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El fracaso de la

realidad
(Una teoría del fracaso)
-F. Moa-

Ensayo “El fracaso de la realidad” galardonado en los “Premios


Ana María Agüero Melnyczuk a la investigación – 2018 de Limclara
Ediciones.
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

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electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopias, etc.) y el
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expreso del editor.
Primera edición, agosto de 2020
© Francisco Javier Font Moa

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Es evidente que la inteligencia puede sortear


el fracaso en ciertos casos, pero solo por un
rato. Al cabo la inteligencia resulta insuficiente
y la contingencia arrasa con nuestro ser.
F. Moa

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Índice
El fracaso de la realidad................................................2
Visión general.................................................................................2
Un momento llamado felicidad...........................................................9
Ser vencido por los placeres............................................................12
El superhombre de Nietzsche...........................................................14
El arte de engañar.........................................................................16
Salvación......................................................................................18
La definición..................................................................................20
Juez.............................................................................................23
La angustia...................................................................................26
K de Kafka....................................................................................28
El plan de Dios..............................................................................30
Una perspectiva desilusionante........................................................33
La realidad ajena a la regla.............................................................35
La cruzada existencial.....................................................................37
Caer en el pesimismo.....................................................................42
El pensamiento incompleto..............................................................45
Filosofía mentirosa.........................................................................49
Sufrimientos verticales...................................................................51
El pasado y futuro del universo........................................................53
Nuestro axioma.............................................................................57
El triunfo del fracaso......................................................................59

1
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

El fracaso de la realidad
Visión general
El fin del ser es el fracaso. En el ínterin de su actividad, en
ciertos momentos persevera en su ser, en otros pretende ir
más allá de él mismo, y excepcionalmente trata de
disolverse en la pura nada antes de tiempo. Pero, con
independencia del modo de actividad que adopte a lo largo
de ese ínterin, el ser fracasará irremediablemente. Si en
Hegel el ser es movido por el espíritu y en Marx por la
materia, digamos por nuestra parte que el ser es movido por
el fracaso, pues de modo consciente o inconsciente, esto es
lo de menos, todo lo que hace el ser lo hace para fracasar.
El fracaso es el sentido absoluto del ser. Fuera del
fracaso no hay nada. ¿Pero qué es el fracaso? ¿Cómo lo
podemos definir? El fracaso se define por su indefinición.
El fracaso es inasumible desde la lógica, está más allá de
toda suposición teórica y, por tanto, anticipamos el fracaso
del presente ensayo. El fracaso es pura indefinición y no se
puede conocer salvo por sus efectos: el fracaso del ser. Para

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

que se nos entienda mejor: ser es fracaso. Y si vamos a la


cuestión humana, esto es, al ser humano en cuanto ser
humano, éste trata de superar obstinadamente el fracaso,
pero su intento es de por sí el fracaso mismo. No importa lo
que haga o deje de hacer este ser cognoscente, da igual lo
que crea o deje de creer, da absolutamente lo mismo lo que
considere cierto o falso, sin perjuicio de poder modular su
actividad en su ínterin, al cabo fracasa porque ese es su fin.
El signo más próximo y diáfano del fracaso es la
inmediatez. Ésta se caracteriza por su premura en el tránsito
del ser al fracaso. Negar el fracaso para llamarlo superación
o, por ejemplo, evolución, no es sino un pertinaz intento
humano, demasiado humano de idealizar una realidad desde
la impotencia, el deseo y, por qué no, la fe. El fin del ser es
el fracaso, pero toda suerte de filósofos y científicos, y en
general, sujetos caracterizados por su profundidad
cognitiva, se empeñan (acaso conscientes de la falsedad en
la que incurren) en negar la inmanencia del fracaso en el
ser. Cuando se habla de progreso, de evolución, de
superación, en verdad se está tapando lo verdadero: el
fracaso. Sin embargo todo ser, en su pertinaz intento de
existir, trata de soslayarlo, de negarlo, de rechazarlo, y,

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

naturalmente, el ser humano, desde la razón o la intuición,


también. En concreto, el ser humano sufre un continuo
fracaso que, como una reacción en cadena, se sostiene
durante toda su vida hasta que ésta se agota. Pero aceptar
con todas las consecuencias la evidencia (que aquí tratamos
de desvelar) haría insoportable el mero vivir, por lo que el
ser humano opta por una suerte de autoengaño que se dice
de muchas maneras, a saber, futuro, destino, felicidad, bien,
descendencia, etcétera. Este autoengaño se adhiere como
una rémora al ser humano hasta que éste alcanza el fracaso
definitivo: el fracaso que imposibilita cualquier posibilidad,
quedando así disuelto el autoengaño en el fin de todo ser: el
fracaso mismo.
Hemos dicho anteriormente que la aceptación de la
evidencia, o sea, del fracaso como fin, imposibilita el mero
vivir y que la única salida, si se quiere vivir, pasa por el
autoengaño -la única alternativa al autoengaño es el
suicidio1-. Acaso se puede pensar que, a priori, el
autoengaño apunta a algo malo habida cuenta de que éste

1 «Quien no haya concebido su propia anulación, quien no haya presentido el


recurso a la cuerda, a la bala, al veneno o al mar, es un recluso envilecido o un
gusano reptante sobre la carroña cósmica. Este mundo puede quitarnos todo,
puede prohibirnos todo, pero no está en el poder de nadie impedir nuestra
autoabolición» (Ciorán, Breviario de podredumbre).

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

no es sino una manifestación de una falsedad. Sin embargo


es necesario no caer en una suerte de falacia naturalista,
pues si una cosa es falsa, no por ello puede deducirse que
tal cosa deba ser mala. Pero, ¿qué importa, al fin y al cabo,
que el autoengaño del que estamos hablando esté
vertebrado por la falsedad si gracias a una mentira podemos
aspirar, como seres humanos, a la felicidad? Tenemos que
ir, en este caso, más allá de las certezas y las falsedades y
encontrar el tópos en el que se posibilite la experiencia de
una felicidad ajena a toda utopía. De lo que se trata aquí, no
es negar el fracaso, ni tampoco aceptarlo, sino de combatir
contra él a sabiendas de que la batalla está perdida de
antemano. ¿Pero por qué razón alguien va a participar en
una guerra de la que se sabe perdedor? Porque la felicidad a
la cual se aspira es efímera y ésta, precisamente, solo se
puede dar, en términos humanos, en el fragor de una guerra
llamada vida. Hay que recordar, pues, aquello que decía
Heráclito, a saber, que todo acontece por lucha y necesidad.
Digámoslo así: la felicidad es una necesidad
humana que solo puede acontecer a lo largo de una vida
cuyo fin no es otro que el fracaso. La vida más honesta
consiste en luchar sin esperanza en la medida en que el

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

fracaso es el único fin. Sin embargo, ¿podemos afirmar que


la falta de esperanza es absoluta? Imposible. Siempre hay
un grado mínimo de esperanza, esto es, un rechazo al
fracaso absoluto que sostiene la vida humana y la aleja del
suicidio. Y aquí, en este resquicio, es donde encontramos el
corazón del autoengaño, un corazón que palpita para seguir
luchando en pos de la felicidad. Escohotado2 señala que
«fracasamos intentando que existir se transforme en ser,
porque la decrepitud es inmanente; pero cabe triunfar sin
condiciones con tal de admitir esa finitud, gozando
entretanto de amar a tantas cosas dignas de ello». En efecto,
se puede alcanzar acaso la fugaz felicidad sin perjuicio de
admitir la finitud, o lo que es lo mismo, el fracaso. Con
todo, precisemos que en esta admisión (de un átomo de
felicidad) subyace una negación del fracaso que se
manifiesta en el horizonte abierto por la esperanza.
Sí, es evidente que, tal como asevera el estoicismo,
todo ser está dotado de un impulso instintivo que apunta a
su conservación, pero la conservación no es el fin de la

2 Quiero agradecer a Antonio Escohotado sus reflexiones, su amabilidad y su


apertura. Se puede pensar una cosa de muchas maneras, y la manera que tiene
Don Antonio de pensar las cosas siempre resulta enriquecedora para quienes,
desde la humildad, estamos atentos a sus palabras.

