Está en la página 1de 82

Y EMPEZÓ LA QUINTA CRUZADA: 1218

FRNCISCO SUÁREZ SALGUERO


Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer
la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho
valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-
formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-
vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de
algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-
juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este
libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse
ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se
reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,
etc.

~1~
~2~
A MODO DE PRÓLOGO

UN MILLÓN DE BESANTES Y UNAS IDEAS COMO DE OTRO MUNDO

Desde que se remontó la primera década del siglo XIII y prosigue ya avanzada la se-
gunda, en Occidente empiezan a alzarse algunas voces críticas, cada vez en mayor nú-
mero y en creciente rumor, analizando la situación de la cristiandad.
Fue un fiasco la cuarta cruzada, la de 1198 a 1204, y vergonzoso el aprovechado sa-
queo perpetrado por lo latinos en Constantinopla. Resulta sangriento el ataque a los cá-
taros emprendido bajo el nombre de cruzada albigense. Los enfrentamientos entre Fran-
cia e Inglaterra son de guerra abierta y con pinta de perdurable. Alemania irradia inesta-
bilidad política. Italia se atomiza y desmorona como vaporosa. La Península Ibérica es-
tá en su Reconquista contra los musulmanes, pero en Oriente parece que ya no hay por
qué pensar en liberar nada, ni siquiera la Ciudad Santa de Jerusalén que alberga los
Santos Lugares, aún en poder de los ayubíes desde que Saladino atravesó sus puertas y
se adentró por sus calles en 1187.
Siguen yendo peregrinos a Jerusalén y no son pocos los que habiendo hecho pagos de
la correspondiente estancia han de ganarse la vida de mil variopintas maneras, en las
posibles y emprendedoras iniciativas que en no pocos casos es enrolarse en tropas como
mercenarios.
Las órdenes militares de templarios, hospitalarios y del Santo Sepulcro mantienen du-
rante estos años sus actividades gracias a las rentas que les llegan desde sus encomien-
das europeas, pero dando la impresión de que ni a la Santa Sede ni a los monarcas o
príncipes les importara recuperar Jerusalén, como si ya fuera un hecho renunciar a la
Ciudad Santa. La tensión por este hecho entre las órdenes militares parecía incentivarse
en el ya ancestral odio que se profesaban templarios y hospitalarios, un odio o actitud
nada cristiana que estalló de modo violento en 1217, cuando se fueron produciendo en-
frentamientos armados en las calles de algunas ciudades palestinas, con muertos por
ambos bandos. La animadversión recíproca ya no habría de desaparecer.
El Papa Inocencio III, tal vez a petición de los templarios antes de esos sucesos, de-
cidió predicar una nueva cruzada, ahora sí sin ambages contra el Islam; pero mientras la
estaba preparando murió, en 1216, sin haber llegado propiamente a convocarla. Lo hizo
su sucesor, Honorio III, de inmediato. Los templarios fueron pronto informados y pu-
sieron en marcha una gigantesca campaña en busca de fondos para financiarla. El éxito
fue considerable. En apenas un año lograron recaudar la fabulosa cifra de un millón de
besantes, la moneda de oro bizantina, que se mantenía en su prestigioso valor,1 con los
cuales iniciaron la construcción de la que iba a ser su más imponente fortaleza en Israel
o la Palestina de entonces, el famoso Castillo Peregrino (Chateau Pelerin), en la loca-

1
El besante, tanto de plata como de oro, era la moneda que de antiguo y de procedencia bizantina se lla-
mó solidus y que aceptaban por igual en Oriente y en Occidente, incluso los musulmanes.

~3~
lidad costera de Atlit,2 unas pocas millas al sur de la ciudad de Haifa, donde hasta en-
tonces sólo tenían una atalaya denominada Torre Destroit.

Un hospitalario (el de blanco) y un templario (el de negro)

A la llamada del Papa respondieron franceses, alemanes, austríacos y húngaros, sien-


do el rey Andrés II de Hungría (1205-1235) quien se puso a la cabeza de la expedición
cruzada, dejando su reino al cuidado y custodia del maestre templario de Hungría, el ca-
ballero Pons de la Croix. El volumen de tropas era considerable, pero la logística fue un
desastre. Nadie había previsto la manera en que tantos soldados iban a desplazarse al
otro lado del Mediterráneo, de manera que cada cual hizo el viaje como pudo, de un mo-
do más improvisado que organizado, diríase que hasta con no poca ingenuidad. Las tro-
pas que lograron ir llegando a Palestina se fueron concentrando en San Juan de Acre,

2
La ciudad estuvo bajo control de los cruzados hasta 1291 y en la actualidad aún son visibles las ruinas
de la ciudadela.

~4~
donde templarios y hospitalarios aguardaban aparentemente unidos para sumarse a ellas.
Eran bastantes las fuerzas, pero no poco dispersas; y además cada grupo obedecía sólo a
su señor, con lo que no hubo manera de organizar una fuerza homogénea. Además, el
rey Andrés de Hungría se marchó enseguida: apenas tocó Tierra Santa, se dedicó a com-
prar todo tipo de reliquias (hasta una tinaja con la que Jesús convirtió el agua en vino en
las bodas de Caná). Declaró que ya había cumplido su voto de cruzado y regresó a su
reino.
En las últimas semanas de 1217 siguieron llegando más y más cruzados hasta que su
número fue considerado suficiente para emprender la campaña militar. Con muchas reti-
cencias por parte de los nobles llegados de Europa, al fin se decidió que Juan de
Brienne, rey Juan de Jerusalén entre los años 1210-1225, dirigiese el ejército.3
La campaña militar de la quinta cruzada tenía como objetivo Egipto, donde radicaba
el poder del Imperio Ayubí, del que habrían de empoderarse los mamelucos. El plan
consistía en destruir las bases musulmanas en el delta del Nilo e intentar la conquista de
El Cairo. La ocupación de la ciudad portuaria y costera de Damieta, en el gran brazo
oriental del río, era vital para continuar hacia El Cairo. Los cruzados llegaron al delta en
la primavera de 1218. Durante un año, en el que sufrieron todo tipo de penalidades, se
mantuvieron firmes, hasta que el 21 de agosto de 1219 –ya lo adelantamos– decidieron
ocupar Damieta. Como solía ser habitual, templarios y hospitalarios fueron los primeros
en lanzarse al asalto. El resultado en vidas humanas fue de 50 templarios y 32 hospi-
talarios muertos, siendo rechazado el ataque de los caballeros por parte de los musul-
manes.
Dos testigos de excepción estaban presentes ese año en el delta del Nilo. Por un lado,
el templario alemán Wolfram von Eschenbach, a quien le impresionó tanto el arrojo de
sus hermanos en la Orden que a su regreso a Alemania escribió el poema épico Parzival
(Parsifal), en el cual convirtió a los templarios en los guardianes del Santo Grial.
3
Luego fue emperador latino de Constantinopla, entre los años 1229-1237, siendo este último el año de
su muerte. Adelantamos algo de este personaje a continuación resumidamente.
Juan fue el hijo más joven del conde Érard II de Brienne (muerto en 1191) y de Inés de Montfaucon o
Montbéliard (muerta en fecha posterior a 1186). Pasó la mayor parte de su vida como un noble de regular
importancia hasta que hizo amistad con el rey Felipe II Augusto de Francia, el cual, en 1210, le arregló el
casamiento con María de Montferrato, reina de Jerusalén (muerta en 1212). Juan llegó a San Juan de Acre
el 13 de septiembre de 1210 y su matrimonio se celebró al día siguiente, siendo luego coronado como rey
de Jerusalén en Tiro el 3 de octubre. Cuando murió la reina María, Juan fue nombrado regente de su pe-
queña hija, Yolanda de Brienne, que heredó la corona como Isabel II de Jerusalén en 1225, siendo con-
sorte del emperador Federico II del Sacro Imperio Romano Germánico, además de rey de Sicilia y por su
matrimonio rey de Jerusalén. En 1214 se casó Juan de Brienne con la princesa Estefanía de Armenia, hija
del rey armenio León I (muerto en 1219), y después tuvo un hijo con ella, un hijo al que llamaron Juan.
Como regente de Jerusalén, Juan pactó una tregua de cinco años con el sultán Al-Adil I de Egipto y
Siria, en julio de 1212. Durante la tregua, persuadió al Papa Inocencio III para que se pusiera en marcha
la quinta cruzada, de modo que tuviera el necesario apoyo el reino de su hija. Así, ya en 1218, con la
quinta cruzada puesta en marcha, Juan de Brienne se unió al ejército cruzado de Occidente dirigiéndose
en expedición hacia el puerto egipcio de Damieta. Ya veremos en su momento cómo tras una disputa o
fuerte discusión con el legado pontificio Pelagio Galvani (Pelayo Gaitán), saldrá Juan de Egipto, en
febrero de 1220, volviendo luego en julio de 1221, cuando presenciará la humillante derrota de los
cruzados en Damieta.

~5~
El otro testigo de primer orden allí fue Francisco de Asís, a quien ya en vida todos
consideraban Santo. Francisco viajó hasta allí desde Italia estando convencido de que
mediante la palabra y la buena voluntad se podía poner fin a tantas muertes y a tantas
guerras. En aquella plétora de guerreros, mercenarios y aventureros, el Santo de Asís
debía de ser el único que creía realmente que los conflictos podían resolverse mediante
el diálogo y el entendimiento mutuo. A los templarios, las ideas de Francisco de Asís
debieron de parecerles como de otro mundo. Ellos eran los guerreros de Dios, los sol-
dados de Cristo, y estaban allí para defender a la cristiandad y para matar musulmanes.
Así constaba en el discurso cisterciense y de ardiente cruzado que les dedicara San Ber-
nardo de Claraval en su momento y eso era lo que les habían enseñado y para lo que
estaban aleccionados. Esa era la disciplina militar por la que servían a Dios.
El asedio de Damieta acabará de manera inesperada. Los defensores musulmanes, ais-
lados y sin alimentos, fueron muriendo de hambre y de enfermedades. Allí falleció,
víctima de la fiebre, Guillermo de Chartres, decimocuarto gran maestre del Temple, en
1219. Cuando los cruzados se dieron cuenta de lo que estaba pasando, se acercaron con
cautela a la ciudad y la tomaron sin apenas lucha. Ya no quedaban hombres vivos o
sanos. El sultán de Egipto ofreció un pacto: entregarles Palestina a cambio de la paz y
de la devolución de Damieta, además de reintegrarles la Vera Cruz (que lo mismo no la
tenía).
No habrá acuerdo y se reanudarán las tensas hostilidades. Los cruzados dominaban
parte del delta del Nilo, pero estaban atrapados en un terreno pantanoso que además se
inundaba cada año con las crecidas del río. Lo veremos. En el verano de 1220 –aquí lo
adelantamos– los musulmanes abrirán las presas y canales aguas arriba y toda la zona se
inundará, causando un enorme desconcierto en los cruzados e iniciando una desordena-
da retirada. Miles de musulmanes cayeron sobre ellos provocando una gran matanza.
Los cruzados capitularon y abandonaron Egipto. La Vera Cruz, que el sultán había
ofrecido devolver a los cristianos, no aparecerá.
Los términos de la rendida capitulación de los cruzados supusieron la posesión de Da-
mieta por Malik Al-Kamil, hijo y sucesor de Al-Adil, con la aceptación de un acuerdo
de paz comprendiendo tregua de 8 años. Así, la quinta cruzada será para nada, una cru-
zada inútil y en vano, una liosa y fatigosa empresa causante de muchos sufrimientos y
muertes que apenas alteró el equilibrio de poder entre cristianos y musulmanes.
Lo mejor de cuanto podemos contar es lo referente a Francisco de Asís y los fran-
ciscanos, aun viendo fracasar sus misiones extranjeras por la paz al menos según todas
las apariencias.
De San Francisco, antes de embarcarse en la liosa cruzada pasado el invierno de 1218,
no olvidemos aquella comparecencia y memorable predicación suya ante el Papa Hono-
rio III y la consecuente concesión pontificia del cardenal Hugolino, futuro Papa Grego-
rio IX, como protector de la Orden de los Menores. Francisco de Asís y Domingo de
Guzmán se reunieron en casa del cardenal. Y éste se hizo cargo de las clarisas.
Santo Domingo de Guzmán había llegado a Roma a finales de enero de 1218 para
dirigir desde allí la expansión de la Orden, y consiguió de Honorio III una bula (11 de
febrero) recomendando a los Hermanos Predicadores la observancia del propio carisma:
“Que exponen fiel y gratuitamente la Palabra del Señor, valiéndose sólo del título de

~6~
pobreza”. Por encargo del Papa y con ayuda de Hugolino, el Santo español estaba
tratando de reunir en un único monasterio a todas las “reclusas” de la ciudad, así que
no es de extrañar que se encontrara con San Francisco por ese tiempo, en casa del carde-
nal. Poco después, Francisco regresaba a Asís, Domingo marchó a visitar la nueva fun-
dación de Bolonia, y el cardenal se dispuso a recorrer el centro y norte de Italia, en cali-
dad de legado pontificio. De camino pasó por Asís, y allí pudo ver, emocionado, en
cuánta pobreza y alegres en la caridad vivían los hermanos franciscanos. Su encuentro
con Clara en San Damián también le dejó un recuerdo imborrable, como confesará des-
pués, en una carta que a ella le enviará.

San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán con el cardenal Hugolino

Hugolino y Santo Domingo de Guzmán estarán en el Capítulo General de los francis-


cano en Pentecostés, reunido en la Porciúncula, el 2 de junio del año 1218. Estos pri-
meros Capítulos franciscanos fueron llamados “de las esteras”, porque los hermanos o
frailes estaban repartidos junto a la iglesia de la Porciúncula en cobertizos de esteras. Al
de 1218 asistieron unos mil frailes y también el cardenal Hugolino, que estaba en Peru-

~7~
gia, y Santo Domingo, que regresaba de Bolonia con algunos compañeros. El prelado
presidía las Eucaristías y predicaba a los hermanos, gozoso de verlos por el suelo, en
grupos, hablando de las cosas de Dios, en oración u ocupados en otras actividades y
servicios. “Realmente –decía– éste es el campamento de Dios”. En su discurso de aper-
tura, Francisco les habló, diciendo: “Grandes cosas hemos prometido, mayores se nos
prometen a nosotros”, y los animaba a la fidelidad a la Iglesia, al amor fraterno, a la pa-
ciencia en las dificultades, a la pureza y castidad angélicas, a la paz y mansedumbre con
todos y a no preocuparse por el comer, el beber o el vestido, pues Cristo Buen Pastor
cuida de todos. Santo Domingo no comprendía cómo un grupo tan numeroso podía vivir
tan despreocupado, pero pronto comprobó que gentes de toda la región venían a pre-
senciar aquella inaudita asamblea y cada cual traía para los hermanos algo de comer y
de beber, y los servían. Desde entonces se hizo el propósito de observar la pobreza
evangélica, y un año más tarde, en París, la hizo abrazar a sus hermanos, recono-
ciendo que lo hacía animado por el ejemplo de Francisco. Tanto le impactó el Capítulo
de los Menores que, en 1220, convocó en Bolonia el primero de su Orden, para el día de
Pentecostés.
El Papa Honorio III emitió la bula “Cum dilecti” favoreciendo a los Frailes Menores,
el 11 de junio de 1218. Los hermanos se quejaban a Francisco de que muchos obispos
no les dejaban predicar ni residir en sus diócesis, pero él se resistía a pedir ningún “pri-
vilegio” a la Curia, convencido de que al clero había que ganárselo con la humildad y el
buen ejemplo. Pero tuvo que rendirse a la evidencia. El fracaso de la misión anterior y la
probable presión de Hugolino dieron como resultado una bula de Honorio III, por la que
recomendaba lo procedente a todos los obispos respecto a los Hermanos Menores, los
cuales, “después de abandonar las vanidades del mundo, han escogido un camino de
vida merecidamente aprobada por la Iglesia romana y, según el ejemplo de los após-
toles, se esparcen por las distintas partes del mundo, sembrando la semilla de la Pala-
bra de Dios”. Así pues, concluido el Capítulo, los hermanos volvieron a sus provincias
con copias de esta bula, y de otras cartas comendaticias del cardenal Hugolino y de
otros cardenales. Los ministros franciscanos recibieron también la facultad de aceptar
candidatos a la Orden, reservada hasta entonces exclusivamente a San Francisco. Esta
vez no tendrán tantas dificultades para establecerse en otros lugares, principalmente en
los distintos reinos de la Península Ibérica (Aragón, Navarra, Castilla, Portugal), en
Francia y en las zonas de los Balcanes.
Contaba fray Esteban, compañero de San Francisco entre 1217 y 1219, que el cardenal
Hugolino, de paso por Asís, se despidió de San Francisco con estas palabras: “Te enco-
miendo a aquellas Damas”, refiriéndose a Santa Clara y sus compañeras, que vivían en
San Damián. A lo que él, muy gozoso, exclamó: “Desde ahora quiero que se llamen
Damas pobres, como acabáis de decir, y no Hermanas”. Nunca le gustó que las llama-
ran así. Irónicamente solía decir: “El Señor nos quita las esposas y el diablo nos da her-
manas”. El mismo fray Esteban contaba que Francisco nunca fue partidario de fundar
nuevos monasterios femeninos, y que estos surgieron por iniciativa de otros. En la co-
nocida como leyenda franciscana de Los Tres Compañeros se dice, efectivamente, que
muchas vírgenes y viudas, movidas por la predicación de los hermanos, acudían a ellos
en busca de consejo y de ese modo fueron surgiendo monasterios de clausura donde pu-

~8~
diesen vivir en penitencia, en la debida y correcta atención espiritual de visitador y
animador. El visitador era fray Felipe Longo, pero al Santo Francisco no le parecía bien
y fue sustituido por el cisterciense fray Ambrosio, del séquito del cardenal Hugolino, el
cual, como demuestran algunos hechos posteriores al Capítulo General de 1218, se hizo
cargo directamente de las nuevas fundaciones.

~9~
~ 10 ~
AÑO 1218

~ 11 ~
TOLEDO
(REINO DE CASTILLA)
DON RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA Y LA RECONQUISTA
El Papa Honorio III, a 30 de enero de este año 1218, otorgó nombramiento de legado
pontificio para la cruzada española a don Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de To-
ledo y primado de España, si bien sigue sobreseído este título (suspendido o desplazado,
hasta más ver) en la Santa Sede. La legacía pontificia del arzobispo toledano don Rodri-
go se hace valer para diez años.
Tras los hechos que condujeron a la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212, podemos
recordar de los años 1213 y 1214 que la campaña militar emprendida contra los moros
se prolongaba en esos años, dirigiendo el arzobispo toledano, sin desatender sus obliga-
ciones religiosas, las operaciones militares desde Calatrava,4 afrontando además las difi-
cultades de la hambruna desatada y la peste que asolaba por doquier.5 El rey Alfonso
VIII, después de la batalla de Las Navas de Tolosa, afrontaba la conquista de Alcaraz,6
llevando su campaña militar hacia Levante.
En 1214, junto al rey Alfonso VIII, estaba Rodrigo Jiménez de Rada en Burgos, sin
sospecharse entonces que el rey castellano moriría poco después, como podemos recor-
dar, siendo luego en menos de un mes la muerte de la reina Leonor. Sabemos cuanto pa-
só luego, durante el reinado del muy joven Enrique I, muerto accidentalmente en 1217,
con 13 años de edad.
Enrique había sido tutelado y regentado por su hermana Berenguela, aunque pronto
intrigaron inmiscuyéndose en todo los Lara, sobre todo Álvaro Núñez de Lara, valién-
dose de la autoridad real más en beneficio propio que como verdadero servicio a Cas-
tilla. Rodrigo entonces se apartó (fue apartado) de la corte y regresó a Toledo ciñéndose
a su cargo eclesiástico.
En 1215 asistió al IV Concilio de Letrán celebrado en Roma. Allí se trató de la orga-
nización de la quinta cruzada hacia Oriente, la que ciertamente se pone en marcha ya
decididamente en este año 1218. En aquel Concilio, sin dejar de expresarse como pri-
mado de España, intervino Rodrigo exponiendo que tan importante como la cruzada en
Oriente es la cruzada en Occidente, no sólo la albigense (o las nórdicas) sino también la
de España, la de la Península Ibérica contra los almohades y en su proyección afri-
4
Todavía Calatrava la Vieja (Ciudad Real).
5
Ir a Epílogo I.
6
Actualmente en la provincia de Albacete.

~ 12 ~
cana.7 La exposición de Rodrigo en su intervención hizo que el Papa Inocencio III le
concediera ponerse al frente de la cruzada en España: que los reinos peninsulares lleven
a cabo su propia guerra de cruzada contra los almohades, distrayendo y diversificando
así a las fuerzas musulmanas del exclusivo centro bélico en Tierra Santa. Dos años des-
pués, en 1217, viajó Rodrigo otra vez a Roma, estando ya en la Santa Sede Honorio III,
para dirimir el pleito sobre la primacía española de su sede toledana, asunto que quedó,
como ya antes hemos dicho, nuevamente sobreseído. Pero sí nombró Honorio III a Ro-
drigo Jiménez de Rada –como dijimos– delegado pontificio para la cruzada española
contra los almohades durante diez años.
Pasado el mes de enero de este año 1218, regresó de Roma el arzobispo toledano, in-
vestido de sus poderes como legado pontificio cruzado. El trono de Castilla es ahora de
Fernando III, hijo de Berenguela y del que fue su marido Alfonso IX de León. Los
disturbios que siguieron a su coronación fueron apaciguados con la derrota militar de
los Lara por las tropas de Berenguela y con los acuerdos de paz entre Castilla y León, en
los que Rodrigo tuvo gran parte. A partir de este momento, como canciller del reino, se
prevé que Rodrigo sea un personaje influyente y del todo referente en la corte del rey
Fernando.8
Ya seguiremos viendo el desenvolverse de la Reconquista en el marco de la cruzada
española encomendada por la Santa Sede al arzobispo de Toledo y primado de España
(título no negado, aunque ahora sobreseído) don Rodrigo Jiménez de Rada.
También podemos destacar que en estos años se ocupa también el arzobispo don Ro-
drigo de la diócesis de Segovia, pues esta diócesis, regida por su obispo Gerardo, anda
con problemas, tantos que Gerardo ha sido destituido y retirado de su sede por incapaci-
dad y enajenación mental, debiendo hacerse cargo el arzobispo toledano.9

7
Como no podía ser de otra manera, Rodrigo Jiménez de Rada también estuvo ocupado en combatir las
herejías albigense u otras que se propagaban desde Francia o por otros territorios europeos, e igualmente
gestionó, con gran celo misionero, el envío de primeros frailes dominicos y franciscanos por el sur pe-
ninsular y hacia Marruecos, aprovechándose de la debilidad y política de tolerancia que fue imperando
entonces, cada vez más, entre los almohades, pues los almohades de ahora ya no eran como los de antes.
8
Rodrigo Jiménez de Rada será ya el canciller del rey Fernando III el Santo hasta su muerte en 1247. El
rey muere en 1252.
9
Gerardo fue obispo de Segovia entre los años 1214-1224, muriendo en 1225. Aparece en el año 1212
como enviado de Alfonso VIII ante Inocencio III para tratar los asuntos referentes a las cruzadas. Fue,
siendo ya obispo, uno de los que dieron sepultura al rey Alfonso VIII en Burgos (octubre de 1214). Un
mes después aparece trocando con el heredero Enrique I la villa segoviana de Fresno de Catespino (que
había sido donada por el anterior monarca a los obispos) por veinte yugadas de tierra, en el lugar
de Magán (Toledo).
En 1215 se falló un pleito existente entre su persona y los vasallos de la villa de Mojados (Valladolid),
propiedad de la diócesis segoviana, sobre jurisdicción y tributos. También de importancia fue la sentencia
que fallaron en diciembre del mismo año los jueces nombrados por el Papa Inocencio III en relación al
pleito entre el obispo, de una parte, y los clérigos y laicos de Cuéllar, Sepúlveda y otras villas de la
diócesis, de otra, sobre costumbres, arbitrios y otras muy diversas cuestiones, con referencias también a
los encierros de toros de Cuéllar. Otros hechos significativos acaecidos durante su mandato son la visita
que hizo a Segovia Santo Domingo de Guzmán en este año 1218, cuando se fundó allí el convento domi-

