado con el ca-
mino, maldito lunático!”.
Dejó el teléfono, colocó las dos manos en el volante y actuó con nor-
malidad durante unos minutos.
“Estás tan jodidamente loco. Dejaste todo tu parachoques trasero en
esa gasolinera”, le recordé.
“No, no lo hice”, respondió con una voz monótona, mintiendo como
un infeliz.
Sam 185
nía nada y había casi 70 000 dólares en el pozo. Me quedaba una apuesta
por el tamaño del pozo y sentí que él estaba débil, así que fui all in.
La mamá de Paris preguntó por cuánto estábamos jugando y Sam le
dijo que “cien”.
“¡Oh, quiero jugar!”, chilló, pensando que él se refería a 100 dólares.
“Tengo una mierda... ¿qué debo hacer?”, Sam preguntó mientras le
mostraba su mano.
Ella no estaba prestando atención y dijo: “probablemente esté blu-
feando”. Basado en su comentario brusco, él fue all in con un par de
cuatros de mierda y ganó 200 000 dólares. Mamá aplaudió y vitoreó, y
todos celebraron mientras yo quería saltar de un edificio.
No fue una buena noche; yo estaba sesgado y no jugaba paciente-
mente. Después de que perdí otros 100 000 dólares, Sam decidió que
quería tomarse un descanso e ir al club. Nos dirigimos a la suite de Sam
para que pudiera guardar lo que había sido mi dinero en su caja fuerte.
Después de asegurar el efectivo, se tomó una gran línea de coca. Estaba
tan irritado que me tomé una línea yo mismo. Estar cerca de este ma-
níaco sobrio era un castigo inhumano.
Metió la coca en un pequeño recipiente de metal, atornilló la tapa y
nos dirigimos a la discoteca. Los gorilas separaron las cuerdas y entra-
mos directamente. Sam pidió un montón de champán y le entregó a la
camarera un fajo de billetes. Siempre es doloroso ver a la gente gastar
tu dinero. Pidió un poco de privacidad a uno de los propietarios y nos
acompañaron a su oficina.
Tenía una .45 niquelada completamente grabada en la parte baja de
mi espalda y cuando me senté en el asiento de madera de la oficina, la
pistola se clavó en mi piel. La saqué y la dejé sobre el escritorio. Era una
pistola hermosa y ciertamente no me importaba lucirla.
Sam hurgó en su lata llena de coca como si fuera un maldito cubo
de Rubik. El polvo había engomado las roscas del tornillo de la parte
superior y no se movía. Realmente se había puesto frenético tratando de
abrirla y me di cuenta de que estaba a punto de reventar de furia. Arrojó
el contenedor al piso, y rebotó en el suelo, golpeó el escritorio y regresó
volando hacia el amigo de Paris, quien esquivó el proyectil. Finalmente
se detuvo en la base de un gabinete, con la tapa aún pegada. Impulsado
Sam 187
El tipo fue implacable.
Al menos pago, hijo de puta.
Me tienes miedo, soy tu papi. ¿Le tienes miedo a tu padre?
Estuvimos un rato yendo y viniendo hasta que finalmente le dije: Si
salgo y te doy una paliza, será mejor que me pagues el mismo día. Eres mi
perra. Ven con papi.
Llevaré 500 000. Ve a buscar algo de dinero y estaré allí en tres horas.
Tengo un cheque de caja por medio millón, respondió.
Alquilé un avión a Los Ángeles y me fui de inmediato.
Le gané a Sam 750 000 dólares. Su cheque de caja más otro por la di-
ferencia se liquidaron sorprendentemente. Yo estaba atrapado porque
odiaba el estrés del juego, pero no había otra forma de ganar esta canti-
dad de dinero tan rápido. Sabía que eventualmente tenía que encontrar
una salida o este trabajo me iba a matar.
P
erdí más de un millón de dólares en un juego organizado
por el propietario del Cirque du Soleil en su villa de Ibiza.
Jugábamos a lo grande y el juego era bastante salvaje.
Los jugadores estaban teniendo rachas de un millón de dó-
lares y yo estaba en picada. El patrimonio neto promedio en
la mesa era de más de cien millones y la sala estaba llena de personali-
dades fuertes. Uno de los fundadores de Facebook me ofreció 150 000
dólares para afeitarme la barba, lo cual fue tentador. Pero me gustaba
mi barba y aceptar ese tipo de apuesta me haría parecer que no era tan
rico como quería que la gente pensara que era, así que le dije que se
fuera a la mierda.
Clarence Wilson, un administrador de fondos de cobertura de Texas,
me ofreció medio millón de dólares de capital en su fondo para ir a un
club nocturno con él. Si me hubiese ofrecido dinero en efectivo, lo ha-
bría aceptado felizmente, pero era capital y no quería dejar de apostar.
Estaba en modo completamente degenerado.
189
Fue surrealista presenciar este tipo de riqueza. Acabábamos de lle-
varnos el yate de vela de 50 millones de dólares de Guy Laliberté (el
dueño de la casa en la que nos estábamos quedando) de 55 metros por
el día. Mientras jugábamos al póquer en la sala de estar de su casa de
ciento veinte millones de dólares, noté un libro grande en un soporte.
Le pregunté a Guy qué era y me dijo que contenía todas las fotografías
de su reciente viaje al espacio.
“¿Cuánto costó eso?”, pregunté como el bastardo entrometido
que soy.
“Seis millones”, respondió casualmente. Había estado cerca del di-
nero cuando era más joven, pero no este tipo de dinero.
Clarence me llevó a un lado después de uno de los juegos; me miró
con mucha seriedad y sinceridad y dijo: “Dan, eres muy malo en el
póquer. Creo que deberías dejar de jugar y conseguir un nuevo pasa-
tiempo”. Esto era divertido viniendo de uno de los peores jugadores del
juego, pero significaba que mi imagen en la mesa estaba funcionando
claramente. Sin embargo, estaba interesado en sus consejos sobre mi
futuro porque no quería jugar al póquer por mucho más tiempo.
“He producido algunas películas. Es divertido. Podría meterte en
una si quieres intentar actuar”.
“Ok, al diablo. Lo haré”.
CLARENCEWILSON(NOMBREFICTICIO)
Gerente de Fondos de Cobertura
A
G seguía mi Instagram y estaba al día con lo que estaba
haciendo. Vio que yo estaba de vuelta en California y ha-
bía oído hablar de mis pérdidas en Ibiza, por lo que pensó
que era el momento adecuado para atraparme.
Alec Gores era un multimillonario conocido por ser
un astuto hombre de negocios y un jugador de apuestas muy altas. Ha-
bía escuchado historias sobre “AG” y las legendarias partidas de póquer
mano a mano (uno contra uno) que tenía con Andy Beal, el banque-
ro multimillonario de Texas. Según los informes, AG había vencido a
Andy por más de 700 millones de dólares solo en el último año. Enton-
ces, cuando AG me desafió por primera vez, yo estaba tan emocionado
como nervioso.
Empleé la misma estrategia que con las chicas guapas; no comuni-
qué demasiado interés ni actué con entusiasmo.
Quizás después de mi viaje de caza. Marky Mark dijo que quiere ver si
jugamos, le dije por mensaje de texto. (Mark Wahlberg era vecino de Alec).
Sí, haremos que venga a mirar, Alec respondió.
196
Me presenté en su propiedad de cincuenta millones de dólares en
Bel Air y fue intimidante. La casa me recordó a la casa del capo de la
mafia italiana en la película American Gangster. Le pregunté por cuánto
quería jugar y casualmente dijo: “¿Un millón, cinco millones? Lo que
sea”. No quería parecer un tacaño, pero también sabía que no podía per-
mitirme perder millones de dólares en un solo juego. No había previsto
que me pusieran en un aprieto así; su novia, el crupier e incluso el ma-
yordomo me estaban mirando.
“¿Podríamos comenzar con 2000 o 4000 dólares y una entrada de
500 000?”, pregunté algo tímidamente.
“Claro, está bien”.
Dejé escapar un suspiro interno de alivio mientras me sentaba a
prepararme para la batalla. El mano a mano es un animal completa-
mente diferente. Es mucho más agresivo y las rachas son mucho más
grandes que en un juego normal con varios jugadores.
Salí disparando, subiendo cada vez que tenía una posición (lo que
significa que era el último en actuar, dándome la ventaja) y volviendo
a subir alrededor del 20 por ciento de sus subidas. Se estaba retirando
demasiado, y en la primera hora, yo había ganado más de cien de los
grandes sin ninguna gran mano.
Miré mis reinas en mano y volví a subir su subida inicial. Me de-
volvió la jugada con una subida de cuatro apuestas. Metí mis 600 000
restantes en fichas, anunciando que iba “all in”. Antes de que terminara
de empujar las fichas, dijo: “Igualo”.
Mierda. Sabía por la forma en que igualó que me había vencido.
Efectivamente, tenía ases de mano, la mejor mano posible. Sentí como
si me hubieran dado un puñetazo en el estómago, pero fingí estar tran-
quilo mientras pedía con indiferencia otros 500 000 dólares en fichas.
Empecé a jugar más lento, pensando que intentaría doblar antes de
intentar aplastarlo de nuevo. Un rato después, me tocó ases de mano y
volví a subir. No me volvió a subir y solo pasó y pagó con reyes en mano.
No lo podía creer; él tenía la segunda mejor mano en el póquer y tenía
miedo. Esta fue toda la información que necesitaba; empecé a jugar mu-
cho más agresivo y funcionó.
Le gané por 1 600 000. Luego, una semana después, por 2 500 000.
M
i montaje estaba listo: vivía como si tuviera cientos de
millones en el banco y no me costaba casi nada.
Pasaba más tiempo en Los Ángeles y quería darle
una oportunidad a la ciudad, así que me ofrecí a com-
partir una linda casa en las colinas de Hollywood con
Eddie Ting. Me gustaba el concepto de compartir casas con personas
que nunca estuvieran allí y Eddie encajaba en esa descripción. De vez en
cuando venía a Los Ángeles para jugar al póquer y reclutar nuevos juga-
dores ricos para su juego en Nueva York. Aceptó pagar la mitad del al-
quiler si yo organizaba una partida de póquer en la casa cuando él vinie-
ra a la ciudad. Eddie dijo que las propinas por sí solas cubrirían nuestro
alquiler de 35 000 dólares al mes, por lo que tenía sentido para los dos.
Tendría acceso a nuevos jugadores y me daría propiedades de primer
nivel en tres ciudades diferentes para alojarme cuando fuera necesario.
El juego de póquer fue un gran éxito. Las propinas del primer juego
cubrieron con creces el alquiler del mes completo y Eddie y yo ganamos
aparte de eso. Ser anfitrión también trajo un mayor acceso a otros jue-
gos de póquer y me dio más tracción en el mundo del póquer porque
controlaba quién podía jugar mi juego. Para conseguir un asiento, te-
nías que ser dos cosas: muy rico y muy malo en el póquer. Las únicas
198
excepciones eran tipos como Nick Cassavetes, que no eran tontos ricos,
pero proporcionaban acceso a otros buenos juegos.
Contratamos modelos para servir bebidas y dar masajes a los juga-
dores en la mesa. Las chicas terminaron ganando tanto dinero con pro-
pinas que dejamos de pagarles una tarifa por hora. Los jugadores oca-
sionalmente lanzaban fichas de 5 000 dólares a las meseras y la noticia
viajaba rápidamente. Tenía uno de los juegos más jugosos de la ciudad y
todas las chicas querían trabajar en él. Esto trajo toneladas de mujeres
nuevas, lo cual fue bueno para mí, para el juego de póquer y para mis
Y
o usaba el póquer para sacar provecho de mi adicción a la
fiebre del juego.
Experimenté algunos de los puntos más altos y más
bajos de mi vida jugando al póquer. Es difícil para una
persona normal comprender la presión de tomar una
decisión que determina el resultado entre ganar o perder millones de
dólares. El nivel de estrés que causa puede manifestarse en cambios
físicos en el cuerpo e incluso en la apariencia externa.
Cuando jugaba contra AG, recuerdo que me pasaba la mano por el
pelo y se me caían veinte o treinta cabellos. También mataba mi apetito
y aumentaba mis niveles de cortisol, lo que devoraba los músculos e
imposibilitaba el sueño. El estrés es poderoso; puede causar depresión
y ansiedad. Además, está relacionado con seis de las principales causas
de muerte.
El juego de alto riesgo también te insensibiliza al dinero. Es casi im-
posible respetar el dinero cuando estás ganando y perdiendo cantidades
tan enormes en un período de tiempo tan corto. Es difícil no cansarse
202
cuando la apuesta en el flop es un auto exótico y la subida inicial es el
salario anual de un abogado.
Creo que la mayoría de la gente no piensa en la parte más perjudi-
cial del póquer. Te obliga a silenciar tus emociones. Cuando estás en la
mesa, no puedes permitirte sentirte feliz, emocionado o molesto por-
que estarías danto información. Si te toca una mano buena, no sonríes;
te quedas sentado como una piedra fría y sin emociones. Haces lo mis-
mo cuando pierdes un gran proyecto y tienes que disparar un bluf de
un millón de dólares en el river. Cuando los jugadores de póquer ganan
un pozo, no se animan ni celebran como en la mesa de dados. Es un
comportamiento terrible y probablemente te prohibiría participar en
un juego privado.
Cada vez que yo ganaba un pozo grande, pensaba en algo de mierda
para hacerme enojar. Hacía esto para asegurarme de no ponerme feliz
y porque no parecer afectado emocionalmente te hace parecer más rico.
Descubrí que cuanto menos te preocupas por ganar el dinero, menos se
preocuparán tus oponentes por perderlo.
Todos estos factores afectan tu estado mental. No permitirte ser fe-
liz durante horas y horas mientras juegas tiene un efecto en tu felicidad
cuando no estás jugando. Las personas no son robots y no pueden sim-
plemente encender y apagar sus emociones como un interruptor de luz.
Si pasas años sin permitirte ser feliz, puede causar un daño irreparable
a tu psiquis. El póquer es probablemente una de las profesiones más
difíciles que existen. No puedo pensar en nada peor que ir a trabajar a
romperte el culo y perder dinero.
MIKE“LABOCA” MATUSOW
Jugador de Póquer, Cuatro Veces Ganador de la WSOP
M
i última sesión con AG me perseguía. Durante los
días siguientes, volví a jugar mis manos, analicé el
juego y seguí preguntándome qué podría haber he-
cho diferente. En ese momento, sentí que me estaban
intimidando, pero después de un análisis determiné
que AG acababa de tener una buena racha de cartas. También descubrí
un detalle crucial: las cosas se fueron a pique para mí justo después de
que AG me mostró ese bluf. Eso es lo que me desconcertó. Se metió en
mi cabeza y me hizo cuestionar todas mis retiradas anteriores. Fue una
táctica; y una táctica reconocida demasiado bien ya que era algo que yo
solía hacer. Algo que yo solía hacer con los tontos.
Caí en mi propia trampa.
Mi plan era volver al asiento del conductor y tomar el control de esta
partida. Me di cuenta de que AG estaba más preocupado por la cantidad
total en dólares apostada que por el tamaño de la apuesta en relación
con el pozo. Para él, una apuesta de medio millón de dólares significaba
fuerza sin importar cuán grandes fueran las ciegas o el pozo. Así que
205
decidí duplicar la entrada y más que duplicar las ciegas para la próxima
partida. Vencerme la última vez solo sirvió para abrir el apetito de AG,
así que cuando le sugerí ciegas de 5000/10 000 dólares y una entrada de
1 millón de dólares, aceptó con entusiasmo. Una parte de mí se sentía
como si hubiera metido la cabeza en la boca del león. Sabiendo que si
me equivocaba o simplemente tenía mala suerte, las consecuencias se-
rían desastrosas.
Empecé despacio, dejándole pensar que estaba jugando de forma
conservadora durante la primera media hora y luego comencé a presio-
narlo. A la hora dos, ya lo estaba aplastando completamente, subiendo
el 100 por ciento de las manos antes del flop y apostando a continuación
el 80 por ciento de los flops. Además de eso, me tocaron algunas manos
grandes, así que cuando él me hacía retroceder, a menudo se encontra-
ba con más agresión.
Llevé a una morena judía guapa llamada Dalia, con quien había es-
tado saliendo durante un par de meses. Ella me había visto enfrentar-
me a Sam antes, pero no era nada como esto. Observó impactada cómo
apostamos cientos de miles, a veces millones, de dólares en cada mano.
AG vio cómo el juego atraía la atención de mi chica y, en un intento de
impresionarla, comenzó a jugar sin mirar sus cartas. Desafortunada-
mente, esto en realidad hizo que fuera más difícil derrotarlo porque
comenzó a pensar en el juego en términos de lo que él podría tener, en
lugar de simplemente retirarse cuando no tenía nada. Le hizo prestar
más atención al board y retirarse menos. Empezó a detectar mis blufs
y me vi obligado a cambiar de marcha y reducir la velocidad. Afortuna-
damente, después de ganarme por casi 2 millones de dólares, volvió a
mirar sus cartas.
A medida que avanzaba el juego, AG decidió que ahora iba a empezar
a apostar “cosas” en lugar de dinero. Levantaba la vista de su pila y decía
casualmente: “Mercedes” o “Ferrari”, y eso significaba que estaba apos-
tando 100 000 o 300 000 dólares respectivamente. De vez en cuando AG
lo inflaba diciendo: “subo a un Bugatti” o “un Lear Jet”, y yo tendría que
tomar una decisión de 1 o 3 millones de dólares. De hecho, me jodió un
poco la cabeza y me alegré cuando se detuvo.
T
uve un trío y un cuarteto, pero el sexo en grupo con una
novia no solía ser genial. La novia se pone celosa y las otras
mujeres no quieren hacer enojar a la amante principal.
Había estado viendo a Dalia durante unos meses ex-
clusivamente cuando se unió a otras cinco chicas y Mike,
el apostador deportivo, en un viaje rápido a Cabo para celebrar mi vic-
toria sobre AG. Empecé a pensar que tener novia estaba obstaculizando
mi estilo de vida. Dalia era inteligente, guapa y relajada. No había nada
malo con ella, por lo que me resultó difícil decidir qué hacer. El viaje era
divertido, pero no me sentía libre. Me sentía restringido.
Le dije que quería tomarme una semana de descanso porque había-
mos estado juntos durante un par de meses seguidos y necesitaba tiem-
po para respirar. Lo primero que hice fue escribirles a algunas chicas
con las que quería coger. Llevé a un grupo de ellas a lo de Sam para una
partida de póquer. Me cogí a una chica en su cine, a otra en su casa de
huéspedes y otra se reunió conmigo en mi casa cuando me fui.
Vinieron chicas toda la semana. Les dije que solo podía estar una
hora y, literalmente, las programé como reuniones de negocios. No ex-
212
Cabo.
Transición 213
dar, lo que me pareció gracioso. La sostuve del estómago mientras ella
pateaba y remaba como un cachorro indefenso. No fue hasta entonces
que me di cuenta lo asombroso que era su cuerpo. Siempre se vestía de
manera muy conservadora con grandes vestidos negros desaliñados y
suéteres, por lo que era imposible saber si estaba buena o era obesa.
Después de un minuto de agitarse y decir que estaba aterrorizada
por el agua, decidí que nos encargaríamos de eso otro día. Fuimos a mi
cuarto y me di una ducha para enjuagarme el cloro. La invité a entrar y
la ayudé a quitarse el bikini. Ella era la combinación perfecta de inocen-
te y confiada. Lo suficientemente tímida como para hacerte respetarla,
pero lo suficientemente audaz como para ser sexy. Estaba tratando de
tomármelo con calma, pero necesité cada gramo de mi autocontrol para
esperar a que ella iniciara.
Me sequé con la toalla después de la ducha y fui a cepillarme los
dientes. Tan pronto como ella me tocó comenzamos a ligar y todo iba
bien. Estaba desnuda y súper mojada cuando le metí los dedos, pero
inesperadamente dijo no al sexo. Paré en seco, me puse la ropa y le dije
que se fuera. Esto fue doloroso porque realmente quería coger con ella,
pero me mantuve fuerte y pensé en gatos muertos mientras buscaba un
reemplazo en mi teléfono. Le envié un mensaje de texto a una chica con
la que había ligado anteriormente para que viniera mientras Victoria
se vestía.
Victoria me dijo más tarde que me habría cogido si yo hubiese in-
sistido y estoy seguro de que ese es el caso de algunas chicas. Pero no
recompenso el rechazo con afecto. Establece la dinámica incorrecta.
No persigas mujeres; hará que les gustes menos.
N
o esperaba que Sam realmente se presentara en la fiesta,
pero allí estaba en la puerta con jeans negros, botas de
combate de cocodrilo Louis Vuitton y lentes de sol ne-
gros. El sudor goteaba de su rostro hacia su pecho.
“¿Viniste corriendo?”, le pregunté.
Gruñó ambiguamente.
Inmediatamente lo acompañé hasta una chica guapa que me había
estado rogando por cocaína e hice la presentación. Luego hice mis ron-
das, saludando y asegurándome de que todos estuvieran pasando un
buen rato. Paris Hilton y su nuevo novio descansaban en el diván. Me
alegré de verla; ella siempre era amable y es bueno tener celebridades
en tus eventos, especialmente mujeres.
Una chica guapa con tetas grandes me detuvo mientras caminaba
hacia el baño. “¿Eres Dan?”.
Elogió la casa y pidió un recorrido. Hay algunas cosas que he apren-
dido haciendo fiestas. Una es que hay ciertas palabras clave o frases
de contraseña.
“Estoy muy borracha”: llamada de apareamiento universal.
“¿Eres Dan?”: sé quién eres y quiero tener sexo contigo.
“¿Es esta tu casa?”: tengamos sexo.
215
“¿Me das un recorrido?”: Estoy interesada en el sexo.
“¿Dónde está tu habitación?”: Tengamos sexo ahora.
Llevé a la chica a mi habitación y abrí la puerta.
Sam estaba sentado en mi escritorio, gritando, brotaba sangre de su
mano. Una rubia guapa luchaba por sujetarle el brazo. Y un médico con
bata completa estaba encima de él con una enorme aguja.
