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Crónica de un Día como Jurado Electoral en El Carmen de Bolívar

El Carmen de Bolívar, 28 de Octubre 2033

El sábado comenzó antes del amanecer, cuando las primeras luces del día apenas empezaban a
romper la oscuridad. A las 5:10 de la mañana, mi padrastro y yo emprendimos un viaje hacia El
Carmen de Bolívar, donde debía cumplir con mi deber como Jurado de Votación en las
elecciones territoriales. La lluvia, que había empapado Cartagena, nos acompañó en el camino.
¿Por qué yo? ¿Por qué ser jurado? Estas preguntas resonaban en mi mente mientras
avanzábamos hacia nuestro destino bajo la lluvia.

El paisaje se tornaba más lluvioso a medida que nos acercábamos. Turbaco y Arjona también
estaban siendo bendecidos por la lluvia, aunque no tan intensa como la que caía en Cartagena.
A las 7:55 de la mañana, finalmente llegamos a El Carmen de Bolívar. Mi gripa, que padecía de
una semana atrás, empeoraba y la fiebre me hacía sentir el cuerpo estropeado, pero sabía que
tenía que cumplir con mi deber cívico, incluso estando enferma. Después de tomar algunos
medicamentos, pasé la tarde acostada, tratando de recuperar fuerzas para el día siguiente.

Ese mismo día en la noche, salí a comprar la cena y el camino trajo consigo una visión
inquietante del proceso electoral en El Carmen de Bolívar. Los comandos de diferentes
candidatos estaban abiertos, y los rumores de sobornos electorales estaban en el aire, los
cuales decían que era bastante la cantidad que pagaban a los electores en la compra de votos.
Una práctica que es el reflejo de la corrupción política y electoral en Colombia, pero
especialmente en el Caribe. Desafortunadamente este tipo de situaciones se dan porque hay
quienes “compran” el voto y quienes lo “venden”, pero no se entiende que no “venden” un
voto, sino su propia conciencia. Falta mucha educación y pedagogía electoral para no ceder
ante la corrupción.

El domingo, día de las elecciones, al amanecer, exactamente a las 6:00 a.m., me preparé para
dirigirme al colegio donde seríamos jurados. La falta de transporte me llevó a caminar las calles
mojadas de El Carmen de Bolívar, una caminata que se sintió más larga debido a mi estado de
salud debilitado. Al llegar al colegio, fui recibida por un grupo mayoritariamente joven de
jurados de votación. La experiencia era limitada, no todos los jurados asistieron, solo
estábamos 5 en la mesa y no había remplazo, pero estábamos decididos a hacerlo bien.

A las 8:00 a.m., las votaciones comenzaron lentamente. Los votantes, principalmente personas
mayores al principio, llegaban intercalados. Cuando nos tocó abrir la primera caja que contenía
E-10, E-11, tarjetones y certificados, mis compañeros de mesa, decidieron asignarse como los
había puesto la plataforma en la registraduría, mi rol como presidente de mesa implicaba estar
atento a cada detalle: desde entregar tarjetones hasta evitar que los ciudadanos sacaran sus
celulares en los cubículos de votación. La tensión aumentó cuando algunos ciudadanos no
prestaban atención a las instrucciones y dejaban su cédula olvidada, dónde jocosamente le
decíamos: “No le van a dar el pastel, ni los 50 mil”. A las 9:30 am, nos llevaron a todos los
jurados una merienda, la cuál era una empanada de pollo y un jugo.

A medida que avanzaba el día, la interacción con mis compañeros jurados se volvía más amena.
Las bromas y risas aliviaban la tensión del ambiente. Algunos testigos electorales no tenían la
mejor actitud, y con cualquier cosa nos acusaban con los de la Registraduría, en una de esas
acusaciones llegó un policía, porque le habían dicho que algunos jurados estaban manipulando
los celulares, el cual nos dijo de manera no muy agradable que teníamos que acatar órdenes
porque de lo contrario, se iba a tener que poner en la engorrosa tarea de llevarnos esposados
hasta la estación y aplicarnos una sanción.

Alrededor de las 1:00 p.m., llegó el almuerzo para los jurados: arroz amarillo, cerdo en posta,
ensalada, granos y gaseosa. A pesar de la falta de sal en la comida, nos esforzamos por recargar
energías para la tarde que se avecinaba, en ese mismo instante nos enviaron 10 pasteles que
nos regaló una amiga muy cercana de una de los jurados que estaban con nosotros, así con la
poca comida que nos habían dado, terminamos de completar el almuerzo. Mas tarde, nos dio
hambre y entre todos los jurados recogimos dinero y compramos una gaseosa con pan, para
calmar el apetito que teníamos.

A las 4:00 p.m., se cerraron las votaciones. El conteo de votos comenzó meticulosamente. Mi
papel como presidente implicaba asegurar que cada voto se contara correctamente, votaron
con un total de 203 ciudadanos, mi papel también se cruzaba con llenar el E-14, el cual se
tenía que llenar con mucho cuidado. A las 7:30 p.m., finalmente terminamos el conteo, y los
resultados coincidieron con el número de votantes registrado. La jornada electoral llegaba a su
fin, y nos sentimos satisfechos por haber completado una tarea tan crucial para nuestra
democracia, todos los compañeros estábamos felices por el grupo que nos tocó, tuvimos una
gran comunicación y no tuvimos contratiempo, los delegados nos felicitaron por la eficiencia,
yo firmé la bolsa donde iban todos los tarjetones con los resultados, luego me dieron una
constancia que le correspondía al presidente y seguido a eso el certificado.

Después de un día agotador y lleno de desafíos, regresé a casa. El toque de queda y la ley seca
estaban en vigor, pero afuera del comando de policía, la música resonaba y la gente celebraba
los resultados que ya esperaban. El recién elegido alcalde salió a saludar a la multitud presente.
A pesar de que la policía notó que algunos estaban consumiendo alcohol, parecían ignorar la
situación.

A pesar de mi estado de salud y las dificultades, me sentí agradecida por haber sido parte de
este proceso democrático. Aunque agotador, este día como jurado fue una experiencia
reveladora, mostrándome la complejidad y la importancia de las elecciones en nuestra
comunidad. A medida que me retiraba a descansar esa noche, reflexioné sobre el valor y la
vitalidad de nuestra democracia local, y sobre el papel fundamental que juegan los ciudadanos
comprometidos, pero aún después de todo eso no me gustaría volver ser jurado.
Diana Lucia Álvarez Vásquez

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