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POLÍTICA
1. ANIMALES POLÍTICOS
Al igual que no podemos ser amorales, puesto que hacemos de nuestra acción costumbre con las
decisiones que tomamos, no podemos ser apolíticos, dado que vivimos en sociedad. Tenemos que
responder constantemente al conflicto social que produce la pluralidad y la diferencia. Solo podríamos
pensar en el final de lo político destruyendo al otro, cuando ya no fuera necesario negociar ni acordar nada.
Solo un dictador podría considerar al ser humano apolítico. Somos animales políticos.
Ambas dimensiones son estudiadas por la ciencia política, que reflexiona sobre la mejor forma de
organización social. La disciplina de la política analiza las instituciones en las que se basa el poder, tratando
de definir y llevar a cabo una sociedad justa. El análisis de la realidad política nos permite también
comprender las bases de las distintas ideologías, es decir, las ideas y principios que rigen las acciones
políticas, desarrollando una mejor cultura democrática y siendo más conscientes de los compromisos
necesarios para mantenerla y fortalecerla.
Aristóteles pensaba que el objetivo fundamental de la vida política era conseguir nuestra felicidad, por eso,
en su opinión, la política era superior a la ética. Sin embargo, la pluralidad de individuos y grupos crea
conflictos que surgen porque no todos los miembros disfrutan del mismo acceso ni de la misma posesión
de los bienes y servicios. La política debe solucionarlos para evitar que se disuelva la sociedad.
Aristóteles concebía la organización social como algo jerárquico: era natural el mando de los hombres sobre
la mujer e hijos, de los ciudadanos libres sobre los esclavos. Hoy el mundo ha cambiado y esta forma de
entender las relaciones de poder nos resulta chocante: vivimos en sociedades más horizontales, pero en las
que sigue existiendo un importante grado de conflicto y de dinámica social. Llegar a construir los acuerdos
con los que vivir, organizar la sociedad en distintas formas de poder que los realicen y conseguir que esta
organización responda a los principios de libertad, igualdad y justicia imprescindibles es el fin primordial de
la política.
Uno de los pensadores que mejor, y con más crudeza, analizó el poder fue Nicolás Maquiavelo (1469-
1527). Su obra El príncipe muestra cómo conseguir y mantener el poder de forma realista: cómo ser
contundente con la fuerza, pero manteniendo las apariencias; cómo utilizar las artes o la religión para hacer
propaganda, o cómo conseguir ser temido sin ser odiado para conservar la autoridad. Para el príncipe, la
supervivencia del Estado es más importante que la de quienes lo forman: esto es la razón de Estado y ha
dado lugar a la expresión «el fin justifica los medios», que resume la política de Maquiavelo.
El sociólogo y economista alemán Max Weber (1864-1920) también analizó el poder y la autoridad. Para él,
lo esencial de la autoridad es la legitimidad, es decir, su reconocimiento y aceptación por parte de la
ciudadanía. Los distintos motivos para aceptar el poder dan lugar a distintos tipos de autoridad:
• Autoridad tradicional. Basada en usos y costumbres, en tradiciones, que producen aceptación en
función del tiempo que han estado vigentes. Da lugar a políticas conservadoras.
• Autoridad carismática. Produce admiración y aclamación de un líder por sus cualidades
extraordinarias y por su visión de futuro sobre la política.
• Autoridad racional. Emplea los medios más adecuados para conseguir el fin propuesto y los
convierte en leyes, que son aprobadas mediante un proceso que toma en consideración la
soberanía del pueblo.
Asimismo, Max Weber analizó el Estado, la organización política con poder sobre una población y un
territorio a través de un sistema de gobierno y unas leyes, de forma que posee soberanía, es decir, poder
independiente de otros Estados u organizaciones. El Estado ejecuta la justicia, cuenta con un ejército e
impide el uso de la violencia por parte de otros grupos, por lo que Weber lo definió como la institución que
posee el monopolio de la violencia. Para cumplir plenamente su función, debe poseer una autoridad
legítima, es decir, racional y convertida en ley. Un Estado que, además de legitimidad, posee legalidad
gobierna bajo el «imperio de la ley», pues garantiza los derechos y deberes mediante leyes eficaces, que
tienen validez jurídica y son moralmente aceptables: es lo que se conoce como Estado de derecho.