“¿Qué carajo?”, grité.
“Tienes que irte”, dijo la rubia guapa.
“Perra, yo vivo aquí. ¿Qué le estás haciendo a mi amigo?”.
“¿Puedes ayudarme a sujetarlo?”.
Sam se metió coca en la nariz con la mano libre mientras luchaban
con la otra. Verlo cubierto en coca en realidad me hizo sentir un poco
mejor. Habría sido mucho más extraño si Sam estuviera sobrio.
La chica que quería cogerme había tenido demasiado. “Lo siento,
esto es muy raro para mí”, dijo y se fue.
Ahora, igualmente irritado y confundido, grité: “¿Qué diablos le es-
tán haciendo a mi amigo?”.
“Sam intentó quitar un corcho de champán con un machete. Le erró
a la botella y se cortó la mitad del pulgar”, respondió el médico. Podía ver
su pulgar colgando y había un gran charco de sangre fresca debajo de su
mano. “Necesitamos anestesiarlo para que yo pueda volver a coserle el
pulgar. ¿Puedes sostenerle el brazo?”.
Agarré el brazo lesionado de Sam con ambas manos y lo sujeté al
escritorio. Era como luchar contra el Kraken. Estaba gritando y maldi-
ciendo al médico. El médico le inyectó lidocaína en el pulgar y Sam siseó
como un vampiro quemado por la luz del día.
La rubia que asumí incorrectamente que era enfermera era alta, del-
gada y súper guapa. Le pregunté cómo se vio envuelta en este desafortu-
nado escenario. Me dijo que se llamaba Angel y que trabajaba para Sam.
Mientras tanto, Sam estaba borboteando y haciendo ruidos extraños
como si estuviera bajo el agua.
“Está bien, vamos a coserlo”, dijo el médico.
El médico atravesó la piel con la aguja curva y Sam gritó y tiró de su
mano, rasgando la sutura y enviando la pila de cocaína a todas partes.
El polvo blanco flotaba en el aire, salpicado de gotitas rojas de sangre.
S
am y yo concertábamos una hora para jugar y luego llamába-
mos a un grupo de chicas porque tenía que haber al menos
una o dos para apostar. Él les ofrecería a las chicas hasta 5000
por hacer estupideces como desnudarse y estrellar pelotas
de golf que brillan en la oscuridad en las casas de sus vecinos
a las dos de la madrugada. Las chicas también ganaban entre 500 y 3000
dólares por repartir
cartas, dependiendo de
cuánto se ganara.
Yo estaba arriba en
alrededor de 700 000
dólares cuando Sam
comentó que le gusta-
ba mi nuevo Ferrari.
Acababa de comprar el
segundo descapotable
Lamborghini Aventa-
dor en el país; me esta-
ba quedando sin espa-
cio en el garaje y pensé
219
que me ayudaría a que me pagaran, así que dije: “Puedes quedártelo”.
Estaba sorprendido, lo cual fue impresionante porque muy pocas cosas
sorprendían a Sam. Cuando le tiré las llaves, dijo que quería ir a Soho
House, un club exclusivo para miembros para que los parásitos de Ho-
llywood se relacionen entre sí. Estaba bajando la colina y pensé: ¿Qué es
lo peor que puede pasar?
Sam pisó el acelerador y agarré desesperadamente mi cinturón de
seguridad. Sin querer, derrapamos en la primera esquina y me di cuen-
ta. Sam no solo era un conductor terrible, sino que ahora estaba tratan-
do de impresionarme.
“¡Más despacio, mierda!”, grité por encima del rugido del motor,
que, por supuesto, lo hizo conducir aún más rápido. Me sentía como si
estuviera en una montaña rusa del infierno con Satanás a los mandos.
Alcanzamos casi ciento treinta kilómetros por hora en Doheny Drive.
La cuesta y el fuerte descenso nos hicieron acelerar más rápido y los
frenos perdieron eficacia.
De la nada, un camión volquete se detuvo frente a nosotros.
Ni siquiera podía hacer que mis cuerdas vocales funcionaran para
gritar las palabras, así que solo señalé y Sam pisó el freno. El coche pati-
nó por la carretera y yo estaba seguro de que íbamos a morir. El tiempo
se ralentizó, el mundo entero se detuvo. Sam giró bruscamente a la de-
recha en la calle lateral que el camión volquete acababa de dejar libre, y
no lo chocamos por lo que parecieron centímetros.
“¡Para! ¡Para! ¡Para!”, grité y Sam disminuyó la velocidad. Salté del
convertible para ponerme a salvo.
“Vamos, Blitz”, se quejó Sam. “Conduciré más lento, lo prometo”.
“¡Vete a la mierda! ¡No eres apto para la carretera!”. Me suplicó que
entrara en el coche, pero no lo oí y me tomé un UberX a casa. Sam debe
haberse sentido mal por todo el asunto porque transfirió 700 000 dóla-
res de su deuda a mi cuenta esa tarde.
Unas horas más tarde, Sam me llamó para ir a un partido de hockey.
Tenía asientos en el vidrio, siete chicas guapas, y me prometió que su
guardaespaldas conduciría. Por supuesto, Sam llegó tarde, así que ni
siquiera llegamos a la arena hasta que sólo quedaran veinte minutos de
M
ike era un tipo súper agudo que veía todos los ángu-
los. Pensó que vivir a mi lado valdría más que el al-
quiler que él estaba pagando y tenía razón.
Después de unos meses de dividir la casa con Ed-
die Ting, me di cuenta de que pasaba la mayor parte
de mi tiempo en Los Ángeles. Ilya y Phil Ivey pagaban 45 000 dólares al
mes por alquilar una casa con una vista increíble en lo alto de la colina
en Blue Jay Way. Después de la acusación de Ilya, Phil accedió a suba-
rrendarme su casa con un pequeño descuento.
Mike, el apostador deportivo, alquiló una casa frente a mí con la es-
peranza de hacer negocios. Me propuso que consiguiera grandes cuen-
tas de apuestas deportivas y que le dejara apostar por ellas. Mike dijo
que me daría el 30 por ciento de las ganancias y acordó pagar el 100 por
ciento de las pérdidas. Eso es lo que los jugadores llaman un freeroll y
a mí me gustan los freerolls, así que dije que sí. Yo tenía la reputación
de ser rico, apostar mucho y pagar mis cuentas, por lo que no fue difícil
establecer cuentas importantes.
Mike empezó con todo. Apostaba cien mil cada uno a dieciséis cosas
diferentes. Pensé que cinco televisores en mi sala de estar eran sufi-
cientes, pero tenía que traer dos estantes más para poder preocuparme
223
de todos los jodidos juegos. Fue divertido ver deportes por primera vez
en mi vida porque ahora tenía una razón para interesarme. Ganamos
alrededor de 17 millones en la primera cuenta antes de que la cerraran
y ganamos más en otras.
Fue en la época en que se abrió el Wynn Macau y las grandes balle-
nas asiáticas entraban en la sala de póquer buscando apostar. Los há-
biles profesionales estadounidenses los derrotaron sin esfuerzo y ellos
respondieron prohibiendo a los blancos en el gran juego.
Encontré a un profesional asiático-americano en el Bellagio que ha-
blaba mandarín con fluidez. No podía permitirse el lujo de jugar el gran
juego de Macao, así que le dije que yo pondría todo el dinero y acepté
dividir las ganancias con él 60/40 a mi favor. Preparé todo y lo envié allí.
Hablamos casi todos los días y él me mantuvo al tanto de lo que esta-
ba pasando. Entonces, cuando me informó que los grandes apostadores
de Macao vendrían a Las Vegas ese verano, comencé a hacer arreglos.
Sabía de todos los buenos juegos antes de que sucedieran, así que com-
pré una parte de los mejores jugadores y me aseguré de que obtuvieran
asientos. También pude ayudar a algunos de los chicos genios de Inter-
net a jugar por encima de su presupuesto y los metí en juegos jugosos de
los que de otro modo habrían sido excluidos.
Era extremadamente rentable. Uno de los jugadores de los que yo
tenía una parte ganó 14 millones de dólares ese verano en Las Vegas.
Yo mismo gané casi 2 millones de dólares en un solo juego y el asiático
en Macao también estaba ganando millones. Rick Salomon (el tipo de la
cinta porno de Paris Hilton) le estaba ganando a Andy Beal por alrede-
dor de 50 millones de dólares ese verano y yo tenía el 25 por ciento de
eso. Tenía tanto dinero entrando, honestamente, que no sabía qué hacer
con él. Demasiado de cualquier cosa es malo, excepto por el dinero. No
existe tal cosa como demasiado dinero o eso pensaba.
A
pesar de que la eché de mi casa, Victoria y yo nos mantuvi-
mos en buenos términos y unas semanas después, en mi fiesta
en la piscina, Angel, la chica que pensé que era enfermera, le
propuso tener un trío conmigo. Sabía que Angel era bisexual
y habíamos estado cogiendo durante un mes, así que le sugerí
que le preguntara, pensando que este enfoque solo podría ser beneficioso
y lo fue. Inmediatamente después de que Angel le preguntó, Victoria se me
acercó y me dijo que quería cogerme, pero sin Angel. Me sentí un poco mal
por mandar a Angel a organizarlo y luego no incluirla a ella, pero llevaba
años queriendo acostarme con Victoria.
Victoria no había estado con muchos chicos y el sexo era fenomenal,
así que empezamos a salir. Había aprendido mi lección de Jessa y Dalia, así
que dejé muy claro desde el principio que esta sería una relación abierta.
Ella estuvo de acuerdo y rápidamente se convirtió en mi chica principal.
Victoria era extremadamente leal y se negaba a siquiera mirar a otro chico.
Ella era mi tipo de cuerpo perfecto, su rostro era impecable sin ma-
quillaje y el sexo era uno de los mejores que había tenido en mi vida. Ella
hablaba sucio y hacía lo que yo quisiera. Ella no tenía ningún problema con
la bebida; era inteligente y no era materialista en absoluto. Si tuviera que
diseñar una novia en un laboratorio, se me ocurriría casi exactamente ella.
226
Me gustan las chicas sumisas, pero Victoria era demasiado sumisa. No
tenía sus propias opiniones ni un fuerte sentido de identidad. Sentí que
ella siempre era quien pensaba que yo quería que fuera. Ese era su único
defecto. Honestamente, si hubiéramos tenido buenas conversaciones, pro-
bablemente me hubiera casado con la chica.
Cuando te gusta demasiado alguien, a veces actúas de manera diferen-
te y te esfuerzas demasiado. Sacrificas tu yo auténtico para parecer más
deseable y esto suele tener el efecto contrario. Este era el problema de Vic-
toria; yo le agradaba demasiado y, como resultado, no se sentía lo suficien-
temente cómoda como para ser ella misma. Yo no tenía ni idea en ese mo-
mento y eso hizo que la apartara, lo que solo agravó aún más el problema.
Una de las razones por las que las mujeres se sienten atraídas por los
idiotas es porque los idiotas proyectan un fuerte sentido de identidad. Los
imbéciles son egoístas y hacen lo que quieren, por lo que siempre parecen
tener confianza. Si te esfuerzas demasiado, te hace parecer débil y menos
auténtico y eso se vuelve aburrido muy rápido. Para ser claro, yo no era un
idiota, siempre traté a la gente con respeto, pero mi brutal honestidad y mi
comportamiento sin remordimientos eran comúnmente malinterpretados.
No importa cuántas estupideces yo hiciera, Victoria nunca intentaría po-
nerme celoso como lo hacía Jessa. Dicho eso, sabía que a ella no le gustaba
que yo me acostara con otras mujeres y, después de un tiempo, ella exigió
la monogamia. Se lo merecía, así que lo intenté durante una semana más o
menos, pero no podía renunciar a las otras chicas. Había estado esperando
toda mi vida para estar en una posición como esa, y había trabajado muy
duro para llegar ahí. No quería que me restringieran, así que fui honesto y
terminé las cosas con ella.
Poco después, regresó y dijo que quería estar conmigo y que no le im-
portaba, pero me pidió que le mintiera sobre otras chicas si me pregunta-
ba. Estuve de acuerdo, pero luego me haría un montón de preguntas para
tratar de atraparme mintiendo y enojarse si lo lograba. Era muy extraño,
pero ella me amaba y yo también la amaba, así que traté de que funcionara.
Fue difícil porque constantemente tenía chicas alrededor por el póquer,
las fiestas y el documental que estaba haciendo de mi vida en las redes
sociales. Cuantas más chicas había alrededor, más fácil era tener sexo, y
tener una principal exclusiva solo las hacía esforzarse más porque era un
desafío. Las vaginas y el dinero son similares en eso; cuando no lo necesi-
tas, todos quieren dártelo, y cuando lo necesitas desesperadamente, nadie
quiere dártelo.
Victoria 227
CAPÍTULO49
Sam, parte 4
E
staba en la cama una noche con Victoria cuando Sam lla-
mó. Esto fue muy extraño porque Sam nunca llamaba. Su
estilo de comunicación normal era enviar setenta y cinco
mensajes de texto de una palabra porque tenía un TDA te-
rrible y tomaba tanta coca que no podía formular una ora-
ción coherente.
“Ven, ven. Tienes que venir a mi casa ahora mismo”.
“Estoy en la cama con una chica, ¿qué está pasando?”.
“Te compré un regalo y es increíble. ¡Tienes que venir aquí!”.
“Mira, amigo, estoy en la cama. Iré mañana”.
“No, no, tienes que venir ahora mismo. Es una sorpresa. Te encan-
tará, tienes que venir ahora mismo”.
Le había dado a Sam muchos regalos a lo largo del tiempo. Autos,
chaquetas de Tom Ford, relojes de cincuenta mil dólares, lo que sea. Así
que sabía que si me conseguía un regalo, sería algo impresionante. Pero
no podía imaginarme algo que no pudiera esperar hasta la mañana.
“No voy a ir hasta que me digas qué es”.
“Te compré un tiburón tigre y me compré uno para mí, y son como
hermanos, y serán como tú y yo, y vivirán juntos para siempre”.
228
Sam era la encarnación de la cocaína; como si la cocaína fuera un
ser humano, sería Sam. Los altos y bajos extremos siempre parecían
una buena idea pero nunca lo eran, comenzaba divertido pero siempre
terminaba terrible. Victoria lo sabía y no estaba encantada de ir; ella se
refería a su casa como un agujero negro. Una vez que entrabas en esos
muros, el tiempo ya no existía. Podrías quedarte atrapado durante ho-
ras, a veces días, y nunca sabías cuándo te escupiría. Lo único de lo que
podrías estar relativamente seguro es que saldrías más rico.
En el camino, lo único que pensaba era: ¿Dónde puso a esos tiburo-
nes? Era infame por hacer locuras en su casa. En un momento, afirmó
haber gastado 3 millones de dólares en los azulejos de Versace con los
que iba a revestir la casa. Supuse que solo estaba mintiendo, pero que
me condenen si no llegaban. Los puso en el suelo, en la ducha, en el pro-
tector contra salpicaduras de la cocina, en todas partes. Incluso los tenía
incrustados en la parte superior de su mesa de póquer sobre el fieltro, lo
que lo destruyó por completo. Las fichas y las cartas volaban por toda la
habitación, resbalando de la escurridiza superficie de los azulejos.
Días después, Sam tuvo una mala racha de apuestas deportivas y
decidió que los azulejos eran de mala suerte, por lo que los arrancó por
completo y los arrojó al contenedor de basura. Era capaz de cualquier
cosa: tanques de peces de trecientos ochenta litros instalados en las pa-
redes, acuarios multimillonarios en el exterior, lo que fuera.
Entramos por la puerta principal, atravesamos la cocina y fuimos al
patio trasero. Sospeché que había estado exagerando, pero eran jodidos
tiburones tigre. Reales. Tal vez dos metros de largo, con las rayas oscu-
ras en el costado. Y estaban en su piscina.
Sam resplandeció y sonrió de oreja a oreja. Estaba tan orgulloso de
sí mismo.
Noté que uno de los tiburones se estaba relajando en el extremo poco
profundo con un pescado a medio comer flotando a su lado. Cuando me
acerqué lo suficiente, toqué la aleta del tiburón. No movió ni un múscu-
lo. Lo agarré por la cola y tiré de él hacia adelante y hacia atrás; la sangre
se filtraba por sus branquias.
“Sam, este maldito tiburón está muerto”.
“¿Qué?”. Él pareció sorprendido.
M
e estaba cansando un poco del póquer y pensé que ser
una estrella de cine sería un trabajo mucho mejor.
Sabía que tendría que construir mi carrera antes
de conseguir papeles importantes, pero jugaba al pó-
quer con un grupo de directores y productores, así
que hice correr la voz de que estaba buscando dedicarme a la actuación.
Nick Cassavetes estaba dirigiendo The Other Woman protagonizada por
Cameron Diaz y me ofreció el papel de “hombre guapo en el bar”. Tenía
que leer para el papel como una formalidad, así que me presenté en la
oficina del director de casting con mis líneas memorizadas.
Me paré en medio de la habitación y me dijeron que le leyera mis
líneas al tipo que operaba la cámara. Esto fue muy incómodo ya que en
definitiva estaba coqueteando con él mientras él leía las líneas de Ca-
meron Diaz. Estaba haciendo un trabajo horrible y esto, a su vez, me dio
ansiedad, lo que solo lo empeoró mucho más. Salí de la oficina sintién-
dome como un completo retrasado. Nick reprogramó una nueva lectura
con una mujer y me las arreglé para leer las líneas sin implosionar.
231
Fui a Nueva York un par de meses después para filmar la escena real
en un bar ubicado cerca de Times Square. Un par de chicas se reunie-
ron conmigo en mi hotel el día anterior. Nos drogamos y pedimos ser-
vicio a la habitación entre los tríos.
Puse mi alarma y al día siguiente
me desperté, desayuné, me puse
un traje a la medida de Tom Ford
y caminé hasta el bar. Había me-
morizado mis líneas, pero estaba
nervioso porque Nick era mi amigo
y no quería arruinar esto, especial-
mente después de mi crisis inicial.
Me presenté en el bar y Nick y
Cameron Diaz estaban sentados
allí esperando. Nick me presentó,
y mientras le estrechaba la mano,
me di cuenta de que ella se elevaba
sobre mí. Somos de la misma altu-
ra, pero sus tacones de trece centí-
metros la hacían de casi un metro
noventa. Nick, que medía casi dos
metros., preguntó si podían poner-
me refuerzos en los zapatos, lo que
al instante me hizo sentir como un
idiota enano y dudar de si yo era el Nick Cassavetes.
Papeles en películas
En peinado y maquillaje. Ensayo con Antoine Fuqua.
protagonizada por Denzel Washington. Lin me recomendó. “Tiene buen
aspecto, me gusta la barba”, dijo Antoine, así que estaba en el próximo
G4 disponible para alquiler, en dirección a los ensayos en Boston con
uno de mis actores favoritos de todos los tiempos.
Todos los días en el set, los maquilladores me ponían tatuajes falsos
y se aseguraban de que todo coincidiera con la filmación anterior. Mi
escena principal involucraba a una banda de mercenarios fuertemente
armados que invaden un Home Depot para matar al personaje desar-
mado de Denzel.
Me encontré con la muerte caminando por un pasillo y confundi-
do por la suciedad y la arena en el piso de concreto. Miré hacia abajo y
luego un collar de perro de alambre de púas se enganchó alrededor de
mi cuello como una soga. Sacos pesados de cemento cayeron de una
fila superior de estanterías y el peso ajustó la soga y me levantó cuatro
metros y medio del suelo. Mi personaje colgaba suspendido mientras
Denzel estaba de pie en el estante superior, mirándome a los ojos, mi-
rando con frialdad como moría ahogado. Me miró directamente a los
ojos, su rostro a solo sesenta centímetros del mío mientras yo escupía
sangre y moría.
Hubo muchos ensayos para la escena. Llevaba un “chaleco para sa-
cudidas” unido a un cable metálico alimentado a través de un potente
sistema de poleas. Esas escenas de películas en las que alguien vuela
hacia atrás después de una patada giratoria de superhéroe se filman
con chalecos para sacudidas. En el primer ensayo, no tenían los pesos y
los motores calibrados correctamente, por lo que me empujaron hasta
el techo de Home Depot hasta que mi cabeza se estrelló contra el metal.
Tuve suerte de no quedar paralizado. Los errores en los sets de pelí-
culas de acción pueden ser malas noticias. En una película en la que
trabajé, esperaron demasiado para activar la polea en el chaleco para
sacudidas de un doble de acción y le quemaron la mitad de la cara en
una explosión.
Después de mi escena, Denzel elogió mi muerte. El papel fue pe-
queño, pero él es uno de mis actores favoritos de todos los tiempos y su
cumplido realmente me hizo sentir bien.
M
ichelle era una muñeca Barbie humana con enormes
tetas, ojos grandes y una cintura pequeña. Aunque
actuaba como tonta, no era idiota. Sabía exactamen-
te lo que estaba haciendo. Michelle era una de esas
mujeres que rezumaban energía sexual y la usaban a
su favor.
Cada vez que la veía, vestía algo escotado sin sostén y tenía una copa
de champán prácticamente pegada a su mano. Había estado saliendo
con un jugador de póquer llamado Tom Dwan durante un par de años.
Él y yo habíamos salido varias veces y teníamos amigos en común. Por
lo general, se le conocía por su apodo de póquer “durrrr” y era una le-
yenda en el mundo del póquer en línea.
Pensé en follármela, pero nunca coqueteé con ella. Siempre fui bue-
no con eso. Ni siquiera hacía contacto visual con la novia de un amigo.
Tom había estado jugando en Macao durante mucho tiempo y Michelle
frecuentaba la sala de póquer en Las Vegas. Sus tetas parecían hacerse
más y más grandes, mientras que sus camisetas se hacían cada vez más
236
pequeñas. Usaba mucho licra y se podían ver sus pezones a cincuenta
metros de distancia. Ni siquiera creo que tuviera sostén. Coqueteaba
con Bobby Baldwin en la mesa de póquer antes de salir al club. Siempre
nos mirábamos después pensando: “¿Qué diablos fue eso?”.
