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Osvaldo Salgado.

Los riesgos.
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XXXX
Osvaldo Salgado
LOS RIESGOS

Palabras Previas:
Extraña fuerza el deseo que nos mueve a transformar esta empobre-
cida o irremediable realidad, la que cada uno tiene que vivir o dejarse
vivir.
De todos los deseos la escritura encierra un solo sentido: “escribir
es una manera de quedarse a vivir para siempre” y eso sucede cada vez
que se abre un libro se hacen presente “Todos los deseos del escritor”.
Escribir entonces es ese deseo que no muere nunca y que es in-
finito; que pasaran los años y estará ahí aún cuando ni siquiera quede
nadie.
Este libro es la expresión de “Todos esos deseos de O.S.” que nos
deja para dicha y desdicha su lectura.
Su imaginación; la que alimenta estos relatos, fue capaz de crear
un mundo un lugar en donde todo alguna vez aconteció o sucederá.
Relatos que comienzan diciendo que desde alguna parte nos va estar
mirando y riéndose de nosotros. Para alegría y celebración de la vida
misma.
Acá encontraremos voces que llenaran nuestras horas, día y noche.
Historias insólitas y absurdas como la vida misma. . Batallas de super-
vivencias cotidianas y batallas de amores para sobrevivir.
Historias que seguro volverán a su “imaginador” en un ser entra-
ñablemente querido e inolvidable.
Robertino Salvatierra
Los riesgos
OSVALDO SALGADO
OSVALDO SALGADO

A Marinês, a Annie, y a todos aquellos que con su amistad me han per-


mitido llegar hasta acá.
LOS RIESGOS

PRIMERA PARTE

Los riesgos implícitos.

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OSVALDO SALGADO

De los riesgos implícitos en


una historia de amor.

I-De los riesgos implícitos en el acto de caerse de la cama

Adherida al espejo la nota decía :

El hecho concreto fue que un día Piter se cayó de la cama.

Piter en realidad se llamaba Raúl Inocencio Zurleta según reza su


documento; lo de Piter le quedó de una amigovia rubia y tetona (él decía
que era danesa y debe ser pues habla con acento) a quien le pareció que
Peter (así lo escribe ella) era un nombre que armonizaba más con su ima-
gen, con la imagen de él. Luego de compartir varias cervezas la rubia nos
convenció y de ahí en más lo nombramos así: Piter. Con más cervezas y
schnaps, también le decíamos Pito, Pete o de alguna otra forma.

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LOS RIESGOS

Suma era, Piter dixit, el nombre de la rubia a quien en tono de joda


podíamos nombrarla como Resta (éste era Dani), Katra Suma (el Colo
siempre apegado al orientalismo) o Musa (que era el preferido de Víctor,
tan afecto a los anagramas). Y fue ella quien al día siguiente comenzó a
enviarnos mensajes diciendo que no podía dar con Peter y preguntando
si sabíamos algo de él.

Ninguno de nosotros le dio mucha importancia pues pensamos que,


una vez más, Piter habría sucumbido bajo la fuerte seducción del vodka
mientras se sumergía en los vericuetos del cosmos tras de su telescopio
astronómico con el que soñaba en descubrir una nueva nebulosa o
agujero negro y así salir por la puerta grande del aplastante anonimato
en que trascurrían sus días científicos.

Suma, en cambio, sospechaba que estaba “at have sex” en algún hotel
de mala muerte como venganza por la escena (infundada por cierto) con
que ella lo había torturado dos noches atrás.

Mientras tanto, Piter-Raúl seguía caído al lado de la cama.

En el Laboratorio de Investigaciones Espaciales del Instituto Na-


cional de Astrofísica llamó la atención la ausencia “sin aviso” de Raúl
pero prefirieron imaginar que estaría hurgando en alguna bibliografía
o intentando entrar en un archivo ajeno desde algún IP desechable.
Ocasionales deshonestidades de la ciencia, comprendidas y toleradas
por la falta de presupuesto.

Pasado el mediodía, y siendo evidente que Raúl no se iba a hacer pre-


sente, alguno aprovechó para ingresar en su computadora y “curiosear”
las anotaciones de “Z”, como también solían nombrarlo allí. Anotaciones
que ninguno de nosotros, los ajenos a la astrofísica, entenderíamos aunque
nos las exhibieran en 3D y pantalla panorámica pero que, para el Doctor
H, fueron como la puerta que se habría hacia una fascinante posibilidad.

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OSVALDO SALGADO

De H se podían decir muchas cosas (de hecho se decían) pero no que


fuera egoísta con sus descubrimientos, así que antes que pasara una
hora le había hecho partícipe al Director del Programa de esta fascinante
posibilidad que Él estaba investigando, asegurándose una nueva partida
presupuestaria para “su” investigación.

Orión, el perro de Piter, lo olió, lo hociqueó en un brazo, y luego se


acomodó haciéndose un anillo al lado de su cuerpo, entre éste y la cama.

Cuando Víctor me llamó me quedó claro que él y la tetona se habían


encontrado y ella le había recriminado que no hubiéramos dado importan-
cia a su preocupación por no poder comunicarse con Peter, “seguramente
ustedes saben a quién se está tirando y por éso se hacen los pelotudos,…
al final son unos machistas de mierda!” “Hay que reconocer que la mina
embroncada se pone buena y se expresa casi sin acento”- comentó Víc-
tor. También me dijo que ella quería que nos reuniéramos. Entonces nos
reunimos, como siempre, en el café del turco. Suma estaba espléndida en
su rol de mina abandonada y nuestros comentarios tratando de sacarle
de la cabeza esa idea no hicieron mella en su interpretación, más bien
la potenciaron. Yo percibí la facilidad con que la rubia buscó el hombro
de Víctor para lagrimear, Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo,
las miradas de Dani, el Colo y la mía confluyeron en un tácito acuerdo.
Cada uno dió una excusa y ahuecamos el ala.

El tercer día de falta sin aviso de “Z” al Laboratorio disparó una alarma
que puso los sistemas de búsqueda a funcionar. Para mantener el secreto
de sus investigaciones y evitar que los científicos fueran fácil presa de las
potencias extranjeras, en ningún registro estaban sus domicilios reales. Así
que la búsqueda le fué encargada al Servicio de Investigación del Estado.

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LOS RIESGOS

Orión se levanta, vá hasta la cocina y toma un poco de agua, regresa


hacia Piter, lo vuelve a oler, le lame la cara, levanta una pata y mea su
cabeza, tironea un poco de sus ropas y vuelve a acomodarse a su lado.

Después de varios días los Servicios presentaron su informe: “se


alerta sobre la presencia entre los contactos frecuentes de N34 (así lo
llamaban a Píter-Raúl-Z en su código) de una agente extranjera que suele
mantener reuniones con un grupo local que tiene su base de encuentros
en el “Café La Mezquita” cuyo dueño es un reconocido prestamista mu-
sulmán. No se descarta una conexión con grupos fundamentalistas que
estarían organizando una acción vinculada a alterar la órbita de nuestro
satélite natural y/o el derrotero del cometa Lumix 34 a fin de que alguno
de estos potenciales proyectiles cósmicos caiga sobre la Plaza de Mayo”.

Nadie del Laboratorio en su sano juicio debería haber tomado en


serio el informe del Servicio, sin embargo el Doctor H tuvo un repentino
episodio diarreico que lo obligó a ausentarse “con aviso” por algunos días;
los mismos que nos llevó a nosotros a empezar a sospechar que algo le
había sucedido a Piter. Entonces nos volvimos a reunir, rubia incluída.

El Colo tenía un juego de ganzúas heredados de un viejo trabajo


en una cerrajería, Víctor sabía, por infidencia de Suma/Musa claro,
donde era el domicilio de Píter; y todos nos dirigimos resueltamente
a resolver la intriga. Abrir la puerta de la casa llevó algunos minutos en
los que, mientras El Colo intentaba accionar la cerradura, los demás
nos dispusimos de manera de cubrirlo y parecer un grupo cualquiera
de personas conversando. Finalmente la puerta se abrió y al ingresar
fuimos recibidos por los gruñidos de Orión quien, al percibir a Suma, se
bajó de su rol de guardián. La casa estaba oscura y con olor a encierro.
Como ella era la que la conocía rápidamente se dirigió al dormitorio; y
fue ahí que escuchamos su grito.

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OSVALDO SALGADO

Al lado de la cama estaban amontonadas y algo desgarradas las ro-


pas de Píter (llenas de pelos de perro) y alrededor un montón de huesos
roídos sobre el piso manchado de algo graso y oscuro.

Los agentes entraron a los gritos y pateando todo lo que se les pus-
iera en el paso. Terminamos con las manos esposadas y de jeta contra
el piso. En el camión celular nos encontramos con el turco. La causa la
tiene la Dra. Fernández.-

II – De los riesgos implícitos en el acto de observar un aerolito

Suma se declaró heredera de algunos de los objetos que Piter había


reunido en su casa; una réplica de un astrolabio, un par de copas de
cristal que, según ella, habían acompañado sus encuentros amorosos,
y el telescopio astronómico que había concentrado gran parte de las
expectativas científicas de Piter…y algunas botellas; también se llevó a
Orión porque era “como llevarse a Peter”.

Nunca supimos (cada uno de nosotros tenía sus propias sospechas)


en base a qué había logrado recuperar la libertad, lo cierto es que la rubia
zafó rápidamente de las imputaciones que se le hacían en el informe
del Servicio de Investigaciones del Estado. El que aún no zafó fue El
Turco que sigue encanutado sospechado de fundamentalista islámico
a pedido del Fiscal de Turno argumentando riesgo de interferir en la
causa y/o de tomarse el piojo y/o…; en fin, recursos judiciales basados
en las doctrinas de moda por estas latitudes y que le proveían al Fiscal
y la Juez una cierta pátina de celebridad y, claro, apariciones en la tele
y en la versión local de “Hola”.
LOS RIESGOS

Desde aquel día en que nos esposaron a todos y nos subieron al


camión celular, Sibel, la esposa del Turco, se hizo cargo del café-bar
“La Mezquita”, donde los precios comenzaron a elevarse en forma algo
extravagante porque “hay que pajarle el mejor abojadu”. En la TV apare-
ció la Juez Fernández hablando de las reservas que debían mantenerse
acerca del caso por sus probables implicancias internacionales. Sibel,
desde detrás de la barra, nos miraba en tono acusador mientras nos
tomábamos nuestro acostumbrado café “con gotas” en la mesa junto
a la ventana y Suma nos comunicó, al tiempo que se despachaba la
segunda copa del Otard-Dupuy con el que regábamos nuestros cafés,
que se mudaba del appart a un penthouse que daba sobre el parque así
podría usar el telescopio en un lugar más abierto. Víctor fue el primero
en ofrecerse para ayudar a transportar las cosas de la tetona y a nosotros
no nos quedó más remedio que sumarnos.

Pero la mina se portó, al finalizar el traslado nos obsequió con una


impresionante picada de morfi sueco de nombre estrafalario regada con
aquavit y champán, en ese orden. Un lujo total.

El telescopio ya estaba instalado frente a la pared de vidrio detrás de


la que, el parque abajo y el cielo arriba, se combinaban como un gran
telón de fondo.

-“¿Che, cómo se usa el asunto ése?” dijo Dani saliendo de su acos-


tumbrado mutismo.

El “asunto ése” era, por lo menos para mí, lo menos parecido a lo que
tenía registrado como telescopio, en vez del esperado tubo largo que
empezaba más fino donde se pone el ojo y terminaba más grueso en la
otra punta, se parecía más a un termo gordo, corto y recto conectado a
una notebook y montado sobre una cosa llena de articulaciones que se
apoyaba sobre lo único que me resultaba familiar, un trípode.

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OSVALDO SALGADO

La rubia nos puso al tanto de lo que había aprendido en youtube


y en el manual del usuario del aparato, que no era mucho pero servía
para empezar, pero ya eran las dos de la mañana. Al salir me pareció ver,
junto a la acera del parque, un auto oscuro estacionado con todas sus
luces apagadas y dos personas dentro que no parecían estar besándose.

Una media mañana el Doctor H apareció en el penthouse intentando


convencer a Suma de que, como él compartía con “Z”-o sea Piter-Raúl-
una investigación para la que finalmente se habían obtenido nuevos
recursos, necesitaba hacer una copia de los archivos encriptados que,
con seguridad, habían quedado entre las cosas de “mi colega y amigo”
para resguardarlos e incorporarlos al trabajo en el que la mención del
Dr. Raúl Inocencio Zurleta encabezaría los créditos, como un “merecido
homenaje post-morten a quien había contribuido de manera sustancial
al desarrollo de la investigación astronómica nacional”.

La rubia nos contaba estas cosas, cómo despachó al personaje sin


dejarlo continuar y preguntaba “¿a Uds. no les parece raro que el tipo éste
sepa de mi relación con Peter y, además, conozca mi nuevo domicilio?”

De H sabíamos lo que Piter nos había comentado: nada bueno. Así


se lo dijimos a Suma mientras la felicitábamos por su habilidad para
sacárselo de encima. Yo no quise mencionar lo del auto con los tipos
dentro pero comencé a encontrarle sentido. Por si las moscas el Colo se
ofreció para cambiar la cerradura en el penthouse.

Lo del “termoscopio” (la denominación fue alegremente adoptada por


todos) fue una nueva excusa para alimentar nuestra amistosa sociedad,
los jueves era el día en que, café con gotas por medio, nos juntábamos
en “La Mezquita” a compartir lo que habíamos obtenido acerca de su uso
y así logramos llegar al punto en que necesitábamos pasar a la acción.
LOS RIESGOS

El honor le correspondió a la dama mientras tomábamos nota de cada


paso, sugeríamos acciones y nos animábamos con la vodka “Wyborowa”
que había dejado Piter/Raúl. Transcurridos algunos días nos habíamos
puesto bastante audaces en la navegación astronómica y algo tristes por
el fin de la “Wyborowa”. Para entonces declinación, azimut, montura ya
eran parte de nuestro lenguaje.

En “La Mezquita”, Sibel se hacía lugar para recordarnos que Azad (el
Turco para nosotros) seguía tras las rejas “mientras ustedes (nosotros)
se la pasan tomandu café y hablandu cosas que nu entiendo” y seguía
refunfuñando en tono bajo y en turco.

Era uno de esos jueves y, al llegar, Suma nos alertó “el que está en
la caja hablando con Sibel es el mismo tipo que fue a mi casa diciendo
que era compañero de Peter”. Levanté la vista, lo ví alejarse y subirse a
un auto oscuro que lo esperaba frente al café. Sibel hacía como que no
había pasado nada.

Víctor fue quien lo vio primero. Parecía la cabeza de un fósforo en-


cendido muy chiquito y moviéndose entre nubosidades que vaya uno a
saber qué eran. “¡Nebulosas che!” dijo la rubia en tono canchero. “Debe
ser muy grande si a esta distancia se lo ve así” susurró el Colo “y debe
moverse muy rápido para que desde acá lo notemos” añadió Suma. Gra-
bamos la secuencia, la copiamos en un par de pendrives y yo me anoté
las coordenadas en una libretita. Costumbre preinformática, pero que
me deja más tranquilo.

En el noticiero de la noche se mencionó el avistamiento por la NASA


de un objeto astronómico muy luminoso que se trasladaba desde la
constelación de Orión y a gran velocidad hacia el centro galáctico de
la Vía Láctea previéndose que, en su derrotero, interceptara el Sistema
Solar. Todos miramos para el lado de Orión (el perro).