2. EL CONTRATO SOCIAL
Algunos sofistas, como Protágoras, pusieron en duda este origen natural de la sociedad, distinguiendo
entre physis, la naturaleza humana, y nomos, lo convencional, aquello que era fruto de acuerdo. La
sociedad, por ejemplo, era convencional y sus leyes cambiaban de una ciudad a otra.
Durante la Edad Media, Agustín de Hipona formuló una teoría sobre el origen sobrenatural de la
sociedad: los seres humanos buscan la salvación; sin embargo, tras el pecado original, por su egoísmo,
están forzados a organizar sus intereses en sociedad. El fin de la política es transitorio, pues es el vehículo
para la verdadera finalidad de la vida, la paz perpetua, que solo se encuentra en la ciudad de Dios, en la
comunidad de creyentes. Una interpretación de estas posiciones es el agustinismo político, que considera la
autoridad de la Iglesia superior al Estado y, por tanto, aquella debe gobernar sobre este.
A partir del siglo XVI, los filósofos contractualistas modernos ven la sociedad como el fruto de un pacto
adquirido para organizarnos, pues es imposible vivir alejados de la sociedad, en un hipotético estado de
naturaleza.
La razón nos descubre que, en el estado de naturaleza, los seres humanos poseemos algunos derechos: el
derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad fruto de nuestro trabajo y a actuar contra los abusos que
podamos sufrir (derecho de venganza). Estas cuestiones no dependen de la sociedad, sino que la fundan.
El problema es que el estado de naturaleza es inseguro, por lo que este derecho de venganza se cede al
Estado, para que instaure las leyes. El contrato es temporal y tiene como contrapartida el deber del Estado
de constituirse en un sistema parlamentario, pues la ley no puede ser arbitraria.
El sistema parlamentario adquiere unas obligaciones para cumplir adecuadamente su función, que es la
mejora de las libertades individuales en el imperio de la ley, sin el temor a que la ciudadanía se tome la
justicia por su mano. Además, para garantizar el uso razonable de la autoridad, Locke propone que el poder
esté dividido en legislativo, ejecutivo y federativo. Si el poder no cumple el contrato social, la ciudadanía
tiene el legítimo derecho a la rebelión. Esto ocurriría si el monarca se sitúa por encima de la ley, o si una
potencia extranjera se hace con el poder, por ejemplo.
El francés Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, también se preocupó por el problema del
absolutismo, pues estaba convencido de que «todo hombre que tiene poder siente la inclinación a abusar de
él». La solución que aporta en El espíritu de las leyes, siguiendo a Locke, es la división de poderes. La
propuesta de Montesquieu ha dado lugar a nuestra división habitual en un poder ejecutivo, que inspira las
leyes y toma decisiones, un poder legislativo, que discute y aprueba esas leyes, y un poder judicial, que
las hace cumplir.
Su obra El contrato social explora cómo podría darse un pacto que recuperase lo mejor del estado de
naturaleza, la igualdad entre sus miembros, reconociendo ciudadanos de pleno derecho. Para ello todos
deben ceder completamente sus derechos en aras de un interés general, que los representa plenamente en
el contrato social: la voluntad general. La voluntad general es fruto de la soberanía popular. El sistema
que mejor representa la voluntad general es la democracia directa, aunque este sistema solo funciona
plenamente en Estados de pequeño tamaño.