Una noche, salía con unas chicas para encontrarme con un promo-
tor en un club en el Wynn. Michelle me preguntó por mensaje de tex-
to qué estaba haciendo. La invité a unirse a nosotros, lo cual fue legal
porque venía otra amiga, Lacy, y eran amigas. Lacy estaba viendo a un
ex jugador de póquer de Victory llamado Keith, contra quien yo estaba
apostando en Macao. Para que pudieran ser chaperonas mutuamente.
Al final de la noche, Michelle y Lacy terminaron en mi casa en Pa-
norama. Me di cuenta de que Michelle quería quedarse, pero Lacy no
quería que lo hiciera. Se sentaron allí durante más de una hora hasta
que Lacy finalmente se rindió y se fue.
“No he hablado con Tom en un mes”, me dijo Michelle antes de de-
cir que iban a romper. Yo no era cercano a Tom, pero habíamos hecho
algunos negocios y sabía que debería abstenerme de follar con su novia.
Pero ella se puso intensa. Yo estaba al máximo con GHB y ella era muy
guapa, así que terminamos follando esa noche y luego al día siguiente
en su casa, que también era casa de él. Vivían juntos.
“Esto es bastante jodido”, le dije después cuando la culpa apareció.
“Realmente van a romper, ¿verdad? No me gusta joder a los tipos que
conozco”. Ella me aseguró que habían terminado, que todo había termi-
nado, excepto el último adiós. Supongo que también racionalicé que él
estaría mejor sin ella si le era infiel. Y ella lo era; más tarde descubrí que
yo no era el único tipo al que se estaba cogiendo.
Lacy le dijo algo a Keith, quien le dijo algo a Tom, quien rápidamente
comenzó a enviarme mensajes de texto y dejar mensajes en mi teléfono.
“No le digas”, suplicó Michelle. “Vamos a romper. No hemos ni ha-
blado en una eternidad. Pero no quiero joderle la cabeza mientras está
en Asia. Y si le dices esta noticia, estará súper influenciado”.
Lo peor que puedes hacer es jugar al póquer con un estado mental
jodido. Básicamente, tienes garantizada la derrota y Tom ya había acu-
mulado grandes pérdidas en Macao. Si su relación estaba a las puertas
de la muerte de todos modos, ¿qué diferencia había? No era que él volvía
BOBBYBALDWIN
Ex Presidente y Director Ejecutivo de City Center y Cuatro
Veces Ganador de la Serie Mundial de Póquer
H
abía ganado un montón de dinero pero no había sido
tan filantrópico como quería ser.
Solía encargarme de mi abuela pagando sus cuen-
tas, saliendo con ella y tratando de hacer cosas buenas
por ella tanto como podía. Le compré un televisor gi-
gante y de vez en cuando escondía cinco de los grandes en el cajón de
sus calcetines. Era una llorona, así que cuando hacía cualquier cosa por
ella, la abuela se echaba a llorar y me alegraba saber que lo apreciaba.
También le había estado dando dinero a su nieta durante la última déca-
da, pero eso vino porque ella me pidió un préstamo y yo le dije que le daría el
dinero con una condición: que nunca más vuelva a pedir dinero. Aprendí una
buena política de mi padre. Me dijo: “No des préstamos a amigos o familia-
res. Si vas a ayudarlos, dales el dinero como regalo o simplemente termina-
rás arruinando una relación y causando nada más que animosidad”.
No salió como estaba planeado; ella seguía pidiendo dinero. Por su-
puesto, estaba en una posición difícil siendo madre soltera y, al final del
día, era de la familia. Entonces, en lugar de que ella pase por el proceso de
241
pedir continuamente, simplemente configuré un depósito directo en su
cuenta cada mes. Me di cuenta de que hacer cosas por la gente me hacía
sentir mejor que comprar mierda para mí. Entonces comencé a buscar
personas a las que pudiera ayudar en la zona. Encontré a un paciente con
cáncer que necesitaba ayuda económica y le di veinte de los grandes.
Vi un artículo de noticias sobre que el rapero The Game lanzó algo
llamado The Robin Hood Project. Le envié un mensaje para involucrar-
me. Vino a la casa y me contó su historia, sobre cómo le dispararon y
cómo le había ido en la vida. Me pregunté si estaba haciendo la caridad
por publicidad, lo que hacen muchas celebridades y siempre odié. Pero
después de hablar con él personalmente, parecía que quería ayudar a
la gente. Así que decidí donar 100 000 dólares en efectivo a personas
necesitadas antes de Navidad. Trabajamos juntos en algunos proyectos,
e incluso conseguí que Mike, el apostador deportivo, se uniera un par
de veces.
Una familia que encontré era un esposo y una esposa en Las Ve-
gas que habían adoptado a seis niños y dijeron que todos tenían algu-
na dificultad que hacía poco probable que fueran adoptados. Dos de los
niños nacieron de una prostituta drogadicta y habían sufrido efectos
duraderos. Un niño tenía leucemia y buscaban 10 000 dólares para su
tratamiento médico. Hay muchos oportunistas que mienten por dinero,
así que investigué un poco e interrogué al padre. Cuando su historia se
verificó, le di 20 000 dólares en su lugar. Rompió a llorar y me sentí real-
mente genial de causar tal impacto. Era una cantidad de dinero relativa-
mente trivial para mí, pero era casi un asunto de vida o muerte para su
hijo. Después, sentí más felicidad que al ganar cien veces esa cantidad
de dinero. Esa fue una gran lección para mí.
Cuando era niño, papá me había enseñado el viejo cliché de “es me-
jor dar que recibir”. A eso, respondí: “Eso es perfecto porque me encanta
recibir, así que puedes darme un montón de regalos y los dos seremos
felices”. No creía en esas tonterías cursis en ese entonces y ninguna
cantidad de palabras podrían haberme convencido de lo contrario.
Como muchas lecciones en la vida, a veces la única forma de apren-
der es a través de la experiencia personal. Este tipo de aprendizaje pue-
de provocar un verdadero dolor, como pronto verás.
J
ohn Racener me pidió que lo patrocinara en el Evento Principal
de la Serie Mundial de Póquer (WSOP) de 2012 y acepté hacerlo.
Pero por alguna razón, nunca vino a buscar el dinero del patro-
cinio. Como resultado, no obtuve mi 70 por ciento de su ganan-
cia de 5,5 millones de dólares y me costó 3 882 168.
Un año después, cuando surgió una oportunidad similar, no
me arriesgué.
“Oye, ¿quieres comprar una parte mía en el Principal?”, preguntó un
jugador llamado Jay Farber. “Vendo el 20 por ciento. ¿Cuánto quieres?”.
“Todo”, dije rotundamente.
“Genial, buscaré el dinero la próxima vez que te vea”.
“No, te veré ahora mismo. ¿Dónde estás?”.
“En Aria”.
“Te veré en treinta minutos”.
Jay no era conocido por ser un gran jugador de póquer, pero no me
importaba. Luego le ganó a más de 6300 jugadores y se llevó a casa el
segundo lugar en el Evento Principal de la WSOP, ganando 5 174 357
dólares. Mi inversión de 2000 dólares me generó más de un millón
de dólares.
243
Me senté en la primera fila para ver a Jay jugar la mesa final del tor-
neo y ESPN sorprendió a Victoria abrazándome y acariciando mi barba.
Le encantaban las barbas y distraídamente pasaba sus manos por mis
pelos durante horas. Más tarde, la gente sugirió que había contratado a
una masajista de barbas para el evento, lo que supongo que no estaría
fuera de lo posible. Pero nunca vi una sección para eso en Craigslist.
Le compré a Jay un bonito reloj Audemars y alquilé un G3 a Puerto
Vallarta para celebrar la gran actuación. Traje un grupo de chicas, dos
amigas y un promotor que invitó a más chicas. Estaba en la parte de-
lantera del avión con una rubia alta y guapa y una morena guapa con
grandes tetas. La rubia estaba sentada en mi regazo, dejando en claro
que ella y yo estábamos ligando.
Tomamos unos tragos y la morena, no queriendo quedarse fuera,
anunció que era bisexual. Esto rápidamente las llevó a besarse, lo que
las llevó a chuparme la verga. Las chicas se desnudaron y yo me turné
para cogerlas en el sofá. La sobrecargo se acercó a nosotros, dio media
vuelta y salió. Miré y me di cuenta de que todos los de atrás podían ver-
nos porque me había olvidado de cerrar las cortinas.
Cambiaba de condón entre chicas y, mientras lo hacía, las mamadas
eran el orden natural de las cosas. Tenía un pie en el asiento y otro en
el suelo mientras le follaba la cara a la chica morena en un ángulo hacia
abajo a la vez que abría el nuevo condón cuando la sobrecargo entró de
nuevo. Creo que escuchó que nos quedamos en silencio durante nues-
tro pequeño intermedio y pensó que habíamos terminado. Visiblemen-
te traumatizada, se fue tambaleándose hacia el frente y no la volví a ver
durante al menos una hora.
Jay me dijo más tarde que le preguntó a la sobrecargo si alguna vez
había visto algo así anteriormente.
“¡Absolutamente no!”, respondió la dama. Luego dijo: “Pero hubo
una vez que un cliente me pidió que le preparara una comida y, cuando
volví, ¡estaba teniendo sexo!”. Hizo una pausa por un segundo y dijo: “¿Y
sabes qué? ¡Era el mismo tipo!”.
Debe haber miles de sobrecargos trabajando en vuelos privados.
¿Cuáles eran las probabilidades de que la misma mujer me descubriera
E
l multimillonario quería librar una nueva batalla, pero esta
vez con una entrada mínima de cinco millones de dólares.
Entré a la casa de AG y, muy a mi pesar, encontré al pro-
fesional del póquer Mike Sexton sentado junto a él.
“¿Qué está haciendo aquí?”, pregunté.
“Tu tipo está contigo”, AG sonrió. “Quiero a mi tipo conmigo”.
Mi “tipo” era un jefe de sala de casino que yo había llevado para vi-
gilar a los crupiers, no para instruirme. AG no haría trampa, pero sus
crupiers ciertamente podrían hacerlo. Debí haber mandado a Mike a la
mierda, pero cometí el error de permitir que se quedara.
Después de ocho horas, mi ventaja era de alrededor de cuatro millo-
nes. Mike había estado observándome y estudiándome todo el tiempo;
al principio no era tan obvio, pero a medida que avanzaba la noche, yo
era lo único que él miraba. Yo sabía que él después instruiría a AG, así
que quería salir de ahí lo más rápido posible.
“Estoy cansado, ¿cuánto tiempo más quieres jugar?”, le pregunté.
“Son sólo las once. Juguemos hasta las tres o las cuatro”.
248
“No puedo. Continuaré otros treinta minutos. Podemos volver a ju-
gar esta semana”.
AG estaba enojado, podía verlo en su cara, pero jugar con un profe-
sional del póquer mirándome y diseccionando cada uno de mis movi-
mientos era una mierda.
“No quiero terminar, pero si quieres congelamos las fichas y pode-
mos continuar la partida en otro momento”, propuso AG.
Esto significaba que no me pagaría los cuatro millones y, en el próxi-
mo juego, yo empezaría con 9 000 000 de dólares delante de mí. A esas
alturas le había ganado al tipo alrededor de veinticinco millones, así que
dije que no había problema y me fui a casa para reorganizarme, pensan-
do que cuanto más tiempo me quedara, más información le daría Mike
a AG.
Efectivamente, cuando volví, el multimillonario estaba jugando me-
jor. Mike le había dado la respuesta a mi estrategia hiper agresiva; AG
ahora estaba contraatacando, resubiendo y blufeando. Así que tuve que
cambiar de estrategia y jugar más a la defensiva porque no podía darme
el lujo de jugar a ver quién era más gallito por diez millones de dólares.
Nuevamente estaba jugando a las adivinanzas como en Malibú. Además
de eso, cada vez que acumulábamos un gran pozo, AG me acosaba con
preguntas o me ofrecía tratos para intentar sacarme información. En
general en un casino, simplemente no le haría caso o mandaría al tipo a
la mierda. Sin embargo, esta era una dinámica más delicada y compleja,
ya que ambos fingíamos estar jugando una amigable partida de caballe-
ros mientras secretamente intentábamos arrancarnos mutuamente la
cabeza con la salvedad adicional de que estábamos jugando a crédito en
su casa y yo quería que me pagaran.
Hacia el final de la noche, tenía más de 18 000 000 de dólares frente
a mí y AG me tenía cubierto con sus habituales 50 000 000 de dólares. Yo
estaba muy tenso porque sabía que si AG decía “all in”, entonces tendría
que tomar una decisión de dieciocho millones de dólares.
Me repartieron un as y un seis de diamantes. En el flop logré un
proyecto de color al as y le subí a AG. Me resubió a 2 000 000 de dóla-
res y pagué. El turn fue un diamante, lo que me daba las nuts, la mejor
mano posible. Mi corazón se aceleró cuando apostó 3 000 000 de dóla-
E
stábamos sentados en los famosos asientos de primera fila
de Jack Nicholson viendo a los Lakers.
En el entretiempo, mi amigo y yo caminamos alrededor
de la cancha para ir al baño. Los asientos de primera fila
siempre estaban repletos de tipos ricos y celebridades. Vi al
director de cine Antoine Fuqua sentado en la esquina cerca de la canas-
ta, así que fui a saludarlo.
“Oye, yo fui doble de acción en Equalizer, es bueno verte de nuevo”.
“Sí, lo recuerdo”, dijo. “¿Pero quién diablos eres tú?”.
“Soy Dan. Nos conocimos a través de Lin Oeding”.
“Sí, sí, lo sé”. Como que entrecerró los ojos. “¿Pero quién diablos eres
tú?”. Nunca había conocido a un doble de acción que use un reloj de tres-
cientos mil dólares y tenga mejores asientos para el juego de los Lakers
que yo. ¿A qué te dedicas realmente? Y tampoco me salgas con eso de
doble de acción”. Se echó a reír.
“Bueno, además juego al póquer”.
“¡Mierda! Entonces tengo que empezar a jugar al póquer”. Se rio en-
tre dientes.
252
Justo cuando Antoine y yo nos dimos la mano y nos despedimos, un
tipo que había estado esperando se acercó y me pidió una foto, luego
otros dos hicieron lo mismo. Antoine abrió unos ojos enormes y recuer-
do la expresión de su rostro; nunca había visto a alguien más confundi-
do e intrigado. Casi nunca salía de mi casa ya que los chefs y asistentes
hacían todos los mandados, así que esta era la primera vez que los fans
habían pedido fotos. Pensé que era una casualidad, pero era una señal.
Toda esa interacción fue sorprendente; no me di cuenta de que An-
toine había captado todas esas cosas, pero se sentía bien que me perci-
bieran como importante. Además, en general, estaba demasiado ocu-
pado presumiendo ante el mundo que esta era la primera vez que tenía
una lenta revelación con alguien. Me recordó algo que mi madre me dijo
cuando era más joven. Comentó: “Es mucho más impresionante des-
cubrir que alguien es rico cuando no lo ha mencionado”. No hace falta
decir que ya era demasiado tarde; ese tren ya había partido y estaba a
punto de empezar a tomar velocidad.
G
anamos 42 millones fue el texto que recibí de Rick Salo-
mon. Yo tenía el 25 por ciento de su acción, por lo que mi
parte fue de diez millones y medio de dólares.
Estaba de viaje de esquí con Victoria cuando vi el men-
saje de texto. Estábamos viendo una película con Bobby
Baldwin y su novia en la sala de cine de una cabaña de madera en Mon-
tana. La emoción me dio duro. Finalmente se me permitió ser feliz y
disfrutarlo por completo; no estaba en una partida de póquer y no tenía
que silenciar mis emociones o preocuparme de perderlo todo. Se sin-
tió increíble ganar dinero y no sufrir el estrés. Había ganado más de
veintitrés millones de dólares en las últimas semanas sin siquiera jugar
una partida.
Una cosa que lamento de ese momento de mi vida es que no me de-
tuve a apreciarlo. El éxito debe ser, idealmente, como escalar una mon-
taña. Tomarse un descanso de vez en cuando y realmente empaparse
de la vista. Apreciar ese progreso, luego escalar más alto y disfrutar aún
más de la siguiente vista. Yo no hice eso. Escalé y escalé tan rápido como
pude durante diez años y no paré a mirar ni una mierda. En esas vaca-
ciones, cuando recibí ese mensaje, finalmente me detuve. Lo asimilé
todo…
255
Estaba en una situación muy rara.
Me sentía como Johnny Depp en Blow cuando se le acabaron las ha-
bitaciones para guardar su dinero. Yo tenía cajas fuertes gigantes en
todas mis residencias y cajas de seguridad en todos los bancos y casi-
nos de Las Vegas. Todo estaba lleno y ya no cabía otra pila. Tenía tan-
to oro almacenado en una de mis cajas en Aria que la cajera de turno
literalmente se lastimó la espalda al sacarlo. Tuvieron que pagarle su
indemnización por accidente laboral debido a la lesión. Una caja fuerte
tenía dentro cinco millones de dólares en efectivo y no es como en las
películas donde eso cabe en una gran maleta; esos 5 millones ocupan un
montón de espacio.
Compré un jet Gulfstream y gasté un millón de dólares solo en el
Wi-Fi y el interior personalizado. Tenía una colección de relojes de va-
rios millones de dólares, millones en oro, armas y Bitcoin. Había com-
prado un Lamborghini, un par de Range Rovers, un Bentley, un Ferrari
y el primer Mercedes-Benz Brabus G63 6x6 de 900 000 dólares del país.
El plan 257
Había muchas formas de hacerlo, una de las cuales era el estúpido
reality show estándar. Muchas productoras se estaban acercando para
lanzar ideas, pero al igual que los programas que ves en la televisión,
todo es una puesta en escena, nada de eso es real. Sabía que esta era una
receta garantizada para la fama, pero sacrificar mi autenticidad para
llamar la atención se sentía como vender mi alma.
Yo no sería falso.
No sería políticamente correcto.
No me vendería y no me disculparía por ser quien era o por lo que
estaba haciendo. Lo haría, pero iba a ser en mis términos. Siempre de-
seé ser una estrella de rock cuando era niño, pero nunca quise aprender
a tocar la guitarra.
Era el momento de la lista de deseos. Iba a comprar todos los jugue-
tes que siempre quise, viajar, hacer cosas emocionantes y follarme a un
montón de chicas guapas. Básicamente, todo lo que había soñado de
chico. Y lo publicaría todo en las redes sociales para que cualquier otro
tipo con una fantasía similar se uniera al viaje.
Contraté al estratega de medios digitales Ben Stevens para asegurar
la cobertura y la prensa digital. Luego contraté a un camarógrafo ávi-
do y talentoso llamado Jay Rich que había sido persistente sobre traba-
jar conmigo.
“Esto es lo que quiero”, le dije a Jay. “Captura momentos destacados
de quince segundos que sean sinceros y auténticos. No voy a preparar
tomas y no voy a hacer repeticiones. Tendrás solo una oportunidad para
obtenerlos”. También le advertí que no interfiriera. Mi vida tenía priori-
dad sobre un video de mi vida.
Estaba a punto de moverlo todo a un nivel mucho más alto y el dine-
ro iba a ser el catalizador.
El plan 259
carrera de la noche a la mañana. La mayoría quería vengarse de
un ex. Y a otras realmente solo les gustaba físicamente. Ahora
conozco a mucha gente, pero nunca he visto cantidades como en
este caso. En ese momento, el logro más grande era que te pu-
blicara en su IG; una chica podría de repente tener una carrera
de un millón de dólares de un día para otro. Recibirían mierda
de sus ex novios, sus novios actuales, sus familias y sus amigos,
pero si podían aguantarla, se convertirían en un repentino éxito
de Instagram.
A diferencia de la mayoría de las chicas, tuve la oportuni-
dad de tener muchas conversaciones geniales con Dan y tam-
bién muchas discusiones. Descubrí rápidamente que Dan es un
hombre muy inteligente. Su psicología y la forma en que ve las
cosas estaba definitivamente en un nivel diferente al que yo ha-
bía vivido antes de conocerlo. Siendo él un hombre blanco y yo
un hombre negro, y que él aun así me acogiera y me mostrara
cómo funciona el negocio, el contenido y el marketing era algo a
lo que no estaba acostumbrado. Tuve la suerte de estar en mu-
chas reuniones comerciales y verlo analizar situaciones y tra-
tos hasta el punto en que la otra persona simplemente no tenía
cómo refutarlo.
No fui feliz todo el tiempo que estuve con Dan, pero él era
muy real y todo lo que hizo en IG fue real. Fue tan abiertamen-
te honesto. Yo estaba cansado de compartir con gente que solo
mentía todo el tiempo, así que pude admirar ese lado de Dan.
Me llamaba gordo y, actualmente, eso ofende a la gente. Siempre
me decía: “No puedes cambiar tu estatura ni puedes cambiar el
tamaño de tus pies. Si no puedes cantar y si no tienes ritmo…
aún puedes cambiar la apariencia de tu cuerpo”. A las chicas les
decía lo mismo. Algunas lo tomaron como algo personal. Otras
cambiaron su vida para mejor. En mi mente, él siempre se pre-
ocupaba de mi salud, pero yo siempre le respondía diciéndole:
“Soy mucho más sano que tú. Has tenido dos ataques al cora-
zón”.
El plan 261
CAPÍTULO57
Carreras de
exóticos
A
lquilé un helicóptero para que nos llevara a Sam, Victoria
y a mí a un día en la pista privada Thermal Raceway en
California. Tan pronto como despegamos, Sam sacó un
arrugado billete de cien dólares que contenía un montón
de cocaína. Desparramó coca por todo el asiento y sus
jeans negros, lo que resaltaba el residuo como la luz negra revela el se-
men. Mientras levantaba el billete hacia su nariz para una esnifada, el
aire frío proveniente de una de las ventilaciones superiores se apode-
ró de él e instantáneamente el montón desapareció. Parecía Pig Pen, el
personaje de la tira cómica Peanuts con una gran nube de polvo de co-
caína arremolinándose a su alrededor en el aire. El piloto se volteó para
ver qué estaba pasando.
