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Jorge García Badaracco: "Necesitamos ídolos para


levantar nuestro ego"
Es uno de los grandes referentes de la psiquiatría argentina. Estudió con Lacan,
Houssay y Leloir. En este reportaje asegura que la identidad del tango que nos
representa es "la de un pobre diablo"
9 de octubre de 2005

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Pocos profesionales en la Argentina pueden decir que estudiaron con Jac­ques


Lacan, en París, o con los premios Nobel Bernardo Houssay y Federico Leloir, en
Buenos Aires. Jorge García Badaracco es uno de ellos. A los 81 años, este médico
psiquiatra y psicoanalista, que se recibió en la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires con diploma de honor, es todo un referente. El 21 de
junio de este año, en el Aula Magna de la Academia Nacional de Medicina, recibió
el premio Maestro de la Medicina Argentina: la consagración de una trayectoria,
el reconocimiento público a la labor de toda una vida.

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En su casa de Libertad y la avenida Alvear, el estudioso de la mente humana
recibió a la Revista. Se instaló en su biblioteca –donde hay tantos libros de
psiquiatría como de arte–, y desde su sillón de cuero marrón cada vez que tuvo
que responder a una pregunta se tomó su tiempo para pensar. Su interlocutor
siente, percibe, que por esa cabeza circulan sin cesar reflexiones, ideas, hipótesis;
un cúmulo de valiosos pensamientos.

–Doctor García Badaracco, cuando uno reflexiona acerca de la


situación de este país tan "psicoanalizado" descubre que, a diferencia
de otras generaciones de dirigentes, la actual (empresarios, políticos,
médicos, deportistas) no ha sido ajena a la terapia. ¿Qué tipo de
terapia habrán hecho estos dirigentes que no entendieron su
responsabilidad social? Y también, ¿qué responsabilidad les cabe a los
psicoanalistas?

–La pregunta es muy interesante, pero a un experto como yo, en psicoanálisis o


psicoterapia, es pedirle demasiado. Creo que hay muchas personas que utilizan el
psicoanálisis para poder vivir mejor ellos mismos y su familia, y poder transmitir
bienestar. Otra gente utiliza la terapia para otras cosas.

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–¿Por ejemplo?

–En una época, "vivir mejor", entre comillas, era que a uno le importaran muy
poco los demás. Se decía, por ejemplo, que estar bien analizado era disfrutar de la
vida. Para ciertos psicoanalistas, en cierta época, lo más importante era la
satisfacción sexual, porque Freud había hablado mucho de eso, sin darse cuenta
de que uno puede hacer zafarranchos muy grandes buscando solamente la
satisfacción sexual personal. La manera de entender lo que puede tener de bueno
psicoanalizarse es tan diversa que resulta difícil saber para qué la utilizaron los
políticos. Por ejemplo, para justificar cosas injustificables, podría ser una
respuesta.

–¿En algún momento, en alguna reu­nión con sus colegas, se


preguntaron si será que ustedes no les habrán "sacado" la culpa?

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–Fíjese en lo siguiente: Freud descubrió que el sentimiento de culpa no solamente
puede ser consciente sino también inconsciente. El sentimiento de culpa puede
ser un factor de enfermedad, enfermante; es decir, producir angustia, bloquear
posibilidades de hacer cosas. Eliminar ese sentimiento de culpa era un objetivo
del psicoanálisis. Hay ciertas personalidades que eliminan sus sentimientos de
culpa y son capaces de hacer daño sin darse cuenta. Es el típico psicópata que
aparentemente no tiene culpa de nada. Todo se justifica. Utiliza, en ese sentido,
todo lo que serían interpretaciones para justificar cualquier cosa.

–Y nuestra necesidad de tener ídolos, tan continua; la de mirar todo el


tiempo a Maradona, ¿tiene que ver con problemas de autoestima?