Históricamente, el primer tratado sobre la justicia es La república de Platón, la propuesta de una sociedad
utópica en la que cada ciudadano se dedica a aquello para lo que está mejor preparado por naturaleza:
gobernar, defender o ser productor. La justicia, la máxima virtud social, se consigue cuando cada parte de la
ciudad –cada estamento– está haciendo lo que le corresponde. No sería justo que alguien muy inteligente
renunciase a utilizar su capacidad para gobernar, o que alguien muy valiente no utilizase esa virtud para ser
parte de los cuerpos de seguridad de la ciudad. La justicia es armonía, un orden social en el que
gobiernan los sabios y defienden los valientes.
Su discípulo Aristóteles hizo un planteamiento más realista en su Política y habló de la justicia como la
virtud más perfecta, la suma de todas las virtudes y el fin de la vida política, por cuanto es la capacidad
para hacer excelente a los demás: la justicia es el bien político, la facultad para conseguir lo conveniente
para la ciudad. Dentro de este concepto de justicia, Aristóteles diferencia entre la justicia distributiva, que
es la asignación correcta de bienes en función de la responsabilidad, lo que corresponde a cada uno, y la
justicia correctiva, que corrige la injusticia y restablece la igualdad: una justicia compensadora.
John Stuart Mill, en su obra Consideraciones sobre el gobierno representativo (1861), defiende la libertad
entendida como individualidad. Su idea de gobierno justo refleja el ideal del Estado liberal: un gobierno
democrático, participativo y plural, con división de poderes y sin excesiva burocracia y, especialmente,
respetuoso con la libertad para los asuntos privados, interviniendo solo cuando puede dañarse a otros. La
finalidad de este Estado es promover el bien de la ciudadanía y su desarrollo moral e intelectual a través de
la educación. Aunque se pronuncia a favor del sufragio universal, propone una fórmula elitista, al otorgar
más peso al voto de las personas con mayor cualificación profesional.
Si se analiza la historia desde la perspectiva del materialismo histórico, observamos en todas las épocas
una estructura económica: una forma de trabajar y unos poseedores de los medios de producción; y, al
mismo tiempo, una superestructura, un conjunto de leyes, ideas y una organización del Estado que son
ideología, justificación del poder de las clases dominantes. Esto se ve en los diferentes modos de
producción históricos:
En toda época hay una oposición entre poseedores y desposeídos que, paradójicamente, son quienes
trabajan. Esto llevó a Marx a afirmar que «la historia de todas las sociedades que han existido hasta
nuestros días es la historia de la lucha de clases»: cada sistema económico tiene en esta tensión una
contradicción interna que se resuelve mediante una revolución política, en la que se cambia el sistema. El
problema es que ese cambio solo transforma las relaciones de dominio, no las elimina, por lo que genera la
alienación constante de los seres humanos. Estar alienado significa «ser otro»; esto es, no disponer de los
frutos de tu trabajo, no tener claro cuáles son tus intereses, estar «dormido» por la ideología dominante o
por la religión, a la que Marx califica como «opio del pueblo». La propuesta del socialismo científico, que
significaba el futuro necesario de la historia, era terminar con esta explotación constante, tras adquirir
conciencia de clase, y producir una revolución social, que se podía conseguir en estas tres fases:
Con todo, denominamos totalitarismos a los movimientos surgidos en el siglo XX que se adueñaron del
gobierno por la fuerza o mediante la manipulación y convirtieron el Estado en un poder absoluto, en una
época histórica en la que se suponía que el avance de la libertad, la razón ilustrada y la ciencia iba a
conducirnos a un futuro próspero y prometedor, y la justicia quedaba asegurada. Movimientos de tipo
fascista, como el fascismo italiano, el nazismo y el franquismo, y de orientación comunista, como el
estalinismo y el maoísmo, coincidieron en concentrar el poder en un líder y en un partido único, en la
exaltación de la violencia y la militarización de la vida civil, y compartieron una visión única y excluyente del
bien común que anuló las libertades civiles y generó los peores episodios de violencia del siglo XX.