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

naturaleza, pues ésta, o sea, la realidad, no exige a los seres


un imposible, sino un sometimiento tan simple como
inevitable cuyo fin último no es otro que el fracaso. Una
piedra y un ser humano, por poner un ejemplo de dos seres
en apariencia muy diferentes, están unidos por un mismo
fin que de modo inmanente está impuesto por una realidad
que no hace distinción entre los seres conscientes y los
seres inconscientes. La conciencia no garantiza en absoluto
ninguna posibilidad de zafarse del fracaso; una conciencia
bien constituida observa con claridad y de una manera
precisa lo inexorable. Claro está que el ser poseedor de tal
conciencia tiene ahí, en un rincón marginal de su
conciencia, un ápice de esperanza que le permite por un
breve periodo de tiempo perseverar en su ser. Yendo al
terreno de lo humano, ahí encontramos seres que, siguiendo
líneas de pensamiento, filosofías de vida, religiones o
engaños de todo tipo, buscan una felicidad entendida
hegelianamente como aquello que posibilita la armonía con
uno mismo. Y si Hegel puntualiza que la historia universal
no es terreno para la felicidad, debemos decir aquí, por
añadidura, que tampoco lo humano es terreno para la
felicidad, pues lo único cierto que circula en este terreno no

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

es sino el fracaso, sin perjuicio de que algunas personas


crean ser felices. Pero creer ser no es ser. Creer es
engañarse a sí mismo de una forma u otra, es sostener una
verdad que no deja de estar fundamentada, tal como
expresaría Nietzsche, en una mentira muy eficiente. El ser
humano baila entre la esperanza y la mentira (ambas son en
esencia lo mismo, a saber, la falsedad) para evadirse de una
insoportable evidencia cuyo nombre es fracaso.

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Un momento llamado felicidad


Para Aristóteles solo un ser, a través de una actividad
autocontemplativa total, es decir, pensándose a sí mismo,
puede ser enteramente feliz -la entera felicidad es eterna-, a
saber, Dios. El ser humano, a diferencia del Dios
aristotélico, no puede alcanzar por sí solo la felicidad3 -aquí
queda descartada la entera felicidad (el ser humano no la
puede poseer eternamente)-, pues necesita a sus semejantes
-familia, aldea, la ciudad o la comunidad política- para
poderla tocar. Epicuro, por su parte, apunta a una felicidad
que está instalada en la paz y tranquilidad de ánimo, es
decir, alejada del dolor. Los estoicos, muy próximos al
concepto de felicidad aristotélica, la identifican con la
sabiduría, esto es, la práctica de una virtud que permite que
el sabio -una persona feliz- se mantenga impasible ante toda
contingencia -dolor, enfermedad, muerte, etcétera.-. Y si
hacemos un salto de más de dos mil años, podemos ver, por
3 Para Aristóteles el bien que busca el ser humano es la felicidad. ¿En qué consiste
la felicidad? Según el estagirita, si el hombre es un ser racional, vivir de acuerdo
con la razón es la clave de la felicidad. Y vivir de acuerdo con la razón significa,
en resumen, discernir entre el placer que es bueno procurarse y el dolor que debe
evitarse. Aprender este discernimiento no es una tarea puramente intelectual,
sino tanto intelectual como práctica y, precisamente, en esto consiste la virtud
del hombre: la virtud es una actividad práctica consistente en saber escoger el
término medio relativo a cada persona.

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

ejemplo, que según Nietzsche la felicidad consiste en sentir


cómo se acrecienta el poder, en percibir cómo se supera una
resistencia. Podríamos continuar con más visiones de qué es
la felicidad -por ejemplo algunas visiones religiosas-, pero
dejémoslo acaso para más adelante y preguntémonos ahora
qué es la felicidad desde nuestra perspectiva del fracaso.
Todo tiende al fracaso, y la felicidad también. La felicidad
del ser es tan solo un momento, un instante en el que el ser
se olvida por completo de aquello que está siempre a la
vuelta de la esquina. Todo momento de felicidad es una
experiencia plena que no deja espacio para pensar fuera de
ella. Ahora bien, el momento feliz, por decirlo así, se
experimenta de tantas maneras diferentes como modos de
ser puedan haber, pero cada uno de esos momentos acaba
de la misma manera, sin excepción. La felicidad eterna que
atribuye Aristóteles a Dios es tan solo el producto de un
deseo, de un querer sistematizar el cosmos, de dar una
respuesta racional a un todo. Sin embargo el gran sistema,
el universo entero, la totalidad solo apunta en una dirección
inequívoca: al fracaso. Sólo el fracaso es. Sólo el fracaso es
eterno. En cambio, la felicidad del ser, de ese ser, de un tipo
de ser que gracias a su percepción, su conciencia, su sentir,

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

es capaz de rozar el momento feliz, lo que hace es postergar


por un instante lo que se le viene encima. Es un respiro. Sí,
la felicidad no deja de ser un respiro ante al fracaso, un
breve y, en el fondo, inútil pero necesario respiro. Y a pesar
de esta inutilidad, nosotros, los seres humanos,
necesariamente anhelamos la felicidad, vivimos con la
esperanza de ser felices y de que nuestra felicidad sea tan
eterna como la de aquel Dios aristotélico. Sin embargo
nuestra finitud es la expresión estructural de nuestro
inmanente fracaso, un fracaso que por un momento deja
abierta una pequeña ventana a una felicidad efímera, sutil,
etérea, la cual tan pronto como llega se va. Cuando esa
delicada felicidad ronda nuestro ser la queremos apresar, la
queremos dominar, la queremos adherir a nuestro ser
eternamente, e inexorablemente, hagamos lo que hagamos,
creamos en esto o en aquello, al cabo se nos escapa como
agua entre los dedos, y entonces caemos de rodillas con el
peso del fracaso sobre nuestras espaldas. En fin, quien sabe
que el fracaso lo es todo, mueve la cabeza y busca un
respiro, busca un momento de felicidad, pues es consciente
de que lo único que vale la pena es vivir ese momento.

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Ser vencido por los placeres


En el Protágoras de Platón, se indaga el significado de la
expresión «ser vencido por los placeres». Sócrates
considera que esta expresión hace referencia a aquellos
«casos en que muchas veces, subyugados por comidas o
bebidas o atractivos sexuales», resultan placenteros y que
son realizados a pesar de conocerse sus efectos perniciosos
a posteriori, esto es, enfermedades y demás. El maestro de
Platón afirma que «someterse al placer» es actuar con la
mayor ignorancia habida cuenta de que, a su juicio, «hacia
los males nadie se dirige por su voluntad, ni hacia lo que
cree que son males, ni cabe en la naturaleza humana, según
parece, disponerse a ir hacia lo que cree ser males, en lugar
de ir hacia los bienes». La conclusión a la que llega
Sócrates en este diálogo es que someterse al placer «no es
más que ignorancia, y superarlo, nada más que sabiduría».
Pero, ¿qué es en el fondo dejarse vencer por los placeres?
No es sino una expresión del omnipresente fracaso, el cual
se burla de nuestra débil inteligencia, una inteligencia
asfixiada por la ignorancia. Los efectos perniciosos que
experimentamos nosotros, los seres humanos, provienen en

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

esencia de dos lugares, a saber, de nuestra ignorancia y de


la contingencia. La cuestión es que, venga de un lugar u
otro, al final siempre nos viene a llamar a la puerta eso que
llamamos fracaso. Es decir, naturalmente que la inteligencia
puede sortear el fracaso, pero admitamos que solo por un
rato. Al cabo la inteligencia resulta insuficiente y la
contingencia –entendida como instrumento del fracaso–
siempre arrasa con nuestro ser. La ignorancia acelera el
fracaso. La inteligencia lo ralentiza. La contingencia arrasa.
Podemos remitirnos a la sabiduría –siguiendo la reflexión
socrática– para tratar de superar el sometimiento al fracaso,
pero el fracaso al final siempre nos acaba sometiendo.
Digámoslo así: la sabiduría es pan para hoy y hambre para
mañana (el hambre tiene la cara amarga del fracaso). El
fracaso deambula como un fantasma en la penumbra de la
contingencia y siempre nos alcanza. Somos pasto del
fracaso.

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

El superhombre de Nietzsche
El gran mal del cristianismo, desde el punto de vista de
Nietzsche, es que a través de la compasión mantiene «en
vida una cantidad de fracasados de todo linaje». Para el
filósofo alemán ahí reside el peor vicio de todos: la acción
compasiva dirigida a los fracasados (y a los débiles). En
contraposición al hombre fracasado que ofrece el
cristianismo por medio de su nihilismo (la compasión es la
práctica del nihilismo), Nietzsche ofrece la alternativa del
superhombre, una suerte de sobrehumano que es capaz de
tener la grandeza y la valentía de concebir «la realidad tal
como ella es», a saber: terrible y problemática. Con todo,
Nietzsche no cae en la cuenta (o tal vez sí pero todavía no
nos hemos percatado) de que esos fracasados que quiere
“liquidar” con su propuesta en aras de un superhombre que
se haga cargo del vivir (con todas sus consecuencias) no es
más que un salto humano, demasiado humano, una acción
“idealizada” que no tiene en consideración la fuerza de
gravedad, una fuerza que oprime el salto y lo machaca
contra el duro suelo del fracaso. En efecto, el filósofo
alemán habla de la necesidad de disolver todos esos

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

fracasados, o mejor dicho, de superarlos por medio de un


superhombre, pero lo que no tiene en cuenta es que el
superhombre no es sino un ser más que está abocado a lo
inevitable, al único fin de todo ser. Nietzsche nos dice en
Ecce Homo que su oficio no es otro que «derribar ídolos»,
esto es, derribar «ideales». Pero, es justo preguntarnos qué
es el superhombre ante nuestra teoría del fracaso. No es
más que otro monigote (otro ser) que será derribado por la
artillería pesada del fracaso. Pero concedamos a Nietzsche
la valentía de su superhombre en la medida en que éste, a
diferencia de los débiles, mira de frente a la realidad, una
realidad que se manifiesta con toda su crudeza. Sí, el
superhombre es también un fracasado más (todo ser
fracasa), pero éste, si es un superhombre con todas las
letras, será alguien consciente de su condición de fracasado
desde el principio, y por tanto, descartará toda posibilidad
de salvación. El superhombre fracasará siempre; será un
fracasado más, no cabe duda, pero al menos fracasará
dignamente.

