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América del Sur

ENSAYISTAS
LATINOAMERICANAS.
ANTOLOGÍA CRÍTICA

TOMO III:
ÉPOCA CONTEMPORÁNEA
(AMÉRICA DEL SUR)

EDICIÓN E INTRODUCCIÓN GENERAL


MARCELA PRADO TRAVERSO

INTRODUCCIÓN, SELECCIÓN Y COMPILACIÓN


MARCELA PRADO TRAVERSO
LAURA FEBRES DEL CORRAL

1
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

© EDITORIAL PUNTÁNGELES

Ensayistas Latinoamericanas.
Antología Crítica
Tomo III:
Época Contemporánea
(América del Sur)

Edición e introducción general:


Marcela Prado Traverso

Introducción, selección y compilación:


Marcela Prado Traverso
Laura Febres del Corral

Inscripción Nº A-297726

ISBN Tomo III: 978-956-296-190-5

Corrección de textos:
Patricia Arancibia Manhey

Diseño de Portada:
Jesenia García Jorquera

Imagen de Portada:
Extraído de Google imágenes: Op Art in Focus in TATE Liverpool.
Benshimol Art.

Diseño de la Edición:
Osvaldo Moraga González

Derechos Reservados

Ediciones de la Editorial de la Universidad de Playa Ancha.


Avenida Playa Ancha 850, Valparaíso.
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Teléfono: 32-2500100
Valparaíso.

Se terminó de imprimir esta edición


en el mes de diciembre de 2018

IMPRESO EN CHILE/PRINTED IN CHILE

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América del Sur

ÍNDICE GENERAL

Introducción general
Dra. Marcela Prado Traverso ............................................ 7

I.- ENSAYISTAS DEL NORTE DE SUR AMÉRICA


Laura Febres del Corral
Isabel Cecilia González
Miguel Marcotrigiano
Beatriz Rodríguez ............................................................. 15

1. VENEZUELA
Lucila Palacios (1902)
(Pseudónimo de Mercedes Carvajal de Arocha)
La leyenda venezolana .............................................. 25
Maritza Montero (1939)
Lo masculino y lo femenino ........................................ 35
Nancy Santana (1950)
El Ecofeminismo Latinoamericano.
Las Mujeres y la Naturaleza como Símbolos .............. 58
Liliana Lara (1971)
Dislocaciones ............................................................ 67

2. COLOMBIA
Montserrat Ordóñez (1941)
El oficio de escribir ................................................... 73
María Mercedes Carranza. (1949)
Feminismo y poesía .................................................... 78
Valentina Marulanda de Chacón (1950)
Del valle de lágrimas al mar de la felicidad ............... 83

3. BRASIL
Clarice Lispector (1920)
Un soplo de vida ....................................................... 98
Nélida Piñón (1937)
La memoria femenina en la narrativa ........................ 105

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Diana Klinger (1973)


La violencia de la letra y
las ruinas de la ciudad letrada .................................. 113
Fernando Vallejo: escribir contra la imaginación ...... 115

4. ECUADOR
Fanny Carrión de Fierro (1936)
La mujer ecuatoriana contemporánea en la
realidad y en la ficción .............................................. 134
Raquel del Pilar Rodas. (1940)
El Pensamiento transgresor de una mujer runa ......... 154

II.- ENSAYISTAS DE UN CONO SUR AMPLIADO


Dra. Marcela Prado Traverso ........................................... 177

5. PERÚ
María Jesús Alvarado (1878-1971)
El feminismo ............................................................... 185
Evolución Femenina .................................................. 189
Magda Portal (1900- 1989)
La liberación de las mujeres será la obra de
las mujeres mismas ..................................................... 196
Virginia Vargas (1945)
Los feminismos latinoamericanos en su tránsito
al nuevo milenio. (Una lectura político personal) ...... 200
Maruja Barrig (1948)
Los malestares del feminismo latinoamericano:
una nueva lectura ...................................................... 220

6. BOLIVIA
Hilda Mundy (1912-1982)
Ensayos (Fragmentos) ............................................... 241
Yolanda Bedregal (1916-1999)
La ciudad más inverosímil del mundo: La Paz ........... 256
¿Estaba el bíblico edén en los alrededores de La Paz?
Aquí viven indios, mestizos y blancos
No se pierda los mercados

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América del Sur

Dos de cada tres habitantes están subalimentados


El paceño no canta
Quien te conoce, no olvida jamás
Silvia Rivera (1949)
Descolonizar el género .............................................. 262
Jenny Ybarnegaray (1956)
Feminismo y descolonización ..................................... 265

7. PARAGUAY
Mara Vaccetta (1944)
Inconfortable democracia (fragmento) ....................... 278
Lourdes Talavera (1959)
De construcción de mitos, reconstrucción
de sueños: Imágenes femeninas en tres obras de
escritoras del Paraguay después de los años 80 ........ 286
Patricia Agosto y Marielle Palau (s/f)
Hacia la construcción de la soberanía alimentaria.
Desafíos y experiencias en Paraguay y Argentina ..... 291

8. URUGUAY
Teresa Porzecanski (1945)
El silencio, la palabra y la construcción
de lo femenino ........................................................... 300
Alicia Migdal (1947)
Mujeres: Del confort a la intemperie ......................... 309
Susana Rostagnol (1955)
Aportes a la construcción del género desde
el Sur del continente .................................................. 319

9. ARGENTINA
Victoria Ocampo (1891-1979)
La mujer y su expresión ............................................. 334
Marta Traba (1930 –1983)
La cultura de la resistencia ........................................ 342
Luisa Valenzuela (1938)
La mala palabra ........................................................ 359
Beatriz Sarlo (1942)
Un debate sobre la cultura ........................................ 362

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Julieta Evangelina Cano (1983) y


María Laura Yacovino (1979)
Ecofeminismo, una primera aproximación ................. 370

10. CHILE
Gabriela Mistral (1889-1957)
La instrucción de la mujer ......................................... 373
Sobre las mujeres que escriben
Educación popular
Feminismo. La opinión de Gabriela Mistral
El voto femenino
Sobre la mujer chilena
Amanda Labarca (1886-1975)
Trayectoria del movimiento feminista de Chile ........... 393
Inciertos horizontes ................................................... 395
Elena Caffarena (1903-2003)
Un capítulo en la Historia del Feminismo.
Las sufragistas inglesas. “A manera de exordio”
(Fragmento) ............................................................... 399
Julieta Kirkwood (1936-1985)
El feminismo como negación del autoritarismo .......... 404
Nelly Richard (1948)
Feminismo, experiencia y representación ................... 414
Diamela Eltit (1949)
Escuchar el dolor, oír el goce .................................... 429
Sonia Montecino (1954)
Símbolo mariano y constitución de la identidad
femenina en Chile ...................................................... 434

11. Ensayo de cierre


Liliana Weinberg (1956)
El ensayo latinoamericano entre la forma
de la moral y la moral de la forma ............................. 441

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América del Sur

INTRODUCCIÓN GENERAL

El Volumen I de Ensayistas hispanoamericanas. Antología crítica.


Época moderna fue el resultado del proyecto Fondecyt 107109, publicado
por el Sello editorial Puntángeles de la Universidad de Playa Ancha, Valparaí-
so, Chile, el año 2015. Los presentes tomo II y III, correspondientes a la
época contemporánea y con la modificación en su título de «ensayistas lati-
noamericanas», debido, en parte, a la inclusión de Brasil, vienen a completar
la idea original del proyecto: recuperar y divulgar la producción intelectual de
mujeres latinoamericanas a través del género ensayo.
Como sostuvimos en el primer tomo, este proyecto se enmarca en la
historia intelectual de América latina y pretende contribuir a la ampliación de
las corrientes de pensamiento que han marcado su historia y devenir.
Antes de entrar en la explicación del contexto al que se adscribe el cor-
pus recogido, conviene formularse nuevamente la pregunta por el género en-
sayo. Su condición fronteriza entre literatura y no literatura hace aun más
difícil su caracterización hoy. Esto porque el proceso de mutación permanente
que afecta a los tipos de discurso, parece haberse acentuado y acelerado en
las últimas décadas. Esta constatación no nos lleva, sin embargo, a poner en
duda la existencia del género ensayo, (a pesar de la exigencia de “cientifici-
dad” que acosa al discurso de las humanidades en la academia hoy, legitiman-
do el formato del “artículo académico”, como único válido en tanto expresión
de ideas y, eventualmente, generador de conocimiento) sino más bien a enten-
derlo como una formación discursiva en la historia; vale decir, como una es-
tructura dinámica sujeta a las concepciones del género, al gusto del público
lector y, por qué no, al formato relativamente autónomo que quiera darle su
autor/a, entre otros factores.
Sólo examinando el siglo XX podría decirse que hasta la década de los
años 60 se conserva su estructura formal sin grandes alteraciones y su autoría
fundamentalmente masculina. El escenario postestructuralista -fuertemente
deconstruccionista- interroga supuestos, desobedece convenciones y forma-
tos, e innova en variaciones de los géneros tradicionales. El ensayo se acerca
al artículo académico, a veces a la crónica etnográfica o al relato de ficción.
En el ensayo escrito por mujeres durante el siglo XIX y las primeras décadas
del XX, pueden observarse mutaciones genéricas y/o mezcla de formatos; en
general, como resultado de un aprendizaje menos formal del género; en parti-
cular, como una escritura que consciente o no busca una asimilación selectiva
del formato, esta última idea se expresa muy bien en el título del ensayo La
cocina de la escritura, de Rosario Ferré, porque lo que las mujeres han

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

hecho más que literatura ha sido escritura, es decir más que ingresar a un
sistema convencional que, entre otras cosas, reparte los textos en géneros,
toman la escritura como una práctica personal y significante que por ambos e
inseparables flancos, fondo y forma, crea -con la saludable libertad de una
aprendiz informal- particulares ideas, realidades y ficciones. Podemos tam-
bién agregar aquí la condición de un “género sin orillas” mencionado por Lilia-
na Weinberg, que afecta a toda la producción ensayística posterior a la déca-
da de los 60.
Nos hemos interesado por el género ensayo por estimarlo, precisamente
por sus características, como un formato propicio para el desarrollo de un
pensamiento exploratorio, tentativo, sobre alguna materia mayor o menor, sin
pretensiones totalizantes o conclusivas, con carácter dialógico, más cercano a
la conversación sobre un tema sobre el que se reflexiona que a la escritura de
tesis que concluye. El rasgo constante del género parece ser su carácter
exploratorio, argumentativo y persuasivo, con el objeto más que de disuadir a
un lector/a, de invitarlo/a a una reflexión sobre alguna materia.
Como no es el asunto de esta publicación entrar en una disquisición sobre
el género ensayo, terminamos esta necesaria reflexión sobre el mismo, con
dos citas fundamentales y lejanas en el tiempo, que parecen mantener, sin
embargo, lazos coincidentes:
Es el juicio un instrumento necesario en el examen de toda
clase de asuntos, por eso yo lo ejercito en toda ocasión en
estos ensayos. Si se trata de una materia que no entiendo,
con mayor razón me sirvo de él, sondeando el vado desde
lejos; y luego, si lo encuentro demasiado profundo para mi
estatura, me detengo en la orilla. El convencimiento de no
poder ir más allá es un signo del valor del juicio, y de los de
mayor consideración. A veces imagino dar cuerpo a un asun-
to baladí e insignificante, buscando en qué apoyarlo y conso-
lidarlo; otras, mis reflexiones pasan a un asunto noble y dis-
cutido en el que nada nuevo puede hallarse, puesto que el
camino está tan trillado que no hay más recurso que seguir la
pista que otros recorrieron. En los primeros el juicio se en-
cuentra como a sus anchas, escoge el camino que mejor se
le antoja, y entre mil senderos decide que éste o aquél son los
más convenientes. Elijo al azar el primer argumento. Todos
para mí son igualmente buenos y nunca me propongo agotar-
los, porque a ninguno contemplo por entero: no declaran otro
tanto quienes nos prometen tratar todos los aspectos de las
cosas. De cien miembros y rostros que tiene cada cosa, es-

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América del Sur

cojo uno, ya para acariciarlo, ya para desflorarlo y a veces


para penetrar hasta el hueso. Reflexiono sobre las cosas, no
con amplitud sino con toda la profundidad de que soy capaz,
y las más de las veces me gusta examinarlas por su aspecto
más inusitado. Me atrevería a tratar a fondo alguna materia
si me conociera menos y me engañara sobre mi impotencia.
Soltando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del
conjunto, desviadas, sin designio ni plan, no se espera de mí
que lo haga bien ni que me concentre en mí mismo. Varío
cuando me place y me entrego a la duda y a la incertidumbre,
y a mi manera habitual que es la ignorancia1.
Entender el fragmento no como el resto de un texto posible.
De este modo cada fragmentum no recuerda, no alude al
pasado, sino que al contrario, se estira, tanteándola hacia el
futuro. Por eso posiblemente, F. Schlegel decía que solo los
siglos futuros sabrán leer fragmentos que, desde Nietzsche
hasta hoy, se escriben no solo en el ensayo sino además, en
la nueva o en la llamada antipoesía.2
-De las fronteras a los umbrales. En los últimos años se
manifiesta también una alteración de las jerarquías tradicio-
nales en la relación del ensayo con otros tipos discursivos y
formas textuales: ficción, poesía, crónica, autobiografía. Buena
muestra de ello son los crecientes cruces entre ficción y en-
sayo (pensemos en Borges y Piglia), o, para tomar el ejemplo
de dos autores europeos que han tenido una gran recepción
en América Latina, las notables transformaciones que mues-
tra el género en la pluma de Claudio Magris y John Berger.
Por otra parte, la aproximación entre discurso filosófico y
discurso ensayístico, propiciada por zonas en común, tales
como un creciente interés por cuestiones éticas, se manifies-
ta de manera magistral en autores como el gran ensayista
hispano-mexicano Tomás Segovia. Son también llamativos
los cruces que se evidencian también en la exploración de
cuestiones límite entre literatura, plástica, música.3

1 De Montaigne Ensayo Nº 50 del libro primero titulado De Democritus et Heraclitus.


(José Luis Gómez Martínez. Teoría del ensayo. México: Universidad Autónoma de
México, 1992)
2 Martín Cerda. La palabra quebrada. Valparaíso: Ediciones universitarias de Valparaíso,
1982.
3 Liliana Weinberg. El ensayo latinoamericano entre la forma de la moral y la moral de la
forma. Cuadernos del CILHA - a. 8 n. 9 - 2007 (110-130). El ensayo completo se
encuentra al final de esta antología.

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Anunciado muy brevemente el problema del género trabajado en el pre-


sente proyecto, abordemos el escenario histórico en el que se enmarcan los
ensayos recogidos, haciendo un brevísimo recuento del siglo que lo precede y
le hereda problemáticas sociales que detonarán en el siglo XX, abriendo un
nuevo orden político y social.
Caracterizado el siglo XIX en América Latina por un campo cultural muy
estrecho y endogámico y, por consecuencia, por un capital simbólico pequeño
y de tendencia exógena, el grupo dirigente estaba constituido por varones
blancos, ilustrados, conservadores o liberales, citadinos y eurocéntricos. Las
mujeres estaban ausentes del espacio público y las que, excepcionalmente,
pudieron realizar algún ejercicio intelectual a través del género ensayo, fueron
mujeres de los sectores acomodados. No obstante ello, este acomodo social
no impidió que muchas de ellas manifestaran un pensamiento disidente de sus
propias clases de proveniencia objetiva. Su temprana conciencia de género,
su punto vital de hablada y su lugar de objetiva marginación, las hizo observar
y entender de forma distinta los grandes problemas de su época.
El siglo XX, no obstante sus avances en materias varias, demoró todavía
en reconocer los derechos de las mujeres. Aunque ellas sumaron fuerzas a los
movimientos sociales que llevarían a consolidar un orden democrático déca-
das más tarde, sus demandas fueron subsumidas por reivindicaciones que
todavía no visibilizaban la especificidad de la sujeción patriarcal de las mis-
mas.
El siglo XX se inicia con lo que podríamos llamar un “balance negativo de
la modernidad”. En efecto, las grandes promesas: libertad, fraternidad e igual-
dad, arrancadas del hito más visible y manifiesto de ese nuevo orden y con-
cepción de realidad, la Revolución Francesa, habían mostrado a comienzos de
siglo su fracaso. Varios estallidos en distintos puntos del globo evidenciaban la
crisis generalizada y el fin de un orden y un mundo, el moderno, con sus
férreas amarras, a pesar de las voluntades históricas antioligárquicas y anti-
clericales.
Nombradas desde nuestro continente, las guerras de independencia en
un primer momento, la Revolución Mexicana, un siglo más tarde; en la vieja
Europa, la Primera Guerra Mundial; en Asia, la Revolución China y la Revo-
lución Rusa; por todos lados estallaban volcanes que habían contenido por
largos siglos un orden de privilegios y privaciones que ya no se sostenía.
Las mujeres constituyen un sector de la población que por condiciones
históricas en formación, comienza a tomar conciencia de su estado. Se intere-
sa por obtener una instrucción y educación más integral, ingresar a la univer-
sidad, al campo laboral, ser profesionales, participar en el campo político, en-
tre muchas otras cosas.

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América del Sur

Pero el siglo XX es complejo, intenso y extenso en acontecimientos y


transformaciones. La segunda mitad, que no coincide exactamente con la
década de los 50 sino más bien de los 60 e incluso 70, mostrará nuevos esce-
narios y estará marcado por algunos logros de las luchas realizadas en las
décadas anteriores. En efecto, la década del 60 parece ser una década de
síntesis de dialécticas históricas de larga pugna. La revolución cubana puede
ser entendida como el fenómeno más evidente de desobediencia y superación
del estado colonial en el que todavía vive el continente. La Doctina Monroe,
asegura ser una alianza de protección para la America Latina, pero tiene
también su otra cara, la de un panamericanismo decidido y definido por los
EEUU, potencia y cultura que cuida su reparto en la nueva fase imperialista
que se inicia con el siglo, país de raíces e historia muy ajenas al carácter
hispano-mestizo y pluriétnico de la región latinoamericana.
La segunda mitad del siglo XX está marcada por avances sociales y
políticos importantes, así como por reconquistas oligárquicas en alianza con
las fuerzas armadas de varios países. En estos nuevos escenarios, muchas
mujeres de sectores medios y populares apoyan las causas antifascistas y se
suman a los movimientos democráticos al alero de partidos políticos o de
movimientos ciudadanos organizados.
Frente al autoritarismo político reinante, sus demandas específicas -que
habían empezado a visibilizarse en los 60 y parte de los 70- se subsumen
nuevamente en las demandas gruesas por la recuperación democrática. Las
mujeres no ocupan todavía puestos de liderazgo; es más, en los partidos polí-
ticos más progresistas las mujeres siguen cumpliendo roles administrativos o
de servicio.
La pregunta ¿qué pensaron las mujeres de los grandes temas de la cen-
turia? es una de las preguntas que nos hicimos en el primer tomo de este
proyecto. No obstante nos interesa recuperar su pensamiento sobre su propia
condición y sus explicaciones respecto de ello, los ensayos aquí reunidos tra-
tan de temas diversos desde su condición de mujeres, temas que marcaron el
siglo: la cuestión social, los estallidos armados, los avances democráticos, la
arremetida oligárquica, las dictaduras militares, la eclosión de las mujeres en
distintos campos, su concepción del arte, la política, la educación, el fenómeno
de la globalización, los postfeminismos, los feminismos de la diferencia, la
nuevas tecnologías de la información, el ecologismo, entre otros.
Nos parece pertinente que en el marco de esta introducción a la antolo-
gía, hagamos un breve recuento del siglo XX en lo que a la historia de las
mujeres se refiere, puesto que es el contexto desde el que escriben las auto-
ras. En este sentido, pueden distinguirse tres grandes momentos, los que ten-
tativamente vamos a llamar:

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Feminismos de la igualdad y estudios sobre la mujer


Estudios de género y aportes teóricos e investigativos al fenómeno
Feminismos de la diferencia y/o postfeminismos.
El primer momento puede datarse desde las primeras décadas del siglo
hasta los años 60 más o menos. Está adscrito al feminismo de la igualdad, vale
decir al esfuerzo histórico por ir logrando los derechos que sus pares varones
ya han ejercido por largo tiempo. Es un largo momento que coincide también
con los primeros estudios sistemáticos sobre las mujeres y su obra; un verda-
dero esfuerzo de rescate y recuperación de su legado intelectual y social.
El segundo momento que va más o menos desde la década de los 70
hasta el presente, y que coincide en parte con los regímenes autoritarios en
varios puntos del continente, se caracteriza por un gradual repliegue de su
carga política y callejera y su asentamiento en la academia. Esto trae consigo
una abundante producción teórica. Conviene entender este hecho no como un
signo negativo o de retroceso de un proceso sino de dialéctico avance de
eslabones prácticos y teóricos mutuamente imbricados. Surge entonces el
concepto de género como categoría analítica que complementa al objeto de
estudio hasta entonces investigado: la mujer. Así, los primeros estudios de
corte biográfico, descriptivista y de divulgación del primer momento, son se-
guidos por estudios interdisciplinarios, la mayor parte de ellos de autoría feme-
nina, alcanzando un espesor y complejidad explicativa del fenómeno sin pre-
cedentes en nuestra región latinoamericana.
El tercer momento pareciera ser el de un balance crítico de lo logrado. El
ingreso al sistema laboral, el derecho a voto y otros hitos fundamentales del
primer momento, son observados desde su revés, como un ingreso acrítico en
el sistema patriarcal, del que han resultado más concesiones que genuinos
logros. En este sentido, se levanta la pregunta de si queremos las mujeres
seguir haciendo las cosas como las ha pensado y hecho hasta ahora un orden
patriarcal, minando, con la pregunta, la lógica misma del patriarcado y su
alianza férrea con el capitalismo, desde la modernidad en adelante.
Surgen así los feminismos de la diferencia que, en explicación gruesa,
toman dos vertientes, una de carácter más conservador y esencialista apoya-
do en una supuesta esencia femenina, que es más bien ideológica que real.
Esta vertiente significa un evidente retroceso por cuanto no valora las reivin-
dicaciones históricas y neutraliza el trabajo en esa línea; otra, que amplía el
radio de explicación, aprovecha la investigación de cuño historicista y positi-
vista que se ha hecho y recoge las contribuciones de nuevas teorías como las
teorías de género que replantean conceptos fundamentales de las ciencias
sociales como sujeto, sexualidad y poder, utilizando nuevos enfoques metodo-

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América del Sur

lógicos de carácter cualitativo que parten del concepto de experiencia como


categoría epistemológica recuperando con ello la subjetividad, en este caso,
de las mujeres, para la construcción de conocimiento científico. Interesante
nos parece observar cómo las obras de las autoras antologadas dan cuenta de
estos distintos momentos que significan grados de conciencia de su proceso
histórico como sujetos sociales.
Las últimas décadas han levantado y visibilizado problemáticas de larga
data pero de más reciente posicionamiento en la agenda pública. Nos referi-
mos a los problemas ecológicos, tecnológicos y de cambios de paradigmas, los
que han traído nuevas corrientes como el ecofeminismo, el ciberfeminismo, el
movimiento “queer” y lo que podríamos llamar la emergencia de “nuevas
espiritualidades”.Todas estas tendencias teóricas y de acción son elaboracio-
nes que las mujeres y otros actores sociales han levantado con mucha fuerza
en los últimos decenios, preocupados por abordar problemáticas interdiscipli-
narias de amplio espectro, como las políticas de género, el disciplinamiento de
los cuerpos, los daños medioambientales, el abuso de la naturaleza y los efec-
tos positivos y negativos de las nuevas tecnologías.
Esta antología crítica del ensayo producido por mujeres latinoamericanas
durante el siglo XX, es una muestra del pensamiento de la región, marcado
por la heterogeneidad étnica, cultural y etaria de la misma. Sin embargo, en-
contramos un denominador común en los ensayos: todos refieren de modo
más o menos directo a los problemas que las afectan como mujeres, posicio-
nándose en un punto de hablada crítico respecto de su condición histórica
como tales.
Las ensayistas del primer tramo; es decir nacidas en el primer tercio del
siglo, son portadoras de un discurso que recién manifiesta una conciencia de
género, a la luz de los movimientos sociales que comienzan a visibilizar de-
mandas históricas de larga postergación. Las nacidas en las décadas siguien-
tes, aunque no se llamen a si mismas feministas, participan activamente en el
llamado feminismo de la igualdad, del que se levantan las primeras demandas
como mujeres y en el que se produce un verdadero rescate del legado intelec-
tual de las congéneres hasta entonces.
Los dos grupos que abarcarían la segunda mitad del siglo XX se hacen
cargo de una rica producción teórica y crítica, así como de una reorganización
como grupo social específico y plural. Al objeto de estudio “mujer” de la
primera mitad del siglo, se le suma ahora la categoría de “género”, que viene
a problematizar estudios de corte meramente biográfico y naturalista, para
observar la construcción de lo “femenino” y “masculino” en nuestras socie-

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

dades latinoamericanas, fuertemente marcadas por el pensamiento católico y


el orden patriarcal.
Por múltiples factores, no ha sido siempre posible contar con el número
de ensayos deseados por país, sumado a ello el tema de la autorización de las
publicaciones, las que no siempre pudieron conseguirse, teniendo que prescin-
dir de interesantísimos ensayos de distintos países. No obstante, las autoras
de la antología, situadas en distintos puntos de la región latinoamericana (México,
Guatemala, Venezuela y Chile) han intentado construir una muestra lo más
abarcadora de la producción ensayística de mujeres latinoamericanas. Res-
pecto de las bibliografías que acompañan a algunos ensayos, éstas han sido,
naturalmente, conservadas en sus formatos originales.
Durante el desarrollo de la investigación hemos podido constatar la exis-
tencia de circuitos editoriales que significan verdaderas fronteras culturales y
de acceso a la producción intelectual o artística de la región. México, Caribe
y Centro América conforman una suerte de anillo cultural, complejo por su
carácter pluriétnico y multilingüe; la parte norte de América del sur, es decir,
Colombia, Venezuela, Brasil hasta Ecuador, un segundo anillo, complejo como
el primero, agregando el factor geográfico oriental u occidental y, en los casos
de Ecuador y Perú, la escisión entre los mundos costero y serrano, que marca
la diferencia entre el mundo blanco mestizo o ladino y el mundo indígena. De
manera que esta antología viene a generar una suerte de anillos concéntricos
que alcanzan la región latinoamericana desde México a Chile, en un esfuerzo
de comunicación e integración cultural y política que sigue siendo un deseo
histórico de la región y de las autoras de esta antología.
Agradecemos a las editoriales y autoras que nos facilitaron sus obras; sin
ello, nuestro objetivo de difusión y divulgación del pensamiento de mujeres
latinoamericanas del siglo XX, no habría sido posible. Esta antología pretende
ser un aporte a la investigación sobre la historia del pensamiento latinoameri-
cano desde la perspectiva del mundo de las mujeres; el cual, a pesar de su
heterogeneidad, muestra confluencias de intereses y miradas, en una común
conciencia de su todavía estructural condición subordinada.

Dra. Marcela Prado Traverso


Universidad de Playa Ancha
Chile
Directora Proyecto

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América del Sur

I. ENSAYISTAS DEL NORTE DE SUR AMÉRICA

Laura Febres del Corral


Universidad Metropolitana.
Isabel Cecilia González
Miguel Marcotrigiano
Beatriz Rodríguez
Venezuela

La selección de los ensayos del Norte de Suramérica aquí antologados


responde al criterio de presentar una oportunidad para comprender la identi-
dad cultural del continente, a través de la conceptualización de la mujer que
los mismos ofrecen desde una perspectiva historiográfico-literaria. La escri-
tura de las ensayistas del siglo XX y XXI se ha caracterizado principalmente
por exponer una realidad social desde la mirada femenina, develando las in-
justicias de una sociedad que históricamente ha vivido en un dominio patriar-
cal, por lo que son las mujeres las más afectadas en términos de gozar de los
derechos más elementales de cualquier ser humano.
La gran mayoría de los ensayos está enlazado profundamente con la
realidad social convirtiéndose en espejos de la misma, donde cada reflejo es
una denuncia con toda su carga de autoridad ganada por el tratamiento riguro-
so, histórico, literario y científico de los temas tratados, y ha contribuido de
manera indispensable en la elaboración de una identidad nacional pluricultural
en la parte norte de la América del Sur.
Se convierte así la narrativa ensayística en un discurso que de femenino
por originarse en las experiencias íntimas y personales de las escritoras, de-
viene en un discurso feminista casi obligado al enfatizar en la desigualdad que
sufren las mujeres sólo por su condición de género, agravada ésta cuando
además de ser mujer se es indígena o afrodescendiente.
El discurso femenino en el norte de Sur América ha sido, como en gran
parte de la escritura hispanoamericana, un instrumento político al despertar
conciencias en torno a una problemática enraizada en una cultura opresora y
dominante que se enseñorea en la desigualdad de género. Generalmente los
ensayos ofrecen planteamientos descarnados que traslucen el malestar com-
partido por las mujeres, pero que no todas están en la posibilidad de concien-
tizar ni expresar, y que han contribuido de manera indispensable en la elabora-
ción de una identidad nacional pluricultural en la Suramérica del siglo XXI.
La voz femenina ocupa un espacio entre el silencio y el olvido en la
mayoría de la historia crítica de la literatura latinoamericana. La mujer, quien
suele ser poco participativa de la vida pública y de los ámbitos de poder,

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

permanece dentro de un mundo doméstico, a la espera del reconocimiento de


las Academias e instituciones estructuradas en su mayoría por la visión mas-
culina.
Las primeras escritoras colombianas reconocidas aparecen en antolo-
gías alrededor de la mitad del siglo XIX, pero no se consideran personajes que
influyeron la historia literaria de ese país. Se necesitaría casi de un siglo, con
la llegada del auge del feminismo, para que se enfoque la atención en ellas. Es
inevitable no tener en cuenta que las mujeres del siglo XIX en Colombia luego
de la independencia siguen una actitud de recato y de conservadurismo social.
Permanecen sujetas a una visión de clase social burguesa, en las que la crítica
está asociada al no rompimiento de los esquemas. Más que todo sucede esto
en el ámbito cultural debido a que las mujeres que alzaban la voz provenían de
familias con una gran tradición literaria, de la clase alta y en general, tuvieron
una educación de avanzada. Por lo que publicaban en las revistas y los perió-
dicos pero sin ninguna intención de cuestionar o fracturar el status quo. Mu-
chas tuvieron oportunidad de viajar, de participar en tertulias o de estar casa-
das con renombrados escritores e intelectuales, lo que les permitió participar
de la vida pública y dar a conocer sus trabajos e ideas.
Uno de los mejores ejemplos se encuentra en Soledad Acosta Samper,
quien a pesar de ser del siglo XIX escribió hasta la primera década del XX,
siendo además fundadora y editora del periódico La Mujer, una publicación
escrita exclusivamente por mujeres. No obstante su lucha por dar paso a una
voz femenina, mantiene un movimiento bastante conservador. Por ejemplo,
presenta al matrimonio como una obligación social y apenas se atreve a pro-
ponerlo como algo personal, hasta llega a recomendar la soltería en caso de
no sentir el llamado de ser madre, puesto que sublimiza la maternidad hasta
considerarla como algo esencial. Por lo que sus ensayos provienen indiscuti-
blemente del pensamiento de las clases altas, siendo quizás su mayor avance
la insistencia de la necesidad de una buena y amplia educación para las muje-
res. Curiosamente diferenciaba a la mujer por su clase social, defendiendo
que la educación más esmerada se le debía proporcionar a las mujeres de
clase alta, a quienes se les enseñaría a valerse por sí mismas, mientras que a
las provenientes de estratos bajos se les ofrecería una educación moral y
práctica que consistiera en aplacar sus instintos. Así lo creía porque estaba
convencida de que la mujer pobre no tendría mayores oportunidades y no se
debían malgastar los recursos en ellas.
Así reafirmamos que a principios del siglo XX las ensayistas colombianas
mantienen una proximidad con los valores tradicionales y una cierta añoranza
con el pasado oligárquico. Tal es el caso de la cuentista costumbrista Sofía
Ospina de Navarro, quien en sus ensayos se refiere al papel de la mujer en la
sociedad y especialmente dentro del matrimonio. Se puede observar entonces

