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Corax Senor de Las Sombras - Guy Haley
Corax Senor de Las Sombras - Guy Haley
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CORAX SEÑOR DE LAS SOMBRAS
GUY HALEY
Traductor: Neoduncan
Corrector: Kylasier
Montador: Tocayo81
Portada: Neoduncan
El más leve de los siseos de aire fue la única advertencia que Guilliman de
percibir el ataque. Su hermano saltó desde una esquina en sombras del
destrozado piso superior, el espacio negro tomó forma humana y se lanzó
sobre él. Guilliman giró y se inclinó hacia atrás para esquivar un conjunto
de garras cruelmente curvadas que apuntaron a su casco.
-Me ganaste tres veces- le recordó Guilliman. -Una hazaña que pocos
han logrado.
-Tres de veinte- puntualizó Corax.
-Aprendes muy rápido. Extendió sus brazos e hizo una mueca. -Esas eran
mis mejores estrategias. Las contrarrestaste todas.
-Sí, lo sé. Tal vez sea lo mejor el que no hayan sobrevivido más modelos.
Corax tomó la mano que le ofrecía sin rencor. La derrota no le había
amargado. Guilliman lo puso de pie.
-Yo tendría cuidado con ella. Es bueno que algunos de los viejos
conocimientos se hayan perdido. Estoy seguro de que esta falsa
realidad tiene sus propios males.
-Quizás- admitió Guilliman. -Pero ahora somos más sabios que antes de
la Vieja Noche, y cuando el Imperio esté completo, nada será imposible.
Y, ahora, ¿querrías reunirte conmigo esta noche para seguir hablando?
Tengo asuntos que atender que no pueden esperar.
Dos cosas les impedían tener éxito. En primer lugar, los tecnosacerdotes
del Mechanicum no se dedicaban a charlar. En segundo lugar, los rostros de
todos los miembros de los gremios que había en la sala ardían de
resentimiento tras sus forzadas sonrisas .Aun así, los asistentes persistían en
hablar entre ellos, sin que ninguna de las partes entendiera a la otra, para así
unirse brevemente en la lenta y ritual tortura de la socialización oficial. Los
kiavahranos eran untuosos y poco sinceros, y los sacerdotes de
Mechanicum, extraños cyborgs cuyas capuchas ocultaban mentes de diodos
y cables, no podían evitar ser calculadores. No era una buena mezcla. La
recepción exhibía la disfunción de Kiavahr para que todos la vieran.
Ev Tenn seguía teniendo la sonrisa que Aranan recordaba, pero los ojos
que brillaban sobre ella habían perdido todo el deseo por la vida y se habían
llenado con la frialdad de un burócrata.
Aranan tenía poco poder. Y Ev ya estaba buscando por la sala una ruta de
escape.
Ev Tenn sonrió a una bella mujer, que resplandecía gracias a sus pulsantes
implantes subdérmicos, y cogió una copa de la bandeja que le ofrecía. En
esa sonrisa estuvo presente un poco del viejo Ev, lo que animó a Aranan.
Pero la luz se desvaneció del rostro de Ev en cuanto la mujer se dio la
vuelta, y a Aranan le dio un vuelco el corazón.
Con su padre muerto, era el deber de Aranan dar largas a Terr, nunca le
había gustado el hombre. Aunque Aranan carecía de la astucia para librarse
de la compañía de Terr, tenía a su favor que era demasiado terco como
dejarse intimidar. Mientras la conversación continuaba sin cesar, Aranan
mantuvo un ojo en las azafatas que servían las bebidas y el otro en el
cronógrafo del museo. A Deven Terr apenas le dirigió la mirada. Le
molestaba el cronógrafo tanto como le molestaba Terr.
Tenía una cara tan grande como la luna de Lycaeus, cubierta de una
caligrafía y una pintura recargadas que los estilistas llamaban «ingenua»,
pero a Aranan le parecía la obra de un niño. Tenía miles de años, según
decían. A él no le importaba en absoluto. Miraba amenazadora mente el
cronografo mientras marcaba los segundos de su vida, regañándole por
malgastarlos. Por supuesto, el reloj mostraba la antigua hora de Kiavahran.
Viendo que la antigua medida se había suplantado por el cálculo imperial,
su exhibición era otro desaire hacia el Mechanicum. En lo que respecta a
Aranan, su aire sentencioso superaba a su valor como símbolo de desafío, si
por él fuera, lo habría aplastado con un martillo. Terr finalmente captó el
mensaje de que Aranan no iba a renunciar a la fortuna familiar y se fue, no
sin antes exigir una cena y una charla de negocios en una fecha posterior.
Aranan habló vagamente acerca de pedir a su subsecretario se pusiera en
contacto con el subsecretario de Terr mientras juraba en silencio que no se
acercaría al hombre si podía evitarlo.
Cuando Terr se fue, Aranan se escondió detrás del buffet. Tras otra
insoportable hora, el primero de los invitados comenzó a marcharse. La
salida y la llegada a este tipo de eventos se hacían en estricto orden
jerárquico, ahora podía irse sin provocar una escena. Con un suspiro de
gratitud, Aranan se excusó y ordenó que su coche gravítico lo esperará
frente al edificio. La esclavitud fue una de las primeras instituciones
kiavahranas en desaparecer. En la schola le habían enseñado que así tenía
que ser, aunque en casa también le habían enseñado que el llamado
Salvador obligó a los gremios a capitular tras asesinar a cuatrocientas mil
personas con cargas atómicas.
Aranan se dejó caer sin gracia alguna en la parte de atrás y arrojó una
moneda al aparcacoches. El hombre intentó decir algo. Aranan subió la
ventanilla del coche deliberadamente para no escucharlo .Aislado en un
mundo personal de lujo, se sintió algo mejor.
-Cuando era más joven me divertía mucho. Pero ahora ya no- continuó
Aranan. -No me divierte.
Golpeó la ventana para enfatizar sus palabra. La diversión fue antes de que
su padre muriera, dejándolo a la tierna edad de veintinueve años a merced
de la política posterior al acatamiento.
-Recuerdo cuando una fiesta era una fiesta- añoró Aranan. "Era la
ocasión para beber, bailar y perseguir a las hijas de los señores de las
otras tecnocasas. ¿Y ahora qué obtengo? Súplicas interminables al
Mechanicum. Eso es lo que son todas esas recepciones y eventos previos al
teatro, con sus copas de vino, caliente y de mala calidad, y sus diminutos
canapés" gruñó para sí mismo. -¡No recuerdo la última vez que tuve una
comida en la que tuviese que usar un cuchillo! Ni siquiera me atrevo a
flirtear con las chicas. Son todas espías.
-No estoy hecho para esto. No estoy hecho para los negocios. Yo digo
que dejemos que el maldito Mechanicum se quede con todo.
-Si usted lo dice, señor- manifestó Keev.
Pero él ya lo sabía. Pudo ver lo que este impostor estaba a punto de hacer.
No por el hecho de que estuviera allí. Ni por la delgada pistola de agujas
que sostenía en su mano enguantada, si no por sus ojos, que era el único
rasgo que podía ver y que brillaban brillantes en la oscuridad. Eran planos,
duros y desprovistos de emoción. Me vas a matar. Aranan quiso decir esas
palabras, pero estaban atrapadas en su cerebro. Eran demasiado horribles
como para que su boca las pronunciara.
Aun así, ahí estaba. A Corax le habían diseñado para esconderse, pero no
ocultaba lo que era, no como su hermano. Pero cuando Guilliman llegó,
Corax se avergonzó por haberlo juzgado tan duramente, tan sólo había una
digna diligencia en su porte.
Guilliman se rio
-Vi un océano por primera vez hace tan sólo diez años- comentó Corax.
-¿Ah, sí?- dijo Guilliman.
-Yo no diría tanto- sostuvo Corax. -No fue fácil, pero varios de nuestros
hermanos lo pasaron peor que yo. Me privaron de sensaciones, y
cuando veo cosas nuevas, no puedo evitar hacer comparaciones. ¡Mi
mente se ha convertido en un motor de analogías!- se burló de sí mismo.
-No tengo facilidad para las artes del escritor- reconoció Corax. -Las
palabras no vendrían fácilmente, pero las imágenes están ahí. Tus
libros me recuerdan a las olas- ejemplificó Corax. -Tu reino y la forma
mesurada en que gobiernas es la firme orilla, es tu necesidad de orden.
Pero la orilla se ve golpeada por las olas y la desordena. Esa, es tu
necesidad de conocimiento, miro todas estas pilas de libros y veo crestas
de conocimiento que golpean en la arena. Orden contra desorden.
-Creo que podrías serlo. Existe una tensión en ti- le respondió Corax.
-Existe una tensión en todos nosotros- le explicó Guilliman. -Padre nos
hizo así. Hay tensiones dentro de nosotros y entre nosotros. Las
similitudes entre nosotros hacen que las diferencias sean más marcadas
y, por lo tanto, crean una fuente de tensión adicional. Nuestras
competencias están duplicadas, pero nunca en la misma combinación.
Mientras hablaba tomó nota en una tableta que había junto a su diván. La
pantalla se iluminaba con la presión del lápiz, demasiado brillante para los
ojos de Corax, acostumbrados a la oscuridad. La tableta nunca estaba lejos
del alcance de la mano de Guilliman.
-Estoy seguro de que el Emperador tiene sus propias ideas sobre cómo
gobernar la galaxia de manera justa- comentó Corax.
-Naturalmente, pero entonces ¿por qué tener hijos si no estás
interesado en aprender de ellos?- preguntó Guilliman. -Nuestro padre es
un ser sabio, pero no puede saberlo todo. Nos hizo para algo más que
para la guerra.
-No puedo saber si eso es cierto. Tú has pasado más tiempo con él que
yo.
-Lo hice, al principio- asintió Guilliman, algo triste, -aunque tuve que
renunciar a mucho para hacerlo.
Corax bebió un trago más largo de vino. Era difícil disfrutarlo sin más. El
alma desnuda del vino trataba de llamar su atención. Las propiedades
innatas, diseccionadas por sus sentidos de primarca, reducían la gloria del
conjunto.
-Tal vez, pero no siempre. Sin embargo, tú, hermano mío, eres el
insurgente superior y un mejor guerrero. Tu error es concentrar
demasiada atención personal en los detalles, prefiero una visión general
más grande, pero a todos nosotros nos hicieron para diferentes
propósitos. Cuantos más hermanos encontramos y más tiempo paso
con ellos, más me asombra la majestuosidad del plan del Emperador.
No soy tan hábil como tú para dirigir mis tropas desde el frente, eres un
poderoso saboteador. He aprendido mucho en los últimos días, los
asesinos solitarios que empleaste contra mí fueron bastante peligrosos.
Usar unas tropas tan inestables no es algo que se adapte a mi
temperamento, pero su eficacia no se puede negar. Estudiaré el crear
un cuerpo propio.
-¿Mis asesinos sombríos? Hay muchos que son adecuados para el papel
dentro de mi legión- señaló Corax.
-Lamento admitirlo, pero también hay asesinos en mi legión- dijo
Guilliman.
-Hay hombres malos dondequiera que haya hombres- le consoló Corax.
-Pero hay una condición que aflige a algunos de mis hijos. Los terranos
la llaman la ceguera de las cenizas, los de Deliverance, la marca
azabache. Es una disonancia mental que los sumerge en un estado de
profunda y violenta desesperación. Una peculiaridad de mi semilla,
supongo. Siempre he sido introspectivo.
