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SEÑTIDOS DE LA
ANTROPOLOGÍA
ANTROPOLOGÍA
DE LOS SENTIDOS
SERVICIO DE
PUBLICACIONES
UNIVERSIDAD
or CÁDIZ
SENTIDOS DE LA ANTROPOLOGÍA
^UCA Universidad
de Cádiz
Servicio de Publicaciones
2003
Giobellina Brumana, Fernando
ISBN 84-7786-870-0
316.7
® Servicio de Publicaciones
Fernando Giobellina Brumana
Diseño: Cadigrafía
Maquetación y fotomecánica: Produce
Imprime: Imprenta Vistalegre
A Herminia Solari y sus circundantes
FUENTES ....................................................................................................................11
A. De la disciplina
B. De gabinete
C. De campo
I. La entrevista....................................................................................................... 257
II. Trabajo de campo ........................................................................................ 277
DE LA DISCIPLINA
VNIldlDSIO VI 30
UNO
NOTAS SOBRE LA IDENTIDAD DE LA ANTROPOLOGÍA
1. La propia alteridad
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1 De todos modos, Radcliffe-Brown ha sido considerado -aun por su más conspicuo rival,
Malinowski- como uno de los principales precursores en la moderna investigación antropo
lógica. Como hay que reconocer, sea cual fuere el tema de su interés, permaneció largos perí
odos en campo y su información provenía, en gran medida, de su relación con los nativos.
Esta metodología implicaba una superación de la forma de recolección de datos con la que la
Antropología anterior acostumbraba a tomar contacto con sus ‘objetos’: estancias de tres días
-como la de W.H.R.Rivers en Fidji-, conversaciones circunstanciales con colonos europeos,
mediciones antropométricas, breves sesiones fotográficas de nativos llevados por la
administración colonial a algún congreso.
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Uno. Notas sobre la identidad de la antropología
2. Campo revisitado
3 Para quienes se sientan, como yo, tocados por la intuición maussiana las dificultades no
hacen más que comenzar. En efecto, qué es ese Inconsciente que opera con un locus diferen
te al aparato psíquico individual? ¿Tendríamos que retomar a las ideas de Inconsciente colec
tivo o de los arquetipos de Jung? Además, ¿cómo operar con esta idea, aún por definir sin
quebrantar una de las reglas de oro de la Antropología, mejor aún, del pensamiento socioló
gico fundado por Durkheim, la de articular el propio discurso de manera autónoma, sin abre
var en fuente disciplinaria ajena? Regla, por cierto, incumplida a menudo por los más fieros
sociologizantes de la Antropología británica, como I.Lewis (1973), cuando hace recaer en el
‘complejo de culpa’ de los hombres de cierto grupo africano, la eficacia del trance mediúm-
nico de sus mujeres, o como A. Meiggs (1978) al intentar rebatir las propuestas de M.
Douglas sobre contaminación basándose en la idea del horror a la decadencia.
Hablar de Inconsciente en el sentido maussiano, sin embargo, no implica reducir los fenóme
nos sociales a un sustrato psicológico, como en estos ejemplos funcionalistas. Significa, por
el contrario, descentrar el término de su origen disciplinario y abrirlo a un discurso sobre el
aparato simbólico como unidad articulada y total.
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opera -el grupo concreto sobre el que trabaja- con la totalidad de la que
ese grupo forma parte. Una aldea o un puñado de ellas es la muestra so
bre la que fundan conclusiones que pretenden validas para el conjunto al
que pertenecen.
El problema de la validez, de la representatividad, de lo en verdad
observado, es candente. Una de las respuestas es bajar las exigencias teóri
cas, las pretensiones de generalización, y no ir más allá del universo estu
diado. Otra opuesta, trabajar sobre casos polares, suponiendo que lo que
sea válido para ellos lo será también para los intermedios. De todas mane
ras, a nadie se le oculta la fragilidad de sustentación que las etnografías
ofrecen a la reflexión teórica. Como también es evidente la facilidad con
la que esta reflexión puede deformar la información etnográfica. Aun los
defensores más militantes del análisis levistraussiano de los sistemas de
parentesco impugnaron buena parte de sus ejemplos. Recordemos, por
ejemplo, las discusiones de E. Leach a propósito de los kachin que él
mismo había estudiado. O, para seguir con Lévi-Strauss (1962:190), la
manera errónea en que analiza el uso de mano izquierda en las relaciones
sexuales entre los kaguru estudiados por T.O. Beidelman (1973; cf.
Giobellina Brumana, 1990:81).
Los problemas no acaban aquí. El instrumento que el etnógrafo
emplea es él mismo. Instrumento poco confiable, como los propios inves
tigadores bien saben. Frente a tal debilidad, una actitud posible es la de un
G. Condominas, que nos cuenta su vida de mestizo euro-asiático para que
así tengamos en nuestras manos una suerte de grado de refracción que,
descontado, nos permitiera reconstruir con mayor objetividad la des
cripción etnográfica que nos presenta. ¿Cómo aceptar que el sesgo
supuesto en la etnografía del grupo que ha investigado no opere también
en la ‘etnografía del etnógrafo’ que se empeña en brindamos? ¿Cómo
aceptar que esta autobiografía se ordene ante nuestros ojos para damos la
clave de re-interpretación de la interpretación del autor? Cualquiera que
sea la respuesta a estas dudas, no estamos ante un caso único. Décadas
antes, Leiris (1996 [1934]: 4.IV32) justificaba su Afrique Fantóme, el
diario que registró paso a paso la Misión Dacar-Yibutí, en que “la subje
tividad extrema lleva a la objetividad total; es decir, que al exponer las
condiciones personales de la investigación se permitía que los resultados
de ésta pudiesen ser expurgados del grado de refracción que inevitable
mente cargaría” (Giobellina Brumana, 2001: 189). Los propios avalares
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ejemplo para afirmar que bien se puede ejercer el oficio desde un gabine
te.
Clifford (1991 [1986]: 158) ironiza sobre la leyenda del investigador
de campo que, en prólogos o confesiones publicadas de manera indepen
diente, compara los inicios de su inserción en el grupo con el que ha tra
bajado con los primeros pasos de un niño. El proceso de socialización en
una cultura ajena, sin embargo, puede cargar con el peso de esa metáfora.
El lugar del antropólogo en ‘su’ grupo, empero, no está decidido de ante
mano y no se establece de una vez para siempre; es producto de una diná
mica muy compleja, específica, intransferible, y está sujeto a mudanzas.
Puede ser el del niño o el del tonto del pueblo, el del intermediario con
poderes externos, el del benefactor o el del continuo receptor de favores,
u otros que ni siquiera puedo imaginar.
Sea cual sea este lugar, de él dependerá la visibilidad que obtenga de
la realidad que estudia. Puesto que el grupo nunca es homogéneo, puesto
que siempre presenta una topología heterogénea, la capacidad de recorrer
la con mayor o menor libertad determinará la complejidad, articulación y
finura de la etnografía que se obtenga. Metraux en Haití, Evans-Pritchard
entre los azande o Bastide en Brasil confiesan no haber nunca tenido ac
ceso a prácticas de hechicería. ¿No será esto signo de que la respetabili
dad que habían adquirido en sus respectivos grupos los incapacitaba para
la confianza que implica mostrar fenómenos tan poco respetables? Esta res
petabilidad se ha pagado cara; es correlativa a la ceguera teórica con la que
la Antropologías británica y francesa han tratado a la hechicería y al hechi
cero -desde M. Wilson hasta M. Douglas- como un fantasma manipulado
en vistas a la resolución de tensiones internas y externas del grupo.
Pero la cuestión del trabajo de campo, el papel que de manera tradicio
nal se le ha dado en la formación y práctica antropológicas, no depende sólo
de su carácter de fuente de datos, de generador de base empírica. Hay una
mitología del trabajo de campo, que algunos intentan demoler, y es frecuen
te que se hable de él, jocosamente o no, como el ‘rito de paso’ del profesio
nal. Ahora bien, discurso sobre mitos y ritos de paso, ¿a cambio de qué la
Antropología renunciaría a tener los suyos propios? Por más que la legiti
midad de la Antropología de gabinete es incuestionable -y allí está, entre
otros, Mauss para reafirmarla aún más-, permanece la intuición de que ‘en
campo’ ocurre algo de difícil reemplazo. Intuición oscura, cuya formulación
objetiva, ‘científica’, tal vez esté condenada al fracaso. Ya que el trabajo de
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Uno. Notas sobre la identidad de la antropología
campo es una tarea artesanal, tan poco adaptable a reglas universales, tan
personal, se entenderá que lo que sigue es una reflexión idiosincrásica.
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! Esto ocurrió en Madrid, donde fui visitado por un pai-de-santo del Candomblé. La ofensa en
concreto eran los ataques continuos (verbales y hasta en una ocasión físicos) que sufría yo por
parte de una anciana perturbada (para no decir ‘vieja loca’) que vivía en la primera planta de
un viejo edificio en el que yo ocupaba la segunda. Durante su permanencia en mi casa, el pai-
de-santo no sólo presenció alguna de estas escenas, sino que también fue objeto de un trata
miento similar. Doy estos detalles para que se entienda mejor lo que voy a decir, que refleja
a la perfección el sentido de buena parte de las acciones de hechicería, al menos en Brasil. La
propuesta de represalia mística tenía dos ofertas alternativas: cagar junto a la puerta de mi
vecina y ponerle silicona a su cerradura.
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Uno. Notas sobre la identidad de la antropologia
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6 En mi campo de estudio ha habido, sí, aprovechamiento hasta el exceso por parte de los
agentes del Candomblé -y del Candomblé como totalidad- de los trabajos de los antropólogos
que estudiaron el culto a partir de los años ‘40, para obtener una legitimidad que les había
sido vedada hasta el momento (cf. Giobellina Brutnana, 1994: 25-36). No es casual, por cier
to, que cuanto más apologéticos eran los textos de estos estudiosos, menos certeros eran en la
descripción e interpretación del culto.
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muchas veces -pienso más que nada en el tipo de trabajo con sectores su
balternos de nuestra sociedad al que más y más nos abocamos- como
remedo alternativo y condenatorio de aquél del que se nos supone porta
dores o participantes. La obcecación en esa producción de sentido contra
todos los impedimentos es, a mi entender, lo que nos atrapa, aunque al
mismo tiempo los contenidos explícitos de ese sentido nos resulten a me
nudo deplorables (pensemos en las ablaciones clitoreanas realizadas por
mujeres subsaharianas a sus hijas).
El investigador sabe que el mundo construido del que trata de dar
cuenta en sus trabajos es, en gran medida si no de manera total, conse
cuencia de la inferioridad social, de la injusticia, de la explotación, de la
marginalidad a las que, por una u otra vía, se ha condenado al grupo estu
diado, y puede, sin duda, dar testimonio de ello, denunciarlo en sus escri
tos. Pero, en real conciencia, ¿renunciaría a la existencia de ese mundo, y
a la comprensión que bien o mal va logrando de él, a cambio de una su
peración de las condiciones sociales que sabe están en su base 7?
Por cierto, el dilema no existe, o sólo existe como mala conciencia. No
está en manos del científico social cambiar una cosa por la otra; mejor, el
científico social, como tal, no tiene manos, sólo oídos y ojos. Cuanto más
fiel es a su ciencia, cuanto más profundamente descubre los mecanismos
que constituyen la ‘real ilusión’ (Mauss), más ‘inútil’, más alejada de la
dinámica de los agentes, menos capaz de ser apropiada por éstos.
3. El universo de la palabra
’ En mi propio trabajo, la riqueza simbólica que he encontrado en las religiones que he inves
tigado en el Brasil, el juego de astucias alternativas y de compromiso que he creído encontrar
en Umbanda y Candomblé, ¿las supondría resignables en trueque de la opulencia del país que
ha sostenido financieramente la mayor parte de mis investigaciones, la gris Suecia a la que
veo al borde de la anomia, la desintegración social y, más que nada, el tedio?
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8 La crítica de Lévi-Strauss a Propp, respondida por éste con tanta amargura, da en el clavo
de su impropiedad teórica: un formalismo que ahoga la intuición estructural. Gutiérrez Es-
tévez (1985) ha intentado cabalgar por tierras míticas con dos corceles dispares, Lévi-Strauss
y Greimas. El formalismo del segundo empobrecía el resultado del análisis.
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Uno. Notas sobre la identidad de la antropología
’ Leger y Florand (1985) analizan un mismo fragmento de una entrevista empleando dos
metodologías de análisis de contenido, el análisis proposicional del discurso y el análisis de
relaciones por oposición. Es difícil decidir cuál de ambos es más estéril; ninguno de los dos
aporta elemento alguno a la comprensión de la entrevista, por otra parte de mucha riqueza
inmediata. Este tipo de ejercicio escolar, que he tomado de un tratado sobre la Entrevista edi
tado por Alain Blanchet, muestra hasta dónde los abordajes semiológicos han perdido pie.10
10 En ‘Los lugares de lo sagrado’ (Giobellina Brumana, 1997 [1985]) he intentado el análisis
de unos pocos fragmentos del discurso de una entrevistada -una agente religiosa-. Más allá
del interés de sus resultados, lo que allí se planteaba era a) que en determinadas circunstancias
el discurso se rige por una lógica propia que dice algo diferente -y hasta contrario- a los pro
pósitos explícitos del emisor y, b) que esa lógica diseñaba el campo desde el cual el discurso
era emitido. En otras palabras, lo que subyacía al discurso analizado y, con mayor amplitud,
a la matriz de la que era efecto, era una sociología salvaje, una teoría de la sociedad produci
da desde los sectores marginales de la misma.
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4. Retórica y escepticismo
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lias y la intervención del autor, así como otras similares, son decisiones re
tóricas entre otras muchas que apuntan a la eficacia textual, a la idea que
se tenga de la labor etnográfica, al tema específico sobre el que se traba
ja, etc. No remiten, desde mi punto de vista a una cuestión ética relativa al
poder que el observador impone al grupo estudiado. Textos dialógicos o
polifónicos no evitan -como ya apuntan algunos representantes del
desconstructivismo antropológico- el hecho de que el producto final sea
decidido por el autor y/o por la red institucional (académica, editorial) en
la que éste está inmerso. La autoría plural o bien es una ilusión, o bien es
lo que siempre ocurre en toda escritura etnográfica, en la medida en que
es impensable un informe que no tenga como fuente privilegiada la pala
bra nativa, aparezca o no entrecomillada.
La experimentación con la escritura etnográfica es, por cierto, una
buena señal de renovación. No lo es tanto si se supone que se trata de pro
ducir un nuevo canon textual, tan rígido como los anteriores, peligro sobre
el que también advierten algunos escritores ‘postmodernos’. Pero el ries
go mayor proviene del punto exacto sobre el que ese experimento se lleva
a cabo. Escritos como el de Rabinow sobre su trabajo en Marruecos, sin
dudas atractivo, no introducen novedad apreciable respecto a libros de
antropólogos como Maybury-Lewis (1965) o Landes (1967 [1947]), o a
memorias no destinadas en principio a su publicación como las de Mali
nowski. Esto es reconocido, al menos en parte, por esta corriente que
busca afanosamente precursores a sus actuales intentos; pero, de esa
manera, al mismo tiempo que buscan legitimidad por la tradición, la pier
den como innovadores."
Ahora bien, este tipo de trabajo tiene, por así decir, un carácter com
plementario a lo que hasta ahora se suponía labor central del antropólogo:
dar cuenta de aquella realidad ajena que le había hecho abandonar por un
tiempo la propia. El propio texto de Rabinow ha aparecido tiempo después
de la publicación de su tesis de doctorado (cf. Cátedra, 1992). La intención
programática de convertir esa suerte de etnografía de la etnografía en re-
" Otro mecanismo es el de buscar una tradición diferente; ésta es, supongo, la razón de la
recuperación de autores mal recibidos en su momento por los círculos académicos, como
Condominas o Bateson. Ahora bien, ¿no es justamente el desorden expositivo de estos auto
res, que había chocado a sus críticos, lo que, por el mismo hecho de ser ‘desorden’, seduce a
los postmodemos? El gusto por la infracción, el gusto por el espectáculo de la infracción, es
una de las más pesadas herencias de Foucault.
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12 Hay que valorar el ‘escepticismo’ en toda su dignidad, como enseñaba Hegel. Pienso en un
escepticismo que una propedéutica científica esté obligado a elaborar y reabsorber, que no
puede ser dejado de lado. El escepticismo de Hume con relación a la síntesis kantiana, p.ej.,
no el de los sofistas con relación a Platón; el desarrollo del pensamiento exigió la absorción
del primero y la eliminación del segundo.
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DOS
DEL SABER ANTROPOLÓGICO
Vico, al igual que Hobbes, pensaba que a los hombres les es más fácil
conocer lo que hacen -la Historia, la Sociedad, la Cultura, también las
Matemáticas- que aquello -la Naturaleza- que no han hecho. Desde hace
mucho tiempo sabemos que esa era una vana ilusión. Cualesquiera que
sean las matizaciones de las últimas corrientes epistemológicas, las cien
cias de la Naturaleza -las ciencias ‘duras’- han logrado un status al que no
han accedido ninguno de los discursos sobre las realidades humanas.
Es que ‘el hombre’ no existe; siempre es otra cosa, más allá o más acá.
Entre las prácticas y representaciones humanas, por un lado, y los resortes
de estas instancias, se abre un hiato, una distancia, una diferencia. Esa
diferencia del hombre consigo mismo es sobre lo que operan todas las
disciplinas sociales y/o humanísticas en el sentido más lato de la palabra,
desde la Economía a la Lingüística, desde la Sociología al Psicoanálisis, y,
de una manera más radical y totalizante -esa es al menos mi esperanzada
apuesta-, la Antropología.
Si hay algún acuerdo entre las diversas escuelas que anidan en esta
disciplina es el de que toda representación social explícita o implícita
sobre sí, sobre actos y producciones, sobre el mundo, exige, para formar
parte del discurso legítimo de la Antropología, una segunda representa
ción, no importa que denominación se da esta duplicidad (‘emic/etic’,
‘modelo operativo/ modelo cognitivo’, etc.). La labor antropológica no se
limita a describir los principios que ordenan un universo social y cultural
para sus actores, sino que debe dar razón de ellos.
Cuando esto no ocurre, cuando el investigador intenta dar a una
categoría ‘nativa’ valor heurístico, se supone que su discurso ha caído en
una trampa que lo invalida, la ‘trampa del nativo’. Tal vez sea ésta, re
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Dos. Del saber antropológico
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Dos. Del saber antropológico
dorada, pocos pensaban que hubiese sitio para una labor equiparable, la
recopilación analítica y comparativa de centenares de mitos, como la aco
metida por Lévi-Strauss desde 1964 a 1971, sin contar con esa suerte de
apéndice a las Mythologiques que es La potière jalouse.
De la decadencia de la monografía, los antropólogos han caminado en
dos direcciones divergentes. En una, ampliando la perspectiva; el tema no
es ya la comunidad como tal, sino su enlace con un entorno regional, con
tinental o mundial que ha modificado de manera radical la realidad previa
a su ingreso en el mercado mundial. El tema ya no es tal grupo, sino la
forma en la que el colonialismo o el imperialismo lo ha sojuzgado, las
condiciones que toma esa subalternidad, las alternativas de resistencia que
el grupo asume; quizás La paix blanche de R. Jaulin sea uno de los más
evidentes ejemplos de este tipo de empresa. En la otra, reduciendo los
objetivos y trabajando no ya sobre la totalidad del grupo, sino sobre algu
no de los elementos de su cultura.
Los recortes temáticos no pueden ser juzgados o decididos a priori.
Los bancos de tesis o los índices de las revistas antropológicas muestran
una variedad que sería difícil -y no sé si útil- catalogar. Nuevos cruces,
nuevas perspectivas, nuevos intereses, así como el regreso de otros hoy
abandonados, vendrán aún a volver más complejo el panorama. Esa es la
riqueza y la fuerza de la disciplina.