16
América del Sur

que a principio del siglo XX al igual que en XIX fue en el periodismo en donde
las mujeres colombianas encontraron la puerta para dar a conocer sus opinio-
nes intelectuales y desarrollar sus ideas. Allí publicaron ensayos, poemas y
novelas.Este movimiento progresivo que lleva a la expresión de las ideas fe-
meninas, conducirá a cambios fundamentales en la sociedad colombiana, la
cual permitirá la participación de la mujer en otros ámbitos más allá del hogar.
La mujer irá entrando a la Universidad, no será ya únicamente las mujeres de
estrato social alto sino muchas otras provenientes de todos los estratos.
De las universidades colombianas saldrán mujeres profesionales dedica-
das a todas las ramas del quehacer intelectual, ya para la década de los sesen-
ta la figura femenina no sentirá cuestionada su presencia en las aulas. La
mujer colombiana, como fue sucediendo en la mayoría de los países occiden-
tales, fue abriéndose paso. Hacia 1950 van apareciendo voces femeninas que
buscan redefinir a la mujer dentro de la sociedad colombiana, como la de Elisa
Mujica, novelista pero quien escribe ensayos y comentarios publicados princi-
palmente por los periódicos El Tiempo y El Espectador. Con ella se inicia la
exploración de las nuevas temáticas como el cuestionamiento a las formas
tradicionales y la búsqueda de una nueva identidad.
En 1961 se formó en Medellín un grupo de seis escritoras denominado La
tertulia, al que pertenece Rocío Vélez, autora de novela, ensayo y crítica. En
Bogotá se destaca la poeta María Mercedes Carranza, proveniente de un
hogar poético, puesto que su padre Eduardo Carranza fue uno de los más
representativos literatos de Colombia. Graduada en Filosofía y Letras en la
Universidad de los Andes, realiza una extensa labor como poeta, editora y
política. Funda la Casa de la Poesía Silva, para dar acogida a los jóvenes
escritores colombianos por lo que es recordada como una de las más genero-
sas promotoras de la literatura de Colombia, así como una de las mujeres más
críticas con respecto al conflicto armado en su país.
Escritoras y ensayistas ampliarán el espectro del pensamiento como
Monserrat Ordóñez, de madre catalana y padre colombiano, quien ejerció una
carrera universitaria de altura: Doctora de la Universidad de Wisconsin-Ma-
dison, profesora de la Universidad de Los Andes, así como profesora invitada
por varias Universidades en el extranjero e investigadora en el área de litera-
tura. Es recordada por su empeño en mostrar la literatura desde la sensibili-
dad y la curiosidad; la enseñanza de lo que se ama porque nos apasiona.
Helena Araujo profesora de literatura latinoamericana se dedicará al es-
tudio y critica literaria de la escritura de las mujeres, desde su propia visión,
por lo que aclara que escribe para el público que soporta su rebeldía. Su
vida transcurre la mayoría del tiempo fuera de su país, sin embargo, mantiene
un lazo estrecho con Colombia. Lo mismo sucede con ensayistas como la
escritora Valentina Marulanda, nativa de Manizález, quien vivió más de 30

17
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

años en Caracas, luego de obtener su Doctorado en Filosofía del Arte y la


Cultura en la Universidad de La Sorbonne, pero quien publica continuamente
sus ensayos en revistas colombianas, como la revista de la Universidad de
Antioquia. El siglo XX se destaca en Colombia por la participación progresiva
de la mujer en la vida pública e intelectual, lo cual conducirá al cuestionamien-
to y al análisis de las instituciones, de los esquemas sociales y hasta de las
costumbres. Lo que ocasionará cambios que influenciarán la sociedad lenta-
mente y producirán transformaciones, como por ejemplo, la Constitución, en
la cual a partir de 1991 se otorgarán derechos de igualdad de condiciones a
ambos sexos, se pondrá un freno a la violencia de género y se le otorgarán a
la mujer derechos familiares y penales.
Podemos afirmar que en Venezuela, al igual que en el Brasil, país que
posee un diccionario reciente exclusivamente de escritoras, son muchísimas
las mujeres que son calificadas como ensayistas en el Diccionario de escri-
tores venezolanos publicado en el 2012 y elaborado por Rafael Rivas Dugar-
te y Gladys García Riera. Sin embargo, debemos destacar que las obras cita-
das en dicho diccionario, no han sido difundidas como se merecen entre el
público y los especialistas. Una gran sorpresa nos invade ante la magnitud de
la producción citada, sobre todo de mujeres provenientes del interior de la
República. El análisis e implicaciones de esta producción se encuentran aún
en ciernes.
Sugerimos entonces siete detonantes fundamentales que incentivan a la
mujer para la escritura del ensayo en Venezuela en el siglo XX y en lo que va
del XXI.El primero, su participación en la prensa en la cual adquiere cada vez
más relevancia; el segundo, su ejercicio en las cátedras universitarias como
profesora de literatura, lenguaje, educación, filosofía y psicología; el tercero,
su aparición en antologías y publicaciones en editoriales importantes como
Monte Avila Editores, La Casa de Bello, Editorial Alfa y en editoriales
universitarias.El cuarto su participación en la convocatoria del premio interna-
cional de ensayo Mariano Picón Salas donde han resultado ganadoras tres
mujeres venezolanas en siete ediciones. El quinto, es el uso de la literatura de
ideas para describir procesos históricos en los cuales ha participado la mujer
venezolana. En cuanto a la sexta línea podemos destacar ensayos de re-
flexión sobre el género femenino mismo La séptima línea que podemos avizo-
rar en la configuración de los ensayos es una muy reciente, la voz de las
venezolanas que han sufrido los procesos migratorios ya sea porque sus pa-
dres llegaron a Venezuela de otros países desde finales de los años cuarenta o
han emigrado ellas mismas por la inestabilidad política presente en Venezuela
desde finales del siglo XX. A continuación pasaremos a comentar algunos de
estos rasgos.

18
América del Sur

Iniciada la primera línea periodistica por las militantes políticas de izquier-


da con Carmen Clemente Travieso a la cabeza, miembro del partido comunis-
ta en Venezuela, periodista y cronista quien viene al mundo en la Caracas de
1900. Sus artículos denuncian los diferentes tipos de opresión a que se ve
sometida la mujer durante el siglo XX. Carmen Clemente enfatiza la unión del
hombre y la mujer en igualdad de condiciones para lograr un futuro mejor para
Venezuela. En el año de 1936 en que escribe el artículo “Nuestra mujer. Lla-
mamiento” no deja de señalar que: “Mujer venezolana, ¡eres un complejo de
dolores!” y su sentido crítico agudo le permite ver la conexión que existe entre
nuestras realidades políticas primitivas y el poco desarrollo que ha alcanzado
la mujer venezolana para exigir sus derechos. “No es el momento de arrojar
culpabilidades, porque acaso la única culpable es la moral atrasada y defor-
mada que siglo tras siglo, generación tras generación, privó en la vida del
hombre agravado en nuestro caso concreto por los sistemas de gobiernos
despóticos que al hombre mismo negaron sus derechos.” 1
En la compilación titulada el Ensayo literario en Venezuela podemos
observar también una expresión del segundo rasgo, la incorporación de auto-
ras que provienen de la enseñanza universitaria. Después del siglo XIX vene-
zolano y los primeros cincuenta años del siglo XX donde la presencia femeni-
na en la escritura de ensayos es muy escasa, van apareciendo estos últimos
escritos que analizan sobre todo creaciones poéticas venezolanas y mundia-
les, y en menor medida, novelísticas y ensayísticas.
En cuanto al tercer rasgo viene dado también por aquellas literatas, que
sólo ocasionalmente publicaron ensayos sobre distintas temáticas como la
poesía o la condición solitaria de la mujer, las cuales podemos calificar como
las pioneras del ensayo del siglo XX, como son Lucila Palacios, nacida en
1902 en Trinidad, tierra a donde emigraban por circunstancias políticas los
venezolanos que vivían en Guayana. La otra ensayista que podemos incluir
dentro del grupo de las pioneras es Ida Gramcko, nacida en Puerto Cabello en
1924, proveniente más del campo de la poesía, destaca por sus ensayos acer-
ca de distintas figuras de la literatura mundial.
Otro de estos rasgos, el quinto, es utilizar la literatura de ideas para des-
cribir procesos históricos en los cuales ha participado la mujer venezolana.
Representada ésta por historiadoras y escritoras como Ermila Troconis de
Veracochea, Inés Quintero, Violeta Rojo y Mirla Alcibiades quienes se espe-
cializan en describir el papel de la mujer venezolana en la Colonia y en nuestro
convulsionado siglo XIX. La primera de ellas profundiza en dicho siglo y en la
época colonial donde investiga entre muchos temas la condición femenina
1 http://c ic1.ucab.edu.ve/cic/cctdigital/paginas/archivodigital.html

19
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

como lo demuestra su libro Indias, esclavas, mantuanas y primeras damas


publicado en 1990. Destaca en el último tercio del el siglo XIX la figura de la
pianista y compositora Teresa Carreño, quien inspira la reflexión de numero-
sos escritos y discursos que tratan sobre la condición femenina en Venezuela,
debido a que ella poseía una gran capacidad para el trabajo y una conducta
independiente frente a los cánones establecidos para la mujer de su época.2
En cuanto a la sexta línea podemos señalar ensayos de reflexión sobre el
género femenino mismo, donde destaca en primer lugar la escritora Elisa
Lerner de procedencia judía, nacida en Valencia en 1932, que en sus crónicas
y ensayos frecuentemente cargados de ideas también políticas y democráti-
cas analiza irónicamente la marginación de la mujer en una sociedad de con-
sumo que no tiene un referente específico, pero que generalmente está ubica-
da en Norteamérica. Sus ensayos fundamentales se encuentran en los libros:
Una sonrisa detrás de la metáfora (1969) y Yo amo a Columbo (1979).
En esta corriente de ensayos referentes al género también destaca Gise-
la Kozak Rovero con su libro Ni tan chéveres ni tan iguales (2014) en el cual
pone en el tapete la máscara que recubre la sublimación de la mujer en la
sociedad venezolana que oculta todo el sacrificio y autoengaño que la mantie-
nen subyugada. La reflexión sobre el género ha enriquecido el panorama del
ensayo en Venezuela porque condujo al análisis de canteras que frecuente-
mente han sido invisibilizadas por la percepción común de esta sociedad.
En la séptima línea relativa al ensayo sobre los procesos migratorios ya
señalada, destacan los ensayos que analizan este fenómeno en la novela y en
el testimonio contenidos en los libros titulados La mirada femenina desde la
diversidad cultural, (Tomos I, II y III) y en el libro Pasaje de ida compilado
por la escritora Silda Cordoliani.. En cuanto a aquellas que son hijas de la
oleada migratoria que llegó a Venezuela ocasionada por la Segunda Guerra
Mundial, podemos citar a la ensayista Jacqueline Goldberg.
Este análisis de las diferentes temáticas contenidas en el ensayo escrito
por mujeres en la Venezuela del siglo XX y principios del XXI invita a los
lectores a disfrutar de su originalidad y riqueza.
En el Ecuador la mujer ha sido determinante en el proceso de descoloni-
zación, resaltan los movimientos y luchas libertarias llevadas a cabo por líde-
res indígenas y mestizas, bajo una visión humanista de los derechos humanos,
nacida desde la más absoluta sindéresis, más allá de una ideología feminista

2 Con respecto al estudio de la figura de Teresa Carreño podemos citar los siguientes
trabajos: Palacios, Lucila.1977. Discurso de orden a cargo de la escritora Mercedes de
Carvajal de Arocha (Lucila Palacios), en el acto de inhumación de los restos de la
artista.

20
América del Sur

predeterminada y que en el tiempo fue sentando las bases para la estructura-


ción del movimiento feminista en el Ecuador.
A principios de los años noventa empiezan a cosecharse los frutos de la
participación de las mujeres en la liberación femenina del Ecuador, con la
particularidad evidenciada en los discursos de dichas mujeres, de la presencia
perenne de la generosa visión de la lucha social que sobrepasa los intereses
de género (sin obviarlos) para incluir la problemática de la desigualdad social
y la injusta estructura de clases sociales imperante.
Así el feminismo en el Ecuador ha tomado una tendencia institucional al
orientarse hacia la inclusión de proyectos de género en la legalidad constitu-
cional como parte esencial en la las luchas por los derechos humanos. La
organización de mujeres está presente en la transformación y construcción de
un nuevo Estado para el Ecuador, bien desde los movimientos étnicos o de los
movimientos políticos de izquierda, quienes han jugado un papel relevante en
la inclusión de los derechos humanos de las mujeres en la Constitución de
1998.
No obstante a todos los logros jurídicos alcanzados a través de años de
luchas de las mujeres ecuatorianas, nos encontramos que la problemática del
género tiene sus raíces en una concepción ancestral de la inferioridad femeni-
na, reforzada en la actualidad por el modelo capitalista hegemónico mundial
que incentiva la visión mercantilista de la mujer; lo que nos enfrenta a com-
prender la persistente desigualdad de género en el Ecuador.
Raquel Rodas Morales afirma: “La aparente neutralidad impide la trans-
formación de las relaciones de poder y lo que logra son acomodos y adapta-
ciones al sistema o pequeñas concesiones que aplacan parcialmente las con-
tradicciones. La doctrina de la igualdad de oportunidades continúa teniendo
como referente el modelo hegemónico masculino que en la sociedad global
neoliberal ha incrementado el sexismo y ha multiplicado las formas de explo-
tación del cuerpo femenino.”3:
Especial atención requiere la situación de la mujer indígena en el Ecuador
que a pesar de las reformas constitucionales que han tenido lugar desde el año
1992 como respuesta a los levantamientos indígenas en el año 1990, y que en
la Constitución del año 1998 finalmente queda plasmado el reconocimiento de
los derechos colectivos de los pueblos indígenas, vemos que las mujeres indí-
genas no han logrado una presencia en la estructura de liderazgo, resultado de
procesos discriminatorios de parte de la sociedad en general, así como la
discriminación desde el interior del mismo Movimiento Indígena Ecuatoriano

3 Rodas, Raquel “100 años de feminismo en el Ecuador”. En Revista Renovación, Cuenca-


Ecuador, Mayo-Junio 2005. N° 7. p. 37.

21
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

(MIE) que ha sido columna vertebral de las luchas populares en el Ecuador


desde la segunda mitad del siglo XX. Es relevante el papel educativo para el
fomento de la participación social y política de la mujer indígena que se realiza
desde la Escuela Dolores Cacuango, que lleva ese nombre en honor a la
primera dirigente de la Federación Ecuatoriana de Indios creada en los años
cuarenta, y a quien Raquel Rodas brinda homenaje en su ensayo “El pensa-
miento transgresor de una mujer runa”.4
De la misma suerte, la mujer negra del Ecuador ve disminuidos sus dere-
chos como una inercia resultado de la histórica problemática de la esclavitud,
que sella el origen de los africanos en Latinoamérica. Luz Argentina Chiribo-
ga que como escritora ha dedicado su obra a la situación de los afrodescen-
dientes en el Ecuador, complementa su labor en la lucha por liberar a la mujer
negra de su inferioridad social, desde la Fundación para la Cultura Negra
Ecuatoriana, en la incansable búsqueda de una participación social y laboral
de mayor justicia económica para la mujer negra.
Se presenta así el ensayo de las escritoras ecuatorianas con un valor
cultural añadido al convertirse en el medio por excelencia de los movimientos
feministas.
Culminando con el último país, Brasil, estudiado en el norte de Sur Amé-
rica pensamos que el ensayo sobre la literatura brasilera, ofrece desde un
comienzo ciertas dificultades para un investigador hispanohablante. En primer
lugar se enfrenta a una nación vasta, con una historia particularmente diferen-
ciada a la del resto de los países latinoamericanos. De igual manera, la vaste-
dad del territorio nos asoma una cultura múltiple, bien distinta en cada caso
regional: una inmigración diversa, con sus propias características definidas
por el origen cultural de los inmigrantes, el momento de su inmigración, sus
lenguas, costumbres, historias nacionales varias, razones de la inmigración,
entre otros aspectos.
Así, observamos una literatura que se fagocita, tan variada como las
distintas regiones que componen la República Federativa del Brasil. A veces,
es una impresión desde la lejanía, entre una región y otra se desconocen como
nación literaria. Apenas trascienden los nombres clásicos que resaltan en cada
época: los inicios, el Romanticismo, la Modernidad… Hay nombres insoslaya-
bles, por supuesto, muchas veces por haber trascendido las fronteras, inclusi-
ve idiomáticas. Luego, siempre hablando de literatura, está el tema de los
géneros y sub géneros: si se trata de narrativa, claro está la trascendencia es
mayor, sin que esto desdiga de la calidad de la producción en poesía, teatro,

4 Rodas, Raquel. “El pensamiento transgresor de una mujer runa”. En Revista América.
Revista del Grupo Cultural América. Quito. Junio 2013. N° 124. pp. 37-66.

22
América del Sur

ensayo. Con respecto a este último, Brasil está lleno de brillantes pensadores,
los cuales se equiparan con sus hermanos latinoamericanos: Perú, México,
Argentina, Colombia, Venezuela… Y, finalmente, vale la pena hacer acotacio-
nes sobre la mano que sostiene la pluma: las diferencias (muchas veces pre-
juiciadas) entre el ensayo escrito por hombres y el generado por mujeres.
Entre estas últimas, muchas y variopintas han sido las producciones en los dos
últimos siglos pasados: el XIX y el XX.
Ya en este tema, el siglo XX ha sido fructífero en lo que se refiere a las
ensayistas brasileñas. Lógicamente, el avance en cuanto al tema de los dere-
chos individuales y sociales de las mujeres ha tenido mucho que ver. La Se-
mana del año 22, brasileña, por ejemplo, también ha aportado bastante. La
Modernidad en casi todas las latitudes ha abierto espacios que antes estaban
cerrados para las mujeres. Serán los sociólogos quienes mejor expliquen esta
situación. Por lo pronto, de entre la amplísima lista de mujeres del Brasil que
han brillado en el pasado siglo, y despejando por intuición propia las brumas
que dan el amplísimo territorio revisado de esa compleja nación (con la que el
común de los mortales identifican al Carnaval, la cultura negroide, la alegría
pese al dolor, el portugués musical y otros asuntos banales), hemos podido
atisbar los siguientes nombres.
Lya Luft (Santa Cruz do Sul, 1938). Autora de más de veinte libros de
diversos géneros, tales como poesía, ensayo, novelas, crónicas y literatura
infantil. Y a Nélida Piñon (Río do Janeiro, 1937), conocida narradora y ensa-
yista. Uno de sus libros más populares trasciende los géneros de la crónica, la
narrativa y el ensayo literario. Se titula: La república de los sueños (A repu-
blica os sonhos), en la que cuenta y reflexiona acerca del viaje de sus abue-
los desde Galicia hasta Brasil, describiendo todas sus penurias. Los derrote-
ros vitales de Ana Cristina Cesar (Río de Janeiro, 1952-1983), llevan al cono-
cedor de la literatura brasileña a pensar en los términos de la poesía y el
suicidio en Latinoamérica. No obstante, sus estudios académicos la conduje-
ron, además, a la investigación literaria, la que -conjugada con su talento
poético- dio como resultado una escritura ensayística delicada, certera y por
demás, interesante. Amén de su obra como poeta y de su rauda y trágica vida,
Ana C. Cesar produjo interesantes ensayos recogidos en Crítica e Tradução
(1999). Una selección de sus ensayos fue recopilada en El método docu-
mental (2013), editado por Manantial (Argentina). Allí encontramos una serie
de “escritos” cuya forma novedosa y espontánea imprime una extraordinaria
vitalidad al ensayo latinoamericano.
Finalizamos, ahora, exponiendo un poco más sobre las tres ensayistas
seleccionadas para esta antología: Clarice Lispector, Nélida Piñon ya tratada

23
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

anteriormente en este texto y Diana Klinger. El primer caso les parecerá


extraño a muchos lectores. El nombre de Clarice Lispector (Chechelnik, Ucra-
nia, 1920-Rio do Janeiro, 1977) siempre ha estado vinculado al oficio de la
narración ficcional. Una gran novelista, sin duda. Mas, luego de debatir inten-
samente acerca de su inclusión en esta selección, y con una obra, en todo
caso, muy difícil de clasificar (pero generalmente tenida como una curiosa
novela breve), llegamos a la arriesgada conclusión de que este libro constituye
una mixtura de géneros tradicionales. Por su parte, Diana Klinger (nacida en
Argentina, pero radicada en Brasil desde el 2002), ofrece una escritura ensa-
yística profesional, centrada en el mundo académico de la literatura. Aunque
su formación de pregrado en Letras es en la Universidad de Buenos Aires,
sus estudios de postgrado y doctorales los realizó en Literatura Comparada en
la Universidade do estado de Río do Janeiro y los posdoctorales en la Univer-
sidade federal do Rio do Janeiro, ciudad en donde reside desde el 2002. Brasil
es un misterio, para el resto de Latinoamérica y el mundo e, inclusive, para el
mismo gigante suramericano. Su literatura, pese a los buenos y múltiples estu-
dios sobre el asunto, está aún por organizarse y verse en profundidad. La
ensayística brasileña, puesto que es un género que pareciera interesar solo a
los especialistas, todavía permanece en sombras para los lectores hispanoha-
blantes del tema. El ensayo femenino de esta nación, por razones harto cono-
cidas, está aún por descubrirse.
Por último debemos expresar una nueva manera que observamos debe
practicar el estudioso al escribir Antologías que pretendan cubrir la totalidad
del territorio latinoamericano. Las fronteras entre los países, aunque siguen
siendo útiles para la clasificación, deben tener en cuenta que nuestras fronte-
ras se han difuminado, fruto del intercambio constante que existe entre nues-
tras naciones. Ensayistas que nacieron en un país, escriben su obra en otro y
más aún se identifican con él. Ya no son colombianas o argentinas sino vene-
zolanas o brasileñas, como son los casos de Valentina Marulanda y Diana
Klinger aquí expuestos.
Esperamos, entonces, que el lector disfrute estas piezas tanto como no-
sotros lo hemos hecho al seleccionarlas. Trayendo al tapete aquello de que el
diálogo entre el lector y el escritor es un juego que en el ensayo permite el
crecimiento de ambos. Sólo que esta vez contó con una tercera mirada, la de
aquellos que los escogieron.

24
América del Sur

VENEZUELA

Lucila Palacios (1902-1994)


(Pseudónimo de Mercedes Carvajal de Arocha)

Hija de padres venezolanos (Guayaneses). Nació en Puerto España


– Trinidad en 1902. Muere en Caracas el 31 de agosto de 1994.
Fundadora de la Junta Patriótica Femenina en Caracas, grupo que se
sumó a los actos cívicos desarrollados en Caracas en el curso de
1936.
Iniciadora de la encuesta entre mujeres para formar ambiente a la
celebración de la Primera Conferencia pro Congreso de Mujeres en
1939-40. Miembro del grupo organizador de la Primera Conferencia
pro Congreso de Mujeres y Delegada por el Ateneo de Caracas en la
celebración de la misma en 1940. Suscribe el folleto LA MUJER
ANTE LA LEY en colaboración con Ada Pérez Guevara, Luisa del
Valle Silva, Ana Julia Rojas y Panchita Soublette en 1942.
Destaca también por sus actividades en el Congreso Nacional como
Diputada y Senadora por el Estado Bolívar entre 1946 y 1948. De
1959 a 1969 es Embajadora de Venezuela en la República de Uru-
guay. Es autora de cuentos poesías y novelas.

La leyenda venezolana 1
En el fondo de los siglos encontramos la leyenda confundida con la histo-
ria. El hombre, débil, indefenso, amenazado por su misma especie y por las
convulsiones de la Naturaleza, volvió los ojos hacia el mito, y en fuerzas supe-
riores a las suyas cifró su esperanza y su fe. A veces, en la creación mitológi-
ca no se sabe distinguir entre los dioses y los hombres, pero es de observar
que en toda mitología el ser humano ha tratado de encontrar en el dios una
superación de sí mismo o lo ha creado a su imagen y semejanza. Los deva-
neos de Júpiter o Zeus entre los griegos y romanos, los celos de Juno, Baco y
sus desbordantes orgías, las furias y sus arrolladoras venganzas. ¿No son
acaso las pasiones humanas transportadas por la imaginación al Olimpo y al
Averno? Los mitos aparecen encadenados en los pueblos a través de diferen-
tes épocas. La leyenda germana aprovechada por Ricardo Wagner para su
célebre tetralogía sobre el tema de los Nibelungos, nos muestra la influencia

1 Palacios, Lucila 1977. “La leyenda venezolana” en: Dos hombres y un mundo mágico.
Caracas, Cuadernos literarios de la Asociación de Escritores venezolanos. pp.69-88.

25
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

de las riquezas materiales sobre la mentalidad de una era remota. Y esta


creación legendaria se enlaza con acciones posteriores. La encontramos en el
descubrimiento de la América, guiando el paso de los Conquistadores tras el
Dorado imaginario. Y si los gnomos, al lanzar el oro al Rhin con el objeto de
rescatarlo a la codicia de los hombres no logran detener la ambición humana,
lo mismo sucede con el señuelo de los europeos en su incursión por las tierras
americanas, pues la corriente de los grandes ríos, la tupida vegetación de la
selva van borrando El Dorado, lo sustraen a la pesquisa aventurera, mas el
torpe apetito corre desencadenado tras el rico metal, y sigue su curso, hasta
culminar en una extraña mezcla de hazañas y crímenes, de hechos gloriosos y
de brutal ferocidad.
El aborigen venezolano forjó su mito en el agua, el fuego, la selva y la
montaña. Y en su intuición ha tratado de alcanzar la lógica. ¿Por qué han
nacido y crecido los ríos? ¿Por qué se alza la cordillera de Los Andes tan
cerca de los cielos? Sin poder explicarse los fenómenos naturales, él les ha
asignado su origen en un mundo donde se mueven seres superiores al hom-
bre. Y por eso, visten con el ropaje de los dioses la irrupción del Orinoco a
través de la inmensidad selvática y el hecho de haberse cuajado la nieve
eterna en la Sierra de Mérida bajo un sol tropical.
Siete grandes ríos surten el Orinoco. Esos inmensos caudales de agua
han sido calificados como los siete corceles tributarios en un alto y vibrante
canto lírico de Andrés Eloy Blanco. Cuatro de ellos, el Caura y el Guaviare, el
Vichada y el Meta, son comparados con los cuatro caballos de San Marcos,
“antemurales de la tradición”. El quinto, el Caroní, por donde iba “el Cristo
buscando ovejas, milagro de la Conquista”, funge de Bucéfalo en el poema.
Después está el “Arauca de plata”, con el “anca nevada de una garza llane-
ra” como el caballo de Troya. Y por último caracolea a la vera del Orinoco
ese río inquieto que bajó de Los Andes, ese Apure en “cuyo lomo floreció” el
llanero “como un centauro” y es el “Pegaso de los ríos de América”. Pues
bien, junto a esos lomos erizados de espuma en la imaginación de un gran
poeta, viven tribus absortas en la grandeza del panorama que las rodea y cuya
lengua repite aún las modulaciones de su ayer mitológico. Y es así como el
grupo humano de los saliva-akua, mira en el Orinoco una gran serpiente, po-
derosa aunque vencida. Y dice que en el pasado remoto esa gran serpiente
fue inspirada por el genio del mal. Ella tenía cien pies, garras de oro, rígidas
tenazas de brillantes, y aspiraba llegar al gran trono. Y para conseguirlo trata
de devorar el corazón de la Madre Tierra. Pero el Dios del Bien pudo saberlo
a tiempo ¿Y acaso la Deidad suprema no dispone de todos los medios para
combatir y vencer a sus enemigos?

26
América del Sur

Al alcance de ese Dios-Padre, —estaban el rayo, el trueno y las catara-


tas del cielo. Y a su lado se erguía también el hijo, impetuoso, fuerte y hermoso
heredero de su gloria y poder. Frente al señor de todas las cosas se alzaban
como rivales temibles el dios del mal Oo-ni y su compañero Cahou quienes
daban su apoyo a la ambiciosa serpiente, cuya rebeldía era ya un reto. La
Madre Tierra gemía, se quebrantaba, mordida ensu moreno pecho por el agre-
sivo reptil. Pero el joven descendiente de Purú alza su ardiente cabeza ante
Caho, está dispuesto a combatir con Oo-ni y a aplastar la víbora infernal. Y se
inicia una lucha gigantesca, tremenda.
Retiemblan los montes, se ahodan los abismos, se desploman árboles y
cumbres, y las aguas en un vértigo de fiera aullante y desatada revuelcan
peñascos y arrastran hombres. El hijo de Purú de faz brillante y manos rápi-
das lanza en el aire su lazo de cazador. Una dos, tres veces, la astucia y
perfidia de los dioses infernales logran desviar el brazo ágil que acecha a la
serpiente, que intenta apresarla. Mas al fin la víbora agresiva cae en la cela-
da. El sagrado mecate de Purú la aprieta entre sus recios nudos. Es un mo-
mento crucial. Todas las fuerzas cósmicas se hallan en juego en esta lucha.
Pero el lazo que surca el cuerpo serpentino y sinuoso no se rompe. Por el
contrario, se estrecha cada vez más hasta inmovilizar a su vencida presa. Y es
la hora de la deliberación del Poder ante el triunfo. Un vencido, ante el Zubé
de la suprema bondad, debe conservar su jerarquía suprema. Nada de humi-
llaciones, nada de ultrajes. Esto forma parte de la gloria del gran señor del
cielo y mundo superior indígena de los sáliva-akaua. La Serpiente Cien-pies,
con sus tenazas de oro y brillantes, imposibilitada para siempre de subir al
gran trono y de devorar el corazón de la Madre Tierra queda convertido en un
río majestuoso, solemne, en el Orinoco de los raudales vertiginosos y de las
anchas bocas fluviales abiertas sobre el mar.
Las tribus que poblaban los Andes venezolanos sitúan el origen de la
nieve que cubre los picos de la Sierra de Mérida en una leyenda de contornos
más suaves. Allí no hubo lucha entre grandes poderes, ni los dioses del bien y
el mal se vieron cara a cara, ni se entabló una disputa para dominar al mundo
sideral o telúrico. Una doncella, Caribay, es el personaje central y legendario.
Imaginemos esta joven indígena, de cuerpo flexible, de piel morena, de ojos
negros y profundos mirando constantemente hacia la cumbre, con las manos
extendidas tras un loco anhelo. En la altura había visto volar águilas blancas, y
el plumaje maravilloso de estas grandes aves, su blancura, se convirtió en su
obsesión. Coqueta, como toda mujer, quería realzar su hermosura ostentando
sobre sus cabellos una corona de plata. Pero las águilas blancas volaban cada
vez más alto y el débil paso de Caribay no podía seguirlas. No obstante, un día

27
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

se decidió a alcanzarlas. Iba de precipicio en precipicio, de risco en risco,


escalando la montaña. Las aves subían cada vez más. Caribay desfallecía sin
volver hacia atrás. De pronto, ante las sorprendidas pupilas de la doncella
cada una de las grandes aves se posó en uno de los picos de la serranía. Y se
fueron petrificando. Y bajo los rayos de la luna brillaron como si fuesen de
plata. Y un frío intenso cayó sobre la serranía y sobre el cuerpo de Caribay, y
allí quedó muerta pero eternizada entre los hielos la figura grácil de esta mu-
chacha indígena, de innata coquetería, poderosamente atraída por un destello
de la belleza eterna. Y los indios decían, muchos años después, quizás al co-
rrer de los siglos, que su espíritu tutelar rondaba en toda la montaña, y atri-
buían las nevadas a un despertar de las águilas de nieve y a un sacudimiento
de las alas que hacían llover sus plumas, sobre los contornos serranos, trans-
formados en copos brillantes y fríos.
La Conquista trajo un nuevo elemento a la leyenda, y en el mito indígena
se mezcló la figura de los Conquistadores. En el primer momento los indios
creyeron ver en el invasor seres extraordinarios, dioses, semidioses o mons-
truos y creían que los cuerpos de los hombres formaban una sola pieza con el
cuerpo de los caballos. Pero luego, cuando se convencieron de que eran seres
iguales a ellos, y que podían morir, decidieron entablar la lucha. Y en todos los
ámbitos de Venezuela, como en todos los ámbitos de la América, resonaron
los tambores de guerra. A pesar del esfuerzo heroico de los indios, el hispano
seguía invadiendo su territorio. En los valles de Aragua, cerca de Santiago de
León de Caracas, se concentraban las tribus de los “tucutunemos” y los “cu-
ras”. Los dos grupos querían unirse y habían proyectado el enlace del Caci-
que y la Princesa. Mas cuando ya la luna estaba a punto de remontar el cénit,
casi a la hora de los desposorios, se conoció la cercanía del invasor en el
fresco y risueño valle. El cacique de los “tucutunemos” sale al frente de los
suyos para detener el avance de los intrusos. Son horas de angustia, de incer-
tidumbre, para las mujeres y los niños que habían permanecido en los campa-
mentos indígenas. A lo lejos se oye el fragor de las armas de fuego. Y de
pronto un gran silencio. Luego voces furtivas, pasos furtivos. Son las vencidas
tribus que llegan a anunciar la derrota. Y traen consigo el cadáver del cacique
de los “tucutunemos”. La joven princesa, con los ojos secos y brillantes, sin un
grito, sin alarma, toma el cuerpo amado en sus brazos y se dispone a partir.
Quiere sustraerlo a la búsqueda del Conquistador y darle sepultura con el
rango que le corresponde. Marcha el cortejo, sobrellevando dificultades, tra-
tando de salvar a todo trance su preciosa carga. Y al fin llegan a un sitio, lejos
de la mirada de los profanos. La princesa entonces pide a los suyos que
partan, les ordena huir cuanto antes. Pero ella no ha de acompañarlos en esta

