Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Saga SEAL 7
Thyra Sorley
―Tienes que estar de coña. ―La detengo para que deje de huir de mí, pues
eso es lo que parece que esté haciendo―. Joy, no puedes hablar en serio.
―Llevo toda mi vida diciendo que seré espía ―me replica,
enfrentándome―, ¿por qué te sorprende tanto que ahora quiera convertirme
en una SWAT?
―¿Tal vez porque tu padre no quiere que trabajes en nada que implique
arriesgar tu vida? ¿O porque antes de eso tienes que servir en activo como
policía al menos cinco años? ¿Porque es muy difícil conseguirlo, aunque te
den la opción a presentarte? Podría darte mil razones para que desistieses.
―Primero, mi padre no gobierna mi vida y tendrá que aceptar lo que quiera
hacer con ella. Segundo, ya he aprobado las pruebas de acceso a la policía y
estoy a punto de recibir mi destino. Y tercero, no me asusta que sea difícil,
podré con ello. ¿O acaso si hubieses conocido a Harper antes le habrías
dicho que no se le ocurriese probar en los SEAL solo porque era difícil?
―Pero tú no eres Harper. ―Sé que no debí decir eso, pero ya está hecho.
―Ni tú mi padre, así que deja de comportarte como él, Biff. ―Se gira de
nuevo y me da la espalda. Una espalda que está al aire, por cierto, porque
estamos en la supuesta fiesta de graduación, aunque terminó las clases en
Finlandia. Y sin embargo, por la ropa que tiene la mayoría, diría que vamos
directos a un club. Y no es que me moleste, pero ver a Joy con un vestido
ajustado y la espalda al aire me está poniendo nervioso. Así es imposible
fingir que sigue siendo una niña a mis ojos. ¿Por qué ha tenido que crecer y
ser tan mujer ahora? Estaba mucho mejor cuando sus pechos eran como
canicas y sus caderas no se movían de forma seductora ante mis narices.
Ahora tiene el tipo de curvas que me encantan, ni muy exageradas ni muy
inexistentes. Si no fuese la hija del jefe, sería mi mujer ideal.
―Y ya no está prohibida. ―Me sorprendo a mí mismo diciendo eso y al
momento me reprendo por pensarlo siquiera. No debo pensar que no estaría
cometiendo un delito si me la llevase a la cama ahora mismo. No es bueno
desear hacerlo. Debería irme de inmediato o acabaré cometiendo una
locura―. Joy, espera.
―¿Vas a seguir echándome la bronca o vas a disfrutar de mi fiesta de
graduación? Te invité a ti porque pensaba que serías el más enrollado y
ahora mismo, la verdad, te estás comportando como un imbécil.
―Lo siento. ―Tiene razón. Es su noche y no debería fastidiársela con
malos royos. Ya volveré a la carga mañana con de los SWAT ―. Vayamos a
bailar.
―¿Tú bailando? ―Su humor ha regresado y eso es lo que busco. Nos están
mirando todos y casi diría que creen que hemos tenido una riña de amantes.
―Eh, que soy muy bueno en eso. ―Me echo flores mientras la llevo a la
pista de baile. Más de las que merezco, la verdad, pero si no lo hiciese, no
sería yo―. Creo que quedó demostrado el día del festival benéfico de tu
instituto. Cuando tú te gastaste la paga de varios meses para ganar una cena
conmigo.
No sé si ha sido una buena idea recordar esa cena porque fue ahí donde
empezaron nuestros problemas. El beso y mi forma de afrontarlo fueron una
gran piedra entre nosotros. Y aunque me haya dicho en su momento que no
se fue a Finlandia por mi culpa, sigo creyendo que no lo habría hecho si no
hubiese sido tan capullo aquella noche.
―Mejor hubiera sido que me quedase el dinero. ―Aunque lo dice en bajo,
lo escucho perfectamente. Sin embargo, prefiero fingir que no porque no
quiero volver a discutir con ella. Pero, incluso así, el baile entre nosotros se
vuelve incómodo, como si acabásemos de vivir aquel momento de nuevo.
―¿Te apetece tomar algo? ―le digo, sacándola de la pista de baile casi a
rastras.
Esta noche no está yendo como esperaba. Primero, Joy me dice como si
nada que será una SWAT en cuanto tenga la experiencia que piden para
solicitar el ingreso y, luego, mi bocaza la jode de nuevo recordando el peor
momento que hemos pasado juntos. Desde luego, si seguimos así,
acabaremos enfadados el uno con el otro y no creo que pueda soportar esa
tensión una vez más. Lo pasé fatal cuando no sabía qué esperar de nuestra
relación después de decirle que el beso había sido un error, no quiero volver
a pasar por eso. No con ella.
―Pero, ¿qué se supone que estás haciendo? ―Veo cómo toma una copa
con alcohol. Vale que sea mayor de edad, pero no me interesa que se
emborrache.
―¿Ahora también me vas a criticar por beber una copa?
―Eso lleva alcohol ―le digo.
―Eso espero, Don Carca ―me responde con ironía― ¿Desde cuándo te
has vuelto un viejo, Biff?
―Desde que tengo que llevarte entera a casa de tu padre.
―Claro ―bufa―, lo olvidaba. Le tienes miedo a mi padre.
―No le tengo miedo ―Miento descaradamente porque, en realidad, tengo
bastante miedo a decepcionarlo―. Es respeto.
―Sí, claro. Ahora se le llama así ―se burla de mí.
―Si quieres lo llamamos ahora mismo y le cuentas lo que estás haciendo
―sugiero, a sabiendas de que también le tiene miedo.
―Es mi noche, Biff, y quiero disfrutarla. Una copa de alcohol no me hará
daño.
―Está bien, una copa ―le concedo.
Sin embargo, dos horas más tarde ya lleva varias copas encima y sus
inhibiciones, las pocas que pudiese tener, se han esfumado. Mientras vigilo
que ningún aprovechado se acerque a ella, la veo bailar de forma
provocativa con una de sus amigas en la plataforma del DJ. El hombre está
disfrutando del espectáculo y me empieza a cabrear que no deje de mirarle
el culo a Joy.
―Vamos ―le digo, bajándola―. Has bailado suficiente por esta noche.
Deja que otros se suban también y disfruten las vistas.
―¿Qué te pasa? ―me enfrenta, cabreada―. ¿Por qué te estás comportando
así?
―¿Así cómo? ¿Protector? ―sugiero―. Porque te recuerdo que estoy...
―Como un abuelo ―me interrumpe.
―Joy ―Intento tener paciencia, pero no me lo pone fácil. Y su vestido, que
deja ver más que tapa, tampoco me facilita la tarea ―, hemos venido a
divertirnos, pero esta no es la forma. Tú no necesitas alcohol o exponerte
como un trozo de carne para pasarlo bien.
―No sabes nada de lo que necesito, Biff ―contraataca―. He cambiado, ya
no soy la niña que tú conocías. Ahora soy una mujer, pero tú ni siquiera lo
ves.
―Por supuesto que lo veo ―le digo, mosqueado―, al igual que todos los
hombres de esta sala. ¿Eso es lo que quieres? ¿Qué te babeen encima?
Porque eso es lo único que estás consiguiendo con tu comportamiento.
―Por Dios, Biff. ―Me golpea en el pecho―. Deja de tratarme como a una
cría.
―Deja de comportarte como tal. ―Mantengo el tipo mientras me golpea,
pero al final, la abrazo para detener su ataque.
―Ya no soy una niña, Biff. ―Me mira con ojos suplicantes y no sé qué
pretende conseguir, pero sé lo que su proximidad le hace a mi cuerpo―.
¿Por qué no lo ves?
―No puedo hacerlo ―le confieso, al límite de mi aguante―. Si lo hago, no
podré controlarme. No podré detenerme.
―¿Qué? ―No entiende a qué viene eso y sería mejor que no lo supiese―
¿Qué coño estás...?
Pero ya no puedo más. A la mierda con todo. Si no me detiene ella después
de un beso, le haré todo lo que he estado soñando con hacerle durante estos
últimos años. Y mañana ya pensaré en las consecuencias, si acaso sobrevivo
a una noche con ella.
Joy se aferra a mí casi con desesperación y tal vez con miedo a que la
rechace nuevamente, pero no tengo fuerzas para hacerlo. He estado
luchando contra mi conciencia desde que la vi aparecer con ese vestido
porque lo único que deseaba era quitárselo con los dientes mientras mis
manos descubrían qué llevaba bajo él.
―No. ―Detengo todo esto con la última gota de cordura que me queda―.
No puedo hacerlo. Estás borracha.
―No lo suficiente como para no saber lo que quiero ―me dice ella,
aferrándose a la solapa de mi chaqueta―. Si me rechazas de nuevo me
moriré, Biff.
Puedo notar la angustia en su voz y no soy capaz de resistirme a ella. La
abrazo y la beso una vez más, saboreando sus labios, que ahora son más
carnosos, incluso, que aquella primera vez que los probé. Sus manos
recorren mi espalda arriba y abajo, hasta terminar posándose en mi trasero.
Me da un apretón que me sorprende, pero me encanta. No la creía tan
atrevida y, sin embargo, no lo siento extraño. Es mi Joy, después de todo.
―Vámonos de aquí ―ruega, sin dejar de besarme―. Por favor.
Ahora vivo solo, desde que Cornell se mudó a casa de Harper, así que doy
gracias por ello porque no quisiera tener que explicar por qué me estoy
llevando a Joy a mi cama. Esta noche disfrutaremos y mañana ya se verá.
―¿Estás segura de esto? ―le pregunto una vez más, ya en mi habitación.
No dice nada, simplemente se descalza y empieza a desprenderse del
vestido―. No, espera.
―¿Te has arrepentido? ―Casi diría que le duele decir eso.
―No ―respondo con rapidez―, pero llevo toda la noche soñando con
quitártelo yo. ¿Puedo?
―Haz lo que quieras conmigo, Biff.
No sabe hasta qué punto me afectan sus palabras. O tal vez sí, porque me
vuelvo un poco torpe a la hora de bajarle la cremallera y acabamos los dos
riendo. Una vez se lo retiro, me quedo observándola por un momento,
embobado por su belleza. Ni en mis mejores sueños podría haber imaginado
algo así.
―¿Algún problema? ―Sus manos parecen ansiosas por cubrir su desnudez,
pero se las tomo y las beso.
―Ninguno ―le aseguro―. Solo estaba admirándote.
―Serás imbécil. ―Me golpea en el pecho―. Deja de hacer eso porque
siempre pienso que te arrepentirás en el último momento.
―Créeme ―Le beso la mano, que no ha liberado de la mía―, no hay
vuelta atrás. Espero que no estés cansada, porque pienso mantenerte toda la
noche despierta.
―¿Hablando? ―Eleva una ceja y diría que eso ha sido un reto.
―Haré mucho más que hablar, Joy ―le prometo.
Y antes de que pueda decir nada, ya la estoy besando de nuevo. Retiro su
tanga, que es la única ropa interior que se ha puesto, y la admiro de nuevo,
pero esta vez por menos tiempo para que no proteste. Después la llevo a la
cama y le ayudo a recostarse. Antes de hacer nada, necesito reconocer su
cuerpo, centímetro a centímetro, con mis manos y mi boca. Subo sus manos
hacia la cabecera y las presiono un poco, para que entienda que debe
dejarlas ahí.
―No te muevas ―le pido para que le quede más claro. Asiente, un tanto
nerviosa, y la beso hasta que consigo que se relaje.
Después, voy ascendiendo con mi boca, recorriendo cada brazo lentamente,
hasta dejar un beso en cada palma de sus manos. Primero un brazo, luego el
otro. Para cuando termino, Joy está temblando de placer y sus pezones
erguidos me están invitando a conocerlos. Recorro su cuello con mis labios,
sin prisa, hasta llegar al lugar que deseo. Escucho sus gemidos al jugar con
mi lengua sobre uno de sus pezones y sé que le está costando no mover los
brazos.
―Quiero tocarte ―me pide.
―Después ―le prometo.
Y mi boca se ocupa del otro pezón mientras mis dedos continúan jugando
con el primero. Esto es mejor que cualquier sueño que haya tenido antes,
aunque sigo temiendo abrir los ojos y descubrir que solo ha sido eso,
precisamente.
―Por favor, Biff ―me ruega cuando mis labios continúan el descenso
hasta sus muslos.
―Llevo demasiado tiempo esperando esto, Joy ―le digo con la voz
bastante tomada por el deseo―. Deja que lo disfrute.
―Pero quiero... ¡oh, dios! ―No puede seguir hablando porque ya estoy
entre sus piernas estimulándola de una forma bastante efectiva, diría por sus
gemidos.
Me dedico a llevarla al límite una y otra vez, sin llegar a alcanzarlo, incluso
cuando sus manos abandonan el lugar que le indiqué y se aferran a mi pelo,
impidiendo que levante la cabeza. Coloco sus piernas sobre mis hombros
para tener un mejor acceso a ella y así logro que tenga un intenso orgasmo
que la deja totalmente saciada, una vez me he saciado yo de su sabor.
Cuando se recupera, me empuja sobre la cama y se coloca sobre mí. Su
peinado ha desaparecido y ahora su cabello cae sobre mí, haciéndome
cosquillas en el rostro. Se lo aparta hacia un lado y sonríe.
―Es mi turno ahora ―me dice, empezando a sacarme la ropa.
Sigue temblando y tengo que ayudarla, pero mi entrepierna protesta por los
movimientos y Joy puede sentirlo perfectamente. Su sonrisa se ensancha y
sé lo que va a hacer antes incluso de que arrastre mis pantalones fuera de
mis piernas, incluyendo el calzoncillo en el proceso. Cuando siento su boca
en mí, apenas consigo controlarme para no correrme inmediatamente. He
esperado esto demasiado tiempo y ahora no querría estropearlo. Cierro los
ojos y me concentro para disfrutarlo y aguantar tanto como me sea posible,
pero Joy parece ser buena en lo que hace y me está volviendo loco.
―Para ―le pido, alejándola―. O no podré seguir.
Asiente, lamiéndose los labios, y la atraigo hacia mí para besarla. Cojo un
condón del cajón de mi mesita de noche y doy gracias por haberlos
cambiado hace poco porque los otros caducaron, ahí metidos, esperando
una oportunidad que nunca llegó. Llevo demasiado tiempo en sequía
porque, si no era con Joy, no me interesaba.
―Casi no puedo creerlo ―le digo, mirándola a los ojos. Tenerla debajo de
mí es como un sueño hecho realidad.
―Créetelo ―me sonríe, mientras me pellizca un costado.
―Eh ―protesto―. ¿Por qué has hecho eso?
―En los sueños no sientes dolor ―ríe.
―Tampoco placer ―replico―. Ya se te podía ocurrir otra cosa.
―Hazme sentir placer, Biff Fisher ―me dice, de forma teatral, y río con
ella.
Pero cuando me meto profundamente en ella, ninguno ríe más. Solo
podemos sentir algo mucho más grande que el simple sexo entre dos
personas que se gustan. Joy no es algo esporádico ni una conquista más. No
sé si lo está notando, pero la lentitud con que empiezo, para poder mirarla a
los ojos, debería decírselo alto y claro.
―Oh, Biff ―gime, cerrando los ojos para sentir con más intensidad. Solo
entonces, aumento la velocidad de mis movimientos, hasta que ambos
alcanzamos la cima. No es algo sincronizado, como he soñado tantas veces,
pero para mí ha sido perfecto igualmente. Es mi Joy Joy y ella lo hace
perfecto de cualquiera de las maneras.
CAPÍTULO 2
―Si tu padre se entera de esto, me cortará las pelotas ―le digo, llevando
mi dedo a su abdomen para acariciar esa zona. Hemos pasado gran parte de
la noche despiertos, disfrutando y conociéndonos de una forma en que
jamás pensé que podríamos hacerlo. Es como un sueño hecho realidad y
todavía temo abrir los ojos en algún momento para descubrir que solo ha
sido eso. Un sueño demasiado vívido, demasiado real.
―¿Quieres ocultárselo? ―No se mueve, pero noto la tensión en su cuerpo.
No puedo decir que me sorprenda su reacción porque ya una vez negué lo
que sentía por ella.
―¿Tú quieres contárselo? ―tanteo, no obstante.
―¿Qué fue esto para ti, Biff? ―Se incorpora hasta sentarse en la cama. Yo
la imito y quedamos uno frente al otro―. ¿Una noche más con una chica
más?
―Tú nunca serás una chica más, Joy ―le aseguro.
―¿Por qué? ―bufa― ¿Porque mi padre es Hank Anderson?
―No, joder. ―Le sujeto el rostro y poso mis ojos sobre los suyos para que
vea que voy en serio―. Porque tú eres mi Joy Joy. Y maldito sea yo, pero
llevo más de dos años deseando tenerte justo donde estás ahora. En mi puta
cama.
La beso para dar más fuerza a mis palabras y no tarda en responder a mis
labios. Adoro besarla y lo he descubierto esta noche. De todo lo que hemos
hecho, que ha sido mucho, sus labios son mi parte favorita de su cuerpo; tal
vez porque fue lo primero que saboreé y me obsesioné con ellos, los adoro,
como la adoro a ella.
―Tampoco hace falta ponerse tan bravo. ―Sonríe y sé que se siente
aliviada por mi respuesta. Ya no duda de lo que ha pasado entre nosotros y,
aunque no sé a dónde nos llevará o qué pasará cuando Hank se entere, esta
vez no pienso perderla, no ahora que por fin he dado el paso. Quizá suene
demasiado posesivo, pero ahora ella es mía y no dejaré que nadie me la
quite.
―Me temo que tendré que ponerme más bravo, incluso, cuando el jefe lo
sepa.
―Bueno ―Me empuja contra el colchón y se sube encima de mí cuando
me dejo caer sobre él―, siempre podemos disfrutar un poco de esto los dos
solos antes de decírselo a nadie.
―¿Lo dices porque así lo piensas ―pregunto, seguro de que no es eso lo
que quiere― o porque crees que yo lo necesito?
―Llevas tiempo queriendo meterme en tu cama ―me confiesa ―, pero yo
llevo mucho más queriendo tener algo más que una buena amistad contigo.
Creo que podré esperar otro poco a que te sientas preparado para contárselo
al mundo, si es que esta vez no te echas atrás.
―No pienso retroceder, Joy ―le digo, dándonos la vuelta para quedar
sobre ella―. Fui un estúpido aquella noche en la playa, pero debes entender
que me debatía entre lo que sentía y lo que era correcto. Eras menor de edad
y no podía llevarlo más allá del beso. Me asusté cuando vi que me lo
devolvías y te dije lo primero que se me pasó por la cabeza. Muy
desafortunado, lo sé. Y me he arrepentido desde entonces. No sabes las
veces que he querido retroceder en el tiempo para hacerlo diferente.
―Fue duro creer que no sentías nada por mí. Me había hecho tantas
ilusiones.
―Pues lo hago ―le aseguro― y te juro que no volverás a dudar de mis
sentimientos. Puede que todavía no esté preparado para la charla con tu
padre, pero si quieres decírselo ya, lo afrontaré con valor. O con cobardía
disfrazada de valor, todo es posible. Pero lo haré si me lo pides.
―Solo por eso ―dice todavía riendo por mi última ocurrencia―,
esperaremos a que no tengas que disfrazar nada.
―Nos haremos viejos entonces ―río con ella― porque tu padre impone
mucho, Joy.
―Mi padre es un amor. ―Le resta importancia.
―¿Y por eso le has dicho que ya eres policía de Virginia? ―Ese es un tema
que también tendremos que tratar pronto. Puedo aceptar que quiera ser
policía, pero una SWAT... eso ya es otra cosa. Aunque admito que lo único
que me preocupa es que se exponga al peligro porque sé que sería capaz de
lograrlo. Y sé que soy un hipócrita al pensar así porque ella tendrá que vivir
sabiendo que trabajo con la muerte acechando, pero no puedo evitar querer
protegerla de todo lo malo que le pueda pasar.
―Ese es un tema que hay que tratar con delicadeza.
―Claro, que yo pierda los huevos no es importante ―río.
―Es muy importante ―sonríe―. Algún día quiero ver corretear alrededor
de mi padre a varios miniSuicidas que lo vuelvan loco.
―Me encanta que ya pienses en nosotros a largo plazo ―la beso ―. Muy,
muy, muy a largo plazo.
―Me ha quedado claro que no quieres hijos por ahora ―ríe por mi forma
de aclararle ese tema.
―No tengo problema en que haya miniJoys en este mundo ―le sonrío―,
pero antes deberíamos dejar que la mamá crezca un poco más.
―¿Me estás llamando cría? ―Intenta alejarme, pero se lo impido―. Biff
Hamilton Fisher, retira eso.