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OSVALDO SALGADO

En la central del Servicio de Investigaciones, Dirección Asuntos Inter-


nacionales, Departamento Ciencias se exhibía un diagrama de conexiones
entre personas y sucesos y entre éstos y sus posibles derivaciones o vin-
culaciones. Eran líneas y flechas en diferentes colores que seguramente
aludían a los niveles de certidumbre y/o riesgos implícitos, o quizás sólo
a cuál era el marcador a mano. En el centro de la diagramación la men-
ción de N34 (o sea Piter/Raúl/Z) y hacia la izquierda la lista de nuestros
nombres relacionados con el café La Mezquita y de ahí una flecha hacia
Azad “El Turco” que continuaba hacia el Centro Islámico y de ahí una
línea de guiones que terminaba en un círculo rojo de trazo enérgico en
cuyo interior se leía ISIS. Hacia la derecha aparecía la mención de un tal
“Marte” vinculado a su vez con el Laboratorio de Investigaciones Espa-
ciales del Instituto Nacional de Astrofísica, escrito, en honor a la síntesis
y la falta de espacio, como LIENA.

Desde la muerte de Peter/Piter/Raúl/Z/N34, el tal “Marte” acudía con


cierta regularidad al SIE según estaba registrado en el libro del acceso.

Ni Víctor ni ninguno de nosotros dejó de anhelar que la cabeza de


fósforo que avistáramos fuera la misma cosa que informaba la NASA,
pero la sorpresa fue cuando regresamos al “termoscopio” y la cosa
ésa aparecía en primer plano como una bola de fuego acercándose a
una velocidad tal que instintivamente retrocedimos atropellándonos y
volteando la mesita en la que la tetona había dejado unos vasos. Orión
salió de su modorra gruñó un poco, tosió una especie de ladrido y luego
volvió a enroscarse.

Al edificio frente a la sede del SIE se le cayeron de la fachada un


par de querubines y un pedazo de una guirnalda de rosas de cemento
que adornaban el ingreso, pero el agujero que hizo la cosa ésa al caer
abarcó toda la calle. “¡Qué bien se construía antes che, lo único que se le
LOS RIESGOS

rompió fue la repostería!” - decía Victor mientras veíamos las imágenes


del edificio en la TV.

En el operativo intervinieron la gendarmería, la policía y el grupo


Halcón. Mientras nos sacaban esposados, Suma me hizo señas para que
viera que, en la acera del parque, junto a un auto oscuro, H se palmeaba
con dos tipos.

III-De los riesgos implícitos en el Acto de romper el mutismo

Dani se decidió a hablar: y lo hizo mediante una tarjeta de invitación.

Lo primero que nos sorprendió fue que Dani también se llamaba


Hugo, luego que hubiera mantenido tanto silencio sobre esta disert-
ación y por último que se lo nombrara como Licenciado y apareciera un
segundo apellido. Cuando le preguntamos sobre esto último respondió
brevemente: “marketing”.

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OSVALDO SALGADO

No nos quedaba duda de que esta novedosa faceta de Dani tenía


origen en el período que pasamos tras las rejas luego de que se nos
ocurriera sumergirnos en la observación celeste y aquel aerolito rozara
la sede del Servicio de Investigación del Estado, lo que fue interpretado
como una conjura fundamentalista por los miembros, siempre oscuros,
de este Servicio que a estas alturas había cambiado su denominación
pero sólo eso. Como ya parecía una costumbre, la rubia danesa fue la
primera que recuperó la libertad. Dani/Hugo y yo fuimos los últimos.

El domicilio indicado en la tarjeta no era otro que el del “Café La


Mezquita”; encontrar al Turco nuevamente al frente de su negocio dio
lugar a nuestras muestras de júbilo, no exentas de comentarios más o
menos procaces relacionados con la prolongada convivencia con otros
presos. Con un gesto casi imperceptible nos alertó sobre la existencia
de una cámara de seguridad colocada sobre la repisa que se ubicaba
encima del espejo que hace de fondo a la barra, algo oculta tras de uno
de los narguile y la botella de raki que la adornaban.

Dani ya estaba en el local y repasaba unos apuntes escritos en el


revés de unos panfletos de propaganda de comidas a domicilio. Contra
la ventana vecina a nuestra habitual ubicación, cuyas cortinas cerradas
oficiaban de telón de fondo, se había dispuesto una de las mesas con
una jarra de agua y una copa; atrás, una silla. Entusiasmado con la idea
de que el local se transformara en un café literario y convocara a ilustres
escritores y artistas de toda calaña tras de los que, seguramente, se
organizarían visitas de turistas, el Turco invirtió en unos artefactos de
iluminación y así el espacio armado para el disertante contaba con una
luz que daba protagonismo a la mesa y jugueteaba en la superficie del
agua de la jarra cada vez que pasaba el ómnibus por la calle.
LOS RIESGOS

A medida que se acercaba la hora fijada para la disertación se iban


ocupando algunas mesas con gente variopinta. Nosotros ya ocupábamos la
nuestra, lo que nos procuraba una posición de privilegio por su proximidad
al disertante. Algo después se hizo evidente que se habían agotado las
sillas disponibles, el Turco con la ayuda de Sibel y un mozo “freelance”
no paraban de atender los pedidos y de mostrar sus expresiones de
satisfacción mientras nosotros asistíamos atónitos ante la desmesura
de la convocatoria que había obtenido alguien como Dani quien en su
perra vida había dicho más de cinco palabras seguidas.

En sólo unos pocos minutos, y mientras dos jovencitas repartían por


las mesas unos volantes convocando al “REENCUENTRO CON LA ENERGÍA
CÓSMICA EN LA CIUDAD INTRATERRENA DE ERKS” que se realizaría en la
cordobesa base del Cerro Uritorco, una docena de forzudos tatuados con
aspecto de motoqueros invadían el local y la emprendían a patadas con
las mesas y los asistentes al grito de “¡Con el Reich no se jode!”, Sibel se
abalanzaba sobre el teléfono para marcar el 911, El Turco se apresuraba
a ocultar la guita colectada, Suma le daba vuelta la cara de un sopapo
a uno de los grandotes que le había acomodado una garra sobre la teta
izquierda, Dani se cubría la cabeza con una mano y con la otra escondía
los apuntes en sus bolsillos, otros nos refugiábamos bajo lo que quedaba
de las mesas y la cana entraba a los gritos y repartiendo bastonazos.

Milagrosamente, esta vez en el camión celular se llevaron a los for-


zudos y las pibas de los volantes. A nosotros en ambulancias al Hospital
con escoriaciones diversas.

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OSVALDO SALGADO

IV - De Los Riesgos Implícitos En El Acto De Presentar Un Paper

El gabinete “H” del Laboratorio de Investigaciones Espaciales del


Instituto Nacional de Astrofísica era el espacio en que el Doctor H desem-
peñaba sus tareas y era el motivo por el que al Doctor H se le conociera
como Doctor H. Claro que para los muchachos del Servicio de Investig-
ación del Estado era “Marte”, apelativo originado inequívocamente en
su actividad profesional y que demostraba la escasez imaginativa de los
aprendices de Bond.

Allí se encontraba el Doctor H revisando la prueba de imprenta de la


edición de la investigación por la que daría a conocer al mundo un hal-
lazgo sin precedentes sobre las vinculaciones galácticas de los pulsares,
documento sospechosamente similar a las observaciones registradas y
sistematizadas por Píter/Raúl/Z. De todas maneras chino para cualquiera
de nosotros lo que no impidió que Suma se hiciera presente (muy atrac-
tiva por cierto) en la presentación realizada, con bombos y platillos, en
el Salón Dorado de la Academia Nacional de Ciencias.

Concurrencia numerosa y variada, entre la prensa acreditada Suma


reconoció, enfundado en su caracterización de periodista gráfico (chaleco
safari y Nikon con importante lente), al grandote manoseador de la fra-
casada conferencia de Dani que se paseaba fotografiando a todo aquel
que se pusiera a tiro. A la hora de los bocaditos y las copas la rubia en-
contró el momento de acercarse a H y, con la excusa de que le firmara
una copia del “paper” que se había agenciado, le deslizó en su bolsillo
una tarjeta con su número telefónico mientras le preguntaba la razón
por la que en los créditos no se hacía la prometida mención del Dr. Raúl
Zurleta. El Doctor H no llegó a dar ninguna explicación pues lo requerían
de la revista “Science” para hacerle una entrevista y fotografiarlo.
LOS RIESGOS

El hombre ya se imaginaba en la portada de tan prestigiosa publicación,


Suma se zampaba otra copa y el Director del Programa se esforzaba por
salir en todas las fotos. Un par de chinos le entregaban a H una tarjeta del
Instituto Tecnológico de Harbin tras lo que unos gorditos de espléndidos
ternos Henry Poole le ponían en las manos un sobre de la Universidad
de Khalifa acompañado de expresiones elogiosas en un inglés un tanto
raspado, actos éstos que produjeron que el agregado científico de la
Embajada de EEUU, en un “per saltum” del protocolo, tomara firmemente
al Doctor H de un codo y se lo llevara hacia una salita contigua.

Ninguno de nosotros tenía la más pálida idea acerca de lo que era un


pulsar así que, cuando la rubia nos contaba los sucesos en la Academia,
nuestra bronca se acrecentaba por lo que, entendíamos, era puro mer-
ecimiento de nuestro Píter.

-“Y a vos ¿qué se te dio por ir a esa reunión?”, la pregunta de Víctor


tuvo un cierto tono acusatorio. “Información, querido mío…información;
¿o no sabés que el conocimiento es poder, cariño?”, remató la frase dán-
dole un beso en la mejilla, apuró el resto de su trago, se colgó el bolso al
hombro y partió con un “nos vemos el jueves”.

Mientras tanto recordé que Frederick, mi amigo periodista en Boston,


solía colaborar en la Revista ”Nature” con entrevistas a científicos, así que
le envié un mensaje “Dear Fred ¿es posible que la reciente presentación
acerca de las vinculaciones galácticas de los pulsares no sea más que
copy and paste de la investigación realizada por el fallecido Dr. PHD Raúl
I. Zurleta?” Cuando se lo mostré a los amigos, hubo un cruce de miradas
brillantes y un nuevo brindis.-

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OSVALDO SALGADO

V - De los riesgos implícitos en el acto de celebrar el cumpleaños

Suma (rubia, danesa, tetona; también Musa, Katra Suma o Resta en


la intimidad del grupo) se desplaza alrededor de la mesa próxima a la
ventana del café del Turco haciendo sonar su copita de anís (turco, claro)
con nuestros vasos repletos de cerveza, jugando con nosotros porque
era su cumpleaños.

Desde detrás de la Caja, el Turco nos acompañaba con su emblan-


quecida copa de raki bajo la mirada reprobadora y siempre atenta de
Sibel. Todo un gesto del Turco ya que rara vez esa botella abandonaba
su sitial en el estante tras la barra.

-“Ustedes saben cómo quedó el penthouse después de todas las


visitas de los milicos ésos ¿no?, ni por asomo se me ocurriría invitarlos
para celebrar mi cumpleaños en tal desastre, por eso estamos acá en
nuestra segunda casa, y entonces ¡a festejar muchachos que mañana
se caen los planetas!”

Haciendo gala de su capacidad de reponerse a las adversidades y su


resistencia al alcohol nuestra amiga continuaba circulando a nuestro
alrededor como un satélite bromeando y coqueteando un poco (a veces
no tan poco) con cada uno de nosotros. Dani, acomodado en su mutismo,
sólo bebía y sonreía cada vez que la rubia le revolvía el cabello con la mano.

El recuerdo de Peter/Píter se instaló como una llovizna suave sobre el


festejo. Entonces hubo un enésimo brindis después del que, con alguna
dificultad, nos levantamos y partimos “cada chancho a su rancho” como
le gusta decir al Colo. Pero Suma tenía otros planes; al acercarse a la
esquina se abrió una puerta del auto allí estacionado y, sin dudarlo, ella
subió. A Víctor no le pasó desapercibido.
LOS RIESGOS

-“No lo vas a poder creer flaco, pero creéme, anoche la rubia se subió
al auto del hijo’eputa de H, y lo sé porque yo tengo bien memorizada
la patente”. El mensaje terminaba allí; no sólo nos quedó la certeza
de lo comunicado por Víctor sino también una especie de nudo en el
pecho. ¿Entonces la tetona estaba entongada con el Doctor H? Si H era
informante de los Servicios, por carácter transitivo ¿Suma también lo
era?...¿Era por eso que ella siempre zafaba antes que nosotros cada vez
que nos encanutaban?

A la reunión del jueves la mina no se hizo presente, tampoco a la


del siguiente. Inútiles los llamados a su celular. Discutimos (un poco
paranoicos, por cierto) acerca de la conveniencia de seguir realizando
nuestros encuentros. El Colo propuso hacer una visita al penthouse “no
vaya a ser que la piba esté más cerca del arpa que de la guitarra y nosotros
acá elucubrando boludeces”. Acordamos hacerlo a la mañana siguiente.

Sánchez, el portero, no sólo nos reconoció sino que, entregándonos


una nota, nos pidió que se la diéramos a la señorita, a quien hacía varios
días no veía. Mientras el ascensor nos llevaba hasta el penthouse, la leí:
era de la administración reclamando el pago de expensas.

Previsor, el Colo portaba sus ganzúas y, como no hubo respuesta al


timbre, las usó.

El estar era un verdadero desastre, los escasos muebles volcados,


un par de copas con algo que olía a vino blanco y mugre de varios días.
Del “termoscopio” de Píter nada, ni el estuche, y tampoco del astrolabio
trucho. Un golpeteo acompasado y un sonido afónico nos orientó hasta
el baño de la suite donde Orión, mientras sacudía su cola contra el piso,
engullía parsimoniosamente un pedazo de carne oscura. El resto del
Doctor H estaba en la bañera. Adherida al espejo la nota decía

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OSVALDO SALGADO

No hubo que esperar mucho para que llegue la brigada, Sánchez ya


se había encargado de eso.

VI- De los riesgos implícitos en hablar sobre reencarnación

(la yapa)

Partimos de la hipótesis de que todos los sobrevivientes del grupo


creemos que la reencarnación es algo así como la testaruda permanencia
de La Vida. Por lo menos esto que nosotros, habitantes de esta parte del
planeta, entendemos como tal. En ese contexto fue que Píter reencarnó.

El hecho de que su perro Orión se lo hubiera deglutido una vez que


lo enfrió el infarto no constituyó impedimento alguno para que nuestro
amigo reencarnara. (Lo que vendría a sustentar la idea de que el cuerpo
es sólo la carrocería de otra cosa, cuyo nombre dejo a elección).
LOS RIESGOS

Claro que no fue tan simple. ¿En qué reencarnar?,¿dónde?, ¿cuándo?.


Claro que no fue tan simple: ¿para qué reencarnar?

¿Es que Piter podría elegir alguna de esas opciones?

¿La esencia investigadora y metódica del Píter que conocemos lo


seguiría acompañando en su nuevo envase material?

Éstas eran alguna de las cuestiones que nos planteábamos en nuestros


jueves de café en ”La Mezquita” y en total ignorancia de si había, o no,
la tan mentada resurrección en otra forma, lo que no impedía discurrir
sobre el tema y hasta bromear impunemente.