~ 13 ~
SALAMANCA
(REINO DE LEÓN)
ALFONSO IX CREA UN STUDIUM GENERALE EN SALAMANCA
Debido a las ponderadas dificultades de los leoneses para acceder al Studium Ge-
nerale de Palencia (en el reino de Castilla), Alfonso IX, a 1 de enero de este año 1218,
creó otro Estudio General10 en Salamanca, aprovechando las escuelas catedralicias allí
existentes.11

nico de Santa Cruz (primer convento dominico fundado en España), o la concesión de privilegio que le
hizo el rey Fernando III el Santo al visitar Segovia el 2 de junio de 1221.
Las quejas del controvertido sínodo que Gerardo celebró en Segovia trascendieron mucho, llegando
incluso a alterar algunos ánimos en la Santa Sede. Por eso el Papa Honorio III le retiró de la diócesis por
considerarlo mentalmente enajenado. El Papa nombró administrador apostólico al arzobispo de Toledo
Rodrigo Jiménez de Rada, el cual deshizo las ordenanzas dictaminadas en el controvertido síno-
do. Retirado de su diócesis, el obispo don Gerardo falleció en el año 1225.
10
Studium Generale o Estudio General (Studia Generalia en plural) fue la institución medieval de la que
fueron originándose las primeras universidades europeas características de la cristiandad latina, que vino
a ser la cristiandad occidental.
Desde la Alta Edad Media, tras haber funcionado por breve período de tiempo la Escuela Palatina caro-
lingia de Aquisgrán, de trivium et quadrivium, funcionaban las escuelas monásticas y las escuelas cate-
dralicias, que servían sobre todo para la formación del clero. A falta de otras instituciones educativas,
también acudían a ellas los seglares que deseaban instruirse. Con el tiempo, en reconocimiento de la im-
portancia de su labor, las más notables de estas escuelas recibieron el título de Studium Generale otorgado
por reyes, emperadores o pontífices, cada cual haciendo de mecenas al respecto, otorgándoles rentas para
su mantenimiento. Los Studia Generalia fueron considerados los centros de enseñanza más prestigiosos.
Todo ello se produjo en el contexto del crecimiento urbano y desarrollo socio económico y cultural en
tiempos realmente dinámicos, los denominados del “renacimiento del siglo XII”.
Los Studia Generalia debían cumplir tres condiciones: estar abiertos a estudiantes de cualquier pro-
cedencia geográfica, impartir enseñanza en alguna de sus escuelas o facultades (según trivium y quadri-
vium) y disponer de diferentes maestros para cada uno de los temas objeto de enseñanza. Los más afa-
mados profesores de cada Studium eran animados a desplazarse de unos a otros para compartir sus cono-
cimientos y documentos, iniciándose así la cultura de intercambio y el saber cosmopolita que caracteriza
al espíritu universitario.
11
De este modo, la Universidad de Salamanca se erige, desde su fundación en este año 1218, en la pri-
mera Universidad creada en España, siendo su precursora la del Estudio General de Palencia; ésta fue vi-
niendo a menos mientras la primera fue cada vez a más, con total continuidad como iremos viendo.
La Universidad de Salamanca tuvo su origen en la Escuela Catedralicia de Salamanca, fundada en 1130.
El primer documento oficial, como aquí señalamos, fue expedido por el rey Alfonso IX de León, quien le
concedió en 1 de enero de 1218 la categoría de Estudio General salmantino, “Studii salmantini”. Esta ti-
tulación manifiesta la diversidad de las cátedras impartidas (Derecho Canónico, Derecho Civil, Medicina,

~ 14 ~
REINO DE CHIPRE
MUERE EL REY HUGO I DE CHIPRE
El 10 de enero de este año 1218, del modo que contaremos, murió el rey Hugo I de
Chipre, reino del que tratamos ahora en primer lugar para contextualizar el hecho a rela-
tar.
En la isla de Chipre, el reino de Chipre como tal al que nos referimos resultó, desde el
año 1192,12 de las cruzadas católicas en Oriente, siendo gobernado por la Casa francesa
de Lusignan.13

Lógica, Gramática y Música), la validez de sus títulos; y su carácter público, abierto a todos, tuvo como
pretensión competir con el Estudio General de Palencia, al que Alfonso VIII de Castilla, su fundador y
propulsor, había dado este título en 1208.
Posteriormente, bajo el reinado de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y León, el Estudio General se
convirtió propiamente en Universidad, en su doble carácter de Real y Pontificia, el 8 de mayo de 1254.
Además de los monarcas, diversos Papas favorecerán esta Universidad: Alejandro IV (1254-1261) con-
firmó la titularidad de Universidad, la primera de toda Europa, en 1255.
La institución cultural-universitaria fue concebida según las Siete Partidas de Alfonso X como “ayun-
tamiento de maestros y alumnos”, conforme al espíritu medieval. El rey asignó sus primeras ordenanzas,
dotó sus primeras cátedras estables, como la de música, y creó el cargo de bibliotecario, siendo la primera
Universidad de Europa que toma este nombre y que contaba con biblioteca pública.
Irá funcionando como una corporación autónoma, independiente de la ciudad y del cabildo catedralicio,
participativa y celosa de sus privilegios, disponiendo de sus propias reglas y hasta de sus propias ins-
tituciones penales. El rector podía ser un estudiante elegido por los miembros de la corporación, si bien la
concesión de los grados académicos correspondía a autoridades como el maestrescuela o el canciller. Las
cátedras se asignaban por cooptación, mediante oposiciones públicas acompañadas a veces de asambleas
tumultuarias.
En sus comienzos, las clases se impartían en el claustro de la Catedral Vieja, en casas alquiladas al
cabildo y en la iglesia de San Benito, hasta que a principios del siglo XV empezaron a fundarse colegios.
El primer edificio propiamente universitario fue el Colegio Mayor de San Bartolomé, fundado por el
obispo Diego de Anaya Maldonado, en 1401.
12
Prolongándose hasta el año 1489.
13
Originaria de Poitou, procedente del castillo de Lusignan, próximo a Poitiers, que aún sigue siendo una
de las mayores fortalezas de Francia. Según la leyenda, el primer castillo fue edificado por el hada Me-
lusina. Los señores del castillo eran los condes de La Marche.
Los Lusignan fueron de los que supieron hacer carrera o sacar buen partido de las cruzadas. En la dé-
cada de 1170 a 1180, los hermanos Guido o Guy y Aimerico o Amalarico de Lusignan llegaron a Jeru-
salén, habiendo sido expulsados de sus tierras por los ingleses angevinos. En Tierra Santa, los Lusignan
se aliaron con Reinaldo de Châtillon (muerto en 1187), que encabezada una de las facciones del reino de
Jerusalén, la de los “recién llegados” o “partido cortesano”, enfrentado Reinaldo al conde Raimundo III
de Trípoli (muerto en 1187), representante de las familias ya de tiempos establecida en los estados cru-
zados de Oriente. En 1179 pasó Amalarico a ser condestable del reino, con el apoyo de Inés de Cour-

~ 15 ~
La isla de Chipre fue conquistada en 1191 por Isaac Comneno, un extraño gobernador
local que se autoproclamó emperador bizantino y reclamó allí para sí el Imperio de
Constantinopla. Chipre pasó luego por conquista al rey Ricardo I de Inglaterra, jefe de
la tercera cruzada. Ricardo se la vendió a los templarios y éstos acabaron vendiéndola,
en 1192, al consorte de Jerusalén, Guido de Lusignan, el cual, tras fracasar Ricardo en
la cruzada, podía ser desposeído de la corona por su esposa. Su hermano y suce-
sor, Aimerico I de Chipre (1197-1205), tuvo su confirmación real y su coronación por
parte del emperador Enrique VI del Sacro Imperio Romano Germánico (muerto en
1197).
En Chipre, la minoritaria población católica (vinculada a la Santa Sede Romana) se
agrupó en algunas ciudades costeras como Famagusta, o en el interior como Nicosia (la
capital). Los cruzados cogieron las riendas del poder imponiéndose a los cristianos orto-
doxos, la población autóctona replegada en los campos y bastante más atrasada. En Chi-
pre se siguió y se sigue una política muy parecida a la ejercida por los cruzados en el
reino de Jerusalén.14
Tras la muerte de Aimerico en 1205, el reino de Chipre pasó a manos de una serie de
jóvenes que crecían ya como reyes, siendo entonces cuando la familia de Ibelín, que ha-
bía tenido mucho poder en Jerusalén antes de su caída, y durante la misma, como po-
demos recordar, actuó la regencia durante estos años no poco intrigantes, con su Haute
Cour, etc.15

tenay, madre del rey Balduino IV el Leproso. Guido llegó a ser rey en 1186 como consorte de la entonces
reina Sibila de Jerusalén.
El reinado de Guido en Jerusalén se consideró siempre desastroso, pues hubo de soportar la derrota a
mano de Saladino en la batalla de Hattin (año 1187), teniendo luego que huir Guido a Chipre con casi
todo su reino perdido. En la isla de Chipre, Ricardo Corazón de León, líder de la tercera cruzada, le ven-
dió Chipre a Guido, y éste pasó a ser el primer rey latino de Chipre, sucediéndole después su hermano
Aimerico o Amalarico que también había reinado (nominalmente) en Jerusalén, como consorte de Isabel
de Jerusalén, después de Guido.
La línea masculina de los Lusignan en Oriente se extinguirá en 1267, con Hugo II de Chipre, bisnieto de
Aimerico o Amalarico. Pero Hugo de Antioquía, cuyo abuelo materno había sido Hugo I de Chipre, to-
mará el nombre de Lusignan, creando una segunda línea de la Casa que mantendrá el reino de Chipre has-
ta 1489, así como también en el reino de Jerusalén, en San Juan de Acre, hasta su pérdida en 1291 (tras un
interludio en el que reinarán los Hohenstaufen, entre los años 1228-1268). En el siglo XIII se casan los
Lusignan con las familias del principado de Antioquía y con las del reino armenio de Cilicia.
14
La independiente Iglesia Ortodoxa Chipriota, con su propio arzobispo o patriarca al frente, permaneció
en la isla, pero perdiendo influencia y poder frente a los enseñoreados católicos.

15
La Haute Cour era como la que hubo en Jerusalén pero menos poderosa. La isla de Chipre era más rica
que Jerusalén y socialmente más feudal, por lo que el rey poseía un tesoro personal mayor, cosa que le
permitía mayor independencia de la Haute Cour, aunque abrigaba no pocos temores. La familia de
vasallos más importante fue la extendida y poderosa Casa de Ibelín. Sin embargo, el rey de Chipre en-
traba a menudo en serios conflictos con los comerciantes y mercaderes italianos, sobre todo porque Chi-
pre se fue convirtiendo en centro comercial europeo-asiático y mediterráneo acentuadamente tras la caída
de Acre en 1291.

~ 16 ~
Hugo I de Chipre (Hugo de Lusignan), como ya adelantábamos, murió en este año
1218, el 10 de enero, a sus 24 años de edad, habiendo reinado durante 13 años, desde el
1 de abril de 1205, cuando era menor de edad, al morir y suceder a su padre Aimerico,
siendo su madre Eschiva de Ibelín (muerta en 1196), heredera de los Ibelín poseedores
de señoríos como el de Ramla o Ramala.
Desde su nacimiento, Hugo fue prometido en matrimonio para casarse con Felipa, hija
de los reyes de Jerusalén Isabel y Enrique II de Champaña. Con una serie de maniobras
y compromisos de vinculaciones matrimoniales y de familia se fue pretendiendo unir y
clarificar la sucesión de los reinos de Jerusalén y Chipre. Sin embargo, Enrique de
Champaña murió en 1197, el 10 de septiembre, siendo elegido rey Aimerico (Amalarico
II de Jerusalén), casándose con Isabel de Jerusalén. Los compromisos matrimoniales
respecto a Hugo quedaron cancelados.
Aimerico de Chipre (y Amalarico II de Jerusalén) murió el 1 de abril de 1205, resul-
tando entonces que los dos reinos volvieron a separarse. María de Montferrato (muerta
en 1212), hija de Conrado de Montferrato (muerto en 1192) y de Isabel de Jerusalén
(muerta en 1205), vino a ser reina de Jerusalén bajo la regencia de Juan de Ibelín,
mientras que Hugo se convirtió en rey de Chipre, bajo la regencia de Gautier de Mont-
béliard.
Gautier de Montbéliard fue un fiel regente, aunque severo y codicioso, enriqueciendo-
se durante la regencia. Parece ser que marcó mucho el carácter del joven Hugo. Entre
1206 y 1207 encabezó una expedición militar a Adalia16 para rescatar a su maestro, Al-
dobrandini, amenazado por los turcos. Para fortalecer las alianzas entre los dos reinos,
los dos regentes (de Jerusalén y Chipre) organizaron la boda de Hugo I en septiembre de
1210, no con su antigua prometida, sino con la hermana, Alicia de Champaña y Jeru-
salén. Felipa, que aún no estaba casada, contrajo matrimonio en 1213 con un señor de
la Campaña, Érard de Brienne, señor de Ramerupt y Venizy.
En 1210, a pesar de su codicia, Gautier de Montbéliard dejó la regencia. El rey, lleno
de vergüenza, confiscó sus bienes y lo exilió. Gautier marchó a San Juan de Acre, donde
fue recibido cordialmente, provocando una situación de tensión entre ambos reinos.
Hugo se convirtió en un rey tiránico, a menudo enojado y violento, aunque luego se le
pasaba. Un conflicto sobre el nombramiento de obispos le enfrentó al Papa Inocencio
III, aunque al final cedió y permitió la libre elección en los capítulos, como el Papa se
había encargado de hacerle saber. Para garantizar la defensa militar de la isla, Hugo pro-
movió la implantación allí tanto de la Orden del Temple como de la Orden Hospitalaria
de San Juan de Jerusalén.
Hugo I de Chipre se había casado en Nicosia (septiembre de 1210) con su hermanastra
Alicia de Champaña y Jerusalén, hija de la reina Isabel de Jerusalén, última esposa del
padre de Hugo, y de Enrique II de Champaña, un marido anterior a Aimerico. La pareja
tuvo dos hijas y un hijo, todos Lusignan:17 María, Isabel y Enrique. Éste es quien ahora

16
Ciudad costera en Turquía.
17
Cada cual con sus historias.

~ 17 ~
sucede a su padre como rey Enrique I de Chipre, con su madre en calidad de regente da-
da su minoría de edad (nació en 1217).
Y ahora es cuando contamos, del 10 de enero de este año 1218, en Trípoli, cómo mu-
rió el rey Hugo I de Chipre. Fue en el contexto de una boda, no mucho después de ha-
berse celebrado el correspondiente convite. Era la boda de su media hermana Melisenda
de Lusignan con Bohemundo IV de Poitiers, conde de Trípoli y príncipe de Antioquía.18
Hugo se fue sintiendo mal, enfermó mucho y murió. Recibió cristiana sepultura en Trí-
poli, en la iglesia de los Hospitalarios.19

18
Bohemundo IV de Poitiers, nacido en 1172 y muerto en 1233, fue un noble cruzado descendiente de
la Casa de Poitiers, llegado a ser conde de Trípoli (1189-1233) y príncipe de Antioquía (1201-1216 y
1219-1233), hijo de Bohemundo III de Antioquía el Tartamudo (muerto en 1201) y de Orgueilleuse de
Harenc (muerta en 1175 o después).
Su hermano mayor, Raimundo IV de Trípoli (muerto en 1199), había sido adoptado por Raimundo III
de Trípoli (muerto en 1187) y sucedió a éste, pero su padre (Bohemundo III) prefirió reclamarlo a Antio-
quía, y colocó a Bohemundo IV a la cabeza del condado de Trípoli. Raimundo IV murió en 1199, dejando
un hijo recién nacido, Raimundo Rubén, hijo de su mujer Alicia de Armenia. Pasó que, a la muerte de Bo-
hemundo III, Bohemundo IV descartó a su sobrino de la sucesión y añadió el principado de Antioquía a
su condado de Trípoli.
19
Posteriormente se trasladó su cadáver a Nicosia, a la iglesia de los Hospitalarios.

~ 18 ~
BRUNSWICK (ALEMANIA)
ENTERRADO EN LA CATEDRAL DE BRUNSWICK OTÓN IV
Muy venido a menos, derrotado, avergonzado, frustrado, empobrecido, sin descenden-
cia…, a 19 de mayo, murió en sus dominios alemanes de Brunswick el que fuera
emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y rey de Alemania, Otón IV. Lo fue
entre los años 1208/1209-1215, habiendo sucedido a Enrique VI (muerto en 1197).
Otón tenía 47 años de edad.20 Fue enterrado en la catedral de Brunswick.
Otón IV se había casado en dos ocasiones, sin dejar ninguna descendencia. Su primera
esposa fue Beatriz de Hohenstaufen (muerta en 1212), hija de su rival el duque Felipe
de Suabia. En segundas nupcias contrajo matrimonio con María de Brabante, ahora viu-
da, hija del duque Enrique I de Brabante.21
Era hijo de Enrique el León, duque de Baviera y Sajonia (muerto en 1195), y de Ma-
tilde Plantagenet (muerta en 1189). Fue elegido emperador con el apoyo de los güelfos
(partidarios pontificios), pero tuvo que luchar durante más de una década, desde 1198,
contra su rival, el gibelino (partidario imperial) y Hohenstaufen Felipe de Suabia (muer-
to en 1208).
En 1209, después de unos años de guerra civil y del asesinato de su oponente al trono,
fue coronado rey de Alemania en Aquisgrán, siendo reconocido como tal por el Papa
Inocencio III, quien le exigió a cambio que se comprometiera a reconocer la soberanía
feudal de la Santa Sede sobre el reino de Sicilia, de dominio imperial germano, como
sabemos. Pero las aspiraciones de Otón sobre Sicilia le enemistaron muy pronto con el
Papa, quien le retiró su apoyo a raíz de las campañas militares que emprendió en Italia,
siendo excomulgado.
En 1211 la Dieta de Núremberg decidió deponer a Otón, siendo entonces Federico de
Hohenstaufen el candidato electo para sucederle, como Federico II, nieto de Federico I
Barbarroja y de Roger II de Sicilia. El Papa22 favoreció y aprobó la elección imperial
de Federico II y alentó al rey Felipe II de Francia a luchar contra Otón. Aliado con el
rey Juan I de Inglaterra, el Sin Tierra, tío materno suyo, Otón IV pudo mantener su po-
sición y hacerse valer un poco (de manera forzada) hasta que fue derrotado, al igual que
Juan, en la batalla de Bouvines (julio de 1214), por la fuerza militar impetuosa de Felipe
II Augusto de Francia.
20
Si nació, como se supone, en 1175.
21
María volvió a casarse, con el conde Guillermo I de Holanda, ambos en segundas nupcias. Guillermo
muere en 1222 y María en 1260
22
Inocencio III, el metomentodo, que digo yo, para bien y para mal, lo habitual en esos tiempos de do-
minium mundi.

~ 19 ~
Resumiendo consecuentemente los hechos: Otón IV fue depuesto del todo en la prác-
tica en 1215 y ya tiene del todo sucesión el Sacro Imperio Romano Germánico en la
persona de Federico II Hohenstaufen. Otón IV gobernó en un Sacro Imperio Romano
Germánico muy dividido y en muy complicada situación respecto a Italia.
En las posesiones imperiales de Italia, Otón se esforzó por reconciliar y vincular de-
bidamente a los partidos rivales o a las facciones contrarias, haciéndole muchas conce-
siones al Papa. El 4 de octubre de 1209 le coronó emperador Inocencio III, previo ha-
cerle jurar que respetaría y mantendría todas las posesiones pontificias o de la Santa Se-
de. Pero Otón no tardó en faltar a la palabra dada al Papa, intentando conquistar el reino
de Sicilia, donde reinaba Federico II, hijo de Enrique VI.
Indignado, Inocencio III excomulgó a Otón, el 10 de febrero de 1210; y los nobles
alemanes que quedaban afines a la Casa de Suabia, pensando deponer a Otón, procla-
maron emperador a Federico II. Estaba servida y renovada así la guerra civil. Otón se
apresuró a afianzar su poder en Alemania. Primero convocó una reunión o dieta en Nú-
remberg, para conseguir poner el ducado de Lorena bajo sus intereses, casándose, tras la
muerte de Beatriz, con María de Brabante. Así, las ayudas de su suegro y la del rey Juan
I de Inglaterra fueron fundamentales para resistir los ataques de sus enemigos.
Federico II se vio apoyado en todo momento por el rey Felipe II de Francia e inició
una serie de ataques decisivos. A pesar de estar a la cabeza de un ejército alemán de más
de 120.000 soldados, Otón fue derrotado en Bouvines, en un día que fue el de la victoria
para Francia y el de la derrota para Alemania. Otón corrió por dos veces peligro de ser
apresado, pero logró escapar a todo galope de su caballo, dejándole al vencedor sus te-
soros y su poder imperial por los suelos. Ahora nos queda atender al reinado del em-
perador Federico II.

~ 20 ~
DE BURGOS (CASTILLA)
A ESPIRA (ALEMANIA)
BEATRIZ DE SUABIA, NOVIA PARA EL REY FERNANDO III
Desde Castilla la reina madre Berenguela, deseosa de evitar para su hijo la anulación
matrimonial por consanguinidad, asunto frecuente entre parejas de las monarquías en
estos tiempos, como bien se sabe, envió a Espira (Alemania),23 corte del emperador ger-
mano Federico II, al obispo Mauricio de Burgos,24 con el encargo de pedir la mano de
Beatriz de Suabia (nieta de un emperador germano y de otro bizantino)25 para su hijo
Fernando III. A su vez, teniendo el empeño de construir una gran catedral gótica en
Burgos, el obispo gira visita a la catedral de Notre Dame de París, que está en avanzado
proceso de construcción. Lo mismo visitará también26 las catedrales de Saint Denis, en
Paris, así como las de Ruán y Chartres.27 La gira fue tan del agrado de la comitiva que
se dijeron exaltados: “Esto hay que hacerlo en España. Ya mismo hay que pensar en
llevar allí a los mejores maestros constructores”.

23
O puede que Hagenau (Alsacia), actualmente en Francia.
24
Junto con el abad de San Pedro de Arlanza (de la localidad burgalesa de Hortigüela), el de Santa María
de Rioseco (ambos bastante ruinosos en la actualidad) y el prior de la Orden Hospitalaria.
25
Beatriz de Suabia era la cuarta hija del duque Felipe de Suabia (también rey de romanos), muerto en
1208, hijo del emperador Germano Federico I Barbarroja, y de Irene Ángelo, muerta también en 1208,
hija del emperador bizantino Isaac II Ángelo.
A la muerte de sus padres, Beatriz permaneció bajo la tutela de su primo el ahora emperador Federico
II, el cual dio su autorización para que se efectuara el matrimonio de su prima con el rey Fernando III de
Castilla. La boda se celebrará en la catedral (vieja, aún románica) de Burgos, el 30 de noviembre de 1219,
habiendo sido ya armado caballero el rey Fernando III, el 27 de noviembre, en el monasterio de Santa
María la Real de Las Huelgas.
En realidad, Beatriz de Suabia había sido bautizada como Isabel, pero en Castilla adoptó el nombre de
Beatriz, que había sido el nombre de su hermana mayor, la emperatriz germana Beatriz, esposa de Otón
IV, muerta en 1212. El difunto emperador Otón IV era cuñado de Beatriz de Suabia, conocida entonces
como Isabel.
26
Probablemente.
27
Sobre el obispo don Mauricio de Burgos, ir a Epílogo II.

~ 21 ~
A la izquierda (imagen de arteguías), escultura del rey Fernando III el
Santo, con pose de ligero contraposto, en el claustro de la catedral de
Burgos. El perrito a los pies es símbolo de lealtad, un rasgo de su
personalidad y de quienes le sirvieron.

A la derecha (imagen de gettimages, de Cristina Arias), escultura de


Beatriz de Suabia, situada también en el claustro de la catedral de
Burgos. Va vestida con garnacha o pellote con amplias aberturas
laterales que dejan entrever la saya. Porta alto tocado de barboquejo.

~ 22 ~
ALCÁNTARA
(REINO DE LEÓN)
LA ORDEN DE CALATRAVA
RENUNCIA A LA PLAZA DE ALCÁNTARA
La Orden Militar de Calatrava, muy peculiar como castellana, de índole y regla cis-
terciense, renunció en este año 1218 a defender la fortaleza de Alcántara, 28 del reino de
León, alegando razonablemente su lejanía en la distancia de su sede propia.29 Así, con el
beneplácito del rey Alfonso IX de León, la Orden de Calatrava llegó a un acuerdo con la
Orden de San Julián del Pereiro, propiamente leonesa y ya de mucha solera militar, para
que se haga cargo de Alcántara. Consecuencia de esto es que Nuño Fernández de Te-
mes, que es el IV maestre de la Orden de San Julián, adoptando la regla cisterciense y
adaptándola a sus caballeros, se obliga a mantener un cierto grado de dependencia con
los calatravos, a los que compensa desde el reino de León, y recibe bienes de los ca-
latravos.30

28
Provincia de Cáceres. Recordemos su reconquista por Alfonso IX de León en 1213.
29
Unos 340 kilómetros de Calatrava (Ciudad Real) a Alcántara (Cáceres, no lejos de Portugal).
30
A partir de ahora irá evolucionando el nombre de la Orden de San Julián del Pereiro hasta convertirse
en Orden de Alcántara, por ser esta plaza su sede principal. Oficialmente o del todo se tendrá dicho
cambio en 1253. Para ver o leer más, ir a Epílogo III.

~ 23 ~
DE TORO (REINO DE LEÓN)
A CÁCERES (AL-ÁNDALUS)
SE DECIDE EN TORO,
DONDE MUERE EL CONDE ÁLVARO NÚÑEZ DE LARA,
QUE LA DIFÍCIL PAZ ENTRE LEÓN Y CASTILLA
HA DE FACILITARLA LA RECONQUISTA CONTRA LOS MOROS
Destacamos, de fecha 26 de agosto, la ratificación de la tregua de paz llevada adelante
por los reyes Alfonso IX de León y Fernando III de Castilla, padre e hijo, firmándose
por ambas partes como pacto firme en la ciudad de Toro.31
El pacto de Toro tiene su muy razonable importancia: reafirma la empresa de re-
conquista de tierras a los musulmanes hacia el sur, sin que tenga mucho sentido el gue-
rrear entre sí de Castilla y León; además, será mejor intensificar el comercio y el desa-
rrollo económico y no tanto la militarización, salvo en lo estrictamente necesario y por
los motivos de cruzada que exigen los tiempos. Esto es, en resumen, lo que acordaron y
pactaron los reyes Alfonso IX de León y Fernando III de Castilla.32
No tardó Alfonso IX de León en retomar los ataques contra los musulmanes hacia el
sur de su reino. Intentó la reconquista de Cáceres, valiéndose de la importante ayuda de
las Órdenes de Calatrava y de San Julián del Pereiro,33 pero todo quedó frustrado en el
intento, pues Cáceres se resistió a ser reconquistada. Hay en la ciudad, bien pertrechada,
muy buenas defensas. Los cristianos abandonaron el sitio en noviembre, retirándose
después de mucho asedio, de tres meses y medio.
De todos modos, el pacto o tratado de Toro entre los reinos de León y Castilla podre-
mos considerarlo como de gran importancia histórica. Y el intento de reconquista de la

31
Provincia de Zamora.
32
Es importante considerar que las relaciones castellano-leonesas y el asunto de la reconquista eran mu-
cho más que la lucha entre cristianos y musulmanes o las tensiones fronterizas. En las firmas de pactos y
tratados no intervenían solamente los reyes sino que había muchos implicados, nobles, eclesiásticos,
señores feudales, tenentes…, gentes que se ven afectados por los asuntos fronterizos, a veces disponiendo
de territorios en ambos reinos. Todo es moverse por intereses políticos y económicos, todo es ejercicio
del poder.
33
Futura Orden de Alcántara la de San Julián del Pereiro, como ya sabemos.