―Dios, tú también no ―me quejo porque ha usado mi segundo nombre.
Desde que Chris me traicionó al decírselo a todos, Joy lo usa siempre que
quiere martirizarme.
―Retira eso o te llamaré Hamilton a partir de ahora ―me amenaza.
―Lo retiro ―cedo, pero cuando está conforme con haber ganado, añado en
un susurro―. Y luego dice que no es una cría.
―Te he oído, Hamilton. ―Me golpea en el pecho porque aún la tengo bajo
el peso de mi cuerpo.
―Si me vuelves a llamar así ―Es mi turno para amenazarla―, te quedarás
sin sexo hasta que cumplas los 30.
―Eso sería castigarte a ti mismo también ―me recuerda.
―Podré soportarlo.
―Y la cría soy yo ―bufa―, Biff.
―Así me gusta ―la beso de nuevo―. Buena chica.
―Vete un poquito a la mierda. ―Esta vez le permito que me empuje.
Hubiese querido callarla con otro beso y todo lo que le sigue a este, pero
estoy agotado y no creo que llegásemos a ninguna parte si no descanso
primero. Además, Hank preguntará dónde ha pasado la noche si no la llevo
de regreso en un par de horas y, aunque me tiene suficiente confianza para
acompañar a su hija a su fiesta de graduación, dudo que se tomase tan bien
lo de que durmiese en mi casa. Por más que le asegurásemos que solo
dormimos.
―Creo ―le digo, cubriendo mis ojos con un brazo, ahora que estoy
tumbado boca arriba― que esta relación tiene dos posibles finales.
―¿Ah, sí? ¿Cuáles?
―O nos amaremos con locura ―Y no quiero todavía hablar de esa palabra
de una forma tan directa, pero sé que está ahí, esperando su momento para
salir― o nos mataremos el uno al otro. Y no sé cuál de las dos es más
probable que pase.
―Me gusta la primera opción ―Sé que está sonriendo, aunque no pueda
verla. Lo que sí hago es sentir cómo se acurruca contra mí y la envuelvo
con mi brazo libre―. Estoy agotada.
―Será mejor dormir un poco ―le beso el cabello, pero antes de que pueda
añadir nada más, escucho su respiración profunda y sé que ya ha caído.
Cierro los ojos y aunque mi mente sigue queriendo mantenerse despierta
para rememorar las horas que acabo de compartir con Joy, no tardo en
acompañarla en el sueño. Han sido unas horas intensas en las que nos
hemos resarcido por tantos años de frustración por no poder estar juntos. Y
aunque pretendo dormir solo un par de horas para poder llevar a Joy a su
casa después, cuando vuelvo a abrir los ojos, ya pasan de las seis de la
mañana.
―Joder, joder, joder. Mierda. ―Me incorporo tan rápido, que Joy protesta
por el susto―. Levántate, Joy, llegamos tarde. Tu padre me va a matar.
―¿Por qué? ―No sé si se está quejando por tener que levantarse o
pregunta por qué me matará su padre, pero decido responder a lo segundo.
―Porque le dije que estarías en casa antes del amanecer ―Tiro de ella para
que se ponga en pie― y me temo que no cumpliré mi promesa. Lo raro es
que no me haya llamado ya para saber por qué tardamos tanto.
―Mi padre no es tan cascarrabias como lo pintas, Biff. ―A pesar de sus
protestas, ya se está vistiendo―. Aunque no es tonto y cuando vea mi cara
de recién levantada, sabrá que he estado durmiendo en algún sitio.
―Le diré que ha sido en el coche ―me invento lo primero que se me
ocurre― mientras íbamos de camino a casa.
―Tengo una idea incluso mejor. ―Pilla su teléfono de la mesita de noche y
escribe un mensaje. Creo que se me están poniendo de corbata ahora
mismo―. Listo. Le he dicho que se nos hizo tarde en la celebración y que
me has llevado a desayunar. Tenemos media hora más. Tiempo suficiente
para que me despeje.
―Y para que desayunes algo ―remarco―. No vaya a ser que llegues a
casa con hambre y se joda tu coartada.
―Podríamos ser delincuentes ―ríe―. Como Bonnie y Clyde.
―Esos acabaron muertos ―le recuerdo.
―Como nosotros, si mi padre no se cree lo que le he dicho ―ríe más alto.
Sé que está disfrutando de mi respeto por su padre y me lanzo sobre ella
para hacerle cosquillas hasta que me pide clemencia―. No es justo. Tú
sabes cuál es mi debilidad.
―Tú eres la mía. ―Dejo un beso en sus labios y voy a la cocina a por algo
de comer. Tendrá que hacerlo por el camino porque mi casa está a veinte
minutos de la del jefe y no quiero llegar tarde.
―¿Lo dices en serio? ―Está en la puerta de la cocina y aunque la oí llegar,
me sorprende su pregunta.
―¿El qué? ―La miro por encima del hombro, mientras sigo poniendo
mantequilla a las tostadas.
―Que soy tu debilidad. ―Parece cohibida, algo poco usual en ella.
―En cierta medida, sí ―asiento sin mirarla―. Cuando eras pequeña, me
gustaba pasar tiempo contigo porque tenías el mismo humor que yo.
Éramos afines. Sin embargo, al ir creciendo y ver la joven increíble en la
que te ibas convirtiendo... bueno, caí por ti sin poder evitarlo. Por más que
intentaba alejarme, siempre regresaba a ti. No hay nada que no haga por ti,
Joy, ya sea como amigo o como amante.
―Tuvo que ser duro verme con Anton. ―Noto cómo me abraza por la
espalda y apoya la cabeza contra mí―. Es que estaba tan resentida contigo
que quise olvidarte. Elegí mal, porque Anton no te llega ni a la suela del
zapato, pero creo que por eso lo hice. Es tan distinto a ti en todos los
aspectos que creí que me podría servir. Lo siento.
―¿Por elegir mal? ―sonrío―. No te disculpes, suelo causar esa sensación
en todas.
―No seas capullo. ―Me golpea en el costado y me muevo por inercia―.
Lo decía por habértelo hecho pasar mal.
―Yo lo hice primero contigo, así que no hay nada que perdonar.
―No te imaginaba tan romántico ―dice, al ver las tostadas que le he
preparado con forma de corazón. Sí, puede que me haya pasado con eso,
pero Joy se merece mucho más.
―No te acostumbres ―le prevengo―. La mayoría de las veces soy más
bien un orangután posesivo.
―¿Lo de orangután lo dices por todos esos pelos de tu cuerpo? ―se burla.
―¡Eh! ―me quejo―. Que tengo pelo solo donde debe haberlo.
―Mi oso amoroso de pelo abundoso.
―En primer lugar, no soy peludo ―Cosa que es cierta―, y en segundo
lugar, abundoso no existe.
―Si yo digo que existe, pues existe ―ríe, cuando se escapa de mí para que
no le haga cosquillas de nuevo.
―Señorita Anderson ―la reprendo, aunque me cuesta aguantar la risa―,
debe usted desayunar porque nos tenemos que ir.
―Señor, sí, señor ―Hace el saludo militar y se cuadra, antes de que le pase
las tostadas y le pegue un buen bocado a una de ellas. Su labio superior se
mancha con mantequilla y me acerco para limpiárselo con los míos.
―Delicioso ―digo, antes de salir de la cocina para recoger las llaves del
coche. Es hora de marcharnos o llegaremos tarde.
Joy termina de comer por el camino y aunque sé que tiene ganas de decir
algo, permanece en silencio. A dos calles de la suya, decido que es mejor
que lo saque fuera y le pregunto qué sucede.
―Me estoy debatiendo entre decirle a papá que estamos juntos o no. ―Se
muerde el labio preocupada por eso―. No sé si podré mantenerlo en secreto
mucho tiempo.
―Ya te he dicho que haré lo que tú quieras, Joy. Si prefieres decírselo,
adelante. Sabré estar a la altura. O eso espero.
Sé que me está observando, pero mantengo la mirada al frente para
conducir. Una vez aparco a la puerta de su casa, la miro.
―¿Y bien? ―pregunto.
―Esperaremos un poco más ―me dice, antes de darme un beso rápido que
nadie ve.
Creo que esto va a ser más que complicado.
CAPÍTULO 3
Las barbacoas en casa del jefe me encantan desde siempre, pero después de
dos meses viéndome a escondidas con Joy, creo que me acabaré volviendo
loco si tengo que seguir fingiendo que no hay nada entre nosotros. Sé que
solo son unas horas, pero me sabe mal tener que fingir delante de todos.
Sobre todo porque no se trata únicamente de esconderlo, sino de que le
estoy mintiendo a los muchachos cada día de cada semana, desde hace
meses. No creo que pueda soportarlo mucho más, incluso si me preocupa lo
que el jefe pueda pensar de mí.
Aunque, en realidad, no me atreví a dar el paso todavía porque Hank estuvo
bastante disgustado por la decisión de Joy sobre lo de ser policía y no
quería añadir más preocupaciones a lo que ya estaba pasando. Pero tampoco
me gusta que Joy, después de la charla que tuvieron sobre ocultarle las
cosas a su padre cuando le contó la verdad sobre su trabajo, tenga que
mentirle de nuevo por mi culpa. No es justo para nadie. Por eso, ahora que
estamos a punto de salir fuera del país, necesito aclararlo todo. No quiero
que haya secretos entre nosotros mientras estamos en un país conflictivo.
―Tengo algo que anunciar ―les digo, una vez los tengo a todos en el
jardín de la casa del jefe. Bueno, no a todos, porque Hank será el último en
enterarse. Igual es un error, pero necesito que sea así―. Es necesario que
todos, y digo todos, tengáis la mente abierta porque esto os podrá
descolocar un poco. Algunos ya lo sabéis y otros tal vez lo hayáis intuido en
alguna ocasión, pero...
―Joder, joder, joder ―dice Joy, solo para darle más emoción al asunto―
¡¡¡Eres gay!!!
―Eso sí que sería una novedad ―ríe DK.
―Tanto tiempo callándolo, pobrecito. ―Loman se lleva la mano al
corazón.
―Con razón insistías en que todos te amábamos ―dice Harper ―. Estabas
reclamando nuestra atención porque no sabías cómo decirlo.
―Qué fuerte ―añade mi hermana―. Y pensar que me lo has estado
ocultando todo este tiempo. Serás capullo.
―Estoy enamorado de Joy ―les digo, para callar todas las bocas. Podría
haberles seguido el juego, pero en este momento tengo que sacarlo fuera de
una maldita vez porque no quiero seguir viéndome a escondidas con ella.
―Y yo de él. ―Se sitúa a mi lado y rodea mi brazo con los suyos al tiempo
que apoya la cabeza en mi hombro. En este momento no puedo sentirme
más feliz. Aunque todavía falta decírselo al más interesado en saberlo y me
temo que esa va a ser una tarea más complicada que simplemente soltarlo
como acabo de hacer.
―Necesitamos de vuestra ayuda para contárselo al jefe porque no quiero
seguir escondiendo lo que siento por ella y no... ― continúo hablando pero,
a medida que lo hago, veo sus caras de preocupación y empiezo a intuir
cuál puede ser el problema―. Está detrás de mí, ¿verdad?
―Papá. ―Joy se abraza a él, pero yo casi no puedo ni moverme. Estoy
cagado de miedo. Creo que las pelotas se me han puesto de corbata, así que
si quiere cortármelas, no le resultará tan fácil porque no las encontrará en su
lugar―. Sé que no querías que te ocultase nada más, pero…
―¿Desde cuándo? ―Es lo único que pregunta. Está tan serio, que no sé
cómo interpretarlo.
―Desde hace demasiado ―confieso, aunque no sé si pregunta por el
tiempo que llevamos viéndonos a escondidas o por el que llevamos
enamorados―. He intentado olvidarme de ella porque era demasiado joven
y... y tu hija, jefe. Pero Joy no es fácil de ignorar. Cuando se te mete en el
pecho es imposible sacarla de ahí.
―Papá ―Joy intenta ayudarme―, si lo que te preocupa es que haya pasado
algo entre nosotros antes de que yo tuviese edad para...
―Me consta que Fisher no me ofendería de ese modo, Joy ―la detiene,
alzando la mano, pero sin dejar de mirarme en ningún momento―. No es
eso lo que me molesta.
―Jefe, nunca haría nada que te ofendiese ―insisto. Estoy odiando a mis
compañeros porque veo cómo disfrutan del momento sin ayudarme ni un
poquito.
―¿Ah, no? ―Se cruza de brazos―. Iba a ser el último en enterarme de que
mi hija y tú lleváis dos meses saliendo. ¿No crees, acaso, que eso me
ofendería?
―Pensé que necesitaría ayuda para... ―Entonces soy consciente de algo
que ha dicho y me detengo de golpe―. ¿Dos meses? Yo no dije cuánto
tiempo llevábamos. Jefe, ¿me estás diciendo que ya lo sabías desde el
principio?
―Solo lo intuía, hasta hoy. ―Se le escapa una media sonrisa que me cabrea
porque ahora sé que me ha acojonado a propósito y que no está cabreado de
verdad. Pero no digo nada porque es el jefe y me sigue acojonando.
El resto empieza a hablar al mismo tiempo dando sus propias razones para
sospechar que estábamos viéndonos y me llevo las manos a la cabeza al
comprender que todos lo sabían. Menuda mierda de secreto hemos
mantenido Joy y yo. Y para eso hemos estado ocultándonos.
―Entonces, todo solucionado. ―Joy aplaude, entusiasmada.
―No tan rápido ―La frena su padre. Luego me mira a los ojos y me cuesta
tragar hasta la saliva―. Si se te ocurre hacerle daño a mi hija, aunque solo
sea de palabra, te las verás conmigo, Fisher. Ni siquiera considerarte de la
familia te salvará de mí, así que más te vale cuidar de ella y mantenerla a
salvo y feliz.
―No pienso defraudarte, jefe ―le prometo―. Joy es mi vida desde hace
mucho y la cuidaré como el tesoro más valioso que...
―No seas un cursi ―se burla Harper―. Luego hablaba de los demás.
―Sabía que sería el más romántico cuando le llegase la hora ― ríe Loman
ahora.
―Estaba cantado ―se les une DK―. Tanto criticar a los demás y él es el
peor de todos nosotros.
―Lo que me extraña es que haya aguantado tanto tiempo sin decir nada de
lo suyo con Joy ―ríe mi hermana.
―¿Pero en serio que lo sabíais todos? ―protesto.
―Sí ―admiten casi al mismo tiempo.
Y las burlas a mi costa continúan durante más de diez minutos, pero no me
quejaré porque he salido bien parado. Hank no se ve muy molesto con mi
relación con su hija, aunque es cierto que le ha echado la bronca por
mentirle con eso también. Mientras los muchachos se meten conmigo, ellos
están teniendo una conversación padre―hija sobre la confianza. Y ahora
me siento mal por haber influido en Joy para que se lo ocultase porque sé
que ella se lo habría contado el mismo día que sucedió si no le hubiese
dicho que me preocupaba la reacción de su padre.
―Jefe. ―Mientras hace la carne, me acerco a él, como siempre, para
molestarlo con instrucciones que sé que no necesita. Eso ya es costumbre en
las barbacoas en su casa, pero esta vez, tengo algo más que decirle―. No te
cabrees con Joy porque ella quería contártelo desde el principio. Fui yo el
que le pidió tiempo. La verdad es que no sabía cómo decírtelo, por si no te
lo tomabas bien.
―No llevo muy bien el hecho de que mi niña ya no lo sea más ―
admite―. Ahora es una mujer, demasiado terca e independiente para mi
gusto, pero hace tiempo que sé que su camino no va a ir por donde a mí me
habría gustado. Sin embargo, debo admitir que si ha de recorrerlo con
alguien, me alegro de que seas tú y no otro, Biff. Siempre has estado a su
lado en lo bueno y lo malo y sé que sabrás tratarla como se merece. Y que
la comprenderás mejor que nadie. Joy necesita libertad, buscar su propia
identidad y estoy seguro de que sabrás darle el margen necesario para ello.
―Me siento honrado de que pienses así, jefe. ―No pensé que se lo tomaría
tan bien.
―Y puestos a confesarnos ―añade―, he tenido dos meses para alejar el
cabreo que me pillé al saber que estabas pervirtiendo a mi niña.
―Bueno, no sé quién... ―Me lo pienso mejor―. Sí, tienes razón. Soy un
jodido pervertido.
―Me decepcionas, muchacho ―ríe por mi mesura, aunque está claro que el
tema lo incomoda y que se arrepiente de haberlo mencionado―. No haces
honor a tu apodo.
―Soy un suicida cuando hay que serlo ―lo acompaño en su risa. Cambio
de tema, para relajarnos―. Y desde luego, las costillas no se hacen así, jefe.
¿No ves que se te quemarán si no les das la vuelta más a menudo?
Y así volvemos a la rutina de siempre, solo que en esta ocasión, puedo
mirar hacia Joy y sonreírle sin miedo a que los demás detecten que hay algo
especial en ese gesto. Ni siquiera puedo creer que lo supiesen ya. Los
cabrones me han dejado sufrir dos meses ocultando algo que casi no puedo
ni controlar. Se merecerían una venganza al estilo Suicida, pero estoy tan
agradecido de poder mostrarme con Joy tal y como me apetece, que creo
que esta vez lo dejaré pasar.
―¿Quién se apunta al partido? ―Doy una palmada fuerte para que me
presten atención. No tardan en levantarse y seguirme a la zona donde
siempre improvisamos el juego―. Tú conmigo, Joy.
―No te creas que porque estemos saliendo voy a seguirte como perrito
faldero ―me dice―. Yo estaré en el equipo contrario y si gano, me llevarás
a cenar al restaurante de...
―Ni de coña ―la interrumpo, seguro de lo que va a decir―. No pienso
volver a ponerme corbata en la vida.
―Sé de una ocasión en la que tendrás que hacerlo ―ríe Loman ―. Y más
te vale invitarnos a todos.
―A ti no, desde luego ―río con él―. Te la debo desde que te casaste sin
avisar.
―Loman, la has cagado ―ríe DK.
―Apareceré por la ceremonia. ―Ni siquiera se ofende―. Ya me diréis
dónde es.
―Antes de hablar de ceremonias e invitaciones ―interviene Joy ―,
tendréis que ver si la novia quiere casarse. Y de momento no tengo
intención de atarme a nadie. Aquí el Suicida va a tener que esforzarse
mucho para convencerme de que siga a su lado. Me ha hecho esperar
mucho por él y no me conformaré con un noviazgo normalito.
―Me parece bien ―dice Hank que aunque no juega, está atento a lo que
decimos―. Que dure muchos años, siempre y cuando los hijos no lleguen
hasta después de casaros.
―Ya sabía yo que no me apoyarías sin un motivo ―se queja Joy.
―Lo cierto es que estoy de acuerdo contigo, Hank ―lo secundo ―.
Todavía hay tiempo para hablar de planes tan definitivos.
―¿Estás diciendo que no quieres tener hijos conmigo? ―Joy lo
malinterpreta a propósito.
―Claro que quiero, cariño ―le digo―, nada me gustaría más y...
―¿Estás diciendo que quieres tener hijos con mi niña? ―añade Hank.
―No, jefe. No he...
―Ahora te retractas ―me interrumpe Joy. No tengo dudas de que se están
riendo a mi costa y la verdad es que me gusta más estar del otro lado de las
bromas.
―Idos a la mierda todos ―protesto―. ¿Empezamos ya el juego o qué?
―Yo creo que ya ha empezado hace un rato, hermanito ―se ríe Chris.
―Tú te callas. ―La señalo, fingiendo estar cabreado.
―Llevo dos meses esperando este momento ―me dice sin inmutarse―. No
me callaré ahora que puedo.
―Archer ―apelo a mi cuñado―, controla la lengua de tu mujer.
―Como si pudiese hacer eso ―responde, ganándose un beso de mi
hermana por ello.
―Vives amargado, tío ―me burlo―. Vives amargado.
―¿Jugamos o qué? ―insiste ahora Joy―. Quiero ganarme mi cena de esta
noche.
No lo dice en voz alta para no gafar la tarde, pero entendemos por qué
quiere que sea esta noche. El lunes salimos del país y tardaremos unos
cuantos meses en volver. No solo Joy quiere aprovechar el tiempo que nos
queda en casa, por eso una vez terminado el partido, que gana mi equipo, se
van retirando poco a poco, hasta que solo quedo yo, que estoy esperando
por Joy para llevarla a cenar.
―Joy lleva mucho tiempo enamorada en secreto de ti ―me dice Neve. A
pesar de haber perdido, la llevaré a ese restaurante pijo que tanto le gusta―.
No estaba segura de lo que sentías tú por ella, pero me alegro de que estéis
juntos.