Sin embargo, decía Víctor con cierta parsimonia, nada indica que Píter
no haya encontrado la forma de reencarnarse en algo que le permita re-
anudar lo realizado o, ¿por qué no?, rehacerse de los logros que le robó,
en su anterior existencia, aquel crápula innombrable …quien sabe…

La oportunidad era perfecta para que El Colo sacara a relucir sus


conocimientos en materia de orientalismos y no nos defraudó. “El proceso
evolutivo, el samsara, nos remite a que nuestro ser espiritual transita por
los diferentes estadíos de la Vida hasta llegar al ser humano pasando por
108 reencarnaciones, pero no todos en Oriente lo sostienen, Buda por
ejemplo, que ha negado explícitamente que hubiera algo permanente
en la persona que fuera ocupando o usando distintos cuerpos. ,lo que
nos lleva a…” a que rápidamente cambiáramos de tema ante un fugaz
desconcierto del Colo. Sin embargo la reencarnación de nuestro amigo
se estableció como un hecho.

Uno de esos jueves Sibel, la mujer del Turco Azad, al terminar de


repartirnos los habituales cafés, tomó una de las sillas de una mesa
vecina y, sorprendiéndonos, se sentó junto a nosotros. “Los vengu
escuchandu como hablan de reencarnación de su amigu …con dudas

25
OSVALDO SALGADO

a veces, creo. Ni Azad ni yo dudamos que amigu Piter ya estará en otro


cuerpo. Es bueno… pasará a todos” Lo imprevisto de la intervención
de Sibel resultó en nuestro mudo entrecruce de miradas mientras ella
retornaba lentamente hacia la barra. El primero en hablar fue Dani “ nos
pasará a todos, dijo…¿también a H?” La sola mención del Doctor H fue
motivo suficiente para levantar la reunión.

El jueves siguiente El Colo se presentó en “La Mezquita” acarreando


varios libros con toda la intención de hacernos profundizar en el tema
reencarnación. Claro que la pasada intervención de Sibel quedó sobrevo-
lando nuestra mesa, así que la invitamos a compartir.

-“Diga para que sepamos Sibel, ¿Uds. son alevíes?” La pregunta del
Colo descerrajada apenas ella se había sentado nos sorprendió a todos,
menos a Sibel quien con una sonrisa respondió “¿así que amigu Colo
estudió?, claro, tiene razón, Azad y yo, los dos”.

“Perdón, pero ¿qué importancia tiene la pertenencia de esta gente?”


La pregunta de Víctor apuntó al Colo y le dio pié para ilustrarnos sobre
los alevíes y su concepción de la reencarnación .”Lo dijo, estudió el
amigu” cerró Sibel.

Las horas siguientes y un par de jueves más nos dedicamos a tratar de


ahondar en la cuestión, discutir, por ejemplo, acerca de si la resurrección
era algo comparable a la reencarnación y/o la recorporación y por qué
no la trasmigración, intercambio al que se sumaron Buda, Alí, Jesús,
Platón y el Tao. Desde su sitial en la caja, Azad dejaba ver su satisfacción
por la activa participación de Sibel. Entonces nos sorprendió invitándo-
nos con otra vuelta de cerveza. Cosa que se repitió el jueves siguiente.

Fue la tercera vez que el Turco se apareció con otra vuelta de cerveza
que Víctor dijo “¡Pará Turco, ¿qué te dio por tanta generosidad?!” “¿Y quién
LOS RIESGOS

te dijo que soy generoso, el generoso es el tipo que hace varios jueves
llega un poco antes que Uds pide una vodka se queda un rato haciendo
unas anotaciones y deja pagada la vuelta de cerveza que, eso sí, les tengo
que servir en cuanto él se va ”.

De los riesgos implícitos en el dejarse llevar por la sorpresa

Fué tan grande mi sorpresa que, de un salto, llegué hasta el décimo


piso de un edifício inexistente.

Como si ésto no bastase, desplegué mis brazos, estiré mis piernas,


orienté mi nariz en dirección 27° Sur y 48° Oeste y, aprovechando una
térmica que casualmente pasaba entre el séptimo y noveno piso, continué
elevándome experimentando piruetas, elegantes algunas, graciosas
otras, para terminar ocultándome detrás de una nube.

Los que quedaron abajo, mirando desde sus sillas de plástico mi


repentino alejamiento, lentamente volvieron a lo suyo.

Desde mi posición privilegiada registré, a manera de un drone, como


el aire, allá abajo, se poblaba de comentarios mordaces, vapores alco-
hólicos y humo de varias cosas.

Sonrío al tiempo que reanudo el vuelo enancado en otra térmica y


guiado por el sonido de un violín raspando una vieja canción rusa que
llega a mis oídos y es entonces que los veo; son novios y danzan abraza-
dos sobre una alfombra roja, seguramente mágica, que los transporta
sobre las casas de una aldea que saluda su paso. Tengo la sensación
de conocerlos y no me pregunto cómo han llegado ahí, sólo contengo
púdicamente mis ganas de ir a bailar con ellos.

27
OSVALDO SALGADO

Más allá, una concha gigantesca se abre exhibiendo una perla trans-
parente dentro de la cual se puede ver una pareja de humanoides con
cabeza de rata copulando con un ángel que está cayendo (sempiterno
costo de su rebeldía), una repentina opresión en el pecho me sacude y
caigo en una suerte de pozo de aire que produce un sobresalto en mi
respiración mientras hacia el Este y entre nubes extraordinariamente
blancas, unas manzanas verdes navegan impávidas y me invitan a
recuperar el aliento. Me dejo flotar entre tanta amigable surrealidad,
miro hacia mis pies y no los veo, compruebo que la Tierra es azul, de ese
azulquenoseexplica y que no necesita explicación, un azul lapislázuli,
de resplandeciente Titicaca, del que surge una serpiente emplumada
que se aparea a mi vuelo y, juntos, ejercitando unos giros espiralados y
simétricos, partimos hacia otro resplandor.

Sobre un basural la serpiente despliega su plumaje iridiscente e ilumina


ese aroma rancio mientras, detrás del mar de plásticos-latas-herrumbre-
vidrios rotos, me pongo a jugar con Juanito Laguna inventando encajes
con vigas carcomidas, construyendo castillos encantados con latas de
tomate y de cerveza, llantas arruinadas y esquirlas de botellas de vidrios
de colores. Más allá Ramona Montiel baila una milonga pornográfica
con un obispo. Juanito me mira y me susurra “tengo hambre”. El sol se
hace de color sangre sobre las miasmas hediondas, me lastima el borde
de un poema oxidado, la noticia del chico aquel asesinado y me duele
algo muy adentro.

De los riesgos implícitos en el acto de orinar de parado (mambo)

Urgencia. El esfínter a punto de ceder. Abrirás, presuroso, la puerta


para enfrentar el inodoro y comenzar a disfrutar el alivio del cuerpo.
LOS RIESGOS

Alli frente a tus ojos estará, justo a la derecha del eje del artefacto de
losa blanca y a tu altura, ese cuadrado beige con un marmolado más
oscuro que dibuja nubes de dudosa seriedad, nubes turgentes, inqui-
etantes, escondedoras, sibilinas. Nubes castañas con bordes diluidos
con esfuminos. Será entonces que descubrirás dentro de ese cuadrado
ennubecido esa cara sonriente con una enorme boca y un sombrero tipo
Peter Pan que se aloja cerca del vértice inferior izquierdo y, muy cerca
de él, comenzarás a divisar lo que podría ser un fox terrier con la cola
parada, que también podría ser una cabeza de caballo, mirando de otro
ángulo, claro. Sobre la mitad del borde derecho surgirá algo así como
un unicornio, aunque en realidad podría ser una cebra….o una cabra
(pero nunca una cobra, bromearás burlonamente). Aunque sí. La cobra
se hará presente justo en el tercio medio del borde superior, enroscada
como hacen las cobras de buena estirpe y las que se ven en los docu-
mentales sobre la India e irás viendo, debajo de ella, una cara barbada y
entonces la cobra podría ser un turbante a la usanza árabe, y hablando
de árabes, cerca del foxterrier/caballo encontrarás, sorprendido, el ojo
de Moira enmarcado por unos cabellos que no son de Moira, pero que,
te dirás, nadie podría asegurarlo pues existen los coi eurs, y que se con-
tinúa, Moira, en una suerte de velo que se confunde con la nube hasta
terminar desapareciendo en la melena de ese ¿león? que fuma una pipa
recostado sobre un partérre de caléndulas en el margen inferior sobre la
línea de pastina marfil. Entonces, inclinándote un poco de costado, con
cuidado para no orinarte los zapatos, encontrarás un largo bigote que
te llevará a lo que creerás un turco con fez y que te recordará aquellas
alfombras mágicas que poblaron tu imaginación de niño. Naturalmente,
como si fueras la Alicia de Dogdson, no resistirás la curiosa tentación de
saber que sucedería si cruzaras la amarfilada línea de pastina hacia los
cuadrados vecinos, tan provocadores, llenos de promesas y aventuras.
Aceptarás el reto, tomarás a la cebra por las riendas, te calzarás el fez y

29
OSVALDO SALGADO

acompañado por Moira (o quizás sólo por su ojo) saltarás la empastinada


frontera marfil y cabalgarás por los campos vecinos mientras tu cuerpo
queda orinando en el inodoro, carente de ti.

De los riesgos implícitos en el acto de limpiar la cámara de fotos

La bala atravesó la piel, la carne, astilló un hueso, perforó un órgano


que resultó la causa de muerte y volvió a salir del cuerpo de Leonor para
nunca ser hallada.

Finalmente lo que quedaba de Leonor fue incinerado después de un


breve velatorio.

Todo sucedió en el mismo cuarto en que el Tio Esteban había instalado


lo que llamaba su “gabinete de captura de imágenes”, mal que le pesara
a Amalia para quién la adquisición de la “Leica” y el resto de accesorios
era un gasto desmedido, una excentricidad; pero debí decir la Tía Amalia
como nos ordenaba llamarla, aunque para nosotros “Tía” era Paula, la
anterior esposa de Esteban a quien la mayoría de la familia seguía nom-
brando así sin importar que ya no viviera con nosotros.

Leonor había quedado huérfana luego del accidente en que los tíos
Laura y Germán se ahogaran cuando el ómnibus en que viajaban cayera
del puente que cruza el río. Desde entonces paseó su adolescencia entre
nosotros, y esto no fue inadvertido.

Tan poco inadvertida fue su presencia que varias poluciones noctur-


nas la tuvieron como tema de los sueños impropios de los primos…y
me incluyo.
LOS RIESGOS

Mientras el Tío Esteban corregía la iluminación sobre las mandarinas


o los cacharros que formarían parte de lo que tiempo después expondría
como la serie “Nature morte, mais pas entièrement”, Leonor lo observaba,
le preguntaba acerca de los procesos fotográficos, mecía sus piernas
distraídamente sentada en el borde de la mesa en la que el Tío Esteban
disponía sus accesorios o mordía una manzana.

Suspicaz, Amalia comenzó a visitar más frecuentemente el “gabinete”,


hasta que un día se instaló a bordar y comentar trivialidades toda vez
que Leonor se hacía presente allí.

Primero fue la inclusión de una mano de Amalia sosteniendo uno


de los cacharros que se amontonaban en la escena, luego su perfil en
contraluz tras las mandarinas desparramadas sobre la mesa y así fue
construyéndose la serie que, ya, empezaba a tener nombre.

El entusiasmo del Tío Esteban crecía al mismo ritmo en que se des-


vanecían las suspicacias de Amalia y se acrecentaba la compra de rollos
de película “Ilford”. Blanco y negro, la expresión fotográfica más expresiva,
aseguraba Esteban.

Leonor ya se había convertido en una experta en papeles fotográficos,


sus texturas y granos, y también en una espléndida mujer. Administraba
los insumos del Tío Esteban y lo acompañaba en las largas sesiones de
revelado.

La muestra se inauguró a toda orquesta en el Museo de Bellas Artes en


medio de las críticas de los que opinaban que la fotografía no pertenecía
a esa categoría, pero el verdadero escándalo se produjo cuando se
abrió la sala al público y, al grito estridente de ¡hijo de puuuta!, Amalia
se desvaneció.

31
OSVALDO SALGADO

Sobre las paredes, frutas y objetos de todo tipo se derramaban entre


los senos, los glúteos, la entrepierna de Leonor.

Ahora, abro el armario donde descansa la “Leica”, la saco del estuche,


con cuidado, con respeto, y la apoyo sobre el paño. Me alejo un paso
y la observo, ahí está la Leica III modelo “G” luciendo para mí toda su
envejecida dignidad.

Comienzo a desenroscar la lente. Me invade la sensación de estar


rompiendo un sello. Apoyo suavemente sobre el paño y me detengo a
observar la cortina, tomo el pequeño fuelle de goma y lo acciono para
comenzar la limpieza.

El ruido es poco audible pero me alarma pensar que hay algo roto
dentro del cuerpo de la cámara, con suavidad corro la cortina y alumbro
con la linterna, ahí está, parece el plomo de una bala calibre 32.

De los riesgos implícitos en los actos de investigar y ser ascendido

I-Investigar

“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén”.

Con el gesto ritual el sacerdote cierra la bendición mientras, un


metro más cerca de la ventana, el cuerpo de la señora se muestra algo
despatarrado sobre el “bergère” granate un poco raído.

“De algo se puede estar seguro, parece viva”, con esa frase el atildado
y algo anticuado Escribano Bagrale da por cerrada el Acta y la discusión
abierta acerca de las causas de la inesperada muerte de la candidata.
LOS RIESGOS

Claro que, rápidamente, se escucha al “profe” Domínguez expresar


desde la puerta de entrada “¿no le parece algo contradictorio, escribano,
que se pueda estar seguro de algo que sólo parece?”

El tono de Domínguez no oculta un dejo sarcástico (recargado en


el ”escribano”) que se esparce en el ambiente para diversión del resto
de los presentes a quienes, por regla general, el Escribano Bagrale les
resulta un plomo, uno que se dá aires de ser más de lo que es. El enfático
carraspeo y la mirada reprobatoria del cura harán que todo vuelva a
cierta solemnidad.

Finalmente, cuando el cura y la concurrencia de curiosos comienzan


a dispersarse, llegan los de la División Criminalística y la ambulancia,
lo que produce el desordenado reagrupamiento de los curiosos y tam-
bién que Bagrale se aproxime al Inspector Dalcic, a la sazón a cargo del
operativo, enarbolando el Acta y entregándosela para “un mejor y más
eficaz proceso investigativo”; ” permítame agregarle –susurra por lo
bajo asegurándose que no le escuche el ”profe” Domínguez- que, tal
mi observación, el líquido que humedece la alfombra del lado derecho
de la occisa parece pis”.

Dalcic no deja de advertir que “la occisa” luce bastante buena al


tiempo que su observación es interrumpida por la interposición de la Dra.
Eva cumpliendo sus funciones de forense quien, cuando viste cualquier
otra ropa que no sea el mameluco descartable, también tiene lo suyo.

Al costado de la puerta de entrada al departamento Bagrale, el es-


cribano, conversa con un movilero del canal “TV Verdad” quien es, cor-
responde decirlo, conocido como un recolector de escándalos para la
cadena del semanario capitalino ”El Demócrata” que, a su vez, nutre de
informaciones a las emisoras de radio “Flash” y “Unión Nacional”, todas
parte del “Grupo ABC” cuya cabeza visible es el empresario Agustín

33
OSVALDO SALGADO

Bagrale Cornet, primo segundo del Escribano, y Asesor ministerial de


comunicaciones.

