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Índice

Inicio
Las Ascuas
Libro I Revelaciones
Nota de Traductor
1-1-1
1-2-1
1-3-1
1-4-1
1-5-1
1-6-1
1-7-1
1-8-1
1-9-1
1-10-1
1-11-1
1-12-1
1-13-1
Después de Monarchia
Libro II Escendencia
2-1-1
2-2-1
2-3-1
2-4-1
2-5-1
2-6-1
2-7-1
La Hermandad
Libro III Invocación
3-1-1
3-2-1
3-3-1
3-4-1
3-5-1
3-6-1
La Galaxia en llamas
LORGAR
BEARER OF THE WORD
DE GAV THORPE
LORGAR
PORTADOR DE LA PALABRA
TRADUCCIÓN VALNCAR
LA HEREJÍA DE HORUS
Una época legendaria
Héroes extraordinarios combaten por el derecho a gobernar la
galaxia. Los inmensos ejércitos del Emperador de Terra han
conquistado la galaxia en una gran cruzada; los guerreros de élite
del Emperador han aplastado y eliminado de la faz de la historia a
innumerables razas alienígenas.
El amanecer de una nueva era de supremacía de la humanidad se
alza en el horizonte. Ciudadelas fulgurantes de mármol y oro
celebran las muchas victorias del Emperador. Arcos triunfales se
erigen en un millón de mundos para dejar constancia de las hazañas
épicas de sus guerreros más poderosos y letales.
Situados en el primer lugar entre todos ellos están los primarcas,
seres pertenecientes a la categoría de superhéroes que han conducido
los ejércitos de marines espaciales del Emperador a una victoria tras
otra. Son imparables y magníficos, el pináculo de la experimentación
genética. Los marines espaciales son los guerreros más poderosos
que la galaxia haya conocido, cada uno de ellos capaz de superar a
un centenar o más de hombres normales en combate.
Muchos son los relatos de estos seres legendarios. Desde los pasillos
del Palacio Imperial de Terra hasta los límites exteriores del
Segmentum Ultima, se sabe que sus acciones están configurando el
futuro de la galaxia. Pero, ¿pueden estas almas permanecer libres de
duda y corrupción para siempre? ¿O la tentación de más poder será
demasiado para los más leales hijos del Emperador?
Las semillas de la herejía ya han sido sembradas, y el comienzo de la
mayor guerra en la historia de la humanidad está a sólo unos años
de distancia...
LAS ASCUAS
959.M30
Cuarenta y siete nueve (antes Hierápolis)

La Torre de los Señores Infinitos era menos impresionante de lo que su


nombre sugería. De tres pisos de alto, hexagonal, una pilastra de oro
blanco que se levantaba desde el pico de su techo, era de hecho más
pequeño que cualquiera de las torres de armas en el “Fidelitas Lex”. Pero la
estructura ejercía un dominio sobre Cuarenta y Siete Nueve que justificaba
plenamente su título.

-Esperaba algo más grande- dijo el capitán Jarulek. Como su piel debajo, la
armadura gris de Jarulek estaba cubierta de un pulcro trazado continuo de
pasajes cuneiformes inscritos del Libro de Lorgar en la lengua de Colchis,
un signo de la devoción de su portador.

A su espalda se encontraban cuarenta Portadores de la Palabra, su


armadura gris oscura ungida con óleos benditos que brillaban sobre las
marcas de escuadra y la runa del Capítulo del Espiral Perpetuo. Con ellos
vino el Capellán Melchiades, aunque Kor Phaeron lo había conocido mejor
como Dar Voldak en Colchis.

El Primer Capitán, el Guardián de la Fe, favorecido por el Urizen, había


tomado el mando personal del último asalto al bastión de la iglesia que se
hacía llamar La Copa Plateada. A través de Hierápolis los santuarios y
seguidores del culto habían ardido. Los últimos serían muertos ese día por
orden de Lorgar Aureliano. Con Kor Phaeron iban diez Marines Espaciales
del Círculo Ceniciento, los guerreros que juraron la destrucción de todos
los falsos ídolos y herejías.

-No es sino una piedra angular, creo- dijo Kor Phaeron. -Si se confía en las
confesiones extraídas de los inconformes, la torre se encuentra encima
de una necrópolis que se extiende por debajo de la mayor parte de esta
ciudad.

Lanzó un brazo para abarcar las ruinas que los rodeaban, los edificios
nivelados por los bombardeos orbitales y los misiles Whirlwind del día
anterior. En medio de toda la destrucción, y a pesar de la ferocidad del
ataque, la torre todavía estaba en pie. Los informes oficiales de la Legión
atribuyen esta resistencia a un campo de energía oculto de algún tipo. Más
Kor Phaeron sospechaba que estaba en juego alguna fuerza de otro
mundo, de ahí su decisión de intervenir directamente en su arrasamiento
legitimando la presencia de sus propios hombres bajo el disfraz del Círculo
Ceniciento, los hombres que conocían la Verdad no podían ser enterrados
ni quemados.

-Ni siquiera tiene armas- se burló uno de los subordinados de Jarulek, un


sargento llamado Bel Ashared. Kor Phaeron tenía la intención de
recomendar al líder del escuadrón a Erebus para ascenderlo a las filas de
los capellanes de la Legión y esta expedición fue, aunque Bel Ashared no lo
sabía, una prueba de su temperamento y lealtad.

-Entonces no te olvides en ser el primero en atravesar las puertas- replicó


Kor Phaeron, apuntando con su cuchilla hacia la ornamentada entrada de
la torre.

-El Emperador lo quiere, se hará- Bel Ashared levantó su bólter aceptando


del desafío y después señaló para que su escuadra se preparara para el
ataque.

Melchiades dio un paso adelante, una sombría figura en negro, un tabardo


gris sobre su armadura que recordaba a los sacerdotes de la Alianza de su
mundo natal, una señal de que había sido criado desde la infancia al abrazo
de la santa iglesia. Como el propio Kor Phaeron, aunque el Guardián de la
Fe no necesitaba tal decoración para que otros conocieran su historia.

-Habitantes del interior- declaró el Capellán, su voz se amplificó a un


rugido por el sistema de direcciones de su armadura, resonando en los
muros de piedra. -Ustedes han sido encontrados culpables de
incumplimiento a los deseos del Emperador de la Humanidad,
rechazando los beneficios de la Ilustración y negando la Verdad Imperial.
Al persistir con vuestra adoración a falsos dioses, desafían directamente
los mandatos de Terra. Además, al negarse a reconocer la falsedad de su
adoración, cometen la adhesión voluntaria y persistente a un error en
cuestiones de fe.

-No hay más que un Señor y una Ley, y es de él en Terra de quien nace.
Fuente de la Verdad, el Emperador ha reclamado este mundo para
beneficio de toda la humanidad. Ustedes se negaron a dejar de lado su
vanidad egoísta y por lo tanto son culpables también de traición a la
humanidad. No se ofrecerá clemencia, ni se mostrará misericordia. Sus
vidas se perderán y sus propiedades se unirán al gran Imperio de la
Humanidad.

Con todas las formalidades realizadas, Jarulek ordenó a sus guerreros


avanzar, la escuadra de Bel Ashared en la punta de lanza del ataque. Kor
Phaeron y sus seguidores del Círculo Ceniciento los siguieron de cerca a
pie, con sus lanzallamas de mano y hachas rastrillo con garfio en la mano,
el rápido avance ofrecido por sus propulsores de salto no fue requerido en
esta ocasión.

El propio Bel Ashared llegó primero al portal de plata y colocó un trío de


bombas meltas sobre su superficie antes de retirarse. Su detonación
convirtió las puertas en astillas carbonizadas y al metal fundido, rasgando
un agujero a través de la gruesa barrera para exponer las barras rotas y las
cerraduras interiores. Al abrirse las puertas, los Portadores de la Palabra
irrumpieron en el umbral, disparando sus bólters a algún enemigo fuera de
la vista de Kor Phaeron. Las chispas de fuego laser destellaban contra los
marines espaciales cuando asaltaron la brecha, impactando ineficazmente
contra sus placas de la batalla.

Entrando en la estela del asalto, Kor Phaeron y sus compañeros se


encontraron en un pequeño vestíbulo, un altar circular al frente, el altar ya
derribado y roto por los guerreros de Jarulek. Las paredes enyesadas
estaban pintadas con elaborados murales que recordaban a Kor Phaeron
ilustraciones de los libros sagrados más antiguos de Colchis,
representaciones del Empíreo que había estudiado durante largos años
antes de la llegada del Emperador y de la XVII Legión. Las cicatrices de láser
y de bólter marcaban los diseños arremolinados, entre salpicaduras de
gotas de sangre. Los cuerpos destrozados por detonaciones de bólter
llenaban las puertas y sembraban las losas blancas bajo los pies, envueltas
en vestiduras de seda de los fieles de la Copa Plateada, su sangre se filtraba
a lo largo de las grietas entre los azulejos. Nada más estaba vivo.

Había otra puerta en el lado opuesto de la capilla, de simple madera


pintada de blanco. Una escuadra de hombres de Jarulek estaba lista para
abrirla.

-¡Espera!- ordenó Kor Phaeron, cruzando rápidamente la sala del


santuario. -Un santuario interno, espero. Nos ocuparemos de las
blasfemias que contiene. Jarulek, busque rutas en las catacumbas, no se
sabe cuántos de estos parásitos podrían huir a través de los túneles.
Coordina con tus escuadras, que limpien la ciudad en la superficie para
que nadie escape.

El capitán vaciló un momento y luego miró al Círculo Ceniciento reunido


alrededor de Kor Phaeron. Levantó la espada sobre sus lentes en saludo y
luego se volvió, dando órdenes a sus guerreros.

-Dathor, rompe la puerta- dijo Kor Phaeron, apartándose para que el


guerrero del Círculo Ceniciento se acercara.

La sierra del hacha de rastrillo de Dathor gruñó con vida, con los dientes
convirtiéndose en una mancha en su punta. Con tres movimientos cortó el
portal. El tercero golpeó la hoja profundamente en las maderas,
permitiéndole rasgar los fragmentos astillado del marco.

Kor Phaeron entró primero, entrando en un pasillo corto, demasiado


estrecho para las mochilas de salto del Círculo Ceniciento.

-Asegúrense de que no me sigan- les dijo antes de avanzar hacia la


escalera del otro extremo. Subió rápidamente a una cámara que recorría a
lo ancho de la torre.
Aquí encontró estatuas y más murales, y en el extremo lejano un puñado
de hombres con túnica y barbas largas sacando apresuradamente libros y
amuletos de un gran baúl. Uno de ellos se dio cuenta de Kor Phaeron y se
enderezó, con pánico en su rostro. Empezó a buscar algo dentro de su
túnica.

-Si eso es un arma, todos morirán en los próximos treinta segundos- dijo
Kor Phaeron. -Detén tu mano y vivirás. ¿Cuál de ustedes es Audeaus?

Los cinco ancianos se miraron el uno al otro antes de que uno de ellos, aún
más nervioso que los otros, levanto una tímida mano.

-Soy Audeaus, Supremo Sacerdote de la Copa Plateada- él inflo el pecho,


imprimiendo una apariencia de desdén, aunque era claro por sus manos
temblorosas que era una farsa. -Esta blasfemia no q…

-Sepa que este día sus oraciones han sido contestadas, Audeaus.

-He visto la clase de Poder al que ustedes sirven. Un tiempo de prueba


está cerca, pero deben permanecer fuertes. ¿Tienen medios para escapar
de esta cámara?

-Yo... ¿Por qué haces esto?

-¿Importa?- gritó uno de los ancianos a Audeaus. -¡Nos está dejando ir!

-Un omitóptero (omithopter en el original) en una estación en el desván-


respondió otro en nombre de su jefe. Se acercó a una escalera que subía
por una de las paredes y señalo una trampilla.

-Nutre tu fe, pero permanece oculto. Deja que la verdad sea tu fortaleza,
y que cualquier convertido de este mundo sepa que tu fe prevalecerá. Sus
almas serán recompensadas. Llegará un tiempo en que sus verdaderos
amos invocarán a sus descendientes.

Como un grupo, se dirigieron la escalera. Kor Phaeron levantó su bólter y


apuntó a Audeaus.
-Debo tener pruebas de que su secta ha sido destruida. Su cabeza será
suficiente El resto de ustedes, vuelen hacia el este, dos kilómetros y luego
hacia el noreste fuera de la ciudad. Hay una brecha en la pantalla augur.
Encontrarán refugio en Midden Mires. Desaparezcan.

-Pensé que dijiste que mis oraciones habían sido contestadas- dijo el
Supremo Sacerdote, alarmado. Trató de correr hacia la escalera, pero los
otros sacerdotes se aferraron a sus vestiduras y lo obligaron a regresar
hacia Kor Phaeron.

-¿No habéis orado para que los Poderes pongan su mirada sobre ustedes?

Audeaus asintió con vacilación. Los que lo habían abandonado se


apresuraron hacia la ruta de escape.

-Ahora pondrás tu mirada sobre los Poderes- dijo Kor Phaeron, y apretó el
gatillo.
LIBRO 1:
REVELACIONES
COLCHIS
Hace 118 años [Estándar Terrano]
Hace 24.5 años [Calendario Colchisiano]
Nota del traductor sobre el tiempo

El mundo de Colchis es de una magnitud mayor que la Sagrada Terra y,


en consecuencia, incluso las aproximaciones de tiempo por la
nomenclatura aceptada de «patrón terrano» no tienen éxito al transmitir el
ciclo diurno y nocturno muy diferente de sus habitantes. Antes de
comenzar, el lector debe familiarizarse con la siguiente información.

La órbita de Colchis alrededor de su estrella tarda casi cinco años - cuatro


punto ocho para ser más precisos. Por lo tanto, si un Colchisiano se refiere
a ser de seis años de edad, son de hecho veintiocho o veintinueve años
Terranos.

Un día solar Colchisiano, es decir, una rotación planetaria completa, son


siete punto un días Terranos, o ciento setenta y cuatro horas Terranas.
Claramente incluso los seres humanos, tan adaptables como son, no
pueden sobrevivir con un ciclo de noventa horas día / noche, por lo tanto,
la cultura colchisiana desarrolló un sistema para el sueño intermedio y los
períodos de vigilia.

Estos períodos se refieren a menudo como "días" en muchos volúmenes,


pero esto puede ser confuso y retratar una imagen errónea de los
acontecimientos. En este texto me he esforzado por lograr una traducción
más literal de la terminología colchisiana, que se deriva del lenguaje de los
antiguos pobladores del desierto.

El día, en el siguiente manuscrito, se refiere a un giro orbital completo del


planeta, desde el amanecer hasta el amanecer. Este día se divide en los
siguientes tiempos de aproximadamente veinticuatro horas cada uno (la
longitud exacta depende más de las estaciones y la localidad, y
cronometría en Colchis es una dedicada y difícil disciplina científica por
derecho propio): Amanecer Mañana Mediodía-largo Post-mediodía
Víspera-anochecer Descenso-frio Alta-Noche.
Estos subdías se dividen en tres períodos más, dos de vigilia y uno de
sueño, aproximadamente ocho horas cada uno. Estos tres periodos se
denominan despertar, vigilia y descansar, siendo el último el período de
sueño (aunque con frecuencia los habitantes pueden dormir menos de
ocho horas durante Mañana, Mediodía-largo y Post-mediodía, y
ligeramente más durante la oscuridad del tiempo restante).

Por lo tanto, podríamos referirnos al despertar del Amanecer, siendo en


algún momento en las primeras ocho horas del primer período de
veinticuatro horas de un nuevo día Colchisiano. La costumbre dice que el
tiempo más caluroso, la vigilia del Mediodía-largo, es también un período
de descanso, pues cuando la estrella local está en su apogeo, es
excepcionalmente perjudicial para la salud estar fuera de cobertura. Por el
contrario, el descansar de la Alta-Noche es el período más frío y oscuro del
día Colchisiano.

En cuanto a otras medidas de cronometraje tales como meses, recuentos


de los años locales, etcétera, he ahorrado al lector todo menos el más
escaso detalle, porque tales cosas son excepcionalmente complejas y no
necesarias para entender este texto.


1

Las arenas del color de la roya, la ceniza y el sudor viejo se extendían


hacia el borroso horizonte. Incluso en el calor sofocante, algo de vida se
aferraba, matorrales de arbustos y árboles espinosos, cactus y suculentas
flores brillantes se alzaban a la sombra de piedras semejantes a pilares,
sostenidos dentro de un wadi sinuoso y sacando sustento de los restos
profundos de oasis perdidos. Había movimiento por todas partes si uno
sabía dónde mirar. Escorpiones y escarabajos del sol se deslizaban sobre las
arenas abrasadoras y las moscas zumbaban perezosamente de cactus a
cactus. Muy por encima, en los haces de nubes que se deslizaban por un
cielo azul pálido, inmensos buitres de arena con enormes alas de cuatro
metros rodeaban los frescos aires superiores, ojos tan poderosos como
magnóculos exploraban el suelo por cualquier bocado.

Los demonios del polvo recorrieron las dunas, borrando las vías alrededor
del campamento, acumulando nuevos montones contra los lados de trece
grandes tiendas de tela rayada de rojo y azul, negro y dorado, gris y blanco.
Las sombrillas sostenidas en fuertes postes protegían contra el incesante
resplandor del Mediodía-largo, manteniendo lo peor de las espaldas de las
preciadas monturas bípedas sunstrider y las mucho más fuertemente
fijadas bestias de trineo sternback. Con su corto cabello manchado de rojo
por el polvo, los animales jadeaban en el calor a pesar de la sombra, los
ojos cerrados contra el resplandor que salía de las dunas cercanas.

En el lado de sotavento del campamento se colocaban más sombrillas


enormes, y debajo de ellas se agitaba los Dedinados. Viejos y jóvenes, se
acurrucaban cerca de sus estufas solares cocinando empanadas hechas de
harina de cactus gris aromatizada con preciosas gotas de leche de Araña de
miel. Hablaban tranquilamente y cuidaban sus cantimploras,
peligrosamente bajas, ahora que estaban a dos días y medio del último
oasis, debatiendo el mejor rumbo a tomar al despertar de Víspera-
anochecer, cuando la caída de las temperaturas haría que el viaje se
volviera práctico.

Tocaban talismanes y fetiches de pequeños huesos de aves y mamíferos,


intrincadamente tallados con versos transmitidos de antiguas
generaciones. El mayor dormitaba, abrazando palillos de oración a través
de su pecho, los débiles silbidos y gemidos de los huesos perforados
cambiando mientras su pecho se levantaba y caía en la constante, pero
débil brisa. Alrededor de ellos los niños cavaron en la arena por wadi-
nappers y moluscos del desierto, aunque en sus mentes se imaginaron que
estaban abriendo una de las bóvedas pérdidas para desenterrar tesoros
archeotecnológicos de la época de la Última Vagabundeo. Recogían piedras
y pequeños fósiles, dividiéndolos en montones que variaban en brillo,
tamaño y otros criterios que sólo los niños pequeños entendían.

Los niños mayores se atrevían a ponerse al sol durante el mayor tiempo


posible, sincronizando sus esfuerzos con pequeñas gafas de arena,
ignorando las advertencias de sus padres que hablaban de algún tío o tía
que había muerto por una emisión solar o que había sido consumido por
una multitud de tumores.

Los adultos más jóvenes asistían al santuario. El centro del campamento


estaba dominado por cuatro grandes postes, cada uno compuesto de
tallados totems separados en los muchos aspectos de las cuatro Poderes.
Aunque eran Dedinados, prohibidos de entrar en cualquiera de las grandes
ciudades, sin embargo, rendían homenaje a los dioses de sus antepasados
lo mejor que podían. Las ofrendas de pequeños sacrificios ardían en
tazones de incienso en la base de cada poste, sus vapores perfumados
salían a través del campamento, llevando las oraciones de los fieles al aire.
Los sacerdotes del lugar mantuvieron encendidos los pequeños fuegos,
moviéndose de uno a otro en constante trabajo, desplazando el aire,
reajustando el encendido agregando rocíos de más incienso cuando se
requería.

De vez en cuando uno de los nómadas se despertaba en el calor soporífero,


golpeado por un pensamiento o una necesidad repentina. Ellos
garabateaban su oración en un pedazo de papiro y lo pasaban a uno de los
asistentes del tótem. Los encantamientos murmurados acompañarían la
llamarada del papiro ardiente, su significado perdido a la antigüedad, pero
su importancia subsistió sobre cientos generaciones.



2

Fan Morgai, líder de la tribu, reunió a su familia en un breve consejo.


Señaló el brillo más oscuro del horizonte, que un extraño a los desiertos
podría haber confundido con una montaña. Los nómadas lo sabían mejor:
el montículo cuya cima era apenas visible en la distancia no era una
formación natural sino los restos de una ciudad de sus antepasados, arenas
muertas hace mucho reclamadas por el desierto.

-Dos descansos más, a buen paso- les dijo, agitando el mapa de telas que
era su reliquia más preciada. Los símbolos casi habían desaparecido, pero
sabía leer el relieve, enseñado por su madre y su abuelo tan pronto como
fue lo bastante mayor para aprender las letras.

-Una oración al viento- murmuró Stanzia, su hermana mayor. -¿Crees que


los dioses nos guiarán a una cueva perdida?

-No- dijo Fan Morgai con un triste movimiento de cabeza. -Creo que esta
es la Ciudad de los Espejos. Vean las nubes encima. Lluvia, chicos y
chicas. Lloverá pronto.

-Se dice que el wadi de Fushas está inundado de nuevo- dijo su primo más
joven, Fabri Tal. -A sólo un despertar de distancia, no más.

-Un camino equivocado- argumentó Kora, el hermano mayor de Fabri Tal,


que ya había expresado su apoyo al plan de Fan Morgai. -¿Y quién dijo
eso? ¿Un adivino borracho en Maiporis? Te dirían cualquier cosa por un
sorbo de j'kahs.
-Tenía uno de los viejos libros- protestó Fabri Tal, -y lanzo los huesos sobre
sus páginas justo delante de mí, lo vi. Un símbolo del viento y el sol.
Nuevos comienzos, me dijo.

-Y le escatimaste un sorbo de tu licor por la buena noticia- dijo Fan


Morgai. Estaba a punto de continuar, pero un grito sonoro llamó toda su
atención hacia el puesto de vigilancia sombreado erigido sobre pilares en
el lado del barlovento del campamento. Otros estaban de pie protegiendo
sus ojos del resplandor.

-Ve, Alannat, releva a Benjor- le dijo Fan Morgai a su joven hermana, y se


lanzó a la luz, pasando el pañuelo por su rostro para protegerse del sol
durante el tiempo que le llevó llegar al puesto de vigilancia.

Benjor se dejó caer y corrió hacia el anciano con su tubo de vigilancia


brillando en su mano. Hizo un gesto para que Fan Morgai se reuniera con él
entre las dos tiendas más cercanas y señaló el viento, un poco hacia el
borde del campamento.

-¡Caravana!- grito, dando el dispositivo a Fan Morgai. -¡Caravana!

El líder tribal llevo el telescopio a su ojo. Los detectores de retina hicieron


clic y giraron mientras ajustaban la lente líquida, dando el horizonte a un
enfoque más nítido. Barrió a la derecha un poco, hacia la costa distante, y
captó una nube de oscuridad contra las dunas, a no más de un kilómetro
de distancia.

-¿Una caravana, aquí?- miró a Stanzia y compartieron una mirada de


preocupación. Ambos miraron hacia la tienda principal que albergaba a la
familia del jefe.

-No digas nada a los extraños- dijo ella y él aceptó con un gesto de
asentimiento.

-Prepárense, tomad vuestras armas- les dijo a los otros. -Pero no hagan
nada para provocarlos y déjenme hablar.


3

El vehículo más grande coronaba una duna ancha como una ballena que
rompía las olas, sus enormes flancos se alzaban sobre las arenas en medio
de una nube de polvo y humo. Una docena de pequeños embudos
arrastraban vapores aceitosos de sus tapas de gárgolas. Las gruesas orugas
de madera revolvían la arena al alcanzar la cumbre, el arado de arena
frontal arrancaba la suciedad y la arena en bancos gemelos a cada lado.

Los detalles eran escasos, la caravana era sólo una vaga oscuridad en la
neblina, pero a medida que el vehículo se acercaba, se mejoró el enfoque
de las otras formas de alrededor. Cuatro rodaderas de dos-tripulantes
corrieron como caballeros, sus techos y alerones brillantes con paneles de
recolección solar, neumáticos de globo que los llevan sobre el desierto
cambiante.

Con ellos llegaban verdaderos jinetes, montados en sunstriders adornados


con cintas y banderines desgastados, la serpentina de una bandera de
oración negra y roja que ondulaba en la parte posterior de cada
explorador. Sus rostros estaban ocultos por gruesas bufandas y anteojos
antireflectantes, con sus ropas de montar sucias y hechas jirones. Sus
corceles también habían visto días mejores, flancos marcados por
tormentas de arena, pelo enmarañado, cortas colas cortadas al estilo de las
tribus de desechos del interior.

Otros vehículos siguieron, formando un sequito para los carros templo-


plataforma tirados por tríos de dromedores y carruajes de sunstriders, dos
de ellos, cada uno acarreando cadenas y banderas ondulantes a través de
la arena para ocultar el rastro que dejaba la caravana.

El vagón del santuario se veía ahora con más claridad, una torreta sobre la
cabina del conductor, coronada por numerosos altavoces acampanados
flanqueando un púlpito, grandes reflectores proyectaban un resplandor
sobre la cubierta detrás, donde docenas de hombres y mujeres armados
esperaban. Cuando la gran capa sobre la cubierta batía y se abultaba con
los vientos, las puntas de la lanza y los mazos, flechas y hondas brillaron
con los destellos ocasionales del sol. Más allá de los montículos del motor
de tracción, el gran carro se alzaba como un tipo de castillo en popa, sobre
el que estaban montados dos lanzallamas. Aquí los postes de mástil se
unían a los tubos de escape por medio de banderas negras y rojas,
desaparecían en algunos lugares, dando la impresión de sonrisas sin
dientes.

En la cima brillaba un icono de oro, de un libro ardiente. Un símbolo de


lealtad y fe, testimonio de uno de los credos proselitistas de las viejas
ciudades. La Alianza de Vharadesh.



4

El resplandor de los oculares brilló a lo largo de la cubierta del vagón


santuario mientras los ocupantes volvían su atención hacia el grupo de
tiendas de campaña que se veían a lo lejos. Las órdenes fueron ladradas
por los altavoces y los motores de la capilla móvil gruñeron en respuesta a
las persuasiones y maldiciones de la tripulación de abajo, llevando el
inquebrantable vehículo hacia un nuevo rumbo hacia la amplia cuenca de
arena más allá de la cresta.

Nairo se lanzó entre los guardias de la caravana, sacando un cucharón de


su cubo para engrasar los engranajes expuestos del tren de rodaje debajo
de la plataforma principal. Alrededor de él, los mercenarios (sellswords en el
original, nt.) en la borda preparaban sus arcos de viento y pistolas de dardos, y
soltaban las porras de sus cinturones. Unas cuantas patadas iban dirigidas
hacia el esclavo envejecido; Otros solamente dirigían maldiciones al
hombre medio agachado que se arremolinaba en su camino entre ellos.

Estaba vestido sólo con un taparrabos y una diadema, con la espalda y los
hombros marcados por un látigo, un laberinto de piel oscura y tejido
cicatricial blanco, que se volvió correoso y agrietado por años de
exposición. Fue, alabados sean los Poderes, un milagro que Nairo no
hubiera sido maldecido con los tumores como muchos de los que habían
crecido con él, su edad avanzada era algo así como un talismán entre los
otros esclavos. Había sobrevivido seis años Colchisianos; Treinta como los
adeptos de Terra entenderían más tarde tal lapso de tiempo.

Tenía la cabeza rapada, tatuada en el lado derecho con una versión simple
del Libro de la Palabra, símbolo del Pacto que aparentemente lo poseía.

Pasó ante los feroces mercenarios Cthollic, con sus máscaras de porcelana
sobre el rostro, decoradas con crueles semblantes extraídos de visiones
provocadas por sustancias tóxicas en rituales de llegada a la madurez.
Empuñaban lanzas serradas, sus justillos adornados con discos de material
refractante que brillaban blancos bajo el alto sol.

Junto a ellos, los Hermanos Arqueros, guerreros del mar ahora confinados
a la tierra, sus arcos descansando a un lado del vagón. De feroz expresión,
los hombres fuertemente barbados, las mujeres con las trenzas atadas bajo
el mentón a imitación de los favorecidos con vello facial.

Las Brujas Caminantes de Carthass, desposeídas por la pérdida de sus


hogares, tragadas por las grandes perturbaciones en la tierra hacia un año.
Una gran ciudad entera desapareció en la arena y las aguas, destruidas,
según fue proclamado por la Alianza, por sus comportamientos
pecaminosos. Este puñado de supervivientes apelmazo sus cuerpos con
pintura ocre por vergüenza, el color era visible entre sus plastrones
segmentados, brazales y grebas.

Y más, de otras ciudades y ninguna, todas convertidas. Ningún guerrero era


nativo de la Alianza; Ninguno nació en Vharadesh, la Ciudad Santa. Este
simple hecho los hizo seguidores más fervientes, con el vigor de aquellos
cuya existencia ahora dependía de la Verdad de la Palabra para dar
significado a sus vidas. Su credo adoptado los hizo tan fervorosos como su
amo.

De él, del Portador de la Palabra, no había ninguna señal, aunque la


advertencia había sido enviada al maestro de la caravana que un
campamento Declinado había sido avistado. Nairo lanzaba miradas a la
escotilla que conducía a las cámaras del amo en las entrañas del templo
plataforma, pero no vio ningún movimiento.



5

Castora, la heraldo-esclava, se escabulló a la vista desde la entrada más


pequeña en popa y rápidamente subió la escalera al púlpito mientras el
santuario móvil se paraba a cien metros a las afueras del campamento. Con
un chirrido y un crepitar amplificado, el sistema de dirección surgió a la
vida a su instigación.

Movimiento agitado en el campamento cuando los nómadas se reunieron


al borde a la sombra proyectada por las cubiertas. Nairo podía ver el
destello de las armas, lanzas en su mayor parte, nada avanzado, pero la
disposición de los Declinados sugería curiosidad más que hostilidad. Se
podían ver conversación entre ellos, casual en su actitud.

Un clarín automatizado gimió varias notas distorsionadas de los megafonos


de oración, cortando a través del áspero viento.

-Alegraos, los que han caído bajo la mirada de los Poderes- anunció
Castora. Hablaba palabras acuosas, el lenguaje común de los comerciantes
y misioneros que se movían entre las ciudades. Nairo pudo ver su rostro,
resignada a su tarea, aunque hizo todo lo posible por reunir tanto
entusiasmo como pudo para la audiencia. -Celebren la atención de los
Poderes, pues este día os han guiado al Portador de la Palabra. No
temáis, porque sólo trae consejo y sabiduría para aquellos que desean
escucharlo. Ya no debéis morar en el desierto de la ignorancia. El
Portador de la Palabra te llevará de nuevo al camino de la Verdad, y a
través de sus indulgencias conocerás otra vez la Voluntad de los Poderes.

El ruido de un pie sobre los escalones atrajo la mirada de Nairo hacia la


escotilla abierta. Mientras Castora continuaba su discurso, alabando los
beneficios de la Verdad y la justicia del Portador de la Palabra, el maestro
emergió. Era joven, tres años y medio de acuerdo a la medida de la larga
órbita de Colchis, pero su frente ya llevaba los surcos profundos que se
torcerían permanentemente en su vida posterior. Estaba demacrado, pero
todavía no poseía las líneas de preocupación y de la edad que marcaría sus
años mayores. Estaba vestido con los harapos sucios de una túnica gris
oscuro marcadas por los sigilos de las Poderes y el diseño de las
constelaciones del Empíreo en el Mas Allá, la misma ropa que había sido
literalmente arrancada de su espalda cuando había sido expulsado de
Vharadesh. Su carne era delgada, su presencia en la desolación afinó su
cuerpo a músculo fibroso y poco más. Su piel ya estaba marcada con las
cicatrices de la exposición, oscura por el sol y rayada por las arenas de
viento.

Castora se retiró cuando llegó al pie de la escalera del púlpito, deslizándose


hacia el borde como una serpiente que huía para permitir que el maestro
ascendiera sin obstrucción. Con una energía característica se subió a la
plataforma de dirección mientras los clarines volvían a sonar.

-Presta atención al Portador de la Palabra- declaró, alzando los brazos por


encima de su cabeza. -¡Se testigo de la verdad de mis labios y recuerde el
nombre de Kor Phaeron!

2º1

El líder del Declinado levantó la mano, dándole permiso a la caravana


para acercarse. El templo plataforma avanzaba a paso lento mientras los
otros vehículos formaban un perímetro y los escoltas caían desde la
plataforma de combate para caminar a un lado en una guardia de honor.
Dos sandsleds tiraban adelante, levantando grandes velas para crear un
pasillo sombreado entre la pasarela que descendía del santuario móvil y el
perímetro de sombra en el borde del campamento.

Kor Phaeron se balanceaba a los lados sobre una escalera de cuerda y


rápidamente bajó a la arena sombreada, sus pies descalzos hundiéndose
en los granos calientes. Apenas sintió su abrasador tacto a través de
cicatrices y callos tan gruesos como la suela de un zapato; era una broma
entre su camarilla que sus plantas estuvieran tan acostumbradas al dolor
como su alma. Permitió que ese humor continuara mientras no fuera
deliberadamente perpetrado al alcance de su oído. Bromear sobre los
Poderes y el Empíreo era una blasfemia, por supuesto, pero también sabía
que los soldados tenían sus propias costumbres y era mejor no poner a
prueba su lealtad con excesivamente duras e innecesarias órdenes sobre
su comportamiento.

Un puñado de nómadas se agolpó hacia delante, llevando copas de agua


en señal de bienvenida. Era una buena señal, y Kor Phaeron sintió alivio
ante la perspectiva de que su sermón pudiera caer en oídos dispuestos a
cambiar. La costumbre dictaba que fueran anfitriones del predicador, pero
con demasiada frecuencia la hospitalidad era de corta duración, el tiempo
suficiente para satisfacer la tradición y la reputación. La oferta de agua
parecía una bienvenida genuina.

Reprimió una mueca al ver que algunos de los nómadas estaban marcados
con los remolinos de la maldición de arena o las lesiones cutáneas del
come-células (celleater en el original, nt). La inmundicia abundaba entre los
Declinados, un síntoma de sus costumbres irreligiosas, pero no creía que
esto justificara negarles la Verdad. ¿Cuál era el punto de llevar la Palabra de
los Poderes a aquellos que ya la atendían? Que los tontos de Vharadesh lo
hubieran expulsado por sugerir que la Alianza debía ser más misionero en
su perspectiva sólo había reforzado su creencia de que la Verdad estaba en
el desierto entre las ciudades.

Que esta fuera una metáfora apta para su interminable búsqueda a través
de la desolación para hacerse con sabiduría no pasó desapercibida en Kor
Phaeron. Guiado por los poderes a través de los misterios arcanos de la
astrología de Colchis, Kor Phaeron había reclutado docenas a su causa en
las temporadas largas desde que su exilio había comenzado. Había oídos
que escuchaban la Palabra y la Verdad, y mientras los hubiese era su deber
llevarla a ellos.

-Que nuestro viaje termine en las aguas- dijo el líder nómada, inclinando
la cabeza en saludo. Era un poco más bajo que Kor Phaeron, y tal vez tenía
siete años, aunque la mayor parte de su rostro estaba oculto por una
bufanda y gafas. La mano que ofrecía la copa de agua estaba ajada por la
edad, la piel como el cuero agrietado y apretada sobre su escasa carne.

-Las bendiciones de los Poderes caiga sobre ti- respondió Kor Phaeron,
levantando la mano izquierda con el dedo medio y el dedo índice juntos,
dibujando el Signo de los Cuatro en el aire como se establece en los
Cuentos de los Barabicus: un movimiento circular que comienza arriba a la
izquierda y moviéndose hacia abajo y a la derecha, seguido de una "X" que
atravesaba la misma. El líder nómada siguió el movimiento de los dedos
con una mirada curiosa, ignorante de su encuentro, pero impresionado por
la importancia del gesto y la solemnidad con la que fue pronunciado.

-Yo soy Kor Phaeron, el Portador de la Palabra.

-Soy Fan Morgai y estos son mi pueblo- tomó un sorbo de la taza y se lo


pasó a Kor Phaeron, quien sólo sorbió el líquido suficiente para humedecer
sus labios.
Estaba ansioso por comenzar su sermón, pero Fan Morgai insistió en que
se siguieran todas las costumbres. Después de haber bebido de la misma
agua, insistió en presentar a su familia y a otros miembros prominentes de
la tribu, declarando nombres que Kor Phaeron olvidó de inmediato como
irrelevantes. Si se convirtieran en seguidores, se dignaría en dedicar más
pensamientos para ellos, pero no antes.


2º2

Eventualmente, Kor Phaeron fue guiado a las esteras más cerca del
corazón del campamento, aunque no a las que estaban directamente al
lado de la tienda central, como podría haber esperado. En lugar de
detenerse en esta extraña desviación de la tradición nómada, se lanzó con
entusiasmo a su sermón, haciendo un fuerte gesto para enfatizar sus
puntos, sus ojos oscuros moviéndose de un oyente a otro en suaves
transiciones como le habían enseñado en las cámaras del Orastry en
Vharadesh.

El calor de su pasión lo consumía, alimentando sus palabras mientras se


alejaba de sus líneas practicadas para comentar los viajes de Epixas de
Eurgemez y su muerte a manos de los incrédulos de esa ciudad cuando
regresó con la Verdad. Podía ver la comprensión en los rostros de su
audiencia cuando compartían el dolor de las tribulaciones y el rechazo de
Epixas, ya que había sido rechazado por aquellos que se decían fieles.

-En cada uno de nosotros ha sido establecido un propósito- les dijo,


gloriándose con la oportunidad de desahogar su mente de sus intensos
pensamientos. -Los Poderes miran nuestras obras y nos desprecian,
porque no hay nada debajo del Empíreo que podamos crear que no sea
sino un pálido reflejo de las glorias de las Esferas Superiores.

El espíritu de los Poderes estaba sobre él, un fuego en sus entrañas


mientras sus palabras salían de sus labios. Suya era la Voluntad, suya era la
Palabra que llevaba. Colocó una mano sobre la cabeza de Fan Morgai,
envuelta en una bufanda, sintiendo un sentimiento paternal por estos
desposeídos, aunque la mayoría eran sus mayores por medio año y otros
por mucho más. Los Poderes los habían llevado a su cuidado y no
renunciaría a la responsabilidad de presentarles la Verdad.

-No te rehuiré como los demás, porque a los Poderes no les preocupan
nuestras jerarquías mortales, sino por nuestra dedicación. No importa
que vivas en lugares salvajes, arrojados de la civilización al desierto como
animales, porque no somos más que inquilinos en las tierras de los
Poderes.

-¿Quién más que tú sabe del significado del sacrificio? ¿Qué sacerdote o
sacerdotisa en las torres de Ghuras o Vharadesh puede decir que conoce
los deseos de los Poderes más que los que se ven obligados a sufrir cada
día bajo su ardiente escrutinio?

Él agitó una mano hacia el gran orbe más allá de las velas del parasol. -No
se equivoquen de que lo que el sol es para el día, los Poderes son para la
vida. Son la luz que la sostiene, el fuego que la consumirá. Como el sol es
incesante sobre nuestras espaldas, debemos ser implacables en nuestro
servicio.

Los Declinados se sintieron absortos por estas palabras, tan diferentes de


los testamentos aburridos de otros misioneros que habían pretendido su fe
para su causa. Aquí había alguien que hablaba de manera que coincidían
con sus experiencias, que conocían algo de sus miserables vidas. Más de la
mitad de los adultos del campamento se habían reunido para escuchar su
sermón, y tantos niños cuando podían reunir algunos momentos de
atención.

Kor Phaeron alcanzó la cima del orgullo, a punto de sumergirse en el valle


de la autocomplacencia. No fue a él a quien prestaron su atención, sino a la
Verdad. Se recordó a sí mismo que no era más que un recipiente para las
Poderes, un instrumento de la Voluntad y nada más. Suyo no era el crédito,
sólo el sacrificio. Tal era la posición a la que había sido designado.

2º3

Kor Phaeron, poseído por la energía de los Poderes, comenzó a andar


mientras hablaba a la multitud, moviéndose a lo largo de la hilera de
nómadas con las piernas cruzadas. Dirigió sus palabras a los de atrás,
animándoles a escuchar su mensaje para que pudieran conocer la Verdad.

-A nosotros será entregada la Palabra, y con ella conoceremos la


Voluntad de los Poderes- les dijo. Apretó un puño contra su pecho
marcado por el sol. -A mí se me ha transmitido este conocimiento. Te lo
paso, porque los Poderes han hablado y declarado que el mensaje debe
ser escuchado. Un tiempo de prueba vendrá, cuando los Poderes
coloquen su mirada inmortal sobre Colchis y juzguen a los dignos de los
indignos. Ninguno podrá levantar la excusa del 'pero yo no sabía' porque
los Poderes nos han dotado a todos con los medios para conocer la
Verdad.

Movió una mano hacia los esclavos que llevaban sus pertenencias detrás
de él: muchos libros sagrados, un cetro con la cabeza en forma de puño y
otras reliquias que había encontrado en su búsqueda a través de los
desechos. Con el gesto, los esclavos se arrodillaron y ofrecieron sus cargas.

-He leído la sabiduría de estas antiguas páginas- una verdad a medias,


porque sólo entendía el lenguaje en seis libros de su biblioteca, -y en ellos
he descubierto la Palabra. Y la Palabra dice que serviremos a los Poderes
y excluiremos a los que no deberían. Los esclavos proveerán la comida,
porque los hombres y mujeres libres deben soportar la carga de la
adoración, inclinándose con esfuerzo para alabar a los Poderes que nos
crearon y nos sostuvieron.

-Cada uno de ustedes es un elegido- señaló a la multitud con un dedo


flaco. Algunos sonrieron, otros se estremecieron. Se dio cuenta de que Fan
Morgai y algunos otros miraban hacia otro lado. Kor Phaeron reflexionó
sobre esto mientras continuaba: -Cada uno tiene su lugar en la
maquinaria del universo, ya sea en el engranaje o el cable, el interruptor
o el fulcro. Los textos nos dicen que uno vendrá, elevado sobre los demás
a los ojos de los Poderes, para traer la vista a los ciegos, oír a los sordos,
la Palabra al mudo.

Una vez más, los agudos ojos del predicador captaron una pequeña
agitación de movimiento del jefe y de su familia. ¿Era nerviosismo?
¿Vergüenza? Kor Phaeron dio varios pasos, cambiando su perspectiva, sus
palabras ahora venían por instinto mientras examinaba el campamento
desde un nuevo ángulo.

-El prestigio y el honor recompensarán a los Fieles- indicó a sus


seguidores, que esperaban en grupos bajo la sombra de las velas solares y
en la cubierta del santuario móvil. -La luz de los Poderes caerá sobre ellos
y toda mancha será removida del cuerpo para que refleje la pureza del
alma.

De esta nueva posición se dio cuenta de que Fan Morgai no había estado
apartando la vista de Kor Phaeron, sino que el jefe y sus compañeros
cercanos habían estado mirado hacia algo. La tienda principal en el mismo
centro del campamento, una gran estructura cónica de blanco, negro y rojo
bordada con constelaciones sagradas.


2º4

L
- a plaga y la miseria serán la suerte de los infieles- dijo Kor Phaeron, la
voz bajando a un susurro gruñido, su mirada feroz vagaba por la multitud,
buscando otros comportamientos sospechosos o signos de culpabilidad. -
Nada se esconde de la mirada de los Poderes. Todo se pone al
descubierto ante su inmortal escrutinio, así como el desierto se expone
ante el sol ardiente.
Esto generó una reacción definitiva, un intercambio de miradas entre Fan
Morgai y su esposa, Kor Phaeron caminó hacia la multitud, con los brazos
extendidos con las palmas hacia afuera, como si les ofreciera bendiciones.
Se apartaron de su camino, separándose como arena ante el viento, hasta
que llegó a estar de pie ante Fan Morgai. Él dirigió una mirada acusadora al
líder nómada.

-¿Qué hay en tu corazón? ¿Fan Morgai? Cuando los Poderes miren hacia
ti, ¿verán a uno de sus Fieles, o a un agente de los infieles?

Fan Morgai no dijo nada, pero tragó saliva, encontrándose con la mirada de
Kor Phaeron por un momento. Una gota de sudor corrió por el costado de
su rostro, no inusual en tales condiciones, pero el predicador lo tomó como
un presagio más de los deseos de los Poderes. Siguió adelante, pasando
por delante del jefe, para dirigir una mano hacia la morada del líder.

-¿Qué secretos escondes en tu propio santuario?- demandó. -Puedes


pensar que sabes mantener tus secretos lejos de la vista de los mortales,
pero los Poderes lo ven todo. Ellos miran los corazones y las mentes de
hombres y mujeres con la misma facilidad con la que miro tus ojos ahora.
¡No ensucies tu lengua y mis oídos con negaciones y mentiras!

Acobardado, con las manos temblorosas, Fan Morgai volvió a mirar a su


familia y asintió. Su esposa y sus hijos se acercaron a la tienda.

-No quería equivocarme en esto- dijo en voz baja, deteniéndose en el


umbral. -No pretendía ofender a los Poderes.

Kor Phaeron asintió en silencio, sin aceptar ni condenar la declaración.


Esperó, reprimiendo sus ansias de ver lo que el Declinado le había
ocultado. Sería arqueológico, estaba seguro de eso; Algo hecho en una de
las ciudades muertas en la época de la Era Pasada. Se suponía que todos
esos artefactos se entregarían a la Alianza, pero muchas tribus y sectas
rivales acumulaban arqueotecnología para sí mismos, como lo hacía Kor
Phaeron, aunque los Declinados no sabían que él ya no era un miembro
aceptado de la Alianza. De hecho, se beneficiaba de esa ignorancia
asegurándose las protecciones tradicionales ofrecidas a un viajero de
condición santa.

-Tráelo para que podamos ver lo que los Poderes ya saben- ordenó
imperiosamente, empujando de nuevo el dedo hacia la tienda.

Fan Morgai retiró la pesada solapa de la puerta y dio un paso atrás.

-Sal- dijo con voz temblorosa. -No tengas miedo.

El ceño fruncido de Kor Phaeron se arrugo aún más, confundido por este
giro de los acontecimientos.

Una figura salió de la tienda, con la altura y la constitución de un niño,


envuelto con las ropas y bufandas de un habitante del desierto. Kor
Phaeron estaba a punto de exigir que se le dijera lo que estaba sucediendo
cuando el niño volvió su rostro hacia el predicador. Por un instante vio ojos
violáceos, tan intensos como el sol, antes de que la luz de los Poderes lo
cegara, poniendo fin al universo tal y como lo había sido, inaugurando la
Edad del Dorado.

3º1

Nairo y algunos otros echaron a correr cuando el maestro lanzó un grito


penetrante y cayó hacia atrás como golpeado, con las manos pegadas a su
rostro. Al igual que la hierba aplastada por el viento, el Declinado cayó de
rodillas alrededor de la tienda, el movimiento onduló hacia afuera para
revelar una figura solitaria que estaba en la puerta. Axata, el comandante
de los guardias, un gigante de un hombre de Golgora, gritó órdenes a sus
guerreros, enviándolos al campamento, con las armas listas.

-¡Espera espera!- gritó Nairo, surgiendo frente a ellos a pesar de sus


extremidades desgastadas por la edad.

Su temor era infundado; Axata movió su compañía solamente para


asegurar la zona, pero no dio orden de atacar. Nairo tenía ojos sólo para el
maestro, no por lealtad a Kor Phaeron, porque era un hombre
despreciable, sino por miedo a su propio futuro. Sin el maestro, él y los
otros esclavos quedarían a la inadecuada atención de los guardias, que
probablemente sería aún peores que el predicador.