28
América del Sur

fuga. Va a permanecer al lado del cadáver hasta darle sepultura. Teme desfa-
llecer y no quiere que la tribu contemple la desintegración de su entereza,
pretende ser valiente hasta el fin.
La gente sigue su marcha. La princesa queda sola. Y al verse lejos de las
miradas de la muchedumbre se desatan sus lágrimas. Llora, llora intermina-
blemente, llora sin cesar. Los dioses indígenas se compadecen de la joven,
admiran su valentía, respetan su gran amor por el hombre que yace a sus pies.
Y por designio supremo la princesa de los “curas” y el Cacique de los “tucu-
tunemos” se van petrificando. Quedarán juntos por toda la eternidad conver-
tidos en dos grandes y lustrosas piedras unidas en una base común. Y de los
cuerpos humanos metamorfoseados surge un manantial: está formado por las
amorosas lágrimas de la desposada, y poco a poco se transforma en el río
Curita que empieza a ejercer desde entonces su benéfica acción de riego en
los valles de Aragua.
El español aportó también a la América el nombre de Cristo, y el Naza-
reno se hizo familiar en las tierras conquistadas. Era un nuevo dios que der-
rrotaba con su mansedumbre y sus milagros los antiguos ritos inofensivos o
sangrientos de muchos grupos aborígenes. No se sabe a cuál de ellos se debe
la leyenda de la quebrada de San Felipe en elEstado Carabobo. La sutil made-
ja del agua está rodeada por un laberinto de piedras y malezas en un sitio casi
inaccesible. Y entre esas rocas escarpadas y de difícil acceso se encuentran
marcadas las huellas de un hombre. Los vecinos veneran las señales que
dejaron allí unas plantas desconocidas y dicen que son “los pies del Señor”.
Nadie vio el rostro dulce de Jesús, ni su túnica sorteando los zarzales, nadie
oyó su palabra de santidad en los contornos, pero los campesinos se sintieron
halagados con la versión. Era el Dios hijo que había descendido de su trono y
regresado a la tierra para visitar aquel lugar casi desconocido. Y en su retorno
había un sentimiento de amor, una predilección hacia los humildes moradores
de la zona. Y todavía en esos términos, con su halo de ternura, en los espíritus
ingenuos prevalece la leyenda.
Nos encontramos también en las cercanías de Puerto Cabello, tras los
caminos oreados por los naranjales de Valencia, con San Esteban y su río. El
mito de esa población pequeña y de ambiente sereno tiene algo del coto real,
parece captado de una escena de la florida corte francesa o de alguno de esos
grandes señoríos europeos donde el cazador, mientras perseguía su presa,
cautivaba a una doncella. Según esta leyenda, en un tiempo remoto las noches
de luna engendraban temor en los corazones maternales y una plegaria acudía
a los labios de las mujeres jóvenes. Podía sonar el armonioso cuerno de un
cazador furtivo, invisible, y este sonido era mortal. Cual si se tratara del canto

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

de las sirenas que atraía a los navegantes, el sonido del cuerno subyugaba,
enloquecía a la muchacha que lograba escucharlo. Y entonces ella abandona-
ba el lecho, corría desolada hacia el campo y al llegar al río, al agua corriente,
se sumergía en sus ondas pues la incauta niña quería llegar pronto hasta los
brazos del hombre misterioso que la llamaba desde la orilla opuesta. Y al día
siguiente la corriente fluvial arrastraba el cadáver de la doncella. Y no habían
quedado señales del cazador invisible, ni del cuerno de insistente llamada, ni
del misterio que sólo conocían los rayos de la luna. Pero habían crecido, en el
sitio desde donde acechaba la muerte, unos lirios nuevos y extraños. Lirios
color de violeta, grandes, esponjosos, perfumados, que se iban marchitando
poco a poco en la ribera, pues mano alguna se atrevía a cortarlo.
En el curso de la Colonia ya no son seres ligados a la Naturaleza, deida-
des de las aguas y la tierra quienes personifican hechos citados como sobre-
naturales. Los hombres, en muchas ocasiones, pasan a ocupar el lugar de los
dioses. En Caracas abundan sucesos y relatos de esta índole. Las construc-
ciones modernas han extirpado en gran parte aquella interesante ciudad colo-
nial de pintorescas narraciones —donde campeaban grandes señores, sier-
vos, espíritus malos y santas almas—, y de no menos pintoresca nomenclatu-
ra. Las calles de la ciudad se construían de acuerdo con los nombres de sus
habitantes o de algún suceso deimportancia. La esquina tenía sitio de prefe-
rencia al elegir el nombre con que la calle sería clasificada, y era el centro de
la orientación urbana. La esquina de Maripérez se debe a una dama de alcur-
nia cuya mansión estaba situada en aquel lugar. La de Romualda a una mujer
del pueblo, vendedora de refrescos o negociante en telas, cuya tienda era muy
solicitada. Para los extranjeros resultaba difícil la orientación en aquella ciu-
dad a causa de sus extrañas direcciones. Para ellos constituía un verdadero
laberinto el tener que ir de Coliseo a Peinero, de Peinero a Pájaro, de Pájaro
a Curamichate sin ningún otro punto de referencia que el recuerdo romántico
del pasado remoto, vivo en el corazón de los caraqueños.
Cuando dividieron la ciudad de acuerdo con loscuatro puntos cardinales,
nadie pudo acostumbrarse a tomar la vía del Norte, Sur, Este y Oeste. El
pueblo seguía invariablemente aferrado a la costumbre de transitar tomando
como, guía las esquinas tradicionales. Hoy, a pesar de que las condiciones de
la capital de Venezuela han variado, de que se han abierto nuevas y amplias
avenidas, centros de distribución urbana, barrios residenciales o populares
que se alargan en distintas direcciones, en los restos de la antigua población se
mantiene, aunque escasamente, la antigua nomenclatura.
Algunos escritores han elegido estos temas para sus crónicas capitalinas
en las cuales se habla de encapuchados nocturnos, de muertes misteriosas, de

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América del Sur

milagros y castigos eternos. En todas esas páginas, en la mayoría de los ca-


sos, el hecho real se encuentra rodeado por un clima legendario. En la esquina
de las Ánimas o Cerrito del Diablo se cita a Lucifer y su presencia maligna
por causa de una hija desnaturalizada. Era una joven rebelde que sostenía
frecuentes riñas con su madre, una dulce anciana de cabellos blancos a la que
maltrataba con las palabras y los hechos. Un día, la anciana cruelmente heri-
da en sus sentimientos maternos, lanzó una imprecación contra la hija, la ex-
hortó a arrepentirse de sus actos violentos, y la joven en actitud de burla se
encontraba dispuesta a ratificar el ultraje cuando se oyó un extraño ruido en el
interior de la casa. Y entonces algunos vecinos la vieron abrir los ojos, mirar
aterrorizada hacia un rincón de la sala, señalar con la mano un objeto, invisible
para el resto de los presentes, al grito de “¡allí está! ¡allí está!” Y luego mira-
ron su forcejear en el aire, en la sombra, cual si tratase de evadir un abrazo
mortal. Y luego su desmayo, su desfallecimiento, hasta caer muerta sobre el
piso. Y la madre acongojada, y los testigos de la dramática escena, dieron fe
de que la casa se había llenado de humo y de un insufrible olor a azufre, lo que
indicaba una celada del demonio y el descenso de un alma juvenil al lugar de
las llamas eternas.
En Venezuela existe, a su vez, la leyenda del mar. Esa luz de San Telmo,
como un fuego fatuo que se enciende y parpadea sobre las olas, extraño
fulgor que atemoriza a los navegantes, quienes lo miran como un funesto
presagio. En Margarita, los crédulos y supersticiosos, durante mucho tiempo
creyeron oír el galope y el relincho del caballo de Lope de Aguirre, y el espec-
tro del tirano en la costa, amenazante aún sobre la isla.
Mas la llanura venezolana es quizás la región más nutrida de versiones
fantásticas. Leyenda musical la del Carrao, el pájaro en cuyo cuerpo se fun-
dieron dos amigos, dos cantadores al estilo de florentino, con la copla siempre
en los labios y los pies listos y rítmicos para el joropo. Carrao y Mayalito no se
esperaban y su presencia despertaba la alegría de llano. Hasta que un día
Carrao abandonó a su amigo y se fue horizonte adentro sin decir para donde.
Todos esperaban su retorno. Pero el tiempo pasaba sin que el coplero regre-
sase. Mayalito salió en su búsqueda y se perdió también. Hasta que en una
noche de jolgorio, de brisa fresca, de árbol florido, se escuchó una voz que
gritaba ¡Carrao! Y cuando los llaneros enfiestados creyeron recobrar a Ma-
yalito y su amigo fueron sorprendidos por un pájaro extraño, de inquietas alas,
y cuyo canto era aquel nombre ¡Carrao! Y ese pájaro misterioso ha seguido
cantando, a través de todos los tiempos, en los terrenos anegadizos apureños,
y con su voz revive, el recuerdo de los copleros, víctimas de una hechicería,
de un rato encantamiento.

31
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

En el llano, tras las incursiones de los caudillos quedaron las almas en


pena después del asalto al poblado o a la hacienda cercada de soledad en la
tierra plana. “La Yegüera” es un episodio dramático de la época de los Mona-
gas ¿Qué grado de parentesco unía a la familia habitante de aquel hato con los
hombres que detentaban el poder? En un clima de pasiones irreconciliables
bastaba la vinculación sanguínea para provocar un deseo de venganza. Posi-
blemente, sobre los habitantes de la posesión campestre se proyectó el signo
de la muerte por el solo hecho de pertenecer al grupo monaguero. Y fue
durante una noche huracanada cuando se oyó a lo lejos el rumor de una
cabalgata. Los jinetes, recortados sobre un cielo púrpura, se acercaron pronto
a la casa y entraron en ella con los sables desenvainados. En el interior de la
vivienda había mujeres y niños, pero ni la inocencia ni la debilidad femenina
frenaron el ímpetu salvaje. Todos los que vivían en el hato fueron pasados a
cuchillo, y la sangre corrió a raudales y se mezcló con la lluvia y el llanto. Y los
gritos de agonía fueron apagados por el estruendo de los elementos naturales
desbocados. Entonces los asaltantes huyeron, pero en la refriega había caído
el jefe de la acción violenta. Y la leyenda recogió el eco de aquella noche
tremenda y cuenta que el suceso se repite cada vez que la tempestad azota el
área en donde está situada “La Yegüera”. Es la misma cabalgata, el mismo
descuartizamiento de sus habitantes. Pero con una diferencia. Al frente de la
cabalgata marcha un hombre decapitado. Su cabeza rodó en el momento del
asalto y él regresa a buscarla y no la encuentra. Es su castigo, un castigo que
tiene la medida de la eternidad.
Existen también leyendas llaneras en las que interviene la providencia o
el brazo de Dios para evitar el triunfo del mal. Y es el caso de Fray Nicolás en
las inmediaciones de Cantaura. Fray Nicolás era un franciscano de corazón
manso, pleno de bondad. Vestía un sayal, tan pobre, que a veces se transfor-
maba en jirones. Entonces los vecinos se reunían para comprar una nueva
túnica al santo caminante. Pues Fray Nicolás no reservaba su apostolado
para la ciudad. Recorría los caminos llevando medicinas y ayuda a los campe-
sinos y repartía hasta el último centavo, recogido en sus limosnas, entre los
menesterosos.
En una ocasión se hallaba en la iglesia. Y una joven lo solicitó desde el
confesionario. Se trataba de unos amores contrariados. Los hermanos de la
muchacha se oponían a su casamiento con un hombre de mala fama. En la
pugna de sus sentimientos de amor al hombre elegido y de respeto filial, ella
decidió consultar al confesor. El franciscano le preguntó si los hermanos te-
nían serios fundamentos para oponerse a la boda. Y al conocer los motivos
expuestos por la muchacha le aconsejó serenidad y reflexión. La enamorada

32
América del Sur

niña prestó atención a las palabras de Fray Nicolás. Comprendió lo inconve-


niente de un futuro enlace con un hombre de las costumbres y carácter de su
novio. Mas al dar término a la alianza matrimonial cometió la imprudencia de
mencionar al santo misionero cuyo consejo había solicitado. ¡Es de presumir
cómo se revolverían en la entraña de aquel hombre de malos instintos el odio
y el rencor! Poseso de una ira insana juró la muerte de Fray Nicolás y con la
complicidad de uno de sus hermanos trazó el plan de atraerlo a un sitio desier-
to para consumar el crimen.
El viento, el rayo, el trueno, han sido con frecuencia el clima propicio a la
leyenda. La tempestad ha servido de fondo a los proyectos maquiavélicos. Y
este ambiente no podía faltar a la hora de la acechanza, de la infamia. Era de
noche. Llovía a torrentes cuando se oyeron tres golpes en la puerta de la casa
del franciscano. Fray Nicolás acudió a abrir y un hombre embozado, con el
caballo al diestro, le pidió que lo siguiera para auxiliar a un moribundo. Sin otra
explicación, acostumbrado a casos semejantes, el misionero montó en la bes-
tia y siguió a su conductor. Los cascos de los caballos se hundían en los
charcos del camino, el viento rugía sobre la cabeza de los dos jinetes, los
árboles se desgajaban bajo el latigazo de la centella, pero al fin lograron llegar
a un rancho solitario, casi perdido a la vera del camino. El hombre que guiaba
al monje abrió la puerta de la choza a obscuras. En la habitación contigua
apenas titilaba la luz de una vela. —“¡Pase usted, allí está el enfermo!”
—ordenó el cómplice del asesino en espera— y permaneció en su lugar sin
moverse, atento a lo que iba a suceder.
Después se oyó la voz de Fray Nicolás, sus rezos, y nada más. Ni un
grito, ni una queja, nada que indicase la consumación del salvaje atentado. Y
de pronto el religioso se presentó ante su conductor. “Hemos llegado tarde
—dijo— el enfermo ya falleció”. El otro hombre corrió, entró a la alcoba, se
inclinó sobre el lecho. Entre las sábanas, casi a punto de incorporarse, apre-
tando en su diestra el puñal con que iba a segar la vida del humilde pastor de
almas, estaba el malhechor con los rasgos de la muerte impresos en el rostro.
Había fallecido repentinamente en el instante en que iba a hundir el arma en el
corazón de su asistente espiritual. Y el cómplice aterrado se postró a los pies
de Fray Nicolás, hizo confesión de su culpa y fue ungido y perdonado por la
caridad inagotable de aquel santo varón. Y la figura del franciscano, aureola-
da de mansedumbre y paz interior siguió transitando por los caminos del llano
en cumplimiento de su noble misión. Y poco a poco empezó a formar parte del
mundo de los milagros y las leyendas.
Podríamos seguir recorriendo indefinidamente todas las vías imaginati-
vas y creadoras sin encontrar fin a ese venero riquísimo de cosas sin explica-

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

ción de que estamos rodeados. Apenas hemos seleccionado un pequeño haz


de relatos venezolanos, pertenecientes al pasado y trasmitidos por los círculos
familiares de generación en generación. Hemos podido comprobar, gracias a
estos relatos, como en todas las épocas ha habido sucesos extraordinarios que
llevan al éxtasis o crean un clima de sorpresa y terror. Mas ahora estamos
viviendo en un siglo que se aísla de la fantasía y se concreta a la realidad. Y
ante esta modalidad de nuestros tiempos, cabe preguntar: ¿Novamos a legar
ninguna leyenda a los hombres del futuro?
Quizás este siglo XX deje como leyenda negra la historia de las dos gue-
rras mundiales, de los hechos de crueldad inaudita con que sistemas de fuerza
se han ido imponiendo a lo largo y ancho del orbe. Y como leyenda dorada la
estela de los vuelos siderales, el viaje a la luna y los planetas por los astronau-
tas. Acaso podamos pensar que en su trayectoria a través del Cosmos, junto
a los sistemas astrales, los viajeros del Infinito serán sorprendidos por paisajes
y seres de misterio; en su encuentro con finas y gráciles figuras luminosas
desprovistas de la carne pecadora y del insano corazón del hombre; en su
vivir en un paraje azul y radiante, tan límpido e intocado como un jirón de nube,
un paraje de ensueño.
Y de las cosas del presente hablará la gente del mañana. Y entonces
podrán señalar la matanza colectiva entre los hermanos-hombres, como algo
perverso rechazado al fin por la humanidad. Pues es de esperar, con optimis-
mo, que la conquista del espacio, máximo triunfo de la ciencia, no ha de ser
para llevar a otros cuerpos planetarios la concepción de este mundo pequeño
y minado por las discrepancias de sus habitantes, sino para superar un estado
social, un sistema de vida que no ha hecho la felicidad del ser humano. De
otra manera no valdría la pena salirmos de la órbita terrestre si es que vamos
a ensanchar conflictos. Esperemos por lo tanto en un encuentro con otros
mundos que nos parezcan de leyenda, y en nuestra transformación a su con-
tacto. Mundos nuevos, distintos a la tierra en que hemos vivido hasta ahora,
mundos anhelados por los hombres de corazón manso y por los pueblos ansio-
sos de paz, quienes desearían forjarlos ahora mismo con sus propias manos,
contemplarlos con sus pupilas bañadas de horizontes, en una marcha de es-
paldas a las tinieblas, en busca de la luz eterna, de cara siempre al sol.

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América del Sur

Maritza Montero Rivas (1939)

Nace en Caracas el 11 de noviembre de 1939. Es psicóloga por la


Universidad Central de Venezuela (1967). Magister en Psicología
por la Universidad Simón Bolívar (1979), Doctora en Sociología por
la Universidad de Paris, École des Hautes Études en Sciences Socia-
les (1982). Catedrática Andrés Bello, Universidad de Oxford (1980-
1981). Profesora Honoraria de la Pontificia Universidad Mayor de
San Marcos, Lima, Perú. Visiting Scholar London University, Center
for Multicultural Education, 1989. Profesora y conferencista invitada
en universidades y centros de investigación de América, Europa y
Australia. Es Senior Associated Editor delAmerican Journal of
Community Psychology. Entre sus obras recientes destacan: Teoría
y práctica de la psicología comunitaria. La tensión entre la comuni-
dad y sociedad (2003), Introducción a la psicología comunitaria (2004),
Hacer para transformar: el método en la psicología comunitaria (2006).

Lo masculino y lo femenino1
De lo masculino y lo femenino: predominio e invisibilidad
El género puede considerarse como la cisura media de la humanidad,
causante de privilegios y de servidumbres, de inclusiones y exclusiones y a la
vez responsable de la existencia de la humanidad, en sus dos inseparables
expresiones. Producto éste que supera a sus elementos productores, pasando
a ser concepto superior y fundacional, en el cual las manifestaciones de am-
bos géneros pueden comprenderse como parte de ese todo y a la vez como
singulares entre sí.
Para abordar la masculinidad y la feminidad en el pensar venezolano,
decidí comenzar en el siglo XX por ser el tiempo en el cual expresiones espe-
cíficas sobre el tema empiezan a hacerse explícitas en la obra de hombres y
de mujeres que han querido explicar, criticar, transformar y describir al país y
a la vida tanto cotidiana como ejemplar, en él. Hice entonces una lista de
textos y luego la rehice. Leí y releí y volví a leer, creando puertas giratorias
por las cuales entraron y salieron muchas obras y fragmentos de ellas. Y al
final, es poco lo que ha permanecido (por condición del proyecto y decisión
propia), pero en las páginas que elegí me parece que se revelan formas de
considerar la masculinidad y la femineidad, así como las transformaciones

1 Montero, Maritza. “Lo masculino y lo femenino”. Suma del pensar venezolano: Sociedad
y cultura. Los venezolanos. Caracas: Fundación Empresas Polar, 2011. Impreso.

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

ocurridas en ambas concepciones durante ese siglo que aún nos marca y que
a la vez en algunos aspectos ya quedó muy atrás.
He revisado bibliografía bien conocida en la cual se describe a los vene-
zolanos: Pedro Manuel Arcaya, Laureano Vallenilla Lanz, José Rafael Poca-
terra, Augusto Mijares, Mariano Picón Salas, Mario Briceño-Iragorry, Carlos
Siso Martínez, Carlos Rangel y tantos otros. Pero una cosa son los venezola-
nos como pueblo y otra las identidades sociales que construyen la femineidad
y la masculinidad en Venezuela, y con ellas la sexualidad como parte de ser
hombre y de ser mujer en este país. Y mi impresión es que <<ser venezola-
nos>> (uso la forma genérica predominante en esa literatura), no necesaria-
mente define el ser de los venezolanos y de las venezolanas. Esa es una
abstracción superior, profundamente vívida, pero que va más allá del género y
del sexo y de todas sus expresiones (machismo, marianismo, homosexualidad,
transexualidad, feminismo y misoginia).
La ineficacia de esa primera bibliografía seleccionada para tratar el tema,
en la que los textos no enfocan el asunto de manera directa y por el hecho de
que privilegian lo masculino en asociación con el gentilicio, con lo cual desapa-
rece en su carácter de género, reveló la situación relativa a que Venezuela
pareciera haber estado habitada, hasta bien entrado el siglo XX, por un pueblo
de hombres; marcada por la masculinidad vista desde la masculinidad. Hom-
bres que hablan sobre hombres. De hombres que van a la guerra; que se alzan
contra el gobierno; que matan y que son muertos; que construyen y destruyen
(más lo segundo que lo primero); que fundan familias primarias y secundarias,
generando estratos sociales. Los legítimos y los “naturales” tan antinaturales
en su concepción jurídica y ciudadana y con tan duras consecuencias socia-
les. Hombres que fecundan mujeres cuyas vidas giran a su alrededor en órbi-
tas tanto fijas como discontinuas.
Y es este mirar la masculinidad desde la perspectiva masculina el que
muestra cómo, desde esa perspectiva que domina la literatura sociopolítica de
una buena mitad del siglo XX, la masculinidad define a lo venezolano, y pre-
senta a una visión menguada y escasa de lo femenino. Pero las mujeres son
muy diferentes según se miren ellas mismas o según sean vistas por los hom-
bres. Ellas además reflejan con mayor profundidad y detalle las transforma-
ciones e inadecuación de la imagen que les ha sido asignada socialmente y de
su propia conducta de aceptación o de rechazo de esas imágenes y de roles
correspondientes a ellas. En tanto que en la forma de ver y definir a los
hombres hay una mayor homogeneidad en la mirada hecha por ambos géne-
ros. Será necesario que las mujeres se expresen en la literatura y en la ensa-
yística para que pueda estructurarse otra visión de lo femenino: la femineidad
vista desde la reflexión y la vivencia femeninas.

36
América del Sur

Otro aspecto configurador de la mirada sobre la masculinidad y la femi-


neidad es que no se pueden considerar separadamente. Y es lógico que así
sea. Ninguna concepción de lo femenino o de lo masculino aparece sola,
abstracta y abstraída, en los textos analizados. No podría haber masculinidad
sin femineidad y viceversa. Pueden sí, existir concepciones que pretendan la
supremacía de un género o la definición de uno de los conceptos como inves-
tido de características que complementan al otro por exceso o por defecto.
Pero siempre, aun sin mencionarlo explícitamente, están juntos.
En buena parte de la literatura venezolana la mujer es sólo un cuerpo.
Las mujeres están ahí, pero no son. Estar es un verbo que se refiere a la
condición del sujeto. Ser y estar son dos modos ontológicos para la lengua
castellana, pero podemos distinguir una diferencia entra ambos. Estar indica
una circunstancia en el modo de ser que se diferencia del verbo ser como
expresión de esencia. Y la femineidad en Venezuela, ha sido muchas veces
tratada como un estar y no como un ser.

La presentación social de la femineidad


Tomo como modelo la presentación de la mujer en tanto protagonista
fundamental y no sólo como circunstancia en las relaciones sociales, la novela
Ifigenia, de Teresa de la Parra. Esta exquisita novelista nos da el relato deli-
cioso y desesperante de una joven venezolana, bien nacida y profundamente
socializada, a pesar de su educación francesa, en las costumbres de la Cara-
cas y de la Venezuela gomecista de los lentos y estrechos comienzos de un
siglo XX, que para el país se inicia con pies engrillados. Pero que al romperse
el grillo, saltará de la alpargata a la bota y luego al zapato civil y que de allí
ejecutará una vertiginosa transformación que preparará la implosión iniciada
a fines del mismo.
Es Teresa de la Parra la que narra cómo es ser una señorita “bien educa-
da”, de buen gusto, hermosa y pobre, pero de “buena familia”. Y lo hace
desde la perspectiva femenina, Esa perspectiva le permita describir a las
mujeres de esa burguesía criolla aún agropecuaria, en sus diversas expresio-
nes: María Eugenia Alonso, la Ifigenia que va al sacrificio con el cual encajará
perfectamente en el rompecabezas de la sociedad criolla. Una sociedad que
no acepta disidencia respecto del cuadrilátero perfectamente trazado que de-
fine al país, a la ciudad y el lugar de cada miembro de esa sociedad. La tía
Clara, miope y a la vez vigilante. Vigila borrosa, pero no menos eficaz; estéril
y a la vez necesaria para el mantenimiento de las buenas costumbres. Abue-
lita, la sacerdotisa que marca el ritual; la matrona criolla, segura de su lugar
social, emperatriz del hogar y a la vez frágil y dependiente de su falaz hijo
hacendado y permisiva madre de sus dos hijos botarates. Abuelita, dueña de

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

la dulzura y de la normatividad, capaz de esperar dulcemente que la vida


cotidiana vaya encerrando a María Eugenia en su lugar-jaula, propio de una
dama digna.
Y mientras María Eugenia piensa y calla, se fastidia y escribe, nos revela
el curso de una existencia que se desliza inexorable hacia la vida en función
del hombre. Sea el elegante y fino Gabriel Olmedo, quien no fue capaz de
luchar e insistir, o el rico, dominante y bien ajustado a la buenas costumbres
criollas César Leal.

La mujer como sexo y además débil: una alegoría política


La compra sexual previa al contrato matrimonial o con promesa de él, no
necesariamente cumplida si ello es posible, será descrita y formará parte de la
cuentística de la literatura venezolana. Su carácter sacrificial, la violencia
económica y social que se ejerce sobre la mujer que entrega o es despojada
de su virginidad (llave del respeto social), aparecen descritos en la literatura
venezolana con tintas más o menos cargadas, en todas sus feroces y duras
consecuencias, pero con casi total predominio de la perspectiva masculina.
Un ejemplo es la pequeña novela de José Rafael Pocaterra, El doctor
Bebé, cuyo primer título fue Política feminista (1913). En ella se muestra la
manipulación de la cual es objeto el intercambio entre la virginidad y el poder
económicosocial, dentro del escenario de la corrupción política. Intercambio
en el cual la posición femenina no es sólo de inferioridad social, sino que
además aparece teñida por la acusación más o menos implícita y de hecho
pintada con los vivos colores de la sensualidad y provocación atribuidos al
cuerpo femenino. Pocaterra denuncia la corrupción, la arbitrariedad y el abu-
so políticos, pero a la vez, la mujer-cuerpo ocupa el lugar de lo femenino
culpable. Debido a esa belleza tenebrosa y tentadora, que la mujer no sabe
manejar, por la cual se deja arrastrar creyendo en la promesa implícita de un
matrimonio que la elevará socialmente, cae (es decir, se entrega sexualmen-
te). El doctor Bebé es culpable, es corrupto, como también lo es el cuñado de
la víctima-tentadora; pero ella no empleó los controles necesarios; no supo ni
escapar, ni oponerse, ni defenderse. Su femineidad mal educada y deseo fa-
miliar de ascender socialmente, a la vez que de obtener mayores recursos
económicos son la única vía posible a una mujer, su cuerpo, la precipitan al
desastre: servidumbre sexual, embarazo no deseado, pérdida de status so-
cial, miseria.
En uno de sus Cuentos grotescos, Una mujer de mucho mérito, Poca-
terra hace una sátira del otro extremo de la femineidad culpable: la intelectual
o “dama científica” (p. 253). Insoportable señora que todo lo sabe y a cuyo
ignorante marido perturba durante toda su vida, humillándolo al corregirlo en

38
América del Sur

público y en privado. Ambos extremos definieron, hasta bien entrado el siglo


XX el retrato social de la mujer burguesa venezolana.
Teresa de la Parra presenta una mujer que piensa y escribe –porque se
fastidia, pero también porque piensa. Además es una mujer sensible que veía,
apreciaba y disfrutaba de cada pequeña cosa dentro de los estrechos confines
que habitaba como miembro de una clase, pero que no puede luchar contra su
destino social, porque no puede pensar en una vía para sí y desde sí. Entre el
destino de la tía Clara, la condición de contraventora de las normas de la
pérdida de status social y la dudosa autonomía de la dueña de un hogar (la
solución socialmente aceptable para las mujeres de su clase), se decide por
esta última. Y no nos escatima del desgarramiento que ello le significa. La
mujer de Pocaterra es sólo cuerpo, objeto de consumo e intercambio, que en
tanto tal sabe que tiene un cierto valor, que no es capaz de regir ni administrar.
Y en tanto cuerpo, su propia belleza y voluptuosidad serán factores de ruina.
Es la femineidad débil y culpable de su condición.

Fortalezas y debilidades de lo femenino: el machismo y la matri-


centralidad
¿Por qué es esa la posición, el punto de vista o lugar de la mujer en lo
venezolano, durante buena parte del siglo XX? La respuesta debería buscarse
en el machismo profundamente interiorizado en el pueblo venezolano. Una
forma de ser hombre en un mundo en el cual la mujer es definida como objeto
de uso. El tema ha sido estudiado por la psicología social y la sociología en el
país. Sobre los efectos de la concepción de la fortaleza masculina y su com-
plementaria debilidad femenina y sus negativos efectos en la concepción y
estructuración de la familia en Venezuela, una primera voz alertó y descubrió
tal relación. Me refiero a un artículo publicado por José Luis Vethencourt en
la revista SIC, en 1974. Escrito seminal que inspiró el trabajo de Alejandro
Moreno (1993, 1994, 1995) y una de mis propias investigaciones. Para Ve-
thencourt, esa matricentralidad de la familia venezolana, se caracteriza por
ser la madre la única figura adulta estable, en tanto que el padre es una figura
itinerante, a veces desconocida o borrosa, sin obligaciones. Y la peculiar es-
tructura familiar así formada, así como la relación que se establece entre
madre e hijos, que este autor califica de marcada por la vergüenza, sería
responsable de lo que califica de fracaso sociohistórico de nuestro país, ya
que los valores éticos que deberían provenir de la figura paterna, están ausen-
tes (Vethencourt, 1983).
La respuesta de las investigaciones sistemáticas muestra una compleja
relación entre víctimas y victimarios. La mujer que sufre la explotación, aban-
dono y maltratos por parte del hombre machista, es la madre de hijos educa-

39
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

dos por ella para repetir la conducta paterna en otras mujeres. El hijo ocupa el
lugar del padre como “hombre de la casa” y la madre, temerosa de la homo-
sexualidad en el hijo por falta de una figura paterna, lo estimulará a probar su
masculinidad siendo muy macho con las mujeres que se acerquen a él. Es
decir, estimula el ejercicio de la masculinidad irresponsable, de la cual ella
misma ha sido víctima. Las hijas por el contrario deben casarse, lo mejor
posible, dentro de lo accesible.
La masculinidad producida en esa familia matricentrada resume una con-
sideración de la sexualidad masculina y del hombre, que Moreno (1995) cali-
fica como “machismo-sexo de origen materno”. En esta forma de machismo,
el poder masculino en el cual se basa su derecho a la libertad sexual, queda
subordinado a “la función de manifestar públicamente… que se pertenece de
lleno al sexo masculino, y por lo mismo, se tiene derecho a ejercer poder”
(1995, p. 13). En este machismo, según Moreno es el predominante en Vene-
zuela, es necesario hacer continua gala de la hombría, demostrando cuán
macho se es. Y su origen está en la relación con esa madre que quiere todo
para su hijo varón, porque es varón (Montero, 1979) y todos deben saberlo y
reconocerlo. Moreno delata la razón primordial: “defensa contra la homose-
xualidad” (1995, p. 13). Homosexualidad cuyo fantasma persigue a las ma-
dres que, como suele decir en el habla cotidiana: “son padre y madre a la vez”,
conscientes como están de la ausencia masculina, más que paterna (Montero,
1979). A fines de los años setenta, en una investigación sobre la relación entre
estructura familiar y formación de estereotipos de roles sexuales, en un estu-
dio transversal con niños de tres grupos de edades: 4.5 a 5.5; 8.5 a 9.5 y 11.5
a 12.5 años se mostraba la gradual adquisición de imágenes estereotipadas de
ambos géneros, que llevaban a caracterizar al varón como rudo, cruel, fuerte,
agresivo, ambicioso, escandaloso, desordenado, dominante e independiente.
En tanto que la mujer estará caracterizada por ser amable, nerviosa, coqueta,
agradecida, emotiva, débil, suave, dependiente y estable. (Montero, 1979).2
En tanto que otra investigación (1984) hecha con jóvenes adultas y adultos,
los atributos de la femineidad se reducen a tres: femenina, coqueta, y temero-
sa. Mientras que los de la masculinidad conservan el perfil típico (aventurero,
agresivo, fanfarrón, desordenado, vigoroso, varonil y robusto).
En la descripción estereotipada de las características de uno y otro géne-
ro, lo más resaltante es la ausencia de rasgos afectivos atribuidos al varón, y
la transformación de las atribuciones para definir a la mujer. En verdad es
2 Investigación realizada en 1977-1978, en tres grupos etarios de niñas y niños, y sus
respectivas madres, en tres niveles socioeconómicos y de área rural (N=257) y área
urbana (N=455). Y en 1984, en dos grupos de estudiantes, hombres y mujeres (120
universitarios y 117 del INCE)

40
América del Sur

lógico que la forma de ver a la mujer cambie. Su vida estaba cambiando en el


sentido de obtener y ejercer más derechos. Y la propia vida tendría que estar
enseñando a las jóvenes mujeres que respondieron a mis preguntas, que los
estereotipos aprendidos en la infancia, muy poco podrían servir para ser cabe-
za de familia, educadora de machos y principal proveedora y mantenedora de
la vida cotidiana. Aparte de que las madres interrogadas, conscientes de la
realidad y de la posibilidad del abandono masculino, preparan a la hija para
servir a los otros (hijos, familiares) y para resistir y salir a flote, en tanto que al
hijo lo preparan para sí, para hacerse valer socialmente. La mujer entonces se
ve como ser para los otros, que a la vez <<debe arreglarse>>, porque es
también cuerpo para el otro. Y tanto ella como él ven la masculinidad como
ser para sí.

