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5 - Anatomia de Un Amor - Mimmi Kass - Versión 1
5 - Anatomia de Un Amor - Mimmi Kass - Versión 1
Rochester, Minnesota
No news, good news
No soy residente
Navidad en Ranco
El techo de cristal
Terrible febrero
Un viejo conocido
Olivia y Matthias
La duda
Amigos y aliados
Nuevas responsabilidades
Kos
Al estilo vikingo
Un despertar cualquiera
« Ni-Ni »
En tránsito
Oslo
Paternidad responsable
Cumpleaños feliz
Buenos recuerdos
Libertad
Un buen argumento
Anacronismo
Intrusa
No estoy preparada
Despacito
Disertaciones y desvaríos
Juego de ajedrez
Parecidos razonables
Por un pelo
Corazón dividido
Verdades amargas
Frentes abiertos
Extrañas motivaciones
La isla de Dubái
Jaque Mate
Empezar de cero
Agradecimientos
Apéndice
Rochester, Minnesota
Y entonces lo vio.
—Por fin. Por fin. ¡Por fin! —murmuró con el rostro enterrado
en el jersey azul marino de lana gruesa que ya le había visto
en alguna otra ocasión. Metió las manos bajo la prenda y se
aferró a su espalda. Las lágrimas escaparon de sus ojos y se
concentró en el calor que percibían sus dedos a través de la
camiseta de algodón—. ¿Por qué has tardado tanto?
Iremos juntos.
—No.
Lo llevaba claro.
—¿Qué ocurre?
—Básicamente.
— Svarte Helvete…
No duró mucho.
Ella asintió.
—Las cifras están ahí. He encontrado alguna otra
incongruencia, pero solo he mirado los últimos meses —se
disculpó con expresión contrita—. Desde que empecé como
supervisora en quirófano.
Vaya palo.
Confiaba en él.
— Svarte Helvete…
—Inés.
—Sí, es verdad.
Vaya. Mierda.
Suéltame.
—A nuestro bebé.
Erik la apartó unos centímetros y buscó sus ojos. Así que era
eso. Un dolor inesperado atravesó su pecho y lo obligó a
cerrar los ojos.
—No lo haré, Inés —afirmó con decisión. Era tan cierto como
el amor que sentía por ella y no dudó ni un instante de sí
mismo al hacerlo—. Jamás.
—Confío en ti, Erik. Tengo plena fe. Pero tienes que dejar de
permitir que lo que ocurre en el hospital interfiera en
nuestras vidas —dijo en una súplica enardecida—. Tú me
dijiste una vez que sabías separar a la perfección el trabajo
de tu vida personal. Este es un buen momento para
demostrarlo.
Erik asintió. Tenía razón. Los tres meses sin ella había ido
cada vez más a la deriva, pasando más y más horas en el
hospital, llevándose a casa un trabajo que acababa por
envenenar su escaso tiempo libre. Debía reaccionar.
No soy residente
—Uff, sí. Tienes razón. Erik el Terrible —dijo con voz burlona.
Se levantó con desgana y colgó la bata en el perchero—.
Más vale que no llegue tarde o Thor descargará los rayos y
truenos de su furia sobre mí.
—Hola.
—¿Todo bien?
Un momento. ¿QUÉ?
Navidad en Ranco
conocida melodía.
—¿Por qué esa inquina contra el viejo? ¿Por qué ese odio?
Nunca te lo he preguntado —soltó el gigante rubio y cano,
que lo taladró con sus ojos claros.
—Creo que las únicas veces que lo vi fardar de algo fue con
los logros deportivos. ¡Qué competitivo! —resopló Erik, e
hinchó el pecho con orgullo en un gesto que imitaba a su
padre.
—Quizá.
—Te creo.
—Muy poético. Pero sí. Eso es. —Erik reprimió una sonrisa al
ver a su hermano, con su metro ochenta y su aspecto de
vikingo feroz, explicar aquellos sentimientos con esfuerzo—.
Recuerdo que, cuando Astrid nació, me levantaba por las
noches para comprobar que seguía respirando.
oyes? ¡Quieto!
—Creo que hemos tenido pesca suficiente por hoy —dijo con
una sonrisa culpable. Seguro que él era el causante del
estropicio—. ¿Volvemos?
¡feliz Navidad!
¡Es perfecto!