“¿Te diste cuenta”, le dice la Dra. al Inspector, ”que la señora está sin
ropa interior?”. “¿Vos decís que se estaba ventilando?”, “Dalcic, no te
hagas el gracioso, yo no digo nada hasta que la examinemos”, “¿cuánto
tardás?’”, ”mañana, Dalcic, ahora es tarde…mañana, total no se va a ir
a ninguna parte ¿no?” .

En letras IMPACT cuerpo 50 en el titular a la izquierda de la primera


plana de “El Demócrata” se lee PRECANDIDATA ES HALLADA MUERTA
y abajo Estupor por el deceso de la EX AMANTE DE MINISTRO. La foto
muestra la espalda del Bergère, una mano de la occisa colgando del
apoya brazos y una pierna del mismo origen estirada por el frente con
un zapato medio salido. Sobre la alfombra una lata de cerveza volcada
y un volante del principal partido opositor invitando a votarla.

La lectura entrelíneas de la noticia es casi de manual: la candidata


opositora tendría información picante relacionada con el ministro, lo que
compromete seriamente la estabilidad del gobierno, ergo el gobierno ha
comenzado a accionar los resortes destinados a neutralizar todo intento
desestabilizador. ”¡En potencial, mi estimado, en potencial, ¿sentiende?”,
ordenará enfático el director del noticiero – “nada afirmativo ¿o querés
que nos encajen otro juicio?... igual la pelota queda picando, ¿no?”

A continuación del noticiero “TV Verdad Informa”, el acostumbrado


programa “de opinión” tendrá en la mesa de los panelistas invitados al
Escribano Bagrale en calidad de testigo calificado en el lugar de los hechos
y vecino de la occisa “de quien no voy a hacer comentarios por respeto a
una mujer con sus convicciones y libre para hacer con su vida personal
lo que le viniera en gana… aún si fuera escandaloso para algunos pues
LOS RIESGOS

nosotros hacemos de la libertad individual no sólo una declaración sino


un compromiso de vida”.

La edición “on line” de “El Demócrata” repite la imagen del ”bergère”


con la mano y el zapato pero con un círculo rojo enmarcando el volante
partidario. Solapados voceros informales del gobierno y opinólogos
de moda ocuparán extensos minutos en los programas televisivos ”de
actualidad” haciendo unívoca referencia a que el deceso de la candidata
aviva los conflictos políticos del arco opositor “más ocupado en alimentar
la no gobernabilidad soliviantando con slogans populistas a las masas
irreflexivas”. De invitado especial, el ex Magistrado de apellido resonante,
reconocido especialista en tergiversar la ley y asociado del estudio jurídico
a cargo de los asuntos del Grupo ABC, nominado “off the record” como
posible integrante de la Corte Suprema.

Formalmente, desde el oficialismo no se hace declaración alguna


con excepción de un repetido “está todo en manos del Poder Judicial
y somos respetuosos de la división de poderes establecida en nuestra
Carta Magna”. Antes, el Ministro ex de la occisa habrá partido en una
oportuna misión oficial hacia una reunión preparatoria de la reunión
preparatoria de otra reunión sobre algún tema, al tiempo que un gestor
“oficioso” visita al Juez en quién ha recaído la causa.

La Cámara de Representantes designa una Comisión “ad hoc” presidia


por el titular del bloque opositor e integrada por mayoría del oficialismo
y sus aliados.

La cúpula del Partido de gobierno inicia una serie de reuniones


destinadas a establecer la conveniencia de que el Ministro continúe a
cargo de la cartera y también como afiliado “porque éso de meterse en

35
OSVALDO SALGADO

la cama con la contra…”, “Bueno che, de lo que no se le podrá acusar al


Bocha es de tener mal gusto” observa otro.

El Comité Nacional del principal Partido Opositor discute la conve-


niencia de apartarse discretamente “de este quilombo que nos puede
joder bastante” o, en cambio, levantar la imagen de la candidata como
“una mártir del ilimitado poder de los servicios, lo que no vendría mal
tan necesitados de un líder como estamos”. “¡sí! ¿pero, un líder muerto
che?” “Bueno, veamos…El Che también es finado, ¿no?.”

Dalcic llega a la casa construida de a poco en el fondo del terreno de


los padres de Lila. Ahora que es Inspector sueña con poder empezar a
ahorrar algo y un futuro mejor pasar. A veces también sueña con la Dra. Eva.

“¿Trajiste plata?” dice LIla al oir su ingreso. Deja el arma sobre la TV


y se sienta en la cabecera de la mesa no sin antes descalzarse “traeme
algo de comer, ¿querés?” Ella le acerca un plato con un trozo de tortilla
de papas, un poco de tomate con orégano y un vaso con agua

-”¿se acabó el vino?”*/-“¿trajiste plata?”/- “no cobramos todavía”/-


”pero lo llevaste al cine al Tito, ¿para éso sí tenés plata ¿no?”.

Dalcic cree inútil explicar que las entradas para llevar al pibe al cine
eran parte del convenio con el dueño de la sala por algo de protección
extra. Mientras Lila lava la loza, sale a fumar al patio y trata de ordenar
en su cabeza los pocos elementos que tiene sobre el caso de la candi-
data, ningún rastro de violencia, nada que sugiera robo. Sabe que debe
cuidarse porque está metida la política. Vuelve a colocar el arma bajo su
axila “tengo que irme” dice y sale.

El departamento tiene su puerta clausurada con una banda de papel


que Dalcic rompe y luego ingresa haciendo uso de su ganzúa. ”Después
LOS RIESGOS

le explico al fiscal” se dice. Todo está igual con excepción de que falta la
señora. “¿desde cuándo los de Científica actúan tan rápido?” se pregunta.

En el resto del departamento todo está como si nada hubiera sucedido,


en el baño principal, colgada del grifo de la bañera una tanga negra y
sobre la mesada del lavabo escasos restos de un polvito blanco.

“Decime Eva, ¿vos te llevaste el cuerpo?”

“Mirá Dalcic, yo no tengo idea de qué estás hablando, ¿me estás


diciendo que el cuerpo no está?¿estás jodiendo?...cuando ordené cerrar
lo dejé como vos lo viste, sobre el sillón”

Los del laboratorio, después de insultar a Dalcic por la hora, dijeron


que el polvito blanco podría ser ketamina…o quizás Calvin Klein.

“¿Pero es o no es?”

“¡Pará Dalcic!, no somos magos, esperá el resultado de las pruebas”.

-“Oiga Dalcic, ¿ustéd me está tomando el pelo, ¿cómo que la fulana


no está?...¿qué tomó para que a esta hora me despierte con semejante
pavada?”

-“Ninguna pavada Sr. Fiscal, entiendo su enojo pero Científica no se


la llevó y en el dpto no está…”

-“ Ah, bueno! Por lo que me dice deduzco que usted entró a la escena
del óbito sin molestarse en pedirme autorización…muy bien Dalcic, muy
bien… y a esta hora me viene con historias de cuerpos que se esfuman…
¿por casualidad, no hay muertos que se menean?...¡déjese de joder Dalcic! ”

Mientras toma un café deslucido en la cafetería de la estación de


servicio, Dalcic “googlea” en su celular y se entera que “Calvin Klein” no

37
OSVALDO SALGADO

es sólo el famoso modisto sino una mezcla de “keta” y cocaína un tanto


violenta. Quedar como un ignorante delante de la gente del lab es lo
último que se permitiría.

Trata de ordenar en su cabeza los sucesos: antes que la científica entró


el cura, el escribano, y tres o cuatro vecinos; la mina estaba repatingada
en el sillón y sin la chabomba que estaba en el baño colgando de la ca-
nilla; además de la cerveza pareciera que se había dado un saque con
algo. Nada revuelto y nada que indicara que hubiera violencia. “¿Dónde
carajos está el cuerpo? ¿cómo es que desaparece y ninguno vio ni escuchó
nada? ¿qué se me pasa por alto?”

“Y el que le puso la faja a la puerta, ¿habrá visto algo?”

La cabo Armida dice que el que cerró la puerta con llave fue el subo-
ficial Genta y que lo único que ella hizo fue poner la faja. Genta dice que
la última en salir fue la Dra. Eva quien le ordenó cerrar, y eso fue lo único
que hizo, Eva dice que la dejó en el sillón. “¡Carajo!”

Los colores son en parte iridiscentes en partes difusos, como acuare-


las…todo flota. Una puerta se cierra cuando se la traspasa y se entra en
un espacio infinito sólo luz. Hay sonido como de campanas tubulares
y marimbas que se escurre entre los pliegues de la piel y se hace barro
que fluye burbujeante. Vértigo. Río de matices, náuseas, vientos como
tornados que se llevan despojos pero luego se hacen brisas. Inquietante
quietud. Algo explota en algún lado, una tarántula expulsa vapor como si
fuera una locomotora al tiempo que un enérgico anciano con uniforme
de la SS la penetra, el Universo pega un brinco. Vómito. Aaah!

El editorial de “El Demócrata” bajo el título “HERMETISMO Y SOSPE-


CHAS” instala la certidumbre de que, detrás del silencio policial-judicial-
político respecto del “caso de la candidata”, se desarrollan operaciones
LOS RIESGOS

destinadas a embarrar la cancha política mientras “la población asiste


atónita a la sorda lucha desatada en la oposición para ver quién capi-
taliza el inesperado deceso. Sabido es que la candidata, aún sin contar
con el total apoyo de su partido, se perfilaba como un serio oponente a
las pretensiones continuistas del oficialismo ”.

Dalcic vuelve al departamento. Lo recorre casi distraídamente esper-


ando percibir algo que lo oriente. Su instinto lo lleva a visitar al escribano
Bagrale para obtener alguna pista y el tipo le manifiesta que él mismo
había intervenido hacía unos meses en la compra que la candidata había
hecho del departamentito que colindaba con el de ella y el suyo propio
con la idea de hacer una sola unidad. ”En realidad me ganó de mano
pues yo estaba pensando hacer lo mismo…y creo que Ella ya había
comenzado a hacer algo”.

-“Véalo Ud. mismo, aquí tiene” le dice el administrador del edificio


desplegando el plano. “Ese departamentito originalmente era para el
portero, fíjese Inspector que tiene dos entradas, una por el pasillo común
y la otra desde la cochera”.

-“Tengo noticias Dalcic, la mina se sacudió bonito, el polvo era Calvin


Klein nomás, pudo pasarle cualquier cosa, entrar en coma cataléptico…o
morirse…¡muy fuerte!”

Con el informe escrito del lab, lleno de tecnicismos, Dalcic resuelve


que es hora de hacer un paréntesis y se va a almorzar algo decente.

Agitada y silenciosamente la mesa chica del Partido Opositor prepara


una reunión destinada a resolver el reacomodamiento de las candidatu-
ras sin perder la importante cantidad de seguidores que la occisa había
reunido. Sagaz y ávido de primicias, el movilero de “TV Verdad” trata
infructuosamente de obtener de los allegados a los pocos miembros de la

39
OSVALDO SALGADO

mesa algo sustancioso que contribuya a obtener el ansiado contrato con


el canal que le permita zafar, tener una obra social, salir de la condición
de “free lance”.

-“¡Carajo!”, tras la expresión el inspector interrumpe el almuerzo y


deja apresuradamente el restaurante, no sin antes engullirse el vino que
quedaba en la copa y dejar sobre la mesa dinero suficiente para pagar lo
consumido y algo más para el mozo. El taxi lo deja frente al edificio donde
vio por última vez a la candidata y que ahora cuenta con un guardia en
la puerta del departamento, quien lo reconoce y le franquea el paso.

Ante el inminente cierre de oficialización de candidaturas la mesa


chica del Partido Opositor acuerda dirimir las diferencias internas en una
Asamblea de convencionales que, en razón de la premura y la escasez
de fondos, será realizada tanto en forma presencial como por alguna
plataforma de videoconferencia.

En la portada de “El Demócrata” se lee CRISIS EN LA OPOSICIÓN, y


abajo “En horas se sabrá si hay una fórmula o si se quiebra el partido”

Ya dentro del departamento Dalcic busca en su celular la foto que


tomó del plano, tarda un poco en ubicarse hasta que ve una puerta al
final del pasillo que no está en el dibujo y parece de una baulera. “Se ve
que a alguien se le ocurrió aprovechar ese espacio” se dice.

Pero vuelve a observar el lugar, intenta abrir la puerta de la baulera


pero está con llave; ganzúa por medio la abre para ver que, efectiva-
mente es un pequeño espacio con cajas apiladas, un par de valijas y unas
perchas con abrigos. Está por cerrarlo pero un destello intermitente en
el filo entre la pared lateral y el fondo lo impulsa a abrirse camino para
descubrir que el fondo no es una pared, como era de esperar, sino otra
puerta que, al abrirla, le permite ver una especie de mono ambiente casi
LOS RIESGOS

totalmente sin muebles de no ser por un sofá y una mesa alrededor de


la que hay dos personas sentadas a la luz de una vela.

-“Entrá Dalcic…entrá… ya te explico”

Dalcic escucha y la Dra. Eva finalmente dice, “mirá Dalcic esto se


termina mañana cuando ella se presente en la convención, te darás
cuenta que mi amiga se la jugó fuerte. Necesito de vos un acto de fe y
veinticuatro horas”

En el sopor de la tarde de domingo el grupo de amigos se aburre como


se aburren los chicos cuando el calor agobia y nada de pensar en jugar a
la pelota. El barrio está mudo. Siesta. Ni siquiera dá para pelearse un poco.

-“Che Tito, tu tío el cana ¿es el que ahora va de Jefe de Policía?”

-Si ¿viste? La nueva gobernadora lo ascendió.“

II- Ser Ascendido

Ud. sabe Dalcic, tan bien como yo, que ser un eficiente detective no
asegura que sea igualmente eficiente como Jefe de la fuerza. Si tenemos
en cuenta el alto grado de corrupción que se escurre entre todos los
niveles policiales como si fuera una inodora viscosidad, si nos fijamos en
cuánta de esa corrupción es alimentada desde los andariveles políticos
y soslayada por un sector del sistema judicial, si tenemos en cuenta esas
“cositas”, tenemos que coincidir en que su ascenso y designación distan
mucho de ser un premio.

Considere, por ejemplo, el caso de que su gobernadora le pare la


mano en el avance sobre un asunto en que Ud. estuviera particularmente

41
OSVALDO SALGADO

interesado y del que, según Ud., dependería en gran medida la consoli-


dación de su autoridad en la Jefatura. No, no me diga que es imposible;
piénselo. Porque mientras Ud. pone la proa en qué se va la guita del
presupuesto, en cómo hacer para que se profesionalice en serio el per-
sonal o proveer de tecnología, lo mejor que podría hacer es dedicarle
un poco de atención al comportamiento de algunos de los que están
próximos a su cargo. Disculpe mi atrevimiento, pero se lo digo para que
no deje de ver el bosque pero tampoco los árboles. Pero yo no lo invité
para sermonearlo, acerque ese vaso … ¿más hielo?.