~ 24 ~
ciudad de Cáceres también, en la esperanza de que más pronto o más tarde será recon-
quistada.
No hemos de olvidar el tenso y prolongado conflicto que ambas partes, León y Cas-
tilla, mantienen hasta el momento desde 1157, desde la muerte del rey Alfonso VII el
Emperador. Cuando este monarca dividió su reino en plan reparto entre sus dos hijos
(Fernando II y Sancho III), la ciudad de Toro cae en territorio leonés pero fronterizo con
el castellano. A los reyes leoneses les interesa que Toro sea una ciudad bien poblada y
próspera, fuerte para frenar las apetencias castellanas. Alfonso IX se hizo presente en
Toro varias veces. Ya haremos en su momento la valoración de su reinado, pues de mo-
mento dejemos que siga reinando.
En Toro se puso enfermo y murió el conde Álvaro Núñez de Lara, en este año 1218.
Terminó sus días como freire de la Orden de Santiago. Le dieron sepultura en el monas-
terio de Uclés.34 Ofrecemos ahora aquí el resumen de su vida y su legado, lo más sig-
nificativo y relevante de su trayectoria y de su trascendencia vital e histórica, notifican-
do otra vez al final del relato la noticia de la muerte del conde.
Su padre, el conde Nuño Pérez de Lara (muerto en 1177), descendiente de los origina-
rios condes de Castilla (de entre los siglos X-XI), fue regente durante la minoría de edad
del rey Alfonso VIII de Castilla mientras que su madre, Teresa Fernández de Traba
(muerta en 1180), era miembro de la poderosa casa gallega de los Traba y descendiente,
por línea bastarda, del rey Alfonso VI. Una vez fallecido el conde Nuño en 1177, Teresa
contrajo matrimonio con el rey Fernando II (muerto en 1188) que se convirtió así en el
padrastro de sus hijos quienes se criaron en la corte con el futuro rey de León, Alfonso
IX. Años más tarde, Álvaro recordaría el encumbrado matrimonio de su madre en una
donación al monasterio de Sobrado35 llamándose (en la firma) filius comitis domni Nu-
nonis et regine domneTarasie.
Sus hermanos Fernando y Gonzalo también fueron condes y tuvieron una participa-
ción destacada en los acontecimientos políticos y militares de la época. Fernando fue al-
férez real del rey Alfonso VIII. Sin embargo, su desmedida ambición lo enfrentó al mo-
narca y tuvo que abandonar Castilla y buscar refugio en Marrakech.36 Ambos hermanos
estuvieron en la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212, siendo Álvaro quien portó el
pendón real.37
Al morir su padrastro, el rey Fernando II, en 1188, el conde Álvaro se estableció en
la corte castellana, donde ya se encontraban sus dos hermanos; y a partir de enero de
1196 comenzó a confirmar diplomas regios. Fue durante esta época cuando hubo un

34
Provincia de Cuenca.
35
Provincia de La Coruña.
36
Y allí muere hacia 1220.
37
“Entonces don Álvar Núñez, que teníe la seña del rrey, quando no pudo fallar lugar por do entrasen,
volvió las rriendas al cauallo e diole en las espuelas a desora e saltó dentro sobre los moros. E lo
caualleros, quando esto vieron, fizieron eso mesmo; desa guisa fue el corral quebrantado firiendo e
matando en los moros” (Crónica latina de los reyes de Castilla, siglo XIII).

~ 25 ~
acercamiento de los Lara con Diego López II de Haro (muerto en 1214) y fue por enton-
ces cuando se concertó su matrimonio con Urraca, hija del señor de Vizcaya, a quien
sustituyó como alférez real en mayo de 1199, cargo que desempeñó hasta 1201, cuando
lo cedió a su hermano Fernando que había vuelto a Castilla, y después entre 1208 y
1217.
En agradecimiento al valor tantas veces demostrado, cuando Las Navas, ya en octubre
de aquel memorable año 1212, el rey Alfonso VIII dio la villa de Castroverde38 a
Álvaro, diciéndole: “Mi amado y leal vasallo […] en recompensa por los muchos servi-
cios voluntarios que me habéis prestado y fielmente cumplido, e igualmente esforzado
por cumplir cada día hasta hoy mismo; y cuánto más en recompensa por el servicio,
que debe ser particularmente encarecido, que me habéis hecho en el campo de batalla
cuando portabais mi estandarte como un hombre valeroso”. Años más tarde, el 18 de
mayo de 1217, el magnate donó dicha villa a la Orden de Santiago.
El infante Fernando, hijo de Alfonso IX, de su primer matrimonio con Teresa de
Portugal, y heredero de la corona de León, falleció en agosto de 1214, con 22 años de
edad. Berenguela y su padre el rey Alfonso VIII albergaban la esperanza de que el otro
infante Fernando, hijo del segundo matrimonio del rey Alfonso IX y Berenguela, suce-
diera a su padre, aunque antes era necesario llegar a un acuerdo con los leoneses y por-
tugueses para anular los derechos al trono de las hermanas del recién fallecido infan-
te, Sancha y Dulce.
Sin embargo unos meses después, el 6 de octubre de 1214, falleció el rey Alfonso VIII
de Castilla y la corte decidió que fuese su hijo Enrique I de Castilla el que heredaría la
corona. Antes de fallecer, el monarca había encargado a los obispos, a su amiga la con-
desa Mencía López de Haro, y a su mayordomo, Gonzalo Rodríguez Girón, albaceas de
su testamento, que velaran por el cumplimento de sus mandas y asegurasen su suce-
sión. La viuda del rey castellano, la Plantagenet Leonor, cedió la custodia del heredero a
Berenguela. Semanas después falleció también la reina Leonor y dejó la tutoría del in-
fante Enrique y la regencia a su hija Berenguela y a los prelados de Palencia (Tello Té-
llez de Meneses) y de Toledo (Rodrigo Jiménez de Rada).
Algunos nobles consideraron que la regencia de Berenguela se apoyó demasiado en
los mencionados obispos y se indignaron no poco, de modo que39 “una mayoría de los
barones acordó que Álvaro Núñez de Lara fuera regente en nombre del rey y tomara a
su cargo el cuidado del reino”. El conde de Lara40 sobornó a un caballero de Palencia,
el custodio del joven rey, García Lorenzo, para que les entregara a Enrique, a lo cual
accedió Berenguela de mala gana. Ante los hechos consumados y con el consenso de los
ricoshombres y prelados del reino, el conde de Lara tuvo que jurar que ni él, ni sus her-
manos u otros nobles caerían en delitos de alta traición. Pero no hay que descartar como
verdadera la percepción de los prelados: que la siempre proclive ambición de los Lara

38
Castroverde de Cerrato (Valladolid).
39
Según cuenta la Crónica latina de los reyes de Castilla.
40
Según la Historia De Rebus Hispaniae, de Jiménez de Rada.

~ 26 ~
era controlar el reino y adquirir poder, tal como había hecho el padre de Álvaro, el
conde Nuño Pérez de Lara, cuando había ejercido la regencia desde 1164 hasta 1169
durante la minoría de edad del rey Alfonso VIII. Fue en estas fechas cuando Álvaro re-
cibió la dignidad condal.41
Durante sus años como regente, el conde Álvaro se enemistó con los eclesiásticos y
abusó de su posición, especialmente en 1215 cuando, aprovechando que varios obispos
se encontraban fuera del reino, en el IV Concilio de Letrán, entre 1215-1216, atentó
contra los privilegios y rentas y usurpó las tercias (parte de los diezmos eclesiásticos de
las iglesias). No obstante, el 15 de febrero de 1216, el conde se disculpó públicamente y
prometió que no volvería a cobrar dichas tercias ni sugerir que se impusieran.
En abril de 1216, haciendo gala de su poder, el conde de Lara confirmó un documento
en el real monasterio benedictino de Sahagún,42 reinando Enrique I en Toledo y en Cas-
tillay Albaro Nunnez totam terram sub eo regente. Álvaro Núñez de Lara desestabilizó
la situación política al excluir a otros magnates del centro de poder, donde él se erigió
como absoluto. Un caso notable fue el de Gonzalo Rodríguez Girón, removido en 1216
de su cargo como mayordomo real, que había desempeñado durante dieciocho años.
Otros ricoshombres, como Lope Díaz de Haro, Álvaro Díaz de Cameros, Alfonso Té-
llez, y el propio arzobispo de Toledo también fueron marginados.
En la primavera de 1216, el conde intentó convencer al rey Alfonso IX de León para
que su anterior esposa, la reina Berenguela, devolviera sus castillos. Pudo ser por este
motivo por el que Berenguela decidió enviar a su hijo Fernando con su padre para ase-
gurar la sucesión del infante en León. En esas fechas, por insistencia de algunos nobles
se convocaron unas cortes a las que no asistió Berenguela, o bien porque no fue avisada
o bien por decisión propia. Los magnates Lope Díaz de Haro, Gonzalo Rodríguez Gi-
rón, Álvaro Díaz de los Cameros, Alfonso Téllez de Meneses y el arzobispo de Toledo
Jiménez de Rada acudieron a Berenguela, que se encontraba en el monasterio burgalés
de Huelgas, para pedirle que interviniera y reaccionara ante los atropellos cometidos por
el conde Álvaro.
Poco después, el conde Álvaro se trasladó a Medina del Campo43 con el rey Enrique y
después a Ávila donde armó caballero al niño, valiéndose de todo un paripé. Escribió a
Berenguela advirtiéndole que no debería actuar en contra de la casa del rey, o sea,
contra la corte que él regentaba. En esas fechas, el conde negoció el matrimonio del jo-
vencísimo Enrique con Mafalda, hija del rey Sancho I de Portugal (muerto en 1211),
enlace matrimonial no consumado y que fue anulado posteriormente a instancias de la
reina Berenguela por los obispos de Burgos y Palencia obedeciendo las órdenes del Pa-
pa Inocencio III. Después, Álvaro negoció con el rey de León, Alfonso IX, el matrimo-
nio de su hija Sancha con el joven Enrique I. Si el matrimonio se hubiera llegado a cele-

41
Tampoco hay que descartar, si no las ambiciones, sí las aspiraciones del arzobispo (y cronista) toleda-
no Rodrigo Jiménez de Rada.
42
Provincia de León.
43
Provincia de Valladolid.

~ 27 ~
brar –frustrado por la muerte del monarca– Enrique se hubiera convertido en el heredero
de la corona de León.
En el otoño de 1216, el conde Álvaro, alegando que actuaba en nombre de Enrique I,
reclamó a Berenguela la entrega de varios castillos, entre ellos los de Burgos, San Este-
ban de Gormaz,44 Curiel,45 Hita,46 así como los puertos cántabros, que habían confor-
mado en su día las arras entregadas por Alfonso IX a Berenguela cuando se casaron.
Berenguela pidió explicaciones a su hermanito Enrique, quien negó estar al corriente de
tal solicitud por parte del regente, de modo que, alarmado por los desmanes que cometía
el conde, intentó reunirse con su hermana y no separarse de ella. Enterado el conde, or-
denó matar al mensajero que la reina había enviado a la corte para saber cómo se en-
contraba su hermano y para cerciorarse de las actividades del conde. 47 Las cosas se de-
sarrollaron de tal manera que en el reino y particularmente en la corte castellana au-
mentó la oposición al conde Álvaro.48 Y se emprendieron actuaciones. Rodrigo Gonzá-
lez de Valverde, un caballero fiel a Berenguela, intentó organizar una reunión entre ella
y Enrique, pero el conde de Lara mandó capturarlo y lo hizo prisionero en el castillo de
Alarcón.49
El mayordomo real, Gonzalo Rodríguez Girón, fue sustituido por Martín Muñoz de
Hinojosa y se nota la ausencia en los diplomas de otros magnates afines a Berenguela

44
Provincia de Soria.
45
Curiel de Duero (Valladolid).
46
Provincia de Guadalajara.
47
La crónica del arzobispo Jiménez de Rada cuenta que el conde de Lara falsificó una carta de Beren-
guela, supuestamente siguiendo los consejos de los magnates de Tierra de Campos, los Téllez de Meneses
y Girón que la apoyaban abiertamente, instando a asesinar a Enrique. Debido a la parcialidad demostrada
por Jiménez de Rada y su apoyo incondicional a Berenguela, puede ser que la carta fuese auténtica y no
una falsificación de Álvaro Núñez de Lara como relató el arzobispo.
48
Según la Crónica latina de los reyes de Castilla, hubo gran tensión a partir del año 1217, quanta
nunquam fui tantea in Castella.
49
Magnífico castillo en Alarcón (Cuenca). De origen árabe, perteneció al emirato y al califato de Córdo-
ba, luego a los reinos de taifas y finalmente a la órbita de Toledo. Durante su permanencia en poder de los
musulmanes sirvió de bastión defensivo en sus pugnas internas. En 1184, Fernán Martínez de Ceba-
llos, capitán de las tropas del rey Alfonso VIII, asedió la fortaleza durante nueve meses y la ganó fi-
nalmente para su rey el día de San Andrés, el 30 de noviembre. Se vio recompensado con el privilegio de
tomar el nombre de la villa por apellido, cosa que hizo, pasando a llamarse Martínez de Alarcón y dando
con ello origen a este nuevo linaje.
A partir de entonces, el castillo de Alarcón mereció mucho la atención de los sucesivos reyes de Cas-
tilla, los cuales lo engrandecieron y reforzaron, también dotándolo de fuero propio en 1186, siéndole con-
cedido el señorío de amplios territorios circundantes (un gran alfoz de más de 60 aldeas). Todo ello lo
puso Alfonso VIII a disposición de la Orden de Santiago. Cuando la trascendental batalla de Las Navas
de Tolosa en 1212, el concejo de Alarcón concurrió a la misma sumando sus propias tropas con gran va-
lora las del rey.

~ 28 ~
como los Téllez de Meneses y la parentela de los Girón, los Haro y los Cameros. Tam-
bién el conde de Lara realizó cambios en la chancillería.
El alferiz et procurator regis et regni,50 procuraba irse adueñando o disponiendo de
todos los castillos del reino, con tal de irlos después repartiendo o distribuyendo coloca-
ciones de tenentes y alcaides de su confianza. No paraba de dar señales desconcertantes
para el estamento de la nobleza, donde no se dejaba de ver cómo el conde de Lara aca-
paraba más y más poder. En la oposición al conde se encontraban cada vez más dis-
conformes los Téllez de Meneses, Girón, Haro y Cameros, cuyas ausencias en la curia
se notaban desde febrero de 1217.
El conde Álvaro se negaba a renunciar el poder. Los Girón, García Fernández de Vi-
llamayor,51 Guillén Pérez de Guzmán, yerno de Gonzalo Rodríguez Girón, así como Gil
Manrique, marcharon52 a Autillo53 para apoyar a Berenguela. El señor de Vizcaya, Lope
Díaz II de Haro se atrincheró en Miranda de Ebro con unos trescientos caballeros. En-
terado el conde de Lara, envió a su hermano Gonzalo que acudió con un ejército supe-
rior. Los eclesiásticos evitaron que hubiese una batalla y Gonzalo regresó a la corte
mientras que Lope Díaz II de Haro se reunió con Berenguela en Autillo.
En marzo de 1217, Álvaro Núñez de Lara, acompañado por sus hermanos los condes
Fernando y Gonzalo, Martín Muñoz de Hinojosa, García Ordóñez, Guillermo González
de Mendoza, y otros nobles, realizó una incursión en Tierra de Campos, por donde las
heredades de los Girón y Téllez de Meneses, causando grandes destrozos en la zona de
Trigueros del Valle.54 Después cercaron el castillo de Montealegre,55 tenencia de Suero
Téllez de Meneses, cuyos parientes, Gonzalo Rodríguez Girón y Alfonso Téllez de Me-
neses, acudieron a su auxilio con sus mesnadas, aunque se retiraron y evitaron entrar en
batalla al enterarse de que el joven rey Enrique I se encontraba en la hueste del regente.
Alfonso Téllez rindió el castillo y marchó a Villalba de los Alcores,56 perseguido por las
tropas del conde de Lara, y en Villalba defendió el castillo durante el asedio que duró un
par de meses sin poder contar con el apoyo de los nobles que se encontraban en Auti-
llo. Seguidamente, las tropas del conde de Lara marcharon contra Autillo y Palencia,
sitiando a Berenguela y a los nobles que la apoyaban. Lope Díaz II de Haro y Gonzalo
Rodríguez Girón marcharon a la corte leonesa para pedir que el infante Fernando fuera
en auxilio de su madre y estuviera en su presencia, que ella quería verle, pero esto no

50
Era así como se intitulaba Álvaro Núñez de Lara en la oficial documentación.
51
Mayordomo real relegado.
52
Según las crónicas del momento.
53
Autillo de Campos (Palencia).
54
Provincia de Valladolid.
55
En Montealegre de Campos (Valladolid).
56
Provincia de Valladolid.

~ 29 ~
pasó de inmediato. El rey Enrique, mientras tanto, levantó el sitio a Autillo al mismo
tiempo que el conde de Lara se dirigió a Frechilla,57 devastando las posesiones del Gi-
rón. Berenguela se vio obligada a buscar una tregua, renunciando a las plazas que ahora
se encontraban en poder del rey Enrique y del conde Álvaro. Durante la ausencia del in-
fante Fernando de la corte leonesa, Álvaro obtuvo el cargo de mayordomo mayor del
rey a finales de 1217 y Sancho Fernández de León, hijo de Fernando II de León y de
Urraca López de Haro, sustituyó a García Gutiérrez como alférez real. El conde Álvaro
y la corte castellana se instalaron en el palacio episcopal de Palencia, siendo el obispo
del lugar Tello Téllez de Meneses, hermano de Alfonso y de Suero Téllez de Meneses y
pariente de los Girón.
Como estamos relatando, desde mayo de 1217 se instaló el conde de Lara en el pa-
lacio episcopal de Palencia con la corte real castellana y con el mismo rey Enrique I. Y
pasó, como ya contábamos en su momento, el 26 de mayo de 1217, que el joven rey, un
adolescente de 13 años de edad, sufrió un accidente mientras jugaba con otros chavales
en el patio del palacio episcopal, cuando una teja que se desprendió del techo le golpeó
en la cabeza causando una grave herida que le causó la muerte. Este accidente marcó el
comienzo del declive del conde de Lara, el cual intentó primero ocultar los aconteci-
mientos poniéndose a trasladar el cadáver de Enrique al castillo de Tariego.58 Beren-
guela se enteró del fallecimiento de su hermano casi de inmediato, probablemente gra-
cias a sus espías en la corte leonesa. Se encargó de recuperar el cadáver de su hermano
Enrique y de trasladarlo al panteón familiar en el monasterio de burgalés de Las Huel-
gas, donde finalmente recibió sepultura.
Mientras tanto, Berenguela solicitó que su hijo Fernando,59 que se encontraba en Toro
con su padre el rey Alfonso IX de León, se reuniera con ella. Encargó esta misión a tres
de sus colaboradores más leales, Gonzalo Rodríguez Girón, Alfonso Téllez de Meneses
y Lope Díaz II de Haro, para que convencieran a su padre, el rey Alfonso IX, consi-
guiendo de él que el infante Fernando se reuniera con su madre, sin desvelar los planes
para la sucesión de la corona castellana, y para que los acompañara hasta Autillo de
Campos, dándoles a entender que allí (supuestamente) se encontraba atacada Berengue-
la, pero no siendo desvelada en ningún momento la muerte de Enrique. Aunque las in-
fantas Sancha y Dulce, hermanastras de Fernando, rechazaron las explicaciones dadas
por los magnates, finalmente las convencieron éstos de que Enrique se encontraba sano
y salvo y lograron llevarse al infante Fernando a reunirse con su madre en Autillo, don-
de resultó, poco después, que Fernando fue aclamado rey de Castilla. Esto se hizo sin la
aprobación de la corte castellana y los consejos de las villas más importantes del reino
se reunieron enseguida en Segovia y después en Valladolid para tratar más precisamente
el tema de la sucesión. Algunos se decantaron por el cumplimento del Tratado de Saha-
gún, de 1158, según el cual sería Alfonso IX el que tendría que ser proclamado rey de

57
Provincia de Palencia.
58
Tariego de Cerrato (Palencia).
59
Futuro rey Fernando III el Santo.

~ 30 ~
Castilla, unificándose así las dos coronas,60 o bien que el trono le correspondería a Be-
renguela, siendo ésta la opción que salió ganando o triunfó. Berenguela aceptó e inme-
diatamente abdicó en su hijo Fernando, que fue proclamado rey Fernando III de Castilla
el 2 de julio de 1217 en Valladolid:

E disseron todos per huna voz que os castelanaos nunca seeriam so o senhorío
dos franceses nen dos leones, mas sempre averyan rey e senhor de linha dos
reys que form de Castella.

Aunque Berenguela era la mayor de los hijos de Alfonso VIII de Castilla, el conde de
Lara había pretendido que su hermana Blanca de Castilla, casada el 22 de mayo de 1200
con Luis, el delfín heredero de Francia,61 sucediera al recién fallecido rey Enrique,
enviando un comunicado que ella rechazó y pidió que los castillos que el conde le había
ofrecido, fueran entregados a su hermana Berenguela y a su sobrino Fernando.
Fernando III y Berenguela se trasladaron seguidamente a Palencia. Las tropas de Fer-
nando marcharon a Dueñas,62 donde sus partidarios entablaron negociaciones para po-
ner fin a las hostilidades, siendo esta villa, como tantas otras, muy de frontera entre los
reinos y contraria a Fernando.
El conde Álvaro reprochó a Berenguela la precipitada coronación de Fernando y pidió
la custodia del mismo, aunque la edad del nuevo rey de Castilla ya rondaba los 16 años.
Las pretensiones del conde de Lara fueron desestimadas, marchando airosamente el rey
Fernando III y su comitiva a Valladolid, para ser solemnemente coronado, el 2 de julio.
El 4 de julio, dos días después de la coronación de Fernando III, su padre, el rey Al-
fonso IX, que aún no había renunciado a sus pretensiones al trono de Castilla, marchó
hacia la ciudad del Pisuerga y después entró en la Tierra de Campos, ocupando Urueña,
Villagarcía de Campos, Castromonte y Arroyo.63 Mientras tanto, el infante Sancho Fer-
nández de León,64 a la sazón alférez real y tenente de León, Salamanca y otros lugares,
penetró por Ávila, aunque tuvo que retirarse debido a que las milicias concejiles repelie-
ron su incursión. El rey Fernando III intentó llegar a un acuerdo con su padre para que
renunciara a la corona castellana. Alfonso IX llegó a proponer o sugerir que se conce-
diera una dispensa del Papa para unirse otra vez en matrimonio con Berenguela, 65 reco-

60
Como en los tiempos de Alfonso VII el Emperador.
61
Futuro Luis VIII de Francia (1223-1226). Blanca y Luis VIII de Francia serán los padres de Luis IX de
Francia, el rey San Luis, que reinará entre los años 1226-1270.
62
Provincia de Palencia.
63
Arroyo de la Encomienda, de la provincia de Valladolid, como las poblaciones anteriores que aquí se
mencionan.
64
“El Cañamero” (cuya muerte será en 1220), hijo del rey Fernando II de León y de Urraca López de
Haro, hermanastro de Alfonso IX de León.
65
Por muy anulado que estuviera, el matrimonio realmente se amaba.

~ 31 ~
nociendo los derechos de ésta a la corona de Castilla, y que ambos reinos se unieran a la
muerte de ambos y fueran sucedidos por su hijo Fernando III como único rey.
Fueron sobre todo los castellanos quienes rechazaron la propuesta del rey leonés y Al-
fonso IX se encaminó entonces hacia Burgos, con mucho enfado, para tomar la ciudad.
Berenguela y sus colaboradores enviaron a Lope Díaz II de Haro y a los hermanos
Rodrigo y Álvaro Díaz de Cameros a proteger Dueñas temiendo allí primero un ataque
de las tropas leonesas. Aconsejado por Álvaro Núñez de Lara, el rey de León se dirigió
hacia Burgos por Laguna de Duero,66 Torquemada67 y Tordómar,68 devastando a su pa-
so las posesiones del mayordomo de Berenguela, García Fernández de Villamayor. De-
cidió finalmente regresar a tierras leonesas tras sopesar la dificultad de tomar Burgos. A
su paso por las tierras próximas a Palencia arrasó, no obstante, las tierras de sus ene-
migos, los Girón y los Téllez de Meneses, avanzando luego hasta Torremormojón.69
Mientras tanto, llegaron a la corte castellana, instalada en Palencia, las tropas de Ávila y
Segovia para apoyar al rey Fernando III, que ya había recuperado con sus tropas el
control de Burgos, Lerma,70 Lara71 y Palenzuela,72 salvo las aldeas de Muñó73 que se
mantenían fieles al conde de Lara. A mediados de agosto de 1217, el rey Fernando III
entró en Burgos, donde fue aclamado y vitoreado como rey de Castilla. Quedaban varias
fortificaciones por recuperar, incluidas Belorado,74 Nájera,75 Navarrete76 y San Cle-
mente.77 Las dos primeras (Belorado y Nájera) se mantuvieron fieles al conde Gonzalo,
hermano de Álvaro Núñez de Lara, mientras que las dos últimas (Navarrete y San Cle-
mente) se rindieron pronto. Álvaro asoló y saqueó la villa de Belorado.
En septiembre de 1217, el rey de Castilla abandonó Burgos y se dirigió rumbo a Pa-
lencia. El conde Fernando Núñez de Lara, hermano de Álvaro, organizó una emboscada
66
Provincia de Valladolid.
67
Provincia de Palencia.
68
Provincia de Burgos.
69
Provincia de Palencia.
70
Provincia de Burgos.
71
Lara de los Infantes (Burgos).
72
Provincia de Palencia.
73
Las aldeas de Palazuelos de Muñó, Villavieja de Muñó y Mazuelo de Muñó (Burgos).
74
Provincia de Burgos.
75
La Rioja.
76
La Rioja.
77
San Clemente del Valle (Burgos, en la comarca de Montes de Oca).

