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Índice

Inicio
Portada
Mas alla de las palabras
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciseis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
CORAX SEÑOR DE LAS SOMBRAS
GUY HALEY

Traductor: Neoduncan
Corrector: Kylasier
Montador: Tocayo81
Portada: Neoduncan

Más allá de las palabras

Todo el trabajo que se ha realizado en este libro, traducción, revisión y


maquetación esta realizado por admiradores de Warhammer con el
objetivo de que más hermanos hispanohablantes disfruten y compartan
de este gran universo.
Este trabajo se proporciona de forma gratuita para uso particular. Puedes
compartirlo bajo tu responsabilidad, siempre y cuando también sea en
forma gratuita, y mantengas intacta tanto la información en la página
anterior, como reconocimiento a la gente que ha trabajado por este libro,
como esta nota para que más gente pueda encontrar el grupo de donde
viene. Se prohíbe la venta parcial o total de este material.
Warhammer y todos los personajes, nombres y situaciones son marcas
registradas y/o propiedad intelectual de Blacklibrary.
La Herejía de Horus
Una época legendaria.
Héroes extraordinarios combaten por el derecho a gobernar la
galaxia. Los inmensos ejércitos del Emperador de Terra han
conquistado la galaxia en una gran cruzada; los guerreros de élite
del Emperador han aplastado y eliminado de la faz de la historia a
innumerables razas alienígenas.
El amanecer de una nueva era de supremacía de la humanidad se
alza en el horizonte. Ciudadelas fulgurantes de mármol y oro
celebran las muchas victorias del Emperador. Arcos triunfales se
erigen en un millón de mundos para dejar constancia de las hazañas
épicas de sus guerreros más poderosos y letales.
Situados en el primer lugar entre todos ellos están los primarcas,
seres pertenecientes a la categoría de superheroes que han conducido
los ejércitos de marines espaciales del Emperador a una vistoria tras
otra. Son imparables y magníficos, el pináculo de la experimención
genética. Los marines espaciales son los guereros más poderosos que
la galaxia haya conocido, cada uno de ellos capaz de superar a un
centenar o más de hombres normales en combate.
Muchos son los relatos de estos seres legendarios. Desde los pasillos
del Palacio Imperial de Terra hasta los límites exteriores del
Segmentum Ultima, se sabe que sus acciones están configurando el
futuro de la galaxia. Pero, ¿pueden estas almas permanecer libres de
duda y corrupción para siempre? ¿O la tentación de más poder será
demasiado para los más leales hijos del Emperador?
Las semillas de la herejía ya han sido sembradas, y el comienzo de la
mayor guerra en la historia de la humanidad está a solo unos años
de distancia...
Uno
strategos

Roboute Guilliman se acercó al escondite de su hermano, no necesitaba


verlo para saber dónde estaba. La presencia de su hermano le erizaba los
pelos de la nuca, era la misma sensación que sentía la presa antes de la
mordedura mortal. Guilliman era cauteloso. Había ganado, pero aun así
podía caer, en la destrozada gran sala de audiencias, las sombras estaban
por todas partes. Su hermano era el señor de las sombras, este era su reino.

Al pasar cuidadosamente sobre una pila de cuerpos que rezumaban


fluidos vitales, apuntó con Arbitrador a la parte más alta de una columna
destrozada. A menudo su hermano atacaba desde arriba, la oscuridad y la
altura definían su técnica de emboscada. Allí no había nada. Siguió
adelante.

-Tus ejércitos se han dispersado- le recordó Guilliman. -Se han tomado


tus mundos. Tu última fortaleza arde. ¿Te rindes, hermano?

El más leve de los siseos de aire fue la única advertencia que Guilliman de
percibir el ataque. Su hermano saltó desde una esquina en sombras del
destrozado piso superior, el espacio negro tomó forma humana y se lanzó
sobre él. Guilliman giró y se inclinó hacia atrás para esquivar un conjunto
de garras cruelmente curvadas que apuntaron a su casco.

-¡Un golpe de decapitación perfecto!- exclamó Guilliman con admiración.


-Evitado por poco.
Su hermano rodó y se puso en pie de un salto. A diferencia de Guilliman,
él no tenía armadura, vestía de negro carbón de la cabeza a los pies y tenía
el rostro cubierto con las cenizas de su imperio. Una pequeña placa de
ceramita en el pecho era su única defensa física; el resto se reducía al sigilo
y la astucia. Era una estrategia que casi había funcionado, pero el casi no
gana ninguna guerra.

El hermano de Guilliman atacó de nuevo. Las garras montadas en el dorso


de su mano crepitaban con energías disruptivas. Incluso a plena vista eran
difíciles de ver, se movían con una velocidad tan asombrosa que su
movimiento se desdibujaba.

-¡Ríndete! ¡Has perdido!- le gritó Guilliman.

No tenía ningún deseo de lastimar a su hermano, pero su oponente


continuaba a pesar de todo. Las garras silbaban alrededor del XIII°
primarca, apuñalando y acuchillando a cada instante, siempre en
movimiento y presentando una pared de adamantium. Guilliman dejó su
espada envainada mientras esquivaba los golpes y se retiraba, esperando el
momento adecuado para atacar. Fue una pequeña oportunidad, una fracción
de segundo, en la que las garras dejaron desprotegida la placa del pecho.
Sin pensarlo conscientemente, Guilliman reaccionó a la apertura y golpeó
con fuerza hacia delante. La Mano del Dominio resplandeció al liberarse la
energía. El hermano de Guilliman voló hacia atrás, con la placa del pecho
rota y humeante a causa del golpe del puño de energía. Se estrelló contra la
pared y cayó sobre los escombros que cubrían el suelo.

-Estás derrotado, hermano. Ríndete.

La figura tendida en el suelo le miró fijamente con unos ojos negros


ilegibles. Su cuerpo irradió tensión al tiempo que se preparó para saltar.
Guilliman plantó una bota de forma suave sobre la destrozada coraza, lo
que forzó al otro primarca a seguir tendido en el suelo.

-No intentes levantarte. Estás derrotado- le advirtió. La figura se relajó y


se despatarró. -¿Te rindes?- le repitió Guilliman.
La figura lo consideró. Los sonidos de los disparos que se producían fuera
del gran salón se iban apagando. Los vuelos de las aeronaves que
atravesaban gritando los cielos ya no desataban su artillería. Los ojos
negros se desviaron hacia los muertos que llenaban la sala. La guerra había
terminado.

-Me rindo- aceptó Corvus Corax.


-Bien- dijo sonriendo mientras retiraba su bota. -¡Fin de la simulación!-
ordenó Guilliman. -Autorización prima.

Le respondió una máquina.

++Huella de voz reconocida. Roboute Guilliman, decimotercer primarca,


progenitor de la legión de los Ultramarines. Fin de la simulación++

La desagradable electricidad de la strategio-simulacra zumbó a través de la


parte posterior del cráneo de Guilliman. El campo de batalla se disolvió de
la misma manera que una escultura de hielo se derrite bajo un rayo de
fusión. Segmentos de sueños hilados por el cogitador se desvanecieron
revelando la realidad que había detrás. Hubo un momento de desconexión.
Según sus percepciones subjetivas, Guilliman estaba de pie y con la
armadura puesta. Le llevó un momento reconocer que la figura recostada en
la camilla junto a Corax era él mismo.

++Prepárense para la reintegración++ indicó la máquina con voz


monótona.

Una advertencia necesaria. El sentido de la ubicación de Guilliman sufrió


un cambio dramático. Fue necesario un acto de voluntad para no abrir los
ojos ni respirar, presa del pánico, como lo haría un hombre que se está
ahogando. Corax, que había usado la strategio-simulacra menos veces,
apenas pudo mantener su dignidad. Sus miembros se agitaron antes de
quedar inmóviles.

-Tu reacción a la máquina está mejorando. Te estás acostumbrando- le


animó Guilliman.
Su voz croaba. Sus extremidades le hormigueaban. Estar inmerso le hacía
cosas raras al cuerpo. Corax abrió los ojos. La completa negrura de los
mismos le daba un aire ligeramente extraño.

-No me gusta la desconexión, pero la disonancia cognitiva está


disminuyendo- coincidió Corax. Se sentó en la camilla de inmersión y se
quitó la horquilla magnética de la cabeza. -Aunque no veo razón para
repetir este ejercicio. Creo que ahora ya me tienes cogida la medida. Es
probable que no puedas aprender ya nada más de mis técnicas.

-Me ganaste tres veces- le recordó Guilliman. -Una hazaña que pocos
han logrado.
-Tres de veinte- puntualizó Corax.
-Aprendes muy rápido. Extendió sus brazos e hizo una mueca. -Esas eran
mis mejores estrategias. Las contrarrestaste todas.

Guilliman se puso de pie. Sus miembros también estaban rígidos.

-La Strategio-simulacra es una máquina asombrosa. Nunca he


experimentado nada tan convincente, nuestros antepasados debieron
haber luchado para no perderse en estos dispositivos, pero, a pesar de
todas sus maravillas, debilita el cuerpo. Le extendió la mano a su
hermano. -Es un juguete maravilloso y será una herramienta útil, pero
no es del todo saludable. Si deseas poner fin a nuestro ejercicio, estoy
dispuesto a hacerlo.

-Sí, lo sé. Tal vez sea lo mejor el que no hayan sobrevivido más modelos.
Corax tomó la mano que le ofrecía sin rencor. La derrota no le había
amargado. Guilliman lo puso de pie.

-Estoy seguro de que los científicos de nuestro padre o los tecnoseñores


de Marte desvelarán los secretos de la simulacra muy pronto- manifestó
Guilliman. -Una nueva era de iluminación se aproxima. Los secretos de
los antiguos volverán a ser nuestros. Puede que algún día todas las
legiones tengan la suya propia. Si uno ignora sus inconvenientes,
podemos ver que es más amable con la mente que un hipnomat, y
permite a la conciencia interactuar plenamente con las lecciones y
preserva la autodeterminación del hombre, lo que permite, por tanto,
un aprendizaje más rápido. Después de todo, debemos cometer errores
para aprender.

Corax echó un vistazo a la máquina y a los silenciosos hombres que


atendían las necesidades de la misma. Provenía de las Edades Perdidas de la
Tecnología, recuperada por Guilliman en una de sus campañas. En su forma
original probablemente habría sido más pequeña, pero las tecnologías
imperiales que la habían restaurado a su plena funcionalidad la habían
hecho enorme. Sus mecanismos abarcaban la habitación, de gruesas y
complicadas paredes, en la que se encontraban; absolutamente todo: todas
las estaciones de funcionamiento, los puntos de conexión, los dispositivos
médicos y las dos docenas de camillas de inmersión situadas en el centro
estaban dentro del dispositivo. Las silbantes bobinas y los bancos de
cogitadores que vibraban se extendían para llenar la mayor parte de la
bodega de la nave donde se encontraba.

-Yo tendría cuidado con ella. Es bueno que algunos de los viejos
conocimientos se hayan perdido. Estoy seguro de que esta falsa
realidad tiene sus propios males.

-Quizás- admitió Guilliman. -Pero ahora somos más sabios que antes de
la Vieja Noche, y cuando el Imperio esté completo, nada será imposible.
Y, ahora, ¿querrías reunirte conmigo esta noche para seguir hablando?
Tengo asuntos que atender que no pueden esperar.

-Yo tengo que ocuparme de varias cosas. Nuevas órdenes de Terra.


Debo comenzar los preparativos para partir.

-Pronto nos separaremos- dijo Guilliman con pesar.

Corax asintió. Tenía una pequeña y sombría sonrisa. Parecía dolorida. Se


reía con sinceridad, pero sonreír le resultaba difícil. "Un efecto secundario
de una infancia entre rejas" pensó Guilliman.
-Entonces nos veremos esta noche, hermano mío- le confirmó Corax. -Lo
espero con ansia.
Dos
la caída de la casa adrin

Había muchas fiestas, a Aranan Armadon Adrin no es que le importara,


pero rara vez eran solo fiestas. Ya se acercaba la larga marcha de la
Salvación. Durante los tres meses siguientes los kiavahranos se verían
obligados a celebrar, entre sus agotadores turnos de trabajo, la Víspera del
Levantamiento, el Día Atómico, el Día del Salvador, la Noche del
Cumplimiento y la Renovación del Juramento. Se llevarían a cabo muchos
negocios en las recepciones que habría entre ellas, Aranan tenía demasiados
eventos de este tipo a los que asistir .La última fiesta a la que asistiría se
estaba celebrando en el Museo Kiavahro, un prestigioso escenario para
cualquier evento y un sutil toque de atención a los nuevos maestros del
Mechanicum del planeta. "La política de Kiavahran era tan mezquina"
pensó Aranan mientras se escondía tras las esquinas y evitaba
deliberadamente el contacto visual al tiempo que observaba a los miembros
de los tecnogremios intentar charlar con sus maestros medio humanos.

Dos cosas les impedían tener éxito. En primer lugar, los tecnosacerdotes
del Mechanicum no se dedicaban a charlar. En segundo lugar, los rostros de
todos los miembros de los gremios que había en la sala ardían de
resentimiento tras sus forzadas sonrisas .Aun así, los asistentes persistían en
hablar entre ellos, sin que ninguna de las partes entendiera a la otra, para así
unirse brevemente en la lenta y ritual tortura de la socialización oficial. Los
kiavahranos eran untuosos y poco sinceros, y los sacerdotes de
Mechanicum, extraños cyborgs cuyas capuchas ocultaban mentes de diodos
y cables, no podían evitar ser calculadores. No era una buena mezcla. La
recepción exhibía la disfunción de Kiavahr para que todos la vieran.

"Qué desastre" se dijo Aranan a sí mismo. Hizo girar el vino de su copa y


observó el diminuto vórtice. La bebida era débil e insípidamente tibia. Una
voz familiar cerca de él le hizo levantar la cabeza.

A no más de cuatro metros estaba Ev Tenn, uno de los pocos hombres


cercanos en edad de la recepción. Ev Tenn había sido algo salvaje, una
leyenda en el círculo social cuando Aranan todavía daba sus primeros y
titubeantes pasos tras la protección de su madre. En realidad, Ev había sido
uno de los amigos de su primo, no suyo, nunca habían sido muy cercanos,
pero Aranan se dirigió hacia él con un alivio que resplandecía por todos sus
poros.

-¡Ev!- le llamó. -¡Ev!

No hubo reconocimiento alguno. Ev no miró en su dirección.

-¡Ev!- llamó de nuevo, agitando la mano como un tonto.

Intentó abrirse paso a empujones junto a un acólito del Mechanicum con


la forma de un horno, envuelto en una túnica roja. Tontamente esperó
encontrar carne, pero en cambio se golpeó el codo de forma dolorosa contra
el metal que había debajo de la tela.

-¡Soy yo! Aranan Armadon Adrin, el primo de Jenpen.

Ev se apartó de su compañero de conversación, con el diálogo roto por el


silencioso y mutuo acuerdo de los miembros de la alta sociedad que no
están interesados en los demás. Ambos hombres se miraron con ojos
penetrantes, juzgando y tratando silenciosamente de convencer al otro de
quién era el aburrido.

-¡Ah, sí! lo recuerdo. El Pequeño Tres-A convertido en todo un adulto


saludó Ev mientras se volvía para ver a Aranan.
Aranan odiaba el apodo. Era un número que le reducía al estatus de una
cosa, Ev siempre había sido cruel. No debería de haber hablado con él, pero
no había nadie más con quien compartiera una conexión.

-¿Cómo estás? ¿No heredaste la oficina de tu padre el verano pasado?


-No me lo recuerdes- se quejó Aranan.
-Vaya, así es como andan las cosas, ¿eh, Tres-A? No suena muy bien.

Ev puso una mano reconfortante en su brazo. Aranan era demasiado


kiavahrano como para tomar el gesto al pie de la letra; había intriga en
todos los movimientos del cuerpo de un miembro de los gremios, pero
estuvo patéticamente agradecido de todos modos.

-Horrible- admitió. -Simplemente horrible- dijo, completamente en serio.


-Ya veo- le apoyó Ev. Puso una cara compasiva. -Aburrido, ¿eh? Te
acostumbrarás a esto.
-¿Estás seguro? Mira todo esto- señaló. -Seguramente el Mechanicum
verá que el hecho de albergar el intercambio anual de contratos en un
museo dedicado a los tecnogremios no es más que una protesta por su
presencia.

Ev Tenn seguía teniendo la sonrisa que Aranan recordaba, pero los ojos
que brillaban sobre ella habían perdido todo el deseo por la vida y se habían
llenado con la frialdad de un burócrata.

-Mi querido amigo, el Mechanicum dejó que los tecnogremios hicieran


la recepción aquí. Nos podrían haber detenido, pero no lo hicieron, nos
hacen saber que ven el insulto y no les importa, nos dicen que cualquier
cosa que hagamos es inútil. Ahora son ellos quienes tienen todo el
poder.

Aranan tenía poco poder. Y Ev ya estaba buscando por la sala una ruta de
escape.

-Todavía no tienen todos nuestros secretos- indicó Aranan con un


persuasivo tono de voz que ni a él mismo le gustó.
-Es lo único que nos mantiene con vida murmuró Ev.
Aranan se mostró resentido.

-Es ridículo. El Emperador habla de la iluminación y del fin de la


superstición y pone a este grupito de sacerdotes por encima de
nosotros. Puede que no tengamos la sabiduría de los antiguos, pero
somos científicos, no hechiceros como ellos.
-Cuidado, Aranan, eso es traición.

Ev Tenn sonrió a una bella mujer, que resplandecía gracias a sus pulsantes
implantes subdérmicos, y cogió una copa de la bandeja que le ofrecía. En
esa sonrisa estuvo presente un poco del viejo Ev, lo que animó a Aranan.
Pero la luz se desvaneció del rostro de Ev en cuanto la mujer se dio la
vuelta, y a Aranan le dio un vuelco el corazón.

-Has cambiado, Ev.

La expresión que puso Ev dio a entender que no estaba del todo de


acuerdo, pero tampoco en desacuerdo. Aranan estaba tentando a la suerte.

-Tú también cambiarás, Aranan. La política te aplastará delante de tus


ojos. Ev Tenn agarró el hombro de Aranan con firmeza y bajó la voz. La
sinceridad hizo una breve aparición tras su caparazón de confianza. -
Agradece que estuvieras una buena temporada alejado de todo esto.
Ahora tienes que pensar en el honor de tu gremio en lugar de pensar en
tu propio placer.

Aranan frunció el ceño.

-Ahora anímate, Tres-A. Ha sido un placer verte. Debo irme. Estiró un


dedo de la mano que sujetaba el vaso y señaló al otro lado de la habitación.
-Veo que el representante hassliano está solo. Tengo la intención de
emborracharlo y acosarlo para que firme un acuerdo comercial
favorable a mi casa. Si me disculpas, no suelo hablar con forasteros de
otros mundos muy a menudo. Tengo que aprovechar la oportunidad
cuando se presenta. Tú también deberías hacerlo.
Ev se fue con un pequeño saludo y se abrió camino a través de los
cyborgs de túnicas rojas y los relucientes maestros del gremio como un
hombre nacido para los negocios. Aranan se enfurruñó. No pasó mucho
tiempo antes de que deseara haber seguido el consejo de Ev y haber
intentado desempeñar su papel, ya que Deven Terr le sacó de su
introspección. El tecnogremio de Terr Kir había intentado convencer a su
padre durante años para que se interesará en la fabricación de los
Susurradores (whispercutters en el original, aeronave ligera de transporte
usada por la Legión de la Guardia del Cuervo, nt).

Con su padre muerto, era el deber de Aranan dar largas a Terr, nunca le
había gustado el hombre. Aunque Aranan carecía de la astucia para librarse
de la compañía de Terr, tenía a su favor que era demasiado terco como
dejarse intimidar. Mientras la conversación continuaba sin cesar, Aranan
mantuvo un ojo en las azafatas que servían las bebidas y el otro en el
cronógrafo del museo. A Deven Terr apenas le dirigió la mirada. Le
molestaba el cronógrafo tanto como le molestaba Terr.

Tenía una cara tan grande como la luna de Lycaeus, cubierta de una
caligrafía y una pintura recargadas que los estilistas llamaban «ingenua»,
pero a Aranan le parecía la obra de un niño. Tenía miles de años, según
decían. A él no le importaba en absoluto. Miraba amenazadora mente el
cronografo mientras marcaba los segundos de su vida, regañándole por
malgastarlos. Por supuesto, el reloj mostraba la antigua hora de Kiavahran.
Viendo que la antigua medida se había suplantado por el cálculo imperial,
su exhibición era otro desaire hacia el Mechanicum. En lo que respecta a
Aranan, su aire sentencioso superaba a su valor como símbolo de desafío, si
por él fuera, lo habría aplastado con un martillo. Terr finalmente captó el
mensaje de que Aranan no iba a renunciar a la fortuna familiar y se fue, no
sin antes exigir una cena y una charla de negocios en una fecha posterior.
Aranan habló vagamente acerca de pedir a su subsecretario se pusiera en
contacto con el subsecretario de Terr mientras juraba en silencio que no se
acercaría al hombre si podía evitarlo.

Cuando Terr se fue, Aranan se escondió detrás del buffet. Tras otra
insoportable hora, el primero de los invitados comenzó a marcharse. La
salida y la llegada a este tipo de eventos se hacían en estricto orden
jerárquico, ahora podía irse sin provocar una escena. Con un suspiro de
gratitud, Aranan se excusó y ordenó que su coche gravítico lo esperará
frente al edificio. La esclavitud fue una de las primeras instituciones
kiavahranas en desaparecer. En la schola le habían enseñado que así tenía
que ser, aunque en casa también le habían enseñado que el llamado
Salvador obligó a los gremios a capitular tras asesinar a cuatrocientas mil
personas con cargas atómicas.

Las grandes opiniones se mezclaban con la nueva constitución. Bajo la


superficie, nada había cambiado demasiado. Los lacayos uniformados
revoloteaban a una distancia prudencial para complacer todos los caprichos
de los maestros del gremio. Mientras Aranan se escabullía del edificio,
hombres y mujeres aparecieron de habitaciones ocultas para desempolvar su
chaqueta y cubrir sus hombros con pieles extrañas. Un conserje contenía de
manera imperiosa la fila de ciudadanos menos adinerados que esperaban a
salir hasta que Aranan se hubiera ido. Otros sirvientes tomaron hábilmente
el lugar de los guardarropas para llevarlo hasta su limusina negro azabache.
El coche era asombrosamente caro y lo impulsaban los mismos motores que
elevaban a los Susurradores. Cualquier conjunto de propulsores que pudiera
transportar diez legionarios astartes completamente blindados a una altura
razonable de vuelo no tenía problemas para levantar un coche terrestre a un
metro del suelo, incluso uno tan grande y tan lujosamente equipado como el
de Aranan.

Aranan se dejó caer sin gracia alguna en la parte de atrás y arrojó una
moneda al aparcacoches. El hombre intentó decir algo. Aranan subió la
ventanilla del coche deliberadamente para no escucharlo .Aislado en un
mundo personal de lujo, se sintió algo mejor.

-¿Tuvo una noche agradable, señor? La voz de su chofer parecía un poco


apagada. Aranan lo achacó a un resfriado.
-No, Raspuc Keev, no la tuve -contestó a la pantalla de cristal tintado del
compartimento del conductor.
La gorra en inglete del hombre era visible como una forma ahumada desde
el otro lado. Las manos se movían sobre el volante. Aranan sabía poco de
su chófer más allá de ese juego de sombras y, sin embargo, a menudo
confiaba en él. La pantalla ofrecía una especie de anonimato, como el del
confesionario de una catedral.

-Cuando era más joven me divertía mucho. Pero ahora ya no- continuó
Aranan. -No me divierte.

Golpeó la ventana para enfatizar sus palabra. La diversión fue antes de que
su padre muriera, dejándolo a la tierna edad de veintinueve años a merced
de la política posterior al acatamiento.

-Recuerdo cuando una fiesta era una fiesta- añoró Aranan. "Era la
ocasión para beber, bailar y perseguir a las hijas de los señores de las
otras tecnocasas. ¿Y ahora qué obtengo? Súplicas interminables al
Mechanicum. Eso es lo que son todas esas recepciones y eventos previos al
teatro, con sus copas de vino, caliente y de mala calidad, y sus diminutos
canapés" gruñó para sí mismo. -¡No recuerdo la última vez que tuve una
comida en la que tuviese que usar un cuchillo! Ni siquiera me atrevo a
flirtear con las chicas. Son todas espías.

Pasó la mano por el respaldo del asiento y se desplomó. El vehículo tenía


capacidad para transportar a ocho personas con extrema comodidad. En
estos días siempre iba sólo Aranan. Con ojos enojados vio cómo el
resplandor de color amarillo sodio de las farolas se deslizaba sobre el metal
de su automóvil, suave como el aceite de una máquina. Lejos del distrito
cultural, el feo y funcional estilo de Kiavahr se iba imponiendo,
deprimiéndolo aún más.

-No estoy hecho para esto. No estoy hecho para los negocios. Yo digo
que dejemos que el maldito Mechanicum se quede con todo.
-Si usted lo dice, señor- manifestó Keev.

Aranan gruñó. Se inclinó hacia delante y sacó una botella de Agua de la


Vida de una nevera interior. Siempre era una botella nueva y sellada, no
importaba lo poco que hubiera bebido la última vez y siempre bebía al
menos un poco. La cantidad que quedaba en las botellas era cada vez menor
con cada recepción a la que asistía. Si seguía así, pronto necesitaría dos. El
tintineo del hielo en el vaso le levantó el ánimo. La fría quemadura de
alcohol en su garganta lo elevó aún má. Ya no le dijo nada más a su
conductor, contento con beber y ver pasar los lúgubres paisajes urbanos de
Kiavahr. Pertenecer a un gremio tenía sus ventajas. Su coche tamborileaba
por las lisas superficies de los carriles de tráfico prioritario mientras dejaba
atrás a las filas de coches de los siervos, de aspecto cuadrado, que
transportaban la mano de obra hacia y desde sus fábricas. Gigantescos
tráilers avanzaban resoplando por el ancho camino de carga que dividía los
carriles públicos y privados, cuyas enormes ruedas sostenían remolques del
tamaño de un edificio. Encima de las enormes unidades tractoras de la parte
delantera, había pequeñas cabinas de piloto que albergaban a los servidores.
La potencia de sus motores hizo que los cristales de la limusina de Aranan
vibraran brevemente al pasar a toda velocidad.

Dejó que su mirada siguiera los logotipos de un remolque. Bajo la


brumosa luz, la marca roja era una mancha cuya pintura estaba
desapareciendo. Ya no importaba quién hacía qué en Kiavahr. Todo
pertenecía al Mechanicu. El coche abandonó la autopista principal hacia un
distrito de almacenes, todos ellos idénticos. Los caminos entrecruzados y de
varios niveles estaban llenos de filas de máquinas servidoras que buscaban
y transportaban caja. Iban por el camino equivocado. Aranan se inclinó
hacia adelante y tomó un sorbo de su bebida.

-¿Qué estás haciendo, Keev?- le preguntó. -¿Adónde vamos?


-Hay un camión volcado más abajo, en la autopista de Ciudad Rennta.
Por aquí evitaremos el lugar del accidente.

Aranan asintió. Era plausible, pero no estaba convencido, y su


preocupación se convirtió en temor cuando la limusina giró hacia una calle
lateral y se detuvo con lentitud. La sombra de Raspuc Keev abrió la puerta
del conductor. A los miembros de los gremios ya no se les permitía que
llevaran armas, pero todos lo hacían. Aranan presionó una microtachuela de
un botón de su chaqueta. Un compartimento oculto salió del interior de la
limusina. Aranan miró perplejo el espacio vacío donde debería haber estado
su pistola láser. El aire contaminado con aceite entró siseando al interior del
coche. Raspuc Keev estaba junto a la puerta abierta del pasajero. Sólo que
no era Raspuc Keev. Aranan entrecerró los ojos. La calle estaba oscura y la
cara del conductor estaba enmascarada por las sombras.

-Por el vacío, ¿quién eres tú?- exigió saber.

Pero él ya lo sabía. Pudo ver lo que este impostor estaba a punto de hacer.
No por el hecho de que estuviera allí. Ni por la delgada pistola de agujas
que sostenía en su mano enguantada, si no por sus ojos, que era el único
rasgo que podía ver y que brillaban brillantes en la oscuridad. Eran planos,
duros y desprovistos de emoción. Me vas a matar. Aranan quiso decir esas
palabras, pero estaban atrapadas en su cerebro. Eran demasiado horribles
como para que su boca las pronunciara.

-Escúchate cómo gimoteas, parásito. El conductor se llevó la mano al


cuello y desactivó un modulador de voz. La voz de Keev fue reemplazada
por la de una mujer. Aranan se dio cuenta del detalle en silencio. -Nunca
has trabajado en tu vida- le increpó la mujer. -Tienes todo tipo de
placeres y aun así te quejas. Deberíamos haberte eliminado cuando
tuvimos la oportunidad. Es hora de terminar el trabajo.

El suave y plateado cañón de la pistola se elevó. La abertura del cañón


parecía demasiado pequeña como para ser peligrosa. Ese fue el último
pensamiento de Aranan.

-Corvus Corax se despide de ti -sentenció la mujer y el disparo atravesó el


corazón de Aranan Armadon Adrin.

Phelinia Eftt miró con odio al cadáver tendido en el asiento. Un hilillo de


sangre brotó de la pequeña herida. Aparte de eso, Adrin podría haber estado
durmiendo. Se deshizo del uniforme robado y lo arrojó sobre el cuerpo del
conductor, el cual estaba embutido en el hueco para los pies del copiloto.
Debajo tenía un traje ajustado que cubrió con las ropas de un trabajador.

-Objetivo eliminado- informó a un punto de vox de su muñeca.


Sus palabras se codificaron y cifraron antes de que fueran enviadas hacia
sus maestros. Lanzó un dispositivo incendiario en la parte trasera del
automóvil. La bomba del tamaño de un pulgar rebotó en el asiento y se
perdió bajo Adrin. A pesar de la aparente intrascendencia de la granada, la
pequeña cantidad de fosfex que contenía era más que suficiente para reducir
el vehículo a chatarra. El coche ya estaba ardiendo cuando ella se
desvaneció en la noche mientras esquivaba al ejército de sirvientes que
cargaban y descargaban las torres de almacenamiento. Las alarmas
empezaron a resonar por los desfiladeros de metal.

Para entonces ya se había ido.


Tres
el cuervo y el patricio

Un eficiente criado llevó a Corax hasta una modesta suite de


habitaciones, no compartieron conversación alguna. El hombre indicó en
silencio que Corax debía sentarse en uno de los dos divanes del salón
principal antes de dejar al primarca sólo. No eran las habitaciones de un rey.
En las pocas décadas que Corax había luchado en la cruzada se había
encontrado con potentados de todo tipo, tanto alienígenas como humanos.
Enormemente diferentes en todos los aspectos, el gusto por el lujo era uno
de los pocos puntos en común que compartían entre sí y que compartían con
varios de sus hermanos. Roboute Guilliman era un señor por derecho
propio, su imperio de Ultramar era más grande que la mayoría de los
imperios estelares, pero sus aposentos no coincidían con su posición.
Modestamente amueblado, podrían haber sido los de cualquier dignatario
humano u oficial Marine Espacial de alto rango. Su tamaño, sin embargo,
delataba para quien estaban hechos, cuando Corax entró en las habitaciones,
amuebladas exclusivamente para el uso de un primarca, experimentó un
curioso cambio de realidad. Durante unos pocos y extraños instantes ya no
fue un gigante, sino un hombre. Observó que el efecto de cambiar de
mundos era similar al de desconectarse de la strategio-simulacra.

La habitación central de la suite era cuadrada, enclaustrada en los bordes,


pero abierta en el centro, con un techo alto decorado con un paisaje de
nubes en movimiento en referencia a los patios cerrados comunes en el
mundo natal de Guilliman. La vegetación viva abarrotaba el techo del
claustro, con guirnaldas de hojas verdes que colgaban sobre las tejas y
endulzaban el aire. Más arbustos cuidados se erigían en macetas alrededor
de la periferia del suelo, la naturaleza rebelde de esos seres vivos se había
podado y arrancado hasta la obediencia, por lo que estaban tan erguidos
como los soldados en un desfile. Detrás de ellos había pacíficos paisajes
capturados en murales. La luz, especialmente regulada, imitaba el brillo del
sol de Macragge. Cuatro puertas dobles enmarcaban las paredes de la
habitación. Todas, excepto por la que había entrado Corax, estaban abiertas
hacia otros espacios que también estaban decorados con tonos pálidos,
dorados y azules.

Los gustos de Guilliman reflejaban los de un sobrio Macragge, para la


sensibilidad de Corax, los murales y las pilastras que los enmarcaban eran
chillonas. En Lycaeus, cualquier cosa hermosa tenía que ser lo
suficientemente pequeña para poderla esconder. Corax veía el arte en las
cosas pequeñas, la autoexpresión era un asunto privado, y sólo se compartía
a regañadientes. Los prisioneros de Lycaeus habían usado el poco tiempo
que tenían en esculpir rocas hasta convertirlas en formas hermosas y
fluidas. Las alcobas de Guilliman y sus decoraciones geométricas de líneas
rectas, todas esclavas de la tiranía de la proporción aurea, parecían a la vez
ostentosas y rígidas. Corax reconoció que sus percepciones estaban dictadas
por la austeridad de la vida en prisión. Objetivamente, a Guilliman sólo se
le podía acusar de vanidad cuando se trataba de mostrar lo prudente que era.
"Tanto empeño pone que a veces parece cómico" pensó Corax, tan
desesperado está por mostrar lo poco llamativo que es. Sospechaba que
Guilliman escondía un gran ego y un terrible temperamento bajo su exterior
racional, aunque en ese aspecto Corax no tenía derecho a juzgarlo. Él tenía
ambas cosas.

Aun así, ahí estaba. A Corax le habían diseñado para esconderse, pero no
ocultaba lo que era, no como su hermano. Pero cuando Guilliman llegó,
Corax se avergonzó por haberlo juzgado tan duramente, tan sólo había una
digna diligencia en su porte.

-Siento haberte hecho esperar, hermano mío- se excusó Guilliman. -


Había más asuntos que tratar de lo que esperaba. Sonrió disculpándose.
-Siempre hay algún otro asunto.
-No has tardado mucho, pero me alegro de que ya estés aquí- reconoció
Corax. -Me siento como un impostor en lugares como éste, no había
nada bueno en el lugar donde me crie.
-Eso es comprensible- Guilliman se entretuvo en una mesa, ordenando una
pila de libros que amenazaba con derrumbarse. -Debes pensar que nuestra
cultura es vulgar.
-En absoluto- sostuvo Corax.

Guilliman sonrió ante la educada mentira.

-Comparado con otros, tus gustos son moderados- continuó Corax.


-Los de Fulgrim te deben de resultar abrumadores.
-Abordar la Orgullo del Emperador fue como si un puño perfumado te
golpease repetidamente en la cara. Me alegré cuando salí de allí.

Guilliman se rio

-Yo no le diría eso, está terriblemente orgulloso de esa nave.


-No tenía intención de hacerlo- le aseguró Corax.

Fulgrim era otro semidiós con un temperamento del tamaño de un dios. El


Señor de Ultramar enderezó los libros hasta dejarlos todos alineados, eran
de diferentes tamaños, así que el orden se limitó tan solo a sus lomos. En
todas las cámaras personales de Guilliman en la que Corax había estado en
la Honor de Macragge siempre había un montón de libros en algún lugar,
apilados hasta alturas inestables. Entre sus páginas se desparramaban fajos
desordenados de notas, que sacaban sus lenguas de papel al caos del
mundo. Colocados en medio y formando los estratos más duros de esas
torres del conocimiento, estaban las pizarras de datos y otros dispositivos.
Guilliman era por naturaleza un hombre exigente, para quien todo tenía
asignado un lugar apropiado, pero esa tendencia al orden luchaba contra su
sed de conocimiento. Las habitaciones de Guilliman estaban llenas de
recipientes donde dejaba notas con datos, que esparcía de la misma manera
que los pequeños animales tiran a un lado las cáscaras de las nueces
mientras buscan frenéticamente más sustento.
Guilliman fue a una alcoba y cogió una bandeja donde había un alto
aguamanil de bronce y vasos para beber. La puso en una mesa baja situada
entre los divanes y se sentó. No se recostó. La mirada de Corax se movió de
los libros al severo rostro de su dueño, Guilliman se parecía un poco a él.
En el ángulo de las mejillas había suficiente parecido familiar como para
proclamar su hermandad, pero nada más. Corax era pálido y sombrío y
Guilliman, dorado.

-Vi un océano por primera vez hace tan sólo diez años- comentó Corax.
-¿Ah, sí?- dijo Guilliman.

Levantó el aguamanil en dirección a Corax e inclinó la tapa hacia atrás


con el pulgar. El sensible sentido olfativo del Señor del Cuervo registró el
aroma de los jugos fermentados de las uvas que salieron de la boca del
aguamanil. Envuelta en el olor había gran cantidad de información: el
contenido de alcohol, el color, la acidez y otros factores menos tangibles
que a ellos contribuían; cuánto tiempo hacía que se había separado el
racimo de la rama, el suelo en el que se había cultivado, los fragmentos de
código genético de las personas que lo habían hecho, la composición del
aire que había respirado, los oligoelementos del agua que bebía.

-Beberé, gracias- acepto Corax. -No hay océanos en Deliverance-


continuó, -y tampoco en Kiavahr. Había muchas cosas de las que no
tenía experiencia, y el conocimiento abstracto que padre introdujo en
mí no era comparable al hecho en sí. Me faltaba contexto, no había
viento, ni sol, ni lluvia. No había climatología en la prisión, pero sí la
misma luz constante y la misma corriente de aire reciclado. Ni más
comida que las raciones de la prisión.

-Una educación dura- observó Guilliman.

Parecía culpable. En comparación, su juventud había sido gloriosa, fue


criado como el hijo de un rey.

-Yo no diría tanto- sostuvo Corax. -No fue fácil, pero varios de nuestros
hermanos lo pasaron peor que yo. Me privaron de sensaciones, y
cuando veo cosas nuevas, no puedo evitar hacer comparaciones. ¡Mi
mente se ha convertido en un motor de analogías!- se burló de sí mismo.

No tenía ni idea de por qué le estaba contando eso a su hermano. Las


palabras simplemente surgían. Parecía que las dijera otra persona.

-Entonces tienes un alma poética.

-No tengo facilidad para las artes del escritor- reconoció Corax. -Las
palabras no vendrían fácilmente, pero las imágenes están ahí. Tus
libros me recuerdan a las olas- ejemplificó Corax. -Tu reino y la forma
mesurada en que gobiernas es la firme orilla, es tu necesidad de orden.
Pero la orilla se ve golpeada por las olas y la desordena. Esa, es tu
necesidad de conocimiento, miro todas estas pilas de libros y veo crestas
de conocimiento que golpean en la arena. Orden contra desorden.

-¿Estás diciendo que soy desordenado, hermano?- inquirió Guilliman


con ironía.

Le dio a Corax un vaso finamente trabajado y lleno de vino. Contenía diez


medidas mortales. En manos de Corax no parecía tanto.

-Creo que podrías serlo. Existe una tensión en ti- le respondió Corax.
-Existe una tensión en todos nosotros- le explicó Guilliman. -Padre nos
hizo así. Hay tensiones dentro de nosotros y entre nosotros. Las
similitudes entre nosotros hacen que las diferencias sean más marcadas
y, por lo tanto, crean una fuente de tensión adicional. Nuestras
competencias están duplicadas, pero nunca en la misma combinación.

Corax pensó en Sanguinius y Angron, Dorn y Guilliman, El Khan y el


Lobo. Emparejamientos similares, todos ellos diferentes, y los que restan,
pares opuestos también. En su deseo de conocimiento Guilliman era similar
a Magnus, o Perturabo, aunque sus intereses eran divergentes. También
brillaba como Horus en las excelentes estrategias. Además de Guilliman,
Dorn compartía tendencias con Perturabo, quien compartía otras con La
Gorgona. Sanguinius tenía el ingenio de Fulgrim. Y así sucesivamente.
Pensó en sí mismo y en Curze. Su inevitable comparación, su espalda se
puso tensa. Se comparaba a menudo con el llamado Acechante Nocturno, y
no le gustaba lo que veía.

-Paso mi vida y todos mis esfuerzos en reducir la tensión sistémica- le


indicó Guilliman. -No se puede gobernar un imperio del tamaño de
Ultramar de otra manera, pero tengo los ojos lo suficientemente
abiertos como para ver que la tensión es una fuente de energía.
-La tensión empuja la Gran Cruzada hacia el exterior estuvo de
acuerdo Corax. -Si la tuya es la tensión entre la voraz curiosidad y la
estabilidad, ¿qué genera la mía?

Corax bebió el vino mientras Guilliman se tomaba un momento para


formular su respuesta. El vino le inundó la mente con más información.
"Cómo debe ser el ser verdaderamente humano" se preguntó Corax. Un
mortal, un término casi arrogante que aprendió de sus hermanos, pero que
no podía pensar en uno mejor, carecía de los órganos adicionales que le
permitían entresacar las verdades ocultas a través de la ingestión. Los
guerreros de su legión podrían experimentar el vino de una manera similar a
la suya, pero su apreciación de la misma sería diferente: más cruda, menos
refinada. Cuán solo se sentiría si no fuera por sus hermanos. Ya había
estado solo una vez. Corax se alegraba de la presencia de Guilliman.

-La tuya es una tensión entre la justicia y la venganza concluyó


Guilliman al final. -Te pareces a Curze en ese aspecto, aunque yo diría
que las proporciones están invertidas.
-¿Quién es el más vengativo?- le preguntó Corax.
-No necesitas una respuesta a eso. Has sido testigo del trabajo de los
Amos de la Noche. Al ver la breve expresión de disgusto de Corax,
Guilliman, siempre tan político, continuó hábilmente. -Pero tú también te
pareces a mí. Ambos tenemos un gran interés en que el estado de
derecho se imponga sobre la justicia. Pero también nos ocupamos de la
justicia. Curze habla de justicia, pero le preocupa la venganza y está
enamorado del miedo.
-Busco la justicia y la paz- explicó Corax. -Siempre he deseado escribir
un libro sobre la gobernanza, para complementar tus trabajos y los del
Emperador acerca de cómo liderar, aunque al decirlo en voz alta la
idea parece presuntuosa.
-Se te permite presumir, hermano mío. Vale la pena explorar la idea y
estoy seguro de que harías un buen trabajo- le aseguró Guilliman. -
Nuestra especie es aficionada a los tratados de guerra, pero tiene poco
tiempo para aquellos referentes a la paz.

Mientras hablaba tomó nota en una tableta que había junto a su diván. La
pantalla se iluminaba con la presión del lápiz, demasiado brillante para los
ojos de Corax, acostumbrados a la oscuridad. La tableta nunca estaba lejos
del alcance de la mano de Guilliman.

-Estoy seguro de que el Emperador tiene sus propias ideas sobre cómo
gobernar la galaxia de manera justa- comentó Corax.
-Naturalmente, pero entonces ¿por qué tener hijos si no estás
interesado en aprender de ellos?- preguntó Guilliman. -Nuestro padre es
un ser sabio, pero no puede saberlo todo. Nos hizo para algo más que
para la guerra.
-No puedo saber si eso es cierto. Tú has pasado más tiempo con él que
yo.
-Lo hice, al principio- asintió Guilliman, algo triste, -aunque tuve que
renunciar a mucho para hacerlo.

Corax bebió un trago más largo de vino. Era difícil disfrutarlo sin más. El
alma desnuda del vino trataba de llamar su atención. Las propiedades
innatas, diseccionadas por sus sentidos de primarca, reducían la gloria del
conjunto.

-Perdona la naturaleza amarga de mi conversación- se disculpó Corax. -


Soy un recién llegado a nuestra hermandad, soy algo parecido a un
forastero. No me veo encajando en absoluto.
-Lo estás haciendo bien- le aseguró Guilliman. -Los demás te respetan, y
ya habrá tiempo para que conozcas mejor a nuestro padre cuando las
guerras terminen.
Corax sonrió.

-Te pido disculpas. Te trato como a un hermano mayor. Si mis


preguntas te irritan…

Guilliman hizo un gesto con la mano.

-No, en absoluto. No llevas mucho con tu legión. Además, aunque


fuimos creados al mismo tiempo, soy mayor que tú, subjetivamente
hablando.
-La experiencia es sólo una parte de tu habilidad- puntualizó Corax,
recuperando algo de su buen humor. -Nuestras aventuras en tu máquina
son la prueba de que eres mejor táctico que yo.

-La strategio-simulacra es una prueba para la construcción de un


imperio. Tú eres una fuerza de liberación- le indicó Guilliman. -Sin los
recursos disponibles de mis otros mundos, si la competición sólo se
decidiera sobre la base de un solo planeta, entonces podrías haberme
ganado más de tres veces.
-Pero no creo que siempre- objetó Corax. -Tú eres el general superior.

El orgullo y la humildad cruzaron el rostro de Guilliman.

-Tal vez, pero no siempre. Sin embargo, tú, hermano mío, eres el
insurgente superior y un mejor guerrero. Tu error es concentrar
demasiada atención personal en los detalles, prefiero una visión general
más grande, pero a todos nosotros nos hicieron para diferentes
propósitos. Cuantos más hermanos encontramos y más tiempo paso
con ellos, más me asombra la majestuosidad del plan del Emperador.
No soy tan hábil como tú para dirigir mis tropas desde el frente, eres un
poderoso saboteador. He aprendido mucho en los últimos días, los
asesinos solitarios que empleaste contra mí fueron bastante peligrosos.
Usar unas tropas tan inestables no es algo que se adapte a mi
temperamento, pero su eficacia no se puede negar. Estudiaré el crear
un cuerpo propio.
-¿Mis asesinos sombríos? Hay muchos que son adecuados para el papel
dentro de mi legión- señaló Corax.
-Lamento admitirlo, pero también hay asesinos en mi legión- dijo
Guilliman.
-Hay hombres malos dondequiera que haya hombres- le consoló Corax.
-Pero hay una condición que aflige a algunos de mis hijos. Los terranos
la llaman la ceguera de las cenizas, los de Deliverance, la marca
azabache. Es una disonancia mental que los sumerge en un estado de
profunda y violenta desesperación. Una peculiaridad de mi semilla,
supongo. Siempre he sido introspectivo.

-No deberías culparte a ti mismo. Ninguna legión tiene una tasa de


éxito perfecta. Siempre hay problemas, a veces incluso años después de
la implantación.
-No me he encontrado con un problema similar en los otros. Este
problema es característico de mis guerreros. Tu legión, por ejemplo,
está libre de dificultades en su mayoría.
-En su mayoría, pero no completamente.

Corax experimentó una súbita sensación de enojo. Le gustaba su


hermano, pero Guilliman tenía una prepotencia innata que no podía
disimular. En especial, cuando se trataba de su legión o su imperio, podía
ser un poco engreído.

-Este problema tiene que estar relacionado conmigo- explicó Corax. -El
oscurecimiento de los ojos y el aclaramiento de la piel de los afectados
por la aflicción sugiere un claro vínculo. Aproximadamente uno de
cada mil quinientos reclutas sucumbe, según mis últimas estimaciones;
nunca más, pero tampoco menos. Es especialmente problemático entre
los miembros de las tribus xéricas que heredé de mi padre, aunque
también he empezado a notarlo entre mis guerreros de Deliverance.
Cuando la desesperación se apodera de ellos, sirven para poco más que
para matar hasta que les mejora el ánimo, y no siempre es así.

-Si se despliegan tan eficazmente como esos... ¿Moritat? Guilliman


arqueó las cejas a modo de solicitar su confirmación.
-Me he acostumbrado a llamarlos así- le ratificó Corax.
-...que empleaste en la simulación- continuó Guilliman, -deberías verlos
como una ventaja. Yo también instituiré un cuadro de asesinos similar
en mi Legión. A pesar de lo que dices, estoy seguro de que podré
encontrar guerreros aptos para ese papel.

Guilliman vació su vaso en tres rápidos tragos, una acción que parecía
fuera de lugar dada su naturaleza considerada.

-Ahora, si me permites cambiar de tema, me gustaría escuchar más


sobre lo que piensas acerca de la gobernanza. La cruzada no durará
para siempre, la paz será mucho más larga que la guerra.
-Ojalá fuera ahora ese caso- se lamentó Corax.
-¿Te refieres a tu última misión?

Corax asintió.

-Mis órdenes son que me envían a unirme a la Vigésimo Séptima Flota


Expedicionaria en Carinae. La falta de respeto de la Cofradía hacia
nuestros embajadores agrava el pecado de su negativa al acatamiento.
Las negociaciones se han prolongado durante seis meses. Esta es su
última oportunidad de obedecer antes de que se emplee la fuerza.
-Ya veo. ¿Cuál es la naturaleza del insulto?

-Son muchos. Pero ha habido una subida en el tono. El más reciente y


atroz fue el regreso de los iteradores imperiales sin sus lenguas y sin sus
manos. El Emperador demanda que los carinaeanos sean castigados,
me corresponde a mí. Estoy más cerca que los Amos de la Noche, que el
comandante de la expedición originalmente pidió.

Corax mostró en los labios una fugaz y arisca curva, más parecida a un
gruñido que a una sonrisa.

-El líder de la expedición, Fenc, quería aterrorizar a los carinaeanos


hasta la sumisión. Podría funcionar y creo que el Emperador desea que
desempeñe el mismo papel. Pero no haré de imitador de nuestro
hermano. He trabajado duro para distanciar a mi Legión de sus
antiguas prácticas de terror. El cumplimiento se conseguirá
limpiamente.
-¿Cuando?
-En dos días estándar- le informó Corax. -Partiremos la próxima vez
que entremos en la disformidad. Siento tener que irme. Hemos hecho
una buena guerra juntos y he disfrutado de tu compañía.
-Es una lástima. Hay tanto de lo que discutir.
-Como tú dices, siempre hay algún otro asunto. Eso es cierto en el
diálogo y en la guerra.

Guilliman sirvió más vino para ambos.

-Entonces será mejor que hablemos rápido.


