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Con la identificación del VIH, la anterior definición ha ido sufriendo modificaciones a raíz de las
cuales actualmente las personas infectadas por VIH se clasifican en base a las condiciones clínicas
relacionadas con la infección por el virus y el recuento de linfocitos CD4 +. Desde el punto de vista
práctico, se debe considerar a la infección por VIH como una serie de trastornos que abarcan des-
de fenómenos de infección primaria con o sin el síndrome agudo por VIH, la infección asintomá-
tica, y hasta la enfermedad avanzada que se caracteriza por infecciones oportunistas y neoplasias.
La infección por VIH, ya sea tipo 1 o tipo 2, se caracteriza por una intensa replicación viral, princi-
palmente en linfocitos y macrófagos. Al respecto, los mecanismos inmunológicos permiten neu-
tralizar los nuevos viriones y regenerar las células inmunes que se destruyen aceleradamente, ante
lo que se logra un equilibrio entre la cantidad de virus circulante, la carga viral (CV) y el sistema
inmunológico, lo que es medido habitualmente como el recuento de LT CD4+. De esta manera, la
persona infectada se mantiene asintomática (etapa A); sin embargo, después de un periodo va-
riable de tiempo se rompe el equilibrio, la CV comienza a aumentar y los recuentos de LT CD4+
declinan progresivamente. Este deterioro inmunológico permite la aparición de infecciones tanto
clásicas como oportunistas y, además, de tumores, eventos que definen que se llega a las etapas
B y C (SIDA), y a la muerte en un tiempo variable de no mediar tratamiento.
Según los conocimientos actuales, la propagación del VIH comenzó a principios del siglo XX. La
transmisión zoonótica de chimpancés ocurrió para los grupos M y O del VIH – 1 alrededor de
1920 y para el grupo N del VIH – 1 alrededor de 1960 en África Central Occidental. Por su parte,
el VIH – 2 se transmitió zoonóticamente a humanos en África Occidental en 1940.
Los análisis moleculares sugieren que el VIH – 1 se exportó a Haití en 1966 y alcanzó a América
del Norte aproximadamente dos años después. Desde mediados de 1980 los diferentes subtipos
de VIH – M se han extendido dando lugar a la pandemia que se vive actualmente.
Alrededor de las ¾ partes de personas que se encuentran afectadas por VIH habitan en África
Subsahariana.
A nivel nacional, los primeros casos de SIDA se notificaron en 1984. Desde entonces hasta el 2011
se han notificado 26.740 casos de VIH/SIDA. Al respecto, el principal grupo poblacional afectado
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corresponde a aquel comprendido entre los 20 – 49 años, en donde se destaca que hay una tasa
en aumento en el quinquenio comprendido entre 10 – 19 años.
La transmisión vertical del VIH es aquella que ocurre desde la madre al hijo durante la gestación,
el parto o la lactancia, lo cual ha evidenciado una tasa de un 13 – 20% según distintos estudios.
Por otro lado, el número de casos en hombres supera ampliamente a aquellos que se dan en mu-
jeres, tanto en el VIH como en el SIDA. En esta línea, las zonas que concentran las mayores tasas
de esta condición en los tres últimos años son Arica y Parinacota, Tarapacá, Antofagasta, Valparaí-
so y RM.
En Chile, la principal vía de contagio es la sexual, que representa un 99% de las formas de contagio
según estudios llevados a cabo durante los años 2007 – 2011. Hasta el 2010 se conoce que falle-
cieron 7.370 personas por SIDA, de las cuales un 87% eran hombres.
En el año 2005, el protocolo con TAR para el binomio madre – hijo se incorporó al GES y a partir
del 2006 el examen de detección de VIH en la embarazada se incluyó en el examen de medicina
preventiva. Posteriormente, en el 2011 el MINSAL realizó la modificación del reglamento de la Ley
del SIDA, estableciendo que el examen de detección de VIH en la embarazada debe incluirse en
los exámenes rutinarios que se les realizan a esta población en el control con la finalidad de ase-
gurar al máximo su realización como medida central para evitar la infección pediátrica.