-Este problema tiene que estar relacionado conmigo- explicó Corax. -El
oscurecimiento de los ojos y el aclaramiento de la piel de los afectados
por la aflicción sugiere un claro vínculo. Aproximadamente uno de
cada mil quinientos reclutas sucumbe, según mis últimas estimaciones;
nunca más, pero tampoco menos. Es especialmente problemático entre
los miembros de las tribus xéricas que heredé de mi padre, aunque
también he empezado a notarlo entre mis guerreros de Deliverance.
Cuando la desesperación se apodera de ellos, sirven para poco más que
para matar hasta que les mejora el ánimo, y no siempre es así.
Guilliman vació su vaso en tres rápidos tragos, una acción que parecía
fuera de lugar dada su naturaleza considerada.
Corax asintió.
Corax mostró en los labios una fugaz y arisca curva, más parecida a un
gruñido que a una sonrisa.
Corax hizo que sus fuerzas se dispersaran por el borde de las descargas
solares de Carinae. En el avance del sol a través del vacío, su viento solar
chocaba contra las partículas energéticas que provenían de fuera del
sistema. La Guardia del Cuervo se escondía en los remolinos de radiación
que se formaban en el límite de esas descargas. Carinae era una
desmesurada gigante roja. Antiguas circunstancias dictaron que ardiera sola
en las inmensidades estelares, sin haber dado a luz a ninguna familia de
mundos. No había ninguna nube de polvo que la acompañara, ni ninguna
bandada de cometas que se agolpara en los límites de su influencia. Era un
ente solitario, una estéril y viuda estrella cuyo calor no habría calentado a
ningún niño, si no fuera por la humanidad.
Corax apenas tenía tiempo para la historia del sistema. Eso se lo dejaba a
los iteradores, para que se ocuparan de ello una vez se hubiera integrado en
el Imperio. Había preocupaciones más urgentes. La Cofradía Carinae se
negaba al acatamiento. La Salvador en la Sombra funcionaba a la mínima
potencia. Un pequeño tacticarium hololítico mostraba un mapa del sistema
de Carinae en el centro de la cubierta de mando. La pesada estrella era un
pequeño punto en el centro, un millar de etiquetas gráficas marcaban la
ubicación de las Mil Lunas. Otras etiquetas, de diferentes formas y colores,
mostraban la flota imperial allí presente. La Vigésimo Séptima Expedición
se encontraba al borde de la órbita de la luna más lejana, preparada para la
batalla, con sus naves de guerra en el frente y las de apoyo detrás. Mucho
más allá, había un grupo disperso de marcas que indicaban la ubicación de
la flota de Corax. Estas estaban oscurecidas, lo que representaba así su
estado de camuflaje. Ni los carinaeanos ni la flota imperial sabían que
estaban allí.
Una sonda de datos espía extraía del vacío los flujos de comunicación
entre la Cofradía y la Vigésimo Séptima Expedición, amplificándolos en un
rayo de luz lo bastante concentrado como para atravesar los escudos reflejos
y llegar a las matrices de comunicadores de la Salvador en la Sombra.
Una multitud de figuras hololíticas, representantes del Imperio y la
Cofradía, abarrotaba la cubierta. El escudo reflejo sólo podía enmascarar
hasta cierto punto, y su funcionamiento requería que la potencia de la nave
se mantuviera en un mínimo absoluto. Todos los dispositivos de la cubierta
de mando se vieron obligados a alimentar a los fantasmas hololíticos, así
como a las funciones básicas de soporte vital; incluso los dispositivos
manuales individuales y los biónicos integrados estaban apagados. La
mezcla de aire era mala. Los sentidos sobrenaturales de Corax percibían
concentraciones cada vez más altas de dióxido de carbono.
Las manos del Iterator Sentril eran armazones de metal brillante que
acunaban elaborados engranajes y pistones. Alrededor de las muñecas que
se ajustaban a los muñones de sus brazos, la piel estaba en carne viva a
causa del reciente trauma. Habló en voz baja, pues su lengua, cultivada en
frasco e injertada en su boca, aún no estaba completamente asentada. Ya
había estado antes en Carinae. Y no le había ido bien.
Corax asintió.
-El Emperador. ¿Quién es ese hombre que se llama a sí mismo con tan
grandioso título? Emperador- repitió con lentitud. -Una palabra que
connota tiranía y subyugación. Si su autoproclamada misión realmente
es unir a la humanidad para su propio bien, ¿por qué no lleva un
nombre más humilde? ¡Pacificador, o salvador quizás vez!- se burló.
-Pocos hombres son tan miopes como los que están a punto de perder el
poder- comentó a su tripulación. Control de protección, prepárense
para desactivar el escudo reflejo. Mando de Vox, prepárense para la
transmisión en todos los canales. Envíen mi señal a través del rayo de
luz hacia la flota para que se preparen a salir del reflejo en cuanto lo
indique. Quiero que todos en este sistema vean a la Legión.
-Les aseguro que esta es vuestra última oportunidad- les advirtió So-
Lung Fenc.
Sus ojos eran estrechos en un rostro ancho, una adaptación evolutiva a la
brillante luz que se encuentra en miles de mundos. Se estrecharon aún más.
-Declararemos la guerra si no cumplen y tomaremos sus ciudades por
la fuerza. Esta es nuestra última advertencia.
-Se han revelado vuestros verdaderos propósitos. Sois conquistadores,
eso es todo, como otros cientos que se han enfrentado a la Cofradía en
los últimos miles de años- declaró Agarth. -A todos ellos los hemos
derrotado y hecho huir. Decís «cumplir» como si se nos pidiera realizar
una simple tarea. Vuestro lenguaje es deliberadamente anodino.
Vuestro discurso sobre la unidad es una mentira. ¡No nos someteremos
a vuestro dominio!
-Bajad los escudos reflejo. Poned los reactores a plena potencia. Que la
flota converja y adopte una formación en punta de lanza. Vamos a
sorprender a estos viejos testarudos para que obedezcan.
La piel de Corax era pálida como la nieve y su pelo negro, largo y suelto.
Su lustre se reflejaba en unos ojos del negro más puro. No se veía ninguna
esclerótica y, si tenía iris, eran tan oscuro como sus pupilas. Esos ojos
vieron a Fenc, clavándose en su alma, y su estómago se encogió.
Levantó su espada.
Fenc se puso de pie. El cuero crujió cuando sus capitanes y los capitanes
de las naves hicieron lo mismo. Miró al rostro de Corax. La sensación de
temor se había ido. Corax había disminuido de imponente a impresionante,
como si hubiera refrenado su aura. Su cara era ahora la de un hombre,
aunque gigante, pero no la de un ser sobrenatural. Y aunque seguía siendo
enorme y su escudriñadora mirada la dirigía con dureza hacia Fenc, el
almirante se preguntó si su temor se lo había imaginado.
-Lo hemos estado esperando, Lord Corax. Estoy satisfecho de que haya
respondido a nuestra llamada de auxilio. Los carinaeanos son
intransigentes, y las fuerzas que tengo a mi disposición aquí no son las
adecuadas para llevar esta campaña a una rápida conclusión. Por eso
hemos tardado tanto. Por eso... Se dio cuenta que estaba balbuceando, así
que ralentizó su discurso. -Por eso estamos en un punto muerto.
Corax puso una inmensa mano en el hombro del almirante y sonrió. Pese a
que fue muy suave, las piernas de Fenc se tensaron para evitar caer de
rodillas a causa de la fuerza del gesto.
-Estos son los comandantes Branne Nev y Agapito Nev- presentó. Los
dos asintieron con la cabeza al almirante. Eran jóvenes para los de su clase,
pero ya tenían un alto rango. -Ella es Nasturi Ephrenia. Señaló a una
mujer de mediana edad, de cuarenta y cinco años tal vez, y luego a otro
legionario. -Este guerrero es Gherith Arendi, jefe de mis Guardianes
Sombríos. La mayoría de la gente que aquí ve ha estado a mi lado desde
los días de la liberación de Deliverance. Están entre mis amigos de más
confianza y mis consejeros más leales. Lo que tenga que decirme se
puede decir con total libertad delante de ellos. En esta sala no habrá
secretos.
-Lo tengo. Atacaremos las lunas clave para trastocar esos patrones de
fuego que su flota teme con tanta razón. Lo haremos rápida y
silenciosamente. No sabrán desde dónde atacaremos hasta que mis
guerreros les apunten con las armas a la cabeza. Con una conquista sin
derramamiento de sangre mostraremos a los pueblos de este sistema la
verdad de nuestras palabras. Haremos que sus líderes nos teman. No
hay necesidad de una violencia indiscriminada. Una vez que unos pocos
hayan caído, más capitularán. Y en caso de que no lo hagan, una
cuidadosa selección de los objetivos interrumpirá su capacidad de
organización.
-Mi señor, es una buena estrategia, pero son obstinados.
-Se les puede vencer. La obstinación no es una defensa contra el sigilo y
menos aún contra el miedo.
-¿Puedo preguntar qué deberán hacer mis fuerzas?
-El Ejército y la Flota Imperial se quedarán atrás. A sus hombres- le
hizo saber Corax mientras miraba a los comandantes reunidos y al señor
general.
-Se les requerirá para las labores de guarnición una vez que se tome
cada una de las lunas. Esta clase de guerra de asalto no es apropiada
para sus tropas, como estoy seguro que se habrá dado cuenta, si no, ya
serían dueños de este lugar.
-Muy bien, mi señor. Tal vez si usted pudiera proveer a mis oficiales
con...
-Más tarde- le interrumpió Corax. -Ya tiene el esbozo de lo que
propongo. Comamos esta prodigalidad que nos ha preparado.
En aquel momento había pensado que eso era una blasfemia contra el
credo secular del Emperador, pero con el tiempo había aprendido cuánta
razón tenía el viejo. "Como en muchas perlas de sabiduría, todo estaban
muy bien en lo abstracto" pensó Fenc, "pero la antigua religión trataba con
reglas que se remontaban a cuando bebía la leche de su madre y se
aplicaban a dioses que estaban graciosamente ausentes". Fenc no conocía
los caminos de este dios, y estaba sentado a su mesa.
-Dígame, capitán- le preguntó Fenc en voz baja. -¿Dónde están todos los
terranos? La mayoría de estos hombres son de Deliverance. Las otras
Legiones a las que he servido contaban con una gran presencia de
guerreros del Mundo Trono.
-¿Y qué le importa?- le contestó Soukhounou con suavidad.
-¿Y qué hay de los otros, qué hay de la mujer? He visto humanos sin
modificar a los que los primarcas los tienen en tal alta estima que los
consideran amigos, pero siempre se le han bendecido con muchos
dones. ¿Cuál es su talento? ¿Es escritora? ¿Poeta?
Soukhounou asintió.
-No confunda su afecto por los hombres comunes con una debilidad.
Puede ser bastante despiadado cuando tiene que serlo, como
descubrieron mis colegas. Soukhounou echó un vistazo a su padre
genético. -Le aconsejo que no lo presione en su elección de la
metodología y que no exprese ningún plan que hubiera presentado al
primarca Curze. Él tomará estas lunas, puede estar seguro de eso.
Déjele hacerlo a su manera.
Fenc asintió.