Nairo estaba a pocos pasos de la figura caída de Kor Phaeron antes de


mirar a la figura en el umbral de la tienda. En el momento en que sus ojos
se encontraron con la mirada violeta del niño toda la fuerza se desvaneció
de su cuerpo y su cabeza dio vueltas. A medio camino, cayó de bruces en
las arenas calientes, con los sentidos girando, la imagen de un rostro
dorado ardía en sus pensamientos.


3º2
Al principio parecía un canto, como si fuera el orfeón de un distante
coro en el lejano Empíreo. Un ruido más áspero entró, el parloteo de los
cuervos plateados que acostumbraban reunirse en los árboles fuera de la
puerta del orfanato. El ruido giró alrededor de Kor Phaeron, balanceándose
de un lado a otro, vertiginoso y brutal. Se volvieron voces: el desierto de
los nómadas. Conocía unas palabras y frases de la lengua, pero no
reconoció nada de lo que se dijo.

Abrió los ojos, pero sólo vio la oscuridad de las velas durante unos
instantes antes de que las caras envueltas en bufandas y curtidas por la
intemperie del Declinado penetraron en su vista, mostrando preocupación
en sus oscuros ojos. Se alejaron ante un grito de Axata, dispersándose por
el acercamiento del guardián y sus compañeros armados. Algunos de los
esclavos se agacharon sobre su amo con las manos extendidas, pero poco
dispuesto a tocar su santa carne.

El dolor latía en su frente y palpitó en sus sienes cuando se sentó.


Parpadeando con fuerza, no podía apartar los pinchazos gemelos de brillo
que parecían arder en el centro de sus ojos. Por un momento su
incomodidad le arrebató todo recuerdo, pero con un jadeo el recuerdo
volvió y se levantó de un salto. Desvió la mirada del chico, un niño de
medio año y no más de lo que Kor Phaeron recordaba vagamente de la
altura y las características de la figura que lo había aturdido, y sus
penetrantes ojos buscaron a Fan Morgai.

Divisó al jefe de la tribu Declinada cerca de su tienda, conversando


conspirativamente con su familia. Se apartó cuando vio a Kor Phaeron
levantarse.

-¿Qué herejía es ésta?- preguntó el predicador, avanzando sobre Fan


Morgai, salpicando saliva de sus labios. -¿Qué has secuestrado de la luz y
traído a este campo de blasfemias y oscuridad?

-Es sólo un chico, Kor Phaeron- replicó la esposa del jefe. -Un niño que
encontramos en el desierto. Lo salvamos de sol abrasador.
-¿Solo un chico? ¿No ves que la luz de los Poderes está sobre él? ¿Por qué
lo ocultarías de mí, el Portador de la Palabra?- Kor Phaeron alcanzó al
grupo de nómadas y agarró la túnica de Fan Morgai, arrastrándolo cerca. -
¿Lo criarías como un adivino del desierto? ¿Tal vez un falso profeta?
¿Crees que eres el captor de otro Tezen o Slanat, Khaane o Narag? ¿Qué
mentiras pondrías en su corazón, corruptor?

-Es sólo un niño- dijo Fan Morgai, haciendo eco de su esposa. Se apartó de
las manos de Kor Phaeron, cuidando de no poner su piel sobre lo que él
creía era la bendita carne de un sacerdote ordenado. Kor Phaeron notó
una falta de determinación en los movimientos del jefe, como si una duda
tácita perturbara sus pensamientos. El predicador itinerante sabía que
había visto algo grandioso y sabía con igual vehemencia que el niño no
podía ser criado por los supersticiosos e ignorantes salvajes del Declinado.
Peor aún sería permitir que el niño permaneciera con ellos y luego caer en
las garras de la Alianza o de una de las otras ciudades-santuario.

Aun así, solo podía empujar las tradiciones de hospitalidad hasta cierto
punto antes de que Fan Morgai decidiera que su invitado ya no era
bienvenido. Kor Phaeron levantó las manos, tocando las yemas de sus
dedos y sus párpados brevemente cerrados en un gesto de disculpa.

-Perdona mi ceguera, Fan Morgai- dijo, en lo que esperaba fuera su tono


más conciliador. -Debes saber que el niño no es de nacimiento mortal.

-¿Mortal? No… no lo es, tienes razón. No como lo pensamos. Hace


apenas diecisiete días que lo encontramos, predicador, en un cráter
vidrioso a orillas del Oasis de Catarc. Era un infante, un bebé en brazos.
Ahora mírelo... Un año y medio en apenas diecisiete días.

-Debería venir conmigo, Fan Morgai. Lo llevaré a la Verdad. Sabes que es


más que una casualidad que nos hubiéramos encontrado este día. De
todos los desiertos a cruzar, de todos los predicadores y tribus para
encontrarse, los Poderes te han puesto a ti y a mí juntos en este lugar, en
este momento. Una obra mayor se está desplegando a nuestro alrededor.
Tú has cumplido tu parte, has mantenido a salvo lo que los Poderes nos
han dado. Déjame llevármelo, Fan Morgai.
-¿Por qué no me preguntas?


3º3

Kor Phaeron se puso rígido al oír la nueva voz detrás de él. Su timbre era
infantil, formado por cuerdas vocales inmaduras y un pequeño pecho, pero
su tono le recordaba al Alto Acolito del orfanato donde había sido criado,
empapado de sabiduría y temperamento tranquilo. Era una voz llena de
dignidad, que hablaba perfectamente las palabras acuáticas. Kor Phaeron
encontró la mirada del líder nómada y reconoció la mirada en sus ojos: una
comprensión por la conmoción que actualmente cautivaba al santo
vagabundo. -Sé exactamente cómo te sientes- le dijo la expresión de Fan
Morgai.

-Está bien, puedes mirarme ahora- dijo el chico en voz baja.

Kor Phaeron volvió la cabeza y miró por encima del hombro, esperando el
resplandor de energías que lo habían atacado antes. En cambio, vio al
muchacho envuelto en camisa y pantalones demasiado grandes, el rostro
enmarcado por una bufanda de color rojo oscuro. Los ojos violetas eran
tan brillantes como antes, pero no había rastro del abismo Empíreo en el
que Kor Phaeron se había visto arrastrado cuando había encontrado su
mirada. Aún así, la mirada del niño era inquietante. El predicador se volvió
completamente para mirarlo, pero no pudo encontrar las palabras que
deseaba. El aura del muchacho era embriagadora, un recipiente para la Luz
de los Poderes.

-¿Qué dijiste, Lorgar?- dijo Fan Morgai.

-¿Cómo lo llamaste?- Kor Phaeron dirigió una mirada venenosa al nómada.


-¿Le has dado uno de tus sucios nombres de desierto?
-Es un buen nombre- respondió Fan Morgai. -Un nombre muy antiguo. Se
me ocurrió en el momento en que puse los ojos sobre él. O, debería decir,
el momento en que recuperé mis sentidos después de verlo. Significa el
que llama a la lluvia.

-Me gusta, Kor Phaeron- dijo Lorgar. -Si no te desagrada demasiado, me


gustaría conservarlo. Como recordatorio del tiempo que pase con Fan
Morgai y su amabilidad.

La solicitud se hizo en silencio, pero entró en los pensamientos de Kor


Phaeron con el mismo peso que las órdenes de las Poderes mismos.
Negarlo sería intentar retener la energía del sol con las manos desnudas.

Él asintió, se quedó mudo por un momento.

-¿Un recordatorio?- Kor Phaeron se aferró al significado de las palabras. -


¿Me acompañarás?

-Tu discurso fue muy conmovedor, Kor Phaeron. Sé que soy diferente.
Único. Tú eres el Portador de la Palabra, y yo aprendería de los Poderes y
la Verdad- pronunció las palabras con la misma inflexión que Kor Phaeron,
imitando a la perfección el énfasis que el sacerdote les daba. -Creo que, si
me enseñas estas cosas, tal vez pueda comprenderme a mí mismo.
Puedes enseñarme estas cosas.

-Yo…- Fan Morgai tenía lágrimas en los ojos, pero asintió con la cabeza ante
ese pronunciamiento, tan impotente para resistir el deseo del niño como
las dunas son para resistir la formación de los vientos.


3º4

Kor Phaeron sintió que algo más se movía en su pecho mientras miraba
a Lorgar. La llama de la pasión ardía como nunca antes, encendida por la
presencia del niño. Pero en el fuego sentía un propósito diferente al de
antes. Cuando había sido echado al desierto, había prometido llevar la
Palabra a todos los que escucharan, cada convertido sería una recompensa
en sí mismo, prueba de que hacia las obras de las Poderes y que la Alianza
se basaba en la falsedad y el dogma. Ahora Lorgar presentaba un nuevo
medio por el cual la Palabra podría ser elevada. Los pensamientos de Kor
Phaeron revoloteaban con un plan más grande, un regreso triunfal a
Vharadesh con un nuevo Profeta a su lado para limpiar las corrupciones de
la Alianza.

Ladeó su rostro para evitar mostrar algo de sus deseos a Lorgar. Pasando
por delante de Fan Morgai, el predicador dio la espalda al niño y le pidió
con impaciencia que le siguiera a través de las sombras hasta el templo
plataforma.

-Ven conmigo, Lorgar. Te enseñaré los Poderes y la Verdad.

Los gruñidos y los quejidos los siguieron, pero ninguna protesta abierta fue
hecha por los Declinados. Los esclavos que habían venido a la ayuda de su
amo se apresuraron a pasar corriendo a través del calor del sol a ambos
lados para llegar al templo plataforma del delante de Kor Phaeron. Axata se
puso a caminar a su hombro izquierdo.

-Otros matarían por el niño- dijo Kor Phaeron a su capitán sin mirar a su
alrededor. -Es la salvación y la condenación. A pesar de que están
dispuestos a dárnoslo, estos vagabundos felizmente agitarán sus labios
de lo que ha ocurrido aquí y otros vendrán en busca de Lorgar. No
podemos dejar noticias sobre el chico que lleguen a oídos de la Alianza.
Ellos recorrerían el desierto por nosotros.

-Lo comprendo, Santo Maestro- respondió Axata. Se apartó, dejando a Kor


Phaeron y Lorgar acercarse al vagón santuario. Kor Phaeron esperó al pie
de la escalera y luego hizo un gesto para que Lorgar lo precediera hasta la
cubierta. Cuando el chico estaba a medio camino, Kor Phaeron agarró los
peldaños y se subió a la plataforma mientras el suspiro de los arcos y el
chasquido de los fusiles estallaban a la vida detrás de él, saludados por los
gritos de pánico de los Declinados.

4º1

Aunque el brillo que había asaltado los sentidos de Nairo se había


disipado, el chico, Lorgar, todavía brillaba con un extraño resplandor de
poder. El esclavo consideró la posibilidad de que fuera simplemente el
efecto de la repentina aparición de una fiebre del desierto, ya que se había
desvanecido fuera de la sombra de las velas solares y había vuelto a la
conciencia bajo el calor del sol del mediodía-largo.

Esperó a que el amo y su nueva responsabilidad llegarán al vagón


santuario, deteniéndose al lado del tonel de agua para refrescarlos una vez
que hubieran ascendido. Su mano se detuvo ante el cucharón cuando los
primeros disparos resonaron sobre el campamento. Desde su posición en
la cubierta del templo plataforma, vio el destello de fusiles cortar a través
de la sombra, acompañado por el borrón de flechas y balas de hondas.
Proyectiles más grandes, estrellas en llamas y jabalinas arrojadas desde
lanzadoras, se estrellaron y azotaron los pabellones del campamento,
rasgando y perforando a los que habían incurrido en la ira de Kor Phaeron.

Apartó los ojos del sangriento espectáculo para ver lo que Lorgar hacía por
la repentina violencia. Nairo esperaba consternación o sorpresa, incluso
ira, pero el niño observaba plácidamente la escena que se desarrollaba, no
mostrando ni siquiera la menor evidencia de perturbación. Si había algo
que leer en la expresión de Lorgar era un ligero arrepentimiento, tal vez,
una inclinación de cabeza y el fruncimiento de los labios que hizo a Nairo
preguntarse si el niño había estado esperando este resultado. Parecería
notablemente desconcertado por todos los otros eventos que habían
ocurrido a su alrededor, y hubo alguna cosa que sabía acerca de su actitud,
muchos años más tarde.

El maestro empujó al niño hacia la escalera y le ordenó que subiera. Más


allá, los guardias de Kor Phaeron ahora tenían cuchillas y mazas en las
manos, cortando y golpeando a los últimos del Declinado. Algunos ya
arrastraban las pertenencias de los nómadas de las tiendas, prendiendo
fuego a los pabellones vacíos; Otros estaban llevando a los sternbacks y
sunstriders fuera de su corral para ser añadidos a las bestias de la caravana.

No era la primera vez que Nairo había visto tales actos y sabía que para el
momento en que el descansar hubiese pasado, los cadáveres estarían
enterrados por la arena, las cenizas esparcidas por el viento, el humo
dispersado en la atmosfera superior y nada quedaría de Fan Morgai y su
tribu. A sus almas, los Poderes los recompensarían o castigarían según lo
estimaran conveniente, probablemente sometidos a torturas eternas en
retribución por toda una vida de infidelidad si las lecturas de Kor Phaeron
fueran ciertas.

Lorgar alcanzó la parte superior de la escalera y Nairo le ofreció una mano


para ayudarlo a atravesar la abertura en la borda. Dudó, a punto de retirar
los dedos antes de que tocasen al antinatural niño. Sus ojos se encontraron
otra vez y Nairo leyó la curiosidad en su mirada violeta. Recordó que era un
niño quien subía, no uno de los Poderes, y aferró su muñeca para atraerlo
por encima del umbral.


4º2

El niño, todavía envuelto en su ropa nómada, casi cayó sobre la cubierta,


enderezándose en el último momento con un feroz agarre del chal de
Nairo. Kor Phaeron atravesó la abertura justo después, lanzando una
irritada mirada al esclavo.

-¡Agua!- dijo bruscamente, moviendo un dedo hacia el barril. -Estoy tan


seco como el Estrecho de Arena de Lancaxa. ¡Ahora!

Nairo sumergió el cucharón en el agua y llenó una taza de metal para su


amo, ofreciéndolo, pero apartando los ojos. Oyó a Kor Phaeron tomar tres
grandes tragos y gotitas caer en la cubierta, evaporándose casi
inmediatamente a pesar de estar a la sombra de la vela. La copa volvió a su
mano y Nairo levantó la vista. Se movió para llenarla de nuevo, para el
chico, pero Kor Phaeron sacudió la cabeza.

-Todavía no bebe.

-¿Quiénes son esas personas?- preguntó Lorgar, mirando a los esclavos en


sus diversas tareas.

-Los olvidados, los sucios, los indignos- dijo Kor Phaeron. -Esclavos.

-¿Y qué hacen?

-Lo que yo les pida.

Lorgar absorbió esta información sin gestos ni comentarios, pero su ceño


se arrugó ligeramente bajo el borde desigual de la bufanda en su cabeza.

-¿Y qué hicieron para merecer tal trato?

Kor Phaeron hizo una mueca y se inclinó sobre el niño.

-En primer lugar, niño, te dirigirás a mí como “Maestro”, o “Portador de la


Palabra”. En segundo lugar, no harás preguntas hasta que seas invitado a
hacerlo. Yo te enseñaré la Verdad y sólo te interesarás por las lecciones
que yo juzgue correctas. Te consentiré un poco más, ya que eres nuevo en
el camino de la iluminación- el predicador señaló a Nairo y pasó el dedo
por la plataforma para abarcar a los otros que habían sido hechos fuera de
las castas. -Son esclavos porque ofendieron a los Poderes.

-¿Y quién juzga tales ofensas, maestro?- preguntó Lorgar, la inocencia


irradiando de su rostro.
-¿Por cuánto tiempo se administra el castigo?

-Tú no lo entiendes, Lorgar. Debes aprender a prestar más atención si


buscas la Verdad. Son esclavos, una posición miserable, por lo que hay
que concluir que para sufrir tal destino los Poderes deben haberlos
castigado. Escuchaste mi sermón. Para cada uno, los Poderes muestran
un camino y cada uno lo recorrerá como ellos lo desean. Son esclavos
porque los Poderes desean que así sea. Si los Poderes ya no desean que
sean esclavos, encontrarán nuevas posiciones y la libertad. No está en el
juicio de los mortales infligir o liberar tal esclavitud.

Lorgar aceptó esta sabiduría con una mirada pensativa. Nairo no veía
compasión en los extraños ojos del niño, pero tampoco había nada de la
frialdad y el desdén de los guardias, ni el veneno y la crueldad de Kor
Phaeron.

-¿Maestro?- Nairo tocó las yemas de sus dedos como una disculpa por la
interrupción. -¿Dónde dormirá Lorgar? ¿Comerá? ¿Se quedará con usted?
¿O alojado con los guardias?

El maestro consideró la pregunta por un momento antes de que el destello


de una sonrisa maliciosa retorciera sus labios.

-Él va a comer, dormir y orar con los de tu clase, Nairo. Él asistirá a clases
superiores cuando lo llame, sin demora. Si llega tarde, todos serán
castigados. Y quítale esos trapos hediondos del Declinado. No haré que
mi discípulo se vista como una rata de arena infiel. Encontrarás el
atuendo de acólito en mi caja más grande.

Nairo acepto sus instrucciones con un movimiento de cabeza y un nudillo


en la frente.

-¿Debo ser esclavo, maestro?- preguntó Lorgar. Como con todo hasta
ahora, el maravilloso niño parecía intrigado en lugar de asustado, enojado
o perplejo.

-Ese es el primer aspecto de la Verdad que debes entender, Lorgar- replicó


Kor Phaeron. Juntó dos dedos en un gesto de bendición, pero los señaló al
cielo, al pálido disco del sol que se podía ver a través de la lona del toldo. -
Todos somos esclavos bajo la mirada de los Poderes.

4º3

Kor Phaeron se retiró a sus habitaciones para continuar sus estudios


mientras Axata y sus guerreros terminaron la limpieza del Declinado. Nairo,
cuando sus numerosos trabajos le dieron una breve oportunidad, observó
a Lorgar sentado en una caja junto a la baranda observando la ejecución y
el desmantelamiento. Parecía aún más joven vestido con el simple y pálido
atuendo de un acólito de la Alianza, la piel dorada de sus brazos expuesta.
Con la bufanda de su cabeza retirada su cuero cabelludo fue revelado, ni un
solo cabello sobre él. Brillaba por el sudor a pesar de la sombra del toldo.

Los halcones cadáveres (Corpsehawks en el original nt) habían comenzado a


descender de las altas corrientes y las arenas se movían y se abultaban
alrededor de las huellas de los fieles mercenarios mientras los carroñeros
subterráneos se movían por el desierto, ambos atraídos por la sangre que
se filtraba en las dunas. El chico no parecía darse cuenta de esta actividad,
su mirada en constante movimiento, pasando de una persona a otra, sólo
brevemente deteniéndose por un momento en un individuo.

Con el ladrillo de lijar en la mano, Nairo se abrió camino por la cubierta y


comenzó a trabajar en las maderas cerca del chico, frotando pintura
desgastada con movimientos circulares. Mantuvo su voz tranquila cuando
habló, aunque sólo un puñado de guardias del maestro estaban en la
cubierta mientras la siniestra erradicación del Declinado continuaba.

-¿Qué estás buscando, Lorgar?- preguntó Nairo.

-Todo, Nairo- respondió el niño con una expresión solemne, sin dar la
vuelta. -Estoy tratando de verlo todo, pero hay mucho.

-¿Todo de qué? ¿Y cómo sabes mi nombre? El maestro no hizo ninguna


presentación.

-Oí toda tu charla al acercarte al campamento, y todo lo que se ha dicho


desde que subí a bordo. Conozco todos los nombres que se han hablado,
aunque todavía no puedo situarlos en todas las personas. La que está
allí...- señaló a una catraciana en el campamento, vestido con un ajustado
jubón púrpura y polainas negras, su largo cabello atado con decenas de
cintas de seda de los mismos colores, cargando joyas despojadas en un
sandsled. -Se llama Artharas. Ella maldice con frecuencia, y mira muchas
veces a esa, la Cthollic femenina Corshad. Ella la desea más que a las
gemas que recoge. Hay otro llamado Fabbas que también está hablando
del cuerpo de Corshad, pero está debajo de las cubiertas y todavía no lo
he visto.

-¿Ves y oyes todo eso?- Nairo no pudo evitar mirar con asombro a Lorgar. -
Es como si vieras sus corazones. Sus almas.

-¿Es eso posible?- ahora el niño miró a Nairo, emocionado. -Estos son sólo
los movimientos superficiales. Sonidos y luz. ¿Se puede realmente ver un
alma?

-Creo que sí- dijo Nairo. -¿Qué más puedes ver que nosotros no
podemos?

-No lo sé- respondió tristemente Lorgar. -El Declinado dijo que yo era un
regalo del agua, pero Kor Phaeron cree que soy de los Poderes.

-¿Lo hace?

-Lo oigo murmurar para sí mismo en su camarote debajo de nuestros


pies- dijo el muchacho. -Se ha quedado en silencio, sólo respirando.

-Es probable que lea- dijo Nairo. -Examinando textos en busca de


inspiración.

-¿Los textos explicarán lo que soy? Kor Phaeron prometió que aprendería
la Verdad. Creo que eso significa que aprenderé lo que soy. Sé que no soy
un hijo de seres humanos, vi a los niños del Declinado y no son como yo.

-La Alianza tiene muchas lecciones y profecías, y las historias de los


profetas están llenas de mensajes de los Poderes. Si hay un hombre o
mujer que puede descifrar su significado, será el Portador de la Palabra.
Lorgar no dijo nada más y volvió su atención al campamento de los
nómadas, pero Nairo notó una pequeña arruga en su frente mientras sus
ojos reanudaban la búsqueda en los rostros de los conversos.


4º4

Dejaron los restos del Declinado y continuaron hacia el desierto,


siguiendo adelante a través del descansar mientras Kor Phaeron pasaba el
tiempo en su cabina, agitado por su descubrimiento, tratando de adivinar
su significado con la meditación y la oración. Del incesante calor del
Mediodía-largo pasaron al despertar y la vigilia del Post-mediodía, y
cuando habían dormido de nuevo, la caravana empezó sus preparativos
para la Víspera-anochecer, anunciada por la disminución de los vientos de
las tierras exteriores que dejaron los banderines del templo plataforma
lacios y flojos en los mástiles y rieles.

En el momento mismo del último aliento del viento, casi en la llamada del
cuerno cuando el despertar se convirtió en vigilia, Kor Phaeron apareció en
la pasarela de la cubierta inferior. Miró al sol que bajaba, con el rostro
protegido por una mano levantada y un tomo de bronce en la otra. Los
vigías en los mástiles señalaron el claro horizonte con sus banderines de
color rojo. Banderas de respuesta iguales revoloteaban en los estandartes
de los outriders.

Con un asentimiento de Kor Phaeron, el sistema de discurso cobró vida,


una crepitante nota convocó a sus fieles a la misa del crepúsculo. Con
cuidado practico, los yates de tierra viraron hacia el templo plataforma
mientras la gran máquina gruñía y reverberaba mientras se aplicaban los
frenos, los engranajes se detenían y se forzaban los motores a la
inactividad. Los otros carros, buggies y trikes de la caravana se pusieron de
lado, formando un óvalo alrededor del vehículo de su señor espiritual.

Las tripulaciones sacaban sus chales de oración, de lana y teñida de vivos


colores, y se reunían en la cubierta del vagón santuario y en las
refrescantes arenas que lo rodeaban. Se cubrieron la cabeza, los hombros
con los gruesos chales y se arrodillaron, protegidos del todavía
considerable poder del sol.

Kor Phaeron ascendió a la pilastra del atril y miró sobre su reunión,


viéndolos más como una masa que como esclavos o conversos
individuales. Su mirada fue atraída hacia la pequeña forma de Lorgar,
arrodillada entre los esclavos en la parte posterior de la congregación. El
niño miró fijamente a Kor Phaeron con su aguda mirada, bebiendo hasta el
último detalle, sus rasgos juveniles iluminados en un lado por el sol que se
ponía lentamente.

El predicador trató de alejar al joven de sus pensamientos, para sacar las


palabras con las que se dirigiría a la noche que llegaba.


4º5

A
- hora la paz de la víspera está sobre nosotros- sus palabras llegaban a
toda la caravana a través del sistema de altavoces. -Estamos en transición.

-Transición- coreó la asamblea, la voz más aguda de Lorgar un latido más


tarde que los demás, imitando su respuesta por un empujón de Nairo a su
izquierda.

-Este es el momento para una tranquila reflexión. Para considerar los


actos del día y los deberes de la noche. El sol ardiente da paso a las frías
estrellas. Los Poderes no duermen, aunque su ojo ardiente se dirige a
otra parte, porque en las bóvedas del Empíreo del más allá nos muestran
el camino por el que debemos viajar.

Kor Phaeron se volvió hacia la noche que se aproximaba y tendió su mano


abierta. Una luz solitaria centelleaba en la distancia justo por encima del
horizonte.
-Miren la Primera Estrella, ojo nocturno de los Poderes, el guía.

-El guía- susurró la congregación, de nuevo con el eco discordante de la


entonación tardía pero entusiasta de Lorgar. Kor Phaeron siguió adelante a
pesar de la interrupción.

-A través del Empíreo, los Poderes han dispersado sus mensajes- levantó
el pesado tomo en sus manos, el Libro de los Escrituras Celestiales,
ofreciéndolo a las Poderes invisibles de arriba. -A medida que hagamos la
transición del día a la noche, del calor al frio, de la acción a la
contemplación, consultaré los oráculos de los cielos y buscaré la Verdad.

-La verdad- esta vez el tiempo de Lorgar fue casi perfecto, aunque, ya fuera
por instinto o por ejemplos anteriores de sus compañeros, Kor Phaeron no
podía saberlo. Colocó el Libro de Escrituras Celestiales en el atril y reprimió
un suspiro mientras consideraba los acontecimientos del día.

No tenía sentido ocultar el hecho de que había sido un día extraordinario.


Si no decía nada sobre Lorgar, los conversos y los esclavos simplemente
llenarían el vacío con sus propias reflexiones supersticiosas. Era mejor
tocar el tema desde el principio y establecer su autoridad.

-Hoy hemos sido testigos de una maravilla- hizo un gesto para que Lorgar
se levantara. -Levántate, niño.

Lorgar se levantó como se le ordenó, sumergido en el grueso chal de


muchos colores que le había dado un esclavo. Aun así, había una innegable
fuerza y dignidad en su porte.

-Los Poderes nos entregaron a este muchacho. Lorgar. Lo salvamos de un


destino cuestionable a manos de los salvajes del desierto. No nos
dejemos engañar por las apariencias. Eran los Declinados, indignos
incluso de poner un pie dentro de las ciudades de Colchis. Sus almas han
sido manchadas por su falta de fe, sus familias y antepasados malditos
para vagar por el desierto por sus pecados.

-Y esa maldición se habría filtrado en el alma de Lorgar si se hubiera


quedado con ellos. Es nuestro deber, ¡nuestro derecho!, criarlo en los
caminos de la Verdad. Yo seré su maestro, pero todos debemos ser sus
maestros. Yo soy el Portador de la Palabra, pero todos debemos soportar
la carga de su educación.

Piensen en eso durante la hora de contemplación. Recuerda que los


Poderes nos han dado este tiempo para reflexionar sobre los misterios de
su universo, y uno de esos misterios ha entrado en nuestras vidas este
día.

-Lorgar, tienes muchas preguntas, pero las respuestas que buscas sólo las
encontrarás mediante el estudio, la obediencia y la adhesión a los edictos
de la Verdad. Esta noche comenzaré tu instrucción en astromancia, para
que, con el tiempo tú también puedas discernir la sabiduría y los
mensajes de los Poderes, pero primero debes aprender las escrituras de
nuestros antepasados.

Kor Phaeron hizo un gesto a Lorgar para que se arrodillara nuevamente y


luego levantó sus manos hacia el Empíreo, con los ojos cerrados. Se tomó
un momento para dar gracias silenciosas a los Poderes por esta bendición,
porque, aunque había tratado de mantenerse fuerte después de su castigo
y exilio, y aunque la luz de los Poderes caía sobre él todos los días, también
sabía que podían ver las dudas que habían atacado sus pensamientos
últimamente.

Lorgar fue la recompensa por su perseverancia, la confirmación de que


todavía estaba en el camino correcto a través de las tierras salvajes del
diseño arcano de las Poderes. No necesitaba una señal más segura de su
destino que la llegada del padre bajo la apariencia de un niño: un alumno
listo para enriquecerse con la Fe y la Verdad. ¿Qué otra cosa podría
mostrar mejor a la gente de Colchis, que una nueva era había amanecido,
una era con la Alianza deshecha y reconstruida por la mano del gran Kor
Phaeron?

Abrió los ojos, sintiendo la fuerza de las Poderes irradiando desde su


cuerpo, fortalecida por su bendición. Sus seguidores lo miraron, listos y
dispuestos a cumplir sus órdenes, sus ojos brillantes y hambrientos de su
Sabiduría y su Ley. Le habían entregado sus almas y él no les fallaría.
Recibiendo su asentimiento, cantaron juntos como uno.


4º6
Grandes Poderes, habitantes del Empíreo,
Escucha hoy nuestras gracias por tu creación,
Y por la misericordiosa aversión de tu ira divina por nuestras ofensas.
Rey de las Tormentas, Señor de la Sangre,
Escucha hoy nuestras gracias por tu fortaleza,
Y tu protección de las conquistas de los impuros.
Reina de los Misterios, Señora del Destino,
Escucha hoy nuestras gracias por tu conocimiento,
Y tu vigilancia contra los peligros de la incertidumbre.
Príncipe de los Corazones, Señor de los Sueños,
Escucha hoy nuestras gracias por tu inspiración,
Y tus indulgencias de nuestras ambiciones mortales.
Princesa de la Vida, Madre de la Esperanza,
Escucha hoy nuestras gracias por tu vigor,
Y tu generosidad en tiempos de necesidad y austeridad.
Alabado sean los profetas.
¡Alabado sea Khaane!
¡Alabado sea Tezen!
¡Alabado sea Slanat!
¡Alabado sea Narag!

5º1

La cabina de Kor Phaeron estaba escasamente amueblada, más austera


incluso que la de los conversos veteranos. No era que considerara una
opción moral mantenerlo así: poseía algunos lujos tales como la suave
manta de lana de capricor y el alijo de chocolate Nomoriano que había
poseído desde su huida de esa ciudad, más bien era una cuestión de
necesidad y hábito. No había poseído nada más que los harapos en su
espalda cuando había sido expulsado de Vharadesh y la experiencia le
había enseñado a viajar ligeramente.

Los libros ocupaban un lugar privilegiado en su armario que, de hecho,


eran dos cajas de viaje unidas a la pared. Si se le exigía que se marchara
apresuradamente, era todo lo que necesitaba llevar consigo, suponiendo
que tuviera la oportunidad de hacerlo, no era tan admirador de los
Poderes como para dar su vida por textos manuscritos, páginas impresas y
un viejo lector de cristal.

La ventana estaba abierta y apuntalada con el postigo por una rama en


forma de horquilla de un árbol Woundbark, que había servido como vara
de su oficio durante casi medio año hasta que un líder tribal le había
regalado el viejo cetro que colgaba sobre su cama. El mango de la vara
estaba forrado con la espesa savia roja de la que se derivaba el nombre del
árbol. A través de la ventana, el crepúsculo se deslizaba sobre el metal
desnudo del interior de la plataforma y sobre las lisas paredes de madera.
Más luz provenía de un pequeño cubo de luz en una caja junto al catre, así
como de las primitivas luces de cera en otros estantes.

El resplandor parpadeante se reflejaba en las placas de circuito antiguos y


placas de lectura astilladas. Algunos otros adornos sin ningún valor físico
en particular se almacenaban en cajas abiertas en el suelo, en su mayoría
regalos del público agradecido u ofrendas a los Poderes que Kor Phaeron
había interceptado antes de que fueran arrojados a entierros, sacrificios u
hornos rituales.

Kor Phaeron se sentó en el catre con el Libro de Escrituras Celestiales


abierto sobre su regazo, hojeando las páginas del almanaque profético
hasta encontrar los que pertenecían a la temporada actual.

-¿Maestro?

La pregunta de Lorgar le hizo estremecerse. El niño no había hecho ningún


ruido al bajar los peldaños.

-¡Toca la puerta!- gruñó Kor Phaeron. -Nunca entres a mi recamara sin ser
invitado.

-Lo siento, maestro. Los Declinados viven en tiendas de campaña, no hay


ninguna superficie sobre la cual tocar- la disculpa parecía sincera, pero
tranquila, como si fuera una excusa. Los dedos de Lorgar se movieron a sus
ojos en un gesto de contrición, algo inseguro de si era apropiado en ese
momento. -Estoy aquí para mi primera lección, maestro.

-Arrodíllate aquí- Kor Phaeron señaló el piso entre la puerta y el catre.


Lorgar obedeció. El predicador se puso de pie y deslizó el Libro de los
Escritos Celestiales de vuelta al espacio sobre la caja-estante y tomó las
Instrucciones sobre las Lecciones de Dammas Dar.

-¿Puedo aprender a leer, maestro?

La bofetada de Kor Phaeron alcanzó al muchacho en la mejilla, dejando la


piel enrojecida, aunque también palpitaban los huesos de la mano del
predicador. La cabeza de Lorgar apenas se había movido con el golpe, pero
sus ojos estaban abiertos y llenos de lágrimas por el impacto.

-No te he dado permiso para hacer preguntas, hijo- dijo Kor Phaeron
fríamente, acariciándose los nudillos. -Si no puedes aceptar una sencilla
instrucción, no perderé el tiempo contigo. Presta atención a mis palabras
y deja de lado las tuyas.
-Sí, maestro- respondió Lorgar con la cabeza baja y los labios temblorosos.

-Aprenderás a leer y escribir a su debido tiempo, pero primero debes


aprender los principios de la fe- abrió el libro en la primera página,
trazando las palabras mientras leía en voz alta, cada una de ellas copiada a
mano del texto original escrito en la Era anterior. Instrucciones sobre las
Lecciones de Dammas Dar. Traducido de “Epiceano” por Kap Daeron de
Vharadesh. Tercera Impresión. Editorial de la Universidad de Vharadesh.


5º2

Se acercaban al descansar del Descenso-frio, la mayor parte de vigilia se


fue en la lectura. A Kor Phaeron le dolía el cuello. Flexionó sus hombros y
levantó la vista para ver a Lorgar mirando fijamente, sumergiéndose en
cada palabra con ojos penetrantes. El predicador también podía leer el ya
conocido surco en el puente de la nariz que marcaba la cara de Lorgar
antes de inquirir sobre algo. Sin embargo, a pesar de que obviamente
deseaba preguntar, se mordía la lengua. Kor Phaeron decidió recompensar
esta demostración de disciplina.

-¿Qué quieres saber, niño?

-El Declinado habló de Vharadesh como si fuera un lugar de demonios y


asesinos. Sin embargo, usted tiene un libro de allí.

-¿Hay alguna pregunta en eso?

-Enséñeme más de Vharadesh, maestro.

-No. Hoy no es una lección de geografía o historia. Sólo necesita saber


que Vharadesh es tanto el paraíso de los Poderes como el infierno de los
mortales. Es la capital de la Alianza, bendecida en la luz y sumergida en el
abismo por su ignorancia. Un día viajaremos allí, tú y yo, pero no será
como nuevos suplicantes. Desgraciado para Vharadesh será ese día. La
Alianza debe caer para que la Alianza pueda surgir nuevamente a la luz
de la Verdad.

Lorgar abrió la boca, pero volvió a cerrarla, reprimiendo la siguiente


pregunta que había surgido en sus pensamientos. El muchacho apretó la
mandíbula como si las palabras estuvieran luchando físicamente para
escapar de él.

La mirada de Kor Phaeron impidió cualquier otra lucha y el muchacho cayó


en una inmovilidad aquiescente. Aún sobre Lorgar con una mirada
cautelosa, el predicador dio vuelta a la página y después comenzó a leer de
nuevo.

El libro no contenía las mismas oraciones y profecías de “Epiceano”, sino


un resumen y examen de ellas. Desafortunadamente, Kor Phaeron nunca
había visto el texto original sobre el cual se basaba el libro, pero había
inferido mucho de las observaciones de Dammas Dar, no obstante.

Mientras seguía leyendo en voz alta, se volvió incómodamente consciente


del escrutinio de Lorgar. La mirada del muchacho se movía entre la cara del
predicador y el libro en sus manos, su evidente deseo por ver.

-¿Quieres esto?- gritó Kor Phaeron, cerrando el libro para colocarlo frente
a la cara de Lorgar. -¿Crees que encontrarás aquí tus respuestas sin mi
ayuda?

-No, maestro- declaró Lorgar, levantando las manos en sumision. -Perdona


mis ofensas, maestro, mientras rezamos para que los Poderes nos
perdonen. Sólo deseo comprender. Por favor, léeme más de las
Instrucciones sobre las Lecciones de Dammas Dar.

-No hagas demandas a tu maestro, hijo- Kor Phaeron se levantó,


cubriendo al niño en su sombra. -¿Piensas saber qué es lo mejor para ti?
¿Quizás debería haberte dejado con las ignorantes ratas de la arena?

Lorgar no dijo nada en respuesta a esta acusación, apretando los labios


contra una reprimenda que no se dijo. La sola idea enfureció a Kor
Phaeron; ¿Que este abandonado que había salvado de la indigencia y la
condenación quisiera contradecir sus deseos?

-La Vigilia casi ha acabado, y las observaciones del Empíreo deben


comenzar en breve. ¿Qué has aprendido, Lorgar? ¿Por qué no debería
enviarte a los esclavos y dejar que te arranque toda la verdad de mis
sermones?

-En primer lugar, podemos resumir las actitudes de Epicea y su gente


como un tópico en vez de adulación, como lo demuestra la necesidad de
Dammas Dar de pronunciarse en contra de los ritos del Templo Carmesí-
comenzó Lorgar repitiendo exactamente las líneas de apertura del texto. -
Investigaremos los orígenes de esta crítica en los capítulos iniciales.
Cuando hayamos establecido la plataforma de la cual Dammas Dar era…


5º3

S
-¡ uficiente! -gruñó Kor Phaeron. Agarró del cuello de la túnica a Lorgar
e intento que el niño se pusiera en pie. Por dos latidos de corazón nada
sucedió; El muchacho permaneció exactamente donde se arrodillaba
mientras la túnica de acólito se extendía de los finos dedos de Kor Phaeron.
Y entonces Lorgar se levantó, aparentemente sólo por su voluntad, aunque
el niño no tenía la talla para desafiar la fuerza del predicador, a pesar de
que Kor Phaeron no era un individuo musculoso.

-¡No hagas eco de mis palabras, niño! Es una burla de la lección.

Empujó a Lorgar hacia la puerta y luego a los escalones del pasillo más allá,
golpeando con su mano la parte posterior de la cabeza de Lorgar para
empujarlo a la cubierta.

-¡Maestro, oí cada palabra!- protestó el muchacho. Sollozaba entre los


golpes del predicador e intentaba continuar con su recitación. -En los
capítulos siete y ocho nos esforzaremos por descubrir el tapiz de
exageración que tejieron los Epiceanos en torno a los acontecimientos
durante el asedio de Gall Tassara, para ver si podríamos extraer alguna
apariencia de realidad de la fantasía. ¿No son estas las palabras que
pronunciaste, maestro?

Llegaron a la cubierta duramente iluminada y Kor Phaeron puso su pie


desnudo en la grupa del muchacho para enviarlo tropezando a la luz,
aunque el impacto le sacudió la rodilla y la cadera. Los guardias y los
esclavos se levantaron de sus chismorreos y trabajos para ver qué estaba
pasando.

-¡Hablas, pero no dices nada!- rugió Kor Phaeron. -Piensas hacerme pasar
por idiota aprendiendo las palabras, pero no el significado. No es la mera
memorización de las frases lo que aprenderás, sino la Verdad interior. La
Alianza enterraría nuestro mundo con ceremonias y santos cánticos, pero
moriremos por ello como un hombre en el desierto muere a falta de
agua, porque no hay fe en la devoción ciega, ni Verdad en las palabras
pronunciadas sin pensar. No trabajaré de esta manera con un acólito.

Lorgar se quedó temblando, aferrándose a su túnica, pero Kor Phaeron


sabía que había que dar un ejemplo ahora mismo. El chico y los que
miraban necesitaban aprender que solo la verdadera fe serviría a los
Poderes. Él no forjaría un autómata como las academias de Vharadesh,
sino un acólito de la Verdad.

-Axata, trae tu látigo aquí- dijo, señalando al comandante de los


conversos. -Si Lorgar no presta atención a mis palabras, el castigo tal vez
cause una impresión más profunda.

Axata se acercó, desenrollando el látigo de su cinturón. Kor Phaeron


descartó su precaución y empujó un dedo hacia Lorgar.

-¡Haz las marcas sobre su carne para que la Verdad pueda hacer marcas
en su alma!

5º4

En la oscuridad de la cubierta inferior, los llamativos ojos del chico


brillaban y las lágrimas trazaban surcos en la suciedad de su rostro. Lorgar
se acurrucó cerca de un puntal densamente remachado, mirando a Nairo
con recelo. El esclavo había sacado a los demás de la habitación para darle
al niño un poco de intimidad, y se quedó de pie protegido por el mamparo,
la puerta detrás de él se abrió el ancho de una mano para dejar entrar una
franja de luz desde el pasillo exterior.

-Yo... lo hice... aprendí las palabras, Nairo- dijo Lorgar, las palabras
ahogadas entre sollozos. Sus ojos vagaron por la oscuridad por un
momento y luego volvieron a posarse en el esclavo, perdido y confundido.
-¡Me acordé de ellos perfectamente! Pensé que estaría contento. ¿Por
qué estaba tan molesto?

-No lo sé, Lorgar- confesó Nairo. -El maestro es a veces veloz para
responder una afrenta, pero muy lento para ofrecer explicaciones.

Extendió una mano y la colocó cuidadosamente en el brazo del chico para


no asustarlo.

-Déjame ver- dijo suavemente.

Lorgar se alejó arrastrándose y negó con la cabeza.

-No.

-¿Dónde duele?

-Aquí dentro- dijo Lorgar, golpeando su pecho expuesto. Levantó los dedos
temblorosos a su frente. -Aquí dentro.

-¿Qué hay de tu espalda? Seis golpes que Axata puso sobre ti- agachado,
Nairo se acercó, tirando suavemente de la túnica. -Déjame revisar las
heridas.

Lorgar le lanzó una mirada asustada, pero Nairo sonrió con tono
tranquilizador, tanto como su boca desdentada se lo permitió, asintiendo
con la cabeza.

-No tocaré nada. Sólo déjame ver.

A regañadientes, Lorgar asintió con la cabeza, volviéndose para que su


espalda saliera a la luz. Nairo le quitó la túnica, dejando al descubierto los
hombros y la espalda del chico. En la tenue luz, apenas podían verse media
docena de verdugones rojos que corrían diagonalmente por la mitad de la
espalda y el hombro izquierdo. Se volvió y abrió la puerta un poco más
para dejar entrar más luz, pero esto no reveló más daño. Ni siquiera había
una costra que mostrara dónde habían caído los golpes del látigo.

-No hay heridas, ni magulladuras. La piel no se rompió en absoluto...-


Nairo sacudió la cabeza con incredulidad. -Creo que tal vez tienes un
aliado en Axata, y te echo el látigo con menos dureza de lo que parecía.
Me pareció extraño que no gritaras. Quizás necesites ser tan buen actor
como él, porque juraría que puso su brazo en cada golpe. Cúbrete, no
vaya a ser que el maestro vea la ausencia de lesiones. No le gustaría
pensar que Axata te ha librado de la completa aplicación del castigo, y
sería malo para ambos.

Lorgar volvió a ponerse la túnica y se volvió hacia Nairo.

-No duele, no allí. Mi alma está herida, Nairo. El dolor está en mis
corazones.

-Te refieres al corazón, Lorgar. Sólo hay uno.

El chico frunció el ceño y negó con la cabeza.

-Puedo oír tu corazón, Nairo. Y el de Dervas en la cubierta superior, y


muchos otros. Sé que solo tienes un corazón. Pero escucha los míos- le
hizo un gesto con la mano para que el esclavo inclinara la cabeza hacia el
pecho de Lorgar y Nairo lo hizo, vacilante, hasta que su oreja se posó en su
delgado esternón.

Oyó un inconfundible latido doble a través del hueso y se sentó de golpe,


mirando fijamente a Lorgar con un nuevo asombro. El muchacho sonrió,
emocionado por esta pequeña sorpresa.

-¡Te lo dije!- él sonrió.


5º5

Nairo se preguntó qué otras maravillas se escondían en el cuerpo del


niño, pero no dijo nada. Había habido algo inquietante en la forma en la
que se había sometido dócilmente a su castigo, llorando, pero sin luchar,
sin protestar. Su alma era tan especial como su cuerpo, eso era evidente. El
maestro había tenido razón: los Poderes habían puesto a Lorgar en este
mundo con un propósito. ¿Un quinto profeta, tal vez? ¿Pero para quién?
¿Un nuevo Poder? El pensamiento excitó y aterrorizó a Nairo en igual
medida.

Lorgar rió y señaló al esclavo.

-¿Ves? Tu corazón late más rápido ahora. Thud-thud. Thud-thud. Puedo


oírlo como los pasos de Dagaron el Capazciano paseando por la cubierta
superior.

Nairo escuchaba y sólo podía oír el chirrido del metal y la vibración de los
motores al ralentí para mantener los generadores en marcha. Sin embargo,
no dudaba de la palabra del muchacho. No podía detener la carrera de su
corazón al pensar en lo que el niño representaba como no podía detener
los vientos del desierto.

-Descansa aquí hasta que el maestro nos llame para las observaciones- le
dijo al chico cuando se volvió para irse.
-Nairo...

El esclavo miró hacia atrás.

-Podría aprender las palabras más rápidamente si no tuviera que esperar


a que Kor Phaeron las leyera.

-¿Puedes leer los libros?- Nairo había pensado que no podía estar más
sorprendido por nada más que supiera del muchacho, pero estaba
equivocado, ya que habría una gran cantidad de cosas que descubriría en
los próximos años.

-Aún no, pero estoy seguro de que no tardaría mucho en aprenderlo,


¿verdad?

-¿Para ti…?- Nairo se encogió de hombros. -Probablemente no. Pero Kor


Phaeron no deja que nadie lea sus libros sagrados. Debes ser paciente y
atender a sus lecciones e instrucciones. Se diligente, la más leve
infracción podría incurrir en su ira.

-Pero si tan sólo pudiera...

-¡No!- Nairo se volvió completamente y levantó un dedo en señal de


advertencia. -Aparta esos pensamientos de tu mente, Lorgar. No
desobedezcan al maestro. Te irá mal.

-Pero quizás tú...

-Si te atrapara, a su acólito, te golpearía. Si me sorprende tomando uno


de sus libros. Yo, un esclavo... perdería mis manos. Mi vida, muy
probablemente, sería tomada de una manera dolorosa y prolongada.

-Pensé que querías ayudar- dijo Lorgar con una mueca.

-¿Cuando dije eso?

-No lo dijiste, no con palabras. Pero estás aquí, ahora, y otros no. Gracias.
Nairo se retiró, sin reconocer el elogio ni la valoración de su espíritu por
parte del muchacho, pues sabía que, así como no podía dejar que el niño
sufriera innecesariamente, también albergaba una esperanza secreta y más
grande. El favor del chico. Con él, ¿quién podría decir lo que podría lograr
para los deseos de un esclavo?

-¿Nairo?

La pregunta lo detuvo justo en el umbral, pero no miró hacia atrás.

-¿Alguna vez tus labios se quedan sin preguntas, Lorgar?

-Hablas bien, mejor que los otros esclavos. Creo que también puedes leer.
No naciste en la esclavitud, ¿verdad? ¿Qué hacías antes... antes de
convertirte en esclavo?