—Lo sé. Pero es algo que quería hacer hace tiempo y que
creo que te gustará. Toma. —Abrió un saquito de terciopelo
de color rojo que a Inés le resultó familiar—. No he sido muy
original.
Extiende la mano.
— Jeg elsker deg, liten jente. Y quiero que sepas que estar
contigo es la mejor decisión que he
realidad.
—No lo sé, Inés. Creo que me pesan los cuarenta. Antes,
una guardia significaba nuevos desafíos. Acción. Ahora
estoy satisfecho si la noche ha sido buena, o si los pacientes
de la UCI están estables —confesó con aire culpable—.
Adoro el quirófano, pero comienzo a apreciar la tranquilidad.
Sobre todo, después de haber probado la buena vida sin
guardias.
Inés asintió. Gran parte del año que terminaba había sido
muy dulce para los dos. Ella, por ser residente de segundo
año y disminuir la carga de trabajo. Erik, por estar en la
jefatura y conseguir que sus guardias de presencia física
pasaran a Dan.
—Todo irá bien, estoy seguro —dijo Erik con fervor. Tenía
confianza en que las cosas cambiarían—. Este año marcará
un antes y un después.
Ay.
Socorro.
la miró preocupado.
—¿Estás bien?
—Necesito un helado de triple chocolate. Y un zumo de
naranja —susurró, aferrada a su brazo.
—Vámonos de aquí.
El techo de cristal
Vaya.
—Entiendo.
No pudo evitarlo.
—No es eso, Erik —dijo, sorbiendo por la nariz. Tenía los ojos
grises claros y brillantes por las lágrimas, pero una
expresión de profunda determinación—. No puedo utilizar tu
influencia.
Pasó los dedos entre las guedejas rubias y advirtió que sus
sienes estaban cada vez más pobladas de canas. Unas
líneas de expresión enmarcaban sus ojos. Quizá no tenía el
mentón tan marcado como a los treinta. Contempló su torso
y abdomen y se le escapó una sonrisa torcida.
—Demuéstramelo. Vamos.
—Sorpréndeme.
Su sonrisa se ensanchó. Vía libre. Primero aprovechó la
ofrenda de su boca. Despacio, se inclinó sobre ella hasta
percibir en su rostro el aliento entrecortado. Cerró los ojos e
inspiró para saborear su aroma dulzón.
— Liten jente…
—Dame un segundo.
—No.
—No lo sé. Supongo que no, pero ¿por qué no puedo dejar
atado mi contrato? Eso me generaría seguridad. Con fecha
del próximo año, cuando ellos quieran que me incorpore, no
me
—¿En serio?
Terrible febrero
—Hernán, es importante.
— Faen…
—Hola, Pablo.
Y no quedó decepcionado.
Déjeme a mí.
—No. Aún no. Imagino que será una niña, porque de otro
modo se habría visto algo colgando por ahí —bromeó,
agenciándose uno de los panes de ajo mientras hacía un
gesto para llamar la atención del camarero—. La obstetra
está desesperada, ¡dice que lo hace a propósito para
tomarnos a todos el pelo!
—¿Qué ha pasado?
—Vaya.
¿Por qué no podía tenerlo todo? ¿Por qué todos asumían que
no quería trabajar?
Craso error.
—Lo sé, ¡lo sé! Por favor, sabes que en estas situaciones soy
un maldito incompetente emocional —confesó sin más. No
le quedaba otra—. Dime que puedo hacer para
compensarte.
Un viejo conocido
Erik sonrió junto a ella. Llevaba entre las manos un libro, Los
primeros meses de tu bebé.
Gammel kvinne…
—Así es.
—Ven aquí.
—Es mañana.
—Es tarde para hacer nada y sigue lloviendo —dijo Inés, con
la voz aún velada con retazos del sopor.
Erik alzó las cejas con mirada interrogante. Dejaba que ella
tomase la decisión. Lo pensó durante unos segundos y
sonrió.
—Ahora entiendo por qué son quince platos —dijo Erik al ver
la minúscula porción de lubina a la sal con canónigos y
confitura de higos—. Como todos sean así, moriré de
inanición.
Olivia y Matthias
—¿Y tu abuelo?
—Te acompaño.
Puso los ojos en blanco sin poder evitarlo, pero no dijo nada.
A estas alturas, sus abuelos no iban a cambiar.
—E Inés.
—¿Cómo?
Ve a buscar a Inés.
—¿Qué ha dicho?
—Eh…, que tienes una belleza particular.