Muchos de los túneles eran minas hundidas de los días en que Kiavahr
todavía tenía recursos minerales propios que explotar, antes de que la luna
Lycaeus se abriera para la explotación, al planeta se le había limpiado de
todo lo que era útil. En algunos lugares la corteza estaba tan agujereada a
causa de los trabajos que hicieron en su momento que se necesitaron
gigantescos pilares de ferrocemento para sostener las ciudades abarrotadas
de gente. Allí donde las cavernas se dejaron de usar para otros fines, se
sellaron, como fue el caso de la de su ubicación actual, las escaleras estaban
cubiertas de escamas de corrosión y las cajas de conexiones no tenían
puertas y los medidores que albergaban estaban arrancados, cables sin vida
asomaban por los agujeros de la pared. Todo estaba oxidado y era de un
color rojizo en los bordes de luz de la linterna de Phelinia, y de un naranja
brillante en el corazón del haz.
El agua se deslizaba por el centro de la escalera, y lo había hecho durante
el tiempo suficiente como para abrir un agujero irregular en el metal, cerca
de los pies de Phelinia. Allí donde el agua salpicaba la pared crecían
depósitos peludos de color marrón y turquesa. Si uno deseaba llevar a cabo
una insurrección, había muchos lugares en Kiavahr para hacerlo. Apagó su
linterna. La aterciopelada oscuridad presionó su cara de una forma casi
física, Phelinia no era claustrofóbica y tampoco tenía mucho miedo a la
oscuridad, esperó pacientemente. Las esporas de moho le hacían cosquillas
en la nariz, el olor a humedad era penetrante. A pesar de la humedad, hacía
calor en el submundo. Después de un rato, un dron espía subió con un
zumbido por las escaleras. Sus luces azules parpadeaban, al tiempo que
hacían retroceder la oscuridad y la reemplazaban por una penumbra dos
tonos más claros que la medianoche, el dron era de creación kiavahrana, del
tamaño de un puño y liso como una bala; no mostraba ninguna de las
místicas tonterías del Mechanicum.
-Eftt -saludó.
Tenía una voz grave y siempre hablaba bajo. Había un chasquido flemático
en algunas de sus palabras, otra de las razones por las que ella pensaba que
estaba envejeciendo.
Errin se rió.
Eso le decía todo el tiempo, como siempre, Phelinia discutía por tener la
razón, ella los eliminaría a todos si pudiera. "Limpiar" decía.
Hizo una pausa de nuevo, ella esperó sus órdenes con un estremecimiento
de placer en sus entrañas.
-Vas a hacer que salte por los aires- dijo, -y que lord Corax se sienta
complacido.
Seis
la caída de afelion-2
-Un poco más cerca y la nave podría acariciar esos satélites asesinos-
comentó Vey Branco.
Guerrero de probada valía era, sin embargo, el miembro más joven del
escuadrón y el más nuevo de entre sus filas. Por eso los demás le
perdonaron que rompiera el silencio. Transmitió por su vox con la mínima
potencia. Este se propagaría por la estática del fondo cósmico antes de que
se acercara a los receptores del enemigo, por lo que Agapito no lo regañó.
El gesto era una reliquia de sus días en prisión. No era exactamente una
superstición, pues los presos de Lycaeus nacieron de una estirpe racional,
pero se le acercaba.
Durante la mayor parte del viaje, Afelion-2 pareció una isla inalcanzable
en el vacío. Era como si no se movieran en absoluto hasta que, al acercarse
a la luna, se rompió la ilusión. Tras cruzar el umbral de esa escala la ciudad
empezó a crecer con repentina ferocidad. Bastiones parecidos a acantilados
se alzaban en lo alto. Los cañones de las baterías de armas resultaron ser
gigantescas. Una brillante mota de metal se convirtió en un continente,
repleto de geografías hechas por el hombre: cúpulas, conductos de
ventilación, conjuntos de refrigeración, colectores solares, zonas verdes
encerradas en brillantes escudos atmosféricos y las cúspides enjoyadas de
los palacios. La luna era asimétrica y su forma sugería una lenta
acumulación de esfuerzos a lo largo de generaciones en lugar de un diseño
único. Cerca del centro había una esfera gigante sostenida por un conjunto
de complejos campos de energía. Aparte de las bandas metálicas que
proyectaban la red de contención, el conjunto era translúcido. Dentro había
un modelo a escala de un océano, una esfera de agua ligeramente ovoide a
causa del débil pozo gravitatorio de la estación. Las formas de grandes
criaturas nadaban a través de él y se desvanecían en la oscuridad, no muy
lejos de la superficie. El suave desplazamiento se convirtió en una caída a
una velocidad mortal pese a que no hubo más aceleración.
<<Todo despejado>>
-Y no importa- le cortó Agapito. -Nos movemos. Por ahora sólo hay que
usar munición propulsada por gas. Mantengamos esto en silencio tanto
tiempo como podamos.
-¿Adónde vamos, comandante?- preguntó Tenef.
Agapito sonrió tras el frontal de su casco. -Si algo he aprendido es que los
ricos disfrutan de la vista del mar.
No pasó mucho tiempo antes de que los habitantes de Afelion-2 se dieran
cuenta de que la guerra les había estallado en medio. Las runas de puntos
rojos que representaban a tres de las escuadras de Agapito irrumpieron en
su casco, lo que sugirió que habían tomado contacto con el enemigo y
habían abandonado la ocultación. Las alarmas confirmaron su suposición
unos segundos después. La propia escuadra de Agapito permanecería oculta
durante un tiempo más. Optarían por el sigilo mientras pudieran,
retrocediendo hacia las sombras mientras los soldados con armadura
compuesta ligera corrían por delante de su posición. Tenían demasiada prisa
como para ver a unos gigantes acorazados de pie e inmóviles a menos de
diez metros de distancia. Una vez que el ruido de las botas se alejó, el
equipo continuó en dirección opuesta hasta emerger en un cañón atravesado
por docenas de pasarelas. La gente huía hacia el centro de la ciudad por
muchas de ellas, pero, aun así, no vieron a la escuadra de Agapito. El fuego
de las armas de energía ladraba desde algún lugar. El cogitador del traje de
Agapito analizó los patrones para determinar la ubicación sin éxito.
Cruzaron el cañón hacia una amplia calle con muchos pasillos laterales y
puertas cerradas que conducían a ella. El alcance del cartolito crecía
rápidamente a medida que su escuadra penetraba aún más en la luna y los
detalles de las otras escuadras llenaban las áreas situadas detrás de él. Una
gran y significativa runa parpadeó en verde sobre una batería de cañones a
trescientos metros de distancia. El primero de los muchos objetivos de la
fuerza se había cumplido. Un par de runas más siguieron en rápida sucesión
mientras la escuadra de mando seguía corriendo hacia el centro. La calle se
amplió. Apareció un edificio con ventanas en su estructura que permitían
amplias vistas del exterior de la ciudad y del océano cautivo.
-Mirad eso- indicó Ferr mientras miraba fijamente la bola de agua. -Es
impresionante. Si pueden hacer eso, me pregunto qué tipo de armas
tendrán.
-Nada que no podamos manejar- gruñó Kway.
Las ventanas adoptaban formas fluidas y ocupaban prácticamente toda la
pared, lo que hacía que esta llegara a ser totalmente transparente. Habían
penetrado tres kilómetros en la ciudad, y, aun así, nadie había salido a
luchar contra ellos. El océano estaba cerca. Había un muelle que se extendía
desde el cuerpo principal de la ciudad hasta su centro, que ahora Agapito
veía. Envió un pulso de datos a su escuadra que hizo destacar la estructura.
-¡Alto!- exclamó.
-¿Cuál es el problema?- preguntó Manno.
Pexx miró el muro.
-Hay algo de gran volumen detrás de la pared.
-¿Kway?- interpeló Agapito.
El sargento consultó su augur.
-Pexx tiene razón. Y tengo signos de vida. Muchos de ellos al otro lado
de la puerta.
-¿Nos han detectado?- quiso saber Agapito.
-Podrían ser civiles lo que hay al otro lado de esa puerta, pero nos
encontraremos con el enemigo en algún momento. Cambiad vuestros
cargadores por proyectiles explosivos. Vamos a dejar de escondernos.
-¡Abrid!
Los Marines Espaciales entraron con fuerza. La gente gritaba y luchaba por
escapar. La sala era grande, llena de asientos y plantas cultivadas, grandes
como árboles. Un centro cultural o un lugar de socialización, pensó
Agapito. Cinco puertas de cristal con grabados ofrecían una salida. Agapito
corrió hacia ellas mientras dispersaba a hombres, mujeres y niños, muchos
de los cuales lloraban. Los prudentes se dieron cuenta rápidamente de que
los Marines Espaciales no disparaban, y se refugiaron en los huecos de los
asientos. Siendo humanos como eran, no hubo muchos con esa misma
cordura. El resto entró en pánico y corrió de un lado a otro gritando de
terror. Algunos pisotearon a otros tratando de escapar por las salidas
laterales. Unos pocos se arrojaron a sus pies y balbuceaban en una lengua
incomprensible.
El arma era una versión más grande de los rifles de dardos que llevaban
los soldados y tenía suficiente potencia como para romper la ceramita. Los
impulsores magnéticos arrojaron trozos de metal del tamaño de una jabalina
a lo largo de la galería. El silbido supersónico se impuso sobre el constante
estruendo de los bolters. A Ferr le impactaron por el hombro y lo hicieron
girar. A Manno le golpearon en el pecho. Llevaban tal fuerza que el impacto
lo lanzó hacia atrás y lo clavó a la pared. Tenefer recibió un disparo en el
protector facial. La parte delantera en ángulo de su casco se arrugó
alrededor de la asta. La punta emergió por su mochila. Mientras ésta
arrojaba gas refrigerante, Tenefer se derrumbó. Agapito vio poco más.
Corrió hacia la primera cabina. El material era una especie de plastek,
hecho añicos y mezclado con la carne aplastada del enemigo. Para su
sorpresa, uno de esos soldados había salido vivo y se escondía en el pozo
situado bajo la mesa de la cabina. Agapito se abrió paso entre los
escombros y le aplastó la cabeza al hombre, con casco y todo, con un golpe
de su puño izquierdo. Los enemigos se gritaban los unos a los otros
indicando su posición. Tenían la mira puesta sobre él desde una zona
superior. Una lluvia de dardos se clavó en su armadura de batalla. Sonaron
más alarmas. Los dardos no representaban una gran amenaza por sí solos,
pero tantas lo estaban golpeando que pasaría mucho tiempo antes de que
perforaran algo vital. Rastrilló la galería con fuego y se dio la vuelta, pero,
debido a que la mayor parte de su armadura se lo impedía, no pudo ver a
todos sus hombres.
Agapito volvió a unirse con su escuadra. Pasó junto a un hombre que tosía
sangre de sus pulmones rotos. Se agarraba la garganta mientras se asfixiaba.
Agapito lo vio morir con curiosidad. Se preguntó cuándo cosas como esas
habían dejado de afectarle.
-¿Hermano comandante?
-Nos llevará diez minutos atravesar esta puerta. Kway golpeó la puerta
blindada que se había cerrado sobre la entrada a la sala. -Para cuando
salgamos, estaremos rodeados. Si consiguen poner contra nosotros
suficientes de esas cureñas… dejó que ese pensamiento quedase en el aire.
-Hay otra ruta- indicó Agapito. -Otaro, salva la semilla genética de
nuestros hermanos y luego sigamos nuestro camino.