También sé que Ud. no aceptó mi invitación a encontrarnos en este


apartado lugar sólo para disfrutar de este trago bendecido por los dru-
idas que estamos compartiendo y que espero realmente disfrute. Pero
vaya sabiendo que lo que digamos acá, acá se queda. Mejor aún este
encuentro no existe. ¿Estamos?. Si, claro, está claro que a Ud. no lo de-
bería sorprender pero, en estos tiempos, mi estimado Dalcic, es bueno
no confiar en nadie. Yo, por ejemplo, no confío en Ud., y espero que Ud.,
tampoco confíe en mí. Cartas sobre la mesa, como dijo Petrarca: “quien
nada sospecha es fácilmente engañado”, ¿entiende ahora por qué le pedí
se pusiera esos guantes descartables antes de tocar nada?

Pero volvamos a la charla anterior, yo sé que usted le tenía ganas a la


Dra. Eva. No, no se incomode, yo también me habría fijado en ella, claro
que teniendo yo unos cantos años menos porque, digamos la verdad
mi estimado, hay cosas que ya no son como eran. Eva, siempre su apel-
lido me resultó un trabalenguas, hoy dirige el Departamento General
de Medicina Forense y, más allá de sus calificaciones en la materia, se
dice por ahí que llegó a ese cargo de la mano de cierta intimidad con la
gobernadora y alguna ayudita de un inspector sagaz, aunque se dice que
Ud. de esa designación se enteró cuando ya estaba realizada. Cosas que
LOS RIESGOS

se dicen en los pasillos que no hay que otorgarles mucha validez pero
tampoco hay que desoír. Qué, ¿cómo sé yo lo que se rumorea? Ésa es una
pregunta retórica mi amigo.

Si me permite, la imagen del tembladeral bajo los pies describe bastante


bien su actualidad. Que ¿cómo entra Eva en este asunto?, en realidad no
lo sé bien… pero debo ser coherente con mi propuesta de no confiar en
nadie. Consideremos esta hipótesis: por presiones del partido, que pre-
fiere en su puesto a uno de sus militantes, su gobernadora debe conceder
algo para mantenerlo en su Jefatura ya que, reemplazarlo a tan poco de
su designación y sin una razón más o menos escandalosa para hacerlo
resultaría un regalo para la oposición y abriría un frente no deseado, por
lo que ella también quedaría algo debilitada frente a su propia tropa. Y
si el elegido por el partido, siempre en términos de hipótesis, resultara
ser quien está cargo de la División de Inteligencia que, hasta antes de las
elecciones jugaba en el grupo del partido adversario de la actual gober-
nadora pero a quien, últimamente, se le habría visto almorzando con el
jefe de la Científica y su nueva mano derecha, íntima de la gobernadora,
nuestra deseable Dra. Eva., si tal situación hipotética se confirmara, no
creo que lo más inteligente fuera centrarse unívocamente en su rol de
Jefe. Imagino que le molestan un poco estas disquisiciones aunque
tampoco voy a creer que no las ha tenido en cuenta en algún momento.

Su gesto me dice que no estoy equivocado. Y sí, mi estimado Dalcic,


no hay forma de evitar caminar por el barro de la política. Descuento
que Ud. no quiere pasar por el cargo sin dejar su marca y éso, mi amigo,
éso siempre tiene su costo. Más alto llega, más solo está. Y, hablando de
soledad, ¿no vamos a dejar que este whisky se aburra en la botella, no?

Por otro lado habría que sopesar, siempre en términos de hipótesis,


de qué manera el actual Presidente del Tribunal Superior, a quien Ud.

43
OSVALDO SALGADO

conoce desde antes de ser policía y con quien sé los une una larga amis-
tad, de qué manera, digo, podría jugar en la designación del Ministro de
Seguridad quien, en definitiva, sería su jefe; lo que podría ser entendido
por la gobernadora como que se estaría conformando un sector de poder
ajeno a su completo control. Si a eso le sumamos su conocimiento de
ciertos ingeniosos ardides empleados por la actual gobernadora en su
campaña, yo diría que su actual situación está, por lo menos, siendo
observada. No, no estoy diciendo que creo que Ud. utilizaría lo que sabe
como elemento extorsivo…pero ¿sabemos lo que piensa la gober? Por lo
que sé, y en parte deduzco, la relación entre ustedes tiene un solo punto
en común: Eva. ¿Me equivoco?

Y ¿quién sabe cuál es el juego de Eva? Aunque ella seguramente


sabe que cuenta con Ud., o quizás sólo haya hecho que sea usted quien
lo piense.

“El odio es una tendencia a aprovechar todas las ocasiones para per-
judicar a los demás”; ¿cuánto odio despiertan hasta las más inocentes
acciones? ¿De qué forma uno podría neutralizar el odio? ¿podríamos
neutralizarlo, o sólo adormecerlo? Disculpe Dalcic esta digresión con
forma de soliloquio; pero en estos tiempos parece que el odio es el más
poderoso motor social y no dejo de sentir algo así como vergüenza ajena.
En casi dos mil años desde que Plutarco observara estas cosas nada
parece haber mejorado… ¡qué cagada!, ¿no?

Pero, ¡claro que tiene que ver con lo que veníamos hablando!... y
usted lo está entendiendo ¿verdad? En realidad yo sostengo que en la
construcción del muro de odio los ladrillos están hechos de miedo. Y,
como el miedo reniega de toda racionalidad, dispara las acciones más
estúpidas y alocadas. Habría que preguntarse si en el origen del miedo
no habita muchas veces la inseguridad. El no saber exactamente con
LOS RIESGOS

qué o quienes cuento, la permanente sensación de que alguien me está


queriendo joder. O, a lo mejor, el odio sólo surge de las vísceras y se trans-
forma en herramienta para sobreponerse, o eliminar, a eso otro que no
podemos tolerar. No, no Dalcic, no espero respuestas, sólo me dejo llevar.

Por eso, para mí, el odio/miedo nos acecha y en mayor grado si ocu-
pamos algún lugar relevante, como es su caso. Si yo fuera la gobernadora
y sabiendo, como seguramente sé, de su amistad con el Presidente del
Tribunal ¿no sospecharía que usted intentaría pasar de la Jefatura a ser
Ministro de Seguridad? ¿dónde está, si es que hay uno, el límite de su
ambición? ¿por qué no intentaría consolidar un grupo de poder reuniendo
fuerzas de seguridad y sistema judicial, poniendo con ello un condicio-
namiento a mi accionar? … ¡Ah, Dalcic! el poder se afianza sólo cuando
se identifican los miedos porque sólo entonces se pueden elaborar las
estrategias para eliminarlos. Por un minuto, mi estimado Jefe de Policía,
imagine ser la gobernadora y cómo vería que aquel a quien ascendió como
premio a su colaboración durante la campaña electoral se convierta en
una posible amenaza a su espacio de poder ya que, tanto usted como el
Presidente del Tribunal, son políticamente indescifrables para la gober, y
eso no es precisamente tranquilizador para ella; si fueran de alguna línea
política definida sabría cómo actuar…pero ésta le resulta una situación
incontrolable. Por su gesto deduzco que comparte.

Ya bastante tiene que lidiar esta mujer con la oposición dentro y


fuera del partido como para permitir que se le abra un nuevo frente. Si,
si, ya sé no es ése su plan ni el del Presidente del Tribunal pero, aunque
resulte una elucubración algo paranoica, no está fuera de lo posible,
no? Alguien que vive acosada por las maniobras políticas no debería
descartar ninguna sospecha ya que cualquier resquicio en el espacio
podría hacer que otro lo ocupe.

45
OSVALDO SALGADO

La verdad es, mi estimado, que a cualquier persona en su sano juicio


le costaría entender el atractivo que estos lugares de tanta exposición
despiertan; aunque, como usted sabrá, la adrenalina que se dispara en
estas batallas suele transformarse en droga… nada como la sensación
de riesgo del poder en juego. Si cree que puede ejercer su nueva función
sin participar de tales juegos, le diré que es un inocente o, en el mejor
der los casos, un kamikaze.

Permítame que le pregunte, es usted religioso?, no, no me responda,


no es mi intención hurgar en su intimidad; es sólo porque, de serlo,
podría encontrar allí una burbuja de paz… o quizás sólo angustia…
porque ésta siempre nos acompaña y se hace sentir en esa tensión en
el pecho que suele tener agazapada a la omnipresente guadaña… en
fin, discúlpeme Dalcic esta digresión un tanto oscura, lo invito a que no
le tengamos piedad a lo que queda de este generoso líquido escocés así
evitamos que se desperdicie en gargantas menos merecedoras. Hagamos
desaparecer su botella así nadie sabrá que estuvo acá como tampoco se
deberá saber que usted y yo hemos compartido este rato. Es ya la hora
en que esté entrando por la puerta de servicio un silencioso enviado
de su gobernadora con el encargo de resolver aquella sospecha que la
inquieta por la vía rápida. Mañana los diarios dirán ”MISTERIOSA MUERTE
DEL FLAMANTE JEFE DE POLICÍA”, la gobernadora dirá unas elogiosas
palabras sobre Ud. y su reemplazante prometerá seguir el sendero de
reformas iniciado por su irreemplazable predecesor.
LOS RIESGOS

47
OSVALDO SALGADO

SEGUNDA PARTE

Otros riesgos o suerte de


Digresión
LOS RIESGOS

ISLA DE ÑUSTAS

Son nueve u once sobre la planicie que corona el acantilado que


rodea la isla, difícil de establecer desde este pequeño islote; giran y se
cruzan en esa danza engalanadas por los vibrantes colores de las guardas
tejidas en sus capas que al ritmo de sus giros se elevan y a la distancia me
ofrecen el regalo de esas pieles que adivino suaves, que deseo suaves.
Hay sonidos de pututos y de huaynos.

Bajo sus pies, la isla se mece sobre el azul del lago como una balsa
pesada, o un iceberg de roca color bronce entre las demás islas e islotes
que componen este archipiélago fantástico. Cada cual con su color, con
sus cadencias. Otra danza, más lenta.

Danza sobre danza en el azul del lago perfecto.

“yanallai,wailluillai,pim jatallisunki,chaimanta, ñoja ripukuptii pajarin “

La voz surge vibrante, subleva el aire mientras resuenan cascabeles


y chaschas, y las piernas azuzan la tierra que les devuelve en ritmo la
energía despertada. Quiero estar allí.

Empujo mi barca decidido a cruzar el azul que nos separa y arribar a


aquella tierra sólo transitable por Aquel para quien ellas han sido elegi-
das. No me importa el riesgo, sólo ansío descansar en esas pieles luego
de aventurarme por sus cimas y sus valles, beber de sus manantiales,
compartir sus sismos.

Apresuro el paso, me trepo en el lomo de mi barca de totoras y me


dejo llevar por mis deseos.

Como si una vara rígida uniera mi barca con la isla en que ellas se
deslizan (no parecen tener pies, no lastiman el suelo) la distancia que nos
separa no mengua. En vano, mis brazos imponen al remo todo su vigor;

49
OSVALDO SALGADO

en vano imploro asistencia a Copacati, todo en vano. El lago se niega a


permitirme invadir esa tierra consagrada sólo a Aquel y de pronto veo
como, de la nada, surge una ola que se estrella contra el acantilado frente
a mí; comprendo el aviso.

Regreso a mi islote con mi deseo urgente. El sol tiñe de dorados esas


pieles que se- muestran-no-se-muestran entre tanta capa girando, mien-
tras mi ansiedad se torna dolorosa y mi mente se puebla de más ardores.

Ansío ser flecha, atravesar el espacio y hendir sus carnes; ser capa,
para acercarme y acariciar, para alejarme y volver a acariciar; ser serpi-
ente y enroscarme en esas piernas con sigilosa firmeza; ser el huayno
que las envuelve.

Aflojo el chumpi que rodea mi cintura y lo dejo caer y, con él, el wara
cocoy de fino algodón con el que cubro mi urgencia; sólo mantengo so-
bre mi piel el collar de lapislázuli y jade y las ushutas. Levanto del piso
el chumpi y en sus bordados leo todas las formas en que mis ancestros
me dicen quién soy y quiénes puedo ser; entonces me sumerjo en su
lectura tratando de encontrar el modo en que puedo obtener ayuda.
Veo un burro cruzando un puente, luego un jaguar cazando un pez y
en el siguiente cuadro una serpiente con dos cabezas que surge de una
concha espiralada. Al principio y al final de la faja sendas chacanas vib-
rando en carmines.

Los mensajes de esas imágenes me abruman y confunden mientras el


sonido de la lejana danza me inunda y el latido de mi deseo se acrecienta.
Tomo nuevamente el chumpi, lo extiendo en el suelo frente a mí y estiro
mis brazos hacia esa danza que permanece distante y que intento no ver
cerrando mis ojos, pero que me atraviesa como un viento llenándome de
sonidos y reflejos, girando a mi alrededor en torbellino y cubriéndome
LOS RIESGOS

con ligeras plumas que, poco a poco, se tiñen con los colores del collar
que adorna mi cuello. Entonces abro los ojos y me elevo, atravieso el
aire, la distancia y los sonidos hasta llegar a sobrevolar las capas, las
pieles, la danza.

Por un instante quedo suspendido en el aire aspirando ansioso la


tensa armonía del huayno, luego me detengo en cada uno de los tocados
emplumados que ciñen las cabezas de las elegidas, circundo los bordes
ondulantes de las capas y dejo que mis plumas susurren quejidos en
contacto con sus pieles que, tremulando, se encojen, se funden, se con-
densan en una sola, nueva y antiquísima piel, desbordante de sudores y
palpitantes aromas. Entonces me sumerjo en la succión que me impulsa
hacia ese cáliz, hecho colibrí.

ART NOUVEAU

El viaje habría sido inesperadamente prolongado, pero el cui-


dadoso embalaje y el hecho de que lo hiciera en el camarote del capitán y
no en la bodega, el viaje inesperadamente prolongado se le habría hecho
bastante soportable.

Así fue que llegó a su nueva residencia, la nueva sede del gobierno
estatal, construida para exponer la solvencia y pujanza de la clase gober-
nante de entonces, no muy diferente a la de estos días. Para consolidar
la imagen prestigiosa no dudaron en tomar prestadas, de aquí y allá,
algunas de las propuestas ornamentales de las arquitecturas del Viejo
Mundo, por lo que el nuevo edificio abundaba en referencias a distintos
estilos sin que se entreviera un diseño unificador; en fin, un pasticho
grandilocuente.

51
OSVALDO SALGADO

La instalación del inodoro en el baño privado del despacho del gober-


nador suscitó todo tipo de comentarios; las ondulantes y coloridas refer-
encias a lo vegetal que se deslizaban por su brillante superficie hicieron
que los muchachos que intervinieron en su colocación lo comenzaran
a nombrar como ”la sopera”, apodo que se escurrió entre los diferentes
sectores sociales hasta que llegó a la prensa opositora. La caricatura del
gobernador cabalgando el florido artefacto del que colgaban tallarines
y verduras, con galera y el culo al aire se propagó en todo el espectro
social arrancando, en muchos, carcajadas y un ¡qué vulgaridad! en la
primera dama.

Como la gobernación del gobernador no duró mucho, tampoco lo hizo


el inodoro en su sitio quien, en subrepticio atardecer, fue trasladado al
baño de la ”suite” de la casona familiar, tan prolífica en jueces, obispos,
políticos y militares. Rápidamente, en sesión especial de la Legislatura, se
legalizó el acto otorgando en propiedad el inodoro al saliente gobernador
“en reconocimiento de los patrióticos servicios prestados”.