El VIH – 1 se subdivide en los grupos M, N, O y P, sobre la base del análisis filogenético. Los virus
del grupo M se subdividen, a su vez, en los subtipos A, B, C, D, F, G, H, J y K; de esta manera, el
denominado VIH recombinante se deriva de varios, siendo que aproximadamente un 20% de los
virus pertenecientes al grupo M pertenecen a la categoría de los llamados “recombinantes”. Al
respecto, a la fecha se han descrito más de 70 tipos de virus recombinantes y se espera que este
número aumente.
pos M subtipo A y el grupo O. ahora bien, cabe mencionar que aún no se han encontrado indicios
de recombinación entre los VIH – 1 y 2.
Para que el VIH – 1 penetre en las células es necesario que exista un correceptor además del CD4,
siendo los dos principales para esta forma de VIH los receptores de quimiocinas CCR5 y CXCR4.
Después de una infección de VIH de larga duración, la pérdida continua de LT Helper resulta en
la inmunodeficiencia. Por su parte, el VIH integrado en el genoma de las células huésped de larga
vida (macrófagos, astrocitos y/o células T de memoria) puede persistir en etapa de latencia duran-
te varios años; de hecho, la vida media de la célula objetivo es de 7 años. La activación de tales
células da como resultado la producción de partículas infecciosas de VIH.
El VIH puede ingresar al cuerpo a través de mucosas intactas, piel o mucosa eccematosas o lesio-
nadas y por vía parenteral mediante inoculación. Por su parte, la transmisión de este virus a través
de sangre u órganos trasplantados es posible aproximadamente entre los días 5 y 6 después de
la infección del donante. En tanto, la transmisión de madre a hijo se ha demostrado desde la se-
mana 12 de gestación, aunque la transmisión ocurre predominantemente (> 90%) en el último
trimestre y particularmente un poco antes o durante el parto. Además, el VIH puede transmitirse
a través de la leche materna.
Con respecto a la infección aguda por VIH, la presentación clínica consiste en fiebre, linfadenopa-
tía, disfagia, erupción cutánea, mialgia, artralgia, diarrea, cefalea y síntomas GI. A menudo, es des-
crita como una enfermedad similar a la mononucleosis, sin embargo, hasta el 60% de las personas
infectadas por VIH son asintomáticas. Por otra parte, la neuropatía es de presentación común en
la fase aguda, los síntomas persisten de 2 – 6 semanas.
La fase sintomática inicial por lo general se continúa de una fase asintomática o una sintomática
cuyas manifestaciones pueden presentarse durante muchos años.
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De las personas que adquieren VIH, un 40 - 90% experimenta síntomas de infección aguda, siendo
que un número importante de ellos buscará atención médica. No obstante, por lo general no se
hace el diagnóstico de VIH en este estadio debido a la similitud de los síntomas con los de otras
enfermedades virales.
Ahora bien, las personas tienen pocas o ninguna manifestación clínica antes de desarrollar una
inmunosupresión grave, que se define justamente por una concentración de CD4 + < 200 céls/
mm3; no obstante, existe un número de pacientes que experimenta síntomas inespecíficos como
fatiga, sudoración o pérdida de peso, además, en esta etapa de la enfermedad las personas con
VIH pueden presentar linfadenopatías generalizadas, las que específicamente se denominan linfa-
denopatías generalizadas persistentes y que se definen cuando los ganglios linfáticos agrandados
involucran al menos dos sitios contiguos distintos de los ganglios inguinales durante más de 3 –
6 meses sin una explicación alternativa. Los ganglios linfáticos en estos pacientes son general-
mente simétricos, moderadamente agrandados, móviles, indoloros, gomosos y localizados en las
cadenas cervical, submandibular, occipital y axilar.
