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El chupacabras

–¡Tené cuidado cuando salgas, ¡no te vaya a agarrar el chupacabras!


–Portate bien o le voy a decir al chupacabras que venga y te coma.
–¡El otro día vi al chupacabras! Era como un perro todo feo que caminaba en dos
patas, ¡Casi me muero del susto!
El chupacabras esto. El chupacabras aquello. El chupacabras por aquí. El
chupacabras por allá. Ya estaba medio cansado el chupacabras de escuchar tales cosas.
Estaba entre una mezcla de enojado y triste. Como siempre tan triste y solo, paseando por
aquellas calles de Chilecito, un pueblo situado en el noroeste de Argentina.
El chupacabras era un animalito que caminaba en dos patas, el cual tenía dientes
grandes y largos y un pelaje de color gris muy suavecito. O al menos eso era lo que él
pensaba, pues la gente siempre le había tenido miedo por su apariencia, así que realmente
no sabía si realmente era su pelaje era suave como la felpa, o si solo él la sentía así.
Uno de esos días, el chupacabras paseaba por los parques, paseaba por el Cristo
del Portezuelo, paseaba por las calles. Nada interesante.
Estaba tranquilo hasta que de repente le empezó a rugir la panza. Le rugía tanto que
la gente que vivía en las casas a su alrededor pensó que hubo un temblor.
Un poco abrumado, intentó suplicarle a la gente que le den un poquito de pancho, a
otros les pedía un poquito de hamburguesa. Claramente, y algo que sospechaba el
chupacabras, la gente corría al verlo y no intentaban ni escuchar lo que tenía para decir.
Ya cansado de buscar gente y pedirle un poco de comida para que huyan al
instante, buscó alguna casa con una puerta o ventana abierta. Pensaba que si entraba
solamente a buscar un poco de comida no habría problema, ¿no? Entre busque y busque,
pudo divisar una ventana un poco floja entre todas las casas del vecindario. Se acercó para
seguidamente abrirla y entrar.
Era una casa bastante grande, pero no parecía haber nadie allí. Pasó por varios
cuartos antes de poder llegar a la cocina, perdiéndose unas cuantas veces en el camino,
cuando una voz que venía justo de detrás de él, lo sorprendió, haciendo que el chupacabras
se caiga y quede patas para arriba.
–¿Quién anda ahí? –dijo un señor de unos 60 años.
¿Ah?, pensó el chupacabras. Estaban enfrentados y el señor todavía no sabía
dónde o quién estaba en su cocina.
¿Era más pequeño de lo que había pensado? ¿Estaba muerto? ¿El señor era ciego?
Oh, pensó. De pronto, pudo ver el bastón del dueño de casa, el cual se movía de un lado
para el otro intentando encontrar al chupacabras. Sí, el señor era ciego.
Pudo haber aprovechado la situación, buscando rápidamente algo para comer e irse,
pero de tanto pensar, el bastón le pegó en la cabeza antes de que, permitiéndole al hombre
saber en dónde se encontraba.
Cuando el señor pudo saber en dónde se encontraba lo que sea que estaba en su
cocina, inmediatamente se agachó, con un poco de dificultades, para tocar a aquel ser que
no parecía medir más de 120cm.
–¿Un perro? No se suelen meter perros en la casa –dijo el ciego con confusión,
mientras el chupacabras lo miraba confundido también. – ¡¿Pero y este pelaje?! Parece
felpa de tan suavecito que es.
Todavía confundido, al chupacabras se le ocurrió una maravillosa idea. O al menos
para él.
Ese día, el señor consiguió una mascota y el chupacabras “un dueño”, pero este
sabía que fingir ser una mascota no lo haría una.
La primera aventura del chupacabras como mascota fue recorrer lo que era la casa,
pues tremendo lugar no se recorría en 15 minutos. Empezó por la cocina. Encontraba
galletas por todos lados, pero lo que a él le gustaba era el cabrito. El cabrito asado.
La gente lo llamaba “chupacabras” porque pensaban que a él le gustaban las
cabras. Así. Vivas. De solo pensarlo le daban escalofríos. ¿Cómo le iba a gustar semejante
cosa? Lo que sí le gustaba era el cabrito asado, pero eso no era tan raro, pues en Chilecito,
el cabrito era una comida muy típica, la cual le gustaba a grandes y a chicos. ¿Por qué no le
iba a gustar a él también?
Por suerte, encontró un poco en la heladera, así que agarró un plato y lo calentó un
poco en el microondas.
Cuando por fin había empezado a comer, entró el señor a la cocina.
–Hoy tengo muchas ganas de salir –dijo el señor entusiasmado. –Qué pena no