Con todos estos elementos en vista cabe ahora plantearse el status
epistémico del la Antropología. ¿Hay algún tipo de universalidad a la que
ésta pueda aspirar o, por el contrario, su espacio de operación la ciñe a lo
particular? En otras palabras, ¿es, o puede llegar a ser, una ciencia, o remi
te a un saber de otro tipo? No es ésta una cuestión puesta de moda por los
desconstructivistas; ha sido desde siempre, al menos desde Boas, un inte
rrogante clave de la disciplina. El propio Evans-Pritchard (1978 [1962]:
19) se lo planteaba en los años ‘50, tras la evidencia del fracaso de su
maestro Radcliffe-Brown, y terminaba optando por una Antropología
escorada hacia las humanidades, alejándose así de la tentación de formu
lar leyes sociales y culturales.
Tanto Radcliffe-Brown cuanto Lévi-Strauss han propuesto colocar a la
Antropología dentro de las ciencias naturales. Cada cual lo ha hecho a su
manera, desde perspectivas bien diferenciadas, pero con logros similares.
El antropólogo británico lo planteó como una tarea para la cual la
Antropología Social estaba madurando mediante la acumulación de infor
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Dos. Del saber antropològico
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acepción que parece haberse puesto otra vez de moda-, sino la perspectiva
clásica por la que la formulación de algún tipo de universales, invariables
culturales o juegos de oposiciones reveladores, etc., se hace posible por el
cotejo de distintas realidades sociales. En el primer caso, se piensa en la
Antropología como en una traducción cultural; no se sale de distintos cen
tros entre los que se establece una suerte de puente, de mundos subjetivos
en una triangulación que une al nativo, el etnógrafo y su lector. En el
segundo, se abre el campo a la ciencia, a la objetividad, a la descentración.
Esta declaración es más bien programática y su supuesto opti
mismo no debe hacer olvidar las dificultades que encierra. Dificultades
que se concentran en una única cuestión: ¿qué se compara? En otras pala
bras, cuál es el nivel de abstracción que se considera legítimo para que, por
un lado, las diversas realidades puestas en liza no pierdan su especificidad,
su valor en el contexto del que han sido tomadas, y, al mismo tiempo, para
que sean unidades homogéneas entre sí. Mapas universales como el de
Murdock parecen mecanismos inutilizables a fuerza de aprisionar los
datos en un lecho de Procusto. Pero, por el contrario, la multiplicación de
definiciones de ‘matrimonio’ en Leach, en extremo empiristas, amenazan
con hacer estallar toda construcción teórica sobre parentesco. La falta de
consenso respecto al nivel de abstracción ha llevado a polémicas tan
estériles y aburridas como la de Lévi-Strauss y Needham sobre la alianza
con la prima cruzada patrilateral y su carácter prescriptivo o preferencial.
&
De todas maneras, y contra los ataques y desmitificaciones que
periódicamente sufre la práctica etnográfica, la antropología nace y rena
ce en la labor solitaria del trabajador de campo, en las selvas de Guyana o
en la lonja de Barbate, en los barrios marginales de Sao Paulo o en la cam
piña normanda. Reflexiones como la aquí propuesta ni empañan el goce
del contacto con el otro ni alivian la fatiga del comercio con él. Son ‘sen
das perdidas’, pequeños intervalos en la producción de un conocimiento
que está ahí, fuera de cualquier duda que deba acometernos.
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B
DE GABINETE
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TRES
LA HECHICERÍA Y SUS SENTIDOS
1 “El hechicero es como la Artesiana” -palabras de Marc Auge que me complacía yo en citar-
“se habla mucho de él, pero nadie lo ve”. También me regocijaba sobremanera una adverten
cia de Metraux (1958: 243): “Es superfino decir que jamás he sido invitado a un conjuro
mágico o a un encantamiento. Los trabajos que he visto han sido de magia blanca. Debo todos
mis testimonios sobre este asunto a diversos informadores.”
5/
Sentido de la antropología m sopijuas so| ap ei6o|odojjuv
ausente, producto de las pesadillas de una sociedad; otro, el del orden con
ceptual que debe ser producido en todo lugar social (con un papel para el
brujo presente), es el bosquejado con cierta timidez por Lévi-Strauss.
De una forma titubeante e insegura, en distintos trabajos he esbozado
la fusión de ambas perspectivas, o, mejor, la absorción de la primera por
la segunda, de la sociología por la semiología, si se quiere. En el trabajo
que ahora presento la seguridad no ha aumentado, si no ha disminuido;
intento, sin embargo, ordenar los papeles, sistematizar los resultados de
lecturas, experiencias y escrituras en un campo abierto, el del sentido de
la hechicería.
1. El brujo ausente
2 Se podría llegar a pensar que la absorción de las creencias en la hechicería acabó la tarea de
constitución de la antropología como disciplina autónoma, que había sido iniciada por los
estudios del parentesco de Morgan. En un caso como en otro, cobraba un sentido lo que hasta
el momento parecía carecer de él.
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Tres. La hechicería y sus sentidos
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Sentido de la antropología /// soppuas so| ap ei6o|odojjuy
tiene sus ‘brujos’, pero éstos exigen las comillas porque son metafóricos;
tan metafóricos como los de la ‘caza de brujas’ del Senador Me Carthy, en
quien piensa Monica Wilson (1951:263) o Peter Fry (1979: 260) al seña
lar un tipo de chivo emisario contemporáneo.
&
La clave del enfoque de los antropólogos funcionalistas sobre el tema
es que, para ellos, el brujo no tenía realidad empírica alguna; no existía
más que como un fantasma, como la condensación de las ‘pesadillas
estandarizadas de un grupo’ en una persona, según la formula de Mónica
Wilson. El supuesto victimario de estos dramas es su víctima real. Nunca
se subrayará lo suficiente este hecho, determinante de la forma en la que
se trabajó y pensó sobre el tema durante décadas: la agresión mística tanto
cuanto el agresor son fantasías sociales6. No hay brujería, sino acusaciones
de tal. El foco de interés de los análisis antropológicos se centraba, pues,
en la razón de estas irrazonables acusaciones, razón que no podía encon
trase en otro lugar más que en las relaciones sociales entre quienes expli
can así sus males y aquéllos a quienes adjudican el habérselos provocado.
La forma específica en que se manifiestan en una sociedad estas
creencias operan, pues, como una suerte de instrumento para medir la ten
sión que permitiría al observador captar, con mucha más precisión que por
las declaraciones de los informantes, las áreas de conflicto del grupo. El
estudio de la brujería y la hechicería en una sociedad no es así otra cosa
que una herramienta oblicua del estudio de esa sociedad: “(...) estamos
justificados para estudiar estas creencias porque tienen concomitancias
sociales” (Marwick, 1967: 285). Es decir, el vínculo supuesto en un ata
que místico imputado esconde y expresa otro tipo de vínculo:
“Mientras que la relación entre el supuesto brujo o hechicero
y la presunta víctima es usualmente imaginaria, la que existe
entre el acusador y el supuesto hechicero o brujo es de la
mayor realidad” (ídem: 285).
6 Este punto ciego es constante en la antropología británica a pesar del reconocimiento virtual
de la hechicería hecho por Evans-Pritchard (1976 [1937]: 376): “(...) la diferencia entre la
hechicería y la brujería corresponde a la diferencia entre una supuesta actividad posible y otra
supuesta actividad imposible”.
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Tres. La hechicería y sus sentidos
mucho más posibles que otras. La tarea que surgió de este paradigma fue
la de establecer estas regularidades para cada sociedad. Algunos ejemplos
servirán para ilustrar tal procedimiento.
En el caso de los mesakin, un grupo matrilineal de Sudán estudiado
por Nadel, las acusaciones de brujería se establecen entre tio materno y
sobrino, grado de parentesco que, como se ha detectado desde al menos
los trabajos de Junod, tiene características muy peculiares y marcadas para
distintos grupos africanos. Los mesakin hacen trasmitir determinado tipo
de herencia -ganado vacuno- de un hombre al hijo de su hermana. De esta
herencia, y para determinados efectos, se realiza una suerte de adelanto, el
traspaso de un animal; esta costumbre provoca conflictos entre tío y sobri
no por más que no dé lugar a ambigüedades jurídicas. Esto tiene como
agravante una división de clases de edad poco articulada que hace que la
entrega de la cabeza de ganado tenga para el tío la connotación psicoló
gica de pérdida de vigor y juventud a una edad temprana (20/22 años). La
aceptación obligada de esta sesión lleva a que el sobrino, a su vez, adquie
ra sentimientos de culpa que supera acusando a su tío de brujería cada vez
que le sobrevenga una desgracia. El sentido contrario de la acusación es
en teoría aceptado por los nativos, pero no se registran casos en los que se
hayan producido.
Entre los kuranko, grupo patrilineal de Sierra Leona analizado por
Jackson, “la bruja es o bien una hermana o bien una esposa que, o ataca
directamente a su hermano o esposo, o ataca indirectamente al hijo de su
hermano o al hijo (o nieto) de su marido” (1975: 397). Esta línea de ame
naza deriva de la posición estructural ambigua de la mujer en esta socie
dad, dividida entre dos lealtades: a su anterior hogar paterno, a su actual
hogar marital.
Los cewa, grupo matrilineal al que Marwick (1964, 1967) ha dedica
do varios estudios, no parecen tener una categorización tan definida; al
menos eso es lo que muestran las estadísticas aportadas por el antropólo
go nombrado. De todos modos, es entre miembros de cada matrilinaje y
no entre éstos, que se producen las acusaciones. ¿Por qué? Porque, aunque
esta sociedad pueda mostrar otras formas de conflicto, aquellos surgidos
dentro de la matrilínea no tienen mecanismos objetivos de resolución
(arbitrio judicial, p. ej.) ni pueden ser expresados en forma abierta.
Ahora bien, las creencias en la hechicería no están ahí sólo para servir
de indicador social al observador, sino por necesidades internas de la
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Sentido de la antropología m sopguas so| ap ei6o|odoj}uy
Este modelo homeostático tuvo, por cierto, disidentes. Uno, por ejem
plo, proveniente no de la antropología, sino de la historia, señalaba que las
creencias en la brujería en la Europa de los siglos XVI y XVII cumplió un
papel revolucionario al apoyar el proceso de individuación que contrade
cía el tipo de cohesión social vigente en las aldeas:
“(la caza de brujas) sucedía dentro del contexto de la vida de
la aldea, donde había inmensas dificultades enfrentadas a
aquéllos que deseaban negar la existencia de los lazos de
vecindad. (...). No había código al que pudiera apelar una per
sona que quisiera cortar o reorientar sus relaciones. (...) La
persecución de las brujas, por lo tanto, puede haber sido prin
cipalmente importante como una fuerza radical que quebró el
modelo comunal heredado del período medieval”
(Macfarlane, 1970: 303).
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Tres. La hechicería y sus sentidos
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Tres. La hechicería y sus sentidos
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8 Retomando el último caso presentado, el de las autoacusaciones entre los effutu: la eviden
cia de que la brujería no se agota en la confesión, de que hay una brujería más allá de la
presuntamente ejercida por los auto-inculpados, está en el hecho de que el propio agente que
los cura sea él mismo visto como brujo: “(...) ellos tienen que ser brujos; nadie puede curar a
la gente de la manera que ellos dicen que hacen sin hierbas ni medicinas a no ser que sea un
brujo” (Wyllie, 1973:79).
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Tres. La hechicería y sus sentidos
2. El brujo presente
’ La ‘invisibilidad’ para el antropólogo del agente que actúa para dañar a otras personas es
índice, pienso, del lugar social que adquiere el primero en las comunidades en las que se
inserta para ‘observar participando’; recordemos, por ejemplo, la cita de Metraux inserta en
la nota n°l.
En mi caso me ha sido dado presenciar decenas de acciones rituales en las que el objetivo era
‘castigar a los enemigos, a los hijos de puta’, y algunas veces he sido invitado a aprovechar
la ocasión para castigar a los míos propios. En algunos casos, estas acciones eran disfrazadas
muy ligeramente como actos de anti-hechicería, dejando suponer que se trataban de respues
tas a agresiones emprendidas por quienes eran blanco de los rituales. En otros, la operación
era emprendida sin ninguna excusa.
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Tres. La hechicería y sus sentidos
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12 M. Douglas, en su breve pasaje por la caza de brujas de los siglos XVI y XVII, llega a dos
conclusiones:
a) que la creencia de las elites intelectuales de la Europa occidental derivaba de su propia
inseguridad social, de su lugar mal definido en las cortes: “Estos eran los intelectuales que no
supieron sacudirse de encima las creencias en la brujería. Lógicamente aquellos inseguros
competidores en su aspiración a las prebendas vieron el universo como una reproducción de
su sociedad” (1976: 62).
y b) que fueron estas elites las que impusieron el fantasma de la agresión mística en el resto
de la población:”La experiencia de la inseguridad, caprichos humanos y competencia desleal,
propia de los humanistas, se extendió al resto de la población” (1976: 63).
Como queda claro en el cuerpo del texto, mi posición es exactamente la contraria a esta supre
sión de distancia, de mediación, entre la situación de los intelectuales y su respuesta ‘su
perestructura!’, a la suposición de que su visión del mundo no era más que una reproducción
directa de su situación social.
13 En el prólogo de su libro sobre los juicios de hechicería en la Francia del siglo XVII,
Mandrou dice que la bibliografía crítica sobre la cuestión atestaría al menos tres gruesos
volúmenes. La lista de mis lecturas, por el contrario, apenas alcanzaría uno o dos folios. La
composición de lugar que me he hecho y que formulo en las páginas que siguen está basada
en un puñado de obras cuya crítica documental no estoy en condiciones de realizar. Mandrou,
Guinzburg, Trevor-Roper, Henningsen, Cohn, Baroja, Lamer, Macfarlane, Thomas, son los
principales autores por los que me he guiado; en beneficio de la comodidad de la lectura, he
preferido minimizar las citas.
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Tres. La hechicería y sus sentidos
Este brujo era, ante todo, quien había firmado un pacto con Satán; era el
agente de un poder que amenazaba con dominar al mundo -y que usaba al
brujo como un medio para lograrlo-, poder que invertía de manera absoluta al
del Bien, al de Dios. Esta oposición total se expresaba en la imagen de este
brujo, cuyas prácticas eran el reverso de las de la liturgia católica: la misa
invertida, el sortilegio maléfico, la utilización maligna de objetos sagrados
(cruces, hostias, etc.), muestran que el brujo es un reflejo invertido del hombre
de Iglesia, de la misma manera que el Diablo es la imagen invertida de Dios.
Es esta figura, la del nuevo Diablo, la que sí es introducida por cléri
gos y eruditos entre los sectores populares, ya por la prédica desde los púl-
pitos, ya por la multiplicación de imprentas que publican textos en lengua
vulgar. El desarrollo y banalización de la figura de Satán están ligados a
una mudanza en la demonología cristiana. Se pasó de un Demonio inma
terial que ejercía su influencia en los hombres por ensueños y tentaciones
subjetivas, a uno de materialidad absoluta.
Asistimos entonces a dos discursos paralelos sobre brujería. Uno, el
que siempre había existido en las aldeas y que hasta entonces no había
encontrado eco, sino todo lo contrario, en la teoría y en la práctica de
Iglesia y Estado; otro, el que se gestó en ese momento en el seno de estas
instituciones. Esta duplicidad es la que ha dado lugar a interpretaciones
encontradas de la ‘witch-craze’. Según una, sostenida p.ej. por Trevor-
Roper (en cuyo trabajo, por otro lado, se basa M. Douglas) centrada más
que nada en el discurso erudito, la caza de brujas es, esquemáticamente,
una persecución religiosa montada desde la superestructura. Según la otra,
mantenida por Macfarlane (que analiza con perspectiva antropológica los
acontecimientos de las aldeas de Essen en este período) es la propia diná
mica lugareña lo que estaba por detrás de los juicios de brujería14.
14 De todos modos, resultan algo dudosas las interpretaciones calcadas de las de la antropología fúncio-
nalista hecha por Macfarlane. ¿Cómo saber realmente que ha habido brotes de caza de brujas en tal o cual
época si lo único que tenemos como prueba es la intervención oficial en las aldeas? Los archivos judi
ciales nada nos dicen sobre lo que ocurría en el ámbito popular respecto a la brujería en tal o cual época,
sino, de manera exclusiva, cuál ha sido la actitud de la judicatura al respecto. Christina Lamer (1984:22)
piensa lo mismo: “Hay tres partes en un juicio por brujería: el acusador, el acusado y el juez; el papel de
este último es lo que se tiende a dejar de lado en las explicaciones que apelan a las tensiones sociales”.
Hay aquí otra cuestión de tipo metodológico. Para un antropólogo que tiene en sus archivos un par de
miles de páginas de transcripciones de entrevistas, es acongojante la miseria documental sobre la que
muchas veces el historiador basa su labor. Frente a una cuestión por completo diferente, y en un período
anterior, véase en el delicioso libro de Duby (1992:47 ss) una lección de lectura de un manuscrito.
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Sentido de la antropología /// sopijuas so| ap Bj6o|odojiuy
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Tres. La hechicería y sus sentidos
amenazado es el propio orden del universo, mucho más allá de sus propias
personas nunca puestas en cuestión. En otras palabras, si en lo primero
estamos frente a la dinámica micro-política de una sociedad civil, en lo
segundo, lo que sale a luz es una cuestión macro-política, una cuestión de
Estado: dos ámbitos heterogéneos de orden y desorden.
Ahora bien, si el desorden aldeano podía ser absorbido -como lo fue
antes y después de este período- por la articulación de una serie de instan
cias propias, si este desorden no era más que un momento del orden, la
‘alianza’ entre ideología erudita y popular hizo estallar el sistema17. Quien
se consideraba víctima de la hechicería no tenía ya a su disposición los
instrumentos tradicionales y subalternos de reparación, sino los nuevos y
eruditos de represalia. La detección del agresor místico no era ya un
momento de la curación, un eslabón de un proceso autónomo y oculto a la
mirada de ‘los de arriba’, sino una parte de una guerra que éstos sostení
an contra sus propios fantasmas, guerra en la que los muertos la mayor
parte de las veces los pusieron otros, los ‘de abajo’, en una hoguera que
iluminó macabramente a Europa durante doscientos años. De aquí, dos
cosas.
La primera. Este siglo, el nuestro, ha sido rico en muestras de guerras
entre fracciones eruditas en las que al menos uno de los contrincantes ha
tenido como ejército voluntario a sectores subalternos. Este no fue el caso
de la witchcraze. Cuando la inercia retórica de la máquina puesta enjuego
amenazó con desembocar en esto, todos se pusieron de acuerdo en parar
la. Este momento límite fue, al menos en Francia, el de los juicios de Aix,
Loudon y Louviers18.
En estos procesos sensacionales, se produjo una mudanza del código
usado hasta el momento. El Diablo ya no aparecía sólo en el discurso
arrancado en el potro y amoldado en los breviarios demonológicos de los
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Tres. La hechicería y sus sentidos
4. Brujo en sistema
Entre los azande estudiados en los años ‘30 por Evans-Pritchard se
diferencian dos tipos de amenaza mística provenientes de seres humanos:
una no depende de la voluntad de la persona que la produce, es hereditaria
y se origina en una substancia física oculta en su cuerpo; la otra es volun
taria y se consuma por la manipulación de ciertos objetos, medicinas.
Evans-Pritchard tradujo el término nativo empleado para nombrar a la pri
mera como witchcraft (‘brujería’) y el usado para la segunda como sorcery
(‘hechicería’)20.
Esta oposición entre un poder dañino ejercido de manera involuntaria
y uno voluntario cautivó la imaginación de los antropólogos británicos
durante décadas. De todas formas, ni siquiera en la forma establecida por
los continuadores de Evans- Pritchard las cosas estaban claras. Este esta
do de confusión llevó a que Turner (1980 [1964]: 124) intentase mostrar,
ante todo, que la división w./s. no sólo no era la antítesis universal en la
que se la había convertido, sino que se trataba de una excepción; en segun
do lugar, que algunos autores estaban utilizando esas categorías en forma
errónea y, a veces, inversa; por último y como conclusión, que el ‘para-
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ÉXITO FRACASO
A
U
T + mana hechicería
O
R
I
D
A - baraka brujería
D
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Tres. La hechicería y sus sentidos
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Diagnóstico Punición
del príncipe
oráculos de
particulares
exorcistas
exorcistas
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Tres. La hechicería y sus sentidos
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Sentido de la antropología m sopijuas so| ap ei6o|odoj}uv
que un médico inglés diagnosticase como tal, este autor subrayaba el ca
rácter social, cultural, de la dolencia; su definición varía de sociedad en
sociedad. Los cochiti clasifican las enfermedades en dos grupos: aquellas
‘naturales’ de jurisdicción de la medicina oficial y las provocadas por bru
jería. Las segundas se dividen entre las que son agudas y las que no lo son.