Ciertos síndromes clínicos también se observan con mayor frecuencia y gravedad en pacientes
con VIH que se encuentran cursando esta etapa de infección, particularmente a medida que dis-
minuye el recuento de LT CD4+, pues las manifestaciones empeoran con la inmunosupresión se-
vera; de todas maneras, la presentación clínica puede aparecer con recuentos de CD4 + > 200 céls/
mm3; por ejemplo, los pacientes pueden desarrollar candidiasis orofaríngea o vaginal recurrente
o persistente, leucoplasia vellosa oral y dermatitis seborreica.
Los estudios virológicos en pacientes con infección viral sintomática que no reciben TAR muestran
altas tasas de replicación y destrucción del VIH por día en promedio de 109 células CD4. El tejido
linfoide es el principal reservorio de VIH; al respecto, la carga viral en las células mononucleares
en sangre periférica es relativamente más baja durante este periodo. Ahora bien, en ausencia de
terapia, la mayoría de los pacientes experimenta una pérdida progresiva del recuento de células
T CD4, siendo que, en general, la tasa de disminución de CD4 se correlaciona con la CV. En esta
línea, la rápida disminución de la concentración de LT CD4 periféricas en las primeras etapas de
infección por VIH puede reflejar la destrucción de las células CD4 como un desplazamiento de es-
tas desde la sangre periférica al tejido linfático. Después de un año, la tasa de disminución de las
células se ralentiza; en consecuencia, hay un extenso rango de tiempo para la progresión a un re-
cuento celular < 200.
Al igual que con el agotamiento de las células CD4, la inmunidad humoral disminuye con el tiem-
po. Las células B evidencian una mayor expresión de marcadores de activación y proliferación;
además, en la infección avanzada por VIH este grupo celular experimenta una diferenciación ter-
minal, lo que conduce a un aumento en la secreción de inmunoglobulinas.
cciones oportunistas, aunque también contempla a ciertas neoplasias malignas; así como también
manifestaciones sin una etiología clara, las que se cree se encuentran relacionadas con la infección
por VIH no controlada como es la encefalopatía.
Cuando los pacientes logran la reconstitución inmunitaria (por ejemplo, un aumento en el recuen-
to de CD4+ > 200 céls/ mm3) con TAR y no tienen afecciones definitorias del SIDA, ya no se con-
sidera que tienen SIDA.
La clasificación de la OMS según las etapas clínicas se evidencia en las imágenes adjuntas.
A nivel mundial se ha evidenciado un descenso en las tasas de nuevas infecciones gracias a los
programas de prevención y cambios de conducta en la población. Los antirretrovirales otorgan
un beneficio adicional a la prevención, pues además de mejorar la calidad de vida de los pacientes
y disminuir la mortalidad en SIDA, actualmente hay evidencia que reafirma que el tratamiento
previene la transmisión de VIH al reducir la CV y, por consiguiente, el potencial de transmitir el
virus.
El diagnóstico temprano en las distintas instancias de atención en salud facilita el ingreso precoz
a la atención ambulatoria, tratamiento y prevención; por ello, se recomienda a todos los profesio-
nales de la salud considerar en la hipótesis diagnóstica el VIH cuando la sintomatología así lo
amerite. En este contexto, en los servicios asistenciales se debe propiciar el acceso y la disponibi-
lidad del examen del VIH para personas que espontánea y voluntariamente así lo requieran como
para dar respuestas a indicaciones médicas. Adicionalmente, es preciso reforzar el cumplimiento
de las normativas existentes que consideran la oferta del examen del VIH en diferentes grupos de
usuarios como embarazadas, personas que ingresan al programa de TBC, pacientes en diálisis,
víctimas de violencia sexual, donantes tanto de sangre como de órganos, con morbilidad sugeren-
te a patología por VIH, entre otras.
Los casos de VIH diagnosticados deben ser derivados para su etapificación, control y tratamiento.