Cuatro
la cofradía carinae

Desde el puente del Salvador en la Sombra, Corax escuchaba a


escondidas las negociaciones en curso entre la Cofradía Carinae y la
Vigésimo Séptima Flota Expedicionaria. Las naves de la flota de Corax
estaban ocultas a la vista, el escudo reflejo era una adaptación de la
tecnología del escudo de vacío imperial utilizada únicamente por la Guardia
del Cuervo. Los escudos reflejo invertían el campo de vacío, es decir,
presentaban la superficie de desplazamiento a la nave y, así, todas las
energías emitidas por una nave se desviaban hacia la disformidad al
reflejarse en los escudos, haciéndolas virtualmente invisibles a cualquier
forma conocida de detección. Una nave con escudo reflejo aparecería como
una ligera anomalía en el augur y, para evitar concentraciones sospechosas
de las mismas,

Corax hizo que sus fuerzas se dispersaran por el borde de las descargas
solares de Carinae. En el avance del sol a través del vacío, su viento solar
chocaba contra las partículas energéticas que provenían de fuera del
sistema. La Guardia del Cuervo se escondía en los remolinos de radiación
que se formaban en el límite de esas descargas. Carinae era una
desmesurada gigante roja. Antiguas circunstancias dictaron que ardiera sola
en las inmensidades estelares, sin haber dado a luz a ninguna familia de
mundos. No había ninguna nube de polvo que la acompañara, ni ninguna
bandada de cometas que se agolpara en los límites de su influencia. Era un
ente solitario, una estéril y viuda estrella cuyo calor no habría calentado a
ningún niño, si no fuera por la humanidad.

Un millar de pequeñas lunas artificiales rodeaban Carinae en un complejo


entrelazado de rutas orbitales. Cada una de ellas era una gran ciudad que
albergaba decenas de miles de seres humanos, no había nada de valor
intrínseco dentro del sistema en sí, pero como Carinae se encontraba en un
canal de disformidad que conducía a las profundidades del rico Cúmulo de
Argyluss, los historiadores teorizaron que el sistema se había establecido
como un punto de paso de la colonización en un pasado lejano. El cómo
habían traído los miles de millones de toneladas de materiales para construir
las Mil Lunas hasta ese lugar era un misterio, pero las artes de los antiguos
habían sido amplias y poderosas y, gracias a su voluntad, diez centenares de
lunas poblaban el vacío.

Corax apenas tenía tiempo para la historia del sistema. Eso se lo dejaba a
los iteradores, para que se ocuparan de ello una vez se hubiera integrado en
el Imperio. Había preocupaciones más urgentes. La Cofradía Carinae se
negaba al acatamiento. La Salvador en la Sombra funcionaba a la mínima
potencia. Un pequeño tacticarium hololítico mostraba un mapa del sistema
de Carinae en el centro de la cubierta de mando. La pesada estrella era un
pequeño punto en el centro, un millar de etiquetas gráficas marcaban la
ubicación de las Mil Lunas. Otras etiquetas, de diferentes formas y colores,
mostraban la flota imperial allí presente. La Vigésimo Séptima Expedición
se encontraba al borde de la órbita de la luna más lejana, preparada para la
batalla, con sus naves de guerra en el frente y las de apoyo detrás. Mucho
más allá, había un grupo disperso de marcas que indicaban la ubicación de
la flota de Corax. Estas estaban oscurecidas, lo que representaba así su
estado de camuflaje. Ni los carinaeanos ni la flota imperial sabían que
estaban allí.

Una sonda de datos espía extraía del vacío los flujos de comunicación
entre la Cofradía y la Vigésimo Séptima Expedición, amplificándolos en un
rayo de luz lo bastante concentrado como para atravesar los escudos reflejos
y llegar a las matrices de comunicadores de la Salvador en la Sombra.
Una multitud de figuras hololíticas, representantes del Imperio y la
Cofradía, abarrotaba la cubierta. El escudo reflejo sólo podía enmascarar
hasta cierto punto, y su funcionamiento requería que la potencia de la nave
se mantuviera en un mínimo absoluto. Todos los dispositivos de la cubierta
de mando se vieron obligados a alimentar a los fantasmas hololíticos, así
como a las funciones básicas de soporte vital; incluso los dispositivos
manuales individuales y los biónicos integrados estaban apagados. La
mezcla de aire era mala. Los sentidos sobrenaturales de Corax percibían
concentraciones cada vez más altas de dióxido de carbono.

El frío del vacío se apoderaba de la cubierta, el aliento de la tripulación se


convertía en fantasmas de vapor que se unían a los fantasmas de luz. Las
voces de los fantasmas no estaban sincronizadas con el movimiento de sus
labios. Los patrones de interferencia pasaban ondulando a través de sus
cuerpos con repetitivas sinusoides. Las figuras se reflejaban en los negros
orbes de los ojos de Corax y, para aquellos hombres lo suficientemente
valientes como para mirarlos, parecía como si él fuera un señor de la muerte
con las almas de la multitud encerradas en su mirada. Un hombre alto, de
una raza que había crecido en altura debido a una baja gravedad, estaba
hablando. Su traje era elaborado: constaba de largas túnicas a modo de
capas llenas de cortes y agujeros bordados con alambre para mostrar la ropa
que había debajo. Su tocado era una confección de tablas cuadradas
apiladas y montadas sobre un pilar central que emergía del tercer y último
nivel similar a una espiga de plata, todo ello demasiado voluminoso como
para ser práctico en condiciones gravitacionales normales. Lazos de cuentas
colgaban entre las esquinas de las tablas. Mientras hablaba, el movimiento
de su boca las hacía oscilar.

-Ya habéis tenido nuestra respuesta- dijo el hombre. -No tenemos


ningún interés en unirnos a vuestro Imperio. Estamos orgullosos de
nuestra independencia, estamos…- prosiguió.

Corax preguntó acerca de él a un hombre a su lado que llevaba el


uniforme del cuerpo de los Iteradores Imperiales.

-¿Quién es él, Iterador Sentril?


-Es el Controlador Thorern de la Vigésimo Tercera Tangente
Planetaria, mi señor.

Las manos del Iterator Sentril eran armazones de metal brillante que
acunaban elaborados engranajes y pistones. Alrededor de las muñecas que
se ajustaban a los muñones de sus brazos, la piel estaba en carne viva a
causa del reciente trauma. Habló en voz baja, pues su lengua, cultivada en
frasco e injertada en su boca, aún no estaba completamente asentada. Ya
había estado antes en Carinae. Y no le había ido bien.

-Thorern- repitió Corax. Hablaba igual de bajo, como si al levantar la voz


se arriesgara a revelar la posición de su nave. -Habla gótico con muy poco
acento.
-Los señores de Carinae son cultos, mi señor.
-Entonces deberían apreciar la gravedad de su situación.
-La mayoría de ellos se limitan a mirar. Estas ciento veinte lunas que
aparecen en el hololito se las consideran las más importantes de entre
las Mil Lunas- le explicó Sentril. -No tienen autoridad sobre las demás,
pero son respetados como los más importantes entre sus pares, y les
siguen en su liderazgo. Si ceden, el resto irá detrás de ellos.

Corax asintió.

El discurso de Thorern llegó a su fin. Respondió el representante imperial.


No había ningún primarca dirigiendo la Vigésimo Séptima Expedición, ya
que era una fuerza compuesta enteramente por el Ejército Imperial y las
fuerzas de Mechanicum. El muy condecorado almirante So-Lung Fenc, que
estaba ligeramente a la derecha del frente de Corax, tenía el mando.

-Ya no les ofrecemos la opción. ¿No lo entiende?- insistió Fenc.


-Entonces…- comenzó a decir otro de los esbeltos señores.
-Ese es Hord, mi señor -intervino Sentril adelantándose a Corax.
-... haceis ofrendas de fraternidad pacífica a nuestro pueblo- continuó
Hord, -y cuando las rechazamos educadamente, respaldáis vuestra
«oferta» con una amenaza.
-Vuestro trato con nuestros iteradores no fue en absoluto cortés- declaró
fríamente So-Lung Fenc. -Les cortasteis la lengua y las manos.
-¡Había que recalcarlo!- exclamó Hord. -Seguíais sin escuchar. ¡Después
de seis meses! No nos gustan tales crueldades aquí en Carinae. No nos
dejasteis otra opción que descender a vuestro nivel.
-Hord nos ve como a bárbaros- murmuró Sentril en el oído de Corax. -A
pesar de lo que dice, era uno de los más importantes de entre los que
pedían mi mutilación y la de mis colegas. Es un hombre sanguinario.

-Durante milenios hemos llevado nuestros propios asuntos- indicó otro


de los mil señores. -¿Por qué debemos aceptar el yugo de la dominación
de otro? Podemos valorar nuestra soledad, pero no estamos aislados de
la realidad. Hemos oído hablar de sus acatamientos. ¡Mirad!
-Ese es el Primer Ciudadano Dereth, de Exterior-Veintiseis- explicó
Sentril.

Tragó y el dolor le recorrió la raíz de su lengua injertada. Corax levantó la


vista, repentinamente consciente del malestar del hombre.

-Estás incómodo. Tus heridas aún no están curadas. Lo siento. No


necesitas hablar a menos que te lo pida, y trataré de abstenerme de
hacerlo. Por favor, descansa tu voz, Iterator Sentril. Puedo seguir con
lo que está pasando lo suficientemente bien a partir de aquí.

Sentril se frotó la garganta con gratitud. La holo-transmisión de una ciudad


en llamas reemplazó a Dereth. El Primer Señor narró las imágenes que en
ella se mostraban.

-Esta grabación la realizaron los civiles que huyeron de Hartin III


después de que vuestro «Emperador» enviara allí a sus libertadores.
Cientos de miles de civiles masacrados simplemente porque sus amos se
negaron a unirse a ese «Imperio».
-No es una rendición. Conservaréis vuestro modo de gobierno y
vuestras costumbres, salvo algunas imposiciones de Terra- le explicó
Fenc. -Ya hemos pasado por esto muchas veces.
-¿Y en qué se convertirán esas imposiciones iniciales?- preguntó otro,
cuyo sombrero era el más extravagante hasta el momento.

Corax decodificó la simbología de las cuentas y los niveles del sombrero.


Por lo que vio, cada una de ellas estaba relacionada con la posición de la
trayectoria orbital de la ciudad que el hombre representaba, así como su
nombre y su título. Eran fórmulas matemáticas representadas como joyas.
Por todo ello Corax lo conoció como el Archicontrolador Agarth, de Cenit-
312.

-El Emperador. ¿Quién es ese hombre que se llama a sí mismo con tan
grandioso título? Emperador- repitió con lentitud. -Una palabra que
connota tiranía y subyugación. Si su autoproclamada misión realmente
es unir a la humanidad para su propio bien, ¿por qué no lleva un
nombre más humilde? ¡Pacificador, o salvador quizás vez!- se burló.

Varios se rieron, cuyas imágenes saltaron a causa de la degradación de los


datos. Corax se revolvió en su trono ante la burla a su padre.

-Pocos hombres son tan miopes como los que están a punto de perder el
poder- comentó a su tripulación. Control de protección, prepárense
para desactivar el escudo reflejo. Mando de Vox, prepárense para la
transmisión en todos los canales. Envíen mi señal a través del rayo de
luz hacia la flota para que se preparen a salir del reflejo en cuanto lo
indique. Quiero que todos en este sistema vean a la Legión.

Las afirmaciones con voces apagadas perturbaron el silencio sepulcral de


la cubierta de mando.

-Les aseguro que esta es vuestra última oportunidad- les advirtió So-
Lung Fenc.
Sus ojos eran estrechos en un rostro ancho, una adaptación evolutiva a la
brillante luz que se encuentra en miles de mundos. Se estrecharon aún más.
-Declararemos la guerra si no cumplen y tomaremos sus ciudades por
la fuerza. Esta es nuestra última advertencia.
-Se han revelado vuestros verdaderos propósitos. Sois conquistadores,
eso es todo, como otros cientos que se han enfrentado a la Cofradía en
los últimos miles de años- declaró Agarth. -A todos ellos los hemos
derrotado y hecho huir. Decís «cumplir» como si se nos pidiera realizar
una simple tarea. Vuestro lenguaje es deliberadamente anodino.
Vuestro discurso sobre la unidad es una mentira. ¡No nos someteremos
a vuestro dominio!

Las figuras se congelaron momentáneamente cuando la orden de Corax se


transmitió por la red de datos remota a la Legión y ocupó el estrecho ancho
de banda. La transmisión tartamudeó y se quedó en silencio por un
segundo. Volvió a estar en línea de forma abrupta y, de repente, los señores
de Carinae estaban gritando.

-¡No nos someteremos!


-No abandonaremos nuestra soberanía. ¿Cuántas veces hay que
decíroslo?
-La reversión de la protección espera vuestra orden, mi señor primarca
-informó el jefe adepto del mando del escudo reflejo.

Sus propios augménticos estaban desactivados y se movía con dificultad.


En el hololito, otro señor habló.

-Vuestras fuerzas son demasiado escasas como para tomar nuestras


ciudades. Permaneceremos unidos, nuestras flotas están unidas y os
repeleremos. No podéis prevalecer. Iros y no volváis nunca más. No
somos una amenaza para vosotros. No tenemos tendencias
expansionistas. Iros ahora. Que haya paz entre nuestras civilizaciones.
-¡No podéis derrotarnos!- exclamó otro.

Corax se puso en pie.

-Bajad los escudos reflejo. Poned los reactores a plena potencia. Que la
flota converja y adopte una formación en punta de lanza. Vamos a
sorprender a estos viejos testarudos para que obedezcan.

El puente de mando entró en acción.


-Listo, mi señor- indicó el maestro de comunicaciones.
-Adelante- dijo Corax tras inclinarse hacia adelante en la barandilla que
rodeaba su estrado.

La energía volvió a inundar el puente. Las máquinas se activaron. Los


lúmenes, tras parpadear, se encendieron por todo el techo. Los servidores,
inactivos, cobraron vida de repente. La tripulación hablaba rápidamente
atendiendo a cientos de sistemas que habían despertado de la inactividad. A
medida que la Salvador en la Sombra se abría al mundo, los hololitos
adquirían una definición más nítida y las figuras que proyectaban se movían
de forma más suave. Corax dejó que su naturaleza primarca se mostrara a
través de su fachada cotidiana. El efecto se vio disminuido ligeramente por
la transmisión a través del hololito. En todos los mundos artificiales el
rostro del Señor de los Cuervos se transmitió de forma masiva, y sus ojos
negros miraron profundamente a las gentes de los recalcitrantes mil señores.

-Soy Corvus Corax, primarca de la Legión de la Guardia del Cuervo,


hijo del Emperador de la Humanidad y el Salvador de Deliverance.
Vuestro tiempo se ha acabado, mis señores. Sométanse. No tienen nada
que temer si lo hacen.

En el tacticarium, decenas de naves de la Guardia del Cuervo parpadearon


del rojo al verde cuando bajaron sus escudos reflejo mientras que sus
motores de plasma ya los empujaban hacia la formación con la nave
insignia de su señor. El silencio se apoderó de las figuras del hololito,
incluido Fenc. Después de un tiempo, un señor más bajo y gordo que el
resto, aunque todavía delgado para los estándares terranos, se aventuró a
hablar.

-No destruiréis nuestras ciudades- dijo. -Nos necesitáis como peldaño


para vuestras futuras conquistas. ¿Por qué no hacer un tratado? Ya lo
hemos presentado antes, lo presentaremos de nuevo. Permitiremos que
vuestras naves se reabastezcan aquí para que puedan continuar.
Propondremos una alianza que nos beneficie a todos.
-Usaremos sus instalaciones- estuvo de acuerdo Corax, -porque sus
ciudades serán parte del Imperio de la Humanidad.
-¡El Imperio de Terra!- gruñó Agarth.
-No capitularemos- insistió el hombre más bajo. Corax observó las cuentas
de su cabeza.

Era Gwanth, de Oposición Negativa-4.

-Entonces morirán- les advirtió Corax.


-Así que nos matarán como hicieron con la gente de Hartin- señaló
Dereth.
-A su gente se le dejará en paz una vez que la guerra termine, lo juro,
pero ustedes, señores, han tenido su oportunidad. Todos ustedes
morirán- les aseguró Corax. Hizo una pausa para dejar que asimilaran
dicha promesa. -Lamento sus cercanas muertes, pero las vidas
individuales no pueden estar por encima de la supervivencia de la
humanidad.
-Hemos soportado los largos terrores de la Vieja Noche sin vosotros,
¿por qué ahora os necesitamos para sobrevivir?- preguntó otro de los
señores.

-Juntos resistiremos- respondió Corax. -Separados, todos caeremos al


final. Tal vez no ahora, pero una tras otra las llamas de la civilización
humana se irán apagando y nuestra especie se extinguirá. Les traemos
el renacimiento. Vengo aquí como un heraldo del segundo dominio de
la humanidad en la galaxia y lo han rechazado precipitadamente. Si les
permitimos que se nieguen, otros les seguirán, y nuestra especie volverá
a la oscuridad y no quedará nada más que misterios y huesos para que
los descifren los que vengan después de nosotros.

-¡Evita la respuesta!- exclamó uno de los señores.


-Todavía no tienen suficientes guerreros para conquistarnos a todos-
anunció Hord.
-Felicitaciones, primarca, ha logrado unirnos donde cientos de otros
han fallado antes.
-¡Lucharemos juntos!- anunció Dereth.
La mayoría del resto de señores lanzaron aclamaciones de apoyo.

-Tengo treinta mil Legionarios Astartes aquí, en este sistema- les


informó Corax. -Miren mi flota. Sesenta mil soldados del Ejército
Imperial están a un día de distancia a través de la disformidad. A eso se
suma la flota que ya está aquí.
-Está fanfarroneando. Si pueden conjurar una nave de la nada,
podrían estar confundiendo los sensores de nuestras máquinas. Esto es
una pantomima- aseguró un gobernante de aspecto marchito.
-No es un farol- les aseguró Corax. -Estoy aquí porque el Emperador,
mi padre, desea que este sistema y toda su gente disfruten de los frutos
de la Edad de la Iluminación. Se ha comprometido a no dejar que ni un
solo ser humano pase la noche solo. Deben cumplir.
-No lo haremos- se negó Agarth.
-Ni tampoco nosotros- le apoyó Thorern.
-Estamos con ellos- respaldó también Gwanth.

Y así, todos los demás. Ninguno aceptó la oferta de Corax. O bien se


negaron rotundamente o bien permanecieron en silencio. La expresión de
Corax se endureció.

-Su desafío quedará anotado en los anales de la historia- les anunció


Corax. Se sentó de nuevo en su trono y miró a los líderes de las Mil Lunas.
-Nos encontraremos de nuevo sólo una vez más. Mi rostro será lo
último que verán. Hizo un majestuoso gesto. -Fin de la transmisión- le
ordenó a su tripulación de cubierta. -Llamad al Almirante So-Lung Fenc.
Debemos reunirnos con él para planear la estrategia. Este acatamiento
ya ha durado demasiado.

El Almirante So-Lung Fenc estaba frente a las ornamentadas puertas del


camarote de su nave insignia y junto a él estaban sus capitanes vestidos con
el uniforme completo. Se había preparado para renunciar a su mando horas
antes, pero ahora llegaba el momento que había esperado con ansiedad. El
primarca de la Guardia del Cuervo venía a usurparlo. La habitación estaba
iluminada con el brillo de la luz que se reflejaba en el vidrio pulido, el
acero, el bronce y el oro. Fenc y sus capitanes eran una fila de uniformes
blancos y negros prístinos. El cuero brillaba con el pulido. Si Fenc
desenvainara su espada, las centellas de su brillante hoja serían más
penetrantes que su filo. Los suelos de mármol parecían bailar con la luz
refractada a través de las lámparas de cristal. Las puertas eran gigantescas
losas de carbón negro talladas con las bestias míticas del mundo natal de
Fenc. Todo, excepto los metales, era de un blanco y negro brillantes, pero
ninguno de ellos dominaba al otro. La proporción de colores estaba
armonizada con precisión.

Un carillón sonó en el exterior. Unos guardias de honor, ricamente


uniformados, abrieron las puertas hacia adentro. Afuera, Corvus Corax
caminaba por una avenida de trompetas, acompañado por una treintena de
sus oficiales y diferentes miembros del personal imperial. Sus Legionarios
Astartes vestían de negro con realces de blanco, pero el negro predominaba,
por lo que, cuando entraron en la sala, rompieron el equilibrio. La
congruencia desapareció de la cuidadosa composición de la forma y el tono.
Fenc trató de no temblar mientras miraba a Corax a la cara. El carisma
precedía al primarca como la onda de un arco. Era un cazador de las
sombras. Decían que no se le podía ver hasta que golpeaba. Fenc se
preguntaba cómo un ser así podía esconderse.

La piel de Corax era pálida como la nieve y su pelo negro, largo y suelto.
Su lustre se reflejaba en unos ojos del negro más puro. No se veía ninguna
esclerótica y, si tenía iris, eran tan oscuro como sus pupilas. Esos ojos
vieron a Fenc, clavándose en su alma, y su estómago se encogió.

-Bajad las luces- ordenó Fenc.

Su voz vaciló. El equipo de combate de sus capitanes repiqueteaba mientras


ellos temblaban. Los lúmenes bajaron su resplandor y el deslumbrante
despliegue que rodeaba al personal de mando de Fenc se extinguió. Una
tenue luz ocupó su lugar. Los ojos de Corax fueron diseñados por el propio
Emperador y podían tolerar rangos de luz mucho más allá de la norma
humana, pero Fenc había oído que prefería las sombras y deseaba mostrar
toda la cortesía a su nuevo comandante. Como si fueran uno, él y sus
oficiales se arrodillaron y dejaron de pie tan solo a la guardia de honor, que
rodeaban la sala y permanecían inmóviles como estatuas. Fue una hazaña
que se hizo aún más impresionante por el hecho de la presencia del
primarca. Este perturbaba el ánimo de todos ellos. El personal de Fenc
inclinó sus cabezas.

Fenc respiró profundamente para calmar sus nervios.

-Yo, el Almirante So-Lung Fenc de la Vigésimo Séptima Flota


Expedicionaria, humildemente saludo al Primarca Corvus Corax, y por
la presente renuncio al mando de esta fuerza armada a su persona
imperial.

Levantó su espada.

Hubo un profundo silencio. Fenc miraba fijamente las pulidas baldosas de


damero, pero se imaginó a Corax observando a los hombres arrodillados.
¿Qué pensamientos podrían pasar por esa mente? Corax no había sido el
primer primarca para Fenc, pero los sentimientos al conocerlos nunca
disminuían en intensidad. De forma abrupta, la sensación de amenaza de
una tormenta que se avecinaba pasó y dejó el aire limpio, como el queda
después de la lluvia.

-Mantén tu espada, Almirante Fenc, y tu mando- le pidió Corax. -


Estaremos aquí sólo hasta que este acatamiento termine, después nos
iremos a una nueva guerra. Pueden levantarse todos, por favor. Aquí
todos somos iguales, comprometidos en la misma gloriosa aventura de
unir los reinos de la humanidad. Ningún hombre o mujer tiene que
arrodillarse ante mí.

Fenc se puso de pie. El cuero crujió cuando sus capitanes y los capitanes
de las naves hicieron lo mismo. Miró al rostro de Corax. La sensación de
temor se había ido. Corax había disminuido de imponente a impresionante,
como si hubiera refrenado su aura. Su cara era ahora la de un hombre,
aunque gigante, pero no la de un ser sobrenatural. Y aunque seguía siendo
enorme y su escudriñadora mirada la dirigía con dureza hacia Fenc, el
almirante se preguntó si su temor se lo había imaginado.
-Lo hemos estado esperando, Lord Corax. Estoy satisfecho de que haya
respondido a nuestra llamada de auxilio. Los carinaeanos son
intransigentes, y las fuerzas que tengo a mi disposición aquí no son las
adecuadas para llevar esta campaña a una rápida conclusión. Por eso
hemos tardado tanto. Por eso... Se dio cuenta que estaba balbuceando, así
que ralentizó su discurso. -Por eso estamos en un punto muerto.

Corax puso una inmensa mano en el hombro del almirante y sonrió. Pese a
que fue muy suave, las piernas de Fenc se tensaron para evitar caer de
rodillas a causa de la fuerza del gesto.

-Perdone mi falta de comunicación cuando llegué. Deseaba evaluar la


situación actual antes de darme a conocer.
-Lo hizo de la manera más contundente, mi señor.
-Quizás- aceptó Corax. -Mi esperanza era acobardarlos para que se
sometieran. El que no quisieran escuchar va en detrimento de su
pueblo. Ahora debemos ir al sangriento asunto de la muerte. Lo
lamento. Esta campaña tiene el potencial de causar muchas víctimas
civiles.
-Por favor, mi señor, sígame.

Tal y como ensayaron, los lord generales de la Vigésimo Séptima


Expedición se separaron y formaron una segunda avenida humana hacia un
segundo conjunto de puertas. En el momento en que Fenc les hizo un gesto,
las puertas se abrieron suavemente hacia un comedor, donde una mesa
redonda crujía bajo un festín proveniente de una docena de mundos.

-Hemos preparado un refrigerio.


-No es necesario- le indicó Corax con suavidad. -Tenemos gustos simples.

Fenc se maldijo a sí mismo por su error. Corax creció en una cárcel. El


lujo no le interesaba. Probablemente estuviera ofendido.

-Lo siento, mi señor. Si prefiere...


Corax silenció su disculpa con otra sonrisa. Sus dientes eran más blancos
que su piel, perfectamente parejos e impecables.

-Los gustos simples se puede satisfacer de vez en cuando. Estoy


agradecido por su hospitalidad. Sólo quiero dejar claro que no
necesitas hacer ningún esfuerzo especial en mi nombre. Como dije,
debes vernos como tus iguales, no como tus señores.

Fenc hizo una reverencia. El grupo entró en el salón. Se proporcionaron


asientos reforzados y de gran tamaño para los legionarios, y la mesa era alta
para acomodarlos. A los humanos se les presentaron sillas más altas de lo
normal, para que todo el grupo pudiera cenar en igualdad de condiciones.
Corax tenía un trono que no se le podía destinar a nadie más que a él por lo
grande que era, y parecía que se hubiera robado de un monumento a un rey
de algún mito. Una vez sentado, Corax comenzó a presentar a sus
compañeros empezando por dos guerreros con rostros casi idénticos que
estaban sentados cerca de él.

-Estos son los comandantes Branne Nev y Agapito Nev- presentó. Los
dos asintieron con la cabeza al almirante. Eran jóvenes para los de su clase,
pero ya tenían un alto rango. -Ella es Nasturi Ephrenia. Señaló a una
mujer de mediana edad, de cuarenta y cinco años tal vez, y luego a otro
legionario. -Este guerrero es Gherith Arendi, jefe de mis Guardianes
Sombríos. La mayoría de la gente que aquí ve ha estado a mi lado desde
los días de la liberación de Deliverance. Están entre mis amigos de más
confianza y mis consejeros más leales. Lo que tenga que decirme se
puede decir con total libertad delante de ellos. En esta sala no habrá
secretos.

Hubo otros, a los que presentó con niveles de consideración similares.


Todos ellos eran seguidores de Corax desde hacía mucho tiempo. A Fenc le
llamó la atención que tan pocos de los oficiales fueran terranos, un
sentimiento que se intensificó cuando los presentó de manera educada pero
fría. Tan sólo a uno de los terranos, un capitán canoso de piel oscura que
Corax presentó como Soukhounou, parecía que el primarca le tuviera algún
afecto. Por último, Corax pasó al resto de los mortales que le acompañaban.
"Era extraño" pensó Fenc, "que incluyera a Ephrenia entre los legionarios
en la primera ronda de presentaciones".

El astrópata primus de Corax estaba presente, así como el navegante de la


Salvador en la Sombra, los logistas de su flota, cuatro capitanes de sus
naves capitales y los encargados de varios regimientos auxiliares, cuyo jefe
respondía al nombre de Cayo Valerio, prefecto de la Cohorte Teriana. La
Cohorte ya era bien conocida por sus lazos con la Guardia de Cuervos y no
sorprendió a Fenc que Valerius estuviera sentado a la izquierda de Corax.
Fenc estaba a varios asientos de distancia del primarca. Si se hubiera
superpuesto una brújula sobre la mesa, Corax estaría al norte, Fenc al este y
Ban-zen, el general del contingente del ejército de la Vigésimo Séptima
Expedición, al oeste.

Se sirvió una amplia variedad de licores. Fenc había ordenado que el


mejor artesano de la flota hiciera una copa especial para el primarca.
"Corax pareció no darse cuenta de la elaboración, pero al menos" pensó
Fenc, "la copa, hecha de oro y fundida con muchas tallas artísticas, parecía
encajar en el guante de ébano de Corax". La caricia de su anterior temor
regresó.

-No pasaremos mucho tiempo discutiendo la estrategia, lord almirante-


le hizo saber Corax. -El Iterador Sentril me ha informado
exhaustivamente. Aquí no hay un gobierno central efectivo. A pesar de
las insistencias de unidad de los carinaeanos, las Mil Lunas están
distantes unas de otras en términos geográficos y tienen una actitud
aislacionista. Serán superados.
-Mi señor- empezó Fenc. -Si me permite…

Escogió un bocado exquisito que no deseaba comer. La verdad es que


había estado esperando el festín, pues era mejor que las comidas a las que
estaba acostumbrado en campaña, pero su estómago era una dura bola en
sus entrañas. Fenc se sentía responsable por el retraso en forzar el
cumplimiento de Carinae. Corax seguramente pensaba lo mismo, lo
demostrara o no.
-Mientras estamos aquí, las lunas han comenzado a organizarse. Las
flotas de la Cofradía ahora nos presentan un frente unido bajo el
mando de los viajeros de Afelio-Nueve. Solos, podríamos eliminar a las
flotas, pero juntas son demasiado numerosas como para atacarlas de
frente y están bien organizadas. Me temo que han estado ganando
tiempo. Las intersecciones de fuego que las lunas pueden trazar ponen
en riesgo cualquier ofensiva a gran escala contra ellas. Por eso no he
ordenado un ataque yo mismo. Nos mantendrían en su lugar, y nos
bombardearían por todas partes. Me he atrevido a informarle y me
disculpo por ello, pero la situación aquí es variable y está cambiando.

-Un comandante siempre debería decir lo que piensa- opinó Corax. -


Pero tienes razón, soy consciente de esos factores. Este sistema no caerá
con un gran asalto.

Fenc miró su plato de comida.

-También sé que pediste la ayuda de mi hermano, Curze. El terror


serviría aquí, pero es costoso. Sus métodos tienen su lugar, pero te
mostraré un camino diferente.
-¿Tiene un plan?- le preguntó Fenc e inmediatamente se sintió idiota por
preguntarlo.

Por supuesto que tenía un plan. Era un primarca. Si Corax lo consideró un


insulto, no lo demostró.

-Lo tengo. Atacaremos las lunas clave para trastocar esos patrones de
fuego que su flota teme con tanta razón. Lo haremos rápida y
silenciosamente. No sabrán desde dónde atacaremos hasta que mis
guerreros les apunten con las armas a la cabeza. Con una conquista sin
derramamiento de sangre mostraremos a los pueblos de este sistema la
verdad de nuestras palabras. Haremos que sus líderes nos teman. No
hay necesidad de una violencia indiscriminada. Una vez que unos pocos
hayan caído, más capitularán. Y en caso de que no lo hagan, una
cuidadosa selección de los objetivos interrumpirá su capacidad de
organización.
-Mi señor, es una buena estrategia, pero son obstinados.
-Se les puede vencer. La obstinación no es una defensa contra el sigilo y
menos aún contra el miedo.
-¿Puedo preguntar qué deberán hacer mis fuerzas?
-El Ejército y la Flota Imperial se quedarán atrás. A sus hombres- le
hizo saber Corax mientras miraba a los comandantes reunidos y al señor
general.

-Se les requerirá para las labores de guarnición una vez que se tome
cada una de las lunas. Esta clase de guerra de asalto no es apropiada
para sus tropas, como estoy seguro que se habrá dado cuenta, si no, ya
serían dueños de este lugar.

Fenc se puso tenso. ¿Lo estaba criticando?

-Sin embargo, todos ustedes serán útiles en la conquista, y su


contribución en la guarnición y las labores de la última fase será
inestimable. Para empezar, le pido que forme un cordón. La flota
mantendrá a raya a la armada de la Cofradía y evitará que interrumpa
nuestras operaciones. Espero que las primeras lunas que tomemos
como objetivos caigan fácilmente, pero el truco será más difícil de
realizar una segunda vez si los mil señores no ceden una vez que la
primera ola de conquistas haya terminado.

-Muy bien, mi señor. Tal vez si usted pudiera proveer a mis oficiales
con...
-Más tarde- le interrumpió Corax. -Ya tiene el esbozo de lo que
propongo. Comamos esta prodigalidad que nos ha preparado.

Sonrió, pero no de forma muy convincente.

-Mis camaradas encontrarán interesante el experimentar cómo viven


los hombres ricos- continuó, contradiciéndose en beneficio de Fenc, de eso
estuvo seguro el almirante. Fenc asintió agradecido y fingió no haberse
dado cuenta de los intentos algo torpes de Corax para complacerlo.
-Ahora, por favor, todos ustedes, coman- solicitó Corax.
Una vez más, Fenc se preguntó si había cometido algún error.

"El problema de los primarcas" le había dicho su predecesor al entregarle el


mando, "es que son primarca". Fenc pensó que era simplista, pero el viejo
almirante había ampliado su argumento. "Se les trata mejor como a viejos
dioses que como a hombres. Cada uno es diferente, ninguna regla se aplica
a todos. Lo que halaga a uno insulta a otro. Se les debe hablar de la
manera correcta, el habla de la deidad, para que la veneración sea un
éxito".

En aquel momento había pensado que eso era una blasfemia contra el
credo secular del Emperador, pero con el tiempo había aprendido cuánta
razón tenía el viejo. "Como en muchas perlas de sabiduría, todo estaban
muy bien en lo abstracto" pensó Fenc, "pero la antigua religión trataba con
reglas que se remontaban a cuando bebía la leche de su madre y se
aplicaban a dioses que estaban graciosamente ausentes". Fenc no conocía
los caminos de este dios, y estaba sentado a su mesa.

Al amparo de las tranquilas conversaciones y los sonidos de la comida,


Fenc se volvió hacia el legionario que estaba sentado a su lado, el terrano
Soukhounou. Había una pregunta que le inquietaba y que deseaba abordar.

-Dígame, capitán- le preguntó Fenc en voz baja. -¿Dónde están todos los
terranos? La mayoría de estos hombres son de Deliverance. Las otras
Legiones a las que he servido contaban con una gran presencia de
guerreros del Mundo Trono.
-¿Y qué le importa?- le contestó Soukhounou con suavidad.

Fenc se sorprendió. Hoy parecía el día de hacer el ridículo, pero siguió


adelante.

-Quisiera saber a qué clase de hombre debo servir. Corax es mi tercer


primarca. Aprender su idiosincrasia fue clave para mi éxito con los
demás- respondió el almirante con sinceridad.

Soukhounou miró a sus colegas mientras estos comían y hablaban. Fenc


pensó que lo pondría de manifiesto y maldijo su falta de sutileza, pero
Soukhounou bajó la voz y sonrió.

-Estoy jugando con usted, lo siento. Se le ha visto un poco incómodo


desde que llegamos.
-Conocer a los hijos del Emperador nunca es fácil- le aseguró Fenc.
Fingió alivio. Pero ahora estaba en guardia.
-Si así fuera- opinó Soukhounou, -entonces no serían tan efectivos como
son. Mordió con fuerza un raro espécimen de molusco. -Déjeme hablarle
de mi señor. Corax es el enemigo del opresor. Es un amigo del pueblo.
Se crio entre ellos y ellos le enseñaron. Había muchas similitudes entre
los guerreros de la antigua Legión y los libertadores de Deliverance en
términos de preferencia táctica, pero ninguna en cuestión de actitud.
Mi señor pensó que la antigua Legión dependía mucho del terror y la
matanza para garantizar el cumplimiento. Pero esa no es su forma de
actuar. Se parecían demasiado a los esclavistas que derrocó. Demasiado
parecidos a los Amos de la Noche.

Soukhounou puso una expresión de cautela que se pudo interpretar de


cualquier manera.

-Me he dado cuenta de que el primarca parece esforzarse por


distanciarse de su hermano- observó Fenc.
-Hay similitudes. Pero no son las mismas. A la mayoría de los oficiales
terranos se les ha desterrado.
-¿Desterrado?

-Eso lo digo yo, no él- puntualizó Soukhounou. -Lord Corax lo intentó,


pero los miembros de las tribus xéricas que formaban la mayoría de la
antigua legión eran demasiado salvajes como para amansarlos. Quedan
pocos comandantes terranos como yo en el cuerpo principal de la
Legión. Los de rango demasiado alto como para despojarlos del mando
o los demasiado peligrosos como para que los apartaran se les envió a
las flotas de depredación que precedieron a la expansión principal.
Llevan nuestros colores, pero son una legión aparte.
-Pero la Guardia del Cuervo era célebre cuando lucharon bajo las
órdenes de Horus, por lo que sé. ¿Qué hizo que con ellos se le
endureciera el corazón?

-Corax es de todo menos duro de corazón-


le corrigió Soukhounou. -Apartó a esos hombres porque no podían
seguir su filosofía. La vida humana es sagrada para él, así como la
libertad y la justicia. Lo dijo en serio cuando dijo que no mataría a la
gente de estas lunas, sólo a sus líderes.
-Usted, sin embargo, es terrano y sigue estando al mando.

Soukhounou le mostró una deslumbrante sonrisa blanca.

-Eso es porque no soy un miembro de una tribu xérica. Soy de Áfrika.


No soy un negrero y fui crítico con respecto a las prácticas de mis
colegas. Sólo por eso tengo el favor del primarca. No es amigo de
ningún tipo de tirano.
-Entonces prefiere a los de su misma clase.

-Alguien como Corax no tiene clase alguna de ningún tipo. Pero si se


refiere a que prefiere la compañía de los de Deliverance, eso es cierto.
La de todos esos hombres. Corax es de Deliverance. Las costumbres de
ellos son sus costumbres.

-¿Y qué hay de los otros, qué hay de la mujer? He visto humanos sin
modificar a los que los primarcas los tienen en tal alta estima que los
consideran amigos, pero siempre se le han bendecido con muchos
dones. ¿Cuál es su talento? ¿Es escritora? ¿Poeta?

Soukhounou se rió son suavidad.

-¿Ephrenia? Confunde a nuestro señor con otro de los hijos del


Emperador. Ella es una excelente táctica y una luchadora audaz, pero
está a su lado porque ha estado con él desde que era un niño.
-Como una...- Fenc frunció el ceño. -¿Como una hermana?

Soukhounou asintió.

-Nunca había oído hablar de tal cosa- le aseguró Fenc.


-En cierto modo. Soukhounou tomó un gran bocado y agitó su tenedor
hasta que se lo terminó. -Esta es la familia de Corax. ¿No lo entiende?
Sus preocupaciones son preocupaciones humanas a pesar de lo
poderoso que es.

-Ya veo- asintió Fenc.

Eso no hacía que el Señor de los Cuervos fuera menos intimidante.

-No confunda su afecto por los hombres comunes con una debilidad.
Puede ser bastante despiadado cuando tiene que serlo, como
descubrieron mis colegas. Soukhounou echó un vistazo a su padre
genético. -Le aconsejo que no lo presione en su elección de la
metodología y que no exprese ningún plan que hubiera presentado al
primarca Curze. Él tomará estas lunas, puede estar seguro de eso.
Déjele hacerlo a su manera.

Fenc asintió.

-Esta es una buena comida- admitió Soukhounou. -No comparto el celo


por la frugalidad de mis hermanos nacidos en Deliverance. Se lo
agradezco.

Fenc masticó un manjar muy demandado en miles de mundos. En la boca


le pareció como si fuera de goma.
Cinco
atado a la sombra

Phelinia Eftt esperaba su próxima orden en el hueco de una apartada


escalera de servicio, los peldaños de metal se enroscaban docenas de veces
hacia arriba, hasta el nivel de la superficie, y hacia abajo, hasta los túneles
que atravesaban el subsuelo de Kiavahr. Donde ella estaba ubicada había un
corto rellano con una fila de cajas de conexiones interrumpía el recorrido de
los escalones. Había otros similares más abajo.

Muchos de los túneles eran minas hundidas de los días en que Kiavahr
todavía tenía recursos minerales propios que explotar, antes de que la luna
Lycaeus se abriera para la explotación, al planeta se le había limpiado de
todo lo que era útil. En algunos lugares la corteza estaba tan agujereada a
causa de los trabajos que hicieron en su momento que se necesitaron
gigantescos pilares de ferrocemento para sostener las ciudades abarrotadas
de gente. Allí donde las cavernas se dejaron de usar para otros fines, se
sellaron, como fue el caso de la de su ubicación actual, las escaleras estaban
cubiertas de escamas de corrosión y las cajas de conexiones no tenían
puertas y los medidores que albergaban estaban arrancados, cables sin vida
asomaban por los agujeros de la pared. Todo estaba oxidado y era de un
color rojizo en los bordes de luz de la linterna de Phelinia, y de un naranja
brillante en el corazón del haz.
El agua se deslizaba por el centro de la escalera, y lo había hecho durante
el tiempo suficiente como para abrir un agujero irregular en el metal, cerca
de los pies de Phelinia. Allí donde el agua salpicaba la pared crecían
depósitos peludos de color marrón y turquesa. Si uno deseaba llevar a cabo
una insurrección, había muchos lugares en Kiavahr para hacerlo. Apagó su
linterna. La aterciopelada oscuridad presionó su cara de una forma casi
física, Phelinia no era claustrofóbica y tampoco tenía mucho miedo a la
oscuridad, esperó pacientemente. Las esporas de moho le hacían cosquillas
en la nariz, el olor a humedad era penetrante. A pesar de la humedad, hacía
calor en el submundo. Después de un rato, un dron espía subió con un
zumbido por las escaleras. Sus luces azules parpadeaban, al tiempo que
hacían retroceder la oscuridad y la reemplazaban por una penumbra dos
tonos más claros que la medianoche, el dron era de creación kiavahrana, del
tamaño de un puño y liso como una bala; no mostraba ninguna de las
místicas tonterías del Mechanicum.

Una máquina marciana estaría alojada en un cráneo o en algún otro objeto


morboso, los kiavahranos no sentía ningún deseo de convertir los restos de
los muertos en dispositivos, la suya era una tecnología más pura. El único
ojo del dron parpadeó, hizo un barrido de arriba a abajo del cuerpo de
Phelinia, esta se mantuvo quieta mientras los invisibles láseres infrarrojos
medían varios aspectos de su cuerpo para verificar su identidad. Una vez
satisfecho, se dio la vuelta, apagó sus luces y volvió a bajar las escaleras,
estas temblaron bajo el peso de su contacto en el submundo mientras este
subía. De nuevo, estaba completamente oscuro, Phelinia estimó el tamaño,
la edad y el peso del hombre a partir de su pisada, era muy alto, de
complexión fuerte y su forma de andar sugería que probablemente estuviera
al final de la mediada edad.

Nunca había visto su rostro, su nombre, sin embargo, sí que lo sabía, se lo


había ocultado tan celosamente como guardaba su apariencia y la mataría si
descubría que ella lo sabía, pero Phelinia también tenía sus propios recursos
y lo había descubierto, se llamaba Errin.
Errin dio un último paso, el descansillo crujio bajo su peso, se detuvo,
estaba completamente en silencio y ni siquiera su aliento era audible, pero
ella podía sentir su presencia y casi imaginó que podía verlo como un
engrosamiento en la oscuridad.

-Eftt -saludó.

Tenía una voz grave y siempre hablaba bajo. Había un chasquido flemático
en algunas de sus palabras, otra de las razones por las que ella pensaba que
estaba envejeciendo.

-Llegas tarde- le reprendió ella.


-Ya estoy aquí.
-Si llegas tarde, podrían atraparme- dijo ella desafiante. Realmente no
quería discutir con él, pero eligió hacerlo para mostrarle su fuerza.
-Nadie te ha seguido- le aseguró Errin.
-Es un riesgo- replicó ella.

Errin se rió.

-Todo lo que hacemos es un riesgo, siento haber llegado tarde, ha sido


inevitable- se excusó.

Ella nunca pedía más información, y él tampoco entraba en detalle a


menos que lo deseara.

-Hiciste un buen trabajo con Adrin- continuó. -Enviaste un buen


mensaje a esos gordos chupasangres del gremio, ninguno de ellos está a
salvo, están empezando a preocuparse.
-Necesitan que los castiguen- señaló ella. -Estoy feliz de castigarlos.
-Lo sé- estuvo de acuerdo él. -Phelinia la asesina.

Pronunció su nombre de manera extraña, E


estaba acostumbrada a que provocara fuertes reacciones, los Hijos de
Deliverance necesitaban de sus habilidades. Ellos la habían entrenado, pero
no siempre aprobaban la forma en la que ella ponía fin a sus métodos.
-Nos mintieron- añadió Phelinia. -No me gustan las mentiras, sus
mentiras se llevaron la vida de mis padres. Y casi la mía también.
-Con el Salvador lejos, los gremios han perdido el miedo y están
abusando de su posición otra vez- estuvo de acuerdo Errin. -Obedecen la
letra, no el espíritu de las leyes. Siempre están retorciéndolo todo, los
detendremos, Corax tiene que saberlo.

-Deberíamos movernos más rápido- sugirió ella. -Esto es demasiado


lento. Deberíamos atacar a varios objetivos a la vez, decapitar todas las
casas de los gremios.
-Esa no es nuestra estrategia.
-Estás demasiado preocupado por lo que pensará el primarca si
derramas demasiada sangre, no eres lo suficientemente valiente.

-Me importa lo que piense el primarca. El descansillo se inclinó cuando


Errin se acercó a ella. -Luché con él, estuve a su lado cuando se tomó
Lycaeus, estuve ahí el día que ordenó que las minas atómicas cayeran
sobre este mundo, sé cómo piensa. Sé qué es lo que piensa, si llevamos
este mundo a un estado de guerra, el pueblo sufrirá las represalias del
Imperio.
-No estoy de acuerdo.

-¿Necesito advertirte de nuevo que no actúes por cuenta propia?- le


reprendió Errin. -No queremos provocar que el Imperio tome medidas,
necesitamos matar a esos opresores que el primarca dejó, terminar el
trabajo por él, cuando vuelva, se dará cuenta de lo que tiene que hacer.
El fin de toda esta injusticia- dijo siseando la palabra, -comienza con
nosotros, pero sólo terminará con él, sólo él puede arreglar este mundo,
tenemos que hacer que se dé cuenta.

Eso le decía todo el tiempo, como siempre, Phelinia discutía por tener la
razón, ella los eliminaría a todos si pudiera. "Limpiar" decía.

-Tengo tu próxima misión. Errin se detuvo un momento. -Si crees que me


cohíbo por los derramamientos de sangre, esto te hará cambiar de
opinión, esto es algo grande, y hará mucho ruido. Poco después de esto,
insistiremos en que acepten nuestras demandas.
-Bien.
-Habrá muchas muertes- le advirtió. -Puede que de muchos inocentes.

Esperó a que Phelinia pusiera objeciones.

-Aún mejor- aseguró ella en voz baja.


-Entonces escucha- dijo él con un tono de voz que indicaba que aprobaba
su resolución. -No voy a repetirlo. Hizo una pausa. -El Día del Salvador
es dentro de dos semanas, habrá un gran desfile por el centro de la
ciudad de Kravv.

Hizo una pausa de nuevo, ella esperó sus órdenes con un estremecimiento
de placer en sus entrañas.

-Vas a hacer que salte por los aires- dijo, -y que lord Corax se sienta
complacido.
Seis
la caída de afelion-2

Se eligieron cinco de los satélites artificiales para una invasión


coordinada, fueron varios los criterios principales que dictaron su selección:
el avance por sus órbitas en relación con las otras Mil Lunas; la cantidad de
fuego que sus cañones podían desatar en combinación con el de sus vecinos
en ocho cuadrantes clave; la fuerza de sus defensas, en la que se
seleccionaron en primer lugar aquellas con potencia media ya que serían
demostraciones adecuadas del poder de la Guardia del Cuervo sin suponer
un peligro demasiado grande para los equipos de avanzadilla; el tamaño de
sus poblaciones; y, por último, la intransigencia de sus gobernantes. Corax
dio valores a cada uno de los factores y luego usó una fórmula de creación
propia para atribuir puntuaciones a dos docenas de posibles objetivos. Tras
calcularla seleccionó los cinco planetoides carinaeanos que provocarían el
máximo impacto en el resto al tiempo que proporcionarían a sus ejércitos la
máxima ganancia estratégica.

Para los hombres y oficiales de su legión y el personal aliado de la flota y


del ejército, las razones de su elección eran discutibles. Pero la palabra del
primarca era absoluta. La lista no se cuestionó. Los satélites objetivo se
asignaron a nivel de capítulo, se formularon estrategias, se asignaron
objetivos de misión dentro de cada ciudad a compañías individuales y se
diseñaron, planificaron y ensayaron brevemente los objetivos tácticos a
nivel de escuadrón. La atomización de la autoridad era uno de los
principales talentos de la Guardia del Cuervo.
Mientras la flota imperial mantenía a raya a la armada reunida de la
Cofradía con las que se batían en duelo, en su mayor parte al alcance de la
mano, diez cruceros de ataque de la Guardia del Cuervo se dirigieron a la
guerra bajo la cobertura de los escudos reflejo. El crucero de ataque de
Agapito, el Ala Negra, se acercó a menos de ochenta kilómetros de la luna
de la ciudad Afelion-2 sin ser detectado. No se trataba de un asalto en masa
con torpedos de abordaje ni de oleadas de cañoneras que dejaran caer tropas
bajo el fuego de la Guardia del Cuervo, sino de un silencioso golpe de
estilete con tropas de negra armadura sobre vehículos de inserción de baja
potencia. De los hangares del Ala Negra salió una oleada de Susurradores.
Los ligeros Susurradores eran exclusivos de la Legión. Fabricados en
Kiavahr por los gremios y sólo para Corax, eran poco más que esqueletos
de fuselajes con agarraderas y sujeta pies para once legionarios. Una serie
de repulsores gravíticos los impulsaban sobre la superficie del mundo, pero
como la nave se consideraba desechable, esos valiosos motores se retiraban
antes de las operaciones en el vacío. Un único reactor de plasma
omnidireccional en la parte trasera proporcionaba la propulsión de avance.
Estos ardieron brillantes uno tras otro para acelerar las naves hacia la
ciudad y luego se apagaron. Tras ello los pilotos encendieron los reactores
con moderación, en ráfagas sincronizadas para que coincidieran con la
descarga de armas de Afelion-2 y así enmascarar su aproximación. Los
legionarios mantuvieron los sistemas de sus armaduras funcionando con el
mínimo de energía. En la inmensidad de un vacío lleno de reacciones
electromagnéticas los Susurradores eran, a todos los efectos, invisibles.

