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Inquilinos de la falacia

Juan Becerra Acosta

Parece no existir argumento válido para quien prefiere creer en una mentira que le
conviene a vivir en una verdad que le incomoda. Las falsedades comúnmente
pregonadas por amigos, familiares y vecinos, o publicadas en redes sociales y ese
chat de tías cuyos mensajes agoreros van de la fantasioso a lo absurdo, no buscan
razones sino emociones, es a través de ellas que logran un cometido que, más allá
de engañar por engañar, consiste en causar daño a una persona o una causa.

El engaño se alimenta del anhelo. ¿Quién en su sano juicio da por


ciertas barbaridades como aquella que alerta sobre la llegada a la
sierra de Guerrero de reclutadores comunistas disfrazados de
médicos? El mismo que cree la disparatada teoría de plagio en una
tesis de Claudia Sheinbaum o que es madre de un nieto del
Presidente.

Esos chismes son un arma que, aunque de salva, termina causando


muchos daños a la sociedad en general, no sólo a quien va dirigido
el ataque. Desde inicios del actual sexenio circula un bulo que
advierte sobre la “inminente expropiación de bienes inmuebles en la
Ciudad de México por parte de Andrés Manuel López Obrador” en
su intento por “convertir a México en Venezuela”.

La redacción del mensaje es cuidadosa: aunque utiliza lenguaje


abogadil, está escrito con familiaridad y en primera persona, lo que
logra en el lector la sensación de cercanía y confiabilidad por parte
del emisor.

Quien quiere creer en la mentira, porque cree que le conviene a lo


que cree que son sus intereses, termina convirtiéndose en su
primera víctima. Aquel mensaje que vaticina una expropiación llegó
a quien escribe estas letras a través de una persona cercana.

De nada sirvió el argumento ante la falacia, a pesar de advertirle


que la amenaza era falsa y carecía de fundamento, a los pocos
meses vendió un departamento de su propiedad a muy bajo precio,
“antes de que se lo expropiaran”.

Actualmente se dice arrepentido pero –en el afán de abrazar la


mentira como defensa a su repudio político– culpa de la decisión
de haber rematado su propiedad al Presidente. No aprendió, hoy,
como ayer, sigue creyendo en los discursos agoreros que ante la
falta de proyecto profieren desde la oposición, muestra de que las
emociones pueden ser más contundentes que la razón, y de que
quien golpea con la mentira lo sabe.

La verdad se ha convertido en una afrenta para quien decide ser


inquilino de la falacia. ¡Ay de aquel periodista que ose darla a
conocer!, pues de hacerlo, aunque sea simplemente a través de la
nota simple, se convierte para las víctimas de la realidad en
enemigo sujeto a ser, ante la falta de argumento, insultado y
difamado hasta el cansancio, como si con ello se aminorara el
dolor que el autoengaño produce.

La mentira es absoluta e inapelable cuando la posverdad es el


prefascismo. Enemiga de la patraña es la veracidad que a quien
incomoda deja tan pocos recursos para desvirtuarla como el
mentir, mentir, mentir, una y otra vez hasta que el engaño sea más
contundente que la aclaración o el desmentido. Receta, la anterior,
para que la falsedad sea inmune al argumento, por tanto a la
verdad.

Además de las empresas factureras, el tomarse el pelo a uno


mismo (léase hacerse pen…) es deporte nacional en quienes ven a
la impunidad como vía para alcanzar sus metas. Ejemplo es la
negación de quienes minimizan el plagio de Xóchitl Gálvez al
informe académico con el que se tituló.

Ella misma reconoció que cometió un error (a diferencia de Yasmín


Esquivel, por cierto), no así tantos que profieren barbaridades como
“pero fue poquito” muy al estilo de aquel alcalde que “robó poquito”,
o “pero no era tesis”, sin aparentemente entender que se trató de un
trabajo requisito para la titulación. La corrupción está directamente
relacionada con la mentira, con ella vino, como sucedió con Uriel
Carmona, fiscal de Morelos, el ocultamiento del feminicidio de
Ariadna Fernanda.

El desvío de recursos, las cuentas de dinero en otros países, los


fraudes inmobiliarios, los plagios, se construyen a través de la
mentira y se sostienen con ellas.

La efectividad del engaño radica en su capacidad de ser –aún más


que creída– aceptada, normalizada o tolerada, y ello dependerá de
la conveniencia que sus alcances impliquen. Las mentiras forjan
alianzas cuya fuerza radica en una complicidad tramposa.

Mientras más se defiende la verdad, más amenazados están


aquellos a quienes perjudica. El olvido es requisito indispensable
para inventar otra memoria, una distinta a aquella en la que
guardamos las causas de los problemas de hoy. ¿A quién
convendría enterrarla?

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