No iba a contestar al principio, pero había algo innegable en las preguntas


de Lorgar, en su voz, eso significaba que uno no podía desobedecer ni
ignorar su petición.

-Un profesor. Yo era una especie de maestro, antes de ser esclavo- oyó al
muchacho respirar, listo para hablar, y adivinó la siguiente pregunta. -Fui
esclavizado por enseñar lo incorrecto, a la gente equivocada, si eso es lo
que quieres saber.

-¿Y qué fue eso?

Nairo apretó los dientes, tratando de rechazar el impulso de obedecer.


Pero había algo más que simplemente la voz del niño lo que abría su
voluntad; Era su deseo de hablar lo que lo hizo hacerlo, para compartir ese
secreto.

-Libertad, Lorgar. Una herejía a los ojos de la Alianza. Yo enseñé que


todos los hombres y mujeres eran iguales bajo la mirada de los Poderes.

Y eso era más de lo que Nairo había estado dispuesto a compartir. Si Kor
Phaeron llegara a conocer tal cosa, su identidad anterior podría ser
adivinada y su vida estaría perdida; Así que antes de admitir más, huyó.

61º

El incidente con Lorgar dejó la paciencia de Kor Phaeron agotada, y


conociendo su propia naturaleza, el predicador se aisló en su dormitorio
durante el resto del descansar hasta que las próximas observaciones
astrománticas fueran requeridas en el momento del despertar de la Alta-
Noche. Se sentó en su catre y miró hacia el oscuro desierto, esperando a
que los Poderes extendieran el más grueso velo de la noche sobre los
cielos.

La temperatura se había reducido rápidamente a medida que el calor del


día se desvanecía durante el Descenso-frio. Aquí, en uno de los puntos más
altos de la desolación de Vhanagir, la nieve era más común que la lluvia,
pero todavía no era la temporada para tal recompensa de los Poderes. Los
vientos de la Alta Noche todavía no habían comenzado, pero no pasaría
mucho tiempo antes de que trajeran su toque congelante. Casi sin nubes,
el aire no atraparía el calor del día, y mucho antes de que terminara el
despertar, el termómetro estaría en punto de congelación.

A través de la caravana los esclavos se preparaban para el frío,


encendiendo fogatas y arrastrando los colectores solares que habían
estado almacenando energía solar desde el despertar de la Mañana. Los
parasoles que los habían protegido del mortal sol ahora estaban invertidos,
sus lados reflectantes girados hacia adentro para atrapar la mayor cantidad
de calor posible.

La paradoja parecía apropiada. Kor Phaeron tomó la resplandeciente


pantalla de un auto-trazo y presionó su pulgar sobre la runa de activación
de la reliquia.

-Debemos siempre desear la mirada de los Poderes- dijo con claridad,


lentamente, para que el dispositivo de dicción pudiera captar cada palabra
con precisión. Un carrete de pergamino transpex se deslizó hacia fuera
desde un extremo, sus palabras cuidadosamente grabadas en la superficie
en una fluida escritura. El esfuerzo de contener sus acelerados
pensamientos era una útil disciplina, ayudándolo a dar forma a su filosofía,
incluso mientras les daba voz.

-Que hayan abandonado Colchis no es un misterio para mí cuando la


Alianza mandan una memorización sin sentido al Empíreo, desprovista de
fe y pasión. Pero llamar la atención de los Poderes es ponerse al
descubierto ante su escrutinio. Una prueba vendrá, cuando nos veamos
acosados por esa mirada inmortal una vez más. Los que se mantengan
fieles a su fe pasarán. Aquellos que muestren debilidad de resolución
fallarán. No corresponde a los mortales juzgar, sino atraer la mirada de
los Poderes y permitir que su juicio siga su curso. Cuando se completen
las pruebas, los que permanezcan vivirán bajo la mirada vigorizante y
protectora de los Poderes una vez más.

Mientras consideraba estas palabras, Kor Phaeron sintió que su enojo


menguaba. Recordó la Verdad, que a cada uno se le darían las tareas que
les asignaron los Poderes, de acuerdo con su diseño. En él, los Poderes
habían invertido el conocimiento de la Verdad y la fuerza para ser el
Portador de la Palabra: el vidente entre los ciegos, el oyente en una
multitud de sordos, el que habla en un mundo de mudos. Ellos no le
confiaron ese deber a nadie más.

Pero era tan agotador, teniendo la responsabilidad de tantas almas.


62º

Tres golpes en la puerta anunciaron la llegada de un visitante. Axata,


penso Kor Phaeron, conociendo bien la fuerza y el ritmo de la llamada de
entrada de su jefe converso.

-Adelante.
Era de hecho el capitán de la guardia, su volumen llenaba de repente la
cabina.

-Los centinelas están en sus puestos, patrullas enviadas, maestro.

Kor Phaeron asintió en silencio y aceptó el informe. Detectó una ligera


incomodidad en la actitud de su teniente y su presencia era un cambio con
respecto a la norma.

-¿Por qué informas en persona, Axata? Normalmente es suficiente enviar


un mensaje con un subordinado.

El gigante retorció sus manos alrededor del nudo del cinturón de cuerda
que sostenía una túnica de acólito sobre sus placas y su armadura de malla
debajo.

-El chico…

-¿Qué hay de Lorgar?

-No es normal. Usted mismo lo dijo, maestro.

-Lo hice.

-¿Por qué está aquí?

Kor Phaeron consideró rechazar la pregunta, pero pudo ver que el asunto
molestaría al capitán, y a través de él infectaría los pensamientos de los
otros conversos. Casi entregó un sermón baladí, para asegurar a Axata que
los Poderes tenían un plan y que todos eran parte de él, tanto si el
esquema divino podía ser visto o no. Se detuvo, sabiendo que sería una
afrenta a la Verdad. No sería una debilidad el compartir sus
preocupaciones, y reforzaría la lealtad de Axata al hacerle pensar que
había sido uno de los confidentes de su amo.

-Creo que su propósito no es que nosotros adivinemos, sino que


definamos, Axata. ¿Ves lo ansioso que está por aprender? Es un molde en
el que debemos verter nuestra fe y nuestra sabiduría, para crear algo
hermoso y santo.

Axata asintió lentamente y se rascó las uñas rotas en su barbilla. Entrecerró


los ojos.

-¿Pero qué propósito tienes para él? Le enseñas como un acólito, pero lo
golpeas como un esclavo.

-Hay grandeza en Lorgar, eso es evidente. Pero debe fundarse en la


humildad si ha de ser de valor para los Poderes. Debemos ponerle en
primer lugar la idea de que él sirve al esquema de los Poderes, no ha
ninguna ambición mortal.

Una vez más, Axata mostró su comprensión, pero traicionó el pensamiento


con una expresión perturbada.

-¿Y qué significa para nosotros, en particular?

-¿Para nosotros?- Kor Phaeron escogió sus próximas palabras con cuidado.
-Un final y un principio, Axata. Lorgar es una señal de que los Poderes han
notado nuestro trabajo. Nuestro exilio terminará, nuestro tiempo en el
desierto, tanto literal como figurativa, cesará un día. Lorgar es la clave de
ese futuro.

-¿Te propones destruir la Alianza?

-Me gusta tu ingenio rápido, Axata, por eso eres mi mano derecha. Pero
en eso estás equivocado. La Alianza es la Iglesia de Colchis, la institución
legítima de los Poderes. La Alianza es más que los sacerdotes y
sacerdotisas, las cantoras y los coros, los templos y los claustros. La
Alianza debe perdurar, pero para hacerlo también debe ser cambiado.
Seremos ese cambio, Axata, tú y yo y los demás de la verdadera pasión.
Lorgar nos ha sido entregado para ese fin. Si deseas conocer su propósito,
no busques más que las paredes y las agujas de Vharadesh. Alabado sean
los Poderes.
-Alabado sea el profeta- respondió Axata. Alentado por estas palabras,
dejó a Kor Phaeron, quien también fue vigorizado por el intercambio.

La Verdad era simple y Kor Phaeron se reprendió por no haberlo visto


antes. La llegada de Lorgar no era una prueba, era una oportunidad.

71º

La Alta Noche llegó, penetrante y clara, cuando las estrellas brillaron


completamente. Nairo y los otros esclavos bajaron del templo-plataforma
en preparación para las observaciones, trayendo esteras y telescopios para
el maestro.

Hacía frío bajo el cielo sin nubes, y los esclavos apretaban los trapos y las
capas que tenían mientras esperaban. Nairo miró las constelaciones.
Conocía a unas cuantas, los mayores, como cualquier hijo de Colchis. El ojo
Abriéndose, con la estrella roja Valak como su pupila. La Escalera
Ascendente, que le parecía más una cascada a Nairo, pero ¿quién era él
para dudar del criterio de los antiguos? El Sol Aserrado, justo por encima
del horizonte, llamado por algunos el Halo de Hierro de Khaane.

Casi directamente sobre la cabeza brillaban las Puertas Exaltadas, a través


de las cuales se podía ver la mancha que los eruditos testificaban ser las
nubes que rodeaban la montaña del Empíreo: la Cima de Dios al que los
profetas habían conducido su Peregrinación, cuyos precipitados e
inhóspitos flancos habían ascendido hacia las Brumas de los Poderes.

Nairo había robado una vez una mirada a través del aparato de
observación de su maestro, cuando Kor Phaeron había estado estudiando
las Puertas Exaltadas. Había visto el distante remolino que ocultaba la Cima
de Dios y, por un momento, había sentido una conexión con los Poderes.
Había sabido en ese momento lo que Kor Phaeron quería decir cuando dijo
que vivían bajo su mirada inmortal.

Pero era imposible conciliar ese momento con la naturaleza de su


existencia, ni aceptar sólo con fe que su esclavitud, que la subyugación de
millones, era una parte prevista del diseño de las Poderes.

-¡Maska!- su voz era un susurro agudo, sus ojos constantemente vagaban


entre la plataforma y los guardias en los mástiles y en la barandilla. No es
que les molestara que los esclavos trataran de escapar; cualquier tonto que
quisiera desafiar el desierto en solitario se uniría en breve a los Poderes. El
mortal desierto era el más seguro disuasorio contra la fuga que cualquier
patrulla o cerca. Nairo buscó una señal de que su Maestro aparecería,
porque no deseaba que nadie oyera su conversación y se acordó de las
demandas de Lorgar de una audiencia extraordinaria.

Maska se acercó a su furtivo pero insistente gesto. Lorra, Baphae y Kal


Dekka respondieron a una invocación similarmente clandestina,
congregándose al lado de la matriz de observación principal. Fingieron
examinar los radios y los engranajes mientras conversaban, los labios casi
inmóviles, sus voces eran apenas audibles sobre la brisa nocturna y la
solapa de las capas.

-Oí hablar al maestro con Axata- le dijo Nairo a los demás. -Ellos
pretenden criar al niño en las enseñanzas de la Verdad, y regresar a
Vharadesh para usarlo contra los arciprestes de la Alianza.

-Peligroso- dijo Baphae, pasándose la mano por la barba para ocultar su


boca mientras hablaba. -Si la Alianza oye algo de eso, nos perseguirán.

-No hay nada que podamos hacer al respecto- dijo Maska, moviéndose
para alejarse. Nairo cogió el dobladillo de su capa y tiró suavemente de la
espalda.

-Confundes mi intención. Kor Phaeron debe llenar la cabeza de Lorgar con


la Palabra y la Verdad, pero tal vez eso no sea lo único que tenga que
aprender el niño.

Lorra le lanzó una mirada y rápidamente disimuló su preocupación


inclinándose hacia el mecanismo del telescopio principal. -Entonces no es
la Alianza quien nos desollará, sino el Maestro.

-No, si tenemos cuidado- dijo Baphae. -Sólo una lección aquí, una lección
allá. Un poco de compasión, tal vez.

-Más que eso- susurró Nairo. Se tomó un momento, juzgando a su


audiencia. Si le confiaba sus creencias completas, lo creerían loco, pero no
podía dejar pasar la oportunidad. -Lorgar podría ser nuestro salvador. De
todos nosotros, todos los Colchisianos. Kor Phaeron lo cree, aunque
piensa que será el recipiente del regreso de los Poderes. Intentará usar a
Lorgar, sea lo que sea que el chico resulte ser. ¿Y si Lorgar realmente es
un quinto profeta? No podemos permitir que Kor Phaeron controle ese
tipo de poder.

-¿Controlar?- Kal Dekka se burló. Limpió el visor del cañón con la esquina
de su túnica. -Si Lorgar es un profeta, nadie lo controlará, sólo los
Poderes.

-No puedo creer eso- respondió Nairo. -En este momento es sólo un niño,
y se puede enseñar a un niño, no importa el destino que los Poderes le
han reservado. Podría ser la liberación de todos nosotros, el salvador de
los esclavos.

-Me conformaría con un objetivo menos elevado- dijo Maska. -Si acaba de
hacer nuestras vidas un poco más fáciles, yo estaría...

Ella se detuvo, lanzando una mirada hacia el templo-plataforma antes de


alejarse, atendiendo a otras tareas. Nairo miró por encima de su hombro
para ver que Kor Phaeron había salido a la cubierta, bañado en el
resplandor plateado de las estrellas. Miró al Empíreo y había una sonrisa
desconocida en su rostro.

Nairo captó la mirada de Baphae, una mirada de advertencia. Él devolvió


un guiño tranquilizador y volvió apresuradamente al vagón del santuario
para atender los deseos del maestro.


72º

Y así continuó el ritmo de la caravana, que cambió de una forma u otra y


mantuvo el estatus quo en otras. Cada Amanecer atravesaban las dunas del
gran desierto, guiados por las observaciones del Descenso-frio y Alta-
Noche anterior. Consultando las estrellas y el Libro de las Escrituras
Celestiales, Kor Phaeron adivinó la Voluntad de los Poderes. Donde antes
habían buscado otras caravanas, en dirección a los campamentos de los
Declinados, oasis y wadis, ahora el maestro del templo se abstuvo de su
objetivo misionero, declarando que debían permanecer ocultos de las
miradas entrometidas de aquellos que querían ver silenciada la Verdad.

Kor Phaeron guio a los esclavos y a los convertidos en sus oraciones y


dedicatorias, antes del desayuno en la cúspide de la Mañana, y de nuevo
antes de la comida que anunció la transición del Mediodía-largo. Se
reunían, llevando chales de oración para protegerse del sol o del frío,
durante la última hora antes del Post-mediodía y para breves invocaciones
a la hora de dormir. Pasó mucho tiempo con Lorgar, leyendo los textos e
inculcando sus propios pensamientos en el niño. Lorgar había aprendido
bien la lección de sus golpes y había prestado más atención a la sustancia
de los tratados, así como a sus detalles.

Se esforzó por guardar sus preguntas para sí mismo, pero su curiosidad era
ilimitada y ocasionalmente su naturaleza inquisitiva sacaba lo mejor de su
disciplina. A veces Kor Phaeron hizo estas preguntas si el tema le agradaba;
otras veces pidió a Axata que le aplicara una pequeña paliza por haberle
hecho perder el precioso tiempo al maestro.

Como lo atestiguaron los Declinados, el crecimiento de Lorgar fue


considerable, de modo que cada Mañana parecía que la luz fresca del sol
caía sobre un joven que era notablemente más alto y ancho. Para ser tan
joven, poseía una masa que algún día rivalizaría con Axata; su joven piel
estaba repleta de músculo latente.

Su sed de conocimiento era insaciable, y absorbió todo lo que se le había


pasado mientras las arenas de las Llanuras Blancas absorbían cada gota de
lluvia que caía sobre su estéril extensión. Lorgar aprendió rápidamente,
con un apetito feroz no sólo de entender los textos de los antiguos, sino de
escuchar más de la era anterior: de Colchis, de los Profetas, de las
caravanas y de las rutas comerciales. Sobre todo, sin embargo, anhelaba
historias de las grandes ciudades.
Fue en esta capacidad que Nairo y sus compañeros pudieron proporcionar
una educación más completa que la proporcionada por Kor Phaeron.
Mientras preparaban la comida, dividían y empalmaban los cables,
limpiaban y pulían, serraban y martillaban, los esclavos hablaban con
Lorgar, le contaban sus historias, a veces cantaban las canciones de sus
pueblos o compartían el folclore de las tribus del desierto. Mientras que
todos hablaban las palabras del agua como el canto prescrito de la
caravana, cada uno tenía sus propios dialectos. Estos Lorgar los asimilo
rápidamente, y estaba deseosos de demostrarle a Kor Phaeron pero Nairo
le advirtió que no revelara esto al maestro. Aunque consternado por la
idea del subterfugio, Lorgar parecía lo suficientemente cauteloso de sus
palizas como para contener su lengua y compartir sus habilidades
lingüísticas sólo con los esclavos.

A veces Nairo espiaba al joven escuchando atentamente en las escotillas o


en la base de un mástil bajo un nido de guardia, sin duda prestando
también mucha atención a los idiomas de los guardias. Ciertamente,
después de un breve estudio, mostró una notable amplitud de maldiciones
y groserías de tres docenas de regiones y ciudades diferentes. Aunque esto
causó cierta hilaridad entre los conversos, que también habían empezado a
compartir secretamente sus propios cuentos con el niño, trajo una rápida
retribución vocal y física del maestro.


73º

Pasaron cuarenta Mañanas y Post-mediodía, momento en el que Lorgar


era casi tan alto como el hombro de Nairo, y fácilmente más ancho y
pesado. El acólito participaba frecuentemente en debates semánticos con
Kor Phaeron, que ponía a prueba sus habilidades lanzando dudas y
preguntas que serían utilizadas por los incrédulos, asegurándose de que el
niño conociera las respuestas a las acusaciones de blasfemia y herejía, a
argumentos específicos contra la fe. El niño bromeó con los conversos y
esclavos, y construyó elaboradas fábulas a partir de sus historias,
convirtiendo la verdad en aventuras de fantasía a través de los reinos
divinos del Empíreo.

Para Nairo fue un tiempo tan agotador como siempre, pero la presencia de
Lorgar alivió algo del dolor espiritual que soportaba. Cuando vio al niño
rezando, le recordó que la esperanza había regresado. Cada Amanecer
trajo consigo la promesa de un nuevo futuro.

Aunque hicieron todo lo que pudieron para evitar a los comerciantes y


nómadas, al final sus suministros fueron lo suficientemente bajos como
para obligarles a regresar a las zonas más pobladas del desierto. En el sexto
Descenso-frio después del descubrimiento de Lorgar, Kor Phaeron consultó
a los mensajeros celestiales y les pidió que proporcionaran orientación.
Interpretando los movimientos anteriores, el maestro declaró que se
dirigían a Ad Drazonu, un oasis cercano.

Fijaron el rumbo de acuerdo a las observaciones y esperaban llegar al oasis


al Mediodía-largo del próximo Mañana. La tripulación trajo barriles de
agua vacíos listos para ser llenados antes de que la Alta-Noche
imposibilitara el trabajo prolongado. Debajo de los remanentes de luz
parpadeante, Nairo y otros lucharon contra una polea y una línea por
encima de la escotilla principal. Sintió una fuerte mano en su hombro que
le hacía a un lado. Lorgar se acercó a la abertura y sacó el barril con una
mano, desenganchándolo del cable con la otra. Con facilidad lo apiló sobre
los pocos que ya habían sido levantados, y volvió a la escotilla para enviar
el cable de nuevo. Saltó a la oscuridad, donde Maska y otros intentaron
arrastrar los pesados barriles en la oscuridad, para engancharlos al
malacate. Lorgar parecía tan perspicaz como las ratas que habitaban en las
cubiertas de almacenamiento, y empujaba los barriles hasta la abertura de
dos en dos, antes de subir a la cubierta principal e instruir a los de abajo
para que los colgaran de la línea.

Con repeticiones metronómicas, el niño trabajaba incansablemente y sin


apenas sudar sobre su dorada piel. No había pasado más de una hora y
todos los barriles estaban apilados a lo largo de los cañones.
-¿Qué sigue?- preguntó Nairo, claramente vigorizados no sólo por el
ejercicio físico sino también por la naturaleza práctica de la tarea. -Es
gratificante, ¿no es así, trabajar a veces en algo medible? Libera la mente
para reflexionar sobre las cosas más grandes. Por ejemplo, mientras
apilaba estos últimos doce barriles, se me ha ocurrido que podríamos
considerarlo una metáfora de nuestros trabajos espirituales. Cada uno de
nosotros puede trabajar tan duro como pueda, pero sólo juntos podemos
lograr nuestros fines, y como los barriles deben ser ordenados, así
también deben ser nuestros pensamientos y oraciones. La verdad es que
cada uno de nosotros tiene un propósito, pero va más allá de eso. No
sólo nosotros, sino todas las cosas son parte del orden de los Poderes,
que deben ser arregladas de acuerdo con su plan.

El esclavo no estaba seguro de qué hacer con ello, preocupado de que


Lorgar hubiera absorbido demasiadas de las demandas del amo de
jerarquía y subyugación a la voluntad de los apasionados, ya que se refería
a aquellos que habían escuchado la Palabra y permitido que la Verdad
entrara en sus almas.

-Barriles de salazón- contestó Nairo tras un momento de reflexión,


señalando la escotilla de popa. -Traeremos carne a bordo.

Lorgar se dedicó a esta tarea con igual vigor, cantando himnos que Nairo
reconoció de las Ofrendas Verbales en el Templo, aunque con versos extra
de su propia invención. Mientras rodaba los grandes barriles de salazón
por la cubierta, deleitó a su creciente audiencia con 'Gloria a los
Ascendidos', pero cada verso y coro se tradujo a una lengua diferente,
traducida sin esfuerzo sobre la marcha por los jóvenes mientras varios de
los esclavos y guardias le pedían que usara sus dialectos nativos a
continuación.


74º
Así quedó atrapado en el aire festivo que Nairo y los demás no vieron ni
oyeron a Kor Phaeron levantarse de su camarote. La primera vez que se
dieron cuenta de su venida fue un grito estruendoso al subir los escalones
desde la cubierta inferior.

-¿Qué es esta burla payasa?

Convertidos y esclavos se dispersaron como sabandijas ante la linterna,


repentinamente ocupados con tareas en las bodegas, o en las salas de
máquinas, o en los extremos más alejados de la torre del templo. Lorgar se
detuvo en su camino, el barril que había estado pateando por la cubierta
rodando hasta detenerse contra Nairo que permanecía cerca de la borda,
incapaz de abandonar al chico para enfrentarse solo al disgusto del señor.
A su favor, Axata se quedó también, repentinamente colgando su cabeza
en la vergüenza donde momentos antes había estado alegremente
golpeando el ritmo del himno con el puño en la barandilla.

-¡Tú!- Kor Phaeron pinchó con un dedo al capitán de la guardia, quien se


estremeció como si el dedo acusador fuera el cañón de un fusil. -¡Prepara
tu látigo!

El maestro rodeó a los otros conversos, acosándolos y gruñendo para


arrastrar a los esclavos que habían eludido sus deberes. Ellos cumplieron
rápidamente, temiendo su ira y que el escarnio de los Poderes caería sobre
ellos en su lugar. Parecía que sólo le llevaba unos instantes reunir a los
treinta y ocho hombres y mujeres, obligados a arrodillarse en la cubierta
con Nairo.

-Los Poderes nos pusieron en movimiento sobre la faz de la tierra-


escupió Kor Phaeron. -A cada uno de nosotros han vertido su propósito y
en su gran diseño nos han tejido. Si hubieran deseado que fueran
ociosos, que se rieran y se divirtieran como los monos de los acantilados,
no los habrían considerado aptos para arrojarlos a la esclavitud. Seis
latigazos cada uno.

75º

Kor Phaeron se volvió hacía los esclavos después de haber pronunciado


su juicio, enfocando su escarnio en Lorgar. Aunque casi tan grande como el
maestro, se resistió al enfoque de Kor Phaeron como si los mismos Poderes
hubieran enviado un avatar de amonestación en su contra.

-Sólo quería ayudar, amo- explicó débilmente el muchacho, toda la fuerza


y música le fueron arrebatadas de la voz.

-No te corresponde a ti ayudar- respondió Kor Phaeron en voz baja.

El primer chasquido del látigo y el aullido anunciaron el comienzo del


castigo para los esclavos, pero Nairo y los que aún no habían sido tomados
en las ásperas manos de los guardias sólo tenían ojos para su amo y Lorgar.
Kor Phaeron habló con calma, sin ninguno de sus habituales gruñidos y
rabia. Parecía decepcionado por el chico, genuinamente herido porque su
acólito había sido tan tonto.

-¿Harías todos sus trabajos, Lorgar?- preguntó Kor Phaeron. -¿Quitarías la


carne de los huesos? ¿Activar los fuegos? ¿Engrasar los engranajes?
¿Lavar la ropa? ¿Barnizar y pintar el templo? ¿Coser los banderines?
¿Tamizar la arena para que los cangrejos de tierra y los escarabajos y
escorpiones se cocinen?

Lorgar se quedó estupefacto, con las manos agarradas frente a él, con la
confusión escrita en su rostro.

-¿Qué hay de los otros esclavos, Lorgar?- Kor Phaeron hizo un gesto con la
mano para pasar la barandilla y llegar a la oscuridad de la noche. -¿No sólo
los de esta caravana, sino los cientos de mercaderes, mil comerciantes y
millones en las ciudades? ¿Les quitarías todos sus trabajos? ¿Quién
cuidaría a los niños? ¿Quién pondría piedra sobre piedra para erigir los
monumentos a los Poderes? ¿Quién avivaría los hornos y puliría los
atriles, e inscribiría nuevas copias de los textos? ¿Harías todo eso por
ellos?

El chico agitó la cabeza, los hombros caídos, sin mirar a su señor. Los
lamentos de los esclavos golpeados crecieron en volumen mientras
continuaban su castigo, los guardias trabajaban con Nairo. Pero no podía
apartar la mirada de la pareja.

-No. No, mi amo- murmuró Lorgar.

-No- Kor Phaeron se acercó a su acólito, estaba a poco más de un brazo de


distancia. -Decidirás entonces a los que renuncian a sus deberes y a los
que aún deben trabajar. Tú, un mortal, serías el árbitro de quién
esclavizará a los demás.

-Yo...- Lorgar no tuvo respuesta a este argumento. Su labio tembló y miró a


Nairo. Sus ojos estaban llenos de disculpas y resignación mientras Nairo
sentía como dedos rebeldes se agarraban a su hombro. Levantó la vista
para ver a Carad, uno de los Hermanos Archer. No había tanta compasión
en sus ojos cuando ella puso al esclavo de pie y lo arrastró hacia el látigo
de Axata. Nairo miró hacia atrás, implorando a Lorgar con una mirada, pero
la expresión del chico se endureció y miró hacia atrás, hacia Kor Phaeron.

-Mis más sinceras disculpas, señor- dijo Lorgar, inclinando la cabeza


mientras Nairo se inclinaba sobre la barandilla y el primer toque del látigo
provocó un dolor ardiente en los hombros del esclavo.


76º

Mientras el castigo continuaba, Kor Phaeron miró la línea de los esclavos,


sus espaldas magulladas y ensangrentadas, y volvió a prestar atención a
Lorgar. El predicador estaba contento de haber mantenido su
temperamento. Ayudaba a recordar que, a pesar de su tamaño e intelecto,
Lorgar era todavía un niño, y que cualesquiera que fueran las habilidades
que los Poderes le habían inculcado, seguía siendo ignorante e inocente en
muchos sentidos. Sus acciones no fueron una rebelión contra Kor Phaeron,
sino simplemente un error.

Aun así, la culpa radicaba tanto en la compasión como en el acto mismo.


Sentir lástima por los esclavos era empezar a juzgar a los Poderes. Si uno
pensaba que otro no merecía la suerte a la que había sido sometido, era
una invitación abierta a otras dudas, dudas que podían llevar a un desafío
abierto a los Poderes y a la Verdad. Kor Phaeron sabía que tendría que
tener cuidado, para que Lorgar no empezara a ver a los esclavos como
víctimas en lugar de merecer su sufrimiento.

-¡Lorgar, atiéndeme!- gritó, torciendo un dedo hacia el joven.

Lorgar se acercó a lo largo de la cubierta, su expresión era desprovista de


sospecha o engaño.

-¿Sí, mi amo?

-Los esclavos han sido castigados por eludir sus deberes, pero no sólo a
ellos.

-No, mi amo- Lorgar colgó la cabeza, con cara de vergüenza, su cabeza


calva atrapaba el resplandor amarillo de las linternas colgantes de la grúa
del templo. -Fue por mi culpa que transgredieron.

-Tienes un ingenio y carisma natural, Lorgar, y otros se ocupan de cada


una de tus palabras. Es una gran responsabilidad.

-Sí, mi amo.

Kor Phaeron se detuvo un momento, para asegurarse de que pronunciaba


correctamente sus siguientes palabras mientras miraba al niño. Ni siquiera
quiso sugerir la posibilidad de que Lorgar pudiera usar sus habilidades
emergentes para cualquier otra causa que no fuera la de su maestro. Pero
era un tema delicado de abordar, pues al negar el derecho moral a hacerlo,
Kor Phaeron introduciría el concepto en sí mismo. Por el momento parecía
que la noción de rebelión ni siquiera estaba dentro de la brújula mental de
Lorgar.

-Debes jurarme ahora, un juramento sobre los Poderes.

-¿Un juramento, maestro?

-Una promesa, atestiguada por los Poderes, atada a tu alma. Jurarás por
los Poderes que serás un defensor de la Verdad. Tomarás la Palabra y la
Verdad para guiarte en todas las cosas. Sobre tu alma inmortal, da tu
palabra a los Poderes de que todo lo que hagas trabajará para su gloria y
causa.

-Lo prometo, maestro.

-Di las palabras, y mira al Empíreo mientras las declaras. Presta todo tu
juramento para que todos puedan oírlo, tanto los mortales como los de
más allá.

Lorgar miró a Kor Phaeron y luego volvió los ojos hacia arriba, su mirada se
movía hacia las lejanas estrellas.

-Lo juro... lo prometo...- Lorgar titubeó, inusualmente sin palabras. Miró a


Kor Phaeron con una expresión suplicante. El momento agradó mucho al
predicador, pues sirvió como recordatorio de que él era el maestro, que
Lorgar todavía tenía mucho que aprender y que sólo de Kor Phaeron le
daría tal tutela.

-Algo así como. Juro por los Poderes Todopoderosos... sería un buen
comienzo. Y luego di lo que prometes hacer.

Lorgar sonrió y asintió, volviendo a mirar al cielo una vez más.

-Juro por los Poderes todopoderosos que... dedicaré mi vida a aprender


la Palabra y la Verdad, y a servir a los Poderes como ellos lo consideren
conveniente para guiarme. Escucharé sus mensajes desde el Empíreo,
mientras los ponen en señales sobre las arenas y las estrellas, en las
mentes y los corazones de la gente. Todo esto lo prometo, y si fallo, mi
alma inmortal será arrojada desde el Empíreo para habitar en el
tormento del vacío sin pasión.


77º

B
- ien- dijo Kor Phaeron, sintiendo un poco de orgullo por la franca
declaración del muchacho. Vio que los guardias y los esclavos habían oído
la clara declaración, no sólo recordándoles la Verdad a la que todos
estaban sujetos, sino también la autoridad de Kor Phaeron sobre Lorgar y,
por extensión, sobre todos los miembros de la caravana.

-Ahora, hijo, ahí está el asunto de tu castigo.

Otra vez Lorgar asintió con la cabeza, sin decir nada. Se dirigió a la
barandilla, pasando junto a los esclavos que se agachaban y gemían. Puso
sus amplias manos sobre el metal y se inclinó, mirando a Axata. El capitán
de los conversos miró a su maestro para confirmarlo y Kor Phaeron levantó
ocho dedos en respuesta.

-Dos latigazos más que los esclavos, Axata, por ser el instigador de esta
exposición pecaminosa.

Axata señaló su comprensión y preparó su látigo. Kor Phaeron lo notó


intercambiando miradas con varios de sus compañeros, y aunque era
imposible saber exactamente qué pensaban que compartían, le pareció al
predicador que entendían cómo habían sido cómplices de la debacle. El
hecho de que se hubieran salvado no pasaría desapercibido entre sus filas,
y Kor Phaeron se tomaría el tiempo necesario para recordar a Axata que él
también tenía responsabilidades onerosas.

Impasiblemente, Kor Phaeron observó como el látigo caía sobre la espalda


de Lorgar, justo debajo de los omóplatos. La túnica del acólito absorbió
parte del agudo crujido, y el niño apenas se movió. El sacerdote no podía
ver nada de la cara de Lorgar, pero sus hombros estaban encorvados, con
las puntas de los dedos clavadas en la madera de la barandilla.

-Siete más- le recordó a Axata y se volvió hacia los escalones. -Esta es una
congregación de adoración, no un circo.

8º1

Un sol naciente de la Mañana trajo la vista del oasis de Ad Drazonti. Dos


columnas de mármol se elevaban sobre el horizonte, cada una de ellas
coronada por un fuego dorado iluminado por el poder del propio sol, otra
maravilla de la época anterior, en la que el tiempo y las terribles cruzadas
del pasado se habían vuelto indescifrables hasta para el más erudito de los
colchisianos. Como la mayoría de estos abrevaderos en las vastas
extensiones, Ad Drazonti era estacional, a veces inundado y repleto de
docenas de caravanas, pero con un reflujo bajo cuando la procesión de Kor
Phaeron llegó en la Mañana.

El predicador envió los carros con Axata, tripulados por conversos y


esclavos, con una distribución de sus escasas monedas y las colillas de agua
para llenar, y la instrucción de que necesitaban suficiente comida para al
menos otros siete u ocho días; Kor Phaeron quería el menor contacto
posible con los demás.

Usando su ocular de banda de bronce, escudriñó el oasis, contando tres


misiones separadas y caravanas en las torres de la Guardia de borde del
agua, mucho más pequeñas que las luces de la baliza, que se encontraban
en un perímetro varios cientos de metros más allá, delineando la extensión
del pozo de agua cuando estaba completamente levantado. Los árboles y
arbustos que crecían en la primavera habían empezado a marchitarse,
incluso esta vegetación resistente cedía a la implacable sequedad y al sol
implacable.

Tomando el ocular de sus ojos, Kor Phaeron vio a Lorgar de pie en la


barandilla, esforzándose por ver lo que estaba ocurriendo. Estaba seguro
de que habría magnoculares y telescopios en su posición y el niño estaba
de pie a plena vista. Si su efecto en el primer avistamiento en el
campamento nómada era algo por lo que juzgar, no había forma de saber
lo que su presencia podría despertar entre la estación de comercio más
fuertemente armada y las tripulaciones de los mercaderes.

-Vuelve a bajar- dijo el sacerdote mientras avanzaba por la cubierta. -Dije


que te mantuvieras fuera de la vista, ¡maldita niño!

Agarró a Lorgar por el cuello de su túnica de acólito y se movió para sacarlo


de la barandilla. El niño se resistió, sin moverse ni un centímetro, pero la
túnica se apartó de él. Kor Phaeron miró fijamente la extensión no
marcada de los anchos hombros de Lorgar, donde sólo se veía el paso de la
Alta-Noche antes de haber sido azotado con maldad.

-Abajo- gruñó, suprimiendo cualquier otra reacción mientras empujaba al


niño hacia la escotilla de la cámara de los esclavos, o lo intentaba. Lorgar se
tambaleó un paso y se detuvo, mirando hacia atrás con expresión de dolor.

-¡Quiero ver las caravanas y los guardias!- el niño protestó, olvidando a


Kor Phaeron en su petulancia.

Tal desobediencia tenía que ser reprimida inmediatamente. Kor Phaeron


golpeó al niño en la cara, aunque sintió como si hubiera golpeado la roca.

-Abajo, niño- gruñó a través de los dientes apretados, sus ojos


venenosamente miraron a Lorgar. -Me ocuparé de esta insubordinación
más tarde.

Aunque era obvio que el golpe no había causado ninguna lesión real, su
impacto y el estallido de la furia de Kor Phaeron fueron suficientes para
poner al chico a volar, haciéndolo correr hacia los espacios oscuros bajo
cubierta.


8º2
Kor Phaeron se retiró a su habitación y meditó, consciente de que
parecía que Axata le había ahorrado al chico su justo castigo. Sin embargo,
si se movía demasiado contra el líder de los conversos, el predicador sabía
que podría encontrarse abandonado en su lugar. Era hora, consideró, de
que empezara a elevar a otro de los conversos, avivando las ambiciones de
uno con el señuelo de reemplazar a Axata si era necesario.

Pasó el resto de la Mañana considerando a los candidatos hasta que las


bocinas del sistema de direcciones sonaron como saludo a la expedición
que regresaba. Se quedó abajo, escuchando el ruido de los camiones y las
botas en la cubierta, hasta que todos volvieron al orden cuando se
completó la carga de las tiendas. Esperó más tiempo, consolándose con
versículos de las Aspiraciones de Kor Adras, recordado por las tribulaciones
del primer sumo sacerdote de la Alianza que el camino hacia la justicia, el
ascenso a la cima de los Fieles, no era un viaje fácil.

El golpe característico de Axata hizo que su corazón palpitara ante la


posibilidad de la confrontación que se avecinaba. Kor Phaeron sabía que no
podía causar una afrenta abierta al converso, potencialmente avergonzarlo
frente a los demás, para no tener que empujar a Axata a un rincón del que
la única salida era una pelea. No, sería mejor invocar a una autoridad
mucho más alta. Los propios Poderes. Le ordenó a Axata que entrase y
asumió una expresión sombría y arrepentida.

-Tengo el listado de las tiendas…- el informe de Axata se quedó atrás al ver


la cara triste de Kor Phaeron. La preocupación retorció sus rasgos mientras
avanzaba con una mano extendida en simpatía. -¿Qué pasa, maestro?

-Estoy decepcionado, Axata. Amargamente decepcionado. Pensé que eras


un hermano para mí. Un hermano a los ojos de los Poderes.

El converso traicionó una mezcla de emociones en esta declaración, deleite


por la idea de ser tan apreciado, rápidamente reemplazado por alarma que
tal estado parecía estar al borde de la retirada. Kor Phaeron continuó antes
de que Axata tuviera la oportunidad de decir algo en respuesta.
-He puesto mi confianza en ti, Axata. Gran confianza. Eres mis ojos donde
no puedo ver, mis oídos donde no puedo escuchar, mi lengua donde no
puedo hablar- estas últimas declaraciones fueron una cita directa del
famoso discurso de Tezen en el Libro de los Cambios, cuando el profeta
conjuró por primera vez al engañoso elemental K'Kaio. Axata tembló,
sabiendo bien los versos que se le estaban lanzando, y su lección de ser
cautelosos con la traición de todos los demás. Kor Phaeron añadió la última
frase, cargada de desprecio. -Mi mano donde no puedo alcanzar, Axata.

-Todo está en orden, lo juro, señor- respondió el converso, ofreciendo las


notas de carga como si fueran las parábolas originales de los profetas. -Yo
nunca d…

-¿Pones tu juicio sobre el mio?- dijo bruscamente Kor Phaeron,


recurriendo a las generalidades para endurecer su argumento antes de
formular una acusación específica.

-N… no, amo.

-¿Crees que los mortales deberían adivinar la justicia de los Poderes?

-Por supuesto que no, amo. ¿Por qué...?


8º3

El predicador miró a Axata con una mirada penetrante, desafiándolo a


confesar sus pecados. Dejó que el silencio continuara, organizando su ira,
dirigiéndola hasta que ya no pudo contener su justicia.

-¡El chico!- Kor Phaeron bajó su voz a un fuerte susurro, aunque tenía
ganas de gritar desde la cabecera. Había quienes estaban escuchando, o
tratando de escuchar, y él no quería que escucharan a escondidas en este
intercambio. -Te ordené que le azotaras anoche, pero no hay ni una sola
marca en su cuerpo. No te corresponde a ti evitarle a Lorgar su debido
castigo.

-Lo hice, lo juro- dijo Axata, con la cara sonrojada. No con ira, sino con
vergüenza. Sus carnosos puños se cerraron alrededor de los billetes,
arrugando las transparencias. -Le puse el látigo tan fuerte como a
cualquiera de los otros.

Kor Phaeron se consideraba un buen juez de las personas, al menos en lo


que respecta a la lectura de sus verdades y falsedades. Hacerlo le había
proporcionado muchas herramientas para obtener apoyo o patrocinio en
el tiempo transcurrido desde que comenzó su exilio. En Axata tuvo un
verdadero converso, alguien que creyó en la Verdad hasta el fondo de su
corazón. Temía la ira de los Poderes y aceptó la posición de Kor Phaeron
como Portador de la Palabra. No podía mentir ante su amo más de lo que
podía arrancar su propio corazón y seguir viviendo.

-Entonces tenemos un problema diferente, Axata- respondió Kor Phaeron


rápidamente, cambiando de rumbo y de tono. -Ven conmigo.

Axata no dijo nada mientras seguía a Kor Phaeron a lo largo del camino y
subía los escalones hasta la cubierta principal. Toda la caravana ya se
estaba alejando de Ad Drazonti, y las casas de los guardias escondidas
detrás de las dunas circundantes. El sacerdote llamó a Lorgar para que
subiera de la bodega.

Ell muchacho respondió rápidamente, echando una mirada nerviosa entre


el sacerdote y el converso, sintiendo que algo andaba mal.

-Desnúdate, niño- le dijo Kor Phaeron.

Lorgar cumplió después de un momento, el de la pausa de confusión en


lugar de desafío. Se quitó sus túnicas grises para revelar una piel enrojecida
por el sol sobre un músculo anudado y grueso. Vestido sólo con su
taparrabo, lanzó la túnica de acólito a la cubierta y se quedó temblando un
poco ante el despreciativo escrutinio de Kor Phaeron.
-Date la vuelta- dijo el predicador, girando un dedo para enfatizar su
orden. Volvió la cabeza hacia Axata mientras Lorgar giraba sobre su talón,
sin revelar ni siquiera un moretón en su dura carne. -¿Ves?

La sorpresa de Axata fue la última confirmación que Kor Phaeron


necesitaba que el converso no era cómplice de algún plan para salvar al
muchacho de sus latigazos. Siendo ese el caso, no había más
preocupaciones de conspiración y el predicador volvió su pensamiento
hacia una nueva preocupación.

-Parece que tu látigo no es lo suficientemente disuasivo- dijo Kor Phaeron


en voz alta para que todos lo oyeran. -Reúne a tus cinco más fuertes, haz
que traigan sus mauls.


8º4

Nairo observó con creciente horror como Axata acechaba por la


cubierta, insultando y dando órdenes hasta que él y otros cinco esperaron
con gruesos garrotes en la mano. Lorgar los miraba impasiblemente,
moviendo su mirada de uno a otro. Nadie fue capaz de encontrar su
mirada por más de un latido antes de apartar la mirada. Axata era lo
suficientemente inteligente como para no hacer coincidir la mirada con la
del niño, su propia mirada estaba fija en la mirada intencionada de su
señor.

-Ya sabes lo que se debe hacer- dijo el sacerdote mientras pinchaba a


Lorgar con un dedo. -El cuerpo debe ser azotado para que el alma
también conozca la pureza.

-Eviten la cabeza- murmuró Axata a sus compañeros mientras rodeaban a


Lorgar con las armas levantadas, mirando a Kor Phaeron para... ¿Para qué,
se preguntaba Nairo? ¿Para que cambie de opinión?
-Hazlo, o también sentirás el toque del castigo- dijo tranquilamente Kor
Phaeron, aunque Nairo pensó que había captado por un momento un tic
de consternación ante este pequeño signo de disensión.

Lorgar le levantó los puños a la cara, tocándose los codos. Exponiendo sus
sólidos flancos y hombros, aceptando silenciosamente el castigo que
vendrá.

Axata dio el primer golpe, en el muslo, y una vez hecho esto fue como si se
hubiera roto un hexágono y los otros se unieron, poniendo sus mauls sobre
Lorgar con las dos manos. Lo golpearon en los hombros y las costillas,
hasta que un golpe en la parte posterior de la rodilla lo llevó a la cubierta,
donde continuaron con la espalda y las piernas, trabajando
metódicamente a lo largo de la columna vertebral y las extremidades.

Kor Phaeron no dio ninguna orden de detenerse, pero los hombres


empezaron a cansarse, sus golpes sin fuerza. Fue Axata quien tomó la
decisión, dando un paso atrás, dejando caer su palo al suelo por los dedos
doloridos. Los otros se retiraron, repentinamente agradecidos por el cese
de la violencia. La retirada reveló que Lorgar se arrodilló con los brazos
metidos debajo de él, la frente en la cubierta. Cada parte de la carne
expuesta estaba ennegrecida por los moretones, aquí y allá un hilo de
sangre donde la piel se había roto.

Kor Phaeron se acercó, arrodillándose a su lado para escuchar. Nairo


también vio los labios del joven moviéndose y esforzándose para escuchar
las palabras en voz baja.

-Y en el sexto verano de los años de ayuno, Sennata Tal fue arrojado a la


jaula de la serpiente, y sus acusadores entre los incrédulos se burlaron, y
maldijeron su nombre...

Era de las Revelaciones de los Profetas, la piedra angular de la fe de la


Alianza. Nairo vio a Kor Phaeron mirar las gruesas lágrimas de Lorgar
goteando a la cubierta antes de levantarse. Asintió a Nairo, que
rápidamente pasó la voz a los demás.
Dirigió a un grupo de esclavos hacia el niño y lo ayudaron a levantarse. Con
su ayuda, Lorgar cojeó hacia la escotilla abierta, con la cabeza inclinada y la
espalda inclinada. Se detuvo en la parte superior de los escalones y volvió
la cabeza hacia Kor Phaeron, un ojo ennegrecido donde un golpe se había
extraviado. Asintió, como agradecido por la paliza. Enfermó pensar que
Lorgar creía que merecía un castigo tan terrible, aunque sacó esperanza de
lo que había visto de las habilidades de recuperación del joven. Al igual que
el látigo, los garrotes no le dejarían ninguna herida duradera, y por ello los
Nairo estaba agradecido a los Poderes incluso cuando le recordaban la
picadura en su propia espalda de las atenciones que Axata había hecho
antes en el Descenso-frio.

La dignidad emanaba del muchacho y Kor Phaeron le dio la espalda al


acólito, un poco demasiado rápido para ser puramente desdeñoso, Nairo
pensó. El predicador tomó la túnica del joven y la arrojó a Nairo sin mirar a
Lorgar.

-Tal será el castigo de Lorgar de ahora en adelante- anunció. -Sólo está en


el ámbito de los Poderes perdonar nuestras ofensas, no en el mío. Los
pecados del alma serán purgados en la carne.

91º

Desde Ad Drazonti la caravana se dirigió a la despiadada extensión


conocida en Vharadesh como Barrenos Bajos (Low Barrens, en el original nt) y los
nómadas como Las Arenas que Cazan (The Sands that Slay, en el original nt). Su
reputación estaba bien fundada: un sumidero de cuatro mil kilómetros de
presión, calor y vientos abrasadores que era prácticamente infranqueable
durante tres cuartas partes del año. Los mitos más antiguos de la época
anterior hablaban de ciudades ocultas y de una caída de estrellas que
habían creado el terrible desierto. Las bestias vagaban por ahí, eso era
cierto, y bajo las arenas aún más aterradoras apariciones y los habitantes
esperaban a los audaces o insensatos.

Ninguno de ellos estaba más asombrado que el Kingwyrm: una


encarnación de la destrucción que muchos de los que vivían en las Arenas
que Cazan adoraban como un semidiós, una encarnación de los Poderes. El
engendro del Kingwyrm se había extendido por todos los Barrenos Bajos,
aprovechándose de los incautos y desesperados que se extraviaban en los
territorios.

La tradición sostenía que nadie pasaba a los Barrenos Bajos después de la


Fiesta de la Lamentación, pero habían pasado tres días desde esa
observancia y Kor Phaeron, decidido a evitar el más mínimo contacto con
cualquier otro que pudiera transmitir el secreto de Lorgar a las ciudades,
empujó su caravana a lo largo de los restos de las viejas carreteras hacia la
desolación que se extendía por todo el continente.