“¡Este avión está asqueroso!”, gritó Sam. “¡Hay coca por todos lados!
¿Qué tipo de espectáculo es este?”.
El piloto no se inmutó. Ignoró la pregunta y siguió volando.
En Thermal, tuvimos que soportar una charla de seguridad. Eran
bastante quisquillosos sobre el comportamiento en la pista, a diferencia
262
de Willow Springs Raceway, donde podías hacer lo que quisieras. La
última vez que fuimos a Willow, contraté a diez chicas de póquer para
que fueran nuestras porristas, incluidos pompones, tops cortos y faldas
diminutas. Las ignoramos; solo estaban ahí para mejorar el video. Todo
el mundo estaba enfocado en las carreras. De hecho, las chicas recibie-
ron tan poca atención que una de ellas acabó follándose a un empleado
de la pista en el baño.
STEVEAOKI
DJ y Productor Musical dos veces nominado al Grammy
Algo que debes saber sobre Dan es que nos parecemos en mu-
chas cosas. En el exterior, podría parecer que vivimos grandes y
emocionantes vidas, y en muchos sentidos, lo hacemos. Pero en
muchos aspectos, también somos bastante reservados. Mucha
gente no sabe esto sobre mí por la forma en que actúo en el esce-
nario, pero yo no diría que tengo demasiados amigos cercanos
y apuesto a que Dan diría lo mismo sobre él. Ambos estamos
siempre atentos y nos movemos a la defensiva. Así ocurre cuan-
do la gente siempre parece querer algo de ti. Es difícil saber en
quién confiar.
Pero yo confío en Dan. Él me apoya. Amo al tipo con toda mi
alma. Me siento más conectado con él que con casi cualquier per-
266
sona fuera de mi familia. Él me motiva de una manera que nun-
ca pensé que podría motivarme por mi cuenta. Lo que la gente
ve es cómo me motiva en la búsqueda de emociones y aventuras,
aunque lo que realmente aprecio es la forma en que me desafía
a pensar. Como con el póquer. Así fue como nos conocimos, en la
sala de póquer del Wynn, en 2009 más o menos. Yo había ido a
Las Vegas como DJ. Tenía unos pocos seguidores en ese entonces,
pero estaba empezando a hacerme un nombre; bastante lejos del
tipo de ruido que hago hoy. Me senté junto a Dan en una mesa
de apuestas pequeñas. Recién estaba aprendiendo el juego, pero
Dan estaba acostumbrado a jugar con apuestas más altas. Em-
pezamos a hablar.
Se conoce a mucha gente en la mesa de póquer. A lo largo de
los años, he conocido a mucha gente interesante de todos los ám-
bitos de la vida, solo que no es habitual hacerse amigo de estas
personas. Son tus compañeros de póquer, eso es todo. Pero con
Dan fue diferente. Hicimos clic. Al principio, se trataba princi-
palmente de póquer, pero luego comenzamos a salir y se trató de
perseguir estas grandes aventuras, desafiándonos mutuamente.
Jugué mis primeras partidas de póquer a lo grande gracias
a Dan. Habían pasado cuatro o cinco años desde que nos cono-
cimos y todavía estaba tanteando mi camino en la mesa. Fui a
ver a Dan jugar en el salón Phil Ivey en el Aria; un juego de 100-
200 dólares, pero las ciegas en realidad no significan mucho. De
inmediato, los straddles aumentan a 400-800 dólares, 800-1600
dólares. Nunca pensé que llegaría a ese nivel, pero después de un
tiempo, Dan se apartó de la mesa y dijo: “Deberías jugar. Es una
buena partida”.
Dije: “Ni hablar, hombre. No es mi velocidad”.
Él respondió: “Creo que la romperás. ¡Estos tipos son pési-
mos!”.
De ninguna manera estaba yo listo para jugar en este tipo
de mesa. Casi todos tenían un millón de dólares en fichas frente
a ellos. Me intimidaba esa cantidad de dinero, pero Dan pensó
E
l grupo de Hustler llegó con dos estrellas porno, un equipo
de cámara y un reportero. El productor tenía un montón de
ideas cursis para las fotos, la mayoría de las cuales rechacé.
Me tomaron una foto limpiando una de mis pistolas Colt
.45 grabadas con Victoria en bikini mientras las chicas por-
no jugaban ping-pong desnudas de fondo. Hubo una foto mía repartien-
do cartas a las chicas desnudas en la mesa de póquer. Para el clímax de
la sesión, querían que lanzara a la piscina a una delgada estrella porno
llamada Janice Griffith. Me pidieron que la pusiera sobre mis hombros
y la lanzara sobre mi cabeza, pero eso parecía peligroso desde cinco
metros de altura.
“Creo que es una mala idea. ¿Qué tal si la lanzo sujetándola de la
cadera a la altura de mi cintura?”.
273
Sesión de fotos de Hustler.
H
amza, un árabe rico, me invitó a Cannes para el famo-
so festival de cine. Decía que su madre era dueña de
una mansión de cien millones de dólares justo al lado
del hotel que sirve como epicentro de las celebracio-
nes. Si íbamos y dividíamos los costos de los clubes, él
se haría cargo de todos los demás gastos. Sonaba bien, pero el viaje tuvo
un comienzo difícil.
Le estaban instalando un interior personalizado a mi avión, así que
decidí ahorrar los trescientos mil dólares y tomar un vuelo comercial por
primera vez en años. Pensé, deja que alguien más se ocupe de los pilotos,
los planes de vuelo y las ofendidas azafatas que siempre parecía atrapar-
me follando en aviones alquilados. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
Al llegar, descubrí que la aerolínea había perdido todo mi equipaje.
Yo oscilaba salvajemente entre una ira furiosa y una conmoción sobre-
saltada. A la señora del mostrador no podría haberle importado menos.
280
Actuaba como si no fuera gran cosa estar varado al otro lado del mundo
sin ni siquiera una Quaalude o una camisa limpia. Había más de qui-
nientos mil dólares solo en relojes en ese equipaje y ella estaba hablando
vales de viaje por quinientos dólares.
Lo siguiente que descubrí fue que la madre de Hamza no permitiría
que nos quedáramos en su mansión debido a que estaban haciendo re-
novaciones. Las cosas no iban según lo planeado.
“Podemos quedarnos en mi yate”, sugirió él.
Su embarcación era una lancha rápida de 25 metros, no muy ade-
cuado para que varios tipos compartieran durante dos semanas. Le dije
a Hamza que eso era una mierda y que sería mejor que se las ingeniara.
Encontró un yate de cincuenta metros que costaría alrededor de un mi-
llón más el costo del combustible, la comida, etc. durante las dos sema-
nas. Parecía caro, así que le envié un mensaje de texto a Mike, el apos-
tador deportivo, para ver si quería venir. Aceptó y acordamos dividir el
costo en tres.
Esa noche fuimos a cenar en un restaurante/salón sobre el agua.
Para mi sorpresa, la gente empezó a acercarse y preguntarme: “¿Puedo
tomar foto contigo?”. A lo que respondí: “Claro, no hay problema”.
Luego, un estadounidense se presentó como gerente de entreteni-
miento. Dijo que representaba al actor Ron Perlman, la estrella de Hell-
boy y Sons of Anarchy.
“¿Te importaría que Ron viniera a saludarte?”.
“Claro, dile que venga”, contesté.
Ron fue muy genial y dijo que quería que yo estuviera en una nue-
va película sobre tres generaciones de soldados: un abuelo veterano de
la Segunda Guerra Mundial, una generación intermedia con un soldado
que estuvo en Vietnam interpretado por Ron y me estaba ofreciendo que
fuera su hijo que sirvió en la Guerra del Golfo. Nuestra conversación fue
interrumpida repetidamente por personas que querían una foto conmi-
go, lo cual era completamente nuevo y extraño. Accedí a las fotos durante
unos minutos hasta que alguien finalmente le pidió una a Ron.
“¿Estás seguro de que me quieres a mí y no a él?”, le preguntó Ron
al fan bromeando.
Rick Ross.
Justin Bieber.
BRETTRATNER
Director de Rush Hour, X-Men, etc. Productor de Horrible
Bosses, The Revenant, etc.
A
ntes partir a Francia, compré una hermosa casa en el
campo de golf de Las Vegas. Cuando regresé, me espera-
ba un montón de silenciadores gratis de SilencerCo y una
solicitud para ser juez en una competencia de bikinis de
Tropic. La notoriedad estaba empezando a dar frutos.
Volé a Los Ángeles para grabar un video en un campo de tiro con
un grupo de chicas a cambio de algunas armas gratis. Había estado ha-
ciendo un esfuerzo decente por documentar mis aventuras en las redes
sociales y estaba funcionando. Mis números crecieron rápidamente,
pero capturar los momentos no era tan fácil como pensaba. No logré
transmitir ni una décima parte de lo que ocurría.
Esta vez, debido a que era una grabación planificada en lugar de un
viaje, las cosas salieron bien fácilmente. Teníamos una variedad de pis-
tolas y un rifle con una óptica que empleaba la misma tecnología de
rastreo que un avión de combate F-16. Podías fijar un objetivo a un kiló-
metro y medio de distancia y mantener apretado el gatillo, pero el arma
no dispararía hasta que fuera el tiro perfecto. Fue divertido ver a chicas
288
en topless con los ojos vendados disparar acero a quinientos metros.
Hicimos un video genial y fue divertido.
Solo un par de horas después, estaba de regreso en mi casa de Ho-
llywood, en el jacuzzi con las chicas fumando un porro. De alguna ma-
nera, surgió el tema de las cabras y una chica se rehusó a creer que yo
tuviera alguna en la propiedad.
“¿Quieres apostar?”, le pregunté.
“Claro. Si realmente tienes cabras en esta propiedad, te chuparé la
verga ahora mismo. Pero si estás mintiendo, tienes que llevarme a ha-
cer paracaidismo”.
Justo antes de ejecutar una orden de arresto por asesinato en Nuevo México.
C
uando el Rey de Todos los Medios me preguntó sobre esta-
dísticas sexuales, respondí con sinceridad.
“Me follé a catorce mujeres en doce días”, le dije a
Howard Stern sobre mi tiempo en Cannes. Victoria estaba
en casa, escuchando y estaba furiosa. Me sentí mal, de ver-
dad, pero no iba a mentir, y ciertamente no me iba a esconder de quién
yo era.
Su programa fue mi primera entrevista en vivo y estaba un poco
nervioso. Probablemente debí haberme preparado, pero en lugar de eso
pasé la noche parrandeando y teniendo sexo en mi habitación de hotel.
No dormí más de dos o tres horas como máximo.
Estaba tragando café mientras caminaba rápido hacia el estudio
mientras salía el sol. Tenía algo de ganas de orinar al entrar, pero llegué
tarde, así que no lo hice. Después de una hora, no podía aguantar más
y pedí una pausa para ir al baño. Él dijo que casi había terminado y que
solo aguantara un poco más. Treinta minutos después, ya no podía pen-
sar con claridad, estaba sudando y legítimamente preocupado de que
pudiera orinarme encima cuando me estrechó la mano y me agradeció
por ir. Howard era un profesional e hizo que toda la entrevista fluyera a
la perfección. Después de su programa, la vida se volvió aún más loca.
294
Al principio, los desnudos llegaron de a poco a mi bandeja de entra-
da de Instagram. Pero a medida que mi notoriedad creció, las compuer-
tas se abrieron. Diariamente llegaban cientos, a veces miles. Publiqué
algunos de los más creativos, que generaron aún más seguidores y aún
más desnudos.
DANFLEYSHMAN
Fundador y ex director ejecutivo de Who’s Your Daddy
“
V
amos, hombre”, le dije. “Estas borracho. Déjanos
tranquilos a mí y a mi chica”.
Se arrancó algo plateado de la muñeca y me
lo ofreció.
“Este reloj vale tres mil dólares. Guárdalo hasta
que vuelva con una pistola de tatuaje. ¡Lo digo totalmente en serio! Si no
vuelvo en cinco minutos, puedes irte y quedarte el reloj”.
Yo iba de vuelta a mi villa con una chica. Acabábamos de salir de un
club nocturno de Miami después de celebrar el cumpleaños de Guy La-
liberté. La gente me había pedido fotos, algo que ya no era extraño. Pero
esto era algo nuevo.
Este tipo quería un tatuaje de mi firma. No solo eso, el de hecho que-
ría que yo le hiciera el tatuaje. Había oído hablar de personas que obte-
nían autógrafos con marcadores mágicos y luego corrían a un estudio
para que se los tatuaran en forma permanente. Pero este lunático pensó
que yo podía sujetar la pistola de agujas y marcarlo de por vida.
“Chico, nunca he tatuado a alguien en mi vida. Ni siquiera he visto a
alguien tatuándose”.
“¡No me importa!”.
302
En ese punto, yo estaba de acuerdo porque definitivamente sería
algo que no había hecho antes y una historia divertida como mínimo.
Le dije que probablemente lo arruinaría, pero que si él estaba dispuesto
a vivir con las consecuencias, yo lo intentaría. Se fue corriendo en la
oscuridad mientras otras personas comenzaban a preguntar si podían
mirar. Se reunió una pequeña multitud mientras el chico corría hacia
nosotros con una mochila. Sacó la pistola de tatuaje y unos pequeños
recipientes de tinta. Puso a funcionar la máquina y le tatué mi firma a
pulso. Gracias a Dios, salió bien. Todos vitorearon y luego una chica me
pidió que la tatuara también. Su prometido también la alentaba, lo que
me pareció igualmente desconcertante.
“Está bien, pero este es el último”, le dije. Todavía quería echarme
un polvo y no pretendía quedarme atrapado haciendo tatuajes toda
la noche.
No me animé a tatuar mi nombre en la esposa de otro hombre, así
que les dije que pensaran en otra cosa. Algo pequeño y simple, y se de-
cidió por un corazón en su pie. La tatué y luego eché a todo el mundo.
La chica que había conocido en el club me tomó de la mano y me lle-
vó escaleras arriba. Todo el espectáculo de allá abajo resultó ser una es-
timulación previa más efectiva que un trabajo de lengua de Ron Jeremy.
Estaba lista para gozar y claramente entusiasmada por follarme, lo que
hizo que el sexo fuera genial. Mientras estábamos acostados en la cama
fumando un porro, no pude evitar reírme del circo en el que comenzaba
a convertirse mi vida.
Tinta 303
CAPÍTULO64
Lindsey
E
l poderoso agente de Hollywood Michael Kives me invitó a
una fiesta. Su casa era bastante normal, pero la lista de in-
vitados no era en absoluto normal. Prácticamente todos los
asistentes eran reconocidos actores, directores o agentes.
Yo me consideraba más una novedad que una celebridad,
pero sin duda estaba ganando impulso.
304
Michael Kives, Goldie Hawn, Kate Hudson, Danny McBride y mi cita.
Danny McBride se presentó y dijo que era un fan, lo cual fue un des-
madre ya que East Bound and Down era uno de mis programas favori-
tos de todos los tiempos. Traté de actuar con indiferencia cuando me
preguntó si podíamos tomarnos una foto, pero se necesitó cada gramo
de autocontrol para no decirle lo fan que yo era de él. Debí habérselo di-
cho, pero lo de la fama era nuevo para mí y no sabía si eso sería extraño.
Si mi cita tenía dudas sobre acostarse conmigo, ver cómo las celebrida-
des me daban la bienvenida les puso fin.
Al día siguiente, hice que enmarcaran la foto.
Asistir a la Fiesta de Halloween de Playboy fue diferente este año ya que
la gente me reconocía. La última vez que estuve en la mansión, me follé a
una chica en la Gruta y nadie me prestó mucha atención. Ahora, la gente se
fijaba en mí sin hacer nada. Había una rubia con lencería y enormes tetas
naturales; se me acercó e inició una conversación. Por lo general, las chicas se
acercaban, me miraban o soltaban pistas sutiles de que estaban interesadas.
Pero que las mujeres me abordaran abiertamente era una experiencia nueva.
Aprendí que todavía era bueno hacerlas esforzarse un poco para que
pudieran sentir que habían logrado algo. Además, era una dinámica di-
ferente a la que estaban acostumbradas y lo diferente siempre es bueno.
El nombre de la rubia era Lindsey Pelas y modeló para Playboy. In-
tentamos follar en la mansión pero había demasiada gente, así que en
lugar de eso volvimos a mi casa.
LINDSEYPELAS
Modelo de Playboy
Lindsey 305
Es difícil elegir el recuerdo más destacado cuando todos son
bastante destacados. Nuestro poético primer encuentro en la
Mansión Playboy. El momento en que tu avión se incendió. Los
paseos en motos de nieve por las montañas de Colorado. Vin Die-
sel y Ludacris festejando en tu casa (amé eso)… o tal vez esa vez que
estabas filmando ese anuncio de servicio público para el gobierno
porque hiciste estallar algo que no debías. Eso fue divertido.
Supongo que lo que más me gusta de ti es que es tan difícil
creer que en realidad eres una persona real. La gente siempre me
pregunta: “¿Es Dan realmente real? ¿Es realmente cierto todo
lo que publica?”. Puedo confirmar que todos es verdadero: las
armas, las mujeres, la pirotecnia, los animales salvajes, el sexo,
la marihuana, la diversión y la fantasía.
Una vez estábamos en la pista de aterrizaje para aviones
en el nevado Colorado. El avión realizó dos intentos fallidos de
despegue y nos quedamos varados esperando a que el departa-
mento de bomberos revisara si el avión estaba demasiado ca-
liente. Cuando los bomberos llegaron a tomar la temperatura de
la aeronave, los frenos se incendiaron. Todos en el avión salieron
corriendo frenéticamente… los pilotos, el chef, las modelos y los
amigos. Mientras observábamos de pie como lanzaban agua con
manguera al avión, Dan no aparecía por ningún lado.
“¿Dónde está Dan? ¿Dónde está? ¿Por qué no sale?”. Todos esta-
ban asustados con razón por el incendio y el frío glacial, y aún más
por el hecho de que Dan Bilzerian debió tener deseos de morir. ¿Qué
tipo de ser humano no huiría de inmediato de un avión en llamas?
¿Estaba atrapado? ¿Se perdió? ¿Tuvo otro ataque al corazón?
Y luego, después de lo que se sintió como tres horas, pero proba-
blemente fueron tres minutos, Dan emergió. Ahí estaba, en la parte
superior de las escaleras del G4 con un abrigo largo, sus característi-
cas botas de combate y una camiseta negra. Solo que ahora sostenía
una bolsa de papas fritas. Para el resto de nosotros quedó claro al
mismo tiempo que mientras estábamos afuera asustados y temblan-
do, Dan se había adentrado más en el avión en llamas para buscar
un refrigerio que calmara su hambre. Observó lentamente a la iz-
quierda, donde los bomberos estaban apagando las llamas, hizo un
gesto de desaprobación y se comió un puñado de patatas fritas.
Lindsey 307
CAPÍTULO65
Cobrar
E
mpecé a cobrar por hacer cosas que con mucho gusto ha-
bría hecho gratis.
BGO Gaming me pagó 250 000 dólares por un rodaje
comercial de seis horas con mi Mercedes 6x6, un gorila,
Verne Troyer de la película Austin Powers y cinco modelos.
El estudio envió una copia screener de John Wick y me pagó 50 000 dó-
lares por publicar una foto de mí viéndola el día antes de que llegara a
los cines.
Marquee me pagó 75 000 dólares por aparecer en su club durante
una hora. Pusieron veinte modelos en mi mesa, 10 000 dólares en al-
cohol en medio y reservaron un bungalow cercano para que pudiera
escabullirme y follar chicas. La mayoría de los tipos ricos que conocía de
la escena del póquer habrían pagado al club 75 000 dólares por ese tipo
de montaje. El club incluso organizó un concurso de “dobles” de Dan
Bilzerian con un gran premio de 10 000 dólares .
Pensé que una chica abordándome era una locura, pero aún no había
visto nada. Poco después de llegar a mi mesa, una chica se acercó, me
miró a los ojos y dijo: “Quiero follarte”. Un par de chicas me agarraron
la verga; fue competitivo y agresivo. Todo fue como una bola de nieve.
Cuantas más chicas venían detrás de mí, más hacía que otras quisieran
hacer lo mismo. Yo quería más atención cuando era niño, pero ni en mis
308
sueños más descabellados imaginé un escenario como este. Y las cosas
recién estaban comenzando.
Cobrar 309
CAPÍTULO66
Samantha y
amigos
E
staba ganando alrededor de 80 000 dólares por noche en
propinas por organizar un juego de póquer semanal en mi
casa de Los Ángeles. La partida ocurría cuando un jugador
particularmente malo quería jugar y el resto de los asientos
se llenaban de mediocres jugadores aficionados. Digo me-
diocres, pero en un casino, si alguno de esos jugadores se sentaba, las
batiseñales se encendían y los profesionales venderían a sus hermanas
por un asiento. La entrada inicial era solo de 50 000 a 100 000 dólares,
pero los tipos solían perder un millón o más en una noche. Chicas ma-
sajistas con sujetadores y faldas de treinta centímetros les servían bebi-
das y masajeaban los hombros mientras jugaban.
Ashley era hermosa y daba fantásticos masajes. Estaba disfrutando
su trabajo manual mientras le enviaba desnudos a Samantha, otra chica
del póquer al otro lado de la mesa que tenía un cuerpo perfecto y gran-
des tetas. La vida era buena y me estaba volviendo flojo en términos del
juego que usaba con las mujeres. Ashley me vio sexteando a Samantha
y bromeó al respecto.
310
Cuando terminó la partida de póquer y todos los jugadores se fue-
ron, Ashley preguntó si podía quedarse en mi casa hasta que se le pasa-
ra la borrachera.
“Claro, ocupa la habitación al final del pasillo a la derecha”.
Hice un conteo final de fichas, arreglé las cuentas y luego fui a mi
dormitorio. Abrí la puerta y Ashley estaba tendida en la cama con una
gran sonrisa en su rostro en lugar de durmiendo la borrachera en la
habitación para huéspedes. Capté la indirecta.
Estaba de rodillas con mi verga en su boca cuando Samantha apare-
ció un minuto después en la puerta del dormitorio.