~ 32 ~
en Revilla Vallejera78 que no prosperó, pues no pillaron por sorpresa a las huestes del
rey castellano. El conde Álvaro intentó otra emboscada a las afueras de Herreruela.79 El
día 20 de ese mes (septiembre), los hermanos Alfonso y Suero Téllez, juntamente con
Álvaro Rodríguez Girón, hermano de Gonzalo, sorprendieron a los hermanos Lara que
se dieron a la fuga y escaparon, menos el conde Álvaro que fue capturado y hecho pri-
sionero en Valladolid, donde fue obligado, como condición sine qua non para recuperar
su libertad, a la entrega de las fortalezas que controlaba, incluyendo, entre otras, Alar-
cón,80 Cañete,81Tariego,82Amaya,83 Villafranca Montes de Oca,84 Cerezo de Río Ti-
rón,85 Pancorbo86 y Belorado.87
Estando ya de vuelta en León, donde continuaba ejerciendo el cargo de mayordomo
real, pasó que los reyes de León y de Castilla acordaron una tregua, en noviembre de
1217, interviniendo en ella Álvaro Núñez de Lara y su hermano Fernando. Sin embargo,
no se veía una paz fuerte o duradera. Probablemente alentado por el conde Álvaro, Al-
fonso IX de León realizó en la primavera de 1218 otra incursión en tierras castellanas,
tomando la fortaleza de Valdenebro,88 próxima a Medina de Rioseco.89 El conde de La-
ra intentó recuperar los castillos que había sido obligado a ceder cuando había fue cap-
turado y encarcelado por los castellanos, ofreciendo a cambio la devolución de Valdene-
bro, pero se negó a ello el rey Fernando III. Acudió el monarca castellano a Torde-
humos90 y desde allí resistió las incursiones de los Lara que proseguían incordiando y

78
Provincia de Burgos, en el límite con la de Palencia.
79
Herreruela de Castillería (Palencia).
80
Provincia de Cuenca.
81
Provincia de Cuenca.
82
Tariego de Cerrato (Palencia).
83
Provincia de Burgos.
84
Provincia de Burgos.
85
Provincia de Burgos.
86
Provincia de Burgos.
87
Provincia de Burgos.
88
Valdenebro de los Valles (Valladolid).
89
Provincia de Valladolid.
90
Provincia de Valladolid, donde se había firmado el Tratado de Tordehumos entre los reyes de León y
de Castilla, Alfonso IX y Alfonso VIII respectivamente, en 1194.

~ 33 ~
no cejaban en sus intentos de convencer al rey Alfonso IX para que rompiera la tregua y
atacar al reino de Castilla.
Desde Salamanca avanzaron las tropas del rey Alfonso IX. Su hijo Fernando III de-
cidió realizar su primera incursión en el reino de León, enviando al señor de Vizcaya, a
Álvaro Díaz de Cameros y a García Fernández de Villamayor. Sin embargo, pronto tu-
vieron que retroceder y buscar refugio en Castrejón,91 siendo esta población (una aldea)
cercada por el rey de León y los Lara. Y fue aquí donde el conde Álvaro Núñez de Lara
se puso gravemente enfermo y decidió marcharse a Toro, tomando allí la resolución de
hacerse freire de la Orden de Santiago, y en Toro le llegó la muerte llevándoselo al más
allá. Acabó enterrado en Uclés.92
Álvaro Núñez de Lara deja viuda a Urraca Díaz de Haro, hija del señor de Vizcaya
Diego López II de Haro y de su mujer Toda Pérez de Azagra.93 Álvaro murió sin des-
cendencia legítima o tenida con su esposa, pero teniendo cuatro hijos ilegítimos con
Teresa Gil de Osorno: Fernando, Gonzalo, Rodrigo y Nuño.94

91
Castrejón de Trabancos (Valladolid).
92
Según la crónica del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, el conde Álvaro enfermó y falle-
ció en Castrejón, donde se hallaba persiguiendo a Gonzalo Rodríguez Girón y a Lope Díaz II de Haro,
señor de Vizcaya. La Crónica General conocida como vulgata, del siglo XIV, difiere del cronista Jiménez
de Rada y narra la siguiente versión sobre su muerte y enterramiento: “Et levaronle a Toro. Et allí,
aquexado del grant arrequexamiento de la muert et de grand pobreza a que era aducho ya, quando
ningún acorro vio que non podiea ver de ninguna parte, diosse a la caballería de Sant Yague et metiosse
en essa orden; et en aquel logar, esto es en la villa de Toro, acabo su vida et murió y, et soterrandole en
Vcles”.
93
Urraca Díaz de Haro, que se había casado con Álvaro Núñez de Lara con anterioridad a 1217, fue lue-
go de enviudar en 1218 abadesa en el monasterio cisterciense de Cañas, en La Rioja, y está beatificada.
Murió en 1262. El monasterio de Cañas lo habían fundado los abuelos de Urraca, Lope Díaz I de Haro,
señor de Vizcaya, y su mujer Aldonza.
En 1217, el conde donó a Urraca López de Haro, reina viuda de Fernando II de León y tía de su esposa,
varias propiedades en la Bureba (Burgos) que permitieron a la reina viuda fundar el monasterio de Santa
María la Real de Vileña.
94
Puede leerse a Doubleday, S. R. (2001): Los Lara. Nobleza y monarquía en la España medieval, Ma-
drid, Turner.

~ 34 ~
PINILLA DE JADRAQUE
(REINO DE CASTILLA)
UN MATRIMONIO PUDIENTE FUNDA UN MONASTERIO
Rodrigo Fernández, hombre adinerado de Atienza,95 secundado por su esposa María,
ambos cristianos piadosos y observantes, fundaron en este año el monasterio femenino,
para monjas cistercienses calatravas, de San Salvador en Pinilla de Jadraque.96 Las reli-
giosas que se instalaron formando la primera comunidad de la fundación proceden de
Valfermoso de las Monjas.97 El nuevo edificio se construye en el más típico estilo cis-
terciense.98

95
Provincia de Guadalajara.
96
Aldea de rico o interesante patrimonio histórico y artístico, románico, en la provincia de Guadalajara.
97
Provincia de Guadalajara.
98
Se conserva expoliado, ruinoso y abandonado.

~ 35 ~
PITTOLO (ITALIA)
FRANCA DE PIACENZA: LA PAZ Y LA VIDA RELIGIOSA EN SERIO
La abadesa Franca Visalta, cisterciense, conocida también como Franca de Piacenza,
mujer venerada y de vida reconocida por todos en santidad, murió a 25 de abril de este
año 1218.99 Tenía 48 años de edad.
Franca era de Piacenza (la Plasencia de Italia).100 Se hizo benedictina allí a muy
temprana edad, siendo una niña de 7 años. Se explica, en cierto modo, que llegara a ser
abadesa también a edad temprana. Pero al ser exigente en la observancia y la disciplina
monástica, no tardaron las monjas en destituirla y poner en su lugar a otra abadesa más
moderada. Lo que pasaba era que aquellas monjas no querían reformarse sino permane-
cer frívolas y mediocres. Le hicieron la vida imposible. Aguantó mucho, pero renovó la
vida religiosa de su entorno y difundió el espíritu de reforma por todas partes, cun-
diendo en el testimonio que dejó al transitar como consagrada al Señor por este mundo.
Influyó también en poner en paz todas las cosas, por ejemplo suavizando las tensiones
en Piacenza, prodigando el perdón, la reconciliación y la misma bendición del Papa
Inocencio III sobre la ciudad.

99
Día en la que es conmemorada como Santa, siendo confirmado su culto (canonizada) por el Papa Gre-
gorio X (1272-1276), en 1273.
100
Capital de la provincia homónima en la región italiana de Emilia Romagna.

~ 36 ~
Franca tuvo que soportar durante muchos años calumnias y críticas, la murmuración
con la falsedad que destruye siempre la vida comunitaria, convirtiéndola de consagrada
en mundana. Hubo de afrontar también muchas dudas y pruebas interiores de mucho
calado. Su único consuelo era una joven llamada Carencia, que era muy amable y se
hizo novicia. Franca persuadió a los padres de Carencia para construir una casa cister-
ciense en Montelana. Allí, logrado el propósito y con el grupo de monjas que la siguie-
ron, Franca se convirtió en abadesa, manteniendo estrictas y austeras las normas de la
vida cisterciense. Llegado un momento enfermó, estando en todo momento entregada a
la penitencia, los ayunos, las vigilias, las oraciones. Finalmente trasladó la comunidad a
Pittolo, donde murió.

Santa Franca de Piacenza

~ 37 ~
CONDADO DE FLANDES
MUERE EN ACCIDENTE LA CONDESA TERESA
Amaneció muy hermoso aquel 6 de mayo de este año, pero fue un día funesto que
acabó en luto en el condado de Flandes. A consecuencia de una caída de su carroza al
agua de un pantano, cerca de Furnes,101 murió la condesa Teresa de Flandes o Alsacia,
esposa del conde Felipe, con quien se había casado en 1184. La condesa Teresa ha
muerto a la edad de tenía 67 años. No deja descendencia. Era portuguesa, hija del rey
Alfonso I Enríquez (muerto en 1185) y de su esposa Mafalda de Saboya (muerta en
1157). Como se percató en Flandes de la dificultad que tenían para pronunciar su
nombre, se lo cambió por el de Matilde (o Matilda o Mahaut, que también viene a ser
Mafalda).
La boda de Felipe y Teresa (Matilde) se celebró en la catedral de Notre Dame de
Tournai,102 en 1184, tras la muerte de Isabel de Vermandois, la primera esposa de Fe-
lipe, de la que no hubo descendencia. Fue una boda preparada por la conveniente y
buscada necesidad de descendencia, para que no cayese el condado de Flandes en poder
de Francia. De otra parte, el entonces reciente reino de Portugal necesitaba relanzarse
internacionalmente, siendo importante su alianza con Flandes para un reconocimiento
europeo. Teresa aportó una considerable dote, lo que no le vino mal a Felipe en sus
guerras defensivas contra Francia, con la que Flandes hizo las paces en 1186. Un buen
número de inmigrantes portugueses, sobre todo comerciantes y mercaderes, también fue
a Flandes con la Infanta.
Teresa vivió en una de las cortes reales más lujosas, refinadas y cultas de Europa,
donde Felipe patrocinó a Chrétien de Troyes, autor de un famoso ciclo del Rey Arturo y
padre del tema del Grial en la literatura.103
Sin embargo, al igual que Isabel de Vermandois, como queda dicho, Teresa tampoco
dejó descendencia. Tras la muerte del conde Felipe en 1191, el condado pasó, como
podemos recordar, a su hermana Margarita I, muerta en 1194, pasando luego a Balduino
IX (Balduino I de Constantinopla tras la cuarta cruzada, muerto en 1205), siendo a su

101
Actualmente una ciudad belga.
102
Tournai, regada por el río Escalda, es una de las ciudades más antiguas de Bélgica junto con Arlon y
Tongres. Tuvo un papel histórico, económico y cultural importante en el condado de Flandes durante la
Edad Media. Es famosa por su campanario cívico y por su magnífica catedral, de estilo románico-gótico,
célebre por sus cinco campanarios y por su rico tesoro.
103
Ya fuimos tratando de él, entre los años de paso en los siglos XII-XIII. No faltan quienes sostienen
que es el primer novelista de Francia o incluso el padre de la novela en Occidente.

~ 38 ~
muerte condesa de Flandes Juana, hija de Balduino y de María de Champaña (muerta en
1204).
Tras la muerte de Felipe, Teresa se casó por segunda vez, en 1194, con su primo el
duque Eudes III de Borgoña.104 Teresa intercedió favorablemente ante el rey Felipe II
Augusto de Francia para que su sobrino el infante Fernando de Portugal se casase
con Juana de Constantinopla, a la sazón condesa de Flandes, sobrina de María de Fran-
cia, hija del rey francés.
María que era la hija favorita o más querida de su padre el rey Alfonso I Enríquez de
Portugal, era también hermosa y enérgica, como su abuela Teresa la leonesa (muerta en
1130).

104
Tampoco tuvo Teresa descendencia de este matrimonio, que resultó anulado en 1195 por razones de
consanguinidad. El duque volvió a contraer matrimonio, con Alicia de Vergy. Partió este duque a la
quinta cruzada y murió durante el trayecto, en Lyon (Francia), el 6 de julio de este año 1218.

~ 39 ~
CONDADO DE HOLANDA
MUERE ADA DE HOLANDA
Murió en este año la condesa Ada de Holanda, condado feudatario del Sacro Imperio
Romano Germánico. Ada tenía 70 años de edad y fue condesa de Holanda entre los años
1203-1207. Recibió sepultura en la abadía de Herkenrode de Kuringen.105 Era hija del
conde Teodorico VII (muerto en 1203) y de Adelaida de Clèves. Ada no tenía hermanos
varones, por lo que sucedió a su padre en el condado estando al principio tutelada por su
tío Guillermo, ahora sucesor del condado como Guillermo I tras la superación de no po-
cos litigios, tensiones, guerra civil que aquí resumimos.
Adelaida de Clèves, madre de la joven condesa Ada, previendo que la regencia de
Guillermo, al que ella había derrotado en combate cuando aquél se sublevó contra su
marido, no le sería favorable, había acordado secretamente el matrimonio de su hija con
el conde Luis II de Looz.
Adelaida hizo consumar el matrimonio de su hija inmediatamente después del entierro
de Teodorico. Sin embargo, varios nobles holandeses acaban de reconocer solemne-
mente a Guillermo como conde de Holanda. La ceremonia de su inauguración condal se
había hecho en Zierikzee106 y su primera preocupación fue desplegar un control abso-
luto sobre la condesa Adelaida y los jóvenes esposos.
Ada se refugió en el castillo de Leiden, donde bien pronto fue asediada por las tropas
del Kennemerland y de Rijnland favorables a su tío Guillermo. Habiendo sido forzada a
rendirse fue entregada a su primo Guillermo de Teilingen, el cual, mientras Ada estuvo
bajo su custodia, la trató siempre con los honores debidos a su rango.
Guillermo vino a posesionarse de Holanda, donde fue recibido con grandes muestras
de alegría y revestido de toda autoridad. Inmediatamente hizo trasladar a Ada a la gran
isla Frisia de Texel y de allí a Inglaterra, de donde no le fue permitido volver hasta que
concluyó un tratado con su marido, Luis de Looz.
Por el tratado de Brujas,107 Guillermo aceptó a Luis y Ada como condes de Holanda;
pero Ada, en 1207, debió aceptar la renuncia a su herencia como condesa a cambio de
su libertad. Ada y Luis no cumplieron su promesa y la guerra prosiguió.
En 1209 el conde de Looz había forzado a los habitantes de Holanda del sur, del Ken-
nemerland y del Rijnland, a someterse a su dominio. Por otro lado, Hugo de Voor-
ne había arrebatado Zelanda al conde Guillermo.

105
Bélgica.
106
Provincia holandesa de Zelanda.
107
Bélgica.

~ 40 ~
Esta guerra civil holandesa se integró en un importante conflicto internacional, el de la
guerra entre Francia y los Hohenstaufen por un lado y el de Inglaterra y los Güelfos por
otro. Guillermo I de Holanda consigue conservar el condado de Holanda navegando en-
tre los dos bandos.
Luis II de Looz murió en 1217, sabiendo que tanto él como Ada tenían hecha la re-
nuncia a sus pretensiones. Murieron sin descendencia.

~ 41 ~
TOULOUSE
MUERE EN TOULOUSE SIMÓN IV DE MONTFORT
GOLPEADO POR UNA PIEDRA EN LA CABEZA
En Toulouse, del modo que a continuación contamos, el 25 de junio de este año 1218,
golpeado y abatido por una piedra, murió el francés Simón IV de Montfort, mientras si-
tiaba con sus tropas la mencionada ciudad occitana. Tenía 58 años de edad.108
Ya muerto, ante Dios no le valen de nada sus títulos: señor de Montfort-lÁmaury
(Francia), quinto conde de Leicester (Inglaterra), conde de Toulouse (a partir de su par-
ticipación en la cruzada albigense),109 vizconde de Béziers y de Carcasona. Pertenecía,
pues, a la Casa de Montfort-l’Amaury, familia del rango de barones de la región pari-
sina conocida como Isla de Francia. Ésta era su procedencia por línea paterna (de Simón
de Montfort, muerto en 1188),110 y por parte de su madre, Amicie de Beaumont, señora
de Leicester, descendía de la baronía anglo-normanda. Amicie de Beaumont era la here-
dera de la mitad del condado de Leicester y tenía derecho al título de senescal de In-
glaterra. Su bisabuelo, Amaury III de Montfort (muerto en 1137), fue conde de Évreux
y senescal de Francia. Su abuelo, Simón III de Montfort (muerto en 1181), fue conde de
Évreux y gruyer real del bosque de Yvelines.111

108
O tal vez era más joven, pues nació, según se supone, entre los años 1160-1165.
109
Ir a Epílogo IV.
110
A quien le hubiera correspondido ser Simón IV de Montfort. Fue el señor de Montfort-l’Amaury entre
los años 1181-1188, siendo hijo de Simón III de Montfort, conde de Évreux y señor de Montfort-
l’Amaury, y de Matilde.
Sus ascendentes fueron vasallos del rey de Francia por Montfort y también del duque de Normandía, del
rey de Inglaterra por Évreux. Ya que estos dos reyes estaban regularmente en guerra, los Montfort se
encontraban a menudo en una situación incómoda, apoyando a un soberano y traicionando al otro o
viceversa. Simón III resolvió el problema dejando sus bienes normandos, incluyendo el condado de
Évreux a su hijo mayor Amaury V y los bienes franceses (Montfort-l’Amaury, Bréthencourt, Rochefort-
en-Yvelines) a Simón, su segundo hijo (el Simón de Montfort muerto en 1188 y padre del Simón IV de
Montfort, el ahora muerto sitiando Toulouse).
En fecha anterior a 1170, Simón de Montfort se casó con Amicia, hija de Roberto III de Beaumont,
conde de Leicesteir, y de Petronila de Grandmesnil, naciendo de este matrimonio: Simón IV de Montfort,
Guido (genearca de una rama de la estirpe que se asentaría en Tierra Santa) y Petronila (fallecida en
1216), casada con el gran chambelán de Francia Bartolomé de Roye (fallecido en 1237). Este matrimonio
aportaría el condado de Leceister a la familia, volviendo a reproducirse el problema de la doble so-
beranía.
111
Un gruyer era, en la Edad Media, un oficial encargado de juzgar, en primera instancia, los delitos
concernientes a los bosques. Bajo el Antiguo Régimen esta palabra designaba también a un noble que

~ 42 ~
Simón IV de Montfort fue guerrero bien dotado como estratega militar,112 estando ob-
sesionado en su radicalismo ultracatólico, tanto que no pasaba sin ir a misa (de campa-
ña) ni siquiera antes de entrar en combate, por mucho que fuera de premura la circuns-
tancia, sin importar que luego se mostrara despiadado y sanguinario. Fue un hombre
muy violento y hasta diríase inmisericorde.113
En 1190 se casó Simón IV de Montfort con Alix de Montmorency, hija de Bouchard
de Montmorency y hermana de Mathieu II de Montmorency, el condestable de Francia.
En 1206-1207, durante unos meses, fue Simón conde de Leicester (Inglaterra), habiendo
sido su madre, Amicie, la hija mayor del que fuera conde del lugar, Roberto de Beau-
mont. Tras morir sin descendencia el hermano de Amicie en 1204, ella heredó la mitad
de los dominios y el derecho al condado de Leicester. La división de los dominios se
efectuó en 1207, con los derechos del condado que fueron asignados a Amicie y Simón.
De todos modos, el rey de Inglaterra, Juan Sin Tierra, tomó posesión de aquellos domi-
nios en 1207, confiscándoselos a Simón por “desobediencia”.
Simón se unió en 1199 a la cuarta cruzada. Sin embargo, cuando los venecianos deci-
dieron unilateralmente atacar la ciudad cristiana de Zara en 1202, Montfort abandonó la
cruzada, desviada según él de sus verdaderos propósitos, y entonces emprendió con éxi-
to, por su cuenta y con sus propios medios, la conquista de los territorios franceses de
ultramar en Palestina. Y quienes protagonizaron la cuarta cruzada, como sabemos o po-
demos recordar, conquistaron y saquearon Constantinopla.
En 1209 se unió Simón de Montfort al llamamiento pontificio de una cruzada resolu-
tiva contra los herejes cátaros, la cruzada albigense. En verano de aquel año 1209 par-
ticipó Simón en los asaltos de Béziers (en julio) y Carcasona (en agosto), siendo viz-
conde de ambos lugares el herético Ramón Roger de Trencavel, que acabó derrotado y
encarcelado.
Tras rendirse y entregarse Carcasona, el encarcelado Trencavel no sobrevivió apenas
en su cautiverio. Entonces el abad cisterciense y legado pontificio Arnaud o Arnaldo
Amaury o Amalric propuso a sucesivos nobles que tomaran posesión de los títulos y
bienes del vizconde Trencavel. Hizo esta proposición primero al duque de Borgoña,
luego al conde de Nevers y al conde de Saint Pol… Todos ellos se negaron a aceptar
aquello, alegando y afirmando que “no querían despojar a nadie” y, sin querer apro-
vecharse de una desgracia, vinieron a decir que “no habrá nadie que quiera deshon-
rarse aceptando estas tierras”. Se equivocaban, porque finalmente se le hizo la pro-
puesta a Simón IV de Montfort y éste la aceptó.

tenía derecho a utilizar los bosques de un vasallo. Fue título especialmente utilizado por los duques de
Borgoña y de Bretaña. Se deriva de gruyer la palabra gruyérie, que designa un privilegio real o señorial
sobre la madera y los bosques.
112
Coinciden en ello los cronistas de la época y los historiadores posteriores.
113
Es decir, que puteó bastante. Su crueldad, tanto en el trato a los prisioneros como combatiendo, no re-
paraba en descuartizar en vivo, mutilando y despedazando cuerpos. Muy destacadamente hizo esto en
Bram (primavera de 2010), sobre un centenar de personas torturadas y cruelmente mutiladas. Y esto no
fue un caso aislado ni el único. ¿Es todo ello, acaso, información sesgada?