Nadie se atrevió a expresar su consternación, porque presentar una queja


contra el mensajero de los Poderes en un lugar tan terrible era invitar al
desastre. Los sacrificios y las oraciones se llevaron a cabo con mayor celo
que en ningún otro momento anterior en el exilio de Kor Phaeron, con
predicadores, acólitos, conversos y esclavos, todos ellos doblegando su
voluntad y su fe para sobrevivir a las pruebas que los elementos lanzaron
contra ellos.

Y parecía como si tal dedicación fuera recompensada. Para la Mañana tras


Mañana, el descanso tras el Post-mediodía, las tormentas se calmaron,
como si permitieran el progreso de los seguidores de Kor Phaeron. Incluso
los desgastados veteranos del desierto entre los guerreros de Axata, los de
las tribus Declinadas de la Cordillera Interna, comentaron sobre este
increíble progreso. Seguramente fue una señal del favor de su señor a los
ojos de las Poderes que su pueblo atravesó sin ser molestado lo peor de los
territorios salvajes de Colchis.

Sin embargo, no se tomaron sus deberes a la ligera, y así fue como cuando
en una terrible Mañana las tempestades finalmente cayeron sobre las
arenas y envolvieron el templo y a sus escoltas, las tripulaciones y los
esclavos estaban bien preparados. Se levantaron rápidamente escudos de
arena y cortinas cortavientos. Sabiendo que cualquier respuesta
descoordinada podría ser fatal para todos ellos, Kor Phaeron cedió en su
prohibición a Lorgar a no trabajar. Con la ayuda de la extraordinaria
juventud, las defensas se erigieron en la mitad de tiempo que en cualquier
otro intento anterior. Kor Phaeron se unió a las bandas de trabajo en
persona, tirando de los cables y levantando vigas con los otros, en lo que
parecía un acto desinteresado para el grupo.


92º

Nairo no estaba tan convencido del altruismo del maestro y después de


todo se preparó y la congregación se reunió bajo cubierta y bajo sus
refugios contra tormentas, confió sus preocupaciones a Lorgar.

-Él ve lo fácil que eres con los demás y está celoso- dijo Nairo al niño
cuando se acomodaron abajo para el descanso principal del Mediodía-
largo, cuando el calor estaba en su punto más vicioso y hasta el alma de
uno se quemó a pesar de la sombra de arriba. Sabía que tenía que hablar
con cuidado, pues, aunque Lorgar se sentía cómodo entre los conversos y
esclavos, seguía siendo el acólito del amo. Hablar de la tiranía de Kor
Phaeron, lamentar sus creencias directamente sería hablar en contra de la
Palabra y la Verdad, conceptos en los que Lorgar estaba totalmente
invertido a pesar de su sufrimiento bajo esas convicciones. -Le preocupa
que seas demasiado popular e intenta usurpar algunos de tus modales
para sí mismo. Vio cómo te mirábamos cuando trabajabas con nosotros y
se inclinaba para emular tu trabajo.

-Pensaba que tenías razón- respondió Lorgar, sólo con el brillo de sus ojos
visible en los oscuros confines de la cubierta, -si hubieras argumentado
que él trabajaba por la auto-preservación.

-Sí, pero no contra las tormentas- dijo Nairo. Cogió el agudo aliento de
Lorgar y pensó que quizás se había atrevido demasiado. Tomó una ruta
más sutil de lo que había previsto. -Recuerdo que las obras del acólito
elevan al maestro, así dice en el Apocalipsis.

-Una réplica a la acusación de que Narag adornó su propia reputación con


los esfuerzos de Dia Marda y Callipa, lo que significa que es mérito del
maestro que un alumno logre un alto renombre- Nairo podía sentir la
satisfacción que emanaba de Lorgar. No la petulancia, simplemente una
alegría que irradiaba cada vez que los jóvenes participaban en un debate
teológico y bíblico. -La elevación de Kor Phaeron por mis esfuerzos de
ninguna manera disminuye mis logros.

-Si construye sobre ellos como fundamento, tienes razón- replicó Nairo.
Se mojó los labios. Incluso en las profundidades del templo, el polvo y los
granos penetraron, y todo estaba cubierto con una fina capa de rojo y gris.
-Si él busca nombrar su torre como su hogar, es un robo. Todas las
personas deben ser dueñas de lo que crean, a su favor o en contra por
igual.

Lorgar no respondió al principio y Nairo se animó al ver que el acólito


estaba volviendo el pensamiento apropiado sobre el tema en lugar de
sacudirse algún contrapunto trillado de los textos. Podía sentir cómo el
chico cambiaba la mayor parte. Había crecido casi tanto como el esclavo,
su rápido crecimiento no mostraba signos de disminuir. Las escasas
raciones que se ofrecían incluso a un converso no podían satisfacer un
apetito que pudiera alimentar tal desarrollo, y Kor Phaeron había exigido
que la tripulación y los esclavos renunciaran a una porción de sus propias
comidas para complementar la asignación del niño.

Fue un testamento al carácter de Lorgar que tales donaciones fueron dadas


sin resentimientos, aunque dejaron a muchos hambrientos. En realidad, los
esclavos ya habían tomado raciones tan cortas que se las habían arreglado
para comer, asegurándose de que ninguno de ellos pasara demasiada
hambre y de que cada uno tuviera el mismo tiempo sin ellas.


93º

N
-¿ o soy una creación de Kor Phaeron?- dijo Lorgar eventualmente. Con
su creciente tamaño, su voz se había vuelto más profunda y rica, y estaba
claro que estaba pasando por su adolescencia, aunque veinte días antes no
había sido más que un niño. -Su sabiduría, celo y enseñanzas me han
hecho.

-Es igualmente un crimen atribuir a un mortal lo que ha sido rendido por


los Poderes- declaró Nairo con firmeza, complacido de poder citar las
doctrinas de Kor Phaeron contra el bien del maestro. -Tienes dones únicos,
todos lo sabemos. Los Poderes te inculcaron un destino mayor que el de
cualquier mortal. Muchos tratarán de convertirlos en su herramienta,
para sus propios fines, pero tú debes permanecer fiel a la Voluntad de los
Poderes. En eso, sólo tú puedes ser el árbitro de la Verdad.

La respuesta de Lorgar fue suave, pero incluso en su tono callado se


escondió una púa de interrogación.

-¿Y cuál sería el final, Nairo, al que me convertirías?


El esclavo se sintió despojado por la pregunta, cualquier acusación tácita
pero no menos penetrante para ella. Tal era la naturaleza irrefrenable de
Lorgar que no podía evitar la pregunta, ni mentir en respuesta a ella.

-Quiero que todos los hombres y mujeres de Colchis sean libres, Lorgar-
dijo, las palabras salieron de sus labios. Añadió rápidamente: -Si los
Poderes lo desean.

Por lo que parecía una eternidad, Lorgar no respondió, y si no hubiera sido


por la respiración lenta de Nairo, habría pensado que el joven se había
escabullido. Esto hizo que el esclavo se estremeciera cuando finalmente
Lorgar puso una mano amplia sobre su pierna y habló.

-Te oigo- dijo con sencillez. -Aprenderemos si los Poderes también los
oyen.

Y de esto Nairo se consoló, hasta que más tarde pensó un poco más en las
palabras; entonces no lo hizo, porque en su mente sólo un necio llamó
voluntariamente la atención de los Poderes.

10º
1

El viaje a través de los Barrenos Bajos se convirtió en un trabajo para


todos, una lucha contra un medio ambiente cada vez más feroz. Algunos de
los vehículos más pequeños no pudieron resistir las tormentas de arena y
fueron tragados o destruidos, otros fueron abandonados o desarmados en
busca de repuestos, sus materiales preciosos y la tecnología fue
recuperada para su uso futuro.

Kor Phaeron los empujó, extrayendo hasta el último esfuerzo de sus


seguidores. Les recordó los sacrificios de los profetas para llevar la Palabra
de los Poderes a las ciudades de Colchis.

La supervivencia dependía de que siguieran arrastrándose por el desierto,


ya que, si permanecían demasiado tiempo en el corazón de los Barrenos
Bajos, serían tragados por completo por el huracán que se avecinaba,
conocido como la Godrage, cuya leyenda decía que barría el desierto más
interior cada invierno. Cada Mediodía-largo tenía que progresar o sufrir
aún más retrasos, y así, a través de los vientos más fuertes, de las
tempestades que desgarraban la piel y del calor de los hornos,
continuaron. Como Kap Baha en la parábola de la ballena celeste, Kor
Phaeron era un hombre poseído, aunque más que venganza perseguía una
meta más pura: la sabiduría justa. Y a través de tal perseverancia y la
protección de las Poderes, llegó un momento en que las tormentas se
calmaron y Kor Phaeron miró hacia los picos blancos de las Navajas. Más
allá de los traicioneros pasos de las montañas yace la ciudad muerta
conocida como el Último Refugio, Sarragen, en la lengua de su pueblo que
murió hace mucho tiempo. Kor Phaeron no había confiado la naturaleza de
su condenación a otros, ya que Sarragen, sobre todo las antiguas deudas,
estaban arraigadas en las leyendas y el folclore de los desiertos, excepto
por la amenaza del Kingwyrm. Ninguno regresó, se decía, y los fantasmas
de los condenados vagaban por las calles y los palacios rotos.
Sin embargo, hasta aquí Kor Phaeron se sintió atraído. Aunque no había
sido capaz de hacer observaciones astrales a través de los Barrenos Bajos,
confiaba en que los presagios que había visto antes indicaban que su
destino se estaba cumpliendo en el Último Refugio.

Animada por su victoria sobre la Godrage, la caravana siguió corriendo


sobre las llanuras, una desolación tan árida como cualquier otra en la
Periferia, pero plácida y fructífera en comparación con los últimos días de
su viaje.


10º
2

Cada vez más los conversos y esclavos miraban a Lorgar, si no por


liderazgo, entonces por ayuda física. Kor Phaeron había permitido a su
pupilo ayudar durante las tormentas y ahora era imposible revocar ese
permiso. Aunque sólo había pasado medio año en Colchis desde que Kor
Phaeron había arrebatado a Lorgar de los salvajes Declinados, el niño
podría haber sido llamado con más razón un hombre, al menos en su físico,
era tan alto como el predicador y mucho más amplio, un partido para los
guardias más fuertes, excepto para Axata, que sobresalía por encima de
todos los demás.

Sin embargo, aún no estaba maduro en su mente, a pesar de su intelecto


evidentemente colosal, su memoria impecable y sus habilidades
lingüísticas sin precedentes. En cuestiones de emoción y razonamiento era
todavía un inocente en muchos sentidos, aislado de las experiencias y
relaciones que habrían dado forma a un niño normal de las ciudades o del
desierto.

Era singularmente el encargo de Kor Phaeron, puesto a su cuidado por los


Poderes. A pesar de esta gran responsabilidad, y del conocimiento de que
cumplía con un deber sagrado, el predicador se encontró a sí mismo
mirando al joven como algo más que un simple acólito. En contra de todo
esfuerzo por permanecer distante y erudito, un maestro y no un padre, Kor
Phaeron no pudo contener los crecientes instintos paternales que Lorgar
despertó en él.

Sabiendo que no podía permitir que ningún vínculo familiar lo distrajera de


la educación adecuada de Lorgar, Kor Phaeron se dedicó de nuevo a
inculcar las virtudes de la Palabra y la Verdad en su hijo adoptivo. Cada
momento en que Lorgar no era necesario para ocuparse del
funcionamiento y la seguridad de la estructura del templo, o dormir un
poco, Kor Phaeron lo llenó de lecciones.

Sin embargo, ni siquiera esto fue suficiente para saciar la sed de


conocimiento de Lorgar, ni para quitarle de la frente el pliegue
aparentemente persistente de una pregunta futura.


10º
3

D
- éjame leer los libros maestro- Lorgar suplicó al Post-mediodía
después de rezar, cuando los dos se habían retirado a las habitaciones de
Kor Phaeron para el estudio habitual del Libro de Kairad, su ocupación
actual. El viento aullaba fuera de la ventana con contraventanas, limpiando
la pintura del casco con cascabeles de arena.

-¿No te gusta mi lectura?- replicó Kor Phaeron. -¿El sonido de mi voz se ha


vuelto tan cansado?

-Estos libros no, maestro- dijo Lorgar. Señaló el estante donde Kor Phaeron
guardaba los volúmenes más antiguos y los de las ciudades más lejanas.
Escritas en lenguas extranjeras y antiguas, sus mareas eran un misterio
para el predicador, y más aún su contenido. Había pasado mucho tiempo
contemplando la iluminación, los diagramas y las ilustraciones, maravillado
por las runas indescifrables y las extrañas figuras representadas, pero no
podía entenderlas mejor de lo que lo hacía con el hueso de un adivino
decaído.
-Esos libros. Los que no puedes leer.

-¿Piensas arrancarle su significado al Empíreo mismo?- dijo Kor Phaeron


con desdén.

-Me gustaría intentar leerlos- Lorgar se inclinó hacia adelante en una


petición sincera y puso una mano sobre la rodilla de Kor Phaeron. -Por
favor... ¿Padre?

La palabra golpeó a Kor Phaeron como un rayo, enviando un choque de


igual revelación y repulsión a través de su cuerpo. Por un instante la
emisión de ese título lo llenó de un orgullo y placer tan profundo que se
mareó al pensar en él. Que sus sentimientos por Lorgar fueran recíprocos,
que el niño lo considerara algo más que un simple instructor fue una
reivindicación y una afirmación que Kor Phaeron nunca había sentido
antes.

Entonces la realidad de la declaración convirtió esa alegría en amargura. Le


dio una bofetada a Lorgar y se puso de pie, un calor de vergüenza que se
convirtió en ira que lo atravesó. Kor Phaeron no podía mirar a Lorgar,
iracundo y avergonzado al mismo tiempo.

-¡No vuelvas a usar ese término! En todo soy tu amo, Lorgar, mientras
que tú eres mi acólito- la circunstancia de este cambio de actitud golpeó a
Kor Phaeron como particularmente manipuladora. El resentimiento del
predicador superó su vergüenza, y se volvió contra Lorgar con palabras
condenatorias que salían de sus labios. -¿Crees que me rendiría ante
semejante adulación? ¿Que permitiría a un hijo libertades que no le
extendería a un alumno?

-No- Lorgar miró temeroso al sacerdote, con las manos en alto en súplica. -
No me refería a ningún engaño, maestro.

-¡Un truco barato, para convencerme de una nueva lasitud en mi


disciplina! Los estrechos confines de estas tormentas me han distraído, y
parece que ambos hemos olvidado las duras lecciones del pasado- Kor
Phaeron se dirigió hacia la puerta y la abrió para gritar a lo largo del
camino. -¡Axata, atiéndeme!

Miró en silencio a su pupilo, desafiándole a excusarse aún más por su


despreciable comportamiento.

11º
1

Kor Phaeron sintió que su ira se disipaba mientras esperaba que el líder
de los conversos atendiera su llamado. Aunque su ira disminuyó, sabía que
no podía cejar en su empeño. Si Lorgar aprendiera algo desde el día, sería
la fuerza del propósito: que las palabras y las acciones de uno tienen
consecuencias para el bien o para el mal, pero una vez que se ha puesto en
marcha un curso, uno tiene que navegar hasta el final.

-La equivocación es para los cobardes, Lorgar- le dijo a su alumno. -Nunca


olvides eso. Tus aliados debilitarán tu resolución con su falta de
convicción, y tus enemigos intentarán socavar tu propósito. Estar
acostumbrado a tal erosión en todo lo que haces.

-Recordaré eso, maestro- dijo Lorgar, con una silenciosa vehemencia que
puso un revuelo de agitación en el pecho de Kor Phaeron. Ignoró la
inquietante sensación, contento de la distracción de la mirada feroz de
Lorgar que se produjo cuando llegó Axata.

-Busca tu más fuerte, Axata- dijo Kor Phaeron, su significado estaba bien
establecido por demandas anteriores.

El converso esperó en la puerta, con las manos cerradas. Durante varios


latidos no se encontró con la mirada de su amo, pero luego lo miró
directamente, una disculpa tácita escrita en su rostro.

-No están dispuestos, amo. Renuente- miró a Lorgar y luego volvió al


predicador, y la disculpa se volvió a suplicar. -Tienen miedo de levantar la
vara o el látigo contra el niño.

-¿Hombres adultos que le temen a un niño?- Kor Phaeron se rizó el labio. -


Crece rápidamente, pero no olvides que aún es un niño.
-No te lastimaría, Axata- dijo Lorgar en voz baja, -ni te haría responsable
de hacer la Voluntad de los Poderes.

-Eso es lo que les preocupa- Axata volvió a mover su mirada rápidamente


entre los dos, nervioso e inquieto. -¿Quizás podríamos hablar lejos del
niño?

-Di lo que hay que decir aquí- dijo Kor Phaeron, con tan poca paciencia
como rápidamente se había desgastado por la vacilación del gigante.

Axata dio un ligero movimiento de cabeza, temeroso, pero también


decidido.

-Ven conmigo- dijo el sacerdote, pasando por Axata, haciendo un gesto


con un dedo imperioso. -Arreglaremos esto.

Fue por el camino de la compañía y bajó a las habitaciones de los


conversos en lugar de subir a la cubierta. Aquí encontró a muchos de ellos
en sus literas, algunos practicando la escritura y la lectura, otros
discutiendo las Escrituras, algunos en el pensamiento o la oración.

Hubo mucha excitación ante la inesperada llegada del maestro, e


inmediatamente fue obvio que entendieron el propósito de su visita. Los
conversos se reunieron en grupo, frente a Kor Phaeron, como un rebaño de
cabras podría enfrentarse a un león de arena acosador. En realidad,
físicamente era una manada de leones de arena que se enfrentaban a una
cabra solitaria, aunque el sacerdote nunca lo admitiría en voz alta.


11º
2

Algunos dirían más tarde que la arrogancia gobernaba el corazón de Kor


Phaeron, pero sólo aquellos que no lo habían conocido. Estaba a la luz de
los Poderes y no sabía nada de la cobardía, sólo de la justicia y de la
necesidad de difundir la Verdad. Que tomase esto como su único deber,
argumentaría que no era arrogancia, sino una mera admisión de la carga
que había sido puesta sobre sus hombros.

Así fue como cuando miró a los conversos y sintió su inminente rebelión, la
idea de que se apartaran de la Palabra le dolió más que cualquier amenaza
a su bienestar.

-Rechazan mi diseño- les dijo, pinchando un dedo como la hoja de un


duelista. Nombró a muchos de ellos a su vez, ojos feroces que los
atrapaban como los rayos del sol, ardiendo en su intensidad. -Boparus, Kor
Alladin, Nomas, Fadau... ¿Tú, Kaitha? ¿Me lo negarías?

Axata intervino, hablando donde los demás se quedaron mudos.

-Lorgar, es un hijo de los Poderes, amo. Todos lo vemos, ya has hablado


de ello. Ha sido enviado a nosotros desde el Empíreo. Los conversos
han...- tomó un respiro y se enderezó, comprometido con su argumento
compartido. -Hemos decidido que no atacaremos a alguien que haya sido
elegido por los Poderes. Nos condenará, amo, estamos seguros de ello.
Nuestras almas, no arriesgaremos nuestras almas golpeándolo de nuevo.

La furia hervía dentro de Kor Phaeron, la insolencia y la asunción de los


conversos como chispas en la yesca. Dominaba la ira, lo suficiente como
para formar palabras a través de apretados dientes.

-Yo soy el Portador de la Palabra, hablo de la Verdad desde los Poderes.


¡Los Poderes actúan a través de mí, Axata!- no pudo contenerlo más y
dejar que el diluvio de su justa ira se liberara. -¿Has leído los libros? ¿Has
estudiado las estrellas y los signos? ¡Tonto ignorante! ¡Yo soy el maestro,
el Portador de la Palabra! ¡Yo soy la ley y la tradición! Si no estás en
condiciones de ejecutar mi orden, entonces se encontrará otro. ¡Exijo las
manos del próximo hombre o mujer que me rechace!

-Entonces eso será mío- dijo Axata-, ofreciendo sus muñecas como si Kor
Phaeron las cortara de vez en cuando. No hubo confrontación en su tono, y
su manera siguió siendo educada y formal. -Maestro, hemos hablado de
esto y no hay nadie entre nosotros que levante la mano contra el
muchacho. Te pedimos que consultes con los Poderes, maestro, y
busques otro camino.

Frente a esta oposición desnuda, Kor Phaeron retuvo la suficiente


presencia de la mente como para darse cuenta de que se precipitó hacia
un precipicio. En el borde de los Barrenos Bajo no podía tolerar un motín
entre su caravana, pero su autoridad había sido desafiada, su posición
empañada.

Su mente corría mientras buscaba los medios para ceder a los temores de
los conversos mientras mantenía el dominio de su tripulación y sus
esclavos.


11º
3

Oyendo voces alzadas, Nairo fue atraído por el mamparo entre los
cuartos de los esclavos y los dormitorios más espaciosos de los conversos.
Puso su oído en el metal, sin moverse mientras escuchaba el continuo
intercambio.

-¿Qué está pasando?- preguntó Parentha, arrastrándose a su lado.

-Algo sobre Lorgar. Silencio, estoy escuchando.

Aunque sólo podía oír dos palabras de cada tres, era obvio que el
argumento no estaba a favor de Kor Phaeron.

-Los tiempos están cambiando- dijo al pequeño grupo que se reunió cerca.
-Axata dice que no servirá a un hombre que no reconoce a Lorgar como
un nuevo profeta.

Esto provocó gritos y exclamaciones de los esclavos cercanos. Esa


declaración es inaudita, pues va en contra de la propia fundación de la
Alianza y de las creencias de Kor Phaeron.
-No estará de acuerdo- dijo L'sai. En la penumbra de los cuartos de los
esclavos, su compañero de piel de ébano era apenas visible. Se rompió los
nudillos con agitación, quizás con anticipación, y se mojó los labios.

-Esperemos que no lo haga- dijo Nairo. Se pasó un dedo por la garganta


como si fuera una daga. -Tal vez Axata finalmente haga lo que todos
anhelamos.

-Los conversos son tan malos como Kor Phaeron- murmuró Parentha. Lo
has dicho cientos de veces.

-Pero Lorgar no lo es- les aseguró Nairo. -Si Axata jurara su lealtad al
chico... Tal vez...

-Tú crees- la protesta de Aladas se vio interrumpida por Nairo, que


levantaba un dedo silenciador con una mirada y una expresión de
asombro.

-Axata acaba de declarar que los Poderes enviaron a Lorgar para


reemplazar a Kor Phaeron, que el maestro ha cumplido su papel en la
búsqueda de Lorgar.

-Lo harán- susurró L'sai, mostrando los dientes con una sonrisa. -Kor
Phaeron es demasiado arrogante para retroceder. Tendrá que ser
expulsado.

-O más- sugirió Koa No, su entusiasmo por la idea elevando el tono de su


voz.

-Le han agarrado- anuncio Nairo, oyendo gritos de enojo y el ruido de los
pies. -¡Lo van a llevar a cubierta!

La bodega estalló repentinamente en movimiento como si estuviera llena


de ratas en enjambre, mientras los esclavos se dirigían hacia los escalones
que había debajo de la escotilla. Nairo se dirigió hacia delante,
parpadeando bajo el sol que iluminaba una nube de polvo desde arriba.
De repente, un silencio se extendió entre la multitud mientras una gran
figura emergía de entre las sombras, ojos violetas que captaban el rayo de
sol a través de la abertura de arriba. Se movió rápidamente, en silencio.
Nairo se alejó de Lorgar mientras los jóvenes ponían un pie en los
escalones, la cabeza inclinada bajo las vigas.

-Esperen aquí- les dijo Lorgar, con la cara impasible. Las palabras
enraizaban en el lugar, exigiendo un cumplimiento instantáneo, aunque se
pronunciaran en voz baja.

El acólito ascendió y Nairo le vio irse. Sólo cuando Lorgar estaba fuera de la
vista, el esclavo fue libre de volver a moverse y lo seguía con cautela,
merodeando los escalones a poca distancia, para mirar por encima del
borde de la escotilla.


11º
4

Temblando con igual temor y excitación, Nairo vio que un puñado de los
conversos tenían a Kor Phaeron en sus manos, mientras que otros dos
estaban haciendo una soga con cable traído desde abajo. Se habían
armado desde la tienda de armas, así como mauls y látigos, y llevaban un
surtido de fusiles, pistolas, arcos y espadas.

-Exilio, digo yo- Axata se apartó un poco de la mayoría, una docena de


conversos a su espalda. -Los Poderes decidirán si vive o muere.

-No me arriesgaré a que esta serpiente se quede al acecho en la arena-


escupió Toreja, con los dedos anudando el grueso alambre rojo. La
Cthollian bajó su máscara de porcelana, escondiendo su expresión detrás
de un rostro pintado de una aparición fruncida como la de un murciélago.
Su voz se silenció mientras continuaba: -Lo enviaremos a los Poderes y si
no lo quieren, que lo devuelvan.
-¡Arderán en la eternidad por herejía!- rugió Kor Phaeron. Luchó con un
brazo libre y lanzó su mano al aire. -Esta noche los Poderes te golpearán
por imponer las manos sobre el Portador de la Palabra. ¡No corresponde
a los mortales difamar la carne de los elegidos!

-Te echaron de la Alianza por tus locos planes, Kor Phaeron- se rió Ahengi,
uno de los que sostenía al predicador. -¿No dices siempre que nada pasa si
estas dentro del diseño de los Poderes? Si los Poderes se dignan a que tu
indigna existencia continúe, ¿por qué no han intervenido? Estamos bajo
su mirada, pero ¿dónde está su mano? ¿Qué salvador te enviarán?

-Me han enviado.

Todos los ojos se volvieron hacia la silenciosa declaración de Lorgar.


Muchos de los conversos se arrastraron incómodos, varios de ellos
levantaron sus armas. Axata se adelantó, con las manos en alto, una para
Lorgar y la otra para el resto de los conversos como si detuviera a dos
pugilistas.

Otros habían subido a bordo, trayendo sus vehículos ya sea a una señal
preestablecida o simplemente notando que no todo estaba bien en la
plataforma del templo. La cubierta se estaba llenando de gente y Nairo
podía ver a otros esclavos mirando a través de las rejas y desde la escalera
de la entrada más allá de la confrontación.

-No hagamos nada apresurado, hermanos y hermanas- dijo con fuerza el


primer converso. -Lorgar, esto es lo mejor. Kor Phaeron ha estado
envenenando tu mente.

-Suelta a mi padre- Lorgar dio un paso, y no había nada agresivo en su


conducta, pero los conversos se retiraron de él como si los hubiera
empujado con su presencia.

-¿Tu padre?- Torsja agarró a Kor Phaeron y le puso la soga sobre su cabeza
rapada. -Si tienes un padre, dejamos su cadáver en ese campamento
nómada mestizo.

-Déjalo en paz- insistió Lorgar, dando un paso más.


-Haz lo que te dice- dijo Axata, volviéndose totalmente hacia los otros
conversos. -Como acordamos, lo enviaremos al desierto a buscar su
destino.

-No lo harás- dijo Lorgar. -Quitarás tus manos del Portador de la Palabra.

-Haz lo que te dice- Axata se alejó de Lorgar mientras el joven se acercaba,


como si se sintieran apenados por la presencia del joven. -Encontraremos
otro camino. El profeta ha hablado.

-No es un profeta- gruñó Ahengi, los blancos tatuajes de su carne oscura


retorciéndose en grotescos rizos mientras mostraba afilados dientes. -
Míralo, es una abominación. Un mutante nacido en la arena. Los Poderes
lo han maldecido, no lo han dotado.

Viendo esto, Nairo se dio cuenta de lo divisoria que se había vuelto la


presencia de Lorgar. Para cada miembro de la caravana era ahora un
símbolo poderoso, pero ninguno estaba de acuerdo en lo que
representaba. El odio en el rostro de Ahengi, repetido en otros, traicionó
un contra-culto entre los conversos, alimentado no por Kor Phaeron o
Axata, sino por las celosas palabras de Ahengi.

-Debemos expulsar a aquellos que quieren traer las maldiciones de los


Poderes sobre nosotros- continuó el aspirante a demagogo. Axata agitó la
cabeza con incredulidad, confundido por la subversión de su propio juego
de poder. Donde momentos antes había habido Kor Phaeron contra una
sola facción, ahora los conversos se dividieron en grupos más pequeños a
medida que se revelaban otras lealtades y agendas.

La expresión del sacerdote era ilegible, una mezcla compleja y cambiante


de ira, miedo, odio y sorpresa ante cada nuevo desarrollo. El edificio de su
poder se había derrumbado en pocos momentos, aunque los cimientos se
habían ido erosionando lentamente desde el momento en que había traído
a Lorgar a su congregación.

-Mata el cuerpo y libera el alma manchada, es la única manera de


salvarnos- declaró Torsja, tirando de la soga al cuello de Kor Phaeron.
-Si insistes- dijo Lorgar, agrupando sus largos dedos en puños.


11º
5

Cuando más tarde se les pidió que describieran esos momentos


siguientes, Nairo no pudo relatarlos. Su primera respuesta fue de
desesperación, que el credo de Kor Phaeron había sido tan inculcado en la
mente de Lorgar que él salvaría al predicador de su justa muerte a manos
de aquellos a quienes había intimidado y degradado consistentemente. En
ese instante Nairo pensó que todas sus esperanzas de Lorgar estaban rotas,
esparcidas a los vientos como las cenizas del campamento nómada en el
que había sido encontrado el niño.

Esta desesperación se convirtió rápidamente en horror, al pensar que


Lorgar daría su vida por esa causa indigna. Mientras los fusiles se hundían
en la vida y las espadas crepitaban, el viejo esclavo estaba seguro de que
Ahengi y sus compañeros ejecutarían al hijo como lo harían con el padre.

Después de eso, el incidente se volvió borroso. Nairo recordarían más


tarde el chasquido de los disparos y el silbido de las flechas, los gritos de
ira que pronto se convirtieron en gritos de agonía y pánico. Donde Lorgar
había estado ahora era aire vacío, y donde los conversos habían estado de
pie se convirtió en una pila de cuerpos rotos, huesos rotos, miembros
arrancados de sus cuencas, órganos sangrientos de los cadáveres.

En solo media docena de latidos Lorgar estaba entre la ruina de su trabajo,


la sangre de Torsja y de varios otros salpicados por su túnica y cara de
acólito. Sus manos estaban carmesíes, la sangre se acumulaba en la
cubierta de metal que tenía a sus pies.

Kor Phaeron estaba de pie con la boca abierta ante la carnicería, en el


centro de cadáveres destrozados con Lorgar a su lado.
Nairo lloró, la repentina violencia más grotesca que todo lo que había visto
antes. Vio también lágrimas en los ojos de Kor Phaeron, un recuerdo
distinto de ellas brillando a la luz de una hoja de seda caída, porque el sol
que brillaba en lo alto estaba envuelto por la sombra de los toldos. Sin
embargo, también hubo triunfo a los ojos del predicador, un orgullo en su
mirada al contemplar la muerte forjada por su acólito.

El gemido de un disparo de fusil rompió la escena, golpeando a Lorgar en el


hombro. El joven se arrodilló, la carne ardía con el resplandor del impacto
de energía. Viendo que el elegido de los Poderes seguía viviendo a pesar
de esta herida, Ahengi y los demás huyeron, disparando salvajes tiros con
sus pistolas y fusiles para cubrir su huida a la arena.

12º
1

El hedor a sangre y carne carbonizada era fuerte en las fosas nasales de


Kor Phaeron. El hombro en su mayor parte de Lorgar, goteaba un fluido
hacía sus dedos, un leve golpe de tambor se escuchaba en la cubierta.

-Mi hijo...- susurró el sacerdote abrumado por la emoción. Colocó sus


dedos separados sobre la herida en el hombro de Lorgar, pero el joven no
se estremeció por el tacto. El tejido ya se estaba curando, el borde de la
cauterización se suavizaba y se convertía en músculo y piel frescos.

-Ya pasará, mi maestro- Lorgar volvió la mirada sobre la barandilla, hacia la


nube de polvo que marcaba el paso de los amotinados. -Estamos bien
librados de ellos.

El corazón de Kor Phaeron se endureció de nuevo.

-El tonto Lorgar- dijo. Torsja tenía razón. -No se deja que el enemigo se
recupere. Cuando uno ataca, debe hacerlo con todo su poder, para no
dejar ningún enemigo que pueda desafiar al vencedor.

-No volverán- respondió Lorgar. -No hay agua, no hay comida. Los lobos
del sol rascarán los huesos dentro de unos días.

Kor Phaeron decidió no amonestar a Lorgar por omitir su título, juzgando el


momento demasiado precario para desperdiciarlo en tales trivialidades.
Como siempre, su visión era desde una posición más elevada, viendo más
allá de los que le rodeaban. Lo único en lo que creía más que en la Palabra
y en la Verdad era en la persistencia de los enemigos.

-Sólo hace falta uno para llevar la noticia de tu existencia a Vharadesh-


explicó lentamente, como si Lorgar volviera a ser un niño. Su pupilo
pensaba demasiado bien en las personas y en las circunstancias; lo dejó
vulnerable a las vicisitudes de los planes arcanos de los Poderes y a las
mezquinas ambiciones de los mortales que negarían ese diseño. Kor
Phaeron movió una mano hacia los traidores muertos a su alrededor. -Si
alguien dudaba de sus orígenes en el Empíreo antes de este día, nadie lo
hace ahora. Todos desearán cortejarte o destruirte si se enteran de lo que
puedes hacer.

Agarró la mano ensangrentada de Lorgar entre sus dedos, aferrándola con


fuerza, en serio. Kor Phaeron no temía a la muerte ni a la indignación ni a
ninguno de los temblores insignificantes en el corazón de otros hombres, la
rectitud corrigió cualquier temor de tales preocupaciones mortales, pero
no fue esculpido en la roca.

-Has sido guiado a mí, hijo, y yo a ti. Los Poderes han querido que esto
sea, y así será. Pero hay quienes no quieren que así sea, que permiten
que su vanidad anule la Voluntad de los Poderes. La Alianza es la iglesia
más fuerte de Colchis y por cualquier medio, aprenderán de ti, Lorgar. Si
sólo uno de esos perros infieles trae noticias a otro, como el frío de la
noche sigue al calor del día, podemos estar seguros de que tribu por
tribu, comerciante por comerciante, ciudad por ciudad, las noticias de tu
ser llegarán a Vharadesh. Y cuando lo haga, los déspotas de esa ciudad,
los tiranos que encadenan a los Fieles a la monotonía de recitaciones y
ceremonias vacías, los verán muertos. O peor aún, tu gloria se inclinó
bajo el yugo de su vacía adoración, porque ellos no sufrirán a ningún
otro, ni siquiera a los Poderes, para eclipsarlos en alabanza.

Como era su costumbre, Kor Phaeron no tuvo que especificar su deseo, ya


que era evidente por las circunstancias lo que había que hacer. A través de
él se conocía la Verdad, aunque no tenía que dar voz a la Palabra.


12º
2

D
- i no- susurró Nairo, apenas respirando las palabras, recordando el
agudo oído de Lorgar.
El niño no hizo ninguna indicación de que había oído al esclavo, y por un
momento no respondió a la petición emocional de Kor Phaeron.

-Yo iré- dijo Axata, arrodillándose ante el maestro y el acólito. -Para expiar
el error y el peligro que desaté sobre esta bendita congregación.

La oferta fue repetida por los guardias que habían permanecido con el líder
de los conversos, y se inclinaron ante Lorgar.

-No- el joven habló una sola palabra, sin dar más argumentos, pero fue
absoluta, tan definitiva como el sonido de la tapa de una tumba cayendo
en su lugar. Se dirigió hacia el lado de la cubierta, en dirección a la escalera.

-Esta vez estarán preparados- advirtió Axata, levantándose.

-Quizás- dijo Lorgar, sin mirar atrás.

-Tienen armas- Axata ofreció su pistola a los jóvenes. -Tú también deberías
tomar algo.

Lorgar consideró esto, mirando el arma.

-Las armas son una falsedad, dando a los débiles la ilusión de que son
fuertes- sonrió a Axata, y pareció como si el sol penetrase la sombra
durante un instante. -Pero entiendo tu punto de vista.

Lorgar paseó por la cubierta, mirando alrededor de la estructura del


templo. En la sección de popa se habían almacenado los restos de varios
de los vehículos destrozados durante el cruce del Barrenos Bajos. El joven
rebuscó entre las partes durante un rato y luego giró, el eje de un carro en
una mano y la pesada cabeza de un mástil en la otra. Empujó el globo de
hierro con púas sobre el eje, sus dedos doblaron el metal en su lugar.

En una mano levantó la maza, un arma más pesada que cualquier cosa que
Axata hubiese podido llevar.

-Espérenme aquí- dijo Lorgar, y no hubo discusión con su orden, ni siquiera


de Kor Phaeron, cuya naturaleza le hizo oponerse por instinto a cualquiera
que intentara instruirle.

-Mantente a salvo- dijo Nairo, el sentimiento del que se hicieron eco


algunos otros esclavos mientras el joven subía la escalera.

Su última mirada fue a Kor Phaeron. El sacerdote devolvió la mirada con la


habitual indiferencia.

-Haz que me sienta orgulloso, hijo- dijo el predicador. -No escatimes en


nada.

Y con eso Lorgar descendió. Nairo, Axata y muchos otros abarrotaron la


barandilla, viendo al niño caminar por la arena. Kor Phaeron dio un
resoplido despreciativo y se dirigió a su camarote.

-Ahora está en manos de los Poderes- declaró antes de descender a


cubierta.

Los esclavos y los demás conversos permanecieron observando hasta que


Lorgar fue tragado por la neblina de la distancia y el viento borró sus
huellas.


12º
3

Después de la partida de Lorgar, la caravana se puso de un humor


extraño. Kor Phaeron no salió del aislamiento, gritando ocasionalmente
demandas de agua dulce y comida, pero comunicando no más que eso. Los
esclavos realizaban las tareas necesarias para cumplir con los requisitos
mínimos de higiene y sustento. Los guardias, apenas una cuarta parte de su
número, eran reacios a imponer más trabajo a los que estaban por debajo
de ellos, ahora superados en número tres veces por la partida de los
amotinados.

Existía la posibilidad de que los herejes que se habían alejado de la Verdad


pudieran regresar, pero patrullar y poner centinelas dejaría a los conversos
con apenas un puñado de guerreros para que actuasen como guardias en
el Templo.

Algunos de los esclavos, L'sai actuaba como portavoz, exigieron que fueran
armados desde los casilleros, argumentando que los conversos que
quedaban no serían rivales para los que habían sido ahuyentados. Para los
conversos esto no era sólo una pesadilla práctica, sino también un
mandato contra todo lo que les había enseñado Kor Phaeron.

Axata y Nairo llegaron a un rápido acuerdo de que los guardias no


administrarían ningún castigo mientras que los esclavos no harían ningún
intento de dañar ni a los conversos ni a Kor Phaeron. Ninguno de los dos
grupos puede existir sin el otro por el momento ni está dispuesto a
cuestionar el estatus quo rápidamente establecido.

Para cimentar este acuerdo, las dos facciones rezaron juntas, pidiendo a los
Poderes que los guiaran, protegieran y fortalecieran en los tiempos
difíciles. Maldijeron a los amotinados como infieles e imploraron a los
Poderes que derribaran a aquellos que se habían apartado de la Verdad.


12º
4

El Mediodía-largo pasó sin incidentes, y el Post-mediodía. La Mañana


llegó sin ver ni oír a Lorgar ni a los amotinados que volvían. Kor Phaeron no
surgió de sus oraciones, estudios o cualquier actividad que lo mantuviera
en sus aposentos, lo que convenía tanto a los conversos como a los
esclavos. La tregua que se había establecido continuó a través de tres
comidas más y sesiones de oración, y duró hasta la Víspera-anochecer
también.

En la cima de Mediodía-largo de la Víspera-anochecer, mientras el


crepúsculo se apresuraba hacia el Descenso-frio, Axata se acercó a Nairo.
-Tengo miedo- le confesó al viejo esclavo. -Los negadores ganaron poco
tiempo con Lorgar antes de que se fuera. No le habría llevado tanto
tiempo alcanzarlos.

-Estoy de acuerdo en que los superaría y su resistencia es interminable-


dijo Nairo. -Ya habría regresado si pudiera.

-Debemos aceptar que está perdido para nosotros- los oscuros ojos de
Axata brillaron con humedad al pensar en ello, y la declaración se quedó
sin aliento en su garganta y apretada alrededor de su corazón. -Lorgar se
ha convertido en un mártir. Demasiado joven, nos lo han arrebatado.

-No perderé la esperanza- argumentó Nairo, luchando contra la tristeza


que se había filtrado en su alma. -Podría haber prevalecido y ahora,
herido, yace esperándonos en la arena.

-No es reconfortante que muera lentamente- gimió Axata.

-Me malinterpretas. Deberíamos enviar un grupo a buscar a Lorgar.

-Un grupo así tendría que estar armado- contestó Axata, con los ojos
entrecerrados por la sospecha. -Si los conversos se van, la caravana
estaría indefensa si los amotinados regresan. A menos que pienses que
armaría a los esclavos. ¿Esa es tu intención?

-¿Quizás es hora de que mostremos un poco de fe?

-¿Que los Poderes protejan a Lorgar?

-No lo dudo, pero no era mi intención. Deberíamos mostrar fe el uno en


el otro.

-No puedo, Nairo. El estado de ánimo del maestro es tan impredecible


como siempre. Los Poderes lo mueven de maneras extrañas y ¿puedes
decirme qué está pensando ahora, después de todo lo que acaba de
suceder?
-No- admitió Nairo. -Esta traición, tu traición, podría enviarlo más allá del
límite de la razón.

-Un precipicio en el que ambos estamos de acuerdo en que camina en el


mejor de los casos.

Nairo no podían ignorar este hecho. Si examinaba su corazón, no podía en


conciencia garantizar la seguridad del sacerdote, ni de sí mismo ni de los
demás esclavos.

-Debemos dejárselo a los Poderes- dijo Axata. -Su diseño se hará realidad.
No es para que los mortales juzguen.

-Siempre he encontrado eso fatalista, Axata- dijo Nairo.

-No quiero decir que no haremos nada, sino todo lo contrario. Mañana al
Amanecer tomaré a los conversos, pero no te armaré en nuestro lugar. Si
vuelven los amotinados y no nosotros... Bueno, o ya estamos muertos o
prometo que haré todo lo posible para vengarte a ti y al amo. Y si piensas
atacar a Kor Phaeron, debes saber que la ira de los Poderes será
implacable en venganza por el Portador de su Palabra.

Nairo vio que el gigante había tomado una decisión, y pensó que quizás la
ausencia de los guardias le daría alguna oportunidad que aún no había
visto.

No se lo dijo a los demás, no sea que cayesen en maquinaciones


innecesarias antes de que los conversos se fuesen, lo que podría llegar al
oído de Axata.

El Post-mediodía de Víspera-anochecer llegó, trayendo su toque frío.


Aunque estaba cansado, Nairo dormía cómodamente, agitado por la
perspectiva de lo que el Descenso-frio podría traer.


12º
5
Volvió a dar vuelta las viejas páginas. Cada hoja del delgado plastek se
curvó sin arrugas, su superficie escarpada no fue tocada por los estragos
del tiempo. Kor Phaeron pasó un dedo sucio por las líneas entintadas,
maravillado por la fluidez del guión, sin ver la uña desgarrada masticada en
la piel. Era diferente a la cuneiforme que dominaba las lenguas modernas
de Colchis, más parecida a un río de pensamiento que a formas de palabras
aisladas. Miró las hermosas ilustraciones, llenas de colores vibrantes,
incluso siglos, tal vez milenios después de haber sido hechas a mano. Las
esbeltas figuras que representaban los diversos rituales y posiciones de
oración con sus ojos conocedores, magníficamente capturados por hilos
cristalinos de tinta milagrosa.

El libro era notablemente ligero en sus manos. Era delgado comparado con
los muchos volúmenes pesados que había en los estantes improvisados, de
modo que parecía como si no tuviera más que una pluma.

Kor Phaeron se había preguntado a menudo qué conocimiento había en las


páginas del libro, tentadoramente fuera de su alcance. ¿La respuesta que
buscaba estaba aquí, escondida detrás de las palabras que no podía leer?
¿Era parte de la broma cósmica de los Poderes que le habían dado la llave
de la Verdad, la habían puesto justo delante de sus ojos, pero lo habían
cegado ante su presencia?

Maldijo su propia ineptitud, y volvió a maldecir la manía que alimentaba su


mente. El fervor de la fe ardía con tanta fuerza y calor en su alma que era
imposible resistirse. Era el combustible para su celo, pero tenía un precio, y
ahora había pagado esa cuenta en terribles cuotas.

Una mano vacilante limpió el sudor de su frente, y luego se movió a la


humedad que mojaba sus mejillas.

Había despedido a su hijo, probablemente lo envió a la muerte.

Además, ha privado al mundo del gran don de los Poderes.

Kor Phaeron odiaba que los Poderes lo hubieran convertido en el Portador


de la Palabra. Pensó en la marea y se rió, pero con amargura y sin humor.
La denominación se le había ocurrido en un sueño febril, diez días después
de su exilio, ardiendo en el desierto. Los libros que había robado del
templo habían sido su salvación, el escudo contra los ataques, la prueba de
su identidad.

Dejó caer el libro por los dedos temblorosos y se puso de pie, extendiendo
la mano hacia los otros tomos indescifrables que había en la pared. Sacó
uno al azar, su cubierta de cuero con incrustaciones de restos de pan de
oro, la marea tan distante de él como el propio Empíreo.

Kor Phaeron lo tiró al suelo, y agarró otro, y este volumen también dejó
caer de los dedos entumecidos. Y a los demás, con un repentino antojo, los
sacó de la estantería del pecho, derribando los libros sobre sus pies.

Los montones de páginas dobladas y espinas agrietadas le recordaban a los


viejos grabados, a los herejes y mártires atados a la hoguera, a la leña que
los rodeaba, a las llamas que quemaban el pecado de su carne.

Miró a la linterna, alcanzó una mano temblorosa hacia la luz del aceite.
Desesperado, miró las obras de los autores desconocidos y sintió que todo
propósito se desvanecía de su cuerpo.

13º
1

Los gritos en la cubierta de arriba penetraron tenuemente en la


conciencia de Kor Phaeron. Los ignoró, como había ignorado todos los
demás estímulos externos en sus días de aislamiento. Que los esclavos y
conversos hicieran lo que quisieran; sería en el regazo de los Poderes, tal
como había liberado a Lorgar en el desierto a cualquier destino cruel que le
aguardara.

El pensamiento de Lorgar duplicó su dolor, pues había perdido no sólo su


fe sino también la única que le había mostrado la pasión y la comprensión
más verdadera. Nunca más se leerían esos libros, porque en su orgullo y
vanidad había tirado la llave que le habían dado los Poderes.

Había fracasado. Había fallado a su congregación y a los Poderes, y había


fallado al mensajero elegido por ellos, Lorgar.

Llegó un furioso golpeteo a la puerta de su camarote, pero él la ignoró,


dando un paso para agarrar la linterna de su gancho en el techo.

La puerta tembló y se estremeció mientras los que estaban fuera lanzaban


su peso contra ella.

Los esclavos, sospechaba. Finalmente, los conversos lo habían abandonado


y ahora los esclavos se vengarían. Él les negaría esa injusticia, porque él
había sido sólo el recipiente.

Contra el asalto la débil cerradura no pudo aguantar y la puerta se abrió


volando con un choque, revelando Axata y Nairo, con otros apiñados en el
camino de compañía tras ellos.

-¡Maestro!- el jefe de los conversos hizo a un lado los restos de la puerta.

-Todo está perdido, Axata. Los Poderes me han abandonado.


-Vive Lorgar, mi señor- dijo Nairo, compartieron las palabras a
regañadientes. -Los vigías le han visto volver. Vive.