“Oh, cielos”, dijo Samantha, sorprendida.
Fui a la puerta, tomé a Samantha de la mano y la incorporé a la mez-
cla. Comenzó a besarme, pero no quería chuparme la verga ni tener
sexo. Así que después de un minuto le dije que se fuera. Salió de la habi-
tación y volvimos a quedarnos solo Ashley y yo. Pero ahora ella tampoco
quería follar. Tuvo la audacia de mencionar lo importante que era su fe
para ella mientras me la chupaba. Después de elaborar todo este engan-
che con su excusa de “demasiado borracha para conducir” en primer lu-
gar, ni siquiera se quitó la falda. Continuó chupando mi verga hasta que
Samantha volvió a entrar en la refriega. Comenzaron a besarse, pero
Samantha se negó a meterse mi verga en la boca porque dijo que tenía
novio. Con eso, ya me había hartado oficialmente de sus juegos. Eché a
Samantha por segunda vez y llamé a Victoria.
“Ven aquí”, le dije. “Te voy a follar y hay una chica aquí que va a mirar”.
Victoria irrumpió diez minutos más tarde, encendió todas las lu-
ces y espetó: “¿Quién es la puta?”. Le dije que se relajara y bajé un poco
las luces. Se abalanzó sobre mí y luego le ordenó a Ashley: “Chúpale la
verga, puta”. Ashley obedeció mientras Victoria se desnudaba y luego la
empujaba fuera del camino. Victoria habló sucio todo el tiempo mien-
tras follábamos.
“¿Te gusta ver a mi novio follarme, puta?”.
Cuando cambiamos de posición, agarró a Ashley por el cabello y dijo:
“Chúpale la verga. Quiero que te ahogues” y se empujó su cabeza hacia
abajo. Fue realmente agresivo pero caliente y Ashley estaba sorpren-
dentemente dispuesta. De pronto, Victoria cambió el tono, se volvió ino-
SAMANTHA
(NOMBREFICTICIO)
Doctora en Medicina
Samantha es claramente muy astuta. Sabía que era una mujer inteli-
gente (la mayoría de los médicos lo son); sin embargo, era más objetiva y
perceptiva de lo que esperaba. Creé un ambiente de competencia y debido
a que había varias mujeres compitiendo por mi limitada atención, por de-
fecto recibieron un reforzamiento positivo intermitente. El reforzamiento
positivo intermitente da como resultado un fuerte condicionamiento del
comportamiento y es extremadamente resistente al cambio. Encontrarás
el reforzamiento positivo intermitente en las apuestas y está integrado en
los algoritmos de las redes sociales, razón por la que son tan adictivas.
FERSTERYSKINNER,1957
E
ra como la mañana de Navidad, pero Papá Noel no suele de-
jar cuarenta y cinco kilos de Tannerite. Es un buen explo-
sivo y de manipulación bastante segura porque se necesita
una ronda de rifle de alta potencia para detonarlo.
La mayoría de las personas y los campos de tiro utilizan
alrededor de cien gramos para producir una explosión satisfactoria. Vi a
un tipo en YouTube hacer desaparecer un granero de mil cuatrocientes
metros cuadrados con veintitrés kilos. Otro YouTuber, FPSRussia, usó
siete kilos en un camión y la puerta pasó volando a su lado una velocidad
de más de trescientos kilómetros por hora y estuvo cerca de partirlo por
la mitad. Hoy en día, es ilegal tener cuarenta y cinco kilos, que según la
ATF equivalen a veintisiete kilos de C-4.
Compré un semirremolque e hice que lo enviaran a un lugar en el
desierto donde muchos lugareños de Las Vegas van a disparar. Llena-
mos con el Tannerite un enfriador de agua Igloo gigante como los que
usan en las líneas laterales de los partidos de fútbol y lo enterramos bajo
la cabina.
Luego pedí prestado un cañón de 20 mm a un conocido. No estoy
usando jerga aquí ni estoy siendo exagerado. Según el gobierno se trata-
ba literalmente de un cañón. El arma de fuego más grande es un calibre
321
Cañón de 20 mm.
.50 y esta cosa disparaba una ronda más del doble de grande y a mayor
velocidad. Transportamos esa ridícula arma al desierto y la colocamos
sobre una mesa.
Ajusté la mira telescópica al máximo aumento, ubiqué la cruz sobre
la nevera y apreté lentamente el gatillo. Me preparé para un retroceso
equivalente a un puñetazo de Mike Tyson. No estaba seguro de cuánto
recorrido del gatillo tenía el arma, así que apreté. Y apreté un poco más.
Ningún clic.
Nada.
Resultó que mi estúpido amigo nunca había disparado la cosa y el
percutor estaba roto o se lo habían quitado. Para no desanimarme, tomé
su Barrett M107, un rifle de francotirador calibre .50 que estaba cerca,
Tannerite 323
tegró todo menos el armazón del semirremolque. Si había veteranos
de Nevada en un radio de un kilómetro y medio, probablemente pen-
saron que el gobierno estaba probando bombas nucleares como en los
años cincuenta.
“Esto podría causar un problema”, dijo alguien. Por una vez, todos
estuvimos de acuerdo y perdimos el tiempo. Tranquila y silenciosa-
mente nos largamos de ese cañón.
A
l aterrizar en Miami para Art Basel, mi tripulación en el
avión eran el estratega digital Ben Stevens, mi asistente
Jeremy, un encargado de seguridad llamado Claude y dos
mujeres llamadas Brittney y Christine. Brittney era una
universitaria delgada con enormes tetas reales que resul-
ta que vivía con su prometido. Llevábamos casi un año acostándonos,
pero lo mantuvimos en secreto. Christine era hermosa pero una chica
monógama, así que después de acostarnos un par de veces decidimos
ser solo amigos.
Un Ferrari, un Range Rover y un Rolls Royce estaban esperando
cuando aterrizó mi avión. En el pasado, habría pagado alquileres regu-
lares, pero ahora los exóticos me llegaban completamente gratis, otra
ventaja de la fama. Nos registramos en el hotel. Fumé un porro, pedí
servicio a la habitación y follé un par de veces con Brittney.
Estaba desayunando alrededor del mediodía en mi suite con las chi-
cas cuando Ben llamó a la puerta. Dijo que Patrick Schwarzenegger, Wiz
Khalifa y Miley Cyrus estaban en la ciudad y querían que pasara por su
hotel para drogarme con ellos. Había una bolsa de basura llena de ma-
rihuana en la mesa cuando entramos porque Miley le había dicho a su
personal que nunca había que ser atrapado con menos de medio kilo en
325
cualquier momento dado. Wiz enrolló un par de porros y los tres fuma-
mos en el balcón.
Los eventos de Art Basel eran aburridos como la mierda, así que nos
fuimos y partimos a LIV. Diez minutos después de llegar, conocí a una
rubia ardiente y la llevé rápidamente arriba para follar. El club estaba
dentro de nuestro hotel, por lo que era fácil escabullirse y tomar un as-
censor. Brittney y Christine notaron que me había ido y querían venir a
buscarme, pero Ben era un buen soldado y mantuvo a las tropas en línea.
Terminé con la rubia, me di una ducha y volví al club no mucho después.
Los críticos se burlan de mi guardarropa y admito que tal vez no me
presente como el pináculo de la moda sofisticada de GQ. Pero lo que esas
personas no entienden es lo agradable que es poder follar, cambiarse y
seguir usando exactamente el mismo atuendo. No me gusta ducharme
y ponerme ropa que no esté limpia. Así que imagínate la mierda con la
que tendría que lidiar si me cambiara a cinco atuendos diferentes en
una noche. Al ceñirme a un guardarropa conscientemente restringido
de pantalones cargo, camisetas y trajes de baño, puedo lucir igual cada
vez que regreso a la fiesta. Además, hace que empacar sea más fácil y es
una cosa menos en la que tengo que pensar. La mayor parte de la gente
no ve todos los ángulos; ven la superficie y hacen suposiciones.
Leonardo DiCaprio le dijo a un amigo en común que quería conocer-
me y yo estaba emocionado. Pero entre la música increíblemente alta y
los Quaaludes que había tragado, no podía comunicarme una mierda.
Me sentí como un retrasado farfullando. Sin saber qué decir, le ofrecí
uno de mis pocos y preciosos Quaaludes. Él declinó cortésmente des-
pués de decirme que nunca antes los ha probado. Gritamos, sonreímos
y arqueamos las cejas como si nos estuviéramos comunicando durante
unos treinta segundos. Le di un choque de puños y volví a mi mesa. No
pude dejar de encontrar irónico que el tipo que informó a la generación
más joven sobre los “ludes” nunca se hubiera tragado uno.
Desearía tener una mejor historia con DiCaprio, pero una mujer me
dijo que unos meses antes, estaba en un club con él cuando se estaba de-
jando crecer la barba para The Revenant. Me contó que saltó sobre la mesa
y gritó: “¡Tengo esta barba y todas estas mujeres! ¡Soy como Dan Bilze-
rian!”. No le creí en ese momento, pero él sabía quién era yo y sería algo
En un barco en Miami.
U
nas semanas después de mi arresto, Lone Survivor llegó
a la pantalla grande y la película fue bien recibida. Mi
parte, sin embargo, distó mucho de los ocho minutos
y ochenta palabras que me prometieron. La única línea
que quedó fue algo que Marcus inventó, lo que al salir la
información a la luz, resultó ser un tema recurrente.
En el libro, Marcus afirmó que había doscientos guerreros talibanes,
pero el informe posterior a la acción y la inteligencia de tierra indicaron
solo de ocho a diez.* Marcus afirmó que “mataron a cincuenta o más”;
sin embargo, no hubo informes de bajas enemigas. Mohammad Gulab,
el aldeano afgano que salvó a Marcus y lo alojó hasta que fue rescatado,
dijo a Newsweek que el libro de Marcus era inexacto. “Aunque Luttrell
escribió que disparó una ronda tras otra durante la batalla”, señala Gu-
333
lab, “el ex SEAL todavía tenía once cargadores de municiones cuando
los aldeanos lo rescataron; todo lo que había llevado a la misión”.
Fuera verdadera o no la historia, un trato es un trato. El director
Peter Berg no me dio el tiempo en pantalla que me había prometido a
pesar de que le di el millón de dólares que me pidió reiteradamente, así
que tuve que demandar a Randall Emmett, a quien Peter también jodió,
porque era él con quien yo tenía el contrato. Antes de hacer justicia en la
corte, reembolsaron mi inversión original de un millón de dólares más
quinientos mil por intereses. A pesar de que la película ha recaudado
más de ciento cincuenta millones, todavía no me han pagado un solo
dólar por el tres por ciento de regalías que poseo. Debí haber seguido
el consejo de Clarence: No inviertas en películas. Los estudios cinema-
tográficos mantienen varios juegos de libros y casi siempre joden a los
inversores. A pesar de que lo hice por el papel y no por el dinero, se las
arreglaron para joderme en eso también.
A Randall no le molestó la demanda y me ofreció un papel en una
película llamada Extraction con Bruce Willis a cambio de un saludo per-
sonal en Instagram (el tipo no tiene vergüenza). Hizo muchas películas
súper baratas en estados que ofrecían reembolsos del 30 por ciento por
filmar en exteriores. Digamos que la película tenía un presupuesto de
10 millones de dólares; Randall le pagaría 4 millones a un gran nombre
como Bruce Willis por rodar todas sus escenas en un día. Pondrían la
cara de la estrella en la caja y venderían anticipadamente los derechos
extranjeros por 7 millones. Después de que el estado emitía el reembol-
so de 3 millones, Randall había recuperado toda su inversión y tendría
una posibilidad de ganar dinero sin riesgo en las ventas nacionales. Las
películas solían ser una mierda y demasiadas podían hundir la carrera
de un actor si no tenían cuidado. Pero tipos como Bruce Willis igual ha-
cían un montón de esas, esperaban lo mejor y guardaban algo de efec-
tivo, pensando que, al diablo, cuatro millones por un solo día de trabajo
es una buena paga.
Interpreté a un agente de la CIA con algunas escenas de pelea, lo
que incluyó una con Kellan Lutz de Twilight. El único día de trabajo de
Bruce fue un desastre. No había memorizado las líneas, por lo que tuvo
M
e invitaron a asistir a la Cena de Corresponsales de la
Casa Blanca y necesitaba una cita ya que Victoria y yo
habíamos roto. Mi estilo de vida y la relación abierta
la estaban haciendo sentir miserable. Yo sabía que es-
tábamos en una encrucijada: tenía que mantener una
relación exclusiva con ella o dejarla en libertad. Y como yo no era capaz
de hacer lo primero, decidí dejar de hacerla atravesar por tanto dolor.
Mi videógrafo Jay Rich sugirió que me llevara a Jessa porque no solo era
hermosa, sino que además hablaba bien y se comportaba. Jessa aceptó
siempre y cuando solo asistiéramos nosotros dos.
Después de que nos habíamos separado para siempre, Jessa se
mudó a Los Ángeles para continuar su carrera de modelaje y no había-
mos hablado mucho desde entonces. Cuando Jessa llegó al avión, me di
cuenta de que estaba impresionada pero no quería admitirlo. Me rega-
ñó sarcásticamente por ser ostentoso mientras me mostraba su sonri-
sa característica. Le respondí encendiendo un porro sujeto en un largo
340
Jessa.
H
abía estado saliendo con una ex concursante de Miss
Nueva York llamada Luciana, una delgada colombia-
na que era exactamente mi tipo: delgada con grandes
tetas, un rostro hermoso y piernas largas. Medía poco
más de un metro setenta pero no debe haber pesado
más de 50 kilos. Ella era la chica perfecta para tener cerca porque se veía
totalmente inofensiva y todas las chicas pensaban que era hermosa, así
que se salía con la suya al hacer cosas alocadas. Luciana se desnudaba y
todos tomaban fotos. Recuerdo una vez que la vi hacerle sexo oral a una
chica en mi cocina aleatoriamente y sin provocación alguna. La chica
tenía un doctorado en divertirse.
Ella me contactó tan pronto como regresé de D.C. y dijo que quería
venir con una amiga. Sabía que eso significaba un trío, pero estaba un
poco cansado y le dije que quería follármela solo a ella. Me llamó co-
barde y dijo que quería traer a su amiga. Así que como no quería ser un
cobarde, acepté.
Trajo a una modelo muy conocida con decenas de millones de segui-
dores e hicimos un trío. Me sorprendió un poco que estuviera ahí, por-
que su novio era realmente famoso, pero no debería haberme sorpren-
dido tanto. Me parecía que casi todas las chicas que conocía eran infieles.
348
LINOEDING
Director, Coordinador de Dobles
T
odd Phillips, el hombre responsable de The Joker, pregun-
tó si yo quería participar en la película War Dogs. El papel
implicaría darle una paliza a Jonah Hill y Miles Teller en el
mismo club nocturno de Miami donde esa mujer atacó a
mi amiga Christine. Todd era un tipo genial, siempre era
divertido compartir con él y Todd Phillips y Jonah Hill en
era muy aterrizado. Era todo el set de War Dogs.
354
pero la mejor parte era que no había dramatismos. Las mujeres como
ella no son habituales; es raro encontrar una chica sexy como esa que no
sea un dolor de cabeza.
Siempre tuve un buen protocolo para las orgías. Primero folla a tu
chica antes que a sus amigas y préstale la mayor atención. Para este
viaje, Luciana invitó a Miss Florida, una joven inocente y recientemente
soltera de veintiún años que solo se había acostado con un puñado de
chicos antes. Hicimos un trío la primera noche, pasamos el día en un
yate y luego salimos en un hidrodeslizador en los Everglades esa noche.
Nuestro guía llevó un foco gigante para iluminar a los caimanes. Un
motor normal los asustaría, pero el sordo zumbido de las hélices de los
hidrodeslizadores hipnotizaba a los reptiles. Cuando los iluminábamos
con el reflector, se paralizaban como un ciervo en la carretera. Se podía
saber qué tan grande era el caimán por la distancia entre sus ojos. Crecí
en Florida y había jugado con caimanes toda mi vida. Ben Stevens grabó
un video genial de mí sosteniendo un caimán de un poco más de un me-
tro ochenta que había agarrado, pero al revisarlo, mi abogado dijo que
podría considerarse “alteración de la vida silvestre”. Pensé que sonaría
extraño tener eso en mi historial, así que nunca publiqué el clip.
Después de una divertida semana en Miami, regresé a Los Ángeles,
donde una chica llamada Skye y su rubia amiga canadiense de grandes
tetas me estaban esperando en casa. Skye le había contado cosas buenas
a su amiga y rápidamente hicimos un trío. Todos terminamos en mi
casa esa noche después del club con algunas chicas al azar y Samantha.
Skye y su amiga me texteaban para que fuera a follarlas en mi habita-
ción para huéspedes mientras yo ligaba con una rubia alta y delgada que
luego quedó fuera de combate en mi cama. Se despertó cuando empecé
a follarme a Samantha y terminó integrándose. Siempre es interesante
ver la reacción de una mujer que se despierta cuando te follas a otra chi-
ca. Al principio, están confundidas. Y podrías pensar que se enojarían.
Pero mientras la otra chica sea sexy, rara vez parece importarles.
Después, alrededor de la una de la tarde, Jay Rich entró en la habi-
tación y se largó a reír. Tomó su teléfono y tomó una foto sin dudarlo.
Acababa de levantarme de la cama y la habitación era un desastre. Parecía
que una tormenta había arrasado. Las almohadas y la ropa estaban espar-
T
om Goldstien fue contratado para defender a un multimi-
llonario chino detenido en Las Vegas por cargos de correr
apuestas. Si Tom podía obtener una absolución, ganaría 10
millones de dólares. Pero si perdía, no recibiría nada. Des-
pués de un intensa juicio de once meses, ganó. Iban a una
partida de póquer en Londres para celebrar y me invitaron a acompa-
ñarlos en el G550 de su cliente.
Yo no tenía idea del cliente. No conocía al hombre, no sabía lo que
había hecho. Pero la Interpol evidentemente sí, o creía que sí, y emitie-
ron una alerta para su avión y nos hicieron aterrizar en Montenegro.
Resultó que sospechaban que el cliente de Tom era el jefe del sindicato
del crimen de la Tríada. Durante nuestro retraso, nos fuimos al castillo
de 70 millones de dólares del tipo, una hermosa estructura de piedra
con tejas de terracota en el techo.
Las autoridades dejaron en claro que el cliente de Tom no iría a Lon-
dres en el corto plazo. Montenegro era agradable, pero después de una
semana o dos, me aburrí y decidí contactarme con Clarence, que estaba
357
en un yate frente a las costas de Italia. Alquilé un avión y le pregunté a
Clarence cuántas chicas quería que llevara.
“Trae tantas como quieras, el yate es enorme”, respondió Clarence.
Llamé a Nico, un promotor italiano que conocí en Cannes. “¿Tienes
chicas guapas en Italia?”.
“Hermano, estoy en Milán”, se rio. “Aquí solo hay mujeres hermosas”.
“Junta todas las que puedas y veámonos en el puerto de Viareggio”.
“En serio, dame una cifra”.
“Trae veinte mujeres”.
“Está bien, nos vemos pronto”.
Clarence estaba emocionado de que yo fuera y a lo mejor no pensó
que realmente aparecería con tantas mujeres a cuestas. Organicé que
Luciana y Miss Florida se reunieran conmigo en Italia y Nico llegó con
un increíble autobús alquilado lleno de modelos italianas.
“Vas a necesitar un barco más grande”, le dije a Clarence.
“Sí, claro”, se rio.
Pero yo tenía razón. Cuando el autobús descargó, me miró con in-
credulidad.
“Mierda… voy a necesitar un barco más grande”.
De hecho, Clarence tuvo que alquilar un segundo yate solo para lle-
var a todas las putas mujeres. Dividimos el grupo en los dos barcos y
todos tomaron una habitación. En Porto Azzurro, fuimos a un club noc-
turno y nos bombardearon. Esos italianos se volvieron locos, pidiendo
fotografías y selfies. Tuve que irme; simplemente era demasiado. La
seguridad nos rodeó en una formación de diamante para sacarnos de
la locura. Al salir, en medio del caos, vi a dos bellísimas italianas que
intentaban llegar hasta mí, así que las metí en nuestro grupo.
Finalmente llegamos a la camioneta y las dos recién llegadas se sen-
taron a ambos lados de mí.
Un tipo gritó en la puerta: “¿Puedo tomarme una foto contigo?”.
Pensé: ¿Qué importa una más?, así que me asomé y me tomé la foto.
Pidió unirse a nuestro grupo y le dije que no.
“Pero esa, esa de ahí, es mi novia”, balbuceó en un inglés entrecortado.
Le expliqué que las mujeres eran libres de quedarse con él, pero que no se
CLARENCEWILSON(NOMBREFICTICIO)
Gerente de Fondos de Cobertura
A
ntes de reunirme con Clarence, le dije a mi equipo que
estaba en Europa y les pedí que organizaran algunas apa-
riciones en clubes en mi camino de regreso a casa. Ben
Stevens planeó algunos clubes en lo que llamó la “Gira de
la Campaña Presidencial Bilzerian 2016”. Así fue mi cam-
paña del verano de 2015. Fue una excusa para que me pagaran por beber
y follar chicas. La primera parada fue en mi versión de un centro de
convenciones o salón de baile de hotel: el Cabana Pool Bar en Toronto.
Samantha se desnudó tan pronto abordamos el avión. Tomé un Am-
bien, le dije a los pilotos que nos dieran algo de privacidad y puse manos
a la obra. Íbamos volando desde Nápoles después de pasar la semana en
el yate de Clarence. Me llevé a Samantha porque nunca causaba proble-
mas, nunca peleábamos por nada y era increíblemente hermosa. Por
sobre todo, me gustaba que estudiara medicina y que tuviera aspiracio-
nes de vida aparte del modelaje.
362
En Cabana, tenían fuertes medidas de seguridad, grandes letras de
cartón con mi nombre y una mesa con una veintena de modelos y bote-
llas esperándonos. A los quince minutos de llegar, me follé a una chica
con un culo impecable en un baño privado. Había una ducha, así que me
lavé, me puse de nuevo los pantalones cortos y volví a la mesa.