Y así fue como el inodoro pasó a ser parte de la patricia familia com-
partiendo intimidades de todo orden, como la interminable diarrea que
casi manda al campo santo a la ex primera dama, o los numerosos tal-
los de perejil ocupados en el intento de liberar a la hija de ese feto mal
habido, o aquella vez que el Tio Andrés cayó a su lado a raíz del balazo
que le metió el primito G (la identidad del menor debe ser preservada)
luego de ser violado por enésima vez por el recientemente ascendido a
Obispo. Claro que, en tal oportunidad, la colaboración del médico forense,
el subcomisario de la 1ª, el Fiscal de turno y la prensa no fue gratis; un
conveniente “accidente doméstico” cerró la cuestión y abrió las puertas
del internado del Colegio Marista al primito.
LOS RIESGOS

Quizás haya sido esto último el punto de inflexión en la situación


familiar, de a poco algunas malas inversiones junto con la obsesión de
mantener el estilo de vida los condenó a ser atrapados en la telaraña de
prestamistas, bancos y otros usureros.

En el remate judicial la Condesa Erlinda van De Groot fue quien se hizo


de la casona, inodoro incluido, otorgándole una nueva y refulgente vida.
Dos jueves por mes se realizaron los que en poco tiempo se establecieron
como los “meeting de la Condesa” destinados a facilitar contactos, acu-
erdos o quizás asociaciones acompañados por escuetos pero deliciosos
bocadillos y alguna copa obtenida como donación de algún productor o
distribuidor interesado en entrar en el ambiente.

El porcentaje que quedaba para Erlinda de los montos negociados


no era materia de discusión, como tampoco el monto de acceder a un
discreto y elegante cuarto con objeto de llevarse a alguien a la cama.

-“Permítame que me presente, Condesa, soy el Profesor Esteban


Errazú Wilcot”

-“¡Wilcot, como el sofá de mi cuagto de lectuga!...qué encantadog!...y


dígame pgofesog, ¿cuál es su disciplina?”

- “ La heráldica, Condesa, la heráldica”

-“¿Y qué hace que tengamos el placeg de su compañía?

-“Me gustaría exponérselo más en privado”

- “Mmmm, ¡qué mistegioso!..acompáñeme.”

En la sala de lectura Erlinda y Errazú Wilcot se aposentaron en el Wilcot


gris, fue allí que, Wilcot sobre Wilcot, Esteban dijo:

-“Permítame que le cuente una historia”

53
OSVALDO SALGADO

Historia que refería a un matrimonio joven que abandonaba, allá por


los ’30, su tierra natal buscando un futuro promisorio en estas latitudes
donde se afincaron, gracias a un programa gubernamental de colonización,
en una pequeña población rural donde nació una hija a quien llamaron
Erminda quien creció con una dificultad para pronunciar la erre, aburrida
y soñando con una vida más rutilante; cosa que comenzó a construir a
partir de un fugaz matrimonio y un suculento divorcio. Erminda salió un
día de su pueblo natal y llegó a la ciudad como la Condesa Erlinda van
De Groot que hoy fulgura en el campo social.

-“¡Felicitaciones!”-cerró Errazú

-“Pero…”

-“Permítame que la interrumpa Erminda, Usted se estará preguntando


a qué viene todo esto, es sencillo, vamos a ser socios”

-“¿Cómo?”

-“Su secreto está seguro conmigo … claro que podría dejar de estarlo…
¿entiende? Lo que significa que ya somos socios.”

Se podría decir que la forma de constituir la sociedad resultó un poco


tosca y hasta un poco brutal con cierto tinte mafioso pero qué decir si
sustancialmente no difiere a las formas en uso en el mundo empresarial
en las que la brutalidad extorsiva del poder económico es moneda cor-
riente, como aquellas que Creso nos legó para abolir la empatía y po-
tenciar la avidez.

Un poco por la cotidianeidad y el paso del tiempo y otro poco por una
íntima decisión de Erminda/Erlinda la relación entre los nuevos socios
fue distendiéndose hasta que finalmente se distendieron sobre la cama
de Erlinda/Erminda en cuyo cuarto de baño señoreaba el inodoro art
LOS RIESGOS

nouveau que atrajo la atención, entre estética y profesional, de Esteban


Errazú quien nunca pensó que sus días terminarían a la vera de su ad-
mirado artefacto impulsado por un certero balazo.

El deceso de Errazú Wilcot produjo una merma en la asistencia a


los “meeting” a lo que se sumó la mudanza de los hábitos sociales, los
que contribuyeron a terminar con tales reuniones en poco tiempo; la
casona fue vendida y demolida para la construción del “Art Nouveau
Shopping” ya que alguien había observado la particularidad del arte-
facto e impulsó su inmortalización en la marquesina del nuevo centro
comercial al tiempo que lo donaba al Museo Histórico Provincial donde
Amalia Severa Fraga Quispe, de nacionalidad argentina, hija Doña Severa
Quispe y de Don Abelardo Fraga, de profesión “personal de maestranza”,
mientras tarareaba “Merceditas” y ensayaba un paso de baile teniendo
de compañero al lampazo, dio con el palo de éste contra el inodoro que
cayó de su pedestal gris grafito rompiéndose en añicos y dejando fluir de
su interior, como un vómito, restos de antiguos documentos sensibles,
algunos profilácticos usados, un documento de identidad apócrifo y un
par de casquillos calibre 32.

LA MUJER QUE CRUZÓ LA CALLE

a Marinês

Advertencia:
Todos tuvimos, tenemos y tendremos malos pensamientos. Al respecto,
hay quienes sostienen que son las tentaciones que nos presenta Satanás;
otros, con un criterio más naturalista, que son parte de la condición hu-

55
OSVALDO SALGADO

mana; y hay también quienes sostienen que es la expresión del eterno


pendular cósmico entre las fuerzas positivas y las negativas.

Allá ellos; más allá de la suerte de la protagonista, aquí lo que nos


debería importar, al igual que al cura, es saber si el hombre sólo pecó
con el pensamiento o si pasó a la acción.

-----------

Dianara cruzó la calle y ya no regresó a la casa en la que vivía con


Evaristo.

No nos debe importar cuáles fueron los motivos por los que Dianara
tomó la decisión, ese dia de un mes cualquiera, de cruzar la calle; lo
importante en esta historia deberían ser los sucesos que se produjeron
durante y después que cruzara la calle.

Porque mientras Dianara realizaba los primeros pasos que daban inicio
al cruce de la calle, dos bueyes uncidos a un robusto palo y arrastrando un
pequeño barril que con dificultad se sostenía sobre dos macizas ruedas
de madera, se acercaban, sin conductor y a buena velocidad, por esa
misma calle pedregosa y pasaron raudos tras el sostenido y firme paso
de Dianara.

Tan cerca de ella pasaron que, con una ligera sonrisa, tomó ese acto
como una rúbrica de su decisión, el signo de finalización de una etapa
de su vida.

Claro está que, del otro lado de la calle, estaba la casa de Jacinto.

Y, por extraño que parezca, nunca más nadie supo de aquellos bueyes
sin conductor.

- Perdóneme Padre, porque he pecado.


LOS RIESGOS

- Te escucho hijo.

La voz del hombre, interrumpida por una carraspera nerviosa, sonaba


con culpa, como la de un niño que se confiesa.

- Yo deseé matara alguien – dijo bruscamente para inmediatamente


sumergirse en el pozo de sus propios pensamientos.

El silencio entre ambos se convirtió en una cápsula. En la sencilla


capilla rural apenas se divisaba la silueta del hombre hincado al lado del
único confesionario ubicado sobre el lateral de esa austera nave solitaria,
casi desnuda de imágenes y mobiliario.

- Te escucho hijo – el tono era paciente y comprensivo, invitando


al hombre a sacar de sí lo que lo atormentaba.

Por fuera de esa construcción en que se comenzaban a exponer las


miserias de un hombre, las malezas se esforzaban en ocultar las miserias
de las degradadas lápidas que componían el pequeño cementerio local.

Ella procuró no llevar nada consigo. Ya vería la forma de hacerse de


las cosas que la necesidad del momento le fuera requiriendo. Tampoco le
interesó la suerte de aquella gata que durmiera todos los días a sus pies,
estaba convencida de que ella entendería; aún cuando la percibió tras
suyo hasta el momento en que cerró el portalón tras de sí inmediatamente
antes de que comenzara a cruzar la calle y los bueyes rubricaran su acción.

Mucho menos pensó en la reacción de Evaristo al constatar su partida.

- Todo lo que me digas no me lo estarás diciendo a mí, se lo estarás


diciendo a Él…y Él es bueno, comprensivo y justo. No debes temer…

Las palabras del cura se deslizaban suaves, como un gel destinado


a aprovechar cualquier grieta en la coraza del hombre para penetrarla

57
OSVALDO SALGADO

y doblegar la persistencia en el silencio que lo consolidaba hincado al


lado del rústico confesionario.

Mientras cruzaba la calle, Dianara tuvo la sensación que delante


de ella todo estaba más soleado, el aire era más ligero y los colores de
la fronda más vibrantes. Supo que la casa de Jacinto no era el final des-
tinado, era una posta, un refugio donde tomar aire y seguir.

Hacia el atardecer, Jacinto conducía su motocicleta con cuidado


entre las punzantes piedras del camino y sonrió complacido al ver la luz
encendida en su casa que enmarcaba la silueta de Dianara meciéndose
a horcajadas de un caballete de madera que él solía usar para el trabajo,
y se le ocurrió imaginar que ese caballete era como esos caballos de
madera de aquella calesita de su infancia.

Mientras subía el par de escalones por los que se accedía al pequeño


porche, Dianara lo observaba con sus negros y pequeños ojos y ésa apenas
perceptible sonrisa cómplice.

Una vez sentados a la mesa en silencio, Dianara sirvió dos platos de


aquel guisado cuyos aromas invadían la habitación. Jacinto trajo una
botella de vino blanco que estaba reservada para una ocasión como ésta,
sirvió dos vasos y, siempre en silencio, brindaron y apuraron sus tragos.

Tampoco durante la comida cruzaron palabra alguna; sólo miradas


llenas de preguntas.

No importa saber cómo continuó la noche pero sí que, a la mañana


siguiente, Jacinto despertó solo en la cama.

Mientras caminaba con paso liviano, comiendo unas ciruelas que se le


habían ofrecido desde unos árboles a la vera del camino, su única certeza
era que debía continuar; que sus pasos la conducirían impulsados por
LOS RIESGOS

vaya uno a saber qué fuerzas-, así que lo que restaba era disfrutar de la
fresca sombra y dejar vagar la mirada, inundarse de los aromas, dejarse
atravesar por los colores. A esa hora de la madrugada, de ese nuevo día
de ese mes cualquiera, aún no se registraban movimientos en el camino.
Era fácil imaginar, y así lo hizo, gente desayunando bollos y mate, quizás
algún dulce hecho con la fruta disponible en los alrededores. Desayunos
silenciosos, a veces alterados por la voz de algún niño enérgico y despreo-
cupado, lejos de la carga de asumir el día que iniciaba.

De pronto sintió bajo sus piés que el suelo se tornaba húmedo. Enton-
ces detuvo su andar. Sin moverse, giró su cabeza para comprobar que,
tras suyo, quedaba la marca de sus pisadas en la tierra húmeda, como
un sello, un registro de su paso por allí en una única dirección: ésa que
ahora retomaba más ágilmente, imbuída de una nueva certeza.

Tuvo que llegar el anochecer para que Dianara reconociera otras


señales: las de hambre, sed y un poco de cansancio.

- Oremos – propuso el cura con la intención de destrabar el


habla del hombre.

La oración comenzó como un suave murmullo pero era sólo la voz


del cura la que se dejaba oír. Entonces continuó con voz más clara hasta
culminar.

- Amén – la voz del cura selló el rezo.

- Amén – fue la respuesta que apenas salió, mordida, de su boca.

El cobertizo era pequeño y ofrecía el espacio suficiente para extender la


manta en que se enrolló luego de ingerir aquel maravilloso plato de sopa
caliente que la mujer le convidara, sin preguntar demasiado, a cambio
de que, a la madrugada siguiente le ayudara con el ordeño.

59
OSVALDO SALGADO

Un hueco en el techo de tejas y madera le permitía ver un sector


del cielo. Mientras dejaba que su mirada dibujara constelaciones se
preguntaba cómo sería caminar por el cielo y, casi empezaba a hacerlo,
cuando se durmió.

No sabemos, ni pretendemos saberlo, si en el sueño logró su ce-


leste caminata; lo que nos interesa es que despertó antes del alba con
renovadas energías y, cuando la casera llegó para comenzar el ordeño
ella ya estaba en plena tarea.

Partió luego de un buen desayuno, con un pan y un poco de tasajo


en una bolsita que ató a su cintura.

De esa forma fueron transcurriendo los días siguientes, caminando


todo el día – siempre siguiendo el rumbo de sus pies – encontrando el
refugio y la comida que alguna persona solidaria le proveyera.

- Yo ya sabía que estaba mal padre, pero no podía, no había forma


de dejar de pensar en matar – su voz se quebraba pero las palabras
salían atropellándose – lo solucionaba todo, me sacaría esa angustia
que me duele…me….me…. – el sollozo lo interrumpió y luego escupió
un borbotón de palabras ininteligibles-

- Hijo, discúlpame, pero si debo absolverte antes debo comprender


la magnitud de tu pecado, por favor dime de nuevo eso último.

- ¡Me hacía sentir satisfecho!... eso dije ¡carajo! –

Fue como un rugido que retumbó entre las desnudas paredes y el


cura sintió que se le erizaba la piel.

Al promediar un nuevo dia ella sintió la necesidad imperiosa de darse


un baño. Encontró una estación de servicios, habló con la cajera, ésta
LOS RIESGOS

con el encargado, finalmente le permitieron hacer uso de las duchas ya


que, ocasionalmente, no había camioneros que requirieran bañarse.

Fue una ducha rápida, lo suficiente como para desprenderse de la


pringosa sensación de mugre. Le hubiera gustado quedarse un poco bajo
la caricia del agua pero no había que demorarse, en cualquier momento
podía aparecer un hombre; camionero, viajante o empleado de la estación
que pudiera hacerse la idea de un asalto a su cuerpo. Y no es que tuviera
miedo, simplemente tenía sus propios planes.

Dianara camina nuevamente por un sendero polvoriento y desolado.


Lleva revoleando en su mano, a modo de bandera y para que se seque, el
calzón que lavó durante la ducha. Está alegre, el aire acaricia su cuerpo,
y a ella le gusta. Es casi mejor que un hombre, se dice.

Cuando llega al tope de la loma, divisa un reflejo entre las ondulantes


hojas de los árboles y percibe un aire nuevo, una humedad desconocida
para ella y una atracción irrefrenable.

Apura el paso, corre bajando la loma tropezándose a veces y nota


que bajo sus pies, ésos que la han llevado hasta allí, el suelo se hace más
flojo. El resplandor se hace cada vez más amplio y aparece un sonido
nuevo, profundo, acompasado, entonces se enceguece con esa masa
de agua tan grande que no se ve su fin, tan ondulante, intimidante, que
lame sus pies, sus pantorrillas y la hace estremecer. Se siente una niña,
tiene ganas de gritar, de saltar y entonces se deja caer para que el agua
se escurra por entre todos sus meandros. Ella grita su felicidad, su sor-
presa, su revivida energía.