La pensadora alemana Hannah Arendt realizó una profunda reflexión sobre los movimientos totalitarios en
obras como El origen del totalitarismo o Eichmann en Jerusalén. Esta última, publicada en 1963, es una
crónica periodística del juicio contra este alto cargo nazi, que fue condenado a muerte. Su análisis la
enemistó con quienes veían en el proceso una reparación de los crímenes contra Israel. Para Arendt, aquel
juicio no debía ser visto como una «reparación» del Holocausto, pues Eichmann había cometido crímenes
contra toda la humanidad. Arendt, además, desmontó la idea de que ese hombre fuera la personificación del
mal: Eichmann era simplemente un gris burócrata, irreflexivo y desapasionado que se limitó a cumplir
órdenes y formar parte de la terrible maquinaria de exterminio que puso en marcha el nazismo sin
cuestionarse las consecuencias de sus actos; es lo que Arendt llamó «banalidad del mal».
La democracia actual, descendiente lejana de la democracia griega, se ha ido configurando desde el siglo
XIX hasta adquirir las características que la definen:
• Un sistema representativo, basado en elecciones con sufragio universal e igualdad de
oportunidades para el acceso a cargos representativos.
• Un Estado de derecho con separación de poderes y sometimiento del gobierno a la ley, que dota a
la ciudadanía de garantías jurídicas e igualdad.
• Un Estado social (estado del bienestar), que dispone de buenos servicios públicos para aplicar la
justicia distributiva y garantizar la protección y la seguridad social de los colectivos minoritarios o
vulnerables.
Además, una buena democracia necesita pluralismo, la posibilidad de desarrollo de las diferencias, para
realizar nuestro proyecto de vida. Esto necesariamente se tiene que producir con nuestros iguales, con los
que vivimos en común. Por tanto, una dimensión imprescindible de las sociedades democráticas es la
llamada sociedad civil, la estructura social compuesta por las distintas asociaciones y organizaciones
sociales (sindicatos, asociaciones vecinales, colegios profesionales, ONG…) que sirve para satisfacer
intereses ideológicos, religiosos, culturales… comunes y actuar en consonancia con valores y creencias.
Liberalismo igualitario
La Teoría de la justicia (1971) de John Rawls fue el origen del debate; Rawls defiende un Estado liberal
que aplica la justicia distributiva. Este modelo se justifica por la posición original, una forma hipotética de ver
la sociedad bajo el velo de la ignorancia, sin saber qué posición ocuparemos. Desde esta imparcialidad, la
mejor sociedad es aquella en la que haya un mayor número de libertades para el mayor número de
personas (principio de libertad) y, además, donde se permitan diferencias en la distribución (principio de
la diferencia) para beneficiar a los menos favorecidos. Si analizamos la sociedad como individuos
racionales, concebimos la justicia como imparcialidad y como equidad.
Neoliberalismo o libertarismo
Los neoliberales defienden el Estado mínimo, donde la justicia se entiende como el acuerdo económico
entre individuos que asumen riesgos y es permisible la desigualdad. Según Robert Nozick en Anarquía,
Estado y utopía (1974), se pasa del ciudadano al cliente, pues las personas son individuos con derechos
económicos que hay que respetar por encima de cualquier intervención. El mejor Estado es el que nos
protege y tiene los demás servicios privatizados y sujetos a la «mano invisible» del libre mercado, pues
cualquier intento de justicia distributiva es un ataque a la libertad individual.
Comunitarismo
En su libro El liberalismo y los límites de la justicia (1982), Michael Sandel define el comunitarismo como un
modelo político no individualista: los ciudadanos tienen una identidad construida en el relato de una
comunidad. La igualdad individual y racional defendida por Rawls no puede movilizar a la población para la
participación política. Lo prioritario es que la sociedad civil defina el bien común. La justicia será el
resultado de establecer en la comunidad los valores de solidaridad, confianza y reciprocidad, y convertirlos,
mediante el debate de la opinión pública, en los principios de la democracia.