13º
2

Nunca antes Nairo había visto emociones tan fluctuantes en la cara de


un hombre. Kor Phaeron había sido la imagen de la desesperación cuando
habían abierto la puerta, un curso de acción en el que Axata había
insistido, ya que Nairo habría estado feliz de dejar a Kor Phaeron a
cualquier oscuridad del alma que le hubiera llevado. La cara adusta del
predicador estaba llena de lágrimas, ojos crudos y rojos. Sus túnicas
estaban desordenadas, revelando marcas de arañazos en el pecho y los
hombros donde se había arañado a sí mismo. Su cara estaba igualmente
entrecruzada con marcas.

La incredulidad rápidamente reemplazó el dolor, y luego la confusión. Por


un instante Nairo vio felicidad, una alegría sin parangón de hecho, antes de
que el comportamiento de Kor Phaeron volviera a lo que la congregación
conocía tan bien. Desprecio.

-Hablas como si te sorprendieras- dijo el Portador de la Palabra. -¿No es


él, el regalo de los Poderes? Esto es una reivindicación, que él ha sido
devuelto a mí.

Axata y Nairo intercambiaron una mirada a esta rápida inversión,


sorprendidos por la repentina aparición del viejo Kor Phaeron. Nairo pensó
en mencionar que el sacerdote parecía similarmente a punto de darse por
vencido, pero no tuvo oportunidad. Kor Phaeron caminó hacia ellos,
ajustándose la túnica mientras cruzaba la cabina, forzando a Axata a
hacerse a un lado. Fue como si nada hubiera pasado, como si se hubieran
encontrado con él estudiando sus libros y escribiendo sus observaciones
como lo habían hecho mil veces antes.
-Fuera del camino- dijo Kor Phaeron, cuando Nairo llegó tarde para
moverse de la puerta.

El camino era estrecho y el grupo de conversos y esclavos se vio obligado a


retroceder por las escaleras, derramándose sobre la cubierta iluminada
como agua forzada por una bomba, con Kor Phaeron avanzando
implacablemente después de ellos. Axata salió un paso atrás y señaló por
encima del hombro del predicador, hacia la figura en la distancia.

Se había enviado una carreta a buscarlo y podían ver que Lorgar estaba a
bordo. Esperaron en silencio mientras el vehículo giraba y se dirigía hacia la
plataforma del templo, gruesas ruedas que agitaban la arena que se movía
incesantemente.


13º
3

Se amontonaron en la barandilla a medida que el vagón se acercaba,


aunque un respetuoso espacio vacío permanecía alrededor de Kor
Phaeron. Nairo estudió la expresión del predicador, buscando alguna señal
de su intención. El Portador de la Palabra miró a la distancia, siguiendo el
curso de la carreta sin reacción. Sin embargo, cuando el vehículo se acercó
y se pudo ver a Lorgar, hubo el más mínimo indicio de algo, pero se enfrió
Nairo al verlo: triunfo.

Nairo pudo sentir como su mundo se deslizaba de nuevo. Kor Phaeron


saldría del motín más fuerte y más celoso que nunca. No importaba que
Axata y sus conversos estuvieran muy disminuidos; con el regreso de
Lorgar, Kor Phaeron volvería a ser todopoderoso. Sin embargo, el esclavo
no podía resentirse por la supervivencia del joven. Miró la carreta y vio al
niño, la piel oscurecida por el sol, pero no enrojecida o ampollada como
debería haber sido después de tal exposición a los elementos implacables.
La visión de Lorgar lo llenó de alegría, una elevación del espíritu más allá
del simple placer de ver regresar a un aliado.
Con movimientos fáciles, Lorgar saltó del vagón a la escalera por el costado
del Templo. En una mano tenía su maza, su cabeza y su asta oscuras con
sangre seca, así como el brazo del joven. Su pecho estaba salpicado de lo
mismo, aunque atravesado por afluentes de sudor sobre su dorada piel. Se
subió a cubierta y se paró ante Kor Phaeron, con la cabeza ligeramente
inclinada.

-Ya está hecho, maestro- dijo Lorgar. -No se salvó nadie.

Los conversos y los esclavos alzaron sus voces en alabanza y dieron ánimos
sin palabras a este pronunciamiento. Kor Phaeron hizo juego con la mirada
del joven, fijándolo con su mirada. Nairo vio un parpadeo de algo en la cara
de Lorgar, sólo el más pequeño de los cambios. Un reto sutil, tal vez, ya que
mantuvo la mirada del sacerdote en lugar de apartar la vista en el
aplazamiento. A los ojos de Kor Phaeron también vio algo de
reconocimiento. Dio el más mínimo asentimiento con la cabeza y
retrocedió.


13º
4

Al hacerlo, Kor Phaeron pareció notar el libro en su mano. Nairo no le


había prestado atención, pero parecía que el predicador la había estado
sosteniendo cuando entraron en su camarote. Ahora lo reconoció, tal como
Kor Phaeron miró hacia abajo y también lo vio. Las Revelaciones de los
Profetas. El libro más sagrado sobre Colchis.

Kor Phaeron lo levantó como un estandarte, para que todos en la


plataforma del templo y más allá vieran que los Poderes me han hecho
conocer su Voluntad, declaró. -La Verdad es revelada y sus bendiciones
son puestas sobre nuestra causa. Lorgar es devuelto a nosotros, uno de
los fieles, un siervo de la Palabra.

-¿Un sirviente, maestro? ¿No un esclavo?- si no hubiera estado tan cerca,


Nairo podría haberse perdido la pregunta susurrada de Lorgar.
El joven miró a Kor Phaeron y luego al libro que tenía en la mano el
predicador, cuyo significado señalaba, pero que el esclavo había perdido.
Kor Phaeron pareció entender la intención y se detuvo en su entrega para
pasar un latido del corazón evaluando la mirada de Lorgar. El sacerdote
asintió con la cabeza, un poco a regañadientes al principio, pero de nuevo
con más vehemencia mientras los pensamientos que se desenrollaban
dentro de su cerebro tomaban forma. Cuando habló fue con lenta
deliberación, lo que podría haber sido tomado como un énfasis, pero Nairo
pudo ver que era simplemente una máscara para una persistente
incertidumbre. La mirada del sacerdote no se movió de Lorgar aunque
parecía que sus palabras se dirigían a todos ellos.

-Un tiempo de pruebas, he dicho antes. Todos nosotros debemos pasar


por ello, ya sea como maestros, esclavos o convertidos. O acólito.
Nuestras dudas se hicieron manifiestas, nuestros enemigos reales y
fantasmales se presentaron ante nosotros. Los Poderes no necesitan a los
débiles. Recompensan a los fuertes. Así como se me mostró el camino
hacia la Verdad mientras vagaba por las arenas implacables, así Lorgar se
ha colocado ante su mirada inmortal, demostrando su valor y escribiendo
su fe con la sangre de nuestros enemigos- la vacilación de Kor Phaeron
había desaparecido, su voz ahora estridente una vez más. Empujó el libro
hacia Lorgar, quien lo miró con sorpresa y desconcierto por un momento
antes de tomarlo.

-Se me ha aclarado que a partir de ahora seguiré un camino diferente. Mi


curso actual está en marcha. Aunque seguiré siendo tu guía en todos los
asuntos de fe, un nuevo mensajero nos ha sido entregado- Kor Phaeron
sonrió a Lorgar y, anticipando lo que estaba por venir, Lorgar le devolvió el
rayo, su alegría contagiosa. Su excitación se filtró en los alrededores de
Nairo para deleite del esclavo, incluso cuando la parte racional de su mente
gritó desesperada cuando el agarre de Kor Phaeron sobre el chico dio un
giro nuevo y aún más peligroso.

El sacerdote dio un paso atrás y se arrodilló ante Lorgar, provocando las


exclamaciones de los conversos y los esclavos juntos.
-¡Contemplen a nuestro nuevo Portador de la Palabra!
DESPUES DE MONARCHIA
963.M30
El Fidelitas Lex, sobre Khur

Antes incluso de poner un pie en la cámara de su Primarca, Kor Phaeron


podía oler el hedor del sudor, la carne quemada y la sangre picante a través
del remolino de incienso picante. El crujido de un azotador asustó al
Guardián de la Fe y entró rápidamente.

Lorgar estaba sentado con las piernas cruzadas sobre el suelo desnudo, un
azote de siete colas estaba en una mano. El otro yacía en su regazo, como
en un reposo tranquilo. Con una vehemencia rápida como la de una
serpiente, el Primarca azotó su hombro y su espalda, colocando las colas
anudadas sobre su carne con una bofetada alargada. El golpe habría
paralizado a seres menores, pero la única reacción del Primarca fue una
sacudida del labio.

A través de una capa de ceniza gris, su piel estaba hecha jirones. Un logro
notablemente perturbador dada su fisiología dotada por el Emperador.
Testimonio de la maldad y persistencia de la autoflagelación de Lorgar
durante los últimos tres días.

A su lado había un cuenco de arcilla blanca con bordes dorados, una fuente
de una de las muchas capillas del “Fidelitas Lex”. Dentro del plato de un
metro de ancho había cenizas y restos carbonizados. Lorgar notó la mirada
perpleja del Guardián de la Fe.

-Todo lo que queda de la orgullosa Monarchia- dijo el Primarca en voz


baja, su expresión era atormentada. Sumergió su mano en el lío de cenizas
y dejó caer trozos entre sus dedos. -Edificios. Gente. Toda una vida de
esfuerzo. Mi estúpido orgullo.
-Nadie debería estar más orgulloso- declaró Kor Phaeron. La puerta
susurró tras él. Vio un brasero en la habitación contigua, sus brasas ahora
ascuas, su calor resplandeciendo en la pared donde una vez había colgado
un tapiz del Emperador, ahora bajado para revelar la pared desnuda.

En el brasero vio varios hierros, sus cabezas en forma de las diferentes


runas de Colchis, sigiles que el propio Lorgar había creado para representar
la nueva fe que él había introducido. Señales del Único, de la Verdad y de la
Palabra.

Vio marcas de quemaduras en la carne de Lorgar, marcas que encajaban en


la piel de una espalda dura que habría vencido a un mortal con dolor. -
¿Cómo...?

-Un servidor del Mechanicum hace un factotum útil e irreflexivo en


ocasiones. Desprovistos de conciencia, estarán encantados de impartir
cualquier instrucción durante días y días. Sin remordimientos, sin
vacilaciones. Un instrumento de socorro en estos tiempos oscuros.

Fue un momento delicado y Kor Phaeron juzgó que Lorgar no necesitaba


tanto instrucción como guía para volver al camino que buscaba. Afectó su
comportamiento más paternal. Preguntaste por mí. -¿Deseas hablar, hijo
mío?

-Y Erebus, aunque nos he dado un breve tiempo para conversar antes de


que llegue. Hay un asunto que debemos discutir y no es para sus oídos.
Aún no, diría yo.

-Este flagelo se debe a Monarchia- dijo Kor Phaeron. -El crimen no es


tuyo.

-Era y sigue siendo así. No se nos acusa de nada que podamos defender.
Lo que buscábamos crear en pureza era una distorsión de la Verdad. Al
Emperador no le importan estos mundos, excepto como números en un
libro mayor en Terra. Pensamos que habíamos hecho joyas para la corona
imperial, pero todo lo que hemos estado haciendo es perder el tiempo
puliendo pedazos de tierra sin valor.
-No es inútil, porque nuestra fe es nuestro significado, lo requiera o no el
Emperador.

-Él no lo hace, y nosotros cumpliremos- la palabra trajo un giro de asco a


los labios del Primarca.

-Cumplimiento. Una palabra que suena tan inocente pero que ahora
sabemos que está cargada de significado.

-No podemos abandonar lo que somos, Urizen- Kor Phaeron luchó para
pensar cómo podría levantar a Lorgar de su malestar. El golpe a sus
creencias, a su núcleo del ser, a su alma, aunque el Emperador negó que
tal cosa existiera, había sido catastrófico. Como un padre había convertido
las obras del Dorado en nada, el otro tendría que levantarlo de las ruinas
de su destrucción.

-Hay otra manera- sugirió el Guardián de la Fe.

-Viste lo que le pasó a Monarchia. El juicio de mi padre es absoluto.


Debemos disolver todos los accesorios de nuestras creencias,
convertirnos en los exterminadores para los que Él nos construyó.

-Esto podría destruir nuestra Legión- advirtió Kor Phaeron. -La fe nos
mantiene unidos. Para muchos es lo que los une a ti, al Imperio. Siguen al
profeta de un dios, no al señor de la guerra de un Emperador.

-No es la primera vez que se pone a prueba mi autoridad.

-No lo es.

-Y antes de que existiera una Hermandad de almas afines preparadas


para defender la Verdad.

-La había- Kor Phaeron sabía bien a qué organización se refería Lorgar, si es
que podía llamarse una organización. Un movimiento, de seguidores
dedicados dispuestos a proteger la Fe a toda costa.
¿Lorgar realmente le estaba pidiendo a Kor Phaeron que lo hiciera de
nuevo? El Primarca nunca diría tanto, quizás nunca se atrevería a hacerlo.
Sabía muy poco del Corazón Oscuro y de la Hermandad que había
defendido la Verdad en Colchis.

Kor Phaeron tenía que estar seguro; un paso en falso ahora, cuando la
moral de la Legión y la convicción de su Primarca estaban tan
quebrantadas, sería fatal para el Portador de la Palabra y su posición.

-¿Qué sentido tiene ser el Guardián de la Fe cuando no hay fe que


guardar?- preguntó en voz baja.

-Aún eres mi primer capitán- le aseguró Lorgar. -Tu rango, nuestra


historia, no se puede deshacer tan fácilmente. Nuestro vínculo es más
fuerte incluso que los cimientos de una ciudad.

-¿Deseas borrar toda la evidencia de nuestra fe de la Legión?

-Nadie debe abrazar al Emperador como un dios.

Y ahí estaba, la desaceleración que Kor Phaeron necesitaba. Extraños y


tortuosos son los caminos de las Poderes a veces, pero uno puede ver la
lentitud de su curso desde la perspectiva correcta.

Qué conveniente que los Poderes se vistieran con el disfraz del propio
Emperador, para proteger a Colchis de su ira. A través de Lorgar habían
encontrado los medios para esconderse de la mirada de su aspirante a
destructor, ocultando una espada dirigida al corazón del Imperio dedicado
a su derrocamiento.

El desprecio del Emperador por Lorgar, Su desprecio por la gran obra


realizada en Su nombre, proporcionó una oportunidad. Kor Phaeron se
encontró con la mirada de su hijo adoptivo, sosteniendo esa mirada violeta
por un momento, buscando una conexión.

La humedad brillaba allí. Lorgar sabía muy bien lo que pedía. ¿Sabía
realmente a dónde le llevaría inevitablemente el curso? El papel de Kor
Phaeron era guiarlo hacia esa conclusión.
-Habrá derramamiento de sangre- dijo el Primer Capitán, lo que significa
tanto por la petición de Lorgar como por la del Emperador. Los Poderes
exigen sacrificio, se recordó a sí mismo. A cada uno le dan posición; de
cada uno un precio a pagar. La deuda de Lorgar se cobraría con pena. La
tradición y la ley. -Una nueva guerra, como nada antes.

-No soy ajeno a tal empresa.

La campana del sistema de vigilancia de la puerta les alertó de una nueva


llegada. A la orden de Lorgar, la puerta se abrió de golpe para revelar a
Erebus, vestido con la túnica negra de un capellán. El Portador de la
Palabra se detuvo repentinamente en el umbral al ver la apariencia de su
Primarca, una mezcla de horror y tristeza grabando sus curtidos rasgos.

-Entra, quiero hablar contigo- le dijo Lorgar antes de volver a su


conversación. -¿Recuerdas, Kor Phaeron? Lo llamamos la Última Guerra.
Cómo la historia hace de esas cosas una vanidad.

-Lo recuerdo- murmuró el Guardián de la Fe.


LIBRO 2:
ESCENDENCIA
COLCHIS
Hace 112 años [Estándar Terrano]
Hace 23.3 años [Calendario Colchisiano]


1

Kor Phaeron observó desde la sombra de la cubierta, su mirada


calculadora moviéndose entre la multitud reunida a la sombra de la
plataforma del templo hasta Lorgar en el púlpito y viceversa. Otra tribu
Declinada, mantenida en éxtasis por las palabras del acólito, mirándole
fijamente mientras daba otro sermón auto escrito.

Cuando el predicador había pasado por primera vez la marea del Portador
de la Palabra ocho días antes, había sido un momento de necesidad, casi
de desesperación. Sin embargo, miró hacia atrás para ver en ese instante
también la mano de los Poderes, ya que había sido una decisión inspirada.
Los beneficios fueron muchos, el más obvio es que Lorgar tenía una lealtad
mucho más natural de la que Kor Phaeron hubiera podido esperar para sí
mismo. No había un alma cuyo camino habían recorrido que no se
conmoviera con sus palabras, que no se conmoviera con su pasión y su fe.
Aunque habían estado evitando el contacto, el número de tales almas fue
aumentando gradualmente el tamaño de la congregación.

Kor Phaeron miró alrededor del campamento. Era el doble del tamaño que
tenía antes de conocer a Lorgar, más que reemplazar a los convertidos
asesinados. Sus tiendas y carretas, sus familias y bestias complicaron las
cosas de la caravana. Sin embargo, como todos ellos eran teóricamente
conversos, Kor Phaeron había hecho de la alimentación, la organización y el
trato con los recién llegados el problema de Axata. La responsabilidad le
parecía una bendición al maestro de los conversos, cuando en realidad le
permitía al sacerdote mantener a los recién llegados fuera de sus asuntos.

Y ahora tenía tiempo para reflexionar, dar forma y crecer como deseaba,
sin trabas por las exigencias de sermonear y de velar por el alma de su
congregación. Lorgar era verdaderamente el medio para la salvación, una
figura como ninguna otra. El hecho de que le quitara los ojos de muchos a
Kor Phaeron fue de gran valor, y al igual que con Axata, el papel en sí
mismo parecía ser su propia recompensa. Lorgar nunca se había visto tan
feliz como cuando estaba de pie ante un público dispuesto a escuchar sus
conmovedores discursos, excepto quizás cuando habló en privado con Kor
Phaeron, discutiendo sobre alguna información recién traducida de los
libros que Kor Phaeron finalmente le había permitido leer.

Habían organizado una de esas sesiones para el Mediodía-largo y Lorgar


tomó rápidamente las oraciones finales de la reunión, deseoso de reunirse
con su maestro; otro pequeño cambio en la posición de Kor Phaeron
respecto a su maestro, pero que no hizo ninguna diferencia sustantiva en la
influencia que él ejercía. En realidad, Lorgar era mucho mejor proselitista
de las ideas de Kor Phaeron que él mismo. Poseía una disposición fogosa
en el púlpito, pero era capaz de extender la empatía y la compasión allí
donde el sacerdote estaba endurecido a las miserias de la vida y a la
indiferencia de las cargas insignificantes de los demás.

Los dos descendieron a la cámara de Kor Phaeron, Lorgar insistió en


permanecer alojado con los esclavos a pesar de su nuevo rango y
propósito, pero pasó la mayor parte de su tiempo ahí en la biblioteca. Fue
a los libros a los que el joven ahora se movía, sacando uno de la estantería
sin dudarlo para presentárselo a Kor Phaeron. Su expresión era de
entusiasmo.

-Creo que he terminado de traducir este- dijo. Kor Phaeron miró el libro.
Era el que tenía guiones fluidos e imágenes extrañas. Lorgar continuó,
hablando a su ritmo. -Es como nada más en la biblioteca. Ninguno de los
otros idiomas y dialectos estuvo cerca de ayudar a decodificarlo, así que
tuve que empezar de cero.

-Pienso, y sé cómo suena esto, pero creo que no es de origen humano.

Kor Phaeron frunció el ceño.

-¿No es humano?

-Las imágenes, las referencias, toda la realidad descrita en el texto no se


parecen en nada a una experiencia humana- la pasión de Lorgar vaciló y
su expresión se convirtió en una sonrisa sesgada. -La verdad es que creo
que es un libro de poesía o una guía de arte culinario.

-¿Una guía para...?

-Lo sé- se encogió de hombros Lorgar. -Es bastante opaco y puede que me
equivoque. Seguiré trabajando en mi traducción, pero no creo que el
contenido arroje más luz sobre la Verdad.



2
Lorgar se sentó en la cama, lo que hizo que el suelo crujiera, ya que había
seguido creciendo a un ritmo extraordinario y ahora era más alto incluso
que Axata. Su apetito era inmenso, alimentando su enorme cuerpo incluso
cuando los libros y Kor Phaeron hicieron lo mismo con su intelecto
igualmente masivo. El joven suspiró.

-¿No estás contento?- Kor Phaeron hizo la pregunta a la ligera, pero lo


último que deseaba era un Lorgar inquieto. El joven tenía una tendencia a
buscar respuestas a preguntas que otros ni siquiera hacían. Cualquier signo
de tedio indicaba que trabajaba para Kor Phaeron.

-No estoy seguro de lo que pretenden los Poderes- confesó Lorgar. Apoyó
los codos sobre sus rodillas y juntó sus gigantescas manos. -Apenas hay
una frase en toda esta biblioteca que no haya escrito en mis
pensamientos, pero no estoy más cerca de ver la Verdad. Yo llevo la
Palabra como tú, y los conversos crecen en número, pero esto no puede
ser lo que los Poderes desean de nosotros.

Kor Phaeron no dijo nada, sabiendo que no era el momento de hacer


sugerencias. Lorgar tenía una mirada que ahora reconocía bien, de un
curso de pensamientos que corrían sobre sus propias líneas, para no ser
interrumpidos.
-Yo, nosotros, nos estamos perdiendo algo, creo. Lo que buscamos no
está en los libros, sino en las estrellas, tal vez.

-Has dominado el arte de las observaciones y te sabes de memoria cada


una de las entradas de las Escrituras Celestiales.

Y cada noche trazamos las constelaciones y buscamos alguna señal de los


Poderes de lo que debemos hacer. ¿Y qué dicen?

-Nada- admitió Kor Phaeron. -Su mirada está en otra parte, Lorgar. Los
Poderes son seres infinitos, pero no desperdician su atención en los
indignos. Los crímenes de la Alianza. Su demolición de la verdadera fe
trajo la apatía de los Poderes a Colchis.

-¿Y cómo vamos a reavivar esa fe, mi maestro?

-Con dureza...- se quedó callado al notar una mirada distante y ausente en


los ojos del joven, como si mirara a través de la pared. -¿Me estás
escuchando?

Al principio, Lorgar no reaccionó. Kor Phaeron resistió el impulso de


levantar la voz, de golpear a Lorgar de su ensueño. Vio que los labios del
joven se movían muy levemente, aunque el resto de su cuerpo estaba
inmóvil.

-¿Qué estás diciendo? ¡Habla más alto!

-Escucha, padre...- Kor Phaeron hizo una mueca de dolor ante el uso del
título patriarcal. Ocasionalmente Lorgar regresaba a tal familiaridad
cuando se olvidaba de sí mismo. -Escucha la música.

Kor Phaeron se esforzó por escuchar, pero no escuchó música, sólo los
ruidos habituales de la grúa del templo, preparándose para seguir adelante
hasta el Post-mediodía. Se acercó a la ventana y la abrió, sabiendo que el
oído de Lorgar era extraordinariamente bueno, como todos sus sentidos y
muchas otras cosas sobre él. Sin embargo, no escuchó el sonido de una
cuerda o de una flauta.
-No oigo nada, muchacho- dijo, pero se dio cuenta de que la mirada de
Lorgar no se había desviado de su estado mesmérico. La mente consciente
no estaba dentro del camarote.



3

De repente, Lorgar se arrojó de espaldas al catre con un grito ronco,


rompiéndolo bajo su peso. La cama se derrumbó al suelo con el joven
encima. Las manos se levantaron hacia sus sienes, los ojos muy abiertos
por el asombro, rugió Lorgar, ensordecedoramente fuerte en los estrechos
confines de la sala. El sonido de la misma derribó a Kor Phaeron,
haciéndole caer al suelo con las manos sobre los oídos, la cabeza
tambaleándose por la violencia del estallido.

Sonando en sus oídos, con manchas delante de sus ojos, Kor Phaeron
entrecerró los ojos para ver a Lorgar rodar de un lado a otro, la boca
abriéndose y cerrándose como un pez desembarcado, los ojos
deambulando y vagando con un movimiento salvaje. Todavía mareado, Kor
Phaeron se acercó, extendiendo una mano para consolar a su asediado
pupilo. Su pecho se sentía apretado, su garganta anudada al ver a Lorgar
acosado por ataques y tics.

-Calma, calma- graznó el sacerdote, con pánico agarrándole mientras


afianzaba la enorme mano de Lorgar en la suya, tratando de apretar lo
suficiente como para que el toque se notara a través del tumulto que
seguía destrozando el enorme estado de forma del joven.

Tan de repente como comenzó la convulsión terminó y Lorgar se sentó en


posición vertical, los ojos agujereados a través del metal de la pared por
varios latidos del corazón. Luego giró la cabeza y miró directamente a Kor
Phaeron.

-¡He oído y he visto, padre!- declaró el joven.


-¿Los Poderes?- Kor Phaeron soltó la mano de Lorgar y retrocedió. -¿Se
han comunicado contigo?

-He tenido una visión. He visto y oído la verdad- levantó una mano como
si estuviera escuchando atentamente. -Y la canción continúa, incluso
ahora.

-¿Qué canción?

-La canción del Empíreo, de todo el tiempo y el espacio, del universo


cantando para sí mismo.

Kor Phaeron ocultó toda sospecha de su expresión, pero no le gustó este


giro de los acontecimientos. Está claro que algo ha acosado a su acólito,
pero aún no está dispuesto a creer que los Poderes habían intervenido
directamente.

-Descansa- instruyó al muchacho. Sacó el agua de la mesa y se lo dio a


Lorgar, quien bebió de él como si fuera una taza, bebiendo el contenido en
dos bocados.

-Es hermoso- dijo Lorgar, volviendo sus ojos violetas hacia Kor Phaeron.
Manchas doradas bailaban en las pupilas. -Uno está viniendo. Uno que
será el final y el principio.



4

Al ser interrogado con mayor detenimiento, pues a pesar de su fuerza


física, el espíritu de Lorgar era a menudo el de un adolescente frágil, el
acólito reveló que había visto a un ser cubierto de oro y estrellas que
descendía del Empíreo con las alas de un águila.

-¿Qué significa?- preguntó Lorgar. -No puedo pensar en nada en los


Mensajes, ni en las Observaciones. No puede ser el quinto profeta,
¿verdad?

Kor Phaeron se rascó la barbilla y se dirigió a la puerta, llamando a un


esclavo para que trajera más agua y vino, para que se diera un poco de
tiempo para pensar. Mientras esperaba, consideró sus opciones. Eran
pocas y ninguna era de su agrado.

-No tiene precedentes- admitió finalmente. Lorgar estaba a punto de


hablar, pero Kor Phaeron oyó pasos en el pasillo y levantó una mano para
silenciar al acólito. -No digas nada de esto todavía.

Lorgar parecía que podía protestar, pero la mirada de Kor Phaeron evitó
cualquier disensión. Un golpe en la puerta anunció la llegada de un esclavo
con una jarra de agua fresca y una botella de vino tinto Lanansan. Kor
Phaeron despidió a la mujer y le devolvió la atención a Lorgar, dándole el
agua tibia que el joven bebió en dos largos tragos más.

El predicador se sirvió vino y sorbió, recogiendo sus pensamientos antes de


continuar.

-Si no estamos seguros de qué hacer con este acontecimiento


extraordinario, entonces los fieles estarán aún más perplejos. No nos
corresponde difundir rumores y especulaciones. Somos embajadores de
la Verdad, tú eres el Portador de la Palabra. Hasta que podamos decir
inequívocamente lo que las Potencias desean que sepamos, ¿qué les
dirías?

La lógica irresistible cortó cualquier réplica, pero Kor Phaeron no le dio


tiempo a Lorgar para comentar antes de continuar. -No podemos ignorar el
momento, por coincidencia que sea. En este día cuando hablas de buscar
una señal, ¿sufres esta visión?

-Sufrir, no nada eso- dijo rápidamente Lorgar. -Fue una experiencia


embriagadora.

-Parecías agonizante.
-Bueno, sí- Lorgar parecía avergonzado, como si un placer culpable hubiera
sido expuesto. -Fue insoportable, supongo, pero también tan magnífico. Y
ahora me ha traído la música de las esferas. Un arreglo tan maravilloso.

-¿Todavía lo oyes? ¿A qué te suena? ¿Nunca lo habías oído antes? ¿Te


golpeaste la cabeza cuando te caíste?

-Sí, maravilloso, no, y no- el ceño fruncido de Lorgar hizo que el pecho de
Kor Phaeron se apretara. -¿Crees que te ocultaría esto?

-No sé qué pensar- dijo Kor Phaeron, con mucho sentimiento. Terminó su
vino con un trago, enmascarando una abrumadora sensación de
frustración. Lorgar miró hacia él en busca de orientación, para que la
orientación fuera lo que él diera. -Pero ya sabemos que has sido marcado
para la grandeza. Creo, y esto es sólo mi deducción inicial, que la visión es
de ti mismo. Es un sueño despierto, un presagio de lo que está por venir.
Una auto-revelación.

-¿Cómo Tezen tenía en las laderas del Monte Ashask?

Kor Phaeron luchó por recordar el episodio, sus propios poderes de


recuerdo muy inferiores a los de su acólito. Era sabio asumir que el joven
tenía razón; no había una línea que no pudiera citar textualmente.

-De alguna manera- Kor Phaeron se cercó. Su mente seguía corriendo y


hablaba cuando le llegaban las palabras, canalizando una vez más la cruda
sabiduría de los Poderes como si viniera de otro lugar. -Hoy lamentas la
ausencia de los Poderes, y hoy te han enviado una visión. Es un estímulo,
no una instrucción, concluyo. Un incentivo, tal vez, para mostrarte en lo
que te puedes convertir si te esfuerzas.

-¿Aplicarme a qué?

Kor Phaeron dudó. Mucho tiempo había planeado este momento, durante
mucho tiempo inseguro de cómo conseguiría su objetivo mientras era
absolutamente fiel a la idea de que lo lograría. Lorgar le había sido
entregado para ese propósito, aunque Kor Phaeron sólo había insinuado lo
que deseaba para su hijo adoptivo. ¿Ya era hora?
-La Alianza, Lorgar. Tú eres el que trae la luz, el que hará retroceder la
oscuridad, el purgador de los infieles. El Portador de la Palabra debe
convertirse en el principio de la Alianza, Archisacerdote de los jurados de
Dios.



5

Kor Phaeron esperó con un corazón martilleante, pero no tenía que


haber temido. Lorgar consideró sus palabras sólo por unos momentos y
luego asintió, irradiando fuerza y compromiso.

-Entonces así será. Iremos a Vharadesh.

-¿Ahora?- dijo Kor Phaeron, incapaz de ocultar su entusiasmo.

Estaba listo para la tan esperada confrontación con su vieja orden, había
soñado con tales momentos todos los días desde su exilio. El predicador
sabía que sólo tendría una oportunidad para suplantar a los que le habían
hecho tanto daño, y el nuevo Portador de la Palabra era la clave para esa
justicia Kor Phaeron ya no profesaría ser maestro de Lorgar; no podía
simplemente ordenar al joven que fuera a las Torres Sagradas, la Ciudad de
las Flores Grises. Kor Phaeron se encontró con la mirada de Lorgar y cayó
en las garras de esos ojos violetas.

-Aún no- dijo Lorgar, -pero pronto. Muchos responden a nuestro llamado,
y muchos más lo harán en los próximos días.

-Llevarías un ejército a Vharadesh- dijo Kor Phaeron, imaginando que las


torres de sus enemigos eran derribadas y que las murallas de la ciudad
eran derrocadas por el ejército de Lorgar.

-Traeré un nuevo credo, la Verdad del Único.


-¿Y quién escuchará la Palabra? Una docena de nómadas, ¿una caravana
de vez en cuando? Se necesitará más que esta chusma para romper las
defensas de Vharadesh.

-Hay quienes ya están dispuestos a escuchar- Lorgar fijó a Kor Phaeron con
su mirada penetrante. -Los esclavos. Una multitud de almas esperando la
redención. A dos días de aquí están las minas de Taranthis.
Comenzaremos por ahí.

-Es blasfemia, liberar a los esclavos de la esclavitud que les imponen los
Poderes. No es el lugar de...- su protesta disminuyó bajo la mirada
inquebrantable de Lorgar.

-Yo soy el Portador de la Palabra, el Mensajero de la Verdad. No serán


cinco mil puños golpeando las puertas de Vharadesh, sino quinientas mil
voces levantadas en oración que las van abrir.

Contra tal declaración, todos los argumentos huyeron de Kor Phaeron,


porque Lorgar había hablado y en su voz estaba la Voluntad de los Poderes.

2º1

Poco se podía ver de Taranthis desde el suelo, ya que al igual que los
trabajos de la mina de tezenita por la que era famosa, el asentamiento fue
excavado en su mayor parte bajo la dura piedra arenisca y la roca de
granito del interior conocida como la Placa de Cobre. Sólo se veían las
paredes de color rojo oscuro, aunque la corriente de carretas pesadas que
se movía a lo largo de la carretera entre la mina y Vharadesh, a unos ciento
cuarenta kilómetros de distancia, traicionó su presencia mucho antes de
que las defensas salieran a la luz.

Un perímetro de torres se erigía como centinelas en las zonas polvorientas


a varios kilómetros de la puerta de embarque, y a la entrada de la caravana
de Kor Phaeron, columnas de transportes blindados procedentes de dos de
estos guardianes. Impulsados por eficientes motores de vapor, uno de los
secretos más preciados que permitieron que la Alianza mantuviera su
preeminencia, los transportes de tipo milpiés se arrastraban sobre las
arenas por decenas de pequeñas pistas, cúpulas de arpones que se
erizaban desde sus cascos reticulados.

Nairo los miraban con un malestar creciente, sus banderas negras


marcadas con el libro ardiente de la Alianza, un recordatorio indeseable del
poder que lo había puesto en la esclavitud.

-Axata, prepara a tus guerreros- ordenó Kor Phaeron desde la pilastra de


su atril. -Que se forme la caravana.

Conversos armados se alineaban en los rieles y tripulaban las lanzas del


templo mientras las banderas y los silbatos hacían señas a los demás
vehículos para que se acercaran al santuario móvil. Nairo esquivo los pies
pisoteadores y los codos descuidados de los soldados, cuyo número se vio
incrementado por dos encuentros fortuitos en el desierto mientras la
caravana se dirigía a Taranthis.
Jinetes nómadas y carros dejaron columnas de arena a su paso mientras
cabalgaban junto al altar, llamándose entre ellos con sus extrañas voces y
sus chillones silbidos. Yates terrestres y carros solares formaban un anillo
exterior, toda la caravana se movía a la velocidad de la grúa del templo
mientras se agitaba a través de las dunas hacia los soldados de la Alianza
que llegaban.

Cuando los grupos opositores se encontraban a medio kilómetro de


distancia, dos camiones se separaron del contingente de la Alianza, con
largos banderines verdes de parlamento sobre las banderas de su iglesia.
Kor Phaeron hizo un gesto a Axata para que ordenara a la grúa del templo
que se detuviera, aunque a su alrededor las patrullas continuaron dando
vueltas como águilas plateadas protectoras. En la cabecera se levantó un
banderín verde como respuesta.

Los vehículos de la Alianza expulsaron a un pelotón de guerreros a cien


metros de la plataforma del templo. Estaban vestidos con túnicas, el gris
liso de los acólitos, bajo placas de blindaje de bronce. Llevaban tridentes y
lanzas, la voluminosa forma de los lanzadores que se colocaban en las
empuñaduras de las armas bajo las cabezas que brillaban bajo el sol del
mediodía. Cada uno llevaba un parasol portátil que se extendía entre dos
postes extensibles desde sus espaldas, de modo que sus rasgos estaban
ocultos en la sombra del casco.

Desembarcó otra, su armadura una joya de oro y rubíes, un tulwar (La forma
y el equilibrio particulares de estas armas permiten que sean manejadas con rapidez y destreza,
pasando de la defensa a los ataques a la velocidad del rayo nt) desnudo que brillaba con
poder en un puño, una pistola arcaica en el otro. Tendriles de exoesqueleto
semi-orgánico corrían a lo largo de sus extremidades desde una mochila
que se aferraba como cangrejo a su forma.

Nairo nunca había visto tanto archeotech (es el término en gótico bajo utilizado en
todo el Imperio del Hombre para referirse a la tecnología humana avanzada que se había perdido en
la Edad Oscura de la Tecnología, la Edad de los Conflictos o incluso la propia Edad de Oro del Imperio
durante la Gran Cruzada y que puede ser recuperada en la actualidad nt) en un solo lugar.
Junto a él, Aladas le dio una mirada puntiaguda, sus ojos llenos de dudas.
Los desconcertados murmullos ondulaban por toda la cubierta hasta que
un gruñido de Axata silenció a los murmuradores conversos.

La voz de la comandante de la Alianza sonó en los amplificadores que se


colocaron en su casco, tan fuerte como los altavoces de Kor Phaeron.

-Soy el diácono Hal Aspoa, comandante de la Tercera Torre. Tienes


prohibido acercarte a Taranthis. Si continúas en este curso serás atacado.
Los sobrevivientes serán sometidos a esclavitud por sus delitos contra la
Santa Iglesia de los Poderes.

Escuchando una risita, Nairo se volvió para ver a L'sai reprimiendo su risa.
La miró con ira.

-Como si eso nos importara- dijo entre risitas sofocadas. -Con suerte
colgarán a Kor Phaeron.

-Arderemos con los conversos, de todos modos- le recordó Nairo,


poniendo fin a su humor.


2º2

Kor Phaeron observó el acercamiento de la pistola del diácono con


cautela, con los brazos apoyados en el costado del púlpito. Los soldados le
seguían, con arpones que seguían a los vagabundos de su caravana. La
delegación se detuvo a unos treinta metros de distancia, una mancha
negra sobre las arenas rojas proyectadas por sus parasoles personales.

Él activó los altavoces.

-Soy Kor Phaeron, buscador de la Verdad, Heraldo de los Poderes. No


tienes derecho a reclamar estas tierras libres para la Alianza. No tienes
autoridad moral para desviarme de mi vocación de Poder.
-La Santa Iglesia de la Alianza se extiende hasta donde están sus siervos,
y como todos somos sacerdotes ordenados de la Alianza, esto significa
que estas son tierras santas. Tu blasfemia no te hará pasar. Continúa y te
responderé como un hereje por la intrusión.

-¡Responde, falso creyente!

El enfrentamiento continuó durante varios latidos, los dos sacerdotes


combatientes mirándose fijamente al otro lado de la línea divisoria. Un
movimiento abajo llamó la atención de Kor Phaeron sobre la baraja. Lorgar
salió de la sombra de la escotilla y se giró para dirigirse a él.

-Déjame hablar con ellos- dijo Lorgar. -Que escuchen al Portador de la


Palabra.

-No- respondió Kor Phaeron. -Estos ingratos no merecen aprender la


Verdad. Pandilleros con togas, nada más. No hay cosa más despreciable
que un traidor a los Poderes haciéndose pasar por sus guardianes.

-Puedo persuadir...

-¡No! Debes aprender una lección importante aquí, Lorgar. Hacer


proselitismo es invadir. El acto de conversión es un acto de violencia
espiritual que debemos abrazar. Nadie llega a la Verdad por un camino
fácil. Al principio, nadie escuchaba la Palabra de buena gana. Para que el
alma sea pura, la carne debe perdurar- Kor Phaeron volvió a encender el
sistema de altavoces. -Eres tú quien blasfema, bruja de Vharadesh. Salgan
de estas tierras o sufrirán la ira de los Poderes en mi mano.

Lorgar miró para protestar de nuevo, pero antes de que pudiera hablar, el
diácono Hal Aspoa declaró su juicio.

-Se te acusa de herejía, el más grave de los delitos- declaró mientras más
de sus tropas salían de sus transportes serpenteantes, gruñendo con las
electrolanzas. Su guardaespaldas niveló sus armas en el templo mientras
ella llevaba su pistola directamente hacia Kor Phaeron. -Yo limpiaré tu
cuerpo y los Poderes determinarán el destino de tu alma.
Kor Phaeron sintió que Lorgar se movía en vez de verlo. Captó el brillo de la
pistola del diácono, pero un instante después su gigantesco acólito se
interpuso en el camino, el brillo de las partículas golpeo una rejilla
levantada en su puño. En el otro tenía la maza que había diseñado para
perseguir a los amotinados.

Los disparos de los otros guardias crujieron a lo largo de su línea y las balas
giraron sobre la barandilla, encontrándose con el crujido de las carabinas y
el chasquido de las cuerdas del arco.

Lorgar arrojó el disco en forma de rejilla al escuadrón de diáconos de


armas, derribando dos de ellos, y luego saltó por encima de la barandilla.


2º3

Las municiones crujientes de los cazadores de lanzas de los transportes


y las ensordecedoras ráfagas de proyectiles destrozaron el lado blindado
del vagón sagrado. Acobardado detrás de un puntal chapado, temblando a
cada sonido de metralla, Nairo miró a través de un agujero en el metal
dejado por un proyectil que faltaba. Como cuando había luchado contra los
amotinados, Lorgar se convirtió en una cosa de movimiento y energía, un
impresionante recordatorio de que el Portador de la Palabra no era un
hombre mortal sino un agente de los Poderes. Los pistoleros fueron
sorprendidos desprevenidos, sin esperar que sus enemigos abandonaran la
relativa seguridad del templo; ciertamente habría sido una locura que un
humano normal lo hubiera hecho mientras las balas y las ráfagas
atravesaban la divisoria.

Así fue como los soldados de la Alianza tardaron unos instantes en


reaccionar ante la carga del gigante en medio de ellos. La arena se agitó
alrededor de Lorgar mientras corría hacia el diácono de la pistola con
poderosos pasos. La líder de la guardia de la Alianza le siguió con su
pistola, pero su disparo se descarrió a través de la ráfaga de arena y polvo
que rodeaba al acólito que estaba cargando.
Lorgar se encontró con el contraataque de los acólitos con un rugido que
podría haber sido el rugido del propio Khaane en la caída de Nashesh. Un
barrido de su enorme maza aplastó al primer enemigo contra el suelo
mientras tridentes chispeantes miraban desde su piel y quemaban sus
túnicas. Otro golpe de la maza despejó las cabezas blindadas de dos más.

Aunque Nairo no era un experto en la guerra, había visto lo suficiente a


Axata y a gente de su calaña como para reconocer que Lorgar luchaba sin
entrenamiento ni pensamiento. Los acólitos lo rodearon rápidamente,
empujando con sus tridentes, apuntando a que las piernas del gigante lo
derribaran. Solo su impactante tamaño, velocidad y fuerza los mantenía a
raya, forzándolos a retroceder en cada ataque salvaje. Sin embargo, golpe a
golpe, arrastraban a Lorgar como perritos destrozando a un toro.

Tarde o temprano una más reveladora aterrizaría.

Axata debe haber reconocido lo mismo, ya que en el instante en que el


temible pensamiento entró en la cabeza de Nairo, el comandante de los
conversos saltó a las arenas y bramó para que sus guerreros le siguiesen.
En los dientes del fuego de la Alianza araron, espoleados por el
pensamiento de la caída de su maestro espiritual. Sobre sus cabezas
ardieron nuevas ráfagas de fuego de los cazadores de lanzas en las
cabeceras de los mástiles.

Las salvas estrepitosas de los soldados cesaron por un momento, los


artilleros se quedaron atónitos ante esta repentina ofensiva, incapaces de
apuntar a los conversos que se apresuraron a acercarse a sus propias
tropas. Más escotillas se abrieron en sus flancos para expulsar a nuevos
equipos y flanquear a los conversos que presionaban en el centro de su
fuerza.

Lorgar se abrió paso a través de los acólitos para enfrentarse a su líder, que
se deshizo de su pistola y prefirió agarrar su tulwar con las dos manos. El
primer golpe de corte se introdujo en el mango de la maza de Lorgar, casi
cortando el eje. El Portador de la Palabra dejó caer el arma y le dio un
puñetazo en la cara, machacando la visera y el cráneo de un solo golpe, la
cabeza del diácono se partió hacia atrás con una fuerza que rompió la
columna vertebral. Un tercer transporte se dirigía hacia ellos desde una
torre más lejana, alertado de los combates.

Pronto Lorgar y los conversos serían superados en número.


2º4

Con los dedos agarrando con fuerza el borde del púlpito, Kor Phaeron
observó con creciente preocupación cómo Axata y sus conversos eran
rodeados lentamente por un anillo de matones vestidos de la Alianza. Los
cañones de los transportes se habían vuelto contra los yates solares y los
carros de patrulla, impidiendo cualquier ayuda de los elementos móviles
de la caravana. El mismo desbordamiento que impidió que los soldados
atacaran a Lorgar y a sus compañeros también protegían a los soldados de
la Alianza de los equipos de armamento del templo.

Lorgar hizo todo lo que pudo, luchando ahora con una limpia lanza
eléctrica en cada mano, pero tan dotado como estaba de lengua y mente,
tan temible como su masa y su dotada velocidad, era un luchador difícil de
manejar, y la presión de enemigos y amigos entorpecía sus amplios y
oscilantes ataques. Ya había una docena de conversos muertos o
desangrándose en la arena, aunque el doble de ese número de acólitos
había pagado un precio similar a manos de los conversos y del Portador de
la Palabra. Pero no fue suficiente, y no pasó mucho tiempo antes de que
llegara el transporte despachado desde la tercera torre para balancear
decididamente la balanza contra los seguidores de Kor Phaeron.

-No de esta manera- gruñó para sí mismo, antes de alzar su voz para
dirigirse a los que quedaban en la plataforma del templo. -¡No de esta
manera, hermanos y hermanas! ¡La gloria de la Verdad no muere hoy en
un campo de arena y tierra sin marcar! Las Potencias nos siguen
favoreciendo si queremos aprovechar el momento. Todo es una prueba, y
estaremos a la altura de cada desafío. Maldito es el hombre o la mujer
que se mantiene al margen para dejar que nuestros sueños fracasen hoy.
En el abismo vagarán las almas de aquellos que se salvan a sí mismos en
vez de ver la Verdad entregada a los incrédulos.

Indignado ahora, la rectitud reemplazo el malestar, Kor Phaeron casi se tiró


por la escalera desde el púlpito. Lleno de energía vigorosa de los Poderes,
inspirado por la visión del Portador de la Palabra acosado por un anillo de
enemigos, el sacerdote buscó un arma. Ante la barandilla yacía una
convertida herida, sus túnicas enrojecidas por la sangre que escapaba, un
fusil tendido en la cubierta a su lado. Cogió el rifle y se la puso sobre la
cabeza, mirando con odio a los esclavos que le rodeaban.

-¡Si quieren ser mensajeros de la Verdad, deben de estar preparados para


dar la vida por ella!

Y con eso corrió a la escalera y empezó a bajar a la arena, sin importarle si


alguien decidía seguirlo. Por victoria o derrota, si los Poderes lo quisieran,
así sería.

3º1

Por reflejo, Nairo dio un paso después de Kor Phaeron. Una mano
agarró su muñeca y se giró para encontrar a L'sai sosteniéndolo, con los
ojos bien abiertos e intencionados.

-Que se mueran- insistió, soltándolo. -Que se maten entre ellos.

El antiguo profesor dudó y miró alrededor de la cubierta. Varias docenas de


esclavos lo observaron a él y a L'sai, listos para tomar el mando de uno u
otro. Echó su mirada al continuo torbellino de lucha en la arena, y a la
figura de Kor Phaeron caminando a propósito hacia el caos. No hubo
ninguna vacilación. ¿Era Nairo un hombre menor?

-¿Por qué darías tu vida por él?- preguntó L'sai, pensando que ella
adivinaba sus pensamientos. -¡Él no es nada para nosotros!