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

El arte de engañar
Un texto atribuido a Heráclito dice lo siguiente sobre
Pitágoras: «Se dio a practicar investigaciones científicas
más que ningún otro hombre, y habiendo hecho una
selección entre las cosas que había escritas, quiso hacer
pasar por sabiduría propia lo que no era sino erudición y
arte de engañar»4. Aquí no nos interesa si el autor del texto
es Heráclito o no, ni tampoco si es verdad lo que se dice allí
de Pitágoras. Lo que nos importa es la idea que transmite, a
saber, que el arte de engañar no es otra cosa que un signo
inequívoco del fracaso. El texto de Heráclito apunta a un
ser que no se muestra tal como es, de un ser que quiere
aparentar lo que no es. Tal aparentar, que se fundamenta en
el arte de engañar, pretende un logro que es justamente
antitético al fracaso. Observamos, por tanto, cómo ese ser
pretende a partir del fracaso transitar a algo opuesto a él.
Pero el arte de engañar no puede disolver lo que el ser es,
tan solo puede crear una apariencia, o si se prefiere, una
ficción, un hacer creer una cosa que no es. Se trata, pues, de
una suerte de dramático y fallido intento de superación, de

4 Según Copleston en su Historia de la filosfía (Grecia y Roma).

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

una negación del ser que parte de sí mismo, de una agónica


voluntad de ir más allá del perseverar en su ser. El arte de
engañar no es sino el arte de fracasar en la medida en que
partiendo del fracaso solo cabe esperar el fracaso mismo.
En términos generales los seres no se muestran tal como
son: emergen frente a los demás como formas aparentes, o
lo que es lo mismo, como fenómenos que practican el arte
de engañar. En efecto, todo ser denota el fracaso que lleva
consigo y, en justa consecuencia, su único y verdadero
destino no es otro que el fracaso absoluto.

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El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Salvación
Todo lo que existe, existe para fracasar. Por tanto,
afirmamos que el τέλος de todo ser es el fracaso. Pero no
solo eso, también afirmamos que la génesis de todo ser es el
fracaso. Si Heráclito sostiene que todas las cosas se
transforman en fuego y el fuego en todas las cosas, nosotros
sostenemos que todas las cosas se transforman en fracaso y
el fracaso en todas las cosas. Además, si no existiera el
fracaso, solo podría darse un ser similar al ser Uno de
Parménides, a saber: increado, indestructible, inmóvil,
continuo, finito y sin principio ni fin en el tiempo. En
definitiva, es a causa del fracaso que existe la pluralidad y
el cambio. En lo que atañe al ámbito antropológico, y
teniendo presente la teoría del fracaso que tratamos de
perfilar en este trabajo, tenemos que descartar cualquier
opción soteriológica. La salvación del ser humano nace del
rechazo (no aceptación) que produce el fracaso absoluto, o
sea, desde el horizonte humano, la muerte. Podemos
distinguir dos categorías de salvación, a saber, el
trascendental (por ejemplo el paraíso al que algunos van
después de morir) y el mundano (por ejemplo tener

18
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

descendencia para que así quede algo de nosotros después


de morir). La vía de la salvación trascendental es una pura
ficción, o lo que es lo mismo, pura imaginación. Por lo
tanto no hablaremos de este camino, pues en caso de
hacerlo, nos inmiscuiríamos en un mundo nihilista que no
nos aporta nada debido a su raíz absolutamente inexistente.
En cuanto a la vía de la salvación mundana, aquí sí que
tenemos algo que decir. Buscar una salvación a través de
este camino es meramente otra cara del fracaso. Pongamos
un ejemplo: si se opta por la descendencia como alternativa
salvífica, ahí tenemos a los padres que traen al mundo un
nuevo ser. Ellos confían que su descendencia sea la llave de
su salvación. Sin embargo si todo fracasa, como aquí
estamos sosteniendo, la descendencia también fracasará. La
descendencia quedará disuelta en el futuro, ya que el
tiempo, juez imparcial e inexorable, sentencia siempre la
disolución de todo lo que es, y al igual que fracasaron unas
especies, también fracasará la especie humana. Tener un
hijo no es sólo traerlo a la vida, es también llevarlo al
fracaso.

19
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

La definición
Todo intento de definición es de por sí un fracaso. Y
podemos ser testigos de ello al considerar los diálogos
socráticos de Platón. Sócrates pregunta a su intelocutor
«¿qué es ser...?». Esta es la pregunta socrática, es decir, una
pregunta que invita al desvelamiento de la belleza, la
justicia, el amor, etcétera -en general del εἶδος-. Pero este
desvelamiento no se da, o sea, para expresarlo con mayor
precisión, es un intento fallido de definir de un modo denso
y sólido lo que es el εἶδος. Tales diálogos demuestran la
imposibilidad de llegar a esa deseada definición. El mismo
Sócrates no es capaz de dar una respuesta, pero al menos es
consciente de que sabe más que sus interlocutores, ya que
mientras éstos creen saber lo que no saben, el filósofo
ateniense sabe que no sabe. Dicho en términos de nuestra
teoría del fracaso: Sócrates sabe que ha fracasado a la hora
de responder «¿qué es ser...?». El interlocutor, por su parte,
acepta el reto que le plantea Sócrates -la pregunta por el
εἶδος-, «pero no así el continuado fracaso de los sucesivos
intentos de responderla o la actitud socrática de mostrar sin

20
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

concesiones ese fracaso»5. Esta circunstancia se da, por


ejemplo en el Protágoras de Platón. Después de haber
examinado la virtud y sus partes, y tras haber puesto en
evidencia a Protágoras numerosas veces, Sócrates pone de
manifiesto que la pregunta sobre si la virtud es enseñable o
no continua abierta. Por ello el filósofo propone al sofista
volver a examinar la virtud, pero Protágoras, después de
haber sido apaleado dialécticamente por aquél -no
encuentra la manera de dar una definición satisfactoria de la
virtud sin entrar en contradicciones-, se excusa del siguiente
modo: «y digo que no me extrañaría que llegaras a ser uno
de los hombres ilustres por su saber. Y otra vez, si quieres,
nos ocuparemos de eso. Ahora es ya tiempo de dedicarme a
otros asuntos»6. Los diálogos socráticos nos ponen sobre
aviso de las más que seguras consecuencias que puede
comportar cualquier intento por nuestra parte de definir el
fracaso. En efecto, podemos señalar el fracaso como
principio y fin de todas las cosas, mas debemos aceptar que
cualquier definición que se nos pueda ocurrir de éste no
será sino una manera más de fracasar, lo que no debe

5 Marzoa, Historia de la filosofía I.


6 Platón, Protágoras, 361e-362a.

21
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

sorprendernos lo más mínimo si tenemos en cuenta lo que


comporta la teoría del fracaso.

22
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Juez
Sabemos de la imposibilidad de definir el fracaso, pero
podemos jugar con el lenguaje para entrar en contradicción,
para torturarnos con algo cercano, demasiado cercano a lo
imposible. No somos aquí filósofos de la naturaleza ni
tampoco filósofos de la moral, ni siquiera filósofos a secas,
sino tan solo filósofos en el sentido de seres humanos que
filosofamos sin que esté en nuestro haber un título que
acredite nuestro fracaso oficial. Tampoco somos esos
filósofos venideros de los que hablaba Nietzsche. Nosotros
estamos por encima del bien y del mal, pero también por
encima de la formación y de la deformación. Y a lo dicho,
tenemos que añadir que no podemos ser unos pusilánimes y
dejar toda reflexión filosófica en manos de los especialistas
del pensamiento filosófico, puesto que ellos no tienen la
exclusividad de esta actividad cuyo nombre es pensar
filosóficamente. Por nuestra parte tenemos que ir más allá
del filósofo, esto es, de la etiqueta, y adentrarnos en lo
sustancial del pensamiento filosófico sin miedo a
ensuciarnos las manos con esos teólogos/filósofos
dogmáticos que presumen de sistema cuando en verdad

23
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

deberían presumir de fracaso. La dictadura del filósofo es la


que tenemos que superar aquí, somos la antítesis de esa
tesis cuya máxima dice que solo el filosofo filosofa de
forma legítima. Somos una antítesis que tiene que
desembocar en una síntesis superadora de todo prejuicio
para alcanzar ese bendito juicio, un juicio que, por otra
parte, nunca será puro, porque eso no es sino la pura
mentira. Aspiramos a un juicio tan contradictorio como lo
somos nosotros mismos, somos destructores de la filosofía
del estado puro, o sea, de la filosofía académica. Nuestro
deber como sabedores del fracaso es pelearnos con nuestras
propias contradicciones sabiendo que ellas fluyen y
cambian sin extinguirse en tanto no alcanzamos ese radical
fracaso que no es otro que la definitiva imposibilidad de
toda posibilidad.
Pero lo anterior es una simpleza, un divertimento,
un fracaso estrepitoso. Lo que en verdad queremos decir es
lo siguiente: el viento derriba el árbol, ese árbol que cae en
medio del camino. Y un juez levanta acta. Las raíces que
ahora afloran a la vista son las vísceras de un ser que
agoniza silenciosamente, sin aspavientos. No hay quejas, no
hay lloros sino silencioso fracaso que sangra sin sangre.

