Está en la página 1de 175

JOY

Saga SEAL 7

Thyra Sorley

Si la oportunidad no llama a tu puerta, construye una puerta.


Milton Berle
ÍNDICE
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
EPÍLOGO
CAPÍTULO 1

―Tienes que estar de coña. ―La detengo para que deje de huir de mí, pues
eso es lo que parece que esté haciendo―. Joy, no puedes hablar en serio.
―Llevo toda mi vida diciendo que seré espía ―me replica,
enfrentándome―, ¿por qué te sorprende tanto que ahora quiera convertirme
en una SWAT?
―¿Tal vez porque tu padre no quiere que trabajes en nada que implique
arriesgar tu vida? ¿O porque antes de eso tienes que servir en activo como
policía al menos cinco años? ¿Porque es muy difícil conseguirlo, aunque te
den la opción a presentarte? Podría darte mil razones para que desistieses.
―Primero, mi padre no gobierna mi vida y tendrá que aceptar lo que quiera
hacer con ella. Segundo, ya he aprobado las pruebas de acceso a la policía y
estoy a punto de recibir mi destino. Y tercero, no me asusta que sea difícil,
podré con ello. ¿O acaso si hubieses conocido a Harper antes le habrías
dicho que no se le ocurriese probar en los SEAL solo porque era difícil?
―Pero tú no eres Harper. ―Sé que no debí decir eso, pero ya está hecho.
―Ni tú mi padre, así que deja de comportarte como él, Biff. ―Se gira de
nuevo y me da la espalda. Una espalda que está al aire, por cierto, porque
estamos en la supuesta fiesta de graduación, aunque terminó las clases en
Finlandia. Y sin embargo, por la ropa que tiene la mayoría, diría que vamos
directos a un club. Y no es que me moleste, pero ver a Joy con un vestido
ajustado y la espalda al aire me está poniendo nervioso. Así es imposible
fingir que sigue siendo una niña a mis ojos. ¿Por qué ha tenido que crecer y
ser tan mujer ahora? Estaba mucho mejor cuando sus pechos eran como
canicas y sus caderas no se movían de forma seductora ante mis narices.
Ahora tiene el tipo de curvas que me encantan, ni muy exageradas ni muy
inexistentes. Si no fuese la hija del jefe, sería mi mujer ideal.
―Y ya no está prohibida. ―Me sorprendo a mí mismo diciendo eso y al
momento me reprendo por pensarlo siquiera. No debo pensar que no estaría
cometiendo un delito si me la llevase a la cama ahora mismo. No es bueno
desear hacerlo. Debería irme de inmediato o acabaré cometiendo una
locura―. Joy, espera.
―¿Vas a seguir echándome la bronca o vas a disfrutar de mi fiesta de
graduación? Te invité a ti porque pensaba que serías el más enrollado y
ahora mismo, la verdad, te estás comportando como un imbécil.
―Lo siento. ―Tiene razón. Es su noche y no debería fastidiársela con
malos royos. Ya volveré a la carga mañana con de los SWAT ―. Vayamos a
bailar.
―¿Tú bailando? ―Su humor ha regresado y eso es lo que busco. Nos están
mirando todos y casi diría que creen que hemos tenido una riña de amantes.
―Eh, que soy muy bueno en eso. ―Me echo flores mientras la llevo a la
pista de baile. Más de las que merezco, la verdad, pero si no lo hiciese, no
sería yo―. Creo que quedó demostrado el día del festival benéfico de tu
instituto. Cuando tú te gastaste la paga de varios meses para ganar una cena
conmigo.
No sé si ha sido una buena idea recordar esa cena porque fue ahí donde
empezaron nuestros problemas. El beso y mi forma de afrontarlo fueron una
gran piedra entre nosotros. Y aunque me haya dicho en su momento que no
se fue a Finlandia por mi culpa, sigo creyendo que no lo habría hecho si no
hubiese sido tan capullo aquella noche.
―Mejor hubiera sido que me quedase el dinero. ―Aunque lo dice en bajo,
lo escucho perfectamente. Sin embargo, prefiero fingir que no porque no
quiero volver a discutir con ella. Pero, incluso así, el baile entre nosotros se
vuelve incómodo, como si acabásemos de vivir aquel momento de nuevo.
―¿Te apetece tomar algo? ―le digo, sacándola de la pista de baile casi a
rastras.
Esta noche no está yendo como esperaba. Primero, Joy me dice como si
nada que será una SWAT en cuanto tenga la experiencia que piden para
solicitar el ingreso y, luego, mi bocaza la jode de nuevo recordando el peor
momento que hemos pasado juntos. Desde luego, si seguimos así,
acabaremos enfadados el uno con el otro y no creo que pueda soportar esa
tensión una vez más. Lo pasé fatal cuando no sabía qué esperar de nuestra
relación después de decirle que el beso había sido un error, no quiero volver
a pasar por eso. No con ella.
―Pero, ¿qué se supone que estás haciendo? ―Veo cómo toma una copa
con alcohol. Vale que sea mayor de edad, pero no me interesa que se
emborrache.
―¿Ahora también me vas a criticar por beber una copa?
―Eso lleva alcohol ―le digo.
―Eso espero, Don Carca ―me responde con ironía― ¿Desde cuándo te
has vuelto un viejo, Biff?
―Desde que tengo que llevarte entera a casa de tu padre.
―Claro ―bufa―, lo olvidaba. Le tienes miedo a mi padre.
―No le tengo miedo ―Miento descaradamente porque, en realidad, tengo
bastante miedo a decepcionarlo―. Es respeto.
―Sí, claro. Ahora se le llama así ―se burla de mí.
―Si quieres lo llamamos ahora mismo y le cuentas lo que estás haciendo
―sugiero, a sabiendas de que también le tiene miedo.
―Es mi noche, Biff, y quiero disfrutarla. Una copa de alcohol no me hará
daño.
―Está bien, una copa ―le concedo.
Sin embargo, dos horas más tarde ya lleva varias copas encima y sus
inhibiciones, las pocas que pudiese tener, se han esfumado. Mientras vigilo
que ningún aprovechado se acerque a ella, la veo bailar de forma
provocativa con una de sus amigas en la plataforma del DJ. El hombre está
disfrutando del espectáculo y me empieza a cabrear que no deje de mirarle
el culo a Joy.
―Vamos ―le digo, bajándola―. Has bailado suficiente por esta noche.
Deja que otros se suban también y disfruten las vistas.
―¿Qué te pasa? ―me enfrenta, cabreada―. ¿Por qué te estás comportando
así?
―¿Así cómo? ¿Protector? ―sugiero―. Porque te recuerdo que estoy...
―Como un abuelo ―me interrumpe.
―Joy ―Intento tener paciencia, pero no me lo pone fácil. Y su vestido, que
deja ver más que tapa, tampoco me facilita la tarea ―, hemos venido a
divertirnos, pero esta no es la forma. Tú no necesitas alcohol o exponerte
como un trozo de carne para pasarlo bien.
―No sabes nada de lo que necesito, Biff ―contraataca―. He cambiado, ya
no soy la niña que tú conocías. Ahora soy una mujer, pero tú ni siquiera lo
ves.
―Por supuesto que lo veo ―le digo, mosqueado―, al igual que todos los
hombres de esta sala. ¿Eso es lo que quieres? ¿Qué te babeen encima?
Porque eso es lo único que estás consiguiendo con tu comportamiento.
―Por Dios, Biff. ―Me golpea en el pecho―. Deja de tratarme como a una
cría.
―Deja de comportarte como tal. ―Mantengo el tipo mientras me golpea,
pero al final, la abrazo para detener su ataque.
―Ya no soy una niña, Biff. ―Me mira con ojos suplicantes y no sé qué
pretende conseguir, pero sé lo que su proximidad le hace a mi cuerpo―.
¿Por qué no lo ves?
―No puedo hacerlo ―le confieso, al límite de mi aguante―. Si lo hago, no
podré controlarme. No podré detenerme.
―¿Qué? ―No entiende a qué viene eso y sería mejor que no lo supiese―
¿Qué coño estás...?
Pero ya no puedo más. A la mierda con todo. Si no me detiene ella después
de un beso, le haré todo lo que he estado soñando con hacerle durante estos
últimos años. Y mañana ya pensaré en las consecuencias, si acaso sobrevivo
a una noche con ella.
Joy se aferra a mí casi con desesperación y tal vez con miedo a que la
rechace nuevamente, pero no tengo fuerzas para hacerlo. He estado
luchando contra mi conciencia desde que la vi aparecer con ese vestido
porque lo único que deseaba era quitárselo con los dientes mientras mis
manos descubrían qué llevaba bajo él.
―No. ―Detengo todo esto con la última gota de cordura que me queda―.
No puedo hacerlo. Estás borracha.
―No lo suficiente como para no saber lo que quiero ―me dice ella,
aferrándose a la solapa de mi chaqueta―. Si me rechazas de nuevo me
moriré, Biff.
Puedo notar la angustia en su voz y no soy capaz de resistirme a ella. La
abrazo y la beso una vez más, saboreando sus labios, que ahora son más
carnosos, incluso, que aquella primera vez que los probé. Sus manos
recorren mi espalda arriba y abajo, hasta terminar posándose en mi trasero.
Me da un apretón que me sorprende, pero me encanta. No la creía tan
atrevida y, sin embargo, no lo siento extraño. Es mi Joy, después de todo.
―Vámonos de aquí ―ruega, sin dejar de besarme―. Por favor.
Ahora vivo solo, desde que Cornell se mudó a casa de Harper, así que doy
gracias por ello porque no quisiera tener que explicar por qué me estoy
llevando a Joy a mi cama. Esta noche disfrutaremos y mañana ya se verá.
―¿Estás segura de esto? ―le pregunto una vez más, ya en mi habitación.
No dice nada, simplemente se descalza y empieza a desprenderse del
vestido―. No, espera.
―¿Te has arrepentido? ―Casi diría que le duele decir eso.
―No ―respondo con rapidez―, pero llevo toda la noche soñando con
quitártelo yo. ¿Puedo?
―Haz lo que quieras conmigo, Biff.
No sabe hasta qué punto me afectan sus palabras. O tal vez sí, porque me
vuelvo un poco torpe a la hora de bajarle la cremallera y acabamos los dos
riendo. Una vez se lo retiro, me quedo observándola por un momento,
embobado por su belleza. Ni en mis mejores sueños podría haber imaginado
algo así.
―¿Algún problema? ―Sus manos parecen ansiosas por cubrir su desnudez,
pero se las tomo y las beso.
―Ninguno ―le aseguro―. Solo estaba admirándote.
―Serás imbécil. ―Me golpea en el pecho―. Deja de hacer eso porque
siempre pienso que te arrepentirás en el último momento.
―Créeme ―Le beso la mano, que no ha liberado de la mía―, no hay
vuelta atrás. Espero que no estés cansada, porque pienso mantenerte toda la
noche despierta.
―¿Hablando? ―Eleva una ceja y diría que eso ha sido un reto.
―Haré mucho más que hablar, Joy ―le prometo.
Y antes de que pueda decir nada, ya la estoy besando de nuevo. Retiro su
tanga, que es la única ropa interior que se ha puesto, y la admiro de nuevo,
pero esta vez por menos tiempo para que no proteste. Después la llevo a la
cama y le ayudo a recostarse. Antes de hacer nada, necesito reconocer su
cuerpo, centímetro a centímetro, con mis manos y mi boca. Subo sus manos
hacia la cabecera y las presiono un poco, para que entienda que debe
dejarlas ahí.
―No te muevas ―le pido para que le quede más claro. Asiente, un tanto
nerviosa, y la beso hasta que consigo que se relaje.
Después, voy ascendiendo con mi boca, recorriendo cada brazo lentamente,
hasta dejar un beso en cada palma de sus manos. Primero un brazo, luego el
otro. Para cuando termino, Joy está temblando de placer y sus pezones
erguidos me están invitando a conocerlos. Recorro su cuello con mis labios,
sin prisa, hasta llegar al lugar que deseo. Escucho sus gemidos al jugar con
mi lengua sobre uno de sus pezones y sé que le está costando no mover los
brazos.
―Quiero tocarte ―me pide.
―Después ―le prometo.
Y mi boca se ocupa del otro pezón mientras mis dedos continúan jugando
con el primero. Esto es mejor que cualquier sueño que haya tenido antes,
aunque sigo temiendo abrir los ojos y descubrir que solo ha sido eso,
precisamente.
―Por favor, Biff ―me ruega cuando mis labios continúan el descenso
hasta sus muslos.
―Llevo demasiado tiempo esperando esto, Joy ―le digo con la voz
bastante tomada por el deseo―. Deja que lo disfrute.
―Pero quiero... ¡oh, dios! ―No puede seguir hablando porque ya estoy
entre sus piernas estimulándola de una forma bastante efectiva, diría por sus
gemidos.
Me dedico a llevarla al límite una y otra vez, sin llegar a alcanzarlo, incluso
cuando sus manos abandonan el lugar que le indiqué y se aferran a mi pelo,
impidiendo que levante la cabeza. Coloco sus piernas sobre mis hombros
para tener un mejor acceso a ella y así logro que tenga un intenso orgasmo
que la deja totalmente saciada, una vez me he saciado yo de su sabor.
Cuando se recupera, me empuja sobre la cama y se coloca sobre mí. Su
peinado ha desaparecido y ahora su cabello cae sobre mí, haciéndome
cosquillas en el rostro. Se lo aparta hacia un lado y sonríe.
―Es mi turno ahora ―me dice, empezando a sacarme la ropa.
Sigue temblando y tengo que ayudarla, pero mi entrepierna protesta por los
movimientos y Joy puede sentirlo perfectamente. Su sonrisa se ensancha y
sé lo que va a hacer antes incluso de que arrastre mis pantalones fuera de
mis piernas, incluyendo el calzoncillo en el proceso. Cuando siento su boca
en mí, apenas consigo controlarme para no correrme inmediatamente. He
esperado esto demasiado tiempo y ahora no querría estropearlo. Cierro los
ojos y me concentro para disfrutarlo y aguantar tanto como me sea posible,
pero Joy parece ser buena en lo que hace y me está volviendo loco.
―Para ―le pido, alejándola―. O no podré seguir.
Asiente, lamiéndose los labios, y la atraigo hacia mí para besarla. Cojo un
condón del cajón de mi mesita de noche y doy gracias por haberlos
cambiado hace poco porque los otros caducaron, ahí metidos, esperando
una oportunidad que nunca llegó. Llevo demasiado tiempo en sequía
porque, si no era con Joy, no me interesaba.
―Casi no puedo creerlo ―le digo, mirándola a los ojos. Tenerla debajo de
mí es como un sueño hecho realidad.
―Créetelo ―me sonríe, mientras me pellizca un costado.
―Eh ―protesto―. ¿Por qué has hecho eso?
―En los sueños no sientes dolor ―ríe.
―Tampoco placer ―replico―. Ya se te podía ocurrir otra cosa.
―Hazme sentir placer, Biff Fisher ―me dice, de forma teatral, y río con
ella.
Pero cuando me meto profundamente en ella, ninguno ríe más. Solo
podemos sentir algo mucho más grande que el simple sexo entre dos
personas que se gustan. Joy no es algo esporádico ni una conquista más. No
sé si lo está notando, pero la lentitud con que empiezo, para poder mirarla a
los ojos, debería decírselo alto y claro.
―Oh, Biff ―gime, cerrando los ojos para sentir con más intensidad. Solo
entonces, aumento la velocidad de mis movimientos, hasta que ambos
alcanzamos la cima. No es algo sincronizado, como he soñado tantas veces,
pero para mí ha sido perfecto igualmente. Es mi Joy Joy y ella lo hace
perfecto de cualquiera de las maneras.
CAPÍTULO 2

―Si tu padre se entera de esto, me cortará las pelotas ―le digo, llevando
mi dedo a su abdomen para acariciar esa zona. Hemos pasado gran parte de
la noche despiertos, disfrutando y conociéndonos de una forma en que
jamás pensé que podríamos hacerlo. Es como un sueño hecho realidad y
todavía temo abrir los ojos en algún momento para descubrir que solo ha
sido eso. Un sueño demasiado vívido, demasiado real.
―¿Quieres ocultárselo? ―No se mueve, pero noto la tensión en su cuerpo.
No puedo decir que me sorprenda su reacción porque ya una vez negué lo
que sentía por ella.
―¿Tú quieres contárselo? ―tanteo, no obstante.
―¿Qué fue esto para ti, Biff? ―Se incorpora hasta sentarse en la cama. Yo
la imito y quedamos uno frente al otro―. ¿Una noche más con una chica
más?
―Tú nunca serás una chica más, Joy ―le aseguro.
―¿Por qué? ―bufa― ¿Porque mi padre es Hank Anderson?
―No, joder. ―Le sujeto el rostro y poso mis ojos sobre los suyos para que
vea que voy en serio―. Porque tú eres mi Joy Joy. Y maldito sea yo, pero
llevo más de dos años deseando tenerte justo donde estás ahora. En mi puta
cama.
La beso para dar más fuerza a mis palabras y no tarda en responder a mis
labios. Adoro besarla y lo he descubierto esta noche. De todo lo que hemos
hecho, que ha sido mucho, sus labios son mi parte favorita de su cuerpo; tal
vez porque fue lo primero que saboreé y me obsesioné con ellos, los adoro,
como la adoro a ella.
―Tampoco hace falta ponerse tan bravo. ―Sonríe y sé que se siente
aliviada por mi respuesta. Ya no duda de lo que ha pasado entre nosotros y,
aunque no sé a dónde nos llevará o qué pasará cuando Hank se entere, esta
vez no pienso perderla, no ahora que por fin he dado el paso. Quizá suene
demasiado posesivo, pero ahora ella es mía y no dejaré que nadie me la
quite.
―Me temo que tendré que ponerme más bravo, incluso, cuando el jefe lo
sepa.
―Bueno ―Me empuja contra el colchón y se sube encima de mí cuando
me dejo caer sobre él―, siempre podemos disfrutar un poco de esto los dos
solos antes de decírselo a nadie.
―¿Lo dices porque así lo piensas ―pregunto, seguro de que no es eso lo
que quiere― o porque crees que yo lo necesito?
―Llevas tiempo queriendo meterme en tu cama ―me confiesa ―, pero yo
llevo mucho más queriendo tener algo más que una buena amistad contigo.
Creo que podré esperar otro poco a que te sientas preparado para contárselo
al mundo, si es que esta vez no te echas atrás.
―No pienso retroceder, Joy ―le digo, dándonos la vuelta para quedar
sobre ella―. Fui un estúpido aquella noche en la playa, pero debes entender
que me debatía entre lo que sentía y lo que era correcto. Eras menor de edad
y no podía llevarlo más allá del beso. Me asusté cuando vi que me lo
devolvías y te dije lo primero que se me pasó por la cabeza. Muy
desafortunado, lo sé. Y me he arrepentido desde entonces. No sabes las
veces que he querido retroceder en el tiempo para hacerlo diferente.
―Fue duro creer que no sentías nada por mí. Me había hecho tantas
ilusiones.
―Pues lo hago ―le aseguro― y te juro que no volverás a dudar de mis
sentimientos. Puede que todavía no esté preparado para la charla con tu
padre, pero si quieres decírselo ya, lo afrontaré con valor. O con cobardía
disfrazada de valor, todo es posible. Pero lo haré si me lo pides.
―Solo por eso ―dice todavía riendo por mi última ocurrencia―,
esperaremos a que no tengas que disfrazar nada.
―Nos haremos viejos entonces ―río con ella― porque tu padre impone
mucho, Joy.
―Mi padre es un amor. ―Le resta importancia.
―¿Y por eso le has dicho que ya eres policía de Virginia? ―Ese es un tema
que también tendremos que tratar pronto. Puedo aceptar que quiera ser
policía, pero una SWAT... eso ya es otra cosa. Aunque admito que lo único
que me preocupa es que se exponga al peligro porque sé que sería capaz de
lograrlo. Y sé que soy un hipócrita al pensar así porque ella tendrá que vivir
sabiendo que trabajo con la muerte acechando, pero no puedo evitar querer
protegerla de todo lo malo que le pueda pasar.
―Ese es un tema que hay que tratar con delicadeza.
―Claro, que yo pierda los huevos no es importante ―río.
―Es muy importante ―sonríe―. Algún día quiero ver corretear alrededor
de mi padre a varios miniSuicidas que lo vuelvan loco.
―Me encanta que ya pienses en nosotros a largo plazo ―la beso ―. Muy,
muy, muy a largo plazo.
―Me ha quedado claro que no quieres hijos por ahora ―ríe por mi forma
de aclararle ese tema.
―No tengo problema en que haya miniJoys en este mundo ―le sonrío―,
pero antes deberíamos dejar que la mamá crezca un poco más.
―¿Me estás llamando cría? ―Intenta alejarme, pero se lo impido―. Biff
Hamilton Fisher, retira eso.
―Dios, tú también no ―me quejo porque ha usado mi segundo nombre.
Desde que Chris me traicionó al decírselo a todos, Joy lo usa siempre que
quiere martirizarme.
―Retira eso o te llamaré Hamilton a partir de ahora ―me amenaza.
―Lo retiro ―cedo, pero cuando está conforme con haber ganado, añado en
un susurro―. Y luego dice que no es una cría.
―Te he oído, Hamilton. ―Me golpea en el pecho porque aún la tengo bajo
el peso de mi cuerpo.
―Si me vuelves a llamar así ―Es mi turno para amenazarla―, te quedarás
sin sexo hasta que cumplas los 30.
―Eso sería castigarte a ti mismo también ―me recuerda.
―Podré soportarlo.
―Y la cría soy yo ―bufa―, Biff.
―Así me gusta ―la beso de nuevo―. Buena chica.
―Vete un poquito a la mierda. ―Esta vez le permito que me empuje.
Hubiese querido callarla con otro beso y todo lo que le sigue a este, pero
estoy agotado y no creo que llegásemos a ninguna parte si no descanso
primero. Además, Hank preguntará dónde ha pasado la noche si no la llevo
de regreso en un par de horas y, aunque me tiene suficiente confianza para
acompañar a su hija a su fiesta de graduación, dudo que se tomase tan bien
lo de que durmiese en mi casa. Por más que le asegurásemos que solo
dormimos.
―Creo ―le digo, cubriendo mis ojos con un brazo, ahora que estoy
tumbado boca arriba― que esta relación tiene dos posibles finales.
―¿Ah, sí? ¿Cuáles?
―O nos amaremos con locura ―Y no quiero todavía hablar de esa palabra
de una forma tan directa, pero sé que está ahí, esperando su momento para
salir― o nos mataremos el uno al otro. Y no sé cuál de las dos es más
probable que pase.
―Me gusta la primera opción ―Sé que está sonriendo, aunque no pueda
verla. Lo que sí hago es sentir cómo se acurruca contra mí y la envuelvo
con mi brazo libre―. Estoy agotada.
―Será mejor dormir un poco ―le beso el cabello, pero antes de que pueda
añadir nada más, escucho su respiración profunda y sé que ya ha caído.
Cierro los ojos y aunque mi mente sigue queriendo mantenerse despierta
para rememorar las horas que acabo de compartir con Joy, no tardo en
acompañarla en el sueño. Han sido unas horas intensas en las que nos
hemos resarcido por tantos años de frustración por no poder estar juntos. Y
aunque pretendo dormir solo un par de horas para poder llevar a Joy a su
casa después, cuando vuelvo a abrir los ojos, ya pasan de las seis de la
mañana.
―Joder, joder, joder. Mierda. ―Me incorporo tan rápido, que Joy protesta
por el susto―. Levántate, Joy, llegamos tarde. Tu padre me va a matar.
―¿Por qué? ―No sé si se está quejando por tener que levantarse o
pregunta por qué me matará su padre, pero decido responder a lo segundo.
―Porque le dije que estarías en casa antes del amanecer ―Tiro de ella para
que se ponga en pie― y me temo que no cumpliré mi promesa. Lo raro es
que no me haya llamado ya para saber por qué tardamos tanto.
―Mi padre no es tan cascarrabias como lo pintas, Biff. ―A pesar de sus
protestas, ya se está vistiendo―. Aunque no es tonto y cuando vea mi cara
de recién levantada, sabrá que he estado durmiendo en algún sitio.
―Le diré que ha sido en el coche ―me invento lo primero que se me
ocurre― mientras íbamos de camino a casa.
―Tengo una idea incluso mejor. ―Pilla su teléfono de la mesita de noche y
escribe un mensaje. Creo que se me están poniendo de corbata ahora
mismo―. Listo. Le he dicho que se nos hizo tarde en la celebración y que
me has llevado a desayunar. Tenemos media hora más. Tiempo suficiente
para que me despeje.
―Y para que desayunes algo ―remarco―. No vaya a ser que llegues a
casa con hambre y se joda tu coartada.
―Podríamos ser delincuentes ―ríe―. Como Bonnie y Clyde.
―Esos acabaron muertos ―le recuerdo.
―Como nosotros, si mi padre no se cree lo que le he dicho ―ríe más alto.
Sé que está disfrutando de mi respeto por su padre y me lanzo sobre ella
para hacerle cosquillas hasta que me pide clemencia―. No es justo. Tú
sabes cuál es mi debilidad.
―Tú eres la mía. ―Dejo un beso en sus labios y voy a la cocina a por algo
de comer. Tendrá que hacerlo por el camino porque mi casa está a veinte
minutos de la del jefe y no quiero llegar tarde.
―¿Lo dices en serio? ―Está en la puerta de la cocina y aunque la oí llegar,
me sorprende su pregunta.
―¿El qué? ―La miro por encima del hombro, mientras sigo poniendo
mantequilla a las tostadas.
―Que soy tu debilidad. ―Parece cohibida, algo poco usual en ella.
―En cierta medida, sí ―asiento sin mirarla―. Cuando eras pequeña, me
gustaba pasar tiempo contigo porque tenías el mismo humor que yo.
Éramos afines. Sin embargo, al ir creciendo y ver la joven increíble en la
que te ibas convirtiendo... bueno, caí por ti sin poder evitarlo. Por más que
intentaba alejarme, siempre regresaba a ti. No hay nada que no haga por ti,
Joy, ya sea como amigo o como amante.
―Tuvo que ser duro verme con Anton. ―Noto cómo me abraza por la
espalda y apoya la cabeza contra mí―. Es que estaba tan resentida contigo
que quise olvidarte. Elegí mal, porque Anton no te llega ni a la suela del
zapato, pero creo que por eso lo hice. Es tan distinto a ti en todos los
aspectos que creí que me podría servir. Lo siento.
―¿Por elegir mal? ―sonrío―. No te disculpes, suelo causar esa sensación
en todas.
―No seas capullo. ―Me golpea en el costado y me muevo por inercia―.
Lo decía por habértelo hecho pasar mal.
―Yo lo hice primero contigo, así que no hay nada que perdonar.
―No te imaginaba tan romántico ―dice, al ver las tostadas que le he
preparado con forma de corazón. Sí, puede que me haya pasado con eso,
pero Joy se merece mucho más.
―No te acostumbres ―le prevengo―. La mayoría de las veces soy más
bien un orangután posesivo.
―¿Lo de orangután lo dices por todos esos pelos de tu cuerpo? ―se burla.
―¡Eh! ―me quejo―. Que tengo pelo solo donde debe haberlo.
―Mi oso amoroso de pelo abundoso.
―En primer lugar, no soy peludo ―Cosa que es cierta―, y en segundo
lugar, abundoso no existe.
―Si yo digo que existe, pues existe ―ríe, cuando se escapa de mí para que
no le haga cosquillas de nuevo.
―Señorita Anderson ―la reprendo, aunque me cuesta aguantar la risa―,
debe usted desayunar porque nos tenemos que ir.
―Señor, sí, señor ―Hace el saludo militar y se cuadra, antes de que le pase
las tostadas y le pegue un buen bocado a una de ellas. Su labio superior se
mancha con mantequilla y me acerco para limpiárselo con los míos.
―Delicioso ―digo, antes de salir de la cocina para recoger las llaves del
coche. Es hora de marcharnos o llegaremos tarde.
Joy termina de comer por el camino y aunque sé que tiene ganas de decir
algo, permanece en silencio. A dos calles de la suya, decido que es mejor
que lo saque fuera y le pregunto qué sucede.
―Me estoy debatiendo entre decirle a papá que estamos juntos o no. ―Se
muerde el labio preocupada por eso―. No sé si podré mantenerlo en secreto
mucho tiempo.
―Ya te he dicho que haré lo que tú quieras, Joy. Si prefieres decírselo,
adelante. Sabré estar a la altura. O eso espero.
Sé que me está observando, pero mantengo la mirada al frente para
conducir. Una vez aparco a la puerta de su casa, la miro.
―¿Y bien? ―pregunto.
―Esperaremos un poco más ―me dice, antes de darme un beso rápido que
nadie ve.
Creo que esto va a ser más que complicado.
CAPÍTULO 3

Las barbacoas en casa del jefe me encantan desde siempre, pero después de
dos meses viéndome a escondidas con Joy, creo que me acabaré volviendo
loco si tengo que seguir fingiendo que no hay nada entre nosotros. Sé que
solo son unas horas, pero me sabe mal tener que fingir delante de todos.
Sobre todo porque no se trata únicamente de esconderlo, sino de que le
estoy mintiendo a los muchachos cada día de cada semana, desde hace
meses. No creo que pueda soportarlo mucho más, incluso si me preocupa lo
que el jefe pueda pensar de mí.
Aunque, en realidad, no me atreví a dar el paso todavía porque Hank estuvo
bastante disgustado por la decisión de Joy sobre lo de ser policía y no
quería añadir más preocupaciones a lo que ya estaba pasando. Pero tampoco
me gusta que Joy, después de la charla que tuvieron sobre ocultarle las
cosas a su padre cuando le contó la verdad sobre su trabajo, tenga que
mentirle de nuevo por mi culpa. No es justo para nadie. Por eso, ahora que
estamos a punto de salir fuera del país, necesito aclararlo todo. No quiero
que haya secretos entre nosotros mientras estamos en un país conflictivo.
―Tengo algo que anunciar ―les digo, una vez los tengo a todos en el
jardín de la casa del jefe. Bueno, no a todos, porque Hank será el último en
enterarse. Igual es un error, pero necesito que sea así―. Es necesario que
todos, y digo todos, tengáis la mente abierta porque esto os podrá
descolocar un poco. Algunos ya lo sabéis y otros tal vez lo hayáis intuido en
alguna ocasión, pero...
―Joder, joder, joder ―dice Joy, solo para darle más emoción al asunto―
¡¡¡Eres gay!!!
―Eso sí que sería una novedad ―ríe DK.
―Tanto tiempo callándolo, pobrecito. ―Loman se lleva la mano al
corazón.
―Con razón insistías en que todos te amábamos ―dice Harper ―. Estabas
reclamando nuestra atención porque no sabías cómo decirlo.
―Qué fuerte ―añade mi hermana―. Y pensar que me lo has estado
ocultando todo este tiempo. Serás capullo.
―Estoy enamorado de Joy ―les digo, para callar todas las bocas. Podría
haberles seguido el juego, pero en este momento tengo que sacarlo fuera de
una maldita vez porque no quiero seguir viéndome a escondidas con ella.
―Y yo de él. ―Se sitúa a mi lado y rodea mi brazo con los suyos al tiempo
que apoya la cabeza en mi hombro. En este momento no puedo sentirme
más feliz. Aunque todavía falta decírselo al más interesado en saberlo y me
temo que esa va a ser una tarea más complicada que simplemente soltarlo
como acabo de hacer.
―Necesitamos de vuestra ayuda para contárselo al jefe porque no quiero
seguir escondiendo lo que siento por ella y no... ― continúo hablando pero,
a medida que lo hago, veo sus caras de preocupación y empiezo a intuir
cuál puede ser el problema―. Está detrás de mí, ¿verdad?
―Papá. ―Joy se abraza a él, pero yo casi no puedo ni moverme. Estoy
cagado de miedo. Creo que las pelotas se me han puesto de corbata, así que
si quiere cortármelas, no le resultará tan fácil porque no las encontrará en su
lugar―. Sé que no querías que te ocultase nada más, pero…
―¿Desde cuándo? ―Es lo único que pregunta. Está tan serio, que no sé
cómo interpretarlo.
―Desde hace demasiado ―confieso, aunque no sé si pregunta por el
tiempo que llevamos viéndonos a escondidas o por el que llevamos
enamorados―. He intentado olvidarme de ella porque era demasiado joven
y... y tu hija, jefe. Pero Joy no es fácil de ignorar. Cuando se te mete en el
pecho es imposible sacarla de ahí.
―Papá ―Joy intenta ayudarme―, si lo que te preocupa es que haya pasado
algo entre nosotros antes de que yo tuviese edad para...
―Me consta que Fisher no me ofendería de ese modo, Joy ―la detiene,
alzando la mano, pero sin dejar de mirarme en ningún momento―. No es
eso lo que me molesta.
―Jefe, nunca haría nada que te ofendiese ―insisto. Estoy odiando a mis
compañeros porque veo cómo disfrutan del momento sin ayudarme ni un
poquito.
―¿Ah, no? ―Se cruza de brazos―. Iba a ser el último en enterarme de que
mi hija y tú lleváis dos meses saliendo. ¿No crees, acaso, que eso me
ofendería?
―Pensé que necesitaría ayuda para... ―Entonces soy consciente de algo
que ha dicho y me detengo de golpe―. ¿Dos meses? Yo no dije cuánto
tiempo llevábamos. Jefe, ¿me estás diciendo que ya lo sabías desde el
principio?
―Solo lo intuía, hasta hoy. ―Se le escapa una media sonrisa que me cabrea
porque ahora sé que me ha acojonado a propósito y que no está cabreado de
verdad. Pero no digo nada porque es el jefe y me sigue acojonando.
El resto empieza a hablar al mismo tiempo dando sus propias razones para
sospechar que estábamos viéndonos y me llevo las manos a la cabeza al
comprender que todos lo sabían. Menuda mierda de secreto hemos
mantenido Joy y yo. Y para eso hemos estado ocultándonos.
―Entonces, todo solucionado. ―Joy aplaude, entusiasmada.
―No tan rápido ―La frena su padre. Luego me mira a los ojos y me cuesta
tragar hasta la saliva―. Si se te ocurre hacerle daño a mi hija, aunque solo
sea de palabra, te las verás conmigo, Fisher. Ni siquiera considerarte de la
familia te salvará de mí, así que más te vale cuidar de ella y mantenerla a
salvo y feliz.
―No pienso defraudarte, jefe ―le prometo―. Joy es mi vida desde hace
mucho y la cuidaré como el tesoro más valioso que...
―No seas un cursi ―se burla Harper―. Luego hablaba de los demás.
―Sabía que sería el más romántico cuando le llegase la hora ― ríe Loman
ahora.
―Estaba cantado ―se les une DK―. Tanto criticar a los demás y él es el
peor de todos nosotros.
―Lo que me extraña es que haya aguantado tanto tiempo sin decir nada de
lo suyo con Joy ―ríe mi hermana.
―¿Pero en serio que lo sabíais todos? ―protesto.
―Sí ―admiten casi al mismo tiempo.
Y las burlas a mi costa continúan durante más de diez minutos, pero no me
quejaré porque he salido bien parado. Hank no se ve muy molesto con mi
relación con su hija, aunque es cierto que le ha echado la bronca por
mentirle con eso también. Mientras los muchachos se meten conmigo, ellos
están teniendo una conversación padre―hija sobre la confianza. Y ahora
me siento mal por haber influido en Joy para que se lo ocultase porque sé
que ella se lo habría contado el mismo día que sucedió si no le hubiese
dicho que me preocupaba la reacción de su padre.
―Jefe. ―Mientras hace la carne, me acerco a él, como siempre, para
molestarlo con instrucciones que sé que no necesita. Eso ya es costumbre en
las barbacoas en su casa, pero esta vez, tengo algo más que decirle―. No te
cabrees con Joy porque ella quería contártelo desde el principio. Fui yo el
que le pidió tiempo. La verdad es que no sabía cómo decírtelo, por si no te
lo tomabas bien.
―No llevo muy bien el hecho de que mi niña ya no lo sea más ―
admite―. Ahora es una mujer, demasiado terca e independiente para mi
gusto, pero hace tiempo que sé que su camino no va a ir por donde a mí me
habría gustado. Sin embargo, debo admitir que si ha de recorrerlo con
alguien, me alegro de que seas tú y no otro, Biff. Siempre has estado a su
lado en lo bueno y lo malo y sé que sabrás tratarla como se merece. Y que
la comprenderás mejor que nadie. Joy necesita libertad, buscar su propia
identidad y estoy seguro de que sabrás darle el margen necesario para ello.
―Me siento honrado de que pienses así, jefe. ―No pensé que se lo tomaría
tan bien.
―Y puestos a confesarnos ―añade―, he tenido dos meses para alejar el
cabreo que me pillé al saber que estabas pervirtiendo a mi niña.
―Bueno, no sé quién... ―Me lo pienso mejor―. Sí, tienes razón. Soy un
jodido pervertido.
―Me decepcionas, muchacho ―ríe por mi mesura, aunque está claro que el
tema lo incomoda y que se arrepiente de haberlo mencionado―. No haces
honor a tu apodo.
―Soy un suicida cuando hay que serlo ―lo acompaño en su risa. Cambio
de tema, para relajarnos―. Y desde luego, las costillas no se hacen así, jefe.
¿No ves que se te quemarán si no les das la vuelta más a menudo?
Y así volvemos a la rutina de siempre, solo que en esta ocasión, puedo
mirar hacia Joy y sonreírle sin miedo a que los demás detecten que hay algo
especial en ese gesto. Ni siquiera puedo creer que lo supiesen ya. Los
cabrones me han dejado sufrir dos meses ocultando algo que casi no puedo
ni controlar. Se merecerían una venganza al estilo Suicida, pero estoy tan
agradecido de poder mostrarme con Joy tal y como me apetece, que creo
que esta vez lo dejaré pasar.
―¿Quién se apunta al partido? ―Doy una palmada fuerte para que me
presten atención. No tardan en levantarse y seguirme a la zona donde
siempre improvisamos el juego―. Tú conmigo, Joy.
―No te creas que porque estemos saliendo voy a seguirte como perrito
faldero ―me dice―. Yo estaré en el equipo contrario y si gano, me llevarás
a cenar al restaurante de...
―Ni de coña ―la interrumpo, seguro de lo que va a decir―. No pienso
volver a ponerme corbata en la vida.
―Sé de una ocasión en la que tendrás que hacerlo ―ríe Loman ―. Y más
te vale invitarnos a todos.
―A ti no, desde luego ―río con él―. Te la debo desde que te casaste sin
avisar.
―Loman, la has cagado ―ríe DK.
―Apareceré por la ceremonia. ―Ni siquiera se ofende―. Ya me diréis
dónde es.
―Antes de hablar de ceremonias e invitaciones ―interviene Joy ―,
tendréis que ver si la novia quiere casarse. Y de momento no tengo
intención de atarme a nadie. Aquí el Suicida va a tener que esforzarse
mucho para convencerme de que siga a su lado. Me ha hecho esperar
mucho por él y no me conformaré con un noviazgo normalito.
―Me parece bien ―dice Hank que aunque no juega, está atento a lo que
decimos―. Que dure muchos años, siempre y cuando los hijos no lleguen
hasta después de casaros.
―Ya sabía yo que no me apoyarías sin un motivo ―se queja Joy.
―Lo cierto es que estoy de acuerdo contigo, Hank ―lo secundo ―.
Todavía hay tiempo para hablar de planes tan definitivos.
―¿Estás diciendo que no quieres tener hijos conmigo? ―Joy lo
malinterpreta a propósito.
―Claro que quiero, cariño ―le digo―, nada me gustaría más y...
―¿Estás diciendo que quieres tener hijos con mi niña? ―añade Hank.
―No, jefe. No he...
―Ahora te retractas ―me interrumpe Joy. No tengo dudas de que se están
riendo a mi costa y la verdad es que me gusta más estar del otro lado de las
bromas.
―Idos a la mierda todos ―protesto―. ¿Empezamos ya el juego o qué?
―Yo creo que ya ha empezado hace un rato, hermanito ―se ríe Chris.
―Tú te callas. ―La señalo, fingiendo estar cabreado.
―Llevo dos meses esperando este momento ―me dice sin inmutarse―. No
me callaré ahora que puedo.
―Archer ―apelo a mi cuñado―, controla la lengua de tu mujer.
―Como si pudiese hacer eso ―responde, ganándose un beso de mi
hermana por ello.
―Vives amargado, tío ―me burlo―. Vives amargado.
―¿Jugamos o qué? ―insiste ahora Joy―. Quiero ganarme mi cena de esta
noche.
No lo dice en voz alta para no gafar la tarde, pero entendemos por qué
quiere que sea esta noche. El lunes salimos del país y tardaremos unos
cuantos meses en volver. No solo Joy quiere aprovechar el tiempo que nos
queda en casa, por eso una vez terminado el partido, que gana mi equipo, se
van retirando poco a poco, hasta que solo quedo yo, que estoy esperando
por Joy para llevarla a cenar.
―Joy lleva mucho tiempo enamorada en secreto de ti ―me dice Neve. A
pesar de haber perdido, la llevaré a ese restaurante pijo que tanto le gusta―.
No estaba segura de lo que sentías tú por ella, pero me alegro de que estéis
juntos.
―¿No tienes miedo de que hagamos una de nuestras locuras? ―me burlo.
―En el fondo, sé que eres muy responsable ―me sonríe―. Y aunque
sigáis cometiendo locuras, no serán peligrosas.
―Imagínate que te hacemos abuela antes de los cuarenta ― bromeo.
―No me quejaría de esa locura ―ríe―, pero creo que deberíais aprovechar
un poco más vuestra relación de dos antes de meter a nadie más en la
ecuación.
―Opino lo mismo ―asiento. Y no es que me entusiasmen los planes de
Joy, pero si digo esto es más bien porque quiero que consiga su sueño de ser
una SWAT. Ya he sido suficientemente capullo con ella para toda una vida,
así que ahora la apoyaré en sus proyectos, aunque me preocupe por lo que
pueda pasar. No puedo exigirle que se quede en casa cuando yo me
expongo al peligro cada día en mi trabajo. No sería justo.
―Sé que estarás a su lado en todo lo que quiera hacer o ser ― hace quince
días, les dio la noticia de que quería probar suerte, llegado el momento, con
los SWAT. Hank no se lo tomó muy bien, pero comprendió que no podía
impedírselo―, pero te pido que cuides de ella, Biff. Y sé que sabe cuidarse
sola porque tiene muy buenos ejemplos que seguir alrededor, pero temo que
se exponga de más por su afán de demostrarle a Hank que es digna de ser su
hija. No lo necesita, porque ya es digna, pero siempre va a querer más para
que esté orgulloso de ella.
―Estoy seguro de que sabrá poner freno cuando sea necesario ―confío en
Joy―. Y sé que tú también lo sabes, solo que ahora está hablando la madre
preocupada y sobre protectora.
―Neve, prometiste que no le darías la charla ―Joy ha llegado solo para
escuchar el final.
―No he podido evitarlo ―sonríe. Está claro que Neve no quiere que Joy
sepa cuánto se preocupa por ella, aunque algo me dice que ya lo sabe.
―Cuidaré de ella ―le digo en un susurro, antes de hablar en voz alta―.
Vayamos a mi casa a por la maldita corbata.
―He decidido que no quiero ir a ese restaurante ―me dice de camino al
coche―. Te dejo elegir cualquier otro donde no haga falta corbata.
―No sabes cuánto te amo, Joy. ―Y aunque no era así como pretendía
decírselo por primera vez, creo que le ha impresionado de igual manera
porque veo lágrimas en sus ojos que no se anima a derramar―. Espero que
sean de felicidad.
―Yo también te amo ―es su respuesta.
No puedo dejar de besarla porque para mí, al final, el momento ha sido
perfecto.
CAPÍTULO 4