Eldes estaba jugueteando con una consola. Tenía las tripas de la máquina
desparramadas por el suelo. Las luces del interior de la carcasa parpadeaban
con una silenciosa consternación ante tal insulto.
Los demás se rieron en voz baja. Agapito estaba molesto porque Pexx
estaba en lo cierto. Si Branne lograba una victoria de acuerdo a las máximas
de Corax mientras que Agapito daba vueltas en algún cogitatorium, Branne
se volvería insufrible.
-Más vale que tengas razón, son las últimas de nuestra reserva de
fusión- señaló Otaro.
-Actívalas- ordenó Agapito.
Las bombas explotaron simultáneamente. La puerta se derritió formando
láminas de metal blanco y caliente, tan flexibles como el papel empapado.
Salieron disparos desde el interior. Kway y Branco giraron rápidamente
para colocarse en los laterales de la puerta tras recibir una lluvia de dardos
en la parte frontal de su armadura. Dispararon ráfagas hacia la habitación
mientras los bólter se movían con fluidez de un objetivo a otro. Agapito
entró. A diferencia de algunas estaciones hechas por humanos estándar, no
necesitó agacharse para pasar por debajo del dintel de la puerta. Los
carinaeanos, a causa de la baja gravedad, eran tan altos como los
legionarios. Los cráteres humeaban en las paredes. Un amplio monitor,
ahora destrozado y del que saltaban chispas, dominaba el espacio. Los
guardias del centro de comando estaban muertos, dispersos en pedazos por
la habitación de esa forma tan minuciosa y espeluznante que era el sello
distintivo del armamento bólter. Varios miembros del personal de mando
también estaban muertos. El resto estaba junto a sus máquinas, congelados
por el shock y con sus uniformes marrones salpicados con la sangre de sus
camaradas. Un joven con gorra de visera miró boquiabierto a Agapito, y
luego se abalanzó indeciso en dirección a un gran botón rojo.
Tal vez lo hubiera podido soportar si no fuera por el hecho de que los
responsables de generaciones de sufrimiento permanecieron en el poder. El
Mechanicum aparentemente gobernaba Kiavahr, pero los gremios seguían
controlándolo todo a espaldas del gobierno regional. Estaban irritados por
estar bajo el gobierno de los sacerdotes de Marte y descargaban sus
frustraciones contra quienes aún estaban por debajo de ellos. Abusaron
particularmente de los lycaeanos, nombre que aún utilizaban los gremios
para referirse a ellos, los trabajos eran imposibles de conseguir. Para el
lojamiento, comida, medicinas; todo lo necesario para la vida, los antiguos
lycaeanos estaban al final de la cola.
Sus propias privaciones no eran nada comparadas con las historias de cómo
habían sido de malas las cosas, al principio sus padres habían hablado de su
sufrimiento con orgullo. En aquellos ingenuos días de esperanza, sus
recuerdos fueron una marca de indomabilidad y rectitud, cuando la
liberación de la injusticia aún era reciente y el pueblo miraba hacia un
futuro brillante con Corax como su gobernante.
La primera opción para colocar la bomba era la acera, había una losa de
servicio, a la izquierda del pedestal de Corax, donde podía ocultarla, pero si
inspeccionaban los conductos que había debajo la encontrarían, la losa
atenuaría la explosión, las víctimas serían pocas, el incidente sería menor.
Descartó otros dos lugares que sus instrucciones sugerían, uno en un
monitor de tráfico y otro detrás de un soporte que sostenía el edificio en el
que se encontraba y que formaba un soporte sobre el pavimento. La
explosión sería difícil de dirigir desde cualquiera de ellos, la mayor parte de
la misma iría dirigida hacia la multitud, se esperaban algunas muertes, pero
demasiadas pondrían a la población en contra de los Hijos. Su lugar favorito
era la torre de lúmenes, y no estaba en su lista de recomendaciones, eran
estúpidos por no haberla visto. Era perfecta. La torre de lúmenes era una de
las cuatro esculturas gigantes de acero y cristal que había alrededor de la
estatua, de cuarenta metros de altura y con doce lámparas dispuestas a los
lados y en la parte superior. Había una escotilla de acceso en la base que
tardaría segundos en abrirse, si tiraba la bomba hasta el fondo del
compartimento de inspección y volvía a colocar el cableado, probablemente
no la encontrarían incluso si la torre necesitará mantenimiento. El metal de
la torre era delgado y la explosión lo convertiría en una nube de metralla
que mutilaria a los manifestantes. Si adaptaba la bomba para darle las
propiedades de una carga hueca para dirigir la fuerza hacia la carretera,
podría limitar las muertes entre la multitud. Desde luego, la explosión
derribaría la torre de lúmenes. Se vería a lo largo de todos los caminos que
llevaban a la plaza. Lo mejor de todo es que la estatua de Corax sería
testigo de ello.
Tendría que engañar a los sensores internos para que no detectaran que se
había abierto, pero para ello debería contactar con agentes que trabajaban
dentro del estado y que podían realizar esa tarea. Podría pasar por alto el
cuadro de mando de los Hijos y pedir un par de favores, su contacto había
dicho que tenía que ser algo grande. Ella haría que fuera todo lo grande que
pudiera, y aquél era el lugar perfecto. La misión de Corax no estaba
terminada, de ninguna manera podría haber deseado abandonar al pueblo a
esta tiranía a medias, tenía una lucha más grande en la que estar. Ahora le
tocaba a los que eran como ella continuar la lucha en su nombre, él se
entristecería por la pérdida de vidas, pero se alegraría de ver sufrir a los
opresores. Los Hijos de Deliverance estaban seguros de su misión, de ella
dependía hacérselo pagar a los tecnogremios.
Ocho
el no acatamiento
Corax no solo entró en el parlamento sin que Fenc se diera cuenta, sino
que el primarca ya se había acercado mucho antes de que lo hiciera. El
primarca tenía una presencia tan poderosa que debería haber sido imposible
que entrará en el gran salón sin que la noticia de su entrada se hubiera
extendido por todas partes y, sin embargo, de repente, Corax estaba
caminando por el amplio espacio abierto de la sala de debates sin indicio
alguno de su llegada. Un murmullo de sorpresa le indicó a Fenc que no era
el único que se había visto sorprendido, el trabajo se detuvo. Un murmullo
de voces que variaban entre la consternación y el asombro llenó la
habitación. El almirante experimentó un nudo en la garganta al pensar que
Corax podría haber estado allí durante varios minutos, observándolo sin ser
visto, desde un punto de vista racional eso era inverosímil. Pero a Fenc la
experiencia le decía que era más que probable, la galaxia era un lugar
mucho más extraño de lo que la Verdad Imperial permitía.
-Casi, mi señor- respondió Fenc. -Le informó sobre asuntos que podrían
haberse dejado en manos de un subteniente. El orgullo y el deseo de
mantenerse firme frente a Corax le hacían hablar, tieso como un palo, como
si estuviera en un desfile. -Ha habido algunas dificultades para integrar
nuestra maquinaria con los sistemas de energía de esta ciudad y otros
problemas a superar en cuanto a la compatibilidad de la tecnología tri-
d de la Cofradía con el hololito para crear una audiencia remota de
esta escala. La conferencia anterior funcionó bastante bien, pero esta es
una empresa más ambiciosa, el Magos Bernt me dice que cuanto más
compartimentada esté la transmisión entrante más se hará evidente la
divergencia entre nuestras tecnologías. Aparentemente hay un
desajuste en la velocidad de los datos de los proyectores de cinta.
A una distancia de dos metros, Fenc podía mirar a Corax a la cara sin
levantar el cuello, pero de cerca los ángulos se forzaban. Su columna
vertebral chasqueó mientras se esforzaba por mantener la mirada del
primarca. La parte de atrás de su cabeza se apoyaba sobre su pesado collar
de brocado.
-Deseo fervientemente que su plan funcione, mi señor- aseguró Fenc,
pero no creía que así fuera.
Corax lanzó a Fenc una pequeña sonrisa que lo puso nervioso, subió al
escenario y ocupó su lugar al frente de la asamblea, Fenc se unió a él de
mala gana, su lugar estaba en el frente, tal y como su puesto lo exigía.
El primarca parecía prestar especial atención a todo lo que ese tal Branne y
el otro, Agapito, decían. Los comandantes tenían un gran parecido entre sí
que iba más allá de la homogeneidad forzada de los vínculos de la semilla
genética, también tenían el mismo patronímico. Fenc asumió que eran
hermanos de verdad.
-Él fue uno de los pocos que consideró seriamente el acatamiento desde
el principio- indicó Branne. -Esto va a enviar un potente mensaje al
resto.
-Mi señor, hay una transmisión entrante- anunció un oficial de
comunicaciones.
-Muéstrala- le ordenó Corax.
El hololito crujió. Las máquinas emitieron un tono más alto. Los campos
de los retratos individuales de los mil gobernantes se encendieron de
inmediato, en lugar de varias personas había una sola cara compuesta.
-Escúchame, hijo del tirano- comenzó Agarth, cuyo rostro gigante miraba
a Corax con el ceño fruncido. Sus ojos eran saltones y húmedos. Los
campos de proyección permanecían coordinados de forma imprecisa y sus
movimientos saltaban de esfera en esfera. -Así es como nos ocuparemos
de cualquiera que se someta a vuestras demandas. El resto los
señalarán como traidores. Ninguna ciudad de este sistema se rendirá a
ti. Vete de aquí. Tu patético espectáculo capturando a un puñado de
nuestros confederados no ha cambiado nada. Aún quedan mil. ¿Puedes
enfrentarte a todo el poder de nuestros cañones y evadir nuestra flota?
Entrar sigilosamente en nuestros reinos para obtener victorias
individuales no te servirá de nada. Te obligaremos a enfrentarnos como
hombres y morirás. Te lo advierto, hijo de aquel que llamáis
Emperador, vete o perece.
-El Imperio es vasto y poderoso- replicó Corax. -Yo no soy más que la
punta de la espada. No podéis resistiros a mí. Podéis desafiar a mi
padre todo lo que queráis. Al final, vuestro acatamiento es inevitable.
Aceptadlo ahora. Sois un sistema. Tengo miles a mi espalda. No podéis
enfrentaros a nosotros. Acabaré con vosotros.
-Lo hecho, hecho está, mi señor- admitió Sentril. -Así que debemos lidiar
con las consecuencias. Le lanzó una mirada de simpatía a Fenc. -La
Cofradía se ve a sí misma en esa misma posición; amenazada por un
enemigo externo, sólo que se considera que es un poder mayor a
cualquier otro a los que nos hayamos enfrentado. Creen que pueden
ganar.
-No tienen idea de los enemigos que hemos vencido- aseguró Corax.
-Todavía creen que prevalecerán allí donde cayó Hartin- indicó Sentril.
-Les demostraré que su confianza está fuera de lugar- proclamó Corax. -
Cenit-tres-uno-dos es la ciudad de Agarth. Es allí donde atacaremos a
continuación. Es el objetivo lógico, una demostración aún mayor de
nuestras habilidades hará temblar las convicciones de los demás. Por lo
tanto, yo mismo lideraré el asalto y llevaré a Agarth encadenado ante
este proyector hololítico para mostrarlo a sus compañeros.
-No quiero faltarle al respeto- señaló Sentril, -pero subestima su orgullo.
Hemos pasado el punto de poder convencerlos.
-Ya veremos- dijo Corax.