poder salir a disfrutar del paisaje, me gustaría poder ver una última vez esos cerros que nos
rodean. Supongo que tendré que ver la tele hoy también –dijo mientras se reía.
Un silencio incómodo para el chupacabras invadió el ambiente.
–Si quiere yo lo acompaño y le describo como se ve todo. –dijo apenado después de
un rato.
El señor se quedó atónito. Sin habla. Se quedó pensando si la edad lo estaba
haciendo pensar que su “perro” hablaba o si realmente lo estaba haciendo.
–Desde… ¿Desde cuándo los perros hablan?
–Oh… –dijo el animal pensando en una respuesta. –Es una nueva… raza.
–Ya veo. Sí, entonces. ¡Me gustaría que me acompañes!
Arrepintiéndose un poco de haber hablado, el chupacabras y el señor salieron juntos
por la mañana, dirigiéndose al lugar al que irían primero.
Luego de una buena caminata y una larga conversación, el chupacabras dijo:
–Este es mi lugar favorito de la ciudad. Es un poco cansador llegar arriba, pero sin
duda vale la pena. –dijo el chupacabras con emoción. –Bueno, te cuento. Estamos en el
parquecito frente al Cristo del Portezuelo.
–Ah, sí. Este también era mi lugar favorito cuando tenía visión. Dejé de venir porque
no podía subir tantos escalones yo solo. Me gustaba sentir la brisa en mi rostro cada vez
que llegaba a la cima, aunque estuviera cansado.
–Bueno, ¡ahora estoy yo! Subamos así sentimos esa brisa de nuevo; yo tampoco he
subido en mucho tiempo.
Dicho y hecho. Con ayuda del chupacabras, el señor pudo subir a la cima; y el
chupacabras, junto con la motivación del señor, tuvo la fuerza para volver a subir.
Cuando llegaron a la cima y después de charlar un rato, al señor se le vino un
recuerdo de cuando su vista funcionaba y le gustaba ver la ciudad desde bien arriba.
–¿Alguna vez fuiste a la estación 2 del cable carril? –dijo el hombre.
–No. Nunca fui porque está muy lejos y mis patas no me dan para tanto. Los
transportes públicos tampoco ayudan mucho, ninguno aceptaría a un chupacab… a un
perro para que viaje con los demás pasajeros.
–Ah, claro. Si querés podemos ir ahora; pedimos un taxi y pasas sin que te vean.
–Pero… ¿No es un poco arriesgado? ¿Qué pasaría si me vieran?
–No te preocupes tanto. Es preferible intentarlo y que salga mal a no hacerlo. ¿Qué
perderías si sale mal? ¿Qué ganarías si sale bien? Creo que la diferencia de “nada” a lo que
fuere vale mucho la pena.
–Sí, ¡tenés razón! No tendría que dejar que el miedo o la vergüenza me detengan de
hacer las cosas que más me gustan o realmente quiero hacer –dijo el chupacabras con
motivación; y juntos, el señor y el chupacabras, pidieron un taxi para ir a la estación 2. El
conductor por poco los descubre, pero como dijo el señor, no perdían nada por intentarlo.
Cuando llegaron, se podía divisar la gran estructura vieja y oxidada de la estación, y
mientras subían, también el paisaje.
El chupacabras observó. Observó las montañas a su alrededor. Observó la flora del
lugar; y a lo lejos, su ciudad. Era tan bonito, que por un momento olvidó todo lo malo por lo
que había pasado a través de todo el tiempo en el que vivió en Chilecito; pero eso no era
culpa del lugar. Los lugares no son crueles; las personas sí.
En ese momento, se dio cuenta de lo que pasaba a su alrededor; como si hubiera
despertado de repente. ¿Qué hacía viviendo en una mentira? Si bien, sentía que no podía
vivir de otra manera, pensó que las personas con las que compartía buenos momentos
debían conocerlo o saber quién era realmente.
–¿Sabés?… en realidad, no soy un perro –dijo de repente.
El hombre pensó por un rato. –Entonces, si no eres un perro, ¿qué eres?
–Oh… de hecho soy un chupacabras. Espero que no te molestes por mentirte ni por ser uno
–dijo con un tono de desanimo.
–¿Molesto? Realmente no tengo una razón para estar molesto. Entiendo por qué mentiste y
qué te llevó a hacerlo. En el poco tiempo que convivimos pude ver que realmente los
chupacabras no son malos, y el temor hacía ellos causado por los falsos rumores les tuvo
que hacer mucho daño a través del tiempo.
–Oh, ¿realmente piensas eso? Me alegra que tu respuesta sea positiva en una situación
como esta.
Y así, ambos fueron aprendiendo uno del otro; y gracias al hombre, mucha gente dejó de
generar tanto rechazo hacia los chupacabras, pero muchos otros se muestran reacios a
aceptar que los chupacabras en realidad no son malos animales.

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