-Él no- Nairo movió su ojo hacia la forma gigante de Lorgar justo cuando el
acólito lanzó una de sus lanzas a través del pecho de un ejecutor de la
Alianza, levantando en el aire. -Por él.

Había una mirada de dolor en la expresión de L'sai. Ella agitó la cabeza y se


dirigió a los demás.

-Este momento llegará de nuevo, aunque vivamos hoy. La Iglesia de la


Alianza no dejará que esto suceda. Nos llamarán herejes. No sólo
esclavos, incluso más bajos de lo que somos ahora. Una muerte dolorosa
y prolongada a manos de los insurrectos y los diáconos de la penitencia-
su cara cambió, adoptando una mirada más conspiradora a medida que
ocurría un pensamiento. -Mejor aún, ayudemos a la Alianza, ¡para
consolidar mejor nuestra dedicación a la Iglesia de Vharadesh!

-No- dijo Nairo. Habló en voz baja, pero con rapidez, agarrado por la
urgencia, pensando en los momentos que pasaban y que podían traer la
perdición como un puño a su corazón. -No, no hacemos eso, pues no
respondemos a la Alianza sino a los Poderes. Crean lo que puedan acerca
de las vidas y reglas de los mortales, pero los Poderes existen y ellos nos
juzgarán hoy. Kor Phaeron tiene razón, estamos bajo su mirada. ¡Ven a
ver a Lorgar! Vean al Portador de la Palabra, el regalo de los Poderes para
nosotros. No piensen en el día de hoy, sino en todos los días venideros, y
pregúntate si no vale la pena luchar por eso, e incluso morir por ello.

L'sai se movió para interponerse entre él y la escalera, pero Nairo la


empujó hacia un lado y se inclinó para coger una herramienta que había
sido tirada sobre la cubierta. Vio a otros armándose con armas
improvisadas de entre los cadáveres y la sangre de sus compañeros, o
saqueando los cuerpos de los muertos convertidos.

-¿Quién te crees que eres?- L'sai se rió con desprecio. -No eres más que
un esclavo para ellos.

-No soy un esclavo. Tengo un nombre, y él lo sabe- respondió, mirando a


Lorgar. Levantó la herramienta como si empuñara la mítica espada dorada
de Pir Olourius. -¡Yo soy Nairo!


3º2

Se necesitaron unos diez latidos, diez latidos de pulmón, latidos de


pecho para que Nairo se diera cuenta de que no tenía ni idea de lo que
estaba haciendo. A medida que pasaban las balas y los esclavos a su
izquierda y a su derecha eran asaltados por las ráfagas y las voleas con
lanzas, la herramienta en su mano se sentía imposiblemente pesada. Sus
zancadas se volvieron laboriosas, la arena tiro de sus piernas, los pies
hechos de arcilla mientras intentaba forjar a través de las dunas que se
habían convertido en el centro del campo de batalla.

Miró fijamente a Lorgar, unos cuarenta metros más adelante, y bajó la


cabeza, ignorando el susurro de las flechas y los gritos de sus compañeros,
gritos que fueron terriblemente cortos.

Sus pies descalzos tropezaron con piedras afiladas y trozos de metralla en


la arena, lo que le hizo vacilar y luego caer cuando la onda expansiva de la
detonación de un proyectil barrió sobre él desde la derecha, calor y sonido
que bloqueó todo sentido.

Apretando los dientes se arrastró hacia arriba, determinó que, si iba a


morir, sería sobre sus pies.

Esto es ridículo, parte de su cerebro se rió de él. Eres un profesor. Un


esclavo. Vas a morir aquí sin que nadie te recuerde.

La idea lo espoleó. Sabía que hoy su vida tenía sentido, más que en el
claustro de la academia, ciertamente más que al pulir, lijar y trabajar en el
templo.

Lorgar estaba cubierto de cortes, sus ropas estaban hechas harapos, los
brazos estaban cubiertos de sangre y el pecho desnudo con un lavado de
carmesí.

Sin embargo, se paró y siguió luchando.

El gigantesco acólito, ahora flanqueado por Axata y varios otros conversos,


rajó y golpeó a todos los que vinieron antes que él. Incluso en el poco
tiempo que había empezado la batalla, sus movimientos se habían vuelto
más fluidos, su lucha menos salvaje y más culta. Empujó las lanzas con
puñaladas cortas, destripando y perforando con una precisión impecable.

Uno de los transportes se estrelló contra el cuerpo a cuerpo, a su


tripulación ya no le importaba si hería tanto a sus aliados como a sus
enemigos, con la única intención de derribar al gigante que seguía
desafiando la voluntad de la Alianza.

Su curso la llevó a lo largo de la cresta de la duna, directamente hacia Nairo


y los otros esclavos. Las armas pequeñas de las aberturas en forma de
visera arrojaron proyectiles ardientes a la masa de los combatientes
desorganizados. Nairo vio el pelo de Husan en llamas, agitándose en el
suelo. Gor Daos perdió una pierna a causa de una ráfaga de proyectiles
ardientes que quemaron el hueso tan fácilmente como la carne. L'sai...

No había pensado que L'sai lo seguiría, pero allí estaba ella, gruñendo y
aullando como una bestia, un arma robada se encontraba en sus manos
mientras miraba hacia abajo a la serpiente de metal que caía sobre ellos.
Nairo la vio echar una mirada hacia Lorgar, y luego corrió, dirigiéndose
directamente hacia el transporte.

Un cañón en la nariz del transporte eructó fuego alquímico y en un


instante L'sai y otros tres con ella no eran más que vapor sibilante,
salpicaron sobre un charco de vidrio refrigerante.

Nairo sintió su muerte como una puñalada en el estómago.

La sensación continuó y algo mojó sus muslos. Miró hacia abajo y se dio
cuenta de que era una herida literal; un proyectil corto de púas sobresalía
por debajo de sus costillas. La sangre fluía y sus piernas se debilitaban.

De nuevo cayó en la arena, la herramienta cayó por el movimiento de los


dedos. La mayor parte del transporte se dirigía hacia él, columnas de humo
salían de sus chimeneas, la duna moviéndose y temblando bajo su peso, se
deslizaba de arena en cascada hacia el vehículo mientras éste montaba la
pendiente.

Nairo floto en las partículas rojas y grises, poseído por la idea de que los
Poderes le mirarían más amablemente si muriera con un arma en la mano.
Pensó en los Profetas y en la Peregrinación al Empíreo para traer la luz de
la Verdad. ¿Iría también allí, o a la nada y al tormento del abismo?

La sombra de la nariz del transporte cayó sobre él. Podía oler los vapores
de su motor y el olor a grasa a través de la sangre y la carne carbonizada.
Más allá de una abertura blindada, vio la cara del conductor, ojos que
miraban a otra cosa, totalmente inconscientes de la vida que estaba a
punto de aplastar de la existencia.

3º3

Una repentina tormenta de arena rasgó la cara de Nairo, oscureciendo


lo que pasó después, aunque escuchó bien el titánico impacto y el
siguiente grito de retorcido y desgarrador metal. Secándose las lágrimas y
la arena de la cara, el esclavo vio la nariz del transporte abierta, rasgada a
lo largo de su longitud, las piernas del conductor todavía en su asiento, sin
su mitad superior.

Se giró al moverse en el rabillo del ojo y vio a una figura gigante tirada en la
arena a pocos metros de distancia, envuelta en un cráter alargado como si
fuera un meteoro estrellado. Tenía dos tiras retorcidas de metal manchado
de sangre en sus manos, la piel y la carne de sus brazos destrozados desde
la muñeca hasta el codo.

-¡Lorgar!- Nairo se levantó, ignorando la puñalada de dolor en su


abdomen.

El acólito se despertó, sentándose con el aire de alguien que no controlaba


totalmente sus sentidos. Dijo algo en una lengua que Nairo no entendía.
Sonaba como si pudiera estar maldiciendo, pero el esclavo no estaba
seguro. Lorgar tiró los trozos del transporte mientras Nairo bajaban por la
duna, siguiendo el curso salpicado de sangre del descenso de Lorgar. Los
gritos le hicieron mirar por encima del hombro, donde Kor Phaeron, Axata
y los conversos estaban retrocediendo para formar una posición alrededor
del transporte destruido. Las puertas siseadas se abrían a lo largo de su
longitud. Los soldados que estaban dentro se tambaleaban para
enfrentarse a una ola de esclavos que los arrastraban y se derramaban
sobre el transporte roto.

Nairo se detuvo a un par de metros del Portador de la Palabra. Lorgar hizo


una mueca de dolor mientras intentaba ponerse de pie, bombeando
sangre carmesí de las laceraciones a través de los vasos sanguíneos de sus
brazos. Puso una mueca de dolor mientras intentaba flexionar los dedos
con los tendones deshilachados. Nairo sintió una puñalada de conciencia al
ver al joven sufriendo. Durante tanto tiempo había pensado que era
impermeable; ¿había sufrido realmente todos esos latigazos y palizas en
silencio mientras sentía cada golpe?

Lorgar levantó sus manos arruinadas hacia Nairo, como suplicando algo. Su
boca se abrió y cerró con una apelación sin palabras.


3º4

Nairo arranco de su ropa tiras de lino sucio y mal tejido. Usó las vendas
para vendar los brazos de Lorgar, mientras que a su alrededor la batalla
seguía furiosa.

Lorgar asintió en silencio, concentrándose de nuevo en su mirada. Los


cortes en el pecho y en la cara ya estaban cubiertos de costras, el flujo de
fluidos de sus brazos sofocados por su extraordinario cuerpo.

-¿Por qué?- preguntó Nairo. -¿Por qué sufrir tanto por mí?

Lorgar contestó en una lengua lunática, quizás sin darse cuenta de que
hablaba otro idioma. Era imposible leer su expresión, y antes de que Nairo
pudiera preguntar de nuevo el Portador de la Palabra surgió de la duna,
cogiendo un puntal roto, su extremo cortado tan afilado como cualquier
lanza. Se detuvo y miró hacia atrás, fijando a Nairo con su mirada
penetrante, fijándole en el punto con su intensidad.

-Yo podría preguntar lo mismo- dijo Lorgar antes de entrar en una carrera,
dirigiéndose a la lucha más espesa.

Nairo se sentó, sosteniendo una mano sobre la herida que tenía debajo de
las costillas. No era tan grave como temía al principio; el choque le había
herido más que el propio proyectil. Entonces se dio cuenta de que la púa
se había soltado. La vio yaciendo entre los otros escombros donde el
Portador de la Palabra se había detenido.

La única explicación era que Lorgar la había quitado en algún momento


incluso cuando Nairo había estado ayudando al joven; tan rápido que el
esclavo no había visto ni sentido la extracción, a pesar del daño obvio en
las manos del joven y el dolor que debió haber sentido.

-Por eso- susurró Nairo.



4º1

Aunque había muy poco de Taranthis en la superficie, el trío de portales


acorazados que rompieron el rocoso promontorio sobre las minas eran
bastante imponentes. Cada uno era un torreón, independiente de los
demás, un bastión de piedra rojiza y metal oscuro construido alrededor de
una puerta lo suficientemente sólida como para soportar las simples armas
de la caravana.

Los guardias de las torres exteriores, habiendo presenciado la victoria del


Portador de la Palabra sobre los que se habían movido en su contra, se
habían retirado a su ciudad natal, cerrando sus fortificaciones para
abandonar la superficie a los intrusos. El costo de la victoria había sido
considerable, unos cuarenta esclavos y la mitad de los conversos perdidos,
varias docenas de heridos, muchos de los cuales probablemente no
sobrevivirían sin la atención y las instalaciones de los expertos. Un precio
que vale la pena pagar, en opinión de Kor Phaeron, para enseñar a Lorgar la
naturaleza de la oposición a la que ahora se enfrentaría si quisiera
enfrentarse a la Alianza.

-¿Qué hacemos ahora?- preguntó Axata mientras él, Lorgar y Kor Phaeron
estaban a la sombra de las doradas velas solares de dos carros, a medio
kilómetro de la barbacana más cercana. -No podemos quebrar a Taranthis
con fusiles y lanzas.

-Uno de los puestos de centinela podría ser una guarida más fácil de
abrir- dijo Kor Phaeron. -Encontraremos armas más pesadas dentro.

-¿Y tenemos tiempo?- el líder converso continuó diciendo. -La Alianza


tiene los medios para hablar en el aire, los refuerzos de Vharadesh
estarán aquí dentro de dos días.

A esto Kor Phaeron no tuvo respuesta, salvo una mirada radiante.


Lorgar estaba muy pensativo, con un dedo pegado a sus labios en la
contemplación. De pie justo al lado de Axata, era obvio lo grande que había
llegado a ser, media cabeza más alto que el cacique, y que aún no
mostraba signos de que su extraordinario crecimiento disminuyera. El
Portador de la Palabra había arrancado los harapos que el esclavo había
atado alrededor de sus brazos, jirones de tela aún atrapados en las gruesas
costras de la sangre donada por su Poder que cubría sus antebrazos.
Flotaron en el viento como cintas, descascarando carmesí seco.

-Ya tenemos todo lo que necesitamos- declaró Lorgar. -Trae el santuario.

-No tenemos nada para romper la roca, ni para derretir o agrietar metales
gruesos- argumentó Axata.

-Golpear la puerta no tiene sentido, si eso es lo que tienes en mente, y


sería una locura quedarnos varados aquí en el intento- dijo Kor Phaeron.

-No hay necesidad de romper una puerta que ya está abierta- dijo Lorgar
crípticamente, levantando una mano para que la montura del templo
avanzara. Dirigió una mirada significativa a Kor Phaeron mientras
continuaba. -Una sola voz bastará cuando las armas más poderosas fallen.


4º2

Se trajeron generadores y altavoces adicionales a bordo del gran vagón


de Kor Phaeron, para aumentar la amplificación del sistema de direcciones
del púlpito. El silbido estático hizo vibrar las dunas y el resto de la caravana
retrocedió a una distancia segura en anticipación de la dirección de Lorgar.
Kor Phaeron y un puñado de esclavos se quedaron, para supervisar los
aspectos técnicos del funcionamiento del dispositivo. Nairo estaba entre
ellos.

Se puso en el camino del Portador de la Palabra cuando se acercó al


púlpito, mientras Kor Phaeron estaba todavía abajo. Poniendo una mano
sobre el inmenso bíceps de Lorgar, asintió con la cabeza.

-Todavía no he tenido tiempo de agradecerte por haberme salvado la


vida.

-Puedo recordar todo- contestó Lorgar. Se acercó y bajó la voz. -Todo lo


que hiciste y me dijiste. Todo lo que pasó en esta plataforma desde el
momento en que la pisé. La charla de los guardias, los susurros de los
esclavos. Tu pasado como maestro, las cosas que me enseñaste... Creo
que ahora entiendo lo que Kor Phaeron quiso decir cuando me castigó
por aprender las palabras, pero no los significados. Recuerdo todo lo que
me han dicho desde que me encontraron en el desierto, pero prefiero
recordar tus palabras.

Nairo no estaba seguro de cómo responder a esto, pero se quedó


impresionado por una repentina preocupación.

-Creo que Kor Phaeron preferiría luchar y fracasar, que buscar la victoria
en paz- el esclavo miró por encima de la barandilla a la ciudadela en la
distancia. -Y puede que tenga razón. No creo que ni siquiera tú puedas
convencer a los guardias de que abran las puertas cuando piensen en lo
que acabamos de hacer con sus compañeros.

-Verás que si, Nairo, lo bien que recuerdo, lo bien que he aprendido-
golpeó al esclavo en el hombro, el gesto suave a pesar de la enorme mano
que lo hizo. -Mis palabras no son para los guardias.

Nairo vio a Lorgar meter su masa en los confines del púlpito. Kor Phaeron
emergió desde abajo, haciendo que Nairo se fuera con un gruñido y ceño
fruncido. Rodeando la cubierta, el predicador se dirigió a la barandilla
detrás de la cabina del conductor y ascendió a la sombra del
compartimento, para observar la caseta de la puerta a lo lejos. El resto de
los que aún estaban a bordo del templo se encontraban con trapos sobre
las orejas.

Con una grieta como un trueno y el silbido de mil serpientes, Lorgar activó
el sistema de direcciones.

4º3

E
- sclavos de Taranthis, escuchen mis palabras. Yo soy Lorgar, el
Portador de la Palabra, mensajero de los Poderes, heraldo de la Verdad.
Hoy vengo a ustedes con buenas nuevas, porque la mirada de los Poderes
ha caído sobre ustedes. Viene el único, uno que nos liberará a todos de la
esclavitud de la ignorancia.

-No son los yugos y grilletes los que los atan a este lugar, es el temor que
ha sido puesto en sus corazones por las doctrinas de la Alianza. Los
misterios del Empíreo han sido escondidos de ti, envueltos en rituales y
lenguaje oscuro. La Eclesiarquia y su sacerdocio se han puesto entre
ustedes y los Poderes, negándoles lo que está en vuestra propia medida
por alcanzar.

-No vengo como alguien que los llevará a la Verdad, porque ya está en
ustedes. Yo, Lorgar, no soy tu salvador, pues no necesitas que te salven,
sino de tus propias inhibiciones. Cada hombre y mujer que escucha estas
palabras sabe de su justicia y de su propio lugar en la mirada de los
Poderes. Agradece entonces que en tus manos se hayan puesto los
medios para la liberación.

-Muestra ahora tu fe, tu dedicación a Su causa, y el Único descenderá del


Empíreo para esparcir la luz de la Verdad sobre todos nosotros. Él no ve
esclavos y amos, porque sólo hay uno arriba para servir, y todos los de
abajo son los siervos. No serás juzgado en tu puesto, sino en tus obras.
No por las debilidades del pasado serás abandonado, sino aceptado por
la fuerza del presente y la promesa del futuro.

-Venganza seremos contra los que se rebelan contra el Único, pero en


amor y benevolencia Él llegará, y vestido en la gloria ardiente de los
Poderes el Único caminará entre nosotros, trayendo paz y propósito a
nuestra existencia vacía.
-No los invito a hacer nada más que lo que Único ya ha puesto en sus
corazones. El Único no exige nada más que tus oraciones y tu amor. Nos
libraremos de estos odiosos sacrificios y nos liberaremos de la ignominia
de la falsa servidumbre. La iglesia renacerá y la grandeza de Colchis será
restaurada, tanto a los ojos de los mortales como de los Poderes.

-Golpe, golpea ahora, por la eternidad que llama. Sean puros de fe y


fuertes de corazón, y confía tu alma al amor del Único.

-¡No tenemos nada que perder más que nuestras cadenas!


4º4

Durante el resto de la Mañana y hasta el Mediodía-largo, hasta el Post-


mediodía a la altura de la fuerza del sol, Lorgar habló, sin detenerse para
no descansar, ni comer, sólo para tomar un bocado ocasional de la botella
de agua que tenía con él. Los demás de la caravana se quedaron dormidos
y se ocuparon de las tareas que eran absolutamente necesarias, los
conversos tomaron turnos para vigilar cualquier movimiento de los
soldados de la Alianza, patrullando cerca de la carretera que ahora estaba
desierta para que pudieran ver la primera señal de una respuesta de
Vharadesh.

La Mañana y el Post-mediodía, el sol estaba brillante y puntiagudo en un


cielo sin nubes, listo para arder a través de la voluntad del alma más fuerte.

Lorgar dejó de hablar, despertando a Nairo y a media docena que lo había


llevado mientras estaba sentado con la espalda contra la base de la torre
del púlpito, con las orejas aún resguardadas contra el ensordecedor
volumen de los altavoces de la oración.

El Portador de la Palabra tenía una mano sobre sus ojos, mirando contra el
resplandor del sol naciente. Nairo siguió su mirada, protegiéndose
igualmente del brillo del orbe en descenso, como si mirara de nuevo a la
mirada de los propios Poderes. Había algo diferente en la puerta de
entrada más cercana, aunque la pared que daba a la caravana aún estaba
cubierta de sombras.

Con un grito involuntario, Nairo se dio cuenta de que la silueta había


cambiado y que había movimiento en la sombra.

Su llamada despertó a otros, incluyendo a Kor Phaeron, quien corrió hacia


la escalera que conducía al techo de la cabina del conductor, arrastrándose
en la cima con muchos aleteos de túnicas. Señaló con un dedo delgado
hacia la puerta de Taranthis.

-Alabados sean los Poderes- declaró el sacerdote. -¡Mira cómo la Verdad


no conoce barreras!

Y así fue.

A través de las arenas se derramó una marea de criaturas harapientas,


riendo y gritando de alegría. Vestidos de harapos, los hombres y las
mujeres tenían extremidades esqueléticas y vientre de desnutrición, pero
la energía de su huida era notable. Docenas, luego cientos, luego miles de
personas estallaron en las minas. Muchos cayeron a la arena y levantaron
sus manos en súplica al sol que no habían visto en muchos años. Otros
vagaban aturdidos sobre los desechos, incapaces de comprender la
naturaleza de la libertad.


4º5

Kor Phaeron rápidamente identificó un nudo de los esclavos


taranthianos que se dirigían directamente hacia el templo, cincuenta o
sesenta en número. Podía ver que llevaban armadura saqueada y llevaban
armas tomadas de sus guardias, líderes sin duda. Hombres y mujeres que
probablemente tenían su propia agenda por encima del simple hecho de la
libertad.
Llamó a Axata mientras descendía a la cubierta principal de la plataforma, y
luego hizo un gesto a Lorgar. El Portador de la Palabra bajó del púlpito,
cansado en cuerpo de su oratoria, su pasión momentáneamente gastada a
pesar de su resistencia sobrehumana.

-Reúne un grupo de bienvenida- dijo Kor Phaeron a Axata, dirigiendo la


atención del converso al grupo entrante. -Toma agua y un poco de comida.
No digas nada de Lorgar, pero tráemelos.

Axata parecía estar en desacuerdo, buscando el apoyo de Lorgar. Kor


Phaeron se mordió un comentario, sabiendo que no era el momento de
irritar a su segundo al mando. Lorgar agitó la cabeza.

-Haz lo que Kor Phaeron dice. Démosle la bienvenida. Preséntaselos y


mantén mi naturaleza en silencio. Aún no sabemos si serán aliados o
enemigos.

-Seguramente han escuchado al Portador de la Palabra y han venido a


ofrecer su servicio, como todos nosotros- dijo Axata.

-Tal vez- respondió Kor Phaeron rápidamente, antes que Lorgar, -pero son
gente desesperada y que puede decir lo que impulsa a una persona en
tales circunstancias. Ve, tráemelos.

Cuando Axata reunió a los soldados que necesitaba y los llevó a la arena,
Kor Phaeron llevó a Lorgar aparte.

-Sabias palabras- dijo. -Nuestro pueblo debe estar unido. Hemos visto de
primera mano los peligros de las facciones creciendo dentro de nuestro
campamento.

-De hecho, y siempre estaré a tu lado- respondió Lorgar.

-Debemos hacer algo mejor que eso, o lo que hemos comenzado hoy se
convertirá en una marea que nos arrastrará. Somos un movimiento
ahora, creciendo en número, y otros estarán celosos de eso. Ellos tratarán
de dividirnos, tú y yo. Tomarán lo que hemos construido y lo pervertirán
hasta sus fines mortales, y la Alianza lo reclamará para sí mismos, los
cimientos de una nueva tiranía en el nombre de un Eclesiarquia
defectuosa.

Pudo ver que sus palabras se hundían en la mente de Lorgar, y llevó a casa
su mensaje.

-Tenemos una oportunidad, sólo una oportunidad para derrocar a la


iglesia corrupta y no podemos permitir que otros nos la quiten. Se
derramará más sangre, pero los Poderes no permitirán que tales
sacrificios sean en vano. La eternidad es la recompensa para los que
mueren en nombre de la Verdad.

-Entonces, ¿qué propones que hagamos?

-Somos como uno solo. Así como el Eclesiarquia es la cabeza espiritual de


la Alianza, así también tiene al Archidiácono de Vharadesh para atender
los asuntos prácticos. Tú eres el Portador de la Palabra, el futuro
Eclesiárca. Yo seré su Archidiácono. Axata es nuestro primer diácono de
armas. Como tal, todos los recién llegados nos conocerán. A mí sus
cuerpos. A ti, sus almas. Inseparables. Infatigable. "Victorioso".

Lorgar sonrió.

-En el nombre de la Verdad y del Único.

Kor Phaeron luchó contra su desviación instintiva, aunque temía que su


hijo adoptivo estuviera al borde de la blasfemia. Las visiones habían
continuado, se habían intensificado, y Lorgar estaba convencido de que un
nuevo Poder se estaba levantando para barrer la alianza. Tal vez todavía
había algo que aprender.

-Por la Verdad y el Único- le aseguró Kor Phaeron.



5º1

Nairo llamó a la puerta de la habitación de Kor Phaeron y esperó,


echando una mirada sobre su hombro a su compañero. Hu Osys era la
portavoz designada de los Taranthianos, uno de los que había despertado a
los esclavos ante las palabras poco escuchadas de Lorgar, llenas de fuego
celoso por el oratorio del Portador de la Palabra. Incluso ahora tenía una
actitud agitada y salvaje mientras miraba con asombro a su alrededor.

-Este es el santuario- susurró Hu Osys. -Donde Lorgar y Kor Phaeron están


en la comuna.

Nairo asintió, sin saber si reírse de esto o temer el fervor de los recién
llegados. Había pasado un día y medio desde que se habían liberado de la
mina. Un tiempo agotador en el que habían caminado por los desiertos
para eludir cualquier posible persecución de las fuerzas de la Alianza. El
polvo cubrió el cuerpo medio desnudo de Hu Osys, sus uñas rotas estaban
llenas de tierra, el pelo cubierto de sudor y arena. El baño era impensable;
el agua que tenían era necesaria para beber.

Al abrir la puerta, Kor Phaeron era una imagen de desorden similar. Sus
mejillas y mentón estaban raspados, así como su cabeza, y rayas de
suciedad marcaban sus manos y brazos donde se había lavado en agua
sucia. Miró a Nairo como si notase un bicho arrastrándose por la cubierta y
luego volvió su mirada despectiva hacia Hu Osys. -¿Quién es?- preguntó
Lorgar desde dentro de la sala. -Déjalos entrar.

-Nairo y uno de nuestros nuevos hermanos- dijo Kor Phaeron, dando un


paso atrás, su irritación por hacer el papel de portero de los antiguos
esclavos se notaba claramente en su expresión. Lorgar estaba sentado en
una gran silla, hecha a medida para su masa, al lado de la cuna que servía
de escritorio para una variedad de tomos y papeles dispuestos
cuidadosamente en la sábana doblada. Nairo vio varios pergaminos
cubiertos en el ordenado cuneiforme que él sabía que era el guión de
Lorgar. Mirando hacia el estante vio más, de hecho, varias docenas. A
insistencia de Kor Phaeron, Nairo y otros habían bordado los glifos del
sacerdocio en las túnicas grises de acólito de Lorgar, para simbolizar su
ascenso a ese rango, aunque no se había ordenado con la Alianza. En
escarlata y cerúleo, a lo largo del dobladillo y del puño y sobre el pecho, los
símbolos de la ortodoxia de Vharadesh habían sido reemplazados por
símbolos ideados por el propio Lorgar, declaraciones de la Verdad, como el
Profeta del Único, y el Portador de la Palabra.

Nairo inclinó la cabeza en súplica mientras Hu Osys caía de rodillas, la


frente presionada contra la pintura gris descascarada del suelo metálico.

-Perdona esta intrusión en tus estudios, Portador de la Palabra- comenzó


Hu Osys. Lorgar miró a Nairo con un cuestionable ceño fruncido. Nairo se
encogió de hombros en respuesta. Los caminos de los Taranthianos no
eran su responsabilidad. -Tenemos algo que pedirte, portavoz de la
Verdad.

-Pregúnta- dijo Lorgar, dejando a un lado su lápiz automático para poner


las manos en su regazo. -Y por favor, levántate.


5º2

Vacilante, Hu Osys recuperó los pies, las manos se agarraron al sencillo


cinturón de cuerda que sujetaba su falda a la cintura. El garrote de un
guardia de la Alianza colgaba de su cadera, que llevaba más como un trofeo
que como un arma.

-Hay cinco mil de nosotros que huyeron de los Taranthis, eruditos- dijo. -
Aunque trajimos el agua y las raciones que pudimos en el momento en
que tuvimos que partir, nuestros suministros están peligrosamente bajos.
Me preguntaba si podría decirnos cuánto tiempo debemos aguantar
hasta que lleguemos a dónde vamos.
Lorgar miró a Kor Phaeron para responder.

-Otros dos días, si puedes mantener el ritmo- dijo el Archidiácono de la


Verdad. -Nos dirigimos a Meassin, donde los matones de la Alianza
supervisan las plantaciones de algodón y lino. Diez mil trabajadores bajo
sus látigos en los campos y molinos para tejer lino para los impíos
hipócritas de Vharadesh. Una cosecha madura para el Portador de la
Palabra.

Hu Osys miró a este consternado y se puso las manos en la cara.

-No tenemos el alimento ni el agua para tal viaje, grandes líderes- dijo,
mirando implorablemente desde Kor Phaeron hasta Lorgar. -El desierto no
es lugar para alimentar a cinco mil bocas.

-¿Qué quieres que hagamos?- dijo Kor Phaeron. Hizo un gesto con la mano
hacia los panes y las ovejas colocadas sobre una mesa al lado de Lorgar. -
¿Conjurar comida y vino de las escasas provisiones que tenemos para
nosotros mismos?

-Puedo prescindir, por un tiempo- dijo Lorgar. Se acercó a la bandeja.

-Ni siquiera tu apetito coincide con el de cinco mil- respondió Kor


Phaeron. -Los Poderes no dan sus dones libremente, tanto como nosotros
los llamamos dones. Su gratitud se gana a través de la prueba de la fe.

Lorgar asintió con tristeza, retirando la mano mientras su mirada se posaba


sobre Hu Osys.

-Mi Archidiácono tiene razón. Este no es un camino para ser pisado por
los de voluntad débil. Dos días. En Meassin haremos una pausa, y tú
beberás en los pozos, y te alimentarás en las zanjadoras de la Alianza.
Comparte lo que tienes, como creas conveniente. Oren y sepan que sus
acciones los llevan más cerca de la Verdad. Aquellos que los Poderes
juzguen dignos sobrevivirán.

Volvió a sus libros, rechazando en silencio a su público. Hu Osys asintió con


la cabeza y se retiró con pasos aleatorios, murmurando gracias al Portador
de la Palabra por su sabio consejo.


5º3

Nairo estaba en el umbral, consciente de la mirada despectiva que Kor


Phaeron le dirigía.

-Tienes algo más que decir- preguntó el Archidiácono.

Si alguna vez iba a hablar, a poner a prueba la supuesta ideología igualitaria


del Único, ahora era tan buen momento como cualquier otro.

-Lorgar, tenemos provisiones en la caravana que podríamos compartir


con los taranthianos. Los nómadas pueden cazar...- su voz se calló al notar
que el Portador de la Palabra estaba sentado inmóvil, su mirada estaba
distante, el único movimiento era el aliento en su pecho.

-Otro Mediodía-largo y otro Post-mediodía a lo sumo, eso es todo lo que


ganarán con ello- dijo Kor Phaeron. -Las decisiones dolorosas aún deben
ser tomadas, las pruebas aún deben ser llevadas a cabo. ¿Qué estás
mirando?

El Archidiácono se volvió y su estado de ánimo cambió instantáneamente,


su beligerancia desapareció para ser reemplazada por algo así como el
dolor. La ira rápidamente regresó cuando Kor Phaeron empujó a Nairo
fuera de la puerta.

-¡Vete!

-¿Qué está haciendo?- la voz de Kor Phaeron bajó a un fuerte susurro.

-Comunicarse con el Único. ¡Déjanos! No hables de esto a nadie más, o a


la hermandad o veré tu piel colgando como una bandera del mástil.
La puerta se cerró de golpe en la cara de Nairo un momento antes de que
escuchase un sordo gemido bajo, seguido rápidamente por indistintas
palabras de consuelo de Kor Phaeron. Consternado, Nairo se retiró a lo
largo del camino, inseguro de qué pensar del episodio.


5º4

Ver a alguien tan vital, tan físicamente imponente como Lorgar en dolor
era terrible. El Portador de la Palabra estrechó sus manos contra sus sienes,
los ojos cerrados, la mandíbula apretada mientras se mecía de un lado a
otro en su silla. Kor Phaeron ni siquiera sabía lo que decía; simplemente
dejó caer de sus labios un chorro de palabras, esperando que Lorgar
pudiera oírlas. Ofreciendo consuelo y apoyo, aunque parecía como si los
Poderes hubieran clavado clavos calientes en el cerebro de Lorgar.

Una prueba, se recordó a sí mismo. Todos los logros se lograron a través de


la adversidad. El dolor era el salario del mortal, el precio pagado en el
camino hacia la inmortalidad.

Con un último gruñido, Lorgar se enderezó y abrió los ojos, su mirada aún
vidriosa y distante. Ahora llegó la recompensa y la sonrisa que se deslizó
por su rostro fue sublime, el placer tan contagioso que Kor Phaeron no
pudo evitar sonreír para presenciarlo. Parecía aún más intenso que en
ocasiones anteriores.

Tomó uno de los bebederos y se preparó.

Lorgar se estremeció visiblemente y su alma volvió a los sentidos de la


concha mortal en la que normalmente residía. Kor Phaeron no podía
imaginar cómo eran estos viajes al Empíreo, y Lorgar había sido
extrañamente reacio en sus discusiones.

Ahora miraba a su Archidiácono con un destello en los ojos, una energía


que Kor Phaeron no había visto desde que decidió enfrentarse a la Alianza
en Taranthis.

-Estamos reivindicados, padre- dijo Lorgar. En esos momentos de


vulnerabilidad, cayó en la denominación patriarcal, pero Kor Phaeron ya
estaba acostumbrado a ella y la dejó pasar desapercibida. Lorgar tomó el
agua con una inclinación de cabeza agradecida y bajó el contenido. Sonrió
más ampliamente. -Los Poderes me han enviado una nueva visión.

-¿Nueva?- Kor Phaeron hizo la pregunta a la ligera, pero la declaración hizo


que su corazón se estremeciera. La primera visión los había encaminado
hacia la confrontación con la Alianza. ¿Estaba Lorgar a punto de cambiar de
opinión, de hablar de un nuevo destino? -¿No es una visión del Elegido?

-Estaba allí, como antes. Oro y luz personificados. Otro estaba con él.

-¿El Único se ha convertido en el Dos?

-Un mago, vestido de azul, como los dibujos de los antiguos chamanes.
Con un solo ojo, mirando con el brillo de los Poderes, viéndolo todo.

-Un dios de oro y un hombre sabio- dijo Kor Phaeron. -¡La reivindicación,
en efecto! Los Poderes afirman de nuevo la Verdad, asegurándonos que
pisamos el camino. Tú serás el dorado y yo el mago.

-Creo que es así- dijo Lorgar, poniendo una mano sobre el hombro de Kor
Phaeron. El sacerdote tembló ante el pensamiento y las lágrimas
empañaron su visión.

-Siempre había creído...- se arrodilló, sosteniendo la enorme mano de


Lorgar en la suya. -Sabía qué hacía el trabajo de los Poderes. Otros me
despreciaban, pero aún así sabía que la Verdad sería conocida. A través
de ti, Lorgar, así será.

-A través de nosotros- dijo Lorgar. -Debemos predicar la Palabra del


Único, y la Verdad regresará a Colchis.

Y yo seré el Archidiácono de la Alianza, pensó Kor Phaeron, elevado a mi


puesto legítimo como señor de Vharadesh.

61º

De Meassin a Ahesh Ahuk, y de allí a Kofus en las llanuras de lava de


Toursas, los seguidores de Lorgar viajaron de campamento en
campamento, sofocando la resistencia armada que se levantó contra ellos y
hablando con los esclavos liberados. Diez mil, veinte mil, treinta mil eran
las huestes del Único cuando liberaron a los internos de las plantaciones de
Seasas y Ouresh.

El número de devotos reunidos resultó problemático, como después de


Taranthis, y se estableció un campamento semipermanente en Merina
donde la mayor parte de los fieles permanecieron mientras Lorgar tomaba
el núcleo de los conversos hacia el desierto más profundo, siempre
impulsado por sus visiones para allanar el camino para la llegada del Único.

-No basta con romper las cadenas de los esclavos. Hay otros que han
buscado socorro de la Alianza y han sido rechazados- dijo Lorgar a Kor
Phaeron después de que el Portador de la Palabra anunciara que una vez
más se dirigían a Las Arenas que Cazan.

-No hay nada de valor en el Barrenos Bajos- contestó Kor Phaeron, pero
Lorgar simplemente sonrió. El Archidiácono no aceptaría esto. -
¿Reclutarías a más de los Rechazados? Eso llevaría una eternidad. Los
esclavos vienen a nosotros mil, tres mil a la vez. Los nómadas de los
desechos viven en tribus de no más de trescientos o cuatrocientos. Si los
encontraras, malgastaríamos todos nuestros recursos en el
reclutamiento. Este plan es una locura, Lorgar. Deberíamos dirigirnos a
los salares de Ghastaresh.

Sin embargo, Lorgar no se dejaría influir y, con su calma, insistió en que se


dirigieran a los Barrenos Bajos en la siguiente Mañana, lo que anunciaría el
próximo Amanecer.
El viaje no fue tan tormentoso como el primero, aunque los vientos
agitaban y las arenas despojaban de pintura de metales y maderas con una
furia que desollaba la carne descubierta. Cuando se les preguntó hacia
dónde se dirigían, Lorgar no respondió directamente, diciendo sólo que
estaba siendo guiado por el Único. Kor Phaeron continuó consolándolo
mientras las repetidas visiones atacaban los pensamientos despiertos de
Lorgar, siempre del guerrero de oro y del mago vestido, que el
Archidiácono tomaba como señal de que los Poderes seguían contentos
con el curso que sus mensajeros habían tomado.

Luego se encontraron con la extensión conocida como el Cráter de los


Susurros: cuarenta kilómetros de ancho, marcado en los desechos en una
época pasada y cubierto con los escombros de una ciudad del cielo rota.
Riqueza para cualquiera que se atreviera a su borde, pero estos cazadores
de tesoros eran pocos y muy escasos, ya que el cráter estaba maldito por
los Poderes, perseguido por una bestia que vivía bajo la arena y devoraba
expediciones enteras.

Los nómadas tenían muchos nombres para el monstruo, cuya presencia les
obligaba a desviarse un día y más en sus viajes entre los oasis de Fourrh,
Khornasa, Al Nerga y Ashadsa.

La Serpiente de Khaane fue llamada, y la Perdición de las Ciudades. En la


mayoría de los casos se le conocía en la leyenda Declinada como el
Kingwyrm.


62º

Fue con cierta ansiedad que la caravana cruzó la roca estriada hacia el
tazón del cráter a principios de la Mañana. Yates de patrulla y vigías
recorrían las arenas en busca de cualquier signo de la diabólica criatura. A
la orden de Lorgar dejaron sus vehículos en tierra rocosa y se aventuraron
a pie, envueltos en túnicas y llevando gruesas sombras contra el fuerte sol.
Los vientos rápidamente erradicaron todo rastro de su ruta, pero el lento
ascenso del orbe de los Poderes les dio los medios para navegar por el
corazón del Cráter de los Susurros. Habían recorrido unos cuatro
kilómetros cuando los exploradores gritaron a bordo de unos cuantos
centenares de metros más adelante.

Lorgar lo vio después con sus ojos inmortales, pero sólo unos momentos
antes de que Kor Phaeron viera lo que había dado la alarma.

Una cresta de arena, de unos diez metros de altura, que atraviesa las dunas
en un curso paralelo al suyo. Axata llamó a los varios cientos al orden, al
principio reuniéndolos en masa para reunirse con el Kingwyrm mientras
observaban cómo cambiaba su curso, dando vueltas a su alrededor ahora
que se habían detenido. Era imposible saber su posición.

-¡No!- Lorgar los llamó. -Dispérsense. No le des un solo objetivo.

Escuchando estas sabias palabras, los conversos se dividieron en grupos


más pequeños, colocando varias docenas de metros entre ellos a medida
que la protuberancia en el suelo que era el Kingwyrm se giraba
bruscamente y se dirigía hacia ellos. En el centro estaba Lorgar, con maza
en las manos, con la sombra descartada para que pudiera moverse
libremente, sudor que corría por gruesos ríos desde su cuero cabelludo
calvo. Su piel era del color del oro líquido a la luz del sol, con músculos
inhumanos saltando por debajo.

A medio kilómetro de distancia, la joroba en las arenas desapareció.


63º

Con el progreso de su enemigo oculto a la vista, los conversos


empezaron a entrar en pánico, gritándose unos a otros para ver si su curso
había sido espiado, acercándose de nuevo, buscando instintivamente la
protección del grupo.
-¡Mantengan la distancia!- rugió Lorgar, pero su advertencia llegó
demasiado tarde.

En una espuma de roca rota y arenas rojas de cientos de metros de altura,


el Kingwyrm estalló desde las profundidades del desierto, con sus fauces
colmadas abiertas para tragarse a dos docenas de conversos en medio de
varias toneladas de arena y ceniza. Con un choque que hizo que las ondas
fluyeran por la arena, la monstruosa bestia cayó sobre la superficie,
aplastando a otros treinta hombres y mujeres bajo su peso.

Kor Phaeron estaba arraigado en el lugar, nunca en su vida se había


enfrentado a algo tan aterrador. Aquí estaba la ira de los Poderes
encarnados y su primer pensamiento fue por las injusticias que había
cometido con su servicio de labios a los sermones de Lorgar sobre el Único.
Ofreció una oración silenciosa y una disculpa en ese momento,
prometiendo no desviarse nunca más del camino de la Verdad del Empíreo.

El Kingwyrm no era ni gusano ni serpiente, ni ninguna criatura


representada en las historias y bestiarios que Lorgar había traducido para
Kor Phaeron. Tenía cerca de doscientos metros de largo y sus flancos
brillaban con escamas triangulares de oro y rojo, cada una del mismo
tamaño que el escudo completo de un guerrero. Púas negras como
miembros vestigiales, cada una de cinco metros de largo, tachonadas a lo
largo de su longitud, arrastrándola a través de la arena. Detrás de su
cabeza había una cresta ósea, con volantes, que rodeaba su cuello,
ligeramente entrelazado y tembloroso, marcado con anillos de ocre y azul
entre el oro.

Tres grupos de ojos multifacéticos miraban al Archidiácono desde debajo


de las cejas calientes, el sol, la arena y los guerreros muertos reflejados en
órganos parecidos a una gema, cada uno del tamaño de su cabeza. La boca
se dividía casi a lo largo de la cabeza de cinco metros de largo, forrada con
varias filas de dientes en forma de cimitarra, negros como las púas
ambulantes, goteando saliva espesa cuyo hedor nocivo podía olerse
incluso a esta distancia. Huesos rotos y trozos de carne de los conversos
encajados entre los colmillos junto a trozos viejos de cadáveres podridos y
los huesos de animales que habían vagado por la guarida del Kingwyrm.


64º

Axata y sus guerreros respondieron con gritos y maldiciones, mientras


que las ráfagas de fusil y las flechas explosivas rebotaron inofensivamente
en las gruesas escamas del Kingwyrm. El monstruo golpeó su cola,
aplastando a otra veintena de soldados de Kor Phaeron, tallando un surco
de un metro de profundidad en la arena roja.

Lorgar inició una carrera, dirigiéndose directamente hacia el Kingwyrm, con


un mazo en una mano mientras aceleraba a toda velocidad, pareciendo
que volaba sobre las dunas de arena, dejando apenas una huella a su paso.

El Kingwyrm lo vio y se enrolló, levantando su cabeza treinta metros por


encima del desierto, silueteada contra la mirada despiadada del sol
naciente. Se balanceó de izquierda a derecha, con ojos brillantes juzgando
la aproximación de su presa.

Sin hacer ruido, el Kingwyrm se lanzó, su enorme mandíbula cayó sobre el


Portador de la Palabra, levantándole en un torbellino de arena y rocas
rotas.

Kor Phaeron lanzó un grito de consternación y cayó de rodillas, su arma


cayó de sus entumecidos dedos. Vio con incredulidad como el Kingwyrm se
levantó de nuevo, arrastrando una avalancha de arena de su mandíbula,
enderezando su cuello para tragar. Gritos similares de horror y miedo
resonaron de los conversos.

De repente, el Kingwyrm inclinó su cabeza, flexionando su cuello de nuevo,


como si su comida se hubiera atascado. Hizo un espasmo y lanzó su cabeza
hacia un lado, chocando contra el suelo para aplastar un puñado más de
convirtiéndolos en pasta ensangrentada. La cabeza del monstruo golpeaba
a través de las dunas, sus garras agitaban el aire y la arena con revueltas
descoordinadas.

Una onda pasó a lo largo de la bestia de la cabeza a la cola, arrojando


toneladas de suciedad al aire, un escalofrío que sacudió las púas mientras
la cresta revoloteaba durante varios latidos del corazón y luego cayó coja.

Kor Phaeron miró atónito mientras la boca del Kingwyrm se abría


lentamente, con la mandíbula separada de su interior por Lorgar, quien se
tambaleó a lo largo de una lengua como si fuera una rampa de embarque,
antes de caer de bruces en la arena.

Casi como uno, los conversos y Kor Phaeron estaban de pie y corriendo en
ayuda del Portador de la Palabra.

-¡No me toques!- Lorgar advirtió, poniéndose en pie con dificultad,


recubriendo de pies a cabeza la saliva del Kingwyrm. Su piel se desprendía
del músculo en algunos lugares, gotas de grasa derretida cayendo a la
tierra. -Su saliva quema la carne.

El Portador de la Palabra se arrojó a las arenas y raspó lo que pudo de la


espesa mugre de su cuerpo desnudo, exponiendo carne cruda en algunos
lugares cuando terminó. Sólo entonces dejaría que Kor Phaeron atendiera
sus heridas, con la orden a Axata y a los demás de volver a la caravana y
salvar las escamas y los huesos que pudieran del enorme cadáver.

-¿Y qué harías con ellos?- preguntó Axata.

-Haz una señal- dijo Lorgar, -para que todos los que pasen vean que el
asesino del Kingwyrm se encuentra en Merina. La Palabra viajará más
rápido y más lejos de lo que nunca pudimos soportarla nosotros mismos.

71º

-¿Q ué quieres decir con, eso es todo?- dijo Lorgar. Giró su inmensa
cabeza calva y miró hacia Nairo, con la cara destrozada por la irritación. -
Todo lo que veo es polvo y humo, y mis ojos son mucho más brillantes
que los tuyos.

-Y eso es todo lo que verás de la legendaria Ciudad de las Flores Grises


este velatorio principal- contestó Nairo. Mientras los dos estaban de pie
en la proa de la grúa del templo, justo por encima, miró la neblina de arena
y nubes en el horizonte. -Y en la Mañana verás por qué.

Habían pasado nueve días más desde la victoria de Lorgar al Kingwyrm, en


la que muchos Declinados habían acudido en masa a la llamada de aquel a
quien llamaban el ´llamador de lluvia´ y ´mata wyrms´. Hacia los lados
habían viajado, a través del desierto y hacia la Periferia, el Portador de la
Palabra, con la intención de llegar a Vharadesh como si se tratara de una
cita desconocida con los Poderes.

Fiel a la palabra de Nairo, habiendo viajado a través del Post-mediodía al


Amanecer, la caravana de los discípulos de Kor Phaeron llegaron a los
primeros caminos adecuados que llevaron a la famosa Vharadesh mientras
la luz de la Mañana se extendía a través de las cimas de los acantilados
costeros.