―Buenos días. ―Entrar cada día en la comisaría es el mejor bálsamo para


mí en este momento. Cada caso, por pequeño que sea, me ayuda a no pensar
en que Fisher está en África desde hace unas semanas.
No ha podido contactar conmigo tanto como me habría gustado, pero no
dejo de recordarme que antes ni siquiera hablábamos. Supongo que, en el
fondo, lo llevaba mejor cuando sabía que no podría tener noticias suyas
hasta que volviesen. O cuando creía que no me amaba como yo a él.
Escuchárselo decir, después de tantos años soñando con ello, fue
indescriptible. Pero también aterrador, por lo intenso del sentimiento. En
ocasiones, temo abrir los ojos y descubrir que solo ha sido un sueño. Uno
de tantos que he tenido desde los trece años. Porque sí, cuando le dije que
llevaba mucho tiempo enamorada de él, no mentía. Puede que empezase
como un capricho, qué puede saber de amor una niña, pero con el tiempo el
sentimiento fue creciendo y profundizándose. No sé cuándo empezó a ser
amor, pero sé que llevo demasiado tiempo deseando que Fisher me
corresponda.
―Buenos días, Anderson. ―Esa voz es inconfundible y, por desgracia,
mata todo mi entusiasmo mañanero de un golpe. Creía que hoy no estaría
en la comisaría.
―Spaldin ―lo saludo de mala gana. Trae, como siempre, su pelo rubio
relamido hacia atrás y una sonrisa chulesca en su cara con la que no puedo
lidiar a estas horas de la mañana. En el poco tiempo que llevo trabajando
aquí ya puedo decir con seguridad que no soporto a Aaron Spaldin. Es tan
prepotente, orgulloso y vanidoso... se cree que todo lo que hace y dice es
bueno solo por venir de él y no soporto a la gente así. Mucho menos,
cuando se dedica a menospreciar el trabajo de los demás para que el suyo
destaque. Para colmo, su compañera va por el mismo camino. Supongo que
todo se pega. Con estos entiendo mucho mejor el dicho ese de Dios los cría
y ellos se juntan. Y lo peor es que no sé por qué me la tienen jurada, si ellos
son agentes veteranos ya y jamás podría interponerme en su camino. De
promocionar a alguien, ellos tendrían más oportunidades por la experiencia
acumulada. Soy la novata del grupo. Nadie pensará en mí para un ascenso
que los supere a ellos.
―Ni caso, Anderson. ―Por suerte para mí, mi compañero es estupendo.
No solo me ha estado apoyando y enseñando desde el principio, cuando le
dijeron que tendría que ser mi mentor, sino que además, es muy divertido.
No podían haber elegido mejor ―. Después de siete años en el mismo
puesto, está desesperado por conseguir un ascenso que no parece que le
vaya a llegar en breve.
―Pero eso no es culpa mía ―me quejo―. Tengo menos rango que él y
bastante menos experiencia, no le robaré el puesto que tanto desea.
―Bueno ―sonríe―, por mucho menos que eso se lo han dado a otro antes
que a él.
―No puede verme como la competencia. ―Me cuesta creerlo.
―Has sido la mejor de tu promoción y al final has podido elegir destino
―me recuerda―. Eso dice mucho de la clase de agente que llegarás a ser
con el tiempo. Spaldin ataca siempre a los que podrían llegar a ser esa
competencia de la que hablas.
―Solo llevo aquí tres meses, no estoy pensando en ascensos ― confieso―.
Como mucho, intento llegar al final del día sin haber metido la pata.
―En realidad los ascensos llegan solos ―sonríe, mientras pasa las manos
por su pelo. Lo lleva largo, aunque no lo suficiente como para sujetarlo en
una cola, así que siempre se le está metiendo en los ojos. Unos ojos verdes
que adoro. Son tan expresivos, que en ocasiones solo necesito mirar hacia él
para saber lo que está pensando.
―West, Anderson, a mi despacho. ―El comisario nos reclama y tenemos
que dejar la conversación. Una vez sentados frente a él, sigue hablando―.
Esta madrugada, han entrado en Monticello y al parecer han robado.
Mi primer día aquí, el comisario me trajo a su despacho para hablar en
privado. Cuando lo vi con su cabello cargado de canas impecablemente
blancas, su bigote bien recortado y esa mirada marrón, calculadora y fría,
pensé que me había equivocado al elegir destino. En realidad, lo hice
pensando en estar cerca de casa, pero había oído hablar de la gran
reputación de la comisaría, por lo que me pareció el lugar ideal para
trabajar. Pero John Hewitt me dio miedo. Ahora, después de tres meses, me
siento un poco más cómoda delante de él, pero me sigue imponiendo
respeto. Es un hombre serio que busca siempre los mejores resultados y en
el tiempo más breve posible.
―Esa fue la primera residencia de Thomas Jefferson, ¿no? ― pregunto,
sorprendida por sus palabas, incluso a riesgo de que me reprenda por mi
interrupción―. Creía que ahora era una universidad.
―También tiene una parte de museo ―añade West, mucho más tranquilo
que yo. Supongo que llevar años a sus órdenes es una ventaja―. Tal vez el
robo haya sido ahí.
―En realidad ―El comisario es quien toma la palabra ahora y veo su cara
de enfado. Debí guardar silencio―, el piso superior permanece cerrado al
público y es ahí donde han entrado. Se precisa de la máxima discreción, así
que espero que sepáis comportaros.
―Sí, señor ―respondo en automático. Incluso me siento más recta en la
silla, como si así le demostrase que puedo ser todo lo profesional que espera
de mí. Me sorprendió tanto que hablase de un lugar tan emblemático en
Virginia, que no supe reaccionar correctamente.
―Está bastante lejos de nuestra jurisdicción ―señala West. Lo pensé
también, pero no quise decir nada por si el comisario me reprendía de
nuevo.
―Quieren máxima discreción y por eso han pedido ayuda fuera del distrito.
No quieren que se filtre la información. ―Busca algo en la mesa y se lo
entrega a mi compañero―. Aquí tenéis la poca información que han
querido pasarnos por escrito. Lleváosla y echadle un vistazo por el camino.
―Perfecto. ―Mi compañero me entrega los papeles a mí.
―West quédate un momento, quiero hablar contigo en privado.
Esa es la señal para que me vaya y eso hago con el informe en las manos.
Mientras hablan podría mirar por encima los datos, solo por tener una idea
sobre lo que nos encontraremos. No puedo decir que no me haga ilusión ver
qué esconden en la zona no apta al público en Monticello. La casa es un
diseño del propio Jefferson y está situada en la cima de una colina de
aproximadamente 300 metros de altura, de ahí que la llamase Monticello,
que en italiano significa pequeña montaña. Eso y mucho más me lo enseñó
Anton en el tiempo que estuvimos saliendo juntos. Aunque nunca me dio su
nombre real porque no le estaba permitido, me dijo que nació y vivió en
Italia hasta que lo metieron en el Programa de Protección de Testigos
después de testificar en contra del socio de su padre y este lo amenazase de
muerte. Nunca me quiso explicar por qué esa amenaza era tan peligrosa que
hubo que llegar al punto de tener que hacerlo desaparecer, pero creo que fue
ese misterio que rodeaba su pasado lo que me mantuvo a su lado. Creí que
podría desentrañarlo y descubrir la verdad algún día. Probablemente Anton
me lo hubiese acabado contando pero, con el paso del tiempo, sentía que lo
nuestro era una farsa y me fui desencantando con la relación. Una farsa, no
por su parte, porque él era sincero en cuanto a sus sentimientos, sino por la
mía porque en el fondo seguía pensando en Fisher.
La primera vez que nos acostamos, me sentí decepcionada. Fue una
experiencia increíble, no le quitaré el mérito de darme una primera vez
genial, pero cuando terminamos me embargó tal tristeza que huí al baño
para llorar sin que Anton me viese. No quería tener que explicarle que me
dolía que mi primera vez no hubiese sido con Fisher; sin embargo, desde
ahí, todo fue a peor para nosotros. Seguimos acostándonos, saliendo juntos,
haciendo planes de un futuro común... pero nada de eso me llenaba como
debería hacerlo, ni sentía que fuésemos a cumplir nunca nada de lo
planeado, así que al final le conté la verdad y rompí con él. Creo que
también le rompí el corazón, pero fui cobarde y no me quedé para
comprobarlo. Regresé a Estados Unidos e hice las pruebas para la policía.
No había vuelto a pensar en él hasta que salió a colación el nombre de
Monticello y eso no dice nada bueno de mí.
―¿Lista? ―West está a mi lado esperando a que me levante para
marcharnos. Al final ni siquiera leí el informe pensando en Anton.
―Nací preparada ―respondo, siguiéndolo.
―¿Qué sabemos del robo? ―me pregunta de camino al coche.
―Pues poca cosa ―le digo, mirando por encima los papeles―. Parece que
quien entró supo burlar la seguridad del edificio, que por lo que dice aquí,
no es poca cosa. No han querido informar todavía de lo que se han llevado,
pero supongo que nos lo dirán al llegar.
―Es posible que lo que se han llevado sea muy valioso y no se quieran
arriesgar a que esa información se filtre a los medios. ― Abre la puerta para
mí porque tengo las manos ocupadas y se lo agradezco con una sonrisa―.
Si el comisario nos ha pedido discreción, imagino que ha de ser algo así.
―¿Qué te ha dicho cuando os quedasteis solos? ―No pretendo ser cotilla,
pero si le ha hablado de mí, quiero saberlo― ¿No se habrá quejado de mí?
―Para nada. ―Ahora sonríe él.
―¿Y por qué no te creo? ¿Qué te ha dicho?
―Solo ha insistido un poco en que debemos ser discretos.
―Vale ―lo interrumpo, cabreada―. Básicamente, cree que me iré de la
lengua.
―Solo me ha pedido que controle lo que digas mientras los interrogamos.
―Se compadece de mí y me lo cuenta, pero eso no me alivia. Al parecer el
comisario sigue creyendo que soy incapaz de mostrar profesionalidad―.
No te enfades, Anderson, eres la novata de la comisaría y es normal que me
inste a controlarte. Me lo habría pedido con cualquier otro compañero
nuevo que tuviese.
―Ya, vamos, que no es por mí. ―Ni se me pasa por la cabeza sentirme
aliviada. Estoy segura de que si hubiese sido otro, no le habría dicho nada.
Sé que empezamos con muy mal pie porque cuando me pongo nerviosa
hablo de más, pero sé hacer mi trabajo. Aunque con él haya sido un poco
impulsiva desde el principio, no quiere decir que fuera no sepa
comportarme.
―No te conoce como lo hago yo ―intenta tranquilizarme― y le he
asegurado que no necesito controlarte porque eres una gran profesional.
―Seguro que no te ha creído.
―Ese es su problema, ¿no te parece?
―Si piensa que haré preguntas inapropiadas, el problema es mío también.
No quiero ser toda mi vida un agente raso.
―¿No decías que no buscabas ascensos? ―Ahora ríe y se lleva un golpe en
el brazo por ello.
―Ahora mismo no, pero algún día... ―Me encojo de hombros.
―Estoy seguro de que para cuando quieras ese ascenso, el comisario ya
sabrá lo que vales.
―Si no me cambia de compañero, es posible. ―Escondo en mis palabras
un cumplido para él que sabe ver perfectamente.
―Gracias por la confianza.
―Imagínate que me asignan a Spaldin como compañero. ―Me espanto―.
Seguro que le iría al comisario con el cuento de que no sé hacer nada a
derechas. Sería mi ruina laboral.
―Siempre podrías solicitar un cambio de distrito.
―Me gusta este distrito.
―Si tuvieses a Spaldin como compañero, quizá no pensarías lo mismo.
―No puedo negar tu lógica ―río con él.
El viaje dura algo más de dos horas, así que lo aprovechamos para repasar
lo poco que nos han dado y hacer suposiciones sobre lo que tendrían allí
guardado si no quieren que se sepa fuera de la casa-museo. Sin duda, este es
el caso más interesante que nos han asignado desde mis comienzos y
necesito hacerlo bien para impresionar al comisario. Debo hacer que cambie
de opinión respecto a mi trabajo. No me importa no caerle bien yo, pero
necesito que mi labor como policía le impresione, pues él será quien decida
si merece la pena ascenderme o no algún día.
―Hemos llegado ―me informa West, aunque también lo estoy viendo.
La casa es impresionante. La entrada, cubierta con un tejadillo triangular
sostenido por seis columnas, preside la mansión, en la que destaca la
bóveda circular del centro. El paisaje no tiene nada que envidarle y, para mí,
es incluso mejor que el edificio. Hay hectáreas de bosque y campo
alrededor, lo que le da privacidad. Y no debería sorprenderme que esté
rodeado de campo porque Jefferson fue esclavista y tuvo una enorme
plantación de tabaco justo en este lugar. Después otra de trigo, cuando las
exigencias del mercado cambiaron. Este lugar rezuma historia por todos los
rincones y, por un momento, casi podría imaginarme aquí antes de la
Guerra de Secesión.
―¿Vamos? ―West me mira con diversión y casi diría que sabe lo que estoy
pensando.
―Claro ―asiento. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en cuántas
personas sufrieron la esclavitud en un lugar tan bonito como este. Las
apariencias, desde luego, engañan muchas veces.
CAPÍTULO 5

El interrogatorio corre a cargo de West, mientras yo me doy un paseo por la


estancia en la que nos han citado. No parece haber nada interesante en ella,
pero según nos han dicho, el objeto sustraído, del que todavía no nos
quieren hablar, estaba aquí. Lo único que veo son un montón de libros
apilados en las estanterías y objetos de todo tipo dispuestos entre ellos. No
soy historiadora ni entiendo de esto, pero diría que algunos tienen más de
cien años. Y no hablo solo de los objetos, sino también de los libros. Me da
miedo tocarlos por si se desintegran.
―¿Todo esto era de Jefferson? ―Aunque me prometí no hablar, no puedo
evitarlo. La curiosidad es demasiado grande.
―La mayoría de los objetos y libros los adquirió en alguna etapa de su
vida. ―El hombre no parece molesto por mi interrupción, sino más bien
encantado de que nos desvíe del tema en cuestión ―. Tenemos pensado
exponer algunos objetos en el museo en breve, pero no todos se encuentran
en buen estado, así que necesitamos que el restaurador se encargue de ellos.
―¿Se estaba encargando del objeto sustraído? ―le pregunto, pensando en
algo. Cuando asiente, continúo― ¿Cuánto tiempo hace que trabaja para
ustedes? ¿Podríamos hablar con él?
―Rogers es de confianza ―lo defiende al comprender lo que intento―.
Lleva más de veinte años trabajando con nosotros y no ha faltado nada en la
casa. No puede pensar que sea el culpable.
―Tampoco he dicho eso, señor ―intento tranquilizarlo―, pero me gustaría
hablar con él, si es posible. Quizá pueda aclararnos algunas dudas sobre el
objeto en cuestión.
―Tampoco él les dirá de qué se trata ―me previene.
―Si no sabemos qué buscar ―Ahora interviene West―, no será fácil de
encontrar. Iremos a ciegas.
―Pues tendrán que hacerlo a ciegas si es necesario.
―¿Podríamos hablar igualmente con el restaurador? ―insisto. Aunque diga
que no tiene nada que ver, prefiero asegurarme.
―Lleva un par de días ausente ―dice, colocándose bien la ropa, como si
acabase de tener un altercado físico o yo qué sé―. Su madre ha muerto
recientemente y le hemos dado una semana para las gestiones del entierro y
demás.
―Ajá. ―Miro hacia West y veo que opina como yo: acabamos de
encontrar a nuestro primer sospechoso.
―Necesitaremos nombre completo, teléfono y dirección del restaurador
―le pide después.
―No pueden hablar en serio ―protesta―. Rogers es un buen hombre.
―Tenemos que hablar con él ―insiste―. Si no nos proporciona la
información, me temo que tendré que detenerlo por obstrucción a la justicia.
Nos ha pedido discreción y se la daremos, pero no puede decirnos cómo
hacer nuestro trabajo.
―Está bien ―cede, aunque creo que ha sido más por lo de ir a comisaría
que por lo de la discreción.
West se hace cargo de todo una vez más y yo aprovecho para seguir con mi
inspección de la sala. Sin embargo, ahora parece que mis idas y venidas
molestan al hombre, porque descubro su ceño fruncido hacia mí cada vez
que nuestras miradas se cruzan. Tal vez implicar al restaurador le haya
disgustado, pero es lo que se debe hacer. Quiera él o no.
―¿Crees que ha sido el restaurador? ―le pregunto a mi compañero una vez
en el coche.
―Investigaremos sus finanzas y hablaremos con él. ―Su respuesta me dice
que lo considera un sospechoso real―. También investigaremos a
Stevenson.
―¿Qué? ―El hombre no me ha resultado agradable, pero no se me había
ocurrido pensar que él tuviese algo que ver con este asunto― ¿Por qué?
―Parecía demasiado interesado en que no hablásemos con ese tal Rogers.
Es posible que haya aprovechado la ausencia del restaurador para sustraer el
objeto. Que no quiera decirnos lo que es, ya da mucho que pensar.
―Pero fue él quien alertó a la policía del robo.
―¿Para parecer inocente? ―Se encoje de hombro―. Sea lo que sea, lo
averiguaremos.
Lo que prometía ser un caso interesante, se está volviendo en algo rutinario
y sin emoción. La verdad es que cuando ingresé en el cuerpo de policía, me
imaginaba a pie de calle, disparando a los malos. Supongo que, en el fondo,
sigo pensando en la acción como la que llevan a cabo los SEAL y no como
es realmente el trabajo de un policía. Demasiado papeleo para mi gusto,
aunque sé que es necesario. Por eso, siempre me centro en mi objetivo final:
los SWAT. Con ellos haré, al fin, lo que realmente quiero.
Mi padre no pareció conforme cuando se lo conté, pero sería un hipócrita si
no me apoyase cuando siempre me ha dicho que, haga lo que haga, él estará
a mi lado en el camino. El inicio de este viaje lo he hecho sola porque sabía
que intentaría hacerme cambiar de opinión si sabía que estaba preparando
las pruebas de acceso, pero ahora que ya soy policía, solo puede animarme
a lograr mi sueño. Neve lo llevó peor, incluso lloró al saberlo, pero sé que
me apoyará siempre aunque le asuste que me ponga en peligro. Es la mejor
madre que podría haber pedido, después de perder a la mía.
Paramos por el camino a comer y cuando llegamos a comisaría casi se nos
ha ido el día. Sigo sin entender por qué han insistido en que lleve el caso
una comisaría de un distrito tan alejado. Vale que no quieran filtraciones,
pero el tiempo que perdemos yendo y viniendo es tiempo que no podremos
dedicar a la investigación. Es como si no quisiesen que encontrásemos al
culpable o el objeto, sea lo que sea este.
―Mira quién ha vuelto. ―Spaldin nos recibe en primer lugar y diría que ya
se va a casa― ¿Ya te has estado metiendo en líos, Anderson? Si sabía yo
que no eras tan buena como pretendías aparentar.
―Lárgate, Spaldin ―West me defiende―. Ve a molestar a otro.
―Te vas a quedar pronto sin compañera, West. Espero que no te hayas
encariñado demasiado con ella.
―¿Se puede saber de qué estás hablando? ―me cabrean sus insinuaciones,
pero no tiene ocasión de responderme porque el comisario me llama a su
despacho. Miro interrogante hacia West por si sabe algo, pero está claro que
no. Y lo que más me cabrea es que Spaldin parece estar al tanto porque sale
por la puerta riendo.
―Ve ―me anima West―. Me pondré con esto para adelantar trabajo
mientras te espero. Seguro que no es nada.
Cuando paso al despacho del comisario Hewitt, hay dos hombres trajeados
sentados frente a la mesa. El comisario me indica una tercera silla para que
la ocupe, sin pronunciar palabra. Mientras lo hago, voy repasando todas mis
acciones desde que entré en el cuerpo de policía por si ha habido algo que
me haya metido en algún lío, pero aparte de hablar de más en ciertas
ocasiones, mi comportamiento es intachable. No tengo ni idea de por qué ni
para qué están aquí estos hombres. Y menos todavía por qué les intereso yo,
pues no parecen de asuntos internos. Uno de ellos, el moreno, aunque lleva
traje, está bastante ejercitado porque la chaqueta y los pantalones se ajustan
bastante a su cuerpo. No tiene pinta de funcionario, sino más bien de los
que están a pie de calle, con un arma en la mano. El rubio, en cambio,
aunque se ve fuerte, podría pasar por un oficinista. Aunque diría que su
expresión fiera no es típica de estos.
―Anderson ―Es el comisario el que empieza a hablar y, aunque me
sorprendo de lo que dice, intento no mostrar ninguna emoción―, estos son
los agentes Aston Jarvis y Brady Knowles. Son del equipo SWAT de la
policía de Virginia. Al parecer, quieren hablar contigo sobre cierta persona,
pero no me han querido dar detalles por ser un tema clasificado. No tienes
por qué hablar con...
―Lo haré ―lo interrumpo. No tengo ni idea de qué quieren de mí, pero son
los SWAT y con eso me basta.
Parece que el comisario está molesto, pero no estoy segura de si es por mi
interrupción o porque no pueda enterarse de los detalles. Aunque en el
fondo, siento que está enfadado porque no le han querido contar toda la
historia. Es un hombre acostumbrado a controlar la comisaría con mano
férrea, así que ver que algo se le escapa, no debe resultarle agradable. Algo
me dice que querrá saber después de qué hablamos.
―Podéis ocupar el despacho libre del fondo para hablar ―nos indica de
mala gana―. Allí nadie os molestará.
―Muchas gracias, comisario Hewitt ―dice Jarvis. El musculado parece
llevar la voz cantante y no puedo decir que me extrañe porque emana un
aura de autoridad difícil de ocultar.
Los sigo hasta el despacho y, cuando paso junto a West, encojo los hombros
ante su muda pregunta. No tengo ni idea de qué quieren de mí o a quién
conozco que sea importante para los SWAT, pero haré todo lo posible por
impresionarlos. No sé si eso me dará puntos para formar parte del equipo
algún día, pero no pierdo nada por intentarlo.
―¿Qué sabe sobre Anton Takala? ―La pregunta de Jarvis me sorprende
tanto que, por un momento, permanezco muda, por lo que continúa―.
Nuestras fuentes nos han informado de que mantuvo usted una relación
sentimental con él.
―Salimos algún tiempo ―respondo, una vez repuesta―. ¿Es por el
programa de protección a testigos? ¿Le ha pasado algo?
―¿Sabe por qué lo metieron en el programa?
―Lo único que me dijo es que testificó contra un socio de sus padres y este
lo amenazó de muerte. ―Miro a ambos hombres y aunque no dicen nada,
siento que están esperando algo más de mí―. La verdad es que nuestra
relación no fue tan recíproca como a él le hubiese gustado, así que no
hablamos demasiado de su pasado en Italia. Le dije que si estaba en el
programa de protección, no debería ir contándolo tan a la ligera.
―Hizo usted bien ―Jarvis asiente.
―¿A qué viene todo esto? ―Frunzo el ceño y repito mi primera
pregunta― ¿Le ha pasado algo a Anton?
―¿Cuándo fue la última vez que habló con él? ―no responde y eso ya dice
mucho.
―Después de romper no quiso saber nada más de mí, así que me evitó el
tiempo que tardé en terminar mi curso. Regresé a Estados Unidos después y
no he vuelto a saber de él. ¿Por qué tantas preguntas sobre él? ¿Está en
peligro?
―Lo que voy a contarle a continuación es información clasificada, así que
espero que comprenda la importancia de que nada salga de aquí. ―Espera
mi confirmación y después continúa. Mis nervios están a flor de piel, así
que inspiro profundamente para relajar mi respiración y que no se note―.
Anton Takala es, en realidad, Alessandro DiLuca, hijo de Adamo DiLuca.
―El traficante de armas italiano ―susurro. He oído hablar de él.
―Exacto ―asiente―. DiLuca tenía un socio, Domenico Sartore. Juntos,
lograron hacerse con el control de la venta de armas del Mediterráneo y en
gran parte de los países islámicos. Cualquier mercancía que quisiese pasar
por su zona debía pagar arancel.
―Si lo que me dijo Anton es cierto ―Todavía no me animo a llamarlo
Alessandro―, Sartore quería traicionar a su padre y él lo delató.
―DiLuca estaba molesto con su hijo por no haberlo hablado con él en
primer lugar, pero Alessandro no parecía dispuesto a que se produjese una
matanza, así que reunió pruebas en contra de Sartore y las envió
anónimamente a la policía.
―¿Anónimamente? ―Eso no es lo que me contó―. Creía que Anton había
testificado en su contra.
―Nadie sabe cómo se enteró Sartore de que había sido él quién lo había
traicionado, pero lo supo y lo amenazó de muerte.
―Me extraña que DiLuca no haya protegido a su hijo. Con los recursos que
tiene, podría haberlo hecho desaparecer él mismo.
―Podría, pero lo había repudiado por haber hablado en primer lugar con la
policía. Ya sabe cómo funcionan las mafias y lo que piensan de los
delatores. Al no tener la protección de su padre, Alessandro se vio obligado
a confesar la verdad para pedir entrar en el programa de protección a
testigos.
Sabía que había algo más en su historia, pero nunca quise preguntar. Sé que
Anton me lo habría dicho, pero no me sentía digna de ello porque no podía
entregarle tanto de mí como me estaba dando. Fisher siempre tuvo mi
corazón, así que Anton no tenía nada que hacer para conseguirlo y no me
parecía justo hacerle creer que sí.
―¿Por qué me cuentan todo esto? ―pregunto de nuevo― ¿Está bien
Anton? ¿Qué tengo que ver yo con todo eso?
Si está en el programa de protección de testigos de su país, los italianos
tendrían que hacerse cargo si le hubiese pasado algo y no los SWAT de
Estados Unidos. Entendería que algunos italianos viniesen a hablar
conmigo sobre él, pues hemos sido amigos, pero estos... no, definitivamente
aquí hay algo que no me están contando.
―DiLuca ha estado intentando expandirse al resto de Europa e incluso a
Estados Unidos, por lo que las autoridades americanas están buscando la
forma de apresarlo ―me explican, dejándome totalmente anonadada―.
Alessandro estaba dispuesto a testificar contra su padre a cambio de asilo en
nuestro país.
―¿Anton está aquí?
―Ha desaparecido ―me dice―. Y tenemos razones fehacientes para creer
que ha sido secuestrado, aunque todavía no hemos constatado si por su
padre o por Sartore.
―¿Qué? ―Aunque nunca pude amarlo como merecía, sí fue un buen
amigo en un momento de mi vida bastante difícil, así que se me para el
corazón por un segundo al imaginarlo en manos de cualquiera de los dos.
Sería cruel que Sartore hubiese dado con él después del tiempo que lleva
escondido, pero que haya sido su propio padre el que lo haya secuestrado
para matarlo... solo de pensarlo, se me revuelven las tripas.
―Necesitamos su ayuda para dar con él.
―¿Qué? ―Ahora sí que estoy sorprendida― ¿Mi ayuda? ¿Qué podría
hacer yo? No tengo ni idea de dónde buscarlo.
―Pero puede hablar con sus amigos en Finlandia. Necesitamos que alguien
de confianza les pregunte sin tener que mencionar el programa de
protección al testigo y sin desvelar su auténtica identidad. ¿Estaría dispuesta
a ayudarnos?
―Sabemos de su interés por los SWAT ―añade el rubio, que se ha
mantenido al margen hasta ahora―. Si nos ayuda con esto, lo tendríamos
muy en cuenta a la hora de presentar su solicitud en nuestro departamento
en el futuro.
Ni siquiera sé cómo han podido averiguar que me interesa ingresar en los
SWAT en el futuro, pero no es en eso en lo que estoy pensando ahora
mismo, sino en todas las posibilidades de esta oportunidad que me están
brindando. Tanto las buenas como las malas. Si lo hago bien, podría tenerlo
más fácil para entrar en los SWAT pero, si fracaso, estoy segura de que se
cerrarían todas las puertas. No me lo dicen, pero es así como lo siento. Sé
que no me impedirán realizar las pruebas, pero para lograrlo tendría que
esforzarme mucho más que los demás porque tendría una mancha en mi
currículo.
Los dos SWAT esperan pacientemente mi respuesta y temo que si les pido
más tiempo, se lo tomen como una negativa, así que decido lanzarme de
cabeza en esta nueva aventura. El miedo no ha formado parte de mi vida
jamás y no pretendo dejarle entrar ahora, precisamente. ¿Qué sale mal? Ya
lo arreglaré cuando sea necesario. No me rendiré, en eso soy como los
SEAL.
―¿Cuándo empezamos?
CAPÍTULO 6
―No lo entiendo. ―West no parece muy conforme con lo que le he dicho y
no puedo culparlo. Es tan inoportuno, tan imprevisto, que hasta me cuesta
procesarlo a mí. Debo admitir que estuve a punto de no aceptar, pero Anton
no se merece que le pase nada malo después de que se encontrase lejos de
su familia por hacer lo correcto. Si puedo ayudar, aunque sea hablando con
nuestros amigos, lo haré, incluso si creo que es perder el tiempo, porque
dudo que les haya hablado de su pasado. Creo que a mí me lo dijo porque
intentaba impresionarme, o llamar mi atención; no tengo claras sus razones,
pero sé que esperaba que saliese con él después de confesarme que estaba
en el programa de protección al testigo. Quizá porque le había hablado
antes de mi padre y su equipo SEAL.
―Serán un par de semanas ―le digo―. Incluso menos, si consigo la
información que están buscando. O si no la consigo, que me da que será lo
más probable porque dudo que Anton hablase con alguien más de su
situación.
Sé que me han pedido que no hable con nadie de esto, pero no he podido
callar con West. Solo le he contado algo por encima. No le he dicho quién
es realmente Anton ni de qué familia proviene, pero intuirá que es peligroso
al decirle lo del programa de protección. Con eso le basta para saber qué
puede salir mal. Aun así, no me retractaré de mi decisión.
―Eso es lo que no entiendo ―insiste―. Si solo lo sabías tú, no sé por qué
tienes que volver a Finlandia a indagar entre vuestros amigos. No vas a
encontrar nada útil.
―Eso no lo sabes, West. Tengo que intentarlo al menos, se lo debo a Anton.
―Ese tío se movía entre gente peligrosa, no le debes nada.
―Anton intentaba hacer lo correcto, no puedo darle la espalda. Además, si
me asustase el peligro ―constato―, no me habría hecho policía. Esta es
una gran oportunidad para mí, West. Ya sabes que mi meta final son los
SWAT, si los impresiono ahora podría serme de ayuda a la hora de ingresar
en el departamento cuando tenga la experiencia necesaria. No puedo dejarlo
pasar sin más porque sé que me arrepentiría el resto de mi vida.
―Ten cuidado. ―Parece que se da por vencido al mencionarle a los SWAT.
Sabe cuánto deseo ser una de ellos.
―Solo lamento no poder estar aquí contigo para resolver el caso del
Monticello.
―No te preocupes ―sonríe―. Me las arreglaré sin ti unos días. Además,
he estado investigando las cuentas de ambos hombres y está claro que
tienen algo que ver ambos. Mañana hablaré con los dos y sabré qué
chanchullos se traen entre manos. Tú solo vuelve cuanto antes.
―Lo haré ―le prometo y, sin que se lo espere, lo abrazo a modo de
despedida.
Los SWAT tenían prisa por marcharse, pero no iba a largarme sin hablar
antes con él. O con mis padres. Tienen derecho a saber lo que voy a hacer y,
aunque el tiempo es crucial, no me iré hasta que hable con ellos. Les
aseguré que no habría más secretos entre nosotros y así será.
―Nos vemos en el aeropuerto en dos horas ―les prometo antes de tomar
caminos distintos.
―Ni un minuto más ―me advierte Jarvis cuando ya me alejo. En ocasiones
me recuerda a mi padre; severo, pero a la vez flexible. Me consta que no es
fácil mantener ese equilibrio cuando tienes a otras personas a tu cargo. Si
eres intransigente, podrían rebelarse y, si les das libertad, podrían no
obedecerte cuando fuese necesario.
Neve se sorprende al verme, pues ahora no suelo venir a verlos durante la
semana por el trabajo, pero me recibe con un fuerte abrazo que me dice que
me echa de menos. Sé que para ellos fue un poco repentino que decidiese
mudarme al piso de Fisher, pero hacía tiempo que estaba pensando en
buscar algo propio y su casa me pareció un buen lugar, ahora que somos
pareja. A mi padre no le hizo gracia, pero se conformó con amenazar a
Fisher con cortársela si aparezco con un bebé en los próximos años. No lo
dijo exactamente así pero, incluso en su sutileza, entendimos perfectamente
su significado. Claro que Fisher no tuvo tiempo para nada, ni siquiera para
ayudarme con la mudanza, porque salieron del país al día siguiente. Dios,
cómo lo echo de menos.
―Menuda sorpresa. ―Mi padre está sentado en el sofá y tienen una
película pausada en la televisión.
―Os he cortado el rollo ―digo, sentándome junto a él. Les robo un puñado
de palomitas de maíz y las meto en la boca todas juntas. Entre el largo viaje
de ida y vuelta, la charla con los SWAT y después con West, se me ha
pasado la hora de la cena y tengo un hambre voraz.
―¿Pasa algo malo? ―Como siempre, mi padre es muy intuitivo. Recuerdo
que eso me molestaba mucho cuando era más pequeña porque siempre
sabía cuando había hecho algo malo. Es difícil escapar de una mente
inquisidora como la suya y lo demostró al intuir que había algo entre Fisher
y yo antes de que lo dijésemos. Pocas cosas habrá que no sepa.
―Depende de cómo lo mires. ―No sé cómo se lo tomarán, pero sé que
aunque no les guste, lo haré igual. Solo que preferiría que mi padre me
diese el visto bueno.
―Los rodeos nunca han sido lo tuyo, Joy ―me anima a hablar― ¿Qué
sucede?
―Esta tarde-noche, al volver a la comisaría de investigar un caso ―Tiene
razón, jamás he sido de las que se callan las cosas. Salvo lo que sentía por
Fisher―, dos miembros de un equipo SWAT me estaba esperando en el
despacho del comisario y...
―¿Qué has hecho ahora, hija? ―me interrumpe y claramente noto
diversión en su voz.
―Nada, papá ―le digo en el mismo tono que usaba cuando me acusaba de
algo de pequeña, solo que por aquel entonces, solía tener razón él―.
¿Recuerdas que Anton estaba en el programa de protección al testigo? Pues
ha desaparecido y me han pedido que vaya a Finlandia a hablar con los
amigos que teníamos en común por si puedo averiguar algo.
―¿Qué tiene que ver Anton con los SWAT? Deberían ser los finlandeses
quienes se ocupasen.
―No puedo hablar mucho de ello ―le explico―, pero al parecer Anton
pidió asilo en Estados Unidos y pensaban concedérselo antes de que alguien
lo secuestrase.
―Suena peligroso ―susurra Neve.
―No más que mi día a día ―le resto importancia. Aunque no me habría
importado darle detalles sobre Anton a mi padre, nunca lo haría delante de
Neve para no preocuparla más.
―¿Cuándo te vas? ―Mi padre sabe que no he venido a pedirle consejo y
solo por eso, lo quiero más si cabe.
―Querían estar ya de camino, pero me negué a marcharme sin despedirme
de vosotros. Una llamada de teléfono no me parecía correcto.
―Es bueno que vean ahora que tienes carácter ―Mi padre lo da por bien
hecho― para que sepan qué esperar cuando ingreses.
Aunque sé que le disgustó descubrir mis planes de futuro, jamás dudó de
que lo fuese a conseguir y siempre habla del tema como algo ya hecho. La
confianza de mi padre en mí es lo que me ha impulsado toda mi vida a no
rendirme. Se lo debo todo.
―Tengo que irme ―Miro el reloj y veo que el tiempo ha pasado en un
suspiro― o no llegaré a la hora establecida.
―Ten cuidado. ―Neve me abraza.
―Demuéstrales lo que vales ―El abrazo de mi padre me infunde
determinación―, pero no te arriesgues sin motivo. Los héroes no viven
mucho tiempo.
Antes de irme, subo al cuarto de Hope y le dejo un beso en la frente. No
quiero despertarla porque mañana tiene clases, pero necesitaba despedirme
de ella también, aunque sea de un modo silencioso. Espero volver en un par
de semanas como muy tarde, pero siento que si no lo hago, no sería lo
mismo. Desde que volví de Finlandia no me he vuelto a separar de ellos y
esto se siente como un nuevo adiós por muy poco tiempo que vaya a pasar
allí.
―¿Si hablas con los muchachos, le dirás a Biff lo que pasa? ―le pido a mi
padre―. No quiero que se preocupe si intenta contactarme y no puede. Mi
teléfono no funcionará en Finlandia.
―Se lo diré ―asiente. Me abraza de nuevo―. No puedo creer que ya te
hayas hecho tan mayor. ¿Cómo ha pasado tan rápido?
―Pues tú sigues igual de bien que siempre. ―Me niego a pensar que mi
padre se esté haciendo viejo.
―Ve. ―Me libera―. No llegues tarde.
―Nos vemos pronto ―le sonrío―. Ten la barbacoa preparada.
―Siempre lo está. ―Me devuelve el gesto. Aunque no vuelvo la mirada, sé
que está en la puerta mientras me alejo de la casa en la que me crié. Esto se
siente como un gran paso.
Cuando llego al aeropuerto, después de pasar por casa a recoger algunas
cosas para el viaje, me están esperando, pero al menos no me he retrasado
porque todavía faltan diez minutos para la hora propuesta. Jarvis y Knowles
me saludan moviendo la cabeza y me preceden hacia el interior del avión.
―¿Nos dirigimos a Finlandia? ―pregunto, una vez sentada y con el
cinturón sujeto. Sé que los SWAT operan en grupos de cinco hombres, así
que me faltan todavía tres por conocer.
―El resto del equipo ya nos espera allí ―asiente Jarvis.
―¿Qué habría pasado si me hubiese negado a ir con vosotros? ―No sé
cómo interpretar que hayan enviado al resto del equipo por delante.
―Que habríamos tenido que sacarles la información de una manera menos
discreta. ―El rubio se encoje de hombros al decirlo. Después inclina el
asiento hacia atrás y se dispone a dormir. El vuelo es largo, así que todos
deberíamos hacer lo mismo, pero siento tanta curiosidad que no sé si podré
hacerlo.
―El tiempo juega en nuestra contra ―me explica Jarvis―, así que
debemos usar todos los recursos que tengamos a mano. Si no nos hubieses
ayudado, tendríamos que informar del secuestro y hablar con sus amigos
como si se tratase de una investigación rutinaria. Contigo en el equipo
podemos guardarnos lo del secuestro por el momento. Cuanta menos gente
lo sepa por el momento, mejor para Alessandro.
―Si lo ha encontrado Sartore, es posible que ya esté muerto. ― No quiero
pensar en tal posibilidad, pero no podemos descartarla.
―Esperemos que haya sido su padre ―dice Jarvis, pero después de un
segundo en silencio, continúa hablando―. Aunque dudo que estuviese en
una mejor situación con él. DiLuca no tiene una gran reputación y si ya ha
repudiado a su hijo una vez, no creo que le importe demasiado acabara con
su vida si cree que lo quiere traicionar de nuevo.
―¿De cuánto tiempo disponemos?
―Poco ―niega―. Te hemos ofrecido un par de semanas, pero no creo que
dispongamos de tanto tiempo. Días, tal vez.
―Eso pensaba. ―No me pasa desapercibido que ha empezado a tutearme y
decido que haré lo mismo―. Haré lo que pueda para encontrar cualquier
pista que nos lleve a él.
―Es necesario ser rápidos, Anderson, o perderemos a la mejor baza para
evitar que se expandan.
No me gusta que llame baza a Anton, pero sé que tiene razón. Si muere,
nadie frenará a DiLuca y no necesitamos más traficantes de armas en este
país. Tenemos que encontrar a Anton con vida.
―Necesitaré un teléfono finlandés ―digo―. Tendré que hacer algunas
llamadas nada más aterrizar para organizar una reunión. No prometo que
consigamos nada, pero haré lo imposible para encontrar datos que nos
ayuden.
―Cualquier cosa que nos indique cuáles fueron sus últimos movimientos
estará bien. Si sabemos por dónde empezar a buscar, todo será más rápido.
―¿Con qué información contamos?
―No hay mucho que te pueda decir. Estábamos preparando el encuentro
con él para traerlo a Estados Unidos y no se presentó. Enviaron a un equipo
a buscarlo y su apartamento estaba revuelto. Había señales de lucha, pero
sin rastro de sangre por lo que pensamos que se trataba de un secuestro.
Han pasado 36 horas desde entonces y el tiempo corre.
―Si lo querían muerto, lo habrían hecho en su apartamento ― aventuro―.
Podrían haber fingido un intento de robo. Que se lo hayan llevado puede
significar que lo quieren vivo y eso nos da algo más de tiempo.
―En eso nos escudamos ―asiente―. Pero si lo que pretenden es torturarlo,
tampoco nos conviene. Puede que decida no testificar en contra de su padre.
La única opción posible es rescatarlo cuanto antes.
―Seré lo más rápida que pueda ―le aseguro.
―Descansemos ―dice colocando el asiento para dormir―. En cuanto
aterricemos, no tendremos tiempo.
Intento dormir, pero lo único que consigo es ver en mi cabeza los recuerdos
que guardo de Anton. Se repiten una y otra vez, como si así pudiese
cambiar alguno, como si así hubiese podido hacer algo más para que no
acabase siendo secuestrado. Sé que no es culpa mía, pero no puedo evitar
pensar que si le hubiese escuchado con más atención, las cosas serían
diferentes ahora.
Al bajar del avión estoy más cansada de lo que me gustaría, pero no me
permito demostrarlo porque tenemos mucho trabajo por delante. Un coche
negro de cristales tintados nos está esperando y subimos sin hablar. Imagino
que nos están llevando junto al resto del equipo y, por un segundo, me
siento ansiosa por llegar y conocerlos. Voy a trabajar con un equipo SWAT
y eso es más de lo que nunca imaginé que pasaría a estas alturas de mi vida.
Sé que solo quieren que haga algunas preguntas, pero necesito
impresionarlos. Tengo que demostrarles que seré una gran aportación a su
departamento en el futuro. Sea como sea, necesito que me recuerden para
que cuando pueda presentarme a las pruebas, me tengan en cuenta.
CAPÍTULO 7