—Inés…
dijo con una sonrisa traviesa. Pero Erik sabía que estaba
dolida—. Solo espero que se den la oportunidad de
conocerme. Y tengo que aprender noruego a toda máquina.
—¿Y Kjerstin?
—Hola, Dieter.
La duda
Vaya.
—Oh.
—No. No, Inés. Nada bueno puede venir de ella —dijo con
aspecto derrotado. Cubrió su mano con los dedos cálidos y
firmes, y se la apretó—. Te habrá dicho que era trabajólico,
que solo pensaba en la cardiocirugía, que era incapaz de
mantenerme fuera de la cama de otras mujeres y que se lo
decía abiertamente, como excusa para no comprometerme
con ella. —Inés estiró los labios en una sonrisa involuntaria
y la tibieza de su mano la consoló tanto o más que sus
palabras
—Lo haré.
Amigos y aliados
—Di más bien que son unos estirados insufribles, fríos como
el hielo y bastante maleducados.
¿Y si era cierto?
—¿Cómo?
—No. No lo sé. Por las fechas podría ser, todavía estaba con
ella en esa época. Siempre tuve cuidado, pero la posibilidad
está ahí. Podría ser tan hija mía como de Dieter No lo sé.
¡No lo sé!
—Es mentira. Tiene que serlo. ¿A qué viene decir eso ahora,
casi cuatro años después? —
Ya.
levantaron esperanzadas.
Nuevas responsabilidades
—Lo sé.
interior.
Tú y tu mujer.
Mierda.
también. Te quiero.
—Lo sé.
dijo con tono satisfecho. Erik reprimió una sonrisa. Era como
volver veinte años atrás—. Aquí tiene su hogar y sus raíces.
Y su familia.
Yo…
Kos
después, ¿qué?
—Y como país, ¡nada que ver con Chile! Incluso con España
—Se entusiasmó al encontrar aquella veta. En ese sentido, a
su madre no le quedaría otra que darle la razón—. La baja
maternal es de hasta dos años, y se puede compartir con el
padre sin problemas. Hay un montón de prestaciones
sociales a las que te puedes acoger. ¡Hasta mi curso de
noruego es proporcionado por el estado!
Entiendo todo lo que dices, pero dame una visión más real.
Inés tomó aire. El aroma intenso de las coníferas, el salitre
del mar y la tierra mojada picaba en la nariz. Hacía frío pese
al sol en lo alto del cielo. Decidió ser sincera. ¿Con quién
mejor que con su madre desahogarse un poco? No tenía que
demostrar nada. Se echó a reír, rendida a su insistencia.
Vaya.
Al estilo vikingo
—¿Seguro?
—Seguro.
—¿No prefieres…?
—Inés…
—. Nunca cambiarás.
—. Dame la cazadora.
Inés miró a Jana como si fuera una visión celestial. Cerró los
ojos durante unos segundos para dar gracias al universo y
después gruñó al sentir una nueva contracción. Escuchaba a
medias lo que ella y su madre hablaban, solo tenía fuerzas
para enfocarse en el dolor.
—Hace… una media hora… que estoy así. Uff. Antes podía
caminar. Ahora no puedo. —
¡Se me va a escapar!
—El bebé pide salir, por eso tienes esa necesidad. Puedo…
¿Puedo palparte? —preguntó con precaución—. Sería bueno
saber cómo estás de dilatación.
Inés dudó. No le parecía precisamente muy higiénico. Por
otro lado, estaba de parto en mitad
—. ¡Es mi bebé!
—Todo irá bien. Mamá está aquí. Jana está aquí —la
apaciguó con palabras de consuelo.
Hasta él, que era cirujano, sabía lo importante que era que
conservase el calor.
Un despertar cualquiera
Pero, entonces…
Nå i ro slumre inn,
lille hjertevenn'min.
Cuando te duermas,
durmió.
—Claro que sí. Llevo dándole vueltas al tema desde que Erik
me dijo que ella daba largas para aportar la muestra —dijo
resuelta. Se sentía fuerte. Había dormido. Había follado.
Dios,
« Ni-Ni »
—Podéis ir en paz.
todavía lo está.
—¿Esperándome? ¿Dónde?
—De euros.
—Es una locura, mamá. ¿Qué vamos a hacer con todo ese
dinero?
En tránsito
—Nos vamos.
Oslo
Erik no respondió.