La femineidad crítica: inicios y desarrollo


El segundo gran hito de la femineidad lo marca, a mi modo de ver el tema,
Antonia Palacios. Otra gran escritora, capaz de reflexionar, de sentir, percibir
y describir qué era ser niña. Ser mujer, perteneciendo a dos modos de pobreza
muy de la Venezuela de los años treinta y cuarenta del siglo XX: la pobreza del
pueblo llano, reconocida y obviamente pobre; pobre de guarapo y casabe por
comida, pobre sin otro adjetivo, y la pobreza de “buena familia”, pobre “ver-
gonzante”, como se decía de aquellos que habiendo sido ricos comenzaban a
dejar de ser y se aferraban a las formas y apariencias, al abolengo y a los
recuerdos, en un país que había comenzado ya a acelerar su rotación econó-
mica y social.
La obra de Antonia Palacios nos lleva a una Caracas y con ella al centro
urbano de un país que podría haber sido el de los hijos de Maria Eugenia
Alonso habría podido tener con Gabriel Olmedo: los refinados y poco capaci-
tados descendientes de una burguesía terrateniente agotada, en una sociedad
en la cual el tercer sector de la economía, el de los servicios, ya había empe-
zado a dominar. Me refiero a ese bello libro titulado Ana Isabel, una niña
decente. En efecto, Ana Isabel es decente, pero no sabe por qué, ni entiende
en qué reside su decencia. Aunque sí sabe que ser blanca es ya una de sus
bases. Tampoco sabe por qué su decencia es superior a la de los niños y niñas
con los que juega en la plaza. Ni por qué se lleva mejor con las más atípicas de
sus compañeritas de colegio (por ejemplo, la hija de una mercera catalana),
así como con los chiquillos de la plaza. Pero junto con su justiciera e igualitaria
inocencia, junto con su dolorosa sensibilidad, está también descrita en pocas
pero fuertes pinceladas una concepción de la sexualidad que sigue mante-
niendo el carácter objetivado de lo femenino (1977, pp. 107-198).

41
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Y ella misma, Ana Isabel, cuya temprana sensualidad ha sido debidamen-


te criticada por una tía, que la acusa de tener “instintos de mujer mala, de
mujer de la calle” (p. 61)3, es protagonista y testigo de las transformaciones
en las relaciones con esos amiguitos que se van dando con su crecimiento y
con la propia consideración de su imagen corporal: hacerse bucles y peinarse
su cabello rubio y lacio, tratando de ajustarse a la moda; estar muy grande
para corretear en la plaza “con tanto muchacho varón”, lo cual atraería el
peligro de “volverse marimacho”. Los dos terrores de una madre decente:
una hija que no se sepa “dar su puesto” que no asuma su lugar social de virgen
prudente y decente. Una hija que tenga conductas desviadas de la pauta fe-
menina socialmente establecida.
Ana Isabel responde a su condición femenina prepúber: se mira en el
espejo, enrojece al recibir un piropo y no soporta la crueldad infantil masculi-
na, que quema a una lagartija “porque nos da la gana”. Se hace Otra ante la
razón masculina que se afirma como el Uno, como el centro de la relación que
puede entonces definir quién es esa Otra: “Las mujeres son así…” (p. 132).
La esencia femenina, una vez más, es determinada por la perspectiva mascu-
lina. Ser duros; no temblar ni conmoverse ante el sufrimiento del animal que
un amiguito, que ya comienza a crecer, quema en la plaza; no expresar los
sentimientos tocados, sin embargo, por la reacción ante el cruel hecho, de Ana
Isabel. La oposición duro-blando, fuerte-débil, que oculta el carácter aquies-
cente de los varones que siguen a su líder sin juzgar sus directrices y la inca-
pacidad del líder para admitir que la reacción de Ana Isabel ha convertido el
festejo de la muerte del animal, en crimen. ¿Quién es duro? ¿Quién es blan-
do? ¿Es posible ser solo duro o solo blando, solo fuerte o solo débil? En el
relato de Antonia Palacios se presenta la imposibilidad de la dicotomía que
machismo y marianismo nos imponen en tanto que hombres y mujeres. De
manera elegante, sutil, pero con la precisión de las yuxtaposiciones que mues-
tran sin necesidad de describir, nos presenta ambas sensibilidades. La mascu-
lina, negada por el estereotipo sexual socialmente impuesto; la femenina, que
se acepta a sí misma aunque obligue a la soledad.
Y el temor y sorpresa de la primera menstruación que establece el cam-
bio de condición. Pasaje sin rito, marcado por sangre, que transforma a la niña
en señorita. Y con ello entrar en las prohibiciones y normas de la “señoritud”
y esa nostalgia por el mundo perdido de la infancia. Mundo de “ojos límpidos”
(p. 142), de rondas y juegos en la plaza, de pájaros y de flores que serán
ocultados por la “congoja del amor” (p. 143). Esa congoja, esa nostalgia, ese
sentimiento de pérdida configuran la angustia ante la pérdida de libertad que
3 Todas las citas son de la edición de 1969, hecha por Monte Ávila Editores, en su cuarta
impresión de 1977.

42
América del Sur

se aúna al comenzar a ser mujer. Una libertad sólo fundada en las normas
menos exigentes que se ejercen sobre la niña y que cederán el puesto a aque-
llas, más demandantes y “enrejadas”, que conducirán su vida de señorita y de
mujer adulta. Normas protectoras del himen, del buen parecer, de la decencia
centrada en un comportamiento “como debe ser”, más que en la ética del
amor del otro que reinó en la infancia de esa niña que es para los otros, en el
sentido ético.
Otra es la femineidad de las mujeres pobres. Declaradamente pobres,
como Estefanía y Gregoria, quienes trabajan en casa de Ana Isabel, probable-
mente por un sueldo ínfimo si se tiene en cuenta la pobreza de la familia. La
vieja Estefanía recuerda su juventud “cuando movía las carnes, las carnes
duras y negras, sin salirse de un ladrillo” (p. 39). Esta femineidad no oculta el
goce sensual, no se avergüenza de él, ni del cuerpo que lo produce y aceptará
luego el embarazo como consecuencia inevitable. La mujer bailadora y alegre
se convertirá en “la mamá que lava, que pila, que hace arepas, que carga
agua” (p. 108), cuyos hijos no tienen padre.
Pero la adultez femenina de Ana Isabel no será la de su madre, “de
serena y mansa resignación” (p. 32); figura patética que mantiene el hogar
con su callado trabajo cotidiano, recortando aquí, ahorrando acá, ejecutando
todas las formas ineficientes de la microempresa de sombra que no debe ver
la luz, porque como dice su padre para referirse a su familia, los Alcántara:
“Un escudo muy limpio tenemos… Y no poseemos dinero: prueba de que no
somos ladrones ni pillos” (p. 92). Manifestando así una expresión de esa com-
pleja noción de la riqueza que parece predominar en Venezuela: su acumula-
ción es siempre mal habida, pero no impide en la práctica que sea buscada de
la manera que se supone que ha sido su origen: la corrupción y el peculado, la
apropiación indebida. Con lo cual se da sustento a la atribución realizada.
Otras ideas, otro pensamiento sobre lo femenino y lo que significa ser
mujer, comenzaban a desarrollarse en el país mientras Maria Eugenia Alonso
se aburría y se sacrificaba en el altar de la familia burguesa; y estaba activo
mientras Ana Isabel se debatía entre la decencia de los blasones, el bolsillo
vacío y los latidos de un inmenso corazón igualitario que ya prefiguraba la
apertura del portón que guarda a las mujeres de puertas adentro. Otras muje-
res habían comenzado a invadir el espacio público que constitucionalmente les
correspondía. El paso de lo privado a lo público, es decir, la politización de la
mujer, lo van a pelear grupos de mujeres que, con una clara conciencia de sus
derechos y de sus deberes, se saben ciudadanas y rechazan el carácter se-
cundario y menoscabado de esa ciudadanía que les negaba derechos y ade-
más les imponía administradores para aquellos que cicateramente les recono-
cía.

43
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Esa transformación la van a comenzar a hacer mujeres como Panchita


Soublette Salzzo, Carmen Clemente Travieso, Luisa del Valle Silva, Ada Pé-
rez Guevara, Mercedes Fermín y otras que van a definir un modo distinto de
ser mujer. Ya no es literatura. Se trata ahora de lucha social y de pensamiento
en acción que se expresa en la creación de organizaciones como la Agrupa-
ción Cultural Femenina y en la preparación de un Primer Congreso Venezola-
no de Mujeres, que no sé si se llegó a celebrar, pero de cuyos prolegómenos
he encontrados pruebas en el libro (1941) producto de la Conferencia Prepa-
ratoria de ese Congreso, celebrada en el Ateneo de Caracas, el 16 de junio de
1940 y presidida por Antonia Palacios, la autora de Ana Isabel…
Un folleto de Carmen Clemente Travieso titulado Las luchas de la mu-
jer venezolana, permite acceder al pensamiento que inspira la transforma-
ción social de la mujer en Venezuela. De manera rápida y no documentada, la
autora describe, define y reivindica el rol social femenino en Venezuela, re-
cordando que mientras ocurrían los cambios sociales que generaron varias
naciones y lograron la construcción social de las mismas, allí estaban las mu-
jeres participando en ellos y dando las batallas del día a día. En prosa dura se
nombra un puñado de heroínas, cuidando mencionar la existencia de miles de
otras sin figuración reconocida.
Lo que estas aguerridas mujeres de mediados del siglo pasado (su acción
es particularmente sobresaliente entre los fines de le década de los treinta y
mediados de la década del sesenta) denuncian y reclaman, se resume en los
siguientes puntos:
1. La contradicción entre la idea de la subordinación de la mujer a las
tareas de cuidado del hogar y la crianza de los hijos, y su presencia
en el trabajo fuera del hogar llevado a cabo en fábricas, oficinas,
profesiones libres y campo.
2. El hecho de que esa incorporación creciente de la mujer en la clase
media y proletaria al mercado de trabajo, fuera del hogar, está moti-
vado por la creciente pobreza y la necesidad de mantener el hogar,
cuyo sostén ha sido abandonado por el hombre.
3. Por lo tanto, es necesario reconocer el aporte de la mujer a la evolu-
ción social y económica del país; así como su “autoridad económica
e intelectual” que “modifica sustancialmente las leyes respecto a su
capacidad civil” (pp. 6 y 8)
4. Hay pues una evolución que lleva a una “mujer nueva” caracteriza-
da por ideas amplias, espíritu fuerte, capacitación para actuar en
múltiples circunstancias, decisión de estudiar y de trabajar. (p. 7)

44
América del Sur

5. Pero esa mujer no goza plenamente del derecho constitucional a


“igual salario por igual trabajo” y es frecuentemente explotada y
subpagada.
Leyendo estos folletos con sus fotos de salas repletas de mujeres, tan
venezolanamente bien arregladas (llevaban sombreros, tenían cabellos cuida-
dosamente peinados), impresiona que la expresión de ese movimiento reivin-
dicador de derechos se inicie públicamente el 30 de diciembre de 1935, con
una “Petición de protección social y cultural para la madre y el niño venezola-
nos”. Apenas trece días después de la muerte de Juan Vicente Gómez, el
dictador más feroz del siglo XX. Podemos pensar que bajo el silencio de la
represión hervían las ideas. Y no solo las ideas de emancipación y reconoci-
miento de derechos de la mujer, pues en primer lugar estas mujeres con con-
ciencia de sí y para sí, se definen como madres y buscan la protección de sus
hijos. Algo perfectamente acorde con las necesidades de este país que, hasta
1982, mantuvo la inicua exclusión de los hijos etiquetados de ilegítimos, res-
pecto de múltiples derechos civiles y sociales, y en el cual, de acuerdo con los
censos del país, hasta 1980 más del 50% de los niños y niñas nacían fuera del
vínculo matrimonial.
En efecto, entre los reclamos que las organizaciones de mujeres presen-
tan una y otra vez ante los legisladores está el de acabar con la discriminación
generada por esa distinción en la condición de hijo, lograr una obligatoriedad
para el padre de mantener a todos sus hijos y simplificar los trámites para el
matrimonio y el divorcio. A esto se agregan el derecho al voto y el cumpli-
miento de las normas protectoras del trabajo femenino, establecidas en la ley
de 1936, y la reforma de todas las leyes que colocarán a la mujer en situación
de inferioridad en relación con el hombre. Y si bien no todas estas demandas
se cumplirán de inmediato (hasta 1982 con la reforma del código civil de 1942,
no se logrará igualdad de derechos para ambos cónyuges respecto de la admi-
nistración de bienes y la patria potestad sobre los hijos), a partir de los años
sesenta puede decirse que el ideario emancipador de la mujer ha avanzado y
se expresa en la acción. Si bien para 1950, 54,8% de las mujeres eran analfa-
betas, para 1996 ese porcentaje se había reducido al 7,4% (Coddetta, 2001, p.
80), lo cual indica que el llamado que se hacía en los años cuarenta, a educar-
se, había hallado eco y voluntad en las mujeres. Y para 1997, el 44% de las
mujeres mayores de 15 años estaba incorporado al mercado laboral (Coddetta,
2007, p. 80) y, en ese momento, la presencia femenina en la educación supe-
rior es de 60% aproximadamente, superando así a la masculina.
El salto de una generación a otra es vertiginoso. Venezuela inicia con
lentitud el siglo XX, pero una vez muerto Gómez la historia se acelera y se

45
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

desboca. Ana Isabel, personaje de novela, era un prototipo en desaparición


cuando apenas aparecía. Un relámpago en la literatura venezolana que ilumi-
nó un modo de ser, dejándonos el post efecto espiral de un país que fue, cuyas
huellas fueron cubiertas por los ingresos petroleros. Las madres preocupadas
por la virginidad y el color de la piel, tienen hijas que se preocupan por sus
carreras y por el color de la piel, aunque no dirán esto en voz alta. En Carriel
número cinco, Elisa Lerner, con su aguda mirada de taxidermista social, a la
vez ácida y dulce, usa su pluma como escalpelo para disecar esa femineidad.
Lerner hace una crítica punzante y sardónica, no exenta de una cierta lastima,
en la cual describe del siguiente modo a las mujeres “liberadas”, “intelectua-
les” e “intelectualoides” de los años sesenta del siglo XX.
Así somos las mujeres. Aún las tan rebeldes como Madame Simone [se
refiere a Simone de Beauvoir]: puro amor, afecto, ternura. Pura entrega para
nuestros hombres. Pero, por ahora, no me queda más remedio que poner fin a
esta tertulia… Debo ir a montar la olla de la comida. La olla de la vida…
(p. 24)
Lerner señala esa temible falla geológica que parece existir entre ser una
mujer virtuosa y una mujer pensante. Es decir, buena ama de casa, tradicional,
callada e indistinguible. Algo así como una mujer-agua que asume la forma del
continente que la recibe. Las intelectuales, no. Esas deberían ser diferentes,
pero a Elisa Lerner no se le escapa que también ellas tiene su ladito domésti-
co. Aun Madame Simone 4 “tan esposa” de Sartre a pesar de las libertades de
ambos. En nombre de la intelectualidad, que casi se podría decir que haría de
la mujer un “pueblo libre”, Lerner se burla firmemente de la preocupación por
la belleza corporal (pero sospecho que no escapaba a ella, lo cual no critico);
de la juventud y su desesperada búsqueda cosmética, que parecía ser el sím-
bolo de la femineidad activa y militante (pp. 9-97). Una juventud cuyas fron-
teras fija públicamente: de los 18-19 hasta los 40, y cuya residencia en la
entrega, acuso no menos abiertamente (ver tabla comparando su definición
de mujer virtuosa e intelectual)
En la obra citada estas corrosivas crónicas presentan la formula social de
ser mujer en la base del sistema democrático venezolano que construirá luego
la Gran Venezuela, su ciencia, su método y su derrumbamiento.

4 Recuerdo haber leído, en la autobiografía de Simone de Beauvoir, un relato sobre el goce


calmado que podía emanar del guisar y limpiar el apartamento que en los años cuarenta,
durante la guerra, compartía con Sartre (Memoires d’une fille bien comportée)

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América del Sur

La mujer virtuosa La mujer intelectual (p. 37)


Casada, ergo, mantenida (p.36) Independiente.
Poco beneficiada por los favores Enrollada
sexuales del marido
Las otras mujeres son sus rivales.
Trata de que engorden para que no Pura metafísica.
puedan competir con ella.
Seria, simple, chapada a la Va donde el psiquiatra (p.37)
antigua (p.37)
Le gusta salir en las crónicas sociales Bellas damas que se han
haciendo voluntariado y obras sociales. destacado en el arte de
gobernar (p.63)
Virginidad. Pero atadas a los maridos (p. 24)
Nada de escotes y senos
al aire (p. 38)
Pasión por el supermercado.
Amor por el marido como regente
de la vida (p. 41)
La causa de su marido es su causa
(pp.41-42)
Linda, joven, inocente, tierna, rubia
<<cieguita>> (p. 42)
Tonta, ignorante, socialmente
insensible (p.42)
Arribista de la cultura de la pobreza.
Procreadora.
Liberación en los carnavales (p. 61)
Subyugada (p. 61)
Romántica, dócil, apasionada,
exaltada (p.62)

No escapa de la perspicacia de Elisa Lerner que no se puede hablar de


las mujeres sin hablar de los hombres. Y viceversa, definir a los hombres y su
masculinidad necesita del espejo de la Otra, que es la mujer. ¿Cómo ser mas-
culino si no hay femenino? Una condición de la femineidad y la masculinidad
es ser para ese otro que está en los contrarios y en los complementarios.
Lerner señala, pues, quién es el complemento que recibe a esas mujeres, con

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

sin “rollo”, con o sin metafísica (p.37), con o sin psiquiatra, según sean o no
intelectuales. Se trata de un hombre, que definido desde la femineidad ace-
chadora y cazadora debería ser el esposo perfecto: <“joven, prometedor y
brioso político” (p.41); “líder”, “carismático”, “inteligente”, “tozudo” (p. 45) y
con estudios, cultura y títulos. Todo lo que la mujer no es, por definición e
indefinición social. Salvo por la juventud. Frágil y perecedera que aparece
exigida por unos y otras a sus caras mitades (o décimas, cuartos y otras
fracciones con mayor o menor importancia).
La mujer que nacerá en los años sesenta y setenta será la heredera de
las ideas por las que se combatió en las luchas de los cuarenta. Una mujer que
se educa, que quiere ser ella y muchas veces lo logra o al menos hace todos
los esfuerzos posibles para lograrlo; que trabaja y produce su vida y también
la de su familia, en cualquier nivel socioeconómico al cual pertenezca. Y a la
vez, una mujer que se define como sola. La mujer sola es mujer incompleta,
pues en su capacidad para ganar dinero, para producir la vida cotidiana tan
bien o quizás mejor de la que le podría haber brindado el paterfamilias descrito
en el código civil de 1942, modelo no obstante poco puesto en práctica, ha
perdido a esa otra parte que puede ser la pareja y para la cual procura conser-
var la buena apariencia.
Una pieza me parece que sintetiza la femineidad de esta mujer de nues-
tros días, que acepta su sexualidad y la disfruta pero que se niega a verse
reducida a ella y que sufre dentro de la soledad. Me refiero al monologo de
Mónica Montañés, El aplauso va por dentro, la obra de teatro más popular
que ha habido en este país. Su protagonista es Valeria. Y Valeria es todo:
mujer, madre, divorciada, ingeniera exitosa que lucha a brazo partido y mente
concentrada por ser mujer y seguirlo siendo. Sin embargo, no es jefa en la
empresa donde trabaja. Su jefe es un hombre y ella, según él, debe ser in-dis-
pen-sa-ble para la oficina. Valeria hace la compra, prepara en la noche el
proyecto con el cual se lucirá en su trabajo y quizás ascienda y, trabaja tam-
bién su cuerpo de cuarenta años, cumplidos ese mismo día. Debe desprender-
se de la grasa acumulada entre maternidades y trabajo y delinear sus curvas,
que comienzan a hacerse borrosas, endureciendo las carnes. Además quiere
encontrar a un hombre que sea su compañero. Alguien más allá del sexo
casual. En el gimnasio que decide frecuentar ese día de su cumpleaños que la
coloca en el peligroso umbral de la madurez, el rector de su cuerpo es un
entrenador homosexual que organiza y ordena los ejercicios, a la vez que pone
de manifiesto irónicamente, los defectos de los cuerpos de mujeres ansiosas
que se someterán a múltiples gastos y sacrificios para recuperar el tiempo

48
América del Sur

perdido. Para lograr que esos cuerpos vuelvan a ser faros de la sexualidad
que atraigan y retengan a un hombre.
Para esta mujer que dice de sí misma: “una puede ser lo máximo, tremen-
da trabajadora, madre ejemplar, la propia ama de casa, todo perfecto, como
una roca, pero qué va, llega un tipo y te critica cualquier pendejada y plaf,
arenita, ya está, es como si no sirvieras para nada” (2003, p. 102), para ella,
decíamos, todo lo que ha hecho no es suficiente. Está sola y no la engaña la
repetida y desilusionada ilusión (“esa maldita escalera que no lleva a ninguna
parte, más que a la ilusión de volver a verme joven, deseable, seducidle, atrac-
tiva para un hombre…”) (p. 111) Valeria es dinámica, activa, productora.
Produce vida (tiene dos hijos a los que ama y cuida), produce bien y con
creces el sustento de esa vida, se produce a sí misma como profesional y
como mujer, pero está en busca del hombre perdido y nunca hallado. En Vale-
ria se ha logrado el lugar social al cual aspiraban las mujeres de los años
cuarenta, que horrorizaban a intelectuales como Mario Briceño-Iragorry. Y
Valeria no es “marimacho”, condición de la cual abominada ese autor, igual
que lo hacía la preocupada madre de Ana Isabel. Más aún a pesar de sus
logros, Valeria conserva dos aspectos que vienen de muy atrás: la responsabi-
lidad por los hijos y su protección, que tanto defendieron las madres de los
años cuarenta; y la necesidad de ser mujer-para-el-hombre, objeto sexual
siempre lozano y apetitoso en un mercado en el cual los hombres como ella
quiere, son bienes escasos. Lo segundo la molesta y hiere y se rebela a ello a
la vez que se entrega.
Me quedé sola y no perdoné más abandonos, no aflojé ni por un instante,
para que mis hijos vean que la felicidad sí existe, al menos en el instante de
buscarla... (2003, p. 112)
Pues en su parlamento final, Valeria desengañada pero siempre lista para
amar y ser amada, recupera al pollito fénix de su ilusión:
Y van a estar los arquitectos nuevos, ¿quién quita que haya alguno intere-
sante? (Sonríe). Qué bolas, Valeria, no tienes remedio… (2003, p. 114).
Quizás los hijos de Valeria sean de otro modo. Quizás su hijo varón sea el
hombre compañero, padre, esposo, amante que ella busca. Quizás su hija
pueda lograr esa platónica síntesis que funde lo masculino y lo femenino en la
pareja bien llevada.

Sobre el hombre, la hombría y su difícil comprensión de la mujer


Los hombres son el pueblo: a inicios del siglo XX cuando se habla del
pueblo o se habla de un colectivo compuesto de hombres y mujeres. Parecie-
ra más bien que se trata de una masa, en la que hay mujeres, pero cuyo

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

movimiento, carácter, dirección y sentido los dan los hombres. De caudillos y


jefes habla Vallenilla Lanz, y el ejército, como históricamente es descrito, solo
estuvo integrado por hombres. La figura de la “soldadera” típica de las hues-
tes de la revolución mexicana, no aparece en Venezuela. Y si la hubo, nadie la
fotografió (o publico estas fotos), nadie la recuerda, nadie la menciona. No
tiene existencia histórica.
El hombre venezolano es descrito por historiadores y sociólogos de ini-
cios de siglo XX como belicoso, rudo, inculto, valiente y aguerrido. Hombre de
a caballo, centauro. En su expresión más hermosa, presentado por Mario
Briceño-Iragorry, en su relato sobre la quijotesca hazaña de Alonso Andrea
de Ledesma. Este héroe singular de la historia de Venezuela que enfrentó a
los hombres del pirata Amyas Preston, quienes a fines del siglo XVI, habiendo
saqueado ya el puerto de la Guaira, remontaron la cordillera y a las puertas de
la ciudad de Caracas, único opositor, caballero en su jamelgo, lanza en ristre,
de vieja armadura vestido, ese anciano iluminado por la locura del deber y de
la dignidad, los combatió, enfrentando íngrimo y valiente a la muerte que le dio
vida eterna. No es este un retrato de lo masculino, aunque muy alta masculi-
nidad presenta, es sobre todo el prototipo de las más elevada forma que la
masculinidad hecha de machismo y de rudeza puede alcanzar cuando está
movida por la defensa de la dignidad y la conciencia cívica. Hacer para de-
fender la polis, pequeña y pobre, que era la Caracas del siglo XVI.
Es el hombre que lleva a la hombría a transcender el ejército de poder
convirtiéndose en ser para la humanidad. Como dice Briceño-Iragory: “no
miró a la muerte sino a la dignidad de la persona”, pues “era de la poco
numerosa, pero sí indestructible familia de Alonso Quijano”. Y defendió la
dignidad humana “hasta el sacrificio”, pensando “libremente hasta quedar en
la absoluta soledad” (Briceño-Iragorry, 1942, p. 385) Pero no se trata solo de
honrar la memoria heroica de aquel anciano desmesurado. Briceño-Iragorry
hace un llamado a una condición masculina que ha sido ocultada por las des-
cripciones basadas en las hordas desbocadas de José Tomás Boves y en su
no menos desbocada transformación en gloriosos llaneros de José Antonio-
Páez, y en el pueblo bárbaro que para Vallenilla Lanz necesitaba de un gen-
darme controlador y civilizador; si bien en el modelo concreto que lo inspiraba,
no superaba los atributos negativos que caracterizaban esas masas.
Alonso Andrea de Ledesma es el símbolo, único y solo, de otra masculi-
nidad, que usa su fuerza y valentía para defender, simbólicamente, al pueblo
de Caracas “que se sacrifica por el honor, por la justicia y por la verdad”
(1942, p. 395) y que refleja el amor y defensa de la patria. Anuncia así al
ciudadano, en el completo sentido del término: aquel que conoce y ejerce sus

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América del Sur

derechos y que conoce y cumple sus deberes. En este caso hasta la muerte.
Propone pues un modelo inspirador que a su juicio era necesario en un tiempo
cuya “crisis de las conciencias” (1942, p. 350) denunciaba y quería ayudar a
superar.
Y esa tarea tocaba a los hombres, respecto de los cuales la mujer solo
podía aportar su “femenina prudencia” (1942, p. 393). Para cumplirla era
necesario enfrentar, ya sin prudencia (¿y sin mujeres?), la verdad. Sin temor,
con responsabilidad, con sentido patriótico, reflexivamente, aprendiendo de la
experiencia; abandonando el modelo negativo del “guapo”; el agazapamiento
y la traición vergonzante; el “miedo pacifico y entreguista”; las “convicciones
quebradizas”; el “mostrenco individualismo” cuya “función disolvente es la de
dividir y destruir” y el enriquecimiento sin causa (1942, pp. 386-389).
La heroicidad masculina. No estaba en aquel presente, pero podía y de-
bía ser alcanzada por hombres, que habrían de abandonar el rasgo femenino
de la prudencia. Sujeto al pensamiento más conservador en lo relativo a los
géneros, Briceño-Iragorry se declara “feminista, siempre y cuando las muje-
res sean mujeres” (1942, p. 440). Es decir, siempre y cuando ellas se ajusten
al estereotipo tradicional de la pasividad, luciendo además sus atributos feme-
ninos. Acompaña a la mujer en su lucha por el derecho al voto (salir a votar
podrían), pero si del hombre venezolano espera grandes obras, puede decirse
que de la mujer venezolana no sólo no esperaba otra cosa que no sea ser
mujer-en-su-casa (cuando la tiene) y ser mujer-para-el-hombre, sino que ade-
más veía con horror todo lo que fuese más allá de eso. Pero como hombre
culto que fue, no ignoraba el correr del tiempo y por lo tanto decía ser “femi-
nista de los de avanzada”, agregando:
Creo que la sociedad en general ganará mucho cuando la actividad social
de la mujer sea más notoria y se haga más extensa. Pero insisto en lo de mujer
mujer. Me horroriza la marimacho. Detesto la mujer que busca tomar atribu-
tos de hombre. La prefiero como decían los abuelos, con la pata quebrada y
en casa (1942, p.440)
Briceño-Iragorry creía en la “superioridad de la mujer…” (1942, p. 440),
sobre todo cuando no se ejercía.
Si se piensa que cuando escribía estas ideas había un movimiento no solo
feminista, sino también ciudadano por parte de grupos de mujeres venezola-
nas, los años cuarenta en Venezuela pueden considerarse como la arena de
lucha de dos grandes fuerzas que escinden a la población, aunque muchos
militantes de ambos grupos no siempre hayan tenido conciencia de la batalla
que se libraba, si bien eran agentes activos de modos de ser, de vivir y de
generar consecuencias para cada bando.

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Marimacho no, María moñitos sí


Son solo dos frases. Una puesta por Antonia Palacios en la boca de la
madre de Ana Isabel. Otra, la que acabo de citar de Mario Briceño-Iragorry.
En ambas se expresa el horror que causaba en los años cuarenta que una
mujer pareciese un hombre, se comportase como hombre, tuviese modales
hombrunos u ocupase lugares considerados propios de los hombres. Casi es
imposible imaginar el rechazo que debió sentir por la Agrupación Cultural
Femenina. Que no es el caso de Antonia Palacios, quien participó en el movi-
miento femenino reivindicador de derechos y de igualdad. Lo importante de
esas dos frases es que en ellas se asoma la repulsión que causaba, y la impro-
piedad que se atribuía no solo al abandono del estereotipo considerado como
conducta femenina deseable, sino a la homosexualidad femenina. Ésta ni si-
quiera se esboza en ambos autores, pero su fantasma se oculta bajo la palabra
marimacho, tan temida. No he abordado el tema de la homosexualidad ni de
formas no tradicionales de la sexualidad. Considero que el asunto ameritaría
un ensayo en sí. Pero no puedo dejar de señalar cómo es ignorada o evadida
su mención en mucha de la literatura referente a la venezolanidad, en particu-
lar en aquélla previa a los años sesenta.