~ 43 ~
Simón intentó que el rey Pedro II de Aragón, bienintencionado en todo lo referente a
la cruzada albigense, que había acudido a Carcasona el 4 de agosto de aquel 1209, para
que no se repitiera allí la crueldad de Béziers y para que la rendición y capitulación se
hiciera en las mejores condiciones, le reconociera estas posesiones. Para ello, en no-
viembre, se trasladó a Montpellier, pero el rey aragonés se negó a concederle el deseado
reconocimiento. Solo aceptó a regañadientes negociar algunos asuntos, pues veía au-
mentado el poder de Montfort al reconocerle aliado con el rey de Francia, lo que supo-
nía un peligro de merma para sus dominios. El 27 de enero de 1211 negoció Pedro con
Simón, acordando con él el matrimonio de su (mal querido) hijo y futuro sucesor Jaime
I con una hija de Montfort.114 Jaime tenía entonces 3 años de edad y le fue entregado a
Simón por Pedro como rehén.
Con semejante rehén, creyó Simón que el rey aragonés pudiera tomar partido en su
propia contra poniéndose a favor de los albigenses o heréticos cátaros. Pero no fue así,
pues pasados dos años, en 1213, las conjuntadas tropas de Pedro II de Aragón y del
conde Ramón (o Raimundo) VI de Toulouse la emprendieron contra Simón. Y éste
venció en Muret, el 12 de septiembre de aquel año 1213. Allí murió el rey Pedro II de
Aragón. Después, Simón IV de Montfort entró triunfante en Toulouse al frente del
ejército cruzado. Con la derrota de Muret resultaron aplastados los albigenses y quienes
eran tolerantes o permisivos con ellos. Pero Simón IV de Montfort no se encontraba ya
en una cruzada, sino en una mera guerra de conquista y en provecho propio.
En 1214, no mucho después de la batalla de Muret, el Papa Inocencio III, mediante su
legado pontificio Arnaldo Amalric, a la sazón arzobispo (y duque) de Narbona,115 se
opuso al proceder de Simón exigiéndole responsabilidades y los correspondientes bie-
nes (de los que consiguió), sin reconocérsele ser conde de Toulouse. Inocencio III obli-
gó a Simón a devolver al reino de Aragón al pequeño Jaime, que habría de reinar como
Jaime I, pero al año siguiente, estando por lo general bien considerado Simón IV de
Montfort en el IV Concilio de Letrán, fueron desposeídos de su patrimonio en el Lan-
guedoc el conde Ramón o Raimundo VI de Toulouse y su hijo (Raimundo VII). El Papa
se lo concedió todo a Simón IV de Montfort, con los logrados títulos de conde de
Toulouse, vizconde de Béziers y de Carcasona y duque de Narbona. Arnaldo Amalric
estaba que ardía, por mucho que quisiera proceder con paciencia. Como queda dicho,
aquello no era ya una cuestión de cruzada sino de conquista (igual que había pasado en
las demás, muy descaradamente en la cuarta, resultando la conquista latina de Constan-
tinopla). No había ido desencaminado el rey Pedro II. Al final, en favor propio, quien
salía ganando, territorialmente y en todos los sentidos, era el rey Felipe II Augusto de
Francia, incluyéndose o incorporándose para sí el dudado de Narbona, que había sido de
Toulouse. Aunque el arzobispo (legado e inquisidor pontificio) Arnaldo de Narbona
excomulgó a Simón IV de Montfort, en 1216 el rey de Francia aceptó el vasallaje de
Simón, vasallaje correspondiente a los territorios que éste había conquistado (inclu-

114
Siendo las hijas que tuvo: Amicia, Laura y Petronila.
115
En este personaje se ven las funciones tan confusas acumuladas en una misma persona: arzobispo, du-
que, abad, legado pontificio, cruzado…

~ 44 ~
yendo el ducado de Narbona), dando legitimidad, de esta manera, a las conquistas lleva-
das a cabo por Montfort.
A la muerte de Inocencio III, corriendo los años 1216-1217, se rebeló Provenza y fue
siendo reconquistado el territorio de Ramón VI y Ramón VII de Toulouse, recibiendo
ellos la ayuda de las tropas aragonesas, aunque ya más retraídas y finalmente obligadas
a retirarse, bajo las amenazas de excomunión por atentar en una cruzada según la Santa
Sede y el mismo Papa Honorio III en persona. Seguía ganando el reino de Francia y re-
plegándose de los Pirineos al sur peninsular la Corona de Aragón. Con todo, los condes
de Toulouse entraron en su ocupada capital el 12 de septiembre de 1217. Inmediata-
mente después, el 8 de octubre, ya estaba allí Simón IV de Montfort con sus tropas si-
tiando la ciudad. Pero el 25 de junio de este año 1218, perdurando ya en diez meses el
asedio, murió Simón de Montfort, alcanzado por una piedra que fuera lanzada por un
(artilugio) pedrero o mangonel que manejaban unas mujeres defensoras de Toulouse. Al
ser derribado de su caballo por el pedrusco, murió golpeado Simón, con su cabeza rota,
aplastada, destrozada.116
¿Qué valoración podemos hacernos de Simón IV de Montfort? Procede decir, sin lu-
gar a dudas, que será considerado como alguien controvertido, como personaje adalid de
la cruzada albigense o contra los cátaros. Simón IV de Montfort cambió la geografía po-
lítica de las tierras occitanas y del Languedoc, haciendo girar tanto las aspiraciones del
reino de Aragón como las del reino de Francia.
Según sus partidarios, los católicos del norte de Occitania o franceses, Simón IV de
Montfort hizo bien en sus actuaciones contra los muy peligrosos cátaros. Fue, según
dichos partidarios a su favor, todo un caballero de rancio abolengo, de una moral inta-
chable, justo con el enemigo al darles su merecido, fiel a sus católicas convicciones.
Según sus contrarios, Simón fue cruel y despiadado, inmisericorde con sus adversa-
rios, ambicioso de poder, inquisidor llevando a la hoguera a cuanto hereje cátaro se en-
contraba, conquistador más que cruzado.
Interpretaciones y exageraciones sesgadas aparte, en los que todos vinieron en coinci-
dir era en las capacidades guerreras que tuvo y mantuvo como gran estratega. También
coinciden todos en valorar su vida familiar, la fidelidad demostrada para con su esposa,
su moral intachable y de absoluta rectitud al respecto. Fue radicalmente ortodoxo y cru-
zado del todo errado, fanático, radicalizado.
Y el común parecer, no obstante todo lo dicho o señalado, viene a ser que fue un hom-
bre feroz, cruel, sanguinario, temido y odiado, contrario a toda libertad, de mal recuerdo
para toda crónica o historia.
Era un hombre viril y bien parecido, de complexión fuerte, de mirada resoluta, deci-
dida, serena, alguien más disciplinado y riguroso que amable, sin apenas sentimientos
de piedad, como lo fuimos contando. No se puede lícitamente pasar por el mundo orga-

116
Posteriormente y como se podrá ir contando, al hijo de Simón, Amaury (23 años de edad) se le con-
firmaron en teoría las posesiones continentales de su padre, pero de hecho, prosiguiendo la guerra, se
ocupó del condado de Toulouse Ramón VII, manteniéndolo debidamente, pasando mediante un tratado a
los dominios reales tras la muerte de su hija Juana, casada con un hermano del rey Luis IX de Francia
(San Luis), muerta sin descendencia.

~ 45 ~
nizando barbacoas117 de herejes, ni es misión de la Iglesia consentirlas, mucho menos
propiciarlas, ni por inquisiciones ni por nada.118

117
Licencia expresiva. Ya sabemos que los medievales no conocían las actuales barbacoas. Pero alguien
puede preguntar acerca de cuál es el origen de las barbacoas. Lo cierto es que, por mucho que indague-
mos, no se sabe a ciencia cierta quién las invento, ni cuando fue el momento justo de su aparición como
tal, pero se cree que el concepto de asar y cocinar a la brasa o con brasas es muy antiguo o por lo menos
medieval, preparando animales y echándolos al fuego.
118
Queda claro, no obstante, que esta extrapolada valoración desde el siglo XXI sobre hechos del siglo
XIII, nos la permitimos por razones de relato, sin que nos llevemos a confusión o nos dejemos llevar por
malévolas interpretaciones ideológicas, etc.

~ 46 ~
Simón IV de Montfort

(Aplastado por una piedra, se ve su muerte en la anterior imagen)

~ 47 ~
BARCELONA
(REINO DE ARAGÓN)
PEDRO NOLASCO Y LA REDENCIÓN DE CAUTIVOS
El 2 de agosto, en Barcelona,119 se apareció la Virgen María a un hombre, mercader,
llamado Pedro Nolasco.120 Este hombre, aconsejado por Raimundo de Peñafort121 y
debidamente autorizado por el jovencito rey Jaime I (de 10 años de edad), ante el altar
mayor de la catedral barcelonesa, de Santa Eulalia, el 10 de agosto, proyectó, tal como
la Virgen María le pidiera, la fundación de una nueva Orden que se dedique a redimir

119
Según cuenta la tradición.
120
San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced (Merced significa Misericordia). Se conme-
mora en el santoral el 29 de enero. Al parecer era de Barcelona, nacido en 1180. Huérfano de su padre
cuando tenía 15 años de edad, se propuso una vida generosa y de ayuda con sus bienes a los necesitados.
Le secundó en todo su piadosa madre. Habiendo peregrinado un tiempo después a Montserrat, hizo allí
promesa a la Virgen de ponerse a su servicio. La Virgen le cogió la palabra.
Pedro Nolasco, siguiendo el Evangelio, decidió finalmente dedicar su fortuna a la liberación del mayor
número posible de esclavos o más bien cautivos. Ya en 1203 realizó Pedro Nolasco una primera reden-
ción de cautivos por su parte en Valencia. Redimió a trescientos cautivos con su dinero propio. Y ya
empezó a formar un grupo (laico) secundando el proyecto, un grupo que estuvo dispuesto a poner en co-
mún sus bienes y organizar expediciones para negociar redenciones. Su condición de comerciantes les
facilitó el empeño. Comerciaban con el fin de liberar. Cuando se les acabó el dinero formaron grupos a
modo de cofradías recaudadoras de limosnas y donativos para redimir cautivos. Pero llegó un momento
en que ya no hubo suficientes ayudas. Pedro Nolasco se planteó entonces ingresar en la vida religiosa o
hacer vida eremítica. Entró en una etapa de reflexión y se dedicó entonces a una profunda vida de ora-
ción.
En esa situación se encontraba en agosto de 1218 cuando se le apareció la Virgen. Según una dudosa
tradición se trató de una triple aparición: A San Pedro Nolasco, a San Raimundo de Peñafort y al rey
Jaime I. Por eso estuvieron los tres de acuerdo en la nueva fundación, la de la Orden de la Merced para
redimir cautivos.
La nueva Orden fue laica en los primeros tiempos. Su primera ubicación fue el hospital barcelonés de
Santa Eulalia. Allí recogían los mercedarios a indigentes y a cautivos que regresaban de tierras de moros
y no tenían a donde ir. Seguían la labor que ya antes hacían de crear conciencia sobre los cautivos y re-
caudar dinero para liberar a otros. Eran acompañados con frecuencia de ex-cautivos, ya que, cuando uno
era rescatado, tenía obligación de participar durante algún tiempo en este servicio. Normalmente iban
cada año en expediciones redentoras. Pedro continuó sus viajes personalmente en busca de esclavos o
cautivos cristianos. En Argelia llegarán a hacerlo prisionero, pero logrará liberarse.
121
San Raimundo de Peñafort, dominico catalán. Se conmemora el 7 de enero.

~ 48 ~
cautivos cristianos caídos y retenidos en manos de los musulmanes,122 como hacía la
Orden Trinitaria. El obispo Berenguer de Palau II de Barcelona, a quien Jaime I nombró
ahora consejero real, le dio a Pedro Nolasco y a sus compañeros la Regla de San
Agustín. Pedro y sus compañeros vistieron hábito apropiado y recibieron el escudo con
las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo de la Corona de Aragón, y la cruz blanca
sobre fondo rojo característica de la catedral de Barcelona.

La Virgen (de la Merced) se aparece a San Pedro Nolasco

122
En un principio, la Orden se llamó de Santa Eulalia, derivando después, como iremos contando, a Or-
den de la Virgen de la Merced. La fecha propiamente fundacional es la del 10 de agosto de este año 1218.
La Orden será aprobada por el Papa Gregorio IX en 1235.

~ 49 ~
SULTANATO DE EGIPTO
Y PALESTINA
MUERE EN DAMIETA EL SULTÁN AL-ADIL I
Y LE SUCEDE SU HIJO MALIK AL-KAMIL
En agosto de este año 1218 (614 de la Hégira), del modo que contaremos, murió Al-
Adil I, el sultán123 de Egipto y de amplios dominios en Oriente. Tenía 73 años de edad.
De la dinastía ayubí y origen kurdo, hermano pequeño de Saladino (muerto en 1193),
era su nombre completo Al-Malik Al-Adil Sayf al-Din Abu Bakr ibn Ayyub. Por su ti-
tulo honorífico de Sayf al-Din (Espada de la Fe), le llamaron con frecuencia los cru-
zados francos como Safadino.
Al-Adil, como Saladino, fue hijo de Najm al-Din Ayyub. Nació en Damasco,124 en ju-
nio de 1145. No tardó en distinguirse como oficial del ejército sirio de Nur al-Din Zengi
(muerto en 1174) cuando se desplegaba la tercera y última campaña de su tío Shirkuh,
comandante de Zengi, contra los cruzados en Egipto (1168-1169). Tras la muerte de
Nur al-Din gobernó Egipto en nombre de su hermano Saladino y movilizó los ingentes
recursos del país apoyando a su hermano en Siria y su guerra contra los cruzados du-
rante los años 1175-1183).
Fue gobernador de Alepo entre los años 1183-1186, pero volvió a administrar Egipto
durante la tercera cruzada (1186-1192). Como gobernador de las provincias septentrio-
nales de Saladino (1192-1193), suprimió la revuelta de Izz al-Din de Mosul después de

123
Sultán (palabra árabe derivada de sulta, que significa poder) es título frecuentemente utilizado en paí-
ses islámicos y viene a equivaler a rey, monarca o soberano, aunque rey en árabe se dice más propia-
mente malik. Sultán, literalmente, viene a significar “el que ejerce el poder”, y siempre tuvo que ver con
su referencia a los jefes militares, generalmente turcos, que ejercían el poder de facto en territorios no-
minalmente gobernados por el califa. Más adelante se convirtió en título real (del soberano).
El primero en la historia que llevó oficialmente el título o apelativo de sultán fue Mahmud, en Gazni
(actualmente ciudad afgana), que originó la dinastía de los gaznauíes (o gaznavíes o gaznávidas), ejer-
ciendo el poder entre los años 998-1030, extendiéndose su dominio desde Gazni por tierras del Ganges a
Mesopotamia, el Imperio Gaznávida. Sultán fue después el título correspondiente a los poderosos tur-
cos selyúcidas y otomanos, como de los ayubíes, tanto de los la estirpe de Saladino como de los ma-
melucos (de esclavos mercenarios que prosperaron) gobernantes de Egipto. También fueron sultanes (más
bien que llamados califas) los magrebíes almorávides y almohades, como otras dinastías. Hasta 1955,
Marruecos fue un sultanato, siendo en ese año cuando el sultán marroquí Mohámmed ibnYúsef (Mo-
hámmed V) se cambió el título y difundió el término más moderno de rey (malik).
124
Probablemente.

~ 50 ~
la muerte de Saladino (marzo de 1193), y desempeñó el papel de hacedor de reyes du-
rante la disputa por la sucesión entre los hijos de Saladino Al-Aziz Uthman y Al-Afdal
(1193-1198).125 Fue nombrado gobernador de Damasco y utilizó la localización de esta
base para expandir su poder, defendiendo la facción que se oponía al inepto gobierno de
Al-Afdal después de la muerte de Al-Aziz en 1198. A pesar de que fue sitiado cerca de
Damasco (1199), derrotó a Al-Afdal en la batalla de Bilbeis (en el delta del Nilo, enero
de 1200). Fue después de su victoria cuando resultó proclamado sultán de Egipto y Si-
ria, habiendo gobernado sabia y acertadamente durante casi dos décadas. Fomentó el co-
mercio y mantuvo buenas relaciones con los estados cruzados entre los años 1200-1217.
Conquistó la ciudad turca de Ahlat en 1207, siéndole favorable como vía y estrategia. A
pesar de su avanzada edad (72 años en 1217), tomó nuevamente las armas al enterarse
de la quinta cruzada que se estaba preparando, de modo que se puso a organizar las de-
fensas de Egipto y Palestina. Enfermó y falleció estando en Damieta, ciudad egipcia,
portuaria, del delta del Nilo, mientras estaba sitiado este lugar por los occidentales y la-
tinos de la quinta cruzada, cuando corría el mes de agosto de este año 1218.126
A Al-Adil I le sucede y releva en Damieta su hijo Malik al-Kamil, ya con 38 años de
edad.127 Iremos viendo en adelante el desenvolverse del nuevo sultán y cómo resultará
finalmente la quinta cruzada, aún con su escenario caliente en Damieta durante este año
1218.

125
Antes de su muerte, Saladino había dividido sus dominios entre sus parientes: Al-Afdal recibió Pa-
lestina y Siria, Al-Aziz fue destinado a gobernar Egipto, Al-Zahir recibió Alepo, Al-Adil recibió Kerak (o
Al-Karak, con su célebre castillo ubicado en la actual Jordania) y Shawbak y Turan-Shah mantuvieron
el Yemen. No tardó en estallar el conflicto tras el reparto entre ellos y Al-Adil se convirtió en el gober-
nante indiscutible de Siria, la Alta Mesopotamia, Egipto y Arabia, mientras Al-Aziz Uthman sucedió a su
padre y gobernó el Imperio Ayubí en su conjunto entre los años 1193 y 1198.
Pero a pesar de que Al-Aziz había heredado específicamente la soberanía sobre todo el Imperio Ayubí,
pronto tuvo que enfrentar revueltas más o menos tribales de los emires Zangíes o Zengíes de Mosul, por
parte de Sanjar y de los Artúquidas en el sur de Orak. Cuando Al-Afdal expulsó a todos los ministros que
dejó su padre para apoyarlo, llegaron a Egipto, pidiendo a Al-Aziz que reconquistara Siria. El sultán Al-
Aziz sitio entonces Damasco. Así que Al-Afdal pidió la ayuda del hermano de Saladino, Al-Adil, que co-
nocía a Al-Aziz y consiguió lograr una reconciliación. Al año siguiente, al-Aziz volvió a atacar Siria, pero
Al-Afdal fue capaz de persuadir a algunos de los emires del ejército de Al-Aziz para que desertaran. Más
tarde Al-Adil se alió con Al-Aziz contra Al-Afdal, resultando de ello que Al-Afdal sitió y tomó Damasco,
el 3 de julio 1196. Al-Afdal fue exiliado a Salkhad (al sur de Siria), mientras que Al-Aziz se proclamó
jefe supremo del Imperio Ayubí. Sin embargo, la mayor parte del poder efectivo estaba en manos de Al-
Adil, que se instaló en Damasco.
Durante su reinado, Al-Aziz trató de demoler la Gran Pirámide de Giza, pero finalmente renunció a
ello. Sin embargo fue capaz de dañar la pirámide de Micerino. Y lo mismo que destruyó, construyó, por
ejemplo en Banias (actualmente yacimiento arqueológico correspondiente a Cesarea de Filipos, en Israel)
y en Subaybah (Yemen).
Al-Aziz murió accidentalmente mientras cazada, a finales del año 1198. Fue enterrado en la tumba de
su hermano mayor Al-Muazzam (sultán de Damasco entre los años 1218-1227).
126
Ya en 1219 concluiremos el relato del descalabro de los cruzados en esta ciudad.
127
Como sultán de Egipto y Siria, este ayubí será aclamado por su valor en combatir a los cruzados, pero
a su vez será vilipendiado por su devolución de Jerusalén a los cruzados cristianos.

~ 51 ~
REINO DE ARAGÓN
DECLARADO MAYOR DE EDAD EL REY JAIME I
CUANDO TIENE 10 AÑOS
Septiembre. Forzado por una parte de la nobleza tanto catalana como aragonesa, el
conde Sancho Raimúndez de Rosellón y Provenza renunció a la regencia sobre el joven
monarca Jaime I y se marchó a sus dominios en Provenza.128 Mientras tanto, por la
nueva situación que se la plantea al joven monarca Jaime I (ahora con 10 años de edad),
éste habrá de asumir sus funciones de gobierno y pacificar las relaciones entre sus súb-
ditos, solventando las tensiones entre los nobles.129 En septiembre de este año 1218, ce-
lebrándose Cortes Generales de Aragón en Lérida, con toda la representación catalana-
aragonesa, Jaime fue declarado mayor de edad y en el uso de sus facultades. También se
resolvió en estas Cortes Generales que el rey Jaime I habrá de casarse con Leonor de
Castilla, hija de Alfonso VIII y de Leonor Plantagenet. La boda se celebrará cuando Jai-
me tenga 13 años de edad, en 1221. Leonor, la novia, tendrá entonces 31 años de
edad.130 No lo tiene fácil Jaime I, ni se ve ajeno a presiones e incluso atropellos. Y es
que reinar y gobernar con 10 años de edad, sin demasiados cercanos apoyos, no es
cualquier cosa. Pedro Ahones se erige en rebelde y promueve rebeldías. Ciertamente se
hacen valer los auspicios del Papa (pasó con Inocencio III y sigue pasando ahora con
Honorio III) y vela la Iglesia cuanto puede sobre este importante reino. Pedro Ahones es

128
Recordemos que este Sancho era hijo del Conde Ramón Berenguer IV de Barcelona (muerto en 1162)
y de su esposa la reina Petronila de Aragón (muerta en 1173), hermano, por tanto del rey Alfonso II de
Aragón (muerto en 1196) y tío del rey Pedro II de Aragón (muerto en 1213, en la batalla de Muret). Fue
figura destacada y de primera importancia tras la muerte del sobrino, procurando defender los intereses de
la Corona de Aragón en el Mediodía de Francia tras la derrota de Muret. Sancho fue también muy des-
tacado durante la minoría de edad del rey Jaime I, siendo procurador del reino en las Cortes de Lérida en
1214. A él se debe, en gran parte, la encomienda de la custodia del joven Jaime I al maestre aragonés de
la Orden del Temple (Guillem de Montredon) y la defensa de los intereses del inexperto monarca frente a
la nobleza, sobre todo ante el poderoso abad de Montearagón (cerca de Huesca), el infante don Fernando,
hermano de Sancho y principal alentador de las ambiciones de los nobles. Atacado por éstos y desilu-
sionado, Sancho de Aragón dimitió de su cargo de procurador en este año 1218, dedicándose luego hasta
su muerte a la administración de sus condados y a vivir con despreocupación o lo mejor que pudo, pero
sin desentenderse de la política ni humanamente del rey Jaime I.
129
Ya lo irá logrando en 1219.
130
El matrimonio se anulará a petición del esposo y por parte del Papa Gregorio IX. El rey Jaime alegará
impedimentos de parentesco en 1229. Ya iremos viendo el acontecer de los hechos.

~ 52 ~
el noble que gobierna el reino de Aragón por el norte, mientras Pedro Fernández de
Azagra es quien gobierna más los territorios del sur. Este noble alcanza progresiva
influencia en la corte y en el reino de Aragón, habiendo logrado el nombramiento de
mayordomo mayor del rey, el cargo de mayor dignidad y relevancia en el reino.131
También se celebraron Cortes en Tarragona y Jaime I eximió de impuestos a los ha-
bitantes de la villa real de L’Arboç.132 Es una villa de mercado y ferias.
131
Pedro Fernández de Azagra, es un personaje de la estirpe navarra-aragonesa, cuya ascendencia, como
sabemos, se remonta a finales del siglo XI. La primera persona de dicha estirpe que puede identificarse
con seguridad es Lope Garcés el Peregrino o Pelegrino (muerto hacia el año 1124 ó más tarde, en 1133),
tenente de Ayerbe (1098) y luego de Aibar (1110) y Estella (1111). Sus bienes patrimoniales radicaban en
zonas diversas: cuenca del Gállego, valles de Aibar y de Funes, alrededores de Estella y, a juzgar por el
sobrenombre locativo de sus filiaciones, también en Azagra (en el límite de Navarra con La Rioja). La
ayuda prestada al rey Alfonso I el Batallador (1104-1134) en la reconquista del valle del Ebro central le
brindó a Lope Garcés nuevas posesiones en Ejea, Borja y Tarazona. Su familia ocupó su destacado y re-
levante lugar entre la sobresaliente docena de linajes (de ricoshombres) de la alta nobleza navarra de la
época. Su hijo menor, Gonzalo de Azagra (muerto en 1158) fue tenente de Tudela junto con su hermano
mayor, Rodrigo de Azagra; y sus sucesores, asentados en la comarca, se fueron diluyendo durante la
segunda mitad del siglo XII hasta desdibujarse esta rama del clan familiar. El primogénito, Rodrigo de
Azagra (muerto hacia el año 1156), inició su carrera como tenente de Lerín y Larraga (1137) y luego se
hizo cargo de dos tenencias de máxima importancia, Tudela (1142) y Estella (1143). Esta última siguió en
manos de los Azagra hasta 1196 incluso después de ausentarse de Navarra, sirviéndoles así de vínculo
con su reino de origen.
Los hijos de Rodrigo son ejemplo de las conocidas veleidades plurivasalláticas de los ricoshombres
navarros del momento, los cuales, persiguiendo siempre mayores beneficios y provechos, se desnaturaban
y pasaban al servicio de otros monarcas. Este fue el caso de Gonzalo Ruiz de Azagra, alférez de Sancho
VI el Sabio (1150-1194), pasado luego al servicio del monarca castellano y más tarde al de León. En
cambio, su hermano Pedro Ruiz de Azagra (muerto hacia 1186), que sucedió a su padre en la tenencia de
Estella (1157-1178), permaneció fiel al rey de Navarra. Fue protagonista máximo del callado intento de
penetración navarra por las sierras del Sistema Ibérico llegando hasta las fronteras musulmanas. Alentado
sin duda por Sancho VI el Sabio, ganó Albarracín, un reino de taifa arrebatado en 1168 a Ibn Mardanis, el
rey Lobo de Murcia, un muladí de origen mozárabe a quién sirvió como mercenario. Como sabemos, su
familia habrá de gobernar con mucha independencia ese enclave, el señorío autónomo de Albarracín,
durante más de un siglo, titulándose “vasallos de Santa María”. Rodrigo supo apoyarse en Castilla y en
Navarra para evitar la absorción de Albarracín por Aragón. Muerto sin descendencia masculina, legó el
señorío de Albarracín a su hermano Fernando Ruiz de Azagra (1186-1196), que le había suplido en
Estella en 1177.
Su nieto Pedro Fernández de Azagra (1196-1246) ya no conservó la tenencia de Estella, pero siguió
vinculado a Navarra: colaboró con Sancho VII el Fuerte (1194-1234) y prestó vasallaje a su sucesor
Teobaldo I (1234-1253) en 1138, a la vez que acordaba con éste un matrimonio entre sus vástagos. Dando
luego un giro a la política familiar, centró su atención en Aragón y cooperó con Jaime I, por ejemplo en la
conquista de Valencia, aunque procurando mantener la personalidad de su señorío de Albarracín. Álvaro
Pérez de Azagra (1246-1260), su hijo, siguió sus coordenadas, pero en 1257 se inclinó de nuevo hacia
Castilla para evitar la asimilación o absorción total por parte de Aragón. La última representante de la
familia, Teresa Álvarez de Azagra, se casó con Juan Núñez I de Lara, quien rigió de hecho el señorío de
Albarracín hasta 1284, cuando Pedro III de Aragón (1276-1285) lo conquistó y lo incorporó a sus do-
minios. Todavía Juan Núñez II de Lara el Joven dispuso efímeramente de Albarracín, entre los años
1298-1300, pero tuvo que renunciar y reconocer la soberanía aragonesa. Desaparecida la línea primo-
génita, las restantes ramas del linaje se fueron oscureciendo y se incorporaron a otras casas nobiliarias
aragonesas.
132
Provincia de Tarragona.