Dejaron atrás al resto de las decenas de miles de conversos de Lorgar, para


acampar lejos de la vista de la ciudad y sus defensores. Al salir de la
periferia, al principio no había tráfico, ya que la mayoría de los visitantes de
la ciudad venían por las carreteras costeras de Assakhor y Tezenesh. Este
tráfico trajo consigo mucha suciedad y hollín, niebla y suciedad, y el humo
de su estela cubrió la ciudad desde la muralla hasta la torre más alta, de
modo que sólo se podía ver el bosquejo más vago de las torres y el alto
pináculo del templo principal.
Pronto llegaron a las llanuras, las arenas se convirtieron milagrosamente en
terrazas de arrozales y campos de cereales que fluían a fuerza de los
arcanos sistemas de irrigación excavados bajo la tierra. Los sistemas de
filtración y desalinización, puestos en marcha por los antepasados en una
edad incalculable, continuaron suministrando agua dulce hasta quince
kilómetros de la ciudad, aunque cada año se producían más averías y
pérdidas irreversibles; en algunos lugares, hectáreas de tierras que antes
eran fértiles habían regresado a los matorrales y a la naturaleza salvaje,
dejando retazos de gris y rojo entre el amarillo y el verde.

Los esclavos trabajaban los campos bajo la mirada de los supervisores,


mientras que las cosechas de arroz, que requerían un amo o amante
mucho más atento y amoroso, se daban como recompensa a los granjeros
libres, a cambio de una lealtad continua a la Alianza. Por encima de la
cabeza, los dirigibles iban a la deriva en las cuerdas de amarre, sus cargas
de harina molida, arroz seco y otras riquezas del "arco fértil" levantadas en
largas cuerdas para ser transportadas a Vharadesh o enviadas en el
comercio a las otras aglomeraciones que existían en el borde del vasto
continente principal de Colchis.

Nairo observo a los esclavos, recordando el capricho de los Poderes que lo


habían puesto bajo el mando de Kor Phaeron en lugar de bajo el látigo de
los matones de un cultivador de avena. Señaló a un campo cercano de
comunicación verde, y a los hombres y mujeres que tiraban de las malas
hierbas de entre las rígidas filas.

-Ese podría haber sido yo, Lorgar- dijo. -Guardado en la esclavitud de la


Alianza, podría haber vivido mis días en una de estas plantaciones.

-Pero no lo hiciste, y los Poderes te trajeron a mí- respondió el joven,


comprendiendo su intención. Hizo la pregunta obedientemente. -¿Cómo
conociste a Kor Phaeron?

Antes de que Nairo pudiera dar la respuesta, un grito del predicador llamó
la atención de todos. Sobre el púlpito, Kor Phaeron se dirigió a su gente.
-Nos acercamos al santuario de las serpientes- les advirtió. -Estén atentos,
porque el aire mismo está corrompido por su complacencia. No hay un
solo aliado aquí para nuestro mensaje, no confíes en nadie a quien te
encuentres en nuestro camino. Cada esclavo es un ojo de la Alianza, cada
comerciante una oreja. El nombre de Kor Phaeron no es bienvenido en
estas tierras, así que, si te preguntan, dirá que viaja bajo el dominio de
Kor Adaon. No digas nada de nuestro propósito, si es posible, y poco si
no. Simplemente somos buscadores de sabiduría, habiendo completado
una peregrinación misionera en los desiertos. ¡Lorgar! ¡Quítenlo de la
vista! No tendremos nuestra llegada anunciada por los rumores de que
un gigante vino a las Torres Sagradas.

Lorgar señaló su asentimiento a Kor Phaeron antes de desaparecer en las


profundidades de la estructura del templo, una hazaña que se había vuelto
cada vez más difícil a medida que aumentaba su altura y masa. Incluso
ahora, de casi dos metros de altura, no mostraba signos de haber
alcanzado su tamaño máximo. Tomó las raciones de cuatro esclavos y
comió lo suficiente para veinte. Nairo lo vio irse, sintiendo el mismo vacío
repentino de espíritu que experimentaba cuando se veía privado de la
compañía de Lorgar.

-Prepárense para nuestra llegada, estaremos en las puertas antes del


Mediodía-largo- declaró Kor Phaeron.


72º

Vharadesh tenía el mismo aspecto que cuando se habían ido Nairo con
Kor Phaeron y su secta, un equipaje sin consecuencias como los otros; el
hecho de que no hubieran pagado ninguna parte voluntaria de la herejía
de Kor Phaeron había sido irrelevante.

La ciudad estaba rodeada por un muro cortina de piedra arenisca, sílex y


granito de veinte metros de altura, muy reparado en algunos lugares, con
la puerta principal flanqueada por torres gemelas de obsidiana. Más allá, a
través del polvo y el humo de las hogueras y los motores, las agujas y
torres de mil templos se elevaban sobre la línea de la muralla, alicatadas en
gris y rojo, sus ladrillos y piedras ocultas por yeso de colores.

A través de la neblina que oscurecía se podían divisar las flores, colgadas


en las decenas de miles de balcones y púlpitos externos, repisas de las
ventanas y canastas de los techos. El famoso lirio de la luna florecía por el
cual Vharadesh fue nombrado a veces la Ciudad de las Flores Grises y de
cuyos pétalos fueron aplastados los tintes por las ropas del sacerdocio.

Los giroscopios de mensajería zumbaban de un lado a otro, tejiendo entre


bandadas de gaviotas querubines y cuervos del templo levantados como
mensajeros entre las diversas denominaciones que formaban los niveles
inferiores de la jerarquía de la Alianza.

A lo lejos, en el Monte de los Profetas, el Templo Espiral se podía ver como


un dedo que señalaba al Empíreo, un kilómetro de blanco y oro, negro y
plata rematado por un pináculo de cristal. Debajo había una veintena de
cúpulas, cada una de ellas el techo de una nave capaz de albergar a una
audiencia de miles de personas, montadas con interpretaciones del libro y
la llama Vharadesh era la grandeza de la orden más elevada, una
inmaculada representación de la santidad física construida según
protocolos ordenados, de modo que las voces y las oraciones del mundo
mortal pudieran elevarse hasta el Empíreo. Era el hogar de un millón y más
de almas, y de tres veces más esclavos que, como atestigua el dogma, no
tenían almas dignas de ser salvadas.

Fue este último hecho el que quedó grabado en la memoria de Nairo. Hizo
un esclavo por testificar a favor de un esclavo. Luego, esclavizado a su vez y
entregado a un predicador que más tarde sería exiliado por sus propias
herejías. Nairo había pasado más tiempo como maestro que como esclavo
dentro de los oscuros muros, pero el medio año entre su contrato con Kor
Phaeron y su conversión en los Barrenos fue un largo catálogo de miseria
tras otro.
A pesar de todo ello, la ciudad ofrecía una verdadera oportunidad de
libertad, cualquiera que fuera la forma que adoptara.

Se tragó su nerviosismo, aunque dadas las circunstancias de su misión, los


demás no se lo tomarían a mal por mostrar un poco de malestar. Axata
estaba alerta y listo para actuar en un momento. Sus conversos también
estaban registrando las otras caravanas, la masa de gente y vehículos que
transitaban por las carreteras de la costa, acumulándose en un lío de colas
y campamentos alrededor de la puerta. Por encima de los dirigibles de
suministros zumbaban, los motores solares era el telón de fondo del
gruñido y las charlas de los comerciantes y peregrinos que acudían en
tropel alrededor de las murallas de la Ciudad de las Flores Grises.

Dentro de un perímetro de guardias de la ciudad, las masas convergentes


se convirtieron en un montón de bestias, carros y peatones que trataban
de pasar por el espacio de una puerta de diez metros de ancho. No había
nadie que dirigiera el tráfico, así que hubo muchos gritos y maldiciones,
invocación de los Poderes y los profetas, y hostigamiento general.

Kor Phaeron no tenía por qué preocuparse por el secreto. El Templo y sus
carros de escolta no se habían acercado más de dos kilómetros a la muralla
cuando se separaron las multitudes de misiones comerciales, penitentes y
peregrinos que se encontraban alrededor de la puerta. Un cuerpo de gente
de varios cientos de personas emergió de la ciudad, cortando a través de la
corriente de la humanidad como una hoja de cuchillo apuntando a Kor
Phaeron.

Los portadores de la Alianza, como se les conocía, estaban vestidos con


túnicas de acólito, pero sobre los pliegues de la tela llevaban caparazones
de armadura y cascos visores. Las barras simbólicas que llevaban, duelas
de madera negra de un metro de largo atadas con alambre de plata,
estaban equipadas con mauls de choque en caso de que la muchedumbre
se volviera demasiado rebelde, pero eran las armas que llevaban en la
espalda, los bozales de sus cañones que salían amenazadores de las torres,
los que les daban verdadera autoridad.
Axata y sus conversos se desplegaron alrededor de la carreta, avanzando
con sus armas mostrando, pero no desenvainando.


73º

Nairo y los demás esperaban la orden de Kor Phaeron, temerosos, pero


también decididos. Lorgar, aunque no estaba presente, había hecho
conocer su implacable voluntad. Primero la Verdad y la Palabra, y sólo
después de todos los intentos pacíficos vendría el golpe de la maza. Si la
Alianza le impidiera el paso a la ciudad, los siervos del Único no llamarían a
los miles de fieles que quedaban para forzar el asunto.

-Uno en el Empíreo, por encima de todos los demás- murmuró el antiguo


esclavo, -si la palabra de un humilde maestro es digna de algo, por favor,
que me acompañe en este día. He cuidado de tu hijo, Lorgar, y he tomado
su Palabra como mía, adoptando la Verdad tal como la ha dicho. Por muy
grandes que sean las recompensas de la vida eterna en el Empíreo,
realmente preferiría que mi vida mortal no terminara aquí.

Los portadores de la vara vestidos de oscuro se formaron delante de Axata


y sus conversos, dejando de lado cualquier esperanza de que su avance
hubiera sido una coincidencia El olor de los gases de escape se deslizó
sobre la carreta e hizo que Nairo tosiera, y luego descendió el silencio,
nada más que el golpeteo de su corazón en el pecho para perturbar la paz.

Kor Phaeron dio varios pasos hacia los guerreros de la Alianza, pero antes
de que pudiera hablar rompieron filas, formando un hueco en sus líneas
para los ocupantes de un solar sombreado. De este transporte salieron una
docena de hombres y mujeres vestidos con los colores de los sacerdotes,
iconos que llevaban en la espalda y que mostraban que eran de rango
moderado dentro de la compleja y precisa jerarquía de la iglesia de
Vharadesh.
De otro transportador venían más portadores de la vara, pero con ellos
trajeron varios bichos, cuyo contenido parecía como mantas y sábanas
amontonadas. Cayeron detrás de los sacerdotes, mientras el séquito se
acercaba vacilantemente, sus ojos vagaban sobre todos los presentes,
mirando más asustados que Nairo.

-¿Dónde está el gigante?- preguntó una sacerdotisa de cabeza rapada con


las mejillas tatuadas de azul oscuro, con anillos en sus delgados dedos.

-El Portador de la Palabra no está aquí- respondió Kor Phaeron,


rápidamente a la extraña situación. -Soy Kor Phaeron, Archidiácono de la
Verdad Única.

-Soy Coadjutor Silena- dijo la sacerdotisa. -Eres bien conocido en esta


ciudad, Kor Phaeron. Pero no es a ti por quien hemos venido. ¿Por qué el
Portador de la Palabra no está contigo?

-Yo soy su Archidiácono- insistió Kor Phaeron. Aunque hablaba con


seguridad, Nairo bien podía imaginar la confusión que se producía en los
pensamientos de su antiguo señor. No sólo se conocía su presencia, sino
que se esperaba, pero esto parecía ser una bienvenida, no una
reprobación.

-¿Cuál es su propósito al detenernos de esta manera?- continuó Kor


Phaeron.

-No está detenida- dijo Silena, sorprendida por la implicación. Hizo un


gesto a los guardias con las camillas para que se adelantaran y los
sacerdotes se separaron para dejarlos. Nairo podía ver que cada uno
llevaba de hecho un cuerpo, cubierto con una mortaja de la Alianza. ¿Una
amenaza, quizás? ¿Kor Phaeron había enviado agentes a la ciudad antes de
su llegada? -Tenemos un regalo para Lorgar.

Axata y los demás pusieron las manos sobre sus armas, mirando
sospechosamente a los portadores de la vara. Nairo intentó retroceder sin
moverse, poniendo sutilmente un poco más de la mayor parte de la carreta
del altar entre él y los ejecutores de la Alianza.
Al asentir con la cabeza del coadjutor, los guardias retiraron los sudarios,
revelando a tres hombres y cuatro mujeres, caras hinchadas y descoloridas
por el estrangulamiento o quizás por el veneno. Pero no fueron sus rostros
los que sacaron el grito de alegría de Nairo, sino sus túnicas, pues seis
llevaban el atuendo gris y blanco de los jerarcas, y el séptimo el atuendo
gris paloma del propio Eclesiárca.

-Alabado sea el Único- declaró Silena, el llamado al que se hicieron eco los
demás sacerdotes y portadores de vara. Ella sonrió a Kor Phaeron mientras
su grito desaparecía con el viento creciente. -Tus hazañas te preceden,
Archidiácono. El espíritu del Único se ha movido entre nosotros.
Vharadesh está listo para recibir a su verdadero señor, Lorgar el Portador
de la Palabra. ¡Alabado sea el Dorado!
LA HERMANDAD
963.M30
47-6, (antes Therevad)

Fue un placer quemarlo. Había un olor particular a la quema de libros


que ponía a Kor Phaeron en la mente de cierto incienso de invierno que se
usaba en el Templo de la Alianza. A cada hora de oración se elevaban a su
oficina las briznas de los humos, señal de que todo estaba progresando a
su debido tiempo, tal como él lo había ordenado.

Un rico humo llenó las bóvedas de Caralos. La naturaleza de los volúmenes


que estaban siendo incendiados lo hizo más dulce para el Primer Capitán.
Volúmenes de tradiciones imperiales. Libros dedicados a la veneración del
Emperador. Tratados sobre la Verdad Imperial, tratados de
Rememoradores, delgados panfletos de oraciones dedicados al Que
Gobernaba Terra.

Con las llamas de la mano continuando su ardiente trabajo, el Círculo de


Ashen se movió metódicamente a través de los archivos, abriendo los
estantes con sus rastrillos de hacha para hacer piras de papel y pergamino.
Los Capellanes de los Portadores de la Palabra, una vez creadores y
curadores de esta sabiduría coleccionada, vaciaron frascos de aceite claro
que ya no se consideraban bendecidos, antes de que los escuadrones
reunidos giraran sus armas sobre los montones empapados de páginas
destrozadas. Las llamas se elevaron hasta el techo, pero el humo y el fuego
no eran un obstáculo para los guerreros con armadura de poder.

Era la voluntad de Lorgar que todo rastro del Culto del Inmortal Emperador
fuese borrado de la Legión, que los Portadores de la Palabra quitarían los
rastros de su ignominioso pasado de los mundos de la complacencia, por
miedo a que el Emperador hiciera otra demostración de hacerlo por ellos,
como había hecho en Monarchia. Si el credo de Lorgar fuera borrado de la
galaxia, sería por las manos de sus propios hijos y no por las de ningún
otro. Cumplir las órdenes de su primogénito en un asunto tan importante
había hecho surgir a los más celosos del Círculo de Ashen, incluso a
aquellos que habían jurado firmemente los ideales defendidos por su fe en
el Emperador, que estaba fuera de toda ley.

Kor Phaeron se glorió en la destrucción por razones que no compartió con


la mayoría de los presentes. Era el fin de una falsedad. No importaba si el
Emperador era un dios. No era uno de los Poderes, y era a esos seres
inmortales a quienes debía su primera y única lealtad. La 'Vieja Fe', había
empezado a llamar a sus creencias entre un creciente grupo de
conspiradores. La Hermandad volvió a vivir, desovando desde el Corazón
Oscuro de la XVII, como lo había hecho en Colchis.

Había muchos que deseaban la fe, la necesitaban para sostenerlos en estos


tiempos difíciles. Si se prohibía la fe en el Emperador, buscarían en otra
parte para llenar el vacío, y fue entonces cuando Kor Phaeron tuvo su oído.

Cuando todo en las bóvedas inferiores estaba en llamas, Kor Phaeron hizo
una señal para que su compañía ascendiera desde las profundidades hasta
el nivel de la superficie de la bóveda sellada, dejando a su paso una ruina
ardiente. Llegaron a la nave principal de la biblioteca, la escritura
acumulada de un siglo forrada sobre estantes de ébano. De las vigas de
arriba colgaban pancartas que representaban a Lorgar coronado en el halo
de la luz del Emperador. Águilas de oro con ojos de rubí adornaban los
capiteles de los pilares que sostenían el techo de mosaico. Largos
pergaminos entintados de rojo con letanías de devoción hicieron
serpentinas a través de estante tras estante de libros.

-Un destino justo, largamente demorado- declaró el Teniente Comandante


Menelek. -Nunca entendí por qué los colchisianos eran tan inflexibles
como para escribirlo todo.

El antiguo Heraldo Imperial, veterano del origen de la Legión en Terra, hizo


señas a sus escuadrones para que continuasen la destrucción. Todos ellos
llevaban las marcas de la Primera Fundación, su lealtad al Emperador
incuestionable durante más de cien años.
-¿Por qué lo toleraste?- preguntó Jarulek, haciendo señas a sus propios
hombres para que se reunieran con él mientras se acercaba al teniente-
comandante. -¿Nuestras bárbaras supersticiones colchisianas?

-El Emperador no lo había prohibido- dijo Menelek en explicación. -Sólo


actuamos por medio de su censura.

-Y la voluntad de Lorgar- dijo Kor Phaeron.

Las llamas se apoderaron de las pilas altas, atrapándose en los estandartes.


El gruñido de las espadas sierra reverberaba en la biblioteca, interrumpido
por el choque de armarios volteados y madera astillada.

-El Primarca tiene razón al abordar su error, pero el castigo llegó


demasiado tarde. Ya estamos disminuidos a los ojos de las otras Legiones
por nuestras tardías conquistas. La necesidad de este castigo reducirá aún
más nuestra posición. Quizás deberíamos volver a ser los Heraldos
Imperiales. Elimina el último de estos delirios colchisianos y vuelve a
hacer grande al decimoséptimo.

-Creo que eso arregla las cosas- la voz de Jarulek en el vox fue
distorsionada por la estática de un canal cifrado.

Kor Phaeron activó un icono en su pantalla para responder en la misma


frecuencia.

-Lorgar lo quiere.

El ladrido del bólter de Bel Ashared fue duro y repentino. La explosión de


su proyectil contra el costado del casco de Menelek fue aún más aguda. Un
instante después, la biblioteca se llenó de una cacofonía de fuego de
bólter, el silbido de fusiles; a través de las llamas chispearon rayos del
estallido de misiles. Atrapados en un fuego cruzado preparado, los
antiguos iconoclastas fueron derribados, y su fuego de retorno, que no
representaba ninguna amenaza, terminó rápidamente.
En treinta segundos, cien Marines Espaciales fueron derribados, la
armadura cortada, rota y destrozada por el traicionero ataque.

-Algunos de ellos aún viven- informó Jarulek mientras miraba hacia abajo
el cuerpo de Menelek a sus pies. El teniente-comandante se agarró
débilmente del capitán antes de ser expulsado. Jarulek apuntó con su
bólter a la cabeza de Menelek.

-No- ordenó Kor Phaeron. Señaló hacia las puertas principales mientras el
humo y el fuego continuaban llenando el espacio a su alrededor, un ser
casi vivo. Los frascos de aceite y los barriles de munición flamígera
comenzaron a humear y a explotar entre los caídos. Los gemidos de los
heridos se convirtieron en maldiciones a través del vox hasta que Kor
Phaeron silenció el vínculo de la compañía para dirigirse a Jarulek y sus
hermanos. -Déjalos entre las cenizas del Emperador, ellos fracasaron.
LIBRO 3:
INVOCACIÓN
COLCHIS
Hace 108 años [Estándar Terrano]
Hace 22.5 años [Calendario Colchisiano]


1

Alto Adjuntor Silena, por favor, entra.


-

Kor Phaeron hizo un gesto con la mano a uno de los sillones de madera que
estaban dispuestos alrededor de la biblioteca. La sacerdotisa asintió con la
cabeza y se sentó. Aún llevaba una túnica de viaje sobre sus ropas,
polvorientas de su viaje, sus ojos pálidos por las gafas de deslumbramiento
que ahora tenía puestas sobre su frente, sobre su cara muy bronceada. Sin
invitación, Axata caminó hacia delante llevando una bandeja con tazas de
agua. El principal discípulo de Kor Phaeron, ahora oficialmente clasificado
como primer diácono, vestía un liso traje de armadura esculpida que gemía
ligeramente mientras se movía, un tabardo gris que denotaba su rango
sobre las placas negras.

Silena tomó una de las copas del día y rápidamente bajó el contenido.

-Su negocio en Lo Shassa fue un éxito- preguntó el Archidiácono. Aunque


Axata barría la biblioteca en busca de mirillas y artefactos arqueotécnicos
todos los días, Kor Phaeron sabía que no debía hablar abiertamente de sus
planes y esquemas dentro de las paredes del Templo. Sin embargo, si
Silena llevaba la noticia, esperaba que tales precauciones pudieran resultar
redundantes en el futuro.

-Llevo noticias graves, Archidiácono- dijo solemnemente Silena, aunque su


expresión no se correspondía con su tono sombrío. -El Jerarca Jusua y su
caravana misionera fueron emboscados en el Valle de la Reina Roja.
Bandidos, probablemente, o quizás militantes de una de las otras
ciudades.

-Una pena- dijo Kor Phaeron. -Jusua y sus hermanos fueron los últimos de
los Guardianes de las Reliquias. Ahora tendré que nombrar nuevos
guardianes principales de las armerías y los museos. Le dije que era una
locura tratar de parlamentar con los forasteros, pero no me escuchó. De
hecho, cuanto más insistía en que no hablara con los embajadores de
Koray, más estaba decidido a hacerlo.

-Aquí está la lista que pediste, Archidiácono- dijo Axata, deslizando un


papel sobre el escritorio de Kor Phaeron con los nombres de los candidatos
favorables a los puestos, ahora vacíos, de los tres Guardianes de las
Reliquias.

-Oí un rumor en la ciudad- dijo Silena, bajando la voz. -Varios de los que
hablaron en su contra en el Consorcio se han ido de Vharadesh con sus
familias y séquitos. Peregrinaciones, dicen, pero también se dice que se
quejan de que 'un corazón oscuro' corrompe las obras de la Alianza.

-Enemigos del Único- gruñó Kor Phaeron. -Que huyan a las otras ciudades.
Sus súplicas caerán en oídos sordos después de los siglos de subyugación
y falta de respeto que la Alianza ha impuesto a sus vecinos.

-Todavía podrían fomentar la rebelión contra Lorgar, envía agentes a la


iglesia para socavar su liderazgo- dijo Axata.

-Y es por eso que te he confiado la guardia de este templo a ti, mi


vigilante diácono de armas. ¿O quizás debería haber considerado a
alguien más?

-No, me encargaré de que el Portador de la Palabra esté a salvo- contestó


el fornido soldado. -Mi vida y mi alma están juradas sobre él.

-Y veré que sus obras lleguen a buen término- les aseguró Kor Phaeron. -El
Consorcio se reúne de nuevo dentro de cuatro días. Ratificarán la
elevación de Lorgar a la posición de Eclesiárca, y la Alianza estará unida
en la adoración del Único y de la Verdad.

-¿Dónde está el dorado?- preguntó Silena. -Recibiría su bendición de


nuevo si es posible.

-Donde siempre está- dijo Axata con una sonrisa. Señaló a una ventana con
mucho plomo, más allá de la cual se extendían los techos y las torres de la
Ciudad de las Flores Grises. -Si no está en la gran biblioteca, está entre su
gente difundiendo la Verdadera Palabra.



2

Los Poderes trabajan de las maneras más arcanas, pensó Nairo.


Poco más de un año y medio antes se había convertido en un miserable
esclavo, tomado de su lugar como maestro para trabajar de la manera más
agotadora y degradante bajo el látigo de un sacerdote tiránico. Y de allí al
desierto, propiedad de un exiliado engañado.

Debería haber muerto, ya sea por violencia o por una de las muchas
dolencias físicas que afectaban a una persona después de una larga
exposición a los duros elementos, pero los Poderes han considerado
adecuado llevarle hasta hoy relativamente intacto. Desde la humillación de
la servidumbre abyecta hasta la gloria de estar de pie en el balcón del
Templo en Vharadesh, mirando a través de la Plaza de los Mártires llena de
cientos de miles de Fieles; a su lado, el Eclesiárca de la Alianza que
personalmente había pedido, no exigido, su presencia durante este
discurso de inauguración.

Lorgar se veía magnífico, de casi tres metros de altura y vestido con túnicas
hechas a medida de color gris púrpura que brillaban con hilos de seda, un
halo de oro fijado a su frente. Ostentación que no estaba orgulloso de
soportar, pero que le fue exigida por la costumbre y las expectativas de las
masas. Al otro lado estaba el Archidiácono Kor Phaeron, tan maligno y
destructivo como el día en que Nairo lo conoció por primera vez, pero a
salvo a la sombra de su hijo adoptivo.

Lorgar levantó sus enormes manos y el alboroto de la multitud se silenció


inmediatamente, dejando sólo los gritos de los cuervos y gaviotas que
rodeaban las muchas agujas del gran templo. Nairo sintió que su corazón
se detuvo por un instante, atrapado en el momento. Su fe había sido
recompensada con esta oportunidad de estar al lado del Portador de la
Palabra, para compartir su victoria.



3

L
- a bendición del Único en esta reunión- declaró Lorgar. -Mucho
tiempo he pensado en este momento, desde que era un niño arrancado
desnudo del desierto, aunque nunca esperé ver el surgimiento del Único
en las glorias de la Alianza. Hemos logrado algo grande hoy, algo que
cambiará para siempre las vidas de todos en Vharadesh y sus
alrededores.

-Como pueblo libre, como una sola congregación unida bajo la Única
Verdad, hemos dejado de lado nuestras filosofías en competencia, hemos
dejado de lado la superstición de las viejas formas de poner nuestros pies
en un camino hacia la iluminación y la prosperidad renovada. Ustedes
han caminado conmigo en este viaje, y mi sincero agradecimiento no
puede transmitir la gratitud de la que estoy lleno, ni la naturaleza
humilde de su apoyo.

-No nos sacrificaremos más por la vanagloria del ego y las frías promesas
de los mortales. Divididos estaban los bueyes tirando del yugo en
diferentes direcciones, esforzándose unos contra otros con la esperanza
de cavar nuestro propio surco. Ahora somos los Discípulos del Único, el
Fiel que derribarán la Estrella del Empíreo para caminar entre nosotros y
guiarnos a un futuro lleno de gloria. Nos ponemos hombro con hombro,
compartiendo la carga y el trabajo por igual, trazando el camino que
recompensará a todos, no a algunos.

Nairo se dio cuenta de que tenía lágrimas corriendo por sus mejillas. A
través de su distorsión podía ver a cientos en el cuadrado de abajo, de
rodillas, con la frente apretada contra los implacables guijarros de la
súplica.
Otros tenían los brazos levantados en tributo, lagrimeando y llorando. La
voz de Lorgar llevaba todo esto sin necesidad de amplificación, el toque
crudo de ella era suficiente para encender los sentidos, para llenar la
mente de sueños y de fe y fuerza. Nairo resistió el impulso de caer en
tendido en presencia de tal santa grandeza, sabiendo que el decoro y la
moderación eran necesarios en tal ocasión. No avergonzaría a su salvador
con semejante adulación.



4

Kor Phaeron había puesto su rostro de una pasividad determinada


desde el principio, pero era una tortura no sonreír, no compartir el orgullo
y la euforia que sentía al pararse en el balcón por encima de los conversos
del Único y recibir su adulación. Sabía en una parte objetiva de su cerebro
que sus alabanzas eran para Lorgar; él era el sol del que salía toda la luz.
Pero así era el Portador de la Palabra, parecía que su poder caía sólo sobre
los que lo rodeaban.

La política y la manipulación fría y cínica, y no poca cantidad de trabajo


oculto y sangriento del Corazón Oscuro los habían llevado hasta este
punto. Todo eso se olvidó en el momento. Kor Phaeron fue arrastrado por
la majestuosidad de la ocasión, a pesar de su austero exterior.

-Este no es el fin, sino el principio- continuó Lorgar. -Las grandes obras


deben continuar, porque el Único no descenderá entre los indignos. Los
viejos edificios de tiranía y falsedad serán derribados, reemplazados por
una visión de esperanza y justicia. La Verdad encarnada será hecha en
Vharadesh.

El pensamiento calentó aún más el corazón de Kor Phaeron. Tuvo una


visión de la Ciudad Santa renacida, su imagen creada de nuevo para alabar
no los antiguos cantos de la Alianza, sino la Verdad de Kor Phaeron y
Lorgar. Así pues, soñando despierto, las siguientes palabras de Lorgar le
cogieron desprevenido.
-Y la ciudad no será el fin. Todos en Colchis deben deleitarse a la luz del
Único- declaró el Eclesiárca. -No me sentaré en un trono de oro como un
ídolo para ser adorado, sino que continuaré llevando el mensaje que el
Único ha puesto en mi alma. Yo seré el Portador de la Palabra todavía,
para llevar la Verdad a las otras ciudades de Colchis. Esta será la tarea de
todos, ya sea que caminen a mi lado bajo el sol o trabajen solos en la
oscuridad del sótano más profundo de la ciudad. Todo pensamiento y
esfuerzo debe ser dirigido a la causa de la Verdad si queremos recibir la
bendición y presencia de la Estrella del Empíreo.

-Y cuando todo Colchis sea fiel a Único y a la Verdad, cuando como un


solo mundo y como un solo pueblo levantemos juntos nuestras voces en
oración, ese será el llamado que nos traerá al Único.



5

Fue una lucha para Kor Phaeron mantener bajo control su ira mientras
se retiraban a la cámara más allá del balcón. Los jerarcas de la Alianza
estaban presentes, junto con otros clérigos y personal laico, y no se atrevió
a alzar la voz contra el Eclesiárca, a pesar de que le apetecía tomar uno de
los muchos adornos dorados del relicario y arrojarlo por la parte lateral de
la cabeza de Lorgar.

-No hablamos de esto- dijo el Archidiácono, moderando su tono todo lo


que pudo, aunque las palabras salieron como un reto conciso.

-¿Qué quieres decir?- contestó Lorgar. -Siempre ha sido nuestra misión


llevar la Verdad a todo Colchis. Ahora que la Alianza presta su fuerza a
nuestra causa, no hay fuerza en este planeta que pueda resistir la
Voluntad de Único.

-Tú tienes...- Kor Phaeron se aferró a las palabras correctas, consciente de


no insultar delante de los testigos. -Tus palabras equivalen a una
declaración de guerra contra las otras ciudades. El alcance de la Alianza
se extiende mucho, pero no tenemos los recursos para luchar contra
todos los demás.

-No hay motivo para hablar de guerra y de lucha- dijo Lorgar. -Cuando
llegamos a las puertas de Vharadesh, ¿no fuimos recibidos con los brazos
abiertos? ¿No ha precedido la Verdad a nuestros viajes y abierto puertas
y corazones?

Kor Phaeron tragó con fuerza, sin estar seguro de si Lorgar realmente creía
lo que decía o simplemente estaba tratando de maniobrarlo en una
posición imposible. El Archidiácono decidió que era el primero, porque
Lorgar era muchas cosas, pero la astucia no era una de ellas. Su fe, su
creencia genuina de que había Alguien que vendría a salvar a Colchis, era
una afrenta a los Poderes. Para hablar de ello, Kor Phaeron estaba inquieto,
pero había estado dispuesto a apoyar de boquilla la idea mientras le daba
la oportunidad de destruir a sus enemigos en la Alianza. Ahora... Ahora
Lorgar habló de poner al mundo entero en contra de los Poderes con esta
nueva religión.

El Archidiácono miró a los otros sacerdotes, vio el fervor en sus miradas


mientras miraban al Portador de la Palabra.

No podía haber una resistencia abierta contra esta nueva fe. Cualquiera
que fuera la disposición de Lorgar hacia Kor Phaeron, el resto del
sacerdocio expulsaría al Archidiácono sin pensarlo dos veces, excepto esa
cábala de individuos leales a los planes de Kor Phaeron conocidos con un
poco de humor sombrío como el Corazón Oscuro. Cuando la guerra contra
las ciudades llegara, y llegara, Lorgar se vería forzado a recurrir a las
Potencias que lo habían enviado a este mundo, para pedir perdón y ayuda.
Entonces Kor Phaeron se aseguraría de que todo estuviera listo para el
regreso a la Verdad genuina.

Y si Lorgar deseaba llevar la Palabra al resto de Colchis, Kor Phaeron se


quedaría en Vharadesh para ocuparse de los asuntos de la Alianza en
ausencia del Eclesiárca. ¿Acaso no se había opuesto a las estructuras y a las
restricciones de la antigua iglesia, a los lazos de sus rituales anticuados y a
su conformidad? Ahora tenía un líder que estaba dispuesto a hacer
proselitismo con la misma vehemencia que había establecido.

Kor Phaeron en este viaje, un sumo sacerdote digno del cargo.

-Como quieras, Eclesiárca- dijo, inclinándose ante Lorgar. Señaló el cetro


ceremonial llevado por la cabeza de la Alianza: una contraparte dorada y
joya del arma cruda que se había fabricado a partir de un incensario y un
eje. Habló con Lorgar pero miró a los otros sacerdotes presentes, dejando
claro que ellos también se aventurarían en esta cruzada. -Los fieles no
deben ser complacientes. Ellos llevarán el mensaje del Único a las
ciudades de Colchis. Una simple elección a la que todos deben
enfrentarse. Sométanse a la Palabra de Lorgar, o serán aplastados bajo la
Maza de Lorgar...

2º1

Los preparativos estaban bien encaminados para que los fieles dejaran
Vharadesh y llevaran la Ley y la Sabiduría del Único a las ciudades
ignorantes de Colchis. Habían pasado cuatro días desde la proclamación de
Lorgar y los esfuerzos de la ciudad se habían centrado en la creación de la
vasta empresa.

Nairo ayudó a organizar la gran expedición, en parte caravana y en parte


ejército. Los antiguos esclavos trabajaban voluntariamente en las mismas
tareas que años antes se habían visto obligados a realizar al final de la
plaga. Servir a Lorgar iba a formar parte de la venida del Único, un actor en
el drama de la salvación de Colchis.

Nairo también lo sintió. Aunque últimamente no estaba tan a menudo en


presencia de Lorgar, ya que el Eclesiárca se ocupaba de sus estudios y
obras, Nairo seguía lleno de la misma esperanza que le había despertado
cuando el niño había sido encontrado en el campo de los Declinados. La
liberación de Colchis había comenzado y no se detendría. Le hizo casi llorar
pensar que podría vivir para ver el día en que todos en su mundo
estuvieran libres de la esclavitud, que el sueño que había enseñado a otros
en su juventud podría hacerse realidad de la mano de Lorgar.

Pero no todo era perfecto. Kor Phaeron continuó teniendo sus venenosas
garras en el alma del Portador de la Palabra. El Post-mediodía ante la
vanguardia de la hueste fiel debía partir, Nairo se encontró atendiendo solo
al Eclesiárca. Mientras ayudaba al hombre gigante a vestirse para la misa
final, tan diferente del niño en el desierto, pero tan diferente, Nairo se
atrevió a expresar su opinión.

-Kor Phaeron tiene demasiado poder, Portador de la Palabra- dijo


suavemente mientras deslizaba un cinturón ancho alrededor de la cintura
de Lorgar. -Le has dado la autoridad para dirigir todo Vharadesh en tu
ausencia.

-Es mi Archidiácono- respondió Lorgar, levantando los brazos para que


Nairo lo atara bien.

-Siempre se ha servido tanto como tú- insistió Nairo.

-¿Y tú no lo has hecho?- dijo Lorgar en voz baja. -¿Fue por el Único a quien
seguiste, o por la oportunidad de ser levantado de la esclavitud?
Recuerdo las lecciones que cayeron de tus labios, iguales en maquinación
a los sermones de Kor Phaeron.

Nairo ató el cinturón y comenzó a colocar insignias doradas en el pecho de


la túnica del Eclesiárca, siglas de su oficio y del Único.

-Si ese es el caso, entonces he sido reivindicado, porque la liberación de


los que están en servidumbre ha allanado el camino hacia el glorioso
ascenso del Único- deslizó sencillos anillos de plata sobre los enormes
dedos de su santo maestro. -Kor Phaeron es Archidiácono, pero en tu
ausencia bien podría ser Eclesiárca. ¿Qué es lo que atempera su ambición
ahora?

-¿Qué más podría lograr?- replicó Lorgar. -Si, como tú dices, él es la


autoridad suprema, sólo aspira a mantener esa posición. Por encima de
todo, él todavía está impulsado por la Verdadera Palabra, y en mí ha visto
esa forma dada, y a través de mí ha sido liberado a las alturas desde las
cuales la Verdad será esparcida. Aunque el interés propio lo guíe, está
casado con los intereses de la Alianza y del Único.


2º2

Nairo se encontró con que no podía argumentar en contra de esto,


aunque los recelos a medias le seguían molestando cuando regresaba a sus
habitaciones, su sueño esa noche fue agitado, sus sueños presagiando
algún desastre sin forma que aún estaba por venir. Se despertó fatigado. El
ex esclavo realizó sus últimas tareas en un semisueño hasta que él y una
masa de otros se reunieron fuera de la ciudad.

Miles de soldados y pilotos, acompañados de los motores y vehículos que


se podían poner a su disposición: carros y semirremolques, camiones
blindados y yates de sol a centenares. Con ellos, sombreados por grandes
sombrillas llevadas por equipos de estribor, los fieles esperaban al
Eclesiárca. Sacerdotes y diáconos de todas las filas, junto con innumerables
misioneros y esclavos liberados, con comida almacenada en los días
anteriores, grandes camiones cisterna de agua y alimento para las bestias
atraídos por equipos de cientos de personas. La mano de obra no era un
problema para la Alianza, había incontables multitudes dispuestas a doblar
sus espaldas y ampollar sus manos al servicio del Portador de la Palabra, a
cambio de una bendición o simplemente para estar en la presencia del
Dorado.

Lorgar apareció en la puerta y el júbilo de los fieles sacudió los muros,


muros recientemente reparados y reforzados, lo que hablaba algo de la
paranoia de Kor Phaeron de que todo no iría bien y que los enemigos
podrían venir a Vharadesh más temprano que tarde. Aunque la fuerza que
partió era grande, diez mil seguidores armados aún permanecían para
proteger la Ciudad de las Flores Grises contra un enemigo que podría
pensar en golpear el corazón de la Alianza mientras su líder espiritual
estaba en el extranjero.

Con el Eclesiárca vino su Archidiácono, llevado en una silla de sedán


cubierta de sombras a la luz floreciente del Amanecer. Lorgar caminaba a
su lado, sin sentir el poder despiadado del sol. Kor Phaeron se retiró y
Nairo se acercó lo suficiente para escuchar el intercambio entre ellos.

-Vayan con las bendiciones de la Alianza y con sus siervos mortales- dijo
Kor Phaeron.

Temblando la voz, Lorgar puso una mano en la parte posterior de la cabeza


de Kor Phaeron y se inclinó, tocando su frente con la del hombre que lo
había criado como su hijo y acólito.

-Sé fuerte por mí, padre, y prepárate para mi llamada.

-Todo lo que necesites, lo proveerá Vharadesh- le aseguró Kor Phaeron.

-No volveré a estas puertas hasta que Colchis se salve- prometió Lorgar. Se
enderezó, asintió suavemente, como si estuviera seguro de sí mismo, y
puso sus ojos en el lejano horizonte. Levantó su voz para que se llevara a
través del vasto tumulto de la humanidad que se extendía ante la Ciudad
Santa, sus palabras llegaron a la mente y al corazón de todos los que
estaban presentes dentro y fuera.

-¡Comienza! La Palabra o la Maza será nuestro credo. Debemos ser


misericordiosos pero firmes, compasivos pero implacables. Toda vida
perdida en la causa será en vano si eludimos el deber final que el Único
ha puesto ante nosotros, pero cada alma salvada vivirá inmortal en el
Empíreo del Único. Podemos vacilar, podemos caer, pero no podemos ser
derrotados mientras permanezcamos fieles a la Verdad. ¡Adelante, hijos
del Único, adelante a la gloria y a la salvación!


2º3

Como Lorgar había hablado, así fue.


Grandes fueron sus logros, y escaso es el tiempo y el espacio para su
recuerdo. Que se sepa que él viajó y trabajó durante muchos días a lo largo
de la costa y en los desiertos, trayendo consigo la Palabra y la Verdad.

Los Fieles llegaron por primera vez a Golgora, más allá de la ciudad de
Tezenesh, y antes de los muros, Lorgar habló de la Verdad y de la venida del
Único. Los visires y ancianos de Golgora no habían estado ociosos en el
tiempo de la ascensión de Lorgar, y conocían bien al Portador de la Palabra
y a los seguidores que él había reunido. Conmovidos por el espíritu del
Único, abrieron sus puertas a los Fieles como lo había hecho Vharadesh, y
dieron la bienvenida a la Verdad en su ciudad.

Así fue en Ctholl y Martias, Lanansa y Hourldesh. Sin embargo, no todas las
ciudades estaban contentas de ser sometidas a la iluminación. En Epicea,
durante largos siglos fortaleza de la Iglesia de la Liberación Archivística, se
lanzaron rocas de catapultas en las paredes y flechas encendidas dieron la
bienvenida a los discípulos de la Verdad.

Se consideraban poderosas las torres de esa ciudad, pero sólo durante un


Mediodía-largo, Post-mediodía y Víspera-anochecer se resistieron al fervor
de los fieles. Asaltada desde afuera, finalmente la ciudad fue quebrada
desde adentro por aquellos que habían sido influenciados por la Verdad
que les trajeron las palabras de Lorgar. En el otoño, como Lorgar había
prometido, a los epiceos se les dio la opción de sumisión o muerte. Unos
pocos escogieron la muerte y fueron enviados rápidamente al Empíreo
para cumplir con el juicio del Único. La mayoría optó por la conversión, ya
sea por miedo o finalmente arrepintiéndose antes del sermón del
Eclesiárca, habiendo resistido inicialmente por miedo a la esclavitud.
Sabiendo que podrían vivir libremente bajo la Alianza, donde antes de
enfrentarse a la subyugación, los epiceos se regocijaron durante un día
entero y juraron de todo corazón su ciudad por la causa.

Otras ciudades resistieron o capitularon, o fueron arrasadas, sus


poblaciones asesinadas hasta el último adulto, irrevocablemente
corrompidas por su fe y dogma caprichosos. Grande fue la carnicería en
Cathrace, donde sólo uno de cada diez se convirtió, y las lágrimas
marcaron las mejillas del Eclesiárca mientras las grandes piras consumían
los cuerpos de aquellos que se negaban a escuchar la Verdad.

Nairo vio a su santo maestro llorar la ciudad desde Víspera-anochecer


hasta el Descenso-frio dos días después, mientras se dirigía solo al desierto
en busca de consuelo y comunión con el Único, regresando con un sudario
sobre su rostro y su piel dorada escondida bajo las cenizas de la ciudad
arrasada.

3º1

Muchos fueron enviados a Vharadesh, no en cautiverio sino como


peregrinos dispuestos a aprender. Se pusieron a trabajar para la Alianza,
como siervos voluntarios y no como esclavos, construyendo caminos y
estaciones, cavando canales y fundando conventos y monasterios en la
ruta para guiar a los fieles de regreso a la Ciudad Santa.

De entre estos conversos, miles fueron enviados en largos viajes a través


del desierto, o en barco alrededor de la vasta costa del continente. Kor
Phaeron les encargó que se adelantaran al anfitrión de Lorgar, a aquellas
ciudades donde la oposición aún era fuerte. De palabra y de obra
debilitaron la determinación de los defensores, a veces incluso dando un
golpe de estado o derrocando la ciudad antes de que llegaran los fieles.

Entre la jerarquía superior de Vharadesh, estos misioneros y guerreros


clandestinos eran conocidos como los ushmetar haul, la hoja que corta la
existencia mortal para separarse del camino hacia el monte Empíreo. Con
mayor frecuencia se llamaban a sí mismos la “Hermandad del Cuchillo”.

A medida que la Palabra se extendía por todo el continente, a lo largo de


las costas y en los escasos ríos, la red, la prosperidad y la civilización de la
Ciudad de las Flores Grises crecía, enviando tributos y personas en
números cada vez mayores a las arcas y claustros del Archidiácono.

Kor Phaeron supervisó esta vasta expansión del poder temporal, hordas de
conversos enviados a él por Lorgar inculcados en las creencias de la
Alianza, según lo dirigido apropiadamente por el Archidiácono y su grupito
de jerarcas. Nunca se apartó de la Palabra de Lorgar, sin embargo, así como
de las enseñanzas del Eclesiárca, inculcó a los nuevos fieles la necesidad de
obediencia y disciplina, las virtudes del sacrificio y la necesidad de
determinación.
Así moldeados, armados y entrenados, estos Fieles fueron enviados de
vuelta a través de los desiertos para devolver su fuerza a la hueste de
Lorgar, de modo que por cada sirviente del Único que cayó conquistando al
recalcitrante, diez más finalmente ocuparon su lugar.

Después de casi un giro completo alrededor del sol de Colchis, cerca de


cuatro años cuando los adeptos terrícolas medían tales cosas, la hueste de
Lorgar estaba numerada en los cientos de miles. El mero rumor de su
acercamiento fue suficiente para llevar a la rendición de todos, excepto de
los más celosamente irreligiosos. Las ciudades purgadas de lo irredimible
fueron fundadas de nuevo a imagen de Vharadesh, donde las academias y
los seminarios atendidos por los elegidos de Kor Phaeron continuaron
promulgando cada vez más el mensaje de la Alianza.

Los misioneros se movieron aún más lejos en los desiertos, llevando la


Palabra del Asesino de Wyrms a las tribus de los desechos internos, de
modo que no había una persona civilizada ni nómada en el gran continente
que no hubiera oído el nombre de Lorgar. Las matriarcas de Tezenesh
incluso apodaron a Lorgar "el Urizen", que significa el más sabio de los
sabios, el Arquitecto de la Fe, un título profético y cargado que sólo había
sido sostenido previamente, según la leyenda, por el propio Profeta Tezen.


3º2

En más de una ocasión el Eclesiárca expresó sus confesiones y dudas a


Nairo, quien se convirtió en su confidente en ausencia de Kor Phaeron, y
fue testigo de la debilitación y exaltación de las visiones de Lorgar. Con
cada ciudad que caía parecía que el Eclesiárca se volvía más decidido y
enfermo por lo que había desatado. Más fervorosas fueron sus súplicas a
los que resistieron, aunque el ejército a sus espaldas aullaba por la sangre
de los incrédulos y blasfemos.

Varias veces los ejércitos escindidos, liderados por diáconos de armas


demasiado entusiastas o simplemente seguidores caprichosos acosados
por la necesidad de probar su fe, atacaron de forma gratuita, asediando y
saqueando pueblos y ciudades sin el conocimiento o la autoridad previa de
Lorgar.

Nairo sospechaba de la mano de Kor Phaeron en algunos de estos ataques


preventivos, porque el Archidiácono siempre había tenido sed de castigos
físicos. Si el efecto hubiera tenido la intención de acobardar toda la
resistencia con estas demostraciones de fuerza, la consecuencia fue la
opuesta. La resistencia a la regla de la Alianza se endureció contra Lorgar.
Donde al principio algunos podían haber creído que la Alianza no era capaz
de llegar a ellos a través del continente, las continuas expansiones y
conversiones de ciudad tras ciudad amenazaron a todos.

Nairo le dijo a Lorgar que sancionara a estos ofensores, pero el Eclesiárca


no podía castigarlos por una fe rebelde, sólo hacer saber que estaba
disgustado con cualquier vida que se le quitara sin esfuerzo para
convertirse de antemano.