―¿No tienes miedo de que hagamos una de nuestras locuras? ―me burlo.
―En el fondo, sé que eres muy responsable ―me sonríe―. Y aunque
sigáis cometiendo locuras, no serán peligrosas.
―Imagínate que te hacemos abuela antes de los cuarenta ― bromeo.
―No me quejaría de esa locura ―ríe―, pero creo que deberíais aprovechar
un poco más vuestra relación de dos antes de meter a nadie más en la
ecuación.
―Opino lo mismo ―asiento. Y no es que me entusiasmen los planes de
Joy, pero si digo esto es más bien porque quiero que consiga su sueño de ser
una SWAT. Ya he sido suficientemente capullo con ella para toda una vida,
así que ahora la apoyaré en sus proyectos, aunque me preocupe por lo que
pueda pasar. No puedo exigirle que se quede en casa cuando yo me
expongo al peligro cada día en mi trabajo. No sería justo.
―Sé que estarás a su lado en todo lo que quiera hacer o ser ― hace quince
días, les dio la noticia de que quería probar suerte, llegado el momento, con
los SWAT. Hank no se lo tomó muy bien, pero comprendió que no podía
impedírselo―, pero te pido que cuides de ella, Biff. Y sé que sabe cuidarse
sola porque tiene muy buenos ejemplos que seguir alrededor, pero temo que
se exponga de más por su afán de demostrarle a Hank que es digna de ser su
hija. No lo necesita, porque ya es digna, pero siempre va a querer más para
que esté orgulloso de ella.
―Estoy seguro de que sabrá poner freno cuando sea necesario ―confío en
Joy―. Y sé que tú también lo sabes, solo que ahora está hablando la madre
preocupada y sobre protectora.
―Neve, prometiste que no le darías la charla ―Joy ha llegado solo para
escuchar el final.
―No he podido evitarlo ―sonríe. Está claro que Neve no quiere que Joy
sepa cuánto se preocupa por ella, aunque algo me dice que ya lo sabe.
―Cuidaré de ella ―le digo en un susurro, antes de hablar en voz alta―.
Vayamos a mi casa a por la maldita corbata.
―He decidido que no quiero ir a ese restaurante ―me dice de camino al
coche―. Te dejo elegir cualquier otro donde no haga falta corbata.
―No sabes cuánto te amo, Joy. ―Y aunque no era así como pretendía
decírselo por primera vez, creo que le ha impresionado de igual manera
porque veo lágrimas en sus ojos que no se anima a derramar―. Espero que
sean de felicidad.
―Yo también te amo ―es su respuesta.
No puedo dejar de besarla porque para mí, al final, el momento ha sido
perfecto.
CAPÍTULO 4
―¿Por qué ella? No lo entiendo. ¿Qué tiene ya que ver con todo eso?
Las últimas semanas del despliegue no se nos permitió comunicarnos con
nadie, así que cuando llegamos a Estados Unidos no podía imaginarme que
encontraría una nota de Joy en casa explicándome con prisas que se
marchaba a Finlandia y que esperaba regresar antes de que yo volviese del
extranjero. Está claro que no ha sido así y, por eso, estoy ahora en casa de
Hank, intentando aclarar un poco más el asunto.
―Por su relación con Anton ―me explica.
―Relación que ya no existe ―le recuerdo sin dejarle terminar―. Para
empezar, ella ni siquiera debería haber sabido que estaba en el programa de
protección a testigos. Se supone que esas cosas han de ser secretas y ese tío
se ha dedicado a pregonarlo por ahí. Se ha buscado los problemas él solito y
ahora quieren que Joy lo solucione.
―Estoy de acuerdo contigo, Fisher, pero el muchacho ha desaparecido sin
dejar señal y necesitan encontrarlo rápido para que no le pase nada.
―¿Por qué los SWAT? ¿Qué tiene ese tío que ver con América?
―Pidió asilo aquí a cambio de información sobre su padre.
―Y ahora se ha metido en la boca del lobo para intentar salvar a un tipo
que no ha sabido mantener su propia boca cerrada.
―Puede que Joy aceptase por Anton, pero en el fondo, lo que más la
motiva es colaborar con los SWAT.
Guardo silencio durante un instante pensando en ello. Sé que tiene razón,
pero todo este asunto me da muy mala espina y no tiene nada que ver con
que Joy haya ido a ayudar a su ex. Nunca me ha gustado Anton y, ahora que
sé lo que está pasando, lo quiero tan lejos de mi novia como sea posible. No
me preocupa que pueda querer volver con ella porque estoy muy seguro de
nuestra relación, pero sé que Anton le traerá problemas. Joy es incapaz de
abandonar a alguien en apuros, así que se lo tomará como algo personal. Sé
que no volverá hasta que den con él.
―Supongo que tienes razón. ―Me levanto con un plan ya en mente―. Te
dejo, jefe. Sé que me has echado de menos, pero no quiero que el resto del
equipo se cele por haber sido el primero al que recibes.
―Guardaremos el secreto. ―Hank me sonríe, aunque creo que no lo he
engañado ni un poquito.
―Nos vemos ―me despido de él, pero cuando ya estoy saliendo por la
puerta, me hace saber que no soy tan bueno como creía despistándolo.
―Tráela de vuelta, hijo.
―Lo haré ―le prometo.
No pretendía decirle nada a los muchachos, pero hemos quedado en el
Groovy's y no quiero faltar a la cita, así que nada más verme, saben que
planeo algo. Les cuento lo poco que sé del asunto y DK se ofrece a
conseguirme un vuelo directo para esta misma noche.
―Podemos ir contigo, si quieres ―se apunta Loman.
―No ―niego―. Habéis estado lejos de casa demasiado tiempo. Además,
no creo que me quede mucho rato allí. Si Joy solo ha ido para hablar con
sus antiguos compañeros, dudo que necesite más de un par de días para eso,
así que podré volver con ella sin mayor problema.
―Pero lleva casi una semana ―constata Harper.
―Por eso ―la señalo― sé que ha querido quedarse para ayudar a los
SWAT.
―Pero la traerás de vuelta ―aventura DK.
―O me quedaré con ella para asegurarme de que no se mete en líos
innecesarios. ―Tampoco quiero que pierda la oportunidad de colaborar con
los SWAT cuando sé que ese es su sueño.
―Di más bien que te meterás en líos innecesarios con ella ―ríe Loman.
―Todo es posible ―le sonrío de vuelta―. Pero ahora mismo me interesa
más verla para comprobar que está bien. El jefe no ha tenido noticias suyas
desde que llegó a Finlandia y la excusa del teléfono que no funciona, no me
sirve. De querer hablar con él, lo habría hecho.
―¿Estás seguro de que no quieres que te acompañemos? ―es Archer quien
habla ahora.
―Segurísimo, cuñado ―asiento―. Solo estoy siendo un novio paranoico.
―Después del tiempo que llevas queriendo estar con ella, no me extraña.
―Doc me apoya―. Yo estaría igual.
―En tu caso es diferente ―me burlo―. A ti ninguna te quería más allá de
ser su paño de lágrimas. Fawn es la única que te vio como buen material de
cama.
―Ríete, pero volvería a pasar por eso si Fawn es mi recompensa.
―Eres todo un romántico, doctorcito. ―Intento acariciarle una mejilla,
pero se aleja.
―Tu vuelo sale en cinco horas. ―DK ha estado mirando su teléfono todo
este tiempo y ahora sé por qué. No sé cómo lo hace, pero es un máquina
con la tecnología―. Deberías hacer ya las maletas.
―¿Tanto te molesta mi presencia que ya quieres echarme? ― sonrío.
―Trae a Joy de vuelta para que podamos dejar de oírte llorar por ella ―se
burla.
―Oh, ya veo ―asiento―. Pretendes cobrarte todas las que yo te he hecho,
¿no es así?
―Tenemos muchas que cobrarnos ―dice Simmons―. Has sido bastante
insoportable todos estos años.
―Pero si me adoráis tal y como soy. ―Muevo las pestañas tan rápido como
puedo e inclino la cabeza a un lado para fingir que soy más santo de lo que
me siento en realidad.
―Nadie está poniendo eso en duda ―dice Loman―, pero ahora podemos
vengarnos y no lo desaprovecharemos.
―Al menos yo no me casaré en secreto cuando decida hacerlo.
―Eso, tú sigue machacándome con la boda porque sabes que no tienes
nada más que echarme en cara ―se ríe―. Pero ya nos aseguraremos de que
caigas tú con otra cosa, Suicida.
―No podréis conmigo ―Me levanto y dejo un billete en la mesa para
pagar la ronda de cervezas―, pero ahora mismo tengo que irme, así que lo
dejamos para mi regreso.
―Huye, cobarde ―Loman ríe al mismo tiempo que grita las palabras y yo
hago uso del dedo que más le gusta a mi hermana para responderle.
Si solo tengo cinco horas antes del vuelo, debo darme prisa porque dos de
ellas las tengo que pasar en el aeropuerto. No es que necesite gran cosa
porque no espero pasar allí muchos días, pero siempre pueden surgir
imprevistos, así que meteré alguna prenda de más. Suerte que el pasaporte
siempre lo tengo actualizado por mi trabajo. Cuando estoy bajando con las
maletas, alguien abre la puerta del edificio para mí y aunque no lo miro en
un primer momento, su calzado me suena tanto, que levanto la mirada
después de darle las gracias por sostener la puerta para mí.
―¿DK, qué haces aquí?
―Tengo algo para ti ―dice mientras me acompaña al coche―. Te llevo y
así puedes mirarlo por el camino.
―Me ahorras pagar el aparcamiento en el aeropuerto ―se lo agradezco.
―Y creo que lo que te traigo te interesará bastante ―me explica ―.
Cuando Joy trajo a Anton por primera vez, no me dio muy buena sensación,
así que me propuse investigarlo por mi cuenta. En aquel momento hubo
complicaciones y no pude profundizar en el asunto. Después, como Joy
rompió con él, lo dejé estar. Pero cuando nos contaste lo que estaba
pasando, decidí que ya era hora de averiguar lo que ocultaba ese muchacho.
―Alessandro DiLuca ―murmuro―. DiLuca, DiLuca... Me suena mucho.
¿Ese no es el traficante de armas italiano?
―El mismo.
Hemos oído hablar de él porque opera en muchos de los países en los que
hemos estado desplegados. No es un buen tipo y su socio es todavía peor.
Sartore pretendía expandir el negocio vendiendo armas biológicas también
y, cuando DiLuca se negó, quiso traicionarlo para quedarse con todo. No
tenía ni idea de que el hijo de DiLuca hubiese sido el que lo llevó a la cárcel
y, menos aún, que Anton era ese hijo.
―Debería haberlo investigado en su momento ―se lamenta DK ―.
Podríamos haber evitado que Joy se involucrase con él.
―Joy habría hecho lo que le hubiese dado la gana ―niego.
―Pero de saber que era Alessandro DiLuca se habría alejado. No es un
nombre que quieras que se relacione con el tuyo…
―Joy es la patrona de las causas perdidas ―lo detengo―. Ha tenido un
buen ejemplo en casa de cómo preocuparse por los demás, así que habría
intentado salvarlo de sí mismo. Me alegro de que no supiese quién era hasta
ahora o tal vez nunca habría roto con él, por las razones equivocadas.
―Si está allí es porque ya sabe la verdad ―constata― ¿Piensas que hará
mucho más que preguntar a sus compañeros por él?
―¿Por qué crees que voy camino de Finlandia? Cuando se trata de ayudar a
los demás, Joy suele olvidarse de sí misma. Y con los SWAT de por
medio...
No es necesario que termine la frase porque se sobreentiende. Joy intentará
impresionarlos ayudando en más de lo que le corresponde y no digo que no
esté orgulloso de ella por ser como es pero, en este caso, podría resultar
bastante peligroso. Conozco la reputación de DiLuca y, bueno, no es la
mejor del mundo. Y si hablamos de Sartore la cosa se pone peor, así que
tengo que llevarme a Joy de allí cuanto antes, aunque me odie por ello. La
prefiero a salvo y enfadada, que en peligro a dos bandas. No hay más
vueltas que darle al asunto.
―¿La traerás de vuelta o te meterás en líos con ella? ―la pregunta de DK
me saca de mis cavilaciones y lo miro como si se hubiese vuelto loco―. No
me mires así, Fisher, no te has ganado tu apodo por ser un angelito. Sé lo
que sientes por Joy, así que he de suponer que no le costaría mucho
convencerte para que te quedes también.
―Por mucho que la ame, no pienso ponerla en peligro solo para hacerla
feliz. Soy un Suicida para muchas cosas, DK, pero no para Joy.
―Si nos necesitas ―dice después―, solo tienes que llamar.
―Lo sé. ―Por una vez, no me apetece bromear, lo que no dice nada bueno
de la situación. Siento que algo malo va a pasar y no suelo equivocarme con
mis presentimientos―. Ten el teléfono a mano siempre, amigo.
Esto último se lo digo cuando ya me estoy bajando del coche. Recojo mis
dos bolsas de viaje del maletero del coche y alzo una mano a modo de
despedida para que DK sepa que ya se puede ir. Tiene varios coches detrás
esperando para dejar a los viajeros, así que mejor que no se impacienten.
Me llevo conmigo el informe que me ha traído y lo estudio mientras espero
a embarcar. Quiero saberlo todo sobre Alessandro y su familia. Por suerte,
DK es muy aplicado y no se ha dejado ni un solo detalle, por insignificante
que pareciese. Incluso ha añadido una hoja sobre Sartore, que acaba de salir
de la cárcel no hace ni dos meses. Alessandro está jodido tanto si lo ha
secuestrado su padre como su exsocio. Ambos tienen razones válidas para
querer deshacerse de él y me temo que cuanto más tiempo pase, menos
posibilidades tienen de encontrarlo con vida. Creo que esa es la razón por la
que Joy no ha regresado todavía.
―Mierda. ―Me paso la mano por el rostro, con frustración, al comprender
que será muy difícil convencerla de que regrese conmigo. Y aunque mi
intención es esa, estoy seguro de que será más fácil que ella me enrede en
este asunto a que yo la saque de él. Con el historial de Alessandro y las
pocas posibilidades que tiene de salir con vida de su situación, el tiempo es
crucial y toda la ayuda será poca― ¿Quién me mandaría a mí enamorarme
de una mujer como Joy?
Pero aunque me queje de su generosidad para con el resto del mundo, no la
cambiaría por nada del mundo. Joy es lo mejor que me ha pasado en la vida
y no estoy dispuesto a renunciar a ella, pero tampoco quiero convertirla en
lo que no es. Intentaré que vuelva a Estados Unidos conmigo, pero si se
empeña en quedarse, no estará sola. He esperado muchos años para poder
decirle que la amo, así que se lo demostraré también con mis actos y no
solo con palabras. Pase lo que pase, me tendrá a su lado. Y ya se pueden ir
riendo mis compañeros de mí porque me va a importar una mierda. En el
fondo, me merezco sus burlas porque yo los he estado machacando con sus
enamoramientos cada vez que caían por alguien. Ahora es mi turno y lo
soportaré con entereza siempre que la recompensa sea Joy.
CAPÍTULO 8
―Me llevará algo de tiempo ―DK suena seguro al decir que lo conseguirá,
aunque no sea tan inmediato como me gustaría―. Te llamaré en cuanto
tenga algo, no te preocupes. Empieza por recorrer los lugares en los que ha
estado antes de desaparecer, quizá haya alguna pista.
―Eso haré. Y hablaré con los amigos que tenía aquí también. Te notificaré
todo lo que descubra y que sepa que pueda ayudar en la búsqueda. ―Sé que
sueno desesperado, pero mientras demos con Joy, el resto me da igual―.
No tardes en llamarme.
―Fisher ―me dice antes de que cuelgue―, la encontraremos.
―Lo sé. ―Pero en el fondo, lo que me preocupa es no localizarla a tiempo.
Lleva tres días desaparecida y cuando hay traficantes de armas de por
medio que quieren deshacerse de alguien para que no testifique en su
contra, no puede pintar bien de ninguna de las maneras. Para nadie que se
meta en medio.
―¿Fisher, verdad? ―El moreno de los SWAT habla conmigo en cuanto
guardo el teléfono. Asiento y él continúa―. Entiendo que estés preocupado
por ella, pero no puedes interferir en la misión de rescate que…
―Me importa una mierda la misión ―lo interrumpo―, lo único que quiero
es que Joy esté de vuelta. Lo que está claro es que no la vais a poner por
encima de ese maldito Anton o como quiera que se llame, así que me tocará
a mí cuidar de ella.
―También queremos encontrarla ―me recrimina.
―Para empezar, ni siquiera deberíais haberla expuesto al peligro sin
aseguraros de que estuviese a salvo, teniendo en cuenta que no es una
SWAT profesional, sino una policía novata. Quien se haya llevado a ese tío
no es un delincuente cualquiera, joder, y ahora, presumiblemente, la tiene a
ella también, así que me da igual si os fastidio el trato que tengáis con él o
el plan que se os haya ocurrido porque pienso buscar a mi novia por mi
cuenta, os guste o no.
―Como te he dicho, también queremos encontrarla, pero es él quien
tiene…
―Disculpa ―Sé que no le gusta que lo interrumpa, pero seguiré haciéndolo
siempre que lo considere oportuno―, a mí él me la suda. Yo voy por Joy. Si
cuando la encuentre, puedo sacarlo a él también, os haré el favor, pero si la
vida de mi novia peligra por recuperarlo, tened por seguro que Anton se
queda atrás.
―No podemos permitir que vayas por libre ―insiste el rubio al ver que no
pueden razonar conmigo. Ha estado atendiendo a su compañero mientras yo
hablaba por teléfono, pero ahora que el imbécil parece estar mejor, y con la
nariz en su sitio, vuelve con el otro a la carga contra mí. No me importa,
porque pienso hacer lo mejor para Joy y, desde luego, esperar a que estos
hagan algo por ella no lo parece. Si en tres días no han avanzado es como
para preocuparse.
―¿Qué vais a hacer para impedírmelo? ―los reto, sabiendo que no tienen
ninguna posibilidad de controlarme― ¿Meterme en la cárcel? Conozco mis
derechos y no podéis hacer una mierda sin motivos, así que tenéis dos
opciones: colaborar conmigo o haceros a un lado.
―Esto es una investigación internacional bajo el mando de los SWAT ―me
explica el moreno―. No tienes ni la jurisdicción, ni los medios para llevarla
a cabo por tu cuenta, así que si alguien tiene dos opciones aquí, eres tú: o te
haces a un lado o te mando a la cárcel mientras no terminemos nuestro
trabajo.
―La jurisdicción se necesita para detener a alguien, cosa que no pienso
hacer. Y los medios... bueno, en eso te equivocas; tengo medios de sobra y
lo vas a ver muy pronto. ―Me dirijo hacia la salida porque aquí ya no pinto
nada y no me interesa que haga realidad su amenaza de meterme en una
celda. Estoy seguro de que DK me sacaría de inmediato, pero prefiero que
se centre en lo que le he pedido. Solo espero que pueda hacerlo desde
EEUU y con lo poco que sabe del tema. Desde luego, si alguien puede
obrar el milagro es él.
―No podemos dejarte ir. ―El rubio se interpone en mi camino para
impedir que salga del piso.
―¿Con qué motivo me retendréis? ―Me cruzo de brazos para darle a
entender que no me acobarda su actitud de macho territorial.
―Has golpeado a un agente del SWAT, ¿te parece poco? ―me responde.
―Poco es lo que le he hecho para lo que se merecía ―replico en su
lugar―. Pero no puedes retenerme por eso. Vale, sí, puedes mandarme a la
cárcel, pero saldré en un par de horas a lo sumo, así que mejor nos lo
ahorramos.
―Déjalo ir, Knowles ―lo increpa el moreno. Luego se dirige a mí ―. Si
entorpeces la misión de la forma que sea, te meteré en el primer vuelo que
salga de regreso a casa y me encargaré de que no puedas volver a entrar en
Finlandia en mucho tiempo.
―Yo solo quiero encontrar a Joy ―digo antes de salir del piso.
Cuando estoy abajo, me arrepiento de haber sido tan impulsivo y no haberle
pedido el número de teléfono. Aunque quiera ir por mi cuenta, no soy
estúpido y sé que colaborar con ellos nos va a beneficiar a todos, pero no
pienso volver porque acabaría mal si veo que alguno me mira mal. Necesito
relajarme un poco antes de hablarles de nuevo. Ya me los encontraré en otro
momento. Sé dónde están, de todas formas.
―¡Eh! ―El grito detrás de mí me hace parar en seco. El moreno se acerca
a grandes zancadas para alcanzarme―. Llevamos unos cuantos meses
planificando esto y no podemos cagarla ahora. Ni nosotros ni tú.