~ 53 ~
EPÍLOGO I

GUERRA, PESTE Y HAMBRE EN SUCESIVAS RACHAS MEDIEVALES

En la segunda década del siglo XIII se estaba atravesando una más de las rachas me-
dievales de guerra, peste y hambre, siendo muy de tener en cuenta una adversa climato-
logía, de fríos y tiempos prolongadamente secos, sin lluvias, con el resultado de mala
cosechas...
No perdamos de vista que cuando decimos Edad Media nos referimos convencional-
mente a todo un milenio de años (oficialmente desde el año 476 al 1453 ó incluso al
1492 si nos estiramos un poco). El estudio de la vida cotidiana a lo largo de ese milenio
presenta actualmente mucho interés en historiadores e investigadores. Y hay que tener
en cuenta que entrar en el ámbito medieval requiere, necesariamente, que sepamos
movernos en unas omnipresentes claves religiosas de las que no podemos prescindir.
San Agustín de Hipona y San Isidoro de Sevilla fueron dos de los pilares primordiales
del pensamiento medieval y del modo de acercarse a la realidad. Ambos santos pensa-
dores y generadores de magisterio hablaron de un paralelismo entre los siete bíblicos
días de la Creación, las siete edades de la Historia en general, y los siete momentos de la
vida del hombre en particular: infancia, puericia, adolescencia, juventud, madurez, vejez
y senectud o senilidad. Lo que parece quedar claro en conclusión general para todos es
que llegar a la senectud en los tiempos medievales era una auténtica hazaña biológica.
Una excepción que rompió la regla de las limitadas esperanzas de vida la constituyó la
serie de longevos abades de Cluny que, desde Bernón de Baume (principios del siglo X)
a Pedro el Venerable (primera mitad del siglo XII) gobernaron el gran centro monástico
borgoñón durante dilatados períodos de años: el registro más alto lo marcó Hugo el
Grande, entre 1049 y 1109. La norma, por el contrario, la constituirían las muy poco
halagüeñas perspectivas de vida que se daban, con no demasiadas variaciones, a través
de toda la Edad Media.
Las fuentes narrativas, referidas esencialmente a las categorías superiores, han reci-
bido el impagable apoyo de la arqueología a la hora de trazar lo que, desde los actuales
parámetros, es un sombrío panorama demográfico. Las excavaciones de enterramientos
carolingios, de los siglos VIII-IX, por ejemplo, hacen pensar que entre el 40 y el 50 %
de los inhumados no llegaron a la madurez; y que hasta el 25 % alcanzaron sólo un año
de vida. En siglos posteriores, ni siquiera a principios del siglo XIII, se superaron mu-
cho esos porcentajes. De los catorce monarcas de Castilla y León que reinaron entre
principios del siglo XIII (Alfonso VIII) y finales del XV (Enrique IV), tan sólo dos
(Alfonso IX y Alfonso X) alcanzaron los 60 años de edad. De los restantes, uno (Al-
fonso VIII) superó los 50 años; y tres (Enrique I, Fernando IV y Enrique III) murieron
sin llegar a alcanzar los 30. Es evidente que en la base de esas limitaciones se en-
contraban los riesgos inherentes a la problemática secuencia embarazo-parto-puerperio-
primera infancia, posiblemente la principal causa de muerte entre mujeres y bebés. A
esa contingencia se sumaron otras que marcaron en todo momento la evolución de las
sociedades medievales. Una muy difundida invocación al Altísimo, Dios Todopodero-

~ 54 ~
so, habla de tres muy especiales, diciéndose: “¡Del hambre, la guerra y la peste, líbra-
nos, Señor!”.
La escasez de comida durante la Edad Media fue producto de una dramática concate-
nación de factores; algunos de ellos han pervivido hasta el presente. Serán la escasa pro-
ductividad de la tierra, dada la pobre fertilización, o el elemental utillaje agrícola apenas
mejorado por avances como la expansión del arado de vertedera frente al clásico arado
romano.
Serán las intemperancias e inclemencias climáticas marcadas por sequías, pedriscos,
heladas o pluviosidad excesiva, a destiempo, etc. Serán las plagas de insectos y roedores
y las epizootias (epidemias de animales), difíciles todas ellas de combatir. Y serán tam-
bién factores estrictamente humanos: esas guerras endémicas que asolan los campos o el
pobre mantenimiento de una red distribuidora alterada, además, por la enorme comparti-
mentación feudal del poder político. De las cíclicas hambrunas que padeció Occidente,
una está especialmente documentada: la de 1317, que anticipará la cadena de desgracias
del ocaso de la Edad Media.
Hablar de guerra en el Medievo no es tanto hacerlo de enfrentamientos con un ene-
migo exterior al estilo de las Cruzadas, de la Reconquista española o de los grandes
conflictos internacionales tipo Guerra de los Cien Años. Hablar de guerra en el Medie-
vo es referirse sobre todo al infernal ritmo de vida marcado por la anárquica violencia
que imponen los miembros de una bronca clase feudal: los bellatores, los que hacían la
guerra. Ellos creaban un reiterado sentimiento de inseguridad entre los más desfavore-
cidos: los laboratores, los que trabajaban con sus manos. Los oratores, los oficialmen-
te hombres de Iglesia (clérigos, monjes, prelados, eclesiásticos) que rezaban también se
veían del todo afectados por ese desorden institucionalizado y trataron de ejercer su au-
toridad moral desde el concilio de Charroux (año 989).
Se sucedieron numerosas Asambleas de Paz y Tregua de Dios celebradas en distintas
localidades del Occidente. So pena de incurrir en severas condenas canónicas como la
excomunión, prohibieron el uso de las armas entre cristianos durante determinados días
de la semana y durante ciertos períodos, de acuerdo al calendario litúrgico. Se anatema-
tizaron, asimismo, los ataques al personal no combatiente: trabajadores de la tierra, ni-
ños y mujeres, clérigos, peregrinos y mercaderes. La condena se extendió también a la
destrucción indiscriminada de cosechas e instrumentos de producción. Se intentaba con
todo ello transformar los enfrentamientos entre categorías sociales –guerreros, campesi-
nos y eclesiásticos– en una, por lo general, utópica colaboración mutua.
Actualmente hay buenos avances y resultados sobre los estudios efectuados en torno a
las enfermedades durante la Edad Media, progreso constatado tanto desde el punto de
vista de la ciencia médica como desde la perspectiva de la historia de las mentalidades.
Además de esos riesgos del nacimiento a la propia vida o de los devastadores efectos de
una crónica malnutrición, las fuentes del Medievo situaron en un lugar de dudoso honor
las recurrentes fiebres palúdicas que debilitaban las defensas corporales, acortando así
las expectativas de vida. Frente a éstas y otras desgracias, la sociedad actuaba con los li-
mitados recursos sugeridos por los tratados de medicina –que seguían en muchos casos
la tradición árabe y hebrea– y con la creación de una importante red asistencial, que pro-
curaba amparo a enfermos, a desvalidos de todo tipo y a peregrinos. Además, los cen-

~ 55 ~
tros hospitalarios fueron impulsados desde diversas instancias: la Iglesia,133 los prínci-
pes o soberanos,134 las autoridades municipales o concejos, o importantes magnates o
dignatarios.135
Por encima de todo eso, de lo inmanente a lo trascendente, quedaban los acendrados
ejercicios de fe o piadosos respecto a los poderes de Santos intercesores como especiali-
zados en sanar o curar determinados males y enfermedades: San Roque136 para la peste,
San Benito para la litiasis (cálculos o piedras), San Antón para el ergotismo o “mal de
los ardientes”,137 San Lázaro138 para la lepra y San Mauro139 para la gota. Se erigieron
también santuarios como importantes metas de peregrinación que se convirtieron en
escenario de esos milagros terapéuticos tan característicos de la hagiografía medieval y
de los exvotos devocionales o de gratitud.
Dos enfermedades difundieron mucho pánico y verdadera paranoia entre la gente: la
lepra y la peste, ambas con resonancias bíblicas. Lo contamos a continuación.
La lepra tenía connotaciones tanto físicas como morales. Para hacerle frente se edifi-
caron y abrieron en amplia red por todas partes unos hospitales llamados lazaretos. El
cronista Mateo [de] París (1200-1259) habla de hasta 19.000 (cifra posiblemente abul-
tada o exagerada) para el conjunto de la Cristiandad a mediados del siglo XIII. Se logró
así un férreo aislamiento de los afectados convertidos, tras un solemne ritual de exclu-

133
Siendo modélico al respecto el Hotel-Dieu de París.
134
Por ejemplo, el Hospital del Rey, fundado en Burgos por Alfonso VIII (año 1195).
135
Caso, por ejemplo, del canciller borgoñón Rolin con su Hospital de Beaume, del año 1445, joya de la
arquitectura civil del momento.
136
Un Santo del siglo XIV.
137
Uno de los remedios difundidos para sanar esta enfermedad en su versión de ergotismo gangrenoso
durante la Edad Media consistía peregrinar a Santiago de Compostela, siendo la explicación muy sencilla:
dicho ergotismo lo producía el consumo prolongado de pan de centeno contaminado por el hongo cor-
nezuelo (ergot). El hospital del convento de San Antón en Castrojeriz (Burgos) curaba a los enfermos
ofreciéndoles pan de trigo candeal.
138
Por lo general es un Santo (muy popular y recurrente desde la Edad Media) resultante de fundir dos en
uno: el Lázaro de la parábola de Lc 16, 19-31 y el de Betania (Jn 11). Hay mucho de legendario al res-
pecto (Leyenda Áurea) y no menos de historias en torno a unas correspondientes reliquias. Como po-
demos recordar, muchas reliquias fueron robadas y saqueadas durante la conquista de Constantinopla por
los latinos de la cuarta cruzada en 1204, llevadas a Venecia, Italia o Francia como botín de guerra. En la
Sainte-Chapelle de París se depositaron algunas (desaparecieron durante la Revolución Francesa). Pero
llama la atención la reliquia que se mostraba en la abadía benedictina de la Trinidad de Vendôme: una
filacteria conteniendo una lágrima de las que derramó Jesús ante la tumba de su amigo Lázaro en Betania.
Muchas tradiciones devocionales se perdieron o se prohibieron, por excesivas, abusivas, faltas de rigor
histórico, etc.
139
Un discípulo de San Benito.

~ 56 ~
sión, en auténticos muertos en vida. A fines del Medievo, sin embargo, se había logrado
que la lepra estuviera en franca regresión en Occidente.
El otro terrible mal fue la peste. Estamos ante una expresión demasiado vaga, ya que
como pestis designaban los hombres antiguos y medievales todo tipo de enfermedad in-
fecto-contagiosa de difícil prevención y de efectos letales generalizados o realmente
supuestos y muy difundidos. La que en el siglo XIV se conoció como Peste Negra fue
la peste por antonomasia y se manifestó de forma especialmente dramática con la epi-
demia que asoló Europa a partir de 1348 y hasta 1351. Autores como Giovanni Boccac-
cio nos dicen que arrebataba de forma irremisible la vida a los pocos días de contraerse.
El número de bajas fue ciertamente difícil de establecer, aunque se fijó en diversas fuen-
tes de la época –como las Crónicas de Jean Froissart (1337-1405)– en torno a un tercio
de la población. Nuevos brotes menos generalizados se dieron en los años siguientes,
hasta que se culminó el ocaso de la Edad Media.
Eclesiásticos y clérigos en general fueron presentando la vida en este mundo como
una permanente gran vigilia ante el hecho irremediable de la muerte; tanto más temible
si era imprevista (subitanea mors). Una buena muerte era, después de todo, el final de
esa peregrinación (transitum) por un mundo plagado de limitaciones y de tentaciones.
Las catástrofes demográficas de finales del Medievo –con la Peste Negra en lugar pre-
ferente– repercutirán en la mentalidad medieval dándole un mayor dramatismo. Prolife-
raron los textos dedicados a “la buena muerte” o ars bene moriendi, desde lo filosófico
y teológico a lo literario y devocional. Se expandió el peculiar género literario y pic-
tórico dedicado a las “Danzas de la muerte”, un género estético que parece recrearse de
forma morbosa en el sentido ferozmente igualitario de la muerte.
La vida normal de las distintas categorías sociales se desenvolvía dentro de específi-
cas formas de ayuda y solidaridad: los caballeros combatientes en relación al linaje; los
eclesiásticos en el capítulo catedralicio, monástico o conventual; las gentes más del pue-
blo o comunes en la parroquia o en la corporación profesional. A todos ellos, sin embar-
go, se les pretendían inculcar hábitos y ritmos de vida similares.
El calendario litúrgico establecía las típicas o propias celebraciones comunes en todo
el orbe cristiano, los ciclos litúrgicos y festivos anuales. A las festividades principales se
les fueron añadiendo otras de índole más restringida y local. Serían sobre todo aquéllas
fiestas o celebraciones inicialmente dinásticas que se fueron dando en torno a la advo-
cación de algún Santo específico o en particular: Santiago Apóstol, San Jorge, San Dio-
nisio, San Esteban, San Wenceslao... Serían esas celebraciones locales que creaban una
particular identidad o, como se ha dicho, toda una religión cívica. Venecia, por ejemplo,
honraba a su patrono, San Marcos, con tres rememoraciones anuales: su pasión, el tras-
lado de sus restos a la ciudad de los canales y la inauguración de su imponente basílica.
Y también serían esas festividades, las de carácter gremial, las que hacían de un Santo el
Patrón de una actividad profesional: San Cosme y San Damián para los médicos, Santa
Catalina para los carreteros, San José para los carpinteros o San Eloy para herreros y or-
febres… Para forjar los deseados comportamientos cotidianos, la jerarquía eclesiástica
emprendió desde fecha temprana una lucha por erradicar, o al menos cristianizar, cos-
tumbres y prácticas paganas definidas genéricamente como supersticiones. Y el cumpli-
miento de los mandatos del Decálogo habría de reforzarse con la práctica de siete virtu-

~ 57 ~
des capitales: humildad, generosidad, castidad, paciencia, templanza, caridad, diligen-
cia, enfrentándose así en una conducta contra los correspondientes siete vicios o peca-
dos capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.
Al cumplimiento del precepto dominical se añadía una disciplina sacramental predica-
da con irregular fortuna eclesiástica. Se entra en la sociedad cristiana (la Iglesia) con un
sacramento, el del bautismo, obligatorio desde las legislaciones canónica y civil. Y, a
partir del uso de la razón, el discurrir de la vida se marcaba con otras dos obligaciones
religiosas: penitencia y eucaristía. La recepción de ambas será obligatoria, al menos una
vez al año, desde la promulgación del canon Utriusque sexos del IV Concilio de Letrán
(1215). La vida sexual no podía escapar tampoco a la regulación. Su actividad sólo se
consideraba legítima dentro del matrimonio (séptimo sacramento de la Iglesia) y con
ciertas limitaciones. Los libros penitenciales, especie de guías o vademécum para con-
fesores de los primeros siglos del Medievo, nos hablan así de abstención de relaciones
conyugales en distintos momentos del año. El Penitencial del obispo Burcardo de
Worms, redactado hacia 1008-1012, recuerda el respeto debido a determinados días (los
domingos y ciertas señaladas festividades) y a dilatados períodos como las Cuaresmas
de Navidad (desde el 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos) y Pascua o las
menstruaciones y los pospartos. Estamos ante imposiciones o meras “orientaciones”,
cuya infracción no supondría una reparación penitencial insoportable, pero que sí cose-
charon críticas incluso desde sectores eclesiásticos, que progresivamente se relajaron.
No era lo mismo la visión de la sexualidad desde una severa religiosidad de cuño mo-
nástico que la opinión de los grandes maestros de la escolástica del siglo XIII, bastante
más indulgentes en lo referente a las debilidades de la carne o a la naturaleza al respec-
to.
El control eclesiástico en cuanto al desenvolverse de la vida cotidiana experimentó
ciertas fisuras o modificaciones con el transcurrir de los años o el sucederse de las épo-
cas. A título de ejemplo, se contraponían dos formas de división del tiempo diario. Los
primeros siglos medievales, de dominio abrumadoramente rural, estuvieron marcados
por las horas canónicas que dividían el día en ocho partes de duración variable según los
cambios estacionales: maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas.
Pero el desarrollo urbano, a partir del siglo XI, aunque afectó en un principio a una mí-
nima parte de la población, fue introduciendo, no obstante, nuevos ritmos de vida y otra
percepción del tiempo. Los relojes de las casas comunales irán difundiendo una división
del día más semejante a como hoy la conocemos, una división del tiempo que resultaba
más acorde con las actividades y la mentalidad propias del medio urbano y de las nue-
vas actividades de la gente.
El medievalista francés Jacques Le Goff (1929-1214) se refirió así a una sustitución
importante –que supuso un significativo giro o paso en el siglo XIV–, pasándose del
tiempo según los eclesiásticos (el tiempo como gracia o don de Dios y para su alabanza
que no se puede comprar ni vender) el tiempo según los mercaderes, por el que todo
tiene su valor y su precio, utilidad y eficacia, de donde viene el proverbial dicho: “el
tiempo es oro”.

~ 58 ~
~ 59 ~
EPÍLOGO II

EL OBISPO DON MAURICIO DE BURGOS

Don Mauricio, buen jurista y excelente persona, fue el obispo de Burgos desde 1213
hasta su muerte en 1238. A él se debe la fundación de la muy hermosa catedral gótica de
la ciudad. Fue además muy destacado protagonista en los principales acontecimientos
de su tiempo.
Puede haber sido abad del monasterio de Santa María de Fitero (Navarra), fundado
por Rodrigo Jiménez de Rada, o también arcediano de Toledo con el mencionado Ro-
drigo a la sazón arzobispo toledano y otro protagonista de primer orden en la misma
época. Mauricio y Rodrigo puede que ya coincidieran como estudiantes en Paris.
En tiempos de Don Mauricio era Burgos una de las principales ciudades en la Penín-
sula Ibérica, honrada como civitas regia por Alfonso VIII de Castilla, paso obligado o
de total referencia en el Camino de Santiago y cruce comercial entre el interior y los
puertos del Cantábrico. La diócesis de Burgos era la única no sometida a la jurisdicción
metropolitana del arzobispo de Toledo, pues dependía directamente de la Santa Sede
por decisión del Papa Urbano II (1088-1099) en 1097.
En 1214: murieron el rey Alfonso VIII y su mujer la reina Leonor Plantagenet, el in-
fante Enrique heredó el trono de Castilla como Enrique I, los Lara consiguieron su tu-
tela y con ella la regencia del reino y el rey Alfonso IX de León aprovechó la situación
para seguir amenazando el territorio castellano. En medio de estos desórdenes, Don
Mauricio se alineó con Berenguela, apoyada por los Castro contra los Lara, e intervino
diplomáticamente ante el rey leonés para retomar la paz; y tomando parte activa en el
proceso canónico por el que el Papa Inocencio III anulaba el matrimonio de Enrique
con Mafalda de Portugal.
En 1215 viajó a Roma para participar en el IV Concilio de Letrán, ocupándose además
de dirimir ante el Papa las diferencias habidas con el obispo Melendo de Osma-So-
ria por los límites territoriales de ambas diócesis.
Dos años después, muerto el rey Enrique I, fue Mauricio quien recogió su cuerpo en
Tariego de Cerrato (Palencia) y lo acompañó al monasterio burgalés de Las Huelgas pa-
ra darle sepultura.
Ascendido al trono Fernando III de Castilla, Mauricio fue comisionado para viajar a la
corte imperial del germano Federico II, en 1218, junto con el abad de San Pedro de Ar-
lanza, el de Santa María de Rioseco y el prior hospitalario, con la embajada de traer a la
princesa Beatriz de Suabia,140 prometida en matrimonio a Fernando; también ofició con
su asistencia la boda real que se celebró en Burgos (año 1219) y presidió la ceremonia
en la que Fernando III fue armado caballero.

140
La cuarta hija del duque Felipe de Suabia (muerto en 1208) y de Irene Ángelo (también muerta en
1208).

~ 60 ~
En su condición de obispo, jurista y hombre de confianza de la Corona de Castilla y
de la Santa Sede Romana, a lo largo de su episcopado debió ocuparse de numerosos
asuntos eclesiásticos, canónicos o políticos, por sí mismo o por delegación. Entre éstos
estuvieron la resolución de las diferencias entre el rey Alfonso II de Portugal (1211-
1223) y sus hermanas Teresa y Sancha por la posesión de ciertas villas en litigio; el pro-
ceso canónico sobre la solicitud que Jiménez de Rada hizo para la segregación de la
diócesis de Cuenca en las dos originales, Ercávica y Valera, que habían sido unidas cua-
renta años antes (Mauricio acabó dándole la razón al obispo García de Cuenca sobre la
no división); la restitución de Castrotorafe (Zamora) a la Orden de Santiago por parte de
Alfonso IX de León; el juicio contra el obispo García de Cuenca, que resultó absuelto
de los injustos cargos de inmoralidad presentados contra él; la asistencia a la boda de
Berenguela de León con Juan de Brienne (como podremos ir viendo), etc.
En 1224 llevó a cabo, en representación del Papa Honorio III, la amonestación contra
el rey Fernando III por haber despojado éste a la diócesis segoviana de sus bienes en
represalia por haber elegido a Bernardo obispo sin la autorización real.
En 1226, junto con el obispo Tello Téllez de Palencia, Mauricio fue nombrado admi-
nistrador de la diócesis riojana de Calahorra durante la ausencia del obispo Juan Pérez,
expulsado por Diego López III de Haro cuando intentaba trasladar la sede a Santo Do-
mingo de la Calzada; el conflicto en la diócesis calagurritana se mantendría durante más
de diez años, hasta que el Papa Gregorio IX (1227-1241) nombró a Jerónimo Aznar pa-
ra ocuparse del obispado y la diócesis.141
Don Mauricio se halló presenta también en el Concilio para España que se celebró en
Valladolid en 1228, presidiéndolo el cardenal legado pontificio para España Jean Ale-
grin de Abbeville, encargado de favorecer y promover en España la cruzada contra los
musulmanes, y para la aplicación concreta de las últimas determinaciones conciliares la-
teranenses. En 1229 también estará en el Concilio celebrado en Tarazona (Zaragoza),
donde se hizo efectiva la separación matrimonial del rey Jaime I de Aragón y Leonor de
Castilla, separación dispuesta por el Papa Gregorio IX en razón de la consanguinidad de
los contrayentes.
Dentro de su propia sede burgalesa también se encargó Don Mauricio, en 1230, de la
redacción de los estatutos capitulares de Burgos, los conocidos como “Concordia mau-
riciana”; y en virtud de la aplicación del Concilio III de Letrán (año 1179), de vencer la
resistencia de las iglesias y monasterios de su diócesis, y de la de Calahorra, a someterse
a las decisiones episcopales sobre administración de rentas y nombramientos eclesiásti-
cos, firmando concordias o manteniendo pleitos con las iglesias (muy bellas e históri-
cas) de San Esteban de Burgos o Santa María de Castrojeriz, con los monasterios de San
Juan de Ortega (Burgos), San Millán de la Cogolla (La Rioja), Santa María la Real de
Nájera (La Rioja) o San Salvador de Oña (Burgos) y con las abadías de Covarrubias o

141
El obispo Juan Pérez fue nombrado para Calahorra por Rodrigo Jiménez de Rada, siendo expulsado
por Diego López en 1226, como queda dicho, por querer trasladar la sede episcopal a Santo Domingo de
la Calzada, pero de hecho se prolongó su pontificado entre los años 1220-1236. En 1237, electo por el
cabildo de Calahorra, pudo ser obispo Íñigo Martínez, pero el Papa Gregorio IX (1227-1241) anuló el
nombramiento. Mauricio fue administrador apostólico de la diócesis de Calahorra en 1237-1238. Y el
pontificado legítimo de Jerónimo Aznar se prolongó entre los años 1238-1262.

~ 61 ~
Santo Domingo de Silos, ambas en la provincia de Burgos; en algunos casos, como en
éste último, el asunto acabó entre excomuniones y violencia física.
Otros asuntos en los que intervino fueron la sucesión en el priorato del monasterio be-
nedictino de Sahagún (León), el pleito entre la Orden de Calatrava y la Milicia de Mon-
fragüe (una pequeña orden militar que habiendo sido despojada de sus bienes en favor
de aquella, quedó finalmente integrada en los calatravos), el conflicto entre la Orden de
Santiago y el monasterio de Santiago de Uclés (Cuenca) litigando entre sí por los diez-
mos eclesiásticos, la celebración del funeral de Beatriz de Suabia en el monasterio de
Las Huelgas en 1235142 o la boda del rey Fernando III con Juana de Danmartín o de
Ponthieu dos años después.
No podemos olvidar o dejar de destacar que a Don Mauricio se debe en gran parte la
fundación de la hermosa catedral gótica de Burgos sobre la antigua, románica, que ya
existía en el mismo lugar.
La catedral románica había comenzado a construirse por parte del rey Alfonso VI en
1075, cuando la diócesis se trasladó de Gamonal a Burgos, como podemos recordar. La
construcción de aquella catedral tuvo su acabose en 1095. Pasaba, a finales del siglo
XII, que allí ya no se cabía, mostrándose el recinto insuficiente para el auge que había
experimentado la ciudad. De este modo, aprovechando unas casas cedidas por el obispo
Marino junto a la iglesia de San Llorente (San Lorenzo), Don Mauricio proyecto la
construcción de la nueva catedral. El 20 de julio de 1221 se colocó la primera piedra, en
una ceremonia en la que se hallaron presentes el obispo Mauricio junto con el rey
Fernando III. En 1230 comenzaron a celebrarse los cultos u oficios sagrados en la nueva
catedral, aunque su terminación no estuvo debidamente concluida hasta el siglo XVI.
Cuando murió el obispo Don Mauricio, en 1238, lo enterraron en el coro de la ca-
tedral, donde todavía puede verse su estatua yacente. Le sucedió en la diócesis Juan Do-
mínguez.143

142
Alfonso X el Sabio ordenará, en 1279, que los restos mortales de su madre Beatriz de Suabia se trasla-
daran a la catedral de Sevilla, donde reposan, en la capilla real de la catedral hispalense, cerca del se-
pulcro que guarda los restos de Fernando III el Santo.
143
Sucesivamente abad en Santander y en Valladolid, obispo de Osma-Soria y de Burgos. Fue uno de los
enviados como delegado de España al Concilio IV de Letrán en 1215, ingresando a finales de ese año en
la casa real castellana como canciller regio.
En efecto, desde 1217 fue secretario y canciller del rey Fernando III de Castilla, siendo él quien le
promovió como abad a Santander y a Valladolid. Sustituyó a los arzobispos de Toledo y Santiago de
Compostela como Canciller Mayor de Castilla y León en 1231. Ese mismo año fue nombrado obispo de
Osma, cargo que ostentaría durante diez años.
Acompañó a Fernando III en sus campañas de 1235 y 1236 contra los almohades por Al-Ándalus, en
calidad de legado pontificio para la cruzada en sustitución del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de
Rada, hallándose presente en la toma o reconquista de Córdoba, cuya catedral consagró.
En 1237 fue elegido obispo de León (ocupando la diócesis vacante tras la renuncia del obispo Arnaldo),
aunque no llegó a tomar posesión, pese a que el Papa Gregorio IX aprobó la elección, ya que se opuso el
rey Fernando III. En 1241, tras ser obispo de Osma-Soria, no fue obispo de León sino de Burgos, hasta
1246, año de su muerte.