Estas últimas son encaradas con una especie de ‘terapia de clan’ por medio
de la cual el enfermo es adoptado por un clan y readaptado a la sociedad.
Las primeras son objeto de las prácticas de asociaciones de cura
especializadas según el tipo de caso. Veamos rápidamente como operan.
La división entre agresión mística voluntaria e involuntaria no es
demasiado clara entre los cochiti. Sí lo es la que hay entre las dos posibles
formas por las que los brujos provocan daño: o bien arrojan objetos den
tro del cuerpo de la víctima, o bien roban su corazón. Según el diagnósti
co sea uno u otro, los curadores “deben succionar los objetos del cuerpo o
recobrar el corazón luchando contra los brujos” (1967: 265). El primer
caso, de menor gravedad, requiere la intervención de sólo un miembro de
la asociación de cura; el segundo, la de la asociación en su conjunto. En
este último caso se ve con mayor claridad el principio en el que se basa la
acción terapéutica.
En una ceremonia que dura hasta ocho días, la asociación dramatiza
una lucha contra los brujos cuyo resultado está hasta último momento en
duda, lo que aumenta el temor y la ansiedad del paciente. Es decir, la prác
tica curadora opera por un reforzamiento límite del código en el que el
diagnóstico ha sido efectuado. La victoria final de los miembros de la aso
ciación sobre los brujos y la recuperación del corazón del cliente se con
vierte para éste en una victoria sobre su enfermedad y en la recuperación
de su salud.
Trabajos como el de Fox avalan la hipótesis de que la amenaza místi
ca nunca se presenta sin una contrapartida defensiva. Como dice Metraux
(1958: 238): “Al menos, la magia tiene la ventaja de ser un mal contra el
que el hombre no está totalmente impotente”. En otras palabras, no hay
hechicería o brujería sin una instancia que la combata y permita paliar los
supuestos daños que ésta provoca.
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Tres. La hechicería y sus sentidos
5. El sentido de la hechicería
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Sentido de la antropología /// sopijuas so| ap ei6o|odojjuv
se reorganiza la aflicción del paciente no pasa tanto por nombrarla, por dar
a ésta un nombre -estableciéndose en un plano atómico de la significa
ción-, sino por narrarla, por integrarla en una historia, en un relato23. La
terapia mística, pues, convierte al paciente y a su daño en protagonistas de
un relato; de esto deriva su eficacia. Pero esto no es todo.
La acción de hechicería narra por medios rituales lo que ha de suce-
derle al blanco de la agresión, de la misma manera que el ritual de
anti-hechicería relata en forma invertida la acción del ofensor para así
borrar sus secuelas. Al mismo tiempo, existe una contrapartida a los dis
cursos prácticos; el relato vivido en las acciones y reacciones de la
hechicería tiene su expresión explícita en el relato hablado. Este plano
verbal es el de una infinidad de discursos, más mutilados algunos, más
plenos otros, emitidos por víctimas, por verdugos, por testigos, por todos
aquéllos, en fin, que hayan tenido, que piensen haber tenido, algo que ver
a Simplifico, por cierto, mi planteamiento. El propio título del escrito citado en la nota ante
rior, La metáfora rota, indica un elemento clave de la producción de efectos corporales que
aquí elido, el de la opacidad de la referencia de significación entre el desarreglo del paciente
y la narración práctica que cura. Se trata de
“(...) una acción en la que (la etiología de la aflicción) sea un referente significado y en la que
la huella de la significación quede borrada, un discurso práctico y/o una práctica discursiva de
un plano diferente a aquél en el que la historia ha sido contada, cuyo lazo con ella es hecho
invisible” (Giobellina Brumana, 1997: ).
El carácter narrativo de la acción mística aparece también en los resultados de otros investi
gadores.
Bleek ha intentado desplazar la cuestión de las líneas por las que la antropología británica
había pensado la cuestión, movido por la perplejidad que le causaba el hecho de que las
acusaciones “tienden a ocurrir entre parientes muy próximos” (1976: 529). Esta concentración
de las acusaciones es uno de los elementos que permite incluirlas dentro de la categoría de
cotilleo y abordarlas desde esa perspectiva (cf. Handelman, 1973). Su caso específico, un
grupo de Ghana, los kwalu, revela que: 1) la acusación no traduce necesariamente un con
flicto social -puede haber conflicto sin acusación y acusación sin conflicto-, y, 2) el acusado
no pertenece a un estamento social inferior, sino superior. Mucho más interesantes que estas
diferencias con la ortodoxia, desde mi punto de vista, son algunas de las observaciones de
Bleck, por desgracia poco desarrolladas. Ante todo, la ubicación de la acusación de agresión
mística dentro de lo que es una forma específica de discurso, el cotilleo. Además, la indi
cación de que la explicación proporcionada por la brujería no sólo brinda una ‘explicación so
cialmente relevante’, como suponía Evans-Pritchard, sino ‘una explicación dramática y exci
tante’ (1976:536), implícita en la ‘manera teatral’ en la que se expone la acusación.
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Tres. La hechicería y sus sentidos
24 “La mitología (...) ha sido rebajada al nivel del comadreo, de los chismes de aldea; se intere
sa menos en la vida personal de los espíritus que en sus relaciones con los fieles Su leyenda
dorada está formada por relatos de una uniformidad fastidiosa. La mayoría tiene por tema bien
las intervenciones de los loa (espíritus) en favor de sus servidores, bien los castigos que infli
gen a quienes los descuidan” (Metraux, 1958: 81).
Ya Mauss (1950:78) había advertido que “(...) aunque la magia tenga mitos, éstos son muy
rudimentarios, muy objetivos, relacionados únicamente con cosas y no con personas espiri
tuales. La magia es poco poética, no ha querido hacer la historia de sus demonios”.
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Tres. La hechicería y sus sentidos
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26 La sociologización de esta hipótesis puede ser inmediata, cualquiera que sea la ventaja que
así se obtenga. En ese texto inédito mío al que ya he hecho referencia se afirmaba algo que
hoy no me parece falso pero sí secundario:
“Los distintos tipos de modelo reducido de la realidad que diferentes pensamientos y prácticas
míticas construyen tienen una heterogeneidad cuantitativa que produce un salto cualitativo,
como dirían los viejos dialécticos. En otras palabras, a pesar de que lo que se llama ‘magia’ y
lo que se llama ‘religión’ son, en un plano, sistemas equivalentes o indiscernibles, existe otro
plano en el que la diferencia es marcada y evidente. Aun cuando todo sistema místico com
porte elementos ‘religiosos’ y ‘mágicos’ en distintas proporciones, existen polos definidos
tanto en términos de la naturaleza de los sistemas cuanto de los lugares sociales de su emisión
y/o consumo, aunque no haya un punto claro de ruptura entre ambos. Cuanto más eruditos y
centrales sean los sistemas conceptuales en juego más indeterminado será el sistema consti
tuido, más espacio habrá entre sus distintas piezas, menos manipulable será. Cuanto más
periféricos, cuanto más subalternos, más mecánico será el sistema, más próximos estarán sus
componentes de manera tal que lo producido en un punto del mismo producirá efectos en cual
quier otro punto. Es decir, no habrá espacio entre sus componentes, más determinada será cual
quier acción y, por lo tanto, más manipulable será el sistema. Por detrás de esto, se podría ver
un mecanismo compensatorio que da más control místico de la realidad a quienes menos con
trol empírico poseen sobre ella; aquéllos que la controlan ‘de verdad’, menos necesidad tienen
de sujetarla simbólicamente”.
27 Los narradores eruditos pueden tomar conciencia del vínculo entre su arte y la magia
ajena, al menos como programa propio. Veamos unas palabras de Octavio Paz (1974:51) en
respues-ta a un cuestionario de André Bretón sobre el 'arte mágico':
"(...) volver a la magia no quiere decir restaurar los ritos de fertili-dad o danzar en coro para
atraer la lluvia, sino usar de nuevo los pode-res de exorcismo de la vida: restablecer nuestro
contacto con el todo y tomar erótica, eléctrica, nuestra relación con el mundo. Tocar con el
pensamiento y pensar con el cuerpo" (énfasis de O. P.).
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Tres. La hechicería y sus sentidos
28 “(...) no definimos la magia por la forma de sus ritos, sino por las condiciones en las que
éstos se producen y que marcan el lugar que ocupan en el conjunto de los hábitos sociales”
(Mauss, 1950 [1903]: 16).
M “Se puede decir que (...) los poderes mágicos han sido definidos topográficamente. (...) el
mago tiene, en cuanto tal, una situación socialmente definida como anormal” (Mauss, 1950
[1903]: 23-24).
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Sentido de la antropología /// sopijuas so| ap ei6o|odojju\/
tancias místicas habían visto sus antecesores30. Mostrar que las prácticas
místicas poseían una eficacia simbólica fundamentada en una categoría,
en un componente del ‘esqueleto del entendimiento’, era ya un logro sufi
ciente.
‘Trasmisión de fuerza + ámbito diferencial’, he aquí, pues, el punto de
partida y de llegada en la exploración maussiana del significado de las cre
encias y prácticas mágicas. He aquí también el punto donde Lévi-Strauss
(1950: XLIV ss.) se enfrenta a su maestro putativo. No nos basta, dice
aquél, la mera referencia a una categoría; hay que bucear en su índole
semántica.
Se desencadena aquí uno de los pasajes más ricos -aunque menos
aprovechados- de la escritura levi-straussiana que postula la abrupta irrup
ción adámica de la significación y el surgimiento, de una vez para siem
pre, de una masa de significantes sin una masa de significados que le
correspondan bi-unívocamente; esta disparidad deja así un margen va
cante de significación no cumplida, el significante flotante. Existen, de
esta manera, términos sin significado que cumplen la función de represen
tar al mismo tiempo que absorber tal contradicción. Mana o hau se iden
tifican por pertenecer a esta clase de términos, en el plano más general,
aunque puedan diferir en planos más concretos.
Ahora bien, lo único que este abordaje revela es que nociones de este
tipo significan, más allá de lo que legítimamente les es debido. Nada avan
za sobre los campos específicos abiertos por esos remedos de significa
ción, nada sobre aquello de lo que quieren hablar sin poder en verdad
hacerlo.
El punto que permite salir de este nivel de abstracción es un
complemento a algo dicho páginas atrás cuando discutía la concepción
lévi-straussiana sobre terapia mística. La sobresignificación no se produ
ce en el eje paradigmático ‘significante/significado’, sino en el sintagmá
tico de la narración. Es en ese sentido en el que puede verse a la produc
ción mística, a la magia, a la hechicería, a la contra-hechicería, como “el
50 Más allá de la enorme erudición puesta en juego en la tarea, tanto en este texto como en
otros recogidos en la recopilación de Karady, la semejanza y diferencia entre ‘religión’ y
‘magia’ podía ser formulada de una manera muy sintética, como lo muestra este resumen del
curso de 1903-1904 de la Ecole des Hautes Études: “(...) se ha concluido provisoriamente que
la magia es un fenómeno religioso, pero que se distingue de la religión propiamente dicha en
que es inorgánica y no está determinada de manera obligatoria” (Mauss, 1974: 390).
82
Tres. La hechicería y sus sentidos
31 Supongo que tanto la idea de totalidad cuanto la de sujeto son exigencias simbólicas, hechos
de sentido, no de conocimiento. Supongo también, por lo tanto, que una Sociología que se
base en esas categorías -y no que las estudie como objeto de conocimiento- está aún presa del
pensamiento mágico, no ha dado su ‘corte epistemológico*. Como se ve, es mucho suponer y
no es éste el lugar adecuado para mayores desarrollos.
83
CUATRO
LA IDENTIDAD Y SUS SEÑAS
Ludwig Witgenstein
“Identidad, esta difícil evidencia”
Carlos R. Brandao
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Sentido de la antropología ni soppuas so| ap ej6o|odo4uv
1 En mis propios trabajos sobre religiosidad popular brasileña he hablado de los instrumentos
mediante los cuales los sectores subalternos elaboran formas específicas de identidad (cf.
Giobellina Brumana y González Martínez, 2000 y Giobellina Brumana, 1994). En tales apro
ximaciones no había ningún intento de definición del término. En mi libro sobre clasifica
ciones (1990: 18) el tema era explícitamente descartado por las desordenadas perplejidades
que me provocaba.
86
Cuatro. La identidad y sus señas
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Sentido de la antropología /// sopijuas so| ap Bi6o|odojiuy
2 Dejo de lado las discusiones, mucho más interesantes que éstas, de pensadores como
Abelardo. Es indudable, sin embargo, que una historia filosófica de ‘identidad’ no podría
ignorarlas.
’ Estos son los trabajos que he consultado para la elaboración de este texto, en los que se
encuentra numerosa bibliografía adicional: Lewis, 1984; Parfit, 1985; Perry, 1984;
Shoemaker, 1986. Dejo de lado, entre otras cosas, la crítica del Witgenstein del Tractatus...
a la pertinencia de '=’ en los Principia... de Russell, de la que he tomado el epígrafe que
encabeza este artículo.
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Cuatro. La identidad y sus señas
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Sentido de la antropología ni sopquas so| ap Bj6o|odoj;uy
go, está como supuesta, como dada de suyo; no exige ser tematizada4.
Pronto veremos cuándo no y cuándo sí esta llamada ha encontrado oídos
en las ciencias sociales, de qué condiciones ha dependido el que esto
ocurriese y qué efectos ha producido este encuentro para el propio objeto
y para nuestros discursos disciplinarios.
Este texto presenta, por otro lado, una utilidad metodológica al ser una
demostración específica de lo que se ha dado en llamar ‘desconstrucción’.
Este engendro lingüístico, desembarcado en la antropología en naves post
modernas, no quiere decir en Heidegger -que no usa el término como tal-
otra cosa que analizar una categoría, descomponerla y rastrearla hacia sus
orígenes, para revelar qué es lo que deja ver y qué es lo que oculta, por un
lado, y cuál es el sentido -el significado y la dirección- de esa visibilidad
y de esa invisibilidad, de ‘lo no pensado en lo pensado’, como suge-
rentemente escribe Heidegger. Tras pasar por manos de Derrida, y mucho
más de sus discípulos americanos ávidos de novedad (en el sentido en que
Heiddeger denostaba en Ser y Tiempo), ese desmontaje a contrapelo se
convirtió en una crítica literaria banal y sarcástica.
De todos modos: ¿hay que desconstruir ‘identidad’? Para dar res
puesta a este interrogante, habría que responder antes a otro: ¿es ‘identi
dad’ una categoría? En cuyo caso, ¿de quién?, ¿del observador?, ¿del nati
vo?, ¿de un observador que inaugura una épistémel En un caso, estaría
mos ante una tarea similar a la emprendida por Lévi-Strauss respecto a
‘totemismo’5; en otro, no nos encontraríamos demasiado lejos del progra
ma de la escuela de L’année sociologique que produjo trabajos como los
de Mauss sobre las lágrimas, la noción de persona o las disciplinas corpo
rales; en el último, resonaría Heidegger y también -en otro registro, pero
4 Aquí la cuestión abierta es la mismidad del ente. En El Ser y el Tiempo había sido la de la
mismidad de un ente muy peculiar, del hombre, del da-sein en la terminología del filósofo.
Es el problema de la autenticidad, de la propiedad del ser ‘mío’, como opuesta a la trivia-
lización y anonimato de la manera de ser cotidiana. En la existencia vulgar, para entendemos,
el hombre pierde su distinción, su individualidad, su autenticidad; se disuelve en los otros:
“Uno mismo pertenece a los otros y consolida su poder. ‘Los otros’, a los que uno llama así
para encubrir la peculiar y esencial pertenencia a ellos (...)” (Heidegger, 1962 [1927]: 143).
5 Aun cuando, de hecho, estaríamos en una situación ‘simétrica e inversa’. Cuando Lévi-
Strauss publicó Le totemisme aujord’hui, ‘totemismo’ era a) un objeto tematizado décadas
antes por 41 teorías diferentes; b) una cuestión ya olvidada. Con ‘identidad’ nos vemos ante
un tema de actualidad del que sería difícil decir que ha sido convertido en objeto teórico al
menos una vez.
90
Cuatro. La identidad y sus señas
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Sentido de la antropología m sopguas so| ap ejBoiodojjuy
6 Este hombre, dicho sea al pasar, podría ser visto como una suerte de ejemplo concentrado
de dificultades identificatorias. Producto de diversos exilios: hijo de un danés con una ale
mana a la que éste abandonó y que luego casó con un judío; exilado él mismo, dejó Austria,
primero por Dinamarca, y, tras la invasión nazi, por los Estados Unidos. En otro orden de
cosas, era casi el único psicoanalista que no había hecho la carrera de medicina. Además,
sufrió la marginación que su ideología de izquierdas le provocó en la época de Me Carthy. Un
último dato: su realización de trabajos de campo antropológicos entre grupos indígenas en
USA.
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Cuatro. La identidad y sus señas
7 Freud (1965:83) había ya advertido contra esta dualidad, en su texto clave sobre identidad:
“Es que el Otro juega siempre en la vida del individuo el papel de un modelo, de un objeto,
de un asociado o de un adversario, y la psicología individual se presenta desde el comienzo
como siendo al mismo tiempo, en cierta forma, una psicología social”.
8 Y, ¿en qué me igualo a mí mismo?, la otra parte de la cuestión. Esa diferencia con uno
mismo, objeto de reflexión científica y filosófica, ha sido desde siempre causa de perplejidad
literaria y poética. Un ejemplo:
“Pero para hablar de ellos tengo que hablar también de mí, y de mi estancia en la ciudad de
Oxford. Aunque el que habla no sea el mismo que estuvo allí. Lo parece, pero no es el mismo.
Si a mí mismo me llamo yo, o si utilizo un nombre que me ha venido acompañando desde que
nací y por el que algunos me recordarán, o si cuento cosas que coinciden con cosas que otros
me atribuirían, o si llamo mi casa a la casa que antes y después ocuparon otros pero yo habité
durante dos años, es sólo porque prefiero hablar en primera persona, y no porque crea que
basta con la facultad de la memoria para que alguien siga siendo el mismo en diferentes tiem
pos y en diferentes espacios. El que aquí cuenta lo que vio y le ocurrió no es aquél que lo vio
y al que le ocurrió, ni tampoco es su prolongación, ni su sombra, ni su usurpador” (Marías,
1993: 9).
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Sentido de la antropología m sopguas so| ap ei6o|odojjuy
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Cuatro. La identidad y sus señas
’ ¿Cuál es el grado de oposición que aquí se diseña?, ¿cuantos son los actores admitidos?, ¿en
qué cuadro clasificatorio están insertos? Todas estas preguntas que hoy podemos hacemos es
tán ausentes en Freud. De todas maneras, en este texto hay una anticipación oblicua y puntual
de algo que más tarde mencionaré al pasar: el surgimiento de esquemas de oposición binaria
en un molde polinómico, en la referencia al ‘narcisismo de las pequeñas diferencias’. Por otra
parte, la felicidad expresiva de Freud, la aparente claridad de sus afirmaciones, no debe ocul
tarnos las dificultades inherentes a una tentativa de definición de los términos empleados, ni
menguar la profundidad resonante de sus observaciones.
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Sentido de la antropologia m sopquas so| ap ei6o|odojjuy
somos, sino a los otros que somos; ambas creaciones son fruto de un
mismo y único gesto.
Lacan no sólo está para pequeñas citas incidentales como las que he
hecho; algunas de las aportaciones más ricas sobre ‘identidad’ las vamos
a encontrar en sus escritos y seminarios. Los textos freudianos están, en
alguna medida, embebidos en una metafísica naturalista que quizás entur
bien algunas certezas estructurales. Los de Lacan, por lo que llego a
entender, parten de la intuición de que la topología pulsional es, ante todo,
una topología simbólica. De lo que no puede dejarse de hablar, de lo que
es ante todo cuestión, es de esa ‘presencia en la ausencia y ausencia en la
presencia’, como decía un día en su seminario Lacan a Hippolite para
definir ‘símbolo’. La lógica de la significación es la instancia en la que
todas las interrogaciones deben abrirse.