Otra vez aquella clínica horrible. Era todo tan aséptico que
daban ganas de tirar un papel al suelo para romper la
monotonía. Una enfermera distinta, pero igual de
profesional y antipática que la del otro día, lo condujo hasta
la mesa ovalada de una sala de reuniones. Kjerstin y Dieter
ya estaban allí.
—Lo creeré cuando lo vea. Hasta ahora, cada vez que vas se
me hace demasiado corto y me lo arrebatas de los brazos
en cuanto llegas. —Ahora fue Erik el que elevó su mirada al
techo con disimulo—. Deberías dejarlo conmigo este fin de
semana. Ya tiene cuatro meses. ¿Cuándo vas a dejar de
darle de mamar?
Hjertekirurg
dado: «Habla con ella, Erik. Aclara las cosas. Si no, te vas a
arrepentir».
—Hola —dijo con aire algo culpable. Erik cerró los ojos con
fuerza. Allí el único culpable que había era él—. Perdona por
el retraso.
Él asintió.
Cumpleaños feliz
—Dímelo a mí.
Inés protestó.
—Quiero sentir tu peso encima, ya sabes cuánto me gusta
—dijo en un murmullo ahogado.
—No, liten jente. Esta vez elijo yo, y quiero follarte desde
atrás.
—Erik…
—¡Ssshhh!
—Brrrrrrr… Brrrrrr…
—¡Es Magne! —dijo Inés, y chascó la lengua en un gesto
culpable.
Qué asco.
—¿Del túnel?
—¿Y eso?
—Mira, allí hay una mesa especial para bebés. Coge una
galleta sin gluten, seguro que le gustará.
Buenos recuerdos
Él le hizo ver con toda la calma posible que solo creía lo que
quería creer.
¡Hermanita!
Esta vez no estaban tan hacinados en la casa. Kurt había
estado allí con su familia en julio, Corbyn ya se había
marchado de vuelta a Tromsø. Estaban Jana, Loreto con sus
dos hijos, Maia con los tres suyos, y él con Magnus e Inés.
—¡Pruébatelo!
Esta vez fue Inés la que rio con ganas. La complicidad con
su hermana le daba vía libre para desahogarse un poco y no
pudo evitar cierta malicia.
¡Duele un montonazo!
—Ese día son todos los días, tendrás tú queja. No. Prueba
otra vez.
—¿En serio crees que me voy al olvidar del día en el que por
fin uní mi vida a ti de manera oficial? —Se estiró hacia la
mesilla e hizo aparecer una cajita entre sus dedos.
¡Espabila!
— Svarte Helvete!
Asintió.
Erik entró sin hacer ruido. Inés estaba aún despeinada del
casco, tenía la cara congestionada y los ojos hinchados por
aguantar el llanto; la camiseta abierta de cualquier manera
sobre el pecho y los pies descalzos. Por un momento, pensó
en bromear y reírse un poco de ella. Se detuvo a tiempo.
Una lágrima rodó por su mejilla.
Pass.
«Bettina:
Yenny Salgado, la anterior supervisora de quirófano, manejó
varios de estos datos durante la auditoría que hicimos hace
un par de años. No tenía que ver con temas económicos,
pero sí revisó sueldos y horas extra con tanta dedicación
que me extraña que no le haya echado un ojo a esto.
Thoresen».
Un buen argumento
—Pero ¿tú me has visto? Peso al menos veinte kilos más que
tú y la única gimnasia que hago desde que soy madre es
correr detrás de mis hijos —rezongó Monika, que parecía
feliz de salir con ella, pero reacia a probar—. ¡He venido con
unas mallas de correr y una camiseta de propaganda!
—Estás perfecta —dijo Inés, empujando con decisión la
puerta de la academia.
¡Con lo fácil que habría sido decirle que tenía prisa! Ahora
no tenía escapatoria.
¿Y el emocional?
Anacronismo
¿convenio regulador?
—Inés, tienes todo el derecho del mundo. Esto tiene que ver
con nosotros, con los tres, ¡con toda la familia! —se
apresuró a aclarar. La abrazó sobre el sofá, pero ella estaba
rígida—. No te lo he dicho porque no quería preocuparte.
Ella lo ignoró.
—¿Por qué no me lo has contado antes?
Kjerstin…
—Es una buena idea, Inés. No cedas terreno nunca ante una
mujer así. ¿Sigues pensando que no es hija suya? —Su
madre lo preguntó un poco culpable e Inés imaginó de
dónde venía esa información—. Loreto me comentó lo que
pensabas.