Nuestro mundo no puede pensarse ya con las categorías políticas clásicas y requiere nuevas formas de
participación, que no terminan en nuestras fronteras, sino que nos abren a una democracia global,
entendida también como un modelo de gobierno que ponga en relación las instituciones globales con los
poderes locales y las comunidades, consiguiendo que la economía esté al servicio del progreso social y la
sostenibilidad.
Frente a soluciones simplistas, como el «todo vale» para conseguir cuanto pueda a costa de los demás,
está el desafío de pensar el futuro político y gobernar el mundo en el que vas a vivir, el que te ha sido
legado, que supone la gran responsabilidad de actuar en un planeta interconectado y que debe tener en
cuenta también a las generaciones venideras.
5. LAS UTOPÍAS
Imaginar metas es necesario para tratar de alcanzarlas; aunque parecen irrealizables, definen los sueños
por los que estamos dispuestos a luchar. Desde la Antigüedad, la filosofía ha buscado esos escenarios
ideales hacia donde deberíamos encaminarnos para conseguir mayor justicia y felicidad en nuestras vidas.
Estos anhelos han sido un motor para hacer realidad lo soñado, como la libertad de la mujer o una
educación que permita que todos los seres humanos nos desarrollemos plenamente. Lo que un día fue el
sueño de un mundo futuro se ha hecho realidad en muchos países en forma de derechos humanos.
Las sociedades imaginarias ideales, en las que se ha realizado la perfección, se denominan utopías (de
u-topos, ‘no lugar’, ‘lugar que no existe’), pues este es el nombre que el filósofo renacentista Tomás Moro le
dio en una obra suya (Utopía, 1516) a una tierra ideal, una isla alegórica donde reina la justicia y cuyos
habitantes viven felices y en paz. La filosofía se interesa por la utopía porque nos sirve de hoja de ruta: a la
vez que critica aspectos de la realidad política que son insuficientes, establece los objetivos prioritarios para
el futuro de la sociedad. Estos objetivos han definido los proyectos utópicos de los distintos pensadores y
pensadoras, desde la eliminación de la propiedad privada o la igualdad entre hombres y mujeres hasta la
vida sencilla y comunitaria, en paz e igualdad plena, sin diferencias sociales.
En la sociedad propuesta por Platón, la ciudadanía no pertenece a ninguna clase por nacimiento y el Estado
se encarga de la educación, que será acorde con las funciones que cada uno va a desempeñar. La ciudad
utópica queda dividida en las siguientes clases:
• Los gobernantes. Deben dirigir el Estado, puesto que son la inteligencia de la ciudad, su mente o
alma racional: son hombres y mujeres sabios, que poseen la virtud de la prudencia. Desprecian el
poder y la riqueza, de modo que no pensarán en su propio beneficio, gobernando de forma justa y
perfecta, ya que se los ha educado en la filosofía.
• Los guardianes. Deben proteger la ciudad del exterior y velar por el orden interno, por lo que su
virtud es la valentía, y representan los sentimientos de la ciudad o su alma irascible. Han recibido
educación en gimnasia y música, para desarrollar la fortaleza sin crueldad.
• Los productores. Crearán todos los bienes materiales necesarios (comerciantes, artesanos y
agricultores), pues son «las tripas» de la ciudad, su alma concupiscible, la que se encarga de las
necesidades. Deben tener templanza, dominar sus pasiones y satisfacer con moderación sus
propias necesidades.
La mayor carga utópica de La república reside en que ni los gobernantes ni los guardianes, seleccionados
de entre los mejores en la educación, pueden tener propiedades, dinero o familia; deben vivir en una
comuna, en barracones, vestidos de forma sencilla, sin lujos ni riqueza de ningún tipo. Son personas
capaces de sacrificarse para ejercer un poder que no conlleva ninguna ventaja, salvo el placer de realizar
los ideales.