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–Habría que pensarlo más, pero yo creo que no hay país en el mundo que sea
representado por alguien como lo es Maradona respecto del nuestro. Es evidente
que en el mundo, durante años, si alguien hablaba de la Argentina, se le
respondía: "¡Ah, Maradona!". Como si Maradona representara a la Argentina. No
conozco casos similares, salvo el de Napoleón, en Francia.

–Pero los franceses no necesitan de Napoleón para sentirse fuertes.

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–Ya no. En su momento... quizás.

–Volviendo a la pregunta anterior, ¿necesitamos emular figuras


porque nos sentimos inferiores?

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–Padecemos de anomia, que es la falta de valores culturales. Porque la Argentina
no era un país respecto del cual se pudiera hablar de anomia. Ha ido ocurriendo
una mediocrización. Por ejemplo, la pobreza se fue generalizando. La falta de
formación de la personalidad se vincula con la escuela. El deterioro de la
educación en general es algo que todo el mundo ve cada vez con más pena, con
preocupación y con alarma. ¿Adónde vamos y cómo vamos? Se puede concluir
diciendo que los argentinos necesitamos esas figuras para levantar nuestro ego,
bastante deteriorado.

–¿Se puede hablar de la sobrevaloración como signo de debilidad?

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–Desde ya. Ese es un mecanismo psicológico individual. La persona que se siente


insegura trata de agarrarse de algo para poder figurar, para poder aparecer como
alguien mejor, con mejor imagen. Creo que en ese sentido somos un país muy
joven. Nuestra historia es mucho más corta, y la identidad argentina no es tan
fuerte como la de un francés, un italiano. Italia tiene el Dante, los ingleses tienen
a Shakespeare, y los alemanes tienen a Goethe. Nosotros tenemos un poquito,
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pero es mucho menos. Además, tampoco sabemos valorar bien lo que tenemos.
Entonces, se da un conjunto de factores como para que los argentinos no
tengamos un respaldo, ni como historia ni como identidad.

–Usted habla de la historia como respaldo, como patrimonio.

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–El tango es una identidad. Que tiene que ver con cosas muy actuales, pero no
tanto como toda una historia. O bien, a lo mejor, el tango representa a un ser al
que le pasan las cosas más terribles: la mujer lo abandona, está solo en el
mundo... Sí, es una identidad, pero francamente, como carta de presentación, es
la de un pobre diablo. Fíjese en el caso de los adictos. Ellos tienen la posibilidad o
la capacidad de hacer de eso una identidad propia. Los muchachos y las chicas
jóvenes a veces utilizan el ser adictos como una identidad, que los hace sostenerse
unos a otros; tiene códigos propios, un lenguaje...

–Es interesante: la adicción como identidad...

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–La adicción provoca complicidades. Saber que hay otros como yo me ayuda a
sostenerme como adicto.

–Ahora bien, ¿hay sociedades más adictas que otras? ¿La sociedad
argentina es adicta a los resultados más que a la tarea?

–Yo diría, por ejemplo, que un gol es un resultado, pero se transforma en


importante en la medida en que el que hace más goles es el que va a ser
seleccionado para formar parte de un equipo, y va a poder ser utilizado para
ganar plata con ese espectáculo. Es decir, se valora el resultado de un gol. El
resultado de un científico que trabaja anónimamente, o cuyo trabajo es poco
conocido, no se valora porque ese resultado no puede ser utilizado de la misma
manera que el gol. Yo creo que el resultado, en última instancia, tiene mucho que
ver, en una sociedad capitalista, con la posibilidad de usarlo económicamente.

–¿Usted piensa que somos una sociedad espasmódica, en cuanto a que


pasamos de sentirnos maravillosamente bien a sentirnos mal?

–Sentirnos bárbaro o sentirnos mal en psiquiatría o en psicología es lo que se


llama una condición bipolar. Es lo que antes se llamaba maníaco-depresivo: el
pasar rápidamente de períodos en que todo está bien a otros en los cuales todo
anda pésimo.