24
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Lenta pero inexorablemente el árbol se pudre y una vida


caótica en apariencia explota dentro de él. El fracaso es un
final y también un principio, es un punto por el que transita
un devenir, un movimiento, un cambio. A cada momento,
en esa podredumbre se encadenan infinitos fracasos, esto
es, en una área finita se dan infinitos finales y principios 7.
El árbol, con el paso del tiempo deja de ser árbol quedando
disuelto en una naturaleza que obstinada continua su huida
hacia ese inevitable fracaso que todo lo destruye pero que
también todo lo constituye. Entonces el juez mueve la
cabeza, firma la acta y se va.

7 Esta concepción de lo infinito en lo finito lo hemos tomado de Escohotado


cuando nos dice en su artículo El agrimensor ha muerto que los fractales
dibujan «paisajes insondablemente profundos», unos paisajes que se pueden
ampliar para encontrar nuevos paisajes que siguen unos mismos patrones que
aquéllos. Se caracterizan por trazar longitudes infinitas en áreas finitas. Fueron
definidos por Bernoit Mandelbrot, a pesar de irritar a «su gremio por su
obstinación en estudiar entidades matemáticas conocidas técnicamente como
aberraciones o monstruos».

25
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

La angustia
Aquí no se toca la metafísica en ningún momento. Ni
siquiera se roza. De hecho nos da igual que haya muerto o
no haya muerto junto a Dios. Nosotros, además, no
hacemos distinción entre ser y ente, puesto que en el ámbito
de nuestra teoría del fracaso, y, por extensión, en el terreno
de la realidad, tan solo circulan entidades a las que nos
referimos indistintamente como seres o entes. Descartamos
radicalmente toda suerte de espesa ontología, esto es, el ser
para nosotros es un personaje de una densa e impenetrable
novela. Y por añadidura, no elevamos a ningún ser (o ente)
para caer en la tela de araña de una teología cualquiera. La
realidad que manejamos en el presente ensayo, por decirlo
de esta forma, prescinde de todo imaginario trascendental.
Sin embargo tenemos que ser conscientes de nuestros
límites y reconocer que no somos destructores de ideales;
tan solo pretendemos no hundirnos en las ciénagas
idealistas que aquí y allí se desparraman próximas a
nuestros pies. No queremos construir puras verdades, o sea,
mentiras ex nihilo, tan solo desarrollamos esta teoría con el
propósito de darnos cuenta, a medida que avanzamos en

26
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

este relato del fracaso, de nuestras contradicciones, nuestros


errores, nuestros ilógicos planteamientos, de nuestro
fracaso. El mundo que intuimos -no podemos ir más allá de
la intuición en la medida en que no podemos ir más allá de
lo humano- ahí fuera (y aquí dentro, adheridos a nuestro
ser) es ese en que el destino de lo inmediato es ser abolido,
es decir, desde nuestra perspectiva el destino de todo ente,
en tanto que todavía es, no es otro que el fracaso. La
temporalidad de los seres es el hecho observable sobre el
que fundamentamos nuestra teoría del fracaso. De algún
modo nos aproximamos en este punto a Heidegger cuando
éste nos propone que dejemos de mirar hacia al otro lado y
que seamos conscientes de la temporalidad. Sin embargo
aquí no se supone que la consciencia de la temporalidad
pueda conducirnos a una suerte de superación de la
mediocridad. En todo caso tal consciencia nos lleva a una
angustia por algo, a saber, la angustia del fracaso, una
angustia que, como todo lo inmediato, al cabo será abolida.

27
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

K de Kafka
Es cierto que esto de nacer y tomarle tanto cariño a uno
mismo para fracasar es un poco extraño 8. Por añadidura,
este vivir fracasando tiene ciertos tintes novelescos
próximos a la obra de Kafka9. Ante nosotros se nos presenta
un pasillo flanqueado por puertas que permanecen cerradas,
y no sabemos lo que ocultan, lo que guardan. Nosotros
avanzamos por el pasillo -nunca podemos volver sobre
nuestros pasos- y de vez en cuando logramos abrir una
puerta y entrar en una estancia con el ánimo -consciente o
inconsciente- de soslayar el fracaso radical que nos espera
al final del pasillo. Pero al cabo resultamos expulsados de la
estancia y nos vemos de nuevo arrojados al pasillo (estamos
ahí) -somos en este sentido algo así como el Dasein 10 de
8 Paráfrasis de una frase pronunciada por Escohotado en una entrevista que le
realizó Alfonso Armada en la Fundación Juan March en 2014: «Es cierto que
esto de nacer y tomarle tanto cariño a uno mismo para luego tenerse que morir
es un poco raro».
9 «Todo el arte de Kafka consiste en obligar al lector a releer. Sus desenlaces, o la
ausencia de desenlaces, sugieren explicaciones, pero que no se revelan
claramente y que exigen, para que parezcan fundadas, una nueva lectura del
relato desde otro ángulo. A veces hay una doble posibilidad de interpretación, de
donde surge la necesidad de dos lecturas. Eso es lo que buscaba el autor. Pero
sería un error querer interpretar todo detalladamente en Kafka» (Camus, El mito
de Sísifo).
10 «Como se parte de la conciencia, ser es ser-ahí (Da-sein, «existencia»). Ser-ahí o
existir es ser en, lo cual supone ya un extrañamiento apoyado sobre ese en
(óntico) que representa el mundo» (Escohotado, Filosofía y metodología de las

28
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Heidegger-, avanzando inexorablemente hacia lo inevitable.


El pasillo flanqueado por puertas cerradas y con una única
salida al fondo no es el reflejo de una existencia absurda,
sino la estructura misma del fracaso. Acaso K11, ese hombre
que desconoce la causa de su proceso, está acusado de no
comprender que su búsqueda de una razón, de una solución,
está de por sí fracasada desde el mismo instante en que
inicia tal búsqueda. K abre y cierra puertas con la esperanza
de darse respuestas, de darse una salida que sea ajena al
fracaso. Entra y sale una y otra vez de toda suerte de
estancias, pero su empeño resulta estéril, ya que el fracaso
es el único fin de una vida que, en efecto, resulta extraña de
vivir, pero, de ninguna manera absurda, porque el fracaso
está por encima de todo absurdo. Somos nuestros fracasos
en cada instante de nuestro vivir. Somos lo que hacemos, y
todo lo que hacemos se disuelve, se evapora en la nube del
fracaso, la cual se condensa provocando una lluvia que cala
todo lo que es.

ciencias sociales).
11 «En El proceso es acusado José K… Pero no sabe de qué. Quiere, sin duda,
defenderse, pero ignora por qué. Los abogados encuentran difícil su causa. Entre
tanto, no deja de amar, de alimentarse o de leer su diario. Luego le juzgan, pero
la sala del tribunal está muy oscura y no comprende gran cosa...» (Camus, El
mito de Sísifo).

29
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

El plan de Dios
Lo opuesto (o negación) del fracaso -del que estamos
hablando todo el rato- puede recibir muchos nombres. Y
cada nombre apunta a una manera de intentar burlarlo, de
superarlo. Una de estas maneras consiste en el hegeliano fin
universal del que participan, por decirlo así, los individuos
históricos, a saber, los «apoderados o abogados de un fin,
que constituye una fase en la marcha progresiva del espíritu
universal»12. Estos individuos ponen todo su empeño en el
cumplimiento de su fin, un empeño lleno de adversidades y
que resulta muchas veces penoso. Ellos no eligen la dicha,
nos recuerda Hegel, «sino el esfuerzo, la lucha, el trabajo
por su fin». De hecho la amargura ha empañado acaso su
fin: algunos «han muerto jóvenes, como Alejandro13, o han
12 A juicio de Hegel, según podemos leer en Lecciones sobre la filosofía de la
historia universal, los grandes personajes de la historia -por ejemplo Julio
César- son «los que se proponen fines particulares que contienen lo sustancial, la
voluntad del espíritu universal», esto es, el fin universal. En cuanto al espíritu
(Geist), Escohotado nos aclara en su Filosofía y metodología de las ciencias
sociales: «Lejos de representar un fantasma que preexiste en regiones oníricas,
el Geist es el propio obrar concreto del hambre a lo largo del tiempo, manifiesto
en el arte, las costumbres, el derecho, la ciencia, la religión y las demás
instituciones de los pueblos».
13 «Se diría que con Aristóteles el genio griego se hace consciente en toda la
amplitud de sus horizontes, y esa conciencia de si hecha individuo concreto es
Alejandro, en quien su educador graba los ideales de una civilización reciente
pero madura para asumir la dirección del mundo» (Escohotado, Filosofía y
metodología de las ciencias sociales).