La palabra utopía fue inventada en 1516 por el pensador, político y escritor inglés Tomás Moro (1478-1535)
en su obra Del Estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía. El relato es una crítica a la
sociedad de su tiempo contrastándola con la idílica isla, ubicada en algún lugar desconocido de América del
Sur. En este territorio ideal la vida es confortable y pacífica, pues no hay propiedad privada. Esto permite
que se eliminen la ambición y el interés personal, trabajando todos por el bien común y de forma justa.
También eligen democráticamente las autoridades y poseen libertad religiosa. Los puestos políticos se
deciden por los méritos de cada uno, siguiendo la estela del pensamiento platónico.
Otras destacadas utopías renacentistas son La ciudad del sol, del religioso italiano Tomaso Campanella
(1568-1639), donde propone como ciudad ideal la llamada ciudad del Sol, donde la propiedad es comuntaria
y todas las personas trabajan por el bien de la comunidad. También La nueva Atlántida de Francis Bacon
(1561-1626), que añade un elemento importante, ausente en las otras dos utopías: el aprovechamiento de
los avances científicos y técnicos que empezaban a darse en aquel momento para la mejora de las
condiciones de vida de los seres humanos.
Sociedades industriales Partiendo del positivismo, imaginan un futuro igualitario con el desarrollo
igualitarias industrial, que dará recursos suficientes para toda la humanidad. Para
Henri de Saint-Simon, Flora Flora Tristan, esto solo se consigue con la unión de los oprimidos
Tristan (proletariado y mujeres) en partidos políticos, de ahí su lema: «¡Proletarios
del mundo, uníos!», que recogen después Marx y Engels en su Manifiesto
comunista.
Falansterios El falansterio, que debía sustituir a la familia como unidad social, era un
Charles Fourier edificio colectivo utópico en el que vivían y trabajaban unas 300 familias,
con espacios sociales comunes y sin propiedad privada, donde trabajar era
placentero.
Cooperativas Es un sistema de producción donde la persona trabajadora recibe una
Robert Owen, Étienne Cabet parte justa del trabajo producido. Confiando en la educación y la
solidaridad entre clases, trataron de ponerlo en marcha en pequeñas
comunidades utópicas o colonias, como New Harmony o Icaria.
• Previsora. Desarrolla los peligros potenciales y nos muestra sus efectos menos deseables.
• Retroactiva. Nos enfrenta a situaciones que no tienen salida, pero cuyas causas pueden evitarse
en el presente.
Las distopías son un reflejo de las preocupaciones de cada época, como muestran estas que destacamos:
• La novela Nosotros (1920), del ruso Yevgueni Zamiatin, es una de las primeras distopías. Los
habitantes del Estado Único viven sin intimidad, sometidos a la autoridad del Bienhechor, quien
controla toda su vida, del trabajo a la sexualidad, excepto su fantasía, contra la que va a emprender
una cruzada quirúrgica. Nosotros denuncia la deshumanización y los totalitarismos.
• En Un mundo feliz (1932), del británico Aldous Huxley, se diseñan personas en laboratorios para
ocupar su sitio en una sociedad de castas, donde los débiles son explotados, no existen vínculos, ni
diversidad cultural, y la felicidad se alcanza con el soma, una droga adormecedora. Nos alerta de la
deshumanización que pueden traer el avance científico y el individualismo.
• 1984 (1949), del novelista británico George Orwell, describe un mundo opresivo y totalitario donde
el Ingsoc, el partido único, controla el lenguaje y el pensamiento mediante la propaganda y la
violencia, llegando a borrar el pasado. La ciudadanía está sometida a la vigilancia completa de su
líder, el Gran Hermano. Es una crítica al estalinismo.
• En Fahrenheit 451 (1953), del escritor estadounidense Ray Bradbury, la sociedad ha declarado la
guerra a los libros, pues son utópicos y deben ser quemados. Esta obra fue escrita en plena «caza
de brujas» anticomunista para advertir sobre el peligro de los recortes en las libertades.
• La novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), del estadounidense Philip K.