Agapito en persona dirigía a su compañía junto a su escuadra de mando


mientras se desplazaban sin energía alguna. Los once se aferraban a la
sobria estructura del Susurrador. Un tenue centelleo en la superficie de las
estrellas reveló que el Ala Negra se alejaba del objetivo. Agapito sólo lo vio
porque sabía lo que estaba buscando. Volaban bien lejos de las salvas que
escupían los cañones de Afelion-2 hacia el cuerpo principal de la flota
mientras se abrían paso por los pequeños espacios que había entre los
satélites de armas remotos de la ciudad.

-Un poco más cerca y la nave podría acariciar esos satélites asesinos-
comentó Vey Branco.
Guerrero de probada valía era, sin embargo, el miembro más joven del
escuadrón y el más nuevo de entre sus filas. Por eso los demás le
perdonaron que rompiera el silencio. Transmitió por su vox con la mínima
potencia. Este se propagaría por la estática del fondo cósmico antes de que
se acercara a los receptores del enemigo, por lo que Agapito no lo regañó.

-Ya estamos lo suficientemente cerca- opinó Fedann Pexx, el chambelan


de Agapito. -Si nos acercásemos más, estaríamos muertos.

Al igual que las escuadras de mando de cualquier otra legión, la guardia


personal de Agapito tenía armaduras adornadas con honores,
ornamentaciones y crestas. Tenían equipo especializado que denotaban sus
roles y rango, como banderas, sistemas de vox de asombrosa potencia y
otras herramientas de mando. Casi nunca usaban un equipo más
voluminoso. La mayoría de sus acciones eran incursiones y, como en
cualquier otro ataque, todos llevaban la misma armadura de energía Mark
III, libre de llamativas ostentaciones, pintada de negro de medianoche y con
las mínimas marcas de identificación en blanco que cambiaban con
frecuencia.

-Sólo el Emperador sabe qué tipo de equipo de exploración tienen-


continuó Pexx. -Nos estamos arriesgando al acercarnos tanto.
-No sé tú, Pexx, pero yo quiero llegar al final de esta semana- indicó
Panar Kway, el sargento, un canoso asesino que se hacía cargo del pilotaje
del Susurrador desde su pequeño y único asiento.
-Llegaremos pronto- aseguró Agapito.

Le preocupaba la actitud derrotista de Pexx, no era propio de él. Se


deslizaron entre las trayectorias de los disparos. Los gigantescos proyectiles
pasaban sin hacer ningún ruido. Los rayos láser cubrían el vacío y dejaban
rayas de neón sobre sus armaduras.

-Es un buen espectáculo de luces el que están montando para el


primarca- observó Gudrin Ferr, el segundo de la unidad. -Si se esfuerzan
más, podrían llegar a golpear algo.
Corax había llevado a su flota a unas coordenadas a las que un
comandante que cayera en el engaño podría dirigirse para intentar repeler
ese nuevo acercamiento. Desde las ciudades arrojaban oleadas de
proyectiles hacia sus naves. La luz de los láseres provocaba remolinos
iridiscentes en los escudos de vacío, pero, al no estar todavía coordinado su
fuego, carecían de potencia para atravesarlos.

-Tal vez lo hagan- admitió Branco.


-Ni lo menciones- le pidió Pexx, e hizo un gesto sobre el rostro con su
mano libre para alejar la mala suerte.

El gesto era una reliquia de sus días en prisión. No era exactamente una
superstición, pues los presos de Lycaeus nacieron de una estirpe racional,
pero se le acercaba.

-¡No lo harán!- exclamó Kway. -Sus proyectiles no proporcionan nada


más que prácticas de tiro para los equipos de artillería de
interceptación.
-Nunca doy nada por sentado- insistió Pexx. -La mala suerte cae con
más fuerza sobre los incautos.
-¿Estás bien, hermano?- le preguntó Ferr.
-Nunca he estado mejor- contestó Pexx, pero hubo una tristeza en su voz
que todos sus hermanos notaron.
-Nos estamos acercando- informó Agapito. -Mantened los
comunicadores en silencio. Vox fuera.

Sin más palabras, la escuadra obedeció. Los envolvió un silencio de lo


más profundo. Agapito escudriñó los cielos. Entre las armas
estroboscópicas, le pareció ver brevemente a otro Susurrador. O tal vez no.
Desde luego, no vio más de uno. "Bien" pensó. "Si yo no puedo verlos, el
enemigo tampoco".

Durante la mayor parte del viaje, Afelion-2 pareció una isla inalcanzable
en el vacío. Era como si no se movieran en absoluto hasta que, al acercarse
a la luna, se rompió la ilusión. Tras cruzar el umbral de esa escala la ciudad
empezó a crecer con repentina ferocidad. Bastiones parecidos a acantilados
se alzaban en lo alto. Los cañones de las baterías de armas resultaron ser
gigantescas. Una brillante mota de metal se convirtió en un continente,
repleto de geografías hechas por el hombre: cúpulas, conductos de
ventilación, conjuntos de refrigeración, colectores solares, zonas verdes
encerradas en brillantes escudos atmosféricos y las cúspides enjoyadas de
los palacios. La luna era asimétrica y su forma sugería una lenta
acumulación de esfuerzos a lo largo de generaciones en lugar de un diseño
único. Cerca del centro había una esfera gigante sostenida por un conjunto
de complejos campos de energía. Aparte de las bandas metálicas que
proyectaban la red de contención, el conjunto era translúcido. Dentro había
un modelo a escala de un océano, una esfera de agua ligeramente ovoide a
causa del débil pozo gravitatorio de la estación. Las formas de grandes
criaturas nadaban a través de él y se desvanecían en la oscuridad, no muy
lejos de la superficie. El suave desplazamiento se convirtió en una caída a
una velocidad mortal pese a que no hubo más aceleración.

<<¿Dónde?>> preguntó Kway mediante una señal de batalla de las


Legiones Astartes. Estaban demasiado cerca como para arriesgarse a usar la
unidad de vox.

Agapito revisó sus opciones. Los escáneres que tenían de la estructura


interna eran parciales en el mejor de los casos, complementados por los
datos recogidos por los iteradores antes de su atroz mutilación. No había
nada familiar en el diseño. Tenían poca idea de la distribución central. El
plan, por lo tanto, empezaba con este reconocimiento a la fuerza, la mitad
de la oleada inicial tenía la tarea de capturar al personal de mando militar de
la ciudad y la otra mitad la de derribar suficientes armas de la ciudad como
para que el resto del capítulo pudiera emprender un asalto completo.
Agapito odiaba entrar tan a ciegas, pero no había otra manera. La energía
necesaria para un escaneo más profundo habría revelado las naves ocultas a
la vista y hubiera dado como resultado una ruinosa confrontación de
enormes dimensiones. Agapito apuntó por encima de la hombrera de Kway
hacia una zona plana con almenas al frente. Las puertas daban a ambos
extremos del truncado camino de ronda, no podía imaginar qué uso práctico
tendría un falso muro del castillo en el vacío. Estético, tal vez, o algún tipo
de espacio cultural. Cualquiera que fuera la razón de su existencia, ofrecía
una vía de acceso.

El reactor del Susurrador se encendió dos veces. Las micro ráfagas de


plasma se perdieron entre los gases refrigerantes congelados que salieron de
una cañonera cercana. El atenazador bandazo que dio mientras Kway
ajustaba su trayectoria de vuelo pareció presagiar una muerte segura. El
metal se desdibujó debajo de ellos, pero, cuando se encontró con la piel
exterior de la ciudad vacía, tan solo se produjo una suave sacudida. La
Guardia del Cuervo pusieron sus pies en el suelo. Las botas se fijaron
magnéticamente al exterior y detuvieron la ligera nave. Habían llegado al
extraño porche.

<<Susurradores atravesando el campo>> informó Agapito con un gesto


brusco. Sus voxes permanecían inactivos y el resto de los sistemas operaban
con el consumo de energía al mínimo. En ese estado los manojos de fibras
de sus armaduras no les proporcionaban apenas ayuda. Eso era menos
problemático bajo gravedad cero de lo que supondría una vez que
estuvieran dentro, pero para entonces el juego habría terminado y
reactivarían sus armaduras de batalla. Pequeños temblores recorrieron el
tejido de la ciudad al disparar su armamento. Ferr y un legionario llamado
Qvova se acercaron a la pared adyacente a la puerta y sacaron los
cortadores láser de las largas fundas que llevaban acopladas a sus piernas.
Era probable que la puerta tuviera algún tipo de alarma, pero no tanto así el
casco. La mitad de la escuadra se dispersó en formación defensiva y, del
resto, la mayoría de ellos sacaron el equipo especializado de la caja central
de almacenamiento del Susurrador: cargas, unidades cogitadoras, rifles de
francotirador, auspex y otros dispositivos útiles para la infiltración. El
apotecario de Agapito, Daneel Otaro, se colocó en el centro junto al
comandante.

<<¿Kway?>> llamó Agapito.

El sargento de escuadra echó un vistazo a la pantalla reforzada de un


conjunto de augurs. Sacudió la cabeza. No había nada al otro lado del muro.
Agapito hizo una señal a Ferr y Qvova. Qvova colocó cuatro emisores de
manera que tomaran la forma aproximada de una puerta. La ahumada piel
azul de un campo de contención atmosférico cobró vida. Ferr ya se estaba
abriendo camino cuando Qvova activó su propio cortador láser. Agapito
esperó. Determinó que el camino de ronda tan sólo era una vanidad
arquitectónica. Un mirador, probablemente. Buscó armas de defensa
preparadas para barrer la superficie de la ciudad de intrusos, pero no vio
ninguna. La ciudad dependía de los satélites que la orbitaban para
mantenerse a salvo. No era la primera civilización humana que encontraba
que confiaba demasiado en la tecnología.

Ferr y Qvova atravesaron el muro rápidamente. Una breve bocanada de


atmósfera escapó antes de que los emisores de campo se reconfiguraran y
sujetaran su envoltorio de energía a la pared. Qvova cogió la losa de metal
que habían cortado. La pared no estaba blindada en lo más mínimo, pues
sólo tenía unas decenas de centímetros de espesor. Ferr asomó la cabeza, se
levantó e hizo una señal.

<<Todo despejado>>

Agapito le indicó a su escuadra que avanzará. Entraron en un oscuro


pasillo. Se iluminaron los lúmenes activados por movimiento. No hubo
ningún otro indicio que indicara que ellos de estuvieran allí. Mezquindad
energética y ausencia de alarmas contra intrusos. Otra complacencia. La
cubierta de la estación generaba un campo gravitatorio local no muy
distinto del de la media G de Deliverance. Agapito hizo un gesto que
indicaba que debían de poner sus armaduras a pleno rendimiento. Su casco
se encendió y mostró un cartolito en la parte superior derecha mientras los
sensores automáticos de corto alcance de su traje escaneaban el área. A
estos los siguieron más detalles provenientes de los sistemas augures de
Pexx. El mapa se alejaba a medida que crecía, hasta que tuvo una visión
clara de una esfera de cien metros alrededor de su posición. No había runas
de señales que mostraran dónde estaban el resto de sus hombres.
Mantendrían sus balizas de traje inactivas hasta que empezará la lucha.
Confiaba en ellos para hacer su trabajo.
Otro legionario, Reicun, volvió a colocar la sección que habían quitado
de la pared y la mantuvo en su lugar mientras Qvova sacaba una lata de
ferroespuma y sellaba los bordes. La espuma, al contacto con el aire, selló
los huecos. La reparación se vería al instante, pero, cuando la carga de los
generadores de campo desapareciera, la atmósfera no se escaparía y con
suerte ningún sensor automático o dron de mantenimiento registraría la
brecha. Rápidos movimientos con la mano que recorrieron el pasillo le
indicaron que el área estaba despejada. Agapito se arriesgó.

-Reactivad el vox. Sólo distancia corta. Cifrado completo.

Una serie de chasquidos sonaron en sus oídos cuando la escuadra le


obedeció.

-¿Dónde estamos?- preguntó Otaro. -Parece ser que las cubiertas de


artillería están dos niveles más abajo, pero ¿qué es este lugar?

Vio una planta en una maceta en la esquina del vestíbulo de la esclusa,


por la que solo cabía una persona, que daba a la terraza exterior. El
vestíbulo y la planta eran sus únicas características. Las paredes eran lisas,
de un suave color beige y con una ligera textura, todo completamente
anodino.

-No tengo ni idea- Agapito metió un proyectil en la recámara de su arma


-No parece un lugar residencial. No se parece a nada que conozca-
admitió Eldes, quien, junto con Timonus Tenef e Ik Manno formaban los
tres miembros restantes del equipo.

-Y no importa- le cortó Agapito. -Nos movemos. Por ahora sólo hay que
usar munición propulsada por gas. Mantengamos esto en silencio tanto
tiempo como podamos.
-¿Adónde vamos, comandante?- preguntó Tenef.
Agapito sonrió tras el frontal de su casco. -Si algo he aprendido es que los
ricos disfrutan de la vista del mar.
No pasó mucho tiempo antes de que los habitantes de Afelion-2 se dieran
cuenta de que la guerra les había estallado en medio. Las runas de puntos
rojos que representaban a tres de las escuadras de Agapito irrumpieron en
su casco, lo que sugirió que habían tomado contacto con el enemigo y
habían abandonado la ocultación. Las alarmas confirmaron su suposición
unos segundos después. La propia escuadra de Agapito permanecería oculta
durante un tiempo más. Optarían por el sigilo mientras pudieran,
retrocediendo hacia las sombras mientras los soldados con armadura
compuesta ligera corrían por delante de su posición. Tenían demasiada prisa
como para ver a unos gigantes acorazados de pie e inmóviles a menos de
diez metros de distancia. Una vez que el ruido de las botas se alejó, el
equipo continuó en dirección opuesta hasta emerger en un cañón atravesado
por docenas de pasarelas. La gente huía hacia el centro de la ciudad por
muchas de ellas, pero, aun así, no vieron a la escuadra de Agapito. El fuego
de las armas de energía ladraba desde algún lugar. El cogitador del traje de
Agapito analizó los patrones para determinar la ubicación sin éxito.

-Pexx, localiza esos disparos- le ordenó Agapito.


-El augur no puede fijarlo- indicó el veterano tan consultar su pantalla.
-No importa- descartó Agapito.

Cruzaron el cañón hacia una amplia calle con muchos pasillos laterales y
puertas cerradas que conducían a ella. El alcance del cartolito crecía
rápidamente a medida que su escuadra penetraba aún más en la luna y los
detalles de las otras escuadras llenaban las áreas situadas detrás de él. Una
gran y significativa runa parpadeó en verde sobre una batería de cañones a
trescientos metros de distancia. El primero de los muchos objetivos de la
fuerza se había cumplido. Un par de runas más siguieron en rápida sucesión
mientras la escuadra de mando seguía corriendo hacia el centro. La calle se
amplió. Apareció un edificio con ventanas en su estructura que permitían
amplias vistas del exterior de la ciudad y del océano cautivo.

-Mirad eso- indicó Ferr mientras miraba fijamente la bola de agua. -Es
impresionante. Si pueden hacer eso, me pregunto qué tipo de armas
tendrán.
-Nada que no podamos manejar- gruñó Kway.
Las ventanas adoptaban formas fluidas y ocupaban prácticamente toda la
pared, lo que hacía que esta llegara a ser totalmente transparente. Habían
penetrado tres kilómetros en la ciudad, y, aun así, nadie había salido a
luchar contra ellos. El océano estaba cerca. Había un muelle que se extendía
desde el cuerpo principal de la ciudad hasta su centro, que ahora Agapito
veía. Envió un pulso de datos a su escuadra que hizo destacar la estructura.

-Ese tiene que ser- señaló. -Ese es nuestro objetivo.

Usando el océano para orientarse, Agapito condujo a sus hombres por un


pasadizo ramificado. Parte de su atención se centró en los destellos de unos
puntos rojos y el flujo constante de textos de combate que se desplazaba por
la mitad izquierda de su placa frontal. Y todavía le quedó la suficiente como
para lidiar con los hombres que salieron corriendo de un pasillo lateral
directamente hacia la escuadra. Los guerreros se detuvieron con un patinazo
sobre el suelo pulido. Demasiado aturdidos para reaccionar, miraron
sorprendidos a los infiltrados. Los hombres de Agapito estaban bendecidos
con reacciones superiores y levantaron sus armas una fracción antes que el
enemigo. El ruido que hicieron los proyectiles propulsados por gas fue un
chasquido hueco. No hubo ningún destello en las bocas de los bolters ni
detonación alguna de los proyectiles sólidos. La descarga fue tan silenciosa
que, cuando los hombres cayeron despatarrados y sus armas se alejaron con
estrépito, pareció que estuvieran actuando en un juego o en una obra de
teatro, hasta que la sangre empezó a brotar de ellos y a acumularse de forma
extensa en el suelo. La escuadra se dispersó con las armas en alto.

-Despejado- informó Ferr desde la entrada de un corredor.


-Por aquí nada- reportó a su vez Manno.

Los otros se acercaron a las puertas y a los demás caminos que se


cruzaban e informaron que todos ellos estaban vacíos.

-¿Dónde están todos?- quiso saber Kway.


-Quién sabe- respondió Tenef. -Esto esto está siendo fácil.
-Demasiado fácil- agregó Pexx.
Para entonces, la Guardia del Cuervo se había extendido a través de la
parte de Afelion-2 que daba al sol y había pocas áreas en ese lado del
océano que aún no se habían completado en el cartolito. La escuadra
aceleró el paso. Se acercaron a una pared alta con una puerta ornamentada.
Pexx levantó su mano y la cerró en un puño.

-¡Alto!- exclamó.
-¿Cuál es el problema?- preguntó Manno.
Pexx miró el muro.
-Hay algo de gran volumen detrás de la pared.
-¿Kway?- interpeló Agapito.
El sargento consultó su augur.
-Pexx tiene razón. Y tengo signos de vida. Muchos de ellos al otro lado
de la puerta.
-¿Nos han detectado?- quiso saber Agapito.

La ciudad se estremeció por las lejanas explosiones. Las estridentes


alarmas resonaron por los pasillos.

-No- resopló Kway. -Podríamos haber traído a toda la legión a este


lugar. Son laxos y arrogantes.
-Pronto sabrán que estamos aquí- aseguró Pexx.
-Este es el camino más rápido para llegar al océano. ¿Damos la vuelta?-
preguntó Qvova.

Agapito lo consideró durante un momento. Sacó el cargador de gas de su


arma, expulsó el cargador de la recámara y lo reemplazó por munición
estándar.

-Podrían ser civiles lo que hay al otro lado de esa puerta, pero nos
encontraremos con el enemigo en algún momento. Cambiad vuestros
cargadores por proyectiles explosivos. Vamos a dejar de escondernos.

Los eficientes chasquidos del intercambio de los cargadores dieron paso a


sigilosas pisadas mientras Kway y Qvova tomaban posiciones a ambos
lados de la puerta.
-Cerrada- indicó Kway. Miró hacia la parte superior de la puerta. -Sin
embargo, no hay sensores. Esta gente es idiota.
-Eldes- llamó Agapito.

El legionario se arrodilló junto a un panel de la puerta, lo desatornilló


rápidamente y acopló los cables de subversión a su circuitería. Una mirada
al mecanismo le dio a Agapito una estimación bastante aproximada del
nivel de tecnología de la Cofradía: razonablemente alto. Algo muy adentro
tras la puerta hizo un sonido pesado y metálico. Pero no tan alto, se corrigió
a sí mismo Agapito.

-Abierta- anunció Eldes. -Fácil, tal y como dijo Tenef.


-Eso puede cambiar- opinó Pexx. -Manteneos en guardia.
-Granadas cegadoras y de humo- ordenó Agapito. -Quiero el mínimo de
bajas civiles. El primarca ordena que esto sea una liberación, no una
masacre.

Sus hombres asintieron con la cabeza y levantaron las granadas. El resto


cubrió la puerta.

-¡Abrid!

Pexx tecleó en su augur. La puerta se abrió por la mitad y se deslizó hacia


la pared. Sonó un timbre musical de bienvenida. Agapito vio una docena de
rostros aterrorizados antes de que Kway y Qvova lanzaran sus explosivos.
Las cegadoras entraron primero. Un estallido de ruido y luz multiespectral
aturdió a los ocupantes. Ya estaban gritando cuando estallaron las de humo.

-¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!

Los Marines Espaciales entraron con fuerza. La gente gritaba y luchaba por
escapar. La sala era grande, llena de asientos y plantas cultivadas, grandes
como árboles. Un centro cultural o un lugar de socialización, pensó
Agapito. Cinco puertas de cristal con grabados ofrecían una salida. Agapito
corrió hacia ellas mientras dispersaba a hombres, mujeres y niños, muchos
de los cuales lloraban. Los prudentes se dieron cuenta rápidamente de que
los Marines Espaciales no disparaban, y se refugiaron en los huecos de los
asientos. Siendo humanos como eran, no hubo muchos con esa misma
cordura. El resto entró en pánico y corrió de un lado a otro gritando de
terror. Algunos pisotearon a otros tratando de escapar por las salidas
laterales. Unos pocos se arrojaron a sus pies y balbuceaban en una lengua
incomprensible.

-¡No queremos hacerles daño!- les gritó Kway. Pero no le entendieron.


-¡Fuera de mi camino!- le gritó Agapito a un quejumbroso hombre que
estaba temblando en medio de su camino.

Su voz salió como un rugido aterrador de su vocoemisor y el hombre se


desplomó en una bola aterrorizada. Agapito lo empujó a un lado, lo que
provocó un nuevo grito. Probablemente le había roto el brazo al hombre.
Tenía poca compasión.

-¡A las puertas más alejadas!- exclamó. -¡Moveos! ¡Moveos!

Qvova llegó primero, corriendo directamente a través de la puerta sin


reducir su velocidad. El vidrio se rompió por todas partes. Un segundo
después estaba disparando.

-Múltiples enemigos al frente- advirtió. -Entablado combate.

Sus hermanos estuvieron a su lado unos instantes después. Dardos a hiper


velocidad entraron gritando en la sala. Un civil cayó con el cuerpo
atravesado en una docena de lugares. El resto comenzó a gritar de nuevo.
Agapito se entre puso entre la gente y los dardos. Un grupo de ellos lo
alcanzó y resonaron al impactar contra la armadura y se clavaron con
rapidez en el revestimiento. Antes de llegar a la puerta, tenía el costado
izquierdo lleno de agujas. Más allá de las puertas, docenas de fuerzas de
defensa de Afelion-2 estaban dispuestas en otra gran sala, la cual era un
gran rectángulo de tres pisos de altura, con una galería alrededor de su
perímetro. Piezas de escultura abstracta flotaban al nivel de la galería,
equidistantes unas de otras. Una de las paredes era una única y enorme
franja de cristal con vistas al océano. Estaban cerca del centro, pero ahora
del otro lado. Había asientos como en la cámara anterior, pero esta vez
estaban dispuestos en cabinas de paredes altas que el enemigo estaba
usando como cobertura. Agapito tapó el hueco entre Qvova y Kway. Más
dardos se clavaron en su armadura, enterrándose hasta la mitad de sus diez
centímetros de longitud en su armadura de batalla. Las alarmas silenciosas
le avisaron de los daños en los haces de fibra del traje. El líquido lubricante
se filtraba por una docena de agujeros. El sellador de ferroespuma
burbujeaba alrededor de algunos más al cerrar las brechas. Ninguno de los
dardos había penetrado hasta su traje interior.

En cambio, los bolters de la Guardia del Cuervo mataron a los hombres


sin piedad. La habitación se iluminó con las igniciones de los proyectiles
reactivos. Atravesaron las cabinas. Rompieron las armaduras. Los hombres
volaron en pedazos en poco tiempo. Agapito cambió rápidamente de
objetivo y derribó a sus oponentes uno tras otro. Una tormenta de dardos se
precipitó sobre ellos. Unos meses antes de Carinae, Agapito había luchado
en un continente plagado de violentas tormentas de granizo. El ruido de los
dardos al golpear su armadura le recordó a aquello. Los casquillos de los
proyectiles tintineaban en el suelo. Los cargadores se expulsaban y se
desechaban. Había más hombres que entraban en la galería desde las
grandes puertas dobles al otro extremo de la hilera de escultura, y se
alineaban en la galería para disparar a los marines espaciales. Su número
era impresionante, pero los estaban masacrando.

-¿No tienen miedo?- gruñó Ferr.


-Parece que no- respondió Agapito.
-Entonces matémoslos a todos. Esas armas no pueden atravesar
nuestra armadura- indicó Kway.
-No, pero esa sí podría- señaló Pexx.

Al final de la galería, un equipo de dos hombres estaba llevando una


pequeña cureña para ponerla en posición. Agapito apuntó hacia ella tan
pronto como Pexx la señaló. Sus proyectiles volaron con precisión, pero
explotaron a medio metro del arma y de su tripulación. Un aceitoso destello
de luz tembló alrededor del arma.

-¡Tiene un campo de energía!- exclamó.


Los hombres terminaron de montarla y apuntaron el arma hacia la Guardia
del Cuervo.

-¡Todo el mundo al suelo!

El arma era una versión más grande de los rifles de dardos que llevaban
los soldados y tenía suficiente potencia como para romper la ceramita. Los
impulsores magnéticos arrojaron trozos de metal del tamaño de una jabalina
a lo largo de la galería. El silbido supersónico se impuso sobre el constante
estruendo de los bolters. A Ferr le impactaron por el hombro y lo hicieron
girar. A Manno le golpearon en el pecho. Llevaban tal fuerza que el impacto
lo lanzó hacia atrás y lo clavó a la pared. Tenefer recibió un disparo en el
protector facial. La parte delantera en ángulo de su casco se arrugó
alrededor de la asta. La punta emergió por su mochila. Mientras ésta
arrojaba gas refrigerante, Tenefer se derrumbó. Agapito vio poco más.
Corrió hacia la primera cabina. El material era una especie de plastek,
hecho añicos y mezclado con la carne aplastada del enemigo. Para su
sorpresa, uno de esos soldados había salido vivo y se escondía en el pozo
situado bajo la mesa de la cabina. Agapito se abrió paso entre los
escombros y le aplastó la cabeza al hombre, con casco y todo, con un golpe
de su puño izquierdo. Los enemigos se gritaban los unos a los otros
indicando su posición. Tenían la mira puesta sobre él desde una zona
superior. Una lluvia de dardos se clavó en su armadura de batalla. Sonaron
más alarmas. Los dardos no representaban una gran amenaza por sí solos,
pero tantas lo estaban golpeando que pasaría mucho tiempo antes de que
perforaran algo vital. Rastrilló la galería con fuego y se dio la vuelta, pero,
debido a que la mayor parte de su armadura se lo impedía, no pudo ver a
todos sus hombres.

-¡Informe de la situación!- solicitó Agapito.


-Tenefer está muerto. Ferr herido. Manno se está muriendo. Durará
tres minutos como máximo- respondió el Apotecario Otaro.
-Están recargando- gritó Branco por encima del estruendo de los dardos al
golpear contra el metal. Señaló hacia el arma pesada. -La capacidad del
cargador es limitada. Veinte disparos de alta velocidad automática. Se
quedan sin munición rápidamente.
-Eso no nos sirve de mucho. ¡Aquí apenas tenemos cobertura!- gruñó
Pexx. -La próxima salva matará a más de los nuestros.
-¡Tan sólo corta la maldita cosa y sácala!- ladró Ferr.

Agapito supuso que se lo estaba diciendo a Otaro.

-¿Opciones?- pidió Agapito.


-Les he dado- indicó Kway. -Tú también les has dado. El escudo es
demasiado fuerte como para atravesarlo con los bólter. No podemos
sobrecargarlo.
-Disparemos a las ventanas- opinó Branco. -Destruyámoslas. No tienen
equipo de respiración. Presentemos a esos necios testarudos al vacío en
el que viven.

Agapito escaneó las ventanas. Sus sensores automáticos le dieron un


desglose aproximado de su composición. El material era similar al cristal
blindado; y, aunque era ligeramente más fino, era demasiado duro como
para atravesarlo. Se palmeó el costado. La única carga de fusión que había
traído a bordo todavía estaba sujeta en un enganche de su cinturón.

-¿Cuál es la situación de los civiles?


-La mayoría ha huido. Hay una puerta blindada de emergencia en la
pared. Se cerrará cuando se detecte la brecha- informó Branco. -
Podemos dejar escapar el aire de esta cámara, la otra permanecerá
presurizado.
-Entonces cúbreme- le ordenó Agapito.

Agapito saltó desde su escondite. La escasa gravedad de Afelion-2 actuó a


su favor, así que, cuando se alejó, sus piernas lo enviaron saltando al otro
lado de la sala. Los dardos lo persiguieron durante todo el trayecto hacia las
ventanas. El equipo de artillería concluyó apresuradamente su recarga y
abrió fuego de nuevo. Sus gigantescos dardos gritaron en su dirección y
rebotaron con un chirrido cantarín en el cristal. Agapito alcanzó la ventana.
Mientras disparaba su bolter con una mano para mantener las cabezas del
enemigo agachadas, colocó la carga en su lugar y giró el dial del detonador
hasta los dos segundos de espera. Ya estaba prendiendo cuando Agapito se
lanzó hacia un lado y se apresuró a entrar en otra cabina destrozada. El
vidrio se derritió al instante. El aire salió a toda velocidad, llevándose la
bomba de fusión con él antes de que ésta pudiera completar su trabajo. Las
ventanas se mantuvieron en su lugar mientras el aire ululaba con fuerza a
través del agujero. Agapito maldijo con la fluidez de un convicto.

Las alarmas sonaron por toda la sala. Un vendaval de descompresión


arrancó pedazos de muebles rotos y los lanzó al vacío. El enemigo estaba en
pánico. Algunos retrocedieron, lo que les dejó expuestos al fuego de la
Guardia del Cuervo, pero el equipo de artillería se mantuvo firme. La
integridad estructural de la ventana se debilitó. Grandes grietas salieron de
la brecha. Agapito levantó su arma para terminar el trabajo. Otra salva de
macro dardos salió gritando hacia Agapito, obligándolo a agacharse y a
errar su disparo. Una lluvia de proyectiles bólter zumbó por encima de su
posición. Un crujido precedió al estallido de la ventana, que sonó como un
trueno. La brecha se agrandó y el aire salió al espacio con una breve
violencia. Los hombres salieron dando vueltas por encima de su cabeza,
expulsados por la descompresión. Agapito fue arrastrado por el suelo
mientras su armadura chirriaba sobre el pavimento de piedra sintética. Sus
pies se encontraron con la parte inferior de la ventana y se agarró hasta que
todo terminó. Sin aire, la habitación quedó en silencio. Las puertas
blindadas se habían cerrado automáticamente en los puntos de entrada a la
cámara. Los hombres las arañaban débilmente y su piel se inflaba mientras
los gases de su sangre hervían.

Agapito volvió a unirse con su escuadra. Pasó junto a un hombre que tosía
sangre de sus pulmones rotos. Se agarraba la garganta mientras se asfixiaba.
Agapito lo vio morir con curiosidad. Se preguntó cuándo cosas como esas
habían dejado de afectarle.

-¿Hermano comandante?

La voz ronca de Kway rompió su concentración.

-Nos llevará diez minutos atravesar esta puerta. Kway golpeó la puerta
blindada que se había cerrado sobre la entrada a la sala. -Para cuando
salgamos, estaremos rodeados. Si consiguen poner contra nosotros
suficientes de esas cureñas… dejó que ese pensamiento quedase en el aire.
-Hay otra ruta- indicó Agapito. -Otaro, salva la semilla genética de
nuestros hermanos y luego sigamos nuestro camino.

Mientras Otaro preparaba su reductor, Agapito miró por la ventana hacia


océano, a cuatrocientos metros de distancia.

-¿Quién quiere nadar?

Atravesar el vacío sin propulsores de vacío especializados era una


habilidad que todos los hombres de Agapito poseían. Aunque su armadura
no estaba reforzada para el vacío, y por lo tanto era vulnerable a los ataques
en el espacio, todas las armaduras de batalla de los marines espaciales eran
a prueba de vacío. Sellaron sus puertos de refrigeración antes de saltar a
través de la ventana rota. Cortas ráfagas de sus propulsores de
estabilización fueron más que suficientes para cruzar el abierto vacío hacia
el océano. Se deslizaron a través del campo de contención sin más
resistencia que un breve cosquilleo eléctrico y pasaron al agua. Extrañas
bestias marinas nadaron cerca para investigarlos y se alejaron cuando
Agapito agitó las manos en su dirección. Las burbujas salían de sus
propulsores mientras los pulsaba rápidamente para obligarlo a descender
por el agua. Había un centro en la esfera del mar con gravedad propia, pero
el simple hecho de hundirse tomó demasiado tiempo. El mar se volvió
negro durante un tiempo. Agapito atravesó veloces cardúmenes de peces.
Luego la luz regresó bajo sus pies. Las tuberías se elevaron para saludarlo y
atravesó un segundo campo de contención para terminar cayendo en una
plataforma de cien metros de diámetro que estaba llena de maquinaria. Los
miembros de la Guardia del Cuervo supervivientes siguieron a Agapito.
Aterrizaron silenciosamente.

-Esperaba algo un poco más pintoresco- admitió Otaro.


-Yo también- estuvo de acuerdo Agapito. -Tal vez un parque o un
mirador.
-Nunca juzgues a las poblaciones divergentes con valores Imperiales- le
reprobó Branco. -Aunque admito que es muy inteligente. Miró las
tuberías que serpenteaban en el agua. -Están usando el océano para el
intercambio de calor. El agua enfría estas unidades de cognición y el
calor que producen calienta el océano. Me imagino que el mar
soportaría poca vida sin él.
-¿Puedes apagarlo?- preguntó Agapito. -Estas cosas parecen
importantes. Existe la posibilidad de sembrar una desestabilización,
pero sería mejor dejar intacta tanta infraestructura de la ciudad como
sea posible.

Eldes estaba jugueteando con una consola. Tenía las tripas de la máquina
desparramadas por el suelo. Las luces del interior de la carcasa parpadeaban
con una silenciosa consternación ante tal insulto.

-No con el tiempo que tenemos. No tiene mucho sentido interferir en


ellas. Por lo que puedo ver todos los sistemas de la ciudad son semi-
independientes. La red tiene decenas de puntos de conexión. Este es
sólo uno de ellos.
-¡Tiene que haber algún tipo de centro de mando por aquí! Tenemos
que acortar esto. ¡Encuéntralo! Hemos sido demasiado lentos.
-Estoy haciendo todo lo que puedo. Sea cual sea el código que usa esta
gente, no habla el gótico imperial- se justificó Eldes en voz baja.
-Abriste las puertas- comentó Branco.
-Fue un simple bypass electrónico. No una conexión directa- explicó
Eldes.
-¡Déjale hacer su trabajo!- exclamó Pexx.

Su estado de ánimo sufría demasiados vaivenes. Agapito tomó nota mental


para hablar con el guerrero después de la batalla.

-Cortaremos la cabeza a los militares en persona. Encontrad a sus


comandantes.

Agapito estaba a punto de continuar cuando el timbre de un vox de alta


prioridad lo interrumpió en el canal de mando de la legión. Dejó el de las
comunicaciones de la escuadra.
++¿Cómo va todo ahí adentro, hermano?++ La alegre voz del teniente
Arikk llenó su casco. ++El primarca quiere que esto termine. Está
deseando que envíe a mis fuerzas++
++¡Negativo! Espera++ ordenó Agapito. ++No puede ser tan impaciente o
habría contactado conmigo él mismo++
++Estás muy seguro de tu vínculo con el salvador, hermano
comandante++ comentó Arikk. Había una risita detrás de sus palabras. A
menudo era burlona, y en muy raras ocasiones, desdeñosa, pero hoy
Agapito detectó impaciencia en ella. ++Está ocupado++
++¿Cuáles son tus órdenes?++
++¿Ha caído en nuestras manos alguna otra ciudad?++
++Todavía no++
++Entonces tú y el resto del capítulo podéis esperar. Necesitaré media
hora. Mientras tanto, ordena a nuestros grupos de embarque que se
adentren más en la ciudad, para que no mates accidentalmente a ninguno
de ellos cuando llegues a tierra++

Cortó la comunicación antes de que Arikk respondiera.

-Debemos darnos prisa. Corax está presionando para desatar la


invasión completa- indicó.
-¿Y tú no quieres eso?- le preguntó Kway. - Seguro que nuestros
hermanos ya han dejado las baterías de las armas fuera de combate.
-No quiero que esta gente muera- le explicó Agapito. -Si Arikk entra
con sus armas escupiendo fuego, habrá un montón de cadáveres.
-Yo creo que no quieres que tu hermano tome su objetivo mediante el
sigilo mientras que tú tienes que llamar a la artillería pesada- comentó
Pexx.
-Vigila tu lengua, Pexx- le aconsejó Agapito secamente.

Los demás se rieron en voz baja. Agapito estaba molesto porque Pexx
estaba en lo cierto. Si Branne lograba una victoria de acuerdo a las máximas
de Corax mientras que Agapito daba vueltas en algún cogitatorium, Branne
se volvería insufrible.

-Sigamos con esto. Tenemos media hora.


-Lo tengo. Hay un gran centro de mando cuatro niveles por encima de
nosotros, a medio kilómetro más atrás en aquella dirección- señaló
Eldes.
-Buen trabajo- le felicitó Agapito.
-Un golpe de suerte, nada más- respondió hoscamente Pexx.
-Entonces si la buena fortuna nos sonríe, tal vez dejes de hablar de la
mala fortuna, Pexx- respondió Eldes a la defensiva.
-Media hora no es mucho tiempo. Será mejor que corramos- aconsejó
Kway.

Agapito echó un vistazo a la habitación.

-Eldes, desconecta. Luego, destrózalo todo. Es obvio que no nos están


buscando aquí. Destruir estas instalaciones es una pena, pero
necesitamos una distracción. Vamos a estar donde el enemigo no quiere
que estemos.

Una escalonada fanfarria de explosiones los acompañó mientras salían de


la cámara oceánica. Las alarmas sonaron. Mientras ellos corrían por el
cuello del muelle hacia una estación más profunda, los hombres gritaban y
corrían hacia la cúpula. Para cuando llegaron, Agapito y sus hermanos ya se
habían ido. Kway se ocupó de los centinelas de la puerta del centro de
mando. Murieron con medio segundo de diferencia, en silencio, y sin
detectar la presencia de su asesino hasta que fue demasiado tarde.

-La puerta es gruesa. Pero no lo suficiente- indicó Branco tras pasar la


mano sobre el metal. -No creo que esta civilización haya oído hablar de
los dispositivos de fusión portátiles.

Colocó una bomba de fusión en la puerta, cerca de la cerradura blindada.


Colocó tres más a intervalos alrededor del exterior de la misma.

-Más vale que tengas razón, son las últimas de nuestra reserva de
fusión- señaló Otaro.
-Actívalas- ordenó Agapito.
Las bombas explotaron simultáneamente. La puerta se derritió formando
láminas de metal blanco y caliente, tan flexibles como el papel empapado.
Salieron disparos desde el interior. Kway y Branco giraron rápidamente
para colocarse en los laterales de la puerta tras recibir una lluvia de dardos
en la parte frontal de su armadura. Dispararon ráfagas hacia la habitación
mientras los bólter se movían con fluidez de un objetivo a otro. Agapito
entró. A diferencia de algunas estaciones hechas por humanos estándar, no
necesitó agacharse para pasar por debajo del dintel de la puerta. Los
carinaeanos, a causa de la baja gravedad, eran tan altos como los
legionarios. Los cráteres humeaban en las paredes. Un amplio monitor,
ahora destrozado y del que saltaban chispas, dominaba el espacio. Los
guardias del centro de comando estaban muertos, dispersos en pedazos por
la habitación de esa forma tan minuciosa y espeluznante que era el sello
distintivo del armamento bólter. Varios miembros del personal de mando
también estaban muertos. El resto estaba junto a sus máquinas, congelados
por el shock y con sus uniformes marrones salpicados con la sangre de sus
camaradas. Un joven con gorra de visera miró boquiabierto a Agapito, y
luego se abalanzó indeciso en dirección a un gran botón rojo.

-Detente donde estás- le ordenó Agapito. -No te mataré si no tengo por


qué hacerlo.

El hombre no entendía el gótico, pero el significado del bolter apuntando


hacia él fue bastante claro. Levantó las manos.

-Pexx, Branco, cortad la energía de las baterías de las armas


principales. Bajad los escudos- ordenó Agapito. Los legionarios echaron a
un lado a los operadores y comenzaron a desactivar las defensas. -Otaro,
mira a ver si puedes salvar a alguno de estos hombres heridos.
¿Alguien aquí habla el idioma del Emperador?- exclamó.

Un tembloroso oficial dio un paso al frente.

-Yo lo hablo. Un poco- dijo. Su acento era atroz.


-¿Entiendes la palabra «rendición»?- le preguntó Agapito.
El hombre asintió.
-¿Hay otros centros de mando?
El hombre asintió.
-Entonces te aconsejo que le digas a tus generales que se rindan. Iremos
a por ellos cuando hayamos terminado con vosotros. Nadie escapará. O
todos podéis vivir. Tienes cinco segundos. Después de eso,
comenzaremos a disparar.

El hombre hizo lo que se le pidió. Los hombres se apiñaron y empezaron a


susurrar entre sí con ferocidad. Agapito expulsó su cargador y metió uno
nuevo en la recámara, tan solo para dejarlo claro. El estruendo mecánico
consiguió lo que buscaba. Los hombres empezaron a parlotear sobre unos
tubos de vox plateados que sobresalían de una mesa de comunicaciones. En
veinte segundos, Afelion-2 estuvo en manos del Imperio.

++Teniente Arikk++ llamó Agapito por vox. ++Tenemos la ciudad. Ya


puedes comenzar a desembarcar las fuerzas de supresión y guarnición.
Retira nuestras unidades de asalto++ Agapito sonrió. ++Y ahora, dime
cómo le va a mi hermano Branne con Afelion-7.
Siete
venganza retrasada

Phelinia investigaba a su objetivo desde un nido de aspas refrigerantes


que sobresalía por encima de la Plaza de la Libertad. Detrás de ella había un
laberinto de diminutas oficinas donde cientos de burócratas terranos
trabajaban monitorizando Kiavahr y Deliverance para el Imperio.
Disfrutaba de la ironía de planear una explosión mientras estaba a tan sólo
unos metros de los agentes del gobierno galáctico. La Plaza de la Libertad
ocupaba la intersección de cinco carreteras en el centro administrativo de
Kravv, era una buena elección para el último alegato de los Hijos de
Deliverance. Un espacio grande, difícil de vigilar, pero lo suficientemente
pequeño como para que la fuerza de la bomba estuviera contenida y, de esa
forma, se viera acrecentada. Las bajas colaterales eran inevitables, pero los
que estaban de pie en la ruta del desfile serían aduladores animando a los
representantes del gremio técnico, se recordó a sí misma. Algunas personas
tenían poca memoria. Una estatua de Corax miraba al norte desde el centro
de la plaza, en cierto modo, sería testigo del acto de desafío, esperaba que le
complaciera cuando este se enterase.

Identificó precisamente cuatro lugares en los que la bomba tendría el


mayor efecto en términos de exhibición, era una asesina de corazón y su
objetivo primordial en la vida era hacer sangrar a los miembros de los
tecnogremios. A menudo se tenía que recordar a sí misma que el propósito
principal del acto que tendría lugar no era la muerte, sino la propaganda, la
explosión tenía que ser sangrienta. Tenía que matar a todos los miembros de
los tecnogremios que pudiera, pero, por encima de todo, tenía que ser
espectacular. Los miembros de los gremios tendrían miedo, de la misma
forma que los antepasados de ella tuvieron miedo y sus padres aún lo
tenían. Phelinia había nacido seis años después de la llegada del Emperador,
tras la liberación de Deliverance, su familia se había trasladado a Kiavahr.
Sus padres esperaban un mundo nuevo y más justo, pero un estigma se
apoderó de los ex prisioneros y los siguió a cada paso que dieron. Unos
cuantos buenos sentimientos de un primarca fueron insuficientes para
superar siglos de prejuicios culturales, su pueblo eran unos parias incluso
entre los trabajadores de Kiavahr, quienes estaban casi igual de oprimidos.

Tal vez lo hubiera podido soportar si no fuera por el hecho de que los
responsables de generaciones de sufrimiento permanecieron en el poder. El
Mechanicum aparentemente gobernaba Kiavahr, pero los gremios seguían
controlándolo todo a espaldas del gobierno regional. Estaban irritados por
estar bajo el gobierno de los sacerdotes de Marte y descargaban sus
frustraciones contra quienes aún estaban por debajo de ellos. Abusaron
particularmente de los lycaeanos, nombre que aún utilizaban los gremios
para referirse a ellos, los trabajos eran imposibles de conseguir. Para el
lojamiento, comida, medicinas; todo lo necesario para la vida, los antiguos
lycaeanos estaban al final de la cola.
Sus propias privaciones no eran nada comparadas con las historias de cómo
habían sido de malas las cosas, al principio sus padres habían hablado de su
sufrimiento con orgullo. En aquellos ingenuos días de esperanza, sus
recuerdos fueron una marca de indomabilidad y rectitud, cuando la
liberación de la injusticia aún era reciente y el pueblo miraba hacia un
futuro brillante con Corax como su gobernante.

Pero entonces, la Gran Cruzada les arrebató a Corax, el Mechanicum


había llegado y se había asentado sobre la estructura de poder existente
como una túnica roja. El cuerpo que estaba debajo seguía siendo el mismo,
a medida que los años pasaban y las injusticias se acumulaban, las historias
de Lycaeus se contaban con una creciente amargura. Phelinia nació en un
mundo de decepción, la emoción que la había dominado había sido la ira,
una juventud de rebeldía baladí la llevó a estar un tiempo detenida; al
menos las prisiones eran más gentiles de lo que habían sido. Cuando los
Hijos de Deliverance vinieron a buscarla a los diecisiete años, se unió sin
pensarlo dos veces, aprendió bien el entrenamiento que le dieron, muy bien
considerando que nunca había hecho otra cosa en su vida que no fuera
rebelarse. Los Hijos de Deliverance le proporcionaron todo lo que
necesitaba para hacerlo.

La primera opción para colocar la bomba era la acera, había una losa de
servicio, a la izquierda del pedestal de Corax, donde podía ocultarla, pero si
inspeccionaban los conductos que había debajo la encontrarían, la losa
atenuaría la explosión, las víctimas serían pocas, el incidente sería menor.
Descartó otros dos lugares que sus instrucciones sugerían, uno en un
monitor de tráfico y otro detrás de un soporte que sostenía el edificio en el
que se encontraba y que formaba un soporte sobre el pavimento. La
explosión sería difícil de dirigir desde cualquiera de ellos, la mayor parte de
la misma iría dirigida hacia la multitud, se esperaban algunas muertes, pero
demasiadas pondrían a la población en contra de los Hijos. Su lugar favorito
era la torre de lúmenes, y no estaba en su lista de recomendaciones, eran
estúpidos por no haberla visto. Era perfecta. La torre de lúmenes era una de
las cuatro esculturas gigantes de acero y cristal que había alrededor de la
estatua, de cuarenta metros de altura y con doce lámparas dispuestas a los
lados y en la parte superior. Había una escotilla de acceso en la base que
tardaría segundos en abrirse, si tiraba la bomba hasta el fondo del
compartimento de inspección y volvía a colocar el cableado, probablemente
no la encontrarían incluso si la torre necesitará mantenimiento. El metal de
la torre era delgado y la explosión lo convertiría en una nube de metralla
que mutilaria a los manifestantes. Si adaptaba la bomba para darle las
propiedades de una carga hueca para dirigir la fuerza hacia la carretera,
podría limitar las muertes entre la multitud. Desde luego, la explosión
derribaría la torre de lúmenes. Se vería a lo largo de todos los caminos que
llevaban a la plaza. Lo mejor de todo es que la estatua de Corax sería
testigo de ello.

Tendría que engañar a los sensores internos para que no detectaran que se
había abierto, pero para ello debería contactar con agentes que trabajaban
dentro del estado y que podían realizar esa tarea. Podría pasar por alto el
cuadro de mando de los Hijos y pedir un par de favores, su contacto había
dicho que tenía que ser algo grande. Ella haría que fuera todo lo grande que
pudiera, y aquél era el lugar perfecto. La misión de Corax no estaba
terminada, de ninguna manera podría haber deseado abandonar al pueblo a
esta tiranía a medias, tenía una lucha más grande en la que estar. Ahora le
tocaba a los que eran como ella continuar la lucha en su nombre, él se
entristecería por la pérdida de vidas, pero se alegraría de ver sufrir a los
opresores. Los Hijos de Deliverance estaban seguros de su misión, de ella
dependía hacérselo pagar a los tecnogremios.
Ocho
el no acatamiento

El Imperio iba a presentar sus demandas a los interventores, príncipes y


generales de la Cofradía carinaeana por última vez, Corvus Corax decidió
entregar el mensaje él mismo. Para un mayor impacto, lo haría desde la
cámara parlamentaria de la ciudad capturada de Retrogrado-48. El equipo
de hololitos sacado de los almacenes del buque insignia de Fenc, la Song-
he, se instaló apresuradamente en la cámara, las bombillas de enlace de
frecuencia parpadeaban de forma insegura desde los escritorios de
composición. Los arcos de captura y transmisión de imágenes se alzaban
junto a unas estatuas doradas, los proyectores de bucle zumbaban mientras
esperaban a que los activaran por completo. Había numerosos cables,
retorcidos como una plaga de serpientes, por todo el suelo, sacada de su
almacenamiento, la tecnología hololítica era un desagradable caos.