-Mi señor, por favor, reconsidérelo- insistió Fenc.
Empezó vacilante, pero, a medida que las palabras salieron de su boca,
estas cogieron más fuerza. Su convicción se fortaleció. Extendió las manos,
con las palmas hacia abajo, en un enfático gesto de desacuerdo. -Mi señor,
no lo haga.
Fenc tembló. Corax irradiaba calma y sensatez, pero, incluso con una
apariencia tan neutral, su poder aplastaba al almirante, la mirada de sus
negros ojos estaba clavada en él.
-Agarth tiene razón, mi señor- afirmó Fenc, obligándose a mirar los pozos
de oscuridad que Corax tenía por ojos. -Nos enfrentamos a una larga y
costosa campaña.
-Y no crees que podemos ganar. Y tampoco que puedo hacer lo que he
dicho que voy a hacer- supuso Corax.
Hubo una larga pausa en la que los negros ojos de Corax se perdieron en
los de Fenc. Una línea de sudor bajó cosquilleándole la sien, la mejilla y el
interior del alto cuello de su traje.
-Agapito- respondió.
Quien habló fue su escudero.
-El comandante Branne está aquí para verle.
-Hazlo pasar- le indicó Agapito, tras lo cual se esforzó por parecer
ocupado.
Agapito vestía con unos pantalones negros y una túnica sin mangas, sus
brazos estaban llenos de músculos tachonados con el plateado titilar de los
puertos de derivación nerviosa. Su pálida piel estaba ensombrecida por un
caparazón negro subcutáneo, cuando se puso de pie y envolvió el pecho
blindado de Branne fue como abrazar a una unidad de refrigeración. Branne
dio un paso atrás y agarró el hombro de Agapito.
-Ha pasado demasiado tiempo. ¿Cómo te ha ido sin que te cuide las
espaldas? Veo que sigues vivo.
-Estoy mejor desde que oí que hoy tomé mi objetivo antes que tú el
tuyo.
-Aun así, lo tomé- se rio Branne.
-Tienes mucho de lo que presumir- aseguró Agapito. -Permíteme un
momento de regodeo.
-Está bien, tú ganas. Miró a su alrededor. -¿Le has hecho algo a este
lugar?
-Mis aposentos son los mismos de siempre.
-¿Estás seguro?- preguntó Branne mientras seguía mirándolo todo. -Algo
ha cambiado.
Tomó un sorbo del licor y puso una cara a medio camino entre admirada y
horrorizada. Las viejas técnicas carcelarias para destilar alcohol se habían
refinado, pero los viejos sabores morían con dificultad.
Pexx miró de reojo a Branne. Fue una mirada furtiva, pero resultaba
extraña cuando la realizaba un Marine Espacial con una armadura de
batalla.
Música simplista sonó por las calles de Kravv y una ovación creciente
recibió a la procesión que se acercaba. Las bandas que marchaban delante
giraron alrededor de la base de la estatua y pasaron por la Plaza de la
Libertad. (Liberty Square en el original, nt)
A estas alturas, las primeras filas de los tecnogremios estaban pasando por
delante de la estatua. Phelinia levantó sus magnoculares para ver mejor,
caminaban en lugar de marchar y, algunos de los más jóvenes, tiraban
puñados de dulces de chocolate estrictamente racionados de las cestas que
llevaban los sirvientes. Saludaban y se reían. Phelinia les dejó disfrutar
medio segundo más de sus vidas.
-Mis disculpas por hacerle esperar, señor, la seguridad aquí debe ser
estricta.
-Tiene un metro de profundidad, tal vez más. Fue una bomba potente,
es un agujero muy hondo.
-En mi opinión- expresó el procurador, -el perpetrador deseaba infligir el
máximo daño y evitar una gran cantidad de bajas fortuitas.
-Cincuenta y seis personas murieron de entre la multitud- indicó Tensat.
-Esa es la definición de una gran cantidad.
-Sin embargo, el objetivo eran los miembros de los gremios que iban en
la marcha. Hay varias alternativas donde colocar un artefacto
explosivo en esta área. En todas ellas se habría aumentado
significativamente el índice de víctimas.
-Sigue siendo un asesinato. Tensat observó detenidamente un destrozado
trozo de carne pegado al suelo. -No sé por qué han ido a por gente como
ellos. Estos pobres bastardos son lo más bajo de lo bajo.
-Supongo que el sospechoso los consideraría un objetivo válido, los
gremios son el objetivo.
-¿Por qué?- le preguntó Tensat en voz alta mientras le seguía. -¿Por qué
no os pusieron la bomba a vosotros? No son pocos los que creen que el
Mechanicum es responsable de su miseria.
-Estaba a punto de decir que tenemos que solucionar esto antes de que
la Legión se involucre.
-Yo diría que es demasiado tarde para eso- indicó el legionario.
Once
otra forma de guerra
Fenc no podía hacer otra cosa que observar y prepararse para la fuga del
enemigo. Sus capitanes de artillería lanzaban un sinfín de misiles anti-
munición y señalaban los ataques láser. Las alarmas sonaban al agotarse las
municiones, los oficiales lo tenían todo controlado: redirigían los recursos
según fuera necesario y ordenaban pequeños turnos en los corredores de
fuego para compensar las torretas que necesitaban enfriarse o requerían
reabastecimiento. En las otras cincuenta naves ocurría lo mismo; los
audaces capitanes permanecían inactivos mientras sus tripulaciones
cumplían con su deber. La luz de combate estaba activa, roja y
amenazadora, pero el susurro constante de órdenes y peticiones era
tranquilo, a pesar de la tormenta de luz que atravesaba el vacío, no había
peligro inmediato. Fenc tenía dos hololitos activos frente a su trono de
mando. Uno mostraba una vista de la representación del sistema y el otro
una picto-imagen real del ataque de Corax, dentro de la esfera
representativa, las Mil Lunas continuaban moviéndose a través del espacio
mientras las elipses y los círculos de sus órbitas habituales se deformaban
hacia una espiral a medida que se reposicionaban. Las naves de la Cofradía
se contenían esperando a volver a desplegarse en caso de que la flota de
Fenc lanzara un ataque a una luna secundaria. La vigésimo séptima les
hacía frente en un punto muerto, Fenc no podía hacer nada o la nave de la
Cofradía presionaría a la Legión del primarca. Las naves de la Cofradía no
podían avanzar sin presentarse ante los cañones de la Vigésimo Séptima.
Un hombre de baja estatura bajó trotando por la rampa, iba vestido con el
uniforme de un oficial, pero sin distintivos de rango. Llevaba dos rifles
láser en el hombro. De su mano derecha colgaba una gran bolsa con los
efectos del prefecto.
-Mi compañía se moverá ahora que usted está aquí. En treinta y seis
minutos llegará el primero de los civiles evacuados del distrito nueve-
cero-tres. Hay un fuerte enfrentamiento con el enemigo en ese sector.
Dicho sector tendría un nombre local. Todos los planetas, pueblos y bases
tomadas por la Gran Cruzada lo tenían. Las fuerzas terranas no tenían
tiempo para aprendérselos. Las posesiones imperiales crecían tan rápido
que los números tendrían que bastar. Hay almacenes en los niveles
inferiores- continuó el capitán. -Recomiendo que se utilicen para
albergar a la población civil mientras continúan los combates. Este
hangar y sus almacenes están separados del resto. Sólo hay una única
puerta de carga, es fácil mantenerlos dentro. Han de pasar el
procedimiento. Oficiales, militares, cualquiera con alguna influencia,
primero debéis preparar un perímetro y luego pasar a investigar a los
civiles.
Caius asintió.
-Corazones y mentes.
-Ganaremos ambas cosas- le aseguró el capitán. -Bajas mínimas. Buen
trato para los detenidos.
Corax era por naturaleza un libre pensador, que prefería hacer su propio
trabajo; no un general, sino un señor de la guerra. A sus hombres se les
animaba a pensar por sí mismos, en parte para que Corax no tuviera que
dirigirlos, a menudo operaba solo. Las acciones de su legión eran a menudo
poco más que una tapadera para su propio y decisivo golpe. Así iba a ser en
Cenit-Tres-Uno-Dos. Corax tenía la intención de capturar al propio
Archicontrolador Agarth. Con él iban una docena de legionarios con el
mismo asombroso poder., los Maestros de las Sombras, los Mor Deythan en
la lengua kiavahrana, eran una pequeña proporción de la Legión que, por un
capricho de la semilla genética derivada del cuerpo de su primarca, había
heredado el don de la invisibilidad de Corax.
Nadie los vio. Nadie los detuvo. Corrieron por pasillos abandonados y por
barracones llenos de soldados que luchaban por repeler el asalto de la
Guardia del Cuervo. Pasaban sin ser vistos sin importar cuán llenos estaban
los lugares por los que iban. Daban buena cuenta de las pictounidades, los
augur y los auspex cuando era necesario, ya que a las máquinas no se les
podían engañar. El enemigo estaba demasiado ocupado para pararse a
investigarlo. Ser capaz de moverse libremente por el territorio enemigo le
daba a Corax una perspectiva única de la guerra. Había estado en los
centros de mando de los generales enemigos cuyos ocupantes discutían con
convicción sobre la mejor manera de matarlo. Había caminado por las
líneas de trincheras donde las tropas temblaban de miedo ante la idea de
enfrentarse a sus hijos. La gente se comportaba de forma diferente cuando
piensan que no se les observa. Así pues, tenía una visión muy secreta de las
mentes de los hombres, podría haber hecho cosas tan horribles si hubiera
tenido un corazón más negro.
El primarca arrancó las tripas del hombre con sus garras de energía y las
vísceras se derramaron al tanque volviéndolo rojo. Arrojó al supervisor, aún
vivo y asfixiado, a los desperdicios, un líquido caliente y apestoso llenó su
cavidad abdominal vacía. Se hundió sin dejar rastro.
-Está aquí abajo- indicó el cirujano general. -Creo que es mejor que lo
vean ustedes mismos.
Llevó a Caius y Milontius por las escaleras que conducían de los hangares
al almacén, la escalera emergía desde una escalerilla atornillada a la pared
sobre el suelo del almacén. Un enorme pistón en toda su extensión sostenía
el elevador de carga, que actualmente formaba parte del piso del muelle de
carga de arriba. Los therionos habían hecho todo lo posible para despejar el
espacio, pero el almacén estaba lleno, y los civiles estaban apiñados en un
pequeño cuadrado en el centro, rodeado de contenedores de carga. El fugaz
calor golpeó el rostro de Caius como una húmeda bofetada, miles de
carinaeanos abarrotaban el almacén. Caius estaba satisfecho con la forma en
que sus hombres estaban manejando la situación, la presencia armada era
discreta, y estaba siendo de gran ayuda para la población local. Pero el
muelle estaba abarrotado y allí hacia un calor pantanoso, por lo que era
comprensible que la gente estuviera consternada, un hombre de menor
categoría que Caius podría haberlos despreciado. Y, en su opinión, no tenía
derecho a hacerlo. Ellos no habían rechazado el acatamiento; eso fue culpa
de sus líderes, sería un error condenarlos por las decisiones de sus
gobernantes. No siempre se podía dar el lujo de hacer esa distinción, Caius
había visto miles de inocentes asesinados para lograr el elevado objetivo de
la unificación, pero, cuando tuvo la oportunidad de preservar la vida, así lo
hizo. Se permitió un momento de calma.