Dick, presenta una Tierra asolada por la guerra nuclear donde androides con apariencia humana
(replicantes) se resisten al exilio al que están sometidos. Esta distopía expresa la amenaza de la
guerra atómica y la falta de derechos de las minorías.
• El cuento de la criada (1985), de la escritora canadiense Margaret Atwood, plantea una sociedad
en una crisis climática que puede extinguir a la humanidad. Un golpe de Estado crea la República
teocrática de Gilead, que obliga a las pocas mujeres fértiles a ser esclavas sexuales para dar hijos a
los líderes. Alerta sobre la destrucción ambiental y rechaza la discriminación de la mujer,
asociándola a una moral fanática.
¿Tenemos derechos por ser personas o porque somos parte de la sociedad? En el derecho hay dos formas
distintas de explicar su origen:
• Según el derecho natural, existen derechos innatos, que deben ser respetados. Esta doctrina se
denomina iusnaturalismo. Para Tomás de Aquino hay una ley natural, unos mandatos que se
desprenden de nuestra naturaleza humana (sobrevivir, procrear, vivir en sociedad…) y que justifican
los derechos naturales, fundamentalmente el derecho a la vida.
• Según el derecho positivo, los derechos son convencionales; se crean para establecer las normas
de una sociedad, que permiten regular un Estado. Esta doctrina se denomina iuspositivismo. Para
el jurista Hans Kelsen, la clave del derecho es construir una ciencia de la regulación social con el
fin de establecer las normas, sin juicios de valor sobre qué es la naturaleza humana.
6.2. El camino hacia los Derechos Humanos
Tras enfrentarnos en el siglo XX a auténticos crímenes contra la humanidad en el contexto de las guerras
mundiales, se creó un organismo internacional capaz de promover la paz y evitar la guerra: la Organización
de las Naciones Unidas (ONU), que el 10 de diciembre de 1948 firmó la Declaración Universal de los
Derechos Humanos (DUDH). Gracias a este hito de la humanidad, poseemos un documento acordado
según el cual todos los seres humanos, sin excepción, son libres e iguales, con independencia de su sexo,
etnia, creencias, religión o cualquier otra condición.
La DUDH no resulta legalmente vinculante, pero la protección de esos derechos y libertades está
incorporada en multitud de constituciones y marcos jurídicos nacionales e internacionales, de forma que sus
derechos son referencia de leyes y normas. Los derechos humanos están por encima de la diversidad
cultural o del tipo de gobierno. Estas son sus características:
• Los tienen todas las personas, sin discriminación (universales), por el hecho de nacer
(intrínsecos).
• No se pueden suprimir bajo ninguna circunstancia (inalienables) y no se pierden ni se puede
renunciar a ellos (irrenunciables).
• Estos derechos están estrechamente relacionados, pues el desarrollo de las personas es integral
(interdependientes), y forman un todo, sin diferencias de valor ni jerarquía entre ellos
(indivisibles).
• Son derechos que no tienen fecha de caducidad (imprescriptibles) y están en constante
evolución para su actualización y mejora.
Desde la tradición socialista, representada en la ONU por el bloque soviético, se insistió en la proclamación
de estos derechos. No todas las personas nacen en una igualdad que salvaguardar, sino que es necesario
hacerla efectiva económica, social y culturalmente para poder disfrutar de una vida plena y del acceso a los
derechos civiles y políticos.
Asimismo, del reconocimiento de los sujetos de derechos históricamente más vulnerables han surgido los
compromisos internacionales con los derechos de las mujeres (1979), de la infancia (1989), de las personas
migrantes (1990) o los derechos de las personas con discapacidad (2006).
El reconocimiento efectivo de estos derechos continúa. Las ONG realizan una labor crucial de supervisión
de los Estados para que no infrinjan estos derechos. Por su parte, la comunidad internacional ha definido y
acordado un «plan para lograr un futuro mejor y más sostenible para todos»: los ODS (Objetivos de
Desarrollo Sostenible) de la Agenda 2030.