Beachclub Montreal.
Samantha y Rosie.
M
i amigo Jax y yo estábamos en una fiesta en la pisci-
na cuando Meek Mill me dijo: “La calle te ama”, uno
de los cumplidos más sorprendentes que he recibido.
Mientras crecía, no me respetaban mucho y, cierta-
mente, tampoco los chicos del barrio. Como era un
niño escuálido que no quería tenerle miedo a nada, admiraba a los gáns-
teres que no aceptaban mierda de nadie. Respetaba su falta de miedo y
me sentí al recibir ese respeto de vuelta.
MEEKMILL
Rapero
373
forma de vida… En el barrio, no preguntamos: “¿A qué te dedi-
cas?”. Bueno, los verdaderos buscavidas no lo hacen. ¡Nos inspi-
ramos cuando vemos ganadores!
Jax.
Jax 375
Jax era increíblemente generoso cuando ganaba mucho dinero.
Compraba bebidas para todos y alquilaba casas bonitas. Jax gastó cada
centavo que ganó en cada temporada, lo que no era mucho en compa-
ración con lo que ganan jugadores como LeBron James o Steph Curry,
pero gastar 700 000 dólares en seis meses es mucho para los estándares
de cualquiera.
Entonces no fue seleccionado.
Sin contrato y sin nada en el banco, se esforzó. Un buen amigo lla-
mado Stratton dejó que Jax se quedara en su casa y le daba algo de efec-
tivo de vez en cuando. Creo que realmente carcomió a Jax el hecho de no
tener nada de ingresos y no poder retribuir financieramente. Empezó
a drogarse más y con mayor frecuencia. Terminó en el hospital varias
veces y todos le dijimos que se calmara. Pero cuando estás sobrio, no
tienes más alternativa que enfrentarte a la realidad. Él no estaba prepa-
rado para hacer eso.
La ruina económica puede ser devastadora. Algunos de los amigos
de mi padre se suicidaron por problemas de dinero. Es difícil cambiar
tu estilo de vida completo y puede parecer el fin del mundo, aunque
es solo el final de un capítulo de tu vida y el comienzo de uno nuevo.
Achicarse no suena difícil, pero cuando estás acostumbrado a un cierto
nivel de estatus social y un alto estándar de vida, puede ser casi impo-
sible. Otro peligro de ser rico es que cuanto más alto subes, desde más
alto caes.
Traté de pensar en algo que Jax pudiera hacer, pero era difícil en-
contrar algo que pagara lo suficiente para mantener su estándar de vida.
Desearía haber tenido una respuesta para él que no fuera simplemente
recalibrarse a un estilo de vida más normal.
Dediqué gran parte de mi vida a acumular riqueza. El dinero puede
hacer la vida infinitamente mejor en el corto plazo. Pero mientras ten-
gas lo suficiente para sobrevivir, no es una solución para ningún proble-
ma real. En el ejército, ganaba 860 dólares al mes, pateaban mi trasero
todo el día y fue una de las épocas más felices de mi vida. Trabajaba para
alcanzar una meta y el dinero era relativo.
En San Diego, en los raros casos en que tenía suficiente energía para
ir al cine o para salir a cenar, eso era un lujo. Esas cosas simples me
Jax 377
CAPÍTULO76
Preocuparse
demasiado
D
raft Kings, el sitio de apuestas en línea de deportes de
fantasía, me pagó un millón de dólares para organizar
una fiesta para diez de sus ganadores.
El trato era que yo tenía que subir una publicación
en mis redes sociales. diciendo que iba a hacer la fiesta
y se comprometieron a darme otro medio millón para cubrir los costos
de la fiesta. Sin embargo, se metieron en algún juicio normativo un mes
después de que firmamos el trato y tuvimos que suspender todas las
promociones. Dijeron que podía quedarme con el millón y no tenía que
hacer la fiesta, pero no me iban a dar el medio millón.
Publiqué que iba a hacer una fiesta y cumplo lo que digo, así que la
fiesta tenía que hacerse. Para asegurarme de que la proporción fuera
buena y que los concursantes lo pasaran bien, le había dicho a treinta y
seis modelos de Instagram que les pagaría por ir y publicar para la com-
pañía, y yo también cumpliría ese compromiso. Contacté a mi amigo
Bam, un ex Infante de Marina que dirigía Wishes for Warriors, y le dije
que me enviara algunos veteranos con amputaciones heridos en com-
378
bate. Luego llamé a Clarence y le pregunté si quería llevar a las chicas y
los veteranos a Cabo y dividir el gasto. Se divirtió mucho en el yate, así
que no lo dudó y dijo que lo reservara.
BRYAN“BAM”MARSHALL
Ex Infante de Marina, Fundador de Wishes For Warriors
Cabo.
Fruit Ninja.
R
ick Salomon evaluó aceptar la apuesta de bicicleta de seis-
cientos mil dólares, pero llamó a un amigo que poseía el ré-
cord mundial y él le aconsejó que no lo hiciera.
Seguí analizándolo en mi mente y parecía realizable. Pero
yo no estaba en buena forma cardiovascular y no había mon-
tado una bicicleta en dieciocho años. Demonios, ni siquiera tenía bicicleta.
Me desperté al día siguiente y no podía sacarme la apuesta de la cabeza.
Llamé a un amigo ciclista que me dijo que definitivamente podía hacerlo
con seis meses de entrenamiento; teóricamente podría ser posible pero
poco probable con tres o cuatro meses de entrenamiento; y sería física-
mente imposible con un mes o menos.
En mi cabeza, escuché las palabras de Jim Carrey de Dumb and Dum-
ber: “Entonces me estás diciendo que hay una posibilidad”.
Eso fue suficiente para mí.
Llamé a Clarence y le dije que aceptaría la apuesta por 600 000 dólares
con seis meses de preparación. Le dimos mil vueltas antes de aceptar las
condiciones y terminamos en: Montar una bicicleta desde mi entrada para
automóviles en Las Vegas hasta mi entrada para automóviles en Los Án-
geles en menos de cuarenta y ocho horas con seis semanas para entrenar.
387
Clarence había estado de mal humor en mi casa esa noche: le había
apostado a mi hermano 300 000 dólares a que no podía pasar cuarenta y
ocho horas sin decir el artículo inglés “the” (el, la, los, las). Mi hermano
aceptó la apuesta y se negó a hablar con nadie hasta que Clarence pagó
150 000 dólares una hora después para salirse de la apuesta. Luego dirigió
su atención a Rick y nació la gran apuesta de bicicleta.
La belleza de las apuestas es que resuelven discusiones muy rápido al
hacer que ambas partes respalden con dinero lo que dicen. Lo mejor es
apostar con un tipo rico con un gran ego porque defenderá sus opiniones
apostando por ellas en lugar de aceptar que podría estar equivocado. Al
igual que en las negociaciones, el póquer o las ventas, la persona a la que
más le importa el dinero suele terminar ganándolo. Cuando se trataba de
dinero y apuestas, aprendí hace mucho tiempo a controlar mi ego desde el
principio; no me importaba si había gente que pensara que era un idiota o
un imbécil siempre y cuando yo terminara con el dinero.
Esta apuesta era diferente. Esta vez fui yo el que apostaba con mi ego.
No estaba seguro sobre mis posibilidades de ganar, pero cuanto más de-
cían todos que yo no podía hacerlo, más me hacía querer demostrarles que
estaban equivocados. Has empujado tu cuerpo mucho más allá de lo que es-
tas personas podrían llegar a comprender. Estos hijos de puta no te conocen,
no saben de lo que eres capaz mi ego gritaba en mi oído.
Para probar mi resistencia y evaluar mis posibilidades, fui al gimnasio
y me subí a una bicicleta estática. Después de cuarenta y cinco minutos,
estaba achicharrado. Solo cubrí dieciséis kilómetros en perfectas condicio-
nes y el recorrido real para la apuesta era de más de cuatrocientos ochenta
kilómetros en distintos terrenos con viento y lluvia. Mierda. Y con eso, mi
ego abandonó el chat.
“Tengo que recorrer más de cuatrocientos ochenta kilómetros en dos
días, así que necesito algo rápido y cómodo”, le dije a un hipster que traba-
jaba en la tienda de bicicletas.
“¿Cuántas centenas has hecho?”.
“¿Qué diablos es una centena?”.
“Una centena es un viaje de más de cuatrocientos ochenta kilómetros”.
“No he montado una bicicleta en casi dos décadas y nunca he recorrido
más de ocho kilómetros”.
Lance Armstrong.
F
inalmente rompí con Victoria de manera definitiva en un
esfuerzo por ganar seiscientos mil dólares.
Habíamos estado peleando, separándonos y volviendo a
estar juntos demasiado tiempo. Ella era increíble y no era
justo que no la hubiera apartado de una vez por todas. Ella
era demasiado leal para dejarme y fue difícil para mí renunciar a ella
porque el sexo era muy bueno incluso después de tres años.
En un vuelo a Shanghái, una semana después de que terminara la
apuesta de bicicleta, le dije a Clarence que habíamos terminado. De ver-
dad esta vez. Él pensó que yo era un mentiroso de mierda. Nunca había
sido un gran admirador de mi relación con Victoria, en parte porque
ella había sido un impedimento para que yo tuviera chicas cerca, lo cual
fue un impedimento para que él tuviera sexo, y en parte porque él sabía
que yo no la estaba haciendo feliz, pero sobre todo porque la odiaba.
“Te apuesto 600 000 dólares a que no puedes pasar un año sin tener
sexo con Victoria”.
Esto sería mucho más difícil que la apuesta de bicicleta. Pero sabía
que era lo correcto. Sería la única forma en que podría dejarla ir. Por
mucho que la amara y el sexo, no iba a pagar efectivamente un millón
doscientos mil dólares por follarla.
395
Victoria se enfureció cuando se enteró sobre la apuesta. Y cierta-
mente no me la hizo fácil. Siempre había sido increíble hablando sucio
y me texteaba cosas que me hacían pensar seriamente en comprar mi
salida de la apuesta con Clarence. Incluso me masturbé con algunos de
los mensajes de texto y videos que me envió y no me había masturbado
en años.
Fue doloroso para los ambos, pero romper definitivamente resultó
ser lo mejor que le había pasado a ella. Comenzó a salir con un tipo alre-
dedor de nuestro décimo o undécimo mes sin sexo y finalmente se casa-
ron. Le di a Victoria 60 000 dólares de la apuesta y dejé que se quedara
con mi gato. Ella es una buena chica y merecía ser feliz.
Las Vegas.
397
fiestas, pero tampoco tenía ganas de lidiar con eso. Quería pasar más
tiempo viajando y pasando el rato con mis amigos, realizando salidas
todoterreno y practicando wakeboard en Las Vegas.
Después de eso, solo quería esperar y ver qué sucedía. Así que llamé
a mis pilotos y les dije que esperaran mientras mirábamos un mapa
para decidir adónde debíamos ir. Primero volamos a Praga, luego a Ve-
necia y nuestra última parada fueron unos días en Islandia.
Lauren voló a casa desde Nueva York y fui anfitrión en algunos clu-
bes en mi camino de regreso a Las Vegas. Después de una semana en
casa, volé a Minnesota con Lauren y compartí con mi familia durante
una semana. Practicaba wakesurf y esquí acuático durante el día y juga-
ba a las cartas con la familia por la noche. Fue agradable para mí salir
un poco de mi alocada vida y recuperar algo de perspectiva de la vida.
S
iempre di: “Es bueno verte” cuando veas a una mujer.
Después de Cabo, volví con fuerza a los viejos hábitos.
Lauren había empezado a gustarme y, para dejar de pensar
en ella, volví a caer en el antiguo estilo de vida. Para mí era
común tener una casa llena de chicas y dormir con casi todas
ellas. Las chicas nuevas me buscarían y las chicas con las que salía trae-
rían amigas. Era como una puerta giratoria de repeticiones y nuevas
chicas que iban y venían cada par de días.
405
Jay Rich llevó un grupo de mujeres a mi casa de Las Vegas y por error
le dije “Encantado de conocerte” a una mujer con la que había folla-
do varias veces antes. Él me llevó a un lado y expresó su preocupación
porque las cosas se estaban saliendo de control. Esa no era la primera
vez que sucedía. Había estado a tope durante tanto tiempo que todo se
estaba volviendo algo borroso.
Tenía una rotación de más de cincuenta mujeres en ese momento.
Nunca corté a ninguna que fuera atractiva y genial, así que a veces estas
mujeres duraban años. La clave era la variedad y podía mezclar y com-
binar lo antiguo y lo nuevo.
Contrariamente a la creencia popular, no le pagaba a ninguna. No
podía seguir el ritmo de lo que tenía y eso lo hizo competitivo. Pagarles
habría sido contraproducente; en realidad, les habría gustado menos y
esperarían más de mí. Sé que esto suena contradictorio, pero a lo largo
de los años, había notado constantemente que un alto porcentaje de las
veces que hacía algo bueno por una chica o le compraba algo, en reali-
dad me trataban peor.
Mi teoría es que las modelos generalmente no piensan muy bien de
sí mismas, ya que saben que su valor se basa únicamente en la aparien-
cia y eso es fugaz, por lo que cuanto mejor las trates, más disminuye
su respeto por ti. Además, es probable que hayan tenido toneladas de
idiotas besando sus traseros y colmándolas de regalos en el pasado, por
lo que existe una correlación subconsciente entre hacer cosas buenas y
ser un bobo.
A medida que las mujeres se ponían celosas o empezaban a salir en
serio con alguien, abandonaban y se unían otras nuevas. No intentaba
controlarlas y nunca les dije que no podían ver a otros tipos.
Mi harén era como una bola de nieve; cuanto más bajaba en la mon-
taña, más grande se volvía. A medida que las mujeres se volvían más y
más hermosas, esto hacía que otras se volvían aún más curiosas: ¿Qué
es tan bueno de él? Tiene a cuatro mujeres guapas encima. Quiero saber
por qué. Cuantas más mujeres me deseaban y cuanto más competitivo
se volvía, más fácil era atraer a otras nuevas. Por el contrario, cuando
había menos mujeres, las chicas tenían mayores expectativas, se vol-
vían más apegadas y, como resultado, no duraban tanto.
Harén 407
PARTE5
Encontrando
los límites
del exceso
CAPÍTULO81
Nina
O
rganicé una fiesta en la piscina en Marquee Day Club con
Floyd Mayweather y unas cuarenta chicas. Tenía la habi-
tación del hotel tipo bungalow de tres pisos junto al club
diurno. No podría haber habido un mejor montaje.
Una de las mujeres en mi mesa era Nina, una morena
alta, delgada e increíblemente hermosa de Noruega con piernas largas
y tetas grandes. Acababa de ganar Miss Globe y era una de las muje-
res más hermosas que había visto en mi vida. No creo que ella supie-
ra quién era yo, pero había tanta conmoción a mi alrededor, gente que
quería fotos, tipos que intentaban saludarme y chicas que intentaban
llamar mi atención, que estoy seguro de que Nina sentía curiosidad. Le
entregué mi teléfono para que ingresara su número cuando una chica
llamada Sofia se me acercó y empezó a coquetear.
Sofia era una chica universitaria con enormes tetas reales que Jay
Rich había encontrado en Instagram y la llevamos en avión para la fies-
ta. Le pregunté si quería fumar y nos fuimos a mi bungalow. Empeza-
mos a besarnos, pero ella se detuvo y preguntó por la marihuana. Dije:
“Oh, no sé dónde está” y salí de la habitación. Evidentemente, ella que-
ría fumar de verdad.
409
O eso o quería hacerse de rogar para no parecer demasiado fácil.
Cualquiera que fuera el caso, no me importaba. Salí a buscar otra.
Pasé un rato con Floyd y French Montana en la piscina y les presen-
té a algunas chicas, luego encontré una para follarme, seguida de otra.
Después de unas horas, llevé a todas las chicas a mi casa. Sofia seguía
acercándose a hablar y terminamos follando en mi armario mientras
French Montana.
Sofia (sonriendo, a mi
derecha) en mi sala de cine.
Nina 411
Eso fue a fines de 2016 y yo era una celebridad legítima en ese mo-
mento. Los críticos intentaron restarle importancia y dijeron: “Famoso
de Instagram”. Pero eso no era Instagram. Era la vida real; en cada ciu-
dad y en cada país extranjero que había estado. Había estado con mu-
chas celebridades y no había visto a nadie generar ese tipo de histeria.
La fama es algo extraño. Puede ser debilitante si te gusta estar en
público. Una vez que la primera persona se acerca y pide una foto, todos
los demás simplemente se ponen en fila. A veces las personas te piden
una foto y ni siquiera saben quién eres. Esos son los únicos que rechazo.
¿Qué tipo de oveja tienes que ser para querer una foto con un ser huma-
no simplemente porque viste a otras personas tomándole fotos?
Después de la fiesta con Floyd, volé a Los Ángeles con T-Pain, Frances-
ca Farago y su amiga rubia Crystal. T-Pain acababa de lanzar una canción
llamada “Dan
T-Pain (extremo izquierdo) y Francesca
Bilzerian”, don- Farago (justo a mi izquierda).
de rapeaba “I got
ten Brazilians
like I’m Dan
Brazarraan”
(Tengo diez bra-
sileñas como si
fuera Dan Bra-
zarraan). Dijo
mal mi nombre,
pero T-Pain es
una leyenda y,
no obstante, me
sentí honrado.
Mientras es-
tábamos en un
club en Los Án-
geles, me senté
allí con Frances-
ca y Crystal en
mi regazo vien-
FRANCESCAFARAGO
Modelo, Estrella de la
serie de Netflix Too Hot
to Handle
Nina 413
muy vívidos de todas nosotras desnudas en su avión o ligando
en una limusina; realmente no había ropa alrededor de Dan. He
estado con muchas celebridades antes, pero el poder que Dan
posee es diferente a cualquier otro. Todas están literalmente co-
rriendo desnudas compitiendo por su atención. Todas tratando
de ser su chica número uno, incluso si es solo por una noche. Y
puedo decir por experiencia que ser su chica número uno, inclu-
so por una noche, te cambia la vida.
Nina juntó conmigo en Las Vegas una semana después con una ami-
ga rubia y guapa. Ella era súper genial, siempre sonreía y nunca se que-
jaba de nada. Incluso pagó su vuelo para verme, que es algo que las mo-
delos nunca hacen. No sabía cómo iba a funcionar con ella, así que hice
que Crystal se quedara conmigo en caso de que Nina no quisiera follar
por alguna razón. Pero ese no resultó ser el caso.
La llevé al evento benéfico de Aoki para el cáncer cerebral y todos se
volvían a mirar cuando ella pasaba. Disparamos ametralladoras en el
desierto y luego fuimos a Top Golf. Las chicas nunca habían disparado
un arma o balanceado un palo de golf, así que estaban entusiasmadas, y
mi primo Nick terminó acostándose con la amiga de Nina.
Pasé una semana con Nina antes de que tuviera que regresar a No-
ruega y ella fue pura clase, muy agradecida por todo y esperando nada a
cambio. Si su inglés hubiera sido mejor, habría salido en serio con ella.
Además de todo, era dulce con las otras chicas y no le molestaba que me
las follara. Rompieron el molde cuando hicieron a Nina.
Crystal estaba enojada porque no me había estado acostando con
ella. Le dije que si le chupaba la verga a mi primo Nick, me la follaría.
Pensó que estaba bromeando, pero le dije que estaba cansado.
“Despierta al chico y hazle una buena”, la insté. “Me uniré y te follaré”.
Nick era el niño pequeño que había sido mi compinche durante esos
veranos de adolescencia en Minnesota. Pasó a visitarme y dijo que pen-
saba que Crystal era una de las chicas más guapas que había visto en su
vida, así que pensé que estaría emocionado. Además, follar con ella no
sería precisamente un suplicio, sin importar lo cansado que yo estuvie-
ra. Le estuvimos dando vuelta un rato y finalmente ella aceptó. Crys-
Nina 415
CAPÍTULO82
Cripto
Y
o no había estado jugando mucho al póquer, pero allá por
2014, recibí más de un millón de dólares en Bitcoin de mis
ponis de Macao. En ese entonces, costaba alrededor de
700 dólares la moneda y me había olvidado de esto. Ahora
que costaba alrededor de 2100 dólares la moneda, la pren-
sa comenzó a cubrirlo y todos los diferentes tipos de monedas estaban
subiendo, así que compré Ethereum, Ripple y algunas otras. Mis cuen-
tas de monedas subían y bajaban cientos de miles y, a veces, millones de
dólares en un día.
Seguí acumulando hasta que Bitcoin alcanzó alrededor de 17 900
dólares por moneda y Clarence entró en pánico e intentó vender sus
monedas. Dijo algo que realmente se me quedó grabado: “Si no eres un
comprador a 17 900 dólares, entonces debes ser un vendedor”, aconsejó.
Bitcoin subió a 19 500 dólares y vendí todas mis criptomonedas
cuando comenzó a caer. Vendí a 16 500 dólares por moneda y estaba
feliz con esa ganancia demencial. Era divertido apostar todos los días y
tener grandes cambios, pero fue mejor poner una tonelada de dinero en
el banco. Conservé un par de millones en monedas solo por el gusto de
sufrir, pero cambié la mayor parte.
Eso fue algo grande para mí y una ganancia totalmente inesperada
de dinero por la que solo tuve que pagar ganancias de capital. Práctica-
416
mente había dejado de jugar al póquer en este punto porque AG había
renunciado a mí y los juegos más pequeños no valían la pena. Tenía su-
ficiente dinero para hacer lo que quisiera, así que decidí concentrarme
en hacer cosas que me hicieran feliz, lo que pensé que me haría feliz de
todos modos…
Cripto 417
CAPÍTULO83
Stampede
M
e reuní con Ron y su amigo Will, dueño de un club
nocturno canadiense, en Panamá para obtener célu-
las madre. Estos tipos se esforzaron. Iban a los clubes
locales y traían putas al hotel. No me refiero a una o
dos prostitutas. Hablo como quince o veinte de ellas.