En uno de sus seminarios, Lacan (1985: 20) hablaba de “la ingenui
dad individual del sujeto que cree en sí, que cree que él es él -locura
bastante común y que no es una locura total, ya que forma parte del orden
de las creencias. Evidentemente, todos tenemos la tendencia a creer que
nosotros somos nosotros”. Se trata del reino de las creencias, todas
respetables, ya sea en Dios o en el ratoncito Pérez, todas igualmente ajenas
a la verdad y a la falsedad. Ese ‘redoblamiento de sí mismo’ que implica
la identidad -acto de creencia- es del orden de lo simbólico, en la diferen
ciación triàdica completada por ‘real’ e ‘imaginario’10. Pero la identidad
afirma lo contrario de lo que ocurre; “‘a es a’ no significa nada; es justa
mente de esa nada de lo que va a tratarse”, dice Lacan.
Esta es la nada que irrumpe para hacer añicos la unidad A=A; la
tautología es imposible. El trabajo de la identidad destinado a sofocar tal
imposibilidad opera por lazos unificadores, los rasgos comunes que per
miten las identificaciones. Se trata de los ‘rasgos unarios’, los nexos que
hacen uno a uno, en la misma medida que lo hacen uno con otros.
96
Cuatro. La identidad y sus señas
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Sentido de la antropología /// soppuas so¡ ap ej6o|odojiu\y
una forma que vaya más allá de una verdad poética13. Una cultura, insisto,
se conforma como un acto de significación, pero de una significación que
se agota en sí misma, que significa sin significar, en verdad, nada.
En el ‘estilo’ encontramos una de las connotaciones de identidad; ser
de determinada manera, diferente a la de los demás y en permanente igual
dad a la de uno mismo. Aquí se abre una cuestión de vital importancia en
la antropología que ha sido explorada de manera sistemática por Mary
Douglas: la de la definición de sí de un grupo (desde los hebreos bíblicos
hasta los antillanos inmigrados a Londres, desde los lele del Congo entre
los que hizo su trabajo de campo hasta aquellos aborígenes para quienes
el casuario no es un pájaro).
Definición no substancial: no es el qué del grupo lo que está enjuego,
sino, de alguna manera su cómo y su dónde: las fronteras internas y exter
nas en las que se ha establecido, la sintaxis clasificatoria correlativa y, tal
vez la intuición más vigorosa de M. Douglas14., la manera en la que los
cuerpos de sus integrantes -ante todo, según la hipótesis de M. Douglas,
sus orificios- operan como registro vivo de las clasificaciones sociales y
como repertorio de significantes por el que el sistema se expresa, preser
va y realimenta
‘Identidad’, su ‘llamada’ -recordar la cita de Heidegger-, encierra, sin
embargo, algo más que el ‘estilo’ maussiano o que la elaboración simbó
lica de fronteras de M. Douglas. La evidencia de que ‘identidad’ no se
13 El tipo de narración que se conoce, al menos, desde Herodoto y que este siglo ha alimenta
do producciones tan disímiles y tan similares como las aventuras de Asterix o de Tintín y la
obra de Ruth Benedict sobre los japoneses.
"No encuentro referencias explícitas de M. Douglas sobre ‘identidad’. Una continuadora
suya, Annita Jacobson-Widding de la Universidad de Uppsala, organizó un seminario sobre
Identidad -en el que participaron, entre otros, M. Douglas y Erik Erikson- al que presentó un
análisis de datos obtenidos en campo sobre otro grupo congoleño, los buissi, con aportacio
nes a la relación entre cuerpo y sociedad. Sin embargo, las conclusiones de la antropóloga
sueca significan, desde mi perspectiva, un retroceso respecto a los planteamientos de la pro
fesora Douglas. Lo elaborado en el código corporal es la ansiedad personal de los miembros
del grupo; su alternativa, una preocupación colectiva. En un caso como en el otro, nos
enclaustramos para no salir en el reino de la subjetividad:
“(...) el sistema de jerarquía, con su a veces ambigua legitimidad de autoridad, se refleja en este
modelo de control corporal pronunciado, por razones personales de ansiedad respecto a la pro
pia identidad y auto-control más que por razones de preocupación colectiva respecto al orden
y al mantenimiento del sistema social” (Jacobson-Widding, 1983: 381 [cursivas de la autora].
98
Cuatro. La identidad y sus señas
15 Este texto de Lévi-Strauss -abrupto y enigmático, olvidado por su propio autor-, sobre el
que he vuelto una y otra vez en diversos trabajos anteriores, representa tal vez su mayor
contribución a la comprensión de lo simbólico, es decir, de lo humano.
99
Sentido de la antropología /// sopguas so| ap ei6o|odoj}uv
identidad. Tal reserva no obsta para reconocer en sus palabras finales algu
nas de las reflexiones más útiles en la investigación sobre identidad:
“(...) me pregunto hasta dónde esta unidad que se postula
corresponde de alguna manera con algo real.
Que sea necesaria que exista una energía para que algo exista,
es bien evidente. Pero tras que postular esa energía, de la que
nada sabemos, ¿hemos adelantado algo en el camino de una
solución? (...)
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Cuatro. La identidad y sus señas
16 Perspectiva que algún científico político de hoy en día también asume, quizás sin siquiera
conocer los textos de Barth. Véase, por ejemplo, este fragmento de una discusión sobre racio
nalidad política, virtud cívica e identidad nacional (y sub-nacional) aplicada a los casos ale
mán e italiano:
“ (...) no es verdad que las identidades son inatacables a lógicas instrumentales. En realidad, de
la propia ‘reserva de sentido’ (= a ‘identidad’, en la definición del autor) los agentes sacan
recursos que, desplegándose estratégicamente, retroactúan sobre los mismos procesos identi-
tarios, dando lugar a cambios y ajustes de la identidad misma” (Rusconi, 1994:27).
Para otras aportaciones en la dirección de las investigaciones de Barth y sus colaboradores,
hay que echar mano de los textos de Cardoso de Oliveira (1976) y Rodrigues Brandáo (1986);
cf. también la obra colectiva dirigida por León-Portilla, Gutiérrez Estévez, Gossen y KJor de
Alba (1992-1993).
17 Habrá que volver a leer las incursiones de la sociología anglo-sajona en temas fronterizos,
como la teorización hecha por Merton sobre los grupos de referencia o los cuasi-grupos estu
diados por Ginsberg o Mayer (cf. Mayer, 1990).
101
Sentido de la antropología m sopguas so| ap ei6o|odoj)uy
2. La ocasión de la identidad
¿Por qué las ciencias sociales han tematizado la ‘identidad’ tan tardí
amente? No puedo dejar de vincular este hecho al ánimo universalizante
‘de las elites progresistas, al menos desde el cosmopolitismo iluminista de
la ilustración; el propio Kant imaginaba un gobierno mundial. Al contra
rio que la reacción romántica, el racionalismo apuntaba a la disolución de
las especificidades, a la superación de las diferencias. La propia idea de
‘patria’ y de ‘nación’ tal como se conformaron a partir de finales del XVIII
alude mucho más a la lealtad cívica, a la comunidad de ciudadanos, a una
reformulación de la nóXtq, que a lo que hoy la palabra ‘nacionalismo’
evoca, es decir, contenidos diferenciales, sean étnicos, culturales, históri
cos, etc.
Tal vez haya sido en el marxismo donde esta actitud se llevó al lími
te; al mismo tiempo fue en él, en las vicisitudes del movimiento
revolucionario mundial, donde se produjo un giro radical para pensar y
actuar desde la disparidad18. En los textos de Marx y Engels hay una cons
tante promesa de superación de las contradicciones; no sólo de la princi
pal, aquélla a la que desde el Manifiesto del 48 se le adjudicaba el carác
ter de motor de la historia: las diferencias entre trabajo manual e intelec
tual, entre campo y ciudad19, serán disueltas. La actitud del dúo revolucio
nario frente a la cuestión colonial, que tanta incomodidad provocaría un
siglo más tarde a los marxistas del Tercer Mundo, no deja lugar a dudas.
Los textos de Marx sobre el dominio inglés en la India o de Engels sobre
la ocupación de Nuevo México por los americanos son una celebración del
102
Cuatro. La identidad y sus señas
20 La excepción, en el caso de Marx, es Manda (europeos, blancos, hasta cierto punto nórdi
cos). Se huele, sin dudas, un cierto tufillo racista en las consideraciones de ambos pensado
res. Hay que recordar el desprecio de Engels, en el artículo sobre Nuevo México, por la pere
za hispana y sus loas a las virtudes anglo-sajonas. Habría que revisar el violento enfrenta
miento con Bakunin, que terminó arrasando la Ia Internacional, desde esta perspectiva:
recuerdo algún texto de Engels en el que deplora las intentonas insurreccionales del dirigen
te anarquista por haber sido realizadas con pueblos balcánicos.
21 Sobre la dinámica de las diversas nacionalidades en la URSS, cf. Traverso y Samary, 1990.
103
Sentido de la antropologia in soppuas so| ap ei6o|odo4uy
3. Entonces, ¿qué?
‘Identidad’ se ha tomado, pues, una categoría, pero parece serlo más
de la ética que del conocimiento. Así, hay al menos dos valoraciones ope
rantes, muchas veces en un mismo discurso: la existencia (es decir,
resistencia, mantenimiento, refuerzo, etc.) de una identidad es ‘buena’; la
segregación de otros externos y/o internos es ‘mala’. Si advertimos que,
como señalan los autores presentados someramente páginas atrás, la
22 De hecho, las ofensivas contrarrevolucionarias tuvieron en estos grupos una magnífica base
de acción. Para seguir con el par de ejemplos dados, los meo fueron empleados por la C.I.A.
y los traficantes de opio, y la ‘contra’ nicaragüense contó con mucha simpatía entre los mis-
quitos.
104
Cuatro. La identidad y sus señas
25 No me interesa aquí discutir la validez ética de tales posturas. En un libro sobre una reli
gión afro-brasileña, el Candomblé, (Giobellina Brumana, 1994: 424 n.l) he hecho, también
en nota a pie de página, las siguientes afirmaciones:
“El tono apologético de muchos escritos sobre el Candomblé indica, en forma implícita o
explícita, que todo aquello que conduce a la producción y mantenimiento de una identidad es
‘bueno’. Si aceptamos bajar a la arena de la ética, deberemos planteamos que esto no es por
necesidad cierto. Las cámaras de gas hitlerianas o la rotura sistemática de huesos de jóvenes
palestinos son hechos derivados de la construcción de identidades y dirigidos a su protección
y refuerzo. Se dirá, por cierto, que una cosa es una identidad que resiste a un poder avasalla
dor, otra la identidad de ese poder. No hay que olvidar, sin embargo, que nazismo y sionismo
surgen de situaciones en las que los grupos que se galvanizan alrededor de ese eje de identi
dad eran víctimas avasalladas -o podían pensarse como tales- de un poder ajeno contra el que
construyeron un poder propio. Los pequeños nacionalismos europeos irredentos del siglo XX,
tan similares, tan profundamente emparentados con nazismo y sionismo o cualquier otro fas
cismo, vencidos políticamente y al borde del desbaratamiento definitivo en lo militar, mues
tran a las claras cuál es el contenido de la identidad que alimentan y de la que se alimentan: el
poder que jamás podrán alcanzar se esboza en sus masacres indiscriminadas”.
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Sentido de la antropología m sopijuas so| ap eiGoiodonuy
24 Por tal entiendo disponer de rasgos característicos del perfil sobre el que opera una identi
dad. Pensar en la historia del patito feo, fracasado como pato y exitoso como cisne.
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Cuatro. La identidad y sus señas
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Sentido de la antropología /// soppuas so| ap ei6o|odojjuv
27 He llegado a ver a uno de estos muchachotes -entre los muchos que vendían radios corea
nas y gafas turcas por el Paseo Marítimo de Cádiz- con un turbante hecho de una sábana.
28 Veamos las certeras palabras de Jacques Berque (1970: 478):
“Tales conjuntos reúnen modos heterogéneos y planos desnivelados. (...) Se distingue en ellos
lo inmediato y lo elaborado, lo sensible y lo abstracto y los cambios de uno al otro. Su exis
tencia, como la de una palabra, se sostiene por su propia opacidad, quiero decir, el desvaneci
miento de los fonemas que en ella se opera en beneficio de un sentido. Son, si se quiere, arbi
trarios”.
29 Quienes recuerden el brutal sarcasmo con el que el jefe de los Panteras Negras Eldridge
Cleever atacaba a este tipo de música disfrutarán más aún del gag.
108
Cuatro. La identidad y sus señas
que todos ellos llevan prendas en las que hay un pequeño cocodrilo bor
dado (=Lacoste=$)?
En otras palabras y a riesgo de cansar con la reiteración: hay diversos
lazos de identificación, no siempre son obvios, nunca son obligatorios.
Podemos formar parte de distintas ‘almas colectivas’, estar clasificado por
traits unaires de distinta especie. En algunos casos, una forma de identi
ficación puede convivir con otra y hasta reforzarla (el catolicismo anticomu
nista y el nacionalismo anti-ruso de los polacos30); en otros, el antagonismo
es indispensable: el agrupamiento virtual supuesto por un eje identificatorio
opera por la neutralización o subordinación de toda otra clasificación posi
ble (los pentecostales que no aceptan estar bajo una bandera).
En ese sentido, este tipo de identidad está, por así decir, no realizada,
en cierne, fuera de este mundo. El hecho mismo de su postulación tiene un
carácter de communitas en el sentido que le da V Turner, es decir, un
carácter anti-estructural que disuelve las diferencias internas al grupo vir
tual y fortalece la externas. Se trata de un proceso identificatorio mesiáni-
co que sólo puede prosperar por la negación del sentido común vigente.
No es esta una cuestión muy disímil a la que, en un trabajo anterior, bau
tizaba yo como ‘clasificación transversal’, cuyo significado quizás se
aclaraba en la discusión del trabajo de Elkin sobre la pluralidad de tote
mismos31.
Subvertir el sentido común -los valores establecidos, las clasifica
ciones ‘del centro’ (M. Douglas dixit)- es el objetivo central de una estrate
gia de consolidación de identidad. En efecto, esta consolidación implica
una definición de sí que impugna la dada desde afuera, la generada por el
otro, imposición que ante todo debe darse en la conciencia de los miem
bros del grupo virtual. Tal vez la lucha principal de las feministas, mos
trada de una manera más radical y provocativa en sus comienzos -en los
109
Sentido de la antropología m sopguas so| ap ei6o|odoj;uv
primeros años ‘60- era por dar un significado al ‘ser mujer’ que derribase
la tradicional noción implícita o explícita en las sociedades falócratas
extirpando ciertos emblemas: recordemos la quema en plaza pública de
sujetadores y otros adminículos de ‘belleza femenina’.
En este ejemplo podemos ver que el efecto a lograr es el muy paradó
jico de la normalización del escándalo. Afirmar un tipo de identidad puede
-o debe- resultar escandaloso en términos de las otras identidades dispo
nibles, pero al mismo tiempo convertirse en norma, en modelo dé con
ducta y valoración. El presunto padre del nacionalismo vasco, Sabino
Arana, ante el asombro y la turbación de la gente de su clase, contrajo
matrimonio con una mujer de condición social mucho más baja pero con
una filiación de 126 apellidos vascos. El solitario voto de Karl Liebknet
en la Dieta alemana de 1914 contra los presupuestos que permitieron la Ia
Guerra Mundial -optando por una clase obrera sin patria, internacional,
contra los intereses nacionales- fue profundamente reprobado por sus
compañeros de filas socialdemócratas. La negativa a servir en ejércitos
nacionales de los testigos de Jehová les ha significado en muchos países
la cárcel.
Por último, para establecer las distintas topologías de las identidades
es necesario desentrañar los cuadros clasificatorios involucrados. Hay
identidades que, para realizar sus exigencias, apuntan a su propia supre
sión anulando la diferencia: en un cierto feminismo, la asunción y
rehabilitación de la identidad femenina apunta a la superación de ‘hombre
vs. mujer’ hacia la génesis de ‘persona’; asumir la condición proletaria
hasta el límite (=la revolución) produce una sociedad sin clases.
Hay otras identidades que tienden a la universalidad, es decir, a la eli
minación del otro, como nos muestra el expansionismo católico q musul
mán. Pero también hay aquéllas para las cuales la existencia del otro, su
supervivencia como diferente, es indispensable. Otro que puede ser único,
en la conformación de un cuadro binario, o múltiple, en la de uno polinó-
mico. O puede ocurrir que un sistema polinómico sufra efectos binarios,
como en las Ligas de fútbol, donde la pluralidad de equipos no impide que
haya rivalidades históricas entre varios pares de ellos, o como la tendencia
que Pitt Rivers advirtió en la sierra de Cádiz de que los pueblos se opon
gan por parejas.
El mostrar el carácter ficcional de ‘identidad’ no produce alteración
alguna en el mundo donde estas ficciones cada vez con mayor frecuencia
no
Cuatro. La identidad y sus señas
111
DE CAMPO
Odl^VD 30
O
CINCO
LA CURA DE LA ENFERMEDAD EN EL CAMPO
RELIGIOSO BRASILEÑO
' Tengo grandes resistencias a utilizar, como en general se ha hecho, el término ‘sincretismo’
para denominar este proceso y situación: hablar de ‘religiones sincréticas’ es suponer que hay
otras que no lo son. ¡Que la religión que esté libre de mezcla tire la primera piedra!
115
Sentido de la antropologia m sopguas so| ap ei6o|oóojiuv
116
Cinco. La cura de la enfermedad en el campo religioso brasileño
Pero, ¿cuáles son estos cultos? En el medio urbano de las grandes ciu
dades altamente industrializadas de Estados como Sao Paulo, Rio de
Janeiro, Minas Gerais, Paraná, son cuatro los cultos populares hegemóni-
cos: dos de factura nacional (candomblé y umbanda), dos de proveniencia
externa (espiritismo y pentecostalismo)3.
El candomblé es una religión de raíz afro, en la que se rinde culto a
una serie de divinidades (Oxalá, Oxum, Xangó, lemanjá, Abaluaé, Ogum,
lansá, Oxosse, etc.), con dominios sobre distintas regiones del mundo,
actividades humanas y/o partes del cuerpo, con quienes los fieles asumen
relaciones individuales de filiación (aunque, de hecho, a cada fiel corres
ponden dos divinidades, una principal, otra secundaria) que se materiali
zan en un largo ciclo ceremonial de iniciación y que se mantienen y res
guardan con rituales de ‘obligaciones’ anuales. Las divinidades bajan a tie
rra en fiestas dedicadas a ellas en las que encarnan los cuerpos de sus
‘hijos’ para danzar engalanadas con bellos ropajes emblemáticos4.
La umbanda sintetiza, bajo una lógica propia, rasgos del candomblé
con elementos del espiritismo y del catolicismo popular. En ella, el obje
to de culto son clases estereotípicas de espíritus de muertos (líneas):
indios, negros viejos, soldados romanos, vaqueros, gitanos, prostitutas,
etc., que bajan a tierra tomando los cuerpos de los fieles (cada médium
puede incorporar una cantidad indeterminada de espíritus) en ceremonias
de finalidad eminentemente terapéutica para las clientelas que asisten a
ellas5.
Espiritismo y pentecostalismo, por su parte, no se apartan demasiado
de los cánones generales que han adquirido en otras regiones salvo, qui
zás, en su particular énfasis en el carácter terapéutico. El espiritismo bra
sileño es, sin duda, el único en todo el mundo que ha obtenido éxito de
masas e influencia social y cultural. El pentecostalismo brasileño, alguna
de sus vertientes, se exporta en la actualidad a diversos países europeos
(Portugal, el caso más evidente y exitoso); además, por su militante carác
’ Las variaciones en el resto del mapa no son demasiado grandes. El espiritismo y el pente
costalismo son omnipresentes; el Candomblé y Umbanda pueden verse sustituidos -o supera
dos- por cultos no muy diferentes: carimbó y tambor de Minas, en lo esencial.
4 He dedicado un largo estudio a la descripción e interpretación de este culto (Giobellina
Brumana, 1994).
5 Sobre este culto también he llevado a cabo una investigación (Giobellina Brumana y
González Martínez, 2000).