―No es mi intención estropear nada, pero haré lo que haga falta por
recuperar a Joy sana y salva.
―También yo quiero recuperarla ―me asegura―, pero necesito a
Alessandro con vida. Mira, este es mi número, si descubres lo que sea,
aunque te parezca una estupidez, házmelo saber, por favor. Por muy SEAL
que seas, no podrás hacerlo tú solo. No te hagas el héroe, ¿de acuerdo?
―Resulta que esa es mi especialidad. ―No se toma demasiado bien mi
broma, así que me pongo serio―. Si averiguo algo que os ayude a salvar al
tipejo ese sin perjudicar a Joy, te lo haré saber, pero no prometo nada más.
―Esto es de Joy. ―Me entrega un papel garabateado en el que aparece una
lista de personas, todas tachadas―. La lista con los nuevos nombres se la
llevó con ella el día que desapareció. Tal vez esta te sirva de algo o tal vez
no, pero es lo único que puedo darte.
―Gracias. ―No es tan mal tipo después de todo. Supongo que si estuviese
en su lugar, haría lo mismo que él. Pero la vida de Joy está en juego y no
pienso permitir que le pase nada malo.
―No hagas que me arrepienta de esto ―añade.
No respondo, solo me limito a mover la cabeza a modo de despedida.
Seguramente, ninguno de los de la lista sean los últimos que vieron a Joy,
pero por algún sitio tengo que empezar. Por suerte, algunos tienen la
dirección al lado, así que los buscaré a ellos primero. Pero antes, le saco una
foto a la hoja y se la envío a DK, por si puede averiguar algo del resto.
La primera dirección a la que me dirijo resulta ser un bloque de edificios al
lado del mar. No es mal sitio para vivir, la verdad, aunque yo prefiero una
casa con jardín trasero. Supongo que las tardes de barbacoa en casa del jefe
influyen en mi decisión porque el día que tenga casa propia, será de ese
estilo. Los pisos son más fáciles de mantener, pero las casas son más
acogedoras. Un hogar al que regresar después de pasar por tanta mierda
durante meses.
―Deja de divagar, imbécil ―me digo avanzando hacia el edificio ―. Joy
no tiene tiempo para tus despistes mentales.
No es difícil dar con el piso correcto, aunque por fuera pareciese
complicado. Está todo muy bien indicado y enumerado. Golpeo la puerta
con tres toques y espero a que abran. Mientras, repaso mentalmente lo que
voy a decir, sin embargo, mi boca se traba cuando quien abre es una joven
de unos veintipocos años, con un bikini tan falto de tela que bien podría
salir desnuda y no se notaría la diferencia. Y no es que la critique por ello,
pues cada uno hace lo que le da la gana con su cuerpo, pero esto no me la
esperaba. Aparto la mirada de su cuerpo tan rápido como puedo reaccionar,
pero tardo unos segundos de más para mi gusto.
―¿Puedo ayudarte? ―me mira, casi diría que orgullosa de haberme hecho
reaccionar así.
―¿Eres amiga de Joy Anderson? ―Pensaba hablarle primero de Anton, por
eso de que, si Joy puso su dirección, será porque no había estado antes aquí,
pero al fin y al cabo quien me importa es ella.
―¿Quién lo pregunta? ―Me mira con curiosidad ahora mientras me repasa
de arriba abajo con descaro.
―¿La conoces o no? ―insisto. No le daré detalles de mí hasta saber si son
o fueron amigas en algún momento.
―No especialmente ―responde―. Tenemos amigos en común, así que
coincidimos alguna vez.
―¿En los últimos días también? ―pregunto, como si no supiese nada.
―¿Quién es? ―Una nueva chica se asoma por la puerta. Ella también está
en bikini, imagino que se estaban preparando para ir a la playa.
―Un tío buenorro que busca a la ex de Anton. ―Mientras habla, me da
otro repaso, en lo que supongo serán sus partes favoritas de mi anatomía―.
Las hay con suerte.
―¿No eres de por aquí, verdad? ―La otra chica aparta sutilmente a la
primera para hablar conmigo―. Nunca te había visto. ¿Quieres pasar?
Puedo prepararte un té o un café. O... algo más fuerte, si quieres.
―Solo quiero saber si habéis hablado con Joy en los últimos días.
―¿Eres un acosador o algo así? ―pregunta la primera.
―Cállate, Karla ―la increpa la otra―. Perdónala, a veces habla de más.
―No hay problema ―la disculpo―, en los tiempos que corren, no está de
más ser precavido. Aunque si fuese un acosador, no os lo diría.
―Claro. ―La segunda se apoya en el quicio de la puerta y sonríe ―. Hablé
con Joy hace cuatro o cinco días. Estaba buscando a Anton. Me extrañó
mucho porque creí que se habían distanciado después de romper por culpa
de la obsesión que tenía con ella. La cosa entre ellos se había puesto intensa
desde que Anton se enteró de que estaba enamorada de otro. Joy fue sincera
con él, pero Anton no se lo tomó muy bien. Quiso volver con ella en varias
ocasiones, hasta que al final Joy se fue a su país, acabando radicalmente con
sus ilusiones. Lo dejó hecho polvo.
―¿En serio tenías que contarle todo eso a un desconocido? ―la reprende la
otra. Sin embargo, si vamos a echar culpas, ella no la detuvo en ningún
momento.
―No pasa nada ―les digo antes de que empiecen a discutir por eso―,
porque ya me sé esa historia. Solo quiero saber de qué hablasteis con Joy
cuando la visteis por última vez.
―Eres el tío del que Joy estaba enamorada ―grita la segunda,
emocionada―. No me lo puedo creer. ¿Has venido hasta aquí a por ella?
―¿Te dejó para intentarlo de nuevo con Anton? ―pregunta la primera―.
No me pareció que Joy quisiese volver con él cuando hablamos, pero...
¿vino por eso?
―¿Qué os dijo Joy? ―No voy a responder a eso y menos cuando veo la
malicia en su mirada. Ha hecho esa suposición solo por molestar y se le
nota demasiado.
―Quería saber si habíamos visto a Anton ―me responde la segunda, que
parece ser la más madura de las dos―. Dijo que quería hablar con él, pero
no sabemos sobre qué.
―¿Habías visto a Anton? ¿La enviasteis con él?
―Anton se cerró mucho en sí mismo tras la partida de Joy. Apenas quedaba
ya con nadie y, cuando lo hacía, se marchaba poco después.
―Era el alma de la fiesta y Joy lo arruinó. ―Parece que la primera chica
con la que hablé, la conocía más de lo que me hizo creer y que, de alguna
manera, le guarda rencor por haber roto con Anton―. Se estaba volviendo
un ermitaño por su culpa. No es justo.
―Joy no tuvo la culpa de eso ―la defiende la otra―. Ella fue sincera con
él en todo momento.
―Tan sincera como que ya estaba enamorada de otro cuando empezaron.
―Eso no lo sabes.
Empiezan a discutir entre ellas y decido marcharme. Eso ya no me interesa,
aunque sea una de las partes afectadas, y no van a contarme nada nuevo que
me ayude a conocer los últimos pasos de Joy antes de desaparecer, así que
mejor busco por otro lado. Ni siquiera se enteran de que me alejo, tan
concentradas están en imaginarse cómo pasaron las cosas y quién tuvo la
culpa.
Recibo un mensaje de DK donde me pasa la dirección de todos los de la
lista y, después de comprobar los nombres, decido que empezaré por los
últimos. Conociendo a Joy, habrá ido a verlos por orden, así que las últimas
personas serán aquellas con las que habló justo antes de desaparecer.
―Aguanta, Joy ―digo en un susurro―. Estoy en ello.
CAPÍTULO 11
―Tienes que comer ―me insiste, acercando el plato hacia mí, pero me
cruzo de brazos y me ladeo en la silla para que sepa que no lo haré―. Por
favor, Joy, no puedes seguir así. Llevas tres días sin tocar la comida. Vas a
enfermar y no es eso lo que quiero.
―Haberlo pensado antes de secuestrarme, Ant... Alessandro ― gruño su
nombre con rabia. Me siento tan furiosa por esto como defraudada por no
haber sospechado nada.
―Te echaba de menos, Joy ―me dice, con sospechosa dulzura, como si eso
justificase sus actos―. Cuando supe que habías regresado a Finlandia y que
estabas preguntando por mí, creí que te habías arrepentido de romper
conmigo y que querías volver.
―Y también creíste que eso te daba el derecho a secuestrarme, por lo que
veo ―replico.
―Creí que te alegrarías de verme ―empieza a frustrarse y eso solo
significa una cosa: acabaremos enfadados. Él se irá y yo me quedaré
encerrada en este cuarto una vez más.
Siempre me propongo ser más amable con él cuando viene a verme para
que confíe en mí y me deje salir, pero cuando llega, recuerdo que me retiene
en contra de mi voluntad y mis planes se van al traste. No puedo fingir que
soy feliz cuando no es así. No funciono de esa forma, lo que ahora mismo
es un problema, porque me mantiene estancada en este lugar sin poder
avanzar ni retroceder.
―Me habría alegrado si la situación fuese otra ―me enfado― ¿En serio
creías que estaría feliz de verte después de lo que has hecho?
―¿La verdad? Sí. ―Se levanta―. Pensé... da igual. Está claro que todavía
tienes mucho que meditar.
―Tú sí que tienes que meditar, Alessandro ―le grito para que me escuche
incluso después de que salga de la habitación.
―Ahhhhhh ―escucho su grito de frustración y un golpe con el puño en la
puerta. También yo querría golpearlo a él con algo, pero eso no va a
solucionar nada, sino más bien complicarlo.
―Joy, vas a tener que hacerlo mejor ―me digo en un suspiro, acercando la
comida. Después de tantos días sin alimentarme, me siento débil, así que
esta vez tendré que comérmelo todo. No me gusta darle la razón a
Alessandro, pero en esto la tiene. O como o enfermaré.
Cuando me secuestraron pensé que mis días en este mundo estaban
contados. Creía que eran los traficantes de armas que se habían llevado a
Alessandro y que me matarían por meter las narices donde no debía. En ese
momento, mis pensamientos fueron para Biff y mi familia; toda mi familia,
incluso la que no comparte mi sangre. Me sentía mal por no poder volver a
verlos nunca más. Eso de que tu vida pasa por tu cabeza cuando crees que
vas a morir, no es exactamente así. Al menos, no en mi caso. Yo solo pensé
en lo que me perdería con ellos si me mataban. Y lo peor es que sé que, por
mi trabajo, siempre estaré en peligro. No digo que vaya a renunciar a mis
sueños, porque no pienso hacerlo, pero ahora soy más consciente de lo que
arriesgo y de que debo ser más cuidadosa. Todo lo que se pueda en el
trabajo que he elegido, claro.
―Y también soy más consciente de la clase de hombre que es Alessandro
―me lamento en voz alta.
Nunca pensé que el amigo que encontré en él, el confidente y después
novio, fuese tan falso. Todas las cosas que me contaba cuando
estudiábamos juntos, sus proyectos de futuro, la carrera que quería hacer, la
empresa que pensaba crear... todo era una farsa, una mentira más en la larga
lista que seguramente me ha contado desde que nos conocemos. Igual que
ahora. Ha hecho creer a todos que ha sido secuestrado por su padre o el
socio que tuvo hasta que lo entregó a la policía. Si hasta ha movilizado a un
equipo SWAT que ha venido a Finlandia a buscarlo porque le interesa que
crean que es la víctima. Mientras están buscando a los responsables,
Alessandro aprovecha para hacer planes para sustituir a su padre en el
negocio. Y no solo se quedará con todo, según él, sino que ampliará el
negocio hacia Estados Unidos.
Todo lo que pasó antes de su desaparición: la llamada de auxilio a nuestro
país, los supuestos planes de su padre para expandir su negocio, el peligro
que corría por haber decidido traicionar a su familia... era tan solo una
estrategia para hacer más creíble el secuestro. Lo que no sé es qué piensa
hacer ahora. O cuál es el fin de su plan. ¿Pretende que los SWAT lo rescaten
para no levantar sospechas cuando se haga cargo del negocio? ¿O tal vez
que atrapen antes a su familia y al socio para tener vía libre? Lo único que
sé es que no me lo contará hasta que no confíe en mí y, para que haga eso,
tendré que ser menos arisca con él.
―Y eso es tan difícil ―me quejo una vez más. Es algo que no puedo evitar,
cada vez que lo veo me enfado por todo lo que ha hecho. Además, después
de tres días encerrada en esta habitación, mi nivel de aburrimiento está por
las nubes, así que cualquier cosa que dice me molesta más de lo habitual―.
Tengo que salir de aquí. Y mejor que sea por mis propios medios.
Suspiro una vez más, decepcionada de que Alessandro decidiese ir por el
mal camino. Pero en el fondo, creo que lo que más me duele es haber estado
tan equivocada con él. Realmente creía en él y en que quería hacer las cosas
bien. Por eso estaba en el Programa de protección al testigo, ¿no?
Busco por la habitación algo que me pueda servir para abrir la puerta,
porque la ventana no es una opción. Lo primero que he mirado ha sido eso
y la reja que tiene está lo suficientemente asegurada contra la pared como
para poder arrancarla, así que mi mejor posibilidad es encontrar algo para la
cerradura. Ahora me gustaría ser de esas chicas que se hacen peinados
elegantes con muchas horquillas, pero no, soy una mujer simple, que se
conforma con coletas o pelo suelto. Desde que me lo he cortado por encima
del hombro para ir más cómoda al trabajo, no he vuelto a usar nada salvo
una goma. Y eso no me sirve.
Veo el tenedor sobre el plato y por mi mente pasa una escena típica de una
película de espías en la que el protagonista lo usa para cualquier cosa, entre
ellas, abrir una puerta. Pero no sabría ni por dónde empezar, sinceramente.
Ni tengo la fuerza para deformarlo, ni sé qué forma debería tener para
usarlo de ganzúa. Al final me decido por el cuchillo, por si consigo forzar la
pestaña de la puerta con él, pero con más dudas que certeza.
―Ahhhhh ―grito de impotencia, minutos después, cuando solo consigo
rayar la puerta. Me dejo caer a su lado y cubro la cara con las manos. Odio
esta situación, odio que me pillase con la guardia baja cuando me atrapó,
odio no poder decirle lo que quiere oír para que me deje salir de aquí. Pero,
sobre todo, odio tener que entregarlo a los SWAT cuando esto acabe.
Porque, aunque hayamos tenido una historia y hayamos sido amigos en
algún momento, está intentando convertirse en un criminal y no puedo
permitirlo.
Cuando voy a intentarlo de nuevo, escucho pasos por el pasillo y me
levanto deprisa para acercarme a la ventana y fingir mirar el paisaje. Debo
decir que el lugar es precioso. Se ve como el típico pueblo de casas bajas y
coloridas, todas alineadas en torno al río que siempre quise visitar. Seguro
que como lugar vacacional es perfecto, por lo pintoresco que resulta. De
hecho, a lo lejos veo gente paseando, ajenos a que en una de las tantas casas
que hay por la ribera, hay una joven secuestrada por un ex-novio con
ínfulas de contrabandista. Podría probar a gritar pidiendo auxilio, pero no
llegarían a tiempo de salvarme porque Alessandro sería más rápido. La
única solución es escapar por mi cuenta.
―Lo siento, Joy. ―Alessandro ha vuelto como hace siempre que
discutimos. Debo concederle que es un hombre persistente. Y si no lo usase
para hacer el mal, sería una gran cualidad―. No me gusta discutir contigo.
Yo todavía...
―No puedes retenerme en contra de mi voluntad ―lo interrumpo, no
queriendo oír lo que va a decirme. Ya hablamos de eso en su momento y le
dejé claro lo que sentía. No puedo pasar por lo mismo de nuevo y ver el
dolor en sus ojos. No pude darle lo que necesitaba y me siento culpable por
haberlo utilizado para intentar olvidarme de Biff. Esa fue peor idea que huir
al otro lado del mundo para no verlo después de que dijese que yo era un
error. Lástima no haber sabido la verdad de sus sentimientos antes de
marcharme. Lo echo de menos. Tanto, que en ocasiones duele. Me gustaría
tanto que estuviese aquí. Seguro que Biff sabría qué hacer o, al menos, le
pondría chispa al recluimiento.
―No quiero hacerlo ―me dice―, pero no me dejas otra opción. Si no te
encierro, huirás.
―¿Te estás oyendo? No puedes obligar a nadie...
―No he venido a discutir ―me detiene. Mientras habla mira a la mesa―.
Solo quería saber que estabas bien, nada más. Veo que has comido al fin.
―Sí, bueno ―Me cruzo de brazos―, no me apetece morirme de hambre.
―Joy. ―Se acerca a mí y retrocedo tantos pasos como da él― ¿Me tienes
miedo?
―No quiero que me toques ―respondo. Miedo no es la palabra, solo soy
precavida. Después de lo que ha hecho no puedo fiarme de él.
―No te voy a hacer daño ―me asegura.
―Ya me lo estás haciendo, Alessandro. Impidiéndome estar con mi familia,
con mi gente. Además, ¿qué pretendes hacer? ¿Vas a retenerme en esta
habitación el resto de mi vida? ¿Aunque no quiera estar contigo? El chico
que conocí en el instituto no era así. Era generoso y dulce. Y sabía escuchar.
―Sigo siendo el mismo y estoy seguro de que al final entrarás en razón.
―Antes de que pueda replicarle continúa hablando y lo que dice me genera
preguntas más importantes que un reclamo ―, pero no estaremos siempre
aquí. Estoy ultimando los detalles y pronto podremos marcharnos.
―¿A dónde? ―Mis nervios se crispan más todavía―. Ni siquiera sé dónde
estoy ahora. ¿A dónde se supone que nos vamos a ir?
―Volvemos a mi país ―me explica―. Tengo que hacer algunas cosas allí
antes de poder volar a los Estados Unidos. Los SWAT tienen que
encontrarme en Italia para que mi historia sea más creíble. De otro modo...
―¿Italia? ―No puedo evitar gritar al decirlo―. ¿Estás loco? No puedes
llevarme a Italia. ¿De qué asuntos estás hablando? ¿Qué historia?
―Bueno, pretendo quedarme con el negocio de mi padre, así que tengo que
deshacerme de lo que me impide lograrlo. Le he hecho creer a los SWAT
que mi padre o su socio podrían querer silenciarme, así que deben
encontrarme en su casa para que sea creíble.
―Pero no es verdad ―protesto― y sabrán verlo. No son tontos.
―Lo creerán ―sonríe satisfecho―. No tendrán ninguna duda al respecto.
―¿Y cómo piensas conseguir que tu padre no diga la verdad una vez en la
cárcel? Porque dudo que esté muy contento cuando su propio hijo lo
entregue.
―Digamos que no podrá hablar mucho cuando nos rescaten.
―Anton ―No puedo evitar llamarlo con el nombre con el que lo conocí,
por la sorpresa de sus palabras―, dime que no harás lo que estoy pensando.
¿En serio vas a matar a tu propio padre?
―La competencia es dura en este negocio y no puedo empezar siendo un
flojo, Joy. Si mi padre sigue vivo, sus compradores no me harán caso. ―Mi
boca se abre más―. Mi padre nunca se ha portado bien conmigo. Era un
hombre egocéntrico y egoísta que quería hacer de mí un hombre. Eso, en
sus propias palabras. Un hombre... A mis 6 años me hizo presenciar cosas
que ningún niño debería ver nunca. No me importará mandar a matarlo una
vez lleguemos a Italia.
―No puedo creer lo que estás diciendo. Esto es una locura. Ni siquiera sé
por dónde empezar a enumerar los fallos de tu plan. Esto no... ―No
encuentro las palabras para continuar.
―Lo tengo todo previsto, Joy. Incluso un plan B por si el primero no sale
bien.
Cuanto más habla, más me preocupo porque parece que lo dice en serio.
Pero lo que más miedo me da ahora es que si los SWAT no nos encuentran
rápido, o no consigo escapar por mi cuenta, acabaré en Italia. Más lejos de
mi familia. Más lejos de Biff. No puedo consentirlo.
CAPÍTULO 12
―Pactemos una tregua, Alessandro ―le sugiero. No quiero que piense que
ha ganado, pero necesito que me deje salir de esta habitación. Los intentos
por hacerlo por mi cuenta han fracasado porque está demasiado pendiente
de mí todo el tiempo, así que no me queda otra opción que hacerle creer que
me he rendido ―. Esto es una locura. No podemos pasar los días
discutiendo. No nos lleva a ninguna parte.
―Es lo que llevo diciéndote desde el principio, ―Aunque siento que no se
ha tragado el engaño del todo, se escucha aliviado―. No eres una
prisionera, Joy, sino una invitada. Y mucho más si tú lo permites. Odio
verte metida aquí todo el tiempo.