–¿Somos un poco bipolares?

–Sí, uno podría decirlo; pero creo que esta bipolaridad se explica en alguna
medida por lo que ya comentamos: por la necesidad que tenemos de hacer goles
para levantarnos el ánimo. Cuando la Argentina gana en los campeonatos
mundiales de fútbol, nos ponemos todos contentos. En cambio, cuando no gana,
nos venimos abajo. Si todos los argentinos estamos demasiado pendientes del
resultado, de los goles, necesariamente vamos a ser bipolares. Ahora bien, esa
enfermedad está fabricada. No existe la enfermedad bipolar. Existen las personas
bipolares, que lo son porque tienen poca seguridad en su propia autoestima.

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–¿Se cura?

–Es un síntoma que se cura desarrollando recursos propios, psicológicos, para


tener más seguridad en uno mismo. Por eso digo que a eso que desaparece
cuando uno tiene más seguridad en uno mismo no lo podemos llamar
enfermedad.

–Pensando en el futuro, en la descendencia, ¿usted cree que los


padres tenemos los hijos que nos merecemos?

–No me gusta esa manera de decirlo. Porque eso es culpabilizar, y a mí me parece


que culpabilizando no vamos a ninguna parte. Al contrario, estamos echando leña
al fuego.

–¿Como lo diría usted? Insisto: ¿los hijos son o no son el resultado de


los padres?

–Sí, pero de una manera muy indirecta. Porque también está la frase: "Los hijos
son los hijos de la vida", que utilizan a veces los padres para desresponsabilizarse.
Hay padres que a veces se van percatando de en qué medida pudieron ser causa
de algo malo para los hijos, y entonces dicen: "Bueno, pero a mí no me
enseñaron". Y es cierto. Yo creo que tendría que haber escuelas para padres a fin
de poder desarmar los aspectos enfermantes que han podido filtrarse, sin querer
y sin darse cuenta, en la relación con los hijos. Los hijos son resultado de los
padres, de los maestros, de las escuelas, de lo que ven en la televisión, de la
sociedad en que vivimos...

–Le amplío la pregunta y la remito a los políticos. ¿Nosotros tenemos


los políticos que nos merecemos? ¿Son el reflejo de los argentinos
como sociedad?

–En la medida en que los elegimos democráticamente, sí. Desde ya. Yo creo que
los argentinos tenemos que dejar esa tendencia de echarles las culpas a otros.
Pero lo que creo que es que no sabemos todavía cómo hacer para intervenir de
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modo que las cosas cambien, y entonces criticamos. Pero las críticas no actúan
para cambiar las cosas.

–¿Habla de la crítica como adicción?

–No sé; en algunos podrá ser una adicción; si bien hay que criticar lo criticable,
después de muchos años de muchas críticas, si nada cambia, uno tendrá que
aprender que a lo mejor esa crítica generalizada no sirve para cambiar las cosas.

–Finalmente: ¿cuál sería su diagnóstico?

–Evidentemente, las nuevas generaciones no han tenido maestros en nosotros. Y


por eso los jóvenes, en cierto modo, nos desprecian. No hay maestros para los
jóvenes. Creo que en eso teníamos una responsabilidad, y hemos fracasado.

Para saber más


www.acamedbai.org.ar
www.terapiafamiliar.org.ar

Perfil
El maestro

• Jorge García Badaracco se recibió en la Facultad de Medicina de la UBA con diploma de


honor

• En el ’62 tuvo la idea de realizar reuniones multitudinarias en su sala del hospital Borda,
con pacientes, familiares, enfermeros y profesionales, para luego crear la Comunidad
Terapéutica Psicoanalítica de Estructura Multifamiliar.

• En 1964 inauguró el primer hospital de día psiquiátrico de la Argentina, piedra fundamental


de una nueva forma de psiquiatría psicoanalítica.

• Fue iniciador de la Sociedad Argentina de Terapia Familiar.

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