- Tiene que entender Padre, me había ilusionado tanto!...años pen-


sando en ella, en su mirada…yo creí al verla en el porche que me había
elegido,…¡durmió conmigo Padre!,…años esperando que cruzara la

61
OSVALDO SALGADO

calle y que no volviera a hacerlo nunca más…pero no de esta manera,


no, no así!....¿cómo imaginarme que toda la dulzura de su piel era, para
siempre, un recuerdo?..¿me entiende Padre?..¿cómo hago?--¿cómo me
deshago de la angustia?

- Te entiendo hijo, te entiendo.

- Y sí Padre- dijo mientras se erguía lentamente- pensé en matarla…


¡pero ni eso puedo!.

EL OSO BLANCO

Mi nombre se escucha entre el enjambre de sonidos del carnaval.

Y allí está ella. Primavera de Botticelli.

El oso blanco se balancea por la calle, erguido y desafiante, transpor-


tando una araña negra sobre el anca. Unos quirquinchos “art déco”
golpean sus patas rítmicamente sobre el pavimento. Hay sones
de trompetas, trombones y bombardas, y esas piernas. Cimbreantes y
tersas…. ¡Esas piernas!

(Sucederá que por la ventana de aquel cuarto se cuele el áspero


quejido de un trombón amanecido con resaca; entonces su piel será una
realidad, como su aroma, en el descanso del sexo demorado y gozoso.)

Caporales derrumbados por el cansancio y por hectolitros de cerveza


y chicha adornan el cantero oeste de la plaza.

Vea tía, voj no le va’crer pero ¡no sabe lo que nos hemos reídu!¿ha
visto la tranquera del aeródromo? ahí mesmito estaba el gringo
LOS RIESGOS

ése, tan sólo, tan alto en medio’el barro’, tan mojau y verlo subir
a la caja del camión, con esa valija rodante, nos daba entre risa
y pena. Y no vá’crer que por alto, quedaba fuera de esa lona
cortita que tiene en la caja el camión del Zacarías y que apenas
nos cubría de esta lluvia funchuda, el mesmito temporal que
vay’uno a sabé hasta cuándo va a durar ¿no?.¡Nos hubiera
visto tia!. Entre nosotros nos codeábamos y nos mirábamos
comiéndonos las risas, ¿quién iba a imaginar al gringo ése n’el
camión?. Bueno, sí claro tía, si Ud. va a tomar la acompaño.¡Jajáy!
¡Y usted lo viera tratando de mantenerse en pié y que la valijita
ésa no se le fuera del camión! Si hasta suerte tuvo pues se le
trabó en la bolsa de Ña Úrsula ésa en que lleva sus gallinitas
para vender nel mercau. Velay tía!, si de yapa venía el Chusku
en el camión ¿se lo acuerda? el de la comadre Tolaba, ése que
anda baboseándose y riéndose sin reírse ¿vió?, el tontito ése
medio asqueroso que anda siempre tocándose,eh?. Bueno, sí
tía, con dos de azúcar, gracias.¡Ah, y mire tiíta! la verdad que el
viaje fué una sola libersión ansina como le cuento,, hasta que
llegamos a la ciudad y el tipo se bajó, amolau y mojau , alto,
con valija y todo frente a la estación del tren.

La sala a oscuras exigiendo a nuestros ojos adaptarse lentamente y


descubrir a esos hombres, nuestros anfitriones, y asombrándonos con los
fulgurantes colores que se descuelgan, ondulantes, de las paredes y techo.

Detrás de los sonidos cristalinos de un charango empezamos a develar


rostros, siluetas y voces susurrantes. Ella y yo. Ella, única mujer en la sala;
expectante. Yo, necesitando no entender, sólo sentir, acceder.

La chicha se escurre por nuestros labios y sobre esa maqueta del


sueño comunitario que preside el encuentro celebratorio de los hom-

63
OSVALDO SALGADO

bres. “¡Ay, Pachita, yo te doy la chichita, yo te doy la coquita, vos dame


nuestros sueños!”

Pachamama jumatwa mayt’asma


taqi chuyma yanapitaya
janiy jayjistati ch’ama churita
nayraqataru sarantañataki(*)1

Quizás este idioma-otro no fuera dentro de la sala, quizás fuera en


el adentro de una de estas máscaras de diablada que nacen aquí mismo
entre las manos curtidas y ásperas de estos hombres que en silencio
comparten. El color, el sonido, el alcohol, ese idioma-otro devenido
canto, nos traspasa. Tarde noche con magia.

Ella ciñe mi mano y vibramos.

- “Por favor, ¿me alcanzas la copa?”

Ésta podría haber sido una desgraciada intervención de haberse dado


mientras estábamos en aquella sala-cavidad-nido, pero para entonces
nos encontrábamos en la orilla de aquel lagotangrandequedejaverla-
curvadelorbe.

En la copa estaba el champagne, y bebimos llenándonos del azul.

¿Qué estoy haciendo acá, en este tren absurdo?

Me llevaría horas narrar el cúmulo de cosas disparatadas que suceden


dentro y alrededor de este tren. Para colaborar con ello, un guarda cus-
todiado por un guardia, fuerza su paso, como si fuera un rugbier, entre

(*)1 Madre tierra a ti te pido


de todo corazón ayudame
no me desampares dame fuerza y valor
para seguir adelante.
Fuente y traducción: Esteban Ticona
LOS RIESGOS

la apiñada montonera de personas y paquetes con la riesgosa y un poco


ridícula misión de controlar los pasajes.

Lucho sordamente con la mujer que pretende invadir con sus bultos
mi reducido espacio, abroquelado en mi asiento, mientras afuera llueve y
atravesamos paisajes algo fantasmales y yo trato de salvar la esperanzada
botella de champagne que ocupa el corazón de mi valija con ruedas.

¡Lluvia de mierda! ¡ y aún faltan diez horas! Si no fuera por la gastritis,


quizás hasta lograría divertirme.

Querido diario: ya estoy de regreso en casa aprovechando estos


días de fiesta para hacer un alto en el estudio. Ayer mismo,
cuando iba a tomar el ómnibus para la casa, volví a ver a un
hombre que no era de por acá, diz que chileno…o argentino,
que ya había visto bajando del tren y, no sé por qué, me llamó
la atención; quizás por lo alto. ¿Qué hacía por acá arrastrando
esa maleta con ruedas como todo equipaje?¿un comerciante?
No, más bien parecía un turista. Él estaba ocupado en que su
maleta estuviera bien acomodada sobre el techo de la flota y
yo lo observaba; en un momento nuestras miradas se cruzaron,
entonces me dio un poco de vergüenza y de risa a la vez. Creo
que él no se dio cuenta. Pero yo pensé “cosas”...vos ya sabés.
Y, bueno, una se tiene que entretener con algo en el viaje ¿no?.
Lo mejor fue al amanecer cuando el ómnibus hace la parada
en lo alto de la montaña y todos nos bajamos a calentarnos
con la sopa de maní que siempre burbujea en esa olla grande
y también a aliviar el cuerpo. Él estaba como ausente, parado
en medio de tanto aire frío y transparente, los ojos perdidos en
esas cumbres. De pronto tomó su cámara y comenzó a fotogra-
fiar el enorme cartel descascarado donde se ve una rubia en

65
OSVALDO SALGADO

malla que insiste en que “todo va mejor”. A mí me dio risa y de


repente me sentí su cómplice pues él se dio cuenta y, girando
un dedo en su sien me dijo: ¡qué loco! ¿no?

El corazón se me sale del pecho, la respiración se vuelve consciente.


¿Será la ansiedad por el demorado encuentro? ¿Será la emoción de
transitar esta tierra mítica? ¿O será simplemente la altura?

Arrastrando mi maleta con ruedas, me sumerjo en la maraña de


quirquinchos “art déco”, caporales derrumbados y morenadas que der-
raman energía, me inunda la vibración del aire movido por trompetas,
trombones y bombardas y el girar alucinante de polleritas coloridas y
ésas piernas….¡ésas piernas!

Un oso blanco me custodia y mi nombre se escucha entre el enjambre


de sonidos.

Y allí está ella. Primavera de Botticelli.

EL TIPO

Hay que reconocer que el tipo era un personaje interesante, esa clase
de especímenes que al irse dejan algo. Considere que, aunque estuviera
un poco chispeado, siempre se notaba su solvencia cultural. Bromeaba
sin caer en el mal gusto y disfrutaba provocando a todo aquel en el que
percibía el suficiente humor como para seguirle el juego.

Usted coincidirá conmigo en que el anochecer ha sido y es una buena


hora para los encuentros. Hora de unos tragos amables, que es cuando
se nos excitan las antenas, sobre todo si el lugar nos resulta provoca-
LOS RIESGOS

doramente cálido. ¿Se dio cuenta de que esos momentos se parecen


a aquellos en que nos sumergíamos en esa especie de sopa densa de
nuestra ilimitada imaginación infantil?

Detrás de la barra, como siempre, Jaime con su aspecto de hombrón


rudo, haciendo de barman o, como él prefiere decir de “confesor de barra”.

Si usted le pregunta, le va a decir que el tipo es un pesado que, a


fuerza de concurrir, usar su poder de seducción y nunca armar serios
quilombos, se ha convertido en parte del inventario; que aún cuando, a
veces, el trago lo pone triste, siempre encuentra una broma para rescat-
arse del recuerdo de la pérdida de la mujer que amó. ¡Bah!, culminaría
Jaime, el tipo en el fondo es un tango.

En ese comentario, el más largo que quizás escuche usted de él, se va


a dar cuenta que ese hombrón con aspecto rudo esconde un ser sensible
que no deja de hablar del tipo con cariño. La verdad, le escuchará decir, es
que el tipo le ha puesto un toque especial al boliche; hay muchas noches
en que su ausencia nos dice que algo está en falta. Yo muchas veces, le
contará Jaime, tengo que aguantarme la risa porque estoy para atender
y controlar, no para divertirme.

Cuando ella murió, él desapareció un tiempo pero, finalmente, re-


gresó. Se sentaba a la barra, pedía lo de siempre y, de vez en cuando,
la nombraba como si estuviera por llegar. Hasta hubo ocasiones en que
la hacía entrar, haciéndole una reverencia y limpiando el piso con un
imaginario sombrero. Una pantomima que el resto de los concurrentes
acompañaba, primero en un silencio expectante y luego, para terminar,
con ruidosos saludos. Celebrando. Era el momento en que realmente
lograba mi admiración y me sacaba una sonrisa cómplice.

67
OSVALDO SALGADO

Mire, borracho, lo que se dice borracho, nunca lo iba a ver. “Cultura


de la que se destila”, decía él levantando la copa a modo de trofeo, o “en
esa materia me he leído una biblioteca…y todavía me queda mucho por
leer” Entonces hacía fondo blanco y pedía otra con tono de dandy inglés,
“la siguiente página James, please”.

Siempre le gustó armar frases con doble sentido, provocadoras. Hechas


para encontrar una sonrisa secuaz o un retruque punzante; porque con
ese desafío se abre un espacio de competencia cómplice, de agudeces y
algunas ingeniosidades que realmente llenan de placer. Es algo así como
cabalgar en pelo, el viento le pega en la cara y uno se olvida de ganar, es
sólo disfrutar la cabalgata y tener la íntima satisfacción de salir airoso

Pero bueno, ahora que estamos sentados a la barra mirando la serie


de cuadros con fotografías que cubren la pared del fondo, si Usted se
fija bien verá que el del campeón de peso welter está corrido un poco
más hacia arriba, el del candidato a diputado un poco más a la derecha,
el del equipo del club de básquet un poco más abajo para dejar lugar
a uno nuevo, con la imagen de ella entre Jaime y el tipo rodeados de
algunos parroquianos entre los que, mire usted, me acabo de descubrir.

Temprano, el olor de la madera de la barra, bendecida por innu-


merables alcoholes y un rastro de humo de cigarros, es protagonista.
Ésos son buenos momentos para amigarse con uno, sentarse en el lugar
preferido, leer algo que habíamos dejado esperando, escuchar un poco
de Piazzolla o, simplemente, dejar la mente divagar. Quizás escribir algo
como esto o sólo quedarse imaginando las ocurrencias inteligentes que
se quedó sin regalarnos.

Ahora me pregunta acerca de la razón por la que hoy percibe que el


aire es más pesado, que Jaime está menos dispuesto a escuchar. Mire,
yo tampoco tengo muchas ganas de escuchar, más bien quiero ser es-
LOS RIESGOS

cuchado. Lo que puedo hacer por Usted es convidarlo con otro trago y,
por favor, tenga la amabilidad de mantenerse callado.

MICAELA CALIENTA LA PAVA

Micaela ceba el mate mientras yo permanezco tendido en la hamaca;


y lo hace lo suficientemente bien como para que siempre esté con buena
temperatura y espumoso.

Ella tiene un buen cuerpo y también esa edad maravillosa que dice a
gritos que es capaz de practicar un buen sexo. En esa materia, cosa juzgada.

Pero ahora ceba el mate y yo continúo meciéndome apenas en la


hamaca concentrado en el recuadro de cielo que se muestra entre las
maderas del tejado, de las columnas que lo sostienen y del tirante que
corona la baranda de la terraza.

El aire está cargado del aroma azul de las flores de la arboleda que
bordea la calle.

Está nublado, y las nubes ofrecen una gama de cambiantes grises


azulados, ¿serán ellas las que huelen?, y también zonas más claras en
la que no puedo distinguir si son nubes más bajas o ventanas hacia
un cielo más alto iluminado por ese sol remiso a dejarse ver. Pero a
mí me gusta entretenerme en encontrar los tenues personajes que se
manifiestan entre esas tramas nubosas ligeramente cambiantes. Como
la cabeza de caballo que se divisa justo ahí y que se completa un poco
más abajo con una pata (de caballo, claro) que está lanzada a la carrera
(¿avanza … huye?).

69
OSVALDO SALGADO

Aunque yo le insisto, en un ímprobo esfuerzo por compartir, Micaela


no ve ni caballos ni nada y opta por alejarse con el mate moviendo pro-
vocativamente el culo. Sonrío y busco de nuevo a mi caballo quien, ahora,
muestra un poco de sus crines movidas por los vientos que, seguramente,
soplan por esos lados o simplemente por su carrera.

Un poco más a la izquierda, en ese grupo de nubes más oscuras,


descubro tres nadadores que, a la par, parecen la foto de un ballet
acuático tomada en el preciso momento en que levantan su codo fuera
del agua (ojalá me viera así cuando practico crawl-over).

El mate, de la mano de Mica, se interpone entre el cielo y mi imagi-


nación al tiempo que percibo su muslo que se refriega , impúdicamente
hamaca de por medio, contra mi hombro.

-“Yo también puedo hacerte ver el cielo y por ahí te encontrás con
una yegua en vez de un caballo” – escucho que dice insinuante mientras
sorbo de la bombilla.

Me hago el pelotudo, el que no escuché y, luego de hacer cantar la


bombilla, le devuelvo el mate sin decir palabra ni mirarla.

El caballo ya no está. Seguramente se dejó llevar por el viento o se


esfumó por propia voluntad expresando su desagrado por la actitud de
ella (¿o la mía?). Suerte la de él, la de poder estar y no estar, la de dejarse
deshacer para, quizás, volver en otra cosa (¿reencarnación?)