―Siento habértelo puesto tan difícil estos días, pero tienes que entender
que para mí tampoco es fácil. Me estás pidiendo que abandone a mi familia
y mis amigos para irme contigo a Italia. ―Suerte que todavía no sabe que
soy policía o desconfiaría más de mí―. Sabes lo apegada que soy de ellos y
lo mucho que los eché de menos mientras vivía en Finlandia. No puedes
llegar y decirme que lo deje todo y me escape contigo, así sin más.
―Lo sé. ―Se acerca lentamente a mí y esta vez se lo permito―. Lo pasé
tan mal cuando rompimos... te extrañaba a todas horas, no conseguía
concentrarme en nada por mucho tiempo porque pronto volvías a mi mente.
Planeé lo de pedir asilo en Estados Unidos solo para estar más cerca de ti,
Joy.
―¿Qué? ―No puedo creer que haya dicho eso. Y ahora no sé si ha sido
sincero o solo lo dice para que me sienta halagada, cosa que no funciona,
porque más bien sentiría remordimientos de que llegase a este punto por mi
culpa. Si estaba arrepentida de haberlo usado para intentar olvidar a Biff,
ahora ese sentimiento es mucho más intenso. Si ha tomado el camino
incorrecto para intentar recuperarme, lo lamentaré inmensamente.
―Sé que no puedes estar sin tu familia y por eso pretendía vivir allí
―explica―. Te prometo que no estaremos mucho tiempo en Italia, solo el
necesario para asegurarme el control absoluto de los negocios de mi padre.
Después, si quieres, nos trasladaremos a tu país. Yo puedo viajar cada cierto
tiempo para comprobar que todo va bien, no habría problema por eso...
Mi boca se abre para recordarle que mi familia pertenece a los SEAL y que
ninguno de ellos aceptaría que mi pareja fuese un contrabandista, pero la
cierro y me obligo a no hablar. Si quiero tener una posibilidad de salir de
aquí, debo convencerlo de que tenemos un futuro juntos. Sin embargo,
cuanto más habla, más miedo me da. Realmente ha pensado en todo. Si
ahora mismo dijese cuántos hijos quiere que tengamos y cómo se llamarán,
no me sorprendería.
―No sé qué decir. ―En parte, no miento. Porque si no le digo la verdad de
lo que pienso, no sé qué responder a sus planes.
―Solo dime que me darás la oportunidad de hacerte feliz. Te quiero a mi
lado, Joy. Por favor.
Permanezco en silencio, luchando entre mentirle para que me permita salir
o ser fiel a mis principios y mandarlo a la mierda. Pero entonces, pienso en
mi familia y mis amigos, en Biff... y no puedo no intentar volver con ellos.
Haré lo que esté en mi mano para volver con ellos. Si mentirle a Alessandro
es el camino, que así sea.
―Solo si me prometes que iremos a Estados Unidos en cuanto hayas
acabado con tus asuntos en Italia ―exijo como si estuviese de acuerdo con
sus planes de convertirnos en delincuentes internacionales―. No me
quedaré allí más de lo necesario.
―Prometido ―sonríe tan ampliamente que mis remordimientos me juegan
una mala pasada y, cuando me abraza, me tenso por unos segundos. Creo
que lo nota, pero cuando le devuelvo el gesto, se relaja también. Esto va a
ser más difícil de lo que creía, pero todo sea por los míos.
―¿Cuándo tienes planeado que viajemos? ―Necesito saber el tiempo del
que dispongo para idear una forma de escapar.
―Pronto ―no concreta, lo que me hace pensar que no se acaba de fiar de
mí.
―Necesitaré comprar ropa. Y tengo que ir a por mi pasaporte a mi
apartamento. ―No quiero insistir, pero necesito tantearlo un poco más por
si le saco algo que me sirva para orientarme.
―No te preocupes por nada ―sonríe―. Una vez en Italia podrás comprar
todo lo que quieras. Y tus cosas están aquí, en la casa. Por ahora, tendrás
que conformarte con eso, pero te prometo que cuando tenga el control de mi
herencia, todo lo que pidas será tuyo. No te faltará de nada.
Me acaricia con una ternura que me recuerda a los días en que salíamos
juntos y siento la misma angustia que por aquel entonces. Sus caricias me
hacían sentir hipócrita, pero estaba decidida a olvidarme de Biff y pensé
que lo que sentía por Alessandro sería suficiente. Pero ahora sé que el amor
que siento por Biff es inmenso y que nadie podría sustituirlo. Ahora
comprendo que nunca debí sucumbir a mis deseos de sacarlo de mi corazón,
no debí permitir que mi primera vez fuese para Alessandro. Durante más de
un año logré mantenerlo a raya, esperando que Biff se decidiese a olvidar
mi edad y me confesase que también él me quería, pero finalmente llegó la
decepción y después el rencor. Y una noche en la que me sentía más
vulnerable, me dejé mimar por Alessandro. Era mi novio, así que no
estábamos haciendo nada malo. Sus tanteos se volvieron más persuasivos y
acabamos en la cama, compartiendo un momento que no debería haber sido
suyo. Y no diré que no fue estupendo, porque lo fue. Alessandro es bueno
en la cama y cada vez que nos acostabamos, creía entrever un futuro
prometedor con él, pero la cruda realidad volvía a mí al terminar y me
sentía una miserable por utilizarlo de esa forma. Biff Fisher era, es y será
siempre el amor de mi vida. El único con el que seré feliz. Lo comprendí
demasiado tarde y Alessandro fue el perjudicado. Durante mucho tiempo
me sentí mal por él, pero si a raíz de nuestra ruptura empezó a planear
hacerse con el negocio familiar, debería preocuparme y replantearme mi
actuación. Aunque ahora es imposible cambiar lo que pasó…
―Tengo que irme. ―Su voz me devuelve al presente, donde se está
dirigiendo hacia la puerta. Cuando lo sigo, hace un gesto para que me
detenga―. Por ahora, estarás mejor aquí. Volveré pronto y hablaremos de
nuevo.
―¿Seguiré encerrada? ―En el fondo entiendo que no se fíe de mí todavía.
Probablemente yo haría lo mismo.
―Joy, me alegra que entrases en razón por fin, pero no puedes pretender
que crea que, de un momento a otro, estás conforme con esto al cien por
cien.
―Entiendo que desconfíes de mí, Alessandro, pero no...
―No desconfío de ti ―Lo hace―, pero tienes que darme tiempo para
comprobar que esto es realmente lo que quieres.
―Vale, si necesitas tiempo, lo acepto. También lo he necesitado para
comprender que quiero quedarme contigo. ―Puedo esperar un día o dos, o
al menos, cuento con no irnos antes de eso.
―Te quiero tanto. ―Se acerca y cuando veo sus intenciones de besarme, lo
abrazo para que no pueda hacerlo―. No sabes lo feliz que soy al oírte decir
que quieres estar conmigo. Sabía que tú también me echabas de menos.
Cuando se va, me queda la sensación de que no se ha creído mi actuación y
que me ha seguido el cuento para que no me altere. O para que deje de
buscar la forma de escapar. Mi preocupación ahora es saber cuándo
pretende viajar a su país de origen. Como he dicho, puedo esperar un par de
días a que confíe en mí, pero me asusta pensar que su intención sea dejarme
libre únicamente cuando lleguemos a Italia. Una vez allí, si no me da el
pasaporte, será imposible que pueda huir del país. Y no podré comunicarme
con mi familia o con los SWAT tampoco. Sería otro tipo de cárcel más sutil
que esta habitación.
―Maldita sea ―Me dejo caer en la cama frustrada―. Necesito salir de
aquí ya.
Cae la noche cuando Alessandro regresa, pero en lugar de traer la cena,
como esperaba, me entrega un vestido precioso con escote palabra de honor
y con una cintura estrecha y cargada de minúsculos brillantes. La falda es
vaporosa y tan ligera, que sé que parecerá que vuele una vez lo lleve puesto
y camine.
―He pensado que podemos empezar con una cena de celebración. Hoy es
nuestro aniversario. ―Por un momento me siento confusa y debe notarlo
porque continúa hablando―. El día que empezamos a salir juntos,
¿recuerdas?
―Oh, claro ―le sonrío de vuelta―. Es que llevo tanto tiempo aquí que ya
no sé ni en qué día vivimos. Pero tienes razón, hoy es un día especial para
nosotros.
―Te dejaré sola para que puedas cambiarte. ―Me acaricia la mano cuando
me entrega el vestido y le sonrío una vez más―. Ahora será un día
doblemente especial, Joy.
―Por supuesto ―asiento. Si pretende llevarme a un restaurante del pueblo,
tal vez consiga escapar antes de lo que pensaba, así que no desperdiciaré la
oportunidad con gestos o palabras que lo pueda alertar.
Estoy tan ansiosa por salir de este sitio, que no tardo mucho en arreglarme,
incluso decido dejarme el pelo suelto para no perder más tiempo. Y aunque
por un momento, creo que Alessandro ha cerrado con llave, al bajar el
pomo, la puerta se abre sin ningún problema. Doy unos primeros pasos
tentativos por la casa hasta dar con Alessandro, que está en el salón
esperándome. Se ha puesto un traje de corbata negro y luce su cabello
recién lavado y peinado hacia atrás, como tanto le gusta. No puedo negar
que es muy guapo y tiene cierto encanto que te atrae hacia él. Al menos,
mientras no sabes que es un futuro contrabandista de armas y...
probablemente, el asesino de su padre. Poco importa que lo haga matar
porque la orden provendrá de él y, por tanto, será tan responsable como el
que apriete el gatillo.
―Estás preciosa, Joy. ―Sus ojos brillan al mirarme y la culpa por tanto
engaño pesa cada vez más en mis hombros. Por razones como esa decidí
romper con él. Le estaba dando esperanzas por algo que no existía y me
sentía una hipócrita. Y ahora le estoy mintiendo una vez más, solo que el
motivo es muy diferente. Mi vida depende de ello, también.
―Tú también te ves estupendo ―le sonrío.
―El restaurante no está lejos ―Me ofrece el brazo y lo tomo―, podemos
ir dando un paseo. El pueblo es muy pintoresco y estoy seguro de que te
gustará. Siempre quise traerte, pero no encontrábamos el momento para
hacerlo.
―¿Es Porvoo? ―Recuerdo que planeamos ese viaje en varias ocasiones,
pero al final nunca podíamos realizarlo. Tal vez por eso me sonaba tanto el
paisaje.
―El mismo ―asiente, feliz de que me acuerde de eso―. No tuve que
pensarlo mucho al elegir el lugar donde esconderme, una vez fingiese mi
propio secuestro. Era perfecto.
―Lo es ―admito mirando las coloridas casas a lo largo del río. Es un
pueblo con encanto y hubiese deseado conocerlo en otras circunstancias.
En el pequeño restaurante nos están esperando y nos llevan a la mesa que
Alessandro reservó para nosotros junto a un gran ventanal que nos regala
unas vistas increíbles del pueblo. Es muy romántico e imagino que por eso
lo eligió.
―¿Te gusta? ―me pregunta después de que hayamos elegido la cena.
―Es un sitio precioso. No me molestaría venir a comer todos los días ―En
esto soy sincera. El restaurante es muy coqueto y hogareño y te hace sentir
como cuando vas a comer a casa de un amigo. Me encanta. No tardan en
servirnos y empezamos a comer en silencio saboreando la comida casera.
Definitivamente, vendría a comer aquí cada día de poder hacerlo.
―Hemos tardado en venir ―me dice Alessandro cuando esperamos el
postre―, pero al fin estamos aquí. Es tal y como me lo imaginaba.
―Bueno ―sonrío―, yo no traería este vestido a una escapada de turismo,
pero sí que habría venido a comer aquí.
―En unos días tendrás toda la ropa que quieras, incluso vestidos como ese.
Viajaremos a cualquier lugar del mundo que te apetezca en el jet privado.
Será estupendo.
―Sí, lo será ―Que hable de ello me recuerda que no estamos aquí como
turistas, sino que su plan sigue siendo marchar a Italia para deshacerse de su
padre y ocupar su lugar en una red de venta ilegal de armamento militar que
pretende ampliar a mi país―. Si me disculpas, iré al baño mientras no llega
el postre. Ni se te ocurra probar el mío, Alessandro. Te conozco y te gusta
eso de robarme el dulce.
―Esperaré por ti. ―Levanta la mano como si estuviese jurando antes de
testificar en un juicio.
―Más te vale. ―La broma lo hace permanecer relajado en su silla, pero yo
solo lo consigo cuando me encuentro dentro del baño de mujeres, lejos de
su mirada.
Después de unos segundos para regular el latido de mi corazón, busco la
forma de escapar de él y, aunque nunca lo imaginé, la ventana tiene
suficiente anchura como para que quepa por ella. Me quito los zapatos
porque los tacones me frenarían y salgo fuera. El suelo está frío y rugoso,
pero corro tan lejos como puedo y en dirección contraria a la casa donde me
tenía retenida Alessandro. Ahora solo tengo que encontrar la forma de
volver a Helsinki antes de que me encuentre o de llamar para que vengan a
por mí. Pero solo cuando ya he corrido durante diez minutos, comprendo
que hay un gran problema para cumplir mi objetivo: no tengo dinero.
CAPÍTULO 13
―No hay datos de ningún vuelo a Italia en las últimas horas ― DK sigue
tecleando mientras habla―, pero ha salido un jet privado con rumbo sin
declarar hace dos horas. Si es nuestro hombre, que lo averiguaré, llegará a
su destino en una hora y media, más o menos.
―Y si salimos ahora, tendrá unas dos horas para hacer lo que le venga en
gana antes de que lleguemos nosotros. ―No me gusta como suena, pero sé
que no tenemos más alternativa. Nos lleva bastante ventaja, aunque no tanta
como había pensado. Podía ya haber estado allí.
―Matar a un hombre como su padre no será tan sencillo como llegar y
pegarle un tiro ―me tranquiliza Simmons―. Antes de hacer nada, tendrá
que asegurarse de que contará con el apoyo de sus secuaces cuando acabe
con él.
―Exacto, no se aventurará a matarlo sin saber si sus hombres le obedecerán
después o lo ejecutarán en venganza ―corrobora Loman.
Es algo que sé, pero cuando apartan a un policía de un caso en el que está
emocionalmente implicado no es por capricho y en mi caso pasa lo mismo.
Estoy tan centrada en impedir que mate a sus padres para no sentirme
culpable por haberlo dejado ir, que no pienso con claridad. Necesito
bloquear mis sentimientos o acabaré cometiendo un error que no solo
podría pagar yo.
―Tenemos margen de actuación ―Harper asiente―, incluso si llegamos
tres o cuatro horas más tarde.
―Seguramente le lleve varios días organizarlo todo ―continúa
Simmons―. No importa si ya ha empezado a contactar a algunos hombres
desde aquí porque querrán hablar con él en persona, para asegurarse de que
va en serio, antes de decantarse por él. La traición en esos círculos se paga
con la muerte, así que nadie hará nada hasta tener la certeza de que han
elegido el bando ganador.
―Lo más importante es ver cómo conseguimos armas en Italia para ir a por
él. Y deberíamos dejar zanjado ese asunto antes de subir al avión ―explica
Doc, aunque eso también lo sé―. No nos permitirán pasarlas por aduanas
desde aquí ni aunque digamos que es una misión oficial.
―Ser SEAL no nos conseguirá un trato especial ―admite Archer ― y
como no tenemos forma de demostrar que ejecutamos una orden de viajar
armados, será imposible hacerlo. Normas de la compañía.
―Es posible que yo conozca a alguien. ―Todos miramos hacia Cornell
cuando habla. Siempre ha sido el más callado y tímido del grupo, pero debo
admitir que cuando dice algo no te deja indiferente. Y esta vez no es la
excepción― ¿Qué? ¿Por qué me miráis así? Conozco a más gente que a
vosotros.
―¿Por qué nunca hemos sabido que tenías amigos italianos? ― le pregunta
Fisher― ¿En qué chanchullos turbios andas metido, Cornell? ¿Tú sabías
algo de esto, Harper? Si es que ya no me contáis nada. Así no puedo,
maldita sea; vais a acabar con mi pobre corazón con tantas decepciones.
―Fisher, déjale hablar ―Simmons lo calla.
―Eso, ahora la culpa es mía. ―Lo golpeo en el brazo para que preste
atención a Cornell y me saca la lengua.
―Había una familia italiana en nuestro barrio cuando era pequeño ―nos
explica― y sus parientes venían a veranear todos los años a su casa. Nunca
tuve trato con la mayoría de ellos porque eran bastante herméticos, pero uno
de los muchachos tenía mi edad y congeniamos enseguida, incluso aunque a
la familia no le gustase demasiado. Los primeros veranos era difícil
entendernos por el idioma, pero al final le enseñé inglés y él a mí italiano.
―¿Sabes hablar italiano? ―lo interrumpe Fisher.
―Solo lo suficiente para hacerme entender ―asiente. Y parece
avergonzado de admitirlo―. Aunque llevo años sin practicar.
―No debería sorprenderte, Fisher ―lo defiende Loman―. Es un coquito
para los idiomas.
―Y para muchas otras cosas ―concluye Harper, orgullosa.
―No me seas cochina, Harper. Nadie quiere saber nada sobre vuestros
jueguecitos en la cama.
―Serás imbécil.
―Parece que hoy todos os empeñáis en llamarme imbécil ―se queja.
―Será porque hoy te comportas como uno ―remarca Archer, que fue el
primero en decírselo.
―¿Queréis dejar terminar de hablar a Cornell? ―los interrumpo con mi
impaciencia―. Estamos perdiendo un tiempo valiosísimo.
―A sus órdenes, mi capitana ―replica Fisher.
―Imbécil ―uso el mismo insulto a propósito, solo que conmigo no se
cabrea, sino que tira de mí y me roba un beso.
―Nos hicimos muy amigos con los años y cuando dejó de venir,
mantuvimos el contacto ―continúa después de sonreírme en
agradecimiento―. Además, resulta que trabaja en una empresa de
seguridad muy conocida en Italia. Si hablase con él, es posible que nos
echase una mano. O al menos podría indicarnos dónde comprar armas no
registradas, una vez allí. No me gustaría que se metiese en líos por mí, pero
sé que nos ayudaría si se lo pido.
―¿Qué te hace pensar que sabrá dónde conseguir armas ilegales? ―le
pregunta Simmons.
―Lo sabrá ―sentencia. Y como no suele hablar mucho, cuando lo hace
siempre le creemos sin pedirle explicaciones ni pruebas. Es la ventaja de ser
Cornell, supongo. En mi caso, no puedo estar callada tanto tiempo ni
aunque eso me reportase beneficios. Necesito decir lo que pienso justo en el
momento en que lo hago o podría explotarme la cabeza.
―De acuerdo. Llámalo a ver qué te dice ―pide Simmons―. No es
necesario que te recuerde que has ser discreto por teléfono…
―Copiado ―le responde al tiempo que saca su teléfono del bolsillo. Se
aleja de nosotros para hablar con tranquilidad, pero es imposible no
escucharlo usar en italiano fluido. Y luego dice que solo se sabe hacer
entender.
―Bueno ―Simmons nos mira uno por uno―, ahora solo falta confirmar
que Alessandro iba en ese vuelo.
―Confirmado. ―Como si decirlo le diese voz, DK habla―. Y ya tengo
vuelo para todos nosotros también. Salimos en una hora, así que será mejor
darnos prisa porque si lo perdemos, no habrá otro hasta mañana.
―Eres el mejor. ―Le doy un beso en la mejilla y sonríe.
―¿La has oído, Fisher? ―lo provoca―. Tu novia dice que soy el mejor.
―Con la tecnología puede ―le responde antes de que pueda detenerlo―,
pero no es tu nombre el que grita en la cama.
―Biff. ―Lo golpeo con fuerza en el brazo porque esta vez ha ido bastante
lejos y tengo la cara completamente roja. No es que me avergüence de
nuestra vida sexual, pero me ha pillado desprevenida―. ¿Se puede saber a
qué coño ha venido eso?
―Solo hablábamos, cariño. ―Pone su mejor cara de inocencia y no puedo
evitar sonreír después de eso. Es imposible cabrearse con él, sobre todo soy
tan igual a él en prácticamente todo.
―Solo por joder, un día gritaré su nombre ―lo amenazo, ya repuesta del
momento de vergüenza.
―¡Eh, eh! A mí no me metáis en vuestros rollos de pareja ―ríe DK―.
Grita el nombre de otro si quieres, Joy, pero yo tengo que trabajar después
con él y seguro que se vuelve insoportable por tu culpa. No quiero que me
meta una granada en los pantalones cuando no mire.
―Cobarde. ―Le saco la lengua.