Necesitaban varios viajes en ascensor para llevar a todas estas putas a
su habitación.
Mientras subía, Will tomó a un policía federal del vestíbulo, lo lle-
vó a la habitación e hizo que una de las chicas se lo follara en una silla
mientras aún vestía el uniforme. Will alineó a diez prostitutas contra la
ventana de su hotel y recorrió la línea follándoselas a todas como una
máquina de coser. Las prostitutas nunca fueron lo mío, pero no podía
dejar pasar la oportunidad de hacer un trío con dos guapas hermanas
biológicas. Estaba follándomelas juntas en el piso mientras a Ron le
chupaban la verga en la cama.
Mel Gibson también estaba ahí y nos reunimos con él y el médico
jefe de la clínica la noche siguiente para cenar. Había visto la mayoría de
sus películas y estaba interesado en conocer al hombre. Era muy dife-
rente a otras celebridades que había conocido; entró solo sin seguridad,
lo que me sorprendió. Además, claramente le importaba un carajo ser
418
Mel Gibson.
Stampede 419
pensé que era algo gracioso. Nunca me sentí ofendido por mierda como
esa. Me importa un bledo cuáles sean tus creencias siempre que seas
honesto y directo al respecto; todos tienen derecho a su opinión.
Mi escuela pública de Florida estaba dividida cuando yo era peque-
ño, así que lo entiendo. Solía resentir a los negros por golpear y saltar
arbitrariamente sobre niños blancos en la escuela en lo que ellos llama-
ban el “día de las galletas”. En el ejército dejé de preocuparme sobre la
raza porque no sentía que se tratara de negros contra blancos; todos es-
tábamos en el mismo equipo. Después de viajar tanto como lo he hecho,
me he dado cuenta de que no hay escasez de idiotas y buenas personas,
y no he encontrado ninguna correlación con la raza. Me río cuando la
gente se enorgullece de ser mexicana, negra, blanca, judía, lo que sea; yo
no me enorgullezco ni me identifico con ninguna raza, lugar o religión.
Debes enorgullecerte de lo que has logrado, de lo que has construido
y de quién eres como persona, no de dónde naciste, de qué color es tu
piel o de cualquier otra cosa sobre la que no tengas control. Ahora bien,
me tomó un tiempo darme cuenta de esto, así que no me desagradan las
personas que son racistas. De hecho, si son abiertos al respecto, respeto
su autenticidad. Solo los veo como menos avanzados.
Will vio que la gente se me acercaba constantemente y me preguntó
cuánto tendría que pagarme por ser anfitrión en su club en Calgary du-
rante Stampede (rodeo canadiense). Siguió hablando de lo increíble que
era ese rodeo/festival Stampede, así que resolví que lo comprobaría.
“Dame sesenta mil dólares para cubrir el combustible del jet e
iré”, dije.
“Hecho”.
Llegué ahí y tenía doscientas mujeres reunidas para un concurso de
chicas guapas. Mis DM estaban llenos de chicas guapas que se entera-
ron de que yo sería el anfitrión y tampoco había escasez en el lugar. Will
tenía razón; el lugar era bastante alucinante. Hice el meet and greet y
fui a mi mesa.
Una hora después, Ron y yo discutimos sobre su sombrero de vaque-
ro. Me lo había prestado y ahora lo quería de vuelta después de haberlo
usado durante una hora, y mi cabello parecía una mierda apelmazada.
Stampede 421
CAPÍTULO84
Sofia
D
espués de cuatro años de funcionar a todo dar, necesita-
ba un descanso.
Había montado mi vida para tener control total y no
tenía ninguna posibilidad de resultar herido. Tampoco
tenía prácticamente ninguna posibilidad de encontrar
una novia decente. Al tener un montón de chicas constantemente alre-
dedor, nunca estuve disponible ni fui susceptible al apego. Era un juego
de poder y un mecanismo de defensa, todo en uno. Pude vivir la fantasía
de mi infancia y follar con toneladas de chicas guapas sin tener nunca
el dolor de cabeza o el riesgo del afecto. El sexo que aumentaba el ego y
la loca aventura fue increíble, pero después de hacerlo durante cuatro
años, necesitaba un descanso.
Sofia, la chica que conocí en la fiesta en la piscina de Marquee, me
atrapó justo en el momento indicado. Las cosas comenzaron de mane-
ra muy casual, pero progresaron rápidamente. Era atlética y aprendió
rápido a surfear y a conducir vehículos todoterreno. Muy pronto ella se
las arreglaba sola, manteniéndose a la par conmigo y con mis amigos al
recorrer los senderos de Las Vegas a casi 150 km/h. Ella era inteligente
y nos llevábamos bien, pero lo más importante, tenía unas tetas enor-
422
Sofia.
Sofia 423
chicos en la casa y mis amigos que estaban casados finalmente tenían
permitido compartir conmigo.
Las cosas empezaron tan bien…
V
eníamos volando de vuelta de Bora Bora después de una se-
mana de surfear y explorar Tahití. Todos estaban sentados
alrededor de la mesa en la parte trasera del avión y jugaban
póquer de apuestas bajas mientras escuchaban a Stick Fi-
gure y hablaban de lo que deberíamos hacer en Hawái.
Era un viaje en pareja y yo había llevado a Sofia. Tuvimos que parar
por combustible, así que pensamos ¿por qué no visitar Hawái antes de
regresar a Las Vegas? Había alquilado una casa de temática asiática ta-
llada en madera que estaba tierra adentro en un par de lagos. Se parecía
a los templos de Shanghái en medio de la jungla. Y el exuberante jardín
trasero estaba lleno de pájaros y gansos salvajes.
Mi amigo “All-American Dave” había vivido en esa isla antes, por lo
que sabía cómo moverse por la isla. Lo primero que hicimos fue surfear
con las chicas en un lugar apacible con fondo de arena. Luego hicimos
una caminata por la costa que terminó en una cascada junto al océano.
En el camino a casa, nos detuvimos a recoger algunos cocos frescos
en un puesto local. Tenía una sed del demonio después de la caminata
de tres horas y el agua de coco realmente dio en el clavo. De vuelta en la
casa, mi chef nos había preparado un banquete enorme. Nunca me ha-
bía sentido tan relajado, sentado en el sofá, viendo Big Wednesday, una
película clásica de surf, mientras circulaba un porro.
425
Dormí como un bebé esa noche y me desperté sintiéndome bien.
Desayunamos, cargamos las tablas y fuimos nuevamente a surfear en
el mismo lugar. Después de un par de horas, Dave nos llevó a un restau-
rante de tacos de pescado fresco realmente espectacular. Al lado, había
una tienda bohemia que vendía arte de lujo, dijes hechos a mano, tablas
de surf y prácticamente todo lo demás. Entré en busca de marihuana y
me fui con hongos psicodélicos Golden Teacher.
Al día siguiente, fuimos a una playa aislada y comimos los hongos.
No usé camiseta, bloqueador solar ni zapatos durante casi todo el viaje.
Dejamos los teléfonos celulares en la camioneta y nos dirigimos a la pla-
ya con solo una botella de agua. Se sintió bien no necesitar nada. Hacía
calor y el océano estaba ahí para refrescarte si querías, pero no había
necesidad de toallas ni zapatos.
Los hongos surtieron efecto en la caminata hasta la playa, los colores
se volvieron mucho más vibrantes y me sentí más conectado con la tie-
rra. Llegamos a la playa y todo y todos se veían más hermosos. El paisaje
en esa isla ya era increíble en sí, pero con los hongos, era indescriptible.
Corrí hacia el océano y me sumergí. El agua era tibia y las olas medían
entre 1,2 y 1,5 metros, lo suficiente para divertirse pero no demasiado
grandes como para joderte. Me metí a unos dos metros de profundidad
y contuve la respiración. Las olas venían, me levantaban y luego me ba-
jaban. Me sentía ingrávido como una medusa.
Dave estaba haciendo bodysurf y todos los demás estaban compar-
tiendo en la playa, absorbiendo la energía del sol. Después de una hora
y reiteradas contenciones de respiración en el océano, salí a correr para
calentarme. Todo tenía un resplandor, el agua, las paredes rocosas de
noventa metros, incluso la niebla del rocío del océano sobre las rocas.
Y el faro al final de la playa en la cima del acantilado parecía sacado de
una pintura al óleo.
Me sentí claramente relajado y feliz; no había estrés ni preocupa-
ción. Todo el mundo estaba sonriendo y después de unas cuatro horas,
decidimos ir a buscar algo de comida mexicana. Encendí un porro en el
automóvil y puse música reggae. Mientras conducíamos por la carre-
tera junto al acantilado con el océano azul brillante a la derecha y las
exuberantes montañas verdes a la izquierda, recuerdo haber pensado
que acababa de tener uno de los mejores días de mi vida y que no costó
Hawái 427
El último día empacamos, fuimos a surfear y luego hicimos un re-
corrido en helicóptero por la isla que terminó en mi avión. Todo estaba
cargado cuando llegamos allí, así que fumamos un porro, nos subimos
al jet y partimos a Las Vegas.
Jugamos a las cartas en el camino de regreso y el tiempo pasó rápi-
do. Debido al diseño del avión, parecía más estar compartiendo en una
sala de estar que viajando. Estaba feliz, había tenido uno de los mejores
viajes de mi vida y estaba únicamente con una chica. No hubo dolores
de cabeza, ni distracciones y, por una vez, mi verga no estaba al mando.
Finalmente descubrí que el secreto de los hongos era estar en la natura-
leza y supe que algún día iba a vivir en Hawái.
A
posté dos
Floyd Mayweather.
millones de
dólares por
Floyd y me
sentí bastan-
te bien al respecto, sobre
todo porque me había deja-
do verlo entrenar.
Mi amigo Mike y yo vi-
mos la pelea entre Floyd
Mayweather y Connor Mc-
Gregor en mi casa en Las
Vegas. Yo sabía que él esta-
ba en buena forma, pero no
voy a mentir, sudé en los
tres primeros asaltos. Des-
pués de que Floyd ganó,
cambié el canal y estaba la
cobertura de noticias del
429
Huracán Harvey. Houston estaba inundado y miles de personas necesi-
taban ser rescatadas.
“¿Quieres volar allá y ayudar?”, le pregunté a Mike.
Mike era un poco ermitaño y no le gustaba salir de casa. Pero tam-
bién era un cristiano devoto y sabía que era lo correcto. Un amigo de
Clarence en Houston ofreció su casa para que nos sirviera como cam-
pamento base. Volamos al día siguiente.
Realmente no tenía ningún tipo de plan, pero tenía fe de que pensa-
ría en algo. Un amigo de un amigo tenía un helicóptero y estaba llevan-
do provisiones, así que fuimos con él el primer día. Fue peor de lo que
esperaba. Houston estaba completamente bajo el agua. Solo se veían los
techos de las casas y me recordó a Venecia, Italia.
J
ake Owen me invitó a su concierto en Las Vegas. “Será diverti-
do”, dijo.
Jake subió al escenario descalzo con una gran sonrisa y la
multitud se volvió loca. Fue extraño verlo cantar frente a toda
esa gente; había recorrido un largo camino desde nuestros días
en las ligas menores en Tampa. Su voz era realmente buena, pero me
impresionaba aún más su desplante escénico. Ya que lo conocía solo
como un niño tímido, me sorprendió lo cómodo que estaba frente a esa
masiva concurrencia. Era como si no le importara nada en el mundo.
JAKEOWEN
Cantante Country
434
Le dije: “La única vez que escuché el nombre Bilzerian fue
cuando era un niño en Tampa, Florida, jugando béisbol en las li-
gas menores. Paul Bilzerian era mi entrenador y su hijo Dan esta-
ba en mi equipo. Éramos bastante buenos. ¿Por qué preguntas?”.
Procedió a mostrarme a un tipo en Instagram que se pare-
cía a Zeus, disparando armas con mujeres de lindos traseros
a su alrededor. Aunque no lo había visto en veinticinco años,
dije: “Mierda, definitivamente es él”. Inmediatamente le envié
a Dan un mensaje desde mi cuenta de Instagram y le dije que
me encantaría contactarlo la próxima vez que esté en Las Vegas
o California.
Avance rápido a la noche del domingo, 1 de octubre de 2017.
Iba a estar en el festival Route 91 Country Music en Las Vegas
con mi amigo Jason Aldean. Parecía el momento perfecto para
comunicarme con Dan e invitarlo. Después de mi show, pasa-
mos un rato en el autobús y nos reímos de los viejos tiempos.
Aldean acababa de empezar a tocar su set. Le mencioné a
Dan y a su amigo que deberíamos ir a ver el show desde el esce-
nario lateral. Hicimos justamente eso y no habíamos estado ahí
más de unas cuantas canciones cuando, en medio de nuestra
conversación entre gritos, escuché los primeros estallidos. Mi
primer pensamiento fue pirotecnia o el estallido de una luz.
Dan me miró y dijo: “Conozco ese sonido… son disparos”.
La música siguió sonando y todo pareció estar bien durante
otros veinte segundos; luego se desató el infierno. Sonaba como
una ametralladora. Disparos sin parar. No tenía idea de dónde
venían y, por alguna razón, todos salimos corriendo por el lado
izquierdo del escenario. Recuerdo haber corrido entre la mul-
titud. Todos entraron en pánico, corrían por sus vidas o abra-
zaban a un acompañante que había recibido un disparo. Dan
insistía en que debía encontrar un arma; los disparos seguían
resonando. Vi mis autobuses en el estacionamiento al otro lado
de la calle y eché a correr. Ahí es donde Dan y yo nos separamos.
Jake había llevado a nuestra grupo al costado del escenario para ver
a Jason Aldean tocar. Después de un par de canciones, hubo problemas
de audio y escuché lo que sonó como chisporroteo electrónico. Veinte
segundos después, la música se detuvo por completo, y supe en ese mo-
mento que el chisporroteo eran balas volando junto a nosotros. Había
escuchado ese sonido familiar hace diecisiete años en el ejército cuando
estaba camino al objetivo detrás de una berma cambiando blancos. No
era el sonido de un disparo; a distancia, el disparo se escucha mucho
después de que llega la bala. Ese era un distintivo latigazo causado por
una bala rompiendo la barrera del sonido y lo escuchas cuando una bala
supersónica pasa a tu lado.
Hubo pánico y luego la gente empezó a correr. Con la música apagada,
ahora podía escuchar claramente el fuego intenso de un ametralladora.
Mierda, necesito encontrar un arma. ¿De dónde viene? ¡Maldito estú-
pido! ¿Por qué no trajiste tu arma?, fueron los primeros pensamientos
en mi cabeza mientras corría.
Mi amigo Brendon, que era fotógrafo profesional de surf, corría de-
trás de mí y su primer instinto fue grabar en su teléfono celular. Escu-
ché balas golpear el suelo a mi alrededor y la gente corría y gritaba. Fue
un caos.
Cuando nos acercábamos a la parte posterior del lugar, vi un vehícu-
lo policial estacionado con luces intermitentes y me dirigí directamente
ahí. Estaba vacío y no vi a ningún policía en los alrededores, así que
busqué un arma en este. De inmediato vi una escopeta de servicio blo-
queada en posición vertical entre los asientos. Las llaves de la patrulla
junto con otras cincuenta colgaban del encendido. Probé llave tras llave,
V
olé a Fiyi con Brendon para surfear y alejarme de la
mierda. Después de un par de semanas ahí, pensamos
en visitar Nueva Zelanda, ya que no estaba muy lejos y yo
nunca había ido. Fuimos a practicar parapente, sende-
rismo y salimos en jet boats de alta velocidad a través de
los fiordos.
Con las redes sociales, todo el mundo sabe dónde estás, ya sea que
los conozcas o no. El snowboarder Shaun White conocía a mi amigo
Steve Aoki, así que cuando me vio publicar desde Nueva Zelanda des-
pués del tiroteo, pidió mi número. Me envió un mensaje de texto y dijo
que estaba practicando para los Juegos Olímpicos en un medio tubo en
una montaña cercana y me preguntó si quería ir a ver. Cuando recibí el
mensaje de Shaun, le dije a mi asistente que consiguiera un helicóptero.
Brendon, algunas chicas y yo volamos para encontrarnos con Sha-
un. Su equipo me proporcionó una moto de nieve y me encontré con él
en el medio tubo.
442
Shaun White.
Shaun comenzó con algo simple y luego fue por una loca vuelta doble
o triple 1080. Voló hacia la estratosfera, girando hasta el punto en que yo
ya no tenía idea de cómo sabía en qué dirección estaba. Y evidentemen-
te, no lo sabía. En lugar de aterrizar sobre su tabla, cayó directamente
sobre su cara.
El impacto del afilado reborde del medio tubo le partió el rostro des-
de la boca hasta la frente. Observé en estado de shock mientras se des-
lizaba por el costado hasta contraerse como un escorpión en el fondo.
Los entrenadores y el personal médico fueron corriendo, y me paré en
la parte superior de la tubería, pensando: ¿Qué diablos acabo de ver?
Acababa de conocer a esta leyenda de los deportes extremos treinta mi-
nutos antes y ahora posiblemente había muerto frente a mis ojos. Un
charco de sangre manchaba la nieve mientras lo llevaban al centro mé-
dico al pie de la colina. Me dijeron que Shaun viviría, pero que tenía que
ser trasladado de inmediato a un hospital por vía aérea.
SHAUNWHITE
Snowboarder, Tres Veces Medallista de Oro Olímpico,
Quince Veces Medallista de Oro de X Game
E
stuve en Centroamérica para otra ronda de tratamientos
con células madre cuando me enteré de que mi loco, divertido
y extravagante amigo Sam Magid fue encontrado muerto en
su hogar. No lo había visto en casi un año, pero nos había-
mos enviado mensajes de texto y hablado por teléfono con
frecuencia sobre una serie animada que estaba produciendo sobre mi
loca vida. Yo había invertido más de un millón de dólares en el proyecto
y un tercio de las historias eran sobre Sam.
Había hecho su propia versión llamada Painman e imprimió el lo-
gotipo en pelotas de golf. Esos eran los proyectiles con los que solía en-
gatusar a damas desnudas al golpearlos hacia el vecindario. La casa que
era el blanco más frecuente resultó ser propiedad de Cher. Ella envió
cartas de demanda a la casa de Sam, pero por alguna extraña razón, todas
iban dirigidas a mí. Pagaba las cuentas, pero nunca aclaró que no era yo
quien practicaba golf a altas horas de la noche.
Una vez, envió a un par de lacayos a darnos una lección y cobrar
los daños.
446
“¿Golpeaste esta pelota hacia una casa al otro lado del camino?”. Sos-
tenían una pelota de golf con la cara de Sam en ella.
“Sí”.
“Son 20 000 dólares por las reparaciones”. No hay forma de que los
costos fueran tan altos. Simplemente inventaron un número.
“Está bien, dame un minuto”. Sam se metió en la casa y regresó con
80 000 dólares en efectivo. “Esto debería cubrir esta vez y las próximas
dos también”.
Estaban completamente confundidos pero impresionados. Le die-
ron sus números a Sam y le dijeron que llamara si alguna vez necesitaba
algo. Habían venido a golpearlo y se habían ido, ofreciéndole favores.
Ese era Sam.
Pensé en esa historia por alguna razón cuando escuché la noticia.
Era tan adorablemente torcido y su muerte era inevitable. Aunque era
tan abierto y desvergonzado con su dinero y su estilo de vida, había una
cosa que rara vez compartía: que tenía una rara enfermedad autoinmu-
ne llamada granulomatosis con poliangitis. Y por eso vivía como si no
hubiera un mañana. Realmente no había uno.
Cuando los médicos le dijeron que le quedaban de dos a diez años,
Sam liquidó todas sus posiciones bursátiles y se mudó a Hollywood
para convertirse en estrella de rock. Hizo precisamente lo que yo habría
hecho si tuviera cientos de millones de dólares y me quedaran tan poco
como dos años de vida. Sam llegó a los ocho años, lo cual, consideran-
do su consumo de drogas, fue nada menos que un milagro. Compró
un piso de soltero increíble, se folló a toneladas de chicas y se divirtió
jodidamente. Sam era una leyenda en Los Ángeles. Festejó con los me-
jores y los peores de ellos, follándose a Lindsay Lohan y drogándose con
Charlie Sheen.
Su familia me pidió que hablara en el funeral porque yo era su mejor
amigo. Traté de mantener la calma, pero era imposible pararse frente a
su ataúd y contar historias sin emocionarme. Su extraña habilidad para
frustrarme y aterrorizarme significaba que constantemente quería ma-
tarlo. Pero, en verdad, habría hecho casi cualquier cosa para salvarlo.
P
asé de cero a 100.
En noviembre de 2016, la marihuana se legalizó para uso
recreativo en Nevada. En el momento en que vi la noticia,
supe que quería hacer algo en ese espacio. La cannabis se
sentía como algo natural ya que me drogaba todos los días y
no tenía miedo de las connotaciones negativas. Además, estaba cansado
de jugar al póquer; no me gustaba que para que yo ganara, alguien más
tuviera que perder. Quería construir un negocio donde pudiera aportar
valor y no lidiar con el estrés de las apuestas.
Después de un año de dar vueltas en busca de cultivos, reunirme con
socios y hacer un road show para recaudar dinero, lancé un negocio de
cannabis llamado Ignite con compromisos por 10 millones de dólares
para hacer una adquisición inversa con una empresa fantasma pública
canadiense. En enero de 2018, tuvimos nuestra fiesta de lanzamiento
en Vancouver.
448
Fiesta de lanzamiento de Ignite en Vancouver con Sofia.
Ignite 449
reja a Aspen, las islas Galápagos con mi tía y mi tío y surfeando en Hawái
cada vez que podía.
Había tenido un año increíble libre de fiestas y distracciones feme-
ninas. Estaba feliz, pero me estaba inquietando y quería que Ignite fue-
ra un éxito. Era hora de escalar otra montaña. Yo era famoso, pero el
tiempo corría. Sabía que no sería importante para siempre y si iba a
hacer algo con eso, el momento era ahora.