30
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

sido asesinados, como César14, o deportados, como


Napoleón15». Por tanto, se puede entender con acierto que
los individuos históricos «no han sido lo que se llama
felices». Naturalmente no podemos suponer que por no
haber sido felices hayan fracasado. Todo lo contrario desde
la perspectiva hegeliana, tales individuos son unos héroes
que, empujados por su pasión, pusieron todo su carácter,
todo su genio y naturaleza en el fin que se habían marcado.
Aquí es clave la pasión: sin la pasión no hubiesen podido
hacer absolutamente nada. «La pasión es la unidad absoluta
del carácter con lo universal». Es decir, los individuos
históricos, a juzgar por la tesis de Hegel, son seres humanos
que han contribuido a ese fin universal que nada tiene que
ver con el fracaso, puesto que tras el fin universal se
encuentra el plan de la Providencia, un plan divino (el plan
de Dios) que asegura que el mundo no sea «una loca e
insensata cadena de sucesos». ¿Cómo va a ser el plan de

14 «César sabía que la república era una mentira, que los discursos de Cicerón eran
vanos, que había que crear otra forma en vez de esta forma huera, y que la forma
que él trajo era la necesaria» (Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia
universal).
15 Explica Escohotado en Los enemigos del comercio II que cuando Hegel huye de
Jena, «vuelve la vista atrás desde una colina y divisa a un grupo de húsares
irrumpiendo en la plaza mayor, seguidos a poca distancia por el caballo blanco
de Bonaparte». Luego dirá en una carta sobre Bonaparte: «Ver a ese alma del
mundo concentrada en un único punto del espacio fue una extraña impresión».

31
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Dios el fracaso? Pero nosotros, desde la teoría del fracaso,


observamos que lo que hace Hegel no es otra cosa que
desentenderse del fracaso a través de una filosofía que no
está deslindada de la teología, o sea, recurre en última
instancia a Dios para negar el fracaso como fin, un fin que
nosotros no llamamos de ningún modo universal sino único.
Hegel habla de la pasión de los individuos históricos como
motor para alcanzar sus fines que se ensamblan con el fin
universal. Y nosotros podemos observar en Hegel su pasión
por construir un sistema basado en una razón sustentada
sobre el puro y duro nihilismo, lo que, a fin de cuentas,
provoca un inevitable desmoronamiento del mencionado
sistema (parejo al que acontece a un edificio construido
sobre hueros cimientos), o lo que es lo mismo, el fracaso
mismo. Tal vez si fuésemos nietzscheanos, diríamos que el
filósofo Hegel es un sacerdote que pretende ocultarnos la
verdad16.

16 Si históricamente se ha creído que todo está en las mejores manos (en manos de
sacerdotes y filósofos) y que la Biblia proporciona tranquilidad habida cuenta de
que clarifica qué destino tiene la humanidad, es necesario romper con tal
creencia, pues ésta oculta la verdad: la humanidad ha estado en las peores
manos, ha sido gobernada por los fracasados, los llamados «santos», o sea,
«calumniadores del mundo y violadores del hombre» (Nietzsche, Ecce Homo).

32
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Una perspectiva desilusionante


Siguiendo los pasos de Freud en su El porvenir de una
ilusión, vemos las ideas religiosas como dogmas ajenos a la
experiencia. En verdad tales ideas «son ilusiones,
realizaciones de los deseos más antiguos, intensos y
apremiantes de la Humanidad». La ilusión no es lo mismo
que un error y ésta parte del deseo humano: «calificamos de
ilusión una creencia cuando aparece engendrada por el
impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su
relación con la realidad, del mismo modo que la ilusión
prescinde de toda garantía real». Por tanto, los dogmas
religiosos no son otra cosa que ilusiones ajenas a la
experiencia y, en justa consecuencia, se sitúan en el terreno
de lo indemostrable. Esta imposibilidad de demostración,
sugiere Freud, hace que no sea «lícito obligar a nadie a
aceptarlos como ciertos». Por lo demás, el psicoanalista no
apunta a un pronunciamiento de la verdad o la falsedad de
las doctrinas religiosas, sino «haberlas reconocido como
ilusiones en cuanto a su naturaleza psicológica».
¿Pero dónde encontramos nosotros la raíz de esta ilusión
sustanciada en las religiones? La observamos en un rechazo

33
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

a la realidad que se empeña en contradecir aquello que está


en lo más profundo de nuestros deseos. Deseamos algo más
que esta inmediatez a la que estamos condenados. No
queremos o no podemos aceptar una insignificancia que la
obstinada realidad nos constata con unos hechos que
tratamos de manipular por medio de perspectivas. La
realidad resulta demasiado irracional para el racional gusto
humano. La helada irracionalidad que exhala la realidad
deja aterido el rostro de la humanidad. Es injusto que el fin
sea el fracaso. Por eso se manipulan los hechos derivados
de la realidad a través de ciertas perspectivas que parten de
un deseo (de una ilusión) que fructifica en la idea religiosa,
una idea que trata de superar la irracionalidad, esto es, la
realidad, el fracaso. El ser humano ajeno a las doctrinas
religiosas, nos dice Freud, tendrá que «reconocer su
impotencia y su infinita pequeñez y no podrá considerarse
ya como el centro de la creación, ni creerse amorosamente
guardado por una providencia bondadosa». En efecto, el ser
humano ajeno a la idea religiosa tendrá que reconocer,
desde la teoría del fracaso, que el fracaso es el único fin, la
única tangible certeza, lo que, sin duda, no deja de ser una
perspectiva enteramente desilusionante.

34
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

La realidad ajena a la regla


La justicia, el bien, la libertad, la felicidad, etcétera... son
ideas que danzan sobre nuestras cabezas burlándose de
nosotros sin perjuicio de que las consideremos como lo más
elevado del espíritu humano. Son artificios tan elevados
como frágiles. Son artificios intangibles que cobran forma
en el acto de un pensar que está impelido por el deseo de
seguridad. Lo primero que siente el espíritu humano es
inseguridad17. Por eso queremos sentirnos seguros de lo que
somos (y de lo que seremos), seguros de lo que hay (¿por
qué hay algo y no más bien nada?), seguros de lo que fue,
de lo que es y de lo que será. Pero tales artificios que
dialécticamente van evolucionando en dirección a algo
supuestamente más elevado se nos tornan inservibles en
nuestro hacernos, en nuestro vivir bajo la dictadura de la
«negación de la negación»18. Y es que la seguridad que

17 «lo primero que el espíritu sabe de sí, en su forma de individuo humano, es que
siente» (Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal).
18 En cuanto a la expresión «negación de la negación», tenemos que pensar que
ésta hace referencia al término síntesis en el contexto hegeliano. Los términos
más habituales que circulan en la filosofía de Hegel son: afirmación, negación, y
negación de la negación. La palabra dialéctica no se refiere, como apunta Xirau
en Palabra y silencio, a esa disposición ternaria, pues aquélla tiene una evidente
connotación binaria que apunta a una relación de oposición (escisión, ruptura)
entre dos términos, a saber, la afirmación y la negación. La «negación de la
negación», esto es, la síntesis, es en Hegel de carácter especulativo y señala una
reconciliación de la mencionada oposición (afirmación, negación). La realidad

35
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

pretendemos cae aniquilada por una suerte de destructora


realidad que es ajena a cualquier regla, a cualquier
mandato. Estar seguro de algo es tan solo una imprecisión,
un cálculo optimista que resulta desmentido por una
realidad infinitamente más imaginativa de lo que todo
espíritu humano es capaz de imaginar. La realidad es una
destructora de ideas y de ideales. La realidad es dinamita
para todos esos artificios humanos, para todas esas
pretendidas seguridades. Acaso podemos buscar seguridad
en la ciencia, pero la seguridad es minada por ella misma.
La ciencia al cabo se torna fe, y como toda fe, no es sino un
artificio más que, como aquéllos, se burla de nosotros. Con
todo, si para un individuo la inteligencia es el único norte
honrado19, tal individuo tal vez será consciente de que todo
artificio humano nacido del deseo está abocado al fracaso.
La realidad no ha venido a traernos seguridad, sino fracaso.

es observada, en consecuencia, como una sucesión de oposiciones y,


naturalmente, como una sucesión de reconciliaciones.
19 «La inteligencia es el único norte honrado que puede tener el ser humano»
(Antonio Escohotado).