-Parece que por aquí está todo bien- opinó Miloncio.
-No digas esas cosas, Milontius.
-¿Señor?
-¿Alguna vez has oído hablar de la expresión «tentar al destino»?
-Lo siento, señor.
Caius casi esperaba a que algo saliera mal en breve, el universo tenía un
malvado sentido del humor, pero la situación se mantuvo como estaba.
Grupos de personas afligidas estaban sentadas juntas, en silencio. Los bebés
lloraban. Se habían seleccionado a los individuos con uniformes y ropas
lujosas y se les había llevado para interrogarlos hasta la línea de escritorios
atendidos por los therionos situados frente a la puerta principal de carga de
gigantes dientes.
Caius miró por encima del hombro al rebaño humano que se asfixiaba por
el calor en la bodega. -Tenemos que darnos prisa, se lo debemos por
haber tomado sus hogares.
-La mayor parte de ellos están rotos- le explicó el jefe de los técnicos
cuando volvieron a la sala de control. Estaba tenso y cubierto de hollín.
-Puedo ver que están rotos- aseveró Caius. -Y sé que están rotos. Por eso
te he llamado, para que lo repares, para, si quieres, des-romperlo.
-¿Y qué hay de él? Caius señaló más allá del técnico.
Le habían asignado recientemente un sacerdote marciano bajo su mando,
la razón por la que habían endosado ese estrafalario personaje a su
regimiento le desconcertaba. Las orugas que el sacerdote tenía por piernas
chirriaban bajo su peso mientras arrojaba humo de aceite quemado sobre las
consolas.
-¿Cuál es la exposición?
-Para nosotros, insignificante. Aquí no hay suficiente flujo de aire. El
cirujano general les echó un vistazo a todos ellos. -¿Alguien nota algo
raro?
-Es algún tipo de virus modificado. No sabré cuáles son sus efectos a
menos que consiga una muestra. Pero es agresivo. Muy agresivo- miró
más de cerca la pantalla. -Aquí deberíamos estar a salvo. Pero, si entra,
les recomiendo que usen gafas protectoras. Por el tipo de actividad que
está exhibiendo, tan solo el contacto con el aire podría descargar
suficiente carga viral a través de los ojos.
-¡Sí, antes!- ladró Caius. -¿De qué sirve purificar el aire después de que
dejemos entrar al virus? Ponlo al máximo. Quiero informes periódicos
de la situación para ver si llegan a afectar a los civiles. Y veamos si
puedes conseguir que ese marciano sea de alguna utilidad.
-Tú eres joven y yo viejo. He visto todo tipo de barbaries que el hombre
puede llegar a realizar. Y sí, creo que podrían envenenar a sus propios
civiles. Pero no te preocupes, Miloncio- dijo Caius con amargura. -
Probablemente se asfixien antes.
Trece
animáfago
-Mi señor, hay movimiento entre los muertos- informó uno de los
guerreros. El nombre de Dio Enkern parpadeó en el casco de Corax. -Tal
vez haya supervivientes.
-Ve a investigar- le ordenó Corax. -El resto, permaneced en las sombras.
Corax localizó a Enkern mientras este se movía a través de un cuadrado
de hierbas azuladas, corría de árbol en árbol, maximizando su cobertura, y
luego se movió al refugio de un pilar de la línea de tránsito.
Corax vio escapar a varios, trepando alto y rápido por los soportes de los
tejados, la fuerza de sus armaduras les ayudaba, una vez lejos de las
multitudes, fueron más rápidos que los sin mente y los dejaron atrás. Pero
los afligidos estaban en todas partes, y los guerreros que dejaban de luchar
contra un aullante grupo de personas se encontraban corriendo directamente
hacia otro. Corax podría llevar a sus hijos a un lugar seguro de uno en uno,
pero, ¿a quién primero? Sus ojos fueron de guerrero en guerrero, calculando
el orden que le permitiría salvar a la mayoría. Tras lanzar un grito de
frustración por no poder ayudarlos a todos, Corax se lanzó en picado hacia
Enkern. Se detuvo con fuerza antes de impactar contra el suelo y los
reactores de su propulsor convirtieron en cenizas a una docena de afligidos.
El barrido de las cuchillas de las alas cortó una hilera más de ellos, los
cuerpos estallaron bajo sus botas mientras aterrizaba, sacó las garras y se
abrió paso hasta su hijo.
Se lanzó hacia el cielo, con las garras extendidas, e impactó contra una de
las cúpulas transparentes. El cristal, duro como el diamante, se enfrentó a
unas garras monomoleculares enfundadas en luz, lanzas de descarga de
energía se deslizaron sobre el vidrio hasta que llegaron a los travesaños de
plastiacero que separaban los gigantescos paneles triangulares entre sí.
Corax retrocedió. El cristal estaba resquebrajado. Se dejó caer hasta el suelo
y detuvo su caída con un chorro de gases y abriendo las alas, giró y se
impulsó con sus reactores en un rápido ascenso. Embistió contra la cúpula
y, de manera infalible, sus garras encontraron la debilidad en el cristal.
Corax lo atravesó entre una nube de fragmentos, que escaparon de la débil
gravedad de Cenit-312 y se dirigieron al vacío. Lo siguió un rizo blanco y
efusivo que formó la atmosfera al escapar, el rugido que eso causó le
dificultó escuchar los mensajes vox de sus hijos.
Lo siguiente que oyó fue el fuego de los bólter. Corax se abrió paso a
través del huracán. Violentas corrientes lo sacudieron mientras volaba de
regreso a la terraza. Una lámina del panel de las ventanas de la terraza
estaba hecha añicos, los afligidos se abrían paso a la fuerza mientras se
destrozaban entre los dentados bordes. Enkern, Ledennen y el resto
descargaban los proyectiles que les quedaban a la horda que avanzaba con
admirable parsimonia, donde cada disparo sólo se realizaba cuando era
necesario. Los torsos estallaron, las cabezas explotaron. Los afligidos
resbalaban sobre las tripas derramadas de sus compañeros, pero parecía
como si los Marines Espaciales estuvieran lanzado piedras para detener una
avalancha. Corax agarró al primero de sus hijos por su mochila y lo llevó a
la brecha que conducía al vacío, lo arrojó con fuerza a la ráfaga de aire y
descendió de nuevo. Al segundo lo cogió momentos después, para entonces,
los afligidos se habían desplegado y atacaban a los guerreros de Corax por
todos lados. Reducido el volumen de disparos que recibían, la horda acosó
con mayor intensidad al Mor Deythan. Como tercero Corax cogió a Enkern,
justo cuando las manos de los afligidos buscaban una armadura negra.
Ledennen se quedó solo.
Caius asintió. El maestro vox le dio una vuelta a los diales para que
quedara en recepción, los silenciosos canales dejaron a los presentes mudos.
-Por la luz de Terra- susurró Caius. -El animáfago, pensé que era un
mito. ¿Qué clase de hombre usaría tal cosa?
-Aquel contra el que luchamos- se lamentó el Cirujano General Cordellus.
Caius miró por las ventanas rotas hacia el hangar. Allí, cinco de sus naves
esperaban, dejando escapar los vapores del refrigerante por los conductos
de ventilación de sus motores. Cuatro pistas de aterrizaje más estaban
ocupadas con los escombros apilados por sus hombres.
-Cerrad todos los accesos a esta sección- ordenó Caius. -Enviad a los
grupos de abordaje a los principales puntos de entrada, redoblad el
esfuerzo para despejar esas pistas de aterrizaje. Solicitad más
cañoneras.
-Va a exponer a más de nuestra gente al virus si volvemos a la flota- le
advirtió el cirujano general.
-Pero no estamos infectados, ¿verdad? Y el capitán dijo que el virus se
había consumido- le recordó Caius. Echó un vistazo a un conducto de
ventilación. -No abandonaré a los civiles. Preparad las naves de
desembarco para el lanzamiento. ¡Que comiencen los planes de
evacuación! Todavía seguía dando órdenes cuando salió de la habitación.
-¡Nos estamos asfixiando! ¡No nos dirá que quiere dejarnos aquí!- gritó
uno.
-En breve, empezaremos a sacarlos de este almacén hacia la seguridad
de nuestras naves estelares, donde se os atenderá hasta que la situación
se resuelva- continuó Caius como si no hubiera escuchado la interrupción.
-¿Qué? ¿Quiere decir que están todos muertos?- oyó decir a alguien.
El resto era una cacofonía. Trató captar lo que decían, pero su lenguaje
era demasiado rápido y demasiado nuevo para él.
-¡Es una mentira!- gritó el funcionario. Tuvo que intentarlo varias veces
para hacerse oír. -¡Es una mentira!
La gente se calló por un momento.
-¿No lo entendéis?- les preguntó el funcionario. -El Archicontrolador
Agarth no tiene esas armas y, si las tuviera, ¿por qué las usaría contra
su propia gente?
El ruido volvió a aumentar. Esta vez la gente gritaba, el oficial levantó las
manos y las bajó, lo que hizo disminuir el ruido.
-Es una mentira para que nos volvamos sumisos. Le lanzó un gesto
acusador a Caius. -Han tomado la ciudad. ¡Van a esclavizarnos!
Los therionos de los escritorios empujaron sus sillas y dieron varios pasos
hacia atrás para alejarse de la multitud mientras sus manos se desviaban
hacia sus pistolas. Los pocos centinelas que estaban en el almacén se
unieron a ellos y prepararon sus armas, pero sin apuntarlas directamente a la
multitud. Los carinaeanos a los que estaban interrogando se vieron
incómodamente varados entre sus captores y su propia gente.
-¿Y si tiene razón? ¿Y si está diciendo la verdad?- dijo una solitaria voz
de la razón antes de que se perdiera con rapidez.
Caius pudo imaginar cómo iba acabar todo esto, había acelerado de forma
escalofriante algo inevitable.
-¡Retírense!- vociferó a través del vocoemisor con tanta fuerza que sus
palabras salieron como distorsionados gruñidos. -No estoy mintiendo, la
ciudad está contaminada.
-¿Lo veis? ¿Lo veis?- gritó el funcionario. -¡Están mintiendo! ¡No hay
ninguna plaga!
-Señor, debe irse -dijo un soldado. Agarró el hombro de Caius y le empujó
detrás de él. -Yo los retendré.
Elevó sus hombros, con el arma preparada, para esperar a los atacantes
que avanzaban por los tramos en zigzag de las escaleras. Caius miraba
aturdido, estaba paralizado. El aire frío le golpeó, debería haber llamado a
los guardias situados en lo alto de la escalera que llevaba al hangar. Debería
de haber hecho algo, pero todo lo que podía hacer era mirar, la escena tenía
la cualidad distante de un viejo recuerdo, como si estuviera reviviendo un
trauma que había experimentado hace mucho tiempo. La multitud se movió
hacia el área de manipulación, lentamente al principio, pero, al ver que
nadie los detenía, comenzaron a correr. Primero fueron los jóvenes
impetuosos, luego el resto. Rodearon las máquinas y se dirigieron hacia un
pasillo peatonal cuya pequeña entrada se abría al costado de una de las
grandes puertas del área de manipulación. La gente desapareció en su
interior.
-¡Suba las escaleras!- gritó en la cara del hombre. -¡Suba las escaleras!
¡Es la única salida!
-¡Tú!- señaló al centinela. -Elimina a los afligidos. Despeja una ruta para
los civiles.