~ 62 ~
Obispo Don Mauricio de Burgos

~ 63 ~
EPÍLOGO III

DE LA ORDEN MILITAR DE SAN JULIÁN DEL PEREIRO


A LA DE ALCÁNTARA

La Orden Militar más antigua de España, la de San Julián del Pereiro, se originó allá
por el año 1156, en tierras salmantinas del entorno civitatense (Ciudad Rodrigo), donde
había una ermita con la advocación o dedicación a San Julián del Pereiro, junto al río
Coa, portugués, afluente del Duero. La segunda Orden Militar más antigua de España
fue la de Calatrava, fundada en 1158, yéndole a la zaga la de Santiago. A ambas Ór-
denes, y a la de Santiago, nos fuimos refiriendo en numerosas ocasiones, según proce-
dió, y así seguimos y seguiremos haciendo.
En un principio, la Orden de San Julián del Pereiro se constituyó como un grupo pe-
queño o reducido de salmantinos, caballeros a quienes capitaneó Don Suero Fernández
Barrientos, aconsejados todos ellos por el ermitaño que allí residía. Estos primeros ca-
balleros de la incipiente Orden, más que nada aún una hermandad, montaron allí su sede
y original fortaleza.
El obispo de Salamanca, Íñigo Navarro (1152-1159) les dio la regla cisterciense para
que se rigieran por ella, con un doble objetivo: defender el territorio de los musulmanes
que pudieran llegar desde las sierras y defenderlo asimismo de los portugueses, invaso-
res también, y no poco, por la zona. De ambas cosas sabemos por nuestro recorrido his-
tórico.
En 1157, regresando de Almería, moría Alfonso VII el Emperador debajo de una en-
cina144 y recibiendo sus últimos auxilios espirituales por parte del arzobispo Juan de To-
ledo (1152-1166). Repartió el rey sus reinos: el de Castilla para Sancho III y León para
el joven Fernando II. Ambos acataron los pacíficos deseos de su padre en un principio,
pero no acabaron igual, pues pronto aparecerían las eternas diferencias castellano-leo-
nesas, zanjadas de momento con el Tratado de Sahagún en 1158, comprometiéndose
ambos monarcas a no celebrar pacto alguno con Portugal, reino que se repartirían en
cuanto pudiesen (de momento se repartían Extremadura que históricamente era parte de
Lusitania), quedando claras las líneas divisorias de entrambos reinos y lo que les corres-
pondería a cada uno de las tierras musulmanas en cuanto las reconquistaran de manera
conjunta o colaborativa. Pasó luego que prematuramente moría el rey Sancho III de
Castilla, el 31 de Agosto de 1158, dejando como heredero a su pequeño Alfonso, de 3
años de edad, el futuro Alfonso VIII de Castilla. Por todos los medios no hace sino en-
cargarse y aprovecharse de la regencia el rey Fernando II de León, tío de Alfonsito.

144
[…] “E tornóse el emperador para Baeça con grande onrra e dexó ý a su fijo, el ynfante don Sancho,
por guarda de su tierra. E pasó el puerto del Muradal e llegó a vn lugar que llaman las Feynedas. E
ferióle ý el mal de la muerte, e morió ý so vnaenzina. E leuáronlo a Toledo e enterráronlo aý muy
honradamente” […] (Crónica de Castilla, de hacia el año 1300).

~ 64 ~
El rey portugués (Alfonso I) y el leonés (Fernando II) acordaban y firmaban en 1160
el Tratado de Celanova,145 estableciendo como frontera entre ambos el río Coa y que-
dando definido el terreno de conquista para cada cual. Más tarde Fernando II se con-
vertía en yerno de Alfonso I de Portugal casándose con su hija Urraca, procurando así
reforzar la paz o tranquilizar los ánimos. Pero la pugna se mantenía, porque Alfonso de
Portugal no despreciaba la posibilidad de adueñarse de la Lusitania que consideraba su-
ya como herencia por ser nieto de Alfonso VI.
Si nos remontamos mucho tiempo atrás, la Orden de Santiago tendría su origen en la
batalla de Clavijo, el 23 de mayo del año 844, reinando y combatiendo allí Ramiro I de
Asturias (842-850). La Orden de Santiago vendría a instituirse y constituirse canónica-
mente en la iglesia de Santiago el Real de los Caballeros de Logroño, según Álvarez de
Araujo (1821-1894). Pero será en 1160 cuando se alían los antiguos caballeros con los
canónigos agustinianos de Loyo (Lugo), siendo su maestre don Pedro Fernández, señor
de Fuente de Escalada. “Fue Don Pedro Fernández Hurtado el primer Maestre y fun-
dador de la Orden de Santiago, comúnmente llamada de Fenteencalada, por ser de este
pueblo en la diócesis de Astorga teniéndolo en señorío. También eran conocidos como
Caballeros de la Espada”.
Fernando II de León, para defender mejor su frontera con los portugueses y la Tran-
sierra Occidental, que tenía un tanto en el aire, refuerza en 1161 la antigua y casi des-
habitada población de Ciudad Rodrigo, reedificada y poblada en el año 1100 por el con-
de Rodrigo González Girón, habiendo sido luego ciudad concedida por Alfonso VII
(1126-1157) al concejo de Salamanca y al obispo Berengario (1135-1150) en premio a
su defensiva labor contra los moros. Pero ya se guardaron bien los salmantinos de que la
ciudad regalada no les hiciera ningún tipo de competencia, teniéndola pues muy des-
cuidada y en práctico abandono. Se explica, por tanto, que en aquel año 1161, el 30 de
marzo, el rey Alfonso I de Portugal quisiera expandirse por León, ansiando la actual
Extremadura, asaltando y ocupando Badajoz, aunque los almohades la recuperaron en-
seguida.
De otra parte, la tutoría del jovencísimo rey Alfonso VIII de Castilla había quedado,
por deseo de su difunto padre Sancho III, en manos de Gutierre Fernández de Castro, lo
que enfrentó a esta familia contra la de los Lara. La cuestión motivó un peligroso asunto
de Estado. Fernando II se impuso en 1162 cortando por lo sano; en 1163 tenía la tutela
del niño y la regencia castellana, hasta que Alfonso VIII alcanzara su mayoría de edad.
El rey leonés completó su estrategia de apoyo a los reducidos habitantes de Ciudad
Rodrigo, concediéndoles fuero y restaurando su silla episcopal. Esto motivó que al año
siguiente se sublevaran contra el monarca los salmantinos, ayudados por seguidores del
partido de los Lara en Ávila, pro-castellanos y enemigos acérrimos del rey Fernando II;
tenían los Lara por capitán a Nuño Serrano, alias Nuño Rabia. Como sediciosos y mal-
intencionados se dirigieron contra Ciudad Rodrigo, pero no lograron mucho. En un va-
lle al sur del Tormes, en Valdemuza, fueron encontrados los rebeldes por las tropas rea-
les leonesas y sufrieron un ejemplar descalabro, quitándoseles las ganas de repetir. Lue-

145
Celanova (Orense).

~ 65 ~
go pusieron los salmantinos recurso al Papa Alejandro III (1159-1181), el cual trasladó
la decisión que resolviera el problema al arzobispo Pedro Gundesteiz de Santiago de
Compostela; éste apoyó las tesis del monarca leonés, por lo que Fernando II, desde
Atienza (Guadalajara), le entrega al arzobispo compostelano, el 2 de febrero de 1163, el
señorío de Coria (Cáceres).
Los freyres del Pereiro, a pesar de que sus reglas les impedían guerrear contra cris-
tianos, hubieron de romperlas en la batalla de Argañán (entre los ríos Turones y Águe-
da), poniéndose al lado de Fernando II y contra el infante portugués Don Sancho, hijo
de Alfonso I y futuro Sancho I, que había invadido las tierras del Pereiro. En La Cró-
nica General de la Orden de Alcántara se dice que aquéllos no eran portugueses sino
moros al servicio de Don Sancho.
Algunos dicen que la Orden de Montegaudio –otra Orden Militar– nació en Jerusalén
al amparo del ordenamiento templario, pero lo cierto es que se desarrolló en Aragón y
en Castilla tomando aquí el nombre de Monfrag (Monfragüe) porque su maestre don
Rodrigo Álvarez de Sarria era caballero de la Espada y por tanto aliado y socio de don
Pedro Fernández de Fuenteencalada.
Fernando II tenía un pasillo para llegar a Coria por la antigua calzada romana de la
Guinea (la conocida ahora como Vía o Ruta de la Plata), los caballeros de Montegaudio,
con su maestre el conde de Sarria al frente, tenían controlada la zona oriental castellana
de la Calzada desde su castillo de Segura de Toro, los cofrades de la Espada con su
maestre Fuenteencalada atienden la raya mora de la Transierra Occidental fortificándose
en Granada (Granadilla), Palomero, Santa Cruz y Atalaya (Montehermoso), guardando
el pasillo de Coria en plena frontera con los moros de Portezuelo, Ceclavín y la Sierra
de Gata.
Los caballeros de Santiago de la Espada habían nacido con la bendición del arzobispo
compostelano y protegidos especialmente por Fernando II que se considera su primer
caballero. A ellos se asoció el conde de Sarria con sus freires de Montegaudio no sabe-
mos cuándo, pero debió ser por estas fechas o poco después; éstos llegaron hasta un
lugar que se llamaba o llamaron Ambroz donde construyen la iglesia de Santa María en
el camorro fortificado sobre el río Xerete (Jerte).
Y vemos irrumpir al héroe guerrillero Gerardo Sempavor, que iba a lo suyo aunque fa-
vorable a Portugal, sabiendo, sin importarle demasiado los tratados entre los soberanos.
Él sabía que su vieja y querida Lusitania estaba ocupada por la morisma, a la que había
que derrotar y expulsar.
El cronista árabe Ibn Sahib al-Sala (1142-1197) describe así la estrategia de Gerardo:
“Caminaba en noches lluviosas muy oscuras, de fuerte viento y nieve, hacia las ciuda-
des y había preparado sus instrumentos de escala de madera muy largas, que sobre-
pasasen el muro de la ciudad, aplicaban aquellas escaleras al costado de la torre y su-
bía por ellas en persona el primero, hasta la torre y cogía al centinela y le decía: „Grita
como es tu costumbre‟, para que no lo sintiese la gente. Cuando se había completado la
subida de su miserable grupo a lo más alto del muro de la ciudad, gritaban en su len-
gua con un alarido execrable, y entraban en la ciudad y combatían al que encontraban
y le robaban y le cogían a todos los que había en ella cautivos y prisioneros”.

~ 66 ~
En 1165 este guerrillero portugués se lanza a la conquista de Trujillo y otras fortalezas
moras; nos lo cuenta el citado cronista árabe: “... en Yumada (abril-mayo), segunda de
la Hégira 560, fue sorprendida la ciudad de Toryala, y en Diskada (septiembre-oc-
tubre) la notable villa de Jeburah. También la población de Cáceres en Safar (finales
de diciembre) del 561 y el castillo de Muntajesh en Yumada (marzo de 1166) y los fuer-
tes de Severina y Jelmaniyyah”.
Pocas defensas debieran tener Trujillo, Évora, Cáceres y Montánchez cuando fueron
tomadas por los portugueses con tanta facilidad. Sus habitantes que por estos tiempos de
bandidaje hacían razias en tierra de cristianos, recibieron respuesta con su propia filo-
sofía y en manos portuguesas que les cortan el merodeo de cuajo, de nada les sirvieron
sus fuertes murallas y ahora quien se enriquece es el zoco cristiano.
La incursión de los portugueses en Trujillo puso en sobre aviso a Fernando II, tanto
que rápida y oportunamente envió a Fernando Rodríguez de Castro, su mayordomo, a
que iniciara una descubierta hacia Trujillo desde el Jerte, para con la misma filosofía
intentar quitarle al portugués estas tierras que no les corresponden conquistar según lo
tratado en Celanova o en otras negociaciones.
Gerardo Sempavor dejó bien mermadas las morerías, siendo tiempos de decadencia is-
lámica. Rodríguez de Castro acabó disfrutando del señorío de Trujillo, aunque Gerardo
no cesaba de recuperar plazas. Hay una clara contienda entre leoneses, portugueses, mu-
sulmanes y castellanos, con las Órdenes Militares de por medio.
Hacemos resumen diciendo que la Orden de San Julián del Pereiro se originó en 1156,
siendo su primer maestre Suero Fernández Barrientos. A finales de ese mismo año, el
Papa Alejandro III aprobaba mediante bula la iniciativa o proyecto fundacional, aco-
giendo bajo protección apostólica a un tal Gómez como prior de San Julián del Pereiro,
lo mismo que a sus hermanos o freires y bienes. Todo ello lo habrán de corroborar, en-
tre otros pontífices, Inocencio III en 1205 y Honorio III en 1225, mientras San Julián
del Pereiro se va convirtiendo en Orden de Alcántara.

~ 67 ~
EPÍLOGO IV

LOS CÁTAROS Y LA CRUZADA ALBIGENSE

En nuestro Occidente, el hombre (y la mujer) de la Edad Media, que reza (oratores),


que lucha (bellatores), que trabaja (laboratores), según el reparto en tres órdenes de la
sociedad, percibe el arte, la política, lo social, la vida, la muerte…, todo cuanto le rodea,
en términos específicamente religiosos. La casi totalidad de sus referencias son cristia-
nas. Su universo mental o cosmovisión no puede salirse de ahí. Concibe su propia exis-
tencia como resultado de una creación (no se pondrá en cuestión esta concepción hasta
finales del siglo XVIII). Toda su vida social y privada, en el hombre medieval, se centra
en su salvación y gira en torno a su tema o asunto más recurrente: Dios.
Hacia el año 1000, cuando aparecen propiamente los primeros documentos escritos,
cuando el clero regular católico se encierra en prestigiosas abadías manteniendo gran
proyección intelectual y filosófica, y el clero secular (los clérigos rurales o del campo y
los de los burgos ) vive sumergido en la misma incultura general de la gente, los aires
de reforma envuelven ya al pueblo cristiano, en busca de un regreso a los ideales evan-
gélicos de pobreza, de coherencia en el seguimiento de Cristo, de pureza en las costum-
bres y de necesaria predicación de la Palabra de Dios.
La llamada Reforma Gregoriana, entre los siglos XI y XII, se convertirá en una prime-
ra tentativa de respuesta por parte de la Iglesia a los nuevos problemas planteados por
un cristianismo que se acomoda a una Europa en paz.
Clérigos y laicos salen a la calle, para predicar el Evangelio, sin preocuparles obtener
ni la autorización de Roma, ni el derecho a traducir las Escrituras del latín, tal como
empiezan a hacer. Algunas iniciativas no prosperan; otras son reconocidas por la Iglesia
de Roma (Francisco de Asís y la Orden de los Hermanos Menores, Domingo de Guz-
mán y la Orden de los Hermanos Predicadores...). Otros se constituyen en movimientos
divergentes, reformistas en lo que se refiere al dogma pero sobretodo, en lo relacionado
con las costumbres católicas o que no lo son tanto.
El catarismo se inscribe en el contexto de fervor espiritual que acabamos de definir y
dentro del cual surgían las iniciativas de los clérigos más entusiastas, pero también de
laicos, siempre animados por el deseo de seguir a Cristo en toda su pobreza evangélica y
por alimentarse de la Palabra de Dios. Esta doctrina tuvo una gran difusión en Occita-
nia, donde un nivel cultural más elevado facilitaba el desarrollo del espíritu crítico en
los estamentos más doctos. Su ideal de justicia provocó la adhesión popular, y su ataque
al poder temporal de la Iglesia suscitó las simpatías de la nobleza.
Precisamente por la extensión y la importancia que tuvieron en Occitania, los cátaros
son conocidos también con el nombre de albigenses (de la ciudad occitana de Albi que
llegó a congregar un importante número de cátaros), a pesar de que los principales cen-
tros fueron Tolosa (Toulouse) en Languedoc, Narbona, Carcassona, Béziers y Foix. El
nombre de cátaros (del griego “puro”) lo recibieron de los católicos. Ellos mismos se
llamaban cristianos o buenos hombres sin más.

~ 68 ~
El catarismo fue un evangelismo. Uno de los puntos centrales del propósito de vida
cátara es la observación literal de los preceptos del Cristo y, especialmente del Sermón
de la Montaña. Caracterizados por el rechazo total de la violencia, de la mentira, y del
juramento, los cátaros se mostraron a las poblaciones cristianas como unos predicadores
(itinerantes y pobres individualmente) de la Palabra de Dios.
Los esfuerzos del Papa para llevar a los cátaros a la ortodoxia católica se malograron.
Ni los cistercienses ni posteriormente los dominicos lo consiguieron o no lo tuvieron
fácil. El asesinato en 1208 de Pedro de Castelnau, legado pontificio, decidió al Pa-
pa Inocencio III a cambiar de táctica y utilizar la contundencia. Se inició así la cruzada
contra los cátaros. Esta cruzada fue una gran ocasión que se le brindó a la monarquía
francesa del norte para ocupar las tierras del sur, más rico y civilizado. Esta violencia
contra los cátaros continuará años más tarde siguiendo los procedimientos empleados
por la Inquisición y las posteriores hogueras colectivas ordenadas por los distintos bra-
zos temporales de la Iglesia de Roma.
Esta forma de vivir la religión fue prácticamente exterminada durante la segunda mi-
tad del siglo XIII, a pesar de que todavía se mantuvieron algunos reductos en Occitania
hasta el siglo XIV, y en Italia y Albania hasta el siglo XV, dejando, más allá de una lar-
ga obliteración, un mensaje vivo que da a quien quiere leerlos la memoria de los docu-
mentos medievales: cristianismo sin condena eterna y sin cruz, rechazo del mal y de la
violencia y total confianza en la bondad fundamental de la naturaleza humana.

El catarismo: su mensaje de revelación y salvación

La situación (dualista) que plantea el catarismo podría parecer como bloqueada: por
un lado, el principio del bien y del ser fuera del tiempo, fuera del mundo visible, en el
mundo luminoso e infinito de los espíritus buenos, en la eternidad; por el otro, el mundo
visible y temporal, del que el principio maligno es el príncipe ordenador, donde las al-
mas de los hombres, de encarnación en encarnación, duermen en la materia corruptible
indefinidamente renovada y en el olvido de su origen divino.
Pero Dios, en su amor infinito, no permanece inmóvil en su mundo de luz. Tiene
“piedad de su pueblo” e interviene en un mundo que no es el suyo “mediante el adve-
nimiento de su Hijo Jesucristo”. Dios hizo transmitir a su “pueblo en el exilio” el men-
saje de la revelación y de la salvación destinado a “liberarlo del mal”. Y el Cristo,
enviado por Dios, apareció en este mundo y predicó el reino de su Padre, recordando a
las almas adormecidas su patria celestial.
Para los cátaros, no fue para redimir el pecado original mediante su sacrificio y su
muerte en la cruz para lo que el Hijo de Dios había venido a este mundo. Jesús habría
venido para enseñar a los hombres, después de haberles recordado que su reino no era
de este mundo, los gestos liberadores que les podían volver a la eternidad y librarles del
mal y del tiempo.
Este gesto salvador que el Cristo (de los cátaros) había venido a transmitir a sus após-
toles y a los que había pedido que lo hicieran con las enseñanzas que él les había dado,
era el sacramento del bautismo por imposición de manos y del espíritu, el bautismo por
el fuego y no por el agua, consolamentum de los hombres buenos occitanos.

~ 69 ~
La Iglesia Católica había construido su dogmatismo en torno a Cristo redentor y en
torno a su cuerpo martirizado en la cruz. Este sacrificio se repite permanentemente en/y
durante la Eucaristía, donde por el misterio de la transubstanciación el pan se convierte
en Cuerpo y el vino se convierte en Sangre: girando todo en torno (pascual) a sufri-
miento, muerte y vida.
Para los cátaros, el pan no se convirtió nunca en carne ni el vino representó jamás el
papel horripilante de la sangre derramada: no será con la perpetuación del sufrimiento y
de la muerte como se podrá suprimir o acabar el mal, sino multiplicando o prodigando
el Espíritu en este mundo. Se lee en el libro de los Hechos de los Apóstoles (9, 17) que
“entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”.
Puede decirse que la religión cátara o el catarismo venía a ser cristianismo sin cruz y
sin eucaristía. El catarismo se enmarcaba así en la vieja tradición del docetismo: que Je-
sús, Hijo de Dios, Emanación de Dios, Ángel de Dios… no sufrió sino en apariencia, no
siendo real la encarnación sino aparente y no muriendo en la cruz sino aparentemente.
Ninguna gota de su sangre, ni humana ni divina, fue derramada; ninguna carne suya fue
dañada, sufrida, magullada, ni conducida a la muerte. El Hijo de Dios no podía perecer
o morir –ya que el principio maligno es el príncipe de la muerte–, pero lo que sí podía
hacer era sufrir en el sentido de mortificarse o purificarse. Con lo cual tenemos también
que el catarismo es un moralismo ascético.

La jerarquía en la Iglesia Cátara

La Iglesia Cátara, autodenominada de los Buenos Cristianos, era asamblea, congre-


gación o comunidad de fieles, que alcanzaba su salvación siguiendo una regla y tradu-
ciendo a la vida, al pie de la letra, los preceptos o enseñanzas que se desprenden del
Evangelio. Ciertamente tenía esta Iglesia su propia eclesiología, su ordenación interna,
estructurada con la intención de cumplir eficazmente con su vocación universalista: la
doble difusión de la Palabra de Cristo y el Consolamentum (su sacramento salvador del
bautismo espiritual).
La Iglesia Cátara se consideraba en tres grados o niveles: creyentes, consolados y bue-
nos cristianos. Digamos brevemente cuanto corresponde a dichos grados o niveles:
El creyente: es el oyente, la persona que acude a escuchar sobre el modo de vida cáta-
ro.
El consolado: es un grado un tanto difícil de definir o describir, pues se da el “simple
consolado” (persona enferma que sanó, habiendo recibido el consuelo en circunstancia
de previsible muerte, estando por tanto a la espera de su bautismo espiritual), dándose
también, de otra parte el “simple perfecto”, que es el bautizado en tiempos de paz, es-
tando sólo facultado para decir la plegaria, bendecir el pan y dar el consolamentum a los
moribundos.
Los buenos cristianos o perfectos: El papel realmente sacerdotal, de la predicación so-
lemne y del oficio del bautismo del espíritu, que se otorgaba al neófito o iniciado que
llevaba mucho tiempo preparándose, y que estaba destinado a entrar en los órdenes cá-
taros, parece haber sido reservado únicamente, a una jerarquía de buenos cristianos o
perfectos, llamados ancianos, diáconos u obispos.

~ 70 ~
Ciertamente y muy pronto, a partir de verse los cátaros perseguidos desaparecieron las
diferencias, al menos las muy marcadas, entre creyentes, consolados y perfectos. De
congregación manifiesta se pasará a clandestinidad. El más humilde de los perfectos
clandestinos, la más aislada de las perfectas de los bosques, representarían en sí mismos
o en sí mismas a toda la Iglesia Cátara, reuniendo en ellos todas las funciones pastora-
les y sacerdotales de los buenos cristianos, protegidos por un pueblo de creyentes cada
vez más encasillados por la burocracia inquisitorial.
Así pues, la Iglesia cátara fue en realidad la suma de un determinado número de igle-
sias autónomas, que en general mantenían lazos de buena amistad entre ellas. Cuando
una comunidad local llegaba a ser suficientemente numerosa e influyente, ésta se orga-
nizaba como iglesia, es decir, escogía un obispo gestor, y se otorgaba un cierto número
de diáconos destinados a asegurar la predicación y la vida religiosa de las agrupaciones
de los cristianos de base: se constituían las casas cátaras.
Dichas casas cátaras y cómo funcionaban no tenían comparación con un monasterio o
un convento católico de la época. Eran casas sin clausura, abiertas al mundo y a la so-
ciedad, pareciéndose a algo así como un hostal y un taller. Eran sobretodo lugar donde
los ritos cátaros se mantenían, y donde todo creyente sabía que podía ir a escuchar la
Palabra de Dios, volviendo a las raíces cristianas y motivándose mediante prácticas pia-
dosas de misericordia, ayudándose.
La jerarquía cátara contaba con obispos que estaban acompañados por dos coadjutores
o ayudantes, denominándose uno hijo mayor (destinado a sucederle en su momento) y
otro un hijo menor (aspirante por vocación a convertirse en hijo mayor).
No pensemos en estos obispos cátaros al modo como solemos o nos imaginamos a los
obispos católicos, sino que hemos de pensarlos itinerantes, pobres, laboriosos…, siendo
reclamados en casos ceremoniales o de solemnidad, ejerciendo también como gestores
materiales y económicos de cuanto concierne a la Iglesia Cátara, teniendo a su lado un
socio asociado o diácono.
Los diáconos cátaros gestionaban asuntos y predicaban, presidiendo también ceremo-
nias en las casas cátaras. Las más destacadas ceremonias cátaras pueden resumirse co-
mo consolamentum, melhorament, service o aparelhament y endura.

