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«Yo era la sombra de la Araña; era como un complemento suyo, uno que
no se quitaba nunca, pero que por sí mismo tampoco importaba apenas».
«Mis palabras pueden ser muchas cosas, pero, sobre todo, son la
verdad».
Quise cambiar de registro respecto a mis otras novelas; de hecho, siento que con esta
empiezo una transición hacia la literatura adulta que me gustaría escribir, intimista,
feminista, una literatura que creo que en nuestro país comenzó Carmen Laforet y que
ahora es más necesaria que nunca.
La novela habla sobre cómo una chica joven se recupera de la experiencia de
haber sido violada por su novio y sobre cómo una escritora la acoge en su casa, que
piensa todo el rato en cómo puede ayudarla. Los conflictos internos son muy grandes,
y no necesitaba mucho más para poder armar una novela. Como dijo Dumas: cuatro
paredes y una pasión.
Este 2018, tanto social como personalmente, ha habido un antes y un después con la
campaña en las redes sociales del #Cuéntalo. Desde que surgió, supe que quería
escribir una novela que guardara su espíritu y que fuera leída por chicas jóvenes.
Hice un proceso de documentación bastante arduo; quería ver qué libros había
publicados en el mercado español de literatura juvenil que trataran los abusos
sexuales a chicas jóvenes. Me sorprendió encontrarme muchos menos títulos de los
que imaginaba que existirían, pero también me dio alas. No hablar sobre algo es
silenciarlo; no escribir sobre una realidad a la que las mujeres jóvenes estamos muy
expuestas es negar su gravedad, quitarnos herramientas para combatirla.
Y justo es en el ámbito de la pareja en el que más silenciado está y donde es
más necesaria la concienciación. Para muchos jóvenes, la pornografía más machista
es la primera fuente de educación sexual. La mayoría de los abusos se dan por parte
de personas a las que la víctima conoce. Los que menos se denuncian son los que se
cometen dentro de la pareja. Martina, la protagonista de la novela, lleva tres años
atrapada en una relación que comenzó con 19, y ahora comienza a darse cuenta de lo
desigual que era. Rompamos el tabú. Aceptemos sólo un amor romántico sano y
denunciemos todo lo demás.
Desde luego. Desde el principio supe que quería hablar del proceso de curación a una
misma. El mundo de Martina se rompe esa noche y ella decide huir a un pueblo de las
montañas. Allí la acoge Astrid, una escritora de 28 años que se ha retirado para
En estas páginas hay mucha reflexión sobre el poder de la escritura: ese bisturí
que abre heridas, pero que también las cauteriza. Astrid le aconseja a Martina
que escriba como una forma de exorcizar sus demonios.
Yo soy de las que cree que contarnos algo es ayudar a que se cure. Astrid es escritora
porque las historias la llaman, porque le nacen de dentro, pero también es muy
consciente de la cara terapéutica de las palabras. A Martina le cuesta hablar, y en un
momento dado descubre que hablar de lo que le ocurrió también es revivirlo una y otra
vez. Cuando te enfrentas a un papel en blanco, batallas así parecen más fáciles. Y las
dos protagonistas lo saben.
Por su forma de vida, Astrid ya supone una amenaza a cierto orden que en Sabinia
marca el día a día. Es hija de la familia más adinerada del pueblo, sí, pero reniega
abiertamente de esa identidad: es escritora, lesbiana y activista. Cuando llega a allí,
tiene la idea de fundar una biblioteca de mujeres, un homenaje a la que tenemos en
Madrid y también al legado del que ella proviene. Pero la sociedad de Sabinia no
quiere ni oír hablar de ello porque supondría, la misma Astrid lo supone, revisar una
forma de vida que oculta muchísimo machismo e intolerancia. Y por ello Astrid es
despreciada y no encuentra ningún apoyo; incluso aparecen pintadas de «feminazi» o
«bollera» todas las semanas en su casa. Pero, al menos, es consciente de que todo
avance social, aunque sea tan pequeño como una biblioteca de mujeres en un pueblo,
supone lidiar con la oposición de lo preestablecido.
Astrid y Martina cuentan su historia en primera persona porque las dos se están
escribiendo a sí mismas, y la primera persona era la que más se ajustaba a esa novela
más intimista que quería trabajar. Pero hay una serie de capítulos, los capítulos de la
fiesta de cumpleaños que concluye en violación, que se cuentan en tercera porque era
Soy consciente de que le debo mucho a las mujeres que vinieron antes de mí, que no
sería tan feminista sin las mujeres de mi familia; si otras no hubieran peleado por mí,
yo no podría publicar un libro sin un pseudónimo masculino. Astrid también lo sabe, y
por eso sentía que en la novela no podía faltar un personaje como Olga, que es un
homenaje a todas ellas. Olga es una mujer que ha hecho lo que le da gana, que es
bisexual, que desde que conoció el proyecto de Astrid de montar una biblioteca de
mujeres la apoyó. La sororidad tiene que ser entre generaciones; tenemos que
ayudarnos entre nosotras, tenemos que aprender las unas de las otras y tenemos que
saber lo que hicieron las que estuvieron antes que nosotras.
Poquito, bien poquito… Ahora mismo estoy trabajando en una historia en torno a la
realidad virtual, porque me parece un mundo que viene para quedarse y que a la vez
nos va a provocar unas preguntas de lo más interesantes sobre el mundo en el que
vivimos y nuestra propia identidad. ¡Y porque soy muy fan de Black Mirror! También
tengo una saga de fantasía comenzada de la que no puedo decir mucho, pero que ya
sé que llegará a las librerías…