El recuadro de cielo varía al ritmo de mi mecer en la hamaca; en un


instante se hace presente (o yo la hago presente) la cara de un gatito
blanco y mofletudo, del lado derecho tiene una oreja cortada. (¿En qué
batallas planetarias se habrá involucrado?) parece sonreír y yo rememoro
al Gato de Chesire (alabado seas Dodgson) mientras se deshace como si
LOS RIESGOS

fuera de algodón o, mejor, espuma de mar. Sólo va quedando su sonrisa


(¡PLAGIO! disculpe Reverendo, se me mezcló la fruta).

El escenario celeste se va despoblando y yo registro un poco de seque-


dad en la boca. ¿Qué pasó con Micaela…y el mate? … ¿estará cambiando
la yerba o habrá ido al baño?

A modo de “bonus track” en el mundo nuboso se insinúa un pájaro,


mejor dicho la cabeza de él, con un pico largo y puntudo, de esos que
sirven para extraer el néctar de las flores, y exhibe una especie de penacho
oscuro. El pico está un poco más hacia abajo de lo que habitualmente lo
hace en los pájaros. Raro bicho y dura poco.

El sol empieza a perforar lentamente el telón de la escena, como si


fueran las luces que se van encendiendo en la sala mientras en la pantalla
pasan los créditos del filme.

Fin de la función, lástima.

Llamo a Micaela pero no aparece ni contesta. (¡mi reino por un ama-


rgo!). No sin esfuerzo me rescato de la hamaca y la busco.

Nada, Micaela no está.

Seguramente se enculó porque no le di bola y salió en busca de un


tipo que le dé masa (¡lo bien que hace!).

Cuando regrese , si es que sucede, me haré el dormido y lentamente


me iré acercando a su carne satisfecha sin decir nada.

Me cebo un mate pero, ahora, está frio y lavado.

71
OSVALDO SALGADO

UNA ‘POLVADERA’ DE AGUA

Me hubiera gustado poder decirles que aquel día, en el


mismo momento en que Eugenio la emprendía con su primer
berrido, se produjo una señal cósmica, algún fenómeno, una
indicación que hiciera sentir a sus padres que el destino de
esta nueva criatura estaría para siempre ligado a la costa, los
médanos, el mar.

Pero, por más que yo lo quiera, lo cierto es que no hay nada


que nos indique que tales señales se hayan producido, por
ello, a efectos de dar un inicio creíble a esta historia, recurriré
a vuestra complicidad.

La casa hervía sordamente. El ajetreo de las mujeres, matizado con


indicaciones en voz baja, contrastaba con la tensa quietud de los hom-
bres que, en la galería sombreada, compartían un mate y una caña. Los
perros de la casa, como siempre pasa, estaban ya enterados de lo que
acontecía y acompañaban a los hombres; solidarios...y un poco sobones.

¡Es un niño, un varón!. La exclamación de la comadrona rebotó en


las paredes, se escurrió entre las persianas, mezclándose con el sonido
del primer berrido de Eugenio. En la galería, el hombre sonrió satisfecho,
sus facciones se distendieron, hizo fondo blanco con la copita de caña...y
prendió un cigarro.

El siguiente cigarro lo prendió veinticinco años después cuando


Eugenio se diplomó de Agrimensor.

Agrimensor....- reflexionó aspirando el humo dulzón – buena carrera


en este país que se está haciendo. Y suspiró satisfecho pues ese hijo ya
estaba bien encaminado.
LOS RIESGOS

Para entonces, desde Europa, junto con nuevos grupos de inmigran-


tes, llegaban a la región las ideas de modernidad que, encaballadas en la
producción industrial y los desarrollos de las ciencias, proyectaban para
estas latitudes un futuro de paz, abundancia y cultura.

Las ventanas de la casa del encargado de la aduana estaban, según


la usanza de la época, bien altas del piso. Para poder mirar hacia el resto
de lo que empezaba ya a ser un caserío en las proximidades del muelle,
se debía arrimar una silla a la ventana y treparse a ella. En cuanto se
percibía algún sonido de motor o movimiento no habitual el aduanero
ordenaba a su mujer “Estrella, andá y fijate” y ahí era que ella, silla por
medio, se convertía en los ojos de él, suerte de inspector hacia adentro.

Vocaciones que tienen algunos. Lo de inspeccionar lo que llegaba de


afuera, desde el mar, era su oficio, aquello que se esperaba de él. Lo de
mirar para adentro del pueblo, su afición delegable.

En la modesta casa junto al peñasco, la silla ocupaba un sitio fijo junto


a la ventana, como si una cadena invisible las atara. Mientras las otras
sillas descansaban alrededor de la robusta mesa en la que se juntaban
ocasionalmente a jugar a los naipes, esta silla lo hacía ahí, no era que
hubiese un explícito deseo que indicara que debía estar allí, simplemente
debía estar allí.

Antes de recibir el título de Agrimensor, Eugenio pasó sus años mozos


en la casa de unos tíos de la ciudad, alternando los estudios con los prim-
eros compromisos sociales y fomentando la esperanza de casarse bien.
Y tan bien se casó que, aún cuando su experiencia profesional era casi
inexistente, su suegro lo instaló al frente de la explotación de los campos
que se extendían desde el antigüo casco hasta las proximidades de lo
que empezaba a ser un caserío en torno al muelle, la farola y la aduana.

73
OSVALDO SALGADO

No sabemos si fue a causa de una suerte de deformación profesional


o una visión de un futuro siempre desconocido, pero cada vez que recor-
ría los campos próximos al caserío se detenía largamente observando
esos médanos que se extendían hacia el Este y eran lamidos por el agua
cuando la marea crecía dejando en su retirada un numerosísimo y vi-
brante ejército de almejas que, rápidamente, ocupaban sus posiciones
ocultándose en la arena.

Como, al pasar de los meses, Eugenio pasaba más y más tiempo


mirando los médanos y menos a su mujer, la familia, la de ella, sugirió
que sería bueno que Celia dejara la casa del pueblo y se trasladara al
campo y así, con la cercanía física, se acrecentarían las posibilidades de
ver crecer ese grupo familiar. Para ello no escatimarían ningún gasto,
así que ofrecieron financiar la construcción de una nueva casa a gusto
de la pareja.

A pesar de las iniciales protestas de ella, no acostumbrada a los rigores


del clima marino, la casa se construyó en aquel sector del campo, hacia
el Este de las casas, en el que Eugenio observaba los médanos.

Desde la ventana del aduanero, no se veía bien hacia la nueva con-


strucción a la que, por necesidades propias del trabajo de Don Eugenio,
eran frecuentes los arribos de vehículos y gente de a caballo por el pre-
cario sendero abierto que vinculaba a la casa con el camino de acceso
al muelle, lo que exigía esfuerzos no siempre fructíferos de Estrella para
poder mantener a su esposo aduanero bien informado.

Aún exponiéndose a los riesgos de los vientos y la arena volada que


con frecuencia azotaban desde el Este, una nueva ventana se abrió y
con ella los primeros rayos del sol matinal ingresaron en aquel cuarto,
destacando el centro de mesa con flores de loza sobre la colorida carpeta
LOS RIESGOS

de ñandutí. El haz de luz, un poco más tarde, llegaba a acariciar la tapa


de madera del banquito que ocupaba su lugar bajo el nuevo vano.

Cuando no estaba de servicio a cargo de la farola, Milton no abandonaba


su vocación marinera y, además de pasar por el almacén de Sosa para
entibiar el garguero y comentar las escasas novedades diarias, se hacía
al mar en su bote a remos para proveerse y proveer de pescado fresco.
De regreso, ya entrada la tarde, volvía a recalar en lo de Sosa donde,
pescador al fin, y algún trago de caña por medio, entretenía a los demás
parroquianos con el relato del siempre esquivo gran pez que, una vez
más, le había cortado la línea.

A esa hora en lo de Sosa, lugar fácil de distinguir por un intrigante tigre


pintado sobre la puerta, la concurrencia abarcaba a todos los hombres
del lugar, las historias de Milton, las bravuconadas de los desafíos en la
baraja y una sola mujer, Alcira.

Alcira era bella, joven, soltera y con un hijo que había sido la causa de
su destierro. Pero tenía otras cosas más: la firme decisión de no dejarse
avasallar y todas las tierras de alrededor del muelle y la farola. Incluídos
los médanos.

El invierno de ese año no fue amable. Eugenio enviudó apenas ini-


ciado agosto a pesar de los esfuerzos médicos y de las expectativas de
la familia respecto de esa consecución del linaje.

Lo de Sosa comenzó a ser más frecuentado por el agrimensor quien, si


bien continuaba habitando la casa, había declinado seguir en la conduc-
ción de los campos. Pero no a pasar largos ratos observando los médanos.

Fue entonces que también empezó a observar a Alcira.

75
OSVALDO SALGADO

No fueron demasiados los atardeceres en lo de Sosa para que Alcira


y Eugenio se comenzaran a aislar del resto de los parroquianos en pro-
longadas charlas hasta que, luego de una de ellas complementada con
papeles y dibujos, Eugenio abandonó el almacén con un “ya vuelvo”
para regresar al poco rato con una botella de whisky escocés y proponer
a todos, exultante, un brindis “¡por el futuro!”.

Como no había muchas ocasiones de brindar por algo, ni de apurar


un buen escocés; todos sumaron su eufórica adhesión.

Aprovechando el buen ánimo general, Milton explicó, con pelos y se-


ñales, la estrategia que había elaborado para, de una buena vez, traer a la
playa a aquel pez endemoniado que se había convertido en su obsesión.
Todos festejaron, bromearon, lo palmearon ...y se zamparon otro whisky.

La nueva ventana pasó a ser entonces, para Estrella, su puesto de


vigía principal; no sólo para registrar las frecuentes visitas de Alcira a lo de
Eugenio, sus ocasionales caminatas por los médanos, sino también para
observar cómo el grupo de hombres que un buen día se había instalado
en las proximidades de la casa, de sol a sol iban trazando líneas, tomando
medidas e hincando tronquitos en la arena coronándolos con unos ban-
derines rojos y verdes que hacían que los médanos parecieran floridos.

Eugenio los observaba con una sonrisa satisfecha desde la veranda


de su casa, casi siempre acompañado por Alcira mientras el hijo de ella
correteaba entre los banderines con sus brazos como alas y dispuesto
a levantar vuelo. Fue entonces que un suceso extraordinario alejó la
atención de ambos de los médanos y el futuro al mismo tiempo que,
desde su ventana observatorio, Estrella no daba crédito a lo que veía
más allá del paisaje de tronquitos y banderines que anunciaban el futuro
transformador. Pasando el almejar, a la altura de la segunda canaleta y
paralelo a la costa, Milton iba parado sobre el bote con su caña curvada
LOS RIESGOS

y tensa, como domando un potro, arrastrado por algo que lo transpor-


taba a velocidades nunca imaginadas y levantando con el casco una
‘polvadera’ de agua.

CARA DE MÉDICO

-“Usted tiene cara de médico”- dijo.

Fue entonces que me enfrenté a dos cuestiones, la primera fue el


”usted” que era a todas luces inapropiado para la ocasión y la segunda
es que había dicho “cara” y no pinta o aspecto lo que estrechaba los
márgenes de la composición.

A mí, por el caso, si pienso en una cara de médico se me representa


la de Ben Kingsley en “El sanador”, o la de René Favaloro antes que el
Gobierno lo impulsara al suicidio, o la del Flaco Roque quien hoy por hoy
es el pediatra de mis hijos, y no me parezco a ninguno de ellos; aunque, si
el que me observara fuera japonés, quizás pensara, por carácter recíproco,
que todos los blancos de origen europeo somos iguales.

Ella había dicho “cara”. Hubiera sido más simple que yo le preguntara,
por ejemplo, cara de qué médico o si ella creía que había una cara de
médico, una de conductor de ómnibus u otra de florista, pero todo eso me
alejaría del objetivo central de esta primera cita, porque era una primera
cita, pactada luego de meses de chats y que, a esta altura, ya se había
ido al diablo. No así la reunión que, todos los viernes, teníamos en el bar
del Gallego con Tucho (né Albert según él), Juanjo (Juan José según él
y sólo él) y Blas (Araujo y no Parera como gusta aclarar), esta vez con el
auxilio del video-WhatsApp para incorporar a la mesa a Blas con gripe.

77
OSVALDO SALGADO

Inevitablemente la conversación se centró en la cita con la “chater” y


una sarta de interminables guarangadas y burlas conmigo como objeto.

-“Veamos”, dijo Juanjo, ”si nuestro hombre fuera cardiólogo debería


tener cara con forma de corazón, si fuera pediatra de niño(o de pedo terció
Blas) para no hablar del urólogo, ginecólogo o proctólogo por respeto a
la mesa”, cerró Juanjo al compás de nuestras risotadas.

Claro que, viudo y con dos hijos – cuatro y seis- llevar adelante la
cosa no resulta nada fácil así que insistí con una nueva primera cita
esforzándome en la elección de la candidata.

Está claro que no soy el candidato ideal, si es que tal cosa existe,
pero puedo ofrecer un pasar económico razonable y hasta ahí, porque
para ofrecer riqueza y esplendor debería ser financista, profesional de
la política o cualquier otro tipo de corrupto, y sólo soy un eficiente pro-
gramador de sistemas.

Tampoco pretendo una niñera o el “ama-de-casa-perfecta”, busco a


alguien con quien compartir (ese verbo de tan difícil conjugación según
Tucho) que tenga su espacio propio con quien conversar libremente y
sin facturaciones, a quien tener ganas de proteger y con quien sentirme
protegido.

En esa pretenciosa búsqueda fui al encuentro pactado en el bar del


último piso del edificio que hace esquina con el parque y desde donde se
puede disfrutar, en un ambiente algo anticuado pero amistoso, el bonito
atardecer sobre la ciudad.

Llegamos casi al mismo tiempo (buena señal, me dije); mientras


nos acomodábamos junto al ventanal comencé a descubrir en ella una
belleza tranquila.
LOS RIESGOS

-“Yo voy a tomar un vino blanco, ¿y vos?”, lo dijo cuando aún no había
terminado de acomodarse.

- “¿Sauvignon blanc?”-respondí

-“Que sean dos””, acordó desenvuelta en su envoltura casual lo que


hizo que fuera fácil abrirle paso a la conversación en que me contó un
poco más de su actividad como periodista “free lance” y también nos
reímos cuando nos confesamos nuestros “TOC”. Sentí que hacía pié en
algo firme.

-“Vos me dijiste que haces programación de sistemas para una em-


presa de logística y que hay una señora, Dora creo, que se hace cargo de
los pibes cuando estás trabajando y también de la casa, aunque a veces
el que cocina sos vos; que te gusta jugar con Maxi y Nico y que a veces,
muy pocas, te podés tirar a tomarte una copa y escuchar una y otra vez
“The Köln Concert” de Keith Jarrett.” “Con todo eso”, continuó ella,” me
construí una imagen de vos y ahora que te tengo enfrente me doy cuenta,
mira vos, que tenés cara de médico”.

79
OSVALDO SALGADO

BAILE

Se comienza con un giro pequeñito, con menudos pa-


sos que, de a poco, se irán convirtiendo en movimien-
tos más rápidos formando círculos más y más peque-
ños, enmarcados en esa música que es sólo para si.

Y el cuerpo se irá aguzando hacia abajo, como un


torbellino que se expande y se eleva,
desdibujando toda forma
y haciéndose
nube.
LOS RIESGOS

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