Por insistencia de Corax, la improvisada instalación debía de ocultarse de


los carinaeanos para que sólo vieran a los líderes Imperiales ocupando el
centro de gobierno de una de las lunas más poderosas. Debía haber espacio
en la matriz de visualización para los representantes de cada una de las Mil
Lunas, de forma que todos pudieran hablar, si así lo deseaban, mil campos
de proyección discretos requerían espacio. La energía de cogitación
necesaria era inmensa, esto presentaba un desafío técnico aún mayor. Fenc
supervisó el trabajo él mismo.

Corax seleccionó como escenario el Estrado del Orador, se habían retirado


las sillas de los siete ministros que, hasta sus recientes ejecuciones, habían
dirigido la ciudad. La parte trasera del salón estaba libre de maquinaria, lo
que permitía que la arquitectura de la cámara sirviera de telón de fondo y
situara a Corax de manera firme en el contexto de la Cofradía. Él era su
conquistador y, por lo tanto, ahora era parte de ella, sobre la plataforma se
colocaron dos docenas de oficiales imperiales de varios tipos, seleccionados
principalmente en base a lo exótico e intimidante que les parecerían a los
habitantes del sistema. Fenc recorrió la cámara con un grupo de ayudantes
de campo tras él mientras hablaba con sus oficiales y adeptos, su trabajo era
necesario, pero su aportación no. Si se le hubiera preguntado, no habría
negado que se estaba demorando en ocupar su lugar entre el resto de los
dignatarios, tener el mando subordinado al del primarca era soportable,
verse usado como apoyo en un espectáculo diplomático le resultaba
indigno.

Corax no solo entró en el parlamento sin que Fenc se diera cuenta, sino
que el primarca ya se había acercado mucho antes de que lo hiciera. El
primarca tenía una presencia tan poderosa que debería haber sido imposible
que entrará en el gran salón sin que la noticia de su entrada se hubiera
extendido por todas partes y, sin embargo, de repente, Corax estaba
caminando por el amplio espacio abierto de la sala de debates sin indicio
alguno de su llegada. Un murmullo de sorpresa le indicó a Fenc que no era
el único que se había visto sorprendido, el trabajo se detuvo. Un murmullo
de voces que variaban entre la consternación y el asombro llenó la
habitación. El almirante experimentó un nudo en la garganta al pensar que
Corax podría haber estado allí durante varios minutos, observándolo sin ser
visto, desde un punto de vista racional eso era inverosímil. Pero a Fenc la
experiencia le decía que era más que probable, la galaxia era un lugar
mucho más extraño de lo que la Verdad Imperial permitía.

Disimuló bien sus recelos y saludó con brusquedad, pero el primarca ya


habría visto su miedo, ellos siempre parecían saberlo.

-¿Los preparativos están listos?- preguntó Corax.

"Era un ser extraño" pensó Fenc. Era afable en algunos aspectos,


ciertamente más que muchos de sus hermanos, pero, como todos los
primarcas, tenía una seguridad en sí mismo que cruzaba la línea de la
arrogancia, y en Corax esto se exacerbaba por la distancia inherente de su
manera de ser, no se podía ser su amigo, nunca. Fenc lo sabía con total
certeza.

-Casi, mi señor- respondió Fenc. -Le informó sobre asuntos que podrían
haberse dejado en manos de un subteniente. El orgullo y el deseo de
mantenerse firme frente a Corax le hacían hablar, tieso como un palo, como
si estuviera en un desfile. -Ha habido algunas dificultades para integrar
nuestra maquinaria con los sistemas de energía de esta ciudad y otros
problemas a superar en cuanto a la compatibilidad de la tecnología tri-
d de la Cofradía con el hololito para crear una audiencia remota de
esta escala. La conferencia anterior funcionó bastante bien, pero esta es
una empresa más ambiciosa, el Magos Bernt me dice que cuanto más
compartimentada esté la transmisión entrante más se hará evidente la
divergencia entre nuestras tecnologías. Aparentemente hay un
desajuste en la velocidad de los datos de los proyectores de cinta.

Hizo un gesto hacia el Magos Bernt, cuya característica definitoria era


una masa de mecadendritas que se retorcían y chasqueaban por encima de
su encorvada espalda.

-¿Se ha resuelto? Este mensaje debe transmitirse sin problemas.


-Sí, mi señor- le confirmó Fenc. -Todo está preparado.

Resistió el impulso de seguir hablando.

-Bien- aceptó Corax y se acercó. -Este es un momento importante en este


acatamiento.

A una distancia de dos metros, Fenc podía mirar a Corax a la cara sin
levantar el cuello, pero de cerca los ángulos se forzaban. Su columna
vertebral chasqueó mientras se esforzaba por mantener la mirada del
primarca. La parte de atrás de su cabeza se apoyaba sobre su pesado collar
de brocado.
-Deseo fervientemente que su plan funcione, mi señor- aseguró Fenc,
pero no creía que así fuera.

Cuando un nuevo comandante llegaba a una zona de guerra establecida,


siempre tenía nuevas ideas y mejores formas de hacer las cosas, a veces,
esos métodos funcionaban. Pero, a menudo, no era así, un recién llegado no
tenía en cuenta factores que eran, para los ya presentes, evidentemente
obvios, Fenc había visto cometer este error a todos los confiados hombres
que asumían nuevos puestos de mando, desde los supervisores del equipo
de mantenimiento hasta los propios primarcas, nadie era inmune a la
arrogancia. Fenc era un militar de pies a cabeza, pero sabía juzgar muy bien
a las personas, sospechaba que lo mismo ocurriría en cualquier jerarquía
humana. El poder venía con antiojeras.

-La información puede usarse como arma- le explicó Corax. -Y la


propaganda es su filo.
-Estamos listos, mi señor- anunció el Magos Bernt.
-Gracias- dijeron Fenc y Corax a la vez.

Corax lanzó a Fenc una pequeña sonrisa que lo puso nervioso, subió al
escenario y ocupó su lugar al frente de la asamblea, Fenc se unió a él de
mala gana, su lugar estaba en el frente, tal y como su puesto lo exigía.

-Empezar- le ordenó Corax.

El Magos Bernt hizo una reverencia, en circunstancias normales los


mecanismos de un hololito estarían ocultos, en la cámara parlamentaria sus
tripas estaban a la vista. Los tableros de luces parpadearon, brillantes
volantes giraron, se detuvieron y volvieron a girar, las bombillas de enlace
pulsaron y brillaron con fuerza. La pálida luz de los rayos de recepción de
imágenes brilló sobre el grupo y, a través de los mecanismos dispuestos a su
alrededor, enviaron sus fantasmas tri-d a todo el sistema.

-Gente y gobiernos de la Cofradía Carinae- comenzó a decir el primarca.


-Cuando hablamos ayer, no quisieron hacer caso a la generosa oferta
del Imperio. Hablamos de nuevo hoy, cuando estoy en posesión de ocho
de sus ciudades, estas se tomaron con tres horas de diferencia entre
ellas por una pequeña parte de las fuerzas que tengo disponibles. Hubo,
lamentablemente, muertes, incluyendo entre ellas a los siete señores
elegidos que gobernaban la ciudad de Retrogrado-Cuarenta y ocho.

Los operadores introdujeron en la transmisión las imágenes hololíticas de


las ciudades capturadas, sus exteriores estaban llenos de naves de guerra
imperiales, lo que evidenciaba el enorme tamaño de las naves que dirigía
Corax. Pero también se incluyeron imágenes interiores de las calles,
ocupadas por gente que se movía libremente bajo los ojos vigilantes de la
Guardia del Cuervo.

-Vuestra gente está a salvo, el resto de ustedes, señores, también pueden


estarlo. Escuchen una vez más esta oferta de amistad y paz que envía
mi padre, el Emperador de la Humanidad, a las estrellas. No hay nada
que perder por su acatamiento y mucho que ganar. Únanse a nosotros y
su civilización permanecerá como siempre ha sido, envuelta en un
manto de seguridad, serán bienvenidos a la hermandad del hombre y
protegidos de los peligros de esta turbulenta galaxia. Las oportunidades
de comercio, expansión y enriquecimiento están más allá de todo lo que
hayan podido considerar antes.

Un proyector parpadeó, apareció un rostro en miniatura flotando ante


Corax, se hizo deliberadamente pequeño en parte por razones de espacio y
en parte para que Corax pudiera mirarlo desde una arrogante altura.

-Tenemos todo que perder- objetó el gobernante de Declinación-37-


Grados. -Nuestra libertad, nuestro albedrío, nuestra voluntad. Ustedes
son bárbaros de un mundo roto que vienen a exigir tributo a sus
superiores.

Brillaron más esferas, y se materializaron más rostros; todos ellos llevaban


los altos sombreros y festones de cuentas que marcaban su exaltada
posición.

-Tiene razón- apoyó uno.


-No cederemos- indicó otro.
Anteriormente había hablado una minoría. Esta vez aparecieron aún
menos, un hecho que pareció agradar a Corax.

-Habrá siete nuevos señores de Retrogrado-Cuarenta y ocho, elegidos


por los votos de su pueblo, como así ha sido durante muchos milenios.
La destitución de los titulares será una breve interrupción- les
comunicó Corax. -Pero no es necesario que haya un nuevo príncipe de
Girocustodia Superior. No es necesario que haya un nuevo
Archicontrolador de Cénit-Tres-Uno-Dos- aseguró al tiempo que nombró
a dos de los gobernantes que más se habían opuesto anteriormente a la
conformidad. Ninguno de ellos había iniciado aún sus propias
transmisiones. -Y no es necesario que haya un nuevo Alto Consejero de
Declinación Treinta y Siete-Grados. Sin embargo, pueden estar seguros
de que habrá nuevos gobernantes en todas esas ciudades si no cumplen.
Les pido que reflexionen sobre la facilidad con la que se tomaron estas
ocho ciudades y consideren la facilidad con la que el resto puede caer
en manos de mis hombres. Pregunten a la población de aquí cómo se le
ha tratado, verán que no tienen nada que temer. Tengan en cuenta sus
propios cargos, tengan en cuenta a su propia gente. Daremos la
bienvenida a sus ciudades al Imperio con los brazos abiertos. Preferiría
que las manos de esos brazos no tuvieran armas. Preferiría que no se
derramara más sangre.

Corax levantó el dedo índice de su mano izquierda, señal para detener la


transmisión, los rostros se fueron apagando uno a uno.

-¿Esperamos?- le preguntó Branne.

El primarca parecía prestar especial atención a todo lo que ese tal Branne y
el otro, Agapito, decían. Los comandantes tenían un gran parecido entre sí
que iba más allá de la homogeneidad forzada de los vínculos de la semilla
genética, también tenían el mismo patronímico. Fenc asumió que eran
hermanos de verdad.

-Esperamos- le confirmó Corax.


Fenc mantuvo su posición en la plataforma. El zumbido del quejumbroso
equipo hololítico se fusionaba con los sonidos apaciguadores que
susurraban los adeptos de Mechanicum en una espeluznante e hipnótica
mezcla que negaba el derecho a que se oyeran los otros sonidos. Cayó un
silencio nervioso, lleno de murmullos y del zumbido de la electricidad.
Pasaron tres minutos antes de que apareciera una única esfera de luz
autónoma que mostraba el lúgubre rostro de un hombre preservado más allá
del lapso de los años mortales por medios médicos.

-Soy Wondril, Duque de Polo-Tres- dijo con gravedad. -He escuchado


vuestro mensaje. Tras consultar con mi consejo y tras abordar las
preocupaciones de nuestra población, hemos decidido aceptar vuestra
oferta. Lamentamos haber hecho oídos sordos anteriormente a lo
razonable de vuestra posición y humildemente pedimos vuestro perdón.
-No puedo perdonaros, pues no hay nada que perdonar.

La decepción de Corax se reflejó en su sonrisa, era mejor si los líderes no


suplicaran. Obtener una sumisión tan cobarde no era lo mejor para los
propósitos del primarca, un líder orgulloso que tomara la elección con más
libertad hubiera sido ideal. Un hombre que se rindiera con su honor intacto
tenía más posibilidades de convencer a sus compañeros de que lo siguieran.
Una persona que se humillara endurecería la resolución de los demás.

-Tomáis la decisión correcta. Sois bienvenidos al Imperio del Hombre-


continuó Corax. -Te nombro hermano, y...

La imagen de Wondril se resquebrajó momentáneamente, lo que hizo que


su rostro se distorsionara hacia los lados con líneas dentadas laterales que
movieron sus rasgos de un lado a otro. Se le volvió a ver con claridad
durante un momento.

-¿Qué? ¿Qué está pasando?- exclamó Wondril.


Miró hacia arriba alarmado, la transmisión desde Polo-3 cesó.

-¡Mi señor!- exclamó un ayudante theriono. -Los carinaeanos han abierto


fuego contra Polo-Tres.
-Muéstranoslo- le ordenó Fenc.
Los oficiales de Fenc compitieron con los secuaces de la cohorte de Corax
en ver quién obedecía antes. Los hombres de Corax ganaron, se presentó
una mesa hololítica portátil para beneficio del primarca. Una imagen
granulada de Polo-3 parpadeaba sobre la superficie negra y sin brillo, los
oficiales superiores dejaron la plataforma para agolparse a su alrededor.
Haces de partículas en fase cortaban a Polo-3 desde todos los lados en tal
cantidad que había más luz que negro en el vacío. El escudo de energía ya
se había colapsado, nubes de escombros y gases expulsados flotaban
alrededor de la luna. Los rayos tardarían un tiempo en demoler Polo-3 por
sí solos. El núcleo de la ciudad seguía entero, pero la tormenta de haces
lanzados al comenzar el ataque de las armas de rayos lo reduciría a átomos.

-¿Podemos salvarla?- quiso saber Corax.

Siguió la trayectoria de los proyectiles que se acercaban. Reducidos de


forma tan marcada en escala, estos parecían arrastrarse a través del
sucedáneo del vacío.

-No, mi señor- le informó Fenc tras consultar su propio sistema


cartográfico que mostraba una pizarra de datos sostenida por uno de sus
ayudantes. La cantidad de potencia de fuego expulsada desde las otras
ciudades era increíble. Polo-3, incapaz de maniobrar fácilmente, recibiría la
mayor parte de la tormenta como impactos directos. -Podríamos, tal vez,
derribar la mitad de los misiles y puede que una quinta parte de los
proyectiles estándar y de masa. El resto lo atravesarían. Para lograr
dicha modesta reducción tendríamos que reposicionarnos. Dejaríamos
vulnerables a nuestros territorios conquistados y cualquier carrera
para proteger Polo-Tres colocaría a la flota en este cuadrante mortal de
aquí. ¿Puedo?- solicitó.

Corax asintió. Fenc arrastró la información de su pizarra con un auto-


stylus y la dirigió al hololito. La muerte de Polar-3 se reemplazó por un
despliegue estratégico en alta definición del dentro del sistema. Una amplia
zona mortal brillaba en un rojo furioso.
-Estaríamos bajo el fuego de aproximadamente trescientas ciudades en
esta zona, cuatrocientas al acercarnos a Polar-3.
-Entonces una misión de rescate también es imposible- concluyó Corax.
-Lamentablemente así es, mi señor- le confirmó Fenc, ya había calculado
el riesgo.

Y era demasiado alto.

-Esto ha sido demasiado fácil. A mí me parece que estaba planeado-


opinó Agapito.
-Los carinaeanos tienen la ventaja de conocerse bien entre ellos-
conjeturó Corax. -Si su inteligencia es lo suficientemente buena, podrían
haber anticipado la rendición de Wondril, pero es muy probable que ya
estuvieran preparados para disparar a cualquiera que rompiera filas.

-Él fue uno de los pocos que consideró seriamente el acatamiento desde
el principio- indicó Branne. -Esto va a enviar un potente mensaje al
resto.
-Mi señor, hay una transmisión entrante- anunció un oficial de
comunicaciones.
-Muéstrala- le ordenó Corax.

El hololito crujió. Las máquinas emitieron un tono más alto. Los campos
de los retratos individuales de los mil gobernantes se encendieron de
inmediato, en lugar de varias personas había una sola cara compuesta.

-Archi-Auditor Agarth- reconoció Corax.

Los elementos que componían el rostro de Agarth no estaban


completamente alineados. Un inconexo movimiento ondulaba a través del
enjambre de pictogramas tridimensionales que componían a este hombre de
gestalt.

-Escúchame, hijo del tirano- comenzó Agarth, cuyo rostro gigante miraba
a Corax con el ceño fruncido. Sus ojos eran saltones y húmedos. Los
campos de proyección permanecían coordinados de forma imprecisa y sus
movimientos saltaban de esfera en esfera. -Así es como nos ocuparemos
de cualquiera que se someta a vuestras demandas. El resto los
señalarán como traidores. Ninguna ciudad de este sistema se rendirá a
ti. Vete de aquí. Tu patético espectáculo capturando a un puñado de
nuestros confederados no ha cambiado nada. Aún quedan mil. ¿Puedes
enfrentarte a todo el poder de nuestros cañones y evadir nuestra flota?
Entrar sigilosamente en nuestros reinos para obtener victorias
individuales no te servirá de nada. Te obligaremos a enfrentarnos como
hombres y morirás. Te lo advierto, hijo de aquel que llamáis
Emperador, vete o perece.

-El Imperio es vasto y poderoso- replicó Corax. -Yo no soy más que la
punta de la espada. No podéis resistiros a mí. Podéis desafiar a mi
padre todo lo que queráis. Al final, vuestro acatamiento es inevitable.
Aceptadlo ahora. Sois un sistema. Tengo miles a mi espalda. No podéis
enfrentaros a nosotros. Acabaré con vosotros.

-Veremos cuánta sangre está dispuesto a gastar tu padre para


arrebatarnos nuestros hogares- le advirtió Agarth. -Déjanos en paz,
antes de que todos suframos por tu agresión.
-Mi padre gastaría toda la sangre que hubiera. No permitirá que
ninguna sociedad humana sufra fuera de su protección- le aseguró
Corax. -Es su deber traer la iluminación a la galaxia.
-Ya estamos lo suficientemente iluminados- le garantizó Agarth.
-Yo digo lo contrario- le replicó Corax.
-Entonces muchos morirán- le previno Agarth. -¿Cómo le sentará eso a
tu conciencia, salvador?

El hololito se apagó. El rostro de Agarth desapareció en medio de un


destello estroboscópico de campos de burbujas al apagarse. Los proyectores
de cinta suspiraron tras finalizar el esfuerzo de crear una imagen coherente
a partir de mil pantallas individuales. Fenc miró al primarca. Corax
irradiaba insatisfacción.

-Sentril, háblame de Agarth. ¿Cuánto control tiene sobre los demás?- le


preguntó Corax. -¿Es un farol o ahora habla en nombre de todas las
ciudades?
Sentril, al que le habían colocado de manera intencionada cerca del frente
del grupo para que la Cofradía pudiera ver que se había recuperado de sus
mutilaciones, se acercó para hablar.

-Hace no mucho, mi impresión era que tenía intimidados a los otros


señores. Su ciudad es más grande que la mayoría y está mejor equipada
para la guerra. Es agresivo y desagradable querido. Vuestra presencia
aquí ha cambiado mucho la situación. Empezó una campaña para la
confrontación directa con el Imperio tan pronto como los iteradores
hicimos la primera oferta al presidium de la Cofradía. Al principio le
rechazaron, pero la destrucción de 27-42 hizo que le apoyaran. Están
asustados.
-La limpieza de Hartin fue desafortunada- indicó Corax, -e inoportuna.

La espalda de Fenc se puso rígida, su expedición había sido la


responsable de aquella masacre.

-Lo hecho, hecho está, mi señor- admitió Sentril. -Así que debemos lidiar
con las consecuencias. Le lanzó una mirada de simpatía a Fenc. -La
Cofradía se ve a sí misma en esa misma posición; amenazada por un
enemigo externo, sólo que se considera que es un poder mayor a
cualquier otro a los que nos hayamos enfrentado. Creen que pueden
ganar.
-No tienen idea de los enemigos que hemos vencido- aseguró Corax.
-Todavía creen que prevalecerán allí donde cayó Hartin- indicó Sentril.
-Les demostraré que su confianza está fuera de lugar- proclamó Corax. -
Cenit-tres-uno-dos es la ciudad de Agarth. Es allí donde atacaremos a
continuación. Es el objetivo lógico, una demostración aún mayor de
nuestras habilidades hará temblar las convicciones de los demás. Por lo
tanto, yo mismo lideraré el asalto y llevaré a Agarth encadenado ante
este proyector hololítico para mostrarlo a sus compañeros.
-No quiero faltarle al respeto- señaló Sentril, -pero subestima su orgullo.
Hemos pasado el punto de poder convencerlos.
-Ya veremos- dijo Corax.
-Mi señor, por favor, reconsidérelo- insistió Fenc.
Empezó vacilante, pero, a medida que las palabras salieron de su boca,
estas cogieron más fuerza. Su convicción se fortaleció. Extendió las manos,
con las palmas hacia abajo, en un enfático gesto de desacuerdo. -Mi señor,
no lo haga.

Corax lo miró con extrañeza. Había algo de respeto en su expresión, pero


también de ira.

-¿Me estás diciendo que no?

Fenc tembló. Corax irradiaba calma y sensatez, pero, incluso con una
apariencia tan neutral, su poder aplastaba al almirante, la mirada de sus
negros ojos estaba clavada en él.

-Fenc, me enviaron aquí porque hasta ahora no has logrado convencer


a la Cofradía para su acatamiento y tampoco has presentado ninguna
solución militar para forzar dicho asunto. ¿Y ahora me dices que el
plan que he formulado es insuficiente? Corax lanzó una breve carcajada
de incredulidad. Casi sonó como la de un hombre normal al recriminar. -
¿Cuál es tu objeción?- quiso saber Corax. -Dilo ahora. Y recuerda que
hablas con un hijo del Emperador.

¿Cómo podría Fenc siquiera olvidar eso? Casi estaba sometido a la


voluntad dominante del primarca, pero su pueblo era orgulloso. Fenc se
mantuvo firme.

-Agarth tiene razón, mi señor- afirmó Fenc, obligándose a mirar los pozos
de oscuridad que Corax tenía por ojos. -Nos enfrentamos a una larga y
costosa campaña.
-Y no crees que podemos ganar. Y tampoco que puedo hacer lo que he
dicho que voy a hacer- supuso Corax.

La autoconfianza de este golpeó a Fenc a través de la inquietud que el


primarca le suscitaba. "Es arrogante" pensó el almirante. "Eso lo hace
temerario".
-Naturalmente que ganaremos- aceptó el almirante con mesura. -Lo que
me preocupa es la rapidez y el coste. Corax lo miró, su pálido rostro
impasible. Fenc siguió adelante y aceleró su discurso antes de que su
determinación desapareciera. -Las Mil Lunas están ajustando sus órbitas.
Se están acercando física y políticamente. Sus hábitos confederados se
están desvaneciendo ante nuestro poder. Se están uniendo. La guerra
está cambiando antes de que haya comenzado debidamente.

Fenc miró a Sentril en busca de apoyo.

-Eso es cierto, mi señor- respaldó Sentril. -Se ha estado observando este


sistema durante el último siglo. Nunca antes habían mostrado este nivel
de cooperación. Sus órbitas están definidas por un tratado, firmado al
final de su última guerra interna. Mover las ciudades es un acto que su
cultura no se toma a la ligera.
-Han decidido que van a luchar contra nosotros. Hagamos lo que
hagamos ahora, no se echarán atrás- continuó Fenc. -Unidos, presentan
un desafío importante. Vuestras acciones han aclarado la situación y les
agradezco la intervención. Sostengo que debemos atacarlos por la
fuerza antes de que consoliden plenamente sus ejércitos. El tiempo para
el sigilo y los ademanes ya ha pasado, necesitamos comenzar un asalto
completo. Puedo tener las órdenes redactadas para vuestra aprobación
en una hora.

Hubo una larga pausa en la que los negros ojos de Corax se perdieron en
los de Fenc. Una línea de sudor bajó cosquilleándole la sien, la mejilla y el
interior del alto cuello de su traje.

-El costo será demasiado grande. Cientos de miles de personas


morirán. Muchas de las ciudades se perderán- argumentó Corax. -El tal
Agarth debe caer. Le quitaremos su ciudad. Una vez hecho esto, el resto
capitulará.
-Pero, mi señor, estáis equivocado- le contradijo Fenc. Su espalda estaba
empapada de sudor. Desafiar a Corax ya le estaba suponiendo un esfuerzo
físico. -Las ciudades se mueven lentamente, pero una vez que hayan
reconfigurado sus órbitas sobre Carinae, la dificultad de nuestra tarea
se multiplicará enormemente. Ya he realizado simulaciones de acción
contra una Cofradía mejor dispuesta. Nuestras pérdidas proyectadas
están aquí, en este informe. Tomó una segunda pizarra de su ayudante y se
la dio al primarca. Corax la miró, pero no la cogió. -La Vigésimo Séptima
Expedición tiene órdenes permanentes de adentrarse en el Cúmulo de
Argyluss. Debemos unirnos a la Septuagésima Sexta Flota
Expedicionaria en seis meses. Hay cuatro sociedades humanas de clase
seis entre nosotros y su trayectoria prevista. Las propuestas de los
iteradores han ido bien en tan sólo dos de ellas. No llegaremos al
encuentro si no actuamos ahora. En el peor de los casos, esta flota
estará demasiado dañada como para llevar a cabo más guerras, lo que
retrasará toda la línea de avance de la cruzada en este subsector.

En la frente de Corax aparecieron líneas similares a fracturas en un


acantilado de color blanco a punto de derrumbarse. Algo en él cambió,
quizás de forma consciente o quizás no, pero, de cualquier modo, Fenc se
encontró mirando al rostro de algo inhumano.

-No estoy proponiendo una falta de acción, Fenc- sentenció Corax. Su


voz resonó de forma dolorosa en el cráneo del Almirante. -Te deshonras a
ti mismo. Ese ataque total que propones es ineficaz y traerá el resultado
que deseas evitar. La caída de Agarth pondrá fin a esto, me encargaré
de su captura personalmente. La decisión está tomada, ahora déjame.
Regresaras a tu nave a esperar órdenes para el despliegue de la flota.
¿Entendido?

El rostro de Fenc ardía de rabia.

-Sí, mi señor- respondió, y se inclinó en una reverencia.

Se avecinaba el desastre. "Corax podría ser un primarca" pensó Fenc


mientras salía de la cámara, "pero no era infalible".
Nueve
la marca azabache

Agapito no podía concentrarse, estaba esperando a Branne, habían estado


asignados a diferentes flotas durante meses. Se suponía que los lazos de la
legión reemplazaban a los de la familia, pero, en aquellos casos raros de
legionarios que también eran hermanos de nacimiento, esos lazos de sangre
se reforzaban de forma inevitable. Estaba leyendo un listado de las
capacidades defensivas de Zenith-312 por cuarta vez cuando el vox de línea
zumbó.

-Agapito- respondió.
Quien habló fue su escudero.
-El comandante Branne está aquí para verle.
-Hazlo pasar- le indicó Agapito, tras lo cual se esforzó por parecer
ocupado.

La puerta se abrió con un susurro. Branne había llegado desde la


Vengador, así que llevaba su armadura. Las regulaciones exigían que se
llevara puesto el equipo de batalla completo durante el tránsito de nave a
nave mientras estaban en una zona de guerra activa. Pero Branne tenía el
casco bajo el brazo, para así poder mostrar mejor su arrogante sonrisa.

-Buenas noches- saludó Branne. -¿Tienes un abrazo para tu hermano?

Agapito vestía con unos pantalones negros y una túnica sin mangas, sus
brazos estaban llenos de músculos tachonados con el plateado titilar de los
puertos de derivación nerviosa. Su pálida piel estaba ensombrecida por un
caparazón negro subcutáneo, cuando se puso de pie y envolvió el pecho
blindado de Branne fue como abrazar a una unidad de refrigeración. Branne
dio un paso atrás y agarró el hombro de Agapito.

-Ha pasado demasiado tiempo. ¿Cómo te ha ido sin que te cuide las
espaldas? Veo que sigues vivo.
-Estoy mejor desde que oí que hoy tomé mi objetivo antes que tú el
tuyo.
-Aun así, lo tomé- se rio Branne.
-Tienes mucho de lo que presumir- aseguró Agapito. -Permíteme un
momento de regodeo.

Branne se encogió de hombros. Sus hombreras gimotearon mientras


seguían el movimiento.

-Está bien, tú ganas. Miró a su alrededor. -¿Le has hecho algo a este
lugar?
-Mis aposentos son los mismos de siempre.
-¿Estás seguro?- preguntó Branne mientras seguía mirándolo todo. -Algo
ha cambiado.

El ser comandantes les proporcionaba a los hermanos grandes


dependencias. Pero, aunque sus cuartos no eran las celdas monásticas de sus
guerreros de línea, Branne y Agapito seguían siendo Marines Espaciales y
nativos de Deliverance, por lo que sus cámaras privadas eran pequeñas y
austeras para los estándares de los señores imperiales. No había ningún
revestimiento en las paredes de plastiacero para disfrazar la estructura de la
nave. No había mármol, ni rococemento, madera o granito tratado como el
que se podía encontrar a bordo de las naves de otras legiones. La capa
interior de color gris oscuro de la aleación estaba sin pintar, los lúmenes y
todos los demás dispositivos eran puramente funcionales, no había
florituras artísticas, y sí poca y valiosa luz. Cuatro objetos decoraban la
habitación. La armadura de Agapito, que raramente se ponía, destacaba en
una vitrina de cristal, donde brillaba con incrustaciones y grabados
decorativos tan finos que apenas se veían en la ceramita negra. Su bólter
descansaba en un sencillo soporte junto a su escritorio. El escritorio en sí
mismo era lo único que, obviamente, no era de fabricación kiavahrana,
siendo de ricas maderas y espléndidamente tallado. Por último, estaba la
colección de arte del comandante. Eran grabados en miniatura realizados
sobre pequeñas piezas de plata que estaban clasificados con precisión
militar en una estantería de color negro mate. Si se observaban bajo una
lupa se podía apreciar que eran maravillosos paisajes de los mundos que
Agapito había visitado en su carrera; cuarenta y nueve hasta ahora. A
simple vista eran pequeños cuadrados de metal brillante.

-Esto es nuevo- observó Branne, dando palmaditas en el escritorio. -Es


bastante grande.
-Es una pieza de exhibición, hecha en Varva para los Gigantes de las
Estrellas.
-No estuve allí para verlo- dijo Branne. -No sabía que el acatamiento
venía con muebles.
-Los varvanos creían que una raza de gigantes descendería de los cielos
y los llevarían a la luz- le explicó Agapito.

-Construyeron palacios con anticipación. Todo el planeta está lleno de


ruinas construidas a lo largo de los siglos. Hizo una breve pausa. Ese
mundo le había afectado. -Pusieron mucho esfuerzo en sus creaciones.
Había tanta esperanza en sus ofrendas. Sonrió con tristeza. -Sin embargo,
hasta el día en que los gigantes estelares llegaron, eran completamente
felices de matarse los unos a los otros por discutir acerca del tipo de
adornos que les gustaría a los gigantes de las estrellas en sus cornisas.
-La galaxia es un océano de locura- opinó Branne sacudiendo la cabeza.
-Bueno, al menos fue un acatamiento fácil.

Agapito colocó un tazón de fruta y dos sencillas tazas de metal sobre su


escritorio.

-Me acuerdo- recordó Branne. -Eso fue mientras estaba en el Saliente de


Chavai, ganándome la Vengador.
La asignación de una barcaza de combate al mando directo de Branne
irritó un poco a Agapito, de esa manera tan cómica, y no tan cómica, que la
envidia puede producir entre hermanos. Técnicamente los recursos bajo el
mando de Agapito eran mayores, pero la barcaza de Branne tenía un
prestigio del que carecían los cruceros de Agapito. La Guardia del Cuervo
no era conocida por sus bromas. Pero Branne disfrutaba provocando a su
hermano.

-Tenías que recordármelo- le reprochó Agapito.


-Mientras estés celoso, seguiré haciéndolo- le aseguró Branne. -Y todavía
lo estás.
-Todavía estoy celoso- admitió Agapito. -¿Llamo a alguien para que te
quite la armadura?

Branne sacudió la cabeza.

-No puedo quedarme mucho tiempo, hermano.


-Un poco de tiempo es mejor que nada. ¿Quieres un trago?
-¿Por qué no?- aceptó Branne.
-¿Crees…- comenzó a preguntarle Agapito mientras vertía el contenido de
un pequeño frasco de aluminio en ambas tazas, -que va a funcionar?
-¿El plan de Corvus?- preguntó a su vez Branne. Frunció el ceño. -Nunca
nos ha decepcionado antes.

Tomó un sorbo del licor y puso una cara a medio camino entre admirada y
horrorizada. Las viejas técnicas carcelarias para destilar alcohol se habían
refinado, pero los viejos sabores morían con dificultad.

-Está exactamente lo fuerte que debería estar.


-Bebe bastante de esto y te emborrachará, incluso ahora- le aseguró
Agapito con un brillo en los ojos.
-Hablas como Nathian- le comentó Branne.
-En absoluto- le contradijo Agapito. Tomó un trago. -¿Crees que
funcionará? ¿Tú crees que capitularán si tomamos Cenit-Tres-Uno-
Dos?
-Me siento incómodo cuestionando a Corax, incluso en privado contigo-
dijo Branne con inquietud.
-¿Qué sentido tiene ser comandantes si seguimos las órdenes a ciegas?-
le interpeló Agapito.
-Bueno- opinó Branne a regañadientes. -No volverán a caer en el mismo
truco. Sea cual sea la forma en que hagamos esto, nos espera una dura
lucha. Si el plan de Corvus funciona, ofrece el mejor resultado para la
rápida integración de este sistema en el Imperio, con las mínimas bajas
y un menor daño a su estructura material.

-Eso es un hecho- estuvo de acuerdo Agapito. -Pero, ¿y si no funciona?


Estaremos atrapados aquí durante meses luchando contra un enemigo
bien organizado.

Vació su taza y jadeó. La fisiología de los Marines Espaciales podía


soportar la mayoría de las toxinas que pasaran por él, pero el licor penal,
mejorado por las mejores mentes de la humanidad, lo convertía en un
desafío.

-Entonces será mejor que funcione- opinó Branne.


-¿Viste su rostro cuando destruyeron su propia ciudad? Lo ocultó, pero
estaba horrorizado. Se está involucrando demasiado en todo esto, desde
que llegó el Emperador no hemos descansado nunca. Directamente de
la rebelión a la mejora y luego, a la cruzada. Él lo ha pasado peor.
Incluso él tiene que tener límites, ya se le ha puesto a prueba, y va a ir
demasiado lejos para demostrar su valía.
-¿Adónde quieres llegar, hermano?- preguntó Branne.

La línea de pensamiento de Agapito rozaba la sedición, pero provenía del


corazón. Antes de que Corax se convirtiera en su padre genético había sido
su amigo.

-Tiene demasiado que demostrar: que la iluminación funciona, que el


Imperio puede ser compasivo, que la guerra puede ser incruenta, que
los tiranos deben caer y, sobre todo, que el camino del Emperador es el
correcto.
-¿Estás diciendo que el plan del Emperador no es el mejor?- preguntó
Branne con cautela.
-¿Como se te ocurre decir tal cosa?- le increpó Agapito frunciendo el
ceño. -Obviamente es el camino correcto. La cruzada lo es todo, pero
nos contenemos a veces cuando otras legiones no lo hacen, por miedo a
herir a los inocentes. Estoy orgulloso de ese hecho, pero esta es una de
esas veces en las que no deberíamos hacerlo. El Almirante Fenc cree
que Corax está equivocado. Estaba temblando de furia cuando se fue
de la reunión.
-Lo vi- le indicó Branne. -Pero no hay ningún otro plan viable.

-Está el plan de Fenc de atacar en masa ahora- le recordó Agapito. -Te


pregunto, hermano, ¿qué pasa si el ataque a Cenit-tres-uno-dos sale
mal? ¿Qué pasará entonces? Pues que, para entonces, será demasiado
tarde. Fenc podría tener razón.
-Hermano, no va a salir mal- dijo Branne tras dejar su taza vacía.

La línea vox zumbó de nuevo, lo que impidió que siguieran discutiendo.


El escudero de Agapito le gritaba a alguien. La puerta se abrió. Entró un
legionario con armadura completa.

-Lo siento, hermano comandante- se disculpó el escudero de Agapito. -


No quiso escuchar. Lo sacaré de aquí.
-Espera- le detuvo Agapito y se levantó de la mesa. -¿Qué haces aquí,
Pexx?
-Hermano comandante- solicitó Pexx. -Debo hablaros ahora.
-¿Pexx?- preguntó Branne. -¿Fedann Pexx? Me alegro de verte.

Pexx miró de reojo a Branne. Fue una mirada furtiva, pero resultaba
extraña cuando la realizaba un Marine Espacial con una armadura de
batalla.

-Volveré más tarde- indicó Pexx en voz baja. -Siento interrumpir.


-Ya estás aquí- indicó Agapito. -Y ya conoces a mi hermano. ¿Qué es lo
que pasa?

Pexx, vacilando, levantó las manos hacia su casco.


-Esto pasa- respondió.

Se desabrochó el casco. Mantuvo su rostro hacia el suelo y luego levantó


lentamente la mirada. Su piel se había vuelto de un blanco luminoso. Sus
ojos se habían convertido en negros orbes de azabache. En la Legión de
Corax el cambio de parecerse al primarca tanto tiempo tras la apoteosis no
era motivo de alegría.

-¡Por el trono del Emperador, Pexx!- exclamó Agapito. -Pensé que tu


comportamiento durante el ataque fue extraño, pero esto...
-La marca azabache- señaló Branne. -¿Desde hace cuánto tiempo que la
tienes?
-Una semana- le informó Pexx. La revelación de su condición provocó que
empezara a hablar sin parar. -No podía ocultarlo por más tiempo. Los
pensamientos, comandantes... Veo muerte en todas partes. Y pena.
Nunca he experimentado tal miseria. El usualmente audaz Pexx se había
ido, sustituido por una destrozada criatura.
-Deberías descansar. En un porcentaje de los casos el oscuro estado de
ánimo pasa sin intervención alguna- le aseguró Agapito.

-¿Qué porcentaje?- preguntó Pexx.


-Un pequeño porcentaje- concretó Branne.
-Eso no me basta- dijo Pexx suspirando de nuevo.
-Entonces puedes luchar- sostuvo Branne. -O bien destierras la
enfermedad a través del esfuerzo o morirás en servicio.
-¿Qué quieres, Pexx?- preguntó Agapito con delicadeza.
-No lo sé, hermanos míos. Se veía angustia en los negros ojos de Pexx. -
Mis sueños están llenos de oscuridad. Mis horas de vigilia son frías. El
gris lo cubre todo. Estaba avergonzado. -Mi único consuelo es pensar en
la muerte. Todo lo que quiero hacer es matar. Miró consternado a los dos
hermanos. -Soy un guerrero del Emperador. He matado a miles en
nombre del Imperio, pero estos sentimientos, mi señor... Tragó saliva. -
Me horrorizan. No soy un asesino y, sin embargo, ¿por qué siento la
necesidad de desgarrar a mis hermanos? Por favor, mis señores- suplicó
con un tono de total desesperación. -¿Qué debo hacer?
Diez
un ojo para la destrucción

La inteligencia natural de Phelinia se vio comprometida por su deseo de


venganza, si hubiera actuado por completo desde una posición racional, no
habría estado cerca de la bomba cuando explotó, pero Phelinia estaba
demasiado involucrada emocionalmente en la lucha por la libertad. Quería
ver sufrir a sus atormentadores. Quería apretar el botón ella misma y ver
cómo los brillantes fuegos consumían a aquellos a los que odiaba.

La oficina de un burócrata en lo alto de una torre brindaba una vista


incomparable de la plaza, el personal del edificio estaba fuera viendo el
desfile, así que no la descubrirían. Desde el otro extremo de la larga calle, la
estatua de Corax la miraba con complicidad, como si estuviera al tanto de
su secreto. Cientos de miles de personas se agolpaban en las aceras y
llenaban la calzada, el tráfico se había suspendido ese día, el trabajo se
había restringido a un solo turno para todos, excepto para los trabajadores
más esenciales. En ese pequeño tiempo de libertad la gente estaba extasiada
mientras agitaban sus banderas y vitoreaban cuando aún no había nada que
ver. Kiavahr y Deliverance habían sido durante mucho tiempo mundos sin
alegría, tres décadas después de la revolución, sus pueblos habían
empezado a aprender a divertirse. Su felicidad era genuina, pero estaba
enraizada en la ignorancia, no tenían nada de lo que alegrarse, ni libertad
real, ni placeres reales, ni alegría más allá de despertarse para descubrir que
podían respirar un día más. Sus amos los habían engañado con banderas de
papel, promesas de un futuro que nunca se cumpliría y la liberación por un
instante de la monotonía de sus trabajos.
-Lamentable- dijo Phelinia con un suspiro.

Música simplista sonó por las calles de Kravv y una ovación creciente
recibió a la procesión que se acercaba. Las bandas que marchaban delante
giraron alrededor de la base de la estatua y pasaron por la Plaza de la
Libertad. (Liberty Square en el original, nt)

Las bandas giraron hacia la concurrida carretera y se dirigieron


directamente hacia ella mientras sus instrumentos, baratos y producidos en
masa, destrozaban con tenacidad una selección de canciones marciales
terranas. Sin embargo, a pesar de sus sombreros de cartón y de su ropa
barata, marchaban con orgullo por la carretera en formación cerrada. La
multitud, al paso de las bandas, vitoreaba con más fuerza, tanto que
prácticamente ahogaban el estruendo y el golpeteo de la música. Detrás de
ellos caminaban los soldados therionos y un contingente de tropas cyborg
del Mechanicum, cuyos uniformes escarlata y componentes de latón pulido
brillaban en el día gris de Kiavahr. A ellos Phelinia no le importaban, sus
ojos estaban fijos más abajo en la procesión, sobre los políticos. Ningún
miembro de verdadera importancia de los tecnogremios participaba en el
desfile, nadie de la clase dirigente era tan estúpido. Los manifestantes eran
oficiales de bajo rango, jóvenes miembros que aún no habían obtenido un
buen puesto o miembros de las familias más débiles. Para ella su humilde
posición era irrelevante, seguían siendo los miembros de los tecnogremios
que jugaban al juego del poder con la vida de otras personas.

A estas alturas, las primeras filas de los tecnogremios estaban pasando por
delante de la estatua. Phelinia levantó sus magnoculares para ver mejor,
caminaban en lugar de marchar y, algunos de los más jóvenes, tiraban
puñados de dulces de chocolate estrictamente racionados de las cestas que
llevaban los sirvientes. Saludaban y se reían. Phelinia les dejó disfrutar
medio segundo más de sus vidas.

-Detonar- le susurró a su cuello.

Una gran bola de fuego salió de la torre de lúmenes, el eje de metal se


rompió y la torre giró de repente y se inclinó, como un payaso que simula
un desmayo. Ella sonrió cuando vio las formas oscuras de los cuerpos que
salieron despedidos en el estallido, la explosión fue un placer instantáneo,
una singular e intensa liberación que fue demasiado breve y que
desapareció tan como lo hicieron las llamas. Una bola de humo y polvo se
elevó sobre la plaza, impulsada por la fuerza de los gritos. Ya no hubo
música, un frente de polvo rodó camino abajo. Phelinia quedó decepcionada
porque no pudo ver nada de las secuelas a causa de la turbulencia. El rostro
de bronce de Corax miraba sin ver la carnicería, no vio los cuerpos
destrozados, ni la multitud que salía en estampida por el pánico, tampoco a
una mujer salir de un edificio de oficinas y escabullirse entre la confusión.

Un perímetro de escudos antidisturbios entrelazados rodeaba el lugar de la


explosión, cada uno de ellos respaldado por un miembro anónimo de las
tropas de asalto. El Ejecutor Jefe Diorddan Tensat se detuvo ante ellos,
miraba con resolución por encima de su cabeza con los escudos unidos.
Frunció el ceño. Mientras murmuraba algo de forma sombría para sí mismo,
sacó una insignia con un águila bicéfala de su abrigo largo y la levantó para
que la vieran. El líder del grupo de asalto salió de detrás del muro de
escudos para inspeccionarla. Su alto casco blanco ya estaba cubierto por el
polvo que se asentaba.
-Ejecutor Jefe Diorddan Tensat- se presentó a sí mismo Tensat.

Una unidad de lente se elevó desde el equipo de comunicaciones del líder


del grupo de asalto en el extremo de un cable flexible. La luz de baja
intensidad parpadeó y apuntó a la placa, lo que activó los holo-glifos que
había en su interior, las marcas de autoridad se desplazaron lateralmente a
través del aire situado entre los dos hombres para luego, tímidamente,
deslizarse fuera de la vista.

-Mis disculpas por hacerle esperar, señor, la seguridad aquí debe ser
estricta.

Tensat gruñó malhumoradamente. El líder de las tropas de choque se hizo


a un lado. Sus hombres apartaron sus escudos y los juntaron con suavidad
cuando Tensat pasó entre ellos, el jefe de los ejecutores miró hacia atrás.
"Idiotas" pensó. Todos conocían su uniforme, su placa y su cara. El
procurador mecánico ya estaba allí, con sus motores de gravedad zumbando
mientras flotaba sobre la devastación y arrancaba los escombros que
captaban sus muchos ojos de cristal. Sus extremidades de múltiples
articulaciones bajaban en una secuencia ondulante, como una máquina
cosechadora, o como una araña tejiendo una telaraña. Tensat estaba limitado
a los miembros con los que nació. Dependía de la tradicional forma de
locomoción de las botas que le desplazan sobre el suelo, así que se vio
obligado a abrirse camino a través de los trozos de carne humana que
cubrían el rococemento como si de rojas y húmedas flores se tratarán. Le
mancharon las botas, se pegaron a las suelas. Estaba maldiciendo y
sacudiendo los restos de algún pobre miembro de los gremios de bajo rango
cuando el procurador se acercó flotando, cuyo olor a metal caliente brotaba
de los puertos de escape ocultos bajo su túnica.

-Ejecutor Jefe Tensat. Por fin está aquí.


-Tuve un poco de dificultad para atravesar el cordón- refunfuñó Tensat.
-¿No le dejaron pasar?- preguntó el procurador sin emoción alguna. -Son
sus propios hombres.

El procurador no tenía ni nombre ni género, de hecho, Tensat no estaba


seguro de si siempre era la misma persona, así que usaba ese término de
forma muy libre. Su voz sintética estaba tan desprovista de emoción que era
imposible saber lo que estaba pensando. Odiaba tratar con el Mechanicum.
El diálogo con ellos estaba despojado de todo contexto, era peor que
comunicarse por texto-vox. Había decidido atribuirle un tono engreído y de
superioridad hacía ya un tiempo. Parecía encajar con él.

-Hacer que mostrara mis credenciales fue un espectáculo para el


público-explicó, ahora a la defensiva al ver que un extraño criticaba su
organización.
-El sitio es seguro. Eso es una aportación positiva.

Durante su conversación, el procurador continuó golpeando repetidamente


el suelo, no tenía personal, pero estaba acompañado por un enjambre de
servo-cráneos que lo ayudaban. Tensat estaba solo. Lo prefería así y hubiera
sido más feliz si el procurador no hubiese estado allí, pero las circunstancias
del gobierno dictaban que cooperaran.

-Demasiado poco y demasiado tarde- murmuró Tensat. -¿Dónde estaba


la seguridad antes de que estallara la maldita bomba?
-La zona se barrió una hora antes del desfile- le informó el procurador. -
No se encontró nada.
-¿Cómo de bien se hizo?- inquirió Tensat.
-Sus hombres llevaron a cabo dicha tarea, no los míos.

Tensat sacudió la cabeza. Se encorvó bajo su largo abrigo y miró


alrededor de la plaza. Se había cortado la energía en ese sector y se había
evacuado una manufactoria cercana, sin el calor constante generado por la
industria de Kiavahr, el frío natural del planeta podía imponerse con
libertad.

-Estaba en la torre de lúmenes- indicó. Señaló el espacio que hasta hace


poco ocupaba la escultura.
-Una conclusión obvia, pero correcta- estuvo de acuerdo el procurador.
-¿No se inspeccionó durante el control de seguridad?
-Le remito a mi comentario anterior, ejecutor jefe.
-¿Pero se revisó?
-Afirmativo.
-¿Y cuándo fue la última vez? Tensat miró alrededor de la plaza. -Por la
llegada del Emperador, qué devastación. Tuvo que ser un explosivo de
grado militar, eso seguro.

Algo hizo clic en el cráneo del procurador.

-Los cogitadores de la ciudad registran que la última vez que se abrió la


escotilla fue hace 17 días, 4 horas y 12 minutos para un mantenimiento
de rutina. Mi hipótesis es que el dispositivo se colocó después.
-Se puede engañar a los sensores.
-Así como a sus hombres- añadió el procurador.

Tensat frunció el ceño. Esquivó un servo-cráneo. Unas delicadas pinzas de


metal sobresalían allí donde una vez había habido una lengua humana y
llevaban una bolsa de muestras ensangrentadas. Se abrió camino a través
del suelo hasta el borde del cráter, la base de la torre de lúmenes se había
atomizado. El agujero que había quedado tenía dos metros de profundidad y
era abruptamente cónico, material carbonizado y trozos de escombros se
extendían en radios ordenados alrededor del agujero. El material cercano
había quedado pulverizado. En las inmediaciones había trozos más grandes,
principalmente placas de rococemento que la explosión había levantado y, a
medida que aumentaba la distancia, se encontraban trozos del tamaño de un
puño esparcidos por el agujero hasta llegar al fino polvo que cubría las
fachadas de los edificios de alrededor de la plaza. El campo de escombros
era aproximadamente elíptico con bordes irregulares, resultado de las
diferentes densidades de los materiales destruidos, o evidencia, tal vez, la
forma de la carga explosiva. Pero era regular, la física era un notable
incordio.