Intrusa
Se levantó temprano, preparó un café y se sentó frente al
ordenador, decidida a avanzar en el trabajo de noruego.
Había tardado un par de días en decidir el tema, la época
del descubrimiento del petróleo, y otro par más en reunir
información a través de llamadas a Jana. Hablaba con
bastante soltura y entendía todo, pero la expresión escrita
era otra cosa.
—Déjame ver.
—Estoy a tope con las clases, pero se hace cada vez más
difícil atender por videollamada con Magnus rondando por
aquí —dijo mientras se acomodaba en su regazo y retiraba
el flequillo de su frente. Encerró su rostro entre las manos y
puso un ruego en su mirada—. Si quieres ayudarme,
—A su madre. Ya veremos.
Dejó que Erik se adelantara por las escaleras. Ella subió con
Magnus en brazos, acompañando a Olivia en el pequeño y
tecnológico ascensor que facilitaba los trayectos entre los
tres pisos del palacete. Esperaba que esos pocos segundos
le permitieran ubicarse y tomar el control de la situación. Al
llegar, Erik se apoyaba en el marco de la puerta frente a una
Kjerstin visiblemente enfadada.
—Claro. A la vuelta.
—Erik, hijo mío. Sé que soy una vieja senil y decrépita, pero
aún conservo cierta autonomía
—No, Erik. Tienes razón. No soy más que una vieja loca —
replicó con la voz quebrada—. Es solo que me preocupo por
ti y por Magnus, ¡incluso por Inés! Ella no lo dice, pero se ve
que hace un esfuerzo por encajar todo este asunto.
—No estás loca, no digas eso —rezongó al ver que unas
pequeñas lágrimas se deslizaban por sus mejillas—. Es solo
que lo que dices me parece muy improbable.
—Todo bien.
No estoy preparada
Jamás pensó que le haría tanta ilusión volver a asistir a
clases presenciales. En ballet, la concentración y la
intensidad física no permitían demasiadas charlas y casi
siempre salía disparada para recoger a Magnus. Salvo algún
café con Monika de vez en cuando, se limitaba a bailar sin
acabar de encajar en el elenco de bailarinas del nivel
superior. Lo mismo le pasaba con el yoga.
Arne asintió con entusiasmo. Ella se puso roja sin saber por
qué. Toda la clase la estaba mirando. Qué bien. Ahora era la
empollona.
Ahora le tocó a ella irse por las ramas. No quería decir que
sí, no podía decir que no.
Touché.
Salió tras ella y la abrazó desde atrás mientras se afanaba
lavando los platos.
—soltó a bocajarro.
—¡Qué considerado de tu parte! Sí, hace unos diez días.
Algo de la garganta —explicó sin darle demasiada
importancia—. Estuvo un par de días con fiebre y otros más
sin mucho apetito, pero ahora ya está bien.
—Adiós, Kjerstin.
Despacito
—La que has liado —susurró sobre sus labios. Ella negó con
la cabeza y fingió no saber de qué hablaba.
—Adiós, Kjerstin.
Levántate, Inés.
Inés asintió con seriedad. Ahora sí que sí. Dio las gracias
mentalmente a Olivia. Le debía una tarde entera sin
interrupciones con Magnus.
Disertaciones y desvaríos
¿bien en su trabajo?
—Con Dan.
—¡Con Dan! ¡Hace mil años que no hablamos! ¿Qué tal está
Alma? ¿Y Manu? ¡Qué ganas tengo de verlos! —ametralló
entusiasmada.
—Ellos están bien, pero las cosas en el San Lucas están peor
de lo que pensaba. Becker está entre la espada y la pared
por las deudas y las explicaciones que tiene que darles a los
americanos. Con todo esto, está habiendo una fuga de
personal hacia otros hospitales. —Le contó con todo detalle
lo que sabía, incluido lo mucho que lo echaba de menos
Guarida—. Parece mentira que fuésemos un hospital
puntero en Sudamérica hace dos años, jamás pensé,
después del resultado de la auditoría, que las cosas llegaran
a este punto.
—¿Pero…?
—Pero, por otro lado, hay muchas cosas que echo de menos
de Chile. El clima. La casa de Farellones. La calidez de la
gente. Echo de menos las estaciones bien diferenciadas,
que en verano haga calor, que en invierno haga frío y que
no llueva noventa y cinco días seguidos —dijo de corrido.