Siempre soñé con trabajar con ellos y debo admitir que, por el momento, es
mejor de lo que me esperaba. En las barbacoas de mi padre participo en las
bromas, pero estar entre ellos mientras organizamos una misión de busca y
captura es increíble. Sé que no tendré más oportunidades de compartir
misión con ellos, así que lo aprovecharé al máximo. Más todavía cuando no
me dicen que me quede al margen. No es algo que haría por mucho que
protestasen, pero me gusta que no lo insinúen siquiera.
En cuanto Cornell nos dice que su amigo nos conseguirá armas sin registrar
y que las tendrá allí esperando nuestra llegada, nos dirigimos al aeropuerto.
DK ha aprovechado para descargar la localización de la casa familiar de
Alessandro, junto a las pocas fotos que hay de ella para planificar el mejor
modo de entrar y salir sin que nos atrapen. Desde luego, la seguridad no es
poca cosa allí, lo que me dice que la misión no será tan sencilla. Si
pudiésemos pillar a Alessandro antes de que llegase a la casa...
―Imposible ―me digo.
―¿Qué es imposible? ―me pregunta Fisher.
―Imagino que Alessandro irá directo a casa de sus padres ―le explico―,
así que capturarlo antes de eso, será imposible.
―Pero no es imposible entrar ―me refuta.
―¿Ah, no?
―Para nada ―sonríe―. Tú déjamelo a mí y verás que con unas cuantas
explosiones aquí y...
―Nada de explosiones, Fisher ―lo corta Simmons.
―Joder, jefe, siempre le quitas la gracia a todo.
―Vamos a operar en la ilegalidad ―le recuerda―. Me gustaría pasar todo
lo inadvertido que sea posible.
―Aburrido.
―Precavido ―remarca Simmons.
―Cobarde.
―Sensato.
―Se podrían tirar así horas y horas ―ríe Loman hablando conmigo―.
Pero qué te voy a decir que no sepas ya.
―Está bien veros en vuestra salsa ―le remarco―. Aunque en casa de mi
padre lo pasamos bien y hay bromas de todo tipo, esto va más allá de una
reunión de placer. Os voy a ver trabajar y voy a acompañaros. Llevo años
deseando que algo así pasase.
―Y por eso se te ocurrió salir con el hijo de un traficante italiano ―Fisher
no se pierde ninguna conversación aunque esté metido en otra.
―Solo por eso ―rio.
No es así, pero en el fondo sabía que había algo siniestro en él. Creo que lo
elegí porque sabía que lo nuestro no funcionaría. Ahora me arrepiento
porque él se obsesionó conmigo hasta el punto de desear asesinar a su
familia y sé que no es culpa mía, pero no puedo evitar sentirme mal por
cómo han terminado las cosas y pensar que podía haberlo hecho de otra
forma. O haber escogido un camino diferente para intentar olvidar a Fisher
y lo que sentía por él, sin perjudicar a nadie.
―Despeja esa cabecita, cariño. ―Fisher pasa su brazo por mis hombros y
me atrae hacia él―. No te haces ningún favor.
―Lo sé, pero es difícil no pensar en que pude cambiar este final.
―Para empezar ―me regaña―, no eres responsable de las decisiones que
toman los demás. Y para que lo sepas, este no es el final. El final será
cuando metamos el culo de tu ex, el mafioso, en una celda, así que céntrate
en el objetivo y ve a por ello con todo lo que tengas.
―Pero sin usar explosivos ―le recuerda Simmons, que lo ha escuchado
desde su asiento.
―Con lo bien que me había quedado ―se queja―. Qué manera de joder el
momento, Simmons.
―Te lo debía. ¿Cuántos me has jodido tú con Tara?
―Mira que eres rencoroso ―lo acusa.
―Lo aprendí de ti, amorcito. ―Usa la palabra con retintín, pero Fisher
ignora el tono porque es una ocasión única para meterse con él.
―Santo Cristo de las papayas ―exclama―, me acabas de llamar amorcito.
Lo siento Joy, pero vas a tener que compartir mi amor con Simmons. Que
después de tantos años por fin se decide a mostrar sus sentimientos, solo
puede llevarnos a una cosa.
―Simmons ya está casado ―lo corto antes de que lo diga―. Y no te
permitiré ser quien destruya un matrimonio tan sólido.
―Pero si me ha confesado que me ama.
―Ya te gustaría ―bufa Simmons, mientras el resto del equipo se ríe.
―Lo has hecho ―lo señala―. Lo ha hecho, ¿verdad, chicos?
Todos le siguen la corriente y yo no puedo dejar de reír. Esto es incluso
mejor de lo que imaginaba. Me encanta. Ahora entiendo por qué están tan
unidos y por qué son tan buen equipo.
―Yo te protegeré, Simmons ―le digo casi sin aire de tanto reír ―. Me
casaré con Biff para quitártelo de encima.
En cuanto lo digo, pienso que esa sí es una declaración en toda regla y
Fisher, que seguramente opina como yo, me atrapa entre sus brazos y me
besa con tanta pasión que sigo sin poder respirar, pero esta vez la risa no
tiene nada que ver.
―Acepto ―dice al soltarme.
―Esta hay que celebrarla por todo lo alto. ―Loman se la juega con el
comentario hecho a propósito.
―No como la tuya. ―Fisher va de cabeza a la trampa.
―Tan previsible ―se ríe Loman.
―Llámame imbécil tú también si quieres. ―Se lleva una mano al pecho―.
Qué importa uno más.
―No seas tan dramático, amorcito ―digo―. No te sienta bien.
―¿Qué estás diciendo? Todo me sienta bien, Joy Joy. ―Finge ofenderse
por mi comentario.
―Cuando se pone así de respondón ―me susurra Simmons―, solemos
ignorarlo hasta que se cansa. Es el método más efectivo que hemos
probado.
―No mola nada, Angel. ―Fisher lo mira con ojos asesinos y me río de
nuevo.
Poco a poco, las conversaciones y bromas se van apagando para no
molestar a los demás pasajeros y, aunque en un principio no tenía sueño,
finalmente acabo con los ojos cerrados y la cabeza apoyada sobre el
hombro de mi novio. Morfeo me está llamando y no puedo resistirme a él.
Supongo que no es tan mala idea dormir un poco porque sé que en cuanto
lleguemos a Italia, no seré capaz de pegar ojo hasta que Alessandro esté
entre rejas.
CAPÍTULO 16
Nos reunimos con Bruno frente al edificio como habíamos quedado y nos
guía hasta el almacén en el que ha guardado todo lo que necesitaremos para
interceptar a Alessandro. Aunque sigo nerviosa por si se complican las
cosas, haber pasado las últimas horas con Biff recorriendo Milán me ha
sentado bien. Por un momento, sentí que solo éramos una pareja enamorada
de viaje por el extranjero. Ojalá algún día sea así porque quiero hacer
muchas cosas con él, pero parece que nunca será el momento adecuado.
Supongo que nuestros trabajos nos absorben demasiado pero, a pesar de
ello, ninguno lo cambiaría por otro. Si no podemos tener una vida de pareja
normal, pues la tendremos a nuestra manera. Después de todo, ya hemos
pasado por una relación de amistad atípica, así que no será ninguna
novedad.
―No es fácil seguirle los pasos a DiLuca ―dice Bruno― porque cambia
su rutina cada pocos días, así que atraparlo fuera de su casa será
prácticamente imposible. Además, como ya os dije, ha doblado la seguridad
desde que supo que Sartore había sido puesto en libertad. No resultará fácil
entrar en su casa.
―No tenemos intención de hacerlo ―le aclara Simmons―. El que nos
interesa es Alessandro y no irá a ver a su padre hasta que se haya asegurado
de haber conseguido el apoyo absoluto de sus hombres, así que esperamos
poder dar con él antes de que eso suceda.
―Lo bueno es que no lo tendrá fácil ―asiente Bruno―, porque todavía es
un muchacho a ojos de los hombres de DiLuca. Si quiere su lealtad, va a
tener que hacer algo importante antes. Algo que les demuestre que será un
buen líder a pesar de su edad. De cualquier otra forma, no lo apoyarán.
―¡Oh, Dios! ―De repente se me ocurre algo. Y tiene tanta lógica que no
sé por qué no lo he visto hasta ahora―. Ya sé qué va a hacer Alessandro.
Joder, joder, joder. Irá a por Sartore. ¿No lo veis? Si consigue matarlo, su
padre lo aceptará de nuevo en la familia, lo que le garantiza una entrada
fácil a la casa, y además los hombres verán que es capaz de dirigir la
organización sin el apoyo de DiLuca. Si da con Sartore y acaba con él, le
resultará muy fácil matar a su padre o puede que incluso lo hagan sus
hombres por él sin que tenga que mancharse las manos con la sangre de su
familia.
―Entonces tenemos que encontrar a Sartore antes de que lo haga él
―sentencia Simmons, sin poner en duda mi razonamiento. Me siento
orgullosa por esta hazaña y no puedo evitar sonreír como una tonta
colegiala, aunque intento disimularlo porque no es el momento ni el lugar
para emocionarme.
―Si ya ha vuelto a la ciudad ―nos advierte Bruno―, no estará en ninguna
de sus casas porque sería el primer lugar al que iría DiLuca. Si estoy seguro
de algo, es que lo estará buscando. Será una carrera contrarreloj para ver
cuál de los dos mata al otro primero. Sartore juró vengarse cuando acabó en
la cárcel por culpa de la familia DiLuca y este sabe que cumplirá su
amenaza en cuanto tenga ocasión. Si quiere defender a su familia, tendrá
que ir a por él antes de que se organice. No tendréis mucho tiempo para
actuar antes de que lo haga DiLuca.
―Dame un ordenador, una red potente y lo localizaré en unos minutos
―asegura DK. Aunque puede que le lleve un poco más de tiempo, sé que
es capaz de hacerlo. No hay nada imposible para él, si se trata de
tecnología.
Al final, aunque le pedimos que no se exponga tanto, Bruno nos invita a su
casa para que DK pueda usar su propio ordenador. Se justifica diciendo que
nos estará ayudando a limpiar su país de mierda como Sartore o DiLuca,
pero sigue siendo peligroso para él que se sepa que está colaborando con
nosotros. Esta es una operación clandestina, después de todo, y si hay
problemas no queremos que nadie caiga por nuestra culpa.
―¿Cómo era Cornell de pequeño? ―le pregunto mientras nos tomamos un
café a la espera de que DK consiga la información que necesitamos.
―Ya éramos casi adolescentes cuando nos conocimos ―sonríe
recordándolo―. Era un muchacho muy callado, pero muy inteligente. Creo
que fue su rapidez en aprender el italiano lo que me hizo querer ser su
amigo a pesar de las protestas de mi familia. En menos de dos semanas ya
lo hablaba con fluidez. A mí con el inglés me llevó dos años.
―Se me dan bien los idiomas. ―Cornell parece avergonzado por los
halagos de su amigo―. No es para tanto.
―Se te da bien todo ―constata Harper, a lo que las mejillas de Cornell se
colorean intensamente.
―Un centavo por tus pensamientos, Cornell ―río, segura de que su mente
se ha ido por donde no debía.
―No le gustan los halagos ―lo defiende Harper, aunque por la medio
sonrisa que se le ha escapado, también ella sabe lo que ha pensado―. Se
siente incómodo con ellos, pero es que son inevitables en algunas
ocasiones. Te sobra modestia, Nigel. Y un poco de vanidad no te vendría
mal. Tienes derecho a ello, con lo listo que eres.
―Pero un exceso es contraproducente ―replica.
―Tú no tienes ninguna, amor ―Harper ríe y le acaricia la mejilla en un
gesto rápido que termina casi antes de iniciarse. Al igual que el mote
cariñoso que ha usado con él. Creo que solo los que estábamos más cerca lo
hemos oído.
Estos son los pequeños gestos que nos regalan muy de vez en cuando
Harper y Cornell sobre su relación. Están juntos y me consta que muy
enamorados, pero se guardan las muestras de cariño para sí mismos. Y no
es que por eso se quieran menos, pero Harper sabe que Cornell es tímido y
lo respeta. La verdad es que son la pareja perfecta, tal como yo lo veo, y se
compenetran al cien por ciento en todos los aspectos de su vida, tanto en lo
personal como en lo profesional. Y sí, lo sé, suena un poco a celos, pero
únicamente porque ellos trabajan juntos y se ven a todas horas. También
diré que gracias al equilibrio en su relación pueden hacer eso porque estoy
segura de que Biff y yo nos acabaríamos tirando de los pelos si
trabajásemos juntos. Y lo peor es que nos lo llevaríamos a casa sin remedio.
―Prefiero ser modesto que arrogante ―señala.
―Así era de joven también ―sonríe Bruno―. Nunca se las dio de listo
delante de los demás, aunque tuviese motivos más que de sobra. Y a mí me
ayudó mucho con el idioma cuando otros se habrían reído de mis meteduras
de pata.
―Cada uno tiene su propio ritmo de aprendizaje. ―Cornell sigue
intentando justificar su forma de actuar, lo que lo hace todavía más
adorable―. Si en lugar de alentar a quien que se equivoca, lo señalas con el
dedo y te ríes de él, habrás contribuido a que abandone en algún momento
sus planes.
―Me encanta cómo hablas, Cornell ―se me escapa sin más. No pretendo
incomodarlo, pero es imposible no decirlo―. Y adoro que seas como eres.
No tienes que justificarte ni demostrar nada a nadie. Eres genial así como
eres.
―Oye ―Fisher tira de mí―, que tu novio soy yo, no Cornell.
―Pero tú también me encantas tal y como eres ―le sonrío.
―Lo sé ―dice con suficiencia.
―La vanidad que le falta a Cornell ―añade Harper―, le sobra a Fisher.
―Oye, oye, con calma. Que Cornell se busque la suya propia porque yo
tengo la vanidad justa para mí. No me sobra ni una pizca.
―No, claro ―contraataca Harper―. Si te sobrase no serías tú. Y fíjate qué
desgracia para nosotros tener un compañero un poco más humilde.
―Una enorme y terrible desgracia, nena ―constata, haciéndonos reír a
todos.
La verdad es que tiene razón porque, con sus tonterías, Fisher siempre sabe
mantener al grupo relajado incluso en los momentos de más presión. Todo
el mundo debería tener en su vida a una persona como Fisher.
―Te he dicho mil veces que no me llames nena. ―Lo mira con la cara de
pocos amigos que usa muchas veces y debo decir que así asusta bastante,
pero Fisher ya está acostumbrado y solo sonríe más.
―Pues supongo que tendrás que decírmelo otras mil, a ver si así me
acuerdo.
―O podría grabártelo en la cara con mis puños ―sugiere ella.
―Contrólala Cornell ―la señala―. Está desbocada.
―A mí no me mires ―este se desentiende, como era de esperar.
―Cobarde ―murmura Fisher antes de reír.
La conversación continúa como si segundos antes Harper no hubiese
amenazado a Fisher con darle una paliza y las horas se nos pasan entre
bromas y risas.
―Voy a pedir algo de comer ―nos señala Bruno cuando comprendemos
que la búsqueda de DK se alargará por varias horas más― ¿Qué os
apetece?
―Algo típico de aquí ―pide Loman―. Estar en Italia y no probar su
comida es delito.
―Sorpréndenos ―asiente Simmons, de acuerdo con él.
―Está bien ―sonríe―. Entonces iré yo mismo a por ello. Estáis en vuestra
casa.
―Te acompaño ―se ofrece Cornell―. Así te ayudo a la vuelta con las
bolsas.
―Yo también voy. ―Archer los sigue. Este no es un hombre al que le guste
estar ocioso, así que no me sorprende que quiera unirse a ellos.
Cornell me entrega el teléfono por si tuviesen que llamarnos durante la
salida y me lo guardo en el bolsillo. Me siento halagada de que haya
preferido dejármelo a mí en lugar de a Harper o incluso a Simmons, que
para algo es el jefe del equipo, pero me limito a asegurarle que lo tendré
operativo. Minutos más tarde de haberse marchado, el teléfono suena y no
puedo dejar de sonreír pensando en que se les ha olvidado algo. Miro el
número antes de responder, supongo que por costumbre porque dudo que
tenga algún teléfono guardado en la agenda, y me extraña que no tenga
prefijo de Italia.
―¿Diga? ―respondo con curiosidad.
―¿Joy Anderson?
―La misma. ―La voz al otro lado del aparato me suena, pero no digo nada
hasta estar segura de estar hablando con quien creo― ¿Quién habla?
―Aston Jarvis. ―He acertado, aunque no deja de sorprenderme que me
esté llamando después de cómo nos separamos. Y sobre todo, que tenga
este número―. Uno de tus amigos SEAL me ha enviado unos archivos
bastante interesantes hace unas horas. Los he presentado antes mis
superiores y, aunque no han sido suficientemente esclarecedores para que
nos concedan una operación a gran escala en Italia, han dejado en nuestras
manos el decidir viajar o no para reunir más pruebas.
―Ajá. ―Puedo intuir lo que pretende, pero no diré nada hasta que lo haga
él primero. Miro hacia DK y me guiña un ojo, lo que me dice que es el
culpable de todo esto.
―Imagino que ya estaréis en el país ―carraspea al ver que no digo nada―.
Bueno, le pedí a mis superiores que te concediesen otra licencia para ir con
nosotros, así te cubriremos las espaldas mientras estés en Italia. Y claro, si
capturamos a Alessandro y a su familia, podrás atribuirte parte del mérito
que...
―No he venido por el reconocimiento ―lo interrumpo―, sino para hacer
valer la ley. Soy policía y ese es mi trabajo.
―Desde luego que lo es, pero hacerlo por tu cuenta, por muy nobles que
sean tus intenciones, no es lo correcto y también lo sabes ―me replica. No
puedo negarlo, pero tampoco le daré la razón porque sería concederle
ventaja sobre mí―. Pero no te he llamado para discutir, sino para pedirte
que te unas al equipo de nuevo. Si los...
―Lo haré ―lo detengo una vez más―, siempre que los SEAL estén de
acuerdo en colaborar con vosotros y vosotros con ellos. No les daré de lado
después de haberme apoyado en esto desde el principio.
No diré que no me atraiga la idea de que los SEAL y los SWAT colaboren,
pero tengo muy claras cuales son mis prioridades en este momento. Si ahora
pueden viajar a Italia es gracias a DK, así que no podrán ignorarlos sin más,
escudándose en que lo que vienen a hacer es oficial. O lo hacemos todos
juntos, o seguiré con los SEAL. No hay otra opción para mí, incluso si eso
acaba con mis posibilidades en los SWAT. Ellos me han apoyado y no los
abandonaré ahora.
―Si algo sale mal ―me advierte―, no podremos cubrirles las espaldas.
―Ellos serán los que decidan, en último caso ―insisto en que se unan―.
Siempre que aceptéis que participarán en lo que sea necesario hacer para
acabar con Alessandro entre rejas.
Se hace el silencio tras la línea y puedo imaginar que lo está consultando
con el resto, o consigo mismo. Si acepta, hablaré con los demás para ver si
unimos fuerzas o continuamos por nuestra cuenta. Aunque siento que si DK
les ha enviado esos archivos es porque quiere a los SWAT aquí.
CAPÍTULO 18
Me alegra ver que los SWAT han decidido hacerlo bien, ahora que les han
dado la oportunidad. Joy está exultante al saber que trabajaremos todos
juntos, sobre todo porque eso le deja las puertas abiertas nuevamente con
ellos. Sé que le preocupaba que la descartasen por capturar a Alessandro
por nuestra cuenta y fuera de la ley, pero ahora es una cosa menos en la que
pensar y está aliviada. Estoy seguro de que su mente ya estará centrada en
atrapar a su ex antes de que le haga algo a su familia, así que puedo decir
que cuantos más seamos mejor para todos, aunque personalmente no
soporte a Combs. Joder, le patearía el trasero solo por la forma tan
despectiva en que mira a Joy y a Harper. Si hasta le da igual que lo vean.
No sabe, o no quiere, disimular. Hubiesen hecho bien en dejarlo atrás
porque no es que aporte demasiado al grupo. Lo único que hace es quejarse
por todo desde que llegó.
―¿Y si lo encerramos en el armario? ―Acerco mi cabeza a la de Archer
para hablar en bajo con él. No es que me importe si me escucha, pero no
quiero sumar más tensión a la ecuación porque esto es importante para Joy.
―Ganas no me faltan ―gruñe mi cuñado. Cuando estamos de acuerdo en
algo, casi mete miedo.
―Con la ayuda del sistema de los SWAT ha sido casi un juego de niños dar
con Sartore ―nos informa DK, rompiendo el silencio que se había
apoderado de la habitación después de que Jarvis le diese acceso a su
sistema de rastreo―. Está en una villa en la Toscana.