117
Sentido de la antropología /// soppuas so| ap eiBoiodonuy
118
Cinco. La cura de la enfermedad en el campo religioso brasileño
gen- se convierte6 en el día de lemanjá (lo que significa el viaje a las pla
yas de Santos de millones de personas y un dispositivo de la dirección de
tránsito que lo garantice), el 13 de mayo -aniversario de la abolición- se
celebra la fiesta de pretos velhos o el 15 de septiembre, San Cosme y
Damián, la fiesta de los espíritus de niños.
Es raro, además, que los brasileños se aferren a una opción religiosa
única. Más allá de una adscripción formal al catolicismo oficial, toda
combinación, simultanea o sucesiva, se abre de manera legítima para
quien requiera socorro místico. De esta manera, una misma persona puede
recurrir el lunes a un caboclo en una ceremonia umbandista, hacerse
‘echar los búzios’ (un rito adivinatorio) por un sacerdote del candomblé al
día siguiente, asistir el miércoles a una sesión espiritista y la noche del
sábado concurrir al templo pentecostal, sin dejar por eso de bautizar a su
hijo en la iglesia católica el domingo por la mañana.
La permeabilidad, el pasaje continuo, entre las diversas manifesta
ciones religiosas brasileñas, paralela a la libertad de movimiento con que
operan las gentes entre estas diversas ofertas, obliga también a un acto de
descentramiento, de extrañamiento para quienes -como los europeos-
están acostumbrados a campos religiosos monótonos y rígidos, con hege
monías obvias y márgenes en verdad marginales7.
Esta compatibilidad entre diversas opciones religiosas no está sólo
presente entre las clientelas que se mueven en función de sus necesidades
inmediatas, sino también entre los propios agentes de los cultos. El espiri
tismo aparece como una agencia a la que un sacerdote umbandista o del
candomblé puede acudir sin con ello menoscabar el poder de la propia
religión. Hay mucha gente de la umbanda que ‘hace’ la cabeza (=se inicia)
en el candomblé, como gente ‘hecha’ en el candomblé que abre templos
de umbanda. Los pentecostales son el enemigo juramentado de todas las
demás religiones, más que nada de las mediúmnicas; justamente por eso,
aparecen como una defensa contra el accionar de éstas. Sus templos se ali
mentan de clientelas que se suponen atacadas por el accionar de umban-
distas y candombleros, a menudo cargando consigo espíritus manipulados
6 En el Estado de Sao Paulo; Rio de Janeiro lo festeja con la noche vieja y Salvador de Bahía,
el 2 de febrero.
’ Aunque es cierto que las nuevas corrientes migratorias, por un lado, y el desembarco de
corrientes pentecostales predatorias están cambiando estos últimos tiempos el panorama. Para
el caso de los evangélicos entre los gitanos, cf. Cantón, 1997.
7 79
Sentido de la antropología m sopguas so¡ ap ei6o|odojjuv
por éstos, que los poseen en las ceremonias pentecostales, con los códigos
estereotípicos idénticos a los que representan en los templos de origen,
para ser expulsados por acciones exorcisticas.
Religiones ‘cuerpo a cuerpo’, estos cultos tienen en la aflicción, fun
damentalmente en la que atañe a la salud, el principal resorte de recluta
miento de agentes, fieles y clientes. Lo tienen, por así decir, de manera
conjunta; esta concordancia esencial es el correlato de la libertad de movi
mientos entre cultos que antes he señalado: se realimentan uno a otro,
sosteniendo una interpretación similar de la enfermedad y un esquema
etiológico común.
Ante todo: hay enfermedades cuya causa es espiritual, lo que legitima
una intervención espiritual para ponerles remedio. Este punto no sólo es
doctrina de los cuatro cultos, sino ‘sentido común’, lo que está ‘en el aire’.
La determinación por las agencias de cuándo una dolencia es ‘material’ o
‘espiritual’ no depende de su localización: a un pie infectado puede dárse
le una etiología tan ‘espiritual’ cuanto a un trastorno psíquico o a la inver
sa. Para las vertientes más radicales del pentecostalismo, además, la clase
‘enfermedad material’ es vacía y toda enfermedad, como prueba o como
castigo, tiene origen divino: su tratamiento médico es pecaminoso. Pero
para el sentido común que alimenta la religiosidad brasileña el criterio que
divide ‘material’ de ‘espiritual’ es la capacidad o incapacidad del aparato
médico oficial de dar solución a la dolencia.
Hay aquí que vencer otro malentendido. Las religiones populares bra
sileñas no operan como agencias de cura por la inexistencia de hospitales
o por la imposibilidad de los sectores populares de pagar el gasto de far
macia. Cualesquiera que sean las crisis financieras brasileñas, sus centros
urbanos cuentan con infraestructuras sanitarias mucho más cercanas a las
de España que a las de Liberia, así como sus cifras de esperanza de vida o
mortalidad infantil son mucho más primermundistas que tercermundistas.
La formación en las escuelas de medicina brasileñas es de igual calidad
que la de las de cualquier país europeo. Además, un tratamiento en manos
de un sacerdote del candomblé o de la umbanda puede costar más que una
internación en una clínica privada; el diezmo pentecostal se llevará más
dinero que un seguro de salud. La cuestión pasa por otro sitio.
La primera instancia a la que una persona recurre ante una dolencia es
a una agencia oficial de cura, sea el dispensario de una favela o la consul
ta paga de un especialista caro. La no resolución de su caso, el fracaso del
120
Cinco. La cura de la enfermedad en el campo religioso brasileño
8 Expresión atribuida a médicos que me ha aparecido más de una vez en las historias de vida
al narrar el entrevistado su aproximación a la umbanda o al candomblé. Loyola (1984:29) da
un retrato del tipo de médico que acepta transferir sus enfermos a los especialistas religiosos
cuando, por una razón u otra, no consigue sanarlos.
121
Sentido de la antropología ni sopguas so| ap ej6o|odojjuv
122
SEIS
PROCESOS IDENTIFICATORIOS EN EL CANDOMBEÉ ARTICULA
CIÓN DE LEALTADES Y DESAFECCIÓN DE LA DESAFECCIÓN.
123
Sentido de la antropología /// sopguas so| ap Ej6o|odojjuy
' Este text.o ha sido redactado en forma simultánea con otro (La escalera de Witgenstein,) que
también aparece en este libro. Allí he volcado una reflexión sobre la cuestión del sujeto que
omitiré en este artículo.
124
Seis. Procesos identificatorios en el candomblé
125
Sentido de la antropología ni sopguas so| ap ei6o|odojjuv
2 Teoría nativa que coincide con la de algunos observadores (Bastide, p.ej.). Otros autores
(Ribeiro, Matta) piensan, a mi entender con toda la razón, que la fusión de las figuras de
ambos panteones fue resultado de que unas y otras eran objeto de actitudes devocionales equi
valentes. Una confluencia tal se ha podido producir porque los distintos elementos que entra
ron en el proceso compartían una misma forma de relacionarse con lo sagrado. Por debajo del
libre pasaje entre santos, diablos, dioses, espíritus de la naturaleza, almas errantes, etc., yace
una sintonía religiosa semejante, una manera similar de definir a los protagonistas místicos y
de relacionarse con ellos. Entidades cargadas de poder y peligro, exigen de los hombres, para
premiarlos con sus favores, devoción y ofrendas cuya negativa provoca su castigo.
126
Seis. Procesos identificatorios en el candomblé
por la cual los ‘hijos’ del candomblé menosprecian a umbanda, culto híbri
do que recoge elementos del espiritismo, del candomblé, del catolicismo,
del budismo, etc. La tolerancia es, pues, enorme; sus límites son dos: la
pérdida de contornos y la intolerancia ajena.
Hay un espacio del campo religioso brasileño donde la permeabilidad
que he mostrado se interrumpe. El protestantismo, más específicamente
las denominaciones pentecostalistas, se postula a sí mismo como lo otro,
el espacio cuyo acceso implica no sólo el abandono de todos los demás,
sino un estado de guerra contra ellos. Aunque por cierto las cosas tampo
co son aquí tan simples: los agentes y fieles pentecostales muchas veces
provienen de otras religiones subalternas y la mayoría de las presencias
espirituales de los templos evangélicos son entidades a las que se rinde
culto en los templos de umbanda y del candomblé, que en este contexto
son combatidas por medios exorcísticos. De todos modos, los evangélicos,
las múltiples iglesias y sectas en las que se dividen, son los paladines de
una cruzada contra las religiones de posesión -a pesar de que el pente-
costalismo también es, al fin y al cabo, una religión de posesión-3, sobre
todo contra umbanda y, más aún, contra el candomblé. Esta intolerancia,
mostrada en campañas de TV, en acusaciones judiciales, en la prédica
callejera, en las relaciones vecinales y hasta familiares, es lo único intole
rable para los seguidores del candomblé.
Cualesquiera que sean las tensiones entre ellos, los agentes de las
diversas religiones se reconocen entre sí -para bien o para mal- como
agentes religiosos, o, mejor, como especialistas místicos eficientes.
Ninguno discutirá la realidad de las instancias espirituales que uno y otro
manipula, ni la capacidad taumatúrgica que puedan llegar a tener; la dife
rencia proviene, ante todo, de la naturaleza que unos y otros suponen a
esas presencias y de la legitimidad que otorguen a su manipulación.
Pero este reconocimiento mutuo no diseña un campo del todo homo
géneo. La adscripción religiosa del candomblero -desde cuya perspectiva
vemos en este texto el mapa- lo coloca en una situación de superioridad
respecto al de umbanda, ante sí mismo, ante la sociedad general y también
ante el umbandista. Por de pronto, su religión moviliza dioses y no espíri-
3 El Espíritu Santo desciende como un baño sobre algunos electos que así investidos muestran
Su Presencia por el movimiento incontrolado del cuerpo y ‘el don de lenguas’ o glosolalia
(hablar en lenguas que nadie conoce).
127
Sentido de la antropología m soppuas so¡ ap BiBoiodojjuy
128
Seis. Procesos identifícatenos en el candomblé
4 Peor aún, que se inventen naciones, como he visto en una casa de santo, de agentes y públi
co casi exclusivamente blancos, en un barrio de clase media de Sao Paulo. Aquí, además de
Umbanda, se ‘tocaba’ candomblé de la nación Congo. La propia mae-de-santo me decía que
había sólo otra casa en Brasil -en Salvador de Bahia, ¿dónde si no?- adscrita a esa nación.
129
Sentido de la antropología m soppuas so| ap ei6o|odojtuy
s Dicho sea de paso, no creo que haya antecedentes de centros de candomblé anteriores a
mediados del siglo XIX. Ese es pues el límite de estas genealogías, lo que no impide que haya
agentes que inventen memorias de cuatro siglos.
130
Seis. Procesos identificatorios en el candomblé
equivalente, que, al mismo tiempo que mantienen una alta separación dia
crítica, realimentan su equivalencia por relaciones de reciprocidad6.
El panteón establece una serie de modelos de ‘formas de ser’ a los que
no puede uno adherir de forma voluntaria: se ‘es’ de tal o cual orixá de
manera por completo independiente al propio deseo. Hasta se puede llegar
a ‘gustar’ más de un dios que no sea el propio, sobre todo por considera
ciones estéticas puestas en juego en la presencia de los dioses en tierra, es
decir, en su danza ceremonial en las fiestas. La lealtad al propio dios -
materializada en el complejo y pesado sistema de obligaciones y precep
tos- no implica para nada desafección de los ajenos. Más aún, en las
obligaciones, las ofrendas no sólo se entregan a las divinidades ‘del’ adep
to, sino a varias otras, según esquemas que varían de caso a caso.
La filiación a una divinidad tampoco conlleva una lealtad específica a
las demás personas con las que se comparte el carácter de ‘hijo’ de un
orixá'. no hay cofradía alguna de ese tipo, por más que haya una relación
de hermandad que va más allá de las fronteras del templo: se considera
que relaciones amorosas, más aún -en el caso de vínculos heterosexuales-
de matrimonio, entre ‘hijos’ del mismo santo7 no pueden llevar a buen
puerto. Por el contrario, los adeptos que hayan pasado juntos por la ini
ciación mantienen de por vida una relación particular: son ‘hermanos de
barco’. Ambas hermandades -de barco, de templo- son diferenciadas jerár
quicamente. Nadie puede ser exactamente igual a los demás, y su lugar
6 Hablo de ‘tótem’ en oposición a ‘casta’; como en tantas otras cosas, soy aquí deudor de Lévi-
Strauss (1962: Cap. IV) cuando revela que ambos son alternativas estructurales de articula
ción de elementos discretos en una unidad social. En un libro sobre clasificaciones simbóli
cas, he estudiado con mayor detenimiento este tema, con la siguiente conclusión:
“Con unos y otras (grupos totémicos y castas) se resuelve una misma cuestión, la
de la conjugación de la identidad y la diferencia. La oposición entre casta y tótem
está en que si con la primera se vuelve discreta una comunidad de manera tal que
sus elementos ne sean intercambiables, que el lugar que ocupen esté determinado
por una situación de más y de menos según un parámetro específico (...), con el
segundo la separación se produce por un tipo de diferencia ‘horizontal’, en la que
los elementos son, por así decir, isotópicos, pertenecientes a un mismo registro,
tanto como lo son -en el plano emblemático con los que los grupos totémicos man
tienen relación de significación- los seres de la naturaleza que los representan”
(FGB, 1990: 179).
7 De todas maneras, estas relaciones sólo son posibles -al menos como modelo- entre adep
tos de templos diferentes. Relaciones entre ‘hijos’ del mismo pai o de la misma mae de
santo -y por lo tanto, ‘hermanos’- son consideradas incestuosas.
131
Sentido de la antropología ni sopguas so| ap ei6o|odotjuv
1 He dedicado el capítulo V de Las formas de los dioses al desarrollo de esta cuestión que,
en general, ha sido poco tratada por otros investigadores, con la gran excepción de Rita Laura
Segato y su Santos e daimones.
132
Seis. Procesos identificatorios en el candomblé
9 “El orixá, como dueño de la cabeza del hijo y padre o madre de ese hijo, en el lenguaje popular (de acuer
do con el género del santo que le haya correspondido) existe en el mundo sola y exclusivamente a través
de éste, y es en la forma, en los gestos y en el carácter de éste que puede llegar a ser conocido” (Segato,
1995: 332).
Este es, supongo, uno de los núcleos más densos y misteriosos del culto:
“El santo concreto de la cabeza del adepto (...) nace en y para esta relación:
“Nace, ¿no? Vino ahí, aquella primera vista. La energía nació en mi mano, del orixá.
‘El santo nació’, se dice. Nació ahí, en aquella hora, en mi mano. ‘Nació en su cuer
po’, es la expresión, ¿no? Nació esa energía. Es la expresión: ‘Nació en mi mano’”.
Nacimiento del santo que no niega que existiese antes de ese acontecimiento. El
dios no nace, pero nace. Esta es la paradoja que cierra el misterio -en el mismo sen
tido en que se habla del misterio de la Santísima Trinidad- de la pluralidad de pla
nos del orixá” (FGB, 1994: 136).
733
Sentido de la antropología m sopguas so| ap Bi6o|odo.uuy
10 Segato (1995: 331) habla del “santo individual, personal, atributo de lo sensible, y el santo
como entidad del más allá, padrón inteligible que estampa su forma en el imaginario colecti
vo”.
134
Seis. Procesos ¡dentificatorios en el candomblé
" En un caso, se trata del triángulo que opone el roncó (el cuarto que alberga las piedras donde
moran los orixás), la casa de Exu -divinidad liminar de gran poder y peligro- y la sala en la
que bailan los santos incorporados. En el otro, el triángulo cuyos vértices son el dominio
doméstico, el templo y el dominio público de la ciudad. En FGB, 1994: cap. III, se describen
con todo detalle estas temas.
735
Sentido de la antropología /// sopguas so¡ ap Bi6o|odojjuv
la esclavitud, pero que conserva sólo como aquello que debe ser negado.
El tipo de alteridad con la que trabaja este culto es siempre plural.
Lo que sorprende en el candomblé es lo bien montadas que están las
piezas como para que la afirmación de sí no sea la negación del otro, y,
además, para que la pluralidad campe por doquier. Todo eso, de la mano
con que el sujeto de identificación no es el colectivo, sino el individuo que
lo emplea, que emplea, -si esa es la palabra-, los diversos colectivos con
céntricos de los que he hablado, como objeto de identificación: como
espejo que muestra, que crea, la verdadera imagen de sí.
136
Seis. Procesos identificatorios en el candomblé
tonas que establece; por último, con relación a los mecanismos discrimi
natorios en operación. La forma en la que los distintos miembros del
campo religioso brasileño cumplimentan cada uno de estos ejes forma
estructura -en un sentido fuerte de la palabra- con las formas que emple
an las otras alternativas dentro del campo religioso. Estos son, p.ej., los
juegos de simetrías, inversiones y otras figuras de conversión que se
establecen si ponemos frente a frente candomblé y pentecostalismo.
Carácter: En la conversión evangélica, se ofrece una manera de ser
(una ‘identidad’) nueva, tras la muerte de la anterior. En la iniciación del
candomblé, por el contrario, se franquea el regreso a un sí mismo origi
nario que la vida social ha ocultado o desfigurado; usando una expresión
que no es mía, el candomblé libera a sus miembros del fuera que llevan
dentro.
Extensión y comprensión: El pentecostalismo brinda un referente
único, indiscriminado y abstracto -los salvos-, correlativo a Jesús. Para el
candomblé, toda clase no es más que una entre varias, cada una está articu
lada en su interior, y es correlativa en su pluralidad a un mundo espiritual
segmentado horizontalmente en un número indeterminado pero limitado
de unidades (los orixás) y estratificado verticalmente en tres planos (el
santo genérico, la ‘cualidad’ y el orixá intransferible y concreto de la cabe
za de uno).
Procedimientos discriminatorios Los pentecostalistas se oponen,
como Dios al Diablo, a quienes cierran el corazón a Su Palabra: hay ‘dos’
donde debe haber ‘uno’. La gente del candomblé se mueve entre oposi
ciones plurales de las que sólo está excluida la exclusión. Las fronteras
entre unidades (cualesquiera que sean, desde las naciones a los orixás), sin
embargo, siempre son muy altas, ya que la mantener la pluralidad implica
evitar la contaminación.
137
Sentido de la antropología /// soppuas so| ap ei6o|odoJiuv
12 Proposición y propuesta sobre las que gira el texto mío del que hablo en la nota 1 de este
trabajo.
138
D
HACIA EL LIMITE
BlIlAin 13 VI3VH
SIETE
LA ESCALERA DE WITGENSTEIN O CÓMO DEJAR DE
ROMPERNOS LA CABEZA CON LA EFICACIA SIMBÓLICA
141
Sentido de la antropología ni soppuas so| ap Bi6o|odoj}uv
' Es necesario diferenciar esta manera de pensar ‘teoría’ -definida así como una suerte de
gramática de un discurso disciplinario- de otra posible acepción suya que la concibe más bien
como un contenido, un diagnóstico del estado del mundo. Es decir, modelo de discurso vs.
modelo de ‘realidad’. Esta segunda versión anhela ser en verdad fiel a su etimología, ‘theo-
rein’, visión de lo real. Pero, ¿cómo lo haría si -Witgenstein mediante- se necesitaría la tota
lidad del significante para dar cuenta del mundo? Como un mapa al estilo Borges, tan gran
de o mayor aún que el territorio representado, ‘teoría’ -en este sentido- sería el conjunto de
proposiciones que dan cuenta de los hechos atómicos. Lejos de tamaña desmesura mi reque
rimiento.
2 Que a nadie espante el uso de este término, al que le doy más que nada valor de norma de
discurso. De todas maneras, cuando se apela a ‘ley’, hay que hacerlo, y así lo hago, bajo la
advocación a Witgenstein, quien casi al final del Tractatus (1979 [1922]: 6.371-6.372) habla
ba de “(...) la ilusión de que las llamadas leyes naturales sean la explicación de los fenómenos
naturales. (...) Así los modernos confían en las leyes naturales como en algo inviolable, lo
mismo que los antiguos en Dios y en el destino”.
742
Siete. La escalera de Witgenstein
3 En estas regiones del mundo, puede pensarse que, como en la Ithaca del poema de Cavafis,
valen más los caminos que llevan que la meta:
“¿(...) quién se atrevería a negar que, en nuestras disciplinas, las conclusiones valen esencial
mente por el camino que a ellas conducen, las tesis propuestas por sus supuestos, las claves
teóricas por las cerraduras que permiten abrir, las generalizaciones avanzadas por la exposición
minuciosa de las singularidades que encierran?” (Lenclud, 1991: 50).