Tensat se asomó al cráter, los cimientos de la ciudad eran gruesos. Kravv


se contruyó sobre una capa flotante de rococemento que cubría los antiguos
pozos mineros, y la explosión no había hecho más que abollar el sustrato.
Las fibras ópticas fundidas aún brillaban en la fosa y la luz, destinada a la
torre de lúmenes, se desangraba en el aire polvoriento.

-Por lo que parece, la bomba se colocó dentro de la tubería óptica,


fuera de la vista, pero al alcance de la mano. ¿No pensaron en revisar
más adentro?
-Negativo. «Superficial» sería mi descripción del barrido de seguridad-
puntualizó el procurador.

Tensat torció la boca. Hoy no se pondría a la altura de las burlas del


procurador.

-Tiene un metro de profundidad, tal vez más. Fue una bomba potente,
es un agujero muy hondo.
-En mi opinión- expresó el procurador, -el perpetrador deseaba infligir el
máximo daño y evitar una gran cantidad de bajas fortuitas.
-Cincuenta y seis personas murieron de entre la multitud- indicó Tensat.
-Esa es la definición de una gran cantidad.
-Sin embargo, el objetivo eran los miembros de los gremios que iban en
la marcha. Hay varias alternativas donde colocar un artefacto
explosivo en esta área. En todas ellas se habría aumentado
significativamente el índice de víctimas.
-Sigue siendo un asesinato. Tensat observó detenidamente un destrozado
trozo de carne pegado al suelo. -No sé por qué han ido a por gente como
ellos. Estos pobres bastardos son lo más bajo de lo bajo.
-Supongo que el sospechoso los consideraría un objetivo válido, los
gremios son el objetivo.

El procurador se alejó resoplando y empezó a puntear en otra zona.

-¿Por qué?- le preguntó Tensat en voz alta mientras le seguía. -¿Por qué
no os pusieron la bomba a vosotros? No son pocos los que creen que el
Mechanicum es responsable de su miseria.

El procurador giró con serenidad en el lugar mientras sus estriados brazos


seguían arrancando pedazos del suelo y los hacía escupir la verdad sobre sí
mismos. Fragmentos de hueso y escombros fueron a parar a bolsas traídas
por sus espantosos sirvientes.

-Buscamos la máxima eficiencia. La felicidad no es un factor de cálculo


relevante.
-Hay otros que creen que su sacerdocio está desestabilizando a los
mismos gremios- apuntó Tensat.

-Eso no tiene sentido. Si Marte deseaba deshacerse de los gremios


tecnológicos, hay otras maneras de hacerlo. Si la gente busca culpables,
deberían buscar al primarca. La Hegemonía Imperial, a petición de
Lord Corax, concedió la soberanía sobre Kiavahr al Mechanicum sólo si
la estructura de poder existente se mantenía bajo nuestro gobierno. Es
un arreglo que nos conviene, los gremios son nativos, nosotros no. La
presencia continua de los gremios asegura una mejor y fluida
interacción entre los pueblos Mechanicum y no Mechanicum. Aunque
son inferiores en la mayoría de sus capacidades, los gremios tienen
acceso a tecnología de la que carecemos. No queremos perderla con la
purga.

-Sí, pero ellos no están compartiendo esa tecnología- dijo Tensat


mientras caminaba sobre el terreno irregular.
-¿Está acusando al Mechanicum de improcedencia?- denunció el
procurador. -Las acciones de ese tipo son una violación de los términos
de nuestro tratado para la soberanía de este mundo.
-No lo estoy acusando de nada- declaró Tensat. -Por si sirve de algo, no
creo que esto tenga algo que ver con eso, sacerdote. Esto es otra cosa.
Ha habido una docena de homicidios...
-Sugiero asesinatos- propuso el procurador. -El motivo aquí es político.
-Asesinatos, entonces. Una docena de ellos. Sabotaje de las propiedades
del gremio, ataques remotos a los bancos de datos. Esto es una
campaña. ¿Por qué no ha habido ninguna demanda?
-La hay- dijo una profunda e inhumana voz.

Un legionario salió de entre las sombras que rodeaban la estatua de


Corax. Hacía un momento allí no había nada. Al siguiente, un guerrero
transhumano de dos metros revestido con ceramita se estaba dirigiendo
hacia él. Tensat se sobresaltó. Su conmoción habría sido más intensa si no
hubiera sido testigo del asombroso sigilo de la Guardia del Cuervo muchas
veces antes. Sus discretas insignias de rango sugerían que no era un soldado
de línea, sino alguien importante. Malas noticias. Tensat cerró la boca antes
de que pudieran acusarlo de quedarse boquiabierto.

-Estaba a punto de decir que tenemos que solucionar esto antes de que
la Legión se involucre.
-Yo diría que es demasiado tarde para eso- indicó el legionario.
Once
otra forma de guerra

La Guardia del Cuervo atacó Cenit-312 en plena batalla, líneas de


cruceros avanzaron sin reserva por delante del avance principal, tomaron
posiciones y aniquilaron metódicamente los enjambres de satélites asesinos
de Cenit-312. Fenc, al que habían dejado al margen, observaba impotente
desde la cubierta de mando de la Song-he junto a su flota, cuyo cometido se
había reducido a proporcionar un paraguas protector a las naves de la
Guardia del Cuervo contra el fuego de las armas de otras ciudades. Las Mil
Lunas no alcanzarían posiciones óptimas para el bombardeo cooperativo
hasta semanas más tarde, los proyectiles que disparaban a millares eran
fáciles de rastrear y de derribar antes de que se acercarán a ninguna de las
dos flotas imperiales, pero los rayos de partículas, gravitones y láseres que
salían de sus arsenales de armas de energía impactaban al instante y se
movían como lenguas parpadeantes de relámpagos artificiales por todas las
formaciones de las flotas. Interpuesta entre las ciudades y la Legión, la
Vigésimo Séptima Flota Expedicionaria se llevaba la peor parte, los
centelleantes escudos de vacío formaban arcos de resplandores púrpuras,
verdes y amarillos que iluminaban el negro espacio a lo largo de cientos de
miles de kilómetros.

Fenc no podía hacer otra cosa que observar y prepararse para la fuga del
enemigo. Sus capitanes de artillería lanzaban un sinfín de misiles anti-
munición y señalaban los ataques láser. Las alarmas sonaban al agotarse las
municiones, los oficiales lo tenían todo controlado: redirigían los recursos
según fuera necesario y ordenaban pequeños turnos en los corredores de
fuego para compensar las torretas que necesitaban enfriarse o requerían
reabastecimiento. En las otras cincuenta naves ocurría lo mismo; los
audaces capitanes permanecían inactivos mientras sus tripulaciones
cumplían con su deber. La luz de combate estaba activa, roja y
amenazadora, pero el susurro constante de órdenes y peticiones era
tranquilo, a pesar de la tormenta de luz que atravesaba el vacío, no había
peligro inmediato. Fenc tenía dos hololitos activos frente a su trono de
mando. Uno mostraba una vista de la representación del sistema y el otro
una picto-imagen real del ataque de Corax, dentro de la esfera
representativa, las Mil Lunas continuaban moviéndose a través del espacio
mientras las elipses y los círculos de sus órbitas habituales se deformaban
hacia una espiral a medida que se reposicionaban. Las naves de la Cofradía
se contenían esperando a volver a desplegarse en caso de que la flota de
Fenc lanzara un ataque a una luna secundaria. La vigésimo séptima les
hacía frente en un punto muerto, Fenc no podía hacer nada o la nave de la
Cofradía presionaría a la Legión del primarca. Las naves de la Cofradía no
podían avanzar sin presentarse ante los cañones de la Vigésimo Séptima.

El almirante se imaginó a sus homólogos en las naves de guerra


carinaeanas mirando pantallas similares y teniendo pensamientos similares.
Miles de años de desarrollo divergente separaban sus culturas, pero era
sorprendente lo poco que la mayoría de las civilizaciones humanas se
habían alejado de sus raíces. Había extremos, pero, pese a que en términos
absolutos las incontrolables y divergentes ramas del árbol genealógico
humano eran numerosas, constituían un pequeño porcentaje de las lejanas
semillas de Terra. La mayoría de los hombres eran reconocibles como tales,
sentían, pensaban y luchaban como cualquier otro ser humano, había algo
en común entre ellos, la empatía era inevitable. Fenc deseaba que el plan de
Corax tuviera éxito, sería mucho mejor si la flota de la Cofradía entraba al
servicio del Emperador que tener que reducirla a escombros. Al igual que
Corax, prefería que los carinaeanos fueran ciudadanos imperiales vivos que
enemigos muertos.

Por las mismas razones Fenc sabía que el plan no funcionaría, la


impresionante demostración de poder de Corax tenía como objetivo mostrar
que el sigilo no era su única habilidad. Sólo serviría para reforzar la
resolución de sus enemigos. Para Corax, los beneficios de la Gran Cruzada
eran evidentes, el Señor del Cuervo se había criado entre disidentes político,
era un idealista. No podía comprender por qué esta gente resistiría ante las
abrumadoras probabilidades cuando había disponible un estilo de vida
evidentemente mejor. Sólo veía la Verdad del Emperador. Fenc tenía la
sensación de que a Corax le resultaba difícil relacionarse con enemigos que
pensaban de forma diferente, no entendía que la verdad es subjetiva, no
absoluta, era la debilidad del primarca. No había forma alguna de que el
resto de las Mil Lunas se rindieran, pasará lo que pasará con Cenit-312.

Nada de eso se podría decir en voz alta, ni siquiera a sus asesores de


mayor confianza ni a sus amigos más cercanos, la mayor carga del mando
era mantener las apariencias. Morderse la lengua lo irritaba mientras veía
cómo la flota de Corax atravesaba los escudos de energía que empezaban a
fallar de Cenit-312 y lanzaba los grupos de desembarco de la Guardia del
Cuervo como si de semillas arrojadas a millares sobre un jardín se tratarán.
Flotillas de torpedos de abordaje, cañoneras y arietes de asalto atravesaban
las nubes de satélites de ataque neutralizados mientras los negros buques de
guerra mantenían un bombardeo constante sobre los principales
emplazamientos de armas de la ciudad. El fin de Cenit-312 había
comenzado.
El trueno y la furia llegaron a instancias de asesinos vestidos de negro,
los hijos de Deliverance, equipados con armadura exterminador, se
desplegaron en un gigantesco asalto desde una nave de desembarco para
apoderarse de los muelles de atraque exteriores de la ciudad. Esta acción
inicial terminó rápidamente. A su paso, el ejército de Corax se lanzó a
bordo de Cenit-312 por miles, matando a medida que avanzaban. Se dieron
órdenes de preservar la vida de los civiles, pero, en un asalto tan furioso
como éste, era seguro que los inocentes sufrirían, y miles murieron, los
vehículos blindados atravesaban las zonas habitadas y los parques, los
incendios ardían en los arboretos, los mares cautivos se drenaban desde los
tanques rotos.

Cenit-312 tenía cierta parte de belleza, el filo de la guerra la destruyó. El


Imperio dictó sentencia con fuego y muerte.
Mientras se formaban líneas de batalla estáticas para resistir en los muelles,
los grupos de caza de la Guardia del Cuervo se dispersaron en las
profundidades de la ciudad. Las fuerzas de defensa de Cenit-312 eran
numerosas, pero frente a las Legiones Astartes tenían pocas posibilidades
de sobrevivir y, ciertamente, ninguna de victoria. Dondequiera que las
fuerzas se enfrentaban, la Cofradía era barrida en poco tiempo y las botas
de ceramita pisaban los cuerpos destrozados por los proyectiles mientras la
Legión avanzaba. Una hora después de que comenzara el asalto, la mitad de
la ciudad estaba bajo control imperial, poco después, un segundo aterrizaje
por sorpresa tomó los muelles de vacío interiores, lo que dio a la Legión un
punto de apoyo en toda la periferia de la ciudad. Podía comenzar el
desembarco de la Cohorte Therion.

Una nave de lanzamiento débilmente armada entró rugiendo en un hangar


de la zona solar, los rugientes chorros de plasma hicieron estallar los restos
que quedaron de la toma de los muelles. La nave se puso al lado de un
pórtico de reabastecimiento destrozado, su rampa cayó de golpe contra una
mancha de promethium que se extendía, y los aliados de la Guardia del
Cuervo se apresuraron a salir. Cuatro escuadras de tropas humanas bien
equipadas se separaron de las ordenadas filas y se dispersaron por el hangar
para formar un cordón protector. El Prefecto Caius Valerius tenía la
creencia de que se debía liderar desde el frente. Sus botas tocaron la
cubierta hendida mientras los últimos miembros del grupo de abordaje aún
estaban en movimiento, si sus ayudantes no hubieran insistido en lo
contrario, él mismo habría liderado la primera oleada.

Valerius se detuvo en medio de la cubierta. Los soldados salían de su


módulo de aterrizaje y formaban alrededor de sus oficiales en filas
ordenadas. Las destrozadas naves de vacío del enemigo ocupaban más de la
mitad de las plataformas de aterrizaje, había cuerpos por todas partes, la
mayoría de ellos violentamente diseccionados por los rayos de las armas
volkitas. El humo del metal caliente perfumaba el aire, los incendios se
extendían por varios lugares. Los agujeros atravesaban las paredes, y las
características de cada uno de ellos revelaban el arma que lo había infligido,
las de fusión dejaban estelas de metal. Los cañones láser perforaban
agujeros limpios y precisos rodeados de estallidos de carbono, el plasma
dejaba agujeros redondos allí donde impactaban los haces explosivos de los
proyectiles y largas rayas donde lo hacían los flujos de plasma que habían
atravesado las paredes.

Un segundo módulo de aterrizaje llegó desde el exterior, ondeó sobre una


plataforma de aterrizaje llena de escombros y se posó con cuidado en medio
de paneles deflectores destrozados y montones de cables de los que saltaban
chispas. Fibras aislantes y trozos de guata volaron por los aires en medio de
torbellinos, había una larga galería de control de tráfico con vistas al
hangar, cuyas ventanas recorrían todo lo profundo que era el muelle, desde
el vacío hasta la pared interior. Algunas de sus contraventanas estaban
atascadas, el resto estaban levantadas. Detrás de los cristales agrietados por
los impactos de las armas se movieron enormes figuras blindadas que no
guardaban la proporción con los puestos de trabajo que había en el interior.
Un par de ventanas habían estallado. El humo de las llamas extinguidas
manchaba las paredes.

-¡Milontius!- llamó Caius a su criado. -¡Conmigo!


-Sí, prefecto.

Un hombre de baja estatura bajó trotando por la rampa, iba vestido con el
uniforme de un oficial, pero sin distintivos de rango. Llevaba dos rifles
láser en el hombro. De su mano derecha colgaba una gran bolsa con los
efectos del prefecto.

-La Legión nos espera, voy a recibir nuestras órdenes. Tú también


vienes.
-Sí, prefecto- aceptó Milontius.

Caius avanzó a grandes pasos a través de las combadas planchas de la


cubierta con Milontius acompañándolo. Un solitario legionario estaba de
centinela en una puerta abierta. Hizo un gesto a Caius y a Miloncio para que
pasaran. Unas escaleras conducían a la plataforma de observación. El daño
en la cubierta de control de tráfico era peor de lo que parecía desde el
exterior, la mitad de los lúmenes estaban rotos, la moribunda maquinaria
vomitaba chispas. Un legionario muerto, con el tórax y la armadura de la
garganta agrietados a causa de un reductor, yacía en el suelo. Los dardos
tachonaban su armadura como un bosque de agujas, una docena de
carinaeanos muertos pagaron el precio por la pérdida de este Guardia del
Cuervo. Yacían en diversas posturas, con sus largos y delgados brazos
extendidos, las mandíbulas flojas y los ojos abiertos, las granadas de
fragmentación habían matado a la mayoría y los proyectiles bolter, al resto.
Los daños colaterales de la explosión habían destruido gran parte de la
maquinaria, en los confines de la cubierta, el olor a metal caliente se
mezclaba de forma enfermiza con el de los estómagos abiertos y la sangre
seca. Caius se cubrió la boca con el puño al toser, se habría colocado su
respirador, pero no quería parecer débil ante sus hombres, así que respiró
despacio por la boca.

Había tres legionarios en la habitación. Aunque la cubierta era grande,


estaba abarrotada de escritorios y equipos de vigilancia. Los espacios que
habitaban los carinaeanos eran de proporciones extrañas, altos pero
estrechos, y los espacios entre las consolas de la habitación eran reducidos,
las armaduras de los Marines Espaciales siempre chocaban contra algo cada
vez que estos se movían.

-Capitán- dijo Caius llamando a su líder.


-¿Es usted el representante del prefecto?- le preguntó el capitán.

Caius no reconoció la voz, los capitanes venían, luchaban, morían y se les


reemplazaba, y había decenas de ellos en la Legión.

-Soy el prefecto- le hizo saber. Se irguió ligeramente. De acuerdo con sus


relativas jerarquías, Valerius estaba por encima del legionario.
-Mis disculpas- se excusó el capitán.

Este se lanzó directamente a explicar las instrucciones sin siquiera


presentarse. "Tiene que ser nuevo para hablarme de esta manera" pensó
Caius.

-Mi compañía se moverá ahora que usted está aquí. En treinta y seis
minutos llegará el primero de los civiles evacuados del distrito nueve-
cero-tres. Hay un fuerte enfrentamiento con el enemigo en ese sector.
Dicho sector tendría un nombre local. Todos los planetas, pueblos y bases
tomadas por la Gran Cruzada lo tenían. Las fuerzas terranas no tenían
tiempo para aprendérselos. Las posesiones imperiales crecían tan rápido
que los números tendrían que bastar. Hay almacenes en los niveles
inferiores- continuó el capitán. -Recomiendo que se utilicen para
albergar a la población civil mientras continúan los combates. Este
hangar y sus almacenes están separados del resto. Sólo hay una única
puerta de carga, es fácil mantenerlos dentro. Han de pasar el
procedimiento. Oficiales, militares, cualquiera con alguna influencia,
primero debéis preparar un perímetro y luego pasar a investigar a los
civiles.

Esto último se lo corroboró, el capitán era nuevo. Caius tenía setenta


años. Había hecho esto docenas de veces. Le vinieron a la mente los
proverbios therionos sobre el respeto a los mayores y una cierta variedad de
maldiciones.

-Estoy al tanto del proceso, capitán.


-Por supuesto. Confío en que verá que ya está hecho- dijo el capitán
modificando su tono al captar ligeramente la molestia de Caius.
-No lo dudo. ¿Qué hay de la comida y el agua para esta gente, cuántos
se suponen que vendrán?
-Creo que unos pocos miles. Hay un tanque de reserva cerca. Para la
comida tendrán que esperar. Con el primarca, esta batalla terminará
pronto y podrán volver a sus hogares. Dígales eso.

Caius asintió.

-Corazones y mentes.
-Ganaremos ambas cosas- le aseguró el capitán. -Bajas mínimas. Buen
trato para los detenidos.

"Sonaba como si se lo estuviera recordando a sí mismo" pensó Caius.

-¿Dónde está el primarca?- preguntó Caius.


-¿Lo conocéis desde hace mucho tiempo?- le preguntó a su vez el capitán.
-Desde que la Cohorte Therion le juró lealtad, así que sí, lo conozco.
Desde hace más tiempo que tú, añadió para sí mismo.
-Entonces no necesitáis preguntar, está donde siempre está. Cazando.

En la ciudad, Corax se había adelantado a su ejército, se adhería a las


sombras, pasaba por encima de los dispositivos de vigilancia y desactivaba
aquellos de los que no podía esconderse. Los ojos humanos eran fáciles de
engañar. Entre los muchos y maravillosos regalos con los que el Emperador
había bendecido a Corax estaba el de esconderse a plena vista. Alguna
habilidad innata, de naturaleza psíquica suponía Corax, bloqueaba su
presencia en las mentes de los humanos y de la mayoría de los xenos. Si se
concentraba, podía desvanecerse de sus percepciones hasta hacerse
invisible. Había tenido conocimiento de ese poder cuando era joven, en los
laberintos de la prisión de Lycaeus. Al principio le había costado mantener
la concentración, pero se le fue haciendo más fácil con el paso del tiempo.
Ahora podía mantener su don de protección mientras mataba a sus
desconcertados enemigos, ni siquiera entonces podían verlo, destrozaba sus
cuerpos mientras buscaban con terror al fantasma que los estaba
masacrando.

Corax era por naturaleza un libre pensador, que prefería hacer su propio
trabajo; no un general, sino un señor de la guerra. A sus hombres se les
animaba a pensar por sí mismos, en parte para que Corax no tuviera que
dirigirlos, a menudo operaba solo. Las acciones de su legión eran a menudo
poco más que una tapadera para su propio y decisivo golpe. Así iba a ser en
Cenit-Tres-Uno-Dos. Corax tenía la intención de capturar al propio
Archicontrolador Agarth. Con él iban una docena de legionarios con el
mismo asombroso poder., los Maestros de las Sombras, los Mor Deythan en
la lengua kiavahrana, eran una pequeña proporción de la Legión que, por un
capricho de la semilla genética derivada del cuerpo de su primarca, había
heredado el don de la invisibilidad de Corax.

Nadie los vio. Nadie los detuvo. Corrieron por pasillos abandonados y por
barracones llenos de soldados que luchaban por repeler el asalto de la
Guardia del Cuervo. Pasaban sin ser vistos sin importar cuán llenos estaban
los lugares por los que iban. Daban buena cuenta de las pictounidades, los
augur y los auspex cuando era necesario, ya que a las máquinas no se les
podían engañar. El enemigo estaba demasiado ocupado para pararse a
investigarlo. Ser capaz de moverse libremente por el territorio enemigo le
daba a Corax una perspectiva única de la guerra. Había estado en los
centros de mando de los generales enemigos cuyos ocupantes discutían con
convicción sobre la mejor manera de matarlo. Había caminado por las
líneas de trincheras donde las tropas temblaban de miedo ante la idea de
enfrentarse a sus hijos. La gente se comportaba de forma diferente cuando
piensan que no se les observa. Así pues, tenía una visión muy secreta de las
mentes de los hombres, podría haber hecho cosas tan horribles si hubiera
tenido un corazón más negro.

Seguía habiendo una inquietud profunda en su alma por el don que


poseía, lo reprimió. Si bien la habilidad era útil y su propósito claro, no le
gustaba cuestionar su procedencia. Corax consultó un cartolito de la cuidad
construido a partir de las profundas resonancias que emitía el auspex, esta
vez no había necesidad de ocultar los escaneos. Agarth sabía que iban a
venir. Giró hacia una zona de procesamiento industrial igual de sucia y
pobre que cualquier otra que se pudiera encontrar en la vieja Lycaeus. Era
oscura, estruendosa y nauseabunda. Incluso ahora, en medio de un ataque
enemigo, las gigantescas máquinas continuaban funcionando y
reprocesando los residuos orgánicos de Cenit-Tres-Uno-Dos en alimentos
para sus habitantes. Las cascadas de suciedad retumbaban a través de las
escalonadas palas de filtración, las máquinas raspaban la gruesa capa de
algas de la superficie de los estanques de flotación y la dirigían por
conductos abiertos hacia las humeantes máquinas de pasteurización. Había
gente de ojos muertos por todas partes, cubiertos de suciedad, ocupados en
sus tareas ignoraban el estruendo de los impactos que temblaban a través
del tejido de la ciudad. No tenían equipo de protección por lo que
respiraban el miasma sin filtrar y dejaban que la suciedad les salpicara la
piel.

Corax corrió a lo largo de tres kilómetros de lechos de crecimiento


dispuestos en paralelo, el hedor de los excrementos humanos lo impregnaba
todo. Los canales terminaban en una serie de tubos humeantes cuyos
extremos se hundían bajo la piel verde de la superficie, un lodo espeso
burbujeaba alrededor de los tubos y la espuma subía por ellos en
tambaleantes pilas. Aunque eran invisibles a otros ojos humanos, Corax
podía ver a sus doce guerreros a lo largo y ancho de la estructura de la
planta de reciclaje mientras la atravesaban. Eran solitarios, como él. El don
de Corax se ocultó a la Legión en general. Aquellos que lo tenían se les
separaba tan pronto como se manifestaba y se les iniciaba en los Maestros
de las Sombras.

Pasó por debajo de un puente y bordeó unos profundos charcos de orina


burbujeante que se introducía en los hornos de recuperación. Unas calles de
sencillas casas, iluminadas por antorchas de metano de llama verde, se
bifurcaban a la derecha. Poco después vio al primer supervisor. La
esclavitud tenía un coste económico para los esclavistas, se necesitaban
hombres para vigilar a los oprimidos. El hombre y los trabajadores podrían
haber estado luchando contra los invasores. Sus viles tradiciones sacaban un
valioso personal de la defensa. Caerían más rápido por ello. El supervisor
caminaba de un lado a otro en un puente que se había construido
únicamente para supervisar un amplio tanque de sedimentación que
apestaba a amoníaco. Llevaba el equipo básico de un esclavista: un látigo,
un arma no letal y otra que era muy letal. Unas cortas escaleras conducían a
la plataforma. Corax debería haberlo dejado ir, pero no pudo. El simple
hecho de que fuera un supervisor lo ofendía, saltó con fuerza.

El hombre se giró alarmado por el impacto de Corax. No vio nada. Un


gran peso había aterrizado sigilosamente detrás de él, pero sus ojos no
encontraron nada más que aire. Sin embargo, el metal crujió y el aire se
movió. Corax ya había visto muchas veces esa mirada en los rostros de los
hombres. Los instintos animales le decían al supervisor que algo enorme y
mortal venía a por él, Corax podía oler su adrenalina.

-¿Quién va?- gritó.

El miedo provocaba que le temblara su voz. La muerte fue la respuesta.


Corax lo levantó del suelo por la cabeza, con los dedos mecánicos de su
guante rodeando su cráneo. El primarca lo sujetó tan fuerte que no podía
respirar ni hablar. Una mano del supervisor agarró a lo que lo asía y gritó en
silencio cuando sus dedos, que no dejaban de agitarse, se encontraron con
un filo que los cortó. Cayeron al suelo, la sangre brotó de los muñones. El
hombre estaba demasiado conmocionado como para sentir el dolor. Gritó
mientras colgaba sobre el tanque. Corax se dejó ver. Por un momento se
deleitó con el miedo cuando su rostro con casco apareció ante el supervisor.

-Ningún hombre tiene derecho a tomar la libertad de otro- sentenció


Corax en el argot de Carinae.

El primarca arrancó las tripas del hombre con sus garras de energía y las
vísceras se derramaron al tanque volviéndolo rojo. Arrojó al supervisor, aún
vivo y asfixiado, a los desperdicios, un líquido caliente y apestoso llenó su
cavidad abdominal vacía. Se hundió sin dejar rastro.

-Justicia- proclamó Corax.

Unos rostros asustados miraron a la plaza que albergaba el tanque. Al


verse cara a cara con ese monstruo alienígena la gente gritó y salió
corriendo, pero una mujer se mantuvo firme. Si estaba congelada por el
miedo o porque poseía un gran coraje, al primarca no le importó. A esta
mujer Corax le habló con suavidad.

-Liberaré a todos y cada uno de vosotros antes de que esto termine. Lo


juro, en nombre de mi padre.

Una segunda figura vestida de metal, más pequeña que la primera,


apareció al lado del gigante. Hablaron en un idioma que la mujer no
comprendió. La oscuridad parpadeó. Los monstruos desaparecieron de la
vista de los mortales.
Doce
los problemas de la misericordia

-Está aquí abajo- indicó el cirujano general. -Creo que es mejor que lo
vean ustedes mismos.
Llevó a Caius y Milontius por las escaleras que conducían de los hangares
al almacén, la escalera emergía desde una escalerilla atornillada a la pared
sobre el suelo del almacén. Un enorme pistón en toda su extensión sostenía
el elevador de carga, que actualmente formaba parte del piso del muelle de
carga de arriba. Los therionos habían hecho todo lo posible para despejar el
espacio, pero el almacén estaba lleno, y los civiles estaban apiñados en un
pequeño cuadrado en el centro, rodeado de contenedores de carga. El fugaz
calor golpeó el rostro de Caius como una húmeda bofetada, miles de
carinaeanos abarrotaban el almacén. Caius estaba satisfecho con la forma en
que sus hombres estaban manejando la situación, la presencia armada era
discreta, y estaba siendo de gran ayuda para la población local. Pero el
muelle estaba abarrotado y allí hacia un calor pantanoso, por lo que era
comprensible que la gente estuviera consternada, un hombre de menor
categoría que Caius podría haberlos despreciado. Y, en su opinión, no tenía
derecho a hacerlo. Ellos no habían rechazado el acatamiento; eso fue culpa
de sus líderes, sería un error condenarlos por las decisiones de sus
gobernantes. No siempre se podía dar el lujo de hacer esa distinción, Caius
había visto miles de inocentes asesinados para lograr el elevado objetivo de
la unificación, pero, cuando tuvo la oportunidad de preservar la vida, así lo
hizo. Se permitió un momento de calma.
-Parece que por aquí está todo bien- opinó Miloncio.
-No digas esas cosas, Milontius.
-¿Señor?
-¿Alguna vez has oído hablar de la expresión «tentar al destino»?
-Lo siento, señor.

Caius casi esperaba a que algo saliera mal en breve, el universo tenía un
malvado sentido del humor, pero la situación se mantuvo como estaba.
Grupos de personas afligidas estaban sentadas juntas, en silencio. Los bebés
lloraban. Se habían seleccionado a los individuos con uniformes y ropas
lujosas y se les había llevado para interrogarlos hasta la línea de escritorios
atendidos por los therionos situados frente a la puerta principal de carga de
gigantes dientes.

-Aquí hace mucho calor- indicó Caius. -Y es sofocante.


-Tenemos ese mismo problema aquí abajo y en el hangar. Por eso le
traje aquí. El cirujano general señaló las grandes trompetas invertidas que
colgaban en un lateral de la habitación, de ellas deberían salir corrientes de
aire fresco, pero estaban silenciosas. -El sistema de aire está desconectado
en toda esta sección. Por ahora la mezcla es respirable, pero va a
suponer un problema- le informó el cirujano general. Comprobó la
pantalla de su unidad de diagnóstico que tenía montada en el brazo. -Los
niveles de dióxido de carbono están aumentando.
-¿Y pasa lo mismo en los otros dos almacenes?- quiso saber Caius.

El calor le estaba empezando a marear.

-Los sistemas de ventilación de todo este nivel están desconectados-


comentó el cirujano general. -La situación en los otros dos es igual de
mala que aquí, y pronto afectará al hangar. ¿Cuánto tiempo ha de
pasar hasta que podamos llevarlos de vuelta a sus zonas de
habitabilidad?
-Por ahora no podemos- indicó Caius. -No he tenido noticias del
primarca. La lucha continúa en el sector del que proviene esta gente. Se
cruzó de brazos y frunció el ceño ante el problema. -No hay aire. Caius
sacudió la cabeza. -Todo lo que tenemos que hacer es que esta gente siga
respirando. ¿Es tan condenadamente difícil? Ponga a alguien aquí
abajo con algún equipo de monitorización, avíseme cuando la mezcla
de gases se vuelva peligrosa. Siempre podemos trasladarlos al hangar.
Tal vez podamos evacuarlos a nuestras naves.
-Como desee, señor- aceptó el cirujano general. -Puedo mostrarle los
otros almacenes.
-No será necesario, Cordellus. Regresemos y veamos cómo van las
reparaciones.

Caius miró por encima del hombro al rebaño humano que se asfixiaba por
el calor en la bodega. -Tenemos que darnos prisa, se lo debemos por
haber tomado sus hogares.

El hangar cuatro, donde Caius tenía situado su centro de mando, estaba


menos desordenado de lo que había estado con anterioridad. Equipos de
colonizadores de vacío habían retirado los escombros poco después de su
llegada. El espacio del hangar resplandecía con la danza del metal caliente
de los sopletes de plasma que partían los restos de los pórticos caídos.
Habían retirado los cadáveres del hangar y de la sala de control, por lo que
olía mucho menos a muerte a pesar de la falta de circulación atmosférica.
Por fuera el complejo tenía mucho mejor aspecto que cuando Caius lo tomó
bajo su mando, pero la impresión era engañosa. El mal funcionamiento del
sistema de aire de los pisos inferiores era sólo el comienzo, no había nada
completamente operativo. Eso se lo tenían que agradecer a los Marines
Espaciales, habían golpeado con toda la delicadeza de un martillo. El
personal de apoyo de Caius estaba trabajando arduamente para restaurar la
funcionalidad de los equipos del centro de control, hasta ahora sus
esfuerzos habían sido infructuosos.

-La mayor parte de ellos están rotos- le explicó el jefe de los técnicos
cuando volvieron a la sala de control. Estaba tenso y cubierto de hollín.
-Puedo ver que están rotos- aseveró Caius. -Y sé que están rotos. Por eso
te he llamado, para que lo repares, para, si quieres, des-romperlo.

El técnico se encogió ante el sarcasmo de Caius.


-No podemos hacer que todo funcione. Tenemos suerte de que el escudo
atmosférico esté activo. Señaló vagamente la abertura del hangar, donde se
veía como el anillo de acoplamiento exterior brillaba más allá de los
campos de energía azul. -La Legión causó grandes daños cuando entró
aquí. Señaló varias consolas, una detrás de otra. Había salpicaduras de
sangre en todas ellas y agujeros desde los que se desparramaban sus
electrónicas tripas.

-Soporte vital, flujo de aire, reparación automática, sistemas vox. Todo


está jodido. Perdone mi lenguaje- añadió apresuradamente. -Estamos a
punto de conseguir que se mueva algo de aire por aquí y en la parte
superior del complejo, pero ahí abajo, en los almacenes... Se encogió de
hombros. -Tardaremos horas. Puede que días o puede que nunca.
-Encogerse de hombros no es una solución adecuada- le recriminó Caius.
-¿No hay por aquí alguna otra opción a las reparaciones, no hay puntos
de control alternativos?
-Encontramos uno en el plano. Cuando lo comprobamos descubrimos
que había recibido un impacto directo de un proyectil. Allí ahora no
queda más que un agujero en el casco. Eso es todo. Podemos traer
unidades imperiales aquí y conectarlas a los sistemas, la maquinaria
está bien y está esperando órdenes. Es el sistema de control lo que ha
desaparecido.

-Entonces hazlo- le instó Caius.


-Es lo que habría hecho en primer lugar, señor, pero la reparación
parecía la forma más rápida. Primero tenía que intentar eso. Y, al igual
que esta tecnología está resultando difícil de reparar, no creo que vaya
a ser fácil conseguir una interfaz entre su tecnología y la nuestra.
Llevará horas.
-¿Más de lo que os ha llevado no repararla?
-Más o menos, pero esta vez lo haremos funcionar- le aseguro.

El técnico estaba más decepcionado consigo mismo de lo pudiera estarlo


Caius.

-¿Y qué hay de él? Caius señaló más allá del técnico.
Le habían asignado recientemente un sacerdote marciano bajo su mando,
la razón por la que habían endosado ese estrafalario personaje a su
regimiento le desconcertaba. Las orugas que el sacerdote tenía por piernas
chirriaban bajo su peso mientras arrojaba humo de aceite quemado sobre las
consolas.

-¿Qué diablos está haciendo el magos?


-Está llevando a cabo un ritual de purificación. Está más preocupado
por las costumbres paganas de los carinaeanos que no respetan a las
máquinas que por el daño que ha causado la legión.
-¿Y eso qué significa?
-Que creo que tampoco puede hacer que funcione.

Un suave tintineo sonó en el monitor atmosférico de la plataforma de


observación, una de las pocas cosas que funcionaba. Inmediatamente el
gorgojeo del equipo auxpex de la escuadra de mando se unió a él.

-¡Patógeno en el aire exterior de este sector!- gritó Cordellus.


-Maravilloso.

Caius se colocó tranquilamente el respirador alrededor de la boca. Su


escuadra de mando hizo lo mismo.

-¿Cuál es la exposición?
-Para nosotros, insignificante. Aquí no hay suficiente flujo de aire. El
cirujano general les echó un vistazo a todos ellos. -¿Alguien nota algo
raro?

Los hombres se dieron palmaditas y se miraron entre ellos sin decir


palabra.

-Supongamos por un momento que todos estamos bien- les interrumpió


Caius, -y parémonos a pensar qué es lo que les va a pasar a todos los
demás, porque somos la única escuadra de esta compañía que lleva un
equipo de respiración. ¿A qué nos enfrentamos?
El cirujano general consultó su equipo y frunció el ceño. Le estaban
llegando informes desde otros lugares.

-Es algún tipo de virus modificado. No sabré cuáles son sus efectos a
menos que consiga una muestra. Pero es agresivo. Muy agresivo- miró
más de cerca la pantalla. -Aquí deberíamos estar a salvo. Pero, si entra,
les recomiendo que usen gafas protectoras. Por el tipo de actividad que
está exhibiendo, tan solo el contacto con el aire podría descargar
suficiente carga viral a través de los ojos.

-Encantador- opinó Casius al tiempo que se colocaba las gafas. -Mantenlo


fuera- le ordenó al cirujano general. Se volvió hacia el técnico. -Vuelve a
poner en marcha la purificación del aire. Dale prioridad.
-¿Antes que el flujo de aire?- objetó el técnico.

-¡Sí, antes!- ladró Caius. -¿De qué sirve purificar el aire después de que
dejemos entrar al virus? Ponlo al máximo. Quiero informes periódicos
de la situación para ver si llegan a afectar a los civiles. Y veamos si
puedes conseguir que ese marciano sea de alguna utilidad.

-¿Cree que envenenarían a sus propios civiles?- le preguntó Milontius.

-Tú eres joven y yo viejo. He visto todo tipo de barbaries que el hombre
puede llegar a realizar. Y sí, creo que podrían envenenar a sus propios
civiles. Pero no te preocupes, Miloncio- dijo Caius con amargura. -
Probablemente se asfixien antes.
Trece
animáfago

La cúpula dorada del palacio de Agarth dominaba el centro de la ciudad,


la docena de avenidas que dividían los distritos del satélite artificial se
unían en una plaza situada debajo de la barroca parte inferior del palacio.
Así, elevado sobre todo lo demás, el dominio privado del archicontrolador
coronaba Cenit-312.

Corax avanzó por una pasarela de servicio suspendida en lo alto de una de


las avenidas, la pasarela era lo suficientemente amplia como para que los
grandes drones de mantenimiento de la ciudad la pudieran atravesar. Diez
hombres podían caminar cómodamente hombro con hombro sobre ella,
mientras que un entramado de cables la sujetaban por encima del techo de
la ciudad. Un pozo de acceso, hecho entre las fluidas formas de los soportes
del techo, yacía sin vida delante de él, cuya puerta oculta llevaba de vuelta a
la epidermis de la estación, una segunda puerta estaba a unos cuatrocientos
metros por detrás de su posición. La avenida era impresionantemente
grande, con zonas verdes y una ciudad de un cierto tamaño, más abajo, en el
centro, una pista para vainas de transporte autónomo discurría sobre pilares
a través de los tranquilos claros y jardines públicos. Los sofisticados
edificios, al principio, se erguían ellos solos en el parque, luego se reunían
en gran número hasta que se convertían en calles y después se apiñaban de
forma cada vez más densa hasta que se mezclaban con la estructura de los
enormes muros internos de la ciudad.
Los bosques que salpicaban el parque crecían a los lados de los edificios
como exuberantes marañas, con todo tipo de especies terranas, algunas ya
extintas en el mundo natal del hombre. Llegados a cierto punto, vieron
cómo un lago llenaba la avenida de lado a lado cuyas aguas, de color azul
profundo, las cruzaba la línea de las vainas. Sinuosos senderos se abrían
camino sobre pantanos llenos de pájaros, Corax lanzaba miradas a lo que
era un mundo viviente en sí mismo, un oasis cósmico a la deriva en el
vacío. La miríada de estrellas del espacio brillaba a través de cúpulas
facetadas, demasiado grandes como para poder cubrirlas y que subían hasta
los puntos más altos del techo como las notas triunfantes de una sinfonía.
Este paraíso era el hogar de la élite, la miseria que Corax había presenciado
en otros lugares parecía estar a miles de años luz de distancia. La plaza
situada bajo el palacio de Agarth era igualmente impresionante, con
elegantes esculturas que adornaban su pavimento estampado. A través de
sus monumentales recintos eran visibles las otras avenidas, largas y
cubiertas de una neblina de polen.

La belleza de Zenith-312 era similar a la de cualquier entorno artificial


que Corax hubiera visto en otro lugar, pero en estos momentos la luna
estaba abarrotada de refugiados que se escondían de la guerra. En los
exuberantes alrededores había decenas de miles, muchos de ellos
harapientos y fuera de lugar, estaban reunidos muy juntos frente a la
gigantesca plaza, como si su señor en persona pudiera protegerlos. La
energía estaba cortada al final de la avenida y, aunque la zona oscura era tan
segura como la iluminada, de manera instintiva la gente se apiñaba lejos de
ella. Las cúpulas del techo proporcionaban a los civiles la visión de la
batalla, miraban paralizados la danza de las naves de guerra, con el miedo
escrito claramente en cada uno de los rostros. Corax maldijo a Agarth por
reunir a su gente tan cerca de él, había levantado un escudo de vidas
inocentes alrededor de su palacio, el primarca lo odio aún más por eso.
Entonces la gente empezó a morir.

La muerte llegó primero desde el borde de la multitud. Los primarcas


poseían una agudeza visual mucho mayor que la de un hombre normal y
Corax notó movimientos extraños entre la gente tan pronto como
comenzaron, aminoró su avance y miró directamente hacia un amplio prado
situado a doscientos metros más abajo. El movimiento emanaba de los
conductos de ventilación atmosféricos ocultos en el paisaje, las personas
más cercanas a los conductos de ventilación comenzaron a ahogarse y a
chillar. La conmoción se convirtió rápidamente en un pánico que se
extendió como el viento forma las ondas en un campo de trigo cuando lo
arrastra, pero esa no era una metáfora natural de un Corax que había crecido
en una prisión. La primera vez que vio crecer unos cultivos, ya fuera de la
prisión, fue hace no mucho tiempo, pero lo que ahora veía era sin duda ese
patrón. La gente se dirigía hacia un lado, veía la misma muerte por asfixia
que venía de otra dirección y retrocedía mientras agitaban los brazos sobre
sus cabezas. Fue momentáneamente hipnótico hasta que empezaron a caer,
el nervioso murmullo se convirtió en un rugido de gritos y la multitud huyó
en todas las direcciones.

Las alarmas sonaron en el casco de Corax. Breves ráfagas vox pasaron de


hombre a hombre en el disperso grupo de los Maestros de las Sombras.
Corax emitió una ráfaga de código que detuvo a las demás.

-Hay algo en la mezcla atmosférica- se arriesgó a avisar mediante una


transmisión abierta.

Las tuberías abarrotaban el espacio que había sobre la vía de servicio,


chimeneas a cada ochenta metros expulsaban el aire con un resuello y lo
intercalaban con una jadeante aspiración del mismo. Miró a través de las
diferentes opciones de visualización que le proporcionaban sus sensores
automáticos, la visión de alto espectro reveló un agente portador que salía
de los conductos de ventilación en siniestras nubes. El gas no era más que el
portador de las malas noticia, en su interior llevaba la peor noticia de todas.

-¡Agente vírico! ¡Sellad vuestras máscaras respiratorias!- les ordenó


Corax. -Cambiad a protocolos de operación en vacío. Más tintineos
sonaron en su casco.

Las personas en una multitud eran como motas de información. Pierden su


individualidad y se convierten en partículas tan predecibles como las que
fluyen en un líquido. Se alejaron en estampida de los anillos de la muerte
que se extendían en inevitables patrones entre ellos, se empujaron, chocaron
entre sí y aplastaron a los que cayeron en su prisa por escapar, la gran
batalla en los cielos cayó en el olvido. Cientos de personas huyeron por la
avenida, fluyendo hacia la oscuridad como los granos a través del cuello de
un reloj de arena, pero la enfermedad se extendió rápidamente por toda el
área. Corax la vio a través de su visión mejorada de falsos colores como una
niebla violeta y ondulante, no había escapatoria. Los habitantes de Cenit-
312 cayeron mientras corrían, con la lengua hinchada en sus bocas y los
ojos en blanco, una afortunada minoría murió en tres exhalaciones. El resto
cayó entre espasmos mientras se golpeaban el cráneo por la agonía que
brotaba en su interior, se desgarraban su propia carne y echaban espuma por
la boca. Todo terminó en segundos. La multitud se había derrumbado
creando un mosaico puntillista de ropas de colores brillantes, cuyas figuras
teseladas por sus miembros despatarrados formaban patrones
inquietantemente regulares.

Uno de los Maestros rompió el espantoso silencio con su calmada voz


precedida por el chasquido del tráfico de vox entrante.

-Mi señor, ¿cuáles son sus órdenes?- preguntó el Maestro de la Sombra.


-Sólo comunicaciones esenciales- ordenó Corax. -Seremos vulnerables si
nos detectan.

Caminó hacia adelante y pasó directamente a través de la corriente de aire


contaminado. Sus ojos se abrieron de par en par al ver la multitud que había
más abajo, todos los seres humanos estaban muertos, la ira inundó su alma.
"¿Qué clase de tirano asesina a su propia gente?" se dijo Corax a sí
mismo. "¿Por qué ha hecho esto?" Pasaron unos instantes. Las pulsantes
runas localizadoras de sus Maestros se movieron silenciosamente sobre el
cartógrafo de su casco.

-Mi señor, hay movimiento entre los muertos- informó uno de los
guerreros. El nombre de Dio Enkern parpadeó en el casco de Corax. -Tal
vez haya supervivientes.
-Ve a investigar- le ordenó Corax. -El resto, permaneced en las sombras.
Corax localizó a Enkern mientras este se movía a través de un cuadrado
de hierbas azuladas, corría de árbol en árbol, maximizando su cobertura, y
luego se movió al refugio de un pilar de la línea de tránsito.

++Aquí++ indicó Enkern por vox.

Se detuvo en el borde de un grupo de personas, Corax observó cómo se


acercaba. Los brazos se agitaban, las piernas se sacudían, las cabezas
temblaban. Enkern se movió con cautela, con su bolter listo, otro
movimiento desvió la mirada de Corax. Al otro lado del mar de cadáveres
se agitaron grupos con una actividad similar.

++Tengo señales de vida. Los sensores automáticos muestran patrones


cardíacos mínimos que vuelven a ser normales++ informó Enkern. Se
detuvo un instante. ++Sus corazones no latían. Sin embargo, la
respiración y la circulación de los que están a mi alrededor están
volviendo a la normalidad, ninguno de ellos está muerto.

Había signos de vida en toda la multitud. Un terrible presentimiento se


apoderó de Corax, el grito de Enkern atrajo la atención de Corax hacia su
hijo.

++¡Tened cuidado! Pueden verme++

Un hombre estaba sentado en medio del grupo. Miraba fijamente a


Enkern, con los dedos temblorosos levantados hacia él, Corax frunció el
ceño. No debería ser posible, se conectó a los sensores automáticos de
Enkern para comprobarlo. Al echar una mirada a través de los ojos de su
hijo vio que era verdad, el hombre estaba mirando directamente al Maestro
de la Sombra. Otros caídos se ponían de pie, balanceándose de forma
insegura, y todos ellos miraban fijamente al Maestro. Mostraron sus dientes.
Siseos y gruñidos escaparon de sus bocas.

-No te acerques- le instó Enkern.

Lo repitió en el argot comercial carinaeano. Más gente se estaba poniendo


de pie. Corax se fijó en sus ojos vidriosos y sus chirriantes dientes, nunca
antes había visto nada parecido, pero tenía una vaga idea de lo que era.

++Enkern, retírate inmediatamente++ le ordenó Corax.


++Entendido++ respondió Enkern.
Empezó a retroceder.

Con la sospecha rondando su mente, el primarca activó las funciones


cognitivas de más alto nivel de su armadura. La armadura de Corax era
exclusivamente suya, equipada con subsistemas únicos que armonizaban
con sus puntos fuertes, incluidos en su sensorium había múltiples augur y
cogitadores de análisis. Sus sentidos automáticos tomaron la enfermedad
del aire y la diseccionaron para averiguar la naturaleza escrita en su código
genético, era algo complejo y antiguo. Algo tan malvado que sólo podía
provenir de lo más profundo de la maldad del hombre y refinado en la
cúspide de su poder. Lanzó una maldición.

-Animáfago- concluyó con disgusto. Una antigua enfermedad, programada


para reescribir el cerebro de un humano, eliminando sus funciones
superiores y transformándolo en una bestia irracional. -Retiraos. No
podemos ayudar a esta gente, se han convertido en un peligro para
nosotros. Mantened vuestras armaduras selladas.

El código genético era desconcertantemente complejo, incluso para su


mente de primarca, y los datos que su armadura de batalla presentaba eran
insuficientes para decidir si el agente afectaría a sus hijos. Pero lo creía
probable, la forja genética del Emperador era suprema, pero los genetistas
de la Era de la Tecnología fueron maestros artesanos de la muerte. Se
oyeron unos disparos a su derecha. Corax miró hacia abajo. Otro de sus
hombres se movía entre la multitud, al otro lado del parque, los afligidos
corrían hacia él. Donde antes había caminado sin ser visto, ahora era visible
y estaba atrapado, se movió rápidamente hacia el santuario de un edificio
mientras se abría paso entre la multitud allí donde podía y, donde no, abría
fuego con una gracia y una puntería mortales, los corredores explotaban.
Normalmente los bólter inspiraban terror, pero la multitud había perdido
toda razón. Más fuego controlado de bolter resonó desde una docena de
lugares alrededor de la avenida.
++Conservad vuestra munición++ les ordenó Corax. ++Replegaos. Ya no
tienen mentes a las que el don de la sombra pueda engañar, debéis
retroceder.