―¿Por qué ella? No lo entiendo. ¿Qué tiene ya que ver con todo eso?
Las últimas semanas del despliegue no se nos permitió comunicarnos con
nadie, así que cuando llegamos a Estados Unidos no podía imaginarme que
encontraría una nota de Joy en casa explicándome con prisas que se
marchaba a Finlandia y que esperaba regresar antes de que yo volviese del
extranjero. Está claro que no ha sido así y, por eso, estoy ahora en casa de
Hank, intentando aclarar un poco más el asunto.
―Por su relación con Anton ―me explica.
―Relación que ya no existe ―le recuerdo sin dejarle terminar―. Para
empezar, ella ni siquiera debería haber sabido que estaba en el programa de
protección a testigos. Se supone que esas cosas han de ser secretas y ese tío
se ha dedicado a pregonarlo por ahí. Se ha buscado los problemas él solito y
ahora quieren que Joy lo solucione.
―Estoy de acuerdo contigo, Fisher, pero el muchacho ha desaparecido sin
dejar señal y necesitan encontrarlo rápido para que no le pase nada.
―¿Por qué los SWAT? ¿Qué tiene ese tío que ver con América?
―Pidió asilo aquí a cambio de información sobre su padre.
―Y ahora se ha metido en la boca del lobo para intentar salvar a un tipo
que no ha sabido mantener su propia boca cerrada.
―Puede que Joy aceptase por Anton, pero en el fondo, lo que más la
motiva es colaborar con los SWAT.
Guardo silencio durante un instante pensando en ello. Sé que tiene razón,
pero todo este asunto me da muy mala espina y no tiene nada que ver con
que Joy haya ido a ayudar a su ex. Nunca me ha gustado Anton y, ahora que
sé lo que está pasando, lo quiero tan lejos de mi novia como sea posible. No
me preocupa que pueda querer volver con ella porque estoy muy seguro de
nuestra relación, pero sé que Anton le traerá problemas. Joy es incapaz de
abandonar a alguien en apuros, así que se lo tomará como algo personal. Sé
que no volverá hasta que den con él.
―Supongo que tienes razón. ―Me levanto con un plan ya en mente―. Te
dejo, jefe. Sé que me has echado de menos, pero no quiero que el resto del
equipo se cele por haber sido el primero al que recibes.
―Guardaremos el secreto. ―Hank me sonríe, aunque creo que no lo he
engañado ni un poquito.
―Nos vemos ―me despido de él, pero cuando ya estoy saliendo por la
puerta, me hace saber que no soy tan bueno como creía despistándolo.
―Tráela de vuelta, hijo.
―Lo haré ―le prometo.
No pretendía decirle nada a los muchachos, pero hemos quedado en el
Groovy's y no quiero faltar a la cita, así que nada más verme, saben que
planeo algo. Les cuento lo poco que sé del asunto y DK se ofrece a
conseguirme un vuelo directo para esta misma noche.
―Podemos ir contigo, si quieres ―se apunta Loman.
―No ―niego―. Habéis estado lejos de casa demasiado tiempo. Además,
no creo que me quede mucho rato allí. Si Joy solo ha ido para hablar con
sus antiguos compañeros, dudo que necesite más de un par de días para eso,
así que podré volver con ella sin mayor problema.
―Pero lleva casi una semana ―constata Harper.
―Por eso ―la señalo― sé que ha querido quedarse para ayudar a los
SWAT.
―Pero la traerás de vuelta ―aventura DK.
―O me quedaré con ella para asegurarme de que no se mete en líos
innecesarios. ―Tampoco quiero que pierda la oportunidad de colaborar con
los SWAT cuando sé que ese es su sueño.
―Di más bien que te meterás en líos innecesarios con ella ―ríe Loman.
―Todo es posible ―le sonrío de vuelta―. Pero ahora mismo me interesa
más verla para comprobar que está bien. El jefe no ha tenido noticias suyas
desde que llegó a Finlandia y la excusa del teléfono que no funciona, no me
sirve. De querer hablar con él, lo habría hecho.
―¿Estás seguro de que no quieres que te acompañemos? ―es Archer quien
habla ahora.
―Segurísimo, cuñado ―asiento―. Solo estoy siendo un novio paranoico.
―Después del tiempo que llevas queriendo estar con ella, no me extraña.
―Doc me apoya―. Yo estaría igual.
―En tu caso es diferente ―me burlo―. A ti ninguna te quería más allá de
ser su paño de lágrimas. Fawn es la única que te vio como buen material de
cama.
―Ríete, pero volvería a pasar por eso si Fawn es mi recompensa.
―Eres todo un romántico, doctorcito. ―Intento acariciarle una mejilla,
pero se aleja.
―Tu vuelo sale en cinco horas. ―DK ha estado mirando su teléfono todo
este tiempo y ahora sé por qué. No sé cómo lo hace, pero es un máquina
con la tecnología―. Deberías hacer ya las maletas.
―¿Tanto te molesta mi presencia que ya quieres echarme? ― sonrío.
―Trae a Joy de vuelta para que podamos dejar de oírte llorar por ella ―se
burla.
―Oh, ya veo ―asiento―. Pretendes cobrarte todas las que yo te he hecho,
¿no es así?
―Tenemos muchas que cobrarnos ―dice Simmons―. Has sido bastante
insoportable todos estos años.
―Pero si me adoráis tal y como soy. ―Muevo las pestañas tan rápido como
puedo e inclino la cabeza a un lado para fingir que soy más santo de lo que
me siento en realidad.
―Nadie está poniendo eso en duda ―dice Loman―, pero ahora podemos
vengarnos y no lo desaprovecharemos.
―Al menos yo no me casaré en secreto cuando decida hacerlo.
―Eso, tú sigue machacándome con la boda porque sabes que no tienes
nada más que echarme en cara ―se ríe―. Pero ya nos aseguraremos de que
caigas tú con otra cosa, Suicida.
―No podréis conmigo ―Me levanto y dejo un billete en la mesa para
pagar la ronda de cervezas―, pero ahora mismo tengo que irme, así que lo
dejamos para mi regreso.
―Huye, cobarde ―Loman ríe al mismo tiempo que grita las palabras y yo
hago uso del dedo que más le gusta a mi hermana para responderle.
Si solo tengo cinco horas antes del vuelo, debo darme prisa porque dos de
ellas las tengo que pasar en el aeropuerto. No es que necesite gran cosa
porque no espero pasar allí muchos días, pero siempre pueden surgir
imprevistos, así que meteré alguna prenda de más. Suerte que el pasaporte
siempre lo tengo actualizado por mi trabajo. Cuando estoy bajando con las
maletas, alguien abre la puerta del edificio para mí y aunque no lo miro en
un primer momento, su calzado me suena tanto, que levanto la mirada
después de darle las gracias por sostener la puerta para mí.
―¿DK, qué haces aquí?
―Tengo algo para ti ―dice mientras me acompaña al coche―. Te llevo y
así puedes mirarlo por el camino.
―Me ahorras pagar el aparcamiento en el aeropuerto ―se lo agradezco.
―Y creo que lo que te traigo te interesará bastante ―me explica ―.
Cuando Joy trajo a Anton por primera vez, no me dio muy buena sensación,
así que me propuse investigarlo por mi cuenta. En aquel momento hubo
complicaciones y no pude profundizar en el asunto. Después, como Joy
rompió con él, lo dejé estar. Pero cuando nos contaste lo que estaba
pasando, decidí que ya era hora de averiguar lo que ocultaba ese muchacho.
―Alessandro DiLuca ―murmuro―. DiLuca, DiLuca... Me suena mucho.
¿Ese no es el traficante de armas italiano?
―El mismo.
Hemos oído hablar de él porque opera en muchos de los países en los que
hemos estado desplegados. No es un buen tipo y su socio es todavía peor.
Sartore pretendía expandir el negocio vendiendo armas biológicas también
y, cuando DiLuca se negó, quiso traicionarlo para quedarse con todo. No
tenía ni idea de que el hijo de DiLuca hubiese sido el que lo llevó a la cárcel
y, menos aún, que Anton era ese hijo.
―Debería haberlo investigado en su momento ―se lamenta DK ―.
Podríamos haber evitado que Joy se involucrase con él.
―Joy habría hecho lo que le hubiese dado la gana ―niego.
―Pero de saber que era Alessandro DiLuca se habría alejado. No es un
nombre que quieras que se relacione con el tuyo…
―Joy es la patrona de las causas perdidas ―lo detengo―. Ha tenido un
buen ejemplo en casa de cómo preocuparse por los demás, así que habría
intentado salvarlo de sí mismo. Me alegro de que no supiese quién era hasta
ahora o tal vez nunca habría roto con él, por las razones equivocadas.
―Si está allí es porque ya sabe la verdad ―constata― ¿Piensas que hará
mucho más que preguntar a sus compañeros por él?
―¿Por qué crees que voy camino de Finlandia? Cuando se trata de ayudar a
los demás, Joy suele olvidarse de sí misma. Y con los SWAT de por
medio...
No es necesario que termine la frase porque se sobreentiende. Joy intentará
impresionarlos ayudando en más de lo que le corresponde y no digo que no
esté orgulloso de ella por ser como es pero, en este caso, podría resultar
bastante peligroso. Conozco la reputación de DiLuca y, bueno, no es la
mejor del mundo. Y si hablamos de Sartore la cosa se pone peor, así que
tengo que llevarme a Joy de allí cuanto antes, aunque me odie por ello. La
prefiero a salvo y enfadada, que en peligro a dos bandas. No hay más
vueltas que darle al asunto.
―¿La traerás de vuelta o te meterás en líos con ella? ―la pregunta de DK
me saca de mis cavilaciones y lo miro como si se hubiese vuelto loco―. No
me mires así, Fisher, no te has ganado tu apodo por ser un angelito. Sé lo
que sientes por Joy, así que he de suponer que no le costaría mucho
convencerte para que te quedes también.
―Por mucho que la ame, no pienso ponerla en peligro solo para hacerla
feliz. Soy un Suicida para muchas cosas, DK, pero no para Joy.
―Si nos necesitas ―dice después―, solo tienes que llamar.
―Lo sé. ―Por una vez, no me apetece bromear, lo que no dice nada bueno
de la situación. Siento que algo malo va a pasar y no suelo equivocarme con
mis presentimientos―. Ten el teléfono a mano siempre, amigo.
Esto último se lo digo cuando ya me estoy bajando del coche. Recojo mis
dos bolsas de viaje del maletero del coche y alzo una mano a modo de
despedida para que DK sepa que ya se puede ir. Tiene varios coches detrás
esperando para dejar a los viajeros, así que mejor que no se impacienten.
Me llevo conmigo el informe que me ha traído y lo estudio mientras espero
a embarcar. Quiero saberlo todo sobre Alessandro y su familia. Por suerte,
DK es muy aplicado y no se ha dejado ni un solo detalle, por insignificante
que pareciese. Incluso ha añadido una hoja sobre Sartore, que acaba de salir
de la cárcel no hace ni dos meses. Alessandro está jodido tanto si lo ha
secuestrado su padre como su exsocio. Ambos tienen razones válidas para
querer deshacerse de él y me temo que cuanto más tiempo pase, menos
posibilidades tienen de encontrarlo con vida. Creo que esa es la razón por la
que Joy no ha regresado todavía.
―Mierda. ―Me paso la mano por el rostro, con frustración, al comprender
que será muy difícil convencerla de que regrese conmigo. Y aunque mi
intención es esa, estoy seguro de que será más fácil que ella me enrede en
este asunto a que yo la saque de él. Con el historial de Alessandro y las
pocas posibilidades que tiene de salir con vida de su situación, el tiempo es
crucial y toda la ayuda será poca― ¿Quién me mandaría a mí enamorarme
de una mujer como Joy?
Pero aunque me queje de su generosidad para con el resto del mundo, no la
cambiaría por nada del mundo. Joy es lo mejor que me ha pasado en la vida
y no estoy dispuesto a renunciar a ella, pero tampoco quiero convertirla en
lo que no es. Intentaré que vuelva a Estados Unidos conmigo, pero si se
empeña en quedarse, no estará sola. He esperado muchos años para poder
decirle que la amo, así que se lo demostraré también con mis actos y no
solo con palabras. Pase lo que pase, me tendrá a su lado. Y ya se pueden ir
riendo mis compañeros de mí porque me va a importar una mierda. En el
fondo, me merezco sus burlas porque yo los he estado machacando con sus
enamoramientos cada vez que caían por alguien. Ahora es mi turno y lo
soportaré con entereza siempre que la recompensa sea Joy.
CAPÍTULO 8

Tres días antes


―Nadie sabe nada ―me siento tan frustrada. Sabía que no sería fácil
porque intuía que Anton no hablaría de su situación con nadie más, pero
pensé que tal vez alguien habría visto o notado algo raro en los días previos
a su desaparición. En cambio, lo que he podido averiguar sin despertar
sospechas es que todos creen que Anton volvió a su país después de
terminar los estudios, tal y como hice yo―. Ni siquiera han notado que se
comportase de forma extraña antes de desaparecer.
―¿A nadie le ha sorprendido de que se marchase sin más? ― pregunta
Jarvis―. Alguien ha tenido que sospechar que le había pasado algo.
―Al parecer, llevaba semanas hablando de irse. ―Me encojo de
hombros―. Incluso se juntaron en el bar de siempre, a modo de despedida.
A nadie le extrañó no volver a verlo por ningún lado. Están convencidos de
que ha vuelto a casa y no he querido desmentirlo por el momento.
―Has hecho lo correcto, pero sigo pensando que hay algo que no va bien
―dice Knowles―. Incluso si les había hecho creer que volvería a Italia, no
puede ser que nadie sospechase nada al ver que desaparecía sin más, de un
día para otro. O que no lo viesen nervioso. Se estuvo comunicando con
nosotros todos los días al menos durante una semana. Alguien tuvo que
notarlo.
―Y si creía que lo habían encontrado ―añade Downer―, estaría más
nervioso todavía. Ese no es un comportamiento que se tape fácilmente.
Adrien Downer es uno de los miembros de la unidad SWAT de Jarvis. Nada
más conocerlo, sentí que conectaba con él, incluso con la diferencia de edad
que nos separa. Y no se trata de su aspecto, pues es bastante del montón con
su cabello castaño rizo y sus ojos color avellana. Se trata de su habilidad
para saber escuchar. Es muy fácil hablar con él porque siempre tiene una
sonrisa amable para todos y su mirada transmite serenidad, invita a contarle
cualquier cosa. No me sorprendió cuando supe que era el experto en
negociación.
Desde luego, Martin Combs no podría serlo. Es rudo y machista. Un
misógino como nunca vi. Cuando nos presentaron, ni siquiera me miró.
Alzó la cabeza unos centímetros desde donde estaba sentado, porque
tampoco se molestó en levantarse, y siguió con su arma como si nada,
limpiándola. No hemos hablado mucho, pero no me gusta su actitud. Y aún
menos cómo trata Dale, el quinto de la unidad. Lo disfraza de bromas entre
colegas, pero son ataques disimulados hacia él porque es negro. No
entiendo cómo han podido permitir a un racista tan obvio, acceder a un
puesto como el que tiene. Si alguien me dijese que se negó a rescatar a
cualquier rehén que no fuese blanco, me lo creería. O a una mujer, porque
con lo poco que ha dicho, me ha quedado claro que solo nos considera un
entretenimiento en la cama. Por suerte, apenas me habla o habríamos tenido
problemas y los de su equipo acabarían teniendo una mala opinión sobre
mí.
―Siempre cabe la posibilidad de que nadie lo haya secuestrado.
―Venga, Chess. ―Knowles lo mira con fastidio―. No me digas que sigues
pensando en eso. Es una puta locura lo que insinúas. Además, ¿cómo lo
haría? ¿Con qué medios?
―Si mi padre mafioso cabreado y su exsocio traicionero me estuviesen
buscando, yo también querría desaparecer ―dice Dale ―. Y no se
necesitan muchos medios para hacerlo, solo conocer a la gente adecuada.
¿No crees que siendo quién es, no conoce a la gente adecuada?
―Le faltaría el dinero para pagar a la gente adecuada ―señala Jarvis.
―Ese tío debe tener sus propias cuentas secretas.
Dale es el cerebrito de la unidad. Entrégale cualquier aparato electrónico,
arma antigua o sofisticada, vehículo de agua, tierra o aire... y sabrá usarlos.
Llevo poco más de tres días con ellos, pero ya he podido comprobar lo
increíble que es su mente prodigiosa. Me encantaría que Cornell, DK y él
mantuviesen una conversación algún día. Seguramente no me enteraría de
nada, pero sería digno de ver. Se llama Chester, pero el resto le llama Chess.
No solo es un diminutivo de su nombre, sino que además, hace referencia al
ajedrez, juego que se le da de lujo, al parecer. Y no me sorprende.
―Los tuyos siempre pensando en huir y esconderse, ¿eh, Dale? ―odio
cuando Combs hace referencias de ese tipo. Es como si quisiese decirle a la
cara a Dale que no merece más que seguir siendo un esclavo. Me dan ganas
de callarlo de un puñetazo, pero eso no me dejaría en muy buen lugar con
los SWAT y mi intención es impresionarlos a todos. Excepto quizá a
Combs―. Pero los italianos siempre han tenido los huevos como pelotas de
grandes. Ese DiLuca no se escondería.
―Estoy de acuerdo con Combs en algo. ―Jarvis suele ignorar las
brutalidades que suelta para no crear tensión en la unidad, pero sé que
tampoco le gusta cómo habla―. DiLuca no se escondería. Al menos, no
ahora que estamos aquí. Faltaban solo 24 horas para la reunión, no tenía por
qué huir cuando estaba a punto de ser trasladado a Estados Unidos. No tiene
sentido que se quiera esconder de nosotros también.
―Si lo hubiesen encontrado su padre o Sartore, estaría muerto ya ―insiste
Chess―. Y tendríamos que sacar su cadáver del agua o de algún vertedero.
Si no creéis que se ha escondido, entonces tenemos que hablar con las
autoridades finlandesas para que inicien un dispositivo de búsqueda.
―No perdemos nada por intentarlo. ―Estoy con él en cuanto a buscar su
cadáver, aunque mi esperanza es que no den con él, porque eso significará
que sigue vivo―. Y si está escondido, si se entera de que lo estamos
buscando, tal vez decida contactar con nosotros para organizar una nueva
reunión.
―Contigo no hará nada, guapa ―me dice Combs de forma despectiva―.
No formas parte de la unidad.
―Pero a mí me conoce ―le espeto― y confía en mí. Tengo más
posibilidades de que me busque a mí que todos vosotros juntos.
No quiero enfrentarme a él, pero a veces me supera su imbecilidad. No sé
cómo pueden soportarlo, la verdad. Yo ya me habría peleado con él unas
cuantas veces si estuviésemos en el mismo equipo a diario. No soy de las
que cierran los ojos y fingen que algo no está pasando. Supongo que tiene
mucho que ver con el equipo que forman los muchachos, o debería decir la
familia, porque eso son en realidad. Siempre se están gastando bromas, pero
jamás he visto faltas de respeto hacia los demás en ellas, cosa que Combs
borda a la perfección.
―No te vengas arriba, niña ―me dice―. Que te hayan traído para que
hables con adolescentes como tú, no te hace parte de esta unidad. Aquí los
expertos somos nosotros y seremos los que decidamos lo que hay que hacer.
―Pero yo soy la que os puede dar la información que necesitáis. ―Ya no
me puedo callar―. ¿En qué te convierte eso? En un...
―Vamos a dejarlo por hoy ―Jarvis interviene en el momento justo para
que la cosa no vaya a más, como siempre―. Si por la mañana seguimos sin
saber nada de DiLuca, daremos aviso a las autoridades para que inicien el
protocolo de búsqueda. Ya nos inventaremos algo para no levantar
sospechas.
Chess se acerca a mí y me mira. Nos vamos rezagando hasta que nos
quedamos solos en la sala donde nos reunimos. No ha dicho nada, pero su
actitud me ha dejado claro que quiere hablarme en privado.
―Combs es un tipo difícil. ―Diría que no me lo esperaba, pero mentiría.
―Es un imbécil ―remato.
―También ―sonríe―, pero es un gran profesional y sabe lo que hace. Por
muy racista o machista que sea, sabes que siempre podrás contar con él
cuando las cosas se pongan feas.
―Pero eso no compensa los insultos velados ni el mal trato que te da.
―A veces hay que trabajar con lo que te toca y no con lo que te gustaría
tener.
―Supongo que tienes razón ―suspiro―, pero es que veo cuán unidos que
están mi novio y sus compañeros y... no me cabe en la cabeza que no pase
lo mismo en los demás equipos. Deberíais ser como una familia y Combs lo
está impidiendo.
―No tanto ―sonríe de nuevo―. Es posible que no lo invitemos a todas las
reuniones que hacemos fuera del trabajo, para estar tranquilos.
―Y él siempre será el eslabón más débil de la cadena ―constato ―, por
muy bueno que sea en su trabajo.
―Tenemos un alto porcentaje de éxito ―Eleva una ceja ante mis palabras.
No se ha ofendido, pero le ha sorprendido lo que he dicho―, incluso con
ese eslabón débil.
―Pues espero que podáis encontrar a Ant... Alessandro, porque estoy muy
preocupada por él. Tanto si lo han secuestrado como si se ha escondido al
saber que lo buscaban, corre peligro.
―No eres la única que se preocupa. ―Ahora está frunciendo el ceño―. Su
padre es una amenaza para Estados Unidos y Sartore podría serlo también
ahora que ha salido de la cárcel, así que Alessandro es la clave para acabar
de una vez por todas con los dos, pero si no aparece... ¿Sabes por qué me
empeño en creer en mi teoría?
―Porque si está escondido, está relativamente a salvo mientras no den con
él ―respondo, segura de que he acertado.
―Exacto. Y sé que me agarro a un clavo ardiendo, pero no haber
encontrado su cuerpo todavía me da esperanzas. El muchacho no ha podido
elegir a su familia y por eso merece tener una vida mejor que la que le
esperaría siendo hijo de DiLuca. Ha sido muy valiente al enfrentarse a ellos
para intentar hacer lo correcto, no merece acabar muerto por ello.
―Esta noche intentaré colarme en su residencia ―le informo. Con la
discusión con Combs, no he podido contárselo al resto―. Si averiguo algo,
os lo haré saber.
―Y si no, daremos parte a las autoridades de su desaparición para que
empiecen una búsqueda oficial.
Asiento lentamente y me despido de él. El resto de la unidad está esperando
por Chess en el coche y levanto la mano para decirles adiós. Aunque me
ofrecieron una habitación en su piso, he preferido volver con mis amigas al
que compartíamos en mis días de estudiante aquí en Finlandia. Es una
forma de no llamar la atención más de la cuenta. Por ahora, se creen que me
he arrepentido de romper con Anton y que quiero encontrarlo para pedirle
que volvamos. Me da pena no poder desmentirlo porque me encantaría
hablarles de Fisher, pero es mejor así. Cuanta menos gente se involucre en
esto, menos peligroso será para todos.
Pero esta vez no volveré al piso de mis amigas, sino que pienso entrar a
hurtadillas en el de Anton. Si se ha escondido en alguna parte, espero poder
encontrar pistas allí para localizarlo. Quiero creer que ha dejado algo para
los SWAT para que lo rescaten, en caso de que no lo hayan secuestrado de
verdad, porque si no es así, me temo que será imposible encontrarlo si no
sale por su cuenta. Todavía recuerdo todos los sitios a los que me decía que
quería llevarme cuando terminásemos los estudios y por eso sé que tiene
dinero, pues lo decía con la convicción de quien puede permitírselo en
cualquier momento. Si ha decidido desaparecer en alguno de esos lugares,
podrían pasar años antes de que se sepa algo de él.
―Venga, Anton, dame algo ―susurro después de una hora buscando entre
sus cosas. El piso está demasiado ordenado, lo que me hace sospechar que
no se lo han llevado a la fuerza o, al menos, no de aquí. Pero que no falte
nada también puede ser señal de que lo han secuestrado. Si yo me estuviese
escondiendo de alguien, me llevaría lo más importante para mí y, por lo que
estoy viendo, Anton se lo ha dejado todo. Absolutamente todo.
Dos horas más tarde, cuando los bostezos ya empiezan a ser más frecuentes,
dejo lo que estoy haciendo y decido volver a casa. Es imposible que
encuentre algo en los papeles que he encontrado en su escritorio con el
sueño que tengo, así que me los llevo conmigo para revisarlos
tranquilamente en mi habitación mañana. Dejo en la mesa los apuntes de
clase, que no me dirán nada de lo que quiero saber, y me llevo las facturas y
otros papeles que todavía no he podido revisar. Acabo de descubrir que
Anton es bastante caótico en cuanto a organizarse, así que me llevará un
tiempo revisar cada papel uno a uno para no perderme nada por el camino
que me dé alguna pista de dónde puede estar. Podría volver mañana, pero
prefiero no arriesgarme a que alguien me vea entrando en su apartamento y
llamen a la policía.
Dejo la llave de repuesto en el escondite de siempre y empiezo a caminar
por el largo pasillo que me llevará hasta los ascensores. Cuando lo conocí
me preguntaba cómo podía permitirse un piso así en una urbanización como
esta estando en el programa de protección al testigo. Se supone que te
consiguen una identidad nueva y un lugar donde establecerte, pero después
tienes que valerte por ti mismo para conservar la casa y, desde luego, este
sitio es demasiado costoso para que lo hayan elegido en el programa. Fue
entonces cuando me dijo que hacía algunos trabajos en negro para ganar
dinero extra, pero que vivía de la beca de estudios que había conseguido. En
su momento no le di mucha importancia a lo que me dijo, pero sé que las
becas no son altas y yo jamás me podría permitir un lugar como este con la
mía. Así que ahora me pregunto qué clase de trabajos hacía y para quién,
para poder costearse tanto lujo. ¿Y si hay terceros implicados en su
desaparición de los que no sabemos nada? Tal vez hemos ido por el camino
equivocado y hemos estado perdiendo un tiempo valioso fijándonos en
quien no debíamos.
El ascensor tarda en abrirse y me impaciento porque estoy muy cansada.
Desde que llegué, he estado dándole vueltas a la desaparición de Anton y
apenas he dormido, lo que empiezo a notar ya. Necesito una buena cura de
sueño esta noche.
De repente, al abrirse el ascensor, veo a dos hombres de aspecto sospechoso
y me doy la vuelta, murmurando que he olvidado algo, como si hablase
conmigo misma. Mi intención es que ellos lo escuchen. Camino varios
metros en tensión, preparada para lo que pueda pasar, antes de darme la
vuelta al escuchar el sonido del ascensor cerrándose. Por suerte, no veo a
nadie detrás de mí y dejo escapar el aire que había acumulado en los
pulmones. No es que tuviese miedo pero, con todo lo que está pasando hoy
en día, una mujer nunca es lo suficientemente precavida. Y menos todavía
cuando está buscando pistas sobre alguien desaparecido misteriosamente.
Dejo pasar unos minutos antes de llamar de nuevo al ascensor, pero cuando
las puertas se abren, noto que cubren mi boca para impedirme gritar y me
empujan al interior bruscamente. Aunque intento liberarme, me tienen bien
sujeta y no lo consigo. ¿Qué demonios está pasando aquí?
CAPÍTULO 9

Mi llegada a Finlandia pasó tan desapercibida como si fuese un simple


turista más que pretende visitar el país. Incluso tomé un autobús que me
llevó a la ciudad, junto a varios de los pasajeros del avión. Nadie esperaba
por mí porque nadie sabe que estoy aquí. Nadie salvo mi equipo, claro. A
ellos no podía ocultárselo.
En un primer momento me planteé pedirle al jefe que me pasase la
dirección del piso donde vivió Joy por si se hubiese instalado en él de
nuevo pero, después de pensarlo mejor, creo que debo descartarlo. Imagino
que los SWAT querrán tenerla a mano, así que es más probable que esté con
ellos en el piso franco donde hayan elegido instalarse para la ocasión. Lo
que no tengo muy claro es si la policía finlandesa estará al tanto de lo que
está sucediendo. He de suponer que sí porque gestionaron la llegada de
Anton al país junto con la policía italiana y supongo que le harán un
seguimiento para asegurarse de que todo va bien, lo que me hace suponer
que se habrán dado cuenta de que ya no está y lo andarán buscando. Por eso
es a la comisaría a donde iré, ahora que ya me he instalado en el hotel que
me reservó DK. Este tío va más allá de la eficiencia siempre. Ten un DK en
tu vida y esta será mucho más fácil.
―Buenas tardes ―saludo nada más entrar al oficial que está en el
mostrador―. Necesito hablar de inmediato con quien esté al mando por
aquí.
No me ando con rodeos porque estoy deseando ver a Joy. No sé si para
echarle la bronca por meterse en un asunto internacional que parece oler
bastante mal o felicitarla porque ha conseguido llamar la atención de los
SWAT y eso será bueno para ella en el futuro. Lo decidiré en cuanto la vea.
―Buenas tardes ―me responde el tipo, mirándome de arriba a abajo, como
si estuviese determinando si soy persona non grata o si puede ser amable
conmigo―. ¿En qué puedo ayudarle?
―¿Eres el jefe? ―Al ver su cara de póker cuando ignoro su pregunta,
intuyo que la respuesta es no, así que continúo hablando ―. Necesito al
jefe. No hablaré con nadie más.
Veo que no le hace gracia mi insistencia, pero no me importa porque no
quiero hablar delante de todos de mi motivo para estar aquí, no sea que no
sepan nada y meta la pata hablando de Anton. Discreción, ante todo, por
más que mi apodo sea Suicida. Al final, me hace pasar al despacho del
fondo donde un hombre en sus cincuenta me invita a sentarme en una de las
sillas libres frente a su escritorio.
―Usted dirá en qué puedo ayudarle ―me anima a hablar. Este parece más
amable que el otro, pero veremos si es colaborativo también.
―No estoy seguro de que la policía de Finlandia se encargue del programa
de protección a testigos ―No sé bien cómo abordar el tema sin ir directo a
ello, así que ni lo intento―, pero...
―Aunque nos encargásemos de ello ―me interrumpe―, no es algo de lo
vaya a hablar con usted.
―No tiene por qué decírmelo pero, si es cosa suya, imagino que sabrán que
uno de sus protegidos ha desaparecido.
―¿Y por qué lo habría de saber usted y nosotros no? ―parece un poco más
alerta ahora, así que puedo imaginar que saben lo de que Anton está dentro
del programa. Ahora toca averiguar si estaban al tanto de que no está donde
lo dejaron― ¿Qué interés tiene en esa persona desaparecida?
―En esa persona en concreto ninguno, pero mi novia lo conocía y ha
venido a ayudar a encontrarlo, cosa que es muy encomiable por su parte,
pero debería dejar ese trabajo a los profesionales, que para eso estáis, digo
yo ―lo incluyo para ver cómo le afecta. Su gesto de disgusto me dice que
no le han gustado.
―¿Por qué me lo dice a mí? Habérselo impedido a ella cuando decidió
venir.
―Yo estaba fuera del país cuando ella decidió venir ―repito sus
palabras―, así que no tengo ni idea de qué estará haciendo. Lo que sé es
que deberían estar buscando al desaparecido, así que es factible que ustedes
sepan dónde localizarla.
―No pienso admitir nada ―me dice, desconfiando, aunque eso ya me
demuestra que sabe de quién hablo. Lo que todavía dudo es de si conocían
su actual situación―, pero si su novia está en esta ciudad, no tenemos
conocimiento de ello. Me temo que ha perdido el tiempo viniendo aquí.
―Sí, supongo que lo he perdido ―digo, sin hacer ningún amago de
levantarme.
―¿Algo más en lo que pueda ayudarle? ―pregunta después de unos
segundos mirándonos a los ojos.
―Ahora que lo dice... ―Me acerco a él desde mi posición―. Si un grupo
de estadounidenses hubiese venido para unirse a la búsqueda, ¿dónde cree
usted que estarían ahora mismo?
―No sé qué está pasando aquí ni qué pretende ―suena amenazante, lo que
se confirma con sus siguientes palabras―, pero es mejor que se vaya, antes
de que decida mostrarle el interior de la comisaría. Y le aseguro que no
saldrá de ella en un buen rato.
―Cuánta hostilidad. ―Me levanto porque ya tengo todo lo que necesito.
Aunque sepan que Anton ha desaparecido, no tienen ni idea de que los
SWAT están aquí―. Debería ir a clases de yoga o meditación, le harían bien
para aprender a controlar su ira.
No le dejo replicar porque que salgo de inmediato del despacho rumbo a la
calle. Aquí no conseguiré lo que quiero, así que me toca recurrir a la fuente
más fiable que existe en este mundo.
―DK, necesito tu ayuda.
―Tómate un café ―me dice después de que le explique lo que busco―.
Me llevará un par de horas.
Dicho y hecho, en menos de dos horas ya me ha encontrado una dirección.
No sé cómo coño lo hace pero, sin duda, es el mejor. Podría dominar el
mundo si se lo propusiese. Yo sería su matón, solo por puro placer.
Me cuesta un poco ubicarme y tardo otra hora en llegar al lugar. La calle
está llena de bloques de edificios de diferentes colores, bastante llamativos,
he de decir y la casa donde se supone que están los SWAT es una de las
amarillas. A simple vista no parece diferente de las demás, pero
precisamente así debe ser. Se trata de pasar desapercibidos y no llamar la
atención, sin embargo, en cuanto me acerco lo suficiente como para que mis
intenciones sean claras, no tarda en aparecer un hombre en la puerta,
fingiendo sacar la basura, para observarme. Está claro que no les interesa
que me acerque tanto a la casa, pero me importa una mierda. Si Joy está ahí
dentro, quiero verla. Y si no me lleva él al interior, ya me encargaré de
entrar por mi cuenta.
―Buenas tardes ―lo saludo de frente―. Tienes dos opciones: me dejas
entrar ahora para hablar con Joy Anderson o me pongo a gritar su nombre
en plena calle hasta que salga. Personalmente me mola mucho lo de gritar,
pero supongo que tú prefieres la discreción.
―Aquí no hay ninguna Joy Anderson ―me dice manteniendo la calma―.
Se equivoca de...
―No me toques los cojones ―lo interrumpo― y déjame ver a mi novia.
Soy un SEAL, joder, no me tomes por tonto. Sé que sois SWAT y que ella
está aquí para ayudaros a encontrar a un tío que para mí no lo merece, pero
en eso no me pienso meter. Solo quiero hablar con ella.
―¿Qué hacen los SEAL en Finlandia? ―Frunce el ceño ignorando el resto
de lo que he dicho. Aun así, tira de mí hacia el interior en cuanto menciono
a Anton.
―Solo estoy yo. ―Me cruzo de brazos una vez en la entrada―. Llévame
con Joy.
Veo la duda en sus ojos, pero al final habla con alguien por el pinganillo
para informar de que estoy aquí. En cuestión de segundos le responden y
me permite subir. Mientras voy por las escaleras, los nervios se apoderan de
mí. Soy un SEAL, así que no permito que nadie lo detecte, sin embargo,
tengo que limpiarme las manos al pantalón antes de entrar en el piso franco.
Tengo tantas ganas de ver a Joy, que me tengo que obligar a no correr. No
quiero que piense que me parece un error que haya venido hasta aquí
porque necesito apoyarla en su sueño de llegar a ser una SWAT, pero no
puedo negar que habría preferido que se quedase en Estados Unidos. Ese
tipo nunca me gustó y no tiene nada que ver con que me hubiese robado a
mi Joy. Había algo en él, hay algo en él, que me desagrada. Llámalo aura
oscura, mal presentimiento o lo que quieras, pero ese muchacho no es trigo
limpio. Siempre he pensado que escondía algo y no se me va de la cabeza.
Todavía no estoy seguro de que lo hayan secuestrado, pero eso no puedo
decírselo a Joy porque pensará que quiero llevármela de regreso a nuestro
país. Y quiero hacerlo, pero me quedaré aquí con ella hasta que cumpla con
el trabajo que le hayan pedido que haga. Para ella, y su futuro, es
importante que impresiones ahora a los SWAT. Todavía no está preparada
para las pruebas, más que nada por el tiempo de servicio, pero esto le
ayudará sin duda cuando se presente. No le robaré eso, aunque mi instinto
me diga que no debería estar aquí.
―Identifíquese ―me pide un tipo nada más traspasar la puerta del piso.
Otro le ayuda a bloquearme el paso y estoy convencido de que no me
dejarán continuar hasta asegurarse de que no soy de los malos. Cosa que
sería una estupidez, de serlo. ¿Para qué meterme en la boca del lobo? Eso
sería un suicidio y, aunque mi apodo sugiere que lo haría, no es así. Jamás
me pondría al alcance de mis contrincantes por voluntad propia, sería de
estúpidos.
―Biff Fisher ―digo con calma, pero sin alzar las manos, a pesar de que me
están apuntando con sus armas.
El moreno parece tener más presencia que el rubio, aunque yo no
subestimaría a ninguno de los dos en un cuerpo a cuerpo. Los observo
detenidamente mientras se miran y deciden si hacen más preguntas o les
basta con mi nombre. Me gustaría pensar que Joy les ha hablado de mí,
pero supongo que el tema amoroso no habrá aparecido con frecuencia en
sus conversaciones.
―SEAL de los Estados Unidos de América ―añado al ver que no dicen
nada―. Y... el novio de Joy.
―¿Tan pésima novia es que tienes que venir al extranjero a controlarla?
―El que habla es un tipejo no muy alto, pero mucho más fornido que el
moreno. Sus ojos verdes desmerecen por el gesto amargo de su cara. No soy
de juzgar al primer vistazo, pero diría que este es de los que odian a todo el
mundo. O tal vez sea a sí mismo al que odia, pero ha decidido pagarlo con
los demás.
―No pienso entrar contigo en una batalla sobre las cualidades de Joy
―digo mandándole una mirada asesina―. Solo he venido para esperarla
mientras hace lo que tiene que hacer y largarnos juntos después. He estado
fuera del país muchos meses y quiero verla ya, así que os agradecería que
dejaseis las preguntas para más tarde.
Se miran entre ellos nuevamente y, por un momento, siento que algo no va
bien. Echo un vistazo rápido al piso, notando de inmediato dos cosas: no es
muy grande y Joy no está aquí.
―¿Dónde está? ―les pregunto intentando acceder a una de las dos únicas
puertas que hay en el lugar. Una está medio abierta y se ve claramente que
es el baño. Si no está en la otra, que presupongo un dormitorio, empezaré a
cabrearme mucho.
Por supuesto, me impiden avanzar, pero eso no me detiene. Si Joy estuviese
aquí, ya habría aparecido al oír mi voz. Mi corazón late demasiado rápido y
no es por la emoción de reencontrarnos al fin, sino porque sabe que algo
malo ha pasado. Podría haber mil explicaciones para su ausencia, pero solo
puedo pensar en la peor ahora mismo.
―¿Dónde coño está Joy? ―empujo al rubio cuando me frena de nuevo.
―No está ahí. ―Me sujetan entre dos y no dicen nada hasta que me calmo.
Cuando ven que no saltaré sobre ellos como un loco, el rubio continúa―.
Hace tres días se reunió con los amigos que tenían en común y como no
averiguó nada, dijo que iría a probar suerte a su apartamento. Desde
entonces no hemos sabido nada de ella. Se suponía que debía volver al...
―¿Qué no sabéis nada de ella? ―lo interrumpo― ¿Y os quedáis tan
tranquilos? ¿Qué estáis haciendo para buscarla? Porque imagino que
habréis ideado un plan para dar con ella.
―Hemos revisado cada lugar que ha estado visitando y no hay nada que
nos dé alguna pista sobre dónde podría estar ―explica el moreno ahora―.
En la casa no había nada fuera de su sitio, así que descartamos un forcejeo.
No hemos…
―¿Revisar lugares? ¿No habéis hablado con sus amigos? Buscar pistas en
lugares concurridos no sirve de nada. Hablaríais con la gente, digo yo.
―No podemos delatar nuestra implicación en el caso. ―El rubio es quien
habla―. La misión de rescate debe continuar siendo secreta porque la vida
de Alessandro corre peligro si...
―Me importa una mierda la vida de ese tío ―grito furioso―. Se lo pueden
repartir como mejor les plazca a su padre y su socio. A mí lo que me
interesa es recuperar a Joy.
―Si damos con uno, daremos con el otro. ―Intentan calmarme, pero no
funciona porque, si la han necesitado a ella para dar con el otro, ahora que
no la tienen será complicado encontrarlos sin dar a conocer la presencia de
los SWAT en Finlandia.
―¿Por qué coño no la habéis protegido mientras investigaba? Si sabíais que
el tipo era hijo de un contrabandista, uno bastante peligroso, por cierto, no
deberíais haberla dejado ir sola a ninguna parte.
―Tenemos cosas más importantes que hacer que ser niñeros de una cría.
―El bajo y musculado habla tan despectivamente que me acerco a él antes
de que nadie pueda preverlo y le estampo el puño en la cara. Escucho el
satisfactorio sonido de una nariz rota.
―Joy es mucho mejor que tú, incluso sin tener tu experiencia, así que te
aconsejaría que no vuelvas a menospreciar su ayuda ―lo amenazo. Luego
me dirijo al resto―. No entiendo por qué Joy quiere formar parte de esto, si
sois una panda de inútiles. O lo hacéis mejor a partir de ahora o intentaré
quitarle la idea de la cabeza a como dé lugar. Imbéciles.
Lo último lo murmuro por lo bajo mientras busco el teléfono que me
compré nada más aterrizar. Tengo que hablar con DK inmediatamente.
Debo encontrar a Joy antes de que se me vaya la cabeza de todo porque sé
que no ha sido nada inteligente por mi parte criticar a los SWAT, pero
cuando se trata de la seguridad de Joy, no pienso, solo actúo.
CAPÍTULO 10

―Me llevará algo de tiempo ―DK suena seguro al decir que lo conseguirá,
aunque no sea tan inmediato como me gustaría―. Te llamaré en cuanto
tenga algo, no te preocupes. Empieza por recorrer los lugares en los que ha
estado antes de desaparecer, quizá haya alguna pista.
―Eso haré. Y hablaré con los amigos que tenía aquí también. Te notificaré
todo lo que descubra y que sepa que pueda ayudar en la búsqueda. ―Sé que
sueno desesperado, pero mientras demos con Joy, el resto me da igual―.
No tardes en llamarme.
―Fisher ―me dice antes de que cuelgue―, la encontraremos.
―Lo sé. ―Pero en el fondo, lo que me preocupa es no localizarla a tiempo.
Lleva tres días desaparecida y cuando hay traficantes de armas de por
medio que quieren deshacerse de alguien para que no testifique en su
contra, no puede pintar bien de ninguna de las maneras. Para nadie que se
meta en medio.
―¿Fisher, verdad? ―El moreno de los SWAT habla conmigo en cuanto
guardo el teléfono. Asiento y él continúa―. Entiendo que estés preocupado
por ella, pero no puedes interferir en la misión de rescate que…
―Me importa una mierda la misión ―lo interrumpo―, lo único que quiero
es que Joy esté de vuelta. Lo que está claro es que no la vais a poner por
encima de ese maldito Anton o como quiera que se llame, así que me tocará
a mí cuidar de ella.
―También queremos encontrarla ―me recrimina.
―Para empezar, ni siquiera deberíais haberla expuesto al peligro sin
aseguraros de que estuviese a salvo, teniendo en cuenta que no es una
SWAT profesional, sino una policía novata. Quien se haya llevado a ese tío
no es un delincuente cualquiera, joder, y ahora, presumiblemente, la tiene a
ella también, así que me da igual si os fastidio el trato que tengáis con él o
el plan que se os haya ocurrido porque pienso buscar a mi novia por mi
cuenta, os guste o no.
―Como te he dicho, también queremos encontrarla, pero es él quien
tiene…
―Disculpa ―Sé que no le gusta que lo interrumpa, pero seguiré haciéndolo
siempre que lo considere oportuno―, a mí él me la suda. Yo voy por Joy. Si
cuando la encuentre, puedo sacarlo a él también, os haré el favor, pero si la
vida de mi novia peligra por recuperarlo, tened por seguro que Anton se
queda atrás.
―No podemos permitir que vayas por libre ―insiste el rubio al ver que no
pueden razonar conmigo. Ha estado atendiendo a su compañero mientras yo
hablaba por teléfono, pero ahora que el imbécil parece estar mejor, y con la
nariz en su sitio, vuelve con el otro a la carga contra mí. No me importa,
porque pienso hacer lo mejor para Joy y, desde luego, esperar a que estos
hagan algo por ella no lo parece. Si en tres días no han avanzado es como
para preocuparse.
―¿Qué vais a hacer para impedírmelo? ―los reto, sabiendo que no tienen
ninguna posibilidad de controlarme― ¿Meterme en la cárcel? Conozco mis
derechos y no podéis hacer una mierda sin motivos, así que tenéis dos
opciones: colaborar conmigo o haceros a un lado.
―Esto es una investigación internacional bajo el mando de los SWAT ―me
explica el moreno―. No tienes ni la jurisdicción, ni los medios para llevarla
a cabo por tu cuenta, así que si alguien tiene dos opciones aquí, eres tú: o te
haces a un lado o te mando a la cárcel mientras no terminemos nuestro
trabajo.
―La jurisdicción se necesita para detener a alguien, cosa que no pienso
hacer. Y los medios... bueno, en eso te equivocas; tengo medios de sobra y
lo vas a ver muy pronto. ―Me dirijo hacia la salida porque aquí ya no pinto
nada y no me interesa que haga realidad su amenaza de meterme en una
celda. Estoy seguro de que DK me sacaría de inmediato, pero prefiero que
se centre en lo que le he pedido. Solo espero que pueda hacerlo desde
EEUU y con lo poco que sabe del tema. Desde luego, si alguien puede
obrar el milagro es él.
―No podemos dejarte ir. ―El rubio se interpone en mi camino para
impedir que salga del piso.
―¿Con qué motivo me retendréis? ―Me cruzo de brazos para darle a
entender que no me acobarda su actitud de macho territorial.
―Has golpeado a un agente del SWAT, ¿te parece poco? ―me responde.
―Poco es lo que le he hecho para lo que se merecía ―replico en su
lugar―. Pero no puedes retenerme por eso. Vale, sí, puedes mandarme a la
cárcel, pero saldré en un par de horas a lo sumo, así que mejor nos lo
ahorramos.
―Déjalo ir, Knowles ―lo increpa el moreno. Luego se dirige a mí ―. Si
entorpeces la misión de la forma que sea, te meteré en el primer vuelo que
salga de regreso a casa y me encargaré de que no puedas volver a entrar en
Finlandia en mucho tiempo.
―Yo solo quiero encontrar a Joy ―digo antes de salir del piso.
Cuando estoy abajo, me arrepiento de haber sido tan impulsivo y no haberle
pedido el número de teléfono. Aunque quiera ir por mi cuenta, no soy
estúpido y sé que colaborar con ellos nos va a beneficiar a todos, pero no
pienso volver porque acabaría mal si veo que alguno me mira mal. Necesito
relajarme un poco antes de hablarles de nuevo. Ya me los encontraré en otro
momento. Sé dónde están, de todas formas.
―¡Eh! ―El grito detrás de mí me hace parar en seco. El moreno se acerca
a grandes zancadas para alcanzarme―. Llevamos unos cuantos meses
planificando esto y no podemos cagarla ahora. Ni nosotros ni tú.
―No es mi intención estropear nada, pero haré lo que haga falta por
recuperar a Joy sana y salva.
―También yo quiero recuperarla ―me asegura―, pero necesito a
Alessandro con vida. Mira, este es mi número, si descubres lo que sea,
aunque te parezca una estupidez, házmelo saber, por favor. Por muy SEAL
que seas, no podrás hacerlo tú solo. No te hagas el héroe, ¿de acuerdo?
―Resulta que esa es mi especialidad. ―No se toma demasiado bien mi
broma, así que me pongo serio―. Si averiguo algo que os ayude a salvar al
tipejo ese sin perjudicar a Joy, te lo haré saber, pero no prometo nada más.
―Esto es de Joy. ―Me entrega un papel garabateado en el que aparece una
lista de personas, todas tachadas―. La lista con los nuevos nombres se la
llevó con ella el día que desapareció. Tal vez esta te sirva de algo o tal vez
no, pero es lo único que puedo darte.
―Gracias. ―No es tan mal tipo después de todo. Supongo que si estuviese
en su lugar, haría lo mismo que él. Pero la vida de Joy está en juego y no
pienso permitir que le pase nada malo.
―No hagas que me arrepienta de esto ―añade.
No respondo, solo me limito a mover la cabeza a modo de despedida.
Seguramente, ninguno de los de la lista sean los últimos que vieron a Joy,
pero por algún sitio tengo que empezar. Por suerte, algunos tienen la
dirección al lado, así que los buscaré a ellos primero. Pero antes, le saco una
foto a la hoja y se la envío a DK, por si puede averiguar algo del resto.
La primera dirección a la que me dirijo resulta ser un bloque de edificios al
lado del mar. No es mal sitio para vivir, la verdad, aunque yo prefiero una
casa con jardín trasero. Supongo que las tardes de barbacoa en casa del jefe
influyen en mi decisión porque el día que tenga casa propia, será de ese
estilo. Los pisos son más fáciles de mantener, pero las casas son más
acogedoras. Un hogar al que regresar después de pasar por tanta mierda
durante meses.
―Deja de divagar, imbécil ―me digo avanzando hacia el edificio ―. Joy
no tiene tiempo para tus despistes mentales.
No es difícil dar con el piso correcto, aunque por fuera pareciese
complicado. Está todo muy bien indicado y enumerado. Golpeo la puerta
con tres toques y espero a que abran. Mientras, repaso mentalmente lo que
voy a decir, sin embargo, mi boca se traba cuando quien abre es una joven
de unos veintipocos años, con un bikini tan falto de tela que bien podría
salir desnuda y no se notaría la diferencia. Y no es que la critique por ello,
pues cada uno hace lo que le da la gana con su cuerpo, pero esto no me la
esperaba. Aparto la mirada de su cuerpo tan rápido como puedo reaccionar,
pero tardo unos segundos de más para mi gusto.
―¿Puedo ayudarte? ―me mira, casi diría que orgullosa de haberme hecho
reaccionar así.
―¿Eres amiga de Joy Anderson? ―Pensaba hablarle primero de Anton, por
eso de que, si Joy puso su dirección, será porque no había estado antes aquí,
pero al fin y al cabo quien me importa es ella.
―¿Quién lo pregunta? ―Me mira con curiosidad ahora mientras me repasa
de arriba abajo con descaro.
―¿La conoces o no? ―insisto. No le daré detalles de mí hasta saber si son
o fueron amigas en algún momento.
―No especialmente ―responde―. Tenemos amigos en común, así que
coincidimos alguna vez.
―¿En los últimos días también? ―pregunto, como si no supiese nada.
―¿Quién es? ―Una nueva chica se asoma por la puerta. Ella también está
en bikini, imagino que se estaban preparando para ir a la playa.
―Un tío buenorro que busca a la ex de Anton. ―Mientras habla, me da
otro repaso, en lo que supongo serán sus partes favoritas de mi anatomía―.
Las hay con suerte.
―¿No eres de por aquí, verdad? ―La otra chica aparta sutilmente a la
primera para hablar conmigo―. Nunca te había visto. ¿Quieres pasar?
Puedo prepararte un té o un café. O... algo más fuerte, si quieres.
―Solo quiero saber si habéis hablado con Joy en los últimos días.
―¿Eres un acosador o algo así? ―pregunta la primera.
―Cállate, Karla ―la increpa la otra―. Perdónala, a veces habla de más.
―No hay problema ―la disculpo―, en los tiempos que corren, no está de
más ser precavido. Aunque si fuese un acosador, no os lo diría.
―Claro. ―La segunda se apoya en el quicio de la puerta y sonríe ―. Hablé
con Joy hace cuatro o cinco días. Estaba buscando a Anton. Me extrañó
mucho porque creí que se habían distanciado después de romper por culpa
de la obsesión que tenía con ella. La cosa entre ellos se había puesto intensa
desde que Anton se enteró de que estaba enamorada de otro. Joy fue sincera
con él, pero Anton no se lo tomó muy bien. Quiso volver con ella en varias
ocasiones, hasta que al final Joy se fue a su país, acabando radicalmente con
sus ilusiones. Lo dejó hecho polvo.
―¿En serio tenías que contarle todo eso a un desconocido? ―la reprende la
otra. Sin embargo, si vamos a echar culpas, ella no la detuvo en ningún
momento.
―No pasa nada ―les digo antes de que empiecen a discutir por eso―,
porque ya me sé esa historia. Solo quiero saber de qué hablasteis con Joy
cuando la visteis por última vez.
―Eres el tío del que Joy estaba enamorada ―grita la segunda,
emocionada―. No me lo puedo creer. ¿Has venido hasta aquí a por ella?
―¿Te dejó para intentarlo de nuevo con Anton? ―pregunta la primera―.
No me pareció que Joy quisiese volver con él cuando hablamos, pero...
¿vino por eso?
―¿Qué os dijo Joy? ―No voy a responder a eso y menos cuando veo la
malicia en su mirada. Ha hecho esa suposición solo por molestar y se le
nota demasiado.
―Quería saber si habíamos visto a Anton ―me responde la segunda, que
parece ser la más madura de las dos―. Dijo que quería hablar con él, pero
no sabemos sobre qué.
―¿Habías visto a Anton? ¿La enviasteis con él?
―Anton se cerró mucho en sí mismo tras la partida de Joy. Apenas quedaba
ya con nadie y, cuando lo hacía, se marchaba poco después.
―Era el alma de la fiesta y Joy lo arruinó. ―Parece que la primera chica
con la que hablé, la conocía más de lo que me hizo creer y que, de alguna
manera, le guarda rencor por haber roto con Anton―. Se estaba volviendo
un ermitaño por su culpa. No es justo.
―Joy no tuvo la culpa de eso ―la defiende la otra―. Ella fue sincera con
él en todo momento.
―Tan sincera como que ya estaba enamorada de otro cuando empezaron.
―Eso no lo sabes.
Empiezan a discutir entre ellas y decido marcharme. Eso ya no me interesa,
aunque sea una de las partes afectadas, y no van a contarme nada nuevo que
me ayude a conocer los últimos pasos de Joy antes de desaparecer, así que
mejor busco por otro lado. Ni siquiera se enteran de que me alejo, tan
concentradas están en imaginarse cómo pasaron las cosas y quién tuvo la
culpa.
Recibo un mensaje de DK donde me pasa la dirección de todos los de la
lista y, después de comprobar los nombres, decido que empezaré por los
últimos. Conociendo a Joy, habrá ido a verlos por orden, así que las últimas
personas serán aquellas con las que habló justo antes de desaparecer.
―Aguanta, Joy ―digo en un susurro―. Estoy en ello.
CAPÍTULO 11