Parecía hablar más para sí mismo que para Inés, que lo
escuchaba boquiabierta al descubrir que sí tenía razones
para extrañar su antigua vida—. En verano ya viste lo que
me pasaba, ¡no era capaz de dormir! El sol de medianoche
es precioso, pero ¡joder!, prefiero que la noche sea noche y
el día sea día. Tú aún no lo has vivido y sé que no te va a
gustar: en diciembre y enero no tenemos más de seis horas
de luz solar. Y en Tromsø es aún peor, ¡sale el sol a las once
de la mañana y se pone a las doce y media! Creo que
pasaba tantas horas en el hospital por eso, al menos los
fluorescentes te daban la falsa sensación de que había luz.
—¿Y ahora?
Juego de ajedrez
Lo que no sabía era qué iba a pasar era entre las tres y las
siete con Kjerstin y compañía.
O no.
Parecidos razonables
Monika y Joakim llegaron con sus dos hijos y la dinámica de
la tarde cambió. La casa se transformó en un auténtico
caos. Christine descubrió a Eve, compañera del Barnehage,
y se aislaron en un rincón en su mundo privado de niñas. El
hijo mayor de Monika, Konrad, era ya un chico de siete años
y, aunque miró a Magnus con curiosidad, aquel mundo de
peluches y juegos de bebés le venía un poco desfasado.
Inés se apiadó de él, le preguntó primero a su madre, y le
puso una película en la habitación donde Erik había
instalado un pequeño cine.
—¡Aléjate de mi hija!
—¿Cómo dices?
Por un pelo
Quería grabarse una vez más las líneas curvas y rectas que
conformaban el croquis de su anatomía.
—Eres un pervertido.
—Eras la viva imagen de Lolita en versión médica, pero con
el punto de cocción justa.
Inés soltó una carcajada y presionó con las manos sobre las
suyas para que acabase la tortura suave. Necesitaba más.
—¿Y más…?
—Más mujer.
—Grita mi nombre.
—¡Erik!
—Erik.
—Uhmmm…
—Te quiero.
—Lo sé.
Corazón dividido
—¿Quiénes?
—Dímelo a mí.
Ay.
Verdades amargas
¡Peppa Pig!
¿Y Kjerstin y Christine?
Algo iba mal. Algo iba muy mal. Se lo decían a gritos sus
ojos claros y su expresión abatida.
—Christine no es tu hija.
Frentes abiertos
digamos un mes?
—¡Mi niño precioso! ¡Mi bebé vikingo! —dijo Olivia nada más
verlos entrar. Inés ya no se enfadaba por el hecho de que
apenas reparase en su presencia. Se sorprendió al notarla
más delgada y frágil, caminando con ayuda del bastón—.
Toma, Inés. ¡Ven aquí!
Atentamente,
Bettina».
— Svarte Helvete…
Extrañas motivaciones
—¿Quién va?
—¡Ábrelo! ¡Vamos!
¡Había aprobado!
—Thoresen.
Inés no pudo evitar soltar una risita. Erik enarcó las cejas y
se cruzó de brazos.
La isla de Dubái
And I Tried to buy your pretty heart, but the price too high.
— Baby you got me like, oh! You love when I fall apart —Tiró
con suavidad de la toalla y la dejó caer. La erección se
alzaba entre ellos ya con rabia. Erik le cogió la mano y cerró
sus dedos en torno a ella con fuerza. La sintió pulsar en la
palma —. So, you can put me together, and throw me
against the wall…
—Inés…
—¿Por mí?
Tengo que comprobar que todo esté correcto. Sí. Todas las
hojas. Antes de que se vaya… —Buscó
Misión cumplida.
—Erik, creo que le das a Kjerstin más poder del que tiene. —
Él se disponía a replicar, pero no se lo permitió. Posó los
dedos sobre su boca y lo acalló—. Tu mismo me dijiste que
cuando estamos unidos formamos un frente indestructible.
Y yo estoy contigo en esto. Incluso cuando
—¿Qué ocurre?
Silencio en la sala.
—Estoy aquí.
me acabo de enterar.
—Sí.
—¿Cuál es su cargo?
—No la hay.
—No. Haga lo que tenga que hacer para que todo esto
quede bien cerrado. —Erik negó con la cabeza. Pese a la
gravedad de lo que había hecho Kjerstin, él sonreía, ajeno a
todo. Abrazó a Inés con fuerza.