Consolamentum

Sacramento de liberación del mal, el consolamentum es el bautismo espiritual de Jesu-


cristo, y desarrolla un triple papel: evidentemente el bautismo, pero también la ordena-
ción y la extremaunción.
Suponía consagración y compromiso. El futuro cristiano recibía en primer lugar la
Plegaria dominical, es decir, la facultad de dirigirse a Dios en primera persona, recono-
cido como uno de sus hijos, y solicitándole ser salvado del mal. A continuación su re-
nuncia al mundo maligno, que era sacralizada por la imposición de manos de los Buenos
Hombres, que gritaban invocando sobre él al Espíritu Santo. Una vez bautizado, el pos-
tulante ya era cristiano o buen cristiano. La Inquisición (nunca ellos) les llamará “per-
fectos” o “perfectas”, en el sentido de ser ya un completo hereje (un perfecto hereje, un
hereje por completo).

~ 71 ~
En el momento de realizar la ceremonia del consolamentum, los cátaros profesaban
una serie de votos de esencia monástica: en primer lugar, el de vivir a partir de aquel
momento en comunidad (o al menos con un “socius”, compañero o compañera), tam-
bién el de recitar las plegarias rituales durante las horas indicadas, de día y de noche, y
en ocasiones concretas, y finalmente el de una doble ascesis, la de los votos de absti-
nencia y continencia (vida de castidad absoluta y además de los períodos de cuaresma y
de ayuno ritual de pan y agua, cumplían una abstinencia total de cualquier alimento de
origen animal, exceptuando el pescado).
El perfecto o la perfecta, se comprometían a no cometer ninguno de los pecados que el
Evangelio oponía a la ley de vida de Cristo, ya que la mínima falta estaba considerada
pecado irreparable. Su máxima era: el más mínimo mal se convierte en el mal total (no
existen los grados de culpa). Éste era el motivo por el cual los cristianos bautizados con
el Espíritu concentraban toda su atención en no poner en peligro el sacramento salvador
que les había salvado del mal, sin tener ya cabida ni la fragilidad ni la debilidad huma-
nas.
La muerte en estado de perfección, la muerte “consolado”, era en el sentido propio de
los cátaros, el mejor final hacia el que se inclinaba el alma encarnada, con toda su vo-
luntad de bien.

Melhorament

Cuando un creyente cátaro encontraba a unos perfectos, les saludaba de una manera
muy particular: practicando “el melhorament” (el mejoramiento, la mejoría moral), acto
que le servía para mejorar, es decir, le hacía progresar en el camino hacia el bien, irse
perfeccionando. Se inclinaba profundamente tres veces delante de ellos, y las dos prime-
ras veces pedía:
“Buen Cristiano (o Buena Dama), la bendición de Dios y la vuestra”.
La tercera vez añadía:
“Señor (o Buen Cristiano o Buena Dama), rogad a Dios para que este pecador que
yo soy, sea guiado hacia un buen final”.

Service o aparelhament

El service o aparelhament es la práctica de una clase de penitencia pública y colec-


tiva, en un acto de arrepentimiento de las faltas –necesariamente muy leves, pues las
graves son incomprensibles–, de las que se acusa una comunidad cátara o su propio
anciano, delante de un representante de la jerarquía de la Iglesia.

Endura

Por endura se entiende el martirio inducido y directo, la disposición al mismo o in-


cluso el procurarlo. Algunos creyentes cátaros, ante la angustia de ver a su Iglesia bajo
la amenaza de la persecución, y obsesionados por acelerarla liberación del alma, ten-

~ 72 ~
dían a asimilar la muerte en manos de un perfecto, con un bautismo en la Iglesia de
Cristo (no la Iglesia Católica).
Esta fue la causa que hizo que se multiplicaran, a finales del siglo XIII y principios del
XIV, las prácticas que habrían motivado el origen de la leyenda, de este suicidio ritual
mediante una huelga de hambre o martirio por inanición.

La cruzada albigense

El Papa Inocencio III (1198-1216), constatando que en tierras occitanas no había ma-
nera de erradicar a los heréticos, ni por la emprendida predicación ni por la intimidación
coercitiva, viendo el anticlericalismo endémico y activo de los señores occitanos, siendo
inculcados como desestimados los derechos de la Iglesia y sobre todo viendo a la Iglesia
Cátara más contra-iglesia que herética, más peligrosa que el Islam, etc., decidió convo-
car a una cruzada, la denominada albigense, contra los cátaros.
En la primavera de 1208, y después del asesinato de su legado pontificio, Pedro de
Castelanau, siendo acusado de ello el conde Ramón VI de Toulouse, Inocencio III pro-
nunció contra él su anatema y declaró que sus tierras se entregaran “como presa” de
cruzada. Esto suponía una llamada directa a la actuación como cruzado del rey Felipe II
Augusto de Francia, con todos los condes, barones y caballeros de su reino. Al cabo de
unos años, esta cruzada se convertirá en el pretexto que necesitaba la monarquía fran-
cesa del norte francés para poder ocupar las tierras del sur, mucho más ricas y como de
mayor civilizado avance, según se decía por allí. De esta manera, la cruzada se inscribe
en el proceso de expansión territorial de la monarquía francesa y, en concreto, en el in-
tento de Felipe II Augusto de reunificar y ampliar el antiguo reino de los francos.
Un año más tarde, en la primavera de 1209, el gran ejército de la cruzada, bajo el
mando del legado pontificio Arnaud Amaury, abad del Císter, se puso en marcha hacia
tierras occitanas.
En dos meses, julio y agosto, Béziers (donde los cruzados aniquilaron la práctica tota-
lidad de la población, masacrada sin distinguir entre cátaros y no cátaros) y Carcasona
(que también sufrió un terrible saqueo), caerán en manos de los cruzados. Los habitan-
tes de Carcasona se verán obligados a abandonar sus bienes y su joven vizconde, Ra-
món Roger Trecavell, al que también habían arrebatado sus títulos, desaparecerá miste-
riosamente. Entretanto Simón IV de Montfort aprovechará la ocasión para hacerse atri-
buir el vizcondado de Béziers y Carcasona, además del ducado de Narbona, ambicio-
nando conquistas, bienes, botín… Simón se erige entonces en jefe militar de la cruzada,
ocupando ese cargo y esa tarea hasta su muerte, mientras asediaba Toulouse en 1218.
La cruzada albigense representó un grave problema para el rey Pedro II de Aragón.
Por un lado, se veía obligado a defender a sus súbditos occitanos y a reaccionar ante una
situación que ponía en peligro toda la política occitana de la Casa de Barcelona. Él mis-
mo estaba casado con María de Montpellier. Pero en este caso, optar por la defensa de
sus súbditos significaba la excomunión y la extensión de la cruzada a los dominios pe-
ninsulares de la Corona de Aragón. Por eso se esforzó el rey Pedro poniendo en juego
todos sus recursos diplomáticos antes de llegar a los medios militares o a intervenir de
manera improcedente. Pero todo fue en vano. No acertó en estrategia de maniobrabili-

~ 73 ~
dad alguna, pues todo se le presentaba contradictorio, lioso. Él, que venía de la cruzada
antialmohade de Las Navas de Tolosa en 1212, resolvió finalmente oponerse a esta otra
cruzada, cumpliendo así sus deberes feudales por mucho que pesara en él su condición
vasallática con la Santa Sede.
A pesar de que a principios de 1213, los condes de Tolosa o Toulouse, Foix y Bearn
habían jurado fidelidad a Pere el Catòlic, y que finalmente se convertía en Señor de toda
Occitania, haciendo realidad el proyecto político catalán de la Casa de Barcelona, el 12
de septiembre de 1213, fue derrotado y muerto en Muret por los cruzados de Simón de
Montfort. Esta derrota significó el hundimiento de la política de expansión de la Corona
de Aragón en Occitania y la pérdida de estos territorios que poco después pasaron a de-
pender de la monarquía francesa.
Salvado el obstáculo que representaba la Corona de Aragón y hasta el año 1244, mo-
mento de la capitulación de Montsegur, las diferentes acciones de guerra llevadas a cabo
por el ejército cruzado en diferentes etapas, traerán consigo que una detrás de otra, las
ciudades y los castillos del Lenguadoc (Montreal, Fanjaus, Laurac, Saissac, Castres, Mi-
nerve, Termes, Cabaret, Lavaur, Toulouse...), vayan cayendo víctimas de duros asedios;
y los cátaros residentes en dichos lugares y que no pudieron escapar, además de ultra-
jados serían quemados vivos, en diversas hogueras colectivas.
Y ya iremos viendo en sucesivos relatos de nuestro cronicón el desenvolverse de los
hechos, encaminados al exterminio o liquidación de la Iglesia Cátara.
La institución de una Inquisición aparece por primera vez en 1231, en territorio ger-
mánico, dirigida contra los cátaros de Renania. Suprimir a estos cátaros será encargo
confiado por el Papa Gregorio IX (1227-1241) a Conrad de Marburg (1180-1233). En
1233 veremos una Inquisición oficialmente instaurada, auspiciada por el Papa Gregorio
IX, en Occitania, con la función de investigar sobre la depravación herética, dándole
precisamente el poder de este “Santo Oficio” como cargo y misión a los frailes domini-
cos y franciscanos.
La palabra inquisición significa propiamente investigación. El procedimiento será di-
rigido por un verdadero tribunal, con un juez que “instruye” cada caso, interrogando
bajo juramento a los que aportan los testimonios y considerando los testimonios aporta-
dos, para que se obliguen a decir toda la verdad y sólo la verdad, tanto si se trata de
ellos mismos como de otras personas. Así pues, la Inquisición, como procedimiento de
investigación, exigía testigos, reclamaba listas de nombres y se basaba también en el
sistema de la delación. Su principal y original objetivo fue el exterminio de la religión
cátara, mediante la eliminación de sus pastores y el desmantelamiento de las redes de
solidaridad que les apoyaban.
Pero porque surgió en ámbito de guerra, por sus métodos y sobre todo por la delación,
la Inquisición no tardó en ser odiada por lo general. En la cruzada contra los cátaros lle-
gaban los inquisidores juntamente con los ejércitos o las tropas que sitiaban y ocupaban.
Los inquisidores se encargaban diligentemente de reconocer o examinar el terreno, de
registrarlo todo, de hacer pesquisas, considerando a cualquiera bajo sospecha y cierta-
mente de ver en la Iglesia de los Buenos Cristianos un peligro. La Inquisición se fue ha-
ciendo valer, organizándose poco a poco pero decididamente, de manera sistemática,
burocrática, eficaz.

~ 74 ~
El objetivo de sus investigaciones era muy simple: identificar a todos los perfectos y
perfectas clandestinos, todos los ministros y pastores de la religión o iglesia disidente,
de ese modo de vida y de propaganda denominada cátara, sacando conclusiones a partir
de los testimonios y las declaraciones testimoniales. Los registros de los interrogatorios
o de las deposiciones funcionaban eficazmente, catalogándose en verdaderos ficheros,
con precisión de nombres y lugares. Cada perfecto o perfecta identificado y arrestado,
era sistemáticamente “entregado al brazo secular”, lo que venía a suponer condenado
en la hoguera si se rehusaba abjurar. Si abjuraba, incurría en penas menores: la condena
a las “cuatro paredes”, la prisión, perpetua o no, más estricta o menos (la prisión “es-
tricta” equivalía a una condena a muerte disimulada). Si el acusado abjuraba y aceptaba
ser colaborador de la Inquisición, recobraba la libertad, quedando bajo la protección y el
control del tribunal.
Ciertamente, la inmensa mayoría de perfectos no abjuró, siendo así como cundió la
más continua y brutal represión, selectiva, terrorífica, generalizada. La delación se con-
vertía en sistemática, interviniendo muchos defectos o pecados humanos (codicia, envi-
dia, venganzas…) y cundiendo el miedo. Pero entre los años 1234 y 1325 la Iglesia Cá-
tara fue erradicada de Occitania. Algunos de sus miembros se refugiaron de mil maneras
en Lombardía y Cataluña, y el resto fue desapareciendo en las hogueras.

Cátaros y catarismo en Occitania

Las rutas que siguen las ideas penetrando en una determinada zona no suelen revestir
demasiado misterio, pero las condiciones de implantación de dichas ideas no son de-
masiado evidentes. La documentación y el desenlace histórico con que contamos de-
muestran de forma indudable que el catarismo se propagó por Europa cuando se rea-
brían las grandes rutas comerciales, después de las invasiones y del establecimiento tan-
to de nuevos centros de intercambios mercantiles, muy en concreto las ferias, así como
por el prodigarse las nuevas técnicas financieras e incluso ya decididamente bancarias.
La letra de cambio, el antepasado directo del cheque y de la tarjeta de crédito, fue in-
ventada en Toulouse durante el siglo XII.
Los dominios occitanos, condados, etc., que conformaron el marco general del desa-
rrollo cátaro-albigense, fueron esas zonas europeas avivadas por las nuevas corrientes
de intercambios comerciales y trastornadas por la misma economía monetaria. Se carac-
terizan igualmente esos dominios por un progresivo desarrollo de la vida urbana, unida
esta vida a la expansión económica y a la aparición de una clase burguesa de mercade-
res, así como también por una estructuración de las ciudades por la que adquieren liber-
tades, franquicias y consulados, todo ello en detrimento de los señores feudales. Era lo
que pasaba, de manera muy acentuada, en Toulouse, Béziers, Carcasona…
Se trata de lugares en los que el clima sociocultural y económico favoreció la implan-
tación de ese peculiar cristianismo cátaro, inscribiéndose éste sin aparente dificultad en
el conjunto de las clases sociales, desarrollándolo todo de un modo que hoy podríamos
decir “progresista”, en el marco y proyección de una economía innovadora, de cambio
y de futuro.

~ 75 ~
Con todo, se desarrolla un relativo despertar de la clase burguesa en relación de dife-
rencia con el sistema feudal, tomando dicha clase burguesa el poder en las ciudades,
muy destacadamente en las zonas meridionales de Francia. Las ciudades tendrán como
característica general el hecho de ser lugares de paso, de trasiego y de intercambio del
nuevo gran comercio internacional, a la vez que punto de proyección de una nueva cul-
tura literaria profana, muy destacadamente la de los trovadores.
Era aquélla, a finales del siglo XII y de un modo muy principal en Occitania, una bur-
guesía que se mostraba en pleno apogeo político debido a los consulados urbanos y en
pleno apogeo económico debido al viraje o sesgo de un gran comercio internacional
apoyado en las nuevas técnicas bancarias. Se trataba, en consecuencia, de una clase bur-
guesa que, entre otras razones, debía sentirse atraída por una Iglesia que se le presentaba
sin ninguna razón ni pretensión de orden metafísico e indiferente (o ignorante) ante la
práctica encubridora del préstamo con intereses o usura, una Iglesia que no excomulga-
ba ninguna práctica monetaria como sí lo hacía la Iglesia Católica de Roma, tradicional
y habitualmente o desde los concilios lateranenses durante las aún primeras décadas del
siglo XII.
No sentaba mal además a la clase burguesa el rechazo por parte de la pacifista Iglesia
Cátara de cualquier clase de violencia institucionalizada, de la guerra o de la pena de
muerte; no sentaba mal aquel desprecio por cualquier jerarquía temporal poderosa o
dogmática y su negación de un derecho de justicia laico, lo que hacía eficaz la predi-
cación cátara ente la nobleza. No desagradó la teórica igualdad propuesta en el aspecto
social fluyendo desde y hacia los destinos de la reencarnación de un cuerpo adinerado a
un cuerpo oprimido: la incitación tácita de los buenos hombres a los señores occitanos a
no desprenderse de sus diezmos beneficiando a la Iglesia Católica también fue un he-
cho, algo entendible en aquel idealismo evangélico o evangelismo. Las relaciones que
se establecieron entre la Iglesia Cátara o de los Buenos Cristianos y la pequeña nobleza
occitana no fueron casi nunca relaciones económicas o de interés, sino de unos sólidos y
fieles vínculos fervorosos, de sentimientos y píos de corazón.
La clase burguesa mercantil, en teoría, tenía mejores razones que la nobleza feudal pa-
ra adherirse al cristianismo cátaro. Para empezar, y contrariamente al clero de la católica
Iglesia dominante, que subsistía de sus imposiciones sobre las poblaciones de sus fieles,
los buenos hombres participaban en el mundo laboral, trabajaban, se ganaban la vida.
Su regla de vida evangélica, les obligaba a trabajar para vivir, siguiendo el ejemplo de
los apóstoles, los cuales, ejercían todos algún oficio. Esto se revivió un tanto en el fe-
nómeno de los “curas obreros” en el siglo XX.
Convertidos en buenos cristianos, los antiguos caballeros ya no temen para nada “re-
bajarse”. Hay caballeros que aprenden a tejer o a coser, damas importantes (como la
hermana del conde de Foix), que estaban obligadas a trabajar con la rueca para poder vi-
vir, predicadores itinerantes que se convierten en mercaderes y siguen las rutas comer-
ciales por los burgos y las ferias. Es innegable que la sociedad religiosa cátara se abría
hacia el mundo de la burguesía mercantil de manera muy natural.
Las casas cátaras, las casas de hombres perfectos y mujeres perfectas, en las ciudades
y en los burgos, hacían la función de talleres, lugares de trabajo y al mismo tiempo cen-
tros de predicación y de plegaria. Eran talleres donde se trabajaba en la elaboración de

~ 76 ~
tejidos, de costura y de fabricación de diversos objetos artesanales de la vida cotidiana,
desde la escudilla de madera hasta los peines de cuerno. En cuanto a los perfectos iti-
nerantes, siempre de dos en dos, para llevar a cabo su misión de la predicación y su
sacerdocio del “consolamentum”, ejercerán diversos oficios, pero siempre “móviles”,
como médicos, carpinteros, etc. Aunque algunas veces podían contratarse como obreros
agrícolas en tierras laicas, desempeñaban razonablemente de forma privilegiada y en to-
do caso unos oficios compatibles con su situación de caminantes. De manera natural,
eran encaminados a hacerse portadores, de plaza en plaza, tanto de la Palabra del bien
como de los productos procedentes de sus talleres. Contribuían así ampliamente a la fi-
nanciación de su Iglesia, a la cual naturalmente también alimentaban diferentes dona-
ciones, y sobre todo legados entregados con motivo de los “consolamentums” dispen-
sados a los moribundos.
No obstante ser una Iglesia rica (rica por el trabajo de toda la comunidad), por las do-
naciones y los legados piadosos como cualquier Iglesia (Orden o Congregación), y a
pesar de la vida de pobreza de cada uno de sus miembros, la Iglesia Cátara necesitaba
dinero. Sus “bienes” no estuvieron nunca “congelados” en forma de grandes hacien-
das, sino que se quedaron en el mercado económico. El mundo de los negocios fue
acostumbrándose a trabajar con ellos (les confiaba sumas en depósito porque de todos
era conocida su integridad), y la Iglesia Cátara administró estos depósitos conjunta-
mente con sus propios fondos y, probablemente, sin dudar en hacerlos fructificar. Para
eso eran gestores los obispos, ayudados por los diáconos. Lo hicieron eso sí, de manera
escrupulosa, teniendo extremo cuidado siempre en devolver los depósitos, incluso en los
períodos de grave peligro, ya que el fraude en los préstamos y en las gestiones parece
que figuraban en la categoría de los “pecados” graves. De esta manera, la Iglesia Cáta-
ra proporcionó unos importantes servicios tanto a los pequeños artesanos locales como a
la clase burguesa comerciante en general; y así fue como se insertó la Iglesia Cátara de
un modo generalizado en la economía monetaria de la época.

Cátaros y catarismo en Cataluña

El catarismo tuvo su importante repercusión en la sociedad catalana, sobre todo a


partir de la segunda mitad del siglo XII (el primer documento que habla de una comu-
nidad cátara catalana en el Valle de Arán está fechado en 1167), y hasta finales del siglo
XIII. El catarismo catalán presentaba muy pocas variantes doctrinales respecto al cata-
rismo occitano, debido principalmente a la rigurosa jerarquización de la Iglesia Cátara.
El catarismo en Cataluña fue introducido desde Occitania siguiéndose el procedimiento
habitual de los cátaros, sobre todo a través del comercio y de la industria, principal-
mente la textil (que durante el siglo XIII dependía, en gran parte, de comerciantes occi-
tanos), y se incrementó con la llegada de nobles occitanos cátaros, motivada por la re-
presión religiosa en Occitania y favorecida por la corona aragonesa, por la importante
entrada de capital que comportaba, por los intereses derivados de la guerra contra los
musulmanes y por la repoblación de los territorios conquistados.
Por otro lado, la amplitud de su difusión se explica, en parte, por las crisis sociales
que implicaron en Cataluña el nacimiento de la burguesía. Los grandes señores feudales,

~ 77 ~
interesados por afianzar, delante de la feudalidad eclesiástica, las posiciones logradas,
eran propensos a la adopción de una doctrina que comportaba la supresión del poder
temporal de la Iglesia. A pesar de ello, fue con el nacimiento y la expansión de la bur-
guesía, cuando el catarismo consiguió una mejor adecuación a los intereses de clase, y
de esta manera, en la medida que era una doctrina que no solamente no condenaba las
actividades mercantiles, sino que incluso las favorecía, y que en su concepción dualista
encajaba con la valoración burguesa de las dos grandes realidades sociales del momen-
to: el mundo agrario y feudal, basado en el sentido sagrado del linaje y de la propiedad
territorial, considerado por aquélla como un estorbo y una representación del mal, y el
mundo artesano y comerciante, que encarnaba el bien.
Las zonas más influidas por la nueva doctrina fueron el Rosellón y los valles pire-
naicos, donde las grandes familias tenían importantes lazos familiares, culturales, mili-
tares y económicos con Occitania. La zona catalana (y francesa) pirenaica occidental
llegó a ser también, refugio y centro de actividades cátaras, destacando: Andorra, la Tor
de Querol, Berga, Josa del Cadí, Gósol y Montferrer Castellbó, etc. Y un destacado
grupo de entre los señores de estos territorios se convertirán en decididos protectores de
la herejía. El catarismo se extendió hasta Barcelona, Lérida, las zonas tarraconenses de
Prades, Siurana, Arbolí, Cornudella, por la región castellonense de Morella y por las
nuevas tierras conquistadas a los musulmanes.
La cruzada albigense, que supuso la represión por la fuerza del catarismo occitano, tu-
vo una gran repercusión para Cataluña: representó el final de la expansión catalana en
tierras occitanas, pues pasarán estas tierra a formar parte del reino de Francia, a partir de
la derrota sufrida por el rey Pedro II en Muret (año 1213), y también será el comienzo
de una importante emigración que contribuirá a la conquista de tierras musulmanas y
beneficiarán la expansión catalana por Italia, gracias a la imagen mercantilmente tole-
rante de Cataluña, transmitida por los cátaros refugiados principalmente en Lombardía.
En la corona aragonesa-catalana la represión de la herejía, que interesaba sobre todo a la
Iglesia Católica, estaba condicionada por sus repercusiones en la política occitana de los
monarcas. Los reyes Alfonso II y Pedro II de Aragón condenaron la herejía cátara en
varias ocasiones, seguramente para proteger a los nobles de una represión más dura de
la que recibieron; pero finalmente, Jaime I acabará cediendo a las presiones desde la
Santa Sede sobre la urgente necesidad de extinguir el catarismo. A mediados del siglo
XIII fue establecida definitivamente la Inquisición como institución, puesta en gran par-
te bajo el control de los dominicos.
Las últimas reminiscencias del catarismo en el reino de Aragón fue la comunidad de
San Mateo en el Maestrazgo, dirigida por Guillaume Bélibaste (muerto en la hoguera en
1321), habiéndose establecido durante 6 años en Morella en 1315, tras su prolongado
exilio de Occitania.

~ 78 ~
ÍNDICE
A modo de prólogo
Un millón de besantes y unas ideas como de otro mundo …………………… pág. 3

Toledo (reino de Castilla)


Don Rodrigo Jiménez de Rada y la Reconquista ……………………………. pág. 12

Salamanca (reino de León)


Alfonso IX crea un Studium Generale en Salamanca ……………………….. pág. 14

Reino de Chipre
Muere el rey Hugo I de Chipre ……………………………………………… pág. 15

Brunswick (Alemania)
Enterrado en la catedral de Brunswick Otón IV …………………………….. pág. 19

De Burgos (Castilla) a Espira (Alemania)


Beatriz de Suabia, novia para el rey Fernando III …………………………… pág. 21

Alcántara (reino de León)


La Orden de Calatrava renuncia a la plaza de Alcántara ……………………. pág. 23

De Toro (reino de León) a Cáceres (Al-Ándalus)


Se decide en Toro, donde muere el conde Álvaro Núñez de Lara, que la
difícil paz entre León y Castilla ha de facilitarla la Reconquista contra
los moros ……………………………………………………………………... pág. 24

Pinilla de Jadraque (reino de Castilla)


Un matrimonio pudiente funda un monasterio ………………………………. pág. 35

Pittolo (Italia)
Franca de Piacenza: la paz y la vida religiosa en serio ……………………… pág. 36

Condado de Flandes
Muere en accidente la condesa Teresa ……………………………………… pág. 38

Condado de Holanda
Muere Ada de Holanda ……………………………………………………… pág. 40

Toulouse
Muere en Toulouse Simón IV de Montfort golpeado por una piedra en la
cabeza ………………………………………………………………………. pág. 42

~ 79 ~
Barcelona (reino de Aragón)
Pedro Nolasco y la redención de cautivos ………………………………….. pág. 48

Sultanato de Egipto y Palestina


Muere en Damieta el sultán Al-Adil I y le sucede su hijo Malik Al-Kamil .. pág. 50

Reino de Aragón
Declarado mayor de edad el rey Jaime I cuando tiene 10 años ……………. pág. 52

Epílogo I
Guerra, peste y hambre en sucesivas rechas medievales …………………... pág. 54

Epílogo II
El obispo don Mauricio de Burgos …………………………………………. pág. 60

Epílogo III
De la Orden Militar de San Julián del Pereiro a la de Alcántara …………... pág. 64

Epílogo IV
Los cátaros y la cruzada albigense …………………………………………. pág. 68

~ 80 ~
~ 81 ~

También podría gustarte