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Por su parte, dentro de las estrategias biomédicas se encuentran el tratamiento de las ETS, siendo
fundamental prevenir su adquisición, lo cual es un pilar en la transmisión secundaria de la infecci-
ón por VIH; y el uso de medidas como el condón masculino. La prevalencia de ETS es alta en el
contexto de un paciente VIH, siendo las patologías más frecuentes aquellas causadas por T. palli-
dum, C. trachomatis, N. gonorrhoeae, VPH, T. vaginalis, entre otras; además, actualmente hay evi-
dencia de que por vía sexual se transmite el VHC. Vale destacar que en personas infectadas por
VIH la existencia de cualquier ETS facilita la transmisión del VIH, especialmente cuando se cuenta
con lesiones ulceradas, las que aumentan la CV de VIH en secreciones genitales. Ahora bien, el
condón masculino en pacientes con infección por VIH sin terapia empleado de manera correcta
previene en un 85% la transmisión de VIH a la pareja no infectada en exposición vaginal o rectal;
además, previene enfermedades como uretritis por clamidia, gonorrea, sífilis, infecciones por VPH,
T. vaginalis y VHS. En pacientes con terapia exitosa igualmente se promueve el uso de condón.
Dentro de las estrategias farmacológicas, datos recientes indican una especial relevancia del TAR
en la prevención de la transmisión secundaria de VIH; igualmente, la TAR disminuye la CV en las
secreciones vaginales, tiene un importante rol en la adquisición del VIH – 1 en parejas serodiscor-
dantes con una concentración de LT CD4 < 500 céls/mm3.
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Cada control del paciente VIH debe incluir la pesquisa de ETS, ya que su tratamiento reduce la
transmisión del VIH.
Por su parte, las vacunas en estos pacientes son una herramienta crucial dado que las personas
portadoras de infección por VIH tienen un riesgo aumentado de presentar enfermedades preve-
nibles mediante inoculaciones. Por ello, las vacunas deben prescribirse lo más precozmente posi-
ble en el curso de enfermedad por VIH, pues para lograr una buena respuesta inmune lo más re-
comendable es vacunar con un recuento de LT CD4 > 200 céls/mm3. La imagen adjunta muestra
las vacunas recomendades en pacientes VIH+.
Por otra parte, las siguientes son indicaciones de terapia independientemente del recuento de LT
CD4:
- La presencia de manifestaciones de etapa B.
- Pacientes asintomáticos con recuentos de CD4 ≤ 350 céls/mm3.
- Pacientes asintomáticos con niveles de CD4 entre 350 – 500 céls/mm3 → decisión individual
según la voluntad del paciente.
- Embarazo. - Riesgo cardiovascular elevado.
- VHB con HBsAg+. - Edad > 50 años.
- VHC. - Infección por TBC latente.
- Cáncer. - Ciertas situaciones con tal de prevenir
- Deterioro cognitivo significativo. la transmisión en parejas serodiscor-
- Nefropatías por VIH. dantes.
Desde el año 2012, en Chile se encuentran cerca de 20 drogas destinadas al tratamiento por in-
fección VIH. Los antirretrovirales se clasifican según el mecanismo de acción mediante el cual im-
piden la replicación viral; al respecto, se encuentran entre los recomendados seis inhibidores de
la transcriptasa reversa de tipo nucleósido y nucleótido, 4 inhibidores de la enzima transcriptasa
reversa no nucleósidos, 5 inhibidores de la enzima proteasa, 2 inhibidores de entrada, un inhibidor
de CCR5, un inhibidor de fusión y un inhibidor de la enzima integrasa.
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Ahora bien, el fracaso virológico así definido puede ocurrir en forma primaria o secundaria. En la
forma primaria no se logra la supresión de la replicación y hay CV repetidas > 1.000 copias/ml a
los seis meses de TAR o a los 9 – 12 meses cuando la CV basal > 100.000 copias/ml. Por su parte,
el fracaso virológico secundario se define cuando reaparece CV > 1000 copias/ml después de
haber logrado indetectabilidad. Si la CV es de 50 – 100 copias/ml, se debe repetir su evaluación
en 30 – 60 días.