143
Sentido de la antropología m sopijuas so| ap ei6o|odojjuy
físico. Es evidente que no todo ha sido dicho, pero la lengua que permite
cualquier formulación ya está urdida. Nuestros paradigmas son consisten
tes, si no quizás en el sentido duro de que no admitirían proposiciones que
se contradijesen mutuamente, sí en el de que toda proposición posible es
derivable de ellas. A partir de este cierre del Campo, las posibilidades son,
creo, dos: o partir hacia el escepticismo estetizante posmodemista o
emprender la vía del conocimiento. Pero si se sigue la segunda alternativa,
¿de qué puede haber conocimiento?, ¿de qué puede haber ciencia?
0.2. El argumento
144
Siete. La escalera de Witgenstein
para asumir la disolución de eso que se nos dice que somos: ‘yo’,
‘persona’, en fin, la denominación que mejor entendamos ajustarse
a esa categoría, a ese construido.
3. Los ‘efectos corporales’ -es decir, la productividad de la ‘eficacia
simbólica’- se inscriben en el juego entre sujeto y significación, en
la misma medida en que el sujeto es un espacio abierto por la sig
nificación. La ‘eficacia simbólica’ es el traslado al cuerpo de la sig
nificación que el cuerpo ya es; como enseñó Mauss, el cuerpo es un
hecho -acontecimiento y producto- de sociedad. En la pregunta por
la ‘eficacia simbólica ’ se revela como en ningún otro sitio, como
punto estratégico de mostración, el carácter fantasmático, especu
lar, constituido, del sujeto. Tal pregunta se muestra, pues, no como
una cuestión periférica o pintoresca en el campo de nuestra(s) dis
ciplina (s), sino como indicador estratégico del nivel más fundante
de toda interrogación Antropológica, su centro mismo. ¿Cuál es
este centro, ese horizonte de inteligibilidad?
4. Éste: La prioridad de la significación sobre el sujeto, correlativa a
su surgimiento abrupto y total. Tal irrupción es al mismo tiempo la
de la separación entre Significante y significado, y entre dos tipos
de mujeres (instaurado por la prohibición del incesto). Esta doble y
coincidente escisión (materialización del corte Naturaleza/Cultura),
es el punto de partida de toda clasificación. Orden clasificatorio
que abre con sus articulaciones el campo de lo sagrado. ¿Qué quie
re esto decir?
5. Que la fuerza de la sociedad -lo sagrado de Durkheim- no se
encuentra tanto en sus grandes movilizaciones extraordinarias, sino
en la micro-costura y en la micro-repulsión implícitas en sus crite
rios clasificatorios. Lo sagrado, las operaciones que giran sobre él,
trabaja con estas valencias positivas y negativas. Hacer lo sagrado
presente es fruto de la manipulación de las fronteras clasificatorias.
Sus efectos -tanto los que hacen el orden de la sociedad, como los
que hacen el orden del cuerpo- son producto de esa energía.
Las páginas que siguen recorren estas formulaciones de manera más
demorada. No se trata, bueno es advertirlo, de un trayecto lineal, sino más
bien del tipo al que Heidegger se refería con holzweg, la pista trazada por
el andar del leñador por el bosque, chemin que ne mène nulle part -dice la
version francesa-, ‘senda perdida’ -la española-; tal vez una referencia
145
Sentido de la antropología /// sopijuas so| ap ei6o|odoj}uy
náutica hablase de ‘deriva’. Las páginas que siguen van pues ‘a la deriva’
entre los islotes detectados en la enumeración precedente. ¿Cabrá la
posibilidad de una aforística antropológica?
“En realidad la Edad Media escogió ya esta solución (la hipótesis de una disociación de la con
ciencia) al admitir como causa de los fenómenos histéricos la posesión por el demonio. Todo
se reduce a sustituir la terminología religiosa de aquella oscura y supersticiosa época por la
científica de los tiempos presentes. Charcot (...) acudió al rico material de datos contenidos en
los procesos por hechicería y posesión satánica, para demostrar que los fenómenos de las neu
rosis habían sido los mismos en todos los tiempos”.
146
Siete. La escalera de Witgenstein
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Sentido de la antropología /// sopguas so| ap ei6o|odojiuy
masajes que le aplicaba día a día- o con sus palabras -la sugestión hipnóti
ca-, pero no a sus propias palabras, a las que aún no había aprendido del
todo a escuchar, como reconocía en las notas a pie de página que agregó
sólo cinco años más tarde5.
En lo que aquí me interesa: el psicoanálisis nació en el momento en
que se intervino con símbolos sobre símbolos, teniendo no ya al cuerpo,
sino al sujeto, a un sujeto segmentado, como diana de la operación6. Es así
como de la secular pareja ‘cuerpo’/ ‘psique’ se pasó a la de ‘sujeto’/’sig-
nificación’. No hay que dudar en subrayar que el psicoanálisis ha surgido
a partir de la lectura de los síntomas histéricos; es decir, por la conversión
del cuerpo del paciente histérico en texto. Una técnica médica se convertía
así en teoría de la significación y del sujeto, de la primacía establecida
entre ambos términos, pero lo hacía dentro del espíritu de la época, sólo
en la medida en que tal teoría estaba siendo requerida, que estaba sur
giendo y difundiéndose al mismo tiempo por todo el campo no sólo del
discurso científico, sino de la revolucionaria producción cultural, de
Schoenberg a Joyce, de Picasso a Bretón7. Sólo en la medida, también o
ante todo, en que la propia idea de Sujeto, tal como había sido constituida
desde Descartes se desplomaba.
748
Siete. La escalera de Witgenstein
1.2. El cogito
8 “La evidencia (en términos cartesianos: la idea clara y distinta) como contraseña y criterio dis
tintivo de la verdad es fenómeno cultural constitutivo de una civilización en la cual el hombre
es pensado y definido en términos de conciencia, de hegemonía del conocimiento sobre todas
las otras instancias de la personalidad” (Vattimo, G., 1986: 46).
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Siete. La escalera de Witgenstein
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Sentido de la antropología m soppuas so| ap ej6o|odojguv
10 Y tantas otras máscaras, muchas ya citadas por Mauss. U otras más, como las de los dan de
Costa de Marfil, la música de cuyos desempeños rituales, grabadas hace varias décadas por
investigadores franceses, estoy ahora escuchando (Ocora C 580048).
752
Siete. La escalera de Witgenstein
11 “(...) las máscaras, los privilegios que les son atribuidos, eran el trofeo de rivalidades y de
intercambios, al mismo título que las mujeres, los nombres de personas y los productos ali
mentarios” (Lévi-Strauss, 1979: 42).
12 Un ejemplo:
“En ciertos grupos del estuario (del río Frazer, costa oeste de Canadá), un payaso ceremonial
que lleva una máscara algo diferente atacaba a las máscaras swaihwé a golpes de lanza como
para perforarles los ojos, y los bailarines hacían como si los echasen” (Lévi-Strauss, 1979: 20).
13 Despojamiento que coincide con el de nuestros místicos medievales, que forjaron una
corriente ‘anti-yoica’ en el cristianismo, presente aún en lugares comunes tipo el ‘No somos
nada’ conque a veces acompañamos nuestros pésames.
153
Sentido de la antropología m sopquas so¡ ap ei6o|odojjuy
entre tantos. Este ‘Sujeto’ que nos empeñamos en ser es un invento nues
tro, de nuestra Cultura.
&
La cara se endurece por la máscara; el sudor adhiere piel y materia
muerta, las hace indiscernibles. La cara es lo que la máscara pide que sea.
Es eso, y no otra cosa, lo que ocurre con persona. Somos desde fuera. El
Sujeto, Mauss así lo muestra, se hace desde nombres, desde máscaras,
desde instrumentos jurídicos. Es decir, se hace desde la significación, o
mejor, desde significantes, si se quiere, desde el Significante. Hay Sujeto,
porque hay una barra que separa ‘Significante’ de ‘significado’. Esa prio
ridad lógica está inscrita en su propia constitución.
2. El Big Bang
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Siete. La escalera de Witgenstein
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Sentido de la antropología m soppuas so¡ ap ei6o|odojjuy
14 Por más que, como Durkheim sostiene en La división del trabajo social, sea sí la primera
división de trabajo. Pero esta especialización por género, si no parece demasiado sexista
decirlo de esa manera, atiende en primer lugar a una diferenciación de naturaleza y proviene
de otros primates antecesores. Ya entre los babuinos y más tarde entre los cazadores proto-
homínidos se dio “la necesidad de una división del trabajo por razón del sexo (...): los machos
deben procurar la carne y las hembras las verduras” (Fox: 188).
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Siete. La escalera de Witgenstein
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Tal lengua edénica es lo que es: si idea colectiva, mito; si idea indivi
dual, como en la novela citada, delirio psicótico16. Aun en el supuesto de
15 En el Cratilo de Platón (1967), tal vez la primera reflexión sobre el origen del Lenguaje,
encontramos una concepción no muy lejana. No se sabe a ciencia cierta -nos dice el traduc
tor francés E. Chambry- si se trata un texto ‘serio’ o una farsa paródica de las invenciones de
los sofistas; es decir, no sabemos si es un texto del mismo nivel del de Auster o del de su per
sonaje demencial. De todas maneras, en él vemos la esencia de las cosas en la raíz de los
vocablos que las mientan. Habla Sócrates:
“Cratilo tiene pues razón de decir que los nombres de las cosas derivan de su naturaleza, y que
no todo hombre es un artesano de nombres, sino sólo aquél que, con los ojos fijos sobre el
nombre natural de cada objeto, es capaz de incorporar su forma en las letras y las sílabas”
(390d).
Sigue a esta declaración una multitud de explicaciones etimológicas, muchas veces
extravagantes, que buscan fundamentar lo apropiado de cada nombre. Así ‘héroe’ permite ver
el origen de estos seres en el amor (eros) entre divinidades y humanos; en ‘hombre’ (anthró-
pos) subyace la condición de aquél que ‘contempla lo que ha visto’ (anathrón ha opópé); los
propios dioses (theoi) han sido designados así por la “facultad natural de correr (théin)” (397
c). Platón, o mejor, su personaje Sócrates, no puede dejar de desesperar de esta vía; si no, no
se explicaría que la segunda parte del diálogo se dedique a acumular argumentos contrarios a
la tesis de Cratilo.
¿Por qué? Porque, como dice Lacan (1989 [1972]:40), nunca se sale de un juego referencial
entre significantes: lo que el texto refleja en las diversas explicaciones que se dan de algún
término -Chronos- o en el reconocimiento que los nombres dados a los dioses por los hom
bres no recogen más que “las opiniones que (los hombres) debieron tener cuando se los die
ron” (400 e).
16 Parece que Freud -no he podido encontrar dónde- pensaba en una lengua primera, pura
expresión del Inconsciente. Tal es, al menos, la impresión que me deja lo que dice Julia
Kristeva (1981: 270):
“Sin llegar a la hipótesis que supone que ‘la lengua primitiva’ se conformaría a las leyes del
inconsciente -hipótesis que el lingüista no admite y que ninguna lengua antigua o primitiva
parece confirmar en el estado actual del conocimiento-, parecería más pertinente buscar las
reglas lógicas descubiertas por Freud en la organización de ciertos sistemas significantes que
son tipos de lenguajes por sí mismos”.
158
Siete. La escalera de Witgenstein
que haya habido alguna vez una única lengua, su arbitrariedad habrá sido
tanta como la de cualquiera de las tantas lenguas que los hombres hablan
hoy en día: la equivocidad encama dentro de cada una lo mismo que la
diferencia puesta en juego por la traducción”. La significación, al igual
que el sujeto, sólo es tal por la ausencia.
‘Somos nuestras ausencias’, decía yo en un texto anterior; el sujeto no
está presente a sí mismo -como la metafísica cartesiana ha querido-, sino
radicalmente ausente a sí mismo. No soy transparente a mi mismo, soy
opaco. “Puedo saber lo que piensa el otro, no lo que yo pienso”, dice
Witgenstein en las Investigaciones filosóficas17 18. El gnosi seautó -conó
cete a ti mismo- helénico es una tarea infinita o imposible, un engañabo
bos o la temprana certeza de que una auto-aprehensión nada tiene de inme
diato. Este corte de uno con uno es correlativo a que (producto de que) la
significación misma sea, Lacan dixit, “la presencia en la ausencia y la
ausencia en la presencia”. En el origen del signo, dice Derrida (1995
[1967]: 104), está nuestra ausencia, nuestra relación con la muerte. Diría
yo: en la raíz de nuestra ausencia está el signo.
Inciso: pensando en la vagina
He hablado del origen del universo, ¿por qué no del Origen del
Mundo, el cuadro de Courbet19? En esta pintura asistimos a la íntima des
nudez de una mujer sobre una cama deshecha; como centro, su sexo entre
abierto. El sesgo con que éste se ofrece a la vista, sin embargo, lo revela
menos propicio para el coito que para la significación. Significación in
dicada en el título del cuadro, sí, pero también reflejada de una manera
más esencial.
Me costaría no ver en la oblicuidad de ese sexo, la misma inclinación
del signo gráfico 7’, la barra con la que los lingüistas indican el hecho de
17 Derrida también habla, y en varias ocasiones, de Babel. Vale la pena, tal vez, ver una sínte
sis de por dónde van sus tiros, en palabras de un coautor suyo (Bennington & Derrida, 1994:
191): “Al gritar su nombre, Babel, Dios exige una traducción que no se consigue sino produ
ciendo precisamente la confusión”.
18 Frase que Manuel Gutiérrez Estévez nos recuerda en el epígrafe de un texto suyo (“De la
conversación yucateca al diálogo cristiano y viceversa”) de donde lo he robado.
19 Cuadro que tiene su historia. Pintado en 1866 para el embajador turco en Francia, fue com
prado por Lacan (!) casi un siglo más tarde. Como nos cuenta Elizabeth Roudinesco en su
biografía, lo guardaba disimulado bajo una representación abstracta encargada por su mujer
a André Masson. ¡Vaya con los juegos de espejos!
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Sentido de la antropología m soppuas so| ap eiBoiodojjuy
la significación S/s. Es cierto que una metaforización tal, por más que me
resulte sugerente, es tan arbitraria cuanto anacrónica; no obstante, traslu
ce una verdad. En efecto, qué mayor metáfora de la significación puede
ofrecer un cuerpo que un agujero -y ese preciso agujero-, lo que es por no
ser: una presencia que se revela como ausencia, una ausencia que se reve
la como presencia.
A este sexo de paradoja y esfumación se corresponde el de la ineludi
ble y mera presencia: el Falo, lo que es por ser. En el ámbito de discurso
lacaneano o mejor en una traducción al lévi-straussiano de una cuestión
lacaneana, se trata de una masa que toma no euclideo -curvo, cerrado
sobre sí mismo- el espacio mítico en el que se da el pasaje de significación
entre diversos códigos -vegetal, animal, sexual, astronómico, etc.-: un
significante primordial, un centro de gravedad. El mundo de la signifi
cación se despliega en tomo a este eje, gira a su alrededor. Pero esto es otra
historia.
&
Uno es ausente a sí mismo. No hay substancia alguna a la que agarrar
se; el único recurso es que esa ausencia se niegue. Ausencia de la ausen
cia, ese es el propósito tras el que van los mecanismos que hacen que el
sujeto sea... algo. Sujeto, para no ir más lejos. Justo mediante la aparien
cia de lo contrario, la identidad produce entidad. Proposición que en rea
lidad encierra: los procesos de identificación hacen que uno sea. La
identificación me convierte en uno, sólo a costa de ser otro, sólo a costa
de que no haya un uno que sea. Esta insubstancialidad es la misma de la
de la significación y le proviene de ella. La significación no tiene antece
dente; en nada se basa y viene de la nada. La significación ha acontecido,
como ha acontecido el universo. Le ha caído encima a una especie que
había abandonado en dos pies la selva por la sabana, que había aumentado
160
Siete. La escalera de Witgenstein
3. Sobre lo sagrado
20 No me resigno a ignorar el ingenioso y atrevido libro de Robin Fox (1990) -La roja lám
para del incesto- que fusiona Darwin, Marx, Freud y Lévi-Strauss, en una interrogación
sobre el origen del hombre. Hay aquí también huella, pero esta vez es neurogenética: el cere
bro humano guarda como información lo que Freud vio como la muerte del padre en la horda
primitiva. “(...) llevamos a la sociedad dentro de nuestra mente, tal como lo vio Durkheim,
pero no sólo porque la incorporemos por medio de la socialización: está en nosotros desde el
principio” (253). La culpa es, pues, nuestro lote, lo que nos caracteriza como especie y lo que
explica nuestro origen. Fox oculta su voz bajo un remedo de la de Freud para formular lo que
me parece el centro de su argumento:
“(...) toda la fuerza de la lógica de nuestras observaciones de neuróticos, de niños y salvajes,
por no mencionar la culpa humana y todo el aparato de la religión y de la política, nos obliga
a concluir que algo muy drástico ocurrió en la evolución del hombre, que desembocó en un ser
así, tan obsesionado por estas extrañas fantasías, y tan compulsivo por razón de ellas mismas”
(81-81).
Sí, pero, ¿cómo pensar en ‘culpa’ sin significación, anterior a ella?
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Siete. La escalera de Witgenstein
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Siete. La escalera de Witgenstein
21 Los distintos pasos de marcha nacionales operan como emblemas de unidades de un siste
ma polinómico-totémico, es decir de unidades del mismo rango, equivalentes, en ese sentido,
a los cánticos de hinchadas de fútbol o a las danzas diferenciales de los dioses del candom-
blé o de la santería cubana.
No es tema de este texto las formas en que se articula el espacio dentro de lo cerrado por el
círculo de tiza del que hablo en la próxima frase.
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4. En fin
Sujeto y sagrado provienen del Big Bang de la significación, del
erguimiento de 7’, lo que nada tendría que sorprendernos. Algo de esto
está ya intuido en la idea dogon de ‘palabra’, en el Verbo bíblico, en el pen
samiento romántico, en Heidegger, en los budistas. Pero toda la fuerza de
la cultura está puesta para ocultarlo. Sin el espejismo resultante, no hay
sociedad posible. Ese es el suelo de la ‘real ilusión’ de la que hablaba
Mauss.
Dentro de este cuadro, la ‘eficacia simbólica’ es la prueba del nueve
del pensamiento sociológico: el punto en el que se toma transitable a la
investigación la vía que debe ser invisible para que haya cultura, aquélla
166
Siete. La escalera de Witgenstein
que une las formas y peripecias de las relaciones entre los hombres -por
un lado- y sus cuerpos -por el otro-.
&&&
Pues eso. “Y no tenemos nada que añadir”, como decía una propa
ganda de conservas de pescado.
167
ideas de Marcel Mauss
Introducción
a las ¡deas de
Marcel Mauss
■ ■■
1. MAUSS, ENCANTO RADICAL1
1 Este trabajo tiene su historia. Fue en un principio proyectado para la colección Encanto radi
cal (de una ya desaparecida editorial brasileña -Brasiliense- en otra de cuyas colecciones -
Primeiros vóos- salió). La opción por Mauss para entrar en la compañía de radicales más
obvios y notorios surgió inmediata y espontáneamente; de hecho, en la antropología social,
Mauss es uno de los pocos y el que merece con mayor propiedad esa calificación. Sin embar
go, el propio carácter de Mauss y de su obra exigía que se explicase aquello que era sólo una
sensación a flor de piel, tanto a los lectores como al propio autor, y es esa la reflexión a la que
está dedicado este primer apartado.
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1. Mauss, encanto radical
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2. CIENCIA DE LO CONCRETO, CIENCIA DEL SIGNIFICADO
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2. Ciencia de lo concreto, ciencia del significado
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3. EL LUGAR DE LAS IDEAS
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3. El lugar de las ¡deas
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3. El lugar de las ¡deas
Es decir, injertado en un continuo de acciones con sentido (el que fuese; tec
nológico, político, económico, lingüístico, etc.) un exabrupto que para el
observador -en principio- escapaba a las reglas de la lógica del conjunto.