De la izquierda de Corax provino un gemido hueco. Un grupo de afligidos


había bajado hasta la pasarela desde un punto de acceso situado a su
espalda. Tan pronto como lo vieron, se lanzaron a la carrera arrastrando los
pies, sus ojos estaban desprovistos de todo pensamiento, reemplazado por el
deseo de desgarrar carne. No le tenían miedo. Cuando llegaron a su altura,
Corax los rebanó con sus garras trueno. El sonido de los campos de
disrupción atrajo a más de ellos a la pasarela desde el camino de acceso más
cercano. Maldiciendo, Corax abandonó el sigilo por completo, puso los
sistemas de su armadura a pleno rendimiento y abrió el enlace estratégico
vox. Inmediatamente le empezaron a llegar informes de toda la ciudad.
Toda la población se había visto afectada; doscientos mil carinaeanos se
enfrentaban ahora a la Legión junto con ocho mil soldados del Ejército
Imperial, que pasaron de ser aliados a enemigos. Todos los que estaban a
bordo y no llevaban equipo de respiración habían caído y, en las zonas más
afectadas, también aquellos que los llevaban. De un solo golpe Agarth había
puesto a toda la ciudad en contra de la Guardia del Cuervo. Una serie de
cuidadosos ataques quirúrgicos se habían convertido en una batalla contra
un gigantesco enemigo. A lo largo del frente, hordas de violentos
ciudadanos atacaban a sus hombres, detrás de la línea de conquista, allí
donde los regimientos de humanos normales se mezclaban con los Marines
Espaciales, reinó la anarquía cuando los soldados sin mente se volvieron en
contra de la Legión. Todos los informes se entregaban con el ruido de fondo
del repiquetear del fuego bólter.

Más afligidos se lanzaron a la pasarela desde el acceso de servicio. En


segundos estuvieron encima de él, gruñendo y arañando. Sus uñas se
descarnaban por la furia y sus dedos se rompían contra su ceramita, se
agarraban a él con tanta fuerza que se arrancaban la carne de las puntas de
los dedos y dejaban manchas de sangre en el negro de su armadura, no
podían atravesarla, pero podían hacerlo caer.bCorax arremetió contra ellos,
sus garras cortaron a muchos de los afligidos hasta dejarlos hechos pedazos,
pero otros ocupaban sus lugares y se abalanzaban sobre él. Se apilaban
sobre él, con los ojos en blanco y bocas babeantes que producían dolorosos
gemidos, los dientes se rompían sobre los bordes de las placas de su
armadura. Podría seguir matándolos sin cesar, pero no serviría de nada. Se
dio la vuelta con rapidez para quitárselos de encima y se abrió paso hasta el
borde de la pasarela. Los cables que sostenían la pasarela le impidieron
escapar. Corax apartó a un hombre que mordía su hombro y con las garras
lo atravesó a él y a los cables. El plastiacero se separó con un melodioso
tañido. La pasarela se balanceó, pero no cayó. Corax se quitó a otro
hambriento de la espalda y lo usó como un garrote para ahuyentar a los
afligidos. Colocando los hombros hacia delante, sostuvo ambas garras hacia
los lados y se lanzó de nuevo a un lado de la pasarela, partiendo docenas de
amarres en dos. Los extremos al rojo vivo chasquearon como látigos y
cortaron los miembros de aquellos que estaban cerca, los afligidos siguieron
luchando hasta que se desangraron.

Sin la mitad de los soportes, la pasarela se hundió bajo el peso combinado


de Corax y sus atacantes, y, aun así, no pudo liberarse. Era un pájaro
enjaulado, atrapado por una multitud aullante de hombres y mujeres, los
miembros le golpearon débilmente cuando sus dueños murieron aplastados
bajo el peso de Corax y del empuje de los que venían detrás. Ahora había
cientos de personas en la pasarela, atraídas por los sonidos de la lucha, en
unos segundos se vería enterrado bajo una marea de carne descerebrado.
Corax hizo descender sus garras. El metal y las chispas saltaron por el aire
libre cuando seccionó la rejilla que formaba el suelo de la pasarela, el vapor
salió con un estallido desde las tuberías rotas. Los afligidos se abalanzaban
sobre él tan rápido como se los quitaba de encima. Las manos intentaban
arrancarle el casco de la cabeza. Extendió los brazos y giró para hacerse
espacio y, con un pensamiento, extendió las Plumas Korvidinas, sus
maravillosas alas mecánicas. Las plumas de plastiacero salieron de los
compartimentos de su espalda y cortaron a media docena de afligidos. Más
de ellos ocuparon sus lugares. Las alas y garras de Corax se movieron,
decapitando y mutilado con sus afilados bordes, y aun así, seguían
lanzándose sobre él. Gritando de ira, Corax liberó los brazos de las torpes
garras y cortó el suelo una última vez.
La pasarela se tambaleó y cayó cuando los cables que la sujetaban se
desprendieron del techo con un tintineo, los conductos se rompieron en
medio de una lluvia de chispas. Los cuerpos humanos cayeron en picado,
cuyos dientes siguieron chasqueando hasta el momento de su segunda
muerte, cuando impactaron contra el suelo, Corax se quitó a un afligido de
la cara. Las alas cortaron y despedazaron los cuerpos humanos que se
aferraban a él, tras encontrar algo de equilibrio encendió la mochila de
salto, lo que incinero a los que le agarraban las piernas. Corax se elevó en
espiral debido a las bestias humanas que aún seguían aferradas a él, las
golpeó y las aplastó hasta que quedó libre y pudo coger altitud. Sobrevoló
la multitud de afligidos, que le aullaron y persiguieron, aunque no podían
atraparlo. Evaluó rápidamente la situación. Sus guerreros, esos extraños
señores de la sombra, estaban rodeados. Ninguno de ellos era una presa
fácil, pero siguieron atacándoles y a muchos de ellos los tiraron al suelo, les
quitaron sus armaduras e hicieron pedazos sus cuerpos. Uno tras otro se fue
silenciando el estruendo de los bólter.

Corax vio escapar a varios, trepando alto y rápido por los soportes de los
tejados, la fuerza de sus armaduras les ayudaba, una vez lejos de las
multitudes, fueron más rápidos que los sin mente y los dejaron atrás. Pero
los afligidos estaban en todas partes, y los guerreros que dejaban de luchar
contra un aullante grupo de personas se encontraban corriendo directamente
hacia otro. Corax podría llevar a sus hijos a un lugar seguro de uno en uno,
pero, ¿a quién primero? Sus ojos fueron de guerrero en guerrero, calculando
el orden que le permitiría salvar a la mayoría. Tras lanzar un grito de
frustración por no poder ayudarlos a todos, Corax se lanzó en picado hacia
Enkern. Se detuvo con fuerza antes de impactar contra el suelo y los
reactores de su propulsor convirtieron en cenizas a una docena de afligidos.
El barrido de las cuchillas de las alas cortó una hilera más de ellos, los
cuerpos estallaron bajo sus botas mientras aterrizaba, sacó las garras y se
abrió paso hasta su hijo.

-¡Conmigo, Enkern!- le gritó.

A Enkern se le había acabado la munición y su arma estaba llena de


sangre por usarla como una maza, se la colocó en el muslo y se lanzó a por
la mano extendida de Corax. Las ceramitas se agarraron mutuamente.
Corax se lanzó hacia arriba, escaneó el área buscando un lugar seguro.
Encontró uno en la terraza más alta de un palacio de ocio. El Maestro
Ledennen se encontraba ya allí. Corax depositó a Enkern junto a su
hermano de escuadra, Ledennen había atrancado las puertas del balcón que
daban al interior de un área de entretenimiento. Las delicias del edificio
estaban volcadas. Muebles destrozados y cristalería fina estaban esparcidos
entre los cuerpos de aquellos que Ledennen había matado. En el lado más
alejado de las ventanas había reunida una multitud de afligidos. Presionaban
con tanta fuerza que los de delante estaban atrapados contra el cristal, estos
últimos estaban realmente muertos al quedarse sin aire a causa del
aplastamiento, pero permanecían en posición vertical.

-Hay fuerza en los números- observó Corax. -Luchad juntos. Traeré


aquí al resto.

Se alejó de nuevo lanzándose como un halcón hacia la masa aullante,


rescató a otro de sus hijos y luego a un tercero. Al cuarto no pudo salvarlo,
pero vio con rabia cómo lo arrastraban bajo un bosque de ramas retorcidas.
Corax ascendió a gran velocidad mientras gritaba con tanta intensidad como
sus reactores, en su casco, las runas de señalización de sus hijos
parpadearon. De los doce Maestros que lo habían acompañado al corazón
de la ciudad, sólo quedaban nueve. Cinco se habían alejado de los parques
por su cuenta, tres permanecían juntos y los dos restantes iban solos. Los
cuatro que había dejado en la terraza estaban atrapados, volvió para
ayudarles. El aterrizaje del primarca resquebrajo el pavimento. Los cuatro
Mor Deythan estaban preparados, con los bólter apuntando hacia el cristal.
Enkern había desarmado y limpiado su arma. Entre los cuatro tal vez
sumaran trescientos proyectiles.

-Ese cristal no aguantará- apuntó Ledennen.

Corax miró fijamente a la descerebrada manada que se agrupaba en el


interior.
-Mi señor- propuso Enkern. -Por lo que he podido averiguar, todas las
salidas están bloqueadas por los afligidos que persiguen a nuestros
hermanos. Le sugiero que se vaya. Aguantaremos aquí y esperaremos a
que nos vengáis a buscar.

El cristal crujió. Miles de afligidos estaban entrando en el edificio y


hacían presión sobre los que ya estaban allí. Uno de ellos, al frente de la
multitud, cayó abierto en dos a lo largo de su vientre., sólo fue el primero.

-No- se opuso Corax. -Moriríais. No permitiré que vuestras vidas se


desperdicien de esa manera. Hay otra salida. Miró hacia el techo de la
galería. -Por el vacío.

Se lanzó hacia el cielo, con las garras extendidas, e impactó contra una de
las cúpulas transparentes. El cristal, duro como el diamante, se enfrentó a
unas garras monomoleculares enfundadas en luz, lanzas de descarga de
energía se deslizaron sobre el vidrio hasta que llegaron a los travesaños de
plastiacero que separaban los gigantescos paneles triangulares entre sí.
Corax retrocedió. El cristal estaba resquebrajado. Se dejó caer hasta el suelo
y detuvo su caída con un chorro de gases y abriendo las alas, giró y se
impulsó con sus reactores en un rápido ascenso. Embistió contra la cúpula
y, de manera infalible, sus garras encontraron la debilidad en el cristal.
Corax lo atravesó entre una nube de fragmentos, que escaparon de la débil
gravedad de Cenit-312 y se dirigieron al vacío. Lo siguió un rizo blanco y
efusivo que formó la atmosfera al escapar, el rugido que eso causó le
dificultó escuchar los mensajes vox de sus hijos.

++¡Mi señor! Los afligidos han atravesado el cristal++

Lo siguiente que oyó fue el fuego de los bólter. Corax se abrió paso a
través del huracán. Violentas corrientes lo sacudieron mientras volaba de
regreso a la terraza. Una lámina del panel de las ventanas de la terraza
estaba hecha añicos, los afligidos se abrían paso a la fuerza mientras se
destrozaban entre los dentados bordes. Enkern, Ledennen y el resto
descargaban los proyectiles que les quedaban a la horda que avanzaba con
admirable parsimonia, donde cada disparo sólo se realizaba cuando era
necesario. Los torsos estallaron, las cabezas explotaron. Los afligidos
resbalaban sobre las tripas derramadas de sus compañeros, pero parecía
como si los Marines Espaciales estuvieran lanzado piedras para detener una
avalancha. Corax agarró al primero de sus hijos por su mochila y lo llevó a
la brecha que conducía al vacío, lo arrojó con fuerza a la ráfaga de aire y
descendió de nuevo. Al segundo lo cogió momentos después, para entonces,
los afligidos se habían desplegado y atacaban a los guerreros de Corax por
todos lados. Reducido el volumen de disparos que recibían, la horda acosó
con mayor intensidad al Mor Deythan. Como tercero Corax cogió a Enkern,
justo cuando las manos de los afligidos buscaban una armadura negra.
Ledennen se quedó solo.

-Mantente con vida, hijo mío- le gritó Corax.

Ledennen respondió con una ráfaga completa de disparos automáticos, tras


haber lanzado a Enkern hacia la seguridad del vacío a través del ventarrón,
Corax bajó de nuevo. Ledennen se encontraba bajo un hervidero de lo que
una vez fueron hombres.

++Padre…++ crepitó en el oído de Corax la voz de Ledennen.

El primarca pasó por encima de la montaña de hombres, desgarrándolos


con sus alas y garras mientras lo hacía, y volvió a girar, no había ningún
lugar donde aterrizar. La terraza estaba abarrotada. Ledennen se apartó de la
pila de cuerpos desmembrados y se lanzó desde el borde del balcón antes de
que los afligidos pudieran atraparlo de nuevo. Corax se lanzó tras su hijo
mientras las alas chillaban en el aire que se desvanecía, se tambaleó al
atrapar a Ledennen. El peso del legionario empezó a arrastrarlos a ambos
hacia el suelo. Más abajo, en el parque, un bosque de manos se estiraba para
alcanzarlos. Corax controló la caída en picado poniendo los reactores de su
mochila de vuelo a plena potencia, el primarca alzó a su hijo unos
centímetros antes de que los afligidos pudieran atraparle por los pies.
Aceleró para alejarse de la aullante multitud. Corax dejó que el vendaval de
descompresión le llevaba a través del agujero hacia el vacío, cientos de
mensajes de vox le bombardearon desde todos los rincones, el ataque se
había convertido en un caos.
El vacío ya no bailaba con la guerra. El fuego de las armas había cesado
desde prácticamente todos los cuadrantes del Cenit-312. Al igual que el
Imperio, los carinaeanos utilizaban tecnología de servidores. En todos los
cíborgs habitaba un cerebro humano y, aunque la mayoría eran algo
lamentable y lobotomizado, eran tan susceptibles a la agresiva reconexión
del animáfago como el de un ser normal. La batalla se circunscribía ahora a
las casas consistoriales de la ciudad. Los planes de Corax de tomar Cenit-
312 de forma rápida e intacta se habían desmoronado. Los Maestros de las
Sombras rescatados quedaron atrapados en el débil pozo gravitatorio de la
ciudad y, mientras flotaban, controlaron su aproximación con ráfagas de sus
reactores de estabilización. Las alas de Corax se plegaron. Sus reactores se
apagaron. Los sistemas de emergencia automatizados de la gran galería
estaban cerrando las salidas para contener la brecha y salvar al resto de la
ciudad, el flujo de aire disminuyó, pronto los descerebrados ciudadanos
empezarían a morir por falta de oxígeno. El primarca se detuvo al dejar de
descender y puso el vox de su armadura para que emitiera en todos los
canales.

-Escúcheme, Agarth de Cenit-Tres-Uno-Dos. Sus palabras estaban


impregnadas de tal rabia que todos los que las escucharon se estremecieron.
-La atrocidad que ha perpetrado contra su pueblo no quedará impune,
no puede esconderse, no puede huir. Le encontraré y le haré sufrir por
sus actos de hoy.

El siseo de la estática fue la única respuesta al pronunciamiento de Corax.


Agarth no respondió. Se giró hacia sus naves.

-Llegad hasta la superficie- les ordenó al Mor Deythan. -Mantened una


tranmisión constante de vuestras balizas de señalización. Os vendremos
a buscar. Debo volver sin vosotros.

Reajustó sus reactores para que encendieran en el vacío. Dirigiéndose hacia


la flota, voló tan rápido como pudo hacia la Salvador en la Sombra.
Catorce
los muertos se levantan

Caius Valerius estaba ocupado intentando contactar con sus oficiales de


regimiento, por lo que al principio no se dio cuenta de que la lucha se había
detenido. Estaba absorto en el siseante silencio de los canales vox abiertos
que no recibían palabra alguna, el parloteo de su regimiento pasó
rápidamente de las organizadas transmisiones de informes y órdenes al
pánico, los gritos y luego, a la nada. A la orden de Caius el maestro vox
sintonizó las frecuencias de anunció de la compañía.

-¿Qué ha sucedido? ¿Hay alguna noticia?- le preguntó Valerius.

El maestro vox, con expresión de concentración, sacudió la cabeza,


primero probaron con sus propias naves. Tampoco pudieron hacer contacto
con la cohorte. Caius escuchaba cómo el maestro vox lo intentaba con cada
uno de los mandos de la compañía, para luego hacerlo con los mandos de
sección y, por último, con la cohorte therion en Cénit-Tres-Uno-Dos. El
maestro vox repetía las mismas palabras con cada sección antes de pasar a
la siguiente.

-Sección ocho-nueve-dos, aquí el mando theriono, reporte situación-


decía antes de que el débil clic del conjunto de diales lo pasara a otra
sección, y luego a la siguiente. Clic.
-Sección ocho-nueve-tres, aquí el mando theriono, reporte situación. Se
oyó el silbido de un millón de serpientes.
Clic.
-Sección ocho-nueve-cuatro, aquí el mando theriono, reporte situación.
Esta vez fue estática, soporífera pero siniestra.
-Es el agente viral. Los ha matado a todos- aseguró el cirujano general. -
Nunca he visto nada parecido.
Clic.
-Sección ocho-nueve-cinco, aquí el mando theriono, reporte situación.
-Cállese, Cordellus- le ordenó Caius con más dureza de lo que pretendía.

Estaba concentrado en el vox, esperando que otros hubieran sobrevivido.


El maestro vox movió el dial. Clic.

-Sección ocho-nueve-tres, aquí el mando theriono, reporte situación. El


rostro del maestro vox se volvía cada vez más sombrío con cada repetición.
-Mi consejo es que nos retiremos inmediatamente, prefecto- le propuso
el cirujano general. -Si el agente entra aquí...
-No hasta que el primarca nos lo ordene- le interrumpió Caius.
-¿Sabéis si ha autorizado una liberación? ¿Es posible que el virus sea
nuestro?- inquirió el cirujano general.
-Lord Corax tiene poco aprecio a las armas de fósforo, de radiación y
virales. Son demasiado indiscriminadas- dijo Caius negando con la
cabeza.

Un último clic, la última sección.

-Sección nueve-cero-cero, aquí el mando theriono, reporte situación. El


maestro del vox se quitó los auriculares de los oídos y miró hacia arriba con
cansancio. -Eso es todo, señor, he llamado a todos, no ha habido
respuesta alguna.

Caius asintió. El maestro vox le dio una vuelta a los diales para que
quedara en recepción, los silenciosos canales dejaron a los presentes mudos.

-Entonces están todos muertos- rompió a decir Cordellus.

Fue entonces cuando los miembros de la unidad de mando se dieron


cuenta de la ominosa quietud, como si todos ellos se hubieran dejado
atrapar por las llamadas del maestro vox y hubieran tenido que escuchar un
número determinado de repeticiones antes de volver en sí.

-Señor…- comenzó su alférez.

Caius se miró los pies. La cubierta ya no temblaba al ritmo del tambor de la


guerra.

-Las armas. Se han detenido- anunció Milontius. -Tampoco hay nada


que venga del exterior. La flota ha dejado de disparar a la ciudad.

-Ponedme con el mando de la Legión. Ahora- ordenó Caius.


-¿Con quién?- le preguntó el maestro vox.
-¡Con quien sea!- le espetó Caius.

A quien sea se le encontró con facilidad. El crepitar y el estallido de las


armas bólter reemplazó abruptamente el murmullo de los canales muertos,
el repentino cambio hizo saltar a todos los hombres de la plataforma de
observación.

++Aquí Caius Valerius de la Cohorte Therion. ¿Con quién hablo?++


++Capitán Effe Dellius++ La respuesta fue concisa, el capitán tenía otras
cosas en mente aparte de la conversación. ++Me sorprende que estén
vivos++
++Los sistemas de ventilación están inactivos en nuestra sección++

El capitán gruñó. Un aullido incoherente, amortiguados por el casco de


ceramita, se fragmentó bajo el martillero del ruido de un proyectil.

++Pensé que la lucha se había detenido++ indicó Caius. ++Necesito que


me ponga al corriente de la situación++
++La ciudad está pérdida++ le informó el Capitán Dellius. Jadeaba por el
esfuerzo, el sonido del combate pareció alejarse, se dejó de oír el ruido del
movimiento de la servoarmadura cuando se detuvo. ++El tirano Agarth
liberó un animáfago en los sistemas de aire, todo el mundo parece como
si estuviera muerto, reducido a meros animales. Toda la ciudad se ha
vuelto contra nosotros, la legión está dispersa. Estamos rodeados por
todos lados++

Un escalofriante grito cortó su voz y lo obligó a gritar.

++¿Y el Ejército Imperial?++


++Usted es lo único que queda de él++ le señaló el capitán. ++Mi
apotecario dice que el virus se consumirá si no lo ha hecho ya, pero a los
que ya ha afectado están por todas partes. Quédese donde está, no podrá
detenerlos. Son demasiados++ Se oyó otro rugiente y burbujeante grito, le
siguió un disparo. ++Buena suerte, prefecto++

El Capitán Effe Dellius cortó la comunicación, se realizaron varias


conexiones más. Todos contaron la misma historia: legionarios de la
Guardia del Cuervo atrapados por turbas de ciudadanos hambrientos. En
lugar de contra un ejército de unos pocos miles de soldados disciplinados,
estaban luchando contra una ciudad de criaturas sin mente que no conocían
el miedo a la muerte. La Legión estaba conmocionada, el primarca había
desaparecido, no había quien guiará a los therianos.

-Por la luz de Terra- susurró Caius. -El animáfago, pensé que era un
mito. ¿Qué clase de hombre usaría tal cosa?
-Aquel contra el que luchamos- se lamentó el Cirujano General Cordellus.

Caius miró por las ventanas rotas hacia el hangar. Allí, cinco de sus naves
esperaban, dejando escapar los vapores del refrigerante por los conductos
de ventilación de sus motores. Cuatro pistas de aterrizaje más estaban
ocupadas con los escombros apilados por sus hombres.

-Cerrad todos los accesos a esta sección- ordenó Caius. -Enviad a los
grupos de abordaje a los principales puntos de entrada, redoblad el
esfuerzo para despejar esas pistas de aterrizaje. Solicitad más
cañoneras.
-Va a exponer a más de nuestra gente al virus si volvemos a la flota- le
advirtió el cirujano general.
-Pero no estamos infectados, ¿verdad? Y el capitán dijo que el virus se
había consumido- le recordó Caius. Echó un vistazo a un conducto de
ventilación. -No abandonaré a los civiles. Preparad las naves de
desembarco para el lanzamiento. ¡Que comiencen los planes de
evacuación! Todavía seguía dando órdenes cuando salió de la habitación.

Caius había ordenado que se dejara abierta la puerta de la galería del


almacén, era una pequeña misericordia para la gente que estaba dentro, pero
probablemente no tenía ningún efecto en la disminución de la temperatura.
El calor de mil cuerpos confinados generaba un viento constante que golpeó
a Caius cuando se acercó a la puerta, dos miembros de las tropas de élite de
abordaje therionas embutidas en un pesado caparazón estaban de pie
actuando como centinelas. Caius ya estaba sudando cuando pasó entre ellos,
el calor creció a medida descendía. El aire que soplaba era húmedo,
perfumado con el aliento y el sudor, no podía evitar tener la sensación de
que bajaba lentamente por la garganta de una gran bestia. Otro miembro de
las tropas vigilaba desde el pasillo, con un voluminoso sensor atmosférico
que colgaba de su cinturón por el cable de recarga. Su armadura era a
prueba de vacío y, por lo tanto, equipada con capas de aislamiento, siempre
hacía calor dentro de esos conjuntos de armaduras, Caius lo recordaba bien
de sus días como oficial de línea, aunque tenían sistemas de refrigeración
incorporados. En estos momentos, el soldado era uno de los pocos
afortunados, a pesar de lo calientes que eran esos trajes, los escasos
sistemas de refrigeración hacían que, de no llevarlo puesto, tendría
muchísimo más calor.

El sudor salió de forma repentina a lo largo de la frente de Caius


formando una línea húmeda, y luego, como la lluvia, una tras otra, las gotas
empezaron a salir por todas partes. La camisa se le pegó a la espalda, su piel
se enrojeció, y aún así, estaba mejor que los detenidos que estaban en el
almacén de abajo. Pilas de ropa de abrigo desechada se amontonaban
alrededor de los civiles, estaban apáticos y bebían agua de las cantimploras
que distribuían los therionos. Los niños lloraban o dormían, ninguno
jugaba. El aire se estaba volviendo agrio a causa del olor de los desechos
humanos, el almacén estaba equipado con dos ablatorios para los
trabajadores del almacén, lo que era absolutamente insuficiente para mil
personas.
La situación de los therionos que montaban guardia en el pozo era todavía
peor, trabajaban con lentitud, aletargados por el tropical clima, mientras
llevaban cubos de agua por la sala. Estaban muy solicitados y, tan pronto
como vaciaban sus cubos en las cantimploras y en las impacientes tazas, se
retiraban malhumorados a buscar más. Sus uniformes estaban empapados
en sudor, los que trabajaban en los mostradores de los monitores estaban de
mal humor.

Había un vocoemisor colgado de un gancho de la barandilla. Caius lo cogió


y respiró hondo. El aire estaba más caliente que sus pulmones, fue una
sensación extraña. Como si se ahogar a. Ensayó las palabras que diría antes
de hablar. Su dominio del idioma local era bueno, pero no perfecto. No
quería parecer un idiota.

-¡Gente de Carinae! -surgió la voz de Caius, metálica, del cuerno del


megáfono. Los ecos de las paredes de plastiacero y de los contenedores la
volvieron aún más inhumana, el plastek de la boquilla contra sus labios le
resultaba obscenamente caliente. -La guerra para liberaros de la opresión
de los tiranos de este sistema continúa. Desafortunadamente, se ha de
modificar el plan que les permita regresar a sus hogares.

La gente se agitó. Los murmullos aumentaron.

-¡Nos estamos asfixiando! ¡No nos dirá que quiere dejarnos aquí!- gritó
uno.
-En breve, empezaremos a sacarlos de este almacén hacia la seguridad
de nuestras naves estelares, donde se os atenderá hasta que la situación
se resuelva- continuó Caius como si no hubiera escuchado la interrupción.

La atmósfera cambió de inmediato, la multitud empezó a ponerse tensa.


Caius apartó el cuerno de su boca, su dedo se relajó sobre el gatillo del
vocoemisor. La multitud era peligrosa si se manejaba mal, debía elegir con
cuidado sus próximas palabras, no tenía ni idea de qué decir. Un hombre
con una larga túnica naranja se puso de pie. Sus dos esposas y un grupo de
niños se apiñaban alrededor de sus pies. Llevaba una sola hebra de cuentas
que iban desde un piercing en la oreja hasta otro en la nariz, lo que le
marcaba como un funcionario de bajo rango.

-¿Qué situación?- exigió saber el funcionario. -¿Qué ha pasado?

Caius sopesó decir la verdad. Las frenéticas conversaciones en susurros


rompieron el silencio del almacén, había tantas que amenazaban con
ahogarlo, aunque nadie levantó la voz. El ruido era enloquecedor, lo que
conspiró con el desconcertante calor para hacer que su cabeza le diera
vueltas.

-Vuestro líder liberó un agente vírico en la ciudad. Todas las áreas,


excepto ésta, están contaminadas, si queréis vivir, debo sacaros. Os
prometo que volveréis a casa tan pronto como sea posible.

Se dio cuenta de su error tan pronto como habló, gritos de alarma


surgieron de entre la multitud.

-¿Qué? ¿Quiere decir que están todos muertos?- oyó decir a alguien.

El resto era una cacofonía. Trató captar lo que decían, pero su lenguaje
era demasiado rápido y demasiado nuevo para él.

-¡Es una mentira!- gritó el funcionario. Tuvo que intentarlo varias veces
para hacerse oír. -¡Es una mentira!
La gente se calló por un momento.
-¿No lo entendéis?- les preguntó el funcionario. -El Archicontrolador
Agarth no tiene esas armas y, si las tuviera, ¿por qué las usaría contra
su propia gente?

El ruido volvió a aumentar. Esta vez la gente gritaba, el oficial levantó las
manos y las bajó, lo que hizo disminuir el ruido.

-Es una mentira para que nos volvamos sumisos. Le lanzó un gesto
acusador a Caius. -Han tomado la ciudad. ¡Van a esclavizarnos!

Ya al borde del pánico, la multitud comenzó a levantarse.


-¡Van a matarnos!- gritó alguien más.

Los therionos de los escritorios empujaron sus sillas y dieron varios pasos
hacia atrás para alejarse de la multitud mientras sus manos se desviaban
hacia sus pistolas. Los pocos centinelas que estaban en el almacén se
unieron a ellos y prepararon sus armas, pero sin apuntarlas directamente a la
multitud. Los carinaeanos a los que estaban interrogando se vieron
incómodamente varados entre sus captores y su propia gente.

-¿Y si tiene razón? ¿Y si está diciendo la verdad?- dijo una solitaria voz
de la razón antes de que se perdiera con rapidez.

Caius pudo imaginar cómo iba acabar todo esto, había acelerado de forma
escalofriante algo inevitable.

-¡Retírense!- vociferó a través del vocoemisor con tanta fuerza que sus
palabras salieron como distorsionados gruñidos. -No estoy mintiendo, la
ciudad está contaminada.

-Vamos. No pueden detenernos- gritó el funcionario. -¡Derribadlos! ¡Son


pocos y nosotros muchos! Abrid las puertas principales de carga, nos
llevarán a la zona de manipulación. Es el camino más rápido para
volver a los sectores residenciales. ¡No pueden detenernos!
-¡Deteneos!- gritó Caius.

Pero el funcionario tenía razón: no podía detenerlos, la multitud se lanzó al


frente como una sola. Siete rápidas ráfagas de fuego láser impactaron en la
multitud, los heridos cayeron y se desvanecieron bajo una trituradora de
cuerpos con túnicas. La fila de hombres y mujeres llegó hasta los therionos.
Los carinaeanos eran más altos que los therionos y, pese a ser de
musculatura débil, estaban acostumbrados a moverse bajo la débil gravedad
artificial de la ciudad. Superaban en número a los guardias en cien a uno. Se
tragaron a los therionos sin dejar rastro.

-¡No abráis las puertas!- gritó Caius.


La escalerilla se estremeció. Hombres con mirada decidida en sus rostros
subían corriendo los escalones que conducían al almacén. El centinela del
balcón dejó de disparar a la multitud y apuntó con su arma a los hombres
que corrían hacia arriba.

-¡No abráis las puertas!- repitió Caius.

El arma del soldado chasqueó bruscamente. Uno de los hombres cayó de


espaldas, de cabeza a los que estaban detrás de él. Los niños estaban
gritando; las mujeres se apiñaban sobre sus hijos para protegerlos mientras
la multitud avanzaba como una única masa rugiente. Una luz amarilla
empezó a girar sobre las gigantescas puertas de carga. Alguien había
llegado a los controles de las puertas, se oyó un sibilante claxon. Un breve
quejido de la maquinaria al activarse hizo temblar las paredes, las
cerraduras se desacoplaron y las puertas se retiraron, cuyos dientes se
separaron como si de una boca torcida se tratará. Una ráfaga de aire fresco
entró desde el área de manipulación octagonal contigua, las plataformas
giratorias, las grúas y otras máquinas ociosas permanecían inmóviles en el
otro lado, irradiando un agradable frío metálico. Otras puertas, situadas en
cada una de las paredes y que conducían a otros almacenes, estaban
cerradas. El alivio del cambio de temperatura fue tan grande que la multitud
vaciló. Cerraron los ojos y dejaron que el sudor de sus rostros se secara
hasta que se convirtió en sal. Abrieron los ojos.

-¿Lo veis? ¿Lo veis?- gritó el funcionario. -¡Están mintiendo! ¡No hay
ninguna plaga!
-Señor, debe irse -dijo un soldado. Agarró el hombro de Caius y le empujó
detrás de él. -Yo los retendré.

Elevó sus hombros, con el arma preparada, para esperar a los atacantes
que avanzaban por los tramos en zigzag de las escaleras. Caius miraba
aturdido, estaba paralizado. El aire frío le golpeó, debería haber llamado a
los guardias situados en lo alto de la escalera que llevaba al hangar. Debería
de haber hecho algo, pero todo lo que podía hacer era mirar, la escena tenía
la cualidad distante de un viejo recuerdo, como si estuviera reviviendo un
trauma que había experimentado hace mucho tiempo. La multitud se movió
hacia el área de manipulación, lentamente al principio, pero, al ver que
nadie los detenía, comenzaron a correr. Primero fueron los jóvenes
impetuosos, luego el resto. Rodearon las máquinas y se dirigieron hacia un
pasillo peatonal cuya pequeña entrada se abría al costado de una de las
grandes puertas del área de manipulación. La gente desapareció en su
interior.

El primer grito llegó unos segundos después.

La multitud disminuyó su velocidad, la gente situada en la parte de atrás


estiró el cuello. Los que estaban más cerca del frente retrocedieron. Un
hombre emergió del pasillo y chocó contra la fila de gente que había detrás
de él. Los gritos pasaron de garganta a garganta hasta que inundaron una
habitación tras otra y, de pronto, todo el mundo gritaba y empujaba para
volver a entrar en el almacén del que tan ansiosos habían estado por
escapar. La multitud se condensó como una ola contra la pared del fondo; la
gente se había fusionado en una compacta masa de colores brillantes. No
tenían a donde ir, la gente gritaba con su último y comprimido aliento. Los
afligidos llegaron desde el pasillo del área de manipulación, corrían de
forma extraña, tambaleándose como un borracho, sus manos se agitaban
tras la ropa y los brazos de los carinaeanos que corrían hasta que los
agarraban con firmeza. Cuando atrapaban a una persona, tiraban de ella
hacia atrás y, tras hacerla caer, desaparecía bajo una oleada de dedos en
garras y dientes chasqueantes. Un theriono se levantó, ensangrentado a
causa de la anterior paliza que recibió, y se abrió paso a empujones entre la
agitada multitud, sólo para encontrarse cara a cara con un afligido y que lo
derribaran por última vez.

-¡Señor!- le llamó con urgencia el centinela theriono por encima de su


hombro. -¡Salga de aquí!

Los hombres giraron hacia el último tramo de la escalera. Escapar era su


único objetivo. Caius empujó a un lado el arma del centinela cuando este
disparó, lo que desvió el rayo láser. Caius pasó a la acción y gritó a sus
aspirantes a asesinos.
-¡Subid las escaleras, al hangar! Activó su comunicador vox en forma de
abalorio. ++¡Dejadlos pasar! ¡cuando vengan, dejadlos pasar!++

BNo tuvo tiempo de esperar para ver si obedecían su orden. De nuevo,


habló a través del vocoemisor, los gritos rivalizaban con sus órdenes. Los
de los afligidos eran terribles y aulladores gruñidos, eran ruidos de animales
enfermos de locura. Un hombre, cuyos esbeltos dedos apretaba con
violencia en un puño y su cara estaba arrugada por la incertidumbre, se
detuvo frente a él. Caius tomó el mando.

-¡Suba las escaleras!- gritó en la cara del hombre. -¡Suba las escaleras!
¡Es la única salida!

El hombre retrocedió, desconcertado, y luego se dio vuelta y corrió tras


sus compañeros. Ninguno más desafió a Caius.

-¡Tú!- señaló al centinela. -Elimina a los afligidos. Despeja una ruta para
los civiles.

El soldado asintió con la cabeza. La gente que desconfiaba de la escalera


que llevaba a la solitaria y pequeña puerta en lo alto de la cámara junto con
un guardia armado ahora se lanzaba hacia ella desesperadamente. La
multitud se apartó ligeramente a un lado mientras más y más personas
subían la escalera, deshaciéndose en una madeja de individuos. Subieron
los escalones. Los afligidos los seguían. El centinela disparaba tan rápido
como podía mientras el número de luces de carga de su arma parpadeaban
hasta llegar a cero. Caius corrió de vuelta al hangar. Los centinelas situados
en la parte de arriba tenían a los hombres que habían huido de rodillas con
las manos en la cabeza.

-¡Sección tres-tres-dos, sección tres-cuatro-cinco, cubrid esta puerta!-


vociferó Caius. Los hombres dejaron sus tareas, tomaron las armas y
formaron líneas en ángulo alrededor de la puerta. ¡Que se levanten y
sacadlos de aquí!- les gritó mientras señalaba a los carinaeanos. -Abrid
todas las rampas de las naves de desembarco. Comenzad los
procedimientos de evacuación inmediatamente. Salvad a todos los que
podáis. ¡Ya vienen!
El hangar bulló de actividad. Milontius trotó obedientemente hacia su amo.
Le entregó uno de sus dos rifles láser a Caius.

-¿Prefecto?- preguntó Milontius.


-Ya vienen los condenados- le avisó Caius. Volteó el rifle hacia un lado. El
indicador de carga era de un verde fijo. Marchó hasta el final de las filas de
hombres que cubrían la puerta. -No disparéis a los civiles. Repito,
dejadlos pasar, las víctimas del amináfago los están persiguiendo.
Matadlos a todos.
-¿Cómo podemos diferenciarlos, señor?- quiso saber Milontius.
-Ya lo verás- le aseguró Caius. Habló por su microvox. -Centinela, vuelve
al hangar Hizo una señar con la mano a un grupo de tropas de abordaje con
rayas negras en la parte delantera de sus cascos cerrados. -Portadores de
escudos, tomad posición, cinco a cada lado. ¡Preparaos para aguantar y
cerrar la puerta cuando yo lo ordene!

Los hombres recogieron los escudos de ruptura apilados en un lateral del


hangar y esperaron tensos junto a la puerta. Más carinaeanos salieron
corriendo por la escalera. Vacilaron frente a la linea de armas.

-¡Moveos!- les gritó Caius. -¡A las naves!

Algunos de sus hombres se unieron a su exhortación en una mezcla de


gótico y un mal pronunciado carinaeanos. La gente se estaba amontonando
en lo alto de la escalera y empujaban a los primeros que llegaban. Caius
apretó su rifle contra el hombro y contó al pasar a los hombres, mujeres y
niños que huían. Cincuenta, cien. El destello de una armadura blanca
apareció entre la avalancha de túnicas multicolores. Vio con alivio que el
centinela había logrado escapar, la mayor carga del mando era ordenar a los
hombres que dieran sus vidas. Otros diez, otros veinte. Caius los instaba
con su mente mientras se mantenía a la espera, con el dedo en el gatillo. Los
oficiales hacían señas para dirigir a los carinaeanos que traspasaban
corriendo la línea de fuego hacia otros oficiales, quienes los guiaban hacia
las naves de desembarco más cercanas. Estaba casi llenas. Las turbinas
gemían mientras aumentaban su velocidad y el ruido de su giro se perdía
con el zumbido de los reactores de plasma encendidos. Sus hombres
estaban subiendo a bordo de sus transportes, el primero despegó, dejando
una estela caliente que quemó el cuello de Caius. Se deslizó a través del
escudo atmosférico y se elevó por una empinada subida en relación a Cenit-
312. Su relevo entró en el hangar sin problema alguno, giró sin moverse del
sitio y, con la rampa ya extendida desde su parte posterior, aterrizó. Las
barquillas del motor vibraban por el continuo flujo de aire y se calentaban
para una rápida huida.

Otra nave despegó, pero el ruido que hizo no fue lo suficientemente fuerte
como para enmascarar los gritos desesperados que resonaban escaleras
arriba. Algunos más de los esbeltos nativos de Cenit-312 se abalanzaron
hacia el hangar, con los rostros pálidos de terror ante la muerte que les
pisaba los talones. Una marea de afligidos carinaeanos irrumpió por la
puerta tras ellos.

-¡Fuego!- rugió Caius.

Sus palabras se perdieron entre el estruendo de las naves, pero sus


hombres ya estaban disparando. El estrecho triángulo del espacio
delimitado por los therionos y la pared del hangar se iluminó con rayos de
rubí, eran de corta duración y prácticamente desaparecían antes de que el
ojo las registrara, pero era tan numerosas que crearon un parpadeante
entrelazado en el aire, como si un artesano divino estuviera tejiendo con
hilos de luz. Los afligidos se desplomaron, con humeantes agujeros que
atravesaban sus cuerpos.

-Sección tres-cuatro-cinco, retiraos- gritó Caius, tan fuerte que le dolió la


garganta. -¡Equipos de escudo, reforzad el ataque, hacedles retroceder, y
cerrad la puerta a la fuerza! Sección tres-tres-dos, cubrid y asistid.

Si no fuera por el terror de la situación, Caius se habría detenido por un


momento para ver orgulloso cómo sus hombres actuaban con perfecta
disciplina. La sección 345 se despegó y siguió disparando. La mitad de la
sección 332 avanzó en doble línea, todos los disparos se centraron en la
puerta. La otra mitad de la sección arrastró los cuerpos para despejar el
camino de los equipos de asalto, quienes juntaron sus escudos al acercarse a
la puerta para encajonar a los afligidos y empujarlos hacia la pared y la
puerta. Cuando los bordes de todos los escudos se tocaron, los treinta
hombres de la sección 332 corrieron hacia los portadores de los escudos
para apiñarse y así apoyar a los equipos de abordaje contra la fuerza de los
afligidos que los empujaban.

-¡Cerrad la puerta!- ordenó Caius.

Una luz giró por encima de la puerta. Una sirena comenzó a gruñir, la
puerta era pesada, a prueba de vacío en caso de que los campos de
integridad del hangar fallaran, y la impulsaba un poderoso engranaje que
corría sobre una pista dentada. La puerta se quedó cerrada a medio camino
y se detuvo. Las extremidades atascaban el mecanismo. Un soldado se abrió
paso para liberar la obstrucción y gritó cuando retiró un brazo lleno de
marcas de uñas. Los afligidos saltaban y arañaban la parte superior de los
escudos, tratando de abrirse paso por encima de ellos. Los que estuvieron a
punto de conseguirlo fueron ejecutados por los sargentos de las escuadras.
Uno le hizo un agujero a un carinaeano en la cabeza, lo que roció de
materia cerebral a la multitud que aullaba detrás.

-¡No se va a cerrar!- exclamó uno de los sargentos.

Caius se acercó a la parte posterior del grupo de hombres que presionaban


contra la horda. Estiró el cuello y trató de ver la puerta por encima de sus
cabezas. Las naves de desembarco se estaban yendo. El hangar se estaba
vaciando de gente.

-Tendremos que correr- concluyó. Llamó a un par de escuadras de la


sección 345 que ya estaban a bordo de su transporte. -Alinead la pasarela.
Preparaos para nuestra retirada. Los mataremos mientras nos
retiramos. La sección tres-tres-dos primero, las escuadras de abordaje
pesado después. ¡Pelotones de abordaje, presentad armas de mano!-
ordenó.
-¡Presentad armas de mano!- repitieron los sargentos.
Pistolas láser, pistolas inferno y un par de cortadores láser se colocaron en
la curva de disparo de los escudos. Se preguntó si habría suficiente potencia
de fuego como para incinerar a los muertos. La explosión sería feroz y
probablemente convertiría el pasillo en un horno, pero también era posible
que fusionara el engranaje con la pista dentada. Si se cerraba, todo iría bien.
Pero dudaba que eso pasara.

-¡Sección tres-tres-dos, preparaos para retroceder!

De nuevo, las poderosas voces de los sargentos therionos transmitieron las


órdenes.

-¡Escuadras de abordaje, fuego!

Los miembros de las escuadras de abordaje abrieron fuego con sus armas.
Los rifles láser mataban de forma pulcra. Pero el resto no. Los cortadores
láser no estaban pensados para el combate, ya que eran herramientas de
corto alcance para cortar los cascos de las naves y los mamparos que
requerían de una cuidadosa preparación, pero cuando se presentaba la
ocasión adecuada podían ser armas de corto alcance mortales. Disparaban
abanicos de fuego láser que cortaban a los miembros más adelantados de la
multitud. Las pistolas de fusión freían a los hombres y los hacían explotar
con ráfagas de gas sobrecalentado, llovieron trozos de carne humeante. Una
mancha cayó sobre el rostro de Caius y se lo quemó. La puerta estaba
atascada con los muertos. La grasa corporal ardía, licuada y prendida por la
exposición a la periferia de los rayos de fusión. El humo negro se extendía
al interior el hangar.

-¡Sección tres-tres-dos, retroceded!- gritó Caius.

Los hombres se retiraron de sus posiciones de apoyo y corrieron tan


rápido como pudieron hacia la nave que los esperaba. La escuadra de asalto
recibió todo el embiste de la horda resurgente. Una segunda salva de fuego
les dio un momento de gracia y los cadáveres que bloqueaban el hueco de la
escalera se prendieron por completo.

-¡Corred!- exclamó Caius.


La escuadra abandonó sus pesados escudos y dio media vuelta, lo que
reveló una visión del infierno en el corredor. Decenas de afligidos
carinaeanos se abrieron paso a empujones para salir de lo alto de la
escalera. Estaban ardiendo, sus ojos se cocían en sus órbitas, su grasa corría
como una llama líquida por sus miembros, su piel se les caía deslizándose
en jirones. No lo sentían y seguían acercándose hasta que sus cuerpos,
todavía ardiendo, se rindieron y rodaron sobre la cubierta como ovillos
apretados por el calor antes de morir. Incluso después de cinco décadas de
guerra, fue una de las cosas más horribles que Caius había visto en su vida.

-¡Señor! Milontius lo agarró. -¡Mi señor prefecto! ¡La nave!

Puñaladas de luz se clavaban en las ardientes víctimas del virus, dejándolas


piadosamente muertas. Milontius agarró a su amo y lo empujó a través del
espeso humo. Las alarmas sonaban por todas partes. Una femenina voz
carinaeana anunció una inminente purga atmosférica para sofocar las
llamas. Era una grabación. Caius se imaginó que la mujer era una de las que
salieron de la escalera, descerebrada y en llamas de la cabeza a los pies. El
sonido, bajo y sordo, de sus pies sobre el metal firme de la cubierta cambió
a un tono más agudo cuando subió a la pasarela de la nave. Las manos
tiraron de Caius y lo metieron a una bodega para tropas iluminada con el
lumen rojo de emergencia. Docenas de rostros, therionos y carinaeanos,
miraban horrorizados la carnicería del exterior. La rampa se cerró antes de
que la voz terminara su cuenta atrás. Los escudos atmosféricos se apagaron.
La salida de la atmósfera del hangar al espacio fue una ligera sacudida
durante el avance de la nave mientras ascendía.

-¡Dejadme pasar!- gritó Caius, y se abrió paso a través de la abarrotada


bodega hacia los niveles superiores de la nave, y de la cabina de los pilotos
allí situada.

El camino estaba abarrotado de refugiados. Caius se dio por vencido de


tratar de pasar con cuidado por delante de ellos así que terminó pisándolos.
Estaban paralizados por el miedo. Varios estaban próximos a la catatonia.
Un suave llanto se elevaba por las escaleras desde la bodega.
-¡Moveos, maldita sea, moveos!- gritaba Caius. Finalmente, llegó a la
pequeña cabina de la nave.

Tras los cristales blindados de varios centímetros de grosor de la cubierta


exterior de la cabina, el vacío se extendía en todas direcciones. Las naves de
la Guardia del Cuervo acechaban frente a ellos, negras sobre negro, junto a
sus homólogas therionas, de un notorio gris. Los cañones de la flota estaban
inactivos, pero en la parte superior derecha, las chispas y los destellos de los
escudos del vacío delataban la posición de la Vigésimo Séptima Flota
Expedicionaria. Las ciudades de la Cofradía de Carinae se estaban
reposicionando, protegidas por un torrente de fuego.

-Qué desastre- suspiró Caius con suavidad.

El vox graznó. Una voz muy distorsionada llenó la cabina.

++Nave de desembarco theriona, aquí el mando combinado de la flota.


Detengan los motores. Inviertan el avance. Deténganse y esperen más
órdenes++

Los pilotos se miraron entre sí.

++Estamos en trayectoria para aterrizar a bordo de una de nuestras


naves++ informó uno de ellos. ++Por favor, den el aviso++
++Deténganse por completo ahora mismo. Si continúan avanzando más
allá del perímetro de la flota, serán destruidos++
++Tenemos heridos y civiles a bordo. Estamos sobrecargados.
Necesitamos aterrizar++ insistió el piloto.
++Deténganse ahora++ ordenó la voz.

-Están cargando sus armas.


-Temen la contaminación- observó Caius. -Dame un transmisor vox, y
apaga los motores.
-¿Señor?
-Haz lo que dicen, ahora- ordenó Caius.
Uno de los pilotos le entregó un delicado auricular vox. Caius se lo puso
en la boca y en la oreja.
++Mando de la flota combinada, aquí Caius Valerius, prefecto de la
Cohorte Therion. Haremos lo que nos dicen++

Sus ojos se desviaron hacia los paneles de instrumentos. Luces


parpadeantes advirtieron de las armas que estaban fijas sobre ellos, se
imaginó el retroceso de las armas al realizar su terrible deber y expulsar las
bolas de plasma contra las naves therionas que huían.
"Casi se alegraría de ello" pensó.

++El virus ha dejado de ser infeccioso. Mis hombres y yo no estamos


afectados a pesar de la exposición. Aunque entiendo que no puede ser
posible que este virus llegue a nuestras naves, no podemos esperar
indefinidamente. Estas naves no pueden soportar este número de
personas durante más de…++

Miró de manera inquisitiva a los pilotos.

-Tres horas, señor.


++Tres horas++ repitió Caius. ++¿Cuándo nos evaluarán?++

Hubo una breve pausa. Los lúmenes rojos parpadeaban en el panel. "Nos
van a disparar" pensó Caius. "Esto es todo. Toda esta guerra y servicio
para que me derribe mi propio bando como medida de precaución".

++Retírense++ dijo la voz abruptamente. ++Esperen más instrucciones++

Les hicieron esperar durante dos horas antes de que les llegaran más
mensajes. Sólo dejaron que se acercasen porque el primarca regresó.
Quince
la elección del cuervo

-Aquí, mi señor Corax.