La seroprevalencia de VHB en la población infectada con VIH es mayor que en la población gene-
ral debido a que comparten vías de transmisión; además, el déficit inmune que se presenta por el
VIH condiciona el paso a cronicidad, de esta manera, entre un 6 – 13% de portadores de VIH en
Chile tiene infección crónica por VHB. Por su parte, la transmisión del VHC es principalmente vía
parenteral, siendo que rara vez se transmite como consecuencia de la práctica de relaciones se-
xuales no protegidas.
La historia natural de las hepatitis crónicas B y C en pacientes VIH tienen una evolución más rápida
a enfermedad hepática terminal y mayor riesgo de presentar un carcinoma hepatocelular.
Ahora bien, en coinfectados con cirrosis hepática, el uso de antirretrovirales reduce la progresión
de la enfermedad, y aunque la toxicidad hepática asociada es frecuente, el beneficio supera el ri-
esgo.
En todo paciente con infección por VIH debe buscarse la existencia de VHB y VHC.
Para el diagnóstico de VHB, se debe buscar el antígeno de superficie (HBsAg) y anticuerpos anti-
core total (Anti - HBc). Al respecto, la presencia de HBsAg por más de 6 meses define la existencia
de infección crónica mientras que HBsAg (+) + Anti – HBc (-) marcan infección aguda. Los pacien-
tes con marcadores de infección aguda por VHB y con alteración de pruebas hepáticas sin causa
evidente en contexto de inmunosupresión profunda, es decir, con LT CD4 < 100 céls/mm 3, puede
traducirse en una infección por VHB oculta, ante lo cual se recomienda efectuar una medición del
ADN viral para poder hacer el diagnóstico.
Los objetivos del tratamiento de la infección causada por el VHB son suprimir la replicación del
virus con tal de prevenir el desarrollo y/o progresión de la enfermedad hepática hacia cirrosis y
sus complicaciones. El uso de antivirales activos contra el VHB reduce la viremia, disminuye la in-
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En cuanto al diagnóstico por infección de VHC, la prevalencia de VHC es similar en pacientes con
o sin VIH y se lleva a cabo mediante la determinación de AC totales para VHC; al respecto, si los
AC son positivos se debe confirmar CV de VHC. Los pacientes coinfectados VIH/VHC o VIH/VHB
que tengan AC negativos para VHA deben ser inmunizados para VHA; igualmente, pacientes con
VIH/VHC con marcadores negativos de VHB deben ser inmunizados para VHB.
El VHC, a diferencia del VIH, no establece un estado de portación crónica con integración del ge-
noma viral, siendo, por lo tanto, susceptible de erradicar con el uso de drogas activas.
El TAR siempre está recomendado en coinfectados con VHC/VIH que presenten una rápida pro-
gresión a fibrosis y un mayor y más precoz desarrollo de cáncer hepático que en monoinfectados
con VHC. En los pacientes con recuento de CD4 > 500 se recomienda diferir el inicio de TAR hasta
completar el tratamiento de la hepatitis C con tal de evitar la mayor toxicidad de los antirretrovira-
les que se observa en coinfectados, así como también la interacción entre las drogas antirretrovi-
rales.
La neumonía por P. jirovecii es la IO de etapa C más frecuente en Chile, y se presenta casi exclusi-
vamente con recuentos de CD4 < 200 céls/mm3, por lo que los pacientes que se presentan en es-
ta situación deben, además, de iniciar TAR, recibir profilaxis primaria con cotrimoxazol (sulfameto-
xazol/trimetoprima) 800/160 mg, lo que también previene la toxoplasmosis.
En pacientes con recuentos de CD4 entre 200 - 250 céls/mm3, cuando independientemente del
recuento de CD4 se presentan con otra infección oportunista en etapa C o candidiasis orofarín-
gea se recomienda iniciar profilaxis primaria para P. jirovecii. Por su parte, en pacientes que ya
han experimentado una neumonía por este MO, se debe iniciar profilaxis secundaria con cotrimo-
xazol (800/160 mg diarios) mientras que en pacientes con alergia conocida a las sulfas o eviden-
ciada al momento de recibir la profilaxis, se puede usar dapsona en dosis de 100 mg tres veces a
la semana.