—¿Un café?
Vaya.
—Hola, Kjerstin.
dijo tras esperar unos segundos para que hablara. Esta vez
fue ella quien apretó un puño, con la mano en un guante de
cuero negro de Chanel, sí, pero en un gesto reconocible y
universal—. Pero para mí sería muy fácil convencerlo de que
lo haga y destrozar la poca credibilidad que te quede
después de lo que ha pasado hoy. —Sí. Había llegado el
momento de las amenazas—. No te acerques a Erik. No te
acerque a mí. Te quiero lejos de mi familia. ¿Lo has
entendido?
—Sí, más vale que vayas a hablar con él. ¿Ves a ese hombre
joven con gafas que lleva el móvil en la mano? Es un
periodista —advirtió Inés. Aquella mujer casi le daba pena.
Casi—. Asegúrate de que no le diga la verdad sobre quién
eres.
—Es una zorra. Es una maldita zorra. ¿Te das cuenta de que
ahora la prensa te tiene fichado?
—Vaya.
—¡Oh! ¡Mira quién está aquí! —dijo con alegría al ver la foto
de ella con Magnus y Erik detrás—. ¡Es maravilloso! Un
marco muy bien trabajado, quedará perfecto en mi mesilla.
—Eso pensé yo —coincidió Inés—. Es grande, pero he visto
que no tienes adornos en ella.
—¿A Ranco? No, Inés. Mamá y papá llegan con Loki mañana
a primera hora. De hecho, vendrás a recogerlos al
aeropuerto tú. —Llegaron a la máquina del aparcamiento,
sacó el tique del bolso y pagó. Menos de veinte segundos en
toda la operación—. Pasaremos la Navidad en mi casa.
Princesa, creo que no le estás tomando el peso a todo esto
—insistió, buscando con la mirada el apoyo de Erik, que
parecía seguir dormido en el avión—. Dejarás a Magnus con
papá, mamá y sus primos en mi casa. Tú tienes que trabajar.
vasos en la mesita. Llevó los ojos hacia donde los tenía Inés
y sonrió apreciativo—. Eso sí que son montañas de verdad.
En cuanto podamos, nos escapamos a Farellones.
—No lo sé, liten jente. —Se levantó y tendió una mano para
conducirla al interior de la casa
Aquellos tres días fueron una locura. Erik quería dejar claro
antes de que acabase el año que los
—Ven. Ayúdame.
—No está tan lejos del San Lucas. Está bien comunicado y
muy cerca de la subida a Farellones. —Erik parecía buscar
razones para convencerla—. Loreto vive a diez minutos de
aquí.
Empezar de cero
—¿Estás nervioso?
—No.
—Erik, Inés…
frente de su hijo.
—Pero…
Pero no me tortures.
—Buena chica.
—Erik. Oh, Erik —gimió, pero giró la cara hacia el altavoz del
vigilabebés y le lanzó una mirada ansiosa—. ¿Y si se
despierta Magnus?
—Dime, kjaereste.
—Dilo, Inés.
¡Oh! ¡Magnus!
FIN
Agradecimientos
Mimmi Kass.
Apéndice
Barnehage: guardería .
[XH3]? ? ?? Ni idea!!!!!
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Rochester, Minnesota
No news, good news
Ni sí ni no, sino todo lo contrario
No soy residente
Navidad en Ranco
Año nuevo, vida nueva
El techo de cristal
Cambios en el parque móvil
Terrible febrero
Lo que no voy a aguantar
Un viejo conocido
Paris a los treinta
Olivia y Matthias
El hijo que nunca tuve
La duda
Amigos y aliados
El bebé sin nombre
Nuevas responsabilidades
Kos
Al estilo vikingo
Un despertar cualquiera
«Ni-Ni»
En tránsito
Oslo
Paternidad responsable
Doctor Erik Thoresen
Cumpleaños feliz
Buenos recuerdos
Libertad
Unas cuantas verdades
Un buen argumento
Anacronismo
Intrusa
No estoy preparada
Despacito
Disertaciones y desvaríos
Juego de ajedrez
Parecidos razonables
Por un pelo
Corazón dividido
Verdades amargas
Frentes abiertos
Extrañas motivaciones
La isla de Dubái
El fin justifica los medios
Jaque Mate
Despacio, que tengo prisa
Empezar de cero
Agradecimientos
Apéndice