El operativo del strategium redujo la velocidad de los pictogramas hasta


que se vieron a cámara lenta, una luz brillante destelló en la parte inferior
de Cenit-312. Las esquirlas de la eyección formaron un cono brillante en el
espacio, lo que ocultó la salida de una rápida aguja de metal. Corax se
inclinó hacia adelante. El olor a sangre seca hizo que el tripulante se alejara
del primarcas, su armadura estaba cubierta de ella. Corax, tras haber
regresado a su nave y haber dado órdenes para la recuperación de sus
hombres más vulnerables, se puso inmediatamente de nuevo a la cabeza de
sus exterminadores y lideró misiones de rescate rápidas para arrebatar de las
garras del desastre a sus hombres. Las compañías que se habían desplegado
en masa para tomar el anillo de atraque, los hangares de la zona solar y las
cubiertas de armas de la ciudad salieron más o menos ilesas. Formaron
líneas de fuego en las salas y las avenidas más amplias y cerraron las
principales vías de acceso con tanques y dreadnoughts con órdenes de matar
a todo lo que vieran moviéndose. El peso del fuego combinado mató a los
afligidos carinaeanos por millares, mientras que los lanzallamas prendieron
fuego a multitudes de cientos de personas. Contuvieron a las hordas y las
despedazaron. Esas áreas quedaron aseguradas y en manos de la Guardia
del Cuervo, aunque los mismos legionarios quedaron perturbados por la
naturaleza incesante de la matanza.
Fueron las pequeñas unidades de avanzadilla enviadas para inhabilitar o
capturar objetivos clave las que se encontraron en problemas. Grupos que
iban desde operativos solitarios hasta semi-compañías de reconocimiento de
cincuenta hombres, todos ellos quedaron varados, rodeados por miles y
miles de ciudadanos convertidos en bestias furiosas por el virus. Atrapados
en el laberinto de conductos y corredores de la ciudad, la ventaja de los
bólter y las servoarmaduras se redujo enormemente. Se quedaron
rápidamente sin municiones, rompieron sus armas por el uso excesivo.
Docenas se vieron arrastrados, cientos permanecieron sin que se les
contabilizasen. Una ofensiva coordinada desde los sectores más seguros
libró a Cenit-312 de sus descerebrados habitantes, la ventilación planificada
purgó algunas de las secciones centrales, pero llevaría tiempo asegurar la
ciudad, y los apotecarios aún tenían que determinar si el virus estaba
realmente inactivo.

-Esa es la nave de Agarth- confirmó Corax.

La visión del pequeño dardo medio invisible precipitándose hacia la


libertad convirtió su corazón en hielo, había pensado que tal vez el
archicontrolador se había sacrificado junto con su población en un erróneo
acto de desafío. El asesinato-suicidio ya habría sido lo suficientemente
malo, pero parecía que había condenado a su pueblo a la muerte para cubrir
su propia fuga.

-Congela la imagen- le ordenó el primarca.

La tripulación estaba nerviosa, esperaban que exigiera saber por qué


habían perdido esa nave de escape, por qué no se había detectado, atacado y
destruido. Pero Agarth había sido inteligente, la nave se lanzó en el
momento de mayor confusión causado por el virus, era pequeña, rápida,
antireflejo y con una forma que permitía que apenas se registrase en los
sistemas augur.

-Ha planeado esto durante mucho tiempo-


concluyó Corax y señaló la nave. -Por eso mi padre desea unificar a la
humanidad, para evitar que este tipo de atrocidades vuelvan a ocurrir.
La guerra es una cosa, pero esto... esto es cobardía.
-Es una escoria de la peor clase- afirmó Branne en voz baja.

Su hermano estaba a su lado, igual de indignado, la mayoría de los que


estaban en el amplio puente de mando nacieron en Deliverance. Las
acciones de Agarth habían sido tan crueles como las de sus atormentadores
Kiavahr años. Corvus Corax miró a la tripulación en el puente de mando de
la Salvador en la Sombra.

-El Archicontrolador Agarth será perseguido. La flota adoptará


amplios patrones de búsqueda, encontradlo, traédmelo.

Hubo murmullos de acuerdo, pero no todos estaban convencidos de este


curso de acción.

-¿Y qué hay del resto del sistema?- quiso saber Agapito.
-La Vigésimo Séptima Flota Expedicionaria realizará un asalto
inmediato sobre las Mil Lunas, tal y como había planeado Fenc.
Agapito vaciló antes de hablar.
-¿Qué pasa, hermano?- le preguntó Branne.
-Si no estamos allí para apoyarlos, tendrán dificultades, con nosotros a
su lado, podemos acabar con esto rápidamente antes de que las
ciudades alcancen una situación óptima de disparo. Sin nosotros...

El pálido rostro de Corax se inclinó hacia su viejo compañero de armas,


interrumpiéndolo.

-Agapito, Agarth nos ha negado la oportunidad de mostrar una fuerza


convincente, ha escapado. Si permitimos que Agarth quede libre,
socavaremos la comprensión de la justicia Imperial por parte de la
Cofradía Carinae. La élite se verá libre de consecuencias y el pueblo se
desesperará por no poder salvarlo, nos presentamos como salvadores
de la tiranía y portadores de la civilización. Mentimos si Agarth no se
enfrenta a la justicia, no se puede permitir que escapen aquellos que
cometen atropellos. Lo cazaremos y lo destruiremos.

Ephrenia se puso de pie en su puesto en el strategium de cubierta.


-Perdonadme, mi señor. Deberíamos pensar en lo que dice Agapito, tal
vez deberíamos discutir esto en privado- aconsejó.

Los ojos de Corax se entrecerraron, los que le rodeaban reaccionaron con


inquietud, no era normal que un mortal se dirigiera a un primarca con tanta
franqueza.

-Lo que tengas que decirme, Ephrenia, se puede decir delante de todos,
a menos que no te atrevas.

Ella le sonrió con tristeza. Ephrenia había estado con Corax desde el
momento en que lo liberaron del hielo, en lo más profundo de Lycaeus.
Pocos lo conocían tan bien como ella, ambos sabían que ella no quería
avergonzarlo, ambos sabían que no dejaría que eso la detuviera.

-Mi señor- comenzó. -La flota expedicionaria está luchando por


contener las fuerzas unidas de la Cofradía, si no les ayudamos, le
daremos tiempo a la Cofradía para coordinar mejor sus intentos de
resistencia, y la guerra se prolongará durante meses. La flota está
esperando una oportunidad, si nos dispersamos ahora, atacarán la
posición de Fenc.

-Tiene razón- le apoyó Branne. -Odio dejarlo ir, pero tenemos que
atacar ahora. Escuche a Fenc, por el bien de la cruzada, Agarth es un
solo hombre, miles de vidas están en juego, tenemos que acabar con
ellos ahora.
-Branne, ¿te atreves a cuestionar mis órdenes? Soy el primarca...

-¿Y nosotros sólo somos los mocosos de la escoria de la prisión?- le


interrumpió Branne. -Era un niño cuando nos conocimos, pero ya no.
Durante treinta años he luchado a tu lado. Te conocemos desde que
éramos niños, sé que estás equivocado. Tu plan era sólido, pero fracasó,
ese deseo de perseguir a Agarth está impulsado por la emoción. Ahora
debemos seguir el ejemplo de Fenc.
-No te dirijas a mí de esa manera, Branne-
le advirtió Corax.
Puso algo de su fuerza interior en las palabras, como criatura de las
sombras, rara vez Corax permitía que su majestuosidad innata se mostrara a
través de su estudiada apariencia humana. Nada cambió en el exterior, pero
una sensación de inmenso poder irradió de él, Branne se estremeció ante la
gloria revelada de su señor, pero siguió adelante.

-No me quedaré callado mientras nos conduces al desastre. Corax, te


hablo como tu amigo.
-¡Te mantendrás en silencio!- le exigió Corax. Su voz tronó. Esta vez, no
hubo ningún desacuerdo. -A los opresores de los débiles no se les puede
dar piedad- continuó Corax. Miró fijamente a sus asistentes para que no
quedara duda alguna su determinación. -Para esto es la cruzada. Para
elevar a los hombres y salvarlos de los que son como Agarth, debe ser
castigado por su genocidio, o la libertad que traeremos a este sistema
será realmente vacía, cazadlo y haced que lo pague.
Dieciseis
representante de la legión

El sargento Belthann miraba a Tensat con desaprobación, una mirada


como esa era difícil de soportar en un espacio tan pequeño como la sala de
reuniones 86, y no había objeto de la sala que no temblara a causa de la
irritación de Belthann, pues el sargento la llenaba físicamente. Era enorme,
realmente enorme, Tensat era muy consciente de que el Marine Espacial
podía retorcerle el pescuezo con una mano, aún así, miró a Belthann con
cara de pena. El Marine Espacial continuó mirándolo fijamente.

-¿Has terminado?- le preguntó Belthann.


-¿Qué?- preguntó a su vez Tensat.
-No te estás tomando en serio este asunto.

Había pasado una semana desde el atentado del Día de la Salvación. Tensat
y Belthann habían perdido una cantidad desproporcionada de ese tiempo
ejerciendo su desconfianza mutua, a Tensat le molestaba que legión
interfiriera y Belthann no estaba feliz de trabajar con un humano no
modificado; de hecho, Tensat tuvo la impresión de que Belthann pensaba
que los no legionarios eran inferiores a él. Tensat calculó que había
empezado a irritar al sargento media hora después de reunirse, el procurador
mecánico se mantenía al margen de las disputas. En ese momento estaba
flotando en el otro extremo de la habitación, observando el intercambio de
palabras con una molesta inescrutabilidad mecánica, eran los únicos tres
presentes. Un espejo de doble sentido daba a una cámara de interrogatorios
vacía, las luces estaban apagadas y el auto-inquisidor estaba
cuidadosamente doblado en su estante. No disponía de nada más
amenazador que los inductores de la verdad farmacéuticos, Corax
desaprobaba la tortura.

-Muy bien- comenzó Tensat. -Lo diré en un lenguaje más respetuoso,


todo lo que digo es; ¿qué te hace pensar que esos «Hijos de
Deliverance» son un grupo grande. Podría ser un pequeño grupo de
descontentos, o incluso un individuo, aunque admito que eso es poco
probable.
-Soy miembro de los Guardianes de la Sombra, los guardianes del
mismísimo primarca, es mi trabajo saber. Un pequeño grupo carecería
de los recursos para ejecutar todos estos ataques, y ten en cuenta el
mensaje.

Tensat miró la pizarra de datos que tenía en sus manos, el mensaje era un
vídeo de dos minutos en el que se atribuía la responsabilidad de una serie de
crímenes contra los tecnogremios.

-Está hecho con habilidad, tienen un buen imagifero. Pero eso no


significa mucho por sí solo. Tensat hizo un esfuerzo por parecer conciliador.
-Ha habido una gran cantidad de complots mal concebidos para atacar
a los gremios desde que el primarca partió hacia la cruzada. Y, de
hecho, también al Mechanicum, incluso he tenido algunos dirigidos
contra la propia legión.
-Estaba al tanto- le aseguró Belthann.
-¿Estás seguro? Pareces sorprendido- le replicó Tensat.
-No lo estoy. El descontento está en todas partes, la humanidad es
inherentemente ingrata.

-¿Qué esperas? Dale a la gente libertad, y se pondrán muy exigentes


sobre cómo se les trata. Los iteradores les prometieron mucho y aún no
se ha materializado nada. Tensat dejó caer la placa de datos sobre un
montón de hojas sueltas, un par de ellos escaparon de la pila y planearon
hasta el suelo. -Mira, perdona mis sospechas, pero este no es el tipo de
cosas en las que se involucra la Legión, no os importa lo que pase aquí
abajo, Lycaeus es la tierra de la Legión.
-Deliverance- le corrigió Belthann.

Tensat siguió adelante, imperturbable.

-¿Qué os importa Kiavahr?- le cuestionó, dejando salir algo de su


amargura. -Todos somos esclavistas aquí abajo, ¿verdad? A vosotros no
os importa, dejáis a los que son como yo que se peleen contra los que
son como él. Tensat hizo un gesto hacia el procurador.
-Nos preocupa lo que sucede aquí- le contradijo Belthann.
-Yo diría que no muy a menudo- dudó Tensat.

Belthann se inclinó sobre el escritorio. El metal crujió bajo su peso.

-Somos guerreros, no ejecutores, ese es tu papel.


-Muy bien, entonces explícame por qué estás aquí ahora, ayúdame a
hacer cumplir la ley.
-Este mensaje está dirigido directamente al primarca, por eso estoy
aquí.

Tensat resopló con incredulidad.

-Creo que estás un poco perdido en cuanto a la cantidad de gente que


quiere llamar su atención, podría ser cualquier número de lunáticos.
¿Él tiene tiempo libre para todos ellos o sólo para alguno, por qué estás
aquí realmente?- quiso saber Tensat. -A menos que haya algo más que
esté pasando aquí y que no me estés contando.

Belthann mostró un rostro pétreo y no respondió.

-Bien. En ese caso, podemos encargarnos de esto. Tensat buscó apoyo en


el procurador mecánico, este balbuceó algo ininteligible. -Si vamos a
trabajar juntos de manera efectiva, tendrás que confiar en mí. Tensat
volvió a mirar al procurador de manera significativa. -En nosotros.
-¡Está bien! Belthann golpeó la mesa. Y, aunque lo hizo ligeramente, los
objetos de la superficie saltaron y su guante dejó tres perfectas marcas de
sus nudillos. -Tengo razones para creer que quienquiera que esté detrás
de esta oleada de ataques a los gremios le entrenó el propio Corvus
Corax.
-¿En serio?

Belthann asintió con solemnidad. Su expresión parecía extrañamente


infantil en un rostro tan amplio.

-Ahora estoy sorprendido- admitió Tensat. -¿Se trata de un legionario?


-¡No!- exclamó Belthann con vehemencia. -Eso es imposible. Un viejo
camarada, tal vez. Hubo muchos que lucharon por Deliverance que
eran demasiado viejos para que les elevara a la Legión. Tenemos
nuestras sospechas de quién podría ser.
-¿Uno de los insurgentes originales de Corax?- Tensat silbó.
-Por eso estoy aquí, no has tenido nada a esta escala antes- le aseguró
Belthann. -No puedes manejar este asunto tú solo.
-Así que sí que vigiláis.
-Por supuesto que lo hacen- le confirmó el procurador.

-¿Ya has decidido unirte?- le recriminó Tensat.


-Su actitud es molesta, Ejecutor Jefe Diorddan Tensat- le recriminó el
procurador. -Le ruego que desista.
-Bueno, si tienes alguna sugerencia, procurador, te escucho- le exhortó
Tensat.
-Habrá más ataques- les interrumpió Belthann. -Eso no podemos
evitarlo.
-Estoy de acuerdo cuando dices que no eres un ejecutor- sostuvo Tensat.
-¿Has venido hasta aquí para decirme que te has dado cuenta pero que,
aun así, no vas a hacer nada?
-Yo no he dicho eso.
-Tú no has dicho mucho de nada.

Una expresión de profunda irritación pasó por el rostro de Belthann.

-¡Escúchame!- exclamó el Marine Espacial. Su tono era de advertencia.


Tensat captó la indirecta.
-Está bien, está bien- suavizó. -Me disculpo. Por favor, habla.
-Debemos provocar un ataque que podamos controlar y que nos
beneficie., es la forma más rápida de atraer a los insurgentes y
capturarlos. Si está involucrado un antiguo prisionero, puede que haya
más, sus redes eran muy estrechas.
-¿Te refieres a ponerles un cebo como trampa?- preguntó Tensat.
-Va a usar al representante del gremio como cebo- explicó el procurador.
-Es el curso de acción lógico.

-¡Es lo que acabo de decir!- exclamó Tensat.


-No indicó quién sería el cebo- puntualizó el procurador. -El sargento
Belthann desea usar al representante del gremio como señuelo.
-Un objetivo de nuestra elección- resumió Belthann. -Una situación de
nuestra invención y un resultado de nuestra predicción.

-Eso será peligroso para el representante.


-El destino del objetivo es irrelevante, la captura del criminal es
nuestro objetivo.
-No creo que pueda seguir con esto- se negó Tensat. -Se causarán
muchos problemas si matan al representante.
-Eres un miembro de los gremios, pero me han dicho que no sientes
más afecto por estos bastardos esclavistas que yo, ejecutor- comentó
Belthann.
-Tal vez no, pero nos arriesgamos a que haya graves disturbios, incluso
un conflicto civil- indicó Tensat.

-Me crie en las minas de la prisión allá arriba. Los ojos de Belthann se
volvieron de piedra. -Yo era de la tercera generación. Yo no había hecho
nada, mis padres no habían hecho nada y mis abuelos habían hecho
muy poco, pero fue lo suficiente como para condenar a mi familia para
siempre. Si no fuera por las órdenes de Lord Corax de dejar en paz a
los miembros de los gremios, probablemente los estaría matando yo
mismo.

Tensat miró al procurador, y luego volvió a mirar al legionario.


-El camino más rápido para la resolución de esta crisis es recurrir al
representante- insistió Belthann. -Él estará a salvo. Si eso no es de tu
agrado, puedes disfrutar de una estancia en la Espiral del Cuervo hasta
que la situación esté controlada.

Tensat pasó una uña por la mesa y dio unos golpecitos.

-Bien. Bien entonces. Estoy de acuerdo. Veré qué puedo hacer, pero si
sale mal, te agradecería que ofrecieras al gobierno una explicación en
lugar de mi cabeza.

En la esquina, el procurador mecánico hizo un ruido que bien podía haber


sido una risa.
Diecisiete
moritat

Visiones de oscuridad asaltaban a Fedann Pexx, vuelos de pájaros


negros que sobrevolaban los campos de batalla donde nada se movía
excepto los comedores de carroña, los cuerpos yacían amontonados,
empalados con sus propias armas. El humo de los fuegos volaba
atravesando la tierra, acosado por los fuertes vientos que se formaban
alrededor de los bordes de las hondonadas empapadas de sangre, y
acariciando los rostros de los muertos. Las armas y armaduras de los
combatientes se alteraban sin previo aviso, durante un instante, llevaban
cosas extravagantes y arcaicas, de metal batido envuelto en telas de
brillantes heráldicas y empapados en el uniforme carmesí por la sangre. Las
espadas yacían en manos inertes, los corceles muertos yacían encima de sus
amos masacrados. Entonces, la escena cambiaba, y los guerreros se
convertían en legionarios de la Guardia del Cuervo que yacían bajo un seco
cielo alienígena, con sus armaduras rasgadas por proyectiles de bólter y las
manos de uno entrelazadas alrededor de la garganta del otro en poses de
fratricidio mutuo.

A veces Pexx veía todo esto desde arriba. Otras veces vagaba físicamente
por los paisajes de su tormento, vestido con túnicas grises como la ceniza,
mientras arrastraba los pies sobre el sangriento barro, con las manos
retorcidas porque no podía hacer nada para ayudar a los que habían muerto
y el sentimiento de que podría haber hecho algo para detenerlo, si hubiera
actuado antes, lo perseguía. Sin embargo, no sabía qué significaba esa
visión premonitoria, y eso sólo profundizaba su dolor, la culpa lo rasgaba
con sus sucias garras. Entremezclados con esos sentimientos estaban los de
la agresividad frustrada, le molestaba no estar presente en el combate.
Ansiaba desangrarse a sí mismo como lo habían hecho los guerreros
muertos, para expulsar los sentimientos de impotencia y la inminente
condena con la furia de la batalla. Esos sentimientos se apoderaban de él,
jugaban con él, y lo arrojaban de nuevo a la miseria.

Cuando no vagaba por el campo de batalla, lo hacía por un bosque


lúgubre de brumas grises y ramas sin hojas, o por un desierto de huesos, o
por una ciudad donde unos rostros pálidos lo miraban acusadores desde
ventanas sin vidrieras. Cuando salió de los recovecos de su propia mente, se
enfrentó a la oscuridad total de su celda, un marine espacial tan sólo
necesitaba una fracción de la luz que un humano no modificado necesitaba
para ver con claridad, pero no había ninguna en la celda. Estaba tan bien
protegida contra cualquier intrusión de la luz que bien podrían haberle
enterrado muy por debajo de la superficie de un mundo sin luz. A veces se
imaginaba que lo estaba, hasta que el palpitar de los motores de la nave y
los esporádicos y distantes ruidos de los sirvientes al trabajar le aseguraban
que no era así. En la oscuridad no podía decir si sus ojos estaban abiertos o
cerrados, no podía decir si estaba soñando o dormía, con el tiempo, la
oscuridad se pobló de sus propios horrores, y estos se mezclaron con las
visiones que experimentaba con el ojo de su mente hasta que ambos fueron
indistinguibles.

Pexx no sabía que era posible sentirse tan completamente abatido, si la


Verdad Imperial no negara su existencia, habría dicho que le habían
arrancado el alma de su cuerpo y la habían sumergido en un apestoso
alquitrán extraído de los peores pecados imaginables. El sonido de su
propia respiración se volvió salvaje, pensó que tal vez se hubiera convertido
en algo que no era humano, puede que así fuera. Tras un tiempo imposible
de calcular desde que Pexx fuera encarcelado, la cerradura de la puerta hizo
un ruido sordo. La tenue luz azul del pasillo exterior del bloque de celdas
fue deslumbrante, aunque no era más brillante que la primera mancha del
amanecer. Agapito entró en la habitación, Pexx reconoció su olor.

-¿Cómo te va, hermano?


Pexx se movió, sus grilletes tintinearon, se rio ante la pregunta.

-Mal- contestó. -Estoy aquí con mis horrores, no es una forma


agradable de pasar el tiempo.
-Eso es de esperar- comentó Agapito con simpatía.

Ambos fueron niños soldados en la rebelión de Corax, habían vivido en


celdas como esta antes de que el Emperador los elevara a las estrellas.
Habían luchado para evitar que otros tuvieran la misma vida, ahora Pexx
estaba de vuelta a donde habían empezado; encerrado en la oscuridad.

-Este es un lugar desagradable- reconoció Agapito.


-Se supone que debo que aguantar esto, llegar hasta el final, si voy a
recuperarme, primero debo sufrir.
-Eso es casi... religioso.

Pexx cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared.

-No creo que esté funcionando. Sacudió la cabeza, tenía el pelo afeitado
hasta la piel cuando entró. Ahora el cabello rozaba el áspero metal. -Nunca
pensé que caería ante la marca azabache, no creí que tuviera la
condición.
-No tiene nada que ver con la condición.
-Pues bien- suspiró Pexx con tristeza. -Lo siento, capitán, pero no estoy
de humor para hablar, si tiene algo que decirme, le agradecería que lo
dijera y luego se fuera Sonrió sombríamente para sí mismo. -A menos que
haya venido para dejarme salir, en cuyo caso, iría con usted.
-Hay una posibilidad de ello- señaló Agapito.

Pexx se inclinó adelante, se volvió para mirar a su capitán y entrecerró los


ojos contra la luz. Una tenue luz azulada iluminaba el rostro de Agapito
como una luna en medio de un eclipse.

-No estoy recuperado- señaló.


-No lo estás. Pero hay otro camino.
-Los Asesinos Sombríos- concluyó Pexx. Levantó las manos, haciendo que
sus cadenas tintinearon. -Entonces, ha llegado el momento del Moritat.
-Servir con ellos podría ayudarte- reconoció Agapito.
-O puede que no, matar o curarse- sentenció Pexx. -Es una asignación
vergonzosa.
-Ya no. Tienen un nuevo nombre, un nuevo propósito.
-Pero aún así no hay honor- sostuvo Pexx.
-¿Has oído lo que ha pasado?- le preguntó Agapito.

-Algo- admitió Pexx. -Un apotecario viene cada dos días para
alimentarme y evaluarme. Él habla. Dice que hablar entre los períodos
de aislamiento ayuda, que cambiar de un estado a otro puede sacar la
mente de esta maldita introspección.
-Vicente Sixx- concretó Agapito. -He hablado con él.

"Para hablar sobre mi estado" pensó Pexx. Ninguno de los dos lo dijo.

-¿Sabes lo de Agarth?
-Sí. El animáfago. Lo que hizo fue terrible, peor de lo que veo en las
visiones, lamento que haya sucedido. Es una pena que haya escapado.
-Lo hemos encontrado, aunque nos ha costado un tiempo precioso.

Pexx sintió tristeza en Agapito. La marca azabache había agudizado su


intuición, no detectó el estado mental de Agapito a través de las señales
habituales de la expresión facial o el tono vocal; Agapito ocultaba bien sus
emociones. Pero de alguna manera sabía que no estaba content, era
perturbador.

-¿Cuánto?- quiso saber.


-La búsqueda llevó semanas- indicó Agapito. -Y se utilizaron algunos...
métodos cuestionables para localizarlo.
-¿Cómo cuáles?- inquirió Pexx.
Agapito no caería en la provocación.
-Agarth ha escapado a un puesto de avanzada escondido en la parte
superior de la corona de la estrella- le informó Agapito. -Se enviará al
Moritat para inhabilitarlo.
-Estás aquí para ofrecerme la oportunidad de unirme a ellos, son
asesinos, con la mente dañada. Lo peor de la Legión.

-Eso es cierto. Muchos de ellos son reincidentes, pero algunos de ellos,


sin embargo, tienen la marca azabache como tú y algunos de los que se
han recuperado en el pasado lo hicieron a través del servicio en esa
oscura hermandad.

-¿Me está dando la orden que me una a ellos, capitán?- preguntó Pexx.
-No es una orden, sino una oferta. Si quieres mi opinión, deberías
hacerlo, más marcas azabaches pasaron la prueba luchando que
sentados en estos lugares y mirando a la oscuridad a la cara.
-Una forma poética de decir que enloqueces y destrozas tu propio
cuerpo- replicó Pexx.
-Lo reconozco- admitió Agapito.
-Lo haré, por supuesto.
-Pensé que dirías eso.

Agapito apretó un botón de una pequeña caja que colgaba de su cintura,


las esposas de Pexx se abrieron de golpe. Su cabeza le dio vueltas cuando se
puso de pie, llevaba mucho tiempo sentado.

-¿Cuándo nos vamos?- preguntó Pexx.


-Ahora mismo- contestó Agapito.

El calor del sol los abrasaba. Detrás de un metro de ceramita y materiales


ablativos, todavía podían sentirlo. La estación de Agarth estaba situada en
el borde de la atmósfera de una estrella, donde el calor se medía en millones
de grados, la forma en la que Agarth había construido su escondite era
motivo de debate entre la legión. Quizás datara de tiempos anteriores,
cuando la ciencia del hombre era mayor. Independientemente de cómo se
hubiera hecho dicha fortaleza protegida por barreras de fuego, ahí estaba.
La estación colgaba sobre el plasma hirviente, ninguna nave estelar podía
volar tan cerca del sol, las municiones detonarían, los proyectiles de masa
sólida se evaporarían. Los campos magnéticos que se curvaban alrededor de
la estrella desviarían los rayos de las armas de láser y de partículas,
encontrar la estación había sido una hazaña en sí misma. Al final, dicha
información se recopiló de los cautivos capturados por las escuadras de
asalto de las ciudades más cercanas a Cenit-312.

Sin duda, Agarth se sentía seguro donde estaba, pero nadie estaba fuera
del alcance de la Guardia del Cuervo. Lanzado desde los tubos de la
Tenebroso, el Moritat se dirigía hacia el sol en torpedos de abordaje, sólo
un loco volaría tan cerca de una estrella, el Moritat tenía locura de sobra.

El Moritat que sufría de Pexx golpeaba su cabeza repetidamente contra


sus amarras, el ritmo de la ceramita sobre el plastiacero aumentaba con cada
golpe, luego se ralentizaba y después se aceleraba de nuevo. El guerrero
que estaba detrás de él se reía de manera amenazante.

-Andoro lo está haciendo otra vez. Lo está haciendo. ¡Otra vez!- gruñó.
La desesperación acechaba detrás de su risa. -Se está golpeando la cabeza.

Los otros dos guardaban misericordiosamente silencio, aoquí estaban los


inadaptados de la legión; los criminales que habían pasado desapercibidos
durante la selección del reclutamiento, los asesinos de la antigua Lycaeus
que habían vuelto a tomar el mal camino, los hombres cuyos humores
estaban desequilibrados por el mal funcionamiento de los implantes y, entre
ellos, los que habían sucumbido a la marca azabache. La maldición genética
de Corax. Algunos marines espaciales disfrutaban ir solos, sin hermandad;
les dejaban libres para asesinar en la oscuridad sin que les observaran. Ellos
mismos solicitaban el traspaso, Pexx no deseaba conocer a ninguno de
ellos, se los imaginó a su alrededor, esperando a que fracasará para poder
condenarlo y matarlo sin que la justicia lo viera. Las aves negras graznaban
en la imaginación de Pexx. Un despiadado pozo de miseria burbujeaba en
su cabeza, contaminando su psique, su mente se apartaba de él, horrorizado
por el efecto que su aflicción tenía sobre su espíritu, pero, aunque podía
intentar permanecer desapegado, la oscuridad se entrelazaba entre sus
pensamientos, de modo que su ser se convertía en una roca sin valor
mientras que las vetas del precioso mineral que era el destino deseaban
perforarle desde su interior con la miseria, borrando su mente en el proceso.
Recordaba la tristeza de su vida anterior. Cuando era un niño hubo una
plétora de desesperaciones disponibles para probar en la prisión de Lycaeus,
pero lo que soportaba ahora era algo nuevo, tan concentrado que ninguna
cantidad de esfuerzo mental podía superarlo. "No importaba" se dijo a sí
mismo. "Podría estar muerto dentro de poco". Los torpedos de abordaje
eran los que tenían más probabilidades de poder realizar el viaje al puesto
de avanzada solar, eran fáciles de esconder entre los caóticos torrentes de
radiación que había alrededor del sol. Pero su capacidad de supervivencia,
más que el sigilo, forzó su elección. El deflector de proa que los torpedos
llevaban para protegerlos de las emisiones de sus matrices de fusión ofrecía
cierta protección contra el sol. Aun así, el ángulo de inserción tenía que ser
preciso, las proas tenían que estar orientadas a la estrella, o los torpedos se
derretirían como barras de lacre. Todo el blindaje adicional que los torpedos
podían llevar se había añadido apresuradamente a sus costados para la
misión. Poco importaba. Pexx sentía el ardor interminable de la estrella a
través de los paneles de ceramita como si estuviera en el ecuador de un
mundo desértico. La mochila de su armadura zumbaba por la actividad del
enfriamiento. Unas suaves runas parpadeaban cada veinte segundos en la
pantalla de su casco para recordarle los peligros ambientales, la
configuración era nueva para él. El equipo Moritat era diferente al de las
tropas ordinarias.

Utilizaron el torpedo de menor tamaño, el cual era un tubo de infiltración


de cinco hombres. Se podría argumentar que la fuerza de veintiocho
hombres del Moritat podía dispersarse más eficazmente de esa manera, pero
en realidad se trataba de minimizar las pérdidas. Los Moritat eran tropas
suicidas, cuyo deber entregaban por desprecio o como una oportunidad de
redención, no se esperaba que sobrevivieran, aquellos que consiguieran
entrar tendrían que abrirse camino a través de la guardia de Agarth hasta
llegar a los objetivos de la misión. Una vez que la estación estuviera
desactivada, tendrían que encontrar por sí solos el camino de vuelta, entre
los parámetros de la misión, su retirada se definió como un objetivo
opcional, como eufemísticamente se puso en el informe. Moritat era un
nombre joven para un castigo viejo. Pexx pensó que era apropiado. A pesar
de todas estas cavilaciones, no sentía ningún remordimiento. Desde la parte
fríamente racional de sí mismo, vio que el horror de su condición no nacía
del miedo a la muerte, sino de la desesperanza de que su muerte no
significara nada, esta pequeña comprensión le dio un punto de apoyo a la
cordura y, durante un tiempo, las visiones y la angustia disminuyeron.
Volvía a ser un guerrero, sellado en su pequeño mundo de ceramita,
esperando que comenzara una batalla digna. Dejó que su cuerpo se relajará
dentro de su armadura y que la vibración del motor del torpedo lo llevará a
un estado a medio camino de la locura.

Los retropropulsores se encendieron de golpe. Pexx se estrelló contra la


jaula de contención mientras su nave desaceleraba rápidamente. Se escuchó
el rugido de las matrices de fusión y del enorme impacto del torpedo en su
objetivo. La estremecedora penetración en el puesto de avanzada sacudió a
Pexx con fuerza. Se detuvieron violentamente, la puerta explotó hacia
afuera, los arneses se desprendieron y antes de que Pexx supiera lo que
estaba haciendo, se encontró en un pasillo brillantemente iluminado donde
el fuerte olor del vacío se mezclaba con el sellador de ferroespuma y el
metal caliente. Las serpentas volkitas gemelas que tenía en sus manos se
encendieron por sí solas, el par de alimentadores de plasma serpentearon
desde su mochila al calentarse. El traje poseía un sofisticado selector de
objetivos, que también se activó sin su intervención e inundó la placa de su
casco con un cúmulo de información. Los brillantes iconos superpuestos
sobre su visión competían con los pájaros negros que volaban e infestaban
su imaginación, ninguno de los dos lo dejaría tranquilo. Unos instantes
después, ya estaba matando de nuevo.

Agarth se había protegido bien, los puntos de defensa automatizados


custodiaban los pasillos de la estación, todas las partes de su interior
estaban cubiertas con unidades pictóricas y sensores más esotéricos. Los
servidores de combate complementaban las defensas fijas. Pexx se encontró
con estos primero, los destrozó antes de que pudieran abrir fuego contra él,
la guardia cénit ocupó sus lugares. Los guerreros que guarnecían la estación
eran una unidad de élite. Llevaban armaduras decoradas con atrevidos
emblemas en azul y rojo, y llevaban armamento de fabricación más
avanzada que la de sus homólogos, ahora muertos, a bordo de su luna natal.
A menudo, las unidades principales de las autocracias eran de élite sólo de
nombre, buenas para aterrorizar a los civiles y marchar en formación, pero
sus cacareadas habilidades demostraban ser insuficientes cuando se
probaban en combate. Pexx reflexionó que eran los soldados que defendían
los gobiernos populares, o los que tenían una fuerte ética nacional, los que
luchaban mejor, rara vez las herramientas de la opresión hacían un buen
espectáculo en el campo de batalla. Los hombres de Agarth eran mejores
que la mayoría, pero no tan buenos como otros. "Casi de élite" pensó,
mientras avanzaba hacia una tormenta de fuego. Los dardos rebotaban en el
frontal reforzado de su traje. Los impactos dobles de sus emparejadas
volkitas convirtieron a un hombre en vapor con olor a carne, dos de los
compañeros del soldado muerto echaron a correr.
La cobardía que mostraron y la valentía de los hombres que se quedaron
atrás no eran características de los guerreros con lavado de cerebro. "Por lo
que, en algún momento, habían tomado la decisión de venir aquí libremente
y dejar morir a sus familias" pensó Pexx. Mató a los que se habían
mantenido firmes. Sus armas repiquetearon mientras disparaban en
automático, los proyectiles de aguja rebotaron lejos de las superficies
curvas de su armadura Moritat y cesaron repentinamente con las muertes de
quienes los disparaban.

La Moritat era una modificación de la armadura modelo Cruzada. Era


lenta, pero tenía un mayor blindaje que la armadura estándar, ideal para
guerreros que esperaban resistir ellos solos las atenciones del enemigo, y
estaba forjada para permitirles hacer tanto daño como pudieran antes de
morir. Los sentidos automáticos mejorados le daban a Pexx una conciencia
situacional superior. Pexx pensó en estas y otras cosas para mantener su
mente ocupada y las visiones a raya, cuando se dejó llevar por la fuga
disociativa del combate, se alarmó al descubrir que sus horrores internos
también afectaban al mundo exterior. Los fantasmas de los gritos, que al
principio tomó por auténticos, atormentaban su receptor vox y, una vez,
cuando mató a un oficial de los hombres de Agarth, del pecho le salieron
pájaros negros graznando en lugar de sangre cuando este explotó. Prestó
atención a la naturaleza de las visiones de forma racional para distraerse.
¿La iconografía de la Legión influía en estas alucinaciones, o era algo más?
¿Las alucinaciones de un miembro de una tribu xérica serían diferentes a las
visiones de un lycaeano?

Las armas de Pexx emitieron vapor sobrecalentado al tiempo que entró en


un cruce de tres vías dispuesto como una Y horizontal. Residuos de
alquitrán y partes de cuerpos marcaban la muerte de trece guardias. El resto,
bajo la cobertura de las granadas de humo y cegadoras, se había retirado
hacia el centro de la estación, una pared de humo químico y arcos eléctricos
los ocultó a medias de los sistemas de su armadura. Se estaban retirando
para proteger a su amo. Pexx los dejó ir. Una bala no acabaría con la vida
de Agarth. De un manotazo se quitó los dardos que tintineaban en su pecho.
Tomó el pasaje de más a la izquierda con dirección a su objetivo, los
guardias cénit que huían estaban demasiado aterrorizados como para darse
cuenta de que no los estaba siguiendo. Los sucesivos tramos de escaleras y
los pequeños rellanos alejaron a Pexx del centro de la estación, un cartolito
en miniatura suspendido sobre su ojo derecho le decía exactamente dónde
estaba, pero sin él, habría sabido que estaba alejando, pues la temperatura
aumentaba medio grado con cada cincuenta metros que se acercaba al borde
de la estación. Ocasionales sonidos de lucha resonaban por los pasillos.
Poco después de la inserción, los Moritat se habían separado unos de otros,
en general, luchaban solos. Pexx estaba agradecido por ello, la miseria de la
marca azabache se vio agravada por su nuevo estatus, no quería
compartirlo.

Su casco tintineó. Estaba cerca de su objetivo. Un arma centinela montada


en la pared se giró hacia él, la destrozó y pasó a grandes zancadas por
encima de los chispeantes restos. El aumento de temperatura se aceleró,
ahora era medio grado por cada diez metros. Había una puerta en la pared a
su derecha. Allí los pasadizos eran estrechos para ahorrar espacio, aunque
seguían siendo altos para acomodar la atenuada forma de los carinaeanos.
Se giró de forma torpe. El volkite unido a su mano derecha se giró hacia un
lado para permitirle agarrar un interruptor giratorio anular colocado en la
pared. El mecanismo estaba diseñado para los largos dedos de un humano
nacido en baja gravedad y su mano enguantada no cabía. La pinzó con dos
dedos hasta que consiguió que girara, se abrió hacia atrás con un ruido
sordo y se hizo a un lado, un aire a alta presión salió de la habitación
abierta. Era abrasador y estaba viciado, la cámara no estaba conectada al
sistema de ventilación principal. Una plataforma, desde la que se veían los
grandes y resonantes mecanismos que había debajo, corría alrededor de las
tres paredes interiores de una habitación de dos pisos. Un campo de energía
de color rubí formaba la cuarta pared, que se cortaba en un ángulo
pronunciado y envolvía los alrededores de la maquinaria. Mas allá del
escudo, una larga veleta deflectora de radiación se extendía hacia el
espacio, el campo magnético que proyectaba chisporroteaba con auroras
artificiales. Y, aún más allá, el sol amurallaba el espacio. La estrella estaba
demasiado cerca como para dar alguna idea de su naturaleza esférica, y
aparecía como una hoja plana de fuego burbujeante, iluminaba la habitación
de un naranja intenso. No había lúmenes. Las células de carga de sus
volkites proyectaban extraños reflejos azules en los ángulos de las paredes,
Pexx se deslizó agradecido hacia las ensangrentadas sombras.

El campo de energía retenía la atmósfera y protegía de la temperatura,


pero aun así la habitación ardía con si fuera una parrilla de horno. El
funcionamiento de la armadura de Pexx alcanzó un punto álgido para evitar
que se cociera dentro de su armadura, allí donde el aire del pasillo se
filtraba en la habitación, al ser más frio, hacía que reluciera una furiosa
termo clima. La habitación tenía la sensación de ser un lugar al que los
hombres no iban a menudo. Pexx se acercó a la única consola de control
situada mirando al sol, en el centro de la plataforma, no se veía ningún
instrumento activo, salvo algunas luces rojas brillantes, los indicadores se
movían como soñadores inquietos. Los miró fijamente. El microvox silbaba
en sus oídos. Rara vez había estado tan solo como entonces, dio la
bienvenida a la soledad. El sol lo atraía de manera tentadora, y lo incitaba a
caminar hasta el borde de la cámara, a trepar a las máquinas y a saltar al
vacío y al fuego que allí había, dejaría de existir. Los cuervos que clamaban
en su cráneo se consumirían con él, sería libre. No más guerra, no más
muertes, una muerte fácil, y todo habría acabado. Dio un paso hacia
delante. Una mano apareció de la nada para agarrar su codo.

-No cedas a la marca azabache.


Un Moritat estaba de pie allí donde antes no había nadie. La mano
derecha de Pexx se levantó rápidamente hasta presionar su arma contra la
lente del ojo izquierdo del guerrero. Este no se movió.

-O me matas a mí o a ti mismo- añadió el guerrero.

Su armadura carecía de cualquier forma de identificación, y era tan negra


y brillante como las plumas de un cuervo. Pexx desactivó el arma y la
retiró.

-Un Maestro de la Sombra Moritat. No te falta ningún don- comentó


Pexx sardónicamente.
-¿Te lo tomas a la ligera?- observó el Maestro de la Sombra. -Eso es
bueno. Puede que sobrevivas a tu aflicción.
-¿Eres un experto de esta condición?
-Soy tan experto como cualquiera que afirme serlo- respondió el
Maestro de las Sombras.

Pexx experimentó emociones encontradas: el alivio de que podría mejorar


y una nueva ola de horror de que lo que había pasado pudiera suceder de
nuevo.

-A veces, debemos enfrentarnos a lo que somos para que no nos


volvamos locos- afirmó el guerrero.
-¿Quién eres?- le preguntó Pexx.
-Soy un amigo. Soy tu hermano.

Pexx se apartó, la mano del guerrero se deslizó de su brazo. Se volvió


hacia la consola y miró a su nuevo compañero.

-Yo me retiraría. Tan pronto como desactive esta maquinaria,


estaremos expuestos a toda la fuerza de esta estrella.
-Me quedaré aquí- le indicó el Maestro de las Sombras, con una nota de
triste humor en su voz, -para asegurarme de que tú no te quedas.
-Como quieras- aceptó Pexx.
La maquinaria era lo suficientemente simple como para que funcionara.
Apagó la veleta de radiación, tras lo cual los rechonchos estabilizadores
gravíticos se desplazaron a lo largo del casco hasta sus dársenas. Una
alarma le ladró. Las luces destellaron, pero se vieron debilitadas a causa del
sol, dejó su dedo suspendido sobre el botón que apagaría el campo.

-Desactívalo, y luego sígueme- le sugirió el Maestro de las Sombras. -Si


eres rápido, sobrevivirás.

El dedo de Pexx presionó el botón con decisión, el campo parpadeó, el


aire salió despedido de forma explosiva. La fuerza bruta del sol le llegó
como un golpe. Su armadura dejó escapar tantas advertencias que parecía
como si le estuviera gritando. El indicador de temperatura pasó del débil
ámbar al extremo de su rango de grado en un abrir y cerrar de ojos. Las
placas de ceramita crujieron ante la repentina dilatación.

-Fuera. Ya- ordenó el Maestro de las Sombras.

Agarró a Pexx y lo sacó de la habitación. La maquinaria explotó detrás de


ellos, las alarmas sonaron. Se produjeron incendios en los cables aislados.
Pexx fue arrojado al estrecho pasillo. Su armadura humeaba con la pintura
que se estaba evaporando, aunque no cambió de color; la metalocerámica
que había debajo se había quemado hasta tal punto que había quedado tan
negra como su librea. El Maestro de las Sombras intentó cerrar la puerta.
Pexx levantó la mano.

-Espera- le gritó por encima del aullido del aire que se escapaba. Disparó
un proyectil al interior de la habitación que destrozó la consola de control. -
Por si acaso- señaló. -Ciérrala ahora.

El Maestro de las Sombras giró la cerradura de la puerta, esta se cerró de


golpe. El vendaval de la descompresión cesó.

-Debemos alejarnos- le sugirió el Maestro de las Sombras. La pared del


pasillo estaba empezando a brillar. -Este lugar dejará de ser seguro en
unos minutos.
Pexx asintió. Su armadura se estaba enfriando, pero aún estaba caliente. El
olor de la protección corporal chamuscada le cosquilleaba en la nariz. Se
pusieron en marcha por el camino por donde habían venido. Gritos de
pánico llegaban hasta ellos por las escaleras del pasillo.

-Parece que tendremos que luchar para salir- indicó Pexx.


-Eso no es necesariamente algo malo para alguien de tu condición-
señaló el Maestro de las Sombras.

Lucharon codo con codo durante el resto de la misión. Pexx no le


preguntó al Maestro de las Sombras su nombre, y éste tampoco se lo dijo.
La estación tembló con las explosiones cuando otros objetivos clave fueron
destruidos o inhabilitados. Unos sutiles movimientos les indicaron que la
estrella estaba sacando al puesto de avanzada de su órbita, no tenían mucho
tiempo para escapar, pero no les llegaba ninguna orden de retirada.
Sabiendo que estaban condenados, la guardia de Agarth luchó
desesperadamente. Pocos de ellos volvieron a huir, no tenían adónde ir.
Murieron más Moritat, uniéndose a aquellos que no pudieron completar el
viaje desde la Tenebroso. El Maestro de las Sombras empuñaba un cañón
ciclador con una sola mano. Sus descargas atravesaban sus objetivos como
si fueran papel mojado y llenaban las paredes con agujeros, el gas y el agua
salían a chorros de los conductos rotos. Los fuegos ardían allí por donde
pasaban. Caminaron impávidos hacia lo peor del fuego de las armas
enemigas; el Maestro de las Sombras usando sus extrañas habilidades para
acechar al frente mientras Pexx actuaba como señuelo. Cientos cayeron ante
ellos.

-Son sorprendentemente numerosos- manifestó Pexx.


-Agarth ha descubierto lo que estamos haciendo y ha liberado toda la
fuerza de su ejército para cazarnos. Ahora es demasiado tarde para
eso.

Entre las tropas se encontraban asustados técnicos que apresuraban a


reparar el daño causado por el Moritat. Pexx y el Maestro de las Sombras
los mataron sin escrúpulos.
-La estación está más allá de toda reparación- afirmó el Maestro de las
Sombras, mientras abatía a un grupo de hombres con su cañón. Los dardos
de estos rebotaban en su armadura de batalla. -Pero no debemos darles la
oportunidad de intentarlo.
-No necesitas explicármelo. Tengo treinta años de experiencia en
combate- declaró Pexx, molesto por el tono del guerrero. -Luché junto a
Corax en Deliverance.
-¿Me estás diciendo que no tengo experiencia o que no luché en la
liberación?
-Lo que digo es que no necesito que me expliques el arte de la guerra-
puntualizó Pexx, enfatizando sus palabras con los disparos de sus volkites.

Las armas eran magníficas y mantenían una alta tasa de fuego sin
sobrecalentarse.

-Creo que puedes estar experimentando una remisión.


-¿Siempre hablas tanto? Pexx lanzó una granada de ocultación por el
pasillo. El guardia Cénit salió a trompicones del humo para ser abatido por
el Maestro de las Sombras.
-¡Así es!- dijo riendo el Maestro de las Sombras.
-Una característica lamentable para alguien como tú- indicó Pexx.
-Tal vez- admitió el Maestro de las Sombras.

Llegaron al tercero de los pasillos circulares que rodeaban la estación.


Ningún lugar quedó al margen del Moritat. Los lúmenes de emergencia
asumieron el papel de los sistemas de iluminación dañados. El humo corría
a lo largo de los techos en torrentes serpenteantes, las paredes estaban
desgarradas y escupían chispas. Los incendios ardían, los sistemas fallaban
en todas partes. Un mensaje vox de amplia difusión pidió atención. Pexx
escuchó.

++Retroceded a la bahía del hangar principal++ Quien hablaba era un


asesino llamado Kaedes Nex, reclutado de la 14ª Compañía para servir
como líder de la fuerza de ataque Moritat, en la medida en la alguien
pudiera servir para dirigir al Moritat. ++Hemos cumplido nuestra misión.
Asegurad un medio de transporte. Dejad una nave intacta, destruid el
resto++

Como las aves en una bandada, el Moritat alcanzó la máxima extensión de


su vuelo, dio la vuelta y se dirigió a reunirse con sus compañeros. El
pandemonio reinaba en los túneles de acceso al hangar, los carinaeanos
estaban convergiendo en el hangar mientras los séquitos de diferentes
señores buscaban asegurar el tránsito para salir de la estación antes de que
esta cayera al sol. Los miembros de la guardia Cénit luchaban entre sí y
contra el Moritat de la Guardia del Cuervo en su deseo de escapar. Pexx y el
Maestro de la Sombra se acercaron por un camino principal ahogado de
cadáveres. Había unos pocos nobles carinaeanos entre los muertos, cuyos
complicados tocados y sus abalorios señalaban quienes eran. Pexx se
detuvo al lado de uno. Sus ropas rojas estaban manchadas del carmesí de su
sangre y su rostro, de finos huesos, sangraba de color blanco. Yacía rodeado
por los cuerpos de sus soldados. Los bólter habían acabado con todos ellos.

-En la muerte, todos somos iguales- dijo mirando al cadáver. -Cuando ya


no hay movimiento ni determinación, todos los actos finalizan. Cuando
estamos muertos, la única distinción que tenemos es la que hicimos en
vida.
-Entonces murió de forma pobre- señaló el Maestro de la Sombra. -Ven.
Te marchas.