La profilaxis tanto primaria como secundaria debe mantenerse hasta que el recuento de CD4 sea
> 200 céls/mm3 por tres meses consecutivos y con una CV indetectable.
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Por su parte, la toxoplasmosis cerebral es una complicación frecuente si el recuento de CD4 < 100
céls/mm3 que tienen una inmunoglobulina G basal positiva para T. gondii. En estos casos, el es-
quema profiláctico recomendado se sustenta en el cotrimoxazol en dosis de 800/160 mg diarios.
En tanto, la infección diseminada por MAC se presenta con CD4 < 50 céls/mm3, es decir, en esta-
dos de inmunodeficiencia muy avanzados. En estos casos tanto la azitromicina como la claritromi-
cina son fármacos efectivos para prevenir la aparición de este cuadro; concretamente, se recomi-
enda un gramo semanal de azitromicina por la simplicidad de su administración, la que debe
mantenerse hasta que se alcance un recuento de CD4 > 100 céls/mm 3 por tres meses consecuti-
vos.
Entre las comorbilidades con mayor trascendencia en pacientes con VIH se encuentra la infección
por M. tuberculosis. Habiendo descartado el proceso activo, se considera TBC latente en personas
con infección con VIH la presencia de una PPD > 5 mm de induración, test de liberación de inter-
ferón positivo, radiografía de tórax que demuestre secuela de TBC antigua no tratada o un PPD
negativo con antecedentes documentados de un PPD positivo.
En caso del diagnóstico de TBC en pacientes en TAR, se recomienda mantener la terapia e iniciar
el tratamiento antituberculoso de inmediato. Por su parte, pacientes con bajo riesgo de progresi-
ón (con un recuento de CD4 > 200 céls/mm3) pueden iniciar TAR luego de 8 semanas de tratami-
ento antituberculoso al momento de pasar a la fase trisemanal. En tanto, en pacientes con mayor
inmunosupresión se recomienda iniciar TAR de forma más precoz, pero no antes de dos semanas
desde el inicio del tratamiento antituberculoso con estricto control clínico.
En cuanto a la nefropatía en pacientes con VIH, esta corresponde a una comorbilidad de crecien-
te importancia que incluye el daño renal previo y posterior a la instauración de TAR. Al respecto,
la función renal disminuye progresivamente con mayores CV y CD4 más bajos en pacientes sin
TAR, por ende, se propone que esta terapia tiene un rol protector. En otras palabras, la VFG decre-
ce más rápido en pacientes que no están con TAR, lo cual constituye un fuerte argumento para
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iniciar la terapia en pacientes con una albuminuria > 30 mg/ml o una función renal en descenso
independiente del nivel de LT CD4. En esta misma línea, la IRA es frecuente en pacientes hospita-
lizados por VIH, siendo que esta puede ser causada por los efectos tóxicos de la TAR o por nefro-
tóxicos como aminoglicósidos, anfotericina, cotrimoxazol y aciclovir; al respecto, los factores de
riesgo que propician la aparición de esta situación son un recuento de CD4 bajo, coinfección con
VHC y daño renal preexistente. Es por lo anteriormente expuesto que a todo paciente VIH (+) se
le debe solicitar creatinina, VFG, OC (para estimar proteinuria) e, idealmente, evaluar los niveles
de albúmina en la orina con tal de pesquisar una microalbuminuria. Ahora bien, si se sospecha la
existencia de nefropatía por complejos inmunes, por proteinuria y/o por deterioro de la función
renal, se debe iniciar TAR independientemente de los niveles de CD4.
El deterioro de la cognición por VIH es un fenómeno que se conoce como trastornos neurocog-
nitivos asociados al VIH, dentro de los cuales se distinguen tres formas. La más severa es la de-
mencia asociada al VIH, la cual ha disminuido desde que se implementó TAR, mientras que las
formas más leves son el trastorno neurocognitivo asintomático y el trastorno neurocognitivo leve.