―Joder, cómo se las gasta el tipejo ―silbo.
―La villa está a nombre de su esposa, con el apellido de soltera ―continúa
DK, sonriendo por mi comentario, pero sin dejar de mantener la
profesionalidad. No lo ha dicho, pero sé que fue él quien les facilitó las
cosas a los SWAT para venir a Italia. Y mi instinto me dice que Cornell
tuvo que ver en eso también. Su mente privilegiada habrá urdido algún plan
que beneficie a mi Joy en el futuro con el equipo especial de la policía y lo
apoyaré a muerte. Si es la muerte de Combs como poli, con más razón
todavía―. De ahí que DiLuca no sepa todavía de su existencia.
―Imagino que era su plan de jubilación ―dice Loman―. Lo que me
extraña es que DiLuca no conozca el apellido de soltera de la mujer de su
socio. Eso no dice mucho de su relación de amistad, ¿no creéis?
―Supongo que no es bueno mezclar negocios con placer, como suele
decirse ―añade DK―. Aunque creo que a Sartore le da igual si DiLuca
averigua dónde está porque esto parece más un refugio por si las cosas se
ponen feas, que un paraíso de jubilados. El recinto tiene una seguridad
impresionante y no va a ser nada fácil entrar ahí.
―Siempre podemos hacerle creer que solo nos interesa DiLuca ―sugiere
Joy―. Le diremos que nuestras fuentes apuntan a que su antiguo socio va a
por él y que ya ha encontrado la villa. Le ofrecemos protección a cambio de
información sobre DiLuca y así matamos dos pájaros de un tiro.
―Pero que lista eres ―la admiro, aunque sé que no va a ser tan fácil como
decirlo.
―Siempre que se digne a hablar con nosotros ―añade Jarvis.
―Acaba de salir de la cárcel ―asiente Knowles―. Dudo que le interese
colaborar con la policía. No se fiará, ni siquiera aunque sea para acabar con
DiLuca. Lo más probable es que busque la venganza por su cuenta.
―Le sobran los recursos ―asiente Jarvis hacia su compañero.
―Siempre podemos hacer guardia en los alrededores de la villa ―dice
Doc, apelando a su lado práctico― y esperar a que Ant… Alessandro
intente acabar con él. Si lo atrapamos con las manos en la masa, tal vez
Sartore nos escuche entonces y nos dé algo que podamos usar contra
DiLuca. Así podremos pillarlos a todos.
―Enviadlas a las dos con poca ropa ―dice Combs, señalando a Joy y a
Harper― y verás cómo las dejan entrar sin problema.
―O podemos enviarle tus huevos como ofrenda de paz y decirle que es lo
que le falta para dignarse a hacer las cosas bien ― replico al momento―.
Total, a ti no te sirven de nada y mejor que un tipejo como tú no se
reproduzca nunca.
―Si es que encuentra con quien ―añade Archer secundándome.
―Calma, muchachos. ―Simmons trata de controlar la situación porque se
está poniendo un poco tensa y nos conoce muy bien. Si no lo frena ahora,
esto acabará como la mierda―. Estamos en el mismo bando, ¿recordáis?
―Combs. ―Jarvis lo censura con la mirada al tiempo que le impide
acercarse a nosotros, porque se ha levantado dispuesto a defender lo que
cree que es su honor, aunque de eso no tiene. No me habría importado darle
una paliza, pero tendrá que ser en otra ocasión―. Si no tienes nada sensato
que aportar, mejor quédate callado. Así no ayudas.
No entiendo cómo pueden soportar trabajar con un tipo como ese. Con
nosotros no habría durado ni dos minutos, eso seguro. O cambia o se va por
donde ha venido. No puedo con la gente que odia a los demás solo porque
le sale de la polla. Menospreciar a una mujer solo por el hecho de serlo es
rastrero e inútil. Ya le gustaría a él ser tan capaz como nuestra Harper o tan
decidido como mi Joy. Él es solo una mierda pinchada en un palo. Ni
siquiera merece que le dedique tiempo para ponerlo en su sitio, pero con
gusto lo perdería con él si así le cierro esa bocaza que tiene.
―Estamos perdiendo el tiempo aquí ―protesta, sentándose de nuevo en su
lugar―. Hemos venido a buscar información para que nos dejen actuar
contra los DiLucao y lo único que estamos haciendo es mirar cómo un tío
se pasa las horas delante de un ordenador localizando a Sartore. Ni siquiera
es a él a quién hemos venido a capturar.
―DiLuca está fuera de nuestras posibilidades ahora mismo ―le recuerda
Jarvis―. Tenemos que llegar a él a través de Sartore o de Alessandro.
―Pues salgamos a buscar a Alessandro ―bufa―. Ese no tiene dónde
guarecerse. Será fácil dar con él y capturarlo.
―Eso es lo que tú te crees ―lo interrumpe Joy―. Si Alessandro está aquí
es porque ya cuenta con la ayuda de alguien para mantenerse lejos del radar
de la policía y de su propia familia. De lo contrario, seguiría en Finlandia.
―Tú qué sabrás ―la enfrenta―. Solo te lo tirabas mientras...
―Mucho ojo con lo que vayas a decirle, imbécil ―ahora soy yo el que se
pone en pie― porque de ello dependerá que tu lengua siga siendo
funcional.
―Calma todo el mundo. ―Knowles se interpone entre los dos y, aunque no
soy ningún rajado, debo decir que la corpulencia del rubio intimida―.
Combs, ve a dar una vuelta y cuando te calmes, vuelves.
―¿Por qué coño me tengo que ir yo? ―protesta―. Esta misión es nuestra.
Que se vayan ellos.
―Estáis aquí por el tío que se pasa horas delante del ordenador ―le
recuerdo.
―Fisher. ―Simmons mira hacia mí y niega lentamente para que deje de
discutir. Sé que tiene razón y que no merece la pena, pero le tengo tantas
ganas que me cuesta callarme. Lo que hago es sentarme de nuevo y Joy me
sujeta la mano para decirme, sin palabras, que me agradece que la haya
defendido.
―No se puede cambiar a quien no ve lo malo en él ―me susurra ―. Eres
un amor y te quiero más por lo que has hecho, pero déjalo estar. Ya se
encargará el tiempo de darle una lección.
―Prefería dársela yo con mis puños. ―Hago un puchero que le arranca una
sonrisa.
―Igual también puedes hacerlo. Quién sabe si el karma te pide ayuda a ti.
―Me guiña un ojo.
No digo nada, pero estoy convencido de que el karma le depara algo mucho
más significativo que mi puño en su cara. Aunque no descarto hacerlo
igualmente si me sigue tocando la moral.
Las cosas empiezan a encauzarse cuando DK saca los planos de la villa de
Sartore y buscamos una vía de entrada, en caso de que sea necesario llegar a
tanto, porque el plan más viable es el de Doc: vigilaremos la villa hasta que
Alessandro aparezca por allí. O a quien haya decidido enviar para hacer el
trabajo sucio. Joy cree que lo hará él mismo para demostrar que puede ser
un gran líder, pero yo tengo mis dudas. Sartore es un hombre
experimentado y Alessandro no tiene ni puta idea de nada. Además, con
todas las medidas de seguridad que tiene el primero en su casa, que ni
siquiera nosotros podemos pensar en saltarnos, el ex de Joy no tiene
ninguna posibilidad. Y no llamará a la puerta sin más para que lo inviten a
pasar porque fue él el que delató a Sartore y lo envió a la cárcel. Así que la
única forma que tiene de acabar con él es encargárselo a otro.
―Haremos turnos ―determina Simmons― para que no quede al
descubierto ninguna hora del día o de la noche. No podemos saber cuándo
pretende actuar...
―En caso de que eso sea lo que se propone ―dice Harper de repente―.
Porque no estamos seguros de que su plan incluya matar en primer lugar a
Sartore. No te ofendas, Joy, pero es así.
―No me ofendo ―le sonríe―. Y tienes razón. Es mi intuición la que cree
que vendrá a por Sartore, pero no es una certeza.
―También yo creo que irá a por él. ―Simmons la apoya y el resto asiente
ante sus palabras. Sartore es la opción más viable en este momento, aunque
todos tengamos dudas.
―Dale y yo iremos con vosotros ―propone Jarvis, para cubrir ambos
frentes―. El resto vigilará a DiLuca. Si detectan cualquier movimiento
sospechoso nos lo harán saber.
―Doc, Loman acompañadlos ―les ordena Simmons. Luego les aclara a los
SWAT el porqué de su decisión―. Solo por si no llegásemos a tiempo. No
estamos tan cerca.
―De acuerdo ―asiente Jarvis aceptándolo. Mejor cinco que tres si las
cosas se ponen feas.
Cuando los jefes de ambos equipos se empiezan a poner técnicos, me
desentiendo y me acerco a DK, que sigue aporreando las teclas. Creo que
jamás podría ser completamente feliz si le quitasen sus aparatos
electrónicos.
―¿Cómo lo has hecho? ―le pregunto. No necesito concretar más porque
sabe a lo que me refiero.
―Aunque nuestro equipo es muy capaz, incluso en las situaciones más
extremas ―dice―, no podemos luchar en dos frentes. Sartore es la opción
más segura, según creo, pero DiLuca podría estar en peligro si nos
equivocamos. Cuantos más seamos mejor. Cornell habló conmigo cuando
decidimos vigilar a Sartore y no ir a por DiLuca, aunque ya me había estado
moviendo para encontrar las pruebas necesarias para los SWAT. Joy desea
unirse a ellos y no quería que perdiese su oportunidad por un simple
tecnicismo.
―Gracias, tío. ―Choco el puño con su hombro―. Aunque mi chica habría
encontrado la forma de entrar en los SWAT. Cuando se le mete algo en la
cabeza no hay quien la pare.
―Y por eso ahora es tu chica ―ríe.
―También yo tuve algo que ver en eso ―me quejo―. Pero tenía que
esperar a su mayoría de edad para que el jefe no me cortase los huevos.
―Sí, claro.
―¿Cómo conseguiste las pruebas para que los SWAT viniesen? ―cambio
de tema y se ríe de nuevo, pero me responde.
―Se trata de crear una duda razonable que les haga querer saber más. Algo
que puedan justificar por la vía legal. ―Encoje los hombros―. Les envié
los datos del vuelo de Alessandro y los últimos movimientos de DiLuca,
que parece que se ha estado preparando para algo porque ha fortificado su
casa. Lo de que Sartore ha salido de la cárcel ya lo tenían, así que solo
tuvieron que encajar las piezas y ya tenían medio pie en Italia. El otro lo
metieron al comprender que Alessandro había estado jugando con ellos para
conseguir asilo en Estados Unidos.
―No hay nada como sentirse burlado por otros para agudizar tus sentidos.
―Algo así ―asiente.
―Ya podrías haber hecho algo para impedir que Combs viniese con ellos.
―Eso ya se sale de mis competencias ―se ríe, aunque no se me escapa la
mirada que le envía. Nadie lo soporta, algo que no me sorprende porque es
gilipollas. Santa paciencia tienen sus compañeros, porque no es mucho más
amable con ellos.
―Vas a tener que buscar uno de esos cursillos de reciclaje que siempre
estás haciendo ―le digo―, pero para deshacerse de imbéciles sin dejar
huella.
―No creo que haya de eso, pero me informaré ―me sigue el rollo―. No
estaría mal saber hacerlo.
―¿Qué puede haber más útil que eso?
―Muchas cosas ―ríe―, pero no le quitaré mérito tampoco.
Mi mirada se desvía hacia Joy, como muchas otras veces, y me encuentro
con su asiento vacío. ¿A dónde coño ha ido mi chica?
CAPÍTULO 19
―Dejadme a mí ―les pido una vez más. Sé que Fisher no quiere que me
quede a solas con Alessandro porque todavía le dura el susto que le di antes,
pero dudo que mi ex hable con alguien que no sea yo. De hecho, no sé ni si
lo hará conmigo porque sabe que diga lo que diga, está jodido. Los SWAT
no le ofrecerán un trato después de que los haya engañado y los SEAL no
pintan nada aquí, salvo ayudar a capturarlo.
―Cree que le has traicionado ―Fisher insiste en su teoría para no dejarme
hacerlo―, dudo que quiera hablar contigo.
―Intentémoslo al menos ―sugiero―. El no ya lo tenemos.
Knowles ha probado por la vía diplomática, recordándole el trato al que
habían llegado, incluso si no está dispuesto a cumplirlo, pero Alessandro no
se ha mostrado colaborativo, precisamente porque sabe que no obtendrá una
reducción de condena. Harper ha intentado intimidarlo, pero tampoco ha
funcionado. Y mira que conoce muchas técnicas efectivas sin tener que usar
la violencia pero, en ese sentido, Alessandro se siente seguro porque no
podemos golpearlo o la detención será anulada. Y por eso no podemos dejar
que Fisher entre en la habitación, pues usaría los puños, así que solo queda
probar a que hable conmigo.
―No perdemos nada por intentarlo ―asiente Knowles, que ve cómo el
plan se está arruinando. Si no confiesa, no enviarán a nadie. Y a ellos
podrían abrirles un expediente por haber actuado en lugar de buscar pruebas
como se les pidió. Se están jugando mucho con este secuestro.
―La puerta abierta ―me advierte Fisher, pero en cuanto entro, la cierro.
No echaré el cerrojo pero, si no tenemos intimidad, no hablará conmigo.
―Así que policía ―dice nada más verme.
―Te lo dije hace mucho ―le recuerdo.
―No pensé que lo cumplieses, la verdad.
―Contigo me pasó justo al revés, fíjate. ―Me mantengo entre la puerta y
él, aunque no podría moverse hacia ella ni aunque lo intentase porque
permanece atado a una silla―. Me creí cada palabra que me decías sobre
tus planes de futuro. Ya te hacía siendo el director de tu propia empresa.
Una legal, se entiende.
―Por aquel entonces no podía decirte la verdad, Joy. Te habrías asustado y
te habrías alejado de mí.
―Te entregué mi confianza, Alessandro ―Sabe de qué le estoy hablando―
y me traicionaste. Creía que eras un buen chico, que habías hecho lo
correcto y por eso te habías tenido que alejar de tu familia temporalmente,
pero todo formaba parte de tu verdadero plan, ¿verdad? Primero te deshaces
del socio al que no podrías controlar y con el que tendrías que compartirlo
todo y después regresas con tu padre, cuando se le haya pasado el enfado
por delatar a Sartore. Así, el negocio acabaría siendo solo tuyo cuando tu
padre desapareciese.
―No es tan sencillo, Joy.
―Pues explícamelo.
―Sabes que no puedo hacerlo. ―Mira detrás de mí.
―Claro que no. ―No me daré por vencida tan pronto. Conmigo ya ha
dicho más de lo que ha hablado con el resto―. Después de todo, tampoco
me contaste la verdad en Porvoo. Vives de las mentiras, Alessandro, son tu
sustento. Dudo que sepas cuál es la verdad incluso tú. Te has inventado
tantas mentiras en torno a ti, que ya no tienes ni idea de lo que realmente
quieres.
―Quiero lo que tiene mi padre ―dice con calma― y quise en su momento
que tú lo compartieses conmigo, pero está claro que no sientes por mí lo
mismo que yo por ti.
―Aunque lo hubiese sentido ―Necesito que entienda que el camino que
está a punto de tomar no es el correcto―, saber lo que pretendes hacer me
habría alejado de ti igualmente. No podría vivir con un asesino y traficante,
Alessandro. ¿Qué clase de vida sería esa?
―Te trataría como a una reina. Tendrías todo lo que quisieses. Podría darte
el mundo, si me lo pidieses. No te negaría nada.
―Y si no puedes conseguirlo por las buenas, sería por las malas
―remarco―. No se trata de las posesiones, Alessandro, sino de la
confianza en tu pareja, en que sepa cuidar de ti y protegerte. Contigo
siempre tendría miedo a que me hicieses daño si decidieses que ya no te
resulto útil. Por favor, estás hablando de matar a tu padre como si se tratase
de una simple cucaracha que hay que pisotear. Es tu padre.
―Como te dije, nunca me trató bien. ¿Por qué ahora habría de tratarlo
mejor yo a él?
―Así que tu plan sigue siendo el mismo, matarlo para hacerte con el
control de todo ―Intento que no se note el interrogatorio sutil que estoy
llevando a cabo porque necesito que confiese lo que me dijo en Porvoo―.
¿Y pensabas hacerlo delante de tu madre? ¿O a ella también la matarás? ¿Te
estorba tanto como tu padre? ¿Ese es el destino que le reservas a la mujer
que te dio la vida?
―No metas a mi madre en esto.
―¡Oh, vaya! Así que, después de todo, sí que quieres a alguien ―replico.
―Déjalo, Joy ―me advierte. Está llegando al límite y no tardará en
explotar, así que lo presiono un poco más.
―¡Qué orgullosa estará de su hijo! ―digo―. Aunque claro, igual es
tradición familiar que los hijos maten a los padres para poder heredar el
negocio. ¿Las madres se libran? ¿O cómo va la cosa?
―Que te calles ―grita.
―Solo quiero entenderlo ―insisto, esperando que nadie entre ahora―.
Porque si es así, necesitaría saber que mi hijo acabaría matándome algún
día. Tal vez así procuraría no tenerlo y me ahorraría la decepción y el
disgusto que, seguramente, sentirá ahora tu madre.
―Mi madre lo consintió todo. ―He logrado enfadarlo―. Cuando me
despertaba de las pesadillas, me decía que se me pasaría con el tiempo, que
era normal estar nervioso al principio. Me decía que todo eso era por el bien
del negocio.
―Entonces la vas a matar también a ella ―digo sin entonación, solo
constatando un hecho.
―Se lo merece. ―Está fuera de sí―. Mi regalo de cumpleaños en mi
mayoría de edad fue matar a alguien por primera vez. Ni siquiera sé quién
era o qué había hecho para ofender a mi padre hasta el punto de merecer la
muerte. Él solo me dijo que debía morir y que yo sería el ejecutor, que debía
aprender a tomar decisiones difíciles, a mancharme las manos cuando fuese
necesario. Y mi madre se quedó a su lado, viendo cómo apretaba el gatillo,
con el orgullo pintado en el rostro. Ninguno de ellos merece vivir.
―¿Y Sartore?
―Sartore solo fue mi vía de escape en aquel momento. Lo acusé para poder
desaparecer sin que pudiesen encontrarme. Porque por mi cuenta habría
sido prácticamente imposible. Ahora que ha salido de la cárcel, haré que le
echen la culpa por el asesinato de mi familia. Así, me libro de él también y
el negocio será todo mío.
―No podrás llegar a él.
―Tengo a mis hombres en ello ―ríe―. Si no está muerto ya, lo estará muy
pronto.
Espero que el resto del equipo pueda interceptarlos y salvarle la vida.
Aunque se lo merecería por todo el daño que ha hecho a lo largo de su vida,
es justo que pague por sus pecados en la cárcel, como dicta la ley. Ya lo ha
hecho en parte, pero todavía tiene mucho por lo que responder.
―¿Sabes una cosa, Alessandro? Te lo agradezco ―le sonrío.
―¿Qué? ―Me mira con desconcierto.
―Acabas de confesar que quieres matar a tus padres y que has enviado a
alguien para acabar con Sartore. No es exactamente lo que buscaba, pero
bastará por ahora ―constato―. Unos meses en la cárcel te harán
recapacitar y tal vez para entonces ya estés dispuesto a hablar.
―Joy ―me llama al ver que me alejo―. Eso no es nada. No he hecho
nada, no pueden acusarme.
―Claro que podemos ―interviene Knowles ahora. Debía estar detrás de la
puerta esperando el momento justo para entrar, porque ha aparecido muy
rápido―. Tenemos tu confesión grabada y es suficiente para encarcelarte
una buena temporada.
―Joy, eh, Joy. ―Alessandro insiste en hablar conmigo, pero ya he tenido
suficiente. Salgo de la habitación y voy directa a los brazos de Fisher, que
me acogen con amor. Solo entonces soy consciente de la tensión que he
estado acumulando mientras hablaba con él.
―Lo has hecho muy bien, Joy Joy ―me dice sin soltarme―. Eres
increíble.
―Me siento horrible ―susurro―. Me engañó tanto tiempo.
―No podías saberlo ―dice, después de alejarnos de todos―. No es culpa
tuya, Joy.
―Es un puto psicópata.
―Esos son los típicos de los que luego dicen sus vecinos "parecía tan
educado y normal". ―Aunque bromea, poniendo una voz rara, no deja de
tener razón. La mayoría de asesinos en serie o trastornados tenían una vida
normal y sencilla de cara al mundo ―. Lo que no puedes hacer es sentirte
culpable por lo que pudo haber hecho. Tú no eres responsable de sus actos,
incluso si algunos pretendía hacerlos alegando que era por ti. Nunca es por
nadie salvo por sí mismos, en realidad. Se ponen excusas para no culparse,
pero si alguien hace algo es porque quiere hacerlo. Así de fácil.
