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El valor de la verdad

Se vive en estado de guerra. Como nunca el poder construye su relato en el que la verdad
cede a la propaganda. La polarización de la elección presidencial se potenció porque el
ganador no dio espacio a la reconciliación. Para él, significaba ceder, abandonar la lucha.
Tanto tiempo, esfuerzo, palabras y mentadas hicieron de la concordia traición a la causa, la
que adquirió condición de guerra santa. El poder tiene mano, pero no exclusividad en el
intento de tergiversar y manipular la realidad. El porvenir se encamina a una sociedad bajo
el ayuno de punto medio, de sensatez, de prudencia. Ganó la política del odio y el rencor,
aunque no se sabe el desenlace por más que el balance favorezca a una persona, no a una
visión trascendente. Cada cual ve lo que quiere y le viene en gana al amparo del agravio y
del resentimiento de vieja o nueva factura. Ahora, en tiempos de pandemia, hasta la ciencia
es medio para sustentar la verdad a modo. Desde el poder se declaran victorias tan
imaginarias como falaces, pero que calan en una sociedad ávida de esperanza y
desencantada por el pasado. La complacencia legal y política que se hizo al abuso del poder
propició que esto se volviera método. Sin pretender se miente cotidianamente desde la
Presidencia porque la única verdad es lo que se persigue, sacrificar la otra verdad, la
incómoda, bien lo merece. Así las cosas, la verdad, como en toda guerra —y más en una
santa— adquiere la condición de un recurso a utilizar. La propaganda hace de la verdad un
medio útil sometido a la razón del poder. No mentir no camina por los sinuosos caminos de
la veracidad, sino por la claridad que ofrece la causa justiciera, medida de lo que se hace y
dice. La denuncia no es un acto para la justicia legal, es un medio para recrear emociones,
reafirmar convicciones y ratificar el sentido de proyecto. Ni la verdad “convencional”, ni la
ley son garantía. Todo aquello incapaz de someterse a la causa debe desdeñarse o incluso
denunciarse como trampa de los enemigos de siempre. La verdad es terreno en disputa,
como queda claro en la crisis sanitaria que en estas horas se vive. La numeralia oficial es
inverosímil no por su presunto desapego a la verdad, sino por el sometimiento de la técnica
y la ciencia al poder político. Ha sido la generación de datos por fuentes externas la que ha
obligado a actualizar cifras. El Presidente se aparta de toda forma razonable de conducta. A
pesar de la evidente incompetencia y negligencia, sin ambages él se asume ejemplo en el
mundo y hace de la peor crisis conocida, incidente pasajero en el dilatado trayecto de su
causa política. No son pocos los que le creen. Incluso el arribo de la tragedia lo recibe con
beneplácito porque en su imaginario esto habrá de dar paso más acelerado al éxito del
proyecto. La vieja tesis de la profundización de las contradicciones como partera de la
revolución. Que las dificultades lleven a la pérdida de máscaras, que los enemigos de
siempre se exhiban en su perfidia, que el horror de la tragedia haga decantar a buenos de
malos, al impoluto del corrupto, al poder del pueblo respecto a sus enemigos a manera de
que triunfe la verdad propia, la de los oprimidos de siempre, sea dicho de paso, tarea y
objetivo de la prensa buena. La verdad deja de serlo cuando se somete a la política. En su
nueva condición vale en la medida de la bondad de la causa que la sustenta, el apego a la
realidad es quimera. Son las intenciones las que cuentan, los hechos son lo de menos. La
economía se desmorona, pero es la de los otros, son los datos de otros, no los de la causa
del pueblo bueno a resguardo por los programas sociales y la discrecionalidad en la
asignación de los apoyos públicos. Las buenas causas están blindadas de la perniciosa
realidad y de sus malignos secuaces en los medios.
https://www.milenio.com/opinion/federico-berrueto/juego-de-espejos/el-valor-de-la-verdad

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