―Tienes que comer ―me insiste, acercando el plato hacia mí, pero me
cruzo de brazos y me ladeo en la silla para que sepa que no lo haré―. Por
favor, Joy, no puedes seguir así. Llevas tres días sin tocar la comida. Vas a
enfermar y no es eso lo que quiero.
―Haberlo pensado antes de secuestrarme, Ant... Alessandro ― gruño su
nombre con rabia. Me siento tan furiosa por esto como defraudada por no
haber sospechado nada.
―Te echaba de menos, Joy ―me dice, con sospechosa dulzura, como si eso
justificase sus actos―. Cuando supe que habías regresado a Finlandia y que
estabas preguntando por mí, creí que te habías arrepentido de romper
conmigo y que querías volver.
―Y también creíste que eso te daba el derecho a secuestrarme, por lo que
veo ―replico.
―Creí que te alegrarías de verme ―empieza a frustrarse y eso solo
significa una cosa: acabaremos enfadados. Él se irá y yo me quedaré
encerrada en este cuarto una vez más.
Siempre me propongo ser más amable con él cuando viene a verme para
que confíe en mí y me deje salir, pero cuando llega, recuerdo que me retiene
en contra de mi voluntad y mis planes se van al traste. No puedo fingir que
soy feliz cuando no es así. No funciono de esa forma, lo que ahora mismo
es un problema, porque me mantiene estancada en este lugar sin poder
avanzar ni retroceder.
―Me habría alegrado si la situación fuese otra ―me enfado― ¿En serio
creías que estaría feliz de verte después de lo que has hecho?
―¿La verdad? Sí. ―Se levanta―. Pensé... da igual. Está claro que todavía
tienes mucho que meditar.
―Tú sí que tienes que meditar, Alessandro ―le grito para que me escuche
incluso después de que salga de la habitación.
―Ahhhhhh ―escucho su grito de frustración y un golpe con el puño en la
puerta. También yo querría golpearlo a él con algo, pero eso no va a
solucionar nada, sino más bien complicarlo.
―Joy, vas a tener que hacerlo mejor ―me digo en un suspiro, acercando la
comida. Después de tantos días sin alimentarme, me siento débil, así que
esta vez tendré que comérmelo todo. No me gusta darle la razón a
Alessandro, pero en esto la tiene. O como o enfermaré.
Cuando me secuestraron pensé que mis días en este mundo estaban
contados. Creía que eran los traficantes de armas que se habían llevado a
Alessandro y que me matarían por meter las narices donde no debía. En ese
momento, mis pensamientos fueron para Biff y mi familia; toda mi familia,
incluso la que no comparte mi sangre. Me sentía mal por no poder volver a
verlos nunca más. Eso de que tu vida pasa por tu cabeza cuando crees que
vas a morir, no es exactamente así. Al menos, no en mi caso. Yo solo pensé
en lo que me perdería con ellos si me mataban. Y lo peor es que sé que, por
mi trabajo, siempre estaré en peligro. No digo que vaya a renunciar a mis
sueños, porque no pienso hacerlo, pero ahora soy más consciente de lo que
arriesgo y de que debo ser más cuidadosa. Todo lo que se pueda en el
trabajo que he elegido, claro.
―Y también soy más consciente de la clase de hombre que es Alessandro
―me lamento en voz alta.
Nunca pensé que el amigo que encontré en él, el confidente y después
novio, fuese tan falso. Todas las cosas que me contaba cuando
estudiábamos juntos, sus proyectos de futuro, la carrera que quería hacer, la
empresa que pensaba crear... todo era una farsa, una mentira más en la larga
lista que seguramente me ha contado desde que nos conocemos. Igual que
ahora. Ha hecho creer a todos que ha sido secuestrado por su padre o el
socio que tuvo hasta que lo entregó a la policía. Si hasta ha movilizado a un
equipo SWAT que ha venido a Finlandia a buscarlo porque le interesa que
crean que es la víctima. Mientras están buscando a los responsables,
Alessandro aprovecha para hacer planes para sustituir a su padre en el
negocio. Y no solo se quedará con todo, según él, sino que ampliará el
negocio hacia Estados Unidos.
Todo lo que pasó antes de su desaparición: la llamada de auxilio a nuestro
país, los supuestos planes de su padre para expandir su negocio, el peligro
que corría por haber decidido traicionar a su familia... era tan solo una
estrategia para hacer más creíble el secuestro. Lo que no sé es qué piensa
hacer ahora. O cuál es el fin de su plan. ¿Pretende que los SWAT lo rescaten
para no levantar sospechas cuando se haga cargo del negocio? ¿O tal vez
que atrapen antes a su familia y al socio para tener vía libre? Lo único que
sé es que no me lo contará hasta que no confíe en mí y, para que haga eso,
tendré que ser menos arisca con él.
―Y eso es tan difícil ―me quejo una vez más. Es algo que no puedo evitar,
cada vez que lo veo me enfado por todo lo que ha hecho. Además, después
de tres días encerrada en esta habitación, mi nivel de aburrimiento está por
las nubes, así que cualquier cosa que dice me molesta más de lo habitual―.
Tengo que salir de aquí. Y mejor que sea por mis propios medios.
Suspiro una vez más, decepcionada de que Alessandro decidiese ir por el
mal camino. Pero en el fondo, creo que lo que más me duele es haber estado
tan equivocada con él. Realmente creía en él y en que quería hacer las cosas
bien. Por eso estaba en el Programa de protección al testigo, ¿no?
Busco por la habitación algo que me pueda servir para abrir la puerta,
porque la ventana no es una opción. Lo primero que he mirado ha sido eso
y la reja que tiene está lo suficientemente asegurada contra la pared como
para poder arrancarla, así que mi mejor posibilidad es encontrar algo para la
cerradura. Ahora me gustaría ser de esas chicas que se hacen peinados
elegantes con muchas horquillas, pero no, soy una mujer simple, que se
conforma con coletas o pelo suelto. Desde que me lo he cortado por encima
del hombro para ir más cómoda al trabajo, no he vuelto a usar nada salvo
una goma. Y eso no me sirve.
Veo el tenedor sobre el plato y por mi mente pasa una escena típica de una
película de espías en la que el protagonista lo usa para cualquier cosa, entre
ellas, abrir una puerta. Pero no sabría ni por dónde empezar, sinceramente.
Ni tengo la fuerza para deformarlo, ni sé qué forma debería tener para
usarlo de ganzúa. Al final me decido por el cuchillo, por si consigo forzar la
pestaña de la puerta con él, pero con más dudas que certeza.
―Ahhhhh ―grito de impotencia, minutos después, cuando solo consigo
rayar la puerta. Me dejo caer a su lado y cubro la cara con las manos. Odio
esta situación, odio que me pillase con la guardia baja cuando me atrapó,
odio no poder decirle lo que quiere oír para que me deje salir de aquí. Pero,
sobre todo, odio tener que entregarlo a los SWAT cuando esto acabe.
Porque, aunque hayamos tenido una historia y hayamos sido amigos en
algún momento, está intentando convertirse en un criminal y no puedo
permitirlo.
Cuando voy a intentarlo de nuevo, escucho pasos por el pasillo y me
levanto deprisa para acercarme a la ventana y fingir mirar el paisaje. Debo
decir que el lugar es precioso. Se ve como el típico pueblo de casas bajas y
coloridas, todas alineadas en torno al río que siempre quise visitar. Seguro
que como lugar vacacional es perfecto, por lo pintoresco que resulta. De
hecho, a lo lejos veo gente paseando, ajenos a que en una de las tantas casas
que hay por la ribera, hay una joven secuestrada por un ex-novio con
ínfulas de contrabandista. Podría probar a gritar pidiendo auxilio, pero no
llegarían a tiempo de salvarme porque Alessandro sería más rápido. La
única solución es escapar por mi cuenta.
―Lo siento, Joy. ―Alessandro ha vuelto como hace siempre que
discutimos. Debo concederle que es un hombre persistente. Y si no lo usase
para hacer el mal, sería una gran cualidad―. No me gusta discutir contigo.
Yo todavía...
―No puedes retenerme en contra de mi voluntad ―lo interrumpo, no
queriendo oír lo que va a decirme. Ya hablamos de eso en su momento y le
dejé claro lo que sentía. No puedo pasar por lo mismo de nuevo y ver el
dolor en sus ojos. No pude darle lo que necesitaba y me siento culpable por
haberlo utilizado para intentar olvidarme de Biff. Esa fue peor idea que huir
al otro lado del mundo para no verlo después de que dijese que yo era un
error. Lástima no haber sabido la verdad de sus sentimientos antes de
marcharme. Lo echo de menos. Tanto, que en ocasiones duele. Me gustaría
tanto que estuviese aquí. Seguro que Biff sabría qué hacer o, al menos, le
pondría chispa al recluimiento.
―No quiero hacerlo ―me dice―, pero no me dejas otra opción. Si no te
encierro, huirás.
―¿Te estás oyendo? No puedes obligar a nadie...
―No he venido a discutir ―me detiene. Mientras habla mira a la mesa―.
Solo quería saber que estabas bien, nada más. Veo que has comido al fin.
―Sí, bueno ―Me cruzo de brazos―, no me apetece morirme de hambre.
―Joy. ―Se acerca a mí y retrocedo tantos pasos como da él― ¿Me tienes
miedo?
―No quiero que me toques ―respondo. Miedo no es la palabra, solo soy
precavida. Después de lo que ha hecho no puedo fiarme de él.
―No te voy a hacer daño ―me asegura.
―Ya me lo estás haciendo, Alessandro. Impidiéndome estar con mi familia,
con mi gente. Además, ¿qué pretendes hacer? ¿Vas a retenerme en esta
habitación el resto de mi vida? ¿Aunque no quiera estar contigo? El chico
que conocí en el instituto no era así. Era generoso y dulce. Y sabía escuchar.
―Sigo siendo el mismo y estoy seguro de que al final entrarás en razón.
―Antes de que pueda replicarle continúa hablando y lo que dice me genera
preguntas más importantes que un reclamo ―, pero no estaremos siempre
aquí. Estoy ultimando los detalles y pronto podremos marcharnos.
―¿A dónde? ―Mis nervios se crispan más todavía―. Ni siquiera sé dónde
estoy ahora. ¿A dónde se supone que nos vamos a ir?
―Volvemos a mi país ―me explica―. Tengo que hacer algunas cosas allí
antes de poder volar a los Estados Unidos. Los SWAT tienen que
encontrarme en Italia para que mi historia sea más creíble. De otro modo...
―¿Italia? ―No puedo evitar gritar al decirlo―. ¿Estás loco? No puedes
llevarme a Italia. ¿De qué asuntos estás hablando? ¿Qué historia?
―Bueno, pretendo quedarme con el negocio de mi padre, así que tengo que
deshacerme de lo que me impide lograrlo. Le he hecho creer a los SWAT
que mi padre o su socio podrían querer silenciarme, así que deben
encontrarme en su casa para que sea creíble.
―Pero no es verdad ―protesto― y sabrán verlo. No son tontos.
―Lo creerán ―sonríe satisfecho―. No tendrán ninguna duda al respecto.
―¿Y cómo piensas conseguir que tu padre no diga la verdad una vez en la
cárcel? Porque dudo que esté muy contento cuando su propio hijo lo
entregue.
―Digamos que no podrá hablar mucho cuando nos rescaten.
―Anton ―No puedo evitar llamarlo con el nombre con el que lo conocí,
por la sorpresa de sus palabras―, dime que no harás lo que estoy pensando.
¿En serio vas a matar a tu propio padre?
―La competencia es dura en este negocio y no puedo empezar siendo un
flojo, Joy. Si mi padre sigue vivo, sus compradores no me harán caso. ―Mi
boca se abre más―. Mi padre nunca se ha portado bien conmigo. Era un
hombre egocéntrico y egoísta que quería hacer de mí un hombre. Eso, en
sus propias palabras. Un hombre... A mis 6 años me hizo presenciar cosas
que ningún niño debería ver nunca. No me importará mandar a matarlo una
vez lleguemos a Italia.
―No puedo creer lo que estás diciendo. Esto es una locura. Ni siquiera sé
por dónde empezar a enumerar los fallos de tu plan. Esto no... ―No
encuentro las palabras para continuar.
―Lo tengo todo previsto, Joy. Incluso un plan B por si el primero no sale
bien.
Cuanto más habla, más me preocupo porque parece que lo dice en serio.
Pero lo que más miedo me da ahora es que si los SWAT no nos encuentran
rápido, o no consigo escapar por mi cuenta, acabaré en Italia. Más lejos de
mi familia. Más lejos de Biff. No puedo consentirlo.
CAPÍTULO 12

―Pactemos una tregua, Alessandro ―le sugiero. No quiero que piense que
ha ganado, pero necesito que me deje salir de esta habitación. Los intentos
por hacerlo por mi cuenta han fracasado porque está demasiado pendiente
de mí todo el tiempo, así que no me queda otra opción que hacerle creer que
me he rendido ―. Esto es una locura. No podemos pasar los días
discutiendo. No nos lleva a ninguna parte.
―Es lo que llevo diciéndote desde el principio, ―Aunque siento que no se
ha tragado el engaño del todo, se escucha aliviado―. No eres una
prisionera, Joy, sino una invitada. Y mucho más si tú lo permites. Odio
verte metida aquí todo el tiempo.
―Siento habértelo puesto tan difícil estos días, pero tienes que entender
que para mí tampoco es fácil. Me estás pidiendo que abandone a mi familia
y mis amigos para irme contigo a Italia. ―Suerte que todavía no sabe que
soy policía o desconfiaría más de mí―. Sabes lo apegada que soy de ellos y
lo mucho que los eché de menos mientras vivía en Finlandia. No puedes
llegar y decirme que lo deje todo y me escape contigo, así sin más.
―Lo sé. ―Se acerca lentamente a mí y esta vez se lo permito―. Lo pasé
tan mal cuando rompimos... te extrañaba a todas horas, no conseguía
concentrarme en nada por mucho tiempo porque pronto volvías a mi mente.
Planeé lo de pedir asilo en Estados Unidos solo para estar más cerca de ti,
Joy.
―¿Qué? ―No puedo creer que haya dicho eso. Y ahora no sé si ha sido
sincero o solo lo dice para que me sienta halagada, cosa que no funciona,
porque más bien sentiría remordimientos de que llegase a este punto por mi
culpa. Si estaba arrepentida de haberlo usado para intentar olvidar a Biff,
ahora ese sentimiento es mucho más intenso. Si ha tomado el camino
incorrecto para intentar recuperarme, lo lamentaré inmensamente.
―Sé que no puedes estar sin tu familia y por eso pretendía vivir allí
―explica―. Te prometo que no estaremos mucho tiempo en Italia, solo el
necesario para asegurarme el control absoluto de los negocios de mi padre.
Después, si quieres, nos trasladaremos a tu país. Yo puedo viajar cada cierto
tiempo para comprobar que todo va bien, no habría problema por eso...
Mi boca se abre para recordarle que mi familia pertenece a los SEAL y que
ninguno de ellos aceptaría que mi pareja fuese un contrabandista, pero la
cierro y me obligo a no hablar. Si quiero tener una posibilidad de salir de
aquí, debo convencerlo de que tenemos un futuro juntos. Sin embargo,
cuanto más habla, más miedo me da. Realmente ha pensado en todo. Si
ahora mismo dijese cuántos hijos quiere que tengamos y cómo se llamarán,
no me sorprendería.
―No sé qué decir. ―En parte, no miento. Porque si no le digo la verdad de
lo que pienso, no sé qué responder a sus planes.
―Solo dime que me darás la oportunidad de hacerte feliz. Te quiero a mi
lado, Joy. Por favor.
Permanezco en silencio, luchando entre mentirle para que me permita salir
o ser fiel a mis principios y mandarlo a la mierda. Pero entonces, pienso en
mi familia y mis amigos, en Biff... y no puedo no intentar volver con ellos.
Haré lo que esté en mi mano para volver con ellos. Si mentirle a Alessandro
es el camino, que así sea.
―Solo si me prometes que iremos a Estados Unidos en cuanto hayas
acabado con tus asuntos en Italia ―exijo como si estuviese de acuerdo con
sus planes de convertirnos en delincuentes internacionales―. No me
quedaré allí más de lo necesario.
―Prometido ―sonríe tan ampliamente que mis remordimientos me juegan
una mala pasada y, cuando me abraza, me tenso por unos segundos. Creo
que lo nota, pero cuando le devuelvo el gesto, se relaja también. Esto va a
ser más difícil de lo que creía, pero todo sea por los míos.
―¿Cuándo tienes planeado que viajemos? ―Necesito saber el tiempo del
que dispongo para idear una forma de escapar.
―Pronto ―no concreta, lo que me hace pensar que no se acaba de fiar de
mí.
―Necesitaré comprar ropa. Y tengo que ir a por mi pasaporte a mi
apartamento. ―No quiero insistir, pero necesito tantearlo un poco más por
si le saco algo que me sirva para orientarme.
―No te preocupes por nada ―sonríe―. Una vez en Italia podrás comprar
todo lo que quieras. Y tus cosas están aquí, en la casa. Por ahora, tendrás
que conformarte con eso, pero te prometo que cuando tenga el control de mi
herencia, todo lo que pidas será tuyo. No te faltará de nada.
Me acaricia con una ternura que me recuerda a los días en que salíamos
juntos y siento la misma angustia que por aquel entonces. Sus caricias me
hacían sentir hipócrita, pero estaba decidida a olvidarme de Biff y pensé
que lo que sentía por Alessandro sería suficiente. Pero ahora sé que el amor
que siento por Biff es inmenso y que nadie podría sustituirlo. Ahora
comprendo que nunca debí sucumbir a mis deseos de sacarlo de mi corazón,
no debí permitir que mi primera vez fuese para Alessandro. Durante más de
un año logré mantenerlo a raya, esperando que Biff se decidiese a olvidar
mi edad y me confesase que también él me quería, pero finalmente llegó la
decepción y después el rencor. Y una noche en la que me sentía más
vulnerable, me dejé mimar por Alessandro. Era mi novio, así que no
estábamos haciendo nada malo. Sus tanteos se volvieron más persuasivos y
acabamos en la cama, compartiendo un momento que no debería haber sido
suyo. Y no diré que no fue estupendo, porque lo fue. Alessandro es bueno
en la cama y cada vez que nos acostabamos, creía entrever un futuro
prometedor con él, pero la cruda realidad volvía a mí al terminar y me
sentía una miserable por utilizarlo de esa forma. Biff Fisher era, es y será
siempre el amor de mi vida. El único con el que seré feliz. Lo comprendí
demasiado tarde y Alessandro fue el perjudicado. Durante mucho tiempo
me sentí mal por él, pero si a raíz de nuestra ruptura empezó a planear
hacerse con el negocio familiar, debería preocuparme y replantearme mi
actuación. Aunque ahora es imposible cambiar lo que pasó…
―Tengo que irme. ―Su voz me devuelve al presente, donde se está
dirigiendo hacia la puerta. Cuando lo sigo, hace un gesto para que me
detenga―. Por ahora, estarás mejor aquí. Volveré pronto y hablaremos de
nuevo.
―¿Seguiré encerrada? ―En el fondo entiendo que no se fíe de mí todavía.
Probablemente yo haría lo mismo.
―Joy, me alegra que entrases en razón por fin, pero no puedes pretender
que crea que, de un momento a otro, estás conforme con esto al cien por
cien.
―Entiendo que desconfíes de mí, Alessandro, pero no...
―No desconfío de ti ―Lo hace―, pero tienes que darme tiempo para
comprobar que esto es realmente lo que quieres.
―Vale, si necesitas tiempo, lo acepto. También lo he necesitado para
comprender que quiero quedarme contigo. ―Puedo esperar un día o dos, o
al menos, cuento con no irnos antes de eso.
―Te quiero tanto. ―Se acerca y cuando veo sus intenciones de besarme, lo
abrazo para que no pueda hacerlo―. No sabes lo feliz que soy al oírte decir
que quieres estar conmigo. Sabía que tú también me echabas de menos.
Cuando se va, me queda la sensación de que no se ha creído mi actuación y
que me ha seguido el cuento para que no me altere. O para que deje de
buscar la forma de escapar. Mi preocupación ahora es saber cuándo
pretende viajar a su país de origen. Como he dicho, puedo esperar un par de
días a que confíe en mí, pero me asusta pensar que su intención sea dejarme
libre únicamente cuando lleguemos a Italia. Una vez allí, si no me da el
pasaporte, será imposible que pueda huir del país. Y no podré comunicarme
con mi familia o con los SWAT tampoco. Sería otro tipo de cárcel más sutil
que esta habitación.
―Maldita sea ―Me dejo caer en la cama frustrada―. Necesito salir de
aquí ya.
Cae la noche cuando Alessandro regresa, pero en lugar de traer la cena,
como esperaba, me entrega un vestido precioso con escote palabra de honor
y con una cintura estrecha y cargada de minúsculos brillantes. La falda es
vaporosa y tan ligera, que sé que parecerá que vuele una vez lo lleve puesto
y camine.
―He pensado que podemos empezar con una cena de celebración. Hoy es
nuestro aniversario. ―Por un momento me siento confusa y debe notarlo
porque continúa hablando―. El día que empezamos a salir juntos,
¿recuerdas?
―Oh, claro ―le sonrío de vuelta―. Es que llevo tanto tiempo aquí que ya
no sé ni en qué día vivimos. Pero tienes razón, hoy es un día especial para
nosotros.
―Te dejaré sola para que puedas cambiarte. ―Me acaricia la mano cuando
me entrega el vestido y le sonrío una vez más―. Ahora será un día
doblemente especial, Joy.
―Por supuesto ―asiento. Si pretende llevarme a un restaurante del pueblo,
tal vez consiga escapar antes de lo que pensaba, así que no desperdiciaré la
oportunidad con gestos o palabras que lo pueda alertar.
Estoy tan ansiosa por salir de este sitio, que no tardo mucho en arreglarme,
incluso decido dejarme el pelo suelto para no perder más tiempo. Y aunque
por un momento, creo que Alessandro ha cerrado con llave, al bajar el
pomo, la puerta se abre sin ningún problema. Doy unos primeros pasos
tentativos por la casa hasta dar con Alessandro, que está en el salón
esperándome. Se ha puesto un traje de corbata negro y luce su cabello
recién lavado y peinado hacia atrás, como tanto le gusta. No puedo negar
que es muy guapo y tiene cierto encanto que te atrae hacia él. Al menos,
mientras no sabes que es un futuro contrabandista de armas y...
probablemente, el asesino de su padre. Poco importa que lo haga matar
porque la orden provendrá de él y, por tanto, será tan responsable como el
que apriete el gatillo.
―Estás preciosa, Joy. ―Sus ojos brillan al mirarme y la culpa por tanto
engaño pesa cada vez más en mis hombros. Por razones como esa decidí
romper con él. Le estaba dando esperanzas por algo que no existía y me
sentía una hipócrita. Y ahora le estoy mintiendo una vez más, solo que el
motivo es muy diferente. Mi vida depende de ello, también.
―Tú también te ves estupendo ―le sonrío.
―El restaurante no está lejos ―Me ofrece el brazo y lo tomo―, podemos
ir dando un paseo. El pueblo es muy pintoresco y estoy seguro de que te
gustará. Siempre quise traerte, pero no encontrábamos el momento para
hacerlo.
―¿Es Porvoo? ―Recuerdo que planeamos ese viaje en varias ocasiones,
pero al final nunca podíamos realizarlo. Tal vez por eso me sonaba tanto el
paisaje.
―El mismo ―asiente, feliz de que me acuerde de eso―. No tuve que
pensarlo mucho al elegir el lugar donde esconderme, una vez fingiese mi
propio secuestro. Era perfecto.
―Lo es ―admito mirando las coloridas casas a lo largo del río. Es un
pueblo con encanto y hubiese deseado conocerlo en otras circunstancias.
En el pequeño restaurante nos están esperando y nos llevan a la mesa que
Alessandro reservó para nosotros junto a un gran ventanal que nos regala
unas vistas increíbles del pueblo. Es muy romántico e imagino que por eso
lo eligió.
―¿Te gusta? ―me pregunta después de que hayamos elegido la cena.
―Es un sitio precioso. No me molestaría venir a comer todos los días ―En
esto soy sincera. El restaurante es muy coqueto y hogareño y te hace sentir
como cuando vas a comer a casa de un amigo. Me encanta. No tardan en
servirnos y empezamos a comer en silencio saboreando la comida casera.
Definitivamente, vendría a comer aquí cada día de poder hacerlo.
―Hemos tardado en venir ―me dice Alessandro cuando esperamos el
postre―, pero al fin estamos aquí. Es tal y como me lo imaginaba.
―Bueno ―sonrío―, yo no traería este vestido a una escapada de turismo,
pero sí que habría venido a comer aquí.
―En unos días tendrás toda la ropa que quieras, incluso vestidos como ese.
Viajaremos a cualquier lugar del mundo que te apetezca en el jet privado.
Será estupendo.
―Sí, lo será ―Que hable de ello me recuerda que no estamos aquí como
turistas, sino que su plan sigue siendo marchar a Italia para deshacerse de su
padre y ocupar su lugar en una red de venta ilegal de armamento militar que
pretende ampliar a mi país―. Si me disculpas, iré al baño mientras no llega
el postre. Ni se te ocurra probar el mío, Alessandro. Te conozco y te gusta
eso de robarme el dulce.
―Esperaré por ti. ―Levanta la mano como si estuviese jurando antes de
testificar en un juicio.
―Más te vale. ―La broma lo hace permanecer relajado en su silla, pero yo
solo lo consigo cuando me encuentro dentro del baño de mujeres, lejos de
su mirada.
Después de unos segundos para regular el latido de mi corazón, busco la
forma de escapar de él y, aunque nunca lo imaginé, la ventana tiene
suficiente anchura como para que quepa por ella. Me quito los zapatos
porque los tacones me frenarían y salgo fuera. El suelo está frío y rugoso,
pero corro tan lejos como puedo y en dirección contraria a la casa donde me
tenía retenida Alessandro. Ahora solo tengo que encontrar la forma de
volver a Helsinki antes de que me encuentre o de llamar para que vengan a
por mí. Pero solo cuando ya he corrido durante diez minutos, comprendo
que hay un gran problema para cumplir mi objetivo: no tengo dinero.
CAPÍTULO 13

―Disculpe, señor. ―Es la cuarta persona con la que me cruzo y hasta el


momento no he tenido suerte― ¿Tiene usted teléfono? ¿Me permitiría hacer
una llamada? Me han robado el bolso y necesito llamar a casa para que
vengan a por mí.
―¿No es usted de por aquí, verdad? ―Básicamente me han respondido los
mismo los otros tres, así que ya no me sorprendo.
―Estoy estudiando en Helsinki ―le explico―. La llamada sería muy
breve, de verdad.
Niega con la cabeza y continúa su camino dejándome más abatida que las
veces anteriores. Con mi acento extranjero nadie se creerá que mi historia.
Veo en sus caras que piensan que quiero timarlos de alguna forma.
―¿Se encuentra bien, joven? ―Una anciana me habla desde la puerta de su
casa. Tiene un pequeño porche delantero en el que hay un banco en el que
está sentada ahora mismo. Es una bonita estampa, digna de una postal de
este hermoso lugar.
―Necesito hacer una llamada y nadie me deja usar su teléfono.
―Eres demasiado joven para andar por las calles, sola y descalza ―dice
después de mirar hacia mis pies. Los zapatos se quedaron olvidados en el
baño.
―Es una larga historia ―le comento. Sé que no debería confiar en nadie,
pero la cálida mirada de la mujer me hace hablar como si la conociese de
toda la vida.
―Entra y me la cuentas tomando algo caliente ―me sugiere, levantándose
del banco―. Creo que lo necesitas.
En realidad no hace frío, pero después de pasar tanto tiempo descalza
empiezo a no sentir los pies. No me vendría mal ponerlos en algo más
cálido que el pavimento. Mientras la anciana abre la puerta para nosotras,
me acerco, observando a todos lados para asegurarme de que Alessandro no
anda cerca. A estas alturas ya se habrá dado cuenta de que he escapado y
estará furioso buscándome, no quiero que la señora salga perjudicada por
no ser suficientemente precavida.
Veo el teléfono en la entrada y mis esperanzas renacen. Quizá me permita
hacer una llamada, después de todo, y tal vez pueda informar a los SWAT
dónde estoy para que vengan a buscarme. Y si de paso podemos capturar ya
a Alessandro, mucho mejor. Cuando les cuente la verdad, no se lo van a
creer; los ha estado utilizando todo este tiempo.
―Y dime, ¿de quién huías, jovencita? ―La señora me sirve un té bien
calentito que consigue templar mi cuerpo.
―¿Tan obvio es? ―le sonrío. No puedo contarle toda la verdad, pero seré
tan sincera como me sea posible sin implicarla en esto ―. Fuimos novios
hace tiempo y pensamos que sería buena idea cenar juntos como amigos
para ponernos al día, pero la velada no estaba saliendo tan bien como
quisiéramos ninguno de los dos.
―¿Te maltrataba?
―No, no, no ―me apresuro a desmentirlo―. Para nada. Fue un buen
novio, o al menos lo intentó, pero mi corazón tenía dueño ya. Me sentía
muy mal por utilizarlo para olvidar al otro y acabé rompiendo con él. Quizá
fui demasiado sincera con él, pero no podía seguir mintiéndole.
―Y él sigue enamorado de ti ―concluye.
―Me temo que sí ―asiento―. Creí que podríamos retomar la amistad,
pero me equivoqué.
―¿Por qué no decírselo directamente en lugar de huir?
―Porque en este momento me sería imposible razonar con él ― dejo
escapar el aire de los pulmones con pesar―. Sigue convencido de que
formamos la pareja perfecta y está empeñado en volver a intentarlo.
―Siento que hay mucho más detrás de tu historia, jovencita ― dice
después de un breve silencio―, pero no insistiré en saberlo. Sin embargo,
sé reconocer el miedo cuando lo veo y tú, hija mía, estás muy asustada.
―Diría más bien preocupada ―la corrijo.
―Asustada ―remarca―. Puede que no de ese muchacho, pero hay algo
que te carcome por dentro y te mantiene alerta.
―Yo no…
―No trates de negarlo porque sé reconocer esa sensación en los demás
―me interrumpe―. Si vivieses aquí y te apeteciese venir a tomar el té
conmigo todos los días, te contaría algunas de las aventuras que he vivido
en mi juventud y así sabrías por qué lo digo. Hay un teléfono en la entrada,
puedes usarlo ya si quieres. Y también puedes quedarte aquí mientras
esperas a que vengan a por ti. Te pasaré la dirección para que sepan dónde
buscarte.
―Es usted muy amable conmigo ―le digo― y ni siquiera sé su nombre.
―Mi nombre es Agneta.
―Joy ―me presento―. Un placer conocerla, Agneta. Y gracias por todo.
―Anda ―Mueve los dedos delante de mí para que me levante ―, ve a
llamar. Seguro que hay alguien preocupado por ti es este momento y que
querrá saber que estás bien. Prepararé más té y charlaremos mientras
esperas a que vengan a por ti.
Mi padre me enseñó desde muy pequeña que debía memorizar los teléfonos
importantes. En una época digital en la que todos agendan los números y,
para llamar, solo buscan el nombre de la persona, perder el teléfono es lo
peor que les puede suceder si necesitan llamar a alguien. Nadie se aprende
el número de nadie hoy en día. En cambio, mi padre me hizo aprenderme el
suyo y el de mis abuelos cuando era una niña y, desde entonces, he ido
recopilando ciertos números importantes en mi mente. Cuando empecé a
trabajar con los SWAT me aprendí el número del jefe, así que llamo a Jarvis
sin vacilar y le doy mentalmente las gracias a mi padre por inculcarme esta
costumbre tan útil.
―Aston, soy Joy ―digo en cuanto responde―. No puedo hablar mucho,
pero necesito que vengas a por mí a Parvoo. He estado con Alessandro y no
hemos acabado en muy buenos términos. Una amable señora me ha
permitido llamarte desde su casa y puedo esperarte aquí hasta que llegues.
¿Cuánto tardarías?
―¿Con Alessandro? ¿Te atraparon sus secuestradores? Pero...
―Es una larga historia de la que hablaremos cuando vengas a por mí. Por
favor, date...
―¿Joy? ―escucho la voz de Fisher al otro lado y me paralizo por un
momento. Creo que el estrés me está jugando una mala pasada― ¿Eres tú,
Joy Joy? Joder, ¿dónde coño estás? Si te han hecho algo, juro que me llevo
las granadas y los exploto a todos. Malditos hijos de la gran puta.
―¿Biff? ―Definitivamente es Fisher, pero necesito asegurarme.
―¿Quién si no? Me has hecho cruzar el charco para venir a por ti, preciosa.
Y para cuando llego, ni siquiera te encuentro aquí. No sabes el miedo que
he pasado. ―Esto último lo dice en bajo, como si no quisiese que el resto lo
escuchase― ¿Estás bien?
―Estoy bien. ―No sabía cuánto necesitaba oír su voz hasta que ha
hablado. El alivio que siento es inmenso y parte de ese miedo del que
hablaba Agneta se esfuma en forma de lágrimas―. Pero tienes que venir a
buscarme a Parvoo. Y por favor, date prisa.
―Estoy saliendo por la puerta ya, nena. ―Pásame la dirección y me
tendrás ahí antes de que puedas decir que soy el hombre de tu vida.
―Estoy segura de ello. ―Sus palabras me hacen reír.
―¿De qué soy el hombre de tu vida? ―pregunta.
―De que llegarás antes de que pueda decirlo.
―Qué cruel eres, Joy ―se queja en broma.
―Te amo, Biff ―No puedo callarlo, incluso si sé que Agneta está
escuchando―. Necesito verte ya.
―Estoy de camino, cariño. ―Le indico la dirección y cuelgo. Solo queda
esperar ahora.
―Algo me dice que todo estará bien ―la sonrisa de la anciana me indica
que ha escuchado parte de la conversación, sino toda.
―He llamado a un amigo ―improviso― y resulta que mi novio estaba allí.
Ha venido a darme una sorpresa, no me lo esperaba.
―Y la sorpresa se la has dado tú, saliendo a cenar con tu ex.
―No fue mi mejor idea, lo admito ―le sonrío.
―Bueno, no te preocupes por eso. ―Me anima a sentarme a su lado de
nuevo―. Todas cometemos errores cuando somos jóvenes. En mi caso, me
hice espía por amor.
―¿En serio? ―Mi boca se abre por la sorpresa.
―Totalmente cierto.
―¿Y acabaron juntos? ―De todas las cosas que quiero saber, he
preguntado lo menos interesante de su historia. Me encantaría conocer sus
aventuras―. De pequeña siempre dije que quería ser espía.
―Resulta que estaba casado, pero yo no lo sabía ―me dice sin ningún tipo
de rencor hacia su pasado―. En su momento dolió descubrirlo, por
supuesto, pero todas las aventuras que viví en mi trabajo lo compensaron. Y
los amantes que tuve también.
―Picarona ―sonrío más abiertamente.
―Sí. ―Es su turno para suspirar―. Buenos tiempos aquellos.
―¿Los echa de menos?
―Ya soy demasiado mayor para eso, pero me gusta recordarlos mientras
disfruto de la tranquilidad de mi hogar. Crecí en un momento de la historia
en el que las mujeres apenas podíamos hacer nada salvo cuidar de nuestros
hijos, así que me siento muy afortunada por la vida que me ha tocado en
suerte. No sé qué te ha llevado a aceptar una cena con tu ex, querida, pero
por cómo has hablado con el joven del teléfono, está claro que es a él a
quién deseas tener en tu vida. Hay relaciones que no se deben dar y
forzarlas podría ser perjudicial. Si me aceptas un consejo, deja a ese otro
muchacho en el pasado, que es a donde pertenece, y mira al futuro con el
joven al que amas.
―Eso haré. ―No me siento cómoda diciéndole que no fui la que aceptó la
cena, pero tampoco quiero que sepa la verdad por si la meto en líos
después―. Es usted una persona increíble, Agneta. Me alegro de haberme
topado con usted.
―El destino es muy curioso, en ocasiones. ―Toma la tetera en sus
manos― ¿Más té?
―Claro, por qué no. Todavía tardarán un poco en venir a por mí ―le
sonrío―. Y tal vez pueda contarme alguna de sus aventuras.
Durante las siguientes horas, Agneta me relata varias de sus misiones más
peligrosas y, lo hace tan bien, que casi puedo imaginarme allí con ella. Está
claro que le apasionaba su vida como espía y yo no puedo más que
admirarla. Aunque en la actualidad las mujeres todavía tenemos ciertas
barreras que derribar, en su época era mucho más difícil. Fue, sin duda, una
de las pioneras y me siento feliz de haber podido conocerla. También me
habla de algunos de sus amantes, en lo que puede que haya sido una
adelantada también para su época. Me hace suspirar en más de una ocasión
y también la acribillo a preguntas en otras. Ha tenido una vida muy
emocionante y, aunque no aspiro a tanto, me encantaría poder hablarles a
mis nietos algún día de lo que yo conseguí en la vida como miembro de los
SWAT. Cada día estoy más decidida a alcanzar mis metas y Agneta será, a
partir de ahora, mi inspiración. Así como lo son ya mi padre, Harper y los
muchachos.
―Me habría casado con Arnaud si las cosas hubiesen sido de otra forma.
―Termina la historia de su amor prohibido con un espía francés al que
conoció en sus aventuras―. Era el hombre perfecto, aunque supongo que su
trabajo se lo exigía así.
―¿Cree que estuvo fingiendo con usted también? ―Eso me ha dado a
entender.
―Los sentimientos no se pueden ocultar, sobre todo a quien es un experto
en descubrirlos ―Me guiña un ojo―, pero su forma de ser... bueno, es
posible que me estuviese dando una versión suya que encajase conmigo.
Sin embargo, el amor estaba ahí y ambos podíamos sentirlo. Estuvimos a
punto de fugarnos juntos pero, para alguien con nuestro trabajo, el deber
siempre estará ahí, así que nos separamos aquel día con la promesa de
volver a encontrarnos.
―Pero lo mataron en aquella misión. ―Termino por ella pues ya me ha
contado el final de esa historia.
―En ocasiones, el amor es tan solo una ilusión, un sueño o un deseo no
satisfecho ―me dice con pesar―. Pero no estaré triste por lo que pudo ser
porque, mientras pudimos, lo disfrutamos mucho. Y ese recuerdo es el que
me acompañará el resto de mis días. Quién sabe, quizá nos volvamos a ver
en la otra vida.
―Es posible que la esté esperando ―sonrío.
―Sí ―asiente―, pero tú no hagas esperar a Biff.
Todavía no ha terminado de hablar, cuando se escuchan golpes en la puerta.
Me tenso por el miedo a que no sea Fisher, pero Agneta me pide que me
quede en la cocina para comprobar que su instinto no le ha fallado. Sin
embargo, en cuanto escucho la voz de Fisher, no puedo esperar y corro
hacia él para fundirme en un abrazo eterno. Lo he necesitado tanto.
―Ya está, Joy Joy ―me susurra al oído, mientras avanza hacia el interior
de la casa conmigo en brazos todavía―. Ya estoy aquí. Todo irá bien. Te lo
prometo.
―Te amo tanto ―le digo contra el pecho―. No sabes cuánto significa para
mí que hayas venido hasta aquí a buscarme. Y sé que debería estar enfadada
porque es como si no te fiases de mi criterio, pero estoy tan feliz de verte
que no te echaré la bronca.
―Pues si tú no me la echas ―Me separa para mirarme a los ojos ―,
supongo que yo tampoco te la echaré a ti por desaparecer sin decir nada.
Menudo susto me has dado, Joy. No sabes lo preocupado que estaba por ti,
creí que me volvería loco. Si me vuelves a hacer esto, te encerraré de por
vida en mi casa para mantenerte a salvo.
―Creía que habías dicho que no me regañarías ―le sonrío, feliz de tenerlo
aquí.
―Creías mal ―sentencia haciéndome reír―. A mí no me hace gracia, Joy
Joy.
―Pues a mí sí. ―Lo abrazo de nuevo y le borro el ceño fruncido con un
beso apasionado que le dirá mucho más que las palabras.
―Te amo, mi bella rebelde.
―He amansado a la fiera ―bromeo.
―Tú bésame de nuevo ―me sonríe―. Solo por si acaso.
Y le hago caso, porque me siento aliviada y optimista. Ahora sé que todo
saldrá bien.
CAPÍTULO 14

Cuando Fisher me encontró en casa de Agneta, le propuse volver con


Alessandro, fingiendo que me había escapado para pensar en todo lo que
estaba pasando desde que nos reencontramos, pero no hubo forma de
convencer a mi terco novio del plan, así que los miembros del equipo
SWAT se dispersaron por el pueblo para evitar que saliese de él, mientras
mi novio y yo registrábamos la casa. Pero nada de eso ha servido porque
Alessandro no parece haber pasado por allí desde que la abandonamos
juntos para cenar y los SWAT tampoco lo han localizado. Ahora temo que
haya adelantado el vuelo, después de que yo escapase del restaurante. Han
pasado suficientes horas entre medias como para haberlo hecho sin
problemas. Y no digo que me arrepienta de haber huido cuando tuve
ocasión porque lo volvería a hacer, pero me siento responsable de lo que
vaya a ocurrir en el futuro si no lo detenemos pronto.
―Si se ha ido a Italia, ya no podremos hacer nada ―me quejo a Fisher―.
Ni siquiera tengo pruebas de ello para que envíen a los SWAT a buscarlo
allí. Mi palabra por sí sola no servirá de nada.
―Tu palabra vale oro ―me dice, sonriendo.
―Sí, claro ―bufo. Sé lo que intenta hacer con sus comentarios, pero en
este momento no funcionará. Por mi culpa, Alessandro sigue suelto y estará
yendo a reunirse con su familia para acabar con ellos. Por mi culpa, la loca
idea del asesinato se le ha metido en la cabeza. Y por mi culpa, personas no
tan inocentes morirán. Es verdad que su padre merece un escarmiento por lo
que hace, pero morir a manos de su propio hijo me parece excesivo. Tanto
para uno como para el otro. La cárcel de por vida es un mejor castigo para
él, pero ahora que he dejado que Alessandro huya, me temo que no llegará a
catar la vida entre rejas.
―Te conozco, Joy ―Me rodea con sus brazos para que deje de dar
vueltas― y sé lo que está pasando por tu cabecita bonita. Nada de esto es
culpa tuya y no tienes que solucionarlo sola. Ya sabes que estoy aquí para ti.
No dejaré que te embarques en esta aventura sin mí.
―Ya lo hice ―le recuerdo.
―Solo porque yo no estaba en el país ―matiza―. De cualquier otra forma,
no te habrías librado de mí tan fácilmente.
―Con lo que me ha costado tenerte a mi lado ―Apoyo la cabeza en su
pecho―, no pienso librarme nunca de ti.
―Eso suena a promesa de las buenas. ―Sé que está sonriendo aunque no
pueda verle la cara.
―Lo es ―Alzo la cabeza hacia él, que baja la suya en busca de un beso que
me deja con las piernas flojas y el corazón acelerado. Creo que nunca me
acostumbraré a esto, por más años que compartamos a partir de ahora.
―Tengo una sorpresa para ti que te alegrará el día ―me dice después,
cuando escuchamos ruido fuera de la habitación. Hace apenas un par de
horas que regresamos al piso franco y estamos encerrados en un cuarto para
hablar con más tranquilidad. No es que no me fíe de ellos, pero no me ha
gustado la forma en que miran a Fisher. Supongo que mi novio les habrá
enseñado parte de su encanto cuando se conocieron, pero no tienen derecho
a dudar de él por haber aparecido sin más aquí. Bueno, sé que ha sido algo
inesperado, pero no entorpecerá la investigación.
―¿Una sorpresa? ―lo miro con desconfianza porque con él eso no siempre
es bueno. Es un bromista y a veces se le escapan de las manos las sorpresas.
―Esta es de las buenas ―me promete―. De hecho, creo que acaba de
llegar.
―¿Qué has hecho? ―me quejo mientras me arrastra fuera de la
habitación―. Biff, espero que no hayas... que no hayas hecho... que... pero
esto...
―Sorpresa ―dice, a lo que el resto de su equipo SEAL repite la misma
palabra. Están todos aquí: DK, Archer, Simmons, Harper, Cornell, Loman y
Doc. Casi no puedo creerlo y, desde luego, los SWAT no parecen tan
encantados con la sorpresa de mi novio como yo, pero en mi caso no pienso
quejarme. Si están aquí solo puede significar una cosa: iremos a por
Alessandro aunque sea en una operación clandestina. Solo por verlos, me
siento mejor y más optimista.
―No puedo creerlo. ―Me voy abrazando a ellos para saludarlos, mientras
controlo las tontas lágrimas que pretenden dejarme en ridículo delante de
todo el mundo. Ciertamente, tengo el mejor novio del mundo. Le ha costado
años decidirse, pero ahora que lo ha hecho, cumple con creces.
―Créetelo ―dice Loman―. Nos tienes a tu entera disposición para lo que
necesites.
―Qué tentador ―sonrío.
―Anderson ―Jarvis me llama y me acerco a él para hablar en privado.
Parece bastante enfadado―. Esto es poco profesional. No deberían haber
venido. Su presencia aquí podría destapar...
―¿Destapar el qué? ―lo interrumpo. Sé que soy nueva en esto y que así no
los impresionaré, pero también soy consciente de que no atraparé a
Alessandro yendo por la vía judicial legal―. Vuestro supuesto testigo
pretende hacerse con el negocio de su padre y expandirlo hacia los Estados
Unidos. Piensa usaros como vía de entrada en el país después de ocuparse
de su padre. Me lo ha confesado todo, pero no tengo pruebas para
demostrarlo. Ahora ha desaparecido y no tenemos pistas sobre dónde está,
aunque tengo una ligerísima idea de a dónde se ha ido. ¿Qué se supone que
tenemos que hacer? ¿Esperar a que os llame pidiendo asilo después de
haberse deshecho de la familia que le queda en Italia? Para entonces ya será
muy tarde. Será imparable.
―Os dije que traer a una niña a hacer el trabajo de un hombre solo nos
acarrearía problemas ―Combs protesta, solo que esta vez no estoy sola
para defenderme y, aunque lo habría hecho sin problema, me gusta sentirme
arropada por mi gente.
―Mucho cuidado con lo que dices ―Fisher es el primero en salir en mi
defensa―. Estás hablando de una profesional. Aunque tenga menos años
que tú, le sobra experiencia.
―Y te gana en habilidad ―remata Harper―. Las mujeres valemos tanto
como los hombres y si te vuelvo a oír un comentario machista más, te irás a
tu casa con unos cuantos dientes menos.
―A mí no me amenaza la puta del equipo. ―Se acerca a ella
envalentonado―. ¿A cuántos te has tirado para llegar hasta aquí?
―¿A cuántos te has tirado tú, imbécil? ―le replica Harper. Su equipo ha
hecho piña en torno a ella y la verdad es que acojonan bastante, incluso si
no dicen nada y solo miran con cara de pocos amigos.
―Ya basta, Combs ―Jarvis interviene para calmar las aguas al tiempo que
Knowles le obliga a alejarse de los SEAL―. No tenemos tiempo para esto.
Debemos ponernos ya en contacto con la agencia para recibir órdenes.
―Mientras esperáis, Alessandro podrá hacer lo que le venga en gana
―insisto. Sé que no pueden saltarse las reglas, pero es tan frustrante saber
que está yendo a Italia y que no puedo ir a por él ya.
―Si decidiésemos intervenir y las cosas se torciesen, Alessandro se libraría
de la cárcel y nosotros acabaríamos degradados. No es tan fácil, Anderson.
―Y para eso estamos nosotros aquí ―sentencia Fisher con suficiencia―,
para ponéroslo fácil. Venga, muchachos, manos a la obra. DK, tú busca
vuelos que hayan salido hacia Italia en las últimas horas y si el sujeto podría
haber subido a uno de ellos. Simmons, Cornell y...
―Un momento ―Simmons lo interrumpe―. Hasta donde recuerdo, yo soy
el líder del equipo, Fisher.
―Pues ponte las pilas y no tendré que hacer tu trabajo.
―¿Vamos a dejar que estos soldados nos pisen la investigación? ―protesta
Combs.
―Somos SEAL ―dicen todos a la vez, lo que impresiona bastante.
―Pero Combs tiene razón ―dice Jarvis―. No podemos permitir que
intervengáis en este asunto. Es cosa nuestra.
―Podemos ayudar. ―Simmons siempre tan diplomático como mi padre―.
Hemos colaborado en varias ocasiones en búsqueda y rescate de rehenes y
esto no difiere mucho de ello. Podríamos colaborar con vosotros para
facilitaros las cosas.
―No funciona así. ―Ahora es Knowles quien habla―. Las órdenes tienen
que venir de arriba. Nosotros no podemos hacer nada sin que lo autoricen.
―Anderson confía en ellos. ―Downer me defiende y le sonrío en
agradecimiento―. Si hay una posibilidad de que encuentren pruebas de que
Alessandro está en Italia, deberíamos dejar que las busquen. Y podríamos
presentarlas antes los jefes para que nos autoricen la intervención.
―Estoy con Downer. ―Dale se sitúa a su lado para dar más veracidad a sus
palabras―. Nadie tiene por qué saber quién ha encontrado las pruebas para
incriminarlo. Se presentan y listo.
―Estará en Italia ―les aseguro.
―Lo siento, pero no puedo permitirlo ―dice finalmente Jarvis, aunque he
visto, por un momento, un destello de duda en sus ojos―. Será mejor que
regreses con los SEAL a Estados Unidos, Anderson. Tu colaboración con
nosotros ha finalizado.
―Pero...
―Ahora que sabemos que Alessandro fingió su propio secuestro ya no eres
necesaria. No podría justificar tu presencia aquí por más tiempo. Es hora de
que vuelvas a casa.
―Vámonos, Joy ―Fisher me toma de la mano y me lleva con él ―. No
insistas. Está claro que no nos quieren aquí.
Tira de mí hacia la salida y, aunque pretendo protestar, un movimiento de
cabeza por parte de Simmons me hace callar. No sé qué está pasando, pero
una cosa es segura: no se van a rendir como pretenden hacerles creer a los
SWAT. Los SEAL jamás se rinden, eso me lo enseñó mi padre.
―¿Me vais a decir lo que está pasando? ¿Por qué coño les hacemos caso?
―pregunto en cuanto estamos en la calle―. Vamos a ir a por él, ¿verdad?
―¿Acaso no nos conoces, Joy Joy? ―Fisher sonríe abiertamente ahora que
los SWAT no pueden vernos.
―Siento que no haya salido bien el asunto con los SWAT, Joy ― me dice
Simmons―. Sé lo mucho que deseas ser uno de ellos en el futuro y lo
bueno que habría sido para ti continuar en este caso hasta el final, pero está
claro que no nos quieren aquí y no podemos obligarles a aceptar nuestra
ayuda. Sobre todo porque será por medios ilícitos. No pueden arriesgarse a
que algo salga mal. Es comprensible.
―Quiero ser una SWAT ―asiento―, pero lo conseguiré a mi manera. No
te preocupes por eso, Simmons. Estoy encantada con que hayáis venido por
mí.
―Buscaremos a Alessandro por nuestra cuenta ―me explica―. Si
logramos capturarlo, lo dejaremos en algún lugar donde los SWAT puedan
dar con él. Nadie sabrá que hemos intervenido.
―Tendremos que conseguir suficientes pruebas como para inculparlo o no
servirá el atraparlo. Estoy segura de que tendrá los mejores abogados en
nómina y lo sacarán de la cárcel antes de que pueda decirle que se pudra en
ella.
―Muy gráfica, cariño ―ríe Fisher.
―No tengo por qué mentir. ―Me encojo de hombros―. Ese tal Alessandro
no es el chico que yo conocí cuando estudiaba aquí. A este individuo no lo
conozco de nada, pero me ha hecho sentir culpable de lo que ha planeado y
no puedo permitírselo. No me usará como excusa para matar a su familia o
para apoderarse de los negocios de su padre. Si quiere ser un capullo, que lo
sea por sí mismo. No quiero saber nada de eso, salvo para meterlo entre
rejas.
―Así se habla. Esa es mi Joy Joy. ―Fisher me abraza y planta un beso
sonoro en mis labios. Si fuese más vergonzosa, estaría muy colorada ahora
mismo, pero por suerte soy peor que él y le devuelvo el beso con más furor
del que ha puesto él. Ni siquiera me molestan las risas y las bromas de los
demás.
―Bien ―Simmons se hace cargo de la situación una vez más―, si ya
habéis dejado de dar el espectáculo en la calle, volvamos al hotel para
organizarnos.
―Tenemos a un capullo al que atrapar ―dice Fisher emocionado―. Esto
va a ser épico, lo siento en las venas. Me hormiguean los dedos.
―Eso es que se te han dormido, idiota ―replica Archer.
―Eso es lo que te gustaría, cuñado.
―¿Por qué habría de gustarme? ―Frunce el ceño.
―No lo sé, lo has dicho tú. ―Se encoje de hombros.
―Lo has dicho tú, Fisher ―lo acusa.
―¿Qué importa quién lo haya dicho? ―Fisher lo está vacilando desde el
principio, pero Archer ha tardado en darse cuenta.
―Eres imbécil ―termina diciendo, pero veo que contiene una sonrisa. Y es
que nadie se puede resistir a mi novio; al final, los encandila a todos.
―¿Estás bien? ―Harper y yo compartimos habitación. Sé que Fisher está
cabreado por eso y diría que yo también, si no fuese porque me gusta pasar
tiempo entre chicas. Sobre todo si la otra es la primera SEAL que ha
existido. Es mi inspiración.
―Me duele pensar que todo lo que pretende hacer sea por mí.
―No es culpa tuya. Su cabeza no funciona correctamente ―dice con tal
seriedad que no puedo evitar soltar una carcajada―. Ríe lo que quieras,
pero a mí nunca me gustó ese chico. Había algo raro en él.
―Nunca os gustó a ninguno ―admito.
―Creo que en el fondo, tampoco te gustaba a ti.
―No como debería haberme gustado. Lo intenté ―le confieso ―. Quise
enamorarme de él, pero...
―Tu corazón siempre estuvo con Fisher ―termina por mí.
―Si mata a su familia por mi culpa, no podré perdonármelo ― arrugo la
frente―, incluso si su padre se lo merece.
―No hará nada, Joy. ―Me aprieta las manos―. Lo atraparemos antes de
que pueda intentarlo siquiera.
Y esa es la palabra de una mujer que siempre cumple sus promesas. Confío
plenamente en ella y en el equipo. Si alguien puede encontrar a Alessandro,
son ellos.
―No sabes las veces que he soñado con este momento, Harper ―le
sonrío―. Trabajar con vosotros va a ser la polla.
―Y solo tú podías decirlo con una boca tan sucia. ―Ahora es ella quien ríe
y no tardo en imitarla. Estaba necesitando algo así, aunque no lo sabía hasta
que sucedió.
CAPÍTULO 15

―No hay datos de ningún vuelo a Italia en las últimas horas ― DK sigue
tecleando mientras habla―, pero ha salido un jet privado con rumbo sin
declarar hace dos horas. Si es nuestro hombre, que lo averiguaré, llegará a
su destino en una hora y media, más o menos.
―Y si salimos ahora, tendrá unas dos horas para hacer lo que le venga en
gana antes de que lleguemos nosotros. ―No me gusta como suena, pero sé
que no tenemos más alternativa. Nos lleva bastante ventaja, aunque no tanta
como había pensado. Podía ya haber estado allí.
―Matar a un hombre como su padre no será tan sencillo como llegar y
pegarle un tiro ―me tranquiliza Simmons―. Antes de hacer nada, tendrá
que asegurarse de que contará con el apoyo de sus secuaces cuando acabe
con él.
―Exacto, no se aventurará a matarlo sin saber si sus hombres le obedecerán
después o lo ejecutarán en venganza ―corrobora Loman.
Es algo que sé, pero cuando apartan a un policía de un caso en el que está
emocionalmente implicado no es por capricho y en mi caso pasa lo mismo.
Estoy tan centrada en impedir que mate a sus padres para no sentirme
culpable por haberlo dejado ir, que no pienso con claridad. Necesito
bloquear mis sentimientos o acabaré cometiendo un error que no solo
podría pagar yo.
―Tenemos margen de actuación ―Harper asiente―, incluso si llegamos
tres o cuatro horas más tarde.
―Seguramente le lleve varios días organizarlo todo ―continúa
Simmons―. No importa si ya ha empezado a contactar a algunos hombres
desde aquí porque querrán hablar con él en persona, para asegurarse de que
va en serio, antes de decantarse por él. La traición en esos círculos se paga
con la muerte, así que nadie hará nada hasta tener la certeza de que han
elegido el bando ganador.
―Lo más importante es ver cómo conseguimos armas en Italia para ir a por
él. Y deberíamos dejar zanjado ese asunto antes de subir al avión ―explica
Doc, aunque eso también lo sé―. No nos permitirán pasarlas por aduanas
desde aquí ni aunque digamos que es una misión oficial.
―Ser SEAL no nos conseguirá un trato especial ―admite Archer ― y
como no tenemos forma de demostrar que ejecutamos una orden de viajar
armados, será imposible hacerlo. Normas de la compañía.
―Es posible que yo conozca a alguien. ―Todos miramos hacia Cornell
cuando habla. Siempre ha sido el más callado y tímido del grupo, pero debo
admitir que cuando dice algo no te deja indiferente. Y esta vez no es la
excepción― ¿Qué? ¿Por qué me miráis así? Conozco a más gente que a
vosotros.
―¿Por qué nunca hemos sabido que tenías amigos italianos? ― le pregunta
Fisher― ¿En qué chanchullos turbios andas metido, Cornell? ¿Tú sabías
algo de esto, Harper? Si es que ya no me contáis nada. Así no puedo,
maldita sea; vais a acabar con mi pobre corazón con tantas decepciones.
―Fisher, déjale hablar ―Simmons lo calla.
―Eso, ahora la culpa es mía. ―Lo golpeo en el brazo para que preste
atención a Cornell y me saca la lengua.
―Había una familia italiana en nuestro barrio cuando era pequeño ―nos
explica― y sus parientes venían a veranear todos los años a su casa. Nunca
tuve trato con la mayoría de ellos porque eran bastante herméticos, pero uno
de los muchachos tenía mi edad y congeniamos enseguida, incluso aunque a
la familia no le gustase demasiado. Los primeros veranos era difícil
entendernos por el idioma, pero al final le enseñé inglés y él a mí italiano.
―¿Sabes hablar italiano? ―lo interrumpe Fisher.
―Solo lo suficiente para hacerme entender ―asiente. Y parece
avergonzado de admitirlo―. Aunque llevo años sin practicar.
―No debería sorprenderte, Fisher ―lo defiende Loman―. Es un coquito
para los idiomas.
―Y para muchas otras cosas ―concluye Harper, orgullosa.
―No me seas cochina, Harper. Nadie quiere saber nada sobre vuestros
jueguecitos en la cama.
―Serás imbécil.
―Parece que hoy todos os empeñáis en llamarme imbécil ―se queja.
―Será porque hoy te comportas como uno ―remarca Archer, que fue el
primero en decírselo.
―¿Queréis dejar terminar de hablar a Cornell? ―los interrumpo con mi
impaciencia―. Estamos perdiendo un tiempo valiosísimo.
―A sus órdenes, mi capitana ―replica Fisher.
―Imbécil ―uso el mismo insulto a propósito, solo que conmigo no se
cabrea, sino que tira de mí y me roba un beso.
―Nos hicimos muy amigos con los años y cuando dejó de venir,
mantuvimos el contacto ―continúa después de sonreírme en
agradecimiento―. Además, resulta que trabaja en una empresa de
seguridad muy conocida en Italia. Si hablase con él, es posible que nos
echase una mano. O al menos podría indicarnos dónde comprar armas no
registradas, una vez allí. No me gustaría que se metiese en líos por mí, pero
sé que nos ayudaría si se lo pido.
―¿Qué te hace pensar que sabrá dónde conseguir armas ilegales? ―le
pregunta Simmons.
―Lo sabrá ―sentencia. Y como no suele hablar mucho, cuando lo hace
siempre le creemos sin pedirle explicaciones ni pruebas. Es la ventaja de ser
Cornell, supongo. En mi caso, no puedo estar callada tanto tiempo ni
aunque eso me reportase beneficios. Necesito decir lo que pienso justo en el
momento en que lo hago o podría explotarme la cabeza.
―De acuerdo. Llámalo a ver qué te dice ―pide Simmons―. No es
necesario que te recuerde que has ser discreto por teléfono…
―Copiado ―le responde al tiempo que saca su teléfono del bolsillo. Se
aleja de nosotros para hablar con tranquilidad, pero es imposible no
escucharlo usar en italiano fluido. Y luego dice que solo se sabe hacer
entender.
―Bueno ―Simmons nos mira uno por uno―, ahora solo falta confirmar
que Alessandro iba en ese vuelo.
―Confirmado. ―Como si decirlo le diese voz, DK habla―. Y ya tengo
vuelo para todos nosotros también. Salimos en una hora, así que será mejor
darnos prisa porque si lo perdemos, no habrá otro hasta mañana.
―Eres el mejor. ―Le doy un beso en la mejilla y sonríe.
―¿La has oído, Fisher? ―lo provoca―. Tu novia dice que soy el mejor.
―Con la tecnología puede ―le responde antes de que pueda detenerlo―,
pero no es tu nombre el que grita en la cama.
―Biff. ―Lo golpeo con fuerza en el brazo porque esta vez ha ido bastante
lejos y tengo la cara completamente roja. No es que me avergüence de
nuestra vida sexual, pero me ha pillado desprevenida―. ¿Se puede saber a
qué coño ha venido eso?
―Solo hablábamos, cariño. ―Pone su mejor cara de inocencia y no puedo
evitar sonreír después de eso. Es imposible cabrearse con él, sobre todo soy
tan igual a él en prácticamente todo.
―Solo por joder, un día gritaré su nombre ―lo amenazo, ya repuesta del
momento de vergüenza.
―¡Eh, eh! A mí no me metáis en vuestros rollos de pareja ―ríe DK―.
Grita el nombre de otro si quieres, Joy, pero yo tengo que trabajar después
con él y seguro que se vuelve insoportable por tu culpa. No quiero que me
meta una granada en los pantalones cuando no mire.
―Cobarde. ―Le saco la lengua.
Siempre soñé con trabajar con ellos y debo admitir que, por el momento, es
mejor de lo que me esperaba. En las barbacoas de mi padre participo en las
bromas, pero estar entre ellos mientras organizamos una misión de busca y
captura es increíble. Sé que no tendré más oportunidades de compartir
misión con ellos, así que lo aprovecharé al máximo. Más todavía cuando no
me dicen que me quede al margen. No es algo que haría por mucho que
protestasen, pero me gusta que no lo insinúen siquiera.
En cuanto Cornell nos dice que su amigo nos conseguirá armas sin registrar
y que las tendrá allí esperando nuestra llegada, nos dirigimos al aeropuerto.
DK ha aprovechado para descargar la localización de la casa familiar de
Alessandro, junto a las pocas fotos que hay de ella para planificar el mejor
modo de entrar y salir sin que nos atrapen. Desde luego, la seguridad no es
poca cosa allí, lo que me dice que la misión no será tan sencilla. Si
pudiésemos pillar a Alessandro antes de que llegase a la casa...
―Imposible ―me digo.
―¿Qué es imposible? ―me pregunta Fisher.
―Imagino que Alessandro irá directo a casa de sus padres ―le explico―,
así que capturarlo antes de eso, será imposible.
―Pero no es imposible entrar ―me refuta.
―¿Ah, no?
―Para nada ―sonríe―. Tú déjamelo a mí y verás que con unas cuantas
explosiones aquí y...
―Nada de explosiones, Fisher ―lo corta Simmons.
―Joder, jefe, siempre le quitas la gracia a todo.
―Vamos a operar en la ilegalidad ―le recuerda―. Me gustaría pasar todo
lo inadvertido que sea posible.
―Aburrido.
―Precavido ―remarca Simmons.
―Cobarde.
―Sensato.
―Se podrían tirar así horas y horas ―ríe Loman hablando conmigo―.
Pero qué te voy a decir que no sepas ya.
―Está bien veros en vuestra salsa ―le remarco―. Aunque en casa de mi
padre lo pasamos bien y hay bromas de todo tipo, esto va más allá de una
reunión de placer. Os voy a ver trabajar y voy a acompañaros. Llevo años
deseando que algo así pasase.
―Y por eso se te ocurrió salir con el hijo de un traficante italiano ―Fisher
no se pierde ninguna conversación aunque esté metido en otra.
―Solo por eso ―rio.
No es así, pero en el fondo sabía que había algo siniestro en él. Creo que lo
elegí porque sabía que lo nuestro no funcionaría. Ahora me arrepiento
porque él se obsesionó conmigo hasta el punto de desear asesinar a su
familia y sé que no es culpa mía, pero no puedo evitar sentirme mal por
cómo han terminado las cosas y pensar que podía haberlo hecho de otra
forma. O haber escogido un camino diferente para intentar olvidar a Fisher
y lo que sentía por él, sin perjudicar a nadie.
―Despeja esa cabecita, cariño. ―Fisher pasa su brazo por mis hombros y
me atrae hacia él―. No te haces ningún favor.
―Lo sé, pero es difícil no pensar en que pude cambiar este final.
―Para empezar ―me regaña―, no eres responsable de las decisiones que
toman los demás. Y para que lo sepas, este no es el final. El final será
cuando metamos el culo de tu ex, el mafioso, en una celda, así que céntrate
en el objetivo y ve a por ello con todo lo que tengas.
―Pero sin usar explosivos ―le recuerda Simmons, que lo ha escuchado
desde su asiento.
―Con lo bien que me había quedado ―se queja―. Qué manera de joder el
momento, Simmons.
―Te lo debía. ¿Cuántos me has jodido tú con Tara?
―Mira que eres rencoroso ―lo acusa.
―Lo aprendí de ti, amorcito. ―Usa la palabra con retintín, pero Fisher
ignora el tono porque es una ocasión única para meterse con él.
―Santo Cristo de las papayas ―exclama―, me acabas de llamar amorcito.
Lo siento Joy, pero vas a tener que compartir mi amor con Simmons. Que
después de tantos años por fin se decide a mostrar sus sentimientos, solo
puede llevarnos a una cosa.
―Simmons ya está casado ―lo corto antes de que lo diga―. Y no te
permitiré ser quien destruya un matrimonio tan sólido.
―Pero si me ha confesado que me ama.
―Ya te gustaría ―bufa Simmons, mientras el resto del equipo se ríe.
―Lo has hecho ―lo señala―. Lo ha hecho, ¿verdad, chicos?
Todos le siguen la corriente y yo no puedo dejar de reír. Esto es incluso
mejor de lo que imaginaba. Me encanta. Ahora entiendo por qué están tan
unidos y por qué son tan buen equipo.
―Yo te protegeré, Simmons ―le digo casi sin aire de tanto reír ―. Me
casaré con Biff para quitártelo de encima.
En cuanto lo digo, pienso que esa sí es una declaración en toda regla y
Fisher, que seguramente opina como yo, me atrapa entre sus brazos y me
besa con tanta pasión que sigo sin poder respirar, pero esta vez la risa no
tiene nada que ver.
―Acepto ―dice al soltarme.
―Esta hay que celebrarla por todo lo alto. ―Loman se la juega con el
comentario hecho a propósito.
―No como la tuya. ―Fisher va de cabeza a la trampa.
―Tan previsible ―se ríe Loman.
―Llámame imbécil tú también si quieres. ―Se lleva una mano al pecho―.
Qué importa uno más.
―No seas tan dramático, amorcito ―digo―. No te sienta bien.
―¿Qué estás diciendo? Todo me sienta bien, Joy Joy. ―Finge ofenderse
por mi comentario.
―Cuando se pone así de respondón ―me susurra Simmons―, solemos
ignorarlo hasta que se cansa. Es el método más efectivo que hemos
probado.
―No mola nada, Angel. ―Fisher lo mira con ojos asesinos y me río de
nuevo.
Poco a poco, las conversaciones y bromas se van apagando para no
molestar a los demás pasajeros y, aunque en un principio no tenía sueño,
finalmente acabo con los ojos cerrados y la cabeza apoyada sobre el
hombro de mi novio. Morfeo me está llamando y no puedo resistirme a él.
Supongo que no es tan mala idea dormir un poco porque sé que en cuanto
lleguemos a Italia, no seré capaz de pegar ojo hasta que Alessandro esté
entre rejas.
CAPÍTULO 16

Joy duerme a mi lado en el asiento contiguo y no puedo dejar de mirarla.


Por un momento, cuando los SWAT me dijeron que no sabían dónde estaba,
me sentí impotente por no haber podido protegerla mejor. Y sé que sabe
hacerlo sola, pero soy su novio, joder, algo tendré que ver en eso también.
Su llamada me alivió más de lo que nunca admitiré, porque si lo hago es
como decirle que no confío en que se pueda mantener a salvo sola. Y sé que
puede, pero mi instinto protector me insta a cuidarla incluso si eso significa
ocultarle mi preocupación. Joy ha soportado años de esperas en silencio, sin
poder decirle a nadie lo mal que lo pasaba cuando yo estaba en el
extranjero, así que lo menos que puedo hacer ahora es demostrarle que
confío en ella para mantenerse a salvo. Si no fuese así, no habría venido a
Italia con nosotros, sino que se habría quedado donde nadie pudiese hacerle
daño, aunque me odiase por el resto de mis días por apartarla.
Queda poco más de media hora para tomar tierra y quiero dejar que siga
durmiendo porque la conozco y sé que una vez en Italia no parará hasta ver
al tipejo ese entre rejas. Y aunque lo hemos pintado muy fácil, será de todo
menos eso. Mucho podría salir mal, pero prefiero no pensarlo para evitar
los nervios. Siempre funciona: te centras en lo que hay que hacer y si
surgen imprevistos, los atajas con lo que tengas a mano. Al final, los planes
nunca acaban yendo como los organizas, así que no importa cuán preparado
creas estar, lo que pase pasará. Igual todavía le puedo meter una granada al
mierdecilla ese en los pantalones. De ilusiones también se vive.
―¿Y esa sonrisa? ―me pregunta DK desde su asiento―. Juraría que lo que
estás pensando te gusta mucho.
―No sabes cuánto ―sonrío más―, pero podría meterme en líos si mi
novia se entera.
―Pervertido ―ríe en bajo para no despertarla.
―Bueno, tiene que ver con huevos, pero no con los míos precisamente
―intento no reírme, pero es difícil al ver la cara de DK.
―¡Oh, ya! ―dice, cuando lo capta―. Una granada y los huevos del
impresentable. Ya lo entiendo. Y no, desde luego tu novia no te lo
agradecerá.
―Una putada que ahora sea poli y tengamos que actuar dentro de la ley
―chasqueo la lengua, fingiendo estar disgustado. Por más que me guste la
idea de deshacerme de él definitivamente, jamás me tomaría la justicia por
mi mano. Una cosa es atrapar al tipo para que acabe en la cárcel y otra
matarlo a sangre fría. Ese no es mi estilo.
―No sé qué pretendías hacer ―Joy se acaba de despertar y se estira en su
asiento―, pero no te pienso encubrir.
―Eso mismo le decía a DK ―me defiendo.
―Ya, claro.
―¿Has dormido bien, Joy? ―Intento cambiar de tema porque a veces
también funciona. Por suerte, un aviso del capitán informando de que
estamos llegando nos interrumpe. Aunque tampoco tendría problemas en
contarle mis planes sobre volarle los huevos a su ex.
―Pensé que tardaríamos algo más ―DK mira el reloj para comprobar la
hora―. No es habitual que un avión se adelante, sino más bien todo lo
contrario.
―Habrá poco tráfico aéreo ―suelto la peor broma de toda mi vida, pero
por alguna razón les hace gracia.
Sin embargo, ese poco tiempo del que el capitán ha hablado acaba siendo,
de hecho, la media hora que calculábamos, pero por lo menos nos ha
servido para despejarnos. Sin embargo, Joy parece ausente desde hace un
buen rato y le saco conversación para que me diga en qué está pensando.
―Siempre quise hacer un viaje al extranjero contigo ―me dice ―. Italia
tiene lugares muy románticos. Es una pena que hayamos venido por trabajo
y no por placer.
―Si pillamos al malo rápido ―prometo―, nos quedaremos unos días para
recorrerla juntos.
―Tengo trabajo, Biff. ―Me mira con ojos de gato triste porque, aunque le
apetezca la escapada, su deber es reincorporarse a su puesto. Se está
arriesgando mucho al venir a Italia sin los SWAT.
―DK se puede encargar de eso ―digo, no obstante―. Aporrea las teclas
con sus dedos mágicos y voila, vacaciones para ti.
―Aunque me encantaría pasar más tiempo contigo ―Acaricia mi
mejilla―, no puedo abusar. El trabajo es importante para mí y no solo
porque contará a la hora de entrar en los SWAT, sino porque me gusta y
quiero hacerlo bien. Además, no me parece bien dejar colgado a mi
compañero tanto tiempo. Teníamos un caso entre manos cuando me fui.
―Lo he intentado. ―Me encojo de hombros. No diré que no estoy
decepcionado, pero me encanta que sea tan responsable ―. Eres difícil de
contentar. ¿Quién podría hacerte feliz ahora?
―Tenerte a mi lado ya me hace feliz. ―Se gana un beso por esa respuesta.
Una vez en tierra, nos agenciamos un teléfono nuevo con el que poder
llamar al amigo de Cornell. Como si lo hubiésemos planeado así, vive en
Milán, justo donde nos ha traído el avión. O DK sabe leer las mentes,
porque Cornell no dijo en ningún momento dónde vivía su colega, o ha sido
una coincidencia de lo más conveniente para nosotros.
―Capisco. Ci saremo. Grazie ancora, Bruno.
―¿Soy al único al que se le pone dura oyéndolo hablar así? ― suelto en
medio de la tensión que estamos viviendo, mientras Cornell habla con su
amigo en italiano.
―No sé queé dirá Harper ―Loman me sigue el juego―, pero yo prefiero
no responder a eso.
―Entonces se te pone dura ―lo acuso.
―Ci vediamo tra mezz'ora. Ciao ―Cornell corta la llamada y mi broma se
acaba―. Ya tengo el lugar de reunión. Me ha indicado también dónde
podemos alquilar una furgoneta para movernos por Milán. Tenemos media
hora, así que hay que darse prisa.
Cornell se encarga de los trámites en la agencia porque es el único que
puede hablar con ellos en su idioma y también tiene que conducir porque el
puto GPS está en italiano. Podríamos configurarlo, pero no tenemos tiempo
que perder si queremos llegar a la hora indicada. Y no es que me queje de
que lleve él el coche, pero es tan correcto que respeta todas las normas, lo
que a veces me enerva, porque lo de ir tan despacio no va conmigo.
Nos reunimos con su amigo Bruno en un edificio donde todos van
uniformados o con traje de chaqueta y corbata. Intuyo que es aquí donde
trabaja el hombre y se me pasa por la cabeza que se está arriesgando
bastante si vamos a hablar de armas ilegales y de capturar a un traficante sin
el apoyo de la policía, pero no seré yo quien diga lo evidente.
―Creí que nos reuniríamos en un lugar más clandestino ―O sí lo diré.
Estamos entrando en el edificio en lugar de alejarnos de él ―. Aquí podrían
escucharnos y mandarnos de cabeza a la cárcel por ir de ilegales.
―Mi despacho es un lugar seguro ―me responde el tal Bruno en inglés. El
tío se está riendo por mi comentario―. Nadie nos espiará allí, podemos
hablar libremente.
―Me gusta ―le digo a Cornell, señalándolo.
―¿Quién no te gusta a ti? ―pregunta Joy.
―Ya sabes quién ―ni siquiera diré el nombre del impresentable. Ella solo
bufa por mi respuesta, pero su mano aprieta la mía por unos segundos a
modo de reconocimiento.
Una vez en el despacho de Bruno, nos acomodamos como podemos, porque
el sitio no es muy grande, y el hombre comenta cómo está la situación.
―Las familias DiLuca y Sartore son bastante conocidas por aquí ―dice en
inglés para que todos podamos entenderlo―, pero son también intocables.
Aunque la policía intenta reunir pruebas contra ellos, muchos en el
departamento están comprados así que la cosa no avanza como debería.
―Mira tú ―le digo―, hasta os haremos un favor.
―Siempre que lo consigáis ―me advierte―. Veréis, los DiLuca han
fortificado su casa más todavía después de lo que pasó con los Sartore.
Domenico Sartore juró vengarse de Adamo DiLuca por traicionarlo. Y
aunque después se supo que fue cosa de su hijo, Domenico se la tiene
jurada igualmente a Adamo. Esa será una complicación en vuestro plan
porque Domenico ha salido de la cárcel hace unas semanas y no me
extrañaría que estuviese planeando algo contra los DiLuca. Si se entera de
que Alessandro está aquí, podría actuar incluso antes de lo que tuviese
previsto.
―Fuego cruzado ―sopesa Simmons―. No es lo ideal.
―Esto se complica por momentos ―añade Doc.
―Me encantaría acompañaros ―continúa hablando Bruno―, pero me
juego el puesto de trabajo, así que lo único que puedo hacer es conseguiros
lo que necesitáis. Aquí tengo los planos aéreos de la casa de los DiLuca con
las nuevas medidas de seguridad. No has sido fácil encontrarlos porque
Adamo no quiere que Domenico los encuentre, pero tengo mis recursos.
―Es más de lo que esperábamos ―se lo agradece Cornell―. Te estás
arriesgando mucho por nosotros.
―Tú harías lo mismo por mí, Nigel. ―Le resta importancia. Cada vez me
cae mejor―. Al principio pensé en poneros en contacto con alguien que os
proporcionaría las armas, pero cuanto antes actuéis, más posibilidades
tendréis de conseguirlo, así que me hice cargo yo mismo. Lo tengo todo en
un almacén alquilado con nombre falso. Hay rifles de largo alcance, fusiles
de asalto y pistolas. También granadas de humo y alguna explosiva, aunque
no creo que vayáis a usarlas si queréis pasar desapercibidos.
―Te adoro. ―Aunque le extrañe mi comportamiento, no me importa. Me
acerco a él y le doy un sonoro beso en la mejilla―. Me acabo de enamorar.
Me has hecho muy feliz.
―Otro con quien competir por tu amor ―se queja Joy en broma ―. Ve
frenando, hombre.
―Especialista en explosivos ―le explica Cornell. Y parece que le basta
porque sonríe.
―Saldré de trabajar en unas seis horas. ―Mira el reloj antes de
confirmarlo―. Quedamos frente al edificio y os llevo al almacén. Los
planos son vuestros, para estudiarlos si queréis. ¿Necesitáis hotel? Puedo
buscar...
―No es necesario ―lo interrumpe DK―. Ya me encargué de ello antes de
venir.
―De acuerdo ―asiente―. Entonces nos vemos en seis horas.
―Muchas gracias por tu ayuda. ―Simmons, tan correcto como siempre, le
aprieta la mano mientras habla―. Nos has facilitado mucho las cosas.
―Ha sido un placer ―responde Bruno.
―Grazie di tutto, Bruno ―le dice ahora Cornell―. La prossima volta che
ci incontriamo, che sia per qualcosa di meglio di questo.
―Cómo me pone, joder ―repito, al tiempo que le pellizco una nalga
cuando paso por su lado. Una vez fuera, hablo con él― ¿Se puede saber
qué le has dicho?
―Que espero poder verlo en otras circunstancias más adelante.
―¿Cuánto tiempo llevabas sin verlo? ―le pregunta ahora Joy.
―Unos cuantos años, aunque hablamos por teléfono de vez en cuando para
ponernos al día con nuestras cosas.
―¿Y tú lo oyes hablar en italiano, Harper? ―le pregunto― ¿No haces nada
cuando eso pasa?
―Por supuesto ―me responde con tanta seriedad, que casi diría que es
cierto, incluso si sé que no lo es―. Después de escucharlo hablar en italiano
siempre tenemos sexo salvaje.
―Ni se te ocurra, Biff ―me advierte Joy, segura de lo que voy a decir. Y es
que me conoce demasiado bien.
―Aguafiestas ―me quejo―. No te pienso invitar, que lo sepas.
―Tampoco nosotros iríamos ―añade Harper―. Sea lo que sea lo que
estuvieses pensando.
―Otra igual. Así no hay manera de divertirse.
Aunque la mayoría aprovecha para descansar, yo prefiero llevar a Joy a
visitar la ciudad. Milán no es toda Italia, pero tendrá que servir por el
momento. Desde luego, ahora que sé lo que quiere, no pienso parar hasta
conseguirlo. Le prepararé la mejor ruta posible por toda Europa y la
disfrutaremos juntos en cuanto lo pueda coordinar.
―Gracias por esto, Biff ―me dice mientras paseamos junto al lago del
parque Sempione―. Es imposible no enamorarse de ti si tienes detalles tan
increíbles conmigo.
―Por eso lo hago, por supuesto. ―Mi broma me hace ganarme un golpe en
el pecho―. Me habría encantado poder concedernos más tiempo, pero no
ha estado mal del todo para no haber podido planificarlo de antemano.
―Como ya dije en su momento ―me abraza deteniéndonos―, tenerte al
lado ya me hace feliz.
―Es imposible no enamorarse de ti ―uso sus propias palabras en mi
beneficio―, si dices esas cosas.
―Por eso lo hago, por supuesto. ―Me paga con la misma moneda, pero en
mi caso no es un golpe lo que le doy, sino un beso que nos deja jadeantes a
los dos.
―Te amo, mi bella loca ―le digo sin animarme a soltarla aún.
―Yo también te amo, mi SEAL favorito.
Hace un año suspiraba de pena porque nunca podría estar con Joy y ahora
somos una pareja increíble. No es que lo diga por presumir, sino porque
creo que lo estamos llevando bastante bien después de todo lo que ha
pasado entre nosotros. Nuestra historia viene de largo, pero sé que todavía
tiene mucho camino por recorrer y estoy deseando hacerlo de su mano.
―Volvamos con el resto ―me dice apenada―. Casi es la hora.
―Machaquemos a tu ex. ―Mi forma de decirlo le hace reír. Eso es justo lo
que buscaba. Aunque sé que las preocupaciones son inevitables, haré lo
imposible porque Joy sea feliz a partir de ahora. Si tengo que ser un payaso,
lo seré. Y si tengo que ponerme una capa y los calzoncillos por fuera de la
ropa, ese será entonces mi uniforme. Todo sea por la felicidad de mi chica.
CAPÍTULO 17

Nos reunimos con Bruno frente al edificio como habíamos quedado y nos
guía hasta el almacén en el que ha guardado todo lo que necesitaremos para
interceptar a Alessandro. Aunque sigo nerviosa por si se complican las
cosas, haber pasado las últimas horas con Biff recorriendo Milán me ha
sentado bien. Por un momento, sentí que solo éramos una pareja enamorada
de viaje por el extranjero. Ojalá algún día sea así porque quiero hacer
muchas cosas con él, pero parece que nunca será el momento adecuado.
Supongo que nuestros trabajos nos absorben demasiado pero, a pesar de
ello, ninguno lo cambiaría por otro. Si no podemos tener una vida de pareja
normal, pues la tendremos a nuestra manera. Después de todo, ya hemos
pasado por una relación de amistad atípica, así que no será ninguna
novedad.
―No es fácil seguirle los pasos a DiLuca ―dice Bruno― porque cambia
su rutina cada pocos días, así que atraparlo fuera de su casa será
prácticamente imposible. Además, como ya os dije, ha doblado la seguridad
desde que supo que Sartore había sido puesto en libertad. No resultará fácil
entrar en su casa.
―No tenemos intención de hacerlo ―le aclara Simmons―. El que nos
interesa es Alessandro y no irá a ver a su padre hasta que se haya asegurado
de haber conseguido el apoyo absoluto de sus hombres, así que esperamos
poder dar con él antes de que eso suceda.
―Lo bueno es que no lo tendrá fácil ―asiente Bruno―, porque todavía es
un muchacho a ojos de los hombres de DiLuca. Si quiere su lealtad, va a
tener que hacer algo importante antes. Algo que les demuestre que será un
buen líder a pesar de su edad. De cualquier otra forma, no lo apoyarán.
―¡Oh, Dios! ―De repente se me ocurre algo. Y tiene tanta lógica que no
sé por qué no lo he visto hasta ahora―. Ya sé qué va a hacer Alessandro.
Joder, joder, joder. Irá a por Sartore. ¿No lo veis? Si consigue matarlo, su
padre lo aceptará de nuevo en la familia, lo que le garantiza una entrada
fácil a la casa, y además los hombres verán que es capaz de dirigir la
organización sin el apoyo de DiLuca. Si da con Sartore y acaba con él, le
resultará muy fácil matar a su padre o puede que incluso lo hagan sus
hombres por él sin que tenga que mancharse las manos con la sangre de su
familia.
―Entonces tenemos que encontrar a Sartore antes de que lo haga él
―sentencia Simmons, sin poner en duda mi razonamiento. Me siento
orgullosa por esta hazaña y no puedo evitar sonreír como una tonta
colegiala, aunque intento disimularlo porque no es el momento ni el lugar
para emocionarme.
―Si ya ha vuelto a la ciudad ―nos advierte Bruno―, no estará en ninguna
de sus casas porque sería el primer lugar al que iría DiLuca. Si estoy seguro
de algo, es que lo estará buscando. Será una carrera contrarreloj para ver
cuál de los dos mata al otro primero. Sartore juró vengarse cuando acabó en
la cárcel por culpa de la familia DiLuca y este sabe que cumplirá su
amenaza en cuanto tenga ocasión. Si quiere defender a su familia, tendrá
que ir a por él antes de que se organice. No tendréis mucho tiempo para
actuar antes de que lo haga DiLuca.
―Dame un ordenador, una red potente y lo localizaré en unos minutos
―asegura DK. Aunque puede que le lleve un poco más de tiempo, sé que
es capaz de hacerlo. No hay nada imposible para él, si se trata de
tecnología.
Al final, aunque le pedimos que no se exponga tanto, Bruno nos invita a su
casa para que DK pueda usar su propio ordenador. Se justifica diciendo que
nos estará ayudando a limpiar su país de mierda como Sartore o DiLuca,
pero sigue siendo peligroso para él que se sepa que está colaborando con
nosotros. Esta es una operación clandestina, después de todo, y si hay
problemas no queremos que nadie caiga por nuestra culpa.
―¿Cómo era Cornell de pequeño? ―le pregunto mientras nos tomamos un
café a la espera de que DK consiga la información que necesitamos.
―Ya éramos casi adolescentes cuando nos conocimos ―sonríe
recordándolo―. Era un muchacho muy callado, pero muy inteligente. Creo
que fue su rapidez en aprender el italiano lo que me hizo querer ser su
amigo a pesar de las protestas de mi familia. En menos de dos semanas ya
lo hablaba con fluidez. A mí con el inglés me llevó dos años.
―Se me dan bien los idiomas. ―Cornell parece avergonzado por los
halagos de su amigo―. No es para tanto.
―Se te da bien todo ―constata Harper, a lo que las mejillas de Cornell se
colorean intensamente.
―Un centavo por tus pensamientos, Cornell ―río, segura de que su mente
se ha ido por donde no debía.
―No le gustan los halagos ―lo defiende Harper, aunque por la medio
sonrisa que se le ha escapado, también ella sabe lo que ha pensado―. Se
siente incómodo con ellos, pero es que son inevitables en algunas
ocasiones. Te sobra modestia, Nigel. Y un poco de vanidad no te vendría
mal. Tienes derecho a ello, con lo listo que eres.
―Pero un exceso es contraproducente ―replica.
―Tú no tienes ninguna, amor ―Harper ríe y le acaricia la mejilla en un
gesto rápido que termina casi antes de iniciarse. Al igual que el mote
cariñoso que ha usado con él. Creo que solo los que estábamos más cerca lo
hemos oído.
Estos son los pequeños gestos que nos regalan muy de vez en cuando
Harper y Cornell sobre su relación. Están juntos y me consta que muy
enamorados, pero se guardan las muestras de cariño para sí mismos. Y no
es que por eso se quieran menos, pero Harper sabe que Cornell es tímido y
lo respeta. La verdad es que son la pareja perfecta, tal como yo lo veo, y se
compenetran al cien por ciento en todos los aspectos de su vida, tanto en lo
personal como en lo profesional. Y sí, lo sé, suena un poco a celos, pero
únicamente porque ellos trabajan juntos y se ven a todas horas. También
diré que gracias al equilibrio en su relación pueden hacer eso porque estoy
segura de que Biff y yo nos acabaríamos tirando de los pelos si
trabajásemos juntos. Y lo peor es que nos lo llevaríamos a casa sin remedio.
―Prefiero ser modesto que arrogante ―señala.
―Así era de joven también ―sonríe Bruno―. Nunca se las dio de listo
delante de los demás, aunque tuviese motivos más que de sobra. Y a mí me
ayudó mucho con el idioma cuando otros se habrían reído de mis meteduras
de pata.
―Cada uno tiene su propio ritmo de aprendizaje. ―Cornell sigue
intentando justificar su forma de actuar, lo que lo hace todavía más
adorable―. Si en lugar de alentar a quien que se equivoca, lo señalas con el
dedo y te ríes de él, habrás contribuido a que abandone en algún momento
sus planes.
―Me encanta cómo hablas, Cornell ―se me escapa sin más. No pretendo
incomodarlo, pero es imposible no decirlo―. Y adoro que seas como eres.
No tienes que justificarte ni demostrar nada a nadie. Eres genial así como
eres.
―Oye ―Fisher tira de mí―, que tu novio soy yo, no Cornell.
―Pero tú también me encantas tal y como eres ―le sonrío.
―Lo sé ―dice con suficiencia.
―La vanidad que le falta a Cornell ―añade Harper―, le sobra a Fisher.
―Oye, oye, con calma. Que Cornell se busque la suya propia porque yo
tengo la vanidad justa para mí. No me sobra ni una pizca.
―No, claro ―contraataca Harper―. Si te sobrase no serías tú. Y fíjate qué
desgracia para nosotros tener un compañero un poco más humilde.
―Una enorme y terrible desgracia, nena ―constata, haciéndonos reír a
todos.
La verdad es que tiene razón porque, con sus tonterías, Fisher siempre sabe
mantener al grupo relajado incluso en los momentos de más presión. Todo
el mundo debería tener en su vida a una persona como Fisher.
―Te he dicho mil veces que no me llames nena. ―Lo mira con la cara de
pocos amigos que usa muchas veces y debo decir que así asusta bastante,
pero Fisher ya está acostumbrado y solo sonríe más.
―Pues supongo que tendrás que decírmelo otras mil, a ver si así me
acuerdo.
―O podría grabártelo en la cara con mis puños ―sugiere ella.
―Contrólala Cornell ―la señala―. Está desbocada.
―A mí no me mires ―este se desentiende, como era de esperar.
―Cobarde ―murmura Fisher antes de reír.
La conversación continúa como si segundos antes Harper no hubiese
amenazado a Fisher con darle una paliza y las horas se nos pasan entre
bromas y risas.
―Voy a pedir algo de comer ―nos señala Bruno cuando comprendemos
que la búsqueda de DK se alargará por varias horas más― ¿Qué os
apetece?
―Algo típico de aquí ―pide Loman―. Estar en Italia y no probar su
comida es delito.
―Sorpréndenos ―asiente Simmons, de acuerdo con él.
―Está bien ―sonríe―. Entonces iré yo mismo a por ello. Estáis en vuestra
casa.
―Te acompaño ―se ofrece Cornell―. Así te ayudo a la vuelta con las
bolsas.
―Yo también voy. ―Archer los sigue. Este no es un hombre al que le guste
estar ocioso, así que no me sorprende que quiera unirse a ellos.
Cornell me entrega el teléfono por si tuviesen que llamarnos durante la
salida y me lo guardo en el bolsillo. Me siento halagada de que haya
preferido dejármelo a mí en lugar de a Harper o incluso a Simmons, que
para algo es el jefe del equipo, pero me limito a asegurarle que lo tendré
operativo. Minutos más tarde de haberse marchado, el teléfono suena y no
puedo dejar de sonreír pensando en que se les ha olvidado algo. Miro el
número antes de responder, supongo que por costumbre porque dudo que
tenga algún teléfono guardado en la agenda, y me extraña que no tenga
prefijo de Italia.
―¿Diga? ―respondo con curiosidad.
―¿Joy Anderson?
―La misma. ―La voz al otro lado del aparato me suena, pero no digo nada
hasta estar segura de estar hablando con quien creo― ¿Quién habla?
―Aston Jarvis. ―He acertado, aunque no deja de sorprenderme que me
esté llamando después de cómo nos separamos. Y sobre todo, que tenga
este número―. Uno de tus amigos SEAL me ha enviado unos archivos
bastante interesantes hace unas horas. Los he presentado antes mis
superiores y, aunque no han sido suficientemente esclarecedores para que
nos concedan una operación a gran escala en Italia, han dejado en nuestras
manos el decidir viajar o no para reunir más pruebas.
―Ajá. ―Puedo intuir lo que pretende, pero no diré nada hasta que lo haga
él primero. Miro hacia DK y me guiña un ojo, lo que me dice que es el
culpable de todo esto.
―Imagino que ya estaréis en el país ―carraspea al ver que no digo nada―.
Bueno, le pedí a mis superiores que te concediesen otra licencia para ir con
nosotros, así te cubriremos las espaldas mientras estés en Italia. Y claro, si
capturamos a Alessandro y a su familia, podrás atribuirte parte del mérito
que...
―No he venido por el reconocimiento ―lo interrumpo―, sino para hacer
valer la ley. Soy policía y ese es mi trabajo.
―Desde luego que lo es, pero hacerlo por tu cuenta, por muy nobles que
sean tus intenciones, no es lo correcto y también lo sabes ―me replica. No
puedo negarlo, pero tampoco le daré la razón porque sería concederle
ventaja sobre mí―. Pero no te he llamado para discutir, sino para pedirte
que te unas al equipo de nuevo. Si los...
―Lo haré ―lo detengo una vez más―, siempre que los SEAL estén de
acuerdo en colaborar con vosotros y vosotros con ellos. No les daré de lado
después de haberme apoyado en esto desde el principio.
No diré que no me atraiga la idea de que los SEAL y los SWAT colaboren,
pero tengo muy claras cuales son mis prioridades en este momento. Si ahora
pueden viajar a Italia es gracias a DK, así que no podrán ignorarlos sin más,
escudándose en que lo que vienen a hacer es oficial. O lo hacemos todos
juntos, o seguiré con los SEAL. No hay otra opción para mí, incluso si eso
acaba con mis posibilidades en los SWAT. Ellos me han apoyado y no los
abandonaré ahora.
―Si algo sale mal ―me advierte―, no podremos cubrirles las espaldas.
―Ellos serán los que decidan, en último caso ―insisto en que se unan―.
Siempre que aceptéis que participarán en lo que sea necesario hacer para
acabar con Alessandro entre rejas.
Se hace el silencio tras la línea y puedo imaginar que lo está consultando
con el resto, o consigo mismo. Si acepta, hablaré con los demás para ver si
unimos fuerzas o continuamos por nuestra cuenta. Aunque siento que si DK
les ha enviado esos archivos es porque quiere a los SWAT aquí.
CAPÍTULO 18

Me alegra ver que los SWAT han decidido hacerlo bien, ahora que les han
dado la oportunidad. Joy está exultante al saber que trabajaremos todos
juntos, sobre todo porque eso le deja las puertas abiertas nuevamente con
ellos. Sé que le preocupaba que la descartasen por capturar a Alessandro
por nuestra cuenta y fuera de la ley, pero ahora es una cosa menos en la que
pensar y está aliviada. Estoy seguro de que su mente ya estará centrada en
atrapar a su ex antes de que le haga algo a su familia, así que puedo decir
que cuantos más seamos mejor para todos, aunque personalmente no
soporte a Combs. Joder, le patearía el trasero solo por la forma tan
despectiva en que mira a Joy y a Harper. Si hasta le da igual que lo vean.
No sabe, o no quiere, disimular. Hubiesen hecho bien en dejarlo atrás
porque no es que aporte demasiado al grupo. Lo único que hace es quejarse
por todo desde que llegó.
―¿Y si lo encerramos en el armario? ―Acerco mi cabeza a la de Archer
para hablar en bajo con él. No es que me importe si me escucha, pero no
quiero sumar más tensión a la ecuación porque esto es importante para Joy.
―Ganas no me faltan ―gruñe mi cuñado. Cuando estamos de acuerdo en
algo, casi mete miedo.
―Con la ayuda del sistema de los SWAT ha sido casi un juego de niños dar
con Sartore ―nos informa DK, rompiendo el silencio que se había
apoderado de la habitación después de que Jarvis le diese acceso a su
sistema de rastreo―. Está en una villa en la Toscana.
―Joder, cómo se las gasta el tipejo ―silbo.
―La villa está a nombre de su esposa, con el apellido de soltera ―continúa
DK, sonriendo por mi comentario, pero sin dejar de mantener la
profesionalidad. No lo ha dicho, pero sé que fue él quien les facilitó las
cosas a los SWAT para venir a Italia. Y mi instinto me dice que Cornell
tuvo que ver en eso también. Su mente privilegiada habrá urdido algún plan
que beneficie a mi Joy en el futuro con el equipo especial de la policía y lo
apoyaré a muerte. Si es la muerte de Combs como poli, con más razón
todavía―. De ahí que DiLuca no sepa todavía de su existencia.
―Imagino que era su plan de jubilación ―dice Loman―. Lo que me
extraña es que DiLuca no conozca el apellido de soltera de la mujer de su
socio. Eso no dice mucho de su relación de amistad, ¿no creéis?
―Supongo que no es bueno mezclar negocios con placer, como suele
decirse ―añade DK―. Aunque creo que a Sartore le da igual si DiLuca
averigua dónde está porque esto parece más un refugio por si las cosas se
ponen feas, que un paraíso de jubilados. El recinto tiene una seguridad
impresionante y no va a ser nada fácil entrar ahí.
―Siempre podemos hacerle creer que solo nos interesa DiLuca ―sugiere
Joy―. Le diremos que nuestras fuentes apuntan a que su antiguo socio va a
por él y que ya ha encontrado la villa. Le ofrecemos protección a cambio de
información sobre DiLuca y así matamos dos pájaros de un tiro.
―Pero que lista eres ―la admiro, aunque sé que no va a ser tan fácil como
decirlo.
―Siempre que se digne a hablar con nosotros ―añade Jarvis.
―Acaba de salir de la cárcel ―asiente Knowles―. Dudo que le interese
colaborar con la policía. No se fiará, ni siquiera aunque sea para acabar con
DiLuca. Lo más probable es que busque la venganza por su cuenta.
―Le sobran los recursos ―asiente Jarvis hacia su compañero.
―Siempre podemos hacer guardia en los alrededores de la villa ―dice
Doc, apelando a su lado práctico― y esperar a que Ant… Alessandro
intente acabar con él. Si lo atrapamos con las manos en la masa, tal vez
Sartore nos escuche entonces y nos dé algo que podamos usar contra
DiLuca. Así podremos pillarlos a todos.
―Enviadlas a las dos con poca ropa ―dice Combs, señalando a Joy y a
Harper― y verás cómo las dejan entrar sin problema.
―O podemos enviarle tus huevos como ofrenda de paz y decirle que es lo
que le falta para dignarse a hacer las cosas bien ― replico al momento―.
Total, a ti no te sirven de nada y mejor que un tipejo como tú no se
reproduzca nunca.
―Si es que encuentra con quien ―añade Archer secundándome.
―Calma, muchachos. ―Simmons trata de controlar la situación porque se
está poniendo un poco tensa y nos conoce muy bien. Si no lo frena ahora,
esto acabará como la mierda―. Estamos en el mismo bando, ¿recordáis?
―Combs. ―Jarvis lo censura con la mirada al tiempo que le impide
acercarse a nosotros, porque se ha levantado dispuesto a defender lo que
cree que es su honor, aunque de eso no tiene. No me habría importado darle
una paliza, pero tendrá que ser en otra ocasión―. Si no tienes nada sensato
que aportar, mejor quédate callado. Así no ayudas.
No entiendo cómo pueden soportar trabajar con un tipo como ese. Con
nosotros no habría durado ni dos minutos, eso seguro. O cambia o se va por
donde ha venido. No puedo con la gente que odia a los demás solo porque
le sale de la polla. Menospreciar a una mujer solo por el hecho de serlo es
rastrero e inútil. Ya le gustaría a él ser tan capaz como nuestra Harper o tan
decidido como mi Joy. Él es solo una mierda pinchada en un palo. Ni
siquiera merece que le dedique tiempo para ponerlo en su sitio, pero con
gusto lo perdería con él si así le cierro esa bocaza que tiene.
―Estamos perdiendo el tiempo aquí ―protesta, sentándose de nuevo en su
lugar―. Hemos venido a buscar información para que nos dejen actuar
contra los DiLucao y lo único que estamos haciendo es mirar cómo un tío
se pasa las horas delante de un ordenador localizando a Sartore. Ni siquiera
es a él a quién hemos venido a capturar.
―DiLuca está fuera de nuestras posibilidades ahora mismo ―le recuerda
Jarvis―. Tenemos que llegar a él a través de Sartore o de Alessandro.
―Pues salgamos a buscar a Alessandro ―bufa―. Ese no tiene dónde
guarecerse. Será fácil dar con él y capturarlo.
―Eso es lo que tú te crees ―lo interrumpe Joy―. Si Alessandro está aquí
es porque ya cuenta con la ayuda de alguien para mantenerse lejos del radar
de la policía y de su propia familia. De lo contrario, seguiría en Finlandia.
―Tú qué sabrás ―la enfrenta―. Solo te lo tirabas mientras...
―Mucho ojo con lo que vayas a decirle, imbécil ―ahora soy yo el que se
pone en pie― porque de ello dependerá que tu lengua siga siendo
funcional.
―Calma todo el mundo. ―Knowles se interpone entre los dos y, aunque no
soy ningún rajado, debo decir que la corpulencia del rubio intimida―.
Combs, ve a dar una vuelta y cuando te calmes, vuelves.
―¿Por qué coño me tengo que ir yo? ―protesta―. Esta misión es nuestra.
Que se vayan ellos.
―Estáis aquí por el tío que se pasa horas delante del ordenador ―le
recuerdo.
―Fisher. ―Simmons mira hacia mí y niega lentamente para que deje de
discutir. Sé que tiene razón y que no merece la pena, pero le tengo tantas
ganas que me cuesta callarme. Lo que hago es sentarme de nuevo y Joy me
sujeta la mano para decirme, sin palabras, que me agradece que la haya
defendido.
―No se puede cambiar a quien no ve lo malo en él ―me susurra ―. Eres
un amor y te quiero más por lo que has hecho, pero déjalo estar. Ya se
encargará el tiempo de darle una lección.
―Prefería dársela yo con mis puños. ―Hago un puchero que le arranca una
sonrisa.
―Igual también puedes hacerlo. Quién sabe si el karma te pide ayuda a ti.
―Me guiña un ojo.
No digo nada, pero estoy convencido de que el karma le depara algo mucho
más significativo que mi puño en su cara. Aunque no descarto hacerlo
igualmente si me sigue tocando la moral.
Las cosas empiezan a encauzarse cuando DK saca los planos de la villa de
Sartore y buscamos una vía de entrada, en caso de que sea necesario llegar a
tanto, porque el plan más viable es el de Doc: vigilaremos la villa hasta que
Alessandro aparezca por allí. O a quien haya decidido enviar para hacer el
trabajo sucio. Joy cree que lo hará él mismo para demostrar que puede ser
un gran líder, pero yo tengo mis dudas. Sartore es un hombre
experimentado y Alessandro no tiene ni puta idea de nada. Además, con
todas las medidas de seguridad que tiene el primero en su casa, que ni
siquiera nosotros podemos pensar en saltarnos, el ex de Joy no tiene
ninguna posibilidad. Y no llamará a la puerta sin más para que lo inviten a
pasar porque fue él el que delató a Sartore y lo envió a la cárcel. Así que la
única forma que tiene de acabar con él es encargárselo a otro.
―Haremos turnos ―determina Simmons― para que no quede al
descubierto ninguna hora del día o de la noche. No podemos saber cuándo
pretende actuar...
―En caso de que eso sea lo que se propone ―dice Harper de repente―.
Porque no estamos seguros de que su plan incluya matar en primer lugar a
Sartore. No te ofendas, Joy, pero es así.
―No me ofendo ―le sonríe―. Y tienes razón. Es mi intuición la que cree
que vendrá a por Sartore, pero no es una certeza.
―También yo creo que irá a por él. ―Simmons la apoya y el resto asiente
ante sus palabras. Sartore es la opción más viable en este momento, aunque
todos tengamos dudas.
―Dale y yo iremos con vosotros ―propone Jarvis, para cubrir ambos
frentes―. El resto vigilará a DiLuca. Si detectan cualquier movimiento
sospechoso nos lo harán saber.
―Doc, Loman acompañadlos ―les ordena Simmons. Luego les aclara a los
SWAT el porqué de su decisión―. Solo por si no llegásemos a tiempo. No
estamos tan cerca.
―De acuerdo ―asiente Jarvis aceptándolo. Mejor cinco que tres si las
cosas se ponen feas.
Cuando los jefes de ambos equipos se empiezan a poner técnicos, me
desentiendo y me acerco a DK, que sigue aporreando las teclas. Creo que
jamás podría ser completamente feliz si le quitasen sus aparatos
electrónicos.
―¿Cómo lo has hecho? ―le pregunto. No necesito concretar más porque
sabe a lo que me refiero.
―Aunque nuestro equipo es muy capaz, incluso en las situaciones más
extremas ―dice―, no podemos luchar en dos frentes. Sartore es la opción
más segura, según creo, pero DiLuca podría estar en peligro si nos
equivocamos. Cuantos más seamos mejor. Cornell habló conmigo cuando
decidimos vigilar a Sartore y no ir a por DiLuca, aunque ya me había estado
moviendo para encontrar las pruebas necesarias para los SWAT. Joy desea
unirse a ellos y no quería que perdiese su oportunidad por un simple
tecnicismo.
―Gracias, tío. ―Choco el puño con su hombro―. Aunque mi chica habría
encontrado la forma de entrar en los SWAT. Cuando se le mete algo en la
cabeza no hay quien la pare.
―Y por eso ahora es tu chica ―ríe.
―También yo tuve algo que ver en eso ―me quejo―. Pero tenía que
esperar a su mayoría de edad para que el jefe no me cortase los huevos.
―Sí, claro.
―¿Cómo conseguiste las pruebas para que los SWAT viniesen? ―cambio
de tema y se ríe de nuevo, pero me responde.
―Se trata de crear una duda razonable que les haga querer saber más. Algo
que puedan justificar por la vía legal. ―Encoje los hombros―. Les envié
los datos del vuelo de Alessandro y los últimos movimientos de DiLuca,
que parece que se ha estado preparando para algo porque ha fortificado su
casa. Lo de que Sartore ha salido de la cárcel ya lo tenían, así que solo
tuvieron que encajar las piezas y ya tenían medio pie en Italia. El otro lo
metieron al comprender que Alessandro había estado jugando con ellos para
conseguir asilo en Estados Unidos.
―No hay nada como sentirse burlado por otros para agudizar tus sentidos.
―Algo así ―asiente.
―Ya podrías haber hecho algo para impedir que Combs viniese con ellos.
―Eso ya se sale de mis competencias ―se ríe, aunque no se me escapa la
mirada que le envía. Nadie lo soporta, algo que no me sorprende porque es
gilipollas. Santa paciencia tienen sus compañeros, porque no es mucho más
amable con ellos.
―Vas a tener que buscar uno de esos cursillos de reciclaje que siempre
estás haciendo ―le digo―, pero para deshacerse de imbéciles sin dejar
huella.
―No creo que haya de eso, pero me informaré ―me sigue el rollo―. No
estaría mal saber hacerlo.
―¿Qué puede haber más útil que eso?
―Muchas cosas ―ríe―, pero no le quitaré mérito tampoco.
Mi mirada se desvía hacia Joy, como muchas otras veces, y me encuentro
con su asiento vacío. ¿A dónde coño ha ido mi chica?
CAPÍTULO 19

―Solo necesitaba tomar el aire ―digo al sentir a Fisher detrás de mí.


Imaginaba que no tardaría en aparecer porque siempre está pendiente de mí.
Si como amigo fue el mejor, como novio no puedo quejarme tampoco.
―Combs es un imbécil ―me dice, rodeándome por la cintura y apoyando
su barbilla en mi hombro.
―No es por él. He aprendido a lidiar con gilipollas como él desde siempre,
así que no me afecta lo que diga. ―Me apoyo en él con total confianza.
Estamos en el balcón de una de las habitaciones del hotel que pagamos
cuando los SWAT me avisaron de que venían a Italia. El amigo de Cornell
le dejó a DK un ordenador portátil, que es el que ha estado usando ahora,
cuando decidimos que ya no era buena idea acudir a su casa para seguir la
búsqueda. Mejor que los SWAT no sepan nada de él. Nunca podremos
pagarle todo lo que ha hecho por nosotros, aunque creo que ha sido más por
Cornell que por el equipo al completo.
―¿Entonces?
―He visto muy claro lo de Sartore, pero me preocupa haberme equivocado
y que Alessandro no vaya a por él.
―Es un riesgo que tienes que asumir ―me dice―. En nuestro trabajo hay
mucho de eso y tendrás que lidiar con los errores para no acabar hecho
mierda. Nadie es infalible, Joy, y tampoco te lo estamos pidiendo. Si
Alessandro va a por su padre primero, ahora tendremos a cinco hombres allí
para detenerlo. Y si hace lo que crees, seremos nueve para darle duro.
Estamos cubiertos.
―Tal vez debería ir con esos cinco ―sugiero―. Para equilibrar la balanza.
―Si quieres ir con ellos, te acompañaré ―sentencia.
―Pero fui yo la que sugirió ir a por Sartore. ―Estoy tan indecisa que se me
nota en la voz.
―Joy ―Me gira―, hagas lo que hagas, te apoyaré. Cualquiera de las dos
opciones es válida y no tenemos forma de saber por cuál se decantará
Alessandro. Hablaré con Simmons y le comentaré lo de equilibrar fuerzas.
Que haya siete en cada lugar es una buena idea, de todas formas. Más
posibilidades de conseguir nuestro objetivo.
―Me gustaría que Harper se uniese a mí ―le digo después de abrazarlo en
agradecimiento por sus palabras.
―¿Para joder a Combs? Porque no le va a gustar ―sonríe.
―Para forzar un poco el karma. ―Me muerdo el labio para no imitarlo―
¿Sabes lo que le joderá trabajar con dos mujeres?
―Yo me encargo de arreglarlo. ―Después arruga la frente―. Eres
consciente de que podría joder las cosas solo por no daros la razón a las
mujeres, ¿verdad? Quiero decir, no podréis contar con él para que os cubra
las espaldas. Al menos yo no me fiaría.
―Ni yo, pero... ―Dudo antes de continuar hablando―. ¿Sabes que
siempre está molestando a Downer solo porque le gustan los hombres?
Siempre está haciendo comentarios despectivos o diciéndole que lo llevará
de putas para convertirlo en un hombre de verdad. Es tan... imbécil.
―Igual lo que le molesta es que no se haya fijado en él.
―Odio a la gente que ningunea a los demás por considerarlos inferiores. Y
con Dale igual, solo por ser negro ―digo con rabia.
―El inferior es él y por eso los ataca. Se siente intimidado ―me explica―.
Durante un rescate en Siria, se nos unió un equipo británico porque uno de
sus miembros había sido capturado. Resulta que un capullo que no quería
perder el favor de sus jefes mintió al decir que había muerto en el derrumbe
de un edificio. La gente cobarde siempre le echa la culpa a los demás o se
mete con ellos para demostrar, falsamente, que son los mejores.
―¡Por Dios! ¿Cómo pudo hacer eso? ―No puedo creerlo―. Jugó con la
vida de ese soldado.
―Hay muchos más de esos de lo que piensas, Joy. Sobre todo en el ejército.
Poco importa que una de las reglas sagradas sea no dejar a nadie atrás
porque, llegado el momento, los cobardes lo hacen y mienten para que no
descubran la mierda que han provocado. Combs parece de esos que solo
ven su culo, así que no cuentes con él para que te cubra las espaldas ―me
dice―. Si Simmons autoriza el cambio, piensa que seremos seis para hacer
el trabajo y uno que irá por libre.
―Nos tocará protegerlo, aunque él no nos corresponda.
―Tú apóyate en los demás, que de Combs me ocupo yo.
Cuando volvemos al interior de la habitación, los SWAT ya se han ido a sus
propios cuartos y los nuestros se están despidiendo. Al parecer, mañana a
primera hora iremos a nuestros respectivos destinos. Fisher habla con
Simmons antes de que se dispersen.
―Por mí no hay problema ―dice Harper ante mi idea.
―Yo voy con vosotras ―se apunta Cornell, tal y como esperaba.
―En ese caso, Doc y Loman se vienen con nosotros. ―Simmons nos
reorganiza sin protestar por el cambio―. Siete miembros en cada equipo.
Perfecto. Así cubriremos cualquier inconveniente que pueda surgir.
―¿Quién se lo dice a los SWAT? ―pregunta Loman. Mirando a unos y a
otros.
―Ya se enterarán mañana ―responde Harper, antes de que Simmons pueda
decir nada―. No quiero que Combs pida cambio de equipo.
―¿Quieres trabajar con él? ―se sorprende Archer.
―Quiero darle una lección ―sentencia, a lo que nadie se opone. Yo sonrío
porque, en el fondo, esperaba que eso pasase. Si hay alguien capaz de
cerrarle la boca a Combs sin decir ni una sola palabra es ella.
Después de acordar el cambio, cada uno se va a su cuarto. Fisher y yo
compartimos uno, así que caminamos de la mano hasta él. Antes de abrir la
puerta, tira de mí y me besa en cuanto nuestros cuerpos colisionan.
―Tenemos una noche para nosotros solos ―susurra.
―Deberíamos descansar ―le digo, pensando justamente en lo contrario―.
Mañana será un día duro.
―Sí ―asiente―, deberíamos descansar.
Sus labios se apoderan de los míos nuevamente y abre la puerta sin mirar,
mientras me encierra entre ella y su cuerpo. Al sentir que me falta el apoyo
en la espalda retrocedo un paso, pero el brazo de Fisher me impide caer.
Cierra la puerta detrás de él sin dejar de besarme y camina hacia la cama,
guiándome al mismo tiempo. No puedo ver por dónde vamos porque estoy
de espaldas, pero confío ciegamente en él y me dejo arrastrar hasta que mis
piernas chocan con el borde de la cama.
―Quítate la ropa ―me pide―. Iré a por el condón a mi bolsa.
―Siempre preparado ―río, pero le hago caso.
En menos de un minuto estamos nuevamente juntos, solo que esta vez nos
tocamos piel con piel. Me estremezco cuando sus manos masajean mis
pechos y dejo escapar un largo suspiro al tiempo que mi cabeza cae hacia
atrás. Me ayuda a tumbarme en la cama mientras su boca devora mi cuello
y nada más tocar las sábanas con la espalda, va bajando por el esternón,
dejando besos húmedos en mi piel. Sigo en el borde de la cama, así que
cuando alcanza mi estómago con sus labios, está de rodillas en el suelo. Me
levanta las piernas y las coloca sobre sus hombros. Me siento expuesta a su
mirada, pero me excita ver el hambre en sus ojos. Sin embargo, cuando su
boca se posa en mi feminidad, cierro los míos y aprieto los puños contra las
sábanas con fuerza. He descubierto que si me impongo no tocarlo mientras
me saborea entre las piernas mi orgasmo es más fuerte, así que continúo
arrugando las sábanas mientras mi respiración es cada vez más errática.
―Más rápido ―le pido cuando me siento al límite.
Sus manos me sostienen las caderas para que no me mueva y su lengua
juega conmigo hasta que me envuelve una nube de éxtasis que me hace
gritar su nombre, tal vez, demasiado alto. Pero no me importa porque, de no
hacerlo, seguramente habría muerto por reprimirme.
―Te amo, Joy ―me dice mientras se introduce dentro de mí con tal
lentitud que me desespero.
―Yo también te amo, pero dame fuerte, Biff. ―Todavía estoy sensible por
el orgasmo y necesito que sea más rudo para llegar de nuevo.
Su risa me provoca un escalofrío placentero en la ingle, pero cuando
empieza a moverse más rápido y con más fuerza, se me olvida hasta mi
nombre y solo puedo gemir el suyo mientras me aferro a él como si fuese lo
único que me queda en esta vida. En este momento así lo siento.
―Quiero más ―le exijo. O tal vez estoy rogando, no lo sé, pero necesito
que me lo dé todo.
―Tenemos toda la noche ―dice, justo antes de salir, dejándome a medio
camino.
―Maldito seas ―empiezo a protestar, pero ya me está dando la vuelta para
dejarme boca abajo en la cama.
Me levanta las caderas y busca mi entrada para montarme por detrás. Le
ayudo con una mejor postura, cómoda para los dos, y cuando empieza a
bombear contra mis nalgas, siento cómo mi cuerpo va perdiendo la batalla
contra el placer. Unos segundos después estoy volando una vez más en una
nube de éxtasis que me deja exhausta. Apenas consigo mantener la postura,
pero Fisher es fuerte y me sostiene el tiempo que necesita para alcanzar su
propia liberación.
―Mmmmm. ―Aunque estoy agotada, protesto cuando dejo de sentir su
peso sobre mí.
―No tardo, amor. ―Me regala un beso en la espalda y se dirige al baño. Ni
siquiera tengo fuerzas para levantar la cabeza para verlo caminar desnudo
por la habitación―. Vamos, preciosa, métete bajo las sábanas.
Me ayuda a acostarme y me abraza por detrás cuando se tumba a mi lado.
Por un momento ninguno habla, simplemente disfrutamos de nuestros
cuerpos unidos en un abrazo que nos lo dice todo. He sufrido años de
frustración por no poder estar con él, pero ahora está superando todas mis
expectativas. Y eso que estas estaban muy altas.
―No eres perfecto ―digo finalmente―, pero te acercas mucho a mi idea
de la perfección, Biff.
―Lo intento, cariño. ―Noto cómo ríe. Su brazo en torno a mí se aprieta.
―Lo haces, amor ―respondo―. He tenido que esperar muchos años por ti
pero, sin duda, ha merecido la pena.
―Pues para mí ha sido una mierda esperarte. ―Su rotundidad me hace reír.
―¿No ha merecido la pena?
―Por supuesto que sí, pero si tuviésemos que repetirlo, haría las cosas de
otra forma.
―¿En serio? ―Me he despejado y me giro hacia él para mirarlo a los ojos.
―No habría sido un gilipollas contigo aquella vez en la playa, ni me habría
negado mil veces lo que sentía por ti ―me dice―. Te lo habría dicho y
habría esperado lo que hiciese falta para poder hacerte mía sin que tu padre
me cortase las pelotas por pervertir a su niña. Habría querido ser el primero
para ti, Joy. No sabes lo que me jode que ese capullo mentiroso se llevase
un momento tan especial en tu vida. No se lo merece y estoy seguro de que
no supo darte lo que tú te merecías.
―No pienso discutir sobre quién es mejor en la cama ―estoy tan
emocionada por sus palabras que me cuesta no soltar alguna lágrima―,
pero tampoco fue una primera vez tan mala. Claro que me habría gustado
compartirla contigo, pero si debo elegir entre que fueses el primero o que
seas el último, prefiero lo segundo.
―Yo habría querido ser las dos cosas.
―Acaparador ―río.
―¿Contigo? Siempre. ―Me besa, arrancándome un suspiro de amor.
―Te amo, Biff ―le digo después.
―Yo también te amo ―Me rodea con sus brazos y se acomoda en la
cama―, pero ahora sí que tenemos que dormir o mañana no rendiremos.
Tenemos en el equipo a un descarte, así que nos necesitaremos más que
nunca. Hay que estar despierto para proteger a quien quieres.
Su última frase se gana un beso y, aunque se disponía a dormir, terminamos
haciendo el amor de nuevo. Esta vez nos tomamos nuestro tiempo en
prepararnos, no solo porque Fisher ha hecho un gran esfuerzo antes y
necesita recargar, sino porque quiero sentir todo el amor que siente por mí y
que ha tenido que ocultar tantos años. Quizá él cambiase algunas cosas
sobre cómo ha sido nuestra relación, pero yo no lo haría. Tanto los logros
como los fracasos forman parte de nuestra historia y creo que fueron
necesarios. ¿Me arrepentiré más de una vez de no haber esperado por él? Es
posible, pero eso no cambiará que ahora lo tengo a mi lado y que no quiero
que eso cambie jamás. No habrá sido el primero, pero tengo la firme
intención de hacer que sea el último. Y cuando algo se me mete en la
cabeza... tiembla Biff, porque no te librarás de mí nunca más.
CAPÍTULO 20

―Hay bastante movimiento en la finca hoy. ―Harper ha ido con Cornell a


investigar más de cerca al notar que la rutina de los guardias cambió
ligeramente esta mañana y ahora nos trae el informe―. Desde luego, se está
cociendo algo grande ahí.
Llevamos tres días vigilando la casa de los DiLuca incansablemente y hasta
ahora no habíamos visto nada sospechoso, lo que me hacía pensar que
Alessandro estaría buscando la forma de acabar con Sartore, como
sospechaba, antes de venir a por su padre. Hasta ahora. ¿Y si me
equivoqué? ¿Y si prefiere pedirle ayuda a su padre para ganarse su
confianza? O puede que me haya mentido también en eso de que quiere
ocupar el lugar de su padre ya.
―Hemos hecho bien en dividir al grupo para vigilar ambas casas ―Cornell
le da la razón―. Sea lo que sea, los DiLuca harán algo pronto.
―¿Para qué enviamos a los SEAL si no saben traer información útil? ―se
queja Combs, para no variar, aunque estoy segura de que esta vez lo hace
solo porque es Harper quien ha arriesgado el culo mientras él sigue en su
escondite tan tranquilo. Si le puede la rabia, va a tener que metérsela por
donde le quepa, porque no le confiaría esa misión a él ni aunque fuese la
única persona disponible. Sus compañeros deben pensar igual porque no se
opusieron cuando Harper se ofreció. Supongo que no pueden elegir a los
miembros del equipo porque, de poder, no sé cómo soportan a semejante
tipejo.
―Están doblando la guardia ―Harper lo ignora, como el resto, y sigue con
el informe―, presiento que tendrán visita, pero ahora mismo es muy
arriesgado acercarse más para concretar porque podrían vernos y cancelarlo
todo. Tendremos que esperar un poco para saberlo.
―Al final Alessandro no ha ido a por Sartore ―me duele admitirlo, pero
me he equivocado.
―Tampoco podemos saber si es él ―me dice Fisher y le sonrío en
agradecimiento, pero mi ex es la única respuesta a semejante pregunta.
Dudo que los DiLuca le estén preparando una fiesta de bienvenida a
Domenico Sartore. Y no han vuelto a tener socios desde que fracasó su
alianza con él.
―Lo es ―asiento―. Está claro que subestimé sus ganas de ser el jefe. Tal
vez ha cambiado de opinión y prefiere ser el segundo de su padre. De todas
formas, heredará el negocio cuando DiLuca ya no esté. ¿Qué necesidad
tiene de mancharse las manos de sangre cuando puede conseguir lo que
quiere si regresa con su padre? Se ganará la lealtad de sus hombres
igualmente y cuando llegue el momento será el jefe. Creo que todo lo que
me dijo no era más que otra de sus muchas mentiras. ¿Para impresionarme?
Ve tú a saber lo que se le pasa por la cabeza ya.
―No sé quién dudaba de que la cría se equivocaría ―Combs habla bajo,
pero le oímos igual―. Eso nos pasa por dejar en sus manos el trabajo que
debe hacer un hombre de verdad.
―Si tan capaz eres ―lo enfrento―, ¿por qué no haces algo más útil que
criticar? Te he oído quejarte todo el tiempo de todo, pero no he visto que
hagas nada que merezca la pena por la misión. Yo también podría ponerme
a criticar a todo el mundo, pero intento aportar ideas constructivas.
―Ideas que no sirven de nada ―remarca.
―Al menos lo intento. ¿Qué coño haces tú? ―le grito. Este tío sabe
sacarme de mis casillas.
―Basta, Combs ―Knowles interviene para que no vaya a más la
discusión― ¿Por qué no vas a dar una vuelta? Regresa cuando te hayas
calmado.
―No soy yo el que está alterado ―protesta, pero tras una mirada rápida de
su superior, obedece.
―No sé cómo lo soportáis ―digo una vez desaparece de nuestra vista.
―Aprendes a tratarlo. ―Se encoje de hombros―. A pesar de ser un
bocazas, es bueno en su trabajo.
―Yo no podría fiarme de alguien que no me aprecia ni un mínimo ―niego.
No miro hacia Downer, pero pienso en él. Si estuviese en su lugar, me
preocuparía que Combs no cubriese mis espaldas de tener que hacerlo. ¿Un
gay menos? Seguro que es lo que pensaría el impresentable ese.
―¿Qué os parecería intentar interceptar a Alessandro? ―sugiere Downer
para volver al tema que nos ocupa. Lo admiro por su fortaleza. Convivir
con un homófobo en un trabajo tan peligroso como el suyo no debe ser
fácil―. Si lo atrapamos antes de que entre en la casa, tendremos medio
trabajo hecho. ¿No creéis?
―Si lo desenmascaramos ―asiente Knowles pensando en las
posibilidades― y le sacamos información sobre su familia, enviarían más
equipos para asaltar la casa de los DiLuca y encerrarlos a todos.
―Se podría intentar. ―Miro a los SEAL para ver si están conmigo y me
hacen entender, sin palabras, que irán donde yo decida.
―En ese caso, tendremos que organizarnos para cubrir todas las calles que
dan a la casa ―dice Harper, con un plan en mente―. No podemos dejar
que llegue a la calle principal o los hombres de su padre saldrán en su
defensa. Hay que capturarlo antes de que obtenga refuerzos.
―Aun así ―Cornell añade sentido común a la ecuación―, no va a venir
desprotegido. No será tan fácil como frenar su coche y hacerle salir de él.
―Somos siete ―ahora habla Fisher, que siendo cómo es, ha estado callado
demasiado rato―, le daremos una paliza.
―Tú y tu optimismo ―sonrío.
―¿Qué llevará, dos coches como mucho? El suyo y otro de refuerzo
―defiende su teoría―. Dudo que se pueda permitir algo más ostentoso
hasta obtener de nuevo el favor de papá. Somos siete, podemos alquilar tres
coches fácilmente. Uno se encarga de separarlos y los otro dos aíslan el de
Alessandro. Eso si van dos. Si solo hay uno será mucho más fácil. Lo
bloqueamos y no le quedará otra que rendirse.
―¿Y si te equivocas y lleva más escolta? ―pregunta Knowles.
―Abortamos la misión y avisamos al resto para que vengan. Y seremos
catorce. ―Se encoje de hombros―. Pan comido.
―No carece de lógica ―Harper lo apoya. Está claro que los SEAL están
hechos de otra pasta porque nada les asusta. Solo espero que los SWAT
estén a la altura o tendría que replantearme mis aspiraciones, aunque a mi
padre vaya a darle un infarto cuando se entere del cambio.
―Evaluación de la situación ―asiente Cornell― y toma de decisiones
sobre la marcha. Nada que no hayamos hecho antes.
―Yo estoy con los SEAL. ―Creo que Downer los admira porque siempre
se pone de su parte―. No perdemos nada por intentarlo.
―A estas alturas dudo que haya un plan mejor ―Knowles claudica―, así
que adelante con él. Si podemos atrapar a Alessandro antes de que se una a
su padre, será una ventaja para nosotros.
―Me acercaré de nuevo a la casa ―se ofrece Harper― para ver si escucho
algo más. Esta vez iré sola para no levantar sospechas.
Sé que a Cornell no le gusta el plan, pero permanece en silencio. Nunca he
visto a un hombre como él, tan comedido y respetuoso. Si me hubiese
ofrecido yo, estoy convencida de que Fisher tendría mucho que decir al
respecto para no dejarme ir sola. Y sé que no por ello Cornell quiere menos
a su novia, pero confía en su criterio. Claro que Fisher no puede hacerlo
porque yo no soy tampoco como Harper. Si ella dice que hará algo, eso es
lo que pasará. Si yo digo que haré algo, es muy probable que acabe
exponiéndome al peligro.
―Yo me encargo de los vehículos ―se ofrece Downer.
―Te acompaño ―Fisher se une a él―. Y debería venir alguien más para
traer el tercer coche.
―Yo iré ―Cornell es quien responde.
―Buscaré a Combs para informarle del plan ―añade Knowles.
―Pues... me quedaré aquí, vigilando ―digo, sintiéndome por un momento
un poco estorbo. Todos tienen una implicación en la misión menos yo. Sé
que después seré parte de la misma, pero en este momento me he quedado
sola.
―Puedes venir conmigo ―me sugiere Harper―. No sospecharán de dos
mujeres.
Miro de reojo a Cornell y veo la esperanza en sus ojos de que le diga que sí.
Supongo que lo que no le gusta es que vaya sola. Recuerdo aquella misión
en la que estuvo a punto de morir y Harper se tuvo que ocupar de salvarlo.
Si no se hubiesen topado con aquella familia, tal vez las cosas hubiesen sido
diferentes. Y es posible que Cornell esté pensando en que puedan
descubrirla y no tenga forma de avisar. Claro que si la descubren, yo iré con
ella y tampoco podré escaparme. Pero al menos no estaremos solas.
Tenemos más oportunidades yendo juntas que por separado.
―De acuerdo ―sonrío, feliz de ser útil.
Salimos de nuestro escondite, cada uno en una dirección. Harper me explica
por el camino que pasaremos junto a la valla fingiendo hacer deporte. Así
podremos pararnos cerca para estirar los músculos mientras intentamos
captar alguna conversación. Sé que ella verá mucho más que yo porque está
entrenada para eso, pero me conformaré con intentar escuchar lo que digan
los guardias del perímetro.
Sin embargo, cuando nos estamos acercando a la casa, vemos que hay un
hombre demasiado cerca de la misma, lo que lo hace sospechoso incluso
para quien no esté pendiente de extraños en los alrededores. Ni siquiera se
esconde para mirar dentro y mi mandíbula cae por la sorpresa y el espanto.
¿De qué va? ¿Quiere que lo maten?
―Combs ―gruñe Harper al reconocerlo también―. Ese gilipollas está
buscando su muerte.
―Y jodernos el plan ―remarco.
―Espera aquí, Joy. ―Me mira ahora a mí―. Voy a rescatarlo.
―Voy contigo ―me ofrezco.
―No. Iré sola ―insiste―. Si nos capturasen a los dos, ve con el resto y
diles lo que ha pasado. Cornell y Fisher sabrán qué hacer.
―Por mí, dejaba que le pegasen un tiro. Un imbécil menos en el mundo
―digo con rabia, aunque ambas sabemos que no lo haría en realidad.
―Ganas no me faltan ―dice antes de salir a su encuentro. Veo cómo varios
de los guardias se han fijado ya en él y se están acercando peligrosamente,
pero Harper le da alcance antes y empieza a hablar con él. No estamos
seguros de que alguno de ellos hable inglés, pero es mejor prevenir―.
Estabas aquí. No vuelvas a largarte sin avisar, casi me muero del susto
porque no te encontraba. ¿Qué haces en este lugar? La casa es
impresionante, pero ¿nadie te ha dicho que es de mala educación espiar
cuando hay una valla que claramente grita "quiero privacidad"? Vámonos
antes de que te vea alguien y se moleste por tu impertinencia.
Mientras habla, le rodea un brazo y tira de él. Combs está tan sorprendido
que ni siquiera opone resistencia. Los guardias los observan mientras se
alejan sin dejar de sostener sus armas al frente y, solo cuando están fuera de
su vista, se relajan. También yo vuelvo a respirar con normalidad cuando se
reúnen conmigo.
―¿Qué coño pretendías hacer? ―Cuando ya estamos suficientemente lejos
de la casa, Harper se enfrenta a Combs―. Oye, si quieres que te maten, por
mí bien, pero que lo hagan cuando hayamos cumplido la misión. Aparte de
imbécil, eres un puto irresponsable y un egoísta de mierda. ¿Te das cuenta
de que te estaban apuntando a la cabeza mientras metías las narices en la
valla? ¿Y tú te llamas profesional? Si te hubiesen capturado, se habría ido la
misión a la mierda, joder. ¿En qué estabas pensando?
―Tú no me das órdenes ―Combs se defiende y eso la cabrea más. Nunca
había visto a Harper tan alterada y casi da un poco de miedo―. Estaba
haciendo el trabajo que tú no has sabido hacer.
―¿Dejando que te descubran? ―Harper da un paso hacia él y, de lo
imponente que parece ahora mismo, Combs no puede evitar retroceder―.
¿Un SWAT? Tú solo eres un mierdecilla que tuvo mucha suerte en el
examen de acceso. Estoy segura de que si sigues en este trabajo es porque
tienes unos compañeros muy competentes que cubren todas tus cagadas. Y
encima tienes el descaro de insultarlos y menospreciarlos como si el único
que vale en el equipo fueses tú. Pero que te quede claro, Combs, tú no vales
una mierda.
―Y tú no eres más que una puta que ha chupado muchas pollas para llegar
donde está, no me...
―Hijo de puta. ―Harper no le deja terminar la frase y le pega tal puñetazo
que Combs acaba en el suelo inconsciente. Lo ha noqueado de un solo
golpe y no puedo evitar aplaudir al verlo.
―Lo que habría dado por ser yo ―digo, todavía sorprendida.
―Joder ―se queja ahora―, nos ha jodido el plan, Joy. Ahora van a estar
más atentos a la calle y no podremos acercarnos sin arriesgarnos a que nos
descubran. Sobre todo porque a mí ya me han visto la cara y no podría
acompañarte. Y de ninguna manera vas a ir sola.
―Puedo hacerlo ―le digo.
―Podrías, si no estuviesen alerta ―matiza―. Pero Combs la ha cagado a
base de bien. Ya no podemos hacer nada. Imbécil.
Le da un toque en la suela del zapato que le hace temblar la pierna, antes de
pedirme con la mirada que le ayude a cargarlo para llevárnoslo de regreso al
escondite. Por su culpa, tendremos que ir a ciegas con lo de Alessandro.
Solo espero que sea él la visita que están esperando o nos habremos
movilizado para nada.
CAPÍTULO 21

―¿Qué ha pasado? ―Knowles mira a Combs y luego a nosotras con cara


de asombro.
―Pasa que le pesan más las pelotas que el sentido común ―dice Harper,
que todavía está cabreada por lo que dijo―. Ha estado a punto de que le
metan un tiro en la cabeza para demostrar que es mejor que yo.
―Lo tenía controlado ―protesta el SWAT, que se ha despertado a tiempo
para oírla.
―Una mierda lo tenías ―le grita Harper.
―Que alguien me diga lo que ha pasado.
―Combs estaba junto a la valla ―le explico yo―, mirando hacia el interior
sin ningún disimulo.
―Joder, Combs ―se queja Knowles sin dudar de mi versión―, ese es un
error de novato. ¿Qué te pasa, hombre? Desde que iniciamos esta misión
estás irreconocible. ¿Dónde has dejado tu profesionalidad?
―Nadie me va a decir lo que puedo o no puedo hacer ―refuta― y menos
una mujer. La habéis enviado a ella a averiguar lo que pasa en la casa y no
nos ha dicho una mierda. Yo he confirmado que es a Alessandro a quien
esperan.
―A costa de tu propia vida ―replica Harper.
―Lo tenía controlado ―le grita a su vez.
―Ahhhh. ―Harper se da por vencida. Discutir con un tío como él es como
hacerlo con una pared―. La próxima vez dejo que te metan el tiro por el
culo. Imbécil.
―Knowles, por favor, haz que entre en razón ―le pido antes de ir a buscar
a Harper, que ya se está alejando. Necesitamos ser una unidad o esto no
saldrá bien―. Harper, espera.
―Estaré bien, Joy ―me dice cuando le doy alcance―, pero si no me
alejaba, lo volvería a dejar inconsciente. Dios, odio tanto a los hombres
como él, que se creen mejores que los demás solo por tener pelos en los
huevos.
―Sé de lo que hablas ―admito―. En la academia conocí a un par de ellos.
No creen que las mujeres podamos ser tan eficaces como ellos y les jode
que sobresalgamos en las pruebas. No les gusta ser superados por una
mujer.
―No se trata solo de eso, Joy. ―Se apoya en una pared―. Se trata de que
tienes que estar siempre alerta, en tensión, como si tuvieses que demostrar
todo el tiempo que mereces estar donde realmente has llegado por méritos
propios. Ellos alcanzan el mismo nivel y ya está, son lo que son, pero
nosotras tenemos que demostrar cada día que no estamos allí por haber
acabado en la cama de alguien. Es tan frustrante.
―Lo sé. ―No se me ocurre qué más decir.
―Toda mi vida en el ejército he tenido que esforzarme más que los demás,
no porque ellos fuesen mejores, sino porque creían que lo eran. Si veían el
más mínimo atisbo de flaqueza en mí, me machacaban con eso. Los
muchachos han sido los primeros que me han aceptado tal cual soy. No he
tenido que luchar para hacerme un hueco entre ellos y eso ha supuesto un
alivio enorme. ―Me mira―. Y no debería ser así. Quiero decir, no debería
tener que sentirme agradecida de que me acepten. Estoy donde estoy porque
me lo he ganado. Nadie me lo ha permitido, yo lo he hecho. Y la gente
como Combs me saca de quicio. Y a veces es difícil controlar toda esta ira.
―Es un asco, lo sé.
―Me alegra que quieras seguir tus sueños, Joy ―me sonríe por un
momento, antes de volver a su rictus serio―, pero me temo que nunca será
un camino de rosas. Hubiese preferido que eligieses algo donde no
necesitases probar tu valía a todas horas.
―Tengo muy buenos ejemplos a mi alrededor ―le sonrío―. No podía ser
menos que vosotros.
―No tienes que demostrarnos nada, Joy.
―Lo sé, pero quiero hacerlo. Siempre he soñado con hacer algo grande por
mi país. Lo de pertenecer al ejército no me atraía porque he sufrido con las
ausencias de mi padre y mis amigos, así que mi única opción era la policía.
―Ser maestra también es hacer algo grande por tu país ―señala ―. O
médico. Incluso ser ingeniera.
―Es posible. ―Me encojo de hombros porque sé que no podría ser otra
cosa que no fuese policía.
―Incluso un ciudadano de a pie puede hacer algo grande por su país.
―Pero no el tipo de grandeza que yo necesito ―niego―. Sé que todos
contribuimos, pero yo quiero ser una parte más activa de la ecuación.
―No seré yo quien te lo niegue, Joy, pero ―Me toma de las manos― si en
algún momento sientes que no puedes más o si tienes algún problema que
no te ves capaz de solucionar sola, solo dímelo y te ayudaré. De la forma en
que tú quieras, pero no estarás sola.
―Gracias, Harper. ―La abrazo en un impulso y me devuelve el gesto. Para
mí, Harper es un ejemplo a seguir. También lo son las demás, pero ella es
especial porque ha tenido que pelear sola mucho tiempo para llegar a donde
está ahora. La admiro y que me diga que puedo contar con ella significa
mucho para mí.
―No tienes que dármelas ―me sonríe―. Y ahora volvamos con el imbécil.
Seguro que los demás ya estarán allí.
Tal como vaticinó, nos están esperando. Si ya saben lo que pasó, nadie lo
comenta y empezamos a planificar el secuestro. No sabemos a qué hora
llegará, así que no podemos entretenernos demasiado con los detalles.
―Los tres SWAT irán en un coche ―Fisher nos divide a su manera―,
Cornell y Harper conducirán el otro y Joy se viene conmigo. Ya nos
conocemos, así que será más fácil así. ―Sé que usa esa excusa pero, en el
fondo, quiere alejar a Combs de Harper y de mí. Nadie protesta, así que
prosigue, mostrándonos un mapa―. Hay tres calles que llevan a la
principal. Cada vehículo vigilará una de ellas. En el momento en que
tengamos al objetivo localizado, avisaremos al resto para cercarlo. Si hay
dos vehículos, informad tan rápido como podáis para iniciar la maniobra de
separación. Si hay más, cancelamos todo.
Surgen algunas preguntas y Fisher las responde con seguridad. Está claro
que sabe lo que hace, pero no puedo dejar de mirarlo embobada por lo
guapo que está cuando se pone serio. Me enamoré de él por sus tonterías,
que siempre me hacían reír, pero verlo en su salsa, demostrando que es
mucho más que un payaso amoroso, me hace ver que mi padre ha sabido
rodearse de grandes hombres y mujeres. Tengo suerte de pertenecer a esta
gran familia y de que este gran hombre me ame.
―¿Todo aclarado? ―La pregunta final de Fisher me hace volver al
presente. Me temo que no he escuchado nada de lo último que se habló―.
Entonces pongámonos en marcha.
Lo sigo hasta nuestro coche y en cuanto nos metemos dentro, me mira de
frente, girándose en el asiento para poder hacerlo. Lo imito y me muerdo el
labio porque no tengo ni idea de lo que va a pasar. Me gustaría decir que me
va a besar, pero por la cara que tiene ahora mismo, lo dudo.
―No has prestado atención a nada de lo que he dicho, ¿verdad?
―pregunta.
―Claro que sí ―me defiendo, aunque sea cierto lo que ha dicho.
―En otras circunstancias, después de cómo me has estado mirando, te
llevaría a una cama y te mantendría en ella durante horas ―me dice,
sorprendiéndome por su sinceridad absoluta―, pero tenemos una
importante misión entre manos, así que céntrate, amor, o tendré que
cambiar de compañera.
―Tú no harías eso. ―No me puedo creer que haya usado la palabra amor
cuando me está regañando. Y tampoco puedo creer que se haya dado cuenta
de que me lo comía con la mirada. Juraría que estaba siendo discreta.
―No ―Se encoje de hombros y se sienta bien para arrancar el coche―,
pero algo tenía que decir para que te centres en lo que tenemos que hacer.
―Que sepas que jamás pondría la misión en peligro por mirar para ti ―le
aclaro mientras me pongo el cinturón de seguridad.
―Si no prestas atención a las instrucciones, claro que lo harás ― ahora ya
está bromeando y se gana un golpe en el brazo―. ¿La que se porta mal eres
tú y me llevo yo el castigo? Qué injusta es la vida.
―Te prometo que si la misión acaba bien ―le digo―, cuando volvamos a
casa te daré tu recompensa por haber sido tan buen chico.
―Mmmm ―ríe por lo bajo―, pero yo quiero ser un chico malo.
―Conduce, Fisher ―señalo a la carretera―. No vayas a poner la misión en
peligro por mirar para mí. Si no te centras, tendré que cambiar de
compañero.
Ahora ríe con más ganas y no puedo evitar imitarlo. Le acaricio la mejilla y
dejo escapar un suspiro que le hace sujetar mi mano por un momento y
besarme la palma antes de liberarla. Bromas aparte, es hora de poner
atención a la misión.
―¿Me explicas entonces lo que hay que hacer? ―digo después de unos
segundos en silencio y las risas llenan de nuevo el vehículo.
Mientras esperamos en la calle que nos ha asignado, me comenta lo que han
hablado y compruebo que solo me he perdido un par de aclaraciones sin
mucha importancia, así que no me siento tan culpable por mi ensoñación.
―¿Me dirás qué ha pasado con Combs? Knowles estaba bastante ofuscado
cuando llegamos y el imbécil tiene la mejilla visiblemente oscurecida y el
labio partido. ¿Harper?
―¿Cómo lo sabes?
―Me he llevado alguno ―ríe―, aunque siempre ha controlado la fuerza
porque no estaba cabreada de verdad. Duelen a su madre, así que imagino
que si quisiese hacer daño, pasaría algo como lo que Combs tiene en su
cara.
―Cuando estábamos llegando a la casa, lo descubrimos mirando a través
de la valla como un chiquillo que no conoce el peligro que lo acecha al otro
lado ―le explico―. Harper fue a rescatarlo porque vimos que dos hombres
armados se acercaban a él con no muy buenas intenciones y en lugar de
agradecérselo le llamó puta.
―Fiuuuu ―silba―. No me extraña que lo golpease.
―Lo dejó inconsciente de un solo golpe. ―No puedo evitar sentirme
orgullosa de ella.
―Una lástima ―dice― porque seguro que habría disfrutado si tuviese que
darle varios golpes para dejarlo noqueado.
―Se los merecería ―admito.
―Se acercan dos coches tintados ―escuchamos decir a Harper por la
radio―. Maniobra de separación iniciada.
Nos ponemos en marcha rumbo a la calle en la que están Cornell y ella para
intentar interceptar a los vehículos. Mi corazón comienza a latir más rápido
y siento la tensión en mis músculos. Esta será mi primera persecución real y
no puedo dejar de sentirme expectante.
―Relájate, Joy Joy ―me dice Fisher, que se ha dado cuenta de mi
nerviosismo―. Te necesito al cien por cien ahora.
―No te fallaré, Biff ―le prometo.
No será un trabajo sencillo porque no podemos hacer uso de las armas para
no alertar a los hombres de DiLuca. Estamos muy cerca y escucharían los
disparos sin problema. No queremos que se unan a la fiesta, así que solo
nos queda la opción de separar a ambos coches y hacer salir a Alessandro
del suyo. Pero, ¿en cuál va?
―¿Delante o detrás? ―susurro.
―¿Qué?
―Me estaba preguntando qué pasaría si acorralamos al coche que no es
―le explico―. ¿Dónde crees que irá Alessandro? ¿En el primer coche o en
el segundo?
―Cuando logremos separarlos, lo sabremos.
―¿Cómo?
―Porque el coche en el que vaya Alessandro intentará escapar de nosotros,
mientras que el otro tratará de volver con él.
Fisher sabe más de eso que yo, así que no digo nada más. Sin embargo, no
puedo dejar de darle vueltas en mi cabeza. ¿Y si nos equivocamos? Solo
somos tres vehículos y no podremos acorralar a ambos. Uno se escapará sin
remisión y si Alessandro va en ese todo habrá acabado. No puedo permitir
que se nos escape.
―Ahí están ―dice Fisher al girar en la siguiente calle. Todavía están lejos,
pero son inconfundibles.
También lo son todos los vehículos de gente inocente que se verá afectada
si esto sale mal. No puedo consentirlo y, por eso, aprovechando que Fisher
ha disminuido la velocidad, me libero del cinturón, abro la puerta y me
bajo, ignorando los gritos de mi novio. No puedo permitir que alguien salga
herido.
―Joder.
El grito frustrado de Fisher es lo último que escucho antes de empezar a
caminar por la acera mirando directamente al primer vehículo de cristales
tintados. Si Alessandro me viese, tal vez le haría detener el coche y salir de
él para reunirse conmigo. Así sería más fácil capturarlo. Tiene que
funcionar porque no estoy dispuesta a poner en peligro a nadie más. Y
menos a la gente que pasea por la calle ajena a lo que está pasando.
No sé si Fisher ha captado la idea de mi plan, pero no ha salido a buscarme
y tampoco veo a los demás venir a mi encuentro. El pulso me martillea las
sienes, pero me niego a dejar que el pánico me haga recular. Me repito una
y otra vez que este es el plan más sensato para convencerme de ello porque
a medida que los coches se acercan, siento que he cometido un error.
Sin embargo, de repente, ambos vehículos se paran y un hombre trajeado
con cara de pocos amigos sale del segundo coche. Ha dejado la puerta
abierta y se acerca a mí sin ningún disimulo. Casi diría que ese es el coche
en el que va Alessandro, pero no puedo confirmarlo, así que cuando el
hombre me dice que le acompañe, lo hago sin protestar. Solo estando a
escasos metros del mismo veo a mi ex esperando a que llegue. En su rostro
hay esperanza y dudas en igual medida, pero sobre todo ansia. Tanta que,
antes de que alcancemos el coche, se baja de él para llegar hasta mí.
―Joy ―me dice, mirándome fijamente a los ojos―. No puedo creer que
estés aquí.
―Pues yo esperaba que estuvieses aquí ―le confieso.
―¿Has venido por mí? ―La esperanza en su voz es evidente.
―Sí ―asiento, pero cuando se acerca para abrazarme, feliz de que haya
cambiado de opinión, le hago una llave y consigo usar su cuerpo de escudo
humano―. Lo siento mucho, Alessandro, pero no he venido por los
motivos que crees.
―¿Qué estás haciendo, Joy? ―intenta liberarse, pero no se lo permito.
―Mi trabajo ―sentencio.
Segundos después el coche de Fisher se detiene a mi lado y le obligo a
entrar. Cuando arranca, los guardias de seguridad de Alessandro pretenden
seguirnos, pero nuestros compañeros se lo impiden. En menos de un
minuto, los hemos perdido de vista.
―¿Qué coño ha sido eso, Joy? ―Fisher está muy cabreado conmigo―.
Como vuelvas a ponerte en peligro de esa forma, te juro que te arrepentirás.
―Tenemos a Alessandro, ¿no? ―lo enfrento.
―Pero no a ese precio, Joy. ―Solo ahora escucho la angustia en su voz―.
Nunca a ese precio.
CAPÍTULO 22

―Dejadme a mí ―les pido una vez más. Sé que Fisher no quiere que me
quede a solas con Alessandro porque todavía le dura el susto que le di antes,
pero dudo que mi ex hable con alguien que no sea yo. De hecho, no sé ni si
lo hará conmigo porque sabe que diga lo que diga, está jodido. Los SWAT
no le ofrecerán un trato después de que los haya engañado y los SEAL no
pintan nada aquí, salvo ayudar a capturarlo.
―Cree que le has traicionado ―Fisher insiste en su teoría para no dejarme
hacerlo―, dudo que quiera hablar contigo.
―Intentémoslo al menos ―sugiero―. El no ya lo tenemos.
Knowles ha probado por la vía diplomática, recordándole el trato al que
habían llegado, incluso si no está dispuesto a cumplirlo, pero Alessandro no
se ha mostrado colaborativo, precisamente porque sabe que no obtendrá una
reducción de condena. Harper ha intentado intimidarlo, pero tampoco ha
funcionado. Y mira que conoce muchas técnicas efectivas sin tener que usar
la violencia pero, en ese sentido, Alessandro se siente seguro porque no
podemos golpearlo o la detención será anulada. Y por eso no podemos dejar
que Fisher entre en la habitación, pues usaría los puños, así que solo queda
probar a que hable conmigo.
―No perdemos nada por intentarlo ―asiente Knowles, que ve cómo el
plan se está arruinando. Si no confiesa, no enviarán a nadie. Y a ellos
podrían abrirles un expediente por haber actuado en lugar de buscar pruebas
como se les pidió. Se están jugando mucho con este secuestro.
―La puerta abierta ―me advierte Fisher, pero en cuanto entro, la cierro.
No echaré el cerrojo pero, si no tenemos intimidad, no hablará conmigo.
―Así que policía ―dice nada más verme.
―Te lo dije hace mucho ―le recuerdo.
―No pensé que lo cumplieses, la verdad.
―Contigo me pasó justo al revés, fíjate. ―Me mantengo entre la puerta y
él, aunque no podría moverse hacia ella ni aunque lo intentase porque
permanece atado a una silla―. Me creí cada palabra que me decías sobre
tus planes de futuro. Ya te hacía siendo el director de tu propia empresa.
Una legal, se entiende.
―Por aquel entonces no podía decirte la verdad, Joy. Te habrías asustado y
te habrías alejado de mí.
―Te entregué mi confianza, Alessandro ―Sabe de qué le estoy hablando―
y me traicionaste. Creía que eras un buen chico, que habías hecho lo
correcto y por eso te habías tenido que alejar de tu familia temporalmente,
pero todo formaba parte de tu verdadero plan, ¿verdad? Primero te deshaces
del socio al que no podrías controlar y con el que tendrías que compartirlo
todo y después regresas con tu padre, cuando se le haya pasado el enfado
por delatar a Sartore. Así, el negocio acabaría siendo solo tuyo cuando tu
padre desapareciese.
―No es tan sencillo, Joy.
―Pues explícamelo.
―Sabes que no puedo hacerlo. ―Mira detrás de mí.
―Claro que no. ―No me daré por vencida tan pronto. Conmigo ya ha
dicho más de lo que ha hablado con el resto―. Después de todo, tampoco
me contaste la verdad en Porvoo. Vives de las mentiras, Alessandro, son tu
sustento. Dudo que sepas cuál es la verdad incluso tú. Te has inventado
tantas mentiras en torno a ti, que ya no tienes ni idea de lo que realmente
quieres.
―Quiero lo que tiene mi padre ―dice con calma― y quise en su momento
que tú lo compartieses conmigo, pero está claro que no sientes por mí lo
mismo que yo por ti.
―Aunque lo hubiese sentido ―Necesito que entienda que el camino que
está a punto de tomar no es el correcto―, saber lo que pretendes hacer me
habría alejado de ti igualmente. No podría vivir con un asesino y traficante,
Alessandro. ¿Qué clase de vida sería esa?
―Te trataría como a una reina. Tendrías todo lo que quisieses. Podría darte
el mundo, si me lo pidieses. No te negaría nada.
―Y si no puedes conseguirlo por las buenas, sería por las malas
―remarco―. No se trata de las posesiones, Alessandro, sino de la
confianza en tu pareja, en que sepa cuidar de ti y protegerte. Contigo
siempre tendría miedo a que me hicieses daño si decidieses que ya no te
resulto útil. Por favor, estás hablando de matar a tu padre como si se tratase
de una simple cucaracha que hay que pisotear. Es tu padre.
―Como te dije, nunca me trató bien. ¿Por qué ahora habría de tratarlo
mejor yo a él?
―Así que tu plan sigue siendo el mismo, matarlo para hacerte con el
control de todo ―Intento que no se note el interrogatorio sutil que estoy
llevando a cabo porque necesito que confiese lo que me dijo en Porvoo―.
¿Y pensabas hacerlo delante de tu madre? ¿O a ella también la matarás? ¿Te
estorba tanto como tu padre? ¿Ese es el destino que le reservas a la mujer
que te dio la vida?
―No metas a mi madre en esto.
―¡Oh, vaya! Así que, después de todo, sí que quieres a alguien ―replico.
―Déjalo, Joy ―me advierte. Está llegando al límite y no tardará en
explotar, así que lo presiono un poco más.
―¡Qué orgullosa estará de su hijo! ―digo―. Aunque claro, igual es
tradición familiar que los hijos maten a los padres para poder heredar el
negocio. ¿Las madres se libran? ¿O cómo va la cosa?
―Que te calles ―grita.
―Solo quiero entenderlo ―insisto, esperando que nadie entre ahora―.
Porque si es así, necesitaría saber que mi hijo acabaría matándome algún
día. Tal vez así procuraría no tenerlo y me ahorraría la decepción y el
disgusto que, seguramente, sentirá ahora tu madre.
―Mi madre lo consintió todo. ―He logrado enfadarlo―. Cuando me
despertaba de las pesadillas, me decía que se me pasaría con el tiempo, que
era normal estar nervioso al principio. Me decía que todo eso era por el bien
del negocio.
―Entonces la vas a matar también a ella ―digo sin entonación, solo
constatando un hecho.
―Se lo merece. ―Está fuera de sí―. Mi regalo de cumpleaños en mi
mayoría de edad fue matar a alguien por primera vez. Ni siquiera sé quién
era o qué había hecho para ofender a mi padre hasta el punto de merecer la
muerte. Él solo me dijo que debía morir y que yo sería el ejecutor, que debía
aprender a tomar decisiones difíciles, a mancharme las manos cuando fuese
necesario. Y mi madre se quedó a su lado, viendo cómo apretaba el gatillo,
con el orgullo pintado en el rostro. Ninguno de ellos merece vivir.
―¿Y Sartore?
―Sartore solo fue mi vía de escape en aquel momento. Lo acusé para poder
desaparecer sin que pudiesen encontrarme. Porque por mi cuenta habría
sido prácticamente imposible. Ahora que ha salido de la cárcel, haré que le
echen la culpa por el asesinato de mi familia. Así, me libro de él también y
el negocio será todo mío.
―No podrás llegar a él.
―Tengo a mis hombres en ello ―ríe―. Si no está muerto ya, lo estará muy
pronto.
Espero que el resto del equipo pueda interceptarlos y salvarle la vida.
Aunque se lo merecería por todo el daño que ha hecho a lo largo de su vida,
es justo que pague por sus pecados en la cárcel, como dicta la ley. Ya lo ha
hecho en parte, pero todavía tiene mucho por lo que responder.
―¿Sabes una cosa, Alessandro? Te lo agradezco ―le sonrío.
―¿Qué? ―Me mira con desconcierto.
―Acabas de confesar que quieres matar a tus padres y que has enviado a
alguien para acabar con Sartore. No es exactamente lo que buscaba, pero
bastará por ahora ―constato―. Unos meses en la cárcel te harán
recapacitar y tal vez para entonces ya estés dispuesto a hablar.
―Joy ―me llama al ver que me alejo―. Eso no es nada. No he hecho
nada, no pueden acusarme.
―Claro que podemos ―interviene Knowles ahora. Debía estar detrás de la
puerta esperando el momento justo para entrar, porque ha aparecido muy
rápido―. Tenemos tu confesión grabada y es suficiente para encarcelarte
una buena temporada.
―Joy, eh, Joy. ―Alessandro insiste en hablar conmigo, pero ya he tenido
suficiente. Salgo de la habitación y voy directa a los brazos de Fisher, que
me acogen con amor. Solo entonces soy consciente de la tensión que he
estado acumulando mientras hablaba con él.
―Lo has hecho muy bien, Joy Joy ―me dice sin soltarme―. Eres
increíble.
―Me siento horrible ―susurro―. Me engañó tanto tiempo.
―No podías saberlo ―dice, después de alejarnos de todos―. No es culpa
tuya, Joy.
―Es un puto psicópata.
―Esos son los típicos de los que luego dicen sus vecinos "parecía tan
educado y normal". ―Aunque bromea, poniendo una voz rara, no deja de
tener razón. La mayoría de asesinos en serie o trastornados tenían una vida
normal y sencilla de cara al mundo ―. Lo que no puedes hacer es sentirte
culpable por lo que pudo haber hecho. Tú no eres responsable de sus actos,
incluso si algunos pretendía hacerlos alegando que era por ti. Nunca es por
nadie salvo por sí mismos, en realidad. Se ponen excusas para no culparse,
pero si alguien hace algo es porque quiere hacerlo. Así de fácil.
―Así de fácil ―repito, todavía no tan convencida como él.
―Como ahora ―dice, rodeándome con los brazos―. Que quiero besarte
para que se te borre esa expresión de la cara y, aunque lo haré por ti, en
realidad es porque quiero hacerlo.
No me deja responder porque me besa inmediatamente después. Me aferro
a él con fuerza y le devuelvo el beso, buscando beberme su seguridad.
Fisher es mi apoyo y siempre lo ha sido. En mis peores momentos siempre
he acudido a él para que me aconsejase. Nuestro amor se fraguó lentamente,
con pequeños gestos, a lo largo de muchos años. Y creo que por eso es tan
especial. Puede que nos perdiésemos por el camino alguna vez, pero
siempre volvemos el uno al otro y siempre lo haremos.
―Te amo, Biff ―le digo al liberar la boca.
―Yo también te amo, mi preciosa mujer imbatible. ―Deja otro beso en mis
labios antes de regresar con el resto― ¿Y ahora qué hacemos?
Como si su pregunta fuese una premonición de lo que nos tocará hacer,
escuchamos bastante alboroto fuera del edificio. Harper y Downer se
asoman a las ventanas que tienen justo al lado, mientras que Knowles va a
por Alessandro.
―Tenemos visita ―anuncia Downer.
―No podemos enfrentarlos ―afirma Harper―. Hay que salir de aquí
inmediatamente.
―No podía ser tan fácil ―susurro. Estoy tan harta de todo esto, que la ira
empieza a acumularse en mí. Y eso puede ser muy peligroso.
Por primera vez, Combs no se queja de nada y es el primero en quedarse en
la puerta de entrada, vigilando, mientras el resto vamos saliendo por la
ventana del balcón y saltamos al del vecino de abajo. Se va a llevar un buen
susto cuando nos vea, si está en casa, pero es lo único que podemos hacer
para salir de aquí sin cruzarnos con quien está subiendo a por nosotros.
―¿Cómo nos han encontrado? ―pregunta Cornell sorprendido.
Mientras obligamos a bajar a Alessandro, descubro que blande una sonrisa
demasiado satisfecha y, en cuanto entramos en el salón del vecino, me
enfrento a él. Estoy convencida de esto es cosa suya y necesito saber cómo
lo ha hecho. Estoy tan cabreada que no me importa si tengo que zurrarle
para que hable.
―No hay tiempo para esto, Joy. ―Fisher intenta tirar de mí para que lo
deje estar, pero me niego a seguir avanzando hasta que me diga la verdad.
―Si no lo cacheo, nos seguirán vayamos a donde vayamos.
―Ya lo he cacheado yo ―dice Combs, que ha llegado a tiempo para oírme.
―Pues no lo has hecho muy bien ―protesto, sin mirarlo, porque mis ojos
están fijos en Alessandro―. O me dices dónde está o te vienes con nosotros
tal y como has venido al mundo, hijo de la gran puta.
―No te atreverás a desnudarme ―ríe, creyendo que ha ganado.
―Ten por seguro que sí ―lo amenazo―. Y si me tocas mucho los ovarios,
te corto el rabo y dejo que te desangres.
Saco la navaja que tenía escondida en la cintura de mi pantalón y su rostro
palidece. Siempre funciona con los hombres, cuando su masculinidad se ve
amenazada se vuelven unos cobardes. Ni siquiera hace falta ir en serio para
que se acojonen.
―En el zapato derecho ―dice casi sin voz cuando le acerco la navaja a los
genitales―. El tacón se abre.
Le obligo a sentarse en el suelo y busco el localizador. Tal y como me ha
dicho, está escondido en el tacón. Es muy ingenioso, pero no tengo tiempo
para admirarlo. Lo destruyo y miro en su otro zapato por si acaso, pero no
hay nada. Tampoco tengo tiempo de pensar en cómo ha conseguido todo
esto, porque se supone que está enfadado con su padre y no tiene dinero
para semejante tecnología, así que lo descarto por ahora.
―¿Hay más?
―No ―niega.
―Espero que hayas dicho la verdad, Alessandro, porque tengo muchas
ganas de probar cuán afilada está. ―Le acerco la navaja a la cara antes de
guardarla.
Fisher y Cornell lo levantan del suelo y continuamos la carrera hacia el
exterior. Lo bueno de habernos detenido en la casa es que ahora los
hombres de DiLuca están en el piso de arriba y podemos usar las escaleras.
En la puerta de entrada hay dos hombres haciendo guardia, pero no suponen
un problema para Knowles y Downer, que se deshacen de ellos en un par de
movimientos. Fisher y yo arrastramos a Alessandro a uno de los vehículos
que hemos alquilado y el resto se divide en los demás. Para cuando nos
alejamos de allí, nadie nos sigue, aunque no tardarán en hacerlo, así que
necesitamos alejarnos lo máximo posible de las calles. Si va a iniciarse un
tiroteo, mejor que no haya víctimas potenciales cerca. Necesitamos un lugar
despejado donde enfrentarlos, si nos alcanzan.
―Esto no pinta bien ―dice Fisher, siguiendo el coche donde va Cornell,
porque es quien lleva el GPS―. Para mí que el gilipollas este ya estaba
amigado con su padre antes, Joy, o no se habría molestado en enviar a tanta
gente para rescatarlo.
―Solo tenemos que procurar que no se lo lleven ―le digo, apuntando a
Alessandro con mi pistola para que se esté quieto porque ya ha intentado
salir del coche en cuanto se puso en marcha―. Si DK estuviese aquí, podría
conseguirnos un avión para salir del país de inmediato.
―Si todos estuviesen aquí, las tornas cambiarían y serían ellos los que
huyesen ―remarca Fisher. Y tiene razón. Con los equipos SEAL y SWAT
al completo, no tendrían nada que hacer, pero no están todos, así que solo
nos queda seguir escapando.
―No podréis huir para siempre ―dice Alessandro―. Mi padre es
demasiado poderoso. Os encontrará y acabará con todos sin arrugarse el
traje. Estáis perdidos. Yo, de vosotros, me rendiría.
―Puede que no podamos escapar de tu padre ―le digo con fría calma―,
pero reza para que lo hagamos porque, si nos pilla, te juro por lo más
sagrado y lo que más quiero, que le enseñaré las grabaciones de tu
confesión. Veremos si somos los únicos que caemos bajo su yugo, mamón.
CAPÍTULO 23

En muchas ocasiones, el destino nos tiene preparadas sorpresas inesperadas


y, aunque no siempre son de las buenas, debo decir que de esta no me
quejaré. Ni siquiera puedo describir el alivio que me da escuchar a
Simmons por la frecuencia que estamos usando. No solo porque me alegra
saber las buenas noticias que nos trae, sino porque estamos muy necesitados
de ayuda y ellos ya están en camino.
―Muchachos, estamos llegando a casa de los DiLuca. Al final, Alessandro
no apareció por aquí, sino que envió asesinos a hacer el trabajo por él. Los
hemos reducido sin problema y Sartore ha aceptado colaborar con los
SWAT para atrapar a los DiLuca a cambio de no volver a la cárcel ―nos
dice―, así que Jarvis y Dale se han quedado con él. ¿Dónde estáis
vosotros?
―Estamos jodidos ―respondo, aunque Harper se hace con el control al
momento. Era de esperar, porque es la que controla la situación, siempre,
cuando Simmons no está.
―Tenemos a Alessandro, pero su padre ha enviado a sus perros a por
nosotros. Cornell ha encontrado un lugar donde poder hacerles frente con
los mínimos daños posibles y estamos yendo hacia allí. Os envío la
ubicación. Reuniros con nosotros lo antes posible porque estamos bastante
jodidos.
―Traed granadas ―añado―. Necesito explotar algo. Los huevos de este,
por ejemplo.
No sé si el resto pudo oírlo, pero yo escucho perfectamente el grito de niña
asustada que deja escapar Alessandro. No diré que, seguramente, tenga su
atractivo para las chicas y sepa cómo camelarlas, pero no sé qué diablos le
vio Joy a este tipejo para decidir estar con él. Es cobarde, egocéntrico y
tiene la mente totalmente fundida. No es el tipo de hombre que se merece
mi Joy. Y no lo digo porque no la quiera con nadie que no sea yo, sino
porque, de no poder estar conmigo, merece un hombre que pueda
protegerla, incluso si ella sabe hacerlo sola, y que sepa valorarla. Joy es
demasiado buena en todos los sentidos para un mierdecilla como
Alessandro.
―No queda lejos de donde estamos ahora ―informa Simmons al recibir la
ubicación―. Nos encontraremos allí.
Cortamos la comunicación y, por primera vez desde que se inició esta
persecución, sonrío. Estos imbéciles no saben lo que se les viene encima
ahora. Puede que sigamos siendo menos que ellos, pero no tendrán nada
que hacer contra nosotros.
―Qué alivio que hayan llegado a tiempo ―Joy está de acuerdo conmigo.
―No tenéis ninguna posibilidad. ―Aunque Alessandro insiste en ello, su
voz no suena tan firme como al principio. Como no sabe cuántos se nos van
a unir, tampoco puede prever cómo acabará esto―. Mi padre tiene...
―Somos SEAL, tío ―lo interrumpo―. Aunque solo viniesen dos más, os
haríamos papilla. Además, Sartore estará largándolo todo ahora mismo, por
si no lo has oído. Tu padre tiene las horas en libertad contadas. ¿En serio
crees que se preocupará por ti cuando peligra su propio pellejo?
―Nadie se moviliza tan rápido. ―Parece que está entrando en pánico. Es
tan fácil de acojonar que le quita la gracia al asunto. Y no es que me
esfuerce mucho tampoco.
―No conoces a los americanos ―remarco para ponerlo todavía más
nervioso.
―Biff, déjalo ―Joy interviene, pero la conozco y sé, por su cara, que su
intención no es tranquilizarlo, precisamente―. Le vas a estropear la
sorpresa. Deja que vea con sus propios ojos de lo que son capaces los
SEAL.
―Joy ―Alessandro la nombra, segundos después, en un susurro para que
no lo escuche. Vanos esfuerzos los suyos porque tengo un oído muy fino.
Sobre todo cuando me interesa―. Escúchame. Sabes que no he hecho nada
todavía. Me consta que entiendes por qué quería acabar con mi padre. Es un
mal tipo, un pésimo padre que se merece lo que le pase ahora, pero yo no
soy como él. Tú sabes que no lo soy. Habla con los SWAT por mí, por
favor. Convéncelos de que colaboraré con ellos si me dejan libre. No voy
a...
―Tarde, Alessandro ―lo corta―. Tuviste tu oportunidad antes de fingir tu
propio secuestro y de planear todo esto. ¿Qué les garantizaría ahora a los
SWAT que no estás dispuesto a hablar para deshacerte de tu padre y poder
tomar el relevo más tarde? Después de todo lo que has dicho y de lo que
estabas dispuesto a hacer, nadie se creerá que renunciarías sin más al legado
de los DiLuca.
―Podría hacerlo si con ello evito la cárcel ―insiste―. Por favor, Joy, no
dejes que me encierren.
―Es el miedo el que habla por tu boca, mamonazo ―remato yo, harto de
sus lloriqueos―. Irás a la puta cárcel y nadie moverá un dedo por ti.
Alcanzamos las afueras de la ciudad poco después y nos detenemos en una
zona de edificios en obras donde no parece haber nadie. Desde luego,
Cornell sabe elegir bien dónde presentar batalla, aunque me pregunto cómo
sabía que estaría desierto hoy. Pero tampoco me paro a reflexionarlo
demasiado porque el resto del equipo está allí y estoy deseando reunirme
con ellos. Nos protegen las espaldas mientras salimos de los coches, porque
los hombres de DiLuca están demasiado cerca ya. No tanto como para
alcanzarnos, pero nunca está de más ser precavidos.
―Joder, qué alegría veros. ―Me abrazo a Loman porque es el primero al
que alcanzo, pero el resto entiende que es por todos ―. Estábamos bastante
jodidos sin vosotros.
―Fue un gran acierto dividirnos porque evitamos una muerte ― asiente
Simmons―, pero también me alegro de haber llegado a tiempo para
ayudaros.
No nos paramos a hablar más porque divisamos en la distancia los primeros
coches y tenemos que buscar refugio dentro del edificio que mejor
perspectiva nos dé de los alrededores. Ahora la misión será reducirlos a
todos y poder salir de aquí con vida... y con Alessandro todavía en nuestro
poder, claro. Simplemente escapar no es una opción ya.
―Loman, Fisher, Harper y Cornell, a las ventanas del frente. Archer, vigila
la puerta, que no entre nadie. El resto id ocupando las ventanas de los
laterales. No dejaremos ningún flanco al descubierto ―Simmons se hace
cargo de la situación―. Joy, antes de nada ata a Alessandro. Que te ayude
Downer. No queremos que intente escapar cuando estemos demasiado
ocupados para vigilarlo. La columna del centro será perfecta. Después
ocupad vuestro lugar cerca de la puerta para cubrir a nuestro francotirador.
No quiero ningún punto ciego en el edificio. DK, reparte la munición, que
nadie tenga que salir de su puesto para recargar. Luego ve a tu puesto.
―¿Estáis todos locos? ―protesta Alessandro mientras lo atan―. Sois muy
pocos para enfrentaros a los hombres de mi padre, vais a morir todos.
Dejadme salir y os prometo que...
No puede terminar la frase porque Joy le cubre la boca con un pañuelo que
le ha pasado Downer. Sonrío al ver la cara de satisfacción de mi novia al
callarlo. Si es que no podría quererla más.
―Mejor así ―dice antes de unirse a Archer junto a la entrada. Y no es que
me preocupe por ella más que por el resto, bueno en realidad lo hago, pero
el mejor sitio donde podría haberla colocado Simmons es con mi cuñado.
Ese tío es un máquina y nadie traspasará la puerta si él no quiere que lo
haga. Ahí estará bien.
―Ya se acercan ―nos avisa Knowles―. Están intentando rodear el
edificio.
―Todos preparados ―grita Simmons―. No disparéis a matar, pero
procurad inutilizarlos. No malgastéis munición, la vamos a necesitar toda.
―En peores situaciones nos hemos visto ―le digo. Y no miento, aunque
admito que esta no se queda atrás. De todas formas, tenemos una carta en la
manga: si se complica la cosa, usaremos a Alessandro de escudo humano.
―Procura que cada disparo merezca la pena, Suicida ―me recuerda, no
obstante.
―Eso está hecho, Angel.
Desde que es el jefe de equipo uso muy poco su apodo porque, la verdad,
aunque sigue siendo un santo en muchos sentidos, se ha vuelto más duro
bajo el peso del liderazgo y ya no me sale llamarlo así. Cada día que pasa se
parece más a mi suegro, al que no suelo llamar con ese nombre muy a
menudo, por cierto, porque me resulta extraño. Hank para mí siempre será
el jefe.
Los disparos empiezan pronto y algunos malos van cayendo. Una bala en
una pierna es lo más efectivo para imposibilitarles el avance, así que en esa
zona de su anatomía nos centramos. Son bastantes, pero hemos cubierto
bien todos los flancos, por lo que no tienen ninguna posibilidad contra
nosotros. Siempre que los alcancemos a todos antes de que se nos acabe la
munición, claro. Si no estaremos jodidos, pero no sería la primera vez.
―Se acercan a la puerta ―grita Harper para prevenir a Archer―. Tres, que
yo vea.
―Cuatro ―constato cuando pasan cerca de mi ventana. Disparo hacia ellos
y comento de nuevo con una sonrisa―. No, solo tres.
Archer se prepara para retenerlos en la entrada. Downer y Joy apuntan hacia
allí también, pero no tengo tiempo de ver el resultado porque se aproximan
más hombres por mi zona. Si no supiese que han venido solo en cinco
coches, pensaría que salen de debajo de las piedras. Desde luego, para estar
cabreado con su hijo por enviar a su socio a la cárcel, DiLuca se ha tomado
muchas molestias para rescatarlo. Claro que, bien visto, que Sartore haya
estado preso estos años, le habrá venido de perlas en el negocio. Todos los
beneficios fueron para él. Puede que ya no quiera compartir con nadie.
―Francotirador ―grita Harper de repente. Combs está cerca de ella, algo
que no entiendo si tanto dice que las mujeres son unas inútiles, y tira de él
para evitar que le vuelen los sesos. Ha sucedido en cuestión de segundos
pero, aunque Harper tiene buenos reflejos, la bala pasa rozando la cabeza
del poli y deja un reguero de sangre por su cuello, porque le ha hecho un
bonito agujero en la oreja. Esas heridas son bastante escandalosas―.
Hombre herido.
―No me toques, joder. ―Combs se separa de ella, mientras se cubre la
herida con un pañuelo, cuando intenta arrastrarlo hacia el centro del edificio
para ponerlo a salvo―. Dios, cómo duele.
―Te ha salvado la vida, gilipollas. Al menos podías agradecérselo ―le dice
Loman, empujándolo de malas formas para que camine hacia el centro,
donde Alessandro sigue atado y amordazado. Podríamos hacer lo mismo
con Combs, claro que entonces nos quedaríamos sin un hombre y, por poco
que me guste su actitud de mierda, debo reconocer que el tío es bueno en lo
suyo. Faltos como estamos de efectivos, perder a uno no es buena opción―.
Quédate aquí hasta que se detenga la hemorragia y no estorbes más.
Combs lo mira con rabia porque sabe que tiene razón en cuanto a Harper,
pero lo único que se digna a hacer es inclinar la cabeza hacia ella a modo de
agradecimiento. Y ella, fiel a su estilo, lo ignora y le da la espalda. Amo a
esta mujer, siempre pendiente de todos, incluso de quien no se lo merece.
Admito que yo me habría sentido tentado a dejar que la bala se deshiciese
de un mierdecilla como él, aunque al final habría hecho lo mismo que
Harper. Está en nuestra sangre el proteger a los demás. Supongo que por eso
hemos acabado trabajando para el ejército.
De repente, la puerta es desbloqueada de un golpe y alguien entra justo
después de que esta golpee contra la pared por la velocidad con la que se ha
abierto. Archer lo derriba con un certero disparo en su muslo y unas manos
tiran del hombre para sacarlo de allí entre gritos de agonía y de apuro. Esa
no se la esperaban. Nuestro propio francotirador ni se ha movido del sitio y
continúa apuntando a la puerta como si nada. Cuando alguien más se atreve
a asomarse, un nuevo disparo lo disuade de hacerlo.
―Preparaos. Intentarán entrar a toda costa ―grita mi cuñado. Y todavía no
ha terminado de hablar, cuando una bomba de humo inunda la entrada de
gas blanco.
―Loman, Doc, conmigo a la entrada ―grita Simmons―. El resto seguid
cubriendo las ventanas.
Se desata el caos por un momento y ya no sé si los disparos van a
inmovilizar o a matar, pero no tenemos tiempo para evaluar la situación
tampoco. El humo les está permitiendo entrar y hay que contenerlos como
sea. Al final, incluso los que estamos en las ventanas dirigimos muestras
balas hacia la entrada porque allí se han concentrado todos los malos. Su
estrategia ha sido entretenernos hasta posicionarse delante de la puerta. Y
aunque me parece un movimiento arriesgado, no puedo negar que es
bastante efectivo, porque varios de ellos han logrado entrar. Sin embargo,
yo habría abierto un boquete en la pared para tener más espacio por el que
pasar, pero tampoco les daré ideas.
―A muerte ―grito, antes de iniciar una lluvia de disparos a la que se unen
mis compañeros sin dudar. Para bien o para mal, esto se acabará aquí y
ahora.
CAPÍTULO 24

El caos que se formó en cuanto lanzaron la granada de humo fue tal, que no
sé muy bien lo que pasó desde que Fisher gritó "a muerte" hasta que todos
los hombres de DiLuca acabaron en el suelo y ganamos la batalla.
Estoy alucinando por la profesionalidad de los SEAL. Sabía que eran
buenos, porque mi padre siempre me contaba las aventuras que les
sucedían, pero esto ha sido totalmente asombroso. Apenas tuvimos ocasión
de hacer algo los demás. Simmons impartía las órdenes con auténtica
precisión y el resto obedecía casi antes de que terminase de hablar. Era tal la
compenetración entre ellos, que creo que incluso el enemigo se acobardó.
En menos de diez minutos los habían reducido a todos.
Doc está evaluando la situación para comprobar que los heridos no tengan
problemas mientras los SWAT esperan a la policía. Han llamado, a petición
de Simmons, omitiendo que los SEAL están aquí, porque nadie debe
saberlo. No lo mencionamos en ningún momento para que los hombres de
DiLuca no puedan hablar de ello. En cuanto a Alessandro, bueno, él está
demasiado acobardado como para decir algo. Fisher se ha encargado de
explicarle lo que le pasaría si abre la boca y creo que lo ha disfrutado
demasiado.
―Todos estarán bien ―Simmons habla con Knowles―. Nosotros nos
vamos ya. Ha sido un placer trabajar con vosotros.
―Con algunos más que con otros ―especifica Fisher mirando hacia
Combs. El miembro del SWAT está muy cabreado porque Harper ha tenido
que salvarle el culo de nuevo y en esta ocasión no ha podido negarse a
agradecérselo con algo más explícito que un simple movimiento de cabeza.
Si no fuese por ella, no estaría vivo.
―Gracias por la ayuda. ―Knowles es más humilde y mucho más sincero
que Combs cuando le tiende la mano a Simmons para estrechársela.
Después se dirige a mí y siento cómo mi corazón late a mil por hora―.
Ahora entiendo mejor tus fuertes ideales, Anderson. Tienes un buen
ejemplo de justicia cerca.
―Mi padre ha sido el primero en enseñarme que siempre debo hacer lo
correcto, aunque el mundo esté en mi contra ―asiento.
―Ese es el buen camino ―sonríe―, aunque no siempre sea fácil de seguir.
―Lo correcto nunca suele ser fácil ―añade Fisher, rodeando mis hombros
con sus brazos. Su gesto me dice que está pensando en nuestra historia de
amor. Ha debido ser duro para él resistirse tantos años a lo que sentía
porque sabía que, siendo menor de edad, no era correcto interesarse por mí
como lo hacía. Debería haberlo entendido cuando me dijo que besarme
había sido un error pero, precisamente, mi edad fue la que me hizo creer
que no sentía nada por mí. Pero de nada sirve pensar en el pasado porque es
algo que no se puede cambiar, así que pensaré solo en el presente y en el
futuro junto a él.
Nos despedimos de los SWAT y nos vamos. Sé que Alessandro intenta
llamar mi atención, pero no le dedicaré ni un minuto más de mi vida. No
merece la pena perder el tiempo con alguien que nunca ha sido sincero
conmigo. ¿Qué podría decirme ahora? Probablemente más mentiras para
hacerme ver que solo fue una víctima de su padre. Es posible que lo hubiese
sido de pequeño, pero cuando delató a Sartore y lo metieron en el programa
de protección de testigos tuvo la oportunidad de cambiar las cosas para él y
hacer algo más productivo con su vida. Yo admiraba los planes de futuro
que tenía pero, al final, lo único que hizo fue volver a lo que conocía. Con
gente así no merece la pena tratar.
―¿Estás bien? ―me pregunta Fisher una vez en el coche.
―Lo estoy. ―Y no miento―. Todo esto ha sido una locura, pero también
una gran experiencia. Consiga o no entrar en los SWAT en el futuro, no me
arrepentiré de haber hecho lo correcto aquí.
―Entrarás ―sentencia―. No van a dejar escapar a alguien tan bueno como
tú, Joy Joy.
―Ahora está hablando mi novio ―río.
―Está hablando el SEAL ―aclara―. Y te digo otra cosa, si no te quieren
en su equipo se perderán a un gran activo.
―Gracias. ―Apoyo la cabeza en su hombro.
―No me las des, cariño ―Deja un beso en mi sien―, solo digo la verdad.
―¿Recuerdas el día que le contamos a mi padre que estábamos saliendo?
―le pregunto, al acordarme de algo.
―Como para olvidarlo ―ríe.
―¿Recuerdas que dije que no quería un noviazgo normal? ― asiente y
continúo―. Creo que nos lo hemos tomado demasiado en serio.
―La vida sin un poco de emoción no es vida ―sonríe―. Aunque te
agradecería que esto no se repita muchas veces. Cuando dijiste eso, yo
pensaba más bien en citas haciendo paracaidismo o escalada en lugar de
teniendo cenas románticas, ¿sabes?
―También me vale. ―Ahora es mi turno para reír―. He visto un reportaje
hace semanas donde una pareja celebró su aniversario tirándose de un
puente juntos. Podíamos probarlo.
―Queda mucho para celebrar nuestro aniversario ―me dice―, pero así lo
planificamos con tiempo para que ambos estemos libres.
―Me refería a ir cualquier día sin más. ―Me encojo de hombros ― ¿Por
qué esperar a una fecha especial?
―También me vale ―usa mis propias palabras y le sonrío al reconocerlas.
―Si no os molesta la compañía ―DK nos ha oído―, me apunto a eso del
puenting.
―Y yo ―añade Loman desde la parte de delante del vehículo.
―Se trataba de una cita de dos ―dice Fisher.
―Pero podemos organizar otra con todo el grupo. Seguro que alguna de las
chicas se apunta también. Podría ser divertido saltar todos juntos. ―Ya me
estoy emocionando con la idea―, pero habría que buscar un puente
suficientemente largo.
―Ala ―Fisher finge que está molesto―, ya me habéis chafado la cita.
Seguro que querrá ir con todos antes que solo conmigo.
―Ni lo dudes ―río―. Cuantos más mejor.
―No dirías lo mismo en la cama ―resalta.
―Bueno.... ―Su cara de asombro me hace reír más alto. Al final,
terminamos todos riendo.
El regreso a Estados Unidos se pasa sin pena ni gloria y una vez en casa
duermo casi un día entero. Entre el jetlag y la intensidad de esos días en
Italia estaba tan agotada que lo necesitaba.
Al día siguiente, me reincorporo al trabajo. West es el único que se alegra
sinceramente de verme, pero incluso el comisario me ofrece una bienvenida
medianamente cordial. Spaldin me ignora para no variar, aunque puedo ver
en sus ojos algo parecido a la envidia, que me da ánimos para empezar bien
el día. Ahora ya se puede preocupar por ese ascenso.
West me pide un informe detallado de todo lo que ha pasado y, aunque le
cuento tanto como puedo en la comisaría, le oculto muchas cosas. Me
prometo que se lo diré todo cuando estemos solos porque no puedo sacar a
la luz que los SEAL nos ayudaron.
―Parece que me estés hablando de una película de acción que hayas visto
en el cine ―sonríe, sorprendido de todo lo que pasó y cómo se complicó el
asunto.
―¿Y qué pasó con el Monticello? ¿Pudiste resolverlo?
―Stevenson y Rogers eran cómplices ―me resume―. Al parecer no era la
primera vez que sustraían algo de la casa para venderlo en el mercado
negro. Siempre eran objetos pequeños que no se notarían en falta, pero que
les darían unos ingresos extra. Pero en esta ocasión, Rogers fue un poco
más ambicioso y se llevó una pintura que no pasaría desapercibida.
Stevenson denunció antes de saber que había sido su socio quien se lo había
llevado y después quiso ocultarlo, pero fue muy fácil sacar conclusiones.
Tuvimos que emitir una orden de busca y captura de Rogers porque logró
zafarse cuando fuimos a su casa a apresarlo. Tres días tardamos en dar con
él.
―Lo que habría dado por estar aquí contigo.
―Tu aventura fue mejor que la mía, sin ninguna duda ―sonríe ―. La
mafia italiana, qué pasada.
―Ojalá hubieses estado allí conmigo. ―Cambio de parecer porque creo
que West habría disfrutado mucho de la experiencia. Sobre todo cuando le
cuente lo de los SEAL.
―Eso no te lo voy a negar.
No podemos seguir hablando porque Hewitt nos asigna un caso y tenemos
que ponernos con él, pero salir de la comisaría me da la excusa perfecta
para terminar de contarle la historia. Le hablo de la llegada de Fisher en
primer lugar y de cómo los demás lo siguieron días después. Le explico
cómo viajamos a Italia sin el apoyo de lo SWAT y cómo DK logró que el
equipo de la policía pudiese unírsenos más tarde. Le hablo de la
intervención de película que hizo el equipo SEAL cuando ya nos creía
acorralados y cómo supieron darle la vuelta a la situación. Y supongo que
no puedo evitar teñir mis palabras de orgullo, porque es lo primero que me
pregunta.
―Bueno ―Me encojo de hombros―, aunque mi padre ahora ya no sea su
jefe de equipo, son sus hombres. Me crie con ellos y, la verdad, son más
familia que otra cosa. Es imposible no estar orgullosa de ellos. Sabía que
eran buenos en su trabajo, pero verlo en primera persona ha sido una locura.
¿Sabes? Siempre estaba preocupada cuando los desplegaban, aunque sabía
que se protegían los unos a los otros, pero verlos en acción me ha
tranquilizado.
―Ahora sabes de lo que son capaces sin que nadie lo haya adornado antes
―asiente.
―Exacto. Ahora sé que no son fanfarronadas lo que me cuentan a veces.
Hacen todas esas cosas y viven en medio de un peligro continuo sin que
afecte a su humor. He visto a muchos soldados caer al hoyo por los terribles
síntomas postraumáticos, pero en este caso logran que todo parezca un
juego de niños. Llevo conviviendo con ellos prácticamente toda mi vida y
nunca los he visto decaídos o preocupados por algo de lo que hayan vivido.
Saben separar su vida privada de su trabajo y lo hacen tan bien, que no
puedo evitar admirarlos.
―Son un gran ejemplo a seguir ―admite West―. Y por eso, sé que
llegarás tan lejos como te propongas. Tienes un equipo SEAL
respaldándote, que no es poca cosa.
―Cierto.
Aunque en Italia estaba deseando volver a mi rutina diaria, debo decir que
me está costando bastante coger el ritmo. Ahora todo me parece más
insípido y aburrido de lo que ya resultaba antes de vivir esta aventura tan
alucinante. Quiero acción. No, la necesito. Mi cuerpo se alimenta de
adrenalina y no estoy consiguiendo eso en mi trabajo. Y aunque me
concentro en lo que tenemos que hacer porque sé que es el único camino de
llegar a donde quiero, siento muy dentro de mí que estoy perdiendo un
tiempo valioso que nunca podré recuperar.
Me encanta trabajar con West, no voy a menospreciar lo que estoy
aprendiendo de él porque es muy bueno en lo que hace y me ayuda mucho a
avanzar, pero mi mente y mi cuerpo piden más.
―Es duro volver a ser simplemente la agente Anderson, ¿cierto? ―me
pregunta cuando ya se acerca el final de la semana.
―No, para nada ―me disculpo como si hubiese hecho algo malo y me
acabasen de descubrir―. Me encanta mi trabajo y eres el mejor compañero
que podría haber tenido. Yo no...
―No tienes que fingir conmigo ―sonríe―. Si yo hubiese vivido lo que tú,
también tendría la mente allí y no intentando solucionar delitos menores.
―No quiero que creas que no valoro trabajar contigo.
―Sé que no es eso ―sonríe de nuevo―. Te contaré algo, para que no te
sientas tan mal. Cuando yo empecé en este trabajo, hace unos cuantos años
ya, creía que todo sería como en las películas: tiroteos en plena calle,
persecuciones a gran velocidad, la llave de la ciudad en mi mano por haber
salvado cientos de vidas... Luego vi que no era así y estuve a punto de
renunciar.
―¿En serio? ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
―Mi esposa. ―Ahora me muestra esa sonrisa enamorada que pone siempre
que habla de ella―. Su gato se había encaramado a lo más alto de un árbol
y mi compañero y yo tuvimos que intervenir.
―No me digas que te subiste al árbol.
―Por supuesto que no ―ríe―. Llamamos a los bomberos y ellos se
encargaron. Pero mientras intentaban rescatar al gato, ella estaba histérica y
me acerqué para consolarla. Al final, me dijo algo que me marcó para
siempre.
―¿Qué?
―Me dijo que sin personas como nosotros, el mundo sería un caos. En
aquel momento le dije que exageraba pero, después, pensándolo en casa,
comprendí que tenía razón. Puede que nuestra labor no sea tan visible como
la que hacen otros cuerpos de defensa, pero es un trabajo importante
también. Somos los que estamos a pie de calle, atendiendo las necesidades
básicas de los ciudadanos. Ningún SEAL vendrá a rescatar al gato de nadie,
ni atrapará al ladrón que se llevó el bolso de nadie a la fuerza. Puede que
sean más famosos por atrapar al terrorista más sanguinario de la historia,
pero la gente acudirá a nosotros cuando necesite a alguien que lo proteja.
Todos los trabajos son importantes y nosotros somos una parte vital del
buen funcionamiento de la ciudad.
―¿Sabes qué, West? Que tienes razón ―sonrío―. Y tu esposa es una
mujer muy sabia.
―Lo es, sin duda. Aunque yo lo soy más.
―¿Por qué? ―No me creo que haya dicho eso.
―Porque volví al día siguiente a su casa para invitarla a salir ― dice con
suficiencia―. Y después me casé con ella. Ahora puedo consultar su
sabiduría siempre que quiera.
―Uhhh, chico listo ―río.
―¿Lo ves? ―me imita.
Al final del día, cuando llego a casa, estoy convencida de que mi trabajo no
es tan poca cosa como me parecía. Y si tengo que esperar todavía cinco
años para poder llegar a donde quiero, no me importará hacerlo si tengo a
West de compañero. Con él, el tiempo se pasará más rápido y aprenderé
mucho. Estoy segura.
CAPÍTULO 25

Un año más tarde


Los invitados comienzan a llegar y, como siempre desde que mi padre
organiza barbacoas en casa, estoy en la puerta para darles la bienvenida.
Creo que, después de tantos años, ya tenemos cada uno su papel asignado y
no nos salimos de él. Es como una tradición. Aunque ahora tengo a una
personita a mi lado que tomará el relevo. Quería que Hope fuese una
miniyo en todos los aspectos, pero creo que no le he enseñado
suficientemente bien eso de poner de los nervios a sus padres porque, ahora
que ha crecido y ha forjado su propio carácter, es más tranquila de lo que
me gustaría. Supongo que se merecen un descanso después de todo lo que
les he hecho sufrir yo. Eso sí, tiene tanta fuerza de voluntad como yo,
porque aunque los demás niños de la familia llegan antes de que aparezca el
último invitado, Hope permanece a mi lado para dar la bienvenida a todos,
incluso si los ojos se le van de vez en cuando hacia el jardín.
―Puedes ir con ellos si quieres. ―Me da pena que se esté perdiendo los
primeros minutos de juegos. En mi caso era más fácil estar aquí porque no
había otros niños con los que jugar, así que ser la que saludaba a todos era
lo más emocionante que podía hacer, pero entiendo que ella tiene muchos
primos con los que jugar y que le apetezca estar en el jardín con ellos y no
conmigo en la puerta.
―Tengo que esperar a que lleguen DK y Sam ―responde, decidida. Si es
que no puedo estar más orgullosa de ella y, por eso, me agacho y la
abrazo―. Y también falta Biff.
La verdad es que Fisher está tardando bastante hoy, algo poco habitual en él
porque suele ser uno de los primeros en llegar para molestar a mi padre
desde el principio. Miro el reloj, como si así pudiese hacerle saber que se
está retrasando, pero cuando alguien llama a la puerta, son DK y Sam los
que están al otro lado.
―¡Oh, Dios! ―Mis manos van directamente al vientre de Sam, después de
que me dé permiso con la cabeza, porque no quiero que se sienta incómoda.
Sé que hay muchas embarazadas que no soportan que les toquen la panza,
así que prefiero asegurarme de que no le importa―. Esto ya está enorme.
Pero si te vi hace unas semanas y el bebé ocupaba menos espacio. ¿Qué ha
pasado?
―Ha decidido crecer mucho esta última semana ―sonríe, feliz ―. La
matrona me ha dicho que casi ha doblado su tamaño, así que imagina.
―¿Cuándo decías que nacía? Porque si sigue así no podrás sacar fuera a
este pequeñín, no tan peque ahora. ―Aunque pidieron no saber el sexo del
bebé, un despiste de la matrona les hizo enterarse de que será niño. No se
enfadaron con ella porque, en el fondo, los dos querían saberlo, pero creían
que el otro no. Lo que se burló Fawn de ellos cuando lo supimos.
La verdad es que la pareja que hacen ella y Doc es digna de admiración
porque hablan de todo sin tapujos y, si algo ofende al otro, lo solucionan,
justamente, hablándolo. La comunicación es importante en todas las
relaciones, ya sean de amistad, amor, familiares... Sin comunicación y sin
sinceridad, todo se iría al traste. Creo que Harper y Cornell tienen una
relación igual a la de Fawn y Doc, pero ellos se guardan las conversaciones
para cuando están solos.
―Ya solo quedan tres semanas. ―Sus palabras me regresan al presente y
no me pasa desapercibido que está algo nerviosa. No es para menos porque
pronto tendrá que sacar al bebé fuera y eso se ve tan doloroso. Yo no sé si
estaré preparada para hacerlo algún día. Cierto que quiero tener hijos, pero
me asusta tener que parirlos.
―Podremos con ello ―dice DK, que ya ha dicho en más de una ocasión
que no se quiere perder el nacimiento de su hijo. Por suerte, han conseguido
un permiso bastante largo esta vez, así que tendrá suerte y podrá asistir al
parto.
―Claro ―bufo―, como no eres tú el que tiene que sacárselo de dentro.
―Tranquila ―ríe Sam―, me encargaré de que sufra tanto como yo. Si
quiere estar conmigo, será con todas las consecuencias.
―Eso me parece perfecto ―sonrío al ver la palidez en el rostro de DK. A
saber qué se le está pasando por la cabeza.
―No cerréis la puerta que voy ―Fisher grita desde la calle y mi hermana
se lanza a sus brazos cuando nos alcanza. ¿Qué tendrá mi novio con los
niños que todos lo adoran? Supongo que ser tan infantil como ellos, aunque
no puedo decir nada porque en eso nos parecemos. Y esa es una de las
tantas razones por las que no tendremos hijos demasiado pronto―. Hola,
florecilla. ¿Me has echado de menos?
―Papá ya está preparando la barbacoa ―le informa después de recibir su
dosis de giros en brazos de Fisher.
―¿Sin mí? ―Finge estar escandalizado y Hope se ríe―. Eso no puede ser.
Voy corriendo.
―Hola a ti también, novio ―le digo cuando pasa por mi lado sin
saludarme.
―Tu padre me necesita ―grita a modo de excusa mientras Hope lo sigue.
Sin embargo, cuando estoy cerrando la puerta porque ya no falta nadie, me
abraza por detrás y deja un beso en mi cuello―. Buenos días, mi amor.
―Buenos días ―me giro para verlo mejor―. Llegas tarde.
―Me entretuve más de la cuenta ―es su excusa.
―¿En qué?
―Vamos ―tira de mí y evita responder―. Tengo que ayudar a tu padre.
―¿Y me vas a dejar con la intriga? ―protesto.
―Luego te lo cuento ―promete, dejando un beso en mis labios antes de
salir al jardín―. Que no cunda el pánico, ya estoy aquí. Jefe, deja eso hasta
que lo supervise yo. Eres capaz de quemar la comida y hoy traigo mucha
hambre que no he desayunado.
―Haberlo hecho ―dice mi padre sin más.
―¿Y no dejar hueco para la deliciosa barbacoa que yo te voy a enseñar a
preparar? Ni en broma.
Empieza con sus instrucciones y me olvido por un momento de eso que lo
ha retrasado porque es muy divertido verlo molestar a mi padre. Además,
hay mucha gente con la que quiero hablar y niños con los que jugar. Nuestra
familia crece cada día más y no puedo estar más feliz por ello. Cuando mi
madre murió, me sentí muy sola, incluso si mi padre estaba a mi lado, al
igual que mis abuelos. Perderla a ella fue como perder una parte importante
de mí misma porque era quien estaba conmigo siempre y me consolaba
cuando mi padre salía fuera del país. A veces, llegué a sentirme egoísta por
ese pensamiento de soledad, porque mis abuelos hacían lo imposible porque
no notase su ausencia, pero era inevitable sentirme así. Nadie podrá jamás
sustituirla. Neve es increíble y la quiero como a una madre, pero su lugar en
mi corazón está al lado del que ocupará siempre mi verdadera madre. No lo
ha solapado, ni lo ha pretendido nunca y, tal vez por eso, la quiero tanto.
Ahora, viéndonos a todos aquí, siento que el vacío tras la muerte de mi
madre se ha llenado con personas maravillosas a las que nunca pensé
conocer y querer tanto. Somos muchos ya y me resultaría imposible medir
el amor que nos tenemos, pero si tuviese que usar una palabra para
describirlo, esa sería sin duda, familia. Porque eso somos. Por muy
diferentes que seamos, en personalidad, en gustos, en pasado... nos unen la
lealtad y la amistad más fuertes. Y eso, en ocasiones, es más poderoso que
los lazos de sangre. Al menos esa es mi experiencia.
―Antes de empezar el partido ―Fisher se levanta y golpea la jarra con el
tenedor―, me gustaría decir unas palabras.
―Verás. A ver con qué sale. Qué peligro tiene ―sus compañeros de equipo
empiezan a murmurar, no muy bajo, provocándonos la risa a los demás
según qué comentarios hacen.
―Esto es serio ―les regaña, a lo que la mayoría nos reímos de nuevo
porque serio no es una palabra que lo describa.
―Silencio, muchachos. ―Mi padre calma las aguas―. Escuchemos lo que
tenga que decirnos.
―Gracias, jefe. ―Puede que para los que no los conozcan tan bien como
yo, su mirada cómplice haya pasado desapercibida, pero la he visto y
empiezo a pensar que mi padre sabe algo de lo que va a pasar. Que evite mi
mirada es una prueba de ello―. Bien, pues no sé si lo recordaréis, pero tal
día como hoy, hace ya un año, os estaba contando una noticia que creía que
os sorprendería y al final resultó que todos lo sabíais ya.
―Y yo iba a ser el último en enterarme ―le recuerda mi padre,
interrumpiéndolo.
―Cierto ―lo señala―. Por eso has sido el primero en saberlo en esta
ocasión.
―¿Qué se supone que sabe mi padre y yo no? ―Levanto una mano como
cuando estaba en el colegio y pedía permiso para hablar.
―Si tú no lo sabes ―interviene Loman―, me intriga más. ¡Habla ya,
hombre!
―Si dejáis de interrumpir, lo haré. ―Nos deja unos segundos para que
guardemos silencio y después continúa―. Esta vez he querido hacerlo bien,
así que, con el permiso del jefe, quiero preguntarte algo, Joy.
―¡Oh, dios mío! ―No puedo creer que vaya a hacerlo. Cuando se acerca y
se arrodilla a mi lado, los nervios se apoderan de mí. Quiero gritar y saltar,
pero también quiero escuchar cómo me pide la mano, porque nunca pensé
que fuese de esos que se arrodillan. ¿Soltará algo cursi que me haga llorar?
Seguramente.
―Joy ―Pone delante de mí una caja negra y la abre después de pronunciar
las palabras―, sé que ya estamos viviendo juntos y que nos va bien así,
pero ¿querrías mudarte conmigo a una casa en este barrio donde seguir
comprobando si somos compatibles al 100%?
―Por... espera, ¿qué? ―Veo la llave en la caja y me quedo sin palabras por
un segundo. Los demás parecen no tener ese problema porque algunos ríen
y otros lo abuchean por crearnos a todos falsas expectativas.
―Tengo que ver si la convivencia a largo plazo en una casa es buena
porque si nos vamos a matar el uno al otro después del primer mes con todo
el trabajo que implica... ―lo golpeo en el hombro― ¿Lo ves? Ya me estoy
arrepintiendo y todavía no has dicho que sí.
―Eres un capullo, Biff ―Lo golpeo de nuevo porque no era esto lo que me
esperaba y necesito liberar la frustración.
―¿Eso es un no? ―Empieza a retirar la llave.
―Eso es un sí ―Se la robo antes de que la guarde―, pero podías
habérmelo pedido de otra forma. Esto no se hace.
―¿Te he decepcionado? ―pregunta.
―¿Tú qué crees?
Se acerca a mí me hace girar para que quede de espaldas a él y me levanta
la cabeza hacia el cielo justo cuando vemos pasar una avioneta que lleva un
cartel muy colorido donde claramente se lee, Joy, ¿querrías hacerme
doblemente feliz hoy y casarte conmigo? Cuando me doy la vuelta, con los
ojos empañados por las lágrimas de emoción, está de nuevo arrodillado ante
mí, solo que esta vez me ofrece un anillo precioso en lugar de una llave.
―No tiene que ser ahora ―me dice―, porque apenas acabamos de
empezar la relación, aunque para mí es como si llevásemos toda la vida
juntos, pero me gustaría tener la confirmación de que sucederá algún día,
cuando los dos estemos preparados para ello. ¿Te casarías conmigo, Joy
Joy?
―Sí ―La palabra se me atraganta por la emoción, pero cuando me lanzo a
sus brazos y acabamos los dos en el suelo mientras lo beso, creo que queda
claro que acepto su propuesta. No podría ser más feliz ahora mismo.
Los vítores de nuestra familia se escuchan en todo el barrio, de eso estoy
segura, pero no me importa porque quiero que todo el mundo sepa lo feliz
que soy ahora mismo. Casi una década he tenido que esperar para tener al
hombre de mi vida a mi lado y volvería a pasar por todo si la recompensa es
él.
―Te amo ―le digo en un susurro, todavía encima de él―, Biff Hamilton
Fisher.
―Es la primera vez que no me molesta escuchar mi segundo nombre
―sonríe antes de besarme―. Pero que no se repita, por favor, o tendré que
retractarme de mis palabras y pedir el anillo de vuelta.
―Eso ni lo sueñes. ―Cierro la mano en un puño para que no pueda
quitármelo―. Es mío, para mí, para siempre.
―Me gusta cómo suena ―su sonrisa rivaliza con el mismísimo sol. Nos
levanta a ambos y deja otro beso en mis labios que hace que mis piernas
fallen por un momento―. Yo también te amo, Joy Joy.
Las felicitaciones y las bromas para Fisher se suceden mientras doy las
gracias a todos, no puedo dejar de sonreír. No sé cuándo se celebrará la
boda, pero sé que será perfecta porque toda mi familia estará allí para
disfrutarlo con nosotros.
―Oye, espera ―de repente, recuerdo algo― ¿Has dicho algo de una casa
en el barrio?
―Sí que has tardado en darte cuenta ―ríe.
―Si es que no te puedo querer más. ―Me lanzo a sus brazos.
Y las felicitaciones por el nuevo hogar se entremezclan con las de nuestra
futura boda. Estoy deseando ver la casa, pero podré esperar a que este
maravilloso día en familia termine.
―¿Estás bien con todo esto, papá? ―le pregunto al final del día. He
decidido quedarme a dormir con mis padres esta noche. Creo que lo
necesitamos todos y, por supuesto, Fisher lo ha sabido entender. Es el novio
perfecto.
―Algún día tenía que ser. ―Parece resignado―. Algo que me gusta y que
nunca lamentaré, aunque en su momento me preocupó un poco, es que sea
él con quien has decidido caminar hacia el futuro. No creo que haya nadie
que sepa valorarte y entenderte mejor. Pero no vayas a decírselo porque
entonces no se seguirá esforzando. Lo he amenazado si no lo hace bien.
―Tu secreto está a salvo conmigo ―río. Después lo abrazo―. Gracias por
todo, papá. Eres el mejor.
―No siempre lo creí así pero, ahora, viéndote hecha toda una mujer de
provecho, no debí hacerlo tan mal.
―Lo has hecho genial. Te quiero, papá.
―Yo también, mi niña. ―Me abraza como si no quisiese soltarme, pero
finalmente lo hace y nos sonreímos.
―¿Yo soy tu niña también? ―Hope se sienta en su regazo y lo abraza.
―Tú eres la niña de todos nosotros, Hope ―le digo.
―¿Me lees un cuento?
―Tengo trabajo ―suspira mi padre, aunque se le ve encantado ―.
Hablamos después, cariño.
Deja un beso en mi mejilla y carga con una hilarante Hope, que finge estar
volando. Neve está terminando de ordenar las sillas en el jardín, que es lo
que falta, y le ayudo.
―Siempre supe que Biff sentía algo por ti ―dice― y lo admiré por saber
mantenerse al margen mientras no tuviste edad suficiente para ser algo más
que amigos. Ahora lleváis un año juntos y muchos más les seguirán. ¿Cómo
has crecido tan rápido?
―He tenido buenos ejemplos en casa ―le sonrío y la abrazo en un
impulso―. No sé si te lo he agradecido lo suficiente, pero has sido una
madre para mí y un gran apoyo para mi padre. Sin ti, las cosas no serían
igual por aquí, Neve. Te quiero muchísimo.
―Yo también te quiero.
―Odio y amo estas conversaciones ―le digo después, borrando con el
dorso de la mano el rastro de lágrimas que no quería derramar―. Se sienten
como una despedida. Hace tiempo que vivo con Biff, pero es como si me
estuviese yendo ahora mismo.
―No es una despedida, cariño ―me sonríe―. Solo es un paso más en tu
camino hacia el futuro. Nosotros estaremos siempre aquí, pero ha llegado el
momento de que continúes tu aventura junto a Biff. Aquí tendrás tu lugar
cada vez que lo necesites y eso no cambiará nunca. Tanto si tus pasos te
siguen llevando de la mano de Biff, como si no, podrás contar siempre con
nosotros.
―Lo sé. ―La abrazo de nuevo―. Creo que deberíamos irnos a dormir las
dos o acabaré llorando y no quiero.
Cuando cierro los ojos, ya metida en cama, la imagen de mi gran familia se
dibuja en mi mente y una sonrisa perfila mis labios. La figura de Fisher
destaca entre todos y veo tanto amor en sus ojos que no puedo evitar
sentirme afortunada. Supongo que las nuevas etapas en la vida son solo un
paso más hacia la felicidad y yo estoy deseando dar este paso con él.
EPÍLOGO

Cinco semanas viviendo con Fisher en la casa nueva se siente como el


paraíso. No es que no tengamos nuestras discusiones, pero está claro que la
compatibilidad de la que hablaba cuando me engañó con lo de arrodillarse
en el jardín de mis padres está más que probada. Adoro despertarme a su
lado, después de haberme dormido en sus brazos. Y disfruto mucho de esas
disputas de enamorados que a veces rozan el enfado de verdad. No todo iba
a ser un camino de rosas, eso lo sé, porque los dos tenemos carácter, pero
debo admitir que Fisher es bastante sensato y que sabe cómo apaciguar las
aguas, incluso cuando no lleva razón. En eso debo concederle el mérito
porque es quien siempre da el primer paso para arreglarlo. No hablo de que
se disculpe tenga o no tenga razón, sino de que nos hace sentarnos para
hablar del tema de forma pausada y con la mente abierta. Supongo que los
años también cuentan y él, sin duda, tiene más experiencia en situaciones de
estrés que yo y sabe cómo manejarlas.
―Joy, cariño. ―Me dice desde la puerta―. Creo que es para ti.
―¿Qué es? ―pregunto desde la cocina. Siempre me ha gustado cocinar, así
que ahora me encargo de ello. Y Fisher feliz, porque él lo odia.
―Mejor pregunta quién ―remarca.
La curiosidad me hace salir de la cocina para mirar a la puerta y cuando
descubro a Jarvis y a Knowles en la entrada, mi boca se abre por la
sorpresa. Fisher les hace pasar al salón mientras yo me recupero y regreso a
la cocina para limpiarme las manos y dejar el delantal allí. Es una suerte
que todavía no haya puesto las cacerolas al fuego, así no tengo que
preocuparme por si la comida se quema y puedo centrarme en lo que hayan
venido a decirme. Solo espero que Alessandro no haya escapado de la
cárcel. O su padre.
Aunque no me hizo gracia tener que involucrarme más en ese asunto, sobre
todo porque no quería que se supiese que una agente de la policía había sido
novia de un DiLuca, los del SWAT me pidieron que testificase en el juicio.
Cosas como esa pueden hacer que mi carrera se estanque, aunque la
relación haya sido durante mi adolescencia. La única condición que les puse
fue que mi identidad permaneciese oculta. Me colocaron una peluca y
mucho maquillaje y solo el juez supo quién era realmente.
―Antes de nada ―empieza Jarvis―, disculpa que nos hayamos presentado
aquí sin avisarte.
―¿Hay algún problema? ―lo insto a hablar.
―Espero que no ―La respuesta que me da me causa más intriga todavía y
arrugo la frente al oírla―. Bueno, todo depende de lo que nos digas.
―¿Yo? ―Eso me sorprende más― ¿Qué os diga qué?
―Después de nuestra colaboración ―Ahora es Knowles el que habla― en
Italia, nuestro jefe nos pidió un informe detallado de todo lo que pasó.
―Evidentemente ―continúa Jarvis―, no podíamos hablarle de los SEAL,
pero sí lo hicimos de ti.
―¿De mí? ―Eso no me lo esperaba.
―Has hecho un buen trabajo allí y también en Finlandia, así que nos
parecía justo que se supiese de ti.
―Gracias. ―No sé qué decir, la verdad.
―Es posible que al omitir el trabajo de los SEAL, nuestro equipo, y tú,
quedásemos en mejor lugar del que nos correspondía ― dice Knowles―,
pero no había otra forma de explicarlo.
―Los SEAL somos la puta caña ―dice Fisher con toda la calma del
mundo.
―El caso es que el jefe quedó muy impresionado ―añade Jarvis ― y le
gustó saber que tu intención en el futuro era convertirte en una SWAT.
¿Cómo dijo?
―No debemos dejar escapar a un activo tan extraordinario ― Knowles
cambia su voz para responder, supongo que imitando a su jefe. Con lo
grande que es, se siente raro que haga eso.
―Pero no todo el mérito es mío. ―Me siento una estafadora.
―Tú vales mucho, Joy ―Fisher me anima―. No te menosprecies solo
porque hayas tenido un poco de ayuda. Sigues siendo un activo
extraordinario para cualquier trabajo que decidas hacer.
―El caso es que Combs ha metido la pata hasta el fondo hace un par de
semanas...
―¿Por qué no me extraña? ―lo interrumpe Fisher.
―Nadie sabía que nuestro jefe de departamento tenía un hijo de color
―nos explica rápidamente Knowles― y Combs se metió con él cuando
apareció por las oficinas de improviso.
―Sus burlas alcanzaron tal nivel extremista ―asiente Jarvis―, que fue
expedientado.
―Bien por vuestro jefe ―sentencia Fisher.
―Y la cosa no acabó ahí ―añade Jarvis―. Una vez le abrieron el
expediente, se hizo una exhaustiva investigación al respecto y se
descubrieron ciertos detalles que ni siquiera nosotros conocíamos. Más
fuertes incluso de lo que nos tenía acostumbrados.
―Ha sido degradado y se pasará el resto de sus días ordenando expedientes
en el sótano de una comisaría ―termina Knowles.
―Vaya, ―No entiendo por qué me están contando esto, pero debo admitir
que siento cierto regocijo al saber que ese imbécil ha obtenido lo que se
merecía. Pena que haya tenido que ser el hijo de su jefe el que lo "destapó"
todo y fuesen no sus propios compañeros, a los que seguramente insultaba y
vejaba todos los días. Como sea, el karma siempre te devuelve lo que
siembras.
―Muy bonita la historia ―Como siempre, Fisher da voz a mis propios
pensamientos―, pero ¿qué tiene que ver todo eso con Joy?
―Como hemos dicho, nuestro jefe se quedó muy impresionado contigo,
Anderson ―Jarvis me responde directamente a mí― y, con un poco de
ayuda de todo el equipo para darle esa idea, quiere que seas nuestra nueva
compañera.
―Pero todavía me quedan casi cuatro años en el cuerpo de policía para
poder presentarme a las pruebas ―digo―. Y eso si las paso a la primera,
que ya me han dicho que no es fácil.
―Bueno, el jefe ha decidido que no necesitas esos cinco años de
experiencia. Sabe de qué familia provienes y tu expediente en la academia
de policía es impecable ―añade Jarvis―, así que ya ha movido algunos
hilos para que te puedas presentar a las pruebas de acceso que se iniciarán
en 3 meses.
―Tienes tiempo suficiente para prepararte ―dice Fisher cuando miro hacia
él.
―Nosotros te ayudaremos ―señala Knowles cuando lo miro a él.
―Puedes hacerlo ―añade Jarvis al final.
Por un momento, no sé qué decir o qué hacer. Mi mente parece haberse
bloqueado con la posibilidad de conseguir el sueño de mi vida en menos
tiempo del previsto. Esta mañana cuando me levanté, lo veía demasiado
lejos todavía, pero estaba dispuesta a luchar por ello. Ahora, estoy a las
puertas de conseguirlo y no sé cómo tomármelo. No sé si estoy preparada,
por más que el resto me asegure que sí. La que debe estar convencida soy
yo.
―¿Y bien? ―me apremia Fisher, que parece más ansioso que yo para que
responda.
―Voy a necesitar un entrenamiento riguroso y exigente ―digo
finalmente―, pero... voy a ser una SWAT.
Mi sonrisa ilumina el salón y Fisher se levanta para alzarme en un abrazo
de oso que me hace reír. Mientras suelta docenas de frases motivadoras, veo
las caras complacidas de los que, si todo sale bien, en tres meses podrían ser
mis nuevos compañeros. No sé si tanta felicidad es buena, pero pienso
disfrutarlo mientras dure. Y si se acaba, lucharé para que regrese. Tengo a
mi lado al hombre que he amado siempre y con el que me casaré algún día,
el anillo en mi dedo me recuerda esa promesa cada mañana. Ahora tendré
mi trabajo soñado, con un equipo que me encanta y con el que sé que me
llevaré genial. Parece que, después de todo, la familia todavía podrá crecer
mucho más de lo que había pensado.
―¿Nerviosa? ―me pregunta Fisher horas más tarde.
―Mucho ―admito―, pero con ganas de ir a por ello.
―Tú, Joy Joy, eres increíble. ―Me besa―. Y quiero que sepas que
siempre estaré orgulloso de ti, hagas lo que hagas, alcances tus logros o no,
te caigas y te levantes, te enfades conmigo por tonterías o...
―No son tonterías ―lo interrumpo.
―Yo queriendo confesarte mi amor de una forma romántica y tú
estropeándolo ―se queja.
―Eso no era tan romántico.
―De acuerdo. ―Se da por vencido y empieza de nuevo―. He esperado
mucho tiempo para poder amarte y ahora que ya eres mía, y yo soy tuyo
―añade rápidamente para que no proteste de nuevo―, puedo decir, sin
lugar a dudas, que eres incluso más maravillosa de lo que siempre imaginé.
Fuerte, valiente, decidida y, sobre todo, imparable. Ve a por todas y cómete
el mundo, Joy Joy, que yo estaré a tu lado para celebrarlo.
―Te amo, Biff. ―Lo beso. Y aunque querría poder decir algo tan bonito
como lo que él ha dicho, las palabras no me salen―. Mi Suicida favorito.
―No conoces a ningún otro. ―Arruga el entrecejo antes de que empiece a
hacerme cosquillas.
―No ha sido mi mejor piropo ―confieso entre risas―, pero ya sabes lo
que siento por ti. No necesito regalarte palabras cursis.
―Yo lo he hecho.
―No ha sido cursi. ―Lo abrazo cuando me libera―. Ha sido increíble. Y
solo por eso, ya te amo más.
―Te amo. ―Deja un beso en la punta de mi nariz―. Vas a ser la mejor
SWAT de la historia.
―Voy a ser una SWAT ―repito, casi sin creérmelo―. Voy a ser una SWAT.
―Luego haremos competiciones para ver qué departamento es mejor
―sugiere―, aunque sé que los SEAL somos insuperables.
―Eso es lo que tú te crees ―lo reto.
―Vas a caer ―me amenaza.
―Que te lo crees tú ―repito.
Y así, entre risas y juegos, comprendo que este es el inicio de una vida
maravillosa que se ha ido forjando a lo largo de muchos años de
frustraciones y dolor. Si tuviese que pasar por ello de nuevo para llegar a
este momento, lo haría sin dudar. Porque Biff Hamilton "Suicida" Fisher
siempre merecerá la pena.
OTROS TÍTULOS

También podría gustarte