―Así de fácil ―repito, todavía no tan convencida como él.
―Como ahora ―dice, rodeándome con los brazos―. Que quiero besarte
para que se te borre esa expresión de la cara y, aunque lo haré por ti, en
realidad es porque quiero hacerlo.
No me deja responder porque me besa inmediatamente después. Me aferro
a él con fuerza y le devuelvo el beso, buscando beberme su seguridad.
Fisher es mi apoyo y siempre lo ha sido. En mis peores momentos siempre
he acudido a él para que me aconsejase. Nuestro amor se fraguó lentamente,
con pequeños gestos, a lo largo de muchos años. Y creo que por eso es tan
especial. Puede que nos perdiésemos por el camino alguna vez, pero
siempre volvemos el uno al otro y siempre lo haremos.
―Te amo, Biff ―le digo al liberar la boca.
―Yo también te amo, mi preciosa mujer imbatible. ―Deja otro beso en mis
labios antes de regresar con el resto― ¿Y ahora qué hacemos?
Como si su pregunta fuese una premonición de lo que nos tocará hacer,
escuchamos bastante alboroto fuera del edificio. Harper y Downer se
asoman a las ventanas que tienen justo al lado, mientras que Knowles va a
por Alessandro.
―Tenemos visita ―anuncia Downer.
―No podemos enfrentarlos ―afirma Harper―. Hay que salir de aquí
inmediatamente.
―No podía ser tan fácil ―susurro. Estoy tan harta de todo esto, que la ira
empieza a acumularse en mí. Y eso puede ser muy peligroso.
Por primera vez, Combs no se queja de nada y es el primero en quedarse en
la puerta de entrada, vigilando, mientras el resto vamos saliendo por la
ventana del balcón y saltamos al del vecino de abajo. Se va a llevar un buen
susto cuando nos vea, si está en casa, pero es lo único que podemos hacer
para salir de aquí sin cruzarnos con quien está subiendo a por nosotros.
―¿Cómo nos han encontrado? ―pregunta Cornell sorprendido.
Mientras obligamos a bajar a Alessandro, descubro que blande una sonrisa
demasiado satisfecha y, en cuanto entramos en el salón del vecino, me
enfrento a él. Estoy convencida de esto es cosa suya y necesito saber cómo
lo ha hecho. Estoy tan cabreada que no me importa si tengo que zurrarle
para que hable.
―No hay tiempo para esto, Joy. ―Fisher intenta tirar de mí para que lo
deje estar, pero me niego a seguir avanzando hasta que me diga la verdad.
―Si no lo cacheo, nos seguirán vayamos a donde vayamos.
―Ya lo he cacheado yo ―dice Combs, que ha llegado a tiempo para oírme.
―Pues no lo has hecho muy bien ―protesto, sin mirarlo, porque mis ojos
están fijos en Alessandro―. O me dices dónde está o te vienes con nosotros
tal y como has venido al mundo, hijo de la gran puta.
―No te atreverás a desnudarme ―ríe, creyendo que ha ganado.
―Ten por seguro que sí ―lo amenazo―. Y si me tocas mucho los ovarios,
te corto el rabo y dejo que te desangres.
Saco la navaja que tenía escondida en la cintura de mi pantalón y su rostro
palidece. Siempre funciona con los hombres, cuando su masculinidad se ve
amenazada se vuelven unos cobardes. Ni siquiera hace falta ir en serio para
que se acojonen.
―En el zapato derecho ―dice casi sin voz cuando le acerco la navaja a los
genitales―. El tacón se abre.
Le obligo a sentarse en el suelo y busco el localizador. Tal y como me ha
dicho, está escondido en el tacón. Es muy ingenioso, pero no tengo tiempo
para admirarlo. Lo destruyo y miro en su otro zapato por si acaso, pero no
hay nada. Tampoco tengo tiempo de pensar en cómo ha conseguido todo
esto, porque se supone que está enfadado con su padre y no tiene dinero
para semejante tecnología, así que lo descarto por ahora.
―¿Hay más?
―No ―niega.
―Espero que hayas dicho la verdad, Alessandro, porque tengo muchas
ganas de probar cuán afilada está. ―Le acerco la navaja a la cara antes de
guardarla.
Fisher y Cornell lo levantan del suelo y continuamos la carrera hacia el
exterior. Lo bueno de habernos detenido en la casa es que ahora los
hombres de DiLuca están en el piso de arriba y podemos usar las escaleras.
En la puerta de entrada hay dos hombres haciendo guardia, pero no suponen
un problema para Knowles y Downer, que se deshacen de ellos en un par de
movimientos. Fisher y yo arrastramos a Alessandro a uno de los vehículos
que hemos alquilado y el resto se divide en los demás. Para cuando nos
alejamos de allí, nadie nos sigue, aunque no tardarán en hacerlo, así que
necesitamos alejarnos lo máximo posible de las calles. Si va a iniciarse un
tiroteo, mejor que no haya víctimas potenciales cerca. Necesitamos un lugar
despejado donde enfrentarlos, si nos alcanzan.
―Esto no pinta bien ―dice Fisher, siguiendo el coche donde va Cornell,
porque es quien lleva el GPS―. Para mí que el gilipollas este ya estaba
amigado con su padre antes, Joy, o no se habría molestado en enviar a tanta
gente para rescatarlo.
―Solo tenemos que procurar que no se lo lleven ―le digo, apuntando a
Alessandro con mi pistola para que se esté quieto porque ya ha intentado
salir del coche en cuanto se puso en marcha―. Si DK estuviese aquí, podría
conseguirnos un avión para salir del país de inmediato.
―Si todos estuviesen aquí, las tornas cambiarían y serían ellos los que
huyesen ―remarca Fisher. Y tiene razón. Con los equipos SEAL y SWAT
al completo, no tendrían nada que hacer, pero no están todos, así que solo
nos queda seguir escapando.
―No podréis huir para siempre ―dice Alessandro―. Mi padre es
demasiado poderoso. Os encontrará y acabará con todos sin arrugarse el
traje. Estáis perdidos. Yo, de vosotros, me rendiría.
―Puede que no podamos escapar de tu padre ―le digo con fría calma―,
pero reza para que lo hagamos porque, si nos pilla, te juro por lo más
sagrado y lo que más quiero, que le enseñaré las grabaciones de tu
confesión. Veremos si somos los únicos que caemos bajo su yugo, mamón.
CAPÍTULO 23
El caos que se formó en cuanto lanzaron la granada de humo fue tal, que no
sé muy bien lo que pasó desde que Fisher gritó "a muerte" hasta que todos
los hombres de DiLuca acabaron en el suelo y ganamos la batalla.
Estoy alucinando por la profesionalidad de los SEAL. Sabía que eran
buenos, porque mi padre siempre me contaba las aventuras que les
sucedían, pero esto ha sido totalmente asombroso. Apenas tuvimos ocasión
de hacer algo los demás. Simmons impartía las órdenes con auténtica
precisión y el resto obedecía casi antes de que terminase de hablar. Era tal la
compenetración entre ellos, que creo que incluso el enemigo se acobardó.
En menos de diez minutos los habían reducido a todos.
Doc está evaluando la situación para comprobar que los heridos no tengan
problemas mientras los SWAT esperan a la policía. Han llamado, a petición
de Simmons, omitiendo que los SEAL están aquí, porque nadie debe
saberlo. No lo mencionamos en ningún momento para que los hombres de
DiLuca no puedan hablar de ello. En cuanto a Alessandro, bueno, él está
demasiado acobardado como para decir algo. Fisher se ha encargado de
explicarle lo que le pasaría si abre la boca y creo que lo ha disfrutado
demasiado.
―Todos estarán bien ―Simmons habla con Knowles―. Nosotros nos
vamos ya. Ha sido un placer trabajar con vosotros.
―Con algunos más que con otros ―especifica Fisher mirando hacia
Combs. El miembro del SWAT está muy cabreado porque Harper ha tenido
que salvarle el culo de nuevo y en esta ocasión no ha podido negarse a
agradecérselo con algo más explícito que un simple movimiento de cabeza.
Si no fuese por ella, no estaría vivo.
―Gracias por la ayuda. ―Knowles es más humilde y mucho más sincero
que Combs cuando le tiende la mano a Simmons para estrechársela.
Después se dirige a mí y siento cómo mi corazón late a mil por hora―.
Ahora entiendo mejor tus fuertes ideales, Anderson. Tienes un buen
ejemplo de justicia cerca.
―Mi padre ha sido el primero en enseñarme que siempre debo hacer lo
correcto, aunque el mundo esté en mi contra ―asiento.
―Ese es el buen camino ―sonríe―, aunque no siempre sea fácil de seguir.
―Lo correcto nunca suele ser fácil ―añade Fisher, rodeando mis hombros
con sus brazos. Su gesto me dice que está pensando en nuestra historia de
amor. Ha debido ser duro para él resistirse tantos años a lo que sentía
porque sabía que, siendo menor de edad, no era correcto interesarse por mí
como lo hacía. Debería haberlo entendido cuando me dijo que besarme
había sido un error pero, precisamente, mi edad fue la que me hizo creer
que no sentía nada por mí. Pero de nada sirve pensar en el pasado porque es
algo que no se puede cambiar, así que pensaré solo en el presente y en el
futuro junto a él.
Nos despedimos de los SWAT y nos vamos. Sé que Alessandro intenta
llamar mi atención, pero no le dedicaré ni un minuto más de mi vida. No
merece la pena perder el tiempo con alguien que nunca ha sido sincero
conmigo. ¿Qué podría decirme ahora? Probablemente más mentiras para
hacerme ver que solo fue una víctima de su padre. Es posible que lo hubiese
sido de pequeño, pero cuando delató a Sartore y lo metieron en el programa
de protección de testigos tuvo la oportunidad de cambiar las cosas para él y
hacer algo más productivo con su vida. Yo admiraba los planes de futuro
que tenía pero, al final, lo único que hizo fue volver a lo que conocía. Con
gente así no merece la pena tratar.
―¿Estás bien? ―me pregunta Fisher una vez en el coche.
―Lo estoy. ―Y no miento―. Todo esto ha sido una locura, pero también
una gran experiencia. Consiga o no entrar en los SWAT en el futuro, no me
arrepentiré de haber hecho lo correcto aquí.
―Entrarás ―sentencia―. No van a dejar escapar a alguien tan bueno como
tú, Joy Joy.
―Ahora está hablando mi novio ―río.
―Está hablando el SEAL ―aclara―. Y te digo otra cosa, si no te quieren
en su equipo se perderán a un gran activo.
―Gracias. ―Apoyo la cabeza en su hombro.
―No me las des, cariño ―Deja un beso en mi sien―, solo digo la verdad.
―¿Recuerdas el día que le contamos a mi padre que estábamos saliendo?
―le pregunto, al acordarme de algo.
―Como para olvidarlo ―ríe.
―¿Recuerdas que dije que no quería un noviazgo normal? ― asiente y
continúo―. Creo que nos lo hemos tomado demasiado en serio.
―La vida sin un poco de emoción no es vida ―sonríe―. Aunque te
agradecería que esto no se repita muchas veces. Cuando dijiste eso, yo
pensaba más bien en citas haciendo paracaidismo o escalada en lugar de
teniendo cenas románticas, ¿sabes?
―También me vale. ―Ahora es mi turno para reír―. He visto un reportaje
hace semanas donde una pareja celebró su aniversario tirándose de un
puente juntos. Podíamos probarlo.
―Queda mucho para celebrar nuestro aniversario ―me dice―, pero así lo
planificamos con tiempo para que ambos estemos libres.
―Me refería a ir cualquier día sin más. ―Me encojo de hombros ― ¿Por
qué esperar a una fecha especial?
―También me vale ―usa mis propias palabras y le sonrío al reconocerlas.
―Si no os molesta la compañía ―DK nos ha oído―, me apunto a eso del
puenting.
―Y yo ―añade Loman desde la parte de delante del vehículo.
―Se trataba de una cita de dos ―dice Fisher.
―Pero podemos organizar otra con todo el grupo. Seguro que alguna de las
chicas se apunta también. Podría ser divertido saltar todos juntos. ―Ya me
estoy emocionando con la idea―, pero habría que buscar un puente
suficientemente largo.
―Ala ―Fisher finge que está molesto―, ya me habéis chafado la cita.
Seguro que querrá ir con todos antes que solo conmigo.
―Ni lo dudes ―río―. Cuantos más mejor.
―No dirías lo mismo en la cama ―resalta.
―Bueno.... ―Su cara de asombro me hace reír más alto. Al final,
terminamos todos riendo.
El regreso a Estados Unidos se pasa sin pena ni gloria y una vez en casa
duermo casi un día entero. Entre el jetlag y la intensidad de esos días en
Italia estaba tan agotada que lo necesitaba.
Al día siguiente, me reincorporo al trabajo. West es el único que se alegra
sinceramente de verme, pero incluso el comisario me ofrece una bienvenida
medianamente cordial. Spaldin me ignora para no variar, aunque puedo ver
en sus ojos algo parecido a la envidia, que me da ánimos para empezar bien
el día. Ahora ya se puede preocupar por ese ascenso.
West me pide un informe detallado de todo lo que ha pasado y, aunque le
cuento tanto como puedo en la comisaría, le oculto muchas cosas. Me
prometo que se lo diré todo cuando estemos solos porque no puedo sacar a
la luz que los SEAL nos ayudaron.
―Parece que me estés hablando de una película de acción que hayas visto
en el cine ―sonríe, sorprendido de todo lo que pasó y cómo se complicó el
asunto.
―¿Y qué pasó con el Monticello? ¿Pudiste resolverlo?
―Stevenson y Rogers eran cómplices ―me resume―. Al parecer no era la
primera vez que sustraían algo de la casa para venderlo en el mercado
negro. Siempre eran objetos pequeños que no se notarían en falta, pero que
les darían unos ingresos extra. Pero en esta ocasión, Rogers fue un poco
más ambicioso y se llevó una pintura que no pasaría desapercibida.
Stevenson denunció antes de saber que había sido su socio quien se lo había
llevado y después quiso ocultarlo, pero fue muy fácil sacar conclusiones.
Tuvimos que emitir una orden de busca y captura de Rogers porque logró
zafarse cuando fuimos a su casa a apresarlo. Tres días tardamos en dar con
él.
―Lo que habría dado por estar aquí contigo.
―Tu aventura fue mejor que la mía, sin ninguna duda ―sonríe ―. La
mafia italiana, qué pasada.
―Ojalá hubieses estado allí conmigo. ―Cambio de parecer porque creo
que West habría disfrutado mucho de la experiencia. Sobre todo cuando le
cuente lo de los SEAL.
―Eso no te lo voy a negar.
No podemos seguir hablando porque Hewitt nos asigna un caso y tenemos
que ponernos con él, pero salir de la comisaría me da la excusa perfecta
para terminar de contarle la historia. Le hablo de la llegada de Fisher en
primer lugar y de cómo los demás lo siguieron días después. Le explico
cómo viajamos a Italia sin el apoyo de lo SWAT y cómo DK logró que el
equipo de la policía pudiese unírsenos más tarde. Le hablo de la
intervención de película que hizo el equipo SEAL cuando ya nos creía
acorralados y cómo supieron darle la vuelta a la situación. Y supongo que
no puedo evitar teñir mis palabras de orgullo, porque es lo primero que me
pregunta.
―Bueno ―Me encojo de hombros―, aunque mi padre ahora ya no sea su
jefe de equipo, son sus hombres. Me crie con ellos y, la verdad, son más
familia que otra cosa. Es imposible no estar orgullosa de ellos. Sabía que
eran buenos en su trabajo, pero verlo en primera persona ha sido una locura.
¿Sabes? Siempre estaba preocupada cuando los desplegaban, aunque sabía
que se protegían los unos a los otros, pero verlos en acción me ha
tranquilizado.
―Ahora sabes de lo que son capaces sin que nadie lo haya adornado antes
―asiente.
―Exacto. Ahora sé que no son fanfarronadas lo que me cuentan a veces.
Hacen todas esas cosas y viven en medio de un peligro continuo sin que
afecte a su humor. He visto a muchos soldados caer al hoyo por los terribles
síntomas postraumáticos, pero en este caso logran que todo parezca un
juego de niños. Llevo conviviendo con ellos prácticamente toda mi vida y
nunca los he visto decaídos o preocupados por algo de lo que hayan vivido.
Saben separar su vida privada de su trabajo y lo hacen tan bien, que no
puedo evitar admirarlos.
―Son un gran ejemplo a seguir ―admite West―. Y por eso, sé que
llegarás tan lejos como te propongas. Tienes un equipo SEAL
respaldándote, que no es poca cosa.
―Cierto.
Aunque en Italia estaba deseando volver a mi rutina diaria, debo decir que
me está costando bastante coger el ritmo. Ahora todo me parece más
insípido y aburrido de lo que ya resultaba antes de vivir esta aventura tan
alucinante. Quiero acción. No, la necesito. Mi cuerpo se alimenta de
adrenalina y no estoy consiguiendo eso en mi trabajo. Y aunque me
concentro en lo que tenemos que hacer porque sé que es el único camino de
llegar a donde quiero, siento muy dentro de mí que estoy perdiendo un
tiempo valioso que nunca podré recuperar.
Me encanta trabajar con West, no voy a menospreciar lo que estoy
aprendiendo de él porque es muy bueno en lo que hace y me ayuda mucho a
avanzar, pero mi mente y mi cuerpo piden más.
―Es duro volver a ser simplemente la agente Anderson, ¿cierto? ―me
pregunta cuando ya se acerca el final de la semana.
―No, para nada ―me disculpo como si hubiese hecho algo malo y me
acabasen de descubrir―. Me encanta mi trabajo y eres el mejor compañero
que podría haber tenido. Yo no...
―No tienes que fingir conmigo ―sonríe―. Si yo hubiese vivido lo que tú,
también tendría la mente allí y no intentando solucionar delitos menores.
―No quiero que creas que no valoro trabajar contigo.
―Sé que no es eso ―sonríe de nuevo―. Te contaré algo, para que no te
sientas tan mal. Cuando yo empecé en este trabajo, hace unos cuantos años
ya, creía que todo sería como en las películas: tiroteos en plena calle,
persecuciones a gran velocidad, la llave de la ciudad en mi mano por haber
salvado cientos de vidas... Luego vi que no era así y estuve a punto de
renunciar.
―¿En serio? ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
―Mi esposa. ―Ahora me muestra esa sonrisa enamorada que pone siempre
que habla de ella―. Su gato se había encaramado a lo más alto de un árbol
y mi compañero y yo tuvimos que intervenir.
―No me digas que te subiste al árbol.
―Por supuesto que no ―ríe―. Llamamos a los bomberos y ellos se
encargaron. Pero mientras intentaban rescatar al gato, ella estaba histérica y
me acerqué para consolarla. Al final, me dijo algo que me marcó para
siempre.
―¿Qué?
―Me dijo que sin personas como nosotros, el mundo sería un caos. En
aquel momento le dije que exageraba pero, después, pensándolo en casa,
comprendí que tenía razón. Puede que nuestra labor no sea tan visible como
la que hacen otros cuerpos de defensa, pero es un trabajo importante
también. Somos los que estamos a pie de calle, atendiendo las necesidades
básicas de los ciudadanos. Ningún SEAL vendrá a rescatar al gato de nadie,
ni atrapará al ladrón que se llevó el bolso de nadie a la fuerza. Puede que
sean más famosos por atrapar al terrorista más sanguinario de la historia,
pero la gente acudirá a nosotros cuando necesite a alguien que lo proteja.
Todos los trabajos son importantes y nosotros somos una parte vital del
buen funcionamiento de la ciudad.
―¿Sabes qué, West? Que tienes razón ―sonrío―. Y tu esposa es una
mujer muy sabia.
―Lo es, sin duda. Aunque yo lo soy más.
―¿Por qué? ―No me creo que haya dicho eso.
―Porque volví al día siguiente a su casa para invitarla a salir ― dice con
suficiencia―. Y después me casé con ella. Ahora puedo consultar su
sabiduría siempre que quiera.
―Uhhh, chico listo ―río.
―¿Lo ves? ―me imita.
Al final del día, cuando llego a casa, estoy convencida de que mi trabajo no
es tan poca cosa como me parecía. Y si tengo que esperar todavía cinco
años para poder llegar a donde quiero, no me importará hacerlo si tengo a
West de compañero. Con él, el tiempo se pasará más rápido y aprenderé
mucho. Estoy segura.
CAPÍTULO 25