Las coaliciones entre las ciudades restantes formadas contra el Portador de


la Palabra, sin embargo, ninguna podía igualar ni el oratorio ni el poder
militar de Lorgar. El mismo Eclesiárca valía un ejército de soldados
mortales, al frente de cada ataque que gritaba sus plegarias al Único,
incluso cuando derrotaba a aquellos que lo desafiaban. En Colchis no nació
el guerrero que podía enfrentarlo cara a cara, ni el demagogo que podía
sofocar el poder de la voz de Lorgar. Tal se había convertido en su habilidad
con los idiomas y la lingüística, que el Eclesiárca sólo necesitaba pasar un
día en presencia de un nativo, o leer un puñado de los textos de los
infieles, para entender sus modismos y creencias, su cultura y su moral. No
había dialecto ni argumento teológico que no pudiera vencer, y por tales
medios, aun cuando sus ejércitos derribaban muros y guardianes, sus
palabras rompían denominaciones y sistemas de creencias enteros.
Sermonizados en su propia lengua, muchos eran los enemigos potenciales
persuadidos de convertirse sólo por este hecho.

Incluso aquellos que habían sido criados con un odio abyecto hacia todo lo
que venía de Vharadesh fueron reducidos a lágrimas y oraciones cuando
fueron sometidos al amor y al testimonio del Portador de la Palabra. La
salvación a manos del Único no, el reconocimiento de los siglos de
ignorancia que habían asediado a Colchis, liberó a muchos de los grilletes
de la incredulidad que habían mantenido su opinión contra la Ciudad
Santa.

Nairo vio a Lorgar afligirse por cada vida terminada. A veces diez mil o
veinte mil de los fieles eran sacrificados contra las defensas de los impíos,
pero él los recordaba en sus discursos y sus sueños eran perseguidos por
sus muertes.

-El precio de la verdad- decía con angustia, -es demasiado alto.

Entonces ordenaría el siguiente ataque, sabiendo que se había puesto en


camino y que abandonar su plan ahora haría que todo se deshiciera, un
fracaso para el Único y los millones de personas que ahora buscaban en él
guía y liderazgo espiritual.


3º3

Nairo se volvió cada vez más preocupada por Lorgar. Cuanto más se
acercaba el Eclesiárca a alcanzar sus metas, peor le parecían las visiones
que le asaltaban. Hizo todo lo que pudo para proteger a Lorgar durante
estos tiempos, cuando la locura y la manía amenazaban y el Eclesiárca fue
reducido a un naufragio llorón y espumoso en su gran pabellón. Había
rumores, ferozmente apagados por Nairo y otros, de que algún otro
malestar afligía al Portador de la Palabra, alguna infección del profundo
desierto que había contraído, o que el espíritu del Kingwyrm lo había
poseído en venganza por su destrucción.

Su santo maestro estaba plagado de ellos, a menudo a través de las


oscuras horas del Descenso-frio, Alta-Noche y Amanecer, a veces incluso
más tiempo. Nairo rogó a Lorgar que volviera a Vharadesh para buscar la
ayuda de los mentalistas y médicos de la Ciudad Santa, pero Lorgar repitió
su voto de no poner un pie en la Ciudad de las Flores Grises mientras el
alma de Colchis permanecía amenazada. Nairo incluso conspiró con Axata
para enviar misiones secretas a Kor Phaeron, implorando al Archidiácono
que viniera y velara por el bienestar de su hijo adoptivo. No hubo
respuesta y Nairo se vio obligada a concluir que Kor Phaeron ya no se
preocupaba por el bienestar de Lorgar.

Hizo todo lo que pudo para proporcionar todo el apoyo y socorro que
pudo, pero a veces el terror ante lo que acechaba a su señor lo desatendió,
enviando a Nairo corriendo hacia el refugio de sus propios compañeros
mientras furias y depresiones sobrenaturales envolvían al Eclesiárca.

A pesar de esto, o quizás debido al obvio toque de poder del Único sobre
su líder, la fe de aquellos cercanos al Eclesiárca nunca vaciló durante estos
episodios, y tampoco la de Lorgar. Salía de cada manía y estupor vigorizado
e iluminado, e hizo nuevas proclamaciones sobre sus creencias y su
comprensión del orden del Empíreo.


3º4

Viendo a los miles de muertos apilados en las piras fuera del muro roto
de Khathage, el cielo, una nube negra de los fuegos de los cadáveres ya
ardiendo, sabía a bilis en su garganta. Todas las ciudades que habían
resistido habían sufrido un destino similar, las cohortes de Axata habían
asaltado las murallas y masacrado a cualquiera que se resistiera. Aquellos
que depusieron sus armas, con los jóvenes y los enfermos, fueron llevados
ante Lorgar para escuchar hablar al Dorado. Pocos de los que sobrevivieron
para oírlo continuaron en sus caminos sin fe, pero siempre hubo algunos,
enterrados profundamente en las blasfemias de sus cultos, que
permanecieron sordos a la verdad.

Con bufandas y máscaras para protegerse del humo y el hedor, largas


columnas de los Fieles trabajaban para apilar los cuerpos en el matorral y
la arena. Los sacerdotes ordenados caminaban entre ellos, el humo de sus
incensarios perdido entre el humo del carbón. Oraron para que las almas
de los muertos fueran mostradas misericordiosas por el Único, pues no
entendían las transgresiones que habían cometido contra la Verdad.
Incluso en el Empíreo Lorgar esperaba salvar sus almas de la condenación
de la falta de fe.

Empapados en aceite bendito, las maderas de las piras frescas fueron


encendidas y las llamas azul-verdosas consumieron a los últimos hijos e
hijas de la fe del Camino de los Dioses que había dominado a los
khathagianos, sus restos y espíritus llevados al cielo entre el hedor de la
carne quemada y el perfume de incienso espeso.

Nairo sintió movimiento a su lado y una esbelta sombra oscura caí sobre la
arena gris junto a la suya.

-Más infieles para el Único- dijo Castora.

Siempre uno de los más celosas, incluso esclavizada por Kor Phaeron, el
antiguo heraldo, ahora lucía la túnica y la falsa corona de un jerarca. Ella
había prosperado bajo la tutela y el patrocinio de Lorgar, uno de los pocos
esclavos originales de la caravana que aún sobrevivía. L'sai había sido
escupida por una lanza de plasma en Kuldanesh. Parentha y Koa habían
sucumbido a la arena y se habían consumido al emprender la larga marcha
entre Assakhor y Jo Burgesh. Kal Dekka era el jefe de la tutela que se había
establecido en Nuresh Ab, conocida después de su capitulación como la
Ciudad del Arrepentimiento. Lorra se había convertido en diácono armado,
encargado de patrullar las carreteras entre Golgora y Vharadesh. Otros
nombres y caras llenaban los recuerdos de Nairo. Hu Osys, el líder de los
Taranthians. Ella había muerto mal, pisoteada durante una estampida.
Gente de tribus rechazadas que se habían unido durante los primeros
meses después de la llegada de Lorgar, y conversos que habían acudido en
masa a la llamada del Cazador de Wyrm. La mayoría de ellos, cientos con
nombres que no podía recordar, ahora muertos.

De los guardias aún quedaban menos. Axata, bajo Kor Phaeron. Algunos
otros en posiciones de mando, los primeros conversos recompensados con
batallones y cohortes para liderar. Lorgar parecía no preocuparse por este
nepotismo, su mente ocupada por las sinfonías del Empíreo de arriba, el
coro de otro mundo que sólo él podía oír.

-Hombres y mujeres- corrigió Nairo a Castora. -Gente.

-Salvajes ignorantes- dijo Castora.

-Una vez fuimos ignorantes. El Único no desea sacrificarse por sí mismo,


sino en el trabajo de sus obras.

-La ofrenda será bien enviada, lo que el Único desee- su regocijo


disminuyó cuando se le ocurrió algo nuevo.

-¿Qué es lo que te preocupa?

-Sólo queda una ciudad para inclinarse ante la voluntad de Lorgar.

-Eso te concierne, que este derramamiento de sangre terminará...- Nairo


agitó la cabeza. Yo terminaría esta purgación mañana.

-Muchos más morirán antes de que Colchis se una- advirtió Castora.


Gahevarla permanece. La Ciudad de los Magistrados.

-La Tormenta de los Azotes- susurró Nairo. -Vientos huracanados de polvo


y relámpagos que se extendieron durante días conjurados por los
gobernantes de la ciudad. Ningún enemigo ha sobrevivido para llegar a
las murallas de Gahevarla...

Castora le echó una larga mirada, sin necesidad de palabras para transmitir
sus sombríos pensamientos. Tal vez con razón Lorgar había evitado la
confrontación con los magistrados antes de ahora, pero el destino del
mundo se volvería en Gahevarla, tan inevitable y mortal como la llegada
del Mediodía-largo y la helada Alta-Noche.

4º1

S
-¡ irash!- gritó de nuevo Kor Phaeron por su ayudante. -¡Sirash,
necesito más tinta!

Haría azotar al sacerdote rezagado por su tardanza, el Archidiácono hizo un


voto mientras volvía a prestar atención a la pila de materiales variados que
había en su escritorio: obleas y pergaminos, papel y hojas de caligrafía,
todo cubierto con una plétora de texto y escritura a mano.

-Le pedí a Sirash que saliera un momento.

La voz hizo que el corazón de Kor Phaeron le clavara un martillo en el


pecho y levantó la vista con un grito ahogado, sin creer que lo había oído.

En la gran puerta de entrada a la suite de habitaciones que tenía el


Archidiácono había una figura envuelta en una capucha y bata oscuras, un
disfraz espantoso para alguien que en realidad era casi el doble de alto que
un hombre normal.

-¡Lorgar!- Kor Phaeron se puso de pie, una avalancha de pensamientos que


competían entre sí. ¿Por qué había regresado? ¿Pasó algo malo? ¿Se había
enterado de las actividades de "reubicación de refugiados" de Kor Phaeron
con algunos de los sobrevivientes de los cultos pro-poderes?

¿Terminó la guerra? Esta última pregunta ocupó el primer lugar de la lista. -


¿Gahevarla ha caído?

-¿Es esa la bienvenida que me das?- tiró Lorgar de su capucha para revelar
su cuero cabelludo desnudo, muy bronceado por sus largos viajes. -Ha
pasado casi un año y medio desde que salí de estos muros. ¿No te gusta
nada mi regreso?
-Eres Eclesiárca, Lorgar, no un niño caprichoso- reprendió Kor Phaeron. -
Cuando te fuiste juraste que no volverías hasta que el Único mantuviera
el dominio sobre todo Colchis. ¿Es eso cierto?

-Aún no- confesó Lorgar. Buscó un lugar donde sentarse, pero no encontró
nada igual a su peso y volumen, y así se sentó en el suelo frente al
escritorio de Kor Phaeron, su cabeza aún a la altura del Archidiácono de
pie. Kor Phaeron se sentó en su silla adornada, algo agradecido por la
ilusión de una barrera que su escritorio le proporcionaba. Había algo
diferente en su antiguo acólito.

-Has visto mucho- dijo, sacando sus propias conclusiones. -La naturaleza
oculta de los mortales y de la fe os ha sido revelada. Ves otra Verdad.

-No desearía lo que he presenciado a ningún mortal.

-Pero era inevitable. Cuando sólo hay Uno, no puede haber otros. Esto es
fundamental para tu fe.

-Nuestra fe. Y yo no me desviaré de ese rumbo.

-Para alguien tan dotado de palabras y lenguaje, mientes terriblemente,


Lorgar. Tu presencia traiciona un desvío.

-No en mi fe en el Único. Las visiones son más poderosas que nunca. Es lo


que me ha traído aquí. La figura dorada y el magistrado tuerto. ¿Y si es
una advertencia? Gahevarla está protegido por tecnobrujerias arcanas.
¿Y si el magistrado que veo en mis sueños es uno de ellos? ¿Debo hacer
una alianza, no una conquista?

-¿Se han mostrado dispuestos a escuchar la Palabra?

-Durante un trimestre del año, la tormenta se ha desatado. Ninguno ha


entrado o salido de Gahevarla en ese tiempo. No creo que deseen
parlamentar.

-Las mismas piedras de la ciudad están impregnadas de la sangre de los


sacrificios a los Poderes, tanto como la Ciudad Santa. ¿Estás dispuesto a
compartir la autoridad con aquellos que continuarían arrancando los
corazones de sus sirvientes, para ofrecer los restos quemados de sus
enemigos a los señores del Empíreo?

-Esa no es la tradición y la ley del Único.

-Y ahí está tu respuesta, Lorgar. Has viajado durante muchos días para
nada. Como con todos los asuntos de fe, ya tenías tu respuesta. ¿O era
algo más que querías compartir?


4º2

Lorgar no contestó, pero se paró y caminó un rato, casi rozando la


cabeza de los grandes candelabros que colgaban de la cúpula de la oficina.
Aunque su atención estaba en otra parte, Kor Phaeron no pensó que
estaba escuchando la música universal que llenaba sus pensamientos.

-¿Qué estás escribiendo?- preguntó Lorgar de repente, ignorando la


pregunta anterior del Archidiácono.

-Transcribiendo- respondió Kor Phaeron. Indicó las sobras y los


documentos. -Tus palabras, en realidad. Hay diferentes versiones en todo
Colchis, de cada ciudad convertida y de cada tribu y peregrinación.
Registros de tus sermones, transcripciones de tus conversaciones con
conversos y enemigos por igual. Tu historia, tu fe y tus pensamientos se
concretan.

-Editado apropiadamente- sugirió Lorgar. Kor Phaeron se sintió


avergonzado por la suave acusación, pero no pudo negarlo.

-Sólo por brevedad y claridad. Te repites a menudo. No se lo mostraré a


nadie hasta que hayas aprobado mi trabajo.
Lorgar asintió distraídamente, sin comprender la importancia del esfuerzo
literario de Kor Phaeron.

-Es para reemplazar las Revelaciones de los Profetas.

Esta fría declaración se hundió en los pensamientos de Lorgar y una feroz


luz ardió en sus ojos.

-Una vez te preocupaste de que yo pudiera ser el Profeta del Quinto


Poder, pero soy más que eso. Yo soy la purificación de Colchis. Todas las
blasfemias serán lavadas para preparar la llegada del Único.

Kor Phaeron no dejó ver nada de su malestar, aunque sin ser visto bajo el
escritorio, sus dedos hicieron una rápida señal de los Cuatro, una breve
garantía para los Poderes de que quedaba uno de verdadera fe y que les
devolvería a Colchis.

-¿Así que ahora has encontrado lo que necesitabas para enfrentarte a los
magistrados?

-Lo he hecho- dijo Lorgar con una sonrisa, pero pronto se desvaneció y fue
reemplazado por una expresión de fatiga. Miró a través de la puerta hacia
la habitación vecina y su gran cuna. -¿Podría prevalecer sobre su
hospitalidad para el Post-mediodía? Saldré de Vharadesh con la primera
luz de Mañana y para estar de vuelta con mi ejército al Amanecer.

El Archidiácono asintió con la cabeza, preguntándose cómo el Eclesiárca


podría cruzar un continente tan rápidamente que Lorgar se escabulló por el
arco. Fue solo cuestión de unos momentos antes de que la respiración
sonora del gigante sonara desde la habitación contigua. Kor Phaeron se
dirigió a la cámara de comunicaciones, pasando por los artificios que se
relacionaban con la oración en los templos de toda la ciudad, y abrió las
persianas para salir al balcón. Aquí los cuervos mensajeros entrenados
eran guardados en un aviario, un método de contacto tan seguro y
temperamental que los diáconos de las armas usaban para comunicarse a
largas distancias.
Tomó un pequeño trozo de papel de un receptáculo junto a la jaula y el
bolígrafo junto a ella, y escribió rápidamente. Abriendo el aviario,
seleccionó un pájaro y deslizó el mensaje dentro del tubo en su pata.
Liberó al cuervo, que desapareció rápidamente en la noche, dirigiéndose a
la estación de Ouralto, y desde allí, por otros medios, a Silena.

Para bien o para mal, el destino de Lorgar se determinará en los próximos


días, y con él el futuro de la Alianza. Era hora de que el Corazón Oscuro se
reuniese y se preparase para cualquier eventualidad.

5º1

Nairo miraba con trepidación, sus manos sudaban a pesar del frío del
Amanecer. Las lámparas de los vehículos cortaban el crepúsculo y el mar
de linternas que llevan las cohortes de Axata maniobran a través de los
residuos en circuitos y líneas preestablecidas. Detrás del antiguo esclavo, el
campamento ya estaba encendido y vivo con otros preparativos, pero el
estado de ánimo era incierto. Nadie había visto a Lorgar el día anterior, y
Axata había estado muy callado sobre el paradero y las intenciones de su
santo amo. A pesar de todo lo que Nairo sabía, el Eclesiárca aún estaba en
su pabellón escribiendo y estudiando, o quizás comulgando con el Único en
preparación para el asalto que se avecinaba.

Si conocía a Lorgar, y creía que lo hacía mejor que nadie, el Portador de la


Palabra estaba profundamente en la contemplación de la carnicería que
estaba a punto de suceder de su siguiente mandamiento.

Se le llamó la atención sobre un movimiento en el extremo más alejado del


campo. La gente estaba saliendo de las tiendas de campaña y de los
cuartos de purificación, abandonando sus rituales matutinos mientras se
amontonaban por las calles de las tiendas de campaña, los disturbios que
pasaban a través de la ciudad-campamento como una onda. Se oyeron
gritos que crecieron en volumen, más clamores de campanas y gongs que
se sumaron al ruido creciente.

Nairo vio a otros cercanos huyendo de sus tiendas de campaña y exigieron


saber qué estaba pasando.

-El dorado- gritó alguien. -Ha regresado del desierto.

Nairo se encontró corriendo también, y pronto se vio atraído por una gran
multitud que corría por el campo en dirección a la aproximación de Lorgar.
Llamó a varios guardias que parecían estupefactos ante esta masa,
exigiendo que le escoltaran. Aunque nunca fue ordenado, Nairo era
considerado como un talismán del Único, casi una mascota, y todos le
conocían. Llamada su atención a su presencia por las voces de los adeptos
a la guerra, los fieles hicieron todo lo posible por separarse de él. Aún así,
le tomó algún tiempo abrirse paso a través de la gente para ver lo que
estaba sucediendo.

Lorgar había salido de la oscuridad y estaba en el borde del campamento,


rodeado de sus seguidores. Aunque hicieron todo lo posible para mantener
una distancia respetuosa, los diáconos de armas y los portadores de varas
detenían el muro viviente, la presión de tanta gente creó un círculo cada
vez más restrictivo alrededor del Eclesiárca.

Aquellos entre los Fieles que estaban lo suficientemente cerca como para
ser vistos agitaban libros de oraciones y gavillas de sus propios escritos, o
copias de los sermones de Lorgar que actuaban como una escritura
secundaria entre los sirvientes y soldados del campo, tan valoradas eran
sus palabras. Pidieron las bendiciones del Único, y donde cayó la mirada
violeta del Eclesiárca hubo muchos gritos, desmayos y declaraciones de fe
inmortal. Algunos afligidos por la yerma arena y los cánceres de huesos
pidieron ser sanados por el poder de la única divinidad de Colchis.

Poco a poco la burbuja que rodeaba a Lorgar se movió con él, abriéndose
entre la multitud, hasta que vio Nairo entre la multitud, atento a cada
detalle como siempre. Pidió que se acercase Nairo, pero su invitación fue
malinterpretada por una mujer con un bebé junto al antiguo profesor
corrió hacia delante y cayó de rodillas, ofreciendo a su hijo como si fuera
un regalo a Lorgar.

-Dorado, pon tus manos sobre mi hijo, que sea bendecido con la mirada
del Único.

-Ya está bendecido por una madre de fe- respondió Lorgar con una
sonrisa.

Nairo vio algo en la mirada que no había visto antes. Donde sólo conocía la
humildad y la preocupación, ahora veía triunfar a los ojos de Lorgar, como
si la adulación de la multitud fuera ya una victoria. Sólo podía adivinar lo
que había ocurrido durante la ausencia de Lorgar, pero sabía que no le
gustaba la vista.


5º2

No creo que estén escuchando.


-

El intento de humor de Axata fue mal recibido por los jerarcas y diáconos
que acompañaban a Lorgar. A medio kilómetro por delante de ellos, el
desierto pareció hervir, elevándose en línea recta hacia una pared
movediza de escombros y energía crepitante. El campo de tempestad de
Gahevarla.

Se extendía muy lejos en el cielo, borrando el temprano sol para que la


hueste de Lorgar esperara en una antinatural y cambiante sombra. Esa
sombra habría sido recibida con gratitud bajo otras circunstancias, pero su
presencia dejaba un frío húmedo en Nairo. El único sonido era el crujido de
la energía y el silbido de las partículas de arena cortando el aire.

El ex-esclavo apretó más el mango de su maul motorizado. Nunca lo había


usado para su verdadero propósito, habiendo estado feliz de permanecer
hacia la parte de atrás de las cohortes detrás de los miembros más
agresivos y francamente más hábiles de la congregación de millones de
personas de Lorgar. Pero quedarse atrás no le ahorraría las tribulaciones de
esta batalla. Sólo había una ruta para llegar a Gahevarla y pasaba
directamente a través de la Tormenta.

Un carro de fusileros revestido de gruesas planchas de hierro, remachado y


fuertemente soldado, se aventuró hacia delante a la señal de Axata. Ni
siquiera había llegado a la periferia de la tormenta cuando un rayo cayó
desde el campo ondulante, arqueándose varios metros hacia la tierra a
través del depósito de combustible. El vapor detonó con una explosión que
sacudió a todos los presentes excepto a Lorgar, dispersando metal y partes
del cuerpo a más de cuarenta metros de tierra quemada.
El estado de ánimo de todos se agrió aún más al pensar en marchar a pie a
través de la tormenta.

Nairo miró por encima de su hombro. Treinta mil diáconos armados,


acólitos armados, adeptos de la espada y sacerdotes guerreros estaban
listos para avanzar. Era probable que ninguno de ellos llegara a las murallas
de Gahevarla, sus cuerpos rotos esparcidos por el Empíreo en el viento del
diablo de los magistrados.

-Esperar no lo hará más fácil- declaró Axata. Dio un paso hacia el yate de
tierra no muy lejos, donde le esperaban sus oficiales. -Es mejor dar la
orden.

Había dado tres pasos más cuando la orden silenciosa de Lorgar lo detuvo.

-Espera.


5º3

La sola palabra detuvo a todo el mundo. El aliento de Nairo se le quedó


atrapado en la garganta, casi asfixiándolo.

Relajado, aparentemente totalmente a gusto con el mundo, Lorgar rompió


con sus seguidores y avanzó hacia la tormenta. Nairo quería llamarle,
advertirle que ni siquiera su estructura y constitución Bendita no podía
resistir el asalto de la Tormenta de la Maldición. Su carne sería arrancada
de su esqueleto y todo sería un fracaso.

Las palabras se le quedaron sin pronunciar, al igual que su aliento. La


agitación de los demás a su alrededor testificó que estaban igualmente
afligidos mientras veían al santo maestro caminar hacia su perdición.

A sólo diez metros del muro de elementos furiosos se detuvo. Lorgar


pareció considerar la Tormenta de la Maldición durante algún tiempo,
organizando sus pensamientos.

Se arrodilló, la cabeza inclinada hacia la arena, el tacto de los vientos


exteriores levantaba partículas sobre su cabeza, depositando trozos de
arena en los pliegues de sus túnicas. Permaneció inmóvil durante algún
tiempo.

Palabras a la deriva en el viento. Alabanzas al Único. Nairo escuchó una


mención dispersa de los nombres de las ciudades, asentamientos que
habían sido llevados al dominio de la Alianza. Se dieron otros testimonios,
de dedicación y fe.

Y finalmente, una invocación. Ni una oración, ni una petición.

Una demanda.

-Los Poderes deseaban la muerte para saciar sus apetitos, para pagar por
sus dones. Yo les he dicho a estas personas que la tradición y la Ley del
Único es diferente. Una vida perdida en un esfuerzo serio será
remarcada, pero es nuestro trabajo lo que sacrificamos, no nuestra
existencia. No me hagas caso y aún así daré la orden. Yo mismo conduciré
a esta gente a la tormenta indiferente. Me llevará a mí y Colchis nunca
será tuya. No te pido esto, no te amenazo, simplemente te digo lo que
será si lo deseas.

Se levantó, con un mazo en la mano, la misma arma que había creado para
matar a los amotinados convertidos años antes, aunque muy reforzada con
bandas de metal y tachuelas.

Lorgar empezó a caminar de nuevo y frases de poder saltaron de la


tormenta, corroyéndose sobre su dorada piel, poniendo a tierra sus
extremidades.


5º4
El muro de la Tormenta se inclinó ante el avance de Lorgar, abriéndose
como para abrazarlo, incluso cuando un relámpago de color verde, púrpura
y blanco se encendió y escupió alrededor del Eclesiárca.

Levantó los brazos y la brecha se ensanchó como si estuviese bajo sus


órdenes. La arena removida se separó, formando un barranco de rocas en
movimiento y arena arremolinada a ambos lados, puentes de poder que
crepitaban a través de la creciente línea divisoria. A esta brecha avanzó
Lorgar.

-¡Muévanse!- gritó Axata, corriendo hacia su yate. -¡Todas las cohortes


avancen!

La orden fue transmitida por megáfono y ola oculta, y en pocos momentos


la hueste de Lorgar comenzó a marchar. Los camiones blindados y los
carros de combate multitorreados merodeaban entre sus filas.

La arena se movió bajo los pies de Nairo y se encontró tropezando hacia


delante, moviéndose hacia el abismo de la tormenta como si se tratase de
una boca en espera. Desde que estuvo a punto de morir bajo el transporte,
no había sentido la presencia del Único con tanta intensidad. Sus nervios
cantaban con la presencia divina, las orejas palpitando, el corazón
corriendo mientras seguía a Lorgar hacia el oscuro cañón.


5º5

Gahevarla cayó al final del Mediodía-largo.


Dirigido por Lorgar, el ejército de los Fieles tomó las murallas por el Post-
mediodía de la Mañana. Implacables, entraron en la ciudad y la ciudadela
central fue asediada por la llegada de la estela principal en el Mediodía-
largo. El último de los magistrados salió de la torre y lanzó rayos de energía
negra y una niebla de vapor verde tóxico a la horda de los fieles, matando a
cientos, hasta que el propio Lorgar rompió las puertas de su fortaleza
interior. El hechicero murió de la mano de Axata cuando los vientos
calientes se llevaron los restos de la tormenta.

Sobre una fortificación de la torre del homenaje Lorgar estaba de pie con
Nairo y Axata, mientras que, en las calles de la ciudad, debajo del proceso
de conversión, continuaban a paso acelerado, sacerdotes moviéndose
entre los sorprendidos habitantes predicando la Verdad del Único.

-Así que ya está hecho- dijo Axata. Suspiró, su alivio era evidente.

Lorgar permaneció en silencio.

-Todo Colchis está unido bajo el Libro y la Llama- dijo Nairo, en referencia
al sello de la Alianza. Hubo un tiempo en que tal declaración, el
pensamiento de una sola iglesia unificada controlando las vidas de cada
persona en el planeta, lo habría llenado de horror. Con Lorgar a la cabeza
de esa iglesia parecía la cosa más natural y hermosa bajo el Empíreo.

Lorgar no dijo nada.

-Todavía habrá algunos descontentos, siempre hay- dijo Axata. Miró más
allá del ancho pecho del Eclesiárca para ver la mirada de Nairo, de
preocupación escrita en sus rasgos. -Pero hemos ganado. Se acabó. Se
acabó. Es hora de celebrar.

Aún así, Lorgar miró a la distancia sin respuesta.

Nairo lo consideraba en las garras de una visión, pero no había nada del
dolor o la euforia que coincidiera con tal acontecimiento, por lo que se vio
forzado a concluir que su santo maestro estaba simplemente tan profundo
en su pensamiento que no los escuchó. Hizo un gesto a Axata y a sí mismo
para que se marcharan, pero cuando ambos se volvieron para dirigirse
hacia los escalones de la muralla, Lorgar finalmente habló.

-Este no es el fin- dijo lentamente. -Es simplemente la conclusión del


principio.

61º

El sonido de las campanas, y los gongs de cien templos ahogaron los


rugidos y los gritos de los millones de personas que se acercaban a través
de Vharadesh. La ciudad, que ya había estado llena de refugiados y
conversos durante años, había traspasado sus murallas como un lago que
rompía sus orillas. Se habían erigido grandes suburbios y alrededor de
estas nuevas construcciones un campamento tan grande como la Ciudad
de las Flores Grises que se extendía en los desiertos, poblada por una
afluencia masiva de peregrinos en anticipación del glorioso regreso de
Lorgar.

El Eclesiárca montó en el púlpito del templo dorado, el mismo camión que


lo había llevado en los desiertos con Kor Phaeron años atrás, ahora
diseñado y adornado con lo mejor que la Alianza podía ofrecer. En él iba
Axata, y a su lado Nairo y otros que fueron aclamados como los Primeros
Discípulos, los Heraldos del Único.

Nairo despreciaba tales apodos, los consideraba una afrenta a sus ideales
de igualdad, pero Lorgar dijo que no les prestara atención, una afectación
que pronto se desvanecería cuando Colchis pasara a una verdadera era de
iluminación.

Mientras se movían por las tiendas de campaña y caravanas y entraban en


la propia ciudad, Nairo se quedó impresionado por lo que vio. A su salida,
las calles principales estaban llenas de santuarios y escuelas, monasterios
de diferentes sectas y disciplinas. Los callejones sinuosos y los zocos
estrechos habían sido el hogar de multitudes de adoradores y
predicadores.

Todas las fiestas habían sido forzadas a salir de la ciudad, de modo que un
silencio austero y respetuoso los saludó. Las calles estaban alineadas con
los ordenados, sacerdotes y diáconos por igual, las cabezas inclinadas
ligeramente en respeto a su héroe que regresaba.
Mucho se ha nivelado. La academia donde había enseñado era ahora una
amplia plaza, alicatada con oro y plata. Los iconos de mosaico del Único
decoraban las paredes de los edificios, donde los templos y osarios habían
sido demolidos y reconstruidos, literalmente reformados en la nueva
imagen de la Alianza.

Y estatuas. Estatuas por todas partes, de Kor Phaeron y Lorgar. En mármol


y granito, oro y plata, de alabastro y piedra caliza pintada, parecía que no
había una plaza, mercado o procesión que no estuviera bajo la mirada de
uno de estos ídolos de tamaño natural a veces incluso más grandes.

El Templo se alzaba, sobre todo, muy restaurado y redecorado, aunque su


gran torre dominaba como siempre, con un dedo clavado en el pico de
Dios del Empíreo. Amplios escalones conducían desde la plaza antes del
templo a un pórtico arqueado de treinta metros de altura.

Una solitaria figura los esperaba en la escalera blanca.

Kor Phaeron.


62º

Al acercarse su Eclesiárca, Kor Phaeron bajó a una rodilla, las manos se


agarraron a su pecho, la barbilla se inclinó. Permaneció así sólo unos pocos
latidos antes de enderezarse. Rodeado de Axata y Nairo, Lorgar ascendió.

El Archidiácono no lo había creído posible cuando Lorgar había declarado


por primera vez su intención de llevar a todo Colchis al redil de la Alianza.
Kor Phaeron se reprendió por su falta de ambición en ese sentido y sus
dudas. El Eclesiárca había demostrado ser más que capaz y ahora como
Archidiácono, Kor Phaeron gobernaba un mundo.
Había puesto en marcha planes para asegurar su continua preeminencia,
pero el éxito de Lorgar en Gahevarla consolidó la posición de Kor Phaeron
más que nada. La gente adoraba a Lorgar como adoraban al Único. Que él
sea el testaferro; no fue la alabanza que Kor Phaeron deseaba.

La iglesia era suya, el mundo, suyo. Todos fueron jurados a su servicio, en


realidad si no de palabra.

Kor Phaeron sonrió.

-Bienvenido a casa, su santa majestad.


63º

Lorgar no devolvió la sonrisa.


-Aún queda mucho por hacer- dijo el Eclesiárca.

-Por supuesto- dijo Kor Phaeron. -Aquellas ciudades todavía frescas para
la causa aún no han sido plenamente abrazadas por la Alianza, pero las
misiones ya están en marcha.

-No es eso- Lorgar miró a través de la ciudad, distraído por un momento. -


Un lugar muy fino has hecho Una joya, y todas nuestras ciudades serán
moldeadas de la misma manera. Pero las noticias de la victoria están
fuera de lugar.

-Oí que Gahevarla ya no se arrodilla bajo el yugo de los magistrados. ¿Eso


estuvo mal?

-Los magistrados se han ido- confirmó Lorgar. Miró a Nairo y Axata antes
de continuar. -He oído que no todo es lo que parece.

Kor Phaeron fingió ignorancia, aunque sabía que los rápidos latidos de su
corazón eran audibles para el hombre extraordinario que tenía ante él. El
Eclesiárca continuó, no pareciendo notar esta repentina reacción de
pánico.

-Debajo de la mascarada de la Alianza hay sectas y cultos todavía


dedicados a los Poderes. E incluso entre aquellos que reconocen la
autoridad del Único, algunos han comenzado a hablar en contra del
gobierno de Vharadesh. Contra mí. El trabajo, mis sermones, ¿está
terminado?

-Sí. El nuevo libro para los fieles está listo para ser aprobado, Eclesiárca.

-Será la piedra angular de nuestro nuevo orden. Todos aprenderán la


Verdad de sus palabras. No debe haber desacuerdo. Sólo en completa
unidad sacaremos al Único del Empíreo.

-Entonces purgaremos la mancha- dijo Kor Phaeron. -Ningún hereje


quedará vivo para moverse en contra de tu voluntad.

-Sí- dijo Lorgar. -Una purga.


64º

D
- e ideas- dijo Nairo apresuradamente. -Enseñaremos la Verdad, con
este libro del que hablas.

La idea de un mayor derramamiento de sangre le llenó de terror, sobre


todo por su propio bien. Más aún, la idea de que los millones de personas
que ya habían muerto no eran suficiente sangre para saciar la sed de poder
y venganza de Kor Phaeron lo enfermó hasta la médula. Al Archidiácono no
se le podía permitir dictar los pensamientos de Lorgar en este asunto.

-Fue de la esclavitud que nos guiaste, santo maestro- dijo Nairo,


retorciéndole las manos. -La libertad, no la subyugación, es la tradición y
la ley. No importa si es la mano del Eclesiárca o sus palabras las que se les
imponen, hombres y mujeres deben ser libres de decir lo que piensan. La
Palabra, no la Maza.

-Tonterías- dijo Kor Phaeron. -La oposición debe ser aplastada sin demora.
Es un cáncer, una podredumbre que destruirá todo lo que hemos
construido desde dentro. Una hermandad está lista para servir a tu
voluntad.

Lorgar miró entre sus dos compañeros, Axata se había retirado un poco,
sintiéndose fuera de lugar en tal debate.

-Ustedes dos nunca estarán de acuerdo. ¿Me harás árbitro y guardián de


la paz para siempre?

-Este estúpido esclavo quiere que tires todo por la borda, que te burles
de todos los que han dado su vida, sus miembros y su salud por ti. No
puedes dejar que este desgraciado ensucie tus pensamientos con su
cobarde consejo.

-Kor Phaeron te ha usado desde el momento en que mató a aquellos que


te salvaron en el desierto- contestó Nairo calurosamente. -¿No puedes
ver? Él te golpeó y te azotó para que te sometieras, y aunque vistes de
gris de Eclesiárca, él se ha hecho maestro. Te ha llenado la cabeza con su
veneno, y ahora te convertirá en su ejecutor, un glorificado matón de
culto.

La frente de Lorgar se arrugó ante esta acusación y miró a Kor Phaeron.

-¡Mentiras asquerosas!- gritó Kor Phaeron.

Nairo no vio el puño que atrapó su barbilla y antes de que se diera cuenta
de que el Archidiácono había golpeado se cayó por varios escalones,
magullando costillas y codos. No sabía con razón lo que hacía, pero se dio
cuenta de que su daga, que durante un año había permanecido en su vaina
a la altura de su cadera, estaba ahora en su mano.

65º

Kor Phaeron miró sorprendido, el tiempo ralentizándose mientras Nairo


se lanzaba por los escalones, cuchillo apuntando al Archidiácono. Empezó a
levantar la mano para protegerse ineficazmente del golpe, indignado
consigo mismo por dejar que el esclavo se elevara tan alto en las opiniones
de Lorgar.

Fue una forma estúpida y sucia de morir.

Una sombra lo cubrió cuando Lorgar se movió. Kor Phaeron vio la cabeza
de la maza, una vez el incensario que había derramado incienso a través de
las masas de su caravana. Descendió como un cometa arrastrando cadenas
doradas y talismanes, y se conectó con la cabeza de Nairo.

El cráneo del esclavo se partió en dos y su hombro se rompió bajo el golpe,


su columna vertebral se derrumbó en ruinas bajo el peso de la misma. La
parte superior del cuchillo le cortó la barbilla a Kor Phaeron mientras
volaba de los dedos sin vida.

Nairo se dobló en sí mismo, aplastado contra los escalones, con las piernas
quebradas mientras su torso era empujado hacia abajo por el golpe de
martillo de un semidiós.

Ahogando un grito, Kor Phaeron dio un paso atrás, igualmente aterrorizado


y eufórico por la mirada que ardía en la mirada de Lorgar. El Dorado, el
Portador de la Palabra, Urizen, Eclesiárca de la Alianza estaba de pie con las
manos ensangrentadas, el cadáver de Nairo a sus pies Una nube de oro
parecía jugar con su cabeza, aunque podría haber sido simplemente un
reflejo de la luz del sol.

Lorgar levantó un dedo cubierto de sangre y señaló hacia el cielo.

-Él está viniendo- declaró. -¡Estaremos listos!


LA GALAXIA EN LLAMAS
964.M40
47-1, (antes Karstadt)

Era apropiado que terminara donde había empezado. Casi. Nacido en


Colchis, en un balcón del Templo, la misión de Lorgar de difundir la palabra
del Emperador se convirtió por primera vez en una realidad entre las
estrellas de este planeta.

Kor Phaeron recordó la euforia del Primarca, su celo desatado sobre una
galaxia en espera por la llegada del Emperador y de Magnus, dotó a una
Legión de guerreros sobrehumanos y a la población de Colchis para
promover su deus magnum.

Karlstadt había sido un cumplimiento fácil, en comparación con otros. El


Dorado se había acercado al cumplimiento de un mundo de la misma
manera que había visto la conversión de una ciudad-estado de Colchis. Se
ofrecía la Palabra y si no era aceptada, se entregaba la Maza. Su primera
conquista planetaria había requerido ambas cosas; las transmisiones del
Urizen habían encendido los fuegos de adoración entre algunas de las
naciones planetarias, quienes a su vez recibieron asistencia militar de la
XVII Legión para destruir a sus enemigos.

Este era el mismo lugar donde Lorgar había hecho caer el planeta, el monte
sobre el cual había levantado la primera Gran Catedral del Salvador
Libertador.

El templo era vasto, abarcando gran parte de la cima de la montaña desde


la que había sido excavado y construido, de casi tres kilómetros de largo. La
nave principal corría un tercio de esa longitud, y dentro de la vasta
estructura se habían reunido los comandantes y su séquito de todos los
Capítulos de la Legión. Decenas de capitanes y capellanes, las banderas de
sus compañías con ellos, observados desde lejos por los Custodios con
armadura de oro enviados para hacer cumplir la voluntad del Emperador.

Era típico de Lorgar que hubiera convertido la humillación en triunfo. Nada


de borrar la historia de la Legión. No hay enmiendas a los registros de Terra
fuera del escrutinio. Aquí, donde había reclamado por primera vez un
mundo para el Emperador, ordenó a su Legión que enmendase
públicamente sus ofensas. Tan visible y grandiosa como habían sido las
transgresiones contra el Emperador, así también sería la penitencia para
expiarlas.

Con ellos los Portadores de la Palabra habían traído la suma de su sabiduría


y fe: cada libro y cada pedazo, cristal o pergamino que contenía invocación
y oración; cada estandarte, icono y aquila; cada sello de pureza y papel de
juramento; cada relicario y talismán.

Lorgar no dijo nada. Todos sabían por qué estaban allí.

Comenzó la primera pira, lanzando una vela votiva sobre un montón de


alfombras de oración empapadas de aceite y blasonadas con la runa
colchisiana del Único, cuya forma de T hacía que los forasteros
confundieron con la de Imperio, varias veces representada con barras, alas,
calaveras o aureolas adicionales.

De todas las llamas que Kor Phaeron había presenciado últimamente, este
fue el momento culminante. A primera vista, visto a través de los ojos de la
mayoría de los que aún están allí, y en los informes de la Legio Custodios
que serían enviados de vuelta a Terra, fue una purga muy visible de la
adoración del Emperador de la Legión.

Y, en realidad, lo fue.

Sin embargo, lo que pocos sabían y nadie más veía, era que la adoración de
otro tipo lo reemplazaría. Ya a través de la Hermandad Kor Phaeron había
colocado capellanes y capitanes educados en los caminos de la "Vieja Fe".
La Verdad, la gente de Colchis la había llamado. La tradición y la ley de los
Poderes. Todavía había suficiente de ese mundo y de esa generación para
recordar lo que había venido antes para difundir la Palabra a las
generaciones futuras.

Si hubiera sabido lo que pasaría... Kor Phaeron se corrigió a sí mismo. Lo


sabía, aunque no se hubiera atrevido a adivinar los detalles. Pero siempre
había dado fe de los planes de los Poderes y de cómo actúan a través de él.
Lo habían llevado a Lorgar y desde ese momento lo destinaron a esta
ardiente apoteosis de su fe.

Toda una Legión de Marines Espaciales dedicada a la persecución de los


objetivos de los Poderes, enclavada en el corazón de los esfuerzos del
Imperio por conquistar la galaxia.

Atrapó a Erebus mirándolo, con el yelmo de la calavera en las manos.


También allí hubo triunfo y Kor Phaeron se dio cuenta de que estaba
sonriendo. Asumió una expresión más respetuosa, pero devolvió la mirada
del Primer Capellán en reconocimiento del momento y de su logro.

Su mirada se fijó en Lorgar. Pensó que quizás podría ver algo de


reconocimiento allí también, pero los ojos de los Urizen se elevaron,
mirando al Empíreo más allá de las bóvedas del inmenso templo. A su
alrededor se acercaron los Portadores de la Palabra, arrojando sus
estandartes y libros, pergaminos y sacramentos sobre el creciente fuego.

Los ojos del Primarca ardían con una luz dorada, una mirada que Kor
Phaeron conocía bien. El Dorado no veía nada en el reino físico, ni prestaba
atención a los mortales que pasaban junto a él, ni a la lamida de las llamas
que se acercaban cada vez más. La música de las esferas lo conmovió, ese
llamado superior, la sinfonía del universo que sólo llegó a su oído.

Su propósito, su percepción de la galaxia como ninguna otra.

La incertidumbre se deslizó en el corazón de Kor Phaeron ante este


pensamiento.

¿Le habían guiado los Poderes a los Rechazados ese día para encontrarse
con el vehículo de su elevación? O... ¿Era posible que hubieran guiado a
Lorgar a una caravana cercana, que por casualidad pertenecía a un
predicador itinerante y deshonrado?

Como el lento atardecer de Colchis, un escalofrío se extendió por Kor


Phaeron a pesar de la furia creciente del templo-pira.

Todos tienen su lugar en el esquema de los Poderes. Había asumido que su


celo había sido recompensado, la entrega de Lorgar, el medio por el cual
Kor Phaeron lograría su preeminencia. Parecía orgulloso, ahora que lo
consideraba.

Pero había sido su mano la que había dirigido los acontecimientos. Fueron
los esfuerzos y maquinaciones de Kor Phaeron los que... llevaron a Lorgar a
Vharadesh, el corazón de la Alianza. Donde casi con toda seguridad habría
terminado por cualquier otra ruta. Tal era la naturaleza de la Alianza que
era inevitable que Lorgar se hubiera unido a sus filas.

La confianza de Kor Phaeron se recuperó brevemente al considerar su


papel en la creación del mito de Lorgar que había visto a la Alianza
capitular sin luchar. El resurgimiento se aleteó como los restos de
pergamino que se llevaban en las térmicas de las llamas. Los dones
primitivos de Lorgar lo habrían visto dominar la Iglesia de Colchis bajo
cualquier circunstancia, ya sea física o moral.

De hecho, el exilio y la tutela de Kor Phaeron habían retrasado esa


ascensión varios años.

Era una locura dudar, se regañó a sí mismo. ¿Dónde estaba la fuerza que
había mostrado para convertir a Lorgar en el líder que era hoy? El profesor
y el acólito. Sí, eso fue todo lo que Kor Phaeron hizo. Quizás fue un poco
arrogante pensar que se merecía todo el mérito, pero había guiado bien a
Lorgar y el Primarca lo había reconocido, recompensando su contribución y
lealtad.

Tutor y estudiante.

Padre e hijo.
Indivisible.

Buscó la mirada del Dorado para tranquilizarse, para ver algo de su vínculo
renovado en los ojos de Urizen. Pero no había nada, solo la mirada lejana
de un hombre que ocupaba un reino diferente.

Si Kor Phaeron se hiciera a un lado, habría... una legión literal de devotos


dispuestos a hacer las órdenes de su Primarca. Kor Phaeron fue
despreciado por la mayoría, su posición a pesar de no ser un Marine
Espacial una chispa que encendió los celos de muchos en el XVII.

Su trato con los inferiores le había ganado pocos aliados, incluso entre la
Hermandad. Esa secta clandestina se construyó sobre el secreto y la
completa falta de compasión. Pero ellos respondieron al Guardián de la Fe;
nunca se volverían contra él.

Era una ilusión, rápidamente desnudada por la nueva iluminación de Kor


Phaeron. Lorgar ordenó a la Hermandad, y con su palabra liberarían al
universo de Kor Phaeron tan fácilmente como lo habían hecho con los
terrícolas y los colchisianos, también embelesados por la adoración del
Emperador, para aceptar el nuevo orden, su Vieja Fe.

Más y más de la panoplia de la Legión se apilaba sobre los montículos en


llamas. Todo ello sacrificado, los logros de la Gran Cruzada dejados de lado
en una muestra de arrepentimiento.

Todo un espectáculo, pensó Kor Phaeron con un nudo en la garganta y una


opresión en el pecho.

Lorgar deseaba un dios al que adorar, por encima de todo, y no se


detendría ante nada para encontrarlo. Nada.

Había aguantado, pues era la forma en que el Urizen evitaba los conflictos.
Siempre, a pesar de todos los contratiempos pequeños y grandes, Lorgar
prevaleció. Kor Phaeron pensó en las palizas que le había dado cuando era
joven. En cualquier momento podría haber empleado la Voz, podría haber
ordenado a Kor Phaeron que se detuviera, que obedeciera su más mínimo
capricho.
Pero no lo había hecho.

¿Por qué? ¿Por qué había soportado la humillación, el dolor físico, el


desprecio de su padre adoptivo?

El disfraz más seguro para su propia ambición había sido esconderla dentro
del manto de la vida de otro...

Todo lo que había ocurrido, desde el momento en que salió de la tienda en


la gran extensión de los desiertos de Colchis, Lorgar lo había deseado. Tal
vez no deseada, pero permitida. Él había permitido que Kor Phaeron lo
sacara de los Declinados. Había permitido el castigo, incluso hablando y
luchando en nombre de su abusador.

Y ahora que finalmente había desechado la fe ilusoria en el Emperador y se


había vuelto a dedicar a los Poderes, ¿qué pasaría? ¿Necesitaba a Kor
Phaeron?

Una brasa revoloteó de la pira y cayó sobre el guante de Kor Phaeron. Se lo


llevó por el cepillo, convirtiéndolo en polvo ceniciento.

Lorgar se desharía de él con la misma facilidad con la que se deshacía de


todas las creencias y disfraces anteriores. Siempre con pesar, siempre con
una lágrima y una autoflagelación, pero Lorgar eliminó todos los
obstáculos que se interponían entre él y su meta.

Mirando hacia adelante, perdido en las llamas, Kor Phaeron se preguntó


cuándo él también sería lanzado sobre una pira, sólo otro obstáculo entre
Lorgar y la grandeza inmortal.

FIN

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