Otra nave despegó, pero el ruido que hizo no fue lo suficientemente fuerte
como para enmascarar los gritos desesperados que resonaban escaleras
arriba. Algunos más de los esbeltos nativos de Cenit-312 se abalanzaron
hacia el hangar, con los rostros pálidos de terror ante la muerte que les
pisaba los talones. Una marea de afligidos carinaeanos irrumpió por la
puerta tras ellos.
Una luz giró por encima de la puerta. Una sirena comenzó a gruñir, la
puerta era pesada, a prueba de vacío en caso de que los campos de
integridad del hangar fallaran, y la impulsaba un poderoso engranaje que
corría sobre una pista dentada. La puerta se quedó cerrada a medio camino
y se detuvo. Las extremidades atascaban el mecanismo. Un soldado se abrió
paso para liberar la obstrucción y gritó cuando retiró un brazo lleno de
marcas de uñas. Los afligidos saltaban y arañaban la parte superior de los
escudos, tratando de abrirse paso por encima de ellos. Los que estuvieron a
punto de conseguirlo fueron ejecutados por los sargentos de las escuadras.
Uno le hizo un agujero a un carinaeano en la cabeza, lo que roció de
materia cerebral a la multitud que aullaba detrás.
Los miembros de las escuadras de abordaje abrieron fuego con sus armas.
Los rifles láser mataban de forma pulcra. Pero el resto no. Los cortadores
láser no estaban pensados para el combate, ya que eran herramientas de
corto alcance para cortar los cascos de las naves y los mamparos que
requerían de una cuidadosa preparación, pero cuando se presentaba la
ocasión adecuada podían ser armas de corto alcance mortales. Disparaban
abanicos de fuego láser que cortaban a los miembros más adelantados de la
multitud. Las pistolas de fusión freían a los hombres y los hacían explotar
con ráfagas de gas sobrecalentado, llovieron trozos de carne humeante. Una
mancha cayó sobre el rostro de Caius y se lo quemó. La puerta estaba
atascada con los muertos. La grasa corporal ardía, licuada y prendida por la
exposición a la periferia de los rayos de fusión. El humo negro se extendía
al interior el hangar.
Hubo una breve pausa. Los lúmenes rojos parpadeaban en el panel. "Nos
van a disparar" pensó Caius. "Esto es todo. Toda esta guerra y servicio
para que me derribe mi propio bando como medida de precaución".
Les hicieron esperar durante dos horas antes de que les llegaran más
mensajes. Sólo dejaron que se acercasen porque el primarca regresó.
Quince
la elección del cuervo
-¿Y qué hay del resto del sistema?- quiso saber Agapito.
-La Vigésimo Séptima Flota Expedicionaria realizará un asalto
inmediato sobre las Mil Lunas, tal y como había planeado Fenc.
Agapito vaciló antes de hablar.
-¿Qué pasa, hermano?- le preguntó Branne.
-Si no estamos allí para apoyarlos, tendrán dificultades, con nosotros a
su lado, podemos acabar con esto rápidamente antes de que las
ciudades alcancen una situación óptima de disparo. Sin nosotros...
-Lo que tengas que decirme, Ephrenia, se puede decir delante de todos,
a menos que no te atrevas.
Ella le sonrió con tristeza. Ephrenia había estado con Corax desde el
momento en que lo liberaron del hielo, en lo más profundo de Lycaeus.
Pocos lo conocían tan bien como ella, ambos sabían que ella no quería
avergonzarlo, ambos sabían que no dejaría que eso la detuviera.
-Tiene razón- le apoyó Branne. -Odio dejarlo ir, pero tenemos que
atacar ahora. Escuche a Fenc, por el bien de la cruzada, Agarth es un
solo hombre, miles de vidas están en juego, tenemos que acabar con
ellos ahora.
-Branne, ¿te atreves a cuestionar mis órdenes? Soy el primarca...
Había pasado una semana desde el atentado del Día de la Salvación. Tensat
y Belthann habían perdido una cantidad desproporcionada de ese tiempo
ejerciendo su desconfianza mutua, a Tensat le molestaba que legión
interfiriera y Belthann no estaba feliz de trabajar con un humano no
modificado; de hecho, Tensat tuvo la impresión de que Belthann pensaba
que los no legionarios eran inferiores a él. Tensat calculó que había
empezado a irritar al sargento media hora después de reunirse, el procurador
mecánico se mantenía al margen de las disputas. En ese momento estaba
flotando en el otro extremo de la habitación, observando el intercambio de
palabras con una molesta inescrutabilidad mecánica, eran los únicos tres
presentes. Un espejo de doble sentido daba a una cámara de interrogatorios
vacía, las luces estaban apagadas y el auto-inquisidor estaba
cuidadosamente doblado en su estante. No disponía de nada más
amenazador que los inductores de la verdad farmacéuticos, Corax
desaprobaba la tortura.
Tensat miró la pizarra de datos que tenía en sus manos, el mensaje era un
vídeo de dos minutos en el que se atribuía la responsabilidad de una serie de
crímenes contra los tecnogremios.
-Me crie en las minas de la prisión allá arriba. Los ojos de Belthann se
volvieron de piedra. -Yo era de la tercera generación. Yo no había hecho
nada, mis padres no habían hecho nada y mis abuelos habían hecho
muy poco, pero fue lo suficiente como para condenar a mi familia para
siempre. Si no fuera por las órdenes de Lord Corax de dejar en paz a
los miembros de los gremios, probablemente los estaría matando yo
mismo.
-Bien. Bien entonces. Estoy de acuerdo. Veré qué puedo hacer, pero si
sale mal, te agradecería que ofrecieras al gobierno una explicación en
lugar de mi cabeza.
A veces Pexx veía todo esto desde arriba. Otras veces vagaba físicamente
por los paisajes de su tormento, vestido con túnicas grises como la ceniza,
mientras arrastraba los pies sobre el sangriento barro, con las manos
retorcidas porque no podía hacer nada para ayudar a los que habían muerto
y el sentimiento de que podría haber hecho algo para detenerlo, si hubiera
actuado antes, lo perseguía. Sin embargo, no sabía qué significaba esa
visión premonitoria, y eso sólo profundizaba su dolor, la culpa lo rasgaba
con sus sucias garras. Entremezclados con esos sentimientos estaban los de
la agresividad frustrada, le molestaba no estar presente en el combate.
Ansiaba desangrarse a sí mismo como lo habían hecho los guerreros
muertos, para expulsar los sentimientos de impotencia y la inminente
condena con la furia de la batalla. Esos sentimientos se apoderaban de él,
jugaban con él, y lo arrojaban de nuevo a la miseria.
-No creo que esté funcionando. Sacudió la cabeza, tenía el pelo afeitado
hasta la piel cuando entró. Ahora el cabello rozaba el áspero metal. -Nunca
pensé que caería ante la marca azabache, no creí que tuviera la
condición.
-No tiene nada que ver con la condición.
-Pues bien- suspiró Pexx con tristeza. -Lo siento, capitán, pero no estoy
de humor para hablar, si tiene algo que decirme, le agradecería que lo
dijera y luego se fuera Sonrió sombríamente para sí mismo. -A menos que
haya venido para dejarme salir, en cuyo caso, iría con usted.
-Hay una posibilidad de ello- señaló Agapito.
-Algo- admitió Pexx. -Un apotecario viene cada dos días para
alimentarme y evaluarme. Él habla. Dice que hablar entre los períodos
de aislamiento ayuda, que cambiar de un estado a otro puede sacar la
mente de esta maldita introspección.
-Vicente Sixx- concretó Agapito. -He hablado con él.
"Para hablar sobre mi estado" pensó Pexx. Ninguno de los dos lo dijo.
-¿Sabes lo de Agarth?
-Sí. El animáfago. Lo que hizo fue terrible, peor de lo que veo en las
visiones, lamento que haya sucedido. Es una pena que haya escapado.
-Lo hemos encontrado, aunque nos ha costado un tiempo precioso.
-¿Me está dando la orden que me una a ellos, capitán?- preguntó Pexx.
-No es una orden, sino una oferta. Si quieres mi opinión, deberías
hacerlo, más marcas azabaches pasaron la prueba luchando que
sentados en estos lugares y mirando a la oscuridad a la cara.
-Una forma poética de decir que enloqueces y destrozas tu propio
cuerpo- replicó Pexx.
-Lo reconozco- admitió Agapito.
-Lo haré, por supuesto.
-Pensé que dirías eso.
Sin duda, Agarth se sentía seguro donde estaba, pero nadie estaba fuera
del alcance de la Guardia del Cuervo. Lanzado desde los tubos de la
Tenebroso, el Moritat se dirigía hacia el sol en torpedos de abordaje, sólo
un loco volaría tan cerca de una estrella, el Moritat tenía locura de sobra.
-Andoro lo está haciendo otra vez. Lo está haciendo. ¡Otra vez!- gruñó.
La desesperación acechaba detrás de su risa. -Se está golpeando la cabeza.
-Espera- le gritó por encima del aullido del aire que se escapaba. Disparó
un proyectil al interior de la habitación que destrozó la consola de control. -
Por si acaso- señaló. -Ciérrala ahora.
Las armas eran magníficas y mantenían una alta tasa de fuego sin
sobrecalentarse.
Corrió por el terreno abierto entre el transporte y la puerta del hangar sin
mirar si el Maestro de las Sombras lo seguía. Los dardos lo golpearon desde
varias direcciones. Unas pocas perforaron su ceramita con la precisión de
las agujas de un torturador al ensartar los sistemas vitales. El gas silbaba
por los agujeros. Las advertencias de los sistemas parpadearon en rojo en su
casco. El flujo de energía de su pierna izquierda se volvió irregular. Nueve
Moritat convergieron en el hangar, lo más probable es que no quedaran más
con vida, y se anunciaron a sus camaradas con ráfagas de datos y una
plétora de muertes tecnológicas a sus enemigos. Corrieron desde todas las
direcciones hacia el transbordador. De acuerdo con la pantalla de Pexx,
trece de ellos lograron sobrevivir al viaje y a la misión. Una tasa de
supervivencia del cuarenta y seis por ciento frente al cumplimiento de todos
los objetivos de la misión. Para la mayoría de las otras ramas de la Legión,
la cifra habría sido motivo de una acción punitiva contra los comandantes.
Para el Moritat había sido un éxito rotundo. Pexx subió por la rampa del
transbordador. Sus motores se encendieron al tiempo que entró cojeando a
bordo mientras su armadura rechinaba y, con el pie que arrastraba, apartaba
las delicadas praderas metálicas que formaban los dardos incrustados. Unas
manos lo arrastraron hacia el interior de la nave. Esta se estremeció con la
fuerza de sus primitivas unidades motrices. El resto del Moritat entró
corriendo. Abandonaron toda precaución y entraron en la nave con sus
mochilas tachonadas de brillantes dardos y sus sistemas expulsando gases.
Pexx vislumbró al guerrero con el que había compartido la batalla, que, de
algún modo, ya estaba a bordo, y le levantó una mano. El Mor Deythan bajó
su cabeza y luego se hundió en las sombras de un mamparo como una roca
negra que desaparece en el petróleo. A Pexx le pareció que algo no le
encajaba. Con una sensación de temor, se acercó al lugar donde el maestro
de las sombras había estado. Allí no había nadie.