La fama me había robado mucha libertad y toda mi privacidad. Eso
fue aislante y muy limitante; ni siquiera podía caminar por las calles de
países poco conocidos sin ser bombardeado. Eventos deportivos, con-
ciertos y festivales ya no eran una opción sin personal de seguridad. La
importancia desaparecería, pero la reconocibilidad no lo haría, y sabía
que, si en cinco años todavía tenía que tomarme fotos en jodidos esta-
cionamientos y nunca lo hubiera monetizado, lo lamentaría.
Lo primero que necesitaba hacer era lograr el montaje en mi ciudad.
Así que busqué una propiedad que fuera más grande que mi reputación
Ignite 451
CAPÍTULO91
La casa Ignite
E
l mundo había cambiado en los años intermedios.
Hollywood había comenzado a captar las señales de
cualquier hashtag moralista que fuera tendencia en las redes
sociales, lo que llevó la etiqueta “masculinidad tóxica” a ser
algo dominante como si actuar como un hombre ahora
fuera una especie de enfermedad. La cruzada de castrar a los hombres
parecía cubrirlo todo; incluso las empresas de afeitadoras se habían uni-
do a la refriega, transmitiendo un comercial durante el Superbowl que
sermoneaba a los hombres sobre los peligros inherentes de la hombría.
Cuanto más se castraban las marcas, más se inundaba el mercado con
productos castrados, más me iba a destacar.
No iba a tuitear disculpas por ofender a la gente o fingir arrepenti-
miento por acostarme con un montón de mujeres. Ninguna posibilidad
de aquello. Se los iba a poner en sus caras con vallas publicitarias en
Sunset Boulevard que causarían accidentes. Era arriesgado. Sabía que
causaría indignación, especialmente en California, pero mis seguidores
se basaban en la autenticidad y no en ser una oveja. Así que hice lo que
había estado haciendo toda mi vida y continué nadando contra la co-
rriente. El plan era construir una marca contracultural que el mundo
reconociera y lo iba a hacer en un tiempo récord.
452
Sabía lo que la Mansión Playboy había hecho por la marca Playboy.
La mansión figuraba como su activo más valioso cuando me ofrecí a
comprar la empresa. Eran arrogantes y su valoración inflada era dema-
siado alta, así que decidí dejar morir su marca y crear una mejor versión
de ella.
Necesitaba restablecerme en Los Ángeles e iba a hacer ruido al ha-
cerlo. Sabía lo que hacía falta para destacar en esa ciudad de imbéciles
ricos, así que miré cada propiedad en Los Ángeles listada por 50 millo-
nes de dólares o más. Una casa sobresalía como un pulgar adolorido.
Ocupaba una manzana en la ladera de una montaña en Bel Air y parecía
un transatlántico varado. Tenía cuatro pisos y casi 3000 metros cua-
drados de mármol, granito y vidrio. Doce dormitorios, veintiséis baños,
nueve bares, una sala de cine, una pista de bolos y un garaje para doce
automóviles con plataformas giratorias. Solo el dormitorio principal
tenía más de 500 metros cuadrados. Esa monstruosidad era un gran
jódanse para todos en Los Ángeles.
Casa Ignite.
JORDANBELFORT
Lobo de Wall Street
H
abía eliminado mi harén, así que tenía que reconstruir
mi establo. Inicialmente pensé que tomaría algo de
trabajo, pero después de la primera fiesta se abrieron
las compuertas. El rumor viajó rápido.
Sofia y yo rompimos el día que cerré el trato por la
casa Ignite en Los Ángeles. Hacia el final, nuestra relación apenas pen-
día de un hilo debido a problemas de confianza. Por ejemplo, me acusó
de engañarla mientras jugaba al póquer en el Aria. No me había levan-
tado de la mesa, pero ella insistió en que una chica le había mandado
un DM diciendo que me vio con Lauren (la chica de Cabo). Le dije que
era pura mierda y le pedí una captura de pantalla del DM. Sofia guardó
silencio hasta que me envió una conversación obviamente retocada con
Photoshop. Literalmente inventó todo el incidente en su cabeza y mintió
al respecto porque estaba acosando a Lauren en Snapchat y vio que es-
taba en la ciudad. Rompí con ella entonces y muchas otras veces porque
no tenía paciencia para su locura colombiana.
457
No confiaba en mí y su inseguridad se la comía viva. De acuerdo, llevo
mucho a cuestas, pero considerando que me había follado a dos chicas
horas antes de tener sexo con ella el día que nos conocimos, ¿qué demo-
nios esperaba? La casa Ignite fue solo la gota que colmó el vaso. Para ser
justos, fue más un poste de teléfono que una gota, pero fue para mejor. No
hubiéramos durado ni un día después de que me mudé a la casa Ignite.
Todo pasó muy rápido. Pasé de ser un discreto minimalista en una
bonita casa de casi 900 metros cuadrados de 4 millones de dólares en
un tranquilo vecindario de campo de golf a vivir en dos de las casas más
grandes y caras del mundo. Pasé de no preocuparme por las redes so-
ciales a confiar en ellas para construir mi marca. Pasé de no salir de pa-
rranda a dar las mejores fiestas en Los Ángeles, y pasé de la monogamia
a comprar cajas de condones de tamaño económico cada dos semanas.
Este no fue un cambio gradual, salí por la puerta disparando. Igni-
te recaudó otros setenta millones y estábamos patrocinando a todos,
contratando influencers, atletas y modelos. Había modelos, sesiones de
fotos y castings en la casa cada par de días. Estaba en reuniones de ne-
gocios, haciendo ejercicio en el gimnasio o drogándome. Como no me
veían, las chicas sentían curiosidad e iban a buscarme, algunas incluso
SWAELEE
Rapero
Cuando me mudé por primera vez a Los Ángeles en 2012, vivía como
si tuviera cientos de millones en el banco. Ahora tenía cientos de millo-
nes, pero vivía como si tuviera miles de millones.
T
res meses después de mudarme a la casa Ignite, mi padre
insistió en que me hiciera ciudadano armenio.
Desilusionado por la forma en que lo había tratado el
sistema judicial de los Estados Unidos, mi padre se había
mudado a la isla de San Cristóbal y había conseguido la
ciudadanía ahí para mi hermano y yo. Había renunciado a su ciudada-
nía estadounidense y también adquirió la ciudadanía armenia y quería
que mi hermano Adam y yo nos convirtiéramos en ciudadanos arme-
nios. Se reunió con funcionarios gubernamentales de alto rango y ellos
estuvieron de acuerdo, pero primero Adam y yo tendríamos que viajar
a Ereván, la capital de Armenia.
Agarré a un par de chicas, encendí el jet, tomé un Ambien, tuve sexo
y estuve inconsciente durante casi el resto del viaje. Un montón de pa-
parazzi acamparon fuera del aeropuerto, pero lo último que quería ha-
cer después de un largo vuelo era ser fotografiado, así que atravesamos
rápido el aeropuerto y nos dirigimos al hotel. Solo hay tres millones de
461
armenios en el país y sentí que todos y cada uno de ellos me conocían.
Nos abordaban en todas partes.
Papá tenía un programa completo para nosotros. Primero, comple-
tamos el papeleo, nos reunimos con algunos funcionarios de gobierno
y luego recibimos nuestros pasaportes. El ejército preparó un día para
disparar armas, pero evidentemente no creyeron que fuera importante
contarme que se llevaría a cabo en un territorio en disputa. Cada arma
de su arsenal militar estaba dispuesta y lista. Pistolas, ametralladoras,
rifles de francotirador, lanzagranadas, lo que se te ocurra. Llegando
M
i vida había cambiado por completo, tenía sexo con al
menos dos o tres chicas diferentes todos los días y or-
ganizaba fiestas y remates de fiesta para cada ocasión
en la que podía pensar.
Alesso, el DJ sueco, estaba actuando en Hollywood
Palladium y quería hacer un remate de fiesta en mi casa. A cambio, se
ofreció a ser DJ gratis en mi próxima fiesta.
“Trato hecho”, le dije.
Su remate de fiesta eran en su mayoría chicas y no requirió un ver-
dadero esfuerzo por mi parte. Tuve una orgía con nueve chicas y solo yo.
Divulgación completa, solo me follé a seis de ellas.
El tipo de Alesso me texteó a las cuatro de la mañana para ver si po-
dían continuar. Seguro, respondí, pero echa a los tipos.
Una hora más tarde, me texteó para decir que estaban en mi habitación
para huéspedes con treinta mujeres y querían saber en qué estaba yo. Mi
respuesta fue una selfie desde mi bañera con seis chicas desnudas: Ka-
tie, Hanna, Amanda y algunas más. Esa instantánea resultó ser mi foto
con más me gusta en Instagram.
470
ALESSO
DJ
Alesso.
C
ada noche costaba 85 000 dólares. Habíamos reservado
una estadía de cinco noches. Pero Clarence estaba pagando
y no se preocupaba por los presupuestos cuando se trataba
de su cumpleaños.
De todos los lugares que he visitado en mi vida, la isla
Necker de Richard Branson en las Islas Vírgenes Británicas es el más
asombroso. El océano era tibio y transparente como el agua de un baño.
La arena era blanca como la nieve y el aire revoloteaba constantemente
a veintisiete grados.
El área de reunión principal estaba en la cima de una montaña con
una vista de 360 grados del océano multicolor, casi fluorescente, y las
islas circundantes. Toda la isla estaba repleta de animales exóticos y en
peligro de extinción, tortugas de Galápagos de más de trescientos kilos,
lémures, flamencos y más. Tenía botes de wakeboard, tablas de paddle-
surf, kayaks, tablas de kitesurf y veleros. Si podías pensar en un juguete
o una comodidad, Branson los tenía.
Clarence nunca había consumido hongos, pero accedió a probarlos
conmigo en su cumpleaños número 50. Fuimos a una playa tranquila y
comimos algunos juntos. Cogí una máscara y un esnórquel y fui a na-
dar. Fue jodidamente asombroso. La arena y el coral del fondo se mo-
476
vían como un caleidoscopio. Los peces eran más brillantes y con cada
brazada sentía como si me impulsara tres metros.
Contuve la respiración y nadé hasta el fondo para pasar un rato con
una enorme tortuga marina y sentí que podía quedarme ahí para siem-
pre. Una de las claves para contener la respiración es estar tranquilo y
yo estaba tan tranquilo como una foto. Cuando salí a la superficie, vi a
seis chicas desnudas saltando sobre el trampolín inflable. El agua brilla-
ba, sus grandes tetas rebotaban por todas partes y Branson practicaba
kitesurf de fondo.
Diría que era como una escena de una película, pero ninguna pelícu-
la se vio tan bien como esa. Luego miré hacia la playa y Clarence corría
desnudo, balanceando su verga negra y riendo. Fin de la escena.
El día que nos íbamos, desafié a Branson a una partida de ajedrez y
le gané. Cuando le pregunté si quería una revancha, dijo que solo quería
jugar al ajedrez rápido con un pequeño cronómetro, así que jugamos a
eso y me ganó. Me gustó que fuera como yo: no podía soportar perder,
así que montó un juego en el que las probabilidades de ganar eran más
favorables. Toda su isla era un montaje y hacía que todos los que que-
Richard Branson.
TUCKERMAX
L
lovía en Antigua y el único lugar que tenía cielos azules eran
las islas Turcas y Caicos. Les dije a los pilotos que encendie-
ran el pájaro e hice que mi asistente alquilara una casa por
el día. Cuando lleguemos allá, comí unos hongos y me fui a
la playa.
480
Ese día aprendí una lección. Más no siempre es mejor. Había de-
masiadas mujeres y eso me jodió el viaje. Estaba siendo arrastrado en
demasiadas direcciones y no fue divertido. Así que me subí a una tabla
de paddlesurf y me dirigí directamente mar adentro.
A veces me gusta estar solo cuando consumo hongos. Es cuando más
aprendo. Estoy solo con mis pensamientos y puedo encontrar respues-
tas a mis preguntas. Mi vida se había convertido en un circo y, claro, era
una fantasía masculina estar rodeado de montones de mujeres hermo-
sas. Pero yo solo tenía una verga y esto era demasiado.
El contenido era excelente y, en el pasado, más era mejor, así que
seguí elevando la barra para experimentar hasta dónde podía empujar
los límites de este estilo de vida. Había llegado al punto de un exceso
extremo y estaba en cada aspecto de mi vida. Los automóviles, las casas,
las vacaciones y las chicas.
Antes, cuando conseguía un mejor automóvil, una casa más grande o
más chicas, me producía algo de alegría, pero ahora no sentía nada. Ex-
trañaba hacer viajes de surf con mis amigos y no ser esclavo de mi verga.
Remaba mar adentro pensando, ¿Adónde voy desde aquí y cuándo
voy a parar?
La respuesta me llegó.
Has tenido demasiados casi en tu vida. Casi te graduaste de la escuela
secundaria, casi te graduaste de BUD/S y casi te graduaste de la universi-
dad. Has hecho demasiado trabajo como para no llevar esto hasta el final.
Termina el puto trabajo.
Tenía una empresa que cotizaba en bolsa y quería ganar un montón de
dinero para mí y mis accionistas. Los cimientos estaban listos, el camino
pavimentado y detenerme ahora significaría que todo lo que hice hasta
este punto fue un desperdicio. Yo era muchas cosas, pero no un desertor.
Tenía preguntas sobre por qué las chicas se comportaban como lo-
cas en determinadas situaciones. La respuesta era, yo había montado
un entorno ridículo y sería ilógico esperar que las personas se compor-
taran normalmente en él. Todo era una locura, pero yo lo había inven-
tado, al igual que el monstruo de Frankenstein, y ahora tenía que vivir
con eso. Así que pensé que intentaría disfrutar del circo que había creado y
haría de Ignite una marca internacional que valga más que yo.
A
ntes de que terminara el viaje a las islas Turcas y Caicos,
comencé a reservar una gira europea extrema. La prime-
ra parada sería Londres, luego Venecia, luego un super-
yate en la costa de Amalfi y terminaría en mi lugar favo-
rito: Islandia.
Llegamos a Londres y el equipo de marketing de Ignite había alqui-
lado un hotel completo para organizar nuestra fiesta de lanzamiento de
CBD en el Reino Unido. Di algunas entrevistas, fui a una convención de
CBD y luego a un club nocturno. Todos tomaban fotos e hicieron un gran
espectáculo de mi presencia ahí, lo que fue bueno para el lanzamiento.
En nuestro segundo día en Londres, tuvimos nuestra fiesta en el
hotel. Llegué tarde porque tenía una entrevista y necesitaba una siesta.
Fui a la fiesta y llevé a una chica a mi habitación bastante rápido. Otra
chica me texteó para visitarme y después de follar y ducharme, apa-
reció la siguiente. Fue un extraño ir y venir al mismo tiempo, pero en
ese momento no me importaba. Tuve un flujo de chicas aparentemente
interminable. Después de que esa chica se fue, mi fotógrafo me texteó
482
una foto de una chica alta con aspecto de modelo de Victoria's Secret que
decía que realmente quería follarme.
Envíala arriba.
Así que hice una tripleta consecutiva. Pedí servicio a la habitación y
luego regresó la primera para una segunda ración. Me había acostum-
brado tanto a los condones que ni siquiera me daba cuenta de que los
usaba. Incluso había olvidado cómo se sentía el sexo sin protección de
látex. El secreto es usarlos siempre, pase lo que pase, porque en cuanto
te detienes, es muy difícil volver atrás. Así nunca tienes que preocupar-
te por nada y no importa si las chicas se follan a otros tipos.
Cuando llegamos a Venecia, pasé tiempo con las dos chicas prin-
cipales con las que salía: Desiree, una hermosa chica medio asiática y
Leidy, que era una hermosa y ardiente cubana. Desde allí, nos subimos
a mi avión y volamos a Nápoles, donde abordamos el yate de casi cien
metros, aunque eso no es técnicamente exacto. Esa cosa era tan enorme
que en realidad clasificaba como un crucero. Tuvimos que atracar con
los cruceros porque los muelles estándar para yates no eran suficiente-
mente grandes.
Había cuarenta y dos camarotes, y varios botes que se bajaban con
grúa desde la cubierta superior hasta el agua, incluido un bote de wake-
board de tamaño completo, un barco de abasto y WaveRunners. El barco
tenía de todo, desde un gimnasio y un salón con máquinas láser hasta
una discoteca y una sala de cine. Teníamos veintisiete modelos, Claren-
ce y sus tres chicas, Jay Rich y su chica, una fotógrafa, además de mis
dos asistentes.
Tenía muchas ganas de viajar porque en el pasado lo había pasado
muy bien en yates. A pesar de que aprendí mi lección sobre demasiadas
mujeres en Antigua, todavía no me había dado cuenta del todo de las
implicaciones y estaba a punto de recibir un bofetón con ellas.
Anteriormente me había acostado con casi todas las chicas del barco
y rápidamente se volvieron maliciosas. Des y Leidy pasaron de tener
sexo a odiarse. Siempre pensé que más era mejor y que el modelo de
escasez era bueno, pero había cometido un error táctico al llevarlo a este
extremo. Esto era demasiadas opciones/obligaciones, casi todas eran
“veteranas” y yo estaba atrapado en un crucero con ellas.
Me doy cuenta de que es bastante ridículo quejarse de estar atrapado
en un barco de 300 millones de dólares con un montón de modelos de-
gollándose por follarme. Pero me sentí miserable. Sufría algo peor que
el dilema de Jax: seguí cambiando mi estilo de vida en forma ascenden-
te, pero nunca era suficiente.
Creo que no me follé a Des o Leidy ni una sola vez durante todo
el crucero y eso solo las enfureció más. La chica que más me contactó
fue Genni, una veinteañera universitaria de grandes tetas naturales. Me
texteaba pidiendo verga constantemente. Una noche, rechacé un cuar-
teto con ella para acostarme temprano porque estaba cansado. Ella es-
taba en tierra con Jay y el resto de las chicas y terminó follándose a pelo
a un camarero afuera de un club y lo grabó en video. Estaba a punto de
irme a dormir cuando recibí un mensaje de texto de Jay compartiendo
la sórdida historia.
Leidy y Des.
H
abía tenido sexo con tres chicas incluso antes de que
comenzara la fiesta y me había follado a cinco más an-
tes de que terminara la noche.
Era octubre de 2019 y era hora de la segunda fiesta
de Halloween de Ignite. Setenta guardias de seguridad
ex militares recorrían por la propiedad armados con AR-15 y escopetas.
Había contratado montones de porteras y promotoras adicionales para
asegurarme de que todo saliera bien. Los servicios de traslado llegaban
a la casa llenos de modelos.
La fiesta empezó a las diez, pero les dije a todas las chicas que tenían
que estar en la casa antes de las nueve si no querían ir de un lado a otro.
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Había más de 1600 mujeres en la casa incluso antes de que la fiesta
siquiera comenzara. Había llevado en avión a cuatro seguidores aleato-
rios que habían comentado mi última foto. Sabiamente se presentaron
dos horas antes y amaban la vida. Para cuando llegaron las diez, la casa
estaba a tope y el 95 por ciento eran mujeres hermosas que vestían len-
cería como máximo. Tenía a las cuarenta mujeres con las que estaba
saliendo y otras guapas al azar en mi sala VIP separada reservada para
celebridades de primera.
C
on toda probabilidad, Oprah no me invitará para que llore
sobre por mi inspiradora historia. Mi narración no es la
transformación habitual para sentirse bien que hace que
los libros de autoayuda estén claramente definidos. Soy el
tipo que no se ajusta a las normas sociales, que no sigue las
reglas; una especie de antihéroe en el mejor de los casos.
Pero sí me superé y lo hice a mi manera.
Y tú también puedes.
Simplemente tienes que decidir lo que quieres y luego montar tu
vida para poder adquirirlo. En la vida, pagas ahora o pagas más adelan-
te, y el montaje se trata de pagar tus deudas temprano para no tener que
hacerlo después. Todo lo que he logrado en mi vida ha sido a través del
montaje y la perseverancia.
No hay un encantamiento mágico que pueda darte salvo este: No
te rindas. El éxito es cuestión de fuerza de voluntad. Sufrí dolor físico,
humillación y fracaso, pero todo eso me ayudó; lo usé como combusti-
ble para mi impulso. Con una voluntad fuerte y una mente ágil, puede
superar casi cualquier limitación.
Busca los ángulos. Diseña un buen montaje. No importa cuáles sean
tus metas. Podrías ser un tipo de hombre de una sola mujer, un tipo de
hombre de un solo hombre o un tipo de mujer de diez hombres. Podrías
ser un fanático del sexo, un fanático del trabajo o un fanático de la fi-
lantropía. Sea como sea, establecer un montaje de vida eficaz te permi-
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tirá alcanzar tus metas y, a la larga, te ahorrará un tiempo y un esfuer-
zo incalculables.
No necesitas lo que la sociedad te dice para tener éxito. No necesitas
un título universitario para hacerte rico. No tienes que ser guapo para
atraer a muchas mujeres. Y no necesitas ningún talento para ser famo-
so. La vida es un juego y, como cualquier juego, debes tener una buena
estrategia para ganar. La implementación de esa estrategia se llama el
montaje y allana el camino hacia el éxito.
Antes de que descubras una forma de hackear la vida y manipular
el sistema para lograr tus objetivos, solo asegúrate de que tus metas
sean las metas correctas. Porque como dice el viejo refrán, ten cuidado
con lo que deseas. Podría cumplirse.
Epílogo 499
Agradecimientos
G
racias a David Goggins por motivarme a escribir el libro
en el momento perfecto. A Naren Aryal por ayudarme con
la autopublicación, para no tener que dar el ochenta y cin-
co por ciento de mi dinero a una estúpida editorial tradi-
cional. A Neil Strauss por la primera edición. A Rob Judge
por aguantar mis llamadas nocturnas y ayudarme con mi interminable
proceso de edición. A Wayne Marquez por sugerir que agregara viñetas;
le añaden una gran perspectiva y color a la historia. A todos los que es-
cribieron viñetas, gracias por tomarse el tiempo y hacer un magnífico
trabajo. A mi madre y a mi padre por ayudarme con fechas, líneas de
tiempo e imágenes. A todas las personas a las que les di las primeras
copias para escuchar sus opiniones y críticas.
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