“Escapar a las reglas de la lógica del conjunto” quiere decir “remitir a
un nivel (fisiológico, psicológico) diferente, extra-social”. Lo que con
toda brevedad señala Mauss es que tal ruptura no existe más que en una
mala lectura: nos encontramos siempre dentro del mismo continuo social
y frente a procedimientos similares (es decir, de significación).
Analizando con cautela y rigor lo por él presenciado, el observador
advertirá cómo no son todos, sino determinados, los miembros intervi-
nientes en el lamento colectivo y que esta delimitación no era consecuen
cia de parentesco consanguíneo, sino de derecho; resultaría también visi
ble que el sexo de los lamentadores tampoco está dejado al acaso -las
mujeres eran las encargadas casi exclusivas de este ritual-, que el momen
to de esta expresión colectiva estaba también rígidamente pautado, los gri
tos codificados, etc. En fin, el caos desaparece, puesto que sólo estaba en
la teoría que enmarcaba consciente o inconscientemente la observación.
Lo que surge, lo que estaba en la realidad desde un comienzo, es la volun
tad significante de una colectividad. Esta es obvia y hasta invisible para
sus miembros; un extraño deberá hacer un esfuerzo -alcanzar una visión
etnográfica- para constatar que se encuentra frente a un sistema estructu
rado de elecciones de distinto nivel y que esas elecciones son sociales.
La religión, insistamos una vez más, es sus sistemas prácticos y con
ceptuales. Para que esta afirmación no fuese un simple recurso retórico
había sido necesario un trabajo de exploración investigadora de estos
distintos sistemas. Como ya habíamos señalado, fue sobre todo a Mauss a
quien correspondió esta tarea que constituyó el centro de su actividad
durante la primera etapa de los Année.... De su voluminosa y heterogénea
producción sobre temas vinculados a la religión de esos años, los trabajos
en general aceptados como más significativos son tres. Dos escritos y
publicados en co-autoría con Henri Hubert (Ensayo sobre la naturaleza
y función del sacrificio-1889*. Esbozo de una teoría general de la
magia-1902/1903); el tercero, La plegaria, de su exclusiva autoría, frag
mento no acabado enviado a la imprenta en 1909, retirado y divulgado
sólo en forma particular. El extraño destino de este texto, esta semi-clan-
destinidad, parece indicar el reconocimiento de un fracaso, de haber llega
do a una vía muerta. Las razones que Mauss pudo haber tenido para supo
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Sentido de la antropología m sopijuas so| ap ej6o|odoj;uv
ner esto no estarían tan sólo referidas a La plegaria, sino también a los
dos trabajos anteriores, con los cuales estaba emparentado en propósito y
metodología. Preguntar entonces por estas razones es preguntar por las
características del proyecto que había regido esas investigaciones. Este
consistía en el deslinde de los hechos religiosos en clases de fenómenos
que, en la medida en que se registraban en distintas sociedades, que apa
recían como universales, prometían permitir la constitución de tipos idea
les. La generalidad de los tipos remitía al cumplimiento de una misma
función; sus específicas variedades, a las condiciones sociales concretas
en las que se insertaban. Pero, como piensa Karady -el compilador de la
obra de Mauss-, la determinación de estos tipos ideales chocaba más y
más con la masa de nueva información provista por las nuevas camadas de
etnógrafos: la multiplicidad atentaba contra los esquemas.
¿Fue ésta realmente la causa de la interrupción de la redacción del
texto sobre la oración que ni siquiera tiene completa la última frase del
manuscrito conservado? Vamos al texto, dejemos hablar a Mauss.
Punto de conjunción entre rito y mito, síntesis de acción y de pensa
miento -que es su último sentido-, la plegaria permite en su estudio recha
zar toda pretensión de priorizar uno u otro momento religioso: ni el mito
antecede y causa el rito ni la inversa; por el contrario son fenómenos que
aislados uno del otro pierden su sentido por completo.
Su generalidad es más total y viva que la de los otros fenómenos reli
giosos ya que abarca sociedades en las que otras manifestaciones están ya
ausentes, y que se convierte cada vez más en el centro de la vida religio
sa, tendiendo a ocupar la totalidad de su campo. Su evolución apunta en la
misma dirección que la de la religión en su totalidad y se mueve en dos
ejes coligados: de lo meramente mecánico, corporal, externo a lo espiri
tual e íntimo; de lo exclusivamente colectivo a lo individual.
Estas indicaciones señalan a la plegaria como un objeto privilegiado
de investigación que permitiría profundizar el conocimiento de la religión
y sus funciones. Pero los análisis realizados hasta el momento no corres
pondían con sus resultados a la magnitud del objeto. Los antecedentes
filológicos perdían su especificidad simbólica; al buscar su sentido en la
significación de las palabras que la componían se dejaba de lado su rango
más relevante y revelador: su eficacia. Las tentativas de los historiadores
no iban más allá de un nivel descriptivo y cronológico, ajeno a una bús
queda de principios, atomizando lo que debía ser sistematizado: la plega
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Ahora bien, este esquema, este sentido inmediato del sacrificio se des
pliega en dos dimensiones. En una lectura más profunda del mismo resul
ta patente que la dualidad interpenetración/ separación actuada ritualmen
te es la transposición expresiva de la misma dualidad vivida socialmente
en la medida en que es la esencia de los hechos sociales que “existen al
mismo tiempo (...) fuera y dentro del individuo”. Más aún, la entrega de
algo propio a una entidad trascendente -descripción del sacrificio- es al
mismo tiempo descripción de la interacción social. Así el sacrificio no es
sólo social por estar pautado socialmente, sino porque su sentido es repre
sentación de lo social.
Pero, ¿qué ha sido leído en este fenómeno para que este sentido
sobredeterminado surja? El propio acontecimiento ritual -y de aquí parte
Mauss en su exposición- es lo que debe ser desmontado en sus articula
ciones para que aquél se revele. Una cadena de acontecimientos rituales
con un ordenamiento ineludible -una cadena sintagmática, podría decirse-
que determina los lugares de profano y sagrado, los mecanismos de apro
ximación, las precauciones, las condiciones y formas de relación entre uno
y otro plano, su separación. El conjunto de estos tres planos -el esquema
de las articulaciones rímales, su traducción conceptual y su marco social-
constituye la teoría del sacrificio.
Introducir entre análisis estrictamente volcados al campo religioso un
trabajo sobre la magia es una clara infracción al pensamiento de Mauss.
Infracción consciente, voluntaria, intenta remarcar la ambigüedad que
infringe. La magia no es religión, todo lo contrario, pero... Estos puntos
suspensivos no son reemplazables coherentemente; tampoco lo serían en
el caso de “La magia es religión, pero...” Esta incomodidad por la imposi
bilidad de unir lo que no puede estar junto y de desunir lo indisoluble es
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4. LA TOTALIDAD CONCRETA
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usado por todos sus habitantes y sólo por ellos; mantiene fronteras fijas,
es decir, campos de caza, pesca y habitación exclusivos y conserva unidad
lingüística, moral y religiosa. Los establecimientos son pocos, de baja
densidad demográfica, y muy espaciados. Cada uno tiene unas pocas
decenas de miembros, su expansión está limitada por la mortalidad y la
migración; hay pocos niños y pocos ancianos; la mortalidad masculina es
tá muy por encima de la femenina, lo que hace que el número de viudas
sea abundante. A diferencia de otros pueblos de la misma latitud, no han
llegado a domesticar el reno; su subsistencia proviene de la caza, terrestre
y marina -cetáceos-, y la pesca. Esta base tecnológica lleva a que su hábi
tat deba responder a la necesidad “en invierno y primavera, de agua libre
o hielo para la caza de focas” y en verano de “territorios de caza y pesca
de agua dulce”.
En verano, los esquimales viven en tiendas dispersas por todo el esta
blecimiento; en invierno, en casas concentradas con un centro comunita
rio. La habitación estival, la tienda (tupik), construida con pieles de reno o
foca, maderas o huesos de ballena, alberga una sola unidad; una familia
nuclear, compuesta por el padre, su o sus esposas y los hijos. El hogar
ocupa el centro del perímetro abarcado por la tienda que cuenta con una
lámpara única; no existen dispositivos especiales para el alojamiento de
eventuales visitantes que duermen mezclados con los componentes de la
familia.
En invierno, se concentran en unas pocas casas, levantadas una junto
a la otra. Estas casas (iglú) mantienen por todo el territorio una estructura
común por más que los materiales de construcción sean muy variados
(piedra, madera, huesos de ballena, nieve): un corredor de entrada, par
cialmente subterráneo; en su interior, bancos para dormir divididos por
tabiques en células, cada una de las cuales tiene un lugar para una lámpa
ra. En estas casas conviven varias familias nucleares, ligadas por lazos
parentales, que ocupan las distintas células. El número de unidades que
ocupan una casa es bastante variable pudiendo llegar a alrededor de una
decena; el espacio otorgado a cada unidad no depende del número de
miembros de ésta, es idéntico en todos los casos.
Otra construcción forma parte del conglomerado invernal, aunque en
época de Mauss ya estaba en vías de desaparición: el kashin, lugar comu
nitario de reunión y, en ciertas regiones, dormitorio masculino. Las carac
terísticas del kashin son similares a la del iglú, salvo sus mayores dimen
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4. La totalidad concreta
' Podría también pensarse en causas tecnológicas, pero, además del hecho de que también
están mediatizadas, forman ya parte de lo social.
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4. La totalidad concreta
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Se pueden ver, entonces, las razones por las cuales no se espera encon
trar entre los textos de Mauss algún escrito meta-teórico. El conjunto de su
obra, en la práctica totalidad, está por completo volcado a la elaboración de
material empírico. El trabajo que más se aproxima a un texto meta-teórico
es éste que acabamos de citar. Como redención de un pecado, este trabajo
fue acompañado de un breve ensayo sobre los efectos de la idea de la muer
te, iniciado por una invectiva contra las metodologías que no consigan pro
bar su valor heurístico: “Pasemos, pues, al trabajo positivo...”.
Y este ‘trabajo positivo’ debe ser rastreado, en busca de ideas centra
les que organizan y articulan esa nueva visión de lo social, de lo humano.
Entre estas ideas, la de mayor peso, la que más interviene como principio
analítico es la de ‘totalidad’. Con la excepción del estudio sobre la plega
ria, la idea de totalidad fundamentó, como directriz, todos los desarrollos
que hasta aquí hemos presentado -sea como una totalidad construida com
parativamente, sea como la totalidad de una única sociedad-; hemos visto
también de manera general los ejes centrales de esa idea; es tiempo ahora
de profundizar las determinaciones de esa noción, tal como se explícita en
las concepciones de ‘hombre total’ y de ‘hecho social total’.
Para entender con mayor fidelidad la primera de estas nociones, tal
vez sea más conveniente partir de su reverso, del punto en el que se agota
su validez. Porque este ‘hombre total’ tiene un límite en el surgimiento de
escisiones, de fisuras que vuelven autónoma la conducta de los hombres,
o, mejor, de algunos de ellos: “el hombre civilizado de los altos estratos de
nuestras civilizaciones” (ídem: 306) y también de algunas ‘más atrasadas’.
Este tipo de hombre presenta una fractura que provoca un doble efecto: lo
separa de sus instintos y lo separa de las cadenas sociales causales. Su
conducta ya no es producto de la vida social. Hombre indeterminado,
hombre libre, hombre no mensurable estadísticamente, es un resultado del
proceso de individualización y de internalización de aquello que comenzó
como un ajuste de cuentas de la comunidad con el mundo: la Razón. Este
hombre incomún, o común sólo en los ámbitos académicos, heredero pri
vilegiado de la especialización y de la división del trabajo, es aquél cuya
inteligencia “sabe controlar las diferentes esferas de su conciencia” (ibí-
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4. La totalidad concreta
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4. La totalidad concreta
No niega esto que los individuos sean lo concreto, muy por el contra
rio. Lo que se afirma y reafirma es que ese concreto es social, y que toda
tentativa científica de escamotear ese hecho central está condenada al fra
caso. Ahora bien, esto es así porque el agente social el ‘hombre total’,
actúa integralmente, comprometiéndose “en todas las fibras de su ser”.
Sabemos que Mauss entendía por psicología la que controlaba los medios
académicos franceses de la época -dedicada al estudio de las ‘facultades’
(emoción, percepción, memoria...), atomizando así la realidad psíquica- y
que compartía con esa psicología las críticas a las ‘exageraciones freu-
dianas’. Este tipo de psicología no podía en manera alguna alcanzar una
concepción semejante de unidad (de la que, por otro lado, parte la teoría
freudiana). Esta noción, por lo tanto, debía ser postulada por encima de la
psicología, desde la sociología, reduciendo la primera a un carácter mera
mente auxiliar y hasta, como hemos visto, amenazado en su objeto.
Ahora bien, este hombre deshecho en la psicología, reconstruido en la
sociología, es como la ‘caja negra’ de los teóricos de la cibernética, de la
que, comparando sus ‘inputs’ y sus ‘outputs’, puede intentarse desentrañar
el mecanismo, su composición interna. ¿Cuál es este mecanismo? El de
una solidaridad total de los fenómenos psíquicos que no deja espacio a
ninguna refracción, una causación irresistible:
“Posiblemente podremos entonces comprender estos movi
mientos de masas y grupos que son los fenómenos sociales, si
como nosotros creemos, son instintos y reflejos escasamente
iluminados por un pequeño número de ideas-signos enlazados
a ellos, por los que los hombres entran en comunión y comu
nican” (ídem: 305).
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tiempo, de ese neo-romanticismo culposo que hace elegir a los otros con
tra nosotros. Como señala Merleau-Ponty en un breve trabajo escrito poco
antes de su muerte, el problema central de la sociología, de la antropolo
gía, es la comprensión del otro sin absorber su especificidad en la nuestra
y sin abrir mano de la propia. El fracaso del pensamiento social anterior o
contemporáneo a Mauss había vacilado entre estas dos sin salidas. Las
‘sociedades primitivas’, el ‘otro’ más rotundo, carecen de la elementalidad
con que Durkheim las integraba antropofágicamente a su sistema, pero
esta complejidad ‘de otro orden’ que Mauss les reconoce se contrapone
igualmente a la especificidad opaca y excluyente que adquieren en las
investigaciones de Lévy-Bruhl. Es el reconocimiento de lo simbólico
como el centro de la vida social lo que autoriza esta doble superación.
Mauss insiste una y otra vez en su intuición central: “sólo hay símbo
lo porque hay comunión y (...) el hecho de la comunión crea un vínculo
que puede dar la ilusión de lo real, pero que ya es de lo real” (MM, 1974
[1934]: 154). Real ilusión de la realidad: esta peculiar hipóstasis que es
una sociedad en sus opciones constituyentes de su relación consigo misma
y con el mundo. Por más que estas opciones, que estos símbolos, nazcan
y muchas veces mueran con un pueblo hay un universal más amplio, uni
versal concreto y no abstracto como el de las antropologías antropofági-
cas: el campo simbólico. Es aquí donde los hombres comunican (y entran
en comunión, como repite Mauss), no sólo dentro de una cultura, sino
entre culturas diferentes, otras. Porque es precisamente por el hecho de no
decir lo mismo del mundo, por no traducir de manera idéntica determina
das circunstancias extra o intrasociales, su carácter simbólico, arbitrario,
unifica a los hombres. Y los unifica porque son una instancia que al
mismo tiempo se amarra en el grupo y en el inconsciente: “Los hombres
no pueden tener estos símbolos y comunicar por ellos más que porque tie
nen los mismos instintos “ (MM, 1950 [1924]: 296). Estos instintos -pul
siones, diríamos hoy-, en fin, el inconsciente, es una de las caras del sen
tido del símbolo, que en la otra inscribe la sociedad.
Este inconsciente, por más que base las representaciones colectivas,
no es identificable con el inconsciente colectivo postulado por la hetero
doxia psicoanalista de Jung. pero también está lejos de esa estructura
atemporal del espíritu humano a la que remite el estructuralismo de Lévi-
Strauss. Instintos, pulsiones, “necesidades directas de cada y de todos, de
su personalidad, de sus relaciones recíprocas”, tampoco son traducibles a
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5. LA RECIPROCIDAD
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Lefort, Merleau-Ponty, etc., no puede ser hecha sin más, sino que exige
analizar las distintas pretensiones de subordinación en que se pretende
encerrar a Mauss.
El Ensayo... fue pensado por Mauss dentro de una problemática sur
gida del campo jurídico y económico y está en principio dirigido a resol
ver -o mejor dicho a manifestar- las múltiples determinaciones presentes
en el sistema de trueques de las sociedades ‘primitivas’. La cuestión des
borda la esfera jurídica y económica en dos dimensiones. Por un lado, el
trueque es un hecho total y en calidad de tal -como ya hemos visto-
envuelve el conjunto de tipos de actividad social, las distintas categorías
con que se quiera clasificarlo. Pero lo trasciende también en otro plano;
Mauss presenta una aparente paradoja: los trueques entre distintas unida
des sociales no se manifiestan -como en nuestras sociedades- en forma
contractual, como obligación formal para ambas partes, sino como libre y
voluntario obsequio que para los dos intervinientes en el proceso encierra
un carácter obligatorio implícito. Este juego entre aparente libertad y ver
dadera constricción es “tan solo uno de los rasgos, profundo pero aislado”
del hecho social total constituido por el trueque y va a ser el centro de
atención de Mauss.
Tal vez no esté de más aclarar que esta dualidad Tibertad’/’constric-
ción’ nada tiene que ver con la que en la tradición hegeliano-marxista está
en la base de la astucia de la razón, condensable en la afirmación de que
los hombres hacen la historia sin saberlo. Aquí, por el contrario, las cons
tricciones operadas en y por los sistemas de prestaciones, las obligaciones
manifestadas en el sistema de trueques, son por completo conscientes para
los agentes y la libertad es tal -y sólo en un primer momento- para un
observador exterior; para el agente no cabe duda alguna que no puede
dejar de hacer lo que está haciendo. Ahora bien, la raíz de esta obligato
riedad va más allá de los elementos por los que se manifiesta.
El intercambio, como piensa Lévi-Strauss, es más importante que las
cosas intercambiadas, y, por otro lado, supera también y con mucho lo que
hoy consideraríamos de dominio económico, ya que, además de todo tipo
de objetos, intervienen “cortesías, festines, ritos, servicios militares, muje
res, niños, danzas, fiestas, ferias en las que el mercado no es sino uno de
los momentos”, etc. Estamos entonces frente a una instancia muy especial
que requerirá un análisis más afinado. Pero antes será necesario iniciar la
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5. La reciprocidad
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Entre los maoríes, los objetos (taonga) están ligados al suelo de donde
provienen y al propietario y al clan al que éste pertenece. Estos lazos están
condensados en el concepto de hau, la fuerza que impregna la cosa y que
la impulsa a regresar al sitio de donde ha salido, a su propietario original,
cerrando así el ciclo de sucesivos poseedores. El objeto encierra parte de
la personalidad del donante y la atracción que aquél sufre por éste amena
za con dañar a todo otro poseedor. En palabras de un nativo, interpretadas
por Mauss:
“Los taonga y todas las propiedades rigurosamente llamadas
personales tienen un hau, un poder espiritual. Usted me da
uno, yo le doy a un tercero; éste me devuelve otro, porque está
poseído por el hau de mi regalo; y yo estoy obligado a entre
garle a usted esta cosa, porque es necesario que le devuelva lo
que en realidad es el producto del hau de su taonga” (ídem:
159).
228
5. La reciprocidad
' Mauss esclarece aquí que esa cualificación es de su autoría, mientras que la opinión explí
cita de Malinowski es la contraria. Este piensa que ‘moneda’ implica una despersonalización
y una abstracción del medio de intercambio, lo que en el caso sería impensable. Para Mauss,
por el contrario y como se ha visto, entender estos objetos como moneda no sólo era cohe
rente, sino que constituía un ejemplo más, y muy feliz, de la validez de la teoría.
2 Este carácter circular del kula recuerda el esquema del matrimonio asimétrico con la hija del
hermano de la madre (prima cruzada matrilateral) que ocupa un lugar tan destacado en el tra
bajo sobre parentesco de Lévi-Strauss.
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5. La reciprocidad
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versal; para Mauss, el sentido de lo real está inserto en la acción del agen
te y éste en muchas ocasiones puede recuperarlo autónomamente por más
que otras veces no lo haga: es el cuadro de las representaciones colectivas,
las categorías que organizan su mundo como pensable y actuable. Es claro
entonces que en uno y otro pensador, ‘inconsciente’ está indicando cosas
diferentes.