El rugido de los motores acabó con las preguntas de Pexx. No había más
Moritat en el hangar. Los tres que cubrían la rampa se dieron la vuelta y
entraron. Los guardias cénit abandonaron sus posiciones y corrieron hacia
la nave disparando imprudentemente hasta que las armas del casco del
transbordador abrieron fuego y los despedazaron en partículas. Lo último
que Pexx vio en el hangar fue a un hombre que se desvaneció en medio de
un destello de energía, luego la rampa se cerró y la nave subió el morro.
Hubo una pausa momentánea cuando dio un giro de 180 grados y voló las
puertas del hangar, luego un aumento de la temperatura y, por último, una
repugnante sensación debido a la repentina exposición a un campo de alta
gravedad. La nave se quejó lastimosamente debido a la subida de
temperatura a niveles mortales mientras sus secuestradores Moritat la
alejaban del sol. De repente, se encontraron a la sombra de la estación
moribunda y con el camino despejado, por lo que aceleraron rápidamente.
Ningún fuego de armas los molestó.
Pexx estaba exhausto, pero en paz. El sentido de la fatalidad lo había
abandonado. Su pesimismo había desaparecido. Se preguntaba si el Maestro
de las Sombras había sido real, o si había sido una manifestación de la
marca azabache. De cualquier manera, le ofreció al guerrero un silencioso
agradecimiento. Sin él, habría muerto por su propia mano. Pexx apoyó su
cabeza contra la pared interna del casco de la bahía de transporte y dejó que
el temblor de la nave lo adormeciera. Ningún cuervo oscureció sus sueños.
Dieciocho
la venganza del salvador
Continuó así durante unos minutos, sin parar incluso cuando, al fondo,
comenzaron a oírse los gritos de los hombres. La estación brillaba tanto en
la imagen térmica que su forma se perdió. A través del oculus resultaba
difícil de ver, ya que el color del casco estaba cambiando para coincidir con
el del sol.
-Cuando llegamos aquí, fue uno de los que más defendían el derecho de
este sistema a gobernarse a sí mismo. En apoyo de sus argumentos, citó
la defensa del pueblo contra la tiranía exterior como suprema en sus
deberes como líder. Y, sin embargo, cuando se enfrentó a una derrota
militar segura, en lugar de rendirse y salvar las vidas de aquellos que
estaba obligado a salvaguardar, destruyó sus mentes y los convirtió en
criaturas irracionales para simplemente detener el avance de mis
guerreros. Asesinó a cientos de miles de personas para evitar su
muerte, y sin embargo, aquí estamos. Su fin era inevitable. Está
muriendo, Archicontrolador. A medida que la temperatura se eleve en
su refugio, y su carne se ase en sus huesos, verá el por qué de todo esto.
"El precio a pagar por la influencia" pensó Tensat. A pesar de todas sus
quejas y su subordinación al Mechanicum, los tecnogremios seguían siendo
poderosos. Tensat tenía sentimientos encontrados acerca de la ceremonia, al
pertenecer él mismo a un tecnogremio de rango medio, le dolía ver a su
gente rebajada de esa manera, pero hacía todo lo posible por ocultarlo, pues
Tensat era un hombre honorable, y las historias que le enseñaron en la
scholam de la luna prisión de Lycaean le habían helado la sangre. Los
tecnogremios se merecían lo que tenían. Personalmente, sentía que no
merecían sufrir por los agravios de sus antepasados, pero eso era lo que los
lycaeanos habían soportado antes de la llegada del primarca, de cierta
forma, se había impartido justicia. La vida no puede ser perfecta. Las
soluciones invariablemente engendraban nuevos problemas, los buenos
hombres nunca eran tan buenos como decían. La vida continuó y él estaba
decidido a preservar la paz. Sin embargo, en sus más íntimos pensamientos,
era escéptico de la Gran Cruzada. Pantomimas como esta no ayudaban.
++Concéntrese++
Se dio la vuelta y se unió al flujo de gente que corría hacia los transportes
de los ejecutores que se movían hacia la plaza.
Ejecutores con armadura salieron como una tromba de los vehículos. Por
temor a alertar al asesino, Tensat no les había dicho nada acerca de la
verdadera naturaleza de la operación, y ya se encontraban cargando de
manera ineficaz, arrestando gente al azar, irrumpiendo en edificios y
subiendo escaleras arriba, sin saber que el asesino ya se había ido. Tenía
que actuar ahora. En unos instantes llegarían las fuerzas de Mechanicum
para sumar su potencia de fuego y su incomprensión a la de las tropas del
gremio y los ejecutores, con todas las discusiones sobre jurisdicción y
responsabilidad que eso implicara. Tensat pisó el acelerador, puso el motor
de gravedad a máxima repulsión y se elevó hacia el cielo, la repentina
aceleración lo aplastó contra el asiento acolchado.
Grasientas gotas de lluvia caían sobre su cabello. Las pocas personas que
había la calle se apresuraban hacia los salientes de los edificios para escapar
de la lluvia. El hedor químico le quemó la garganta mientras corría.
"Ahora" pensó.
Se arrojó al otro lado del pasillo. Una bala le afeitó la mejilla. Tensat
devolvió el fuego antes de que golpeara la pared opuesta. Una vez más, los
rastros de la luz láser rastrillaron su visión. Golpeó la pared, se dejó rebotar
en ella y cayó al pie de un abanico de escombros con el que se cubrió.
Mantuvo su arma apuntando al pasillo, su corazón martilleaba con más
fuerza que nunca, si la mujer tenía una granada, estaba muerto. Su
microvox crepito. El fantasma de la voz del procurador le siseó, pero sus
palabras eran ininteligibles, el rococemento debía ser grueso para bloquear
las comunicaciones del Mechanicum, se había adentrado más
profundamente de lo que pensaba. Después de cuatro minutos, se cansó de
estar tendido sobre el suelo y se levantó, nadie le disparó. Tensat pasó por
encima los escombros. Una oscura forma yacía en la penumbra que había
más adelante, allí donde el pasillo se abría a una ancha tubería, una vez
hubo una pesada puerta que había separado la tubería del pasillo, pero sólo
el borde seguía en su sitio. El panel de control para operarla era un agujero
oxidado del que brotaban cables que el polvo los había vuelto todos del
mismo color. La mujer yacía en la intersección, una línea de humo salía en
espiral de una herida en su pecho, le había disparado justo en el corazón.
-No te muevas- le advirtió por si acaso. Le dio una patada en el pie. Todo
signo de vida había desaparecido.
++Tengo a nuestro asesino++ informó por vox. La respuesta fue un
torrente entrecortado de palabras. ++¿Procurador?++
Tensat levantó las manos lentamente, dejó caer su arma, esta giró sobre el
seguro del gatillo y cayó al suelo. Un pie la alejó de una patada. Tensat miró
de reojo, pero no pudo ver quién le apuntaba, había una mano que sostenía
el arma, blanca a causa de la vida subterránea. Era grande. El resto del
hombre se perdía en la oscuridad.
-No estoy solo- le advirtió Tensat. -Ya están llegando los otros.
-Cuento con ello- le aseguró el hombre. -Eres muy valiente viniendo aquí
por tu cuenta. ¿Sientes que has cumplido con tu deber, ejecutor?
Miró hacia la tubería. Seguía sin podía ver a su captor, aunque estaba
bastante seguro de que lo estaba mirando directamente.
-Una vez fue amigo mío, hace mucho tiempo. Sal, Errin. No hay ningún
lugar a donde puedas escapar- avisó Belthann con una voz que sonó
inhumana tras las firmes rejillas de su casco.
-¿Quién dice que quiero escapar?
-Los años han sido más amables contigo que conmigo- observó.
-Tal vez por eso debería hablar con él. Para averiguar por qué hizo lo
que hizo.
-Mi señor- le replicó Belthann. -Me ha contado algunos de sus
razonamientos, mi hermano Maestro de las Sombras cree que ha
perdido la cabeza.
-¿Y tú lo crees?- le preguntó Corax.
-No- admitió Belthann.
-Entonces, ¿por qué cuestionas mi decisión?
-Porque, mi señor, me temo que vais a tratar de justificaros ante él.
-¿Y qué importa si lo hago?- le cuestionó Corax.
Belthann miró a su padre genético con una audacia que Corax admiró.
-Me alegro de verte, Corvus. Dime, ¿cómo están los chicos de Nev,
cómo está Ephrenia?
-Están bien, aunque avergonzados de oír lo que has hecho. Corax
examinó a Errin. Se había vuelto un fanático, pero no estaba loco.
-Te agradezco que hayas venido a verme.
-Hubo mucha gente que luchó por mí contra los supervisores de
Lycaeus- le recordó Corax sin emoción. -¿Crees que tengo tiempo para
hablar con todos ellos? Dime por qué hiciste lo que hiciste, tengo
asuntos más importantes de los que ocuparme que tu destino.
-¿Crees que se trata de poder? ¿Crees que se trata del hecho de que no
me convirtiera en uno de esos que llamas tus hijos? Errin se rio con
ganas. -¡No quiero el poder que ofrece el Emperador!
-Convertirse en miembro de la Legión es una responsabilidad, no un
regalo de poder- afirmó Corax.
-Si tú lo dices. Errin se encogió de hombros. -¿De verdad crees que todos
los hombres que se han convertido en legionarios se sienten así? ¿No
crees que algunos de ellos se regocijan con su fuerza?
Errin se sentó en la dura litera plegable que era lo único que había en la
cadena. Sus cadenas se arrastraron tras él.
-Bueno- sonrió y le señaló con el dedo. -No sois los únicos con
responsabilidades, he estado haciendo todo esto por ti.
-¿De veras?- inquirió Corax.
-Aquí dejaste el trabajo a medio hacer, Corvus Corax. Los gremios
siguen en el poder, la gente sigue sufriendo como siempre lo ha hecho.
Quería que lo vieras.
-El pueblo es libre- le contradijo Corax. -Te equivocas.
-No tienes ni idea de lo que está en juego. Corax lo miró impasible. -Ni
idea en absoluto. Hay fuerzas que actúan en este universo que el
lenguaje no es capaz ni de describirlas, no puedo gobernar aquí tal y
como la gente desea. No puedo estar aquí por el pueblo. Sufren. Lo sé.
Pero los seres humanos sufren en todas partes, hay mundos donde las
peores cosas posibles que puedas imaginar suceden como algo natural,
cosas que hacen que los horrores del Nivel Rojo parezcan mundanos y
amables. No puedo estar aquí para enderezar minuciosamente la vida
de la gente. Tengo miles de millones que salvar.
-He dicho lo que tenía que decir. He hecho lo que tenía que hacer.
Kiavahr está desestabilizado, tendrás que actuar.
-No lo haré- negó Corax. -El Mechanicum lo resolverá. Esto no es
asunto mío. Malgastaste vidas por nada, Errin. Te has malgastado a ti
mismo.
Corax le dirigió una última y larga mirada antes de salir por la puerta.
-Yo cumplo las órdenes del Emperador- replicó Corax. Sus negros ojos se
abrieron con ferocidad. -Sean cuales sean.
-¡Ya lo verás!- comenzó a gritar Errin. -Un día ya lo verás, Corvus
Corax. ¡Estás equivocado! No puedes quedarte en las sombras para
siempre.
-Eso lo debe decidir el Emperador, Errin, no tú- señaló Corax.
-Un día volveré- dijo Corax para sí. -Volveré y haré de este lugar el
paradigma perfecto de la sociedad humana. Pero eso queda muy lejos,
y hay muchos días oscuros por delante.