El cazador solitario
Para explicar la impresionante transformación de la femineidad ocurrida
entre los años treinta y el último cuarto de siglo XX, me he remitido a una obra
de teatro. Pieza además muy popular que miles de personas han visto y oído
en Venezuela. Otro tanto haré para la masculinidad, no por simetría sino por-
que en ella podría decirse que se refleja la otra cara de la moneda descrita por
Montañés. Se trata de otro monólogo, satírico también: Divorciarme yo…, de
Orlando Urdaneta, estrenado en 1997, un año después de la obra de Monta-
ñés (¿inspirado quizás por ella?).
Urdaneta presenta a un hombre que en la búsqueda de la mujer ideal solo
ha venido fracasos y enormes pérdidas económicas. Las encantadoras com-
pañeras que tuvo, detrás de su belleza tentadora ocultaban monstruos terri-
bles y voraces que a la hora del divorcio (cuando había matrimonio previo),
descubrían garras implacables; que se las arreglaban siempre para exprimirlo
en busca de dinero y que usaron a los hijos como arma: “Primero te apuntan
con la barriga durante nueve meses. Después te encañonan con el hijo, por el
resto de tu vida…” (2003, p. 141). Y cuando la mujer no es una rapaz explo-
tadora es una alcohólica, simpática y contagiosa (lo hace beber todo el tiem-
po) y vulgar y grosera, después de los primeros tragos. ¡Pero tan divertida!

52
América del Sur

La visión de los hijos refleja la concepción de que ellos son de la madre,


a la vez que Manuel, el protagonista, se queja de cómo una de sus ex esposas
se apropia del cuidado del hijo que tuvo con él, a cuyo mantenimiento Manuel
ha contribuido económicamente. Sin embargo, en la graduación de ese hijo, la
frialdad de éste no parece ser muestra de una relación particularmente afec-
tiva entre ambos. Los hijos son objetivados: hijos-arma, hijos- para agredir,
bulto dentro de la <<barriga>> materna, causa de gastos enormes. Y del que
tuvo fuera de vínculos legales, “mi mejor pausa entre esposa y esposa” (p.139);
pelotero de éxito y sin apellido del padre, algo que según dice, al hijo <<no le
importa>>, se ven de vez en cuando y se llevan bien. Urdaneta toca aquí otro
lugar común de las relaciones familiares en Venezuela: los hijos que hasta
1982 fueron llamados ilegítimos y que a partir de ese momento adquirieron
igualdad ante la ley y perdieron esa denigrante denominación, pero que siguen
teniendo un lugar segundón en la rotante familia venezolana. Aspecto minus-
valorador de Urdaneta refleja bien en las diez líneas que dedica a esa relación,
por contraste con los abundantes detalles relativos al costo de los aparatos
dentales del hijo habido en uno de sus matrimonios y de cómo tuvo que cos-
tearlos tres veces, previa intervención legal para controlar el gasto.
Detrás de esa sátira se mantiene la idea de que el hombre es manipulado
por la mujer, quien usa su debilidad (aparente, pero infalible) para lograr de él
todo lo que quiere. Esa es la misma idea que seriamente Briceño-Iragorry
expresaba diciendo: “¡Sí las mujeres mandan a través de los hombres!” (1942,
p.440).
Sátira aparte, el monólogo de Urdaneta refleja una forma de pensar a la
mujer y a esos hijos que ella a lo largo de la historia ha reclamado fieramente
y que en el imaginario popular se le adjudican. Manuel habla de los hijos como
si fuesen la obra privada y singular de la madre. Refleja también la soledad del
hombre que no tiene, como Valeria, que buscar compañera y hacer ejercicios
para ser apetecible, pero que se siente igualmente explotado aunque no se
reconoce como explotador. Que no se admite como solo, pero que se queja
amargamente de estar mal acompañado y sigue buscando a la compañera en
los cuerpos con quienes sale. Y ambas obras muestran la incomprensión que
de la masculinidad y de la femineidad existe en nuestro país y que tiñe las
relaciones de pareja heterosexuales.

Reflexiones finales
La doble hélice y los nudos en ella. Los textos comentados en este
ensayo hablan de dos construcciones de históricas y de relaciones de ellas
derivadas, que refiriéndose al nexo más íntimo y más importante de la huma-
nidad, han sido construidas en función de la desigualdad y del ejercicio des-

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

ajustado de poderes diferentes, que centran su ejercicio y se expresan en la


relación sexual: ser mujer, ser hombre. Y que a la vez se descompensan en el
resto de la vida social. Lo masculino y lo femenino parecen relacionarse cu-
biertos por las máscaras construidas por la concepción del Otro como un
explotador (del sexo, del dinero producido, del amor de los hijos) o como otro
complementario pero manipulado, sometido, subyugado, dependiente. Visión
que comienza a problematizarse y a liberarse de los estereotipos a partir del
último tercio del siglo XX, pero que aún tiene camino por recorrer.
La influencia influida. Comencé esta investigación buscando a los au-
tores y a las autoras que habían influido en el pensar venezolano, y leí más de
lo que cito y cito menos de lo que analicé. Llego ahora a la conclusión de que
quienes en la literatura han reflejado ese ser mujer y ese ser hombre, esa
identidad de géneros y la relación entre los mismos, en Venezuela, no han
conducido el pensamiento sobre el tema aun cuando hayan influido en él. Más
bien, han expresado con claridad, con pluma más o menos vigorosa y brillante,
los conceptos, los prejuicios, las creencias y las practicas dominantes en su
tiempo y las influencias históricamente desarrolladas. Han sido el reflejo de su
tiempo y, en el caso de los hombres, el reflejo además, de la tradición que les
otorgó el poder de mantenerla.
El proverbio que cita Briceño-Iragorry en su forma criolla, de España y
de cinco siglos antes provino: la mujer casada, pierna quebrada y en casa. Su
dureza, su precisión, ese actuar que se expresa sin verbo, españoles son.
Como también lo es la concepción que predomina acerca de la relación hom-
bre mujer y de las identidades adjudicadas a cada parte de ese binomio. Con-
cepción que se origina en la conquista y en la colonia y en el lugar adjudicado
a la mujer en un país que surge a partir de hombres invasores y guerreros, de
pueblos indígenas subyugados y diezmados, cuyas mujeres pasaron a ser el
objeto sexual y también las compañeras, de raza considerada inferior de los
conquistadores y luego de los colonizadores.
La transformación comienza a expresarse a partir del movimiento feme-
nino de los años cuarenta que exige igualdad de condiciones para la mujer,
pero que a la vez reconoce y da lugar público, politizando entonces en el
sentido correcto de la palabra, el trabajo femenino y su importancia para la
vida nacional. Y a la vez, ese pensamiento de avanzada conservaba elemen-
tos de la tradición: el cuidado de los hijos a cargo de la mujer. Su efecto sobre
las costumbres se hace sentir. La emancipación educativa y laboral de la
mujer es un hecho y avanza una vez más en 1982, con la reforma del código
civil. Más, la tradición y la cultura siguen manifestándose. La mujer objeto
adquiere otras formas de objetivación para sí misma. No solo ser bellas en un

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América del Sur

país que como es generalmente reconocido, cultiva la belleza física. Se trata


de mantenerse bellas por estética y vanidad, y para poder competir en la
búsqueda de ese vellocino de oro que es un varón-compañero.
La transformación de las mujeres se inicia desde su acción, que bien
puede calificarse de revolución discreta en la que mucho cambia y mucho
permanece. El derecho al voto les será otorgado paulatinamente entre 1945 y
1947, junto a los analfabetas, en un gesto político que permitía desbancar a los
grupos que tradicionalmente habían controlado el poder. Comienzan a ocupar
posiciones públicamente importantes a partir de los años setenta y ochenta,
cuando el país llega a tener varias ministras y se crea el Ministerio de Estado
para la Incorporación de la Mujer al Desarrollo (1979); a la vez que en los
grupos de base, en toda la república predomina la dirigencia femenina. La
privatización de la mujer deja de ser la norma, pero lo ocupación del espacio
público oficial es todavía lenta.
A su vez, la concepción de la mujer que desde el hogar y la situación de
pareja, cualquiera sea su origen estaría manejando al mundo, amarga la rela-
ción desde la perspectiva masculina, pues el hombre se descubre o se siente
manipulado, explotado y engañado por aquellas mujeres que ocupan el exacto
lugar que tradicionalmente les asignaba en esta sociedad, y también por aqué-
llas que apelan a sus conocimientos para acabar la relación, obteniendo ga-
nancia.
Entre risas y lágrimas. Es interesante observar que desde los Cuentos
grotescos de Pocaterra 1922, hasta Lerner (años sesenta) y los monólogos
citados, de fines de siglo, se mantiene una visión satírico-critica de masculini-
dad y la femineidad. Las novelas de los años veinte presentan los efectos de
su ser social, en la acción de construir, para bien o para mal, sus vidas. La
obra de las feministas de los años cuarenta reclama la redefinición femenina
a partir del lugar social no reconocido que la mujer ocupa; la labor continuada
por grupos feministas surgidos en los años setenta y siguientes. Y las ciencias
sociales de las tres últimas décadas del siglo XX presentan una visión prove-
niente de la investigación, que a la vez que critica los estereotipos y su efecto
negativo para el desarrollo del país, que han regido el pensar de los grupos
ilustrados y poderosos, muestra las formas populares de influencia de esas
concepciones y las relaciones de ellas derivadas en ese otro mundo. Pocate-
rra denunciaba y a la vez describía a una mujer débil, ingenua y dependiente,
a merced del poder masculino. Teresa de la Parra describe a una mujer edu-
cada, presa del mundo que la rodea y de su normatividad de clase. Y la acom-
paña por hombres que cuando son eficientes son desagradables y dominantes,
mientras que los que son amables y agradables, son ineficientes. Antonia Pa-

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

lacios muestra una niña que no comprende esas normas y que desearía eludir-
las mostrando también un bosquejo de cómo es ser mujer y hombre pobre y de
cómo son sus relaciones familiares. Clemente Travieso clama por el recono-
cimiento de una femineidad activa y transformadora; de mujeres que trabajan
y luchan; de mujeres que además piensan en sus hijos y en la igualdad para
todos los hijos. Lerner se burla de la domesticidad de las “mujeres de su casa”
y de las intelectuales que se supone que han superado ese modelo, y por otra
parte presenta el retrato del hombre ideal que ellas buscan. Montañés y Urda-
neta nos exhiben la soledad de la mujer y del hombre que no han podido
superar la brecha de definiciones sociales irreconciliables. Y la insatisfacción
de ambos en su situación de seres aislados que siguen buscando, después de
cada equivocación, a ese Otro ideal. Otro difícil de hallar mientras se manten-
gan los estereotipos de género que ocultan a la persona que se es y a la que se
busca.
El hecho de que ya desde uno y otro lado de la relación mujer hombre se
denuncien los excesos del defecto y unas y otros quieran ir más allá del deber
y de la apariencia, podría estar anunciando la construcción de formas diferen-
tes de esta relación, dando lugar a la conciencia de que es necesario un Otro
que responda a otro Uno.

Bibliografía
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cora, 1942. Impreso.
Palacios, Antonia. Ana Isabel una niña decente. 4th ed. Caracas: Monte
Ávila, 1977. Impreso.
Parra, Teresa de la. Journal d’une demoiselle qui s’ennuie.París: Les Amis
d’Edouard, 1923. Impreso.
Parra, Teresa de la. Ifigenia. Diario de una señorita que escribió porque
se fastidiaba. Paris: Editorial Franco-Ibero-Americana, 1924. Impreso
Parra, Teresa de la. Ifigenia, novela venezolana de Teresa de la Parra.
Caracas: Editorial Las Novedades, 1924: 444. Impreso.
Parra, Teresa de la. Ifigenia. Diario de una señorita que escribió porque se
fastidiaba. Paris: Editorial I.H. Bendelac, 1928: 531. Impreso.
Parra, Teresa de la. Ifigenia. Caracas: Monte Ávila Editores, 2005. Impreso.
Pocaterra, José. El doctor Bebé. Caracas: Editorial Victoria, 1913. Impreso

56
América del Sur

Pocaterra, José. El doctor Bebé, Caracas: Fundación Andrés Bello, 1982.


Impreso.

Bibliografía complementaria
Codetta, Carolina. Mujer y participación política en Venezuela. Caracas:
Comala.com, 2001. Impreso.
Conferencia preparatoria del Primer Congreso Venezolano de Mujeres
efectuada en Caracas los días 13 al 16 de junio de 1940. Caracas, Edito-
rial Bolívar, 1941. Impreso.
Montero, Maritza. “La estructura familiar venezolana y la transformación de
estereotipos y roles sexuales”.Revista de la Avespo, VII (1), 1984: 9-16.
Impreso.
Montero, Maritza. La estructura familiar venezolana y la transformación
de estereotipos sexuales. Tesis de Maestría. Universidad Simón Bolívar,
Caracas, 1979. Impresa.
Moreno, Alejandro. “La familia popular venezolana”. Curso de Formación
Sociopolítica, 15. Impreso.
Moreno, Alejandro. ¿Padre y madre? Cinco estudios sobre la familia ve-
nezolana. Caracas: Centro de Investigaciones Populares. 1994. Impreso.
Moreno, Alejandro. El aro y la trama. Caracas: Centro de Investigaciones
Populares, 1994. Impreso.
Palacios, María. Ifigenia. Mitología de la doncella criolla. Caracas: Ediciones
Angria, Conac, Universidad Central de Venezuela, 2001. Impreso.
Vethencourt, José. “Actitudes y costumbres en relación con los roles sexuales
tradicionales”. Venezuela: biografía acabada, 1983. Impreso.

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Nancy Santana Cova (1950)

Nacida en Caracas. Se graduó como socióloga en la Universidad


Central de Venezuela, luego se trasladó a Trujillo e ingresó como
docente investigadora de la Universidad de los Andes en el Núcleo
Universitario Rafael Rangel. Magister en Desarrollo Agrícola, estu-
dios doctorales en el Cendes. Con 66 años de vida ha sido jefe del
Departamento de Área, Coordinadora Académica del Núcleo, Pro-
fesora Titular de la Universidad de los Andes-Núcleo “Rafael Ran-
gel”. Directora del Centro Regional de Investigaciones Humanísti-
cas, Económicas y Sociales (CRIHES).

El Ecofeminismo Latinoamericano.
Las Mujeres y la Naturaleza como Símbolos.
Introducción
La motivación principal de este ensayo gira en torno a la búsqueda de
respuestas a dos problemas derivados del avance despiadado del capitalismo
neoliberal en América Latina, como el crecimiento de la exclusión, la des-
igualdad social y la degradación ambiental.
Hasta ahora, en términos generales, estos aspectos, tan relacionados uno
del otro, han sido abordados de manera separada, al igual que las políticas y
programas elaborados para enfrentar estos problemas, aparecen divorciados
entre sí. En este caso no se trata de establecer vínculos mecánicos entre la
sociedad y la naturaleza sino de intentar descubrir, desde la transdisciplinarie-
dad, las múltiples relaciones que siempre han existido, entre los hombres y su
entorno, pero que la ideología andocéntrica - patriarcal se ha empeñado en
encubrir, a través de la “absurda” separación entre las ciencias naturales y las
ciencias sociales.
Aún cuando éste último aspecto no constituye el eje central de la discu-
sión de este trabajo, sí interesa analizar la dinámica sociopolítica que se ha
desarrollado en torno a la gestión ambiental, tanto en los países del Norte
como los del Sur. En este sentido se verificará entonces cómo la racionalidad
tecno-científica ha servido para dominar y explotar la naturaleza en la bús-
queda del bienestar colectivo, pero también ha sido empleada para evadir las
responsabilidades por los daños ambientales ocasionados.
América Latina históricamente ha constituido un gran atractivo para los
países del Norte, debido, entre otras razones, a la gran riqueza que representa
su biodiversidad, lo cual la ha convertido en una región estratégica para la

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América del Sur

explotación de sus recursos naturales. Y ¿los resultados? no han podido ser


otros: deforestación, degradación de los suelos, contaminación del aire, tierra
y aguas, pobreza, desempleo y subempleo, por mencionar algunas consecuen-
cias.
Las reacciones a ésta situación han sido múltiples y hasta contradicto-
rias, cuando se revisa su procedencia. Así, por ejemplo, es posible destacar
los movimientos sociales que han surgido en el contexto latinoamericano, en-
tre estos, los ambientalistas y los movimientos sociales de mujeres que se han
conformado para protestar por, entre otros problemas, él deposito en esta
región de desechos tóxicos, la instalación de plantas nucleares, la contamina-
ción que ocasiona la actividad industrial y los daños a la salud que produce la
utilización irracional de biocidas.
Del otro lado, se observa la propuesta del desarrollo sostenible y del invo-
lucramiento de las mujeres como salvadoras del Planeta, consideradas como
el sector social idóneo para curar las heridas del ambiente, olvidándose que
hasta ahora las mujeres han sido invisibilizadas, violentadas y explotadas al
igual que la naturaleza. Pretendiéndose ignorar también que han sido los hom-
bres de los países desarrollados y dirigentes de las empresas transnacionales
quienes han causado los peores daños al ambiente.
La asunción, por parte de las mujeres, de esta responsabilidad, tal como
lo plantean los países desarrollados significa superexplotarlas y delegar en
ellas una tarea que debe ser compartida por igual por hombres y mujeres.
Además, la gestión ambiental implica la delegación de poder y el otorgamiento
de los recursos necesarios para la toma de decisiones correspondientes. Sin
embargo esto no ha ocurrido.
El ecofeminismo en América Latina constituye un movimiento de muy
reciente data y aún no bien definido, pero que ha venido conformándose en el
transcurso de sus prácticas concretas para enfrentar las amenazas que sobre
la vida de las mujeres y la de sus hijos ha significado el avance del capitalismo
neoliberal, traducido éste en la implantación de modelos de producción y con-
sumo lesivos a la naturaleza y a los hombres y mujeres, por ser altamente
contaminantes y generadores de pobreza, lo que agrede directamente a las
mujeres.
¿Qué característica presenta este movimiento en Latinoamérica? Y, so-
bre todo en qué han consistido las luchas de estas Ecofeministas? Son algunas
de las interrogantes que se pretenden abordar en este trabajo.
El término “Ecofeminismo” fue utilizado por primera vez en 1976 por
Francoise D’Eaubonne para definir las acciones desarrolladas por feministas
francesas que protestaban la ocurrencia de un desastre ecológico. Desde

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

finales de los años 70, y durante la década de los 80 el “Ecofeminismo” des-


cribió el activismo feminismo organizado para proteger el entorno. Estas prác-
ticas feministas surgieron del imperativo de la vida y la salud humana, de la
necesidad de contrarrestar las agresiones contra el ambiente. No fueron el
producto de la puesta en práctica de una teoría preconcebida.
Es así como la protesta del Movimiento Campaña Verde conformado por
mujeres en Kenya y luego en otros países africanos contra la deforestación,
así como las amenazas de reforestación que estas emprendieron; las protes-
tas en Inglaterra y México contra el poder nuclear o el de mujeres de Estados
Unidos y Brasil en contra de los desechos tóxicos, ponen de relieve la relación
existente entre la violencia contra la naturaleza, los sectores pobres de la
población y en definitiva la violencia contra la mujer. Son las mujeres las que
perciben directamente y sufren en carne propia los daños que en su salud y la
de sus hijos ocasiona la utilización de substancias tóxicas en sus sitios de
trabajo, así como la contaminación de aguas, tierras y aire o, la deforestación
comercial que realizan las empresas multinacionales, lo que indudablemente
afecta también sus cultivos y disminuye la posibilidad de contar con alimentos
sanos. (RESS,1998)
Según Mary Judith Ress el Ecofeminismo es un concepto que combina la
ecología profunda con el feminismo radical o cultural.(1998:5).Agrega Ress
que, la ecología profunda examina los patrones simbólicos, sicológicos y éti-
cos de las relaciones destructivas entre las especies humanas y la naturaleza,
especialmente dentro de la cultura occidental (6) y, en consecuencia busca
formas diferentes de construir una nueva conciencia y una cultura que esta-
blezca relaciones de armonía entre los ecosistemas de la tierra, donde el ser
humano no se concibe separado del resto de la naturaleza. Desde la óptica de
los (as) ecologistas profundos (as) el mundo es entendido como una gran red
de fenómenos interconectados e interdependientes, donde todo ser viviente
tiene un lugar en el mundo y un valorintrínseco.
Las fuentes del Ecofeminismo, desde la ecología profunda se encuentran
fundamentalmente en la llamada “Nueva Ciencia” (especialmente la micro-
biología y la física cuántica), la “Nueva Filosofía” o “Filosofía de la Ciencia”
(cibernética y la teoría de sistemas) y la matemática de complejidades (teoría
del caos).
Señala Ress que en la “nueva ciencia” es necesario considerar los apor-
tes del Físico y Premio Nóbel Ilya Prigogine quien en su trabajo Del orden al
caos describe las estructuras disipativas y la creatividad derivada del des-
equilibrio; de David Bohmquien en su obra El Universo Holográfico desarrolla
este concepto, a través del planteamiento de que todo está contenido en cada

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América del Sur

parte; del Físico-Matemático Fritjof Capra con sus trabajos El Tao de la Físi-
ca, El Tejido de la Vida, y de los biólogos Humberto Maturana y Francisco
Varela, a través del principio de autopoiesis o autoconocimiento de los siste-
mas vivos y la biología del amor.
En lo que respecta a la “Nueva Filosofía”, el punto de referencia lo cons-
tituyen la teoría del sistema y la cibernética, elaborada por Gregory Bateson,
y la filosofía de procesos de Alfred North.
En esencia, la contribución de la “nueva ciencia” al Ecofeminismo es el
hecho de haber proporcionado una visión más holistica del cosmos y el haber-
le dado un nuevo sentido al papel del ser humano dentro de éste, para ello
toman como referencia la Cosmovisión Indígena donde han concebido el sen-
tido de la tierra y del universo como un tejido interconectado. La sabiduría
Indígena expone “una espiritualidad y una práctica de vida” que debería ser
acogida en muchos aspectos para reencontrar el equilibrio ambiental. (RESS,
1998:7)
Por otro lado, el feminismo cultural o radical -que representa una corrien-
te distinta del feminismo liberal y el feminismo socialista- plantea que el as-
pecto más importante consiste en determinar y analizar en qué consiste el
resentimiento que está detrás de la dominación del macho sobre la hembra,
por lo tanto es obligado estudiar no sólo los orígenes y el desarrollo del patriar-
cado sino los mecanismos que ha utilizado este sistema para mantener las
relaciones de dominación-subordinación que se establecen entre el hombre y
la mujer. El feminismo radical conocido como la lucha de sexos, liderizado por
Francoise D’Eaubonne trata de combinar y asimilar la idea de explotación de
clase social con la de opresión patriarcal (GOMARIZ, 1992:96).
Tanto el ecofeminismo como el feminismo radical han estado bien in-
fluenciados por los aportes de la antropóloga Maruja Gimbutas quien plantea
la necesidad de redescubrir y reencontrar la diosa -la tierra, la naturaleza-
para el desarrollo de la especie humana.
Pero sin lugar a dudas uno de los planteamientos que debe ser considera-
do como clave para la comprensión del ecofeminismo como opción política y
propuesta de desarrollo, es el que elabora la física, filósofa y feminista Indú
Vandana Shiva quien es Directora de la Fundación de Investigaciones Cientí-
ficas, Tecnológicas y Políticas de Recursos Naturales de Nueva Delhi. Para
Vandana Shiva el ecofeminismo significa ser feminista y ecologista al mismo
tiempo.
Desde la perspectiva ecológica, señala Shiva que existe la tendencia en
señalar que la mejor forma en que las mujeres pueden enfrentar la domina-
ción y violencia patriarcal y lograr su liberación es ocupando los espacios
públicos que tradicionalmente éstos han tenido. (SHIVA, 1996:56)

61
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Agrega Shiva que si bien esto es necesario, no es suficiente por cuanto


habría que enfrentar, además, los modelos de desarrollo patriarcales que son
altamente destructivos del ambiente. Habría que definir igualmente cuáles
son las actividades destructivas, dominantes y cuáles son actividades conser-
vadoras del ambiente, promovedoras de la vida y la creatividad, donde a tra-
vés de esta determinación se podría comprobar que todos los seres humanos
podrían realizar estas actividades y ocupar estos espacios.
De esta manera se estará a la vez destruyendo los patrones ideológicos-
culturales que han servido, tanto para dividir los espacios en públicos y priva-
dos, siendo estos últimos reservados a las mujeres, como para considerar las
actividades de las mujeres como insignificantes, inferiores, no productivas y
sin valor, en contraste con las que realizan los hombres consideradas ideológi-
camente creativas, productivas y portadoras de progreso y conocimiento.
En tal sentido Shiva señala que el ecofeminismo plantea que, desde el
punto de vista histórico, cultural y simbólico, existen importantes interrelacio-
nes entre la explotación, opresión y violencia contra las mujeres y la explota-
ción, opresión y violencia contra la naturaleza, siendo que estas relaciones han
sido estructuradas por la sociedad y la ideología patriarcal. No obstante ello, el
ecofeminismo señala que es necesario crear espacios de libertad, donde la
diversidad y la autonomía sean los valores que guíen las acciones de los hom-
bres y mujeres para la construcción de una sociedad socialmente sostenible.
En efecto, el reconocimiento de la igualdad de todos ante la ley, pero
especialmente la igualdad de oportunidades que garantice o cree las condicio-
nes para la participación plena, debería ser el principio rector para no sólo el
igual reconocimiento de las diferencias y el respeto hacia el otro, sino también
la construcción de espacios propios y a la vez, la tolerancia del espacio y la
acción de los demás.
Hasta ahora, la visión mecanicista-cientificista y patriarcal de las socie-
dades modernas ha colocado a la naturaleza como un sistema externo que
aparentemente no tiene nada que ver con los seres humanos, y a las mujeres
en el ámbito del hogar donde han permanecido tal y, como ya se señaló, invi-
sivilizadas. Pero además la idea de libertad ha sido considerada como la po-
testad para reorganizar el mundo natural de forma tal que se acomode a las
exigencias y necesidades de quienes se creen dueños de ese gran capital
como es la naturaleza, con las consabidas consecuencias: la destrucción de
los bosques, el envenenamiento de aguas, tierras y aire, la modificación del
cauce de los ríos, la pobreza y el hambre, entre otros, lo que en esencia signi-
fica el aniquilamiento de las especies humanas.

62
América del Sur

Al respecto el ecofeminismo y con éste, un significativo número de movi-


mientos ambientalistas se están encargando de recordar y llamar la atención
acerca de la necesidad de establecer una relación distinta con la naturaleza
que garantice su recuperación y consideración, es decir, la vida futura. La
lucha no ha sido fácil, por cuanto las relaciones de poder que median entre los
países del Norte y los del Sur, así como entre los hombres y demás hombres o
mujeres, ven en la naturaleza el ámbito adecuado para el ejercicio del control
y la explotación.
La perspectiva ecofeminista ve en los patrones culturales y simbólicos
capitalista patriarcales los soportes mediantes los cuales se ha justificado la
explotación tanto de la naturaleza como de la mujer. En tal sentido, la cosmo-
visión patriarcal plantea como natural e inevitable la dominación y explotación
de la tierra, los animales y la mujer.
La lucha por la recuperación de la tierra y el mejoramiento del ambiente
ha sido asumida de manera específica en la década del 90 por algunos movi-
mientos ambientalistas de mujeres, quienes vienen participando en importan-
tes foros internacionales, cumbres y congresos para llamar la atención acerca
de la tendencia destructiva que ha producido la instrumentación del paradig-
ma tecno-científico.
En efecto, ante los evidentes daños ambientales se plantea la necesidad
de establecer un nuevo orden mundial, que contemple entre otros aspectos
una política de desarrollo y la conservación del ambiente, donde se intenta
incorporar oficialmente a las mujeres de manera directa, como soporte, para
el alcance de estos objetivos así como la disminución de la pobreza.
No obstante esto, la participación femenina, tanto en la formulación de
políticas ambientales, como en la toma de decisiones sigue siendo marginal.
Su radio de acción ha girado fundamentalmente en el ámbito de la conserva-
ción. Por lo que es necesario que las agencias financiadoras del desarrollo,
consideren a las mujeres -al igual que los hombres- como sujetos de desarrollo
y concedan mayor margen de participación en el diseño de políticas y toma de
decisiones sobre el uso, ordenamiento, protección y rehabilitación del ambien-
te y de los recursos naturales, así como la asignación del soporte económico
necesario.

II.- El Ecofeminismo como opción política para la recuperación de la


tierra.
Una de las contribuciones del ecofeminismo en la posibilidad de cons-
trucción de una nueva sociedad ha sido el poner en evidencia la dinámica de
dominación existente en todos los estratos de la cultura occidental y con ello

63
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

devela los mecanismos y conexiones existentes entre la dominación y violen-


cia contra la mujer así como la dominación y destrucción de la naturaleza.
A su vez plantean que si bien, desde la lógica patriarcal las mujeres han
sido invisibilizadas por su asociación con la casa y lo doméstico, y que el
crecimiento económico se ha definido así mismo con aquello que tiene lugar
fuera de la casa. Esta viene a ser la verdadera raíz de la economía, la ecología
y las actividades de las mujeres, por cuanto tanto economía como ecología
derivan del prefijo OIKOS (eco), lo cual se relaciona con la casa.
En tal sentido, el ecofeminismo señala que el planeta y la economía de-
ben ser visualizados como la casa, donde la actividad de las mujeres en ésta
es trascendente desde el punto de vista productivo y reproductivo.
Ecofeministas latinoamericanas como Ivonne Gebara en Brasil, Rosa
Dominga Trapazo y el colectivo Talitha Cumi en Perú, Safina Newbery y el
colectivo Urdimbre de Aquehua en Argentina, Mary Judith Ress en Chile,
García Pujol y el colectivo caleidoscopio en Uruguay y Gladys Parentelli,
Rosa Trujillo y el colectivo Gaia en Venezuela, vienen proporcionando, desde
sus países algunas respuestas a la actual crisis ecológica y su vinculación con
el modelo de dominación capitalista patriarcal, donde por supuesto, las muje-
res están participando, a nivel local, en situaciones concretas de recuperación
y conservación del ambiente.
Tal vez estas repuestas tienen todavía poco impacto en lo que significa la
intención de contribuir, desde el ecofeminismo, en la construcción de una nue-
va cultura planetaria, cuyo eje principal es la recuperación de la tierra y el
mejoramiento del ambiente como elemento importante en la búsqueda de
mayores niveles de calidad de vida.
Otra contribución de las ecofeministas latinoamericanas radica en el he-
cho de estar llamando la atención para evitar caer en la trampa tendida por los
Organismo Internacionales financiadores del desarrollo y promovedores del
desarrollo sostenible, al pretender adjudicarles a las mujeres, la responsabili-
dad del mejoramiento ambiental, catalogándolas como “salvadoras del plane-
ta”. El compromiso con la vida y con el futuro planetario debe ser compartido
por todos, por hombres y mujeres de manera igualitaria.
Pero, además, señala el movimiento ecofeminista que el hecho de incor-
porarles a las mujeres una nueva obligación como es la recuperación ambien-
tal significa que también deben participar en la toma de decisiones sobre as-
pectos tan importantes y relacionados entre sí, que van más alla de la sola
conservación del ambiente, como es el uso, ordenamiento, protección y reha-
bilitación del ambiente y de los recursos naturales, así como la asignación del
soporte económico necesario para la ejecución de las políticas y programas
correspondientes.