Se abrieron paso hasta el borde de su objetivo. Sólo había un hangar, pero


era de gran tamaño. El fuego de los bólter repiqueteaba alrededor de sus
cubiertas de mantenimiento y de aterrizaje. Cuatro de los cinco
transbordadores allí alojados ardían. Eran máquinas impresionantes, más
grandes que una cañonera de la Legión, con una capacidad de transporte
cercana a la de una nave de desembarco del Ejército Imperial. Los
emplazamientos de las armas tachonaban el casco y las rechonchas alas. La
Legión se había encargado de ellas. La única nave que quedaba estaba
cubierta por el brillo jabonoso de los escudos de energía. Tres Moritat
disparaban una variedad de armas desde la rampa abierta. Los guardias
cénit muertos alfombraban el suelo. Más entraron en el hangar para
reemplazar a los que habían muerto y tomaron posiciones de cobertura y
terreno más elevado para disparar a los marines espaciales. Se estaban
desesperando y ejercían fuerza allí donde antes se habrían contenido.
Intercambiaban dardos impulsados magnéticamente por proyectiles bólter.
Los proyectiles bólter tenían un mayor valor en términos de muerte.
Pexx y su compañero se arrastraron hasta un punto de entrada, uno de los
muchos que había en la periferia del hangar, y abatieron a una escuadra que
se refugiaba detrás de una plataforma de carga a pocos metros de su
posición. Creyó haber alcanzado a tres. El Maestro de las Sombras asesinó
al resto; su cañón de asalto hizo estallar a siete hombres en pedazos, que
cayeron sobre la cubierta y derramaron abundante sangre.

++Guardia del Cuervo, abordad la nave enemiga. Partimos de


inmediato++ habló Nex de nuevo.

Su fría voz no tenía capacidad para la misericordia. Cualquiera que no


estuviera en la nave cuando fuera a partir se quedaría atrás. Él no esperaría.

-Ahora- le indicó Pexx a su amigo sin nombre.

Corrió por el terreno abierto entre el transporte y la puerta del hangar sin
mirar si el Maestro de las Sombras lo seguía. Los dardos lo golpearon desde
varias direcciones. Unas pocas perforaron su ceramita con la precisión de
las agujas de un torturador al ensartar los sistemas vitales. El gas silbaba
por los agujeros. Las advertencias de los sistemas parpadearon en rojo en su
casco. El flujo de energía de su pierna izquierda se volvió irregular. Nueve
Moritat convergieron en el hangar, lo más probable es que no quedaran más
con vida, y se anunciaron a sus camaradas con ráfagas de datos y una
plétora de muertes tecnológicas a sus enemigos. Corrieron desde todas las
direcciones hacia el transbordador. De acuerdo con la pantalla de Pexx,
trece de ellos lograron sobrevivir al viaje y a la misión. Una tasa de
supervivencia del cuarenta y seis por ciento frente al cumplimiento de todos
los objetivos de la misión. Para la mayoría de las otras ramas de la Legión,
la cifra habría sido motivo de una acción punitiva contra los comandantes.
Para el Moritat había sido un éxito rotundo. Pexx subió por la rampa del
transbordador. Sus motores se encendieron al tiempo que entró cojeando a
bordo mientras su armadura rechinaba y, con el pie que arrastraba, apartaba
las delicadas praderas metálicas que formaban los dardos incrustados. Unas
manos lo arrastraron hacia el interior de la nave. Esta se estremeció con la
fuerza de sus primitivas unidades motrices. El resto del Moritat entró
corriendo. Abandonaron toda precaución y entraron en la nave con sus
mochilas tachonadas de brillantes dardos y sus sistemas expulsando gases.
Pexx vislumbró al guerrero con el que había compartido la batalla, que, de
algún modo, ya estaba a bordo, y le levantó una mano. El Mor Deythan bajó
su cabeza y luego se hundió en las sombras de un mamparo como una roca
negra que desaparece en el petróleo. A Pexx le pareció que algo no le
encajaba. Con una sensación de temor, se acercó al lugar donde el maestro
de las sombras había estado. Allí no había nadie.

-¡Hermano!- llamó al otro Guardia del Cuervo que estaba sentado en el


banco. -¿Conoces al guerrero que estaba aquí?- le preguntó.

El casco del hombre se inclinó hacia él.

-¿Qué guerrero?- preguntó este a su vez.


++Nos vamos, ya++ anunció Nex por el vox.

El rugido de los motores acabó con las preguntas de Pexx. No había más
Moritat en el hangar. Los tres que cubrían la rampa se dieron la vuelta y
entraron. Los guardias cénit abandonaron sus posiciones y corrieron hacia
la nave disparando imprudentemente hasta que las armas del casco del
transbordador abrieron fuego y los despedazaron en partículas. Lo último
que Pexx vio en el hangar fue a un hombre que se desvaneció en medio de
un destello de energía, luego la rampa se cerró y la nave subió el morro.
Hubo una pausa momentánea cuando dio un giro de 180 grados y voló las
puertas del hangar, luego un aumento de la temperatura y, por último, una
repugnante sensación debido a la repentina exposición a un campo de alta
gravedad. La nave se quejó lastimosamente debido a la subida de
temperatura a niveles mortales mientras sus secuestradores Moritat la
alejaban del sol. De repente, se encontraron a la sombra de la estación
moribunda y con el camino despejado, por lo que aceleraron rápidamente.
Ningún fuego de armas los molestó.
Pexx estaba exhausto, pero en paz. El sentido de la fatalidad lo había
abandonado. Su pesimismo había desaparecido. Se preguntaba si el Maestro
de las Sombras había sido real, o si había sido una manifestación de la
marca azabache. De cualquier manera, le ofreció al guerrero un silencioso
agradecimiento. Sin él, habría muerto por su propia mano. Pexx apoyó su
cabeza contra la pared interna del casco de la bahía de transporte y dejó que
el temblor de la nave lo adormeciera. Ningún cuervo oscureció sus sueños.
Dieciocho
la venganza del salvador

Toda la fuerza legionaria estaba dispuesta alrededor de la Salvador en la


Sombra para dar testimonio de la sentencia del primarca sobre el
Archicontrolador Agarth, Corvus Corax meditaba en el trono de mando. La
tripulación se dedicaba a su trabajo en silencio bajo la deslumbrante mirada
del sol carinaeano, las compuertas del oculus estaban abiertas y el cristal
blindado reactivo se había vuelto prácticamente opaco para proteger la
cubierta de la perjudicial radiación. El sol ocupaba la mayor parte de la
vista y sólo una negra y delgada línea curva, que se retorcía a causa de los
destellos coronales, insinuaba el vacío que había más allá. El hecho de
retirar las compuertas del oculus presentaba muchos peligros, ka Salvador
en la Sombra estaba muy cerca de la estrella, la cual cegaba a los ojos
humanos y los sistemas mecánicos que albergaba la nave. Sin los metros de
blindaje que proporcionaban las compuertas, la cubierta de mando era
vulnerable a los ataques suicidas de las naves enemigas o al armamento de
gran alcance de las ciudades flotantes. Pero Corax quería mirar.

El puesto de avanzada estaba cayendo al sol. Con los impulsores de


gravedad y los motores desactivados, la estrella carinaeana ejercía su
innegable atracción sobre la masa de la estación. Desde la perspectiva de
Corax, el puesto de avanzada parecía una silueta negra que caía lentamente,
casi con gracia, hacia el mar de fuego, pero el primarca veía a través de la
ilusión óptica. La estación viajaba a gran velocidad y aceleraba
rápidamente, sólo la distancia que debía recorrer y la relativa inmensidad
del sol le otorgaban su aparente dignidad. Dentro de una esfera de
proyección hololítica flotaba un modelo hilado por luz, Corax había
colocado el dispositivo en una visión térmica, por lo que mostraba la órbita
moribunda como un patrón entremezclado de blancos, naranjas y, en la
superficie que apuntaba en dirección opuesta al sol, un tenue rastro de rojo
frío.

Solo se oía el parloteo de una voz, la de Agarth, retransmitida por el vox


al puente y enviada a las restantes ciudades por el personal de
comunicaciones de la Salvador en la Sombra. Habían pasado casi cuatro
horas desde que el Moritat había vuelto a la Tenebroso, cuatro horas de
pomposas declamaciones de la soberanía de las Mil Lunas y vociferantes
denuncias contra Imperio. Mientras tanto, la temperatura a bordo de la
estación aumentó. Durante breves períodos, Agarth permanecía en silencio,
pero luego su ira o su miedo se apoderaban de él y comenzaba de nuevo,
Corax ordenó que nadie respondiera. Del mismo modo, las múltiples
peticiones de audiencia remota enviadas por el Almirante Fenc quedaron
sin respuesta, primero se debía concluir el asunto de Agarth.

Una segunda bola hololítica más grande mostraba la batalla en curso


contra las mil ciudades restantes llevada a cabo por Fenc. Los mundos en
miniatura se habían organizado en una admirable defensa en profundidad, la
armada de la Cofradía salía de esta compleja, y siempre cambiante,
fortaleza y asestaba demoledores golpes contra la Vigésimo Séptima Flota
Expedicionaria, incluso mientras nadaba entre los constantes bombardeos.
Las fuerzas del Ejército Imperial, incluyendo las aliadas therionas de la
Guardia del Cuervo, fueron tomando las ciudades una por una, pero a lo
largo de las semanas el número de vidas y naves fue alto. Algunos de los
oficiales del primarca estaban descontentos con su forma de llevar la
guerra, todos los de Fenc lo estaban, pero Corax estaba decidido. La justicia
debía ser lo primero. Observó el despliegue estratégico mientras el
marcador de una nave parpadeaba y su etiqueta de datos se volvía roja,
parpadeaba y, por último, se desvanecía. Volvió la vista hacia la estación
que caía. Algunos de los escudos de la estación permanecían activos. Un
velo brumoso de partículas energéticas fluía hacia arriba a su alrededor, lo
que pintaba el viento solar con colores vivos. Había una belleza en esta
muerte que Agarth no merecía.
-¿Tiempo para la destrucción de la estación?- solicitó Corax en voz baja.
Sus palabras atravesaron la furiosa retórica de Agarth como un bisturí láser.
-Doce minutos, mi señor- respondió el oficial de guardia del augur. -El
último de sus escudos térmicos está fallando.

Una llama amarilla comenzó a elevarse desde la estación, apenas visible


contra los grandes fuegos del sol. Cuando la estación empezó a
despedazarse, también lo hizo su amo. El discurso de Agarth cambió de
repente.

++¡Por favor!++ suplicó, con la voz distorsionada por el poderoso rugido


electromagnético del sol. ++Por favor, entiendo que lo que hice estuvo
mal, debería haberos escuchado. Debería haberle prestado a vuestra
propuesta la atención que merecía. Si me rescatáis, os prometo que
volveremos a las negociaciones, puedo hablar con los otros señores de las
Mil Lunas. La Cofradía ha visto vuestro poderío, mi señor. Podemos
llegar a un acuerdo. ¡Puedo ser un poderoso aliado!++

Continuó así durante unos minutos, sin parar incluso cuando, al fondo,
comenzaron a oírse los gritos de los hombres. La estación brillaba tanto en
la imagen térmica que su forma se perdió. A través del oculus resultaba
difícil de ver, ya que el color del casco estaba cambiando para coincidir con
el del sol.

-Es el momento- anunció Corax. Se levantó de su trono y ordenó que se


activara el hololito. -Archicontrolador Agarth- comenzó, -no le juzgo
como conquistador, sino como cualquier hombre debería juzgar a los
tiranos dondequiera que se encuentren.

-¡Por favor, escuchadme!- Agarth intentó responder, pero la voz de Corax


aplastó las palabras del Archicontrolador hasta hacerlas desaparecer.

-Cuando llegamos aquí, fue uno de los que más defendían el derecho de
este sistema a gobernarse a sí mismo. En apoyo de sus argumentos, citó
la defensa del pueblo contra la tiranía exterior como suprema en sus
deberes como líder. Y, sin embargo, cuando se enfrentó a una derrota
militar segura, en lugar de rendirse y salvar las vidas de aquellos que
estaba obligado a salvaguardar, destruyó sus mentes y los convirtió en
criaturas irracionales para simplemente detener el avance de mis
guerreros. Asesinó a cientos de miles de personas para evitar su
muerte, y sin embargo, aquí estamos. Su fin era inevitable. Está
muriendo, Archicontrolador. A medida que la temperatura se eleve en
su refugio, y su carne se ase en sus huesos, verá el por qué de todo esto.

-El Emperador de la Humanidad envió su cruzada para salvar a la


humanidad de criaturas como usted. Usted, al menos, será consciente
del destino que le aguarda, a diferencia de las pobres almas que
condenó a un hambre sin sentido para salvar su inútil vida. Este juicio
de fuego lo pronuncio sobre usted, Archicontrolador Agarth. Prometí
que la mía sería la última cara que viera, así ha sido, y así será para
todos los opresores que mueran por mi mano.

-¡Maldito seas! ¡Maldito seas tú y tu Emperador! Te maldigo por


siempre. ¿Por qué debemos ser esclavos cuando ya somos
emperadores? ¿Por qué debería…? ¿Por qué…? Agarth emitió un
sonido ahogado y empezó a gritar.

-Revela sus verdaderos motivos, como todos los hombres cuando se


enfrentan a la muerte- sentenció Corax. -Adiós, Archicontrolador.

Agarth gritó durante un minuto entero. El canal gruñía por la interferencia


estelar, pero su grito siguió siendo audible hasta que, con un patético
destello de fuego amarillo no más grande que el de una vela, la estación
ardió.

-Está hecho- sentenció Corax.


Su tripulación lo miró.
-Ordenad a la Legión que se aleje del sol. Avisad al Almirante Fenc e
informadle que la Guardia del Cuervo se unirá a la batalla. Enviad
mensajes sin cifrar. Transmitid los últimos tres minutos de Agarth en
un bucle constante por todo el sistema. Todos estos pequeños señores
lamentarán el día en que rechazaron la generosidad del Emperador.
El océano ardiente que era el sol se movió mientras la proa de la Salvador
en la Sombra giraba con una velocidad cada vez mayor y reemplazaba el
fuego naranja por un vacío negro como la tinta.

-Hacedles saber que estoy de camino.


Diecinueve
el gambito de belthann

Tensat acechaba entre la multitud. La Guardia del Cuervo no eran los


únicos en el subsistema con habilidades de infiltración, el compacto
omnispex que llevaba en su bolsillo lo delataría si le daban el alto, pero no
lo harían. Escondía el peso del dispositivo con un encorvamiento y una
cojera que sugerían una vieja lesión industrial, había muchos trabajadores
por turnos entre la multitud con auténticas discapacidades, se parecía a
cualquier otro. Aquella tarde había que mantener dos tradiciones, una nueva
y otra antigua, que cerraban el ciclo de las doce semanas de la Salvación. A
la decimotercera campanada del reloj, tal y como lo estipulaban los
kiavahranos, un representante de los gremios saldría al balcón de mármol de
la Antigua Casa del Gremio para dar la tradicional bendición de la
Tecnocracia. Esa era la tradición. Después de un breve y seco discurso,
pondría su mejor sonrisa falsa y renovaría los juramentos de lealtad de
Kiavahr al Mechanicum y al Emperador.

"El precio a pagar por la influencia" pensó Tensat. A pesar de todas sus
quejas y su subordinación al Mechanicum, los tecnogremios seguían siendo
poderosos. Tensat tenía sentimientos encontrados acerca de la ceremonia, al
pertenecer él mismo a un tecnogremio de rango medio, le dolía ver a su
gente rebajada de esa manera, pero hacía todo lo posible por ocultarlo, pues
Tensat era un hombre honorable, y las historias que le enseñaron en la
scholam de la luna prisión de Lycaean le habían helado la sangre. Los
tecnogremios se merecían lo que tenían. Personalmente, sentía que no
merecían sufrir por los agravios de sus antepasados, pero eso era lo que los
lycaeanos habían soportado antes de la llegada del primarca, de cierta
forma, se había impartido justicia. La vida no puede ser perfecta. Las
soluciones invariablemente engendraban nuevos problemas, los buenos
hombres nunca eran tan buenos como decían. La vida continuó y él estaba
decidido a preservar la paz. Sin embargo, en sus más íntimos pensamientos,
era escéptico de la Gran Cruzada. Pantomimas como esta no ayudaban.

++Concéntrese++

El chirrido mecánico del procurador emanó de un microvox


profundamente enterrado en su oído.

++Lo estoy++ subvocalizó. ++Este soy yo concentrado++


++Sus ondas cerebrales sugieren lo contrario++
++Hay gente que me llamaría traidor por hablar contigo++ indicó Tensat.
++Hay otras personas que le llamarían traidor por desafiar a estos
asesinos++ objetó el procurador. ++Todos debemos elegir nuestro
bando++
++Estamos todos en el mismo bando, ¿no?++
++¡Concéntrese!++ repitió el procurador con brusquedad.
Tensat sonrió.

El pronóstico de lluvia no disuadió a la gran multitud reunida en la plaza


preparada para la ceremonia, la fuerte presencia de seguridad de los
ejecutores y el ejército del procurador Mechanicum disipó los temores de
que se repitiera el atentado del Día de la Salvación. El engaño de Tensat
había consistido en hacer que la seguridad pareciera lo suficientemente laxa
como para tentar a los terroristas, sin que pareciera que lo era de forma
deliberada. Fue un difícil equilibrio que mantuvo a Tensat despierto durante
una semana, y sus nervios todavía estaban tensos, mantenía la mirada hacia
el frente, tratando de no mirar todos los posibles nidos de francotiradores
que había identificado alrededor de la Antigua Casa del Gremio era todo un
reto. El reloj de la casa del gremio avanzó hacia la decimotercera hora.
Figuras mecánicas salían de las puertas de plastiacero a ambos lados de su
cara, eran dispositivos maravillosos que se forjaron en una gran era, pero a
Tensat le recordaban los aterradores cuentos populares que su padre le había
contado sobre los días de la Edad Oscura, cuando los esclavos de la
humanidad se volvieron contra ellos.

Echando la mirada atrás, Tensat pensó que su padre había disfrutado


asustándolo. Una fanfarria anunció al representante del gremio. Salió al
balcón a una velocidad que probablemente pensaría que era regia, pero
Tensat pensó que lo hacía parecer tembloroso. Lanzó un saludo y una
sonrisa a la multitud, hubo algunos vítores no muy entusiastas, a la mayoría
de la gente no le importaba el discurso y estaban esperando las tradicionales
limosnas que daban al final de la ceremonia. Tensat no podía culparlos.

-No salgas más- murmuró Tensat en voz baja.


El representante se había acercado demasiado al borde del balcón y se
estaba inclinando para saludar a más de su supuestamente adulador público.
Se suponía que debía quedarse cerca de la parte de atrás.

++¿Por qué está agitado?++ le preguntó el procurador.


++Se lo está poniendo fácil++ subvocalizó Tensat. ++Mi plan ideal de este
día es: un representante vivo y un rebelde muerto++

-¡Mis queridos conciudadanos- comenzó el representante, -hace treinta y


dos años que el Emperador llegó aquí y el gran salvador, Corvus
Corax, trajo la libertad a toda nuestra gente del antiguo orden.

Se oyó una ovación desigual. El proletariado tenía poca educación, pero


algunos de ellos eran conscientes de lo poco que habían cambiado las cosas
y se atrevían a mirar, con desesperación en el mejor de los casos, a quien
seguía en el poder a pesar de los ideales del primarca. La lluvia empezó a
caer.

-El pueblo de Kiavahr y de Deliverance están unidos como parte del


gran Imperio del Hombre, es un privilegio para mí aparecer aquí hoy
como vuestro representante del gremio para conmemorar esta ocasión
trascendental en nuestra historia. Se acabaron las injusticias del
pasado, juntos esperamos un futuro glorioso y en común dentro del
Imperio, y en asociación con nuestros amigos del Mechanicum de
Marte. Los siglos han dado a la humanidad muchas tragedias que
superar...

Más tarde, Tensat reflexionaría que la asesina tenía un enfermizo sentido


del humor al cronometrar su disparo con aquel momento. Un único
chasquido perturbó el aire. El representante del gremio se vio envuelto en el
destello de luz de un campo refractor, no le sirvió de mucho. Cayó muerto
con un limpio agujero en la frente. Las tropas armadas del gremio salieron
de sus escondites y comenzaron a disparar contra cualquier cosa que les
llamara la atención. Murieron personas inocentes, la multitud se dispersó.
Tensat soltó unas cuantas maldiciones.

++¡Aquí Tensat! ¡Dejad de disparar a la multitud!++ ordenó por vox


abiertamente.

Abandonó su disfraz y puso su hombro contra el flujo de gente. Se


mantuvo firme mientras los trabajadores que huían se abalanzaban sobre él
y hacía un gesto de dolor con cada uno de los moretones que tendría
mañana.

-¡Han usado un perforador de escudos! ¿De dónde lo han sacado, quién


diablos son estas personas?- gritó Tensat.

Sacó su omnispex. Las lecturas le señalaron un edificio a medio kilómetro


de distancia. Miró a su alrededor de forma violenta, buscando la ubicación
del tirador.

++Tengo la ubicación del asesino, si le es de utilidad++ le informó el


procurador.
++Dámela++ le solicitó Tensat.

Se dio la vuelta y se unió al flujo de gente que corría hacia los transportes
de los ejecutores que se movían hacia la plaza.

++Está huyendo hacia el oeste por el Camino de la Recatalogación en un


vehículo terrestre++ le comunicó el procurador.
Tensat sacó su placa y corrió hacia un policía de bajo rango montado en
una moto gravítica que estaba descendiendo hacia el nivel del suelo.

-Voy a necesitar esto- le avisó mientras prácticamente tiraba al hombre de


su asiento.

Ejecutores con armadura salieron como una tromba de los vehículos. Por
temor a alertar al asesino, Tensat no les había dicho nada acerca de la
verdadera naturaleza de la operación, y ya se encontraban cargando de
manera ineficaz, arrestando gente al azar, irrumpiendo en edificios y
subiendo escaleras arriba, sin saber que el asesino ya se había ido. Tenía
que actuar ahora. En unos instantes llegarían las fuerzas de Mechanicum
para sumar su potencia de fuego y su incomprensión a la de las tropas del
gremio y los ejecutores, con todas las discusiones sobre jurisdicción y
responsabilidad que eso implicara. Tensat pisó el acelerador, puso el motor
de gravedad a máxima repulsión y se elevó hacia el cielo, la repentina
aceleración lo aplastó contra el asiento acolchado.

++Muéstrame una ruta directa al asesino, procurador++ gritó Tensat por


encima del rugido del viento.

La pantalla de imágenes incrustada en el carenado de la motocicleta


parpadeó y, mediante alguna brujería tecnológica que utilizó el procurador
mecánico, esta le mostró a Tensat un cartografo. Un palpitante punto rojo
recorría las líneas de las calles mientras esquivaba peligrosamente el lento
tráfico. Tensat ladeó la motocicleta. El poderoso repulsor la aceleró a varios
cientos de kilómetros por hora, se zambulló entre los cañones de metal de la
superficie de Kiavhar, cuya contaminada lluvia le hacía que le picasen los
ojos mientras buscaba el coche del asesino. Estuvo a punto de rebasarlo
cuando el coche giró violentamente hacia una calle lateral. Durante un
breve instante vio una figura que saltaba del compartimento de conductor y
se alejaba corriendo. Ahora la lluvia caía con fuerza y empapaba el disfraz
de Tensat con agua con olor a metal. Su piel cosquilleaba y le ardían los
ojos al contacto con el aguacero tóxico, debía de buscar refugio. Puso la
motocicleta gravítica en reversa y se aferró para evitar verse arrojado por
encima de la columna de control. La motocicleta se rebeló ante la repentina
desaceleración, lo que le obligó a luchar con fuerza para hacerla girar, las
aletas estabilizadoras rastrillaron la fachada de un bloque de viviendas, y la
máquina rodó hacia la izquierda, pero para entonces ya estaba frenando.
Dio la vuelta mientras descendía, pulsó el botón del tren de aterrizaje y dejó
la nave junto al vehículo de tierra.

Grasientas gotas de lluvia caían sobre su cabello. Las pocas personas que
había la calle se apresuraban hacia los salientes de los edificios para escapar
de la lluvia. El hedor químico le quemó la garganta mientras corría.

++¿Todavía le tienes?++ preguntó.


++Una puerta al sótano de un silo, a doscientos metros de tu posición++

Tensat corrió. Los charcos crecieron rápidamente bajo la lluvia. El


rococemento estaba resbaladizo. Sacó su arma y, al verla, hizo que la gente
que se refugiaba a lo largo de los bordes del callejón retroceder. El asesino
había dejado la puerta abierta. Redujo la velocidad y empuñó su arma con
las dos manos. Se movió rápidamente hacia la puerta y la atravesó, con el
arma en alto para cubrir ambos lados que barrió de izquierda a derecha,
pese a que sabía muy bien que, si el asesino esperaba en el lado equivocado,
su decisión de no hacerlo a la inversa lo llevaría a la muerte. Nada. Un
pasillo en pendiente descendía abruptamente debajo del silo. Rechonchos
depósitos de sustancias químicas se cernían por encima, estrechamente
alineados e imponentes.

++¿Dónde está Belthann?++


++Está de camino++ le respondió el procurador mecánico.

Tensat se agachó y escudriñó el cielo. Las nubes sucias se frotaban las


unas contra las otras.

++No veo nada++


++Me dijo que pronto estaría con usted++
++¡Llega muy tarde! Nunca debimos haberle escuchado. Esto fue una
mala idea++ replicó Tensat. Hizo una pausa. La lluvia tamborileaba sobre
su abrigo. ++Voy a ir tras él++
++Le aconsejo que espere++ le exhortó el procurador.
++Si tú estuvieras aquí, podrías tomar esa decisión. Pero no es así++

Tensat corrió hacia el túnel, con el arma delante de él y el corazón


latiendo con fuerza. El túnel descendía rápidamente y volvía sobre sí mismo
en una serie de curvas a las que Tensat se acercaba con precaución
adrenalínica. Allí las luces parpadeaban, la energía no era constante. Se
dirigía al subsuelo de la ciudad, un lugar que los ejecutores dejaban fuera
durante los barridos de purificación. Solo, corría peligro.

++Ejecutor Tensat++ la voz del procurador mecánico le zumbó en sus


oídos. ++Estoy perdiendo su rastro. Está participando en una peligrosa
toma de decisiones. Deténgase y espere refuerzos. Belthann está en
camino. Déjele que detenga al sospechoso++
++¡Ahora no!++ jadeó Tensal.

La voz del procurador se quebró mientras se adentraba aún más en el


subsuelo, dobló otra esquina. De repente, se encontró a una mujer de frente.
Era un poco más joven que él, con el pelo mal cortado y un rostro de un
tipo que él encontraba atractivo. Se miraron el uno al otro en estado de
shock por un instante, hasta que ella le disparó. Él se agachó, ella falló y
salió corriendo. Tensat la siguió. El pasillo desembocó en un gran espacio
de techo bajo lleno de pistones de apoyo para la ciudad que había encima,
era un buen lugar para una emboscada. La asesina se escabulló entre los
soportes. Tensat disparó tres veces, lo que causó que las descargas láser
dejaran agujeros fundidos en el metal. La mujer llegó hasta la pared y se
deslizó hacia la derecha para irrumpir con fuerza a través de una puerta de
chapa de plastiacero que golpeó con estruendo la polvorienta pared de
rococemento. Tensat hizo otro disparo. El pulso láser iluminó la oscuridad
con un parpadeante resplandor rubí que se imprimió en su retina,
deslumbrado, estuvo a punto de perder la abertura de la puerta, pero tropezó
con la cabeza de un corto tramo de escaleras. El disparo de una bala de
respuesta subió silbando por la escalera e hizo saltar el polvo de la pared. Si
la mujer se hubiera detenido en ese momento, podría haberle disparado una
segunda vez antes de él que se recuperara, pero, para fortuna de Tensat, esta
se puso de nuevo en marcha. El ruido de sus botas se alejó pasillo abajo
hasta la base de una escalera, cuyo tramo de escalones bajó de un salto.
Tensat avanzó rápidamente pero no corrió. Mantuvo su arma en alto.
Estaban en los límites del subsuelo de la ciudad, no había electricidad en
esa zona. El pasillo estaba iluminado por moribundos paneles de
biolúmenes en los que las bacterias que había en sus interiores morían de
hambre por la falta del reemplazo de nutrientes. Varios de ellos eran
resplandores llenos de manchas que sólo se iluminaban a sí mismos, el resto
emitía una luz verde fúngica más propia de los suelos de los primitivos
bosques. El pasillo al pie de la escalera era corto. La segunda escalera era
más larga que la primera, Tensat bajó por ella. Sus pies crujieron sobre la
gravilla caída de las paredes podridas. Un limo negro crecía en el centro de
las manchas de agua que salpicaban el gris rococemento. Hacía cada vez
más calor. Caminó tan silenciosamente como pudo, temiendo que el
retumbar de su corazón y sus respiraciones entrecortadas lo delataran, ya no
podía oírla correr, o la mujer lo había dejado atrás o lo estaba esperando.

El último peldaño, lo bajó lentamente, con el arma lista. El camino frente a


él era recto y aún menos iluminado que el pasillo de arriba. La pared se
había derrumbado y los escombros estaban sobre el pasillo y, por lo que
parecía, desde hacía mucho tiempo. Tensat se aplastó contra la pared y se
deslizó hacia la pila de trozos de rocecemento.

"Ahora" pensó.

Se arrojó al otro lado del pasillo. Una bala le afeitó la mejilla. Tensat
devolvió el fuego antes de que golpeara la pared opuesta. Una vez más, los
rastros de la luz láser rastrillaron su visión. Golpeó la pared, se dejó rebotar
en ella y cayó al pie de un abanico de escombros con el que se cubrió.
Mantuvo su arma apuntando al pasillo, su corazón martilleaba con más
fuerza que nunca, si la mujer tenía una granada, estaba muerto. Su
microvox crepito. El fantasma de la voz del procurador le siseó, pero sus
palabras eran ininteligibles, el rococemento debía ser grueso para bloquear
las comunicaciones del Mechanicum, se había adentrado más
profundamente de lo que pensaba. Después de cuatro minutos, se cansó de
estar tendido sobre el suelo y se levantó, nadie le disparó. Tensat pasó por
encima los escombros. Una oscura forma yacía en la penumbra que había
más adelante, allí donde el pasillo se abría a una ancha tubería, una vez
hubo una pesada puerta que había separado la tubería del pasillo, pero sólo
el borde seguía en su sitio. El panel de control para operarla era un agujero
oxidado del que brotaban cables que el polvo los había vuelto todos del
mismo color. La mujer yacía en la intersección, una línea de humo salía en
espiral de una herida en su pecho, le había disparado justo en el corazón.

-No te muevas- le advirtió por si acaso. Le dio una patada en el pie. Todo
signo de vida había desaparecido.
++Tengo a nuestro asesino++ informó por vox. La respuesta fue un
torrente entrecortado de palabras. ++¿Procurador?++

Se agachó para registrar los bolsillos. Nada, ninguna identificación. Tenía


la sospecha de que los tatuajes de identificación ciudadana faltarían o serían
falsos.

-Un fantasma- dijo para sí. -¿Para quién trabajas?


-Para mí- dijo una voz entre las sombras.

La boca de una pistola, fría en el cálido ambiente de la ciudad, presionó la


sien de Tensat.

-Suelta el arma. Nadie tiene por qué morir, y menos tú.

Tensat levantó las manos lentamente, dejó caer su arma, esta giró sobre el
seguro del gatillo y cayó al suelo. Un pie la alejó de una patada. Tensat miró
de reojo, pero no pudo ver quién le apuntaba, había una mano que sostenía
el arma, blanca a causa de la vida subterránea. Era grande. El resto del
hombre se perdía en la oscuridad.

-No estoy solo- le advirtió Tensat. -Ya están llegando los otros.
-Cuento con ello- le aseguró el hombre. -Eres muy valiente viniendo aquí
por tu cuenta. ¿Sientes que has cumplido con tu deber, ejecutor?

Tensat hizo una mueca.


-Cuando un asesino que acecha en la oscuridad se relaciona contigo de
esta manera, nunca es por lo agradable de la charla- manifestó.
-¿En serio?- inquirió el hombre.

El arma presionó ligeramente con más fuerza la cabeza de Tensat, este


sintió cómo el metal rozaba el hueso de su cráneo a través de la fina piel de
su sien.

-Sí, en serio- le aseguró Tensat. -La razón habitual de este tipo de


discurso de alguien como tú es la de regodearse y ejercer el poder antes
de matar. La esperanza y la desesperación sazonan el placer del
asesinato, este es tu preludio. Puedes guardarlo para alguien a quien le
importe una mierda.

-¿Crees que voy a matarte?


-Yo diría que es el resultado más probable-
sostuvo Tensat, sorprendido por lo poco que temía a la muerte. -Tal vez me
den una medalla póstuma.
-Mientras tanto, estás ganando tiempo- indicó el hombre.
-Así es- corroboró Tensat. -No puedes culparme por intentarlo, aunque,
en muchas de estas situaciones, no sirve de nada.
-Tal vez sí en la tuya- le señaló el hombre.

Los legionarios aparecieron desde ambas direcciones de la tubería de


drenaje con Belthann a la cabeza. Sus tamaños por sí solo deberían haber
hecho que su llegada fuera obvia, pero se las arreglaron para acercarse sin
ser vistos, incluso con sus enormes armaduras de batalla. A pesar de su
cinismo, Tensat no pudo evitar sentirse impresionado.

-Hola, Belthann- saludó la voz.

Una docena de armas apuntaron a la ubicación de quien había hablado. A su


lado, Tensat tenía la suficiente fe en la destreza de las Legiones Astartes
como para que pudieran darle al hombre y no a él.

-¿Te acuerdas de mí?- le preguntó el hombre.


-Errin- nombró Belthann. -Me acuerdo de ti. Deja que el ejecutor se
vaya.
-Me reconoces. Errin estaba realmente complacido. -Pensé que no lo
harías, aunque luchamos juntos durante bastante tiempo. Retiró su
arma de la cabeza de Tensat. -Vete, ejecutor. Ya no te necesito. Tan solo
recuerda que te equivocaste, no quería matarte.

Tensat se frotó la cabeza y se acercó a Belthann. Tenía pegado un residuo


de aceite del arma en el rostro.

-¿Lo conoces?- le preguntó.

Miró hacia la tubería. Seguía sin podía ver a su captor, aunque estaba
bastante seguro de que lo estaba mirando directamente.

-Una vez fue amigo mío, hace mucho tiempo. Sal, Errin. No hay ningún
lugar a donde puedas escapar- avisó Belthann con una voz que sonó
inhumana tras las firmes rejillas de su casco.
-¿Quién dice que quiero escapar?

Las sombras exhalaron y de ellas salió un hombre alto que sonría a


Belthann con amabilidad. A causa del calor del subsuelo llevaba una túnica
de manga corta, lo que revelaba unos brazos hinchados por el crecimiento
muscular estimulado. A pesar de su presencia física, no era nada comparado
con los legionarios. Aparentaba al menos sesenta años, pues los rasguños y
el desgaste de una dura vida se sumaban a su edad, su cabello ralo estaba
afeitado hasta convertirse en una fina capa gris, las patas de gallo arañaban
las esquinas de sus ojos. Las cicatrices en su rostro hablaban de viejas
guerras.

-Los años han sido más amables contigo que conmigo- observó.

La sonrisa de Errin era una expresión enfermiza, mitad depredadora, mitad


desesperada.

-¿Tú estabas detrás de todo esto?- le preguntó Belthann.


-Así es. Extendió los brazos con las muñecas juntas. -Soy los Hijos de
Deliverance. He asesinado una docena de miembros de los gremios.
Planeé el atentado del desfile del Día del Salvador. Ordené el asesinato
del representante del gremio. Confieso todos estos crímenes, Belthann.
Volvió a sonreír. -Será mejor que me arrestes.
Veinte
viejos amigos

La mermada Vigésimo Séptima Flota Expedicionaria regresó a Kiavhar


bajo el mando de Corax, sin celebración alguna, sus naves se dirigieron a
los muelles del planeta. Las naves tenían marcas de una dura lucha. Su
número se redujo, y los regimientos transportados a bordo de los transportes
que los acompañaban tenían muchos huecos en sus filas. Los altos
estrategos calcularon el precio de la venganza de Corax en unas ochenta y
siete mil vidas perdidas, se decía, abierta y airadamente en algunos sectores,
que el primarca había descuidado su deber. Hubo rumores sobre lo sucedido
en Carinae, pero no llegaron muy lejos, las autoridades terranas
consideraron las decisiones de Corax durante el cumplimiento lo
suficientemente lamentables como para silenciarlos. No se publicaron los
informes de los rememoradores más allá de los datos más insignificantes
que registraban la integración de la Cofradía en el Imperio. A los
regimientos enviados a guarnecer de las Mil Ciudades se les informó poco
acerca de su toma, la falta de noticias no era inusual. La Guardia del Cuervo
a menudo operaba en las sombras, a Corvus Corax no le importaba mucho
el reconocimiento, para él la realización de la tarea era suficiente
recompensa, pero en este caso el silencio que rodeaba la campaña se generó
a propósito.

A los primarcas no se les debería ver cometiendo errores, Corax se hundió


en la meditación y habló poco con sus hijos. Sólo los hermanos Agapito y
Branne Nev intentaron discutir acerca del reciente acatamiento, hasta que
Corax los llamó a sus aposentos personales en la Torre del Cuervo, y
salieron más sumisos. Después de eso, lo dejaron tranquilo. Sin duda, el
Emperador conocía el comportamiento de su hijo, qué es lo que pensaba al
respecto, nadie podía adivinarlo.
El elevador zumbó rápidamente a través de los múltiples niveles de la
fortaleza de la Guardia del Cuervo. Deliverance era pequeña y su masa
también, pero después de parecer una pluma bajo la gravedad de las Mil
Lunas, Corax se sintió abrumado por su propio ser. Los engranajes sin
fricción zumbaron con un tono cada vez más profundo, los frenos
magnéticos ralentizaban el elevador, la pantalla informativa mostraba un
número bajo. No estaban lejos del Nivel Rojo, el lugar donde, en tiempos
más oscuros, los guardianes de Lycaeus habían atormentado a sus
prisioneros. Corax miró la parte posterior de la cabeza de Belthann. Se
preguntó por un momento si sus hijos serían lo suficientemente díscolos
para emplear ese temible piso de la Torre del Cuervo a pesar de su
prohibición, pero el ascensor disminuyó su velocidad para detenerse cinco
niveles más arriba y las puertas se abrieron.

-Por aquí, mi señor- le señaló Belthann.


-¿Se dejó capturar?- quiso confirmar Corax.
-Así es. Belthann pensó un momento antes de continuar, inseguro del estado
de ánimo de Corax. -Mi señor, ¿puedo hablarle abiertamente?
-Cualquiera de mis hijos puede- indicó Corax sin emoción alguna.

Belthann no estaba seguro de si eso significaba que era seguro proceder o


no, decidió que debía hacerlo.

-Le está dando a Errin lo que quiere, mi señor, ha estado esperando


estos dos meses para hablar con usted.
-Ciertamente- le confirmó Corax. -Pero cualquiera que haya luchado a
mi lado durante la liberación de Lycaeus debería poder hablar
conmigo. Le debo al menos eso antes de ejecutarlo.

Belthann se detuvo, lo que sorprendió a Corax.

-¿Le debe algo? Mató para asegurarse la oportunidad de hablar con


vos. Puso en peligro la paz en Kiavahr, ¿por qué, por vanidad?
Corax le lanzó a Belthann una dura mirada, similar a la de un pájaro.

-Tal vez por eso debería hablar con él. Para averiguar por qué hizo lo
que hizo.
-Mi señor- le replicó Belthann. -Me ha contado algunos de sus
razonamientos, mi hermano Maestro de las Sombras cree que ha
perdido la cabeza.
-¿Y tú lo crees?- le preguntó Corax.
-No- admitió Belthann.
-Entonces, ¿por qué cuestionas mi decisión?
-Porque, mi señor, me temo que vais a tratar de justificaros ante él.
-¿Y qué importa si lo hago?- le cuestionó Corax.

Belthann miró a su padre genético con una audacia que Corax admiró.

-Sois mi padre y mi salvador, mi señor. No tenéis que justificaros ante


nadie.

Corax miró fijamente a Belthann durante varios segundos.

-Hago lo que debo, sargento, no lo que me gusta. Llévame con el


prisionero, y luego déjame, deseo hablar con él a solas.
La celda era la única habitación del piso con energía, poca actividad por
parte de la Legión tenía lugar alrededor del Nivel Rojo. En consecuencia, el
aire estaba por viciado con un regusto a aceite y los lúmenes parpadeaban
por la larga inactividad, Corax tenía poca necesidad de las celdas y le
gustaban todavía menos. Había ideado otros castigos para los malhechores,
aquellos que rompían sus leyes debían servir o morir, así que Errin estaba
solo.

-Corax- saludó Errin, y se levantó de su silla cuando el primarca entró en la


celda. Las cadenas que ataban sus muñecas y tobillos temblaron cuando las
levantó para mostrárselas. -Es exagerado, ¿no crees? Cuando esto era
una prisión escapé de ella, pero ahora que es una fortaleza legionaria
dudo que pueda.
-Errin- saludó a su vez Corax.

El traidor se reflejaba en sus ojos negros como el azabache. Errin sonrió,


como si estuvieran compartiendo un secreto.

-Me alegro de verte, Corvus. Dime, ¿cómo están los chicos de Nev,
cómo está Ephrenia?
-Están bien, aunque avergonzados de oír lo que has hecho. Corax
examinó a Errin. Se había vuelto un fanático, pero no estaba loco.
-Te agradezco que hayas venido a verme.
-Hubo mucha gente que luchó por mí contra los supervisores de
Lycaeus- le recordó Corax sin emoción. -¿Crees que tengo tiempo para
hablar con todos ellos? Dime por qué hiciste lo que hiciste, tengo
asuntos más importantes de los que ocuparme que tu destino.

-Entonces, ¿por qué has venido?


-Por curiosidad- admitió Corax. -Luchamos en el mismo bando para
traer la paz a esta luna y a su planeta madre y, sin embargo, lo pones
en peligro. ¿Es amargura, porque eras demasiado mayor para la
implantación? No valoro menos tus esfuerzos en la liberación por no
convertirte en legionario, podrías haber vivido tu vida con honor.

-¿Crees que se trata de poder? ¿Crees que se trata del hecho de que no
me convirtiera en uno de esos que llamas tus hijos? Errin se rio con
ganas. -¡No quiero el poder que ofrece el Emperador!
-Convertirse en miembro de la Legión es una responsabilidad, no un
regalo de poder- afirmó Corax.
-Si tú lo dices. Errin se encogió de hombros. -¿De verdad crees que todos
los hombres que se han convertido en legionarios se sienten así? ¿No
crees que algunos de ellos se regocijan con su fuerza?

-La mayoría entiende que es una responsabilidad- manifestó Corax. -


Aquellos que abusan de sus dones se les juzga y se les trata en
consecuencia.

Errin se sentó en la dura litera plegable que era lo único que había en la
cadena. Sus cadenas se arrastraron tras él.
-Bueno- sonrió y le señaló con el dedo. -No sois los únicos con
responsabilidades, he estado haciendo todo esto por ti.
-¿De veras?- inquirió Corax.
-Aquí dejaste el trabajo a medio hacer, Corvus Corax. Los gremios
siguen en el poder, la gente sigue sufriendo como siempre lo ha hecho.
Quería que lo vieras.
-El pueblo es libre- le contradijo Corax. -Te equivocas.

-Son libres de sufrir- puntualizó Errin. -Nos abandonaste, Corax. Al


Emperador no le importan los hombres, nuestra lucha aquí no le
importaba. Y si era así, ¿por qué le dio nuestro mundo al Mechanicum?
No tenemos nada en común con ellos. Su religión es ofensiva para el
sentido común. ¡Adorar a las máquinas!

Dejó que se notara la burla.

-El Emperador tiene un plan más allá de cualquiera de nosotros- indicó


Corax. -Sólo he visto una parte del mismo. Te aseguro que todo estará
bien, la humanidad recuperará su legítimo dominio de las estrellas.

Errin negó con la cabeza.

-Corax, Corax. El Emperador es un tirano. ¡Se ve a simple vista su


hipocresía con el hecho de que el Mechanicum esté aquí! Promulgar la
Verdad Imperial por un lado y bendecir las supersticiones de los
marcianos por el otro. Miró con lástima a Corax. -Han engañado al único
hombre que creíamos que estaba más allá de toda dominación de la
voluntad o del cuerpo, eres una decepción.

-No tienes ni idea de lo que está en juego. Corax lo miró impasible. -Ni
idea en absoluto. Hay fuerzas que actúan en este universo que el
lenguaje no es capaz ni de describirlas, no puedo gobernar aquí tal y
como la gente desea. No puedo estar aquí por el pueblo. Sufren. Lo sé.
Pero los seres humanos sufren en todas partes, hay mundos donde las
peores cosas posibles que puedas imaginar suceden como algo natural,
cosas que hacen que los horrores del Nivel Rojo parezcan mundanos y
amables. No puedo estar aquí para enderezar minuciosamente la vida
de la gente. Tengo miles de millones que salvar.

-Así que has abandonado la lucha- concluyó Errin.


-Hago lo mismo, a una escala mucho mayor- puntualizó Corax.
-¿Qué hay de la justicia?
-La justicia tarda mucho tiempo en construirse, pero llegará.

-Te equivocas. La justicia no se puede comprometer, no puedes vivir


con principios a medias, Corax. Lo que es cierto en un lugar es cierto
en todos los demás, en todo momento. No puede ser de una manera
aquí y de otra allí, eres vengativo cuando te conviene, pero dejas vivir a
nuestros verdugos.

-Soy vengativo. Fui vengativo en Carinae y me castigaron por ello, la


justicia prevalecerá, pero en este momento, aquí no conviene la
venganza- replicó Corax. -He dejado de lado la venganza contra los
tecnogremios. Tienen un papel que desempeñar en el Imperio, este
mundo prosperará con el tiempo. Todos los mundos lo harán, se acerca
una edad de oro, pero primero tenemos que luchar por ella.

-¿Entonces la justicia tiene que esperar?


-Cada mundo que se toma en nombre de la Gran Cruzada es un paso
hacia la justicia para todos.
-¿Qué hay de las muertes de los niños hambrientos aquí en Kiavahr?
¿No es eso una injusticia? Todo hombre de Deliverance que ha dejado
de trabajar, todo acto de corrupción. ¿No son eso crímenes?

Corax suspiró. Había tenido discusiones similares consigo mismo.

-A veces debemos sacrificar nuestros sentimientos personales y la


mejora de nuestras propias vidas por el bien común. Los sacrificios que
pido a los demás no son mayores que los que realizo, me enfrento a toda
una vida de guerra. ¿Crees que deseo vivir como un asesino? En todas
las batallas que lucho veo morir a mis hijos. He eliminado civilizaciones
por el bien de la gran comunidad humana. ¡Y ahora me enfrento a la
traición de viejos camaradas en mi propia casa mientras lucho por el
destino de nuestra especie! Te ves a ti mismo como alguien justo, estás
irritado. No ves más allá, tu visión es demasiado estrecha como para
ver la amplitud de lo que el Emperador quiere lograr.

-¡La justicia no tiene medias tintas!- exclamó Errin. -Si te consideras a ti


mismo como el portador de la justicia, no puedes aplicarla como
quieras, o eres su inquebrantable campeón, o eres un político como
todos los demás parásitos que chupan la vida de las personas a las que
profesan cuidar. Hay un millón de lugares peores para estar que en
Kiavahr. Pero eso no excusa el trabajo que dejaste a medias aquí. Aquí
hay heridas que son profundas y nunca sanarán, lo mejor es extirpar
completamente el miembro dañado. Si no se hace, entonces algún un
día habrá un ajuste de cuentas. El Mechanicum está celoso de los
secretos de los tecnogremios, estos están resentidos con el Mechanicum.
A los kiavahranos les duele haber perdido el poder y, a pesar de todo,
los lycaeanos siguen sufriendo.

-¡Entonces deben sufrir!- profirió Corax con dureza. -No lo entiendes. No


puedes comprender lo complicado que es la realidad de todo esto. Por
el momento, la situación aquí debe permanecer como está.

-Lo entiendo, Corax. Lo entiendo muy bien. La sonrisa de Errin se


endureció. -Una vez fuiste un hombre libre. Nos enseñaste a negar la
tiranía y luego te sometiste voluntariamente a un tirano, todos esos
teóricos políticos que te enseñaron, y les dejas con todo esto.
-La venganza tiene su lugar, pero la justicia lo es todo- manifestó Corax.
-Incluso entonces, se deben hacer concesiones, el bien de la humanidad
es primordial.

El hombre y el primarca se miraron fijamente. Errin se encogió de


hombros.

-He dicho lo que tenía que decir. He hecho lo que tenía que hacer.
Kiavahr está desestabilizado, tendrás que actuar.
-No lo haré- negó Corax. -El Mechanicum lo resolverá. Esto no es
asunto mío. Malgastaste vidas por nada, Errin. Te has malgastado a ti
mismo.

Corax le dirigió una última y larga mirada antes de salir por la puerta.

-Supongo que me matarás- le oyó decir a Errin detrás de él.


-Lo haré- le confirmó Corax tras detenerse fuera de la celda. -Porque me
has traicionado personalmente, y eso no lo puedo perdonar. Les mostré
misericordia a los tecnogremios y también te mostraré misericordia a
ti. Morirás tranquila y rápidamente, y no te avergonzarás más.
-No eres digno de mi lealtad, estás consumido por la violencia y tiendes
a la volubilidad. Te vengas cuando quieres y evitas la justicia cuando es
necesaria.

-Yo cumplo las órdenes del Emperador- replicó Corax. Sus negros ojos se
abrieron con ferocidad. -Sean cuales sean.
-¡Ya lo verás!- comenzó a gritar Errin. -Un día ya lo verás, Corvus
Corax. ¡Estás equivocado! No puedes quedarte en las sombras para
siempre.
-Eso lo debe decidir el Emperador, Errin, no tú- señaló Corax.

La puerta de la celda se cerró. Por un momento, Corax se quedó quieto,


escuchando las protestas de Errin. Más súplicas, más rabia y más demandas
de que Corax volviera con su pueblo. Apoyó la mano en la puerta.

-Un día volveré- dijo Corax para sí. -Volveré y haré de este lugar el
paradigma perfecto de la sociedad humana. Pero eso queda muy lejos,
y hay muchos días oscuros por delante.

Con resolución, Corax se desvaneció en la oscuridad de la Torre del


Cuervo.

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