La evidencia muestra que se logran modestas mejorías en la función neurocognitiva, especialmen-
te en atención, velocidad de procesamiento y rendimiento ejecutivo; al respecto, el grado de me-
joría correlaciona con los cambios en los niveles de CD4.
El diagnóstico y el seguimiento de estos trastornos debe hacerse con test suficientemente sensiti-
vos, como la escala de demencia del VIH. Este test neuropsicológico incluye cinco de los domi-
nios neurocognitivos; por su parte, el screening debe efectuarse en lo posible antes del inicio de
la terapia, y en los pacientes con alto riesgo de desarrollar esta condición debe repetirse cada 6 –
12 meses mientras que en los pacientes de bajo riesgo se recomienda repetir cada 12 – 24 meses;
de todas maneras, el screening debe efectuarse rápidamente si hay evidencia de deterioro clínico
neurocognitivo.
La infección primaria por VIH incorpora dos conceptos, que son la infección aguda y la infección
reciente. La infección aguda se caracteriza por evidenciar CV altas en ausencia de AC anti-VIH
por ELISA, con Western Blot negativo o indeterminado mientras que la infección reciente es la
documentación de AC anti-VIH por ELISA, con antecedentes de AC anti-VIH negativo en los 6 me-
ses previos.
Una vez adquirido el VIH y luego de un periodo de incubación de 2 – 4 semanas, la infección agu-
da por VIH (IA – VIH) suele manifestarse como una enfermedad sintomática llamada Síndrome
Retroviral Agudo, el que se asocia a CV altas, a una importante depleción de LT CD4 en todo el
organismo y al establecimiento de la latencia del virus. En un porcentaje de los casos, la IA – VIH
pasa inadvertida por la falta de sospecha y la poca especificidad de las manifestaciones; en tanto,
la presentación más frecuente del SRA es un síndrome mononucleósico con fiebre, faringitis, lin-
fadenopatía, exantema y úlceras orales; sin embargo, la gama de presentaciones es amplia y abar-
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ca desde infecciones asintomáticas hasta compromiso del SNC, pudiendo incluso presentarse con
infecciones oportunistas asociadas a la baja en los niveles de LT CD4.
Cuando se sospecha en base a la clínica de la existencia de un SRA, la detección de ARN viral por
PCR es la técnica indicada para confirmarlo. Los niveles esperados de ARN viral en la IA – VIH son
altos, siendo que, en general, se encuentran por sobre las 100.000 copias/ml. La sensibilidad del
test es de un 100%, pero igualmente pueden presentarse falsos positivos, aunque en un bajo por-
centaje.
La disponibilidad de test de ELISA de cuarta generación, que facilita la detección de AC para VIH
– 1 y VIH – 2, permite la detección del antígeno viral p24, lo que ha mejorado significativamente
la capacidad de diagnóstico precoz de infección aguda, especialmente cuando no se dispone de
un acceso fácil a CV, pues esta técnica tiene un periodo de ventana de solo 2 semanas.
En aquellos pacientes que inicien TAR se deben efectuar al menos los siguientes exámenes de la-
boratorio. El primer mes se debe realizar hemograma y VHS, pruebas hepáticas, glicemia y perfil
lipídico; específicamente, aquellos pacientes con insuficiencia renal basal o que reciban tenofovir
deben ser monitorizados con creatininemia y OC. Luego, al tercer mes se debe monitorizar con
hemograma y VHS, pruebas hepáticas, glicemia, perfil lipídico, recuento de CD4 y CV.
En pacientes con TAR exitosa se debe efectuar cada 4 – 6 meses hemograma y VHS, recuento de
CD4 y CV. Al menos una vez al año se deben practicar pruebas hepáticas, perfil lipídico, perfil
bioquímico, creatinemia, orina completa, VDRL o RPR, HBsAg y anti – VHC, y PAP específicamente
en mujeres.