La movilización social ha ocurrido en muchos momentos históricos de manera local y aislada, por escasez
de alimentos o subidas de impuestos. Durante la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna, hubo
episodios de protestas en las ciudades; en ellas, los manifestantes se protegían haciendo barreras con
barricas llenas de arena o ladrillos (de ahí surgió la palabra barricada). Tras la independencia de Estados
Unidos y la Revolución francesa, a finales del siglo XVIII, la movilización se organizó de forma compleja, y
continuó en el siglo siguiente con las revueltas liberales por las libertades parlamentarias y el movimiento
obrero. Los movimientos políticos de tipo obrero dieron lugar a partidos y sindicatos, con estructuras
jerarquizadas, que lucharon por los derechos económicos y sociales y emplearon formas de acción social
muy características, entre ellas, la huelga y las manifestaciones; algunas siguen siendo iconos de la lucha
social, como el Primero de Mayo, Día Internacional del Trabajo.
En los años 60 del siglo xx se desarrollaron los nuevos movimientos sociales, cuyo símbolo fue la marcha
sobre Washington por el trabajo y la libertad, en la que Martin Luther King pronunció su famoso discurso I
have a dream. Los protagonistas de estos nuevos movimientos, por los derechos civiles o el estudiantil de
Mayo del 68, ya no eran las clases trabajadoras, sino la sociedad civil, que quería consolidar el estado del
bienestar. Estos movimientos no actúan en agrupaciones, sino en forma de redes –también en las redes
sociales–, y sus protestas se expresan de diferentes modos: marchas, acampadas, happenings de
denuncia, etc. Un caso paradigmático de los nuevos movimientos sociales fue el 15-M, una respuesta social
de indignación que, desde Madrid, se extendió a otros puntos de la geografía española en 2011.
Los movimientos sociales representan la lucha por los derechos humanos. Estas son las causas que han
defendido los movimientos más destacados del siglo xx y las figuras principales que las representan:
Derechos civiles Surgidos en Estados Unidos en los años 60 del siglo XX, combaten el
M. Luther King, N. Mandela racismo y defienden los derechos de la población afroamericana y su
igualdad. Un movimiento similar se desarrolla en los años 80 en Sudáfrica
contra el apartheid o la segregación racial de la población negra.
Autodeterminación y Defienden la identidad de los pueblos y su capacidad de decisión, tras la
comunidades descolonización y el desmembramiento de la URSS. En Latinoamérica
B. de Sousa Santos destaca el indigenismo, y en Oriente, la cuestión palestina. En ocasiones
son movimientos de carácter nacionalista.
Feminismo, LGTBI+ Luchan por los derechos de la mujer. Tiene una primera ola centrada en el
E. Pankhurst, S. de Beauvoir sufragismo, una segunda ola basada en la igualdad social y los derechos
y K. Millet, A. Davis y reproductivos, y una tercera ola en la que confluyen los derechos de la
J. Butler mujer con otros como, por ejemplo, los de los colectivos LGTBI+, que
defienden actitudes e identidades sexuales diversas.
Pacifismo Fueron esenciales en la descolonización de la India y durante la Guerra
B. Russell, M. Gandhi Fría, contra las armas nucleares o contra la guerra de Vietnam en los años
60. La política internacional ha conducido a un largo periodo de paz que,
como se ha demostrado, es todavía frágil.
Ecologismo Defienden desde los años 60 los derechos de la Tierra y las otras especies,
R. Carson, A. Naess, y cuestionan nuestro modelo productivo. El foco fundamental es el cambio
P. Singer, T. Regan climático, que puede producir la «extinción inminente» y la destrucción del
planeta.
Otro modelo social y Cuestiona las desigualdades del capitalismo global y la sociedad de
económico consumo, defendiendo un modelo sostenible. Ha tenido una fuerte
N. Chomsky, N. Klein representación en el Foro Social Mundial, cuyo lema es «otro mundo es
posible».