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Día de trabajo

Leysis Olano

María estaba en el parque, era un nombre común, de puta común. Ella


había sido así desde siempre. Cuando sus tíos la empezaron a sentar en
sus piernas y a tocarle los muslos, descubrió que tenía poder sobre ellos
de cierta forma, podía seducirlos y usarlos. Subía un poco su falda y les
pedía dinero para dulces, la complacían y escondían así la vergüenza.

Estaba dañada por la vida como nosotras, el resto de putas de aquel


parque. Le habían herido el corazón tantas veces que ya dudaba si le
quedaba alguno. Siempre amó a los hombres, se encariñaba con todos y a
todos podía complacer. Tenían un encanto que le era irresistible; ellos la
deseaban, y esa admiración le era suficiente.

Cuando tenía ocho años su primito Esteban la besó a la fuerza en un


cuarto de la casa; le hizo el amor por primera vez a los 13, no la violó,
ambos quisieron, él estaba enamorado, María no, ella lo quería, y el
bichito de la curiosidad dentro de su cuerpo no iba permitirse dejar pasar
la oportunidad.

Había conocido muchas camas y olores, la vida era fácil si te dejabas


llevar. Cuando supo que mientras más creciera podía llegar a conseguir
más cosas de un hombre feliz, entonces no tenía nada más que esperar.

La primera vez que oyó la palabra puta fue cuando su madre encontró a su
padre muy feliz gozando en la cama de su secretaria, sin duda cabía tener
cualquier otro oficio y también ser una puta, había que ir con cuidado,
podía tocarte cualquier tipo de esposa despechada y acabar siendo la puta
secretaria calva.

No había elegido ser así, era su camino, nunca fue muy inteligente pero
había tenido lo que quería con solo pedirlo. Pero dedicarse a lo que se
dedicaba era mucho más: la adrenalina, el poder de controlar todo
aquello, de sentirse dueña de sus carnes y sus deseos, estar siempre
hermosa y llena de olores, era magnífico; aunque como cualquier trabajo
tuviese sus contratiempos con ellos era la reina.
Ese día esperaba su mejor cliente. Vestido cliché, como ella; no se pintó
los labios de rojo, sino marrón, color de moda. El pelo debía ser largo y los
tacones negros, estaba casi establecido. Aretes grandes y medias finas,
podía regresar sin ellas.

Pensar en el nuevo hotel y las citas de la semana la tuvo media hora


mirando una estatua sin darse cuenta. Cuando se descubrió a sí misma,
intentó ignorarla, pero sus pensamientos hicieron lo contrario. Era
hermosa, una mujer grande, quizás una heroína, llevaba pantalón y
camisa, una escopeta al hombro, y ojos vacíos, claro, eran de piedra.
Puede que haya salvado vidas y creado una revolución; una gran mujer, de
las que se quedan para los libros de historia y de la que escriben los
poetas.

Quiso ser ella, renacer en otra época y con otro nombre, otra familia y
otro cerebro, más astuto y valiente, más capaz. Saber montar a caballo y
rebelarse contra todos, incluso contra ella misma; solo quería eso, le
hubiese impedido acabar como acabó, ser como era y estar allí. Si fuese
esa mujer podría conformarse y ser feliz. Le hubiese impedido irse aquella
tarde a follar con el ministro, pero no, ella era una puta cualquiera con un
nombre común, que no dejaba escapar un día de trabajo.

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