36
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

La cruzada existencial
Las Cruzadas siempre fracasan20. Y este fracaso parte de un
error, de una confusión, de un mal cálculo, a saber, de
considerar sencillo aquello que es complicado. Aquí circula
un intento de querer equiparar lo imaginado con lo real, lo
que solo puede conducir al fracaso en la medida en que lo
real es infinitamente complejo en tanto que el grado de
complejidad de lo imaginado es nulo comparado con aquél.
A partir de esta confusión se constituye un ser cosido con el
bien absoluto y otro ser cosido con el mal absoluto.
Digamos que las Cruzadas fracasan porque se plantea un fin
obviando los detalles de la realidad, por lo que podemos
afirmar que «las Cruzadas fracasan porque en su esencia
está fracasar»21.
La primera Cruzada la podemos situar cuando los
cristianos querían recuperar el cuerpo de Cristo que
supuestamente estaba en posesión de los árabes. ¿Qué
hubiera pasado si lo hubieran recuperado? ¿No hubiera sido
dinamitado todo el dogma cristiano en la medida en que

20 El fracaso de las cruzadas la desarrollamos aquí apoyándonos en Antonio


Escohotado.
21 Antonio Escohotado en la Cátedra Pública de la Universidad de Antioquia en
2014.

37
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

este dogma sostiene que Cristo no murió, sino que fue al


cielo y resucitó?22 Después de esta primera cruzada vinieron
todas las demás, las cuales se caracterizaron por ser «unos
intentos de una parte del cuerpo social por someter a otra
parte del cuerpo social, por mandar, mandar más, mandar
omnímodamente. Y mandaron, pero se acabó su autoridad.
Quemaron a cien mil brujas, exterminaron a un millón de
librepensadores, quemaron a sodomitas y a gais de todo
tipo pero, bueno, no acabaron ni con las brujas ni con los
librepensadores ni con los sodomitas»23.
La Cruzada contra las drogas es otro ejemplo de
fracaso. Esta Cruzada parte de dos premisas incongruentes:
a) Las drogas son una creación infernal, o sea, no son «el
fruto del genio botánico y técnico y químico del ser
humano, sino una cosa que ojalá no se hubiera
descubierto»; b) La suposición de que la prohibición de
unos va a ser obedecida por los demás. En cuanto a la
primera premisa, Escohotado asevera que «las drogas son
22 «Las Cruzadas a Tierra Santa empiezan siendo extrañas por su finalidad, porque
el dogma cristiano establece que Jesús resucitó y que ninguna tumba alberga
restos suyos. Cuando su madre María y María Magdalena acuden al depósito
para perfumar el cadáver topan según los Evangelios con uno o dos ángeles, que
les reprochan buscar al Mesías donde no está. Ahora, sin embargo, la Iglesia
presenta un Jesús que manda a Europa conquistar un sepulcro remoto y vacío»
(Escohotado, Los enemigos del comercio I).
23 Antonio Escohotado. loc.cit.

38
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

una de las bendiciones principales que dios o la naturaleza


o el afán de conocimiento han puesto en manos de los seres
humanos»24. Gracias a las drogas en forma de analgésicos y
fármacos el dolor puede ser combatido. «Sólo la ignorancia,
la ignorancia y el maniqueísmo, pueden pensar que las
drogas son una maldición de la humanidad. Las drogas…,
como la dinamita ha permitido hacer túneles, dragar
puertos, sacar adelante lo que se llama el proyecto de una
civilización…»25. En lo que se refiere a la segunda premisa,
«el poder de la autoridad, la capacidad del mando, esto es
nefasto […] La historia universal puede concebirse como el
proceso en el cual, con muchos fracasos y muchas retiradas
y muchos armisticios, la inteligencia se va sobreponiendo a
la tiranía del deseo, de cómo la inteligencia va venciendo a
la voluntad. Nacemos y empezamos a querer y a mandar a
nuestros padres y a decir esto y lo otro, somos caprichosos,
lloramos si no se nos da… Si la vida va bien y las personas
llegan donde tienen que llegar pues nos damos cuenta de
que somos poco, cada uno en particular, cada individuo es
poca cosa, y que para lo que servimos es para arrojar luz

24 Ibíd.
25 Ibíd.

39
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

acerca de las circunstancias y condiciones que permiten


mejorar la vida, la propia y la ajena. Entonces todos los
autoritarios son enemigos de la humanidad, lo sepan o no.
Normalmente se presentan como mesías salvadores y
personas que van a mejorar la existencia y luego, en la
práctica todos lleva más o menos claro un proyecto
eugenésico, es decir, un plan de mejora de la especie que,
llamado por su nombre, es genocidio. Todos los
voluntaristas son genocidas»26.
Podríamos seguir con más ejemplos de Cruzadas
fracasadas –por ejemplo la Cruzada contra las brujas-, pero
no es necesario para lo que nos interesa aquí. Podemos
concluir esta sección dedicada a las Cruzadas haciendo una
reflexión. ¿Qué es el ser humano? Un ser que para vivir
necesita pensar simplificando la realidad. Su proyecto
existencial consiste en captar una realidad y simplificarla
para poder acomodarse a ella a pesar de su profundidad y su
complejidad. Obsérvese aquí la paradoja que emerge por sí
sola: el ser humano simplifica la complejidad para así tratar
de sobrellevar su existencia cuando aquélla no tiene límite
en su profundidad. ¿Se ve aquí la paradoja? ¿Se tiene en
26 Ibíd.

40
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

cuenta lo que hemos dicho al hablar de las Cruzadas? El ser


humano, tratando de simplificar lo complicado, lleva a cabo
su propia Cruzada existencial: la cruzada contra la no-
existencia. La Cruzada existencial, inherente al ser humano,
tiene como toda Cruzada, una esencia última: el fracaso.

41
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Caer en el pesimismo
La tentación de caer en el pesimismo es muy fuerte cuando
aceptamos que todo tiende al fracaso. Thacker, el autor de
Pesimismo cósmico, sugiere que «el pesimismo es un
fracaso lírico del pensar filosófico». En verdad lo que hace
el pesimismo es abrir la puertas al fracaso (un fracaso que
se manifiesta de tantas maneras como modos hay de
fracasar). «El pesimismo es la forma filosófica del
desencanto», y este «desencanto» no es sino un modo de
fracasar. Si aceptamos que todo tiene como fin el fracaso, el
pesimismo puede invadirnos susurrándonos
machaconamente en nuestro fuero interno: «lo mejor es no
haber nacido en ningún caso» y «este es el peor de todos los
mundos posibles». Estas proposiciones que surgen del
pesimismo no son sino expresiones del fracaso cuyo fin no
puede ir más allá de ellas mismas en la medida en que el
fracaso ha agotado cualquier posibilidad de salirse de él. El
fracaso siempre camina en dirección al ser y el pesimismo
le abre las puertas para entregarse a aquél acaso
prematuramente.
Thacker nos dice que «con Nietzsche llega el

42
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

pronunciamento de un pesimismo dionisíaco27, un


pesimismo de fuerza o goce, un decer-sí a lo peor, un decir-
sí al mundo como es». Sin embargo nosotros no vemos en
Nietzsche nada que tenga que ver con el pesimismo en su
«decir-sí al mundo como es»28. Bien al contrario, lo que
observamos en el filósofo alemán es el espíritu del
superhombre29 postulado por Zaratustra, esa suerte de
sobrehumano que es capaz de tener la grandeza y la
valentía de concebir la realidad tal como ella es, a saber,
terrible y problemática, sin caer en una actitud pesimista,
sino más bien estoica en el sentido de que «decir-sí al
mundo como es» equivale a «vivir conforme a la
Naturaleza (ὁμολογουμένως τῇ φύσει ζῇν)». Para el
estoicismo, solo a partir de este principio supremo es
posible alcanzar la felicidad, un principio que, por lo
demás, tiene una equivalencia: «vivir conforme a la razón
27 «Dionisos, dios de la ebriedad y la alegría abisal, celebrada en los Misterios
báquicos, representa el «principio de la totalidad» y la orgía; es exaltación
infinita de la vida infinita, que transforma el dolor en alegría, la lucha en
supremo acuerdo, la crueldad en justicia, la destrucción en creación»
(Escohotado, Filosofía y metodología de las ciencias sociales).
28 En otra parte de su Pensamiento cósmico, Thacker apunta algo que encaja con
nuestra visión no pesimista de Nietzsche: «en un determinado sentido, la
totalidad de la filosofía de Nietzsche es un intento sostenido y concertado de
sacudir el pesimismo».
29 «El Übermensch o superhombre se define como quien sabe querer exactamente
aquello que su existencia ofrece en cada instante» (Escohotado, Filosofía y
metodología de las ciencias sociales).

43
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

(ὁμολογουμένως τῷ λόγῳ)». Vivir conforme a la


Naturaleza, o sea, «decir-sí al mundo como es», equivale a
decir sí al fracaso.
Veamos ahora que nos dice Thacker sobre cómo
percibe el pesimista el fracaso: «para el pesimista, el
fracaso es cuestión de cuándo y no de si ocurrirá -el fracaso
como principio metafísico-. Todo se marchita y pasa a una
oscuridad más negra que la noche, todo desde el declive
melodramático de la vida de una persona hasta el
momentáneo y banal parpadeo que constituye cada día.
Todo lo hecho o sabido destinado al olvido estelar». Del
pesimista que describe Thacker podemos intuir, por decirlo
así, su lucidez a la hora de desvelar el inherente fracaso que
transita en todos los niveles de lo existente. Por nuestra
parte podemos añadir que para alcanzar tal desvelamiento
no es necesario caer en el pesimismo, aunque, al mismo
tiempo, debemos reconocer, dadas las consecuencias
psicológicas que envuelven al fracaso, la dificultad que
supone ser ajeno al pesimismo cuando aceptamos que el
fracaso es el único fin.

44
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

El pensamiento incompleto
Nos explica Thacker en su Pesimismo cósmico que «una
vez Nietzsche alabó el valor del pensamiento incompleto
para la filosofía» y añade que el lugar idóneo para encontrar
pensamientos incompletos «sería en los cuadernos de notas
de los filósofos». También observa que el libro El mundo
como voluntad y representación de Schopenhauer «es uno
de los grandes fracasos de la filosofía sistemática» en la
medida en que «lo que comienza con la arquitectónica
iridiscente de Kant termina derrumbándose en enunciados
dudosos, acusaciones furibundas contra la humanidad,
evocaciones nocturnas sobre la vanidad de todos los seres
[...]». Por nuestra parte, intuimos una relación entre la
cuestión del pensamiento incompleto y el fracaso que
atribuye Thacker a la obra de Schopenhauer.
Para empezar, seamos claros con la cuestión del
pensamiento incompleto: no existe el pensamiento
completo habida cuenta de que el mero pensar siempre
queda incompleto a causa de su límite, su finitud, su
imposibilidad de ir más allá de lo pensado. El pensamiento
completo solo estaría al alcance de un ser que se pensara a

45
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

sí mismo, como por ejemplo el dios del que habla


Aristóteles. ¿Pero cómo? ¿Hemos caído en la trampa?
¿Quién ha concebido a ese dios que se piensa a sí mismo?
¡Un ser humano! Admitamos pues nuestra turbación,
nuestra contradicción, ya que tal dios es tan solo algo
imaginado por un pensamiento incompleto, esto es,
inacabado, y por tanto, por un pensamiento que miente, que
esconde, que falsea, en definitiva, que fracasa.
En cuanto al fracaso de la obra de Schopenhauer,
acaso tenga razón Thacker al decir lo que dice, pero ¿qué
nos dice Nietzsche sobre ese filósofo que construye una
impresionante catedral filosófica? El éxito de Kant es un
éxito de teólogos, y al igual que Lutero y Leibniz, el de
Köningsberg «fue un obstáculo más en la probidad
alemana, en sí no muy sólida... »30. Kant maneja la virtud,
el deber y el bien en sí y sistematiza una quimera
compuesta por lo impersonal y lo universal cuyo resultado
es una decadencia entendida como el «agotamiento de la
vida»31. El sistema kantiano va en contra de las leyes de
conservación y crecimiento, esto es, en contra de «que cada

30 Nietzsche, El Anticristo.
31 Ibíd.

46
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

cual encuentre la propia virtud, el propio imperativo


categórico»32. ¿Cómo es posible que no se observe el
peligro que entraña para la vida el imperativo categórico
kantiano? Kant es un «nihilista de entrañas dogmático-
cristianas»33 que ve «el goce como una objeción»34. Él
constituye una suerte de autómata del deber que destruye al
hombre. «Ésta, es precisamente la fórmula de la decadencia
hasta el idiotismo... Kant se volvió idiota»35. Las anteriores
son algunas de las críticas que hace Nietzsche a Kant. Y a
estas alturas podemos presumir que tal crítica, en líneas
generales, tiene mucho que ver en esencia con lo que dice
Thacker sobre Schopenhauer, a saber, que su obra esta
fundamentada en la falacia. De este modo podemos
constatar que, de un modo u otro, el fracaso corroe tanto la
obra de Schopenhauer como la de Kant. Pero, ¿por qué?
Por una sencilla razón, ambas obras no son sino el producto
de un pensamiento inacabado, y por tanto las susodichas no
escapan al fracaso. En definitiva y para terminar esta
cuestión, ninguna obra está completada, porque todas

32 Ibíd.
33 Ibíd.
34 Ibíd.
35 Ibíd.

47
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

parten de un pensamiento inacabado, y en justa


consecuencia, el fracaso queda asegurado en todas ellas.

48
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Filosofía mentirosa
La filosofía es algo así como el fracaso en prosa. También
la podemos ver como una suerte de Biblia escrita por
aprendices de Dios. La filosofía es un obsceno gesto
consistente en sacudir la realidad para recoger sus signos de
igual manera que se sacude el árbol para recoger sus frutos.
Entonces el filósofo dobla la espalda y recoge los signos
con el logos. La realidad es un rompecabezas que el
filósofo no sabe ni puede completar. Pero él es demasiado
vanidoso. No le hagáis caso cuando presume humildad o
ignorancia, pues solo os quiere seducir. El filósofo falsea
las piezas del puzle y clama a los cuatro vientos que ha
completado su sistema, esto es, su realidad. Pero tal sistema
es un fracaso en la medida en que lo es también el filósofo
y, por extensión, la filosofía. El filósofo está corroído por la
frustración, por el querer y no poder, por el límite. Quiere
ser Dios pero sólo puede jugar a serlo. Y en este juego
fracasa. Su juego consiste en maquillar su ignorancia y
mostrarla al mundo como un ensayo acaso metódico
fundamentado en vacuidades o, a lo mejor, como una prosa-
poesía tan caótica como oscura. Sea como fuere, el filósofo

49
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

tiene una virtud, y hay que concedérsela: nos hace pensar.


¿Pero en qué nos hace pensar? En su fracaso. El filósofo
miente más que ningún otro ser humano y esto tiene su
mérito: es un artista de la mentira. Con todo, el filósofo es,
en definitiva, el fracaso de carne y hueso, una suerte de
fantasma ajeno a la ingravidez que deambula en la espesa
penumbra del logos. Filosofía es sinónimo de fracaso.

50
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Sufrimientos verticales
«Salvo lo Irremediable, todo es falso, falsa esta civilización
que quiere combatirlo, falsas las verdades de las que se
arma»36, y lo «Irremediable» desde nuestro punto de vista
no es otra cosa que el fracaso. A juicio de Cioran, todos los
seres que habitan la naturaleza tienen su lugar excepto uno,
a saber, el ser humano: «él continúa siendo una criatura
metafísicamente divagante, perdida en la Vida. Nadie ha
encontrado un fin válido a la historia; pero todo el mundo
ha propuesto uno; y hay un pulular de fines tan divergentes
y fantasiosos que la idea de finalidad se ha anulado y se
desvanece como irrisorio artículo del espíritu»37. En efecto,
el ser humano necesita darle sentido a su existencia (a su
ser), a su vida, y para ello construye mentalmente toda
suerte de fines para así intentar eludir ese fondo sin fondo
en el que no quiere caer. Sin embargo, a pesar de los
fracasados fines propuestos, tal hecho no frena el
«multiplicar esas unidades (seres humanos), aumentar
indefinidamente esos sufrimientos verticales que se apoyan

36 Cioran, Brevario de podredumbre.


37 Ibíd.

51
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

sobre una pizca de materia, sobre el orgullo de un nombre


propio y sobre una soledad inapelable»38. En definitiva, los
fines propuestos fracasan porque intentan eludir lo
«Irremediable» por medio de ingenuas y fantasiosas
falsedades sin tener en cuenta de que lo «Irremediable» es
lo único verdadero, lo único que no se puede soslayar. Con
todo, siendo cierto que tan solo somos una pizca de materia,
que el individuo siempre es muy poco y que en el fondo
nadie vale nada (empezando por supuesto por uno mismo),
tenemos que ser conscientes de que «en ese no valer, en ese
no ser nada, somos los ladrillos del Universo. El Universo
descansa sobre nuestras espaldas, aunque no somos nada y
desaparecemos como motas de polvo. Tenemos que tener el
orgullo de saber que no somos nada pero, a pesar de todo,
ninguna cosa es más real que nosotros» 39. Somos reales, o
sea, verdaderos en nuestra sustancialidad puesto que
participamos de lo «Irremediable», o sea, del fracaso.

38 Ibíd.
39 Escohotado, entrevistqa en ANTV (Colombia – Feria Internacional del libro de
Bogotá (filBo 2014).

52
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

El pasado y futuro del universo


«Esa teoría del big bang es aceptada de forma mayoritaria
por los astrofísicos»40. Carlo Rovelli, el físico teórico autor
de Siete breves lecciones de física, asegura que la teoría de
la relatividad general de Albert Einstein demuestra que el
espacio no puede mantenerse inmóvil, esto es, que debe
estar en expansión, y que tal expansión tiene que ser
necesariamente el resultado de la explosión de un «joven
universo pequeñísimo y calentísimo», es decir, resultado del
big bang41. Esta teoría del big bang nos dice que el cosmos
se originó a partir de un único punto. «En el momento de la
ignición, el espacio, el tiempo y la materia fueron creados
simultáneamente en una bola de fuego cósmico»42. Al cabo
esta bola de fuego cósmico se fragmentó dando origen a las
estrellas y galaxias tal como hoy las conocemos. ¿Pero
cómo evolucionará el universo?
Los astrofísicos apuntan básicamente a escenarios
como los que siguen: a) el universo «podría detenerse un

40 Baker, 50 cosas que hay que saber sobre física.


41 «La bobada del big bang» señala Escohotado en la entrevista que le realiza
Goded en agosto de 2015 para Libertario.es.
42 Baker, 50 cosas que hay que saber sobre física.

53
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

día y comenzar a replegarse sobre sí mismo, concluyendo


en un rebobinado del big bang, que se conoce como el Big
Crunch»43; b) el universo se sigue expandiendo, es decir, las
estrellas, galaxias y planetas se alejan hasta que el
«universo podría acabar siendo un oscuro desierto de
agujeros negros y partículas»44; c) El big bang podría haber
sido en realidad un big bounce, es decir, un gran rebote, lo
que implica que «nuestro mundo podría haber nacido de un
universo anterior que estaba contrayéndose bajo su propio
peso hasta apretarse en un espacio pequeñísimo, para luego
rebotar y empezar a expandirse de nuevo, convirtiéndose en
el universo en expansión que hoy observamos a nuestro
alrededor [...] nuestro universo puede haber nacido del
rebote de una fase anterior, tras pasar por una fase
intermedia sin espacio ni tiempo»45.
Sea cual sea el destino del universo que escojamos
de los vistos anteriormente (y de otros que aquí no
recogemos), observamos desde nuestro punto de vista un
fracaso que se manifiesta en un disolución de todo lo que
es, un fracaso que atañe, en suma, a lo que somos y a lo que
43 Ibíd.
44 Ibíd.
45 Rovelli, Siete breves lecciones de física.

54
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

conocemos. Acaso la esencia del fracaso que intuimos, pues


el fracaso del que estamos hablando todo el rato no es una
certeza sino una intuición, parte de esa máxima atribuida a
Heráclito que nos dice todo fluye (παντα ῥεῖ) 46. Con todo,
obsérvese que estas teorías del universo que tratan de
señalar su origen y su destino no son sino algo así como
reminiscencias que apuntan a las visiones de los antiguos
presocráticos47, como por ejemplo la de aquel Anaximandro
sustanciada en su ἀπειρον48. Pero, ¿podemos dar por buena
alguna de estas visiones del pasado y futuro de nuestro
universo? Si tomamos partido por una de ellas, estamos
aceptando de forma implícita que el fracaso es el inicio y el
fin de todas las cosas.

46 Es la cita que se utiliza habitualmente para referirse al concepto de no


permanencia, aunque tal expresión no forma parte de ningún texto atribuido a
Heráclito.
47 «Heráclito supone que el universo está llamado a oscilar entre un estado de
expansión y una reversión de todas las cosas al fuego primordial, reelaborando
así concepciones inmemoriales que la cosmología contemporánea ha resucitado
con la teoría de la explosión originaria (hipótesis del «huevo cósmico» o big-
bang) y el universo pulsante» (Escohotado, Filosofía y metodología de las
ciencias sociales).
48 Aristóteles nos dice que el ἀπειρον es una mezcla confusa de elementos (μίγμα)
que se van separando por el movimiento. El ἀπειρον queda “fuera del cielo”,
envuelve, y contiene y gobierna todas las cosas. El ἀπειρον es un eterno
generador de todas las cosas al que todas retornan. Del ἀπειρον surgen los
mundos, y estos mundos nacen y se destruyen cíclicamente, pagando así la pena
de la injusticia que supone el desprenderse del ἀπειρον. Jaeger señala, para
clarificar la cuestión de la que estamos hablando, que la idea fundamental de
Anaximandro es el retorno eterno de todas las cosas a su primer principio,
conforme a la ley de estricta justicia que domina el curso del universo.

55
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Cioran, por su parte, nos advierte que «la descomposición


preside las leyes de la vida» y que nuestro destino corre
«bajo la mirada de las estrellas aparentemente
indestructibles. Pero incluso ellas estallarán en un universo
que sólo nuestro corazón toma en serio para expiar después
con desgarramiento su falta de ironía... »52.
¿Descomposición? Lo podemos llamar también fracaso en
la medida en que la descomposición no es sino un modo
entre otros de fracaso.

56
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

Nuestro axioma
El fracaso es la idiosincrasia de la realidad que intuimos.
Esta intuición forma parte de nuestro conocimiento. Más
allá del límite al que nos vemos sometidos acaso está
aquello sobre lo que no podemos hablar (o sobre lo que
hablamos imaginando). ¿Pero cómo? ¿Estamos, por tanto,
suponiendo de una manera fanfarrona que aquí hablamos
sobre lo que conocemos? ¡Sócrates, dónde estás! Es decir,
¿sostenemos, de manera sospechosa, que hablamos sin
imaginar? Sea como fuere, admitamos que hacemos
equilibrios en la afilada frontera del límite y que lo que
pretendemos es ante todo encontrar nuestros propios
errores, darnos de narices con nuestras estúpidas
perspectivas equivocadas por mucho que duela. Ya lo
hemos dicho en otra parte, no somos destructores de
ideales, pero ansiamos ser en el fondo de nuestro ser
destructores de nuestra estupidez supina. En fin, se nos
antoja (nos movemos entre el antojo y el deseo) de que lo
más sensato será admitir lo falible que resulta el
conocimiento y que será mejor evitar la tentación de
«hacernos la ilusión de que podemos remendar, hasta

57
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

hacerlo invisible, el último desgarrón en la tela de nuestras


intuiciones últimas»49. Reconozcamos, pues, lo falible que
resulta nuestra teoría del fracaso.
Digámoslo de una manera aristotélica, o sea, como
principio deductivo apoyado en su autoevidencia: El
fracaso es principio y fin de todas las cosas. Este es nuestro
axioma, o si se prefiere, nuestra pretensión50. Como se
puede comprobar, nuestro axioma cumple con esa norma de
transparencia y sencillez deseable en todo buen axioma que
se precie. Con todo, lo más deseable aquí es que nuestro
axioma sea desmentido, anulado, desmontado por un
rutilante axioma que nos abra una perspectiva, por decirlo
así, más luminosa que la abierta por aquél. Y es que nuestro
axioma, es necesario decirlo, resulta demasiado dramático
para nuestro gusto.

49 Lakatos (apud Escohotado, Caos y Orden).


50 «Axioma, que significa dignidad y pretensión en griego clásico, es otra de las
palabras transformadas por Aristóteles en concepto científico, y se emplea a
partir de entonces como principio deductivo o postulado inicial de cierto saber,
que se apoya en su autoevidencia» (Escohotado, Caos y Orden).

58
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

El triunfo del fracaso


El triunfo se adquiere cuando se alcanza una meta, cuando
toma cuerpo un logro, cuando por fin se ha superado una
adversidad. El triunfo brilla allí en lo alto como un cálido
sol que ilumina el anhelante rostro de quien lo persigue. El
que va seriamente en pos del triunfo está atravesado por
una mezcla de temor y esperanza, y no desfallece. El
triunfo del que estamos hablando aquí no es aquel que
viene por sí solo, aquel que nadie busca ni espera, sino
aquel que requiere un gran esfuerzo, o, por decirlo así, el
que precisa un trabajo que raya lo intolerable. Pero es
verdad que tanto el uno como el otro (el caro y el gratuito),
al cabo, tienen el mismo destino cuando están en manos de
un triunfador. En cierto modo hay algo de obsesivo en todo
esto que tiene que ver con el triunfo que está precedido por
lo trabajoso, por el sacrificio, pero, a juicio de quien lo
persigue, vale la pena a despecho de que se esté dejando
por el camino un reguero de fracasos (algunos dolorosos).
Con todo, la meta ansiada justifica toda suerte de fracasos
colaterales del mismo modo que, por ejemplo, el capitalista
justifica la inevitable pobreza “residual” del sistema. Y si

59
El fracaso de la realidad (Una teoría del fracaso)

quien la busca la consigue, entonces llega el anhelado


triunfo con la consiguiente expresión de felicidad, desde la
más vehemente a la más contenida, desde la más física a la
más espiritual. Se trata de un momento totalizado por el
triunfo. ¿Pero dónde queda el triunfo una vez este momento
es superado por otro momento? Con mayor o menor rapidez
el triunfo pierde sustancialidad, se desvanece perdiendo
textura y color. Sus trazos bien definidos al principio se van
difuminando hasta confundirse con el fondo de la nada.
Todos los sonidos y las voces que envolvían el momento
totalizado por el triunfo se van enmudeciendo, apagando,
amortiguándose con las paredes del olvido hasta que tan
solo queda el puro silencio. El fracaso ha vuelto a triunfar.

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