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La Argumentación
La Argumentación
I. Introducción
Cicerón definía la argumentación como «el discurso mediante el cual se aducen pruebas para dar crédito, autoridad y fundamento
a nuestra proposición». Argumentar consiste, pues, en aportar razones para defender una opinión y convencer así a un receptor para que
piense de una determinada forma. La argumentación se utiliza normalmente para desarrollar temas que se prestan a controversia, y su
objetivo fundamental es ofrecer una información lo más completa posible, a la vez que intentar persuadir al lector u oyente mediante un
razonamiento.
Por ejemplo, María le dice a Juan: Deja de fumar, que te vas a destrozar los pulmones. María ha expresado una petición
argumentándola (el tabaco perjudica los pulmones) para así justificar la conclusión a la que quiere llegar: No hay que fumar.
La argumentación y la exposición están estrechamente relacionadas: se expone para informar de algo y esta exposición se puede
argumentar para convencer y persuadir de alguna propuesta. Ambas se pueden presentar de forma independiente. Sin embargo,
frecuentemente se unen para formar textos expositivo-argumentativo: editoriales, reportajes, ensayos, críticas, informes, solicitudes,
alegaciones, opiniones, tesis, sentencias...
1. Tesis. Es la idea fundamental en torno a la que se reflexiona; puede aparecer al principio o al final del texto. Ha de presentarse clara y
objetivamente. Puede encerrar en sí varias ideas, aunque es aconsejable que no posea un número excesivo de ellas, pues provocaría la
confusión en el receptor y la defensa de la misma entrañaría mayores dificultades.
2. Cuerpo. Despliega la idea o ideas que se pretende demostrar desde dos perspectivas: una de defensa de ellas, y otra de refutación contra
previsibles objeciones. Esta última actitud no es necesario que esté presente, pero sí la primera. Consta, por tanto, de:
a) Argumentos. Una vez expuesta la tesis, comienza el razonamiento en sí, es decir, se van ofreciendo los argumentos para confirmarla o
rechazarla.
b) Refutación. Puede hacerse de una tesis admitida o de las posibles objeciones que podría hacer el adversario a un argumento concreto.
3. Conclusión. El autor, en su demostración, reflexiona sobre el tema desde todos los ángulos, hasta llegar al objetivo deseado, que se
ofrece como conclusión, a menudo anunciada al comienzo del escrito
Para fortalecer la opinión defendida o para refutar la contraria, se emplean los siguientes recursos:
Técnicas Caracterización Ejemplos
Como está lloviendo, no vamos al
cine.
Causa / El argumento es la causa y la conclusión, la consecuencia. También puede
Estudio mucho para trabajar en
Consecuencia presentar la forma de finalidad o de condición .
lo que me gusta.
Si bebes, no conduzcas
La argumentación se apoya normalmente en testimonios fidedignos y citas
Citas o argumentos que manifiestan la opinión sobre el tema de personas famosas, de expertos La libertad es el don más preciado. Lo
de autoridad conocidos. Su objetivo es reforzar la idea sostenida, o bien adelantarse a dijo Cervantes.
posibles argumentos contrarios.
Refranes Son dichos populares, anónimos, muy pegadizos y de gran fuerza En boca cerrada no entran moscas.
expresiva, que resumen reflexiones generales apoyadas en la experiencia
vital y que son compartidas por mucha gente.
Regla, principio o sentencia de autor conocido y de carácter más culto que
Esto sólo sé: que no sé nada
Máximas el de los refranes. Presentan un valor de verdad comúnmente aceptado y
(Sócrates).
admitido sin reservas
Se emplean para ilustrar lo que se pretende demostrar y defender; sirven, Demandé a Telefónica y gané el
Ejemplos
por tanto, como factor indispensable para lograr la persuasión. juicio: La justicia existe.
Pilló el Cuervo dormida a la
Serpiente,
Son relatos literarios en prosa o en verso de los que, además de y al quererse cebar en ella
entretenimiento y placer, se puede extraer una enseñanza de tipo práctico. hambriento,
Fábulas
Corresponden al tipo de argumentación por analogía, ya que actúan como le mordió venenosa. Sepa el
ejemplos ficticios. cuento quien sigue a su apetito
incautamente
SAMANIEGO, Félix María..
En ocasiones, se apela al parecer general de una sociedad, o incluso de un
El 95% de los encuestados afirman
El sentir de la grupo social, con la clara intención de lograr la defensa, pero, sobre todo,
dormir mejor tras haber leído durante
sociedad en general convencer al lector de su opinión. Son argumentos apoyados
un par de horas antes de acostarse
fundamentalmente en la cantidad
El hábito de lectura
Se admite como un hecho probado el que la gente, no sólo en España sino en el mundo entero, lee menos cada día que pasa y,
cuando lo hace, lo hace mal y sin demasiado deleite ni aprovechamiento. Es probable que sean varias y muy complejas las causas de esta
situación no buena para nadie y se me antoja demasiado elemental e ingenuo el echarle la culpa, toda la culpa, a la televisión. Yo creo que
esto no es así porque los aficionados a la televisión, antes, cuando aún no estaba inventada, tampoco leían sino que mataban el tiempo que
les quedaba libre, que era mucho, jugando a las cartas o al dominó o discutiendo en la tertulia del café de todo lo humano y gran parte de lo
divino. La televisión incluso puede animar al espectador a que pruebe a leer; bastaría con que se ofreciese algún programa capaz de
interesar a la gente por alguna de las muchas cuestiones que tiene planteado el pensamiento, en lugar de probar a anestesiarla o a
entontecerla. Los gobiernos, con manifiesta abdicación de sus funciones, agradecen y aplauden y premian el que la masa se entontezca
aplicadamente para así poder manejarla con mayor facilidad: por eso le merman y desvirtúan el lenguaje con el mal ejemplo de los
discursos políticos; le fomentan el gusto por las inútiles y engañadoras manifestaciones y los ripios de los eslóganes; le aficionan a la
música estridente, a los concursos millonarios y a las loterías; le animan a gastar el dinero y a no ahorrar; le cantan las excelencias del
Estado benéfico y providencial; le consienten el uso de la droga asegurándole el amparo en la caída, y le sirven una televisión que le borra
cualquier capacidad de discernimiento. El hábito de la lectura entre los ciudadanos no es cómodo para el gobernante porque, en cuanto
razonan, se resisten a dejarse manejar.
A mí me reconfortaría poder pregonar a los cuatro vientos la idea de Descartes de que la lectura de los grandes libros nos lleva a
conversar con los mejores hombres de los siglos pasados, y la otra idea, esta de Montesquieu y más doméstica, pero no menos cierta, de que
el amor por la lectura lleva al cambio de las horas aburridas por las deleitosas. La afición a la lectura no es difícil de sembrar entre el
paisanaje; bastaría con servirle, a precios asequibles, buenas ediciones de buena literatura, que en España la hubo en abundancia. Este
menester incumbiría al Estado, claro es, pero no necesariamente a través de cualquier angosto y poco flexible organismo oficial, sino
pactando las campañas con las editoriales privadas. La culpa de que se haya perdido en proporciones ya preocupadoras el hábito de la
lectura y no sólo en España, repito, es culpa de los gobernantes del mundo entero, con frecuencia y salvo excepciones reclutados entre
advenedizos, picarillos y funcionarios. Echarle la culpa del desastre a la televisión es demasiado cómodo, sí, pero no es cierto.