Esto no escapa a Lévi-Strauss cuando critica a Mauss el que se haya
dejado ‘mistificar por el indígena’ por aceptar como perteneciente al
mismo nivel del discurso científico las teorías del hau o del mana; no obs
tante Lévi-Strauss está construyendo sobre bases muy endebles cuando
trata de emparentar su visión con la de Mauss en la toma de la lingüística
como modelo científico y en la postulación de un inconsciente unificador
de los hombres.
La lingüística es modelo para Mauss -modelo metafórico y no real- en
cuanto ésta ha dejado atrás toda filosofía, ha descubierto el carácter his
tórico de su objeto y se ha vuelto una fenomenología. No son esquemas
lingüísticos los que deben ser empleados para dar cuenta de fenómenos
sociales, sino, mucho más vagamente, el espíritu de lo concreto de los lin
güistas debe difundirse a los sociólogos. Al contrario de Lévi-Strauss, que
intenta remitir la sociología a la lingüística, Mauss -aunque nada hace al
respecto- podría parece mucho más tentado de recorrer un camino inver
so, como lo haría Benjamín Whorf: remitir la lingüística a la sociología.
Más concretamente, Lévi-Strauss se identifica con Mauss cuando lee
en el Esbozo de una teoría de la magia que los fenómenos deben anali
zarse como si fuesen hechos de lenguaje. Pero, ¿qué entiende por esto
Mauss? Que está frente a un sistema significativo codificado socialmente.
Es decir, que implica un repertorio restringido y fijo, que este repertorio
es arbitrario, que esa arbitrariedad es significativa de la sociedad. Es el
procedimiento que ya hemos visto por el que se muestra a la sociedad
como una matriz articuladora de significados.
Muy incitante, sin duda, pero muy lejano aún de la perspectiva estruc-
turalista. En efecto, Mauss analizará la magia, y no sólo la magia, sino las
técnicas corporales, la moneda, las lágrimas, en fin, todo, como un men
saje. A Lévi-Strauss le interesan las propiedades formales del mensaje, sus
leyes generales de constitución y su remisión a una matriz inconsciente.
Todas estas instancias son por completo heterogéneas con el valor semán
tico del mensaje, con un emisor, etc. Mauss, a su vez, está preocupado por
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5. La reciprocidad
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5. La reciprocidad
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5. La reciprocidad
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6. LAS PRESENCIAS MAUSSIANAS
Lévi-Strauss
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1 Aquellas estructuras donde existe una regla que determina que a un hombre x le correspon
de en casamiento una mujer que tenga con él una relación determinada de parentesco: pri
mas cruzadas, ya sea matri-, patri- o bilaterales.
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6. Las presencias maussianas
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6. Las presencias maussianas
dan vencer, queda para éstos una fortaleza imbatible, una superioridad
cualitativa de la teoría de la alianza.
Las teorías de la filiación no pueden explicar por qué existen los gru
pos de filiación, cuál es el resorte que funda la cohesión por ellos alcan
zado. La teoría de la alianza, por más errores parciales que se le pueda
achacar, no deja de dar satisfacción al mismo tiempo como teoría parcial
(al menos de determinados sistemas de parentesco), teoría general de la
cohesión social y puente entre lo particular y lo general. Y si puede aspi
rar a este status es por su fundamento maussiano del principio de recipro
cidad.
Foucault
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Mary Douglas
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■ ■■ Apéndice: técnicas de investigación
।
I. LA ENTREVISTA
1. El protocolo
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duros o disquetes; nada nos dice que los cambios continuos de programas
y ordenadores no vuelvan ilegible el material conservado así en su
momento. La base papel es, pues, irremplazable, por más que también
mantengamos esa información informatizada, en procesadores de texto
y/o en base de datos. Es conveniente tener al menos tres copias en papel.
Una para guardar sin más; ésta no se tocará salvo para realizar alguna
copia adicional. Se trata del capital del que hablaba antes y que deberá ser
conservado como un tesoro, fuera de los espacios habituales de trasiego.
Lo ideal es encuadernarlas con un canutillo para facilitar copias posterio
res.
Otra para la lectura, relectura y análisis de la entrevista. Es, por así
decir, el protocolo ‘sucio’, la copia que vamos a subrayar, a veces con lápi
ces o bolígrafos de distintos colores, a cuyos márgenes o entre cuyas líne
as vamos a hacer comentarios de todo tipo o poner signos, títulos, etc. La
cuidadosa conservación de este material, sobre el que el investigador
habrá puesto mucho tiempo y esfuerzo, también es muy recomendable, ya
que va a permitimos historiar nuestros pasos investigativos, las diversas
interpretaciones que hemos ido dando al material, la secuencia de los
insights que hemos sufrido durante esa parte del trabajo.
Una última será destinada a tareas manuales de tijera y pegamento (lo
que quizás sea sustituible por algún procesamiento informatizado). La lec
tura de la copia anterior respetaba la individualidad de la fuente de la
entrevista y la linealidad de su emisión; el destino de esta tercera copia es
ser recortada en fragmentos temáticos que serán recopilados junto a otros
fragmentos que hablen del mismo tema, extraídos de otras entrevistas,
dadas por otros sujetos. El resultado de este trabajo, además de un montón
de papel desechado, será una carpeta dividida en un número no demasia
do extenso de ejes1. La gran utilidad de este instrumento es que a la hora
de redactar un informe sobre una cuestión particular del tema global, un
1 Estos son los 28 ejes -de hecho 27 y uno indeterminado- en los que articulé las entrevistas
de mi trabajo de campo sobre una religión popular brasileña, Umbanda, durante dos años
(1981-83):
campo religioso/ colectivo/ conflicto/ continuidad/ continuo mediúmnico/ desarrollo/ estigma/ federacio
nes/ izquierda-derecha/jefes de terreiro/ legitimidad/ literatura/ macumba/ mediumnidad/ mitos/ muertos/
orixás/orixás-clientes/ orixás-médium/ portentos/ sacralidad/ santo/ seguridad-firmeza/ significados/
terreiros: orden-desorden/ terreiros: relaciones/ transporte/ varios.
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1.2. La trascripción
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1.3. El registro
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mos van a ser los únicos. Es distinta la actitud que se tiene con un entre
vistado que se sabe que se va a seguir entrevistando o que al menos está
disponible para que eso suceda: lo que hoy no he conseguido se conseguirá
mañana. En el primer caso, uno sabe que, en el momento en que se le da
el apretón de manos final, la relación se ha interrumpido para siempre; no
se puede volver al otro día para decirle ‘Mire, que me olvidé de pregun
tarle tal o cual cosa’. En este caso, las pautas son estrictas, ya que uno
tiene que cubrir sí o sí todos los puntos indicados; no se puede dejar nada
en el tintero.
Podemos tener pautas más imprecisas, establecer que de esa persona
queremos saber sólo un par de cosas objetivas pero lo que en verdad este
mos buscando es provocar con determinado tipo de pregunta el desenca
denamiento de un discurso más libre por parte del sujeto, que nos dé no
tanto información de tal o cual característica, sino la forma de hablar, la
textualidad, la propia textura del discurso ajeno. Esto, sobre todo en
Antropología o en vertientes sociológicas más ligadas a la cuestión del
sentido, es algo muy valioso.
La entrevista es una tarea artesanal; no hay recetas mecánicas que
puedan guiarla, pero en todo caso hay que encontrar preguntas de la sufi
ciente generalidad pero al mismo tiempo que toquen fibras del sujeto
como para que comience un discurso, que no produzca una simple afir
mación o negación más o menos monosilábicas o que reproduzcan los tér
minos empleados por el entrevistador, una fecha o una frase muy concisa.
Tenemos que obtener discursos largos por parte del sujeto. Esto no sólo
por la cantidad de información que pueda contener, sino porque la longi
tud de la emisión obligará a que deba estructurarlo de alguna manera; esa
misma manera va a ser uno de los elementos claves de la interpretación, a
veces el más importante y rico.
2.2. La dinámica
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2.3. La concertación
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rrado por completo, un discurso ya hecho en todas sus piezas, para siem
pre. A mí me han tocado entrevistas con autoridades de distinto tipo -
recuerdo el caso de un sacerdote, presidente de una ONG, aquí en
Andalucía- que ya han sido entrevistados muchísimas veces, que son ora
dores, que son jefes de organizaciones importantes. Este tipo de personas
tiene, en general, todo su discurso preestablecido.
Es muy difícil romper la caparazón con la que ya han envuelto lo que
quieren que el entrevistador registre. Frente a discursos tan rígidos, lo
mejor es jugar al imbécil; sorprender al entrevistado con alguna pregunta
idiota. Tratar de descolocarlo; no preguntar lo que el otro espera que se le
pregunte.
En los casos habituales, vamos a encontramos con entrevistados que,
en el tiempo de espera, han elaborado algunas líneas arguméntales, las
distintas preguntas que se han hecho a sí mismos colocándose en el lugar
del entrevistador. La ventaja es que hay todo un procesamiento previo que
permite un mínimo de auto-conciencia por parte del sujeto. Esta cuestión
del saber de sí del entrevistado, es, para mí, algo clave.
Una entrevista va a ser en verdad buena si el entrevistado ha conse
guido saber él algo sobre sí mismo que no sabía o que tenía más o menos
oscuro antes de la realización de la entrevista. Cuando el entrevistado hace
insight, cuando se le enciende la lamparita, cuando se da cuenta, cuando
su discurso se organiza en la entrevista de manera de producir algún
conocimiento sobre sí mismo que antes no existía; ése es el momento de
las grandes entrevistas. Eso ocurre sólo cuando hay un enterarse del otro
por primera vez sobre lo que le pasa, sobre lo que piensa, sobre lo que
hace. Es un momento muy interesante. No es frecuente, por cierto. Pero
las entrevistas más valiosas son aquéllas en las que se ha logrado desen
cadenar esos efectos de autoconocimiento. Uso el neutro ‘se’ para indicar
que no sólo es el sujeto quien va a saber de sí; en el entrevistador ocurre,
esas grandes veces, algo similar.
La espera ya es ritualizante, ya está estableciendo un tipo de relación
distinta a la que ya hemos mantenido, en caso que sea alguien conocido.
Cuando uno hace estos trabajos lo que quiere es meterse en la casa del otro
lo antes posible, estar en el sitio del otro. Es raro que un científico social
trabaje en su propio espacio (despacho, casa). De las muchas entrevistas
que he hecho en mi vida profesional, recuerdo sólo dos que he hecho en
mi casa o en mi lugar de trabajo, pero fue con gente con la que ya tenía
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tal como son interpretados desde ese ángulo social. Se va a pedir al entre
vistador que sea solidario con esos valores, que responda a la imagen de
representante ‘del centro’ del que le inviste ante los ojos ‘del margen’ el
propio hecho de ser un universitario. Va a ser todo un juego en el que el
entrevistado va a decir que lo suyo es una maravilla porque cumple con los
criterios establecidos por el sistema y va a hacer una presión muy fuerte
sobre el entrevistador con distintos recursos, no necesariamente conscien
tes, en la medida en que la mayoría de esta gente no está acostumbrada a
este tipo de tratamiento, a ser interrogados frente a un magnetófono. ¿A
qué está dirigida esa presión? ¿Cuáles son los efectos deseados?
El jefe entrevistado va a presionar de distinta manera al entrevistador,
primero, para que exprese su visión sobre el grupo, segundo, para que esa
visión sea positiva, tercero, para que esa visión sea positiva según los crite
rios que el entrevistado supone que deben ser los del entrevistador, los
valores del sistema tal como son decodificados desde el ángulo periférico
en el que está el grupo. No le va a valer que la aceptación nuestra del
grupo, nuestra valoración positiva, provenga de que pensemos que es un
grupo marginal, un grupo trasgresor y que esa marginalidad, esa trasgre-
sión por una u otra razón nos complazca. Querrá que, a pesar de las visi
bles transgresiones, nosotros supongamos que el grupo se atiene de una u
otra manera a los valores vigentes.
Como vemos, se trata de un juego bastante complejo. Este juego de
presiones y seducciones, de acorralamiento del entrevistador, que a veces
lleva a incomodidades serias en una entrevista, son muy útiles a la hora del
análisis para ver qué es lo que el entrevistado está tomando como valores
del sistema, en qué valores quiere encasillar al entrevistador.
Junto a esto, insisto, lo que vamos a tener en el discurso del jefe, por
lo menos en los primeros momentos, si es el primer contacto que se tiene
con el grupo, es la versión oficial de las cosas. Se va a tratar, en general,
de no mostrar resquicios internos; se va a ocultar las fracturas; no se va a
echar mano de los cotilleos internos para develarlos al observador externo.
Va a ser un discurso bastante monolítico, un discurso con pocas fisuras, en
el cual van a estar negadas, censuradas, no dichas, algunas de las cosas que
posiblemente más le estén preocupando al entrevistado en el mismo
momento que está siendo entrevistado: si el entrevistador se ha dado cuen
ta de tales o cuales fallas del funcionamiento del grupo. Es muy probable
que aquello que está bajo cuerda en la preocupación por la imagen apa
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¿Qué nos aporta la visión de los elementos periféricos que esté ausen
te del discurso del jefe? Aquí vamos a tener una información mucho
menos comprometida con la imagen externa. El personal periférico, es fre
cuente, intenta tener una complicidad con el entrevistador en detrimento
del grupo. Como gente no comprometida al 100%, como alguien con un
pie fuera del grupo, puede tener una relación de complicidad con el
entrevistador que está fuera del grupo y compartir con él uno de los ele
mentos básicos para la comprensión de un grupo: los cotillees.
Una de las cosas a las que más oído debemos prestar en un trabajo de
investigación con un grupo son los cotillees, los chismes. No tanto o no
sólo por la información objetiva que encierren -que puede también ser
muy valiosa-, sino por los criterios que descubren. ¿Qué se usa para hablar
mal de alguien? ¿Que es cornudo, que es ladrón, que usa corbata o que no
la usa? El mapa de los cotilleos nos va a dar el mapa valorativo del grupo
en cuestión. No importa tanto que María sea o no lesbiana, lo que impor
ta es que se utilice una acusación sexual -y ésa en particular, para hablar
mal de ella. Ahora bien, estas confidencias no son automáticas; hay que
llegar a ser merecedor de escuchar los cotilleos.
En muchas entrevistas con esos sectores periféricos, aparecen las frac
turas del grupo. Todo grupo tiene algún tipo de fractura, algún tipo de eje
a cuyos lados se tienen unos y otros. Puede tratarse de una fractura conti
nua, permanente. Si esto no se corrige, si el grupo no tiene mecanismos de
control social, instrumentos de solidaridad eficaces, el grupo puede con
vertirse en dos grupos. Esto ocurre con frecuencia en el campo religioso,
sobre todo en las sectas evangélicas.
La información que nos dan los sectores periféricos es esencial para
dibujar el mapa de tensiones y los conflictos del grupo. Pero hay más. La
información que nos den estos sectores periféricos no va a estar construi
da en términos de un lenguaje oficial, como el del jefe, sino con un len
guaje mucho más personal, más digerido, más disuelto. No nos va a dar la
Verdad del grupo, sino la verdad del grupo según María o Pepe: qué es lo
que significa para ellos, cómo se conjuga con su vida. Mientras que el dis
curso del jefe va a hablar en términos más universales, más ‘objetivos’, lo
que vamos a tener aquí, con mucha más frecuencia es la experiencia per
sonal de la práctica o de la creencia del grupo, en términos subjetivos y
vinculados a la historia personal, a la situación y contexto individual del
entrevistado.
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II.TRABAJO DECAMPO
1. La esquizofrenia controlada
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tecostalista de Puerto Real, los pasos para llegar a ellos son diferentes. Hay
ahora etnógrafos domingueros que por el precio de un pasaje de autobús
ya están en campo. Dejando de lado las ironías, la forma en que podemos
encarar este tipo de investigación en nuestro entorno es bien diferente a la
manera en que se encaraba o se encara aún hoy estudios que implican el
traslado a ultramar del científico social y una estancia prolongada.
Cuando se plantea este tipo labor -lo que ocurre, ante todo, en función
de una tesis doctoral cubierta económicamente por alguna beca-, no se
puede contar con una permanencia de menos un año, el tiempo que per
mita asistir, por ejemplo, al ciclo completo de las labores agrícolas y/o de
las festividades profanas y religiosas del grupo que se estudie. Junto a
estos macro-trabajos, existen otros, por cierto los más frecuentes, de
alcances más modestos. Aunque entre unos y otros cambien la dimensión
económica y temporal, el papel en la propia carrera y varios dilemas1,
ambos poseen una base común mucho mayor. Tal vez la noción de ‘obser
vación participante’ sea la clave de esa comunidad.
El investigador que procede a eso que se llama ‘observación
participante’, que participa observando, que observa participando, se uti
liza a sí mismo como instrumento de registro. En otras palabras, su (mi)
ideal es el de una suerte de esquizofrenia controlada: el cerebro dividido
en dos mitades; una que piensa, cree, siente y reacciona como los ‘nati
vos’; otra que mantiene los valores propios y que mira de reojo a su veci
na craneal. En buena medida, es a uno mismo a quien se interroga a la hora
de redactar el informe que habla del otro en el que uno debe haberse con
vertido. La objetividad pasa, sea o no una paradoja, por la introspección.
2. Instrumentos de registro
1 Pensaba en la vieja polémica sobre el uso o no de intérpretes como ejemplo del tipo de cues
tión que no se plantearía en un trabajo menor. Sin embargo, mi propio estudio con inmigran
tes marroquíes y senegaleses me enfrenta a ese problema.
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Trabajo de campo
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Trabajo de campo
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autorice leerlos -por cuestiones que más que éticas son ya de pudor, tal
autorización me parece indispensable-. Grupos religiosos como aquéllos
con los que yo he trabajado en Brasil acostumbran poseer cuadernos que
sirven de manuales de acción ritual; la utilidad que tienen estos documen
tos es incalculable.
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Trabajo de campo
3. En campo
Cuadernos, bolígrafos, máquinas fotográficas, índices temáticos, etc.,
todas las cosas de las que he hablado en el apartado anterior: qué fácil, qué
consolador aconsejar sobre su empleo. Pero, más allá de tales instruccio
nes, ¿qué se puede decir a quien emprende esta vía de conocimiento? Hay,
por cierto, otras cosas que podrían agregarse, como las recomendaciones
dadas por Rhys Williams (1974) sobre vacunas y visados, o las enseñan
zas de Cresswell y Godelier (1976) sobre la forma de interpretar fotos
aéreas verticales y oblicuas, aspectos que he dejado de lado por la natura
leza de este texto. Pero, ¿y después?
Veamos el Notes and Queries..., el manual con que se han formado
generaciones de etnógrafos británicos, los padres-paladines del trabajo de
campo. Ni una palabra sobre cómo han de buscarse la vida los jóvenes
investigadores cuando abandonen las aulas de Cambridge o del University
College de Londres para irse a vivir un año entre los lele de Kasai o los
makuna de la amazonia colombiana. Ni una palabra tampoco en el
Manuel d’etnographie del Maestro Mauss; los franceses debieron espe
rar hasta mediados de los ‘70 a que a Crosswell y Godelier se les ocurrie
se publicar su Outils d’enquete...
Los manuales clásicos de ingleses y franceses presentan de manera
exhaustiva las articulaciones sociales, culturales, económicas, etc. que,
según suponían sus autores, el investigador novel encontraría en su lugar
de trabajo. Eran, ante todo, una orientación a su mirada, un recordatorio
para que no se le olvidase traer las genealogías de sus sujetos o la des
cripción de la manera en que confeccionaban su cestería, y, tal vez lo más
significativo, un instrumento para homogeneizar su producción con la de
sus colegas, sus antecesores, sus sucesores. Hacer que los resultados de los
investigadores fuesen comparables entre sí y, de alguna manera, piezas de
un todo del conocimiento sobre las sociedades humanas, ha sido siempre
una preocupación de los grandes centros de formación de investigadores.
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seaipjßoi|qiq sepuajapy ■ ■■
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Este libro se terminó de imprimir
el 15 de septiembre, día de San Cosme y Damián,
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ISSN 84-7786-870-0
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2003