64
América del Sur

Por supuesto, el camino a recorrer para la conquista por parte de las


mujeres de estos espacios públicos y de poder es arduo, pero absolutamente
posible, sobre todo si se comienza a considerar como visible y trascendente la
contribución de la mujer tanto en la esfera productiva como reproductiva. “las
mujeres producen la mitad de los alimentos en los países en desarrollo (en
África, las tres cuartas partes).realizan la mitad del trabajo agrícola en Asia, y
las tres cuartas partes del mismo en América Latina (la inmensa mayoría de
estas mujeres, sin embargo no tienen derecho legales a estas tierras). Aunque
el contacto estrecho con la tierra es consecuencia de su marginalidad, ha
hecho que las mujeres sean innovadoras a la vez que mantenedoras de méto-
dos antiguos” (SHALLAT,1990:33).
Más adelante SHALLAT señala algunos ejemplos locales que demues-
tran la capacidad de las mujeres, y especialmente de las mujeres pobres, de
generar soluciones concretas relacionadas con actividades productivas y re-
productivas y que representapoco o ningún impacto sobre el ambiente, es el
caso de la localidad de África donde las mujeres garantizaron la producción
de alimentos para la temporada, mediante la utilización de semillas tradiciona-
les, al observar que las variedades híbridas utilizadas por otros miembros de la
región habían fallado, y de las experiencias de las mujeres campesinas de
Centro y Suraméricas en la utilización de controles biológicos de plaga y en la
producción de alimentos para el autoconsumo, utilizando prácticas agrícolas
orgánicas.
No obstante ello, es lógico deducir que ante la magnitud de los daños
ambientales ocurridos a escala mundial, las acciones arriba señaladas pudie-
ran ser consideradas como insignificantes, pero de lo que se trata es de pro-
mover procesos de concientización y de formación de una nueva ética ecoló-
gica que establezca los mecanismos necesarios para la recuperación de la
tierra y la búsqueda del equilibrio ecológico. Mientras tanto la formula em-
pleada por los movimientos ecológicos femeninos que señala “piensa global-
mente, actúa localmente”, vienen dando resultado.
Igualmente vienen dando resultado, por lo menos tímidamente en el con-
texto internacional, la participación de las mujeres en importantes cumbres,
foros y movimientos -Congreso Mundial de las mujeres por un planeta sano
(MIAMI); Cumbre de la tierra (Rió de Janeiro), Cuarta conferencia sobre la
mujer (Beijing), entre otros-así como la formulación de importantes plantea-
mientos y propuestas relacionadas con la pobreza, seguridad alimenticia, con-
taminación ambiental, ecodesarrollo, energía nuclear y energías alternativas,
derechos de las mujeres y acceso a la tierra, entre otros temas, lo que de-
muestra la potencialidad que tiene este movimiento en concreto, en la busque-
da de alternativas para la garantía de vida planetaria futura: de eso se trata!.

65
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Referencias Bibliografícas
GOMÁRIZ, Enrique (1992): “Los estudios de genero y sus fuentes epistemo-
lógicas: periodización y perspectiva”. En: fin de siglo, genero y cambio
civilizatorio. Ediciones de la mujer N 17. Isis internacional. Santiago de
Chile.
RESS, Mary Judith (1998): “Las fuentes del ecofeminismo: una genealogia”.
En Conspirando. Revista latinoamericana de ecofeminismo, espiritualidad y
teología. N 23, Marzo 1998. Mosquito editores. Santiago de Chile.
SHALLAT, Lezak (1990): “/Recuperemos la tierra/”. En: Revista salud y
medio ambiente. N 4 / 90. Isis internacional. Santiago de Chile.
SHIVA, Vandana (1996): “El planeta es nuestra casa”. En: Revista mujer
salud. N 2 - 96. abril - junio. Santiago de Chile.
http://diariodelosandes.com/index.php?r=site/noticiaprincipal&id=1788#sthash.
4gdet9D0.dpuf

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América del Sur

Liliana Lara Rivera (1971)

Nació en Caracas el 30 de Junio de 1971. Profesora de español y


literatura.Los jardines de Salomón, su primer libro, fue merecedor
del premio de narrativa de la XVI Bienal Literaria José Antonio Ra-
mos Sucre, en 2007. Fue finalista del premio Equinoccio de cuento
Oswaldo Trejo con su libroTrampa – jaulaen 2012, y del XIII Con-
curso Transgenérico de la fundación para la cultura urbana con su
libroAbecedario del estío, en 2013. Cuentos y artículos suyos han
aparecido en diversas publicaciones periódicas y antologías de Vene-
zuela, México, Polonia y Alemania. Actualmente vive en Israel.

Dislocaciones
Sopa. Me sorprendió aquella sopa roja de remolacha en la que flotaban
kipes redondos como planetas. Una vía láctea de sangre. ¿Cómo era posible
que luego de diez años viviendo en este país yo no hubiese probado esa deli-
cia? ¿Cómo nadie me había hablado de esto? ¿Cómo nadie me había invitado
a comerla? En las comidas de un país, como en la lengua, siempre habrá
sorpresas para los que vienen de afuera, no importan los años que se tengan
viviendo adentro. Trato de buscar un plato en el recetario venezolano que me
sorprenda como aquella sopa roja inesperada y no lo consigo. No lo encuentro
porque aún sin haberlo probado todo, sé de ingredientes cotidianos o exóticos,
conozco la gramática básica de aquella cocina, puedo intuir posibles combina-
ciones nuevas. Sin embargo, aquella sopa roja me dejó discolocada. Tan roja
que yo tendría que al menos haberla visto antes en algún restaurante, en los
platos de los otros comensales. Tan apreciada, que alguien tendría que habér-
mela mostrado alguna vez. Siempre creí que las sopas de remolacha eran algo
muy centroeuropeo como el borscht, y no un manjar típico judeo - irakí. Siem-
pre creí que los kipes se comían sólo en seco. A veces la cotidianidad impide
pensar que se es extranjero, pero entonces aparece una sopa roja como una
palabra intraducible a recordarnos que no somos de aquí, aunque por fin nos
movamos diestros en las cosas del día a día.
(Israel) Una vez fui invitada a publicar un cuento en una revista digital
venezolana. Recuerdo que me alegró mucho la invitación y les envié pronta-
mente un cuento que se desarrolla aquí en Israel. Les encantó y lo publicaron
inmediatamente. Al lado de mi nombre pusieron un paréntesis con la palabra
“Israel”. Eso me produjo más que incomodidad o asombro, desazón. Si me
hubiesen puesto en aquel paréntesis una fecha de nacimiento equivocada, que
me agregara mucha más edad que la que tengo, por ejemplo, sólo hubiese

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

sentido una pequeña incomodidad y no esa sensación de extrañeza y claustro-


fobia. Pensé en los escritores que han escrito desde otros países. No creo que
al lado del nombre del escritor argentino Juan José Saer alguien haya puesto
alguna vez un paréntesis con la palabra “Francia”, aunque sus coterráneos lo
hayan tildado de francés. No creo que al lado del escritor polaco Witold Gom-
browicz haya habido alguna vez un paréntesis con la palabra “Argentina”,
aunque para los escritores argentinos sea parte de su canon. Yo que no sé de
todas las sopas de la cocina israelí, que escribo en una lengua en la que nadie
aquí me puede leer, casi una lengua secreta, no podría llevar tal paréntesis, sin
embargo a los editores de aquella revista les pareció lo más lógico. Algunos
solucionan estos conflictos usando guiones que conecten a los dos o tres paí-
ses que reinan dentro de esos paréntesis, pero muchas veces se es el guión en
sí mismo. Supongo que todo escritor que escribe desde afuera debe lidiar con
la inexactitud de esos guiones y de esos paréntesis.
La lengua. Ida Fink nació en Polonia, en 1921. Sobrevivió al holocausto
y llegó a Israel en 1957. Se dedicó a diversas cosas que no interesan para
nuestro relato y en 1971 publicó un primer libro escrito en polaco. No puedo
dejar de recordar a Grombowicz escribiendo también en polaco, pero desde
Argentina con la diferencia que mientras lo de él era un paréntesis sudameri-
cano – metafóricamente hablando-, Ida Fink había llegado a Israel para que-
darse. Sus cuentos del holocausto fueron traducidos inmediatamente al he-
breo y gozaron de gran estima en el público local. En 2008, cuando la acade-
mia de la lengua hebrea decidió otorgarle el premio nacional de literatura a
Fink, una escritora que sólo puede ser leída en este país gracias a traduccio-
nes, se produjo un gran escándalo. ¿Darle un premio-nacional a una escritora
que no escribe en la lengua-nacional? Pero Ida Fink si que llevaba bien calza-
do ese Israel entre paréntesis e incluso prescindía de los guiones, a pesar de la
lengua de su escritura, y no hubo argumento que pudiese arrebatarle aquel
premio. Me gusta suponer que su polaco era una especie de mariposa diseca-
da, que nada tenía que ver con las mariposas vivas que revoloteaban en algu-
na plaza de Varsovia. Me encanta suponer que esa rareza se cuela en las
traducciones al hebreo. Me fascinan esas lenguas disecadas, extrañas y es-
trafalarias que nacen de los desplazamientos de los escritores. Esas maripo-
sas expatriadas que producen los escritores que deciden cambiar la lengua de
la escritura y también los que no la cambian pero viven en un idioma diferente.
El resultado siempre es una lengua impura, enrarecida, contrabandista. Yo
creo que todo escritor debería mantener esa relación de extrañeza con la
lengua en la que escribe y con la realidad que lo rodea, independientemente de
si abandona su país o no. Para Juan José Saer todo escritor de por sí vive en
una extraterritorialidad, en una tierra de nadie y “…tiene que hacer de ese

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América del Sur

idioma que comparte con todos los demás una lengua extranjera. Por-
que un verdadero escritor tiene una lengua que es propia”.
Pollitos en el árbol. Hay una canción infantil israelí que suelo tararear
porque es muy pegajosa. En estos días le presté atención a la letra y me
sorprendió que contara de un conejo que se sube a un árbol a atrapar pollitos.
¿Pollitos? – le pregunté a mi hija. Ya me estaba imaginando una historia súper
divertida de cómo los pollitos subieron a aquel árbol, cuando ella me contestó
que lo que pasaba era que el señor que compuso la canción había venido de
otro país y no hablaba bien hebreo, de modo que donde debía decir “pichones”
o “pajaritos”, puso “pollitos” porque esa era la palabra que conocía. Me quedé
muda un rato largo, pensando en sí sería cierto. ¿Quién le habría contado
aquello a mi hija? ¿Por qué nadie corrigió a aquel compositor de canciones
infantiles? También pensé que qué bueno que nadie lo hubiese corregido.
Cuántas veces yo misma tengo que usar sinónimos a falta de vocabulario,
cuántas veces los sinónimos no son tan similares, tan sólo palabras que están
dentro de un mismo campo semántico, pero que no son equivalentes tal como
esos “pollitos” en lugar de los “pichones”. ¡Cuántas veces termino diciendo
disparates! Pero algo me sonaba muy raro en la explicación de mi hija, así que
me puse a averiguar y como no hay nada oculto entre google y wikipedia,
llegué a la explicación científica de que en el hebreo de los primeros años no
había diferencias entre pollos y pichones. Salí corriendo a comentárselo a mi
niña y a preguntarle que de dónde había sacado aquella explicación que me
había dado. Se me ocurrió – me contestó con su risa de ocho años - porque
todos los que escribieron canciones y cuentos para niños vinieron de otros
países. No pude dejar de reírme. En efecto, la primera literatura israelí tanto
para adultos como para niños fue escrita por inmigrantes. También las cancio-
nes. Pero creo que mi hija extrapola mis problemas lingüísticos a los otros. Se
inventa explicaciones para darme, cuando debería ser yo la que explique como
corresponde a una buena madre. Y lo que es peor, muchas veces yo hablo con
las palabras que ella me enseña, cuento los cuentos que ella me cuenta, sin
corroborar nada ni en google ni en wikipedia. Hablo un idioma moldeado en
gran parte por mis hijos.
Dos lugares, o tres. Días antes de venirnos de nuestra última estadía
en Venezuela, mi hijo me dijo: “Lo malo de tener dos lugares es que cuando
estás aquí, extrañas allá; y cuando estás allá, extrañas aquí”. Entonces le
pregunté: “¿Y qué es lo bueno?” Se quedó pensando y con su mirada profun-
da de cinco años me dijo: “Lo bueno es que tienes dos lugares”. Para mis
adentros pensé que incluso tenemos un tercer lugar: cierto suburbio bonae-
rense en el que creció su padre y que se ha instalado en nuestra memoria con
la fuerza de las historias familiares.

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Escribir. Comencé a escribir seriamente en Israel. Mientras viví en Ve-


nezuela escribí algunos poemas que me hicieron ganar un premio universitario
y que luego recité en la casa Ramos Sucre o en alguna librería de Cumaná,
con no poco éxito entre mis amigos. Pero la verdad era que escribía muy poco
mientras vivía allá. Si bien había publicado algunos poemas y cuentos en un
par de revistas venezolanas, sólo empecé a escribir seriamente aquí. Durante
los primeros años en Israel, sin embargo, estuve muda. Me encontraba tan
ocupada sobreviviendo en una lengua y un espacio nuevos que pocas ganas o
fuerzas me quedaban de escribir, más allá de largas cartas a mis amigos, a mis
padres, a mi hermana. También me sentía fuera de contexto. Hay quienes
pueden hacer con la experiencia de la migración grandes cosas, yo sentía que
todo lo que escribiese al respecto se volvería repetitivo. La literatura abierta-
mente de inmigrantes no es mi favorita. Ese continuo comparar “el aquí” y “el
allá”, bien sea con humor o con la distancia que da la ironía, me aburrían – y
todavía me aburren- mortalmente. Luego comencé a escribir unas crónicas
israelíes para el semanario Nuevo Mundo Israelita de Caracas. La crónica
fue, para mí, la mejor manera de plantarme ante lo nuevo. Pero en líneas
generales me sentía perdida e incluso había decidido abandonar la escritura
de ficción. Luego de algunos años aquí, dos o tres, luego de leer mucha litera-
tura, luego de sentir una nostalgia infinita y un gran vacío, finalmente me senté
y me dije a mí misma que escribiría un libro de cuentos y así lo hice. Escribí los
siete cuentos de mi primer libro, feliz porque eran una forma de volver en dos
sentidos: volver a escribir y volver a un espacio primero.
Patrias imaginarias. Cada vez que me siento a escribir me aparecen
algunas preguntas que tienen que ver con mi situación en el espacio y la
situación de mis historias. ¿Dónde ubicarlas?. ¿En una Venezuela cada vez
más borrosa o en un Israel en el que a pesar de todo soy extranjera? Eviden-
temente, cada historia surge de una imagen y sólo puede pasar en un espacio
definido (o indefinido, si es ese el caso) pero al principio sentía que “mi” Israel
era lo más parecido a un Israel turístico, una guía de Lonely Planet; y “mi”
Venezuela estaba vieja ya. Creo que esa disyuntiva cambió mi escritura. Me
di cuenta de que escribo sobre una Venezuela que es sólo mía y sobre un
Israel tropicalizado, tal vez, muy mío también. Y que eso, lejos de ser un
problema, me ha dado muchas libertades. Tengo mis “patrias imaginarias”,
como bien las definió Salman Rushdie. Para el autor ¿hindú?, ¿inglés?, el
término “patrias imaginarias” apela a ese espacio referencial construido con
memorias y recuerdos, que es representado en muchas de las obras escritas
por autores migrantes, escritores a quienes él denomina “writers out-of-coun-
try”. En su opinión, estos autores establecen una novedosa relación con el
espacio que los rodea y con el mundo pues han perdido su hábitat natural; y

70
América del Sur

esta relación queda plasmada en sus obras. Más tarde, en un ensayo acerca
de la película Brazil de Terry Gilliam, concluye Rushdie: “The location of
Brazil is the cinema itself”. Tanto en la película como en esas “patrias imagi-
narias”, la ubicación referencial de la historia es compleja, sólo posible dentro
de una geografía personal imaginaria. Un espacio como el de Brazil – en
opinión de este autor- sólo puede ser configurado por un director migrante,
cuya sensibilidad también deambula por distintos espacios e identidades dife-
rentes. Así, a veces creo que el espacio de mis cuentos es la ficción en sí
misma.
Maturín es un apellido francés. Una de mis patrias imaginarias lleva
por nombre un apellido francés que yo siempre creí que era una palabra chai-
ma. Ya de adulta descubrí que en realidad se trataba de un apellido francés
que un monje jesuita le había dado por nombre al cacique de la zona. A mí
siempre me pareció que la palabra Maturín tenía el trino y la musicalidad de
los nombres indígenas. Todavía no me sobrepongo al Maturin, sin acento en la
í y afrancesado, como el de ese escritor gótico de siglos pasados, ése que
tiene un famoso personaje errabundo. Los franceses entraron a Maturín hace
siglos por uno de esos caños que comunican al río San Juan con el mar Cari-
be. De hecho, en el mapa hay un puerto en pleno río llamado – sin ir más lejos
– “Puerto Francés”. Esa zona me apasiona y siempre me recuerda los relatos
selváticos de mi padre. Ese mapa siempre me lleva a las historias siempre
esquivas y contadas a medias de mi madre. Tengo una serie de cuentos oscu-
ros sobre esa Maturín inventada que tienen que ver con esos caños y ese mar
distante. Una Maturín que sólo existe en mi memoria traicionera y en un mapa
pegado en la pared de mi cocina en el Medio Oriente. Escribo para tejer
nexos entre recuerdos disparejos, cuentos ajenos, verdades que no tienen que
ver las unas con las otras. Escribo para bordar el mapa defectuoso de mis
patrias imaginarias, una cartografía hecha de suposiciones. A veces escribo
para volver a esa zona que está hecha de ficciones familiares, comentarios de
antiguos vecinos, historias escuchadas al pasar.
Pertenencias. En una conferencia que suscribo plenamente, Roberto
Bolaño dijo una frase que de tan célebre yo creo que ya es un lugar común.
Dijo el escritor ¿chileno? ¿mexicano? ¿español?, que su patria eran su biblio-
teca y sus hijos.
Dislocaciones. Si hay una palabra que define mi situación en el mundo
es la dislocación, tal vez por eso es el centro de la tesis doctoral sobre autores
migrantes que debería estar escribiendo en este momento, pero en lugar de
eso divago contando aquí mis propias dislocaciones. Uso el término “situa-
ción” para referirme a geografía y a ánimo, claro. En todas las acepciones de
la palabra dislocación prevalece la noción de estar “fuera de lugar” o lejos

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

de un orden sintáctico, semántico, geográfico, político. Fuera de un orden,


incluso, ortopédico. Para mí la dislocaciónno es sólo un fenómeno cultural,
sino también estético, cuyo alcance se patentiza tanto en esas identidades
rizomáticas que la posmodernidad puso tan de moda, como en aquellas es-
tructuras y mecanismos textuales presentes en la narrativa de algunos auto-
res migrantes. Me gusta la palabra dislocación porque además de dar la idea
de un no estar en el lugar adecuado o propio, de pertenencia defectuosa, de
hueso húmero “vallejeano” y de un trastabillar, remite a una incomodidad que
creo ha sido dejada de lado por las teorías que celebran la globalización. La
dislocación lleva implícita un malestar que narra el desencuentro y las difi-
cultades de estar fuera de contexto o fuera de la lengua propia. Es cierto:
escribir desde otro lugar o desde una lengua aprendida puede potenciar y
enriquecer la producción literaria, pero al mismo tiempo es un acto que conlle-
va un atrevimiento, un roce constante, un mirar de lado, un defecto. A diferen-
cia de la dislocación, la noción de extraterritorialidad, por ejemplo, carece de
este matiz problemático. Términos como exilio o destierro tienen implicacio-
nes políticas que no pueden dejarse de lado y presuponen la existencia de una
patria específica y añorada. En tal sentido, no se corresponden a la realidad
de autores con pertenencias múltiples, pegados a Internet todo el día, o cria-
dos por la televisión. Por su parte, una visión romántica del nomadismo tiende
a referirse a esta perspectiva vital y estética sólo desde una óptica positiva.
Finalmente, el termino “migración”, a los efectos, me parece demasiado ge-
neral y difuso.
Dislocado es aquel autor que no conoce todas las sopas del lugar en el
que vive, ni las palabras, ni las costumbres y vive de sorpresa en sorpresa. De
error en error. De carcajada en carcajada. Un escritor dislocado debe lidiar
con ciertos paréntesis, así como también con los guiones. Es guión en sí mis-
mo. Colecciona mariposas y patrias disecadas. Tiene dos o tres lugares en
constante movimiento, y a veces tiene que leerlos como quien lee saltando
páginas, ponerse al día rapidito para poder seguir pasándose por local. Un
escritor dislocado es un impostor, un contrabandista, un tramposo: un actor,
aunque muchas veces actúa muy mal. Todo escritor dislocado tiene su Brazil
en cada vuelta de página. Ve pollitos en los árboles y tiene que pasar por la
niñez nuevamente: una niñez lingüística y una niñez ciudadana. Un escritor
dislocado escribe para volver, pero también para irse. Un escritor dislocado
tiene extraños nexos, diversas raíces, plurales tradiciones, tres o más nostal-
gias y una eterna y universal extranjería.

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América del Sur

COLOMBIA

Montserrat Ordóñez Vila (1941)

Nació en Barcelona, España en 1941. Su padre era colombiano y su


madre catalana. A los quince años se mudan de Barcelona a Bucara-
manga, lo que creará en ella la idea de vivir como extranjera de
por vida al pertenecer a dos culturas muy distintas.
Estudió Lenguas Modernas en la Universidad de Los Andes en Bo-
gotá. Académica constante publica en numerosas revistas especiali-
zadas, trabajando la literatura brasileña, la teoría literaria y el estudio
de la literatura escrita por mujeres. Posteriormente junto con Caroli-
na Alzate y Beatriz Restrepo publica proyecto de investigación Sole-
dad Acosta Samper y la construcción de una literatura nacio-
nal. Creyente en que la traducción de los textos literarios era una
manera de compartir la buena lectura, tradujo muchísimos poemas,
artículos y libros. Fue profesora invitada en varias universidades ex-
tranjeras como Massachusetts University, Florida University, Dart-
mouth College.

El oficio de escribir 1
En un mes de las brujas nos reunimos en la Universidad Nacional de
Colombia, en Bogotá, para pensar en el oficio de escribir, la tarea mágica que
a tantas mujeres ha convertido en seres prohibidos. El encuentro se había
planeado desde hacía meses y varias veces habíamos pospuesto la fecha, por
razones supuestamente ajenas a mi voluntad. Creo, sin embargo, que yo tam-
bién era parte de las dilaciones, o por lo menos las aceptaba con alivio. Mi
resistencia a hablar del oficio de escribir ha persistido con extraños disfraces
y aplazamientos. Para una trabajadora exacta y sin tregua, como yo, estas
huidas son Transparentes: me resisto a la identidad impuesta de escritora y
me resisto a mi propio discurso sobre la escritura. ¿Por qué no escribir, en
lugar de hablar de lo poco (porque siempre es poco) escrito?
Es cierto, sin embargo, que esta identidad que se me adjudica no es gra-
tuita, a pesar de que me doy cuenta de no tener una obra pública, coherente y

1 Este ensayo fue ubicado en un primer momento en el libro de Jaramillo, María Mercedes,
Osorio de Negret Betty, Robledo, Angela Inés (Editoras), 1995, Literatura y diferencia,
Ediciones Uniandes, Editorial Universidad de Antioquia. Luego su heredero nos concedió
los derechos de autor.

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

clasificable según criterios académicos, estéticos o editoriales. Me siento un


camaleón de la palabra, que cambia de color y tal vez no tiene uno propio.
Pero aún así soy un animal consistente. Siempre he vivido con / de las pala-
bras, como lectora, estudiante y profesora de idiomas y de literatura, editora,
Traductora, conferencista, periodista, crítica literaria, poeta. He comido
de mi manejo de la lengua aunque los escritos que más me representan son los
que sólo me han alimentado metafóricamente. Mi obsesión es irremediable e
inútil, como la del camaleón, que sospecho se engaña a sí mismo más de lo
que logra engañar al otro.
Si considero resbaladiza mi identidad de escritora, me identifico sin em-
bargo plenamente como lectora. Lectora traidora, desde antes de ir al colegio
y de saber leer, cuando me aprendía de memoria los cuentos que me leían y
los repetía línea por línea, señalando las palabras con el dedo índice como si
tradujera signos. Luego, esa gracia infantil se convirtió en maldición, para mí
y para todos los que me rodeaban, cuando devoraba colecciones completas y
las palabras ajenas eran mi refugio, mis ecos, mis referencias secretas, sin
verbalizaciones compartidas. Leía sola y mi mundo se dilataba, desarticulado,
lleno de esas telarañas que se apoyan en la vida y que no son la vida.
De las arrolladoras palabras ajenas creí aprender que todo está ya escri-
to y que sólo hay que buscarlo para encontrarlo. Aún me persigue esta labor
de exploración en la que me he pasado la vida. Reconstruirla es un peligroso
trabajo de autoevaluación y de acribillamiento, cuando, años y décadas des-
pués, amigos y estudiantes me recuerdan por los libros que yo leía, que en
algún momento me obsesionaron y obligué a compartir como pesadillas, y
ahora desearía olvidar. Pero el pasado también está hecho de letra leída, des-
lizada, coyuntural, y nadie se escapa de su historia. Compartir y divulgar es
también el eje de la enseñanza de la literatura, esa transmisión que los obsesi-
vos del libro hacemos en clase, entre amigos, entre editores, en los comenta-
rios que a veces escribimos. Queremos que otros lean lo que nos gusta, inclu-
so tratamos de obligar a que les guste lo mismo. El placer de leer desencade-
na una serie de diálogos que incluye a muchas más personas, fuera de un
autor y de un lector esquemático. Los mundos imaginarios de ambos están
poblados de voces que entran en esa misma enorme y silenciosa conversa-
ción, que como un iceberg apenas muestra unos cristales. En las profundida-
des se producen los naufragios.
Si la lectura está en la raíz de todos los desastres, su producto es un
monstruo mítico. Todas las decisiones vitales de un lector están supeditadas a
su obsesión. De ahí salen periodistas, editores, profesores de lengua y literatu-
ra, coleccionistas de diccionarios, amistades con las que se puede leer y escri-

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América del Sur

bir pero nunca hablar, parejas hechas de libros y no de cuerpos. Cuando ese
monstruo comienza a tragar y a vomitar, la lectura que comenzó como traición
termina en robo: todos los excesos están permitidos, no hay ética, no hay paz.
El mundo se mide por palabras y se roba tiempo, ideas, cualquier cosa, para
leer y escribir.
Si ese ser maldito, traidor y ladrón, es además una mujer, el desastre es
total. Para leer y escribir hay que estar en contacto con el caos y con el
cosmos, pero sólo se puede plasmar en soledad, con la libertad que da el
candado por dentro de la puerta. Y si hay algo negado a la mujer es su soledad
y su espacio. La mujer debe ser desprendida y estar siempre disponible. Por
eso no escribe, sólo habla y usa sus palabras como imán. Siempre rodeada, lo
regala todo, administra y promueve las escrituras ajenas. Revisa, corrige, arma
plataformas para que otros despeguen, devuelve multiplicada la imagen del
que se le acerca.
Su oralidad la ahoga y obliga a que los que la rodean se conviertan en
esponjas. Sabe que la vida es más que el lenguaje, ese esqueleto que apenas
la sostiene, pero se delata, seduce, vende y compra afectos con palabras en
trans / misión. Hasta que aprende, muchas veces tarde, a ser rinoceronte y
escorpión y caracol para escribir. La defensa de su mínimo espacio ante la
invasión se convierte en una pelea que la agota más que la misma escritura.
Tiene que explorar nuevos sistemas de vida, porque se considera que la mujer
no puede ser feliz escribiendo, no puede ser feliz si está sola, ni siquiera por
unas horas, y porque escribir es un acto egoísta, que no se le permite a ese ser
supuestamente creado para la entrega indiscriminada. Y la desprendida no
logra desprenderse. Paga con silencio su adaptación y su supervivencia.
Pero aún no hablo de mí, de lo que escribo y cómo lo escribo. Y sigo
resistiéndome a hacerlo, porque no quiero reemplazar la escritura con el dis-
curso sobre la escritura. Porque sería demasiado fácil aplicarme mi propio
discurso crítico, para excusarme, inflarme o justificarme. Además, siempre
repito que no hay que creerles a los escritores sino a la escritura, así que de
todas formas mi opinión sería inútil.
Repito también que la escritura no se hace de café, de nubes, de espu-
mas en la ducha o de descargas eléctricas, sino de escurridizas palabras,
solas, planas. Y una vez combinadas y convertidas en objeto añadido al mun-
do, esas palabras son más inteligentes que sus presuntos autores y transmiten
voces que ellos o ellas ni siquiera identifican. Así, lo que yo pueda decir sobre
mi escritura nadie debe creérmelo, porque yo no puedo saber bien qué hago.
Lo sospecho, lo intento, escojo conscientemente, pero lo que escribo es parte
de un tejido que yo no controlo. Como cuando cocino que, en la mitad de mis

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

decisiones y combinaciones más creativas y supuestamente autónomas, me


hielan y me calientan otros gestos repetidos y recuperados. Por otra parte, lo
que escribo, cuando hago poesía y prosa poética, es muy distinto de lo que
hago o lo que digo. Puedo hablar por horas con fluidez y sin embargo cuando
escribo salen textos de piedra y de silencio, despojados, sin concesiones, en
contra de la desmesura que siempre me ha rodeado. Hago lecturas críticas y
las escribo, pero a menudo decido que estoy harta de pretensiones de origina-
lidad y primeras personas, y decido dejar el espacio a las voces de los otros.
Así, con frecuencia he preferido ser lectora y transmitir, impresas, compila-
ciones de mis lecturas. Traduzco, porque traducir es también compartir y es la
más adecuada combinación de una buena lectura y una buena escritura. Edito
porque, como me sucede en la docencia, me gusta ser puente. Escribo artícu-
los sobre literatura, porque en los últimos años he encontrado un discurso
crítico contemporáneo en donde me puedo hallar con alguna comodidad, un
discurso de autodelación y de apertura, que acoge mis obsesivas metáforas,
que se opone a la omnipotencia y a la supuesta objetividad de la crítica de mi
época de estudiante, un discurso en fin que se basa en una profunda concien-
cia de género (masculino / femenino) y de historia. Ahí ubico, o quisiera poder
ubicar, mis trabajos sobre la revisión del canon literario o sobre la escritura de
la mujer en América Latina y en Colombia.
Como le decía Milena Jesenská a Kafka, creo que dos horas de vida son
muchísimo más que dos páginas escritas. Pero escribo porque lo que quiero
decir no aprendí a transmitirlo con la danza, ni con el silencio, ni con el gesto,
ni siquiera con el amor, y si no lo escribo lo olvidaré y sin memoria me quedaré
sin vida, sin esa única vida de azar en contra del azahar, tan vulnerable, tan
prescindible. Las palabras me persiguen y aunque sé que no son mías, que no
hay discursos propios sino apropiados, que yo no soy la única con acceso a
esas combinaciones precisas, si no las escucho me ahogan, me acorralan, me
lapidan, y solo vuelvo a reconocer mi cuerpo si logro despojarme de mis pala-
bras y de mis pieles viejas y, desollada, vuelvo a empezar.
Creo, también, que para mí escribir es una batalla contra la injusticia y
contra el caos, contra los silencios impuestos, contra las continuas agresiones
que recibimos las mujeres, aunque yo casi pertenezca (me suena irónico des-
pués de mi errática escritura de toda la vida) al grupo de las privilegiadas. A
veces me han dicho que hay tortura en lo que escribo. En verdad, no podría
escribir desde las rosas, los jazmines, las auroras y el amor, aunque los conoz-
ca, si he vivido entre el dolor y la violencia. Por otra parte, no creo mucho en
una escritura sólo de paz y celebración, sin tensiones ni contradicciones. Es-
cribir no es fácil, porque para llegar hasta la página hay que vencer nuevas

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América del Sur

barreras cada día, porque es un oficio que se practica sin fin, una carrera sin
meta. No es una actividad natural, a la que el cuerpo se entregue como al
agua, al sol, al sueño, a la comida o al amor. Es una decisión a veces demen-
cial. Un tiempo sin reloj, papeleras que se llenan, letras que bailan, libros que
caminan, caras alucinadas. Escribir no es libertad, porque la persona que es-
cribe vive torturada en un espacio de espejos y de aristas, entre lo ya escrito,
lo que escribe, lo que quiere escribir, lo que nunca escribirá. No es permanen-
cia, porque su escritura es ajena y no le evitará los desgarros de sus muertes.
Es una extraña forma de vivir, una mediación despellejada, que reemplaza
mucha vida pero no la oculta ni la ignora.
Y sin embargo, la persona que quiere escribir y no lo hace, vive y muere
condenada. Por eso, hablar de la escritura y del oficio de escribir es suicida.
Los que hoy queremos seguir viviendo con palabras, debemos ahora, ya, ca-
llarnos e irnos a nuestro posible o imposible rincón y escribir, escribir para
poder morir en paz.

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

María Mercedes Carranza Coronado (1945)

Nació en Bogotá en 1945 y muere en la misma ciudad en el 2003. Su


padre, Eduardo Carranza, fue un muy importante poeta pertenecien-
te al grupo Piedra y Cielo. Se gradúa en Filosofía y Letras en la
Universidad de Los Andes. Trabaja en varios periódicos, revistas y
diarios. Siendo por 13 años jefe de redacción de la revista Nueva
Frontera y dirigiendo por muchos años la sección literaria de la re-
vista Semana.
En al año 1986 toma la dirección de la Casa de Poesía Silva de Bogo-
tá, desde donde promueve y da voz a jóvenes autores. Realiza en
esta institución eventos muy recordados como La poesía tiene la
palabra, Alzados en Almas y Descanse en Paz la Guerra. Lo que
la convirtió en una de las personas que más se opuso al conflicto
armado que tocó a Colombia. No obstante su lucha por la paz, sufre
el secuestro de su hermano Juan a manos de las FARC, a quien no
volvió a ver, hecho que la golpeó terriblemente. Por medio del movi-
miento Nuevo Liberalismo, forma parte de la Asamblea Constituyen-
te de 1991

Feminismo y poesía 1
Cuando las editoras de este libro me explicaron el tema de que trataría y
me propusieron que colaborara con un escrito, me excusé de hacerlo alegan-
do mi posición frente a la costumbre de utilizar criterios extraliterarios para el
análisis de las obras escritas por mujeres. Sin embargo, en un gesto de inusual
tolerancia en estos casos, fui invitada a exponer mi punto de vista, lo cual me
dispongo a hacer brevemente.
En Colombia, hay que repetirlo, todo nos llega tarde. Así, cuando a prin-
cipios del decenio del ochenta el feminismo comenzó a experimentar en otras
latitudes un proceso de revisión, en nuestro país apenas empezaron a difundir-
se los postulados y conductas del feminismo tal y como se le conoció en los
decenios del sesenta y del setenta. Y ahí estamos todavía; pues, si bien es
cierto que aquí no han existido las organizaciones que en otras partes del
mundo se caracterizaron por su beligerancia y su agresividad, sí hay numero-
sas agrupaciones de mujeres que actúan bajo los esquemas conceptuales que
dieron origen al movimiento feminista.
1 Este ensayo fue ubicado en un primer momento en el libro de Jaramillo, María Mercedes,
Osorio de Negret Betty, Robledo, Angela Inés (Editoras), 1995, Literatura y diferencia,
Ediciones Uniandes, Editorial Universidad de Antioquia. Luego su heredera nos concedió
los derechos de autor.

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América del Sur

Es necesario aclarar que no se trata, ni mucho menos, de ignorar la abe-


rrante discriminación que, en el ámbito familiar y en todos los órdenes de la
actividad social, existe hacia la mujer en nuestros países tercermundistas. Se
trata más bien de enfatizar en la necesidad de conocer nuestra realidad y de
que, a partir de ella, se adopten los métodos, sistemas de organización y, más
allá, la filosofía adecuada para enfrentar esa discriminación.
En primer lugar, resulta evidente que las prácticas machistas y sus oríge-
nes tienen diferentes características en un país desarrollado y en un país sub-
desarrollado: en este sentido, los problemas de la mujer norteamericana o
francesa son distintos a los problemas de la mujer colombiana o boliviana. El
desconocimiento de lo anterior ha inducido a adoptar en estos países posturas
importadas, pues no de otra manera puede verse el feminismo, el cual tal vez
sólo sirva aquí para solucionar los conflictos de una élite muy reducida. De ahí
que proliferen consideraciones tan equivocadas sobre el lugar que ocupa la
mujer en nuestra sociedad, como aquella que se oye y se escribe con frecuen-
cia, e incluso por parte de mujeres, según la cual en Colombia ya no existe
discriminación laboral hacia éstas, porque han llegado a ocupar cargos de
primera importancia en el gobierno y en la empresa privada. Nos pregunta-
mos: ¿puede ser ello evidencia de una igualdad, cuando esas mujeres repre-
sentan una ínfima minoría en comparación con la gran mayoría —alrededor
de 13 millones— perteneciente a las clases media baja, baja y campesina?
Si no utilizamos esquemas importados, podremos entender que en nues-
tros países el problema radica esencialmente en los grandes desequilibrios
sociales y en la profunda diferenciación de clases, y no, como en los países
desarrollados, en una competición entre los sexos. Aquí, la mujer pertenecien-
te a los estratos más bajos es discriminada y explotada, como lo son el hombre
y el niño, pero debe sufrir además otra opresión adicional, fruto del machismo
que es practicado por el hombre, ser oprimido que, a su turno, adopta hacia la
mujer la postura del opresor. Así, el problema es fundamentalmente social y
su solución debe por tanto ser de índole política, inevitablemente orientada al
desarrollo de estrategias económicas de redistribución de la riqueza y al esta-
blecimiento de normas legales que garanticen los derechos de la mujer.
En segundo lugar, y ya haciendo referencia a la práctica de feminismo en
general, sabemos que el machismo, como una de las manifestaciones más
perturbadoras de la discriminación de que hablamos, es un componente cultu-
ral que se origina y se reproduce a través de la educación familiar y escolar. Y
por tanto es necesario entender que constituye un problema que afecta no
sólo a la mujer, sino a la sociedad entera. De ahí que resulte tan desenfocado
el modo de operar de las organizaciones feministas, al empañarse en congre-
gar sólo a las mujeres, para entablar un monólogo entre ellas mismas, monólo-

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

go estéril, ya que deja por fuera al hombre y al niño, protagonistas esenciales


del conflicto.
Ello, en lugar de ayudar al logro de sus objetivos, agrava más el problema,
pues se cae en una clara actitud autodiscriminatoria. Esta tendencia a crear
guetos ha conducido a plantear un enfrentamiento artificial entre los sexos,
que distorsiona y oculta —al menos en nuestros países— las verdaderas cau-
sas de la desigualdad social de la mujer. Cosa muy distinta es, insisto, desarro-
llar una conciencia, no utópica ni revanchista ni sexista, sobre la discrimina-
ción de la mujer y sobre el machismo, y proyectarla hacia una dimensión más
amplia, para involucrar a la sociedad entera en el diagnóstico y en las solucio-
nes de estos problemas.
Las consideraciones anteriores resultan indispensables para entender el
falso dilema y, por tanto, las conductas equivocadas a que, en el terreno litera-
rio, han llegado en Colombia las mujeres escritoras dedicadas a la creación
poética. Y me refiero en concreto a éstas porque es entre ellas que se ha dado
el feminismo, como actitud para enfrentar una innegable discriminación. Mien-
tras que en otros modos de la actividad creadora de la mujer, tales como las
artes plásticas y la narrativa, no se advierten síntomas visibles de un conflicto
en ese sentido, en la actividad poética sí se ha registrado secularmente una
discriminación de carácter machista, a la cual se ha respondido con un tedioso
y desacertado feminismo.
No veo claros los orígenes y las causas de esa práctica discriminatoria,
pero lo cierto es que en los últimos tiempos se ha intensificado, como conse-
cuencia de la actitud de las poetas, al punto de que es común hablar de poesía
femenina, cuando se quiere hacer referencia a la obra escrita por mujeres.
Sin embargo, jamás se alude a la poesía masculina, como si la poesía escrita
por hombres fuera la poesía de verdad, y la otra, escrita por mujeres, una
especie de subgénero o apéndice de inferior categoría o por lo menos diferen-
te, y que por ello hay que distinguir con un adjetivo sexista.
Lo anterior es, sin duda, una conducta discriminatoria, y ésta se
registra en toda nuestra historia literaria. En efecto, si revisamos las
veintiséis antologías generales de nuestra poesía —es decir, se excluyen
las generacionales y las temáticas— conformadas durante los siglos XIX
y XX,2 veremos que en ellas la figuración de las mujeres es inferior a la de
los hombres, en una proporción de dos mujeres por cada cien hombres.

2 A respecto puede verse la información que aporta Darío Jaramillo Agudelo en Historia
de la poesía colombiana (Ediciones Casa Silva, Bogotá, 1991, pp. 547- ss) la cual
permite deducir una relación proporcional de la participación de hombres y mujeres
poetas.

80
América del Sur

Podría aducirse que ha habido menos mujeres que hombres poetas y que,
además, ninguna ha alcanzado la calidad de un Silva o de un Barba-Jacob.
Ello es cierto, pero también es cierto que, por cada Silva y cada Barba-Jacob,
figuran muchísimos poetas hombres de calidad literaria similar o inferior a la
de varias poetas mujeres contemporáneas suyas que fueron omitidas. Aclaro
que con las consideraciones anteriores no pretendo promover un alegato de
índole feminista, sino registrar un hecho que prueba la desigualdad en el trata-
miento dado a la poesía, según ésta fuera escrita por hombres o por mujeres.
Esta situación mostró un cambio cuando en la primera mitad de este siglo
se comenzó a hablar de poesía femenina. Ya no se excluía a la mujer, pero se
dejaba en claro que su producción no hacía parte de lo que, sin adjetivos, se
denomina poesía; se le confinaba así en un gueto paternalista. No puede re-
sultar entonces extraño que dentro de esa poesía femenina se haya buscado
resaltar y celebrar los estereotipos de una femineidad sensiblera y un tanto
folclórica, como la cualidad digna de ser tenida en cuenta.
Esto, que parecería inadmisible, fue, sin embargo, aceptado de buen gra-
do por las escritoras y, más aún, ellas mismas se dedicaron a promover toda
clase de publicaciones y eventos amparados en la condición femenina de sus
protagonistas. Así, han abundado los congresos de poetisas, las antologías de
poesía femenina y los ensayos sobre el tema. Y todo ello no exento de cierta
beligerancia, pues aquellas escritoras que no han querido participar de la orgía
feminista han sido tratadas como traidoras a la causa. La arbitrariedad con
que se maneja este criterio es tal, que resulta corriente la aparición de antolo-
gías compuestas bajo el esquema sexista, sin que las poetas seleccionadas
hayan sido siquiera notificadas.
Considero que esa actitud es equivocada; porque tengo la convicción de
que la literatura no es masculina ni femenina, es simplemente literatura. No
por ello puede negarse la existencia de una sensibilidad propia de cada sexo:
cuando una mujer crea, esa sensibilidad, sin duda alguna, se manifiesta en su
obra, y así debe ser, pero ello resulta indiferente para entender y gozar la
literatura. De igual manera ocurre con la poesía. En realidad, la raíz del con-
flicto reside en la utilización de una categoría crítica extra-literaria —la condi-
ción sexual— para evaluar una obra. Esto recuerda esquemas que creíamos
ya superados, como aquel utilizado por los curas Núñez y Segura en la Histo-
ria de la literatura colombiana que se estudió hace años en el bachillerato, la
cual dedicaba un extenso capítulo al género narrativo denominado novela in-
moral.
En la literatura, como en la poesía, no pueden establecerse criterios de
estudio, análisis y selección distintos de la calidad. Un poema es bueno, me-

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

diocre o malo y, por tanto, acreedor de la aceptación o de la indiferencia y el


olvido, y en ello nada tiene que ver el sexo del escritor, sino su vocación y su
capacidad creativa. Acoger y aceptar escalas críticas distintas de la calidad
significa aceptar un paternalismo y, por consiguiente, un principio de discrimi-
nación, que no beneficia a la literatura ni al oficio de escribir.
Se me preguntará cuál es, entonces, el camino que se debe seguir ante la
tendencia de segregar a la mujer que escribe poesía. Sin duda alguna, compe-
tir —y aquí sí valen el término y la actitud— de la manera en que se debe
competir: presentando obras de calidad y exigiendo que sean tenidas en cuen-
ta sólo por eso y no por otros factores que nada tienen que ver con la literatu-
ra.
Y una observación final: bastante se ha discutido sobre la preferencia de
algunas escritoras porque se las denomine poetas en lugar de poetisas. La
degradación que ha significado para el oficio de escribir poesía, el abuso de la
condición femenina con el fin de validar obras de dudosa calidad ha hecho que
el vocablo poetisa haya adquirido un sentido peyorativo. Dejemos entonces
que quienes insisten en escribir poesía femenina sean poetisas y que aquellas
que buscan escribir poesía —que las hay y son numerosas— sean poetas.

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América del Sur

Valentina Marulanda de Chacón (1950- 2012)

Nació en Manizales, Colombia en 1950. Obtuvo la licenciatura en


Filosofía y Letras en la Universidad de Caldas con estudios de pos-
grado en Estética y Filosofía del Arte en la Universidad de Paris I
(Sorbonne). Trabajó en cargos públicos, en el sector de la gerencia y
la difusión cultural tanto en Colombia (Instituto Colombiano de Cultu-
ra y Biblioteca Luis Ángel Arango), como en Venezuela (Biblioteca
Nacional y Consejo Nacional de la Cultura). Se dedicó a lo largo de
todos estos años al periodismo, la edición, la escritura y la comunica-
ción. Escribió en el Papel Literario de El Nacional por 30 años, en la
revista Aleph de Colombia, en la Gaceta del Instituto Colombiano de
Cultura, en la revista Ideas y Valores, de la Universidad Nacional de
Colombia, en la Revista de la Universidad de Antioquia (Colombia),
en la revista Veintiuno de la Fundación Bigott, en la revista Imagen
de Venezuela, en los suplementos literarios de El Universal (Bajo
Palabra y Verbigracia, revistas Exceso y Cocina y Vino). Tuvo una
columna en el diario La Patria de Manizales, Colombia. Ha estado
vinculada a proyectos editoriales en Colombia y Venezuela, publican-
do varios libros como Primera vista y otros sentidos y La razón meló-
dica. Fallece en Caracas en el 2012.

Del valle de lágrimas al mar de la felicidad


Sólo un anacoreta o un asceta —dos palabras para nombrar a aquél que
se retira del mundo a meditar y hacer penitencia en nombre de una creencia
en un ser superior y un paraíso más allá de la dimensión temporal y del “valle
de lágrimas” que, habitamos, según el dogma cristiano— es capaz de renun-
ciar a la propia voluntad, aceptar el dolor como fuente de felicidad y regocijar-
se en él, en aras de salvar el alma.
Aunque, viéndolo bien, no es raro toparse en las novelas románticas con
héroes y heroínas que se solazan en el infortunio, especialmente cuando va de
la mano del amor y su reverso, el desamor, y de aquello que puede abarcar
ese sentimiento alumbrado por “el sol negro de la melancolía”, en el celebrado
soneto de Nerval.
Pero cuando se trata del común de los mortales, en una sociedad que
desde la Ilustración ha ido avanzando hacia la secularización, pero en particu-
lar de aquellos que, de espaldas a metafísicas y mitos sólo confían en el poder
de la Razón, no se aspira a salvar el alma mediante la gracia divina: a lo sumo
el pellejo. Es innegable que somos infinitamente infelices cuando sufrimos por
causa de cualquier padecimiento del soma o de la psique, y deslastrados de la

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

carga del pecado original no nos resignamos a la condena del valle de lágri-
mas.
Schopenhauer habla de la naturaleza positiva del dolor y su antítesis, la
naturaleza negativa del bienestar y la felicidad. ¿En qué sustenta esta aparen-
te paradoja? En la constatación de que, en efecto, estamos siempre más dis-
puestos a percibir y a concentrar la atención en la piedra en el zapato, en lo
que nos perturba o nos aflige, por insignificante que sea; en cambio pasamos
por alto todo lo que marcha fluida e incluso plácidamente.
La existencia es para el filósofo alemán un error y “la felicidad de una
vida no se mide por sus alegrías y placeres sino por la ausencia de penalidades
y dolor, que es lo positivo” 1.
Trasladado a escala colectiva, se expresa en el hecho de que el dolor se
impone en el mundo sobre la dicha y el placer.
Sin embargo, hay algo que comparten la felicidad y el dolor: cada ser
humano tiene su propio umbral, de resistencia para éste, y de conciencia y
disfrute para aquélla. Umbral que será más o menos alto o bajo en función del
propio horizonte, de las exigencias y expectativas, de la hechura psíquica indi-
vidual, de sus creencias, su visión del mundo y su situación socioeconómica.
Los poderosos y famosos que pueblan las páginas de ciertas revistas de
amplia circulación, siempre en un estado de perenne excitación y de dicha
inmarcesible, necesitarán, para elevar sus niveles de dicha, estímulos y re-
compensas infinitamente más elevados que el excluido habitante de un subur-
bio latinoamericano o africano, a quien, más que vivir feliz le preocupa el vivir,
el sobrevivir. Es que los anhelos y pretensiones del pobre se colman con mu-
cho menos. Lo ilustra el filósofo del pesimismo: “La riqueza es como el agua
del mar, cuanto más se beba más sed se tendrá; lo mismo vale para la fama”.2
Como bien lo expresa un trillado dictamen, el mero dinero no hace la
felicidad, si no lo condimentan, por lo menos, la salud y el amor. Además, el
temperamento y la manera de estar en el mundo son factores que no se
pueden desdeñar a la hora de catar esa felicidad. ¿Cuántos favorecidos por la
fortuna no han llegado a envidiar la alegría de vivir y el optimismo que irradian
muchas veces los más desposeídos en términos de riqueza, poder y fama?
En función de todos esos parámetros hay quienes buscan la felicidad en
el conocimiento, la virtud, el vicio o el placer. Los sibaritas la hallarán en el

1 Sobre el dolor del mundo, el suicidio y la voluntad de vivir. Madrid, Tecnos, 1999. pp.
18 a 24.
2 El arte de ser feliz. Barcelona, Herder, 2000. p. 38.

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América del Sur

fondo de una botella de vino, en las burbujas de una copa de champagne o en


un plato de langosta. Otros la encontrarán en los libros o en la pantalla de una
computadora. En el goce estético verán realizada su promesse de bonheur
quienes la rastreen en la mudez de una pintura, en la penumbra de un teatro de
ópera o en la oscuridad de una sala de cine. Los adictos a los deportes extre-
mos y a lo que se ha dado en llamar “emociones fuertes” se lanzarán desde un
puente o recorrerán el mundo haciendo acrobacias aéreas a bordo de una
motocicleta. Una inmensa mayoría la poseerá en el pandemónium de un cen-
tro comercial. Asunto, pues, el de la felicidad, harto subjetivo, y por ende,
relativo.

Según el cristal con que se mire


Las culturas paganas rindieron culto a las deidades que decidían la suerte
de los mortales, sujeta a los designios del destino o a las ciegas fuerzas del
azar que no podían controlar. La mitología romana la llamó Fortuna, esa diosa
pérfida, cambiante y caprichosa, “la que en una misma hora ve pasar de la
felicidad al abatimiento” como la invoca Boecio 3. Era representada con un
cuerno de la abundancia o con una rueda entre las manos, y su nombre ha
terminado por asimilarse a sus connotaciones positivas y favorables y ha de-
venido sinónimo de buena suerte, de felicidad. Es afortunado aquél que tiene
como aliada a la fortuna.
De su significación original se conserva en el sentir popular la convicción
de que en la ruleta de la fortuna, unas son de cal y otras son de arena, a veces
se gana y a veces se pierde y, como por una ley de compensación natural, a
cada cual le toca lo uno o lo otro en un momento determinado. Sigue pues
palpitando en el corazón de los hombres aquel principio de la justicia retributi-
va que encarnaba en Grecia la diosa Némesis.
El pragmatismo contemporáneo se ha atrevido a medir la felicidad colec-
tiva y a catalogar, mediante estadísticas, los países más o menos felices en
función de los índices detectados en su población. El colmo de la paradoja es
que, según una tabulación reciente, Colombia, una de las naciones del planeta
más castigadas por la violencia en todas sus formas, ostenta uno de los luga-
res más altos en términos de felicidad.
No existe la felicidad como absoluto, sino siempre en perspectiva, en el
ejercicio del cotejo, con la situación del congénere, por ejemplo. Una típica y
saludable fórmula de las abuelas de antes —lo recomendaba, por demás,
Schopenhauer— consiste en mirar hacia los lados, mejor aún, hacia abajo,

3 La consolación de la filosofía. Madrid, Alianza Editorial, 1999. pp. 34, 58 y 60.

85
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

para comparar la cruz ajena con la propia y constatar que la propia siempre
resulta más llevadera.
Pero muy especialmente se da la felicidad en referencia a sus opuestos,
ora la desdicha, ora el tedio. Por eso, un estado de felicidad eterna y sin
sombra, como el de los bienaventurados, resulta poco convincente y atractivo.
La infelicidad, escribe el desencantado narrador Thomas Bernhard, “es la
condición para que podamos ser felices también. Sólo dando el rodeo por la
infelicidad podemos ser felices” 4.
Cómo dudar de la felicidad de quien recupera la salud tras una enferme-
dad, o la capacidad motora tras un accidente. De quien se gana la lotería
después de conocer los rigores de la privación. De quien recobra la libertad
tras un episodio de cautiverio. Del habitante de Somalia que, en medio de la
atroz sequía, encuentra un pozo de agua. Al prisionero de un campo de exter-
minio le bastaban mínimos y raros placeres, como el disfrute furtivo de un
tabaco, para acceder a un momento de felicidad.
También para el dolor los parámetros son y han sido harto relativos, si
pensamos que antes de la invención de esa panacea que para la especie
humana significaron la anestesia y los analgésicos —la farmacopea, en gene-
ral— seguramente la capacidad de aguante de hombres y mujeres era mayor
que ahora, cuando a la menor molestia tenemos el remedio al alcance de la
mano, sintetizado en una tableta. Que las hay también para la felicidad, a
partir de sustancias que aumentan las concentraciones de serotonina en el
sistema nervioso central y producen efectos no sólo antidepresivos sino de
euforia.
Un suceso tan natural para la especie, como el de parir, que, como conse-
cuencia de ese mismo pecado original y según la condena del Génesis, debía
estar acompañado de dolor, se realiza casi siempre bajo la cuidados médicos y
con el paliativo de la sedación, así como quienes padecen un mal terminal
pueden mitigar su agonía, gracias a la administración de los opiáceos, produci-
dos regularmente por muchos laboratorios. Para no hablar de lo que, en gene-
ral, han significado las conquistas de la Medicina para la prevención y la
curación de las enfermedades. Lo que no excluye que el mundo está lleno de
enemigos del progreso que dicen tener aversión a los fármacos y que prefie-
ren aguantar con estoicismo el padecimiento del cuerpo o de la psique.
Cuesta, entonces, imaginar que pudiesen ser más felices los hombres del
Paleolítico o sin ir tan lejos, del Medioevo. Y de allí que susciten duda el mito
del Buen Salvaje, tan caro a la mentalidad europea de la modernidad y la idea
del hombre en estado natural, no sólo bueno sino feliz, defendida por Rous-
4 El malogrado. Madrid, Alfaguara, 1997. p. 70

86
América del Sur

seau. Y de allí también que el concepto del progreso, sustentado en el avance


de la ciencia, vilipendiado también por el ginebrino pero ensalzado por sus
contemporáneos, los filósofos del Siglo de las Luces, haya de ser visto más
como aliado que como enemigo de la felicidad y la lucha contra el sufrimiento.

Quimera que se compra y se vende


¡Felicidad! Se llena la boca y se abre el corazón al pronunciar estas cua-
tro sílabas de resonancias mágicas. Hay que intentar definirla para llegar a la
conclusión de que se trata de un concepto ambiguo, impreciso, de contornos
difusos. De una realidad esquiva y fugaz. Palabra para algunos detestable,
por lo que tiene de excesiva y grandilocuente. “Odiosa y manoseada palabra
con la que muchos negocian, todos fingen buscarla y algunos acaso llegan a
soportarla”, desde la visión escéptica del filósofo Juan Nuño”.5
Palabra prostituida, adulterada y “a tal punto envenenada, que uno quisie-
ra eliminarla del idioma”, replica, por su parte, Pascal Bruckner, quien prefie-
re tomar partido por el breve éxtasis del placer, la ligera ebriedad de la alegría,
de la sorpresa y la elevación del gozo. Es que, según el implacable análisis de
este escritor francés, un fantasma recorre las sociedades occidentales de la
era posmoderna: el imperativo de ser felices a como dé lugar.
De cómo el derecho a la felicidad, que pregonaba la Ilustración, se des-
vió, en virtud de una suerte de dialéctica perversa, de su sentido original de
anhelo emancipador para convertirse en dogma colectivo y próspera indus-
tria, por demás, es lo que desarrolla en su conspicuo ensayo L’euphorie per-
pétuelle 6.
Que aunque se muestre evasiva, la felicidad no es un imposible y, como
anuncia la insolente cuña publicitaria, basta, para poseerla, destapar una bote-
lla de Coca cola. Pero también puede ser sencillo alcanzarla si se piensa y se
actúa de acuerdo con unos principios y preceptos. Es lo que predican los
adalides de esa nueva espiritualidad laica, genéricamente conocida como au-
toayuda, crecimiento personal o transformación de la vida.
Se ofrece la felicidad mediante la apropiación de un “secreto” o empren-
diendo un “camino”, y se compra y se vende en paquetes a gusto del consumi-
dor, en formato de cursos, libros, videos, películas, páginas web. Basta pro-
gramarse mentalmente, tener la voluntad de ser feliz y convertirlo en un ejer-
cicio de verbalización interior que incluye expulsar de la mente, como si de
una tentación maligna se tratara, toda idea, pensamiento o sentimiento negati-
vo, para que la felicidad descienda cual espíritu santo sobre nosotros. Como si

5 La veneración de las astucias, p. 249


6 Paris, Editions Grasset, 2000.

87
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

fuera poco, hay que hacer alarde de esa felicidad, exponerla a los cuatro
vientos.
Como el doctor Pangloss, maestro metafísico de Cándido en la ficción
voltaireana, se parte de la premisa de que no hay efecto sin causa, que todo
sucede como tiene que suceder y vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Los autores de autoayuda, cada vez más numerosos y exitosos, se han hecho
figuras tan mediáticas como los goleadores de los estadios, y sus obras enca-
bezan invariablemente las listas de los más vendidos en ferias y librerías,
cuando no en supermercados. El camino de la felicidad, firmado por el
norteamericano Ronald Hubbard ocupa su puesto en los records Guinnes como
el libro no religioso más traducido en el mundo.
Que en algo deben contribuir esta literatura y estas prácticas de alcance
masivo para ayudar a la gente a hacer más llevadero su paso por el “valle de
lágrimas”, lo demuestra la extraordinaria acogida de que son objeto en todos
los países. A su favor hay que abonar el hecho de que buscan la felicidad en el
interior del individuo y no en contingencias externas, y de allí el beneficio
irrefutable que pueden aportar ciertos hábitos como la relajación, el yoga y la
meditación, en sus distintas vertientes, al equilibrio del cuerpo y la mente.
No obstante, el sustento teórico de una buena parte de estas guías y
manuales, bastante conformistas con respecto a la realidad, y que, de antema-
no, dicen lo que la gente quiere oír dando la espalda al sentimiento trágico de
la vida, fundamental en toda existencia consciente, es de poca hondura con-
ceptual, y sus prácticas, en tanto que llevadas a la receta y el automatismo,
resultan de un candoroso optimismo.
Una filosofía que descuidase nuestros duelos en general, nuestras decep-
ciones, nuestras penas, que no mostrase claramente tanto nuestros deseos
superficiales como los profundos, que no develase el sentido de la vergüenza
como el de la herida y de las heridas –sin por ello descuidar el resto: el placer
y la ilusión-, no sería digna de ser definida como amor a la sabiduría, sino sólo
y, precisamente, como una ciencia rigurosa.7

Curanderos y médicos
Es el momento de recordar que en sus inicios la filosofía, lejos de ser un
corpus teórico y metafísico, de carácter sistemático, como en los tiempos
modernos, se ocupaba más bien de formar a los hombres, era una forma de
vida. Varias escuelas de Grecia, posteriores a Aristóteles, como los Estoicos,
Epicúreos, Cínicos y Hedonistas hicieron de esta tarea el eje de su pensa-
miento y de su filosofar. ¡Pero sin espejismos ni fórmulas mágicas! De esos
7 Philonenko, A. La filosofía de la desdicha, tomo I. Madrid, Taurus, 2004. p. 13

88
América del Sur

lúcidos pensadores de la Antigüedad griega, como Crisipo, Zenón de Citium,


Epicuro, Diógenes de Sínope, y de la era imperial romana, como Séneca y
Marco Aurelio, sólo se ocupan hoy los estudiantes y profesores de filosofía,
como materia de pensum, pero sería muy raro encontrar sus ediciones en los
índices de los más solicitados.
Si sus predecesores, los filósofos jónicos, miraron hacia el cosmos y la
naturaleza y los eleáticos hacia el Ser, este puñado de pensadores que surgen
a partir del siglo V a C. y cuya doctrina, de orientación definitivamente antro-
pocéntrica, es continuada por otros de la era romana no hacían distinción
entre discurso y vida. Dirigieron la mirada hacia sus semejantes, hacia el
mundo del hombre. Se enfocaron en su situación concreta y se ocuparon de
responder preguntas básicas relacionadas con el vivir del día a día. La suya
fue una filosofía de utilidad práctica, una ética, enfocada hacia el actuar.
Para Epicuro, la finalidad de la filosofía, disciplina matriz de las humani-
dades, era procurar una vida feliz: “Vano es el discurso de aquel filósofo por
quien no es curada ninguna afección del ser humano. Pues, justamente, como
no asiste a la medicina ninguna utilidad si no busca eliminar las enfermedades
de los cuerpos, igualmente tampoco de la filosofía si no busca expulsar la
afección del alma” 8.
Filosofías, pues, de la existencia, para la existencia, que no tenían otra
razón de ser que dar las herramientas para disipar falsos miedos que nos
paralizan y nos atormentan, para aprender y enseñar a llevar la vida, en bino-
mio indisoluble con la muerte:”Pero de vivir se ha de aprender toda la vida, y
lo que acaso te sorprenderá más, toda la vida se ha de aprender a morir”,
escribiría Séneca 9.
Que filosofar es aprender a morir, lo había dicho antes Platón y mucho
después Montaigne.
La aceptación racional, sin velos, fábulas ni falsas ilusiones de lo que de
amargo, trágico y cruel, pero también de festivo y exultante conlleva la reali-
dad del vivir, es inherente a la reflexión de estas escuelas que se inician en la
era precristiana —Epicureístas, Estoicos, Hedonistas—, y abre una brecha
abismal entre su doctrina y la de los autores contemporáneos de autoayuda.
En el caso de la filosofía estoica, fue la más duradera, con una presencia
de setecientos años, si se tiene en cuenta que se dio a conocer tres siglos
antes de Cristo y se mantuvo vigente hasta los tiempos de Séneca en el primer
siglo de nuestra era y su impronta palpita en varios pensadores modernos.
8 Epicuro. Obras Completas. “Fragmentos”. Edición de José Vara. Madrid, Ediciones
Cátedra, 1996. p. 117
9 “De la brevedad de la vida”. Obras Completas. Traducción, presentación y notas de
Lorenzo Riber. Madrid, Aguilar, 1961. p. 262.

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Si nos acogemos a las dos categorías de filósofos que distingue Clément


Rosset, estos últimos podrían ser llamados filósofos/médicos, para diferen-
ciarlos de los filósofos-curanderos, “que no tienen nada sólido que oponer a la
angustia humana, pero disponen de una gama de falsos remedios”. En cam-
bio, los filósofos médicos “disponen del verdadero remedio y de la única vacu-
na (esto es, la administración de la verdad)”10.
La verdad filosófica que nos exige más y en ocasiones duele.
Aunque no fuera el centro de su pensamiento, de profundo arraigo ético,
los sistemas filosóficos de Platón y Aristóteles, no pasaron por alto el tópico
de la felicidad. Aristóteles, en particular, discurre ampliamente sobre el asunto
en sus dos Eticas, la Nicomaquea y la Eudemia.
Eudaimonía es la palabra griega que más se acercaba al concepto de
felicidad, aunque para ellos tenía el sentido de llevar una vida buena: actuar
bien. Reconoce el estagirita que se trata, en efecto, del “bien supremo” y del
fin último de la Política como culminación de las ciencias del hombre. Sin
embargo, pone de manifiesto, la dificultad para pronunciarse en torno a un
concepto único de felicidad, por ser entendido de manera distinta por el co-
mún de la gente y por los sabios.
Lo que hace Aristóteles, conforme a su método, es abordar el asunto en
sus distintas aristas. Deja claro, empero, que no puede estar fundada la felici-
dad ni en el placer ni en la riqueza y que más que un estado se trata de una
actividad del alma que invoca la excelencia y la virtud. Es decir, que no hay
buen vivir ni vida feliz sin obrar bien. Deja pues bien claro que no depende ni
de la naturaleza ni de la fortuna sino de la actuación de cada hombre.

El principio del placer


Basado en su experiencia clínica, se pregunta Sigmund Freud por aquello
que rige la vida de los hombres, y él mismo admite que la respuesta es inequí-
voca: los hombres quieren ser felices y seguir siéndolo. Y ese objetivo vital es
fijado por el Principio de placer, que según su teoría psicoanalítica es uno de
los pilares del funcionamiento psíquico y busca evitar el dolor o displacer y
obtener el placer. “El designio de ser felices que nos impone el principio de
placer es irrealizable; mas no por ello se debe —ni se puede— abandonar los
esfuerzos por acercarse de cualquier modo a su realización” 11.
También distingue en esta búsqueda del placer dos tipos de fines: uno
negativo y otro positivo. Que parecen coincidir, aunque no haga ninguna men-
10 El principio de crueldad. Traducción de Rafael del Hierro Oliva. Valencia, Edit. Pretextos,
1994
11 El malestar en la cultura. Obras Completas, volumen III. Madrid, Editorial Biblioteca
Nueva, 1968. pp. 10 a 16.

90
América del Sur

ción al respecto, con las dos corrientes principales que agrupan a estos filóso-
fos que en la Antigüedad pusieron la lupa en el placer: por una parte la llamada
escuela Eudemonista, con los Epicureístas y los Estoicos, y por otra, los He-
donistas. Porque si bien es cierto que ambas persiguen como objetivo vital la
felicidad, los primeros lo llevan a cabo por la vía negativa y los segundos por la
vía positiva.
Una extendida y muy popular interpretación del Epicureísmo, resultado
de la tergiversación y del malentendido, cuando no del más craso desconoci-
miento de sus textos, lo asocia con la búsqueda a ultranza de los placeres, con
la vida ociosa y depravada, los excesos, el desenfreno y el libertinaje.
Cicerón fue uno de los primeros en condenar la doctrina epicúrea por
considerarla —se lee en Los Oficios 12— contraria a la templanza y a la
virtud en general. También se ha dicho que estas apreciaciones negativas
tenían objetivos políticos y buscaban impedir el acceso al Senado romano de
los representantes de dicha escuela.
Es así como el diccionario de la Real Academia de la Lengua define el
vocablo Epicúreo como aquél que sigue a Epicuro, pero también con esta otra
acepción que legitima su uso peyorativo habitual: “Entregado a los placeres”.
¡Hay que ver cuán indigno y censurable resulta, según los códigos de la moral
imperante, devaluadora del goce, que alguien viva entregado a los placeres!
El efecto de estas lecturas extraviadas, sumado al hecho de ser una filo-
sofía pagana e inmanente, ha contribuido a la mala reputación de que goza el
pensamiento de Epicuro y sus seguidores y al manto de censura que sobre
ellos ha caído por parte de la Iglesia y de ciertas mentalidades que la han
convertido en una filosofía proscrita.
Lo cierto es que, retirados del bullicio en su famoso jardín ateniense,
Epicuro y sus amigos —porque se trataba de una hermandad filosófica—,
buscaban ciertamente la felicidad, concepto que ellos simplifican, desmitifican
y llenan de contenido, y también el placer, pero no mediante la suma de exci-
taciones y estímulos, sino todo lo contrario, por la vía de una cierta ascesis de
los deseos. Lo suyo era un placer con medida, sereno, basado en el equilibrio,
la frugalidad, la vida sencilla y la “mansedumbre de las pasiones”.

De la ataraxia a la apatía
Coincide Epicuro con Aristóteles en plantear que el hombre prudente
persigue lo no doloroso, pero no lo placentero. Y el placer, como lo entiende
Epicuro, se expresa en cosas tan simples como satisfacer el hambre con un

12 Cicerón y Séneca. Tratados Morales. Los Clásicos. México, W.M. Jackson INC, 1973.
p. 299.

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

pedazo de pan o la sed con un vaso de agua, el placer de quien tiene frío y
consigue abrigo, de quien elimina un dolor. No se trata de un placer por suma
sino más bien por sustracción, que en código filosófico se conoce como ata-
raxia, sinónimo de tranquilidad, serenidad, ausencia de perturbación. Que lo
puntualice el mismo Epicuro:
Así pues, cuando afirmamos que el gozo es el fin primordial, no nos refe-
rimos al gozo de los viciosos y al que se basa en el placer, como creen algunos
que desconocen o que no comparten nuestros mismos puntos de vista o que
nos interpretan mal, sino al no sufrir en el cuerpo ni estar perturbados en el
alma13.
¡Cómo no enamorarse de la sencilla sapiencia de este hombre!. Acercar-
se a sus textos es entender por qué su doctrina aporta modelos de reflexión
filosófica a pensadores posteriores (Spinoza, Voltaire, Marx, Schopenhauer),
así como ideales de vida que no han perdido un ápice de vigencia. Cómo no
dejarse seducir por un filósofo que sabe prodigar consuelo ante lo que el
hombre común considera la peor de las calamidades, con su observación de
que no hay que temer a la muerte porque cuando nosotros somos ella no está
y cuando ella llega ya no estamos nosotros. Tan parca como la vida de Epicu-
ro es lo que ha sobrevivido de su obra: tres cartas y un manojo de máximas y
fragmentos que no suman las cien páginas en ediciones modernas. Pero opu-
lenta, no obstante, en sabiduría.
Los Estoicos, cuyo nombre viene de stoa, pórtico, el lugar de Atenas en
donde se reunían sus adeptos, parten de los mismos principios de búsqueda de
la felicidad mediante el buen vivir, pero lo que en los Epicureístas era ata-
raxia, en los Estoicos se convierte en apatheia. El hombre feliz, a decir de
Séneca, es aquél que, “gracias a la razón, nada teme ni desea nada14. Así
como el placer más genuino consiste en menospreciar el placer, logrando el
total dominio de sí mismo.
Sus métodos son también más radicales en la medida en que invitan a
renunciar a las pasiones y los instintos y a enterrar los deseos (lo que Freud
llamaría veinte siglos más tarde el mecanismo de la represión, sólo que en
aquéllos es un mecanismo consciente y sus motivaciones son otras) que gene-
ran ataduras y nos hacen menos libres.
Se trata de una ética del autocontrol, la moderación y la austeridad. Cul-
tivar la virtud y dominar lo irracional, un ideal de ascetismo laico e inmanente,
distinto del ascetismo de acento religioso cuyo norte es la trascendencia, aun-
que en uno y otro se dé la primacía de Thanatos sobre Eros y esa suerte de

13 “Epístola a Meneceo”. Op. Cit. pp. 90 -91.


14 “De la vida bienaventurada”. Op. Cit. p. 280.

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América del Sur

regocijo del morir en vida. Para esta escuela, fundada por Zenón de Citium, la
sabiduría y la felicidad radican en aceptar con ecuanimidad, con resignación,
“con estoicismo”, como decimos hoy, en referencia a ellos, el destino que nos
tocó y nuestro lugar en el mundo.

En clave de gozo
En la trinchera opuesta, los Hedonistas son defensores y practicantes del
placer (hedoné) activo y en pleno desarrollo, del placer a ultranza y su cele-
bración, el placer per se y porque sí, el placer de los sentidos y la voluptuosi-
dad. Militantes del carpe diem, invitan a no pensar ni en el pasado ni en el
futuro que puedan enturbiar la felicidad del instante.
Su ejercicio libertario y no institucional de la filosofía se realizaba a la
manera de un teatro de calle en plazas y lugares abiertos. No había, sin em-
bargo, en su gesto, el afán transgresor y provocador de sus contemporáneos,
los Cínicos, que rechazaban cualquier convención, sino más bien, como obser-
va Michel Onfray, una manera de practicar la filosofía, al igual que Epicuro,
con un propósito terapéutico, según el cual el filósofo cirenaico se presenta
como un médico destinado a sanar al hombre común.
El nombre deriva del gentilicio de quien fuera la figura mayor del grupo,
Aristipo, nacido en Cirene, y son ellos los que mejor ilustran esta filosofía de
sello hedonista, mundano y materialista. Aunque hubiese sido discípulo de
Sócrates, Aristipo se sitúa en las antípodas del pensamiento de su maestro.
Sibarita y de noble cuna, adoraba Aristipo el lujo, las riquezas, la comida y el
vino, las cortesanas. La vida feliz sin cortapisas:
Aristipo recupera el cuerpo en su dignidad integral: el cuerpo que come,
que bebe, se perfuma, se viste y piensa, se consiente y reflexiona, un cuerpo
que más allá de toda jerarquía, entre buenos y malos placeres, disfruta tanto
una mesa excelente con botellas de primera como de una conversación filosó-
fica en el ágora, seguida por la escritura de una obra15.
En varias lenguas y culturas, la sabiduría de calle, que, desde los tiempos
de Sócrates y Aristipo algo entiende de estas cosas, dice de aquella persona
que sabe llevar la vida, disfrutando de lo que le ofrece y enfrentando con
entereza la adversidad, que “toma las cosas con filosofía”, o sea, con sabidu-
ría. En el hablar coloquial venezolano, tiene un equivalente elocuente: “No se
dé mala vida”.
El ya citado filósofo de nuestros días, Michel Onfray, rescata la quin-
taesencia de los Epicureístas, los Estoicos y los Hedonistas. Su proyecto de
una filosofía inmanente, práctica y cotidiana pasa por una concepción libera-
15 L’invention du plaisir. Fragments cyrénaiques. Paris, Le libre de poche. p. 39

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

dora y popular de esta disciplina, entendida también como herramienta para la


construcción de sí mismo, para “transfigurar la vida”, la vida con los otros,
vida de nosotros, y sin tener que recurrir a ficciones ni mitos salvadores: en
nuestro peregrinar por el mundo, queda entendido.

De ser más a tener más


¿En qué momento dejó de ser la Felicidad asunto de la Filosofía para
pasar a ser dominio de la Economía? Desde su aparición como sistema, el
Capitalismo se apropió de ella y la convirtió en una noción inseparable del
dinero. Ser feliz es tener más, y el buen vivir, basado en el vivir honesta y
justamente, que predicaba la sabiduría antigua, invirtió no sólo los términos
sino el sentido para dar paso al vivir bien, que va a la par con el confort, pero
muy especialmente, con la capacidad para consumir mercancías, servicios y
diversiones: “Almas sensibles, decidme, ¿qué felicidad es esa que se compra
con dinero?”, se preguntaba Rousseau16 hace tres siglos. Ese confort no
pocas veces es sinónimo del repelente éxito, uno de cuyos signos pasa nece-
sariamente por la prosperidad económica.
La reflexión ética de los pensadores utilitaristas ingleses del siglo XVIII
hablaba de “buscar la mayor felicidad para el mayor número de personas”,
una consigna que hizo suya el ideario de la Revolución Francesa y que, al
menos de palabra, también han incorporado a su discurso quienes gobiernan
el mundo desde entonces. Y mientras en el Antiguo Testamento Dios ofrece a
su pueblo la tierra prometida, una variación caribeña contemporánea, de acento
no menos mesiánico, se propone conducir a su pueblo hacia “el mar de la
felicidad”, en alusión al mar Caribe que une las costas y los intereses compar-
tidos de Venezuela y de Cuba.
Ya se trate del Liberalismo utópico, del Comunismo dogmático o del So-
cialismo de nuevo cuño, se ofrece el paraíso para todos. Promesa de felicidad
universal que pretende dar valor agregado a lo que no es más que el deber de
quienes rigen los destinos públicos: atender a los derechos y necesidades bá-
sicas de la población en materia de alimentación, vivienda, trabajo, salud, edu-
cación, cuya suma corresponde más bien al concepto de bienestar.
En el Tercer Milenio ese bienestar sigue siendo una utopía en países
incluso inmensamente ricos: el caso de Venezuela, en donde el llamado Socia-
lismo del siglo XXI tampoco ha procurado a los pobres esa oportunidad sobre
la tierra que anhelaba el Premio Nobel de Macondo. El mar de la felicidad

16 Cartas a Sofía. Correspondencia filosófica y sentimental. Madrid, Alianza Editorial,


1999. p. 96.

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América del Sur

sigue siendo una utópica metáfora y por el contrario sólo tienen la diaria rea-
lidad del “valle de lágrimas”, entre la violencia y la privación.
Es posible que para quienes nunca han accedido a las condiciones míni-
mas del vivir humano, llegar a tenerlas pueda representar la felicidad. No así
para aquéllos que nacieron con estas necesidades resueltas o en el camino las
resolvieron, por lo que han de tener puesta la mira en topes más altos en
cuanto a disfrutes y goces. Que bienestar y felicidad son conceptos distintos
lo demuestra de manera tajante Pascal Bruckner cuando observa que, mien-
tras son perfectamente legítimas las políticas de bienestar, sería tildado de
loco quien hablara de políticas para la felicidad.

Luces y sombras
Vivir felices en este mundo es nuestro único deber, pregonaba Voltaire,
como portavoz ilustrado de un siglo mundano y libertino, al cual pertenece
también el Marqués de Sade. También Rousseau, pero desde valores distintos
al placer y las pasiones, decía que “el objeto de la vida humana es la felici-
dad”. No obstante, deja asomar su carácter quimérico, cuando se pregunta, a
continuación, si a pesar de que todos la predican y la desean, alguien sabe
cómo conseguirla. Y su inevitable paradoja, por cuanto, advierte, el acceso a
los ansiados bienes, sólo prepara a los hombres para privaciones y penas
nuevas. De allí que, “a falta de saber cómo hay que vivir, todos morimos sin
haber vivido”, escribe en la segunda de sus Cartas Morales 17.
A contracorriente de los demás Enciclopedistas, se negó Rousseau a
aceptar la equivalencia entre progreso y felicidad. Ni el saber, ni el desarrollo
de las ciencias y las artes nos han hecho más felices. Tanto en el Discurso
sobre la desigualdad, como en el Discurso sobre las ciencias y las artes,
y en El Contrato Social, concibe como única forma de vida feliz la unión con
la naturaleza, en una armonía que el hombre lamentablemente rompió en su
afán de dominio y conocimiento.
Y al hacer un cotejo entre la forma de vida a su alrededor y la que lleva-
ban sus antepasados, lejos de advertir superación o crecimiento ve decaden-
cia: “Es cierto, tenéis la comodidad, pero ellos tenían la felicidad; vosotros sois
razonadores, ellos eran razonables. Vosotros sois educados, ellos eran huma-
nos; todos vuestros placeres están fuera de vosotros mismos, los suyos esta-
ban en sí mismos” 18.
Cierto es también que todos, sin excepción, filósofos y hombres del co-
mún, pobres y ricos, creyentes y ateos, hombres y mujeres, no sólo preferi-

17 Ibid. p. 92
18 Ibid. p. 96

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

mos, sino que deseamos y aspiramos a ser felices o al menos a evitar el


padecimiento a que nos aboca nuestra condición contingente y perecedera.
Lo observaba Freud:
El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que,
condenado a la decadencia y a la aniquilación, ni siquiera puede prescindir de
los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo exte-
rior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipresen-
tes e implacables; por fin, de las relaciones con otros seres humanos 19.
Que el goce y la felicidad no son más que ilusiones, mientras que el
sufrimiento y el dolor son lo real y seguro, opinaba Schopenhauer. Claro, se
podría objetar que la observación viene del taciturno filósofo para quien la
vida humana es desdicha y padecimiento. No obstante, hay que anotar que,
además de hacer del binomio dolor/sufrimiento objeto de su reflexión, también
indagó en el enigma de la felicidad, a la cual consagró sus Cincuenta Reglas.

La construcción de lo humano
Muchas son las fuerzas que conspiran contra la felicidad y nos arrastran
al sufrimiento. No puedo evitar hacer referencia al mural alegórico que como
homenaje a Beethoven realizara Gustav Klimt en la casa de la Secesión en
Viena. Allí son representadas esas fuerzas por el monstruo Tifón y por un
conjunto de tres mujeres, que, como temibles Gorgonas, ocupan uno de los
lugares centrales del conjunto y encarnan la enfermedad, la locura y la muer-
te, enemigas naturales de la plenitud humana.
El sufrimiento es un elemento consubstancial de la condición humana.
Así lo expresan los versos del Corifeo como cierre de la tragedia de Edipo
Rey: “De tal forma que siendo mortal/ hasta no ver el día postrero/ a nadie hay
que tener por dichoso/ antes que la meta de la vida traspase/ sin haber sufrido
dolor alguno 20. Además del que se deriva de nuestra condición de seres bio-
lógicos y al ocasionado por la naturaleza, se suman aquellas desgracias aún
más crueles y de mayor alcance, derivadas de la relación del hombre con sus
congéneres, de la violencia y de la desigualdad en la distribución de la riqueza
del mundo.
No cabe duda de que estas desgracias aportan las cuotas más elevadas
de dolor e infelicidad. Por eso los crímenes contra la humanidad configuran el
más atroz catálogo del horror: esclavitud, intolerancia, terrorismo, racismo,
explotación, xenofobia, exterminio masivo. En el origen de estas formas de

19 Op. Cit. p. 11
20 Sófocles. Edipo Rey. Madrid, Alianza Editorial, 2009. p. 301

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América del Sur

inhumanidad que han conocido extremos de sofisticación inimaginables se


halla el no reconocimiento del otro como semejante.
Va aún más lejos el filósofo contemporáneo francés Nicolás Grimaldi
cuando advierte que la humanidad no es algo innato ni inherente a la persona,
sino que, a diferencia de otras especies, en el hombre la humanidad es una
tarea que hay que elegir, abrazar y construir; lo humano no es algo con lo que
se nace, sino que se hace. Porque si hay algo que ha acompañado siempre a
lo humano es lo inhumano. Basta mirar a nuestro alrededor para constatar
que “la vida de cada uno es prácticamente indiferente al resto” y “no hay
nada tan banalmente humano como lo inhumano” 21.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Theodor Adorno y Max Hor-
kheimer se preguntaban por qué la civilización, provista de los instrumentos
del progreso y de la técnica no había logrado combatir el hambre, la opresión
y la guerra, ni detener la destrucción de la naturaleza, y por qué, en lugar de
acceder a formas de vida verdaderamente humanas, es decir, regidas por la
razón, caía en nuevas forma de barbarie que tuvieron su epítome en Aus-
chwitz. Es lo que ellos llamaron con lúcido pesimismo la autodestrucción o
dialéctica de la Razón.

Aquí y ahora
En un panorama tan sombrío, ellos, los filósofos de Frankfurt no renun-
ciaron a pensar la utopía, que pasa por la construcción de esa humanidad que
nos ha sido tan esquiva. Y en cuanto a nosotros, tampoco abdicamos en la
búsqueda de nuestra dosis personal de gracia terrenal, por frágil y efímera
que sea, mediante la búsqueda de felicidad y el ahorro de dolor y sufrimiento,
por caminos distintos y en función de los anhelos de cada uno: cultivar su
propio jardín, lo dijo ya Cándido.
Esa búsqueda nos mueve y nos determina, y “es lo que hace, según la
cruda sentencia de Blaise Pascal, que unos vayan a la guerra y otros no”.
Porque “la voluntad no hace nada que no se dirija hacia ese objetivo que es el
motivo de todas las acciones de todos los hombres, incluso de aquéllos que se
ahorcan 22. ¡Porque no eran felices, lógicamente!, y perdieron toda esperanza
de llegar a serlo.
Hay que añadir, sin embargo, que desde la perspectiva teológica de este
filósofo cristiano no es posible hallar la felicidad en este mundo terrenal y de
tránsito. Fórmula esperanzadora sólo para hombres de fe, como él. Que no es
precisamente el caso del suicida, que por no esperar nada, desespera.

21 L‘inhumain. Paris, Presses Universitaires de France, 2011. p. 22


22 Les Pensées. www.ub.uni-freiburg.de/fileadmin/ub/referate/04pascal/pensées.pdf

97
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

BRASIL

Clarice Lispector (1920-1977)

Es considerada una de las escritoras más importantes del siglo XX


iberoamericano. Nace en Tchetchelnik, Ucrania, el 10 de diciembre
de 1920 y fallece en Rio de Janeiro, el 9 de diciembre de 1977. Desde
pequeña se traslada junto con su familia a Brasil, donde tendrá lugar
su formación profesional y literaria. Tuvo dos hijos, quienes ahora
detentan los derechos de su obra. Esta conforma una particular es-
critura que rebasa las delimitaciones clásicas de la literatura, donde
la narrativa, la auto ficción y la ensayística dejan marcas textuales
evidentes. Su título más emblemático es A Paixão segundo G.H.
(1963). De sus varios títulos hemos escogido un fragmento de su
obra Um Sopro de Vida(1978) en donde el discurso expositivo infor-
mativo se reviste de la narración propia de los hechos que parten de
la experiencia personal trasvasada en literatura.

Un soplo de vida (Pulsaciones) “Quiero escribir un movimiento


puro”. 1
Esto no es una lamentación, es el grito de un ave de rapiña. Irisada e
inquieta. Un beso en la cara muerta. Escribo como si fuese a salvar la vida de
alguien. Probablemente mi propia vida. Vivir es una especie de locura que la
muerte comete. Porque en ellos vivimos, vivan los muertos. De repente las
cosas no tienen por qué tener sentido. Me satisfago en ser. ¿Tú eres? Estoy
seguro de que sí. El sinsentido de las cosas me provoca una sonrisa de com-
placencia. Todo, sin duda, debe de estar siendo lo que es. Hoy es un día de
nada. Hoy es hora cero. ¿Existe por casualidad un número que no sea nada?
¿Qué es menos que cero? ¿Qué comienza en lo que nunca ha comenzado
porque siempre era?, y ¿era antes de siempre? Me adhiero a esta ausencia
vital y rejuvenezco por entero, al mismo tiempo contenido y total. Redondo sin
principio ni fin, soy el punto antes del cero y del punto final. Camino sin parar
del cero al infinito. Pero al mismo tiempo todo es tan fugaz. Siempre fui e
inmediatamente dejaba de ser. El día transcurre a su aire y hay abismos de
silencio en mí. La sombra de mi alma es el cuerpo. El cuerpo es la sombra de
mi alma. Este libro es la sombra de mí. Pido la venia para pasar. Me siento

1 Versión Editorial Nova Fronteira. 1978. 3era edición.

98
América del Sur

culpable cuando no os obedezco. Soy feliz a deshora. Infeliz cuando todos


bailan. Me dijeron que los lisiados se regocijan y también me dijeron que los
ciegos se alegran. Y es que los infelices se resarcen. Nunca la vida ha sido tan
actual como hoy: por un tris no es el futuro. El tiempo para mí significa disgre-
gación de la materia. La putrefacción de lo orgánico, como si el tiempo fuese
un gusano dentro de un fruto y le robase al fruto toda su pulpa. El tiempo no
existe. Lo que llamamos tiempo es el movimiento de evolución de las cosas,
pero el tiempo en sí no existe. O existe inmutable y en él nos trasladamos. El
tiempo pasa demasiado deprisa y la vida es tan corta. Entonces —para no ser
presa de la voracidad de las horas y de las novedades, que hacen pasar el
tiempo deprisa— cultivo una especie de tedio. Saboreo así cada detestable
minuto. Y cultivo también el vacío silencio de la eternidad de la especie. Quie-
ro vivir muchos minutos en un solo minuto. Quiero multiplicarme para poder
abarcar incluso esas áreas desérticas que dan idea de inmovilidad eterna. En
la eternidad no existe el tiempo. Noche y día son contrarios porque son el
tiempo y el tiempo no se divide. De ahora en adelante el tiempo será siempre
actual. Hoy es hoy. Me sorprendo y al mismo tiempo desconfío de tanto que
me es dado. Y mañana tendré de nuevo un hoy. Hay algo doloroso y tajante en
vivir el hoy. El paroxismo de la nota más fina y alta de un violín insistente.
Pero está el hábito y el hábito anestesia. El aguijón de la abeja del día flore-
ciente de hoy. Gracias a Dios, tengo qué comer. El pan nuestro de cada día.
Querría escribir un libro. Pero ¿dónde están las palabras? Se agotaron los
significados. Nos comunicamos como sordomudos con las manos. Querría
que me diesen permiso para escribir a un son arpado y agreste la escoria de la
palabra. Y prescindir de ser discursivo. Así: polución. ¿Escribo o no escribo?
Saber desistir. Retirarse o no retirarse: esta es muchas veces la cuestión para
un jugador. A nadie le enseñan el arte de retirarse. Y no hay nada de raro en
la situación angustiosa en la que debo decidir si tiene algún sentido continuar
jugando. ¿Seré capaz de retirarme dignamente? ¿O soy de los que se obstinan
en seguir aguardando a que algo ocurra? ¿Algo como, por ejemplo, el propio
fin del mundo? ¿Mi muerte súbita acaso, hipótesis que volvería superfluo mi
desistimiento? No quiero competir en una carrera conmigo mismo. Un hecho.
¿Cómo se vuelve al hecho? ¿Debo interesarme por el acontecimiento? ¿Po-
dré descender hasta el punto de llenar las páginas con informaciones sobre los
“hechos”? ¿Debo imaginar una historia o doy rienda suelta a la inspiración
caótica? Tanta falsa inspiración. ¿Y si viene la verdadera y no llego a tomar
conciencia de ella? ¿Será demasiado horrible querer adentrarse en uno mis-
mo hasta el límpido yo? Sí, y cuando el yo comienza a no existir, a no reivindi-
car nada, comienza a formar parte del árbol de la vida: eso es lo que lucho por
alcanzar. Olvidarse de sí mismo y no obstante vivir intensamente. Tengo mie-

99
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

do de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de


hurgar en lo que está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está
oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir
tengo que instalarme en el vacío. Es en este vacío donde existo intuitivamen-
te. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de él extraigo sangre. Soy un
escritor que tiene miedo de la celada de las palabras: las palabras que digo
esconden otras: ¿cuáles? Tal vez las diga. Escribir es una piedra lanzada a lo
hondo del pozo. Meditación leve y suave sobre la nada. Escribo casi totalmen-
te liberado de mi cuerpo. Como si este levitase. Mi espíritu está vacío por
tanta felicidad. Tengo ahora una libertad íntima solo comparable a un cabalgar
sin destino a campo traviesa. Estoy libre de destino. ¿Será mi destino alcanzar
la libertad? No hay una arruga en mi espíritu, que se explaya en espuma
fugaz. Ya no me siento acosado. Estado de gracia. Estoy oyendo música.
Debussy usa la espuma del mar que muere en la arena, refluyendo y fluyen-
do. Bach es matemático. Mozart es lo divino impersonal. Chopin cuenta su
vida más íntima. Schönberg, a través de su yo, llega al clásico yo de todo el
mundo. Beethoven es la emulsión humana en tempestad que busca lo divino y
solo lo alcanza en la muerte. Yo, que no pido música, solo llego al umbral de la
palabra nueva. Sin valor para exponerla. Mi vocabulario es triste y a veces
wagneriano-polifó- nico-paranoico. Escribo de manera muy sencilla y desnu-
da. Por eso hiere. Soy un paisaje agrisado y azul. Me elevo en la fuente seca
y en la luz fría. Quiero un escribir desaliñado y estructural como el resultado
de escuadras, de compases, de agudos ángulos de un estrecho triángulo enig-
mático. ¿“Escribir” existe por sí mismo? No. Es solo el reflejo de una cosa
que pregunta. Yo trabajo con lo inesperado. Escribo como escribo, sin saber
cómo ni por qué: escribo por fatalidad de voz. Mi timbre soy yo. Escribir es un
interrogante. Es así: ? ¿Me estaré traicionando? ¿Estaré desviando el curso
de un río? Tengo que confiar en ese río abundante. ¿O habré puesto un azud
en el curso de un río? Intento abrir las compuertas, quiero ver brotar el agua
con ímpetu. Quiero que haya un clí- max en cada frase de este libro. Pacien-
cia, que los frutos serán sorprendentes. Este es un libro silencioso. Y habla,
habla en voz baja. Este es un libro flamante: recién salido de la nada. Se toca
al piano, delicada y firmemente al piano, y todas las notas son límpidas y
perfectas, unas separadas de las otras. Este libro es una paloma mensajera.
Escribo para nada y para nadie. Si alguien me lee será por su propia cuenta y
riesgo. No hago literatura: solo vivo al paso del tiempo. El resultado fatal de
que yo viva es el acto de escribir. Hace tantos años que me perdí de vista que
vacilo en intentar encontrarme. Me da miedo comenzar. Existir me da a veces
taquicardia. Me da tanto miedo ser yo. Soy tan peligroso. Me pusieron un

100
América del Sur

nombre y me apartaron de mí. Siento que no estoy escribiendo todavía. Pre-


siento y quiero un hablar más fantasioso, más exacto, con mayor arrobamien-
to, que haga volutas en el aire. Cada nuevo libro es un viaje. Pero un viaje con
los ojos vendados por mares jamás vistos: con la venda en los ojos, el terror de
la oscuridad es total. Cuando siento una inspiración, muero de miedo porque
sé que de nuevo viajaré solo por un mundo que me rechaza. Pero mis perso-
najes no tienen la culpa de que así sea y entonces los trato lo mejor posible.
Ellos vienen de ningún lugar. Son la inspiración. Inspiración no es locura. Es
Dios. Mi problema es el miedo a volverme loco. Tengo que controlarme.
Existen leyes que rigen la comunicación. Una condición es la impersonalidad.
Separarse e ignorar son el pecado en un sentido general. Y la locura es la
tentación de poderlo todo. Mis limitaciones son la materia prima que ha de
trabajarse mientras no se alcance el objetivo. Yo vivo en carne viva, por eso
me interesa tanto darle cuerpo a mis personajes. Pero no aguanto y los hago
llorar sin venir a qué. ¿Raíces que no están plantadas y se mueven por sí solas
o la raíz de un diente? Pues también yo suelto mis amarras: mato lo que me
molesta y, como lo bueno y lo malo me molestan, voy definitivamente al en-
cuentro de un mundo que está dentro de mí, yo que escribo para librarme de la
difícil carga de ser una persona. En cada palabra late un corazón. Escribir es
esa búsqueda de la veracidad íntima de la vida. Vida que me molesta y deja a
mi propio corazón trémulo sufriendo el dolor incalculable que parece necesa-
rio para mi maduración: ¿maduración? ¡Hasta ahora he vivido sin madurar!
Sí. Pero parece que ha llegado el momento de aceptar de lleno la vida miste-
riosa de los que un día morirán. Tengo que comenzar por aceptarme y no
sentir el horror punitivo del cada vez que caigo, pues cuando caigo la raza
humana cae también conmigo. ¿Aceptarme plenamente? Es una violencia
contra mi vida. Cada cambio, cada proyecto nuevo causa asombro: mi cora-
zón está asombrado. Por eso toda palabra mía tiene un corazón donde circula
sangre. Todo lo que aquí escribo está forjado en mi silencio y en la penumbra.
Veo poco, casi nada oigo. Me sumerjo por fin en mí hasta la matriz del espíritu
que me habita. Mi fuente es oscura. Estoy escribiendo porque no sé qué
hacer de mí. Es decir: no sé qué hacer con mi espíritu. El cuerpo informa
mucho. Pero yo desconozco las leyes del espíritu: él divaga. A mi pensamien-
to, con la enunciación de las palabras que brotan mentalmente, sin yo hablar o
escribir después, a ese mi pensamiento de palabras lo precede una visión
instantánea, sin palabras, del pensamiento, palabra que vendrá casi inmediata-
mente, con una diferencia espacial de menos de un milímetro. Antes de pen-
sar, pues, ya he pensado. Supongo que el compositor de una sinfonía tiene
solamente el “pensamiento antes del pensamiento” y ¿es algo más que una

101
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

atmósfera lo que se ve en esa rauda idea muda? No. En realidad es una


atmósfera que, coloreada ya por el símbolo, me hace sentir el aire de la at-
mósfera de donde todo viene. Se premedita en blanco y negro. El pensamien-
to con palabras tiene otros colores. La premeditación es antes del instante. La
premeditación es el pasado inmediato del instante. Meditar es concreción,
materialización de lo que se premeditó. En realidad premeditar es lo que nos
guía, pues está íntimamente ligado a mi inconsciencia muda. Premeditar no es
racional. Es casi virgen. A veces la sensación de premeditar es agónica: es la
tortuosa creación que se debate en las tinieblas y que solo se libera después
de meditar con palabras. Me obligáis al esfuerzo tremendo de escribir; así que
permiso, amigo, déjame pasar. Soy serio y honesto y si no digo la verdad es
porque está prohibida. No aplico lo prohibido: lo libero. Las cosas obedecen al
soplo vital. Se nace para gozar. Y gozar ya es nacer. Siendo fetos, gozamos de
la placidez total del vientre materno. En cuanto a mí, no sé nada. Lo que tengo
me entra por la piel y me hace actuar sensualmente. Quiero la verdad que
solo me es dada a través de su opuesto, de la no verdad. Y no aguanto lo
cotidiano. Debe de ser por ello por lo que escribo. Mi vida es un único día. Y
es así como el pasado me es presente y futuro. Todo en un solo vértigo. Y la
dulzura es tanta que hace insoportables cosquillas en el alma. Vivir es mágico
y enteramente inexplicable. Yo comprendo mejor la muerte. Ser cotidiano es
un vicio. ¿Yo qué soy? Soy un pensamiento. ¿Tengo en mí el soplo? ¿Tengo?
¿Quién es ese que tiene? ¿Quién habla por mí? ¿Tengo un cuerpo y un espí-
ritu? ¿Yo soy un yo? “Exactamente, tú eres un yo”, me responde el mundo
terriblemente. Y me horrorizo. Dios no debe ser pensado jamás; si no, Él huye
o yo huyo. Dios debe ser ignorado y sentido. Entonces Él actúa. Me pregunto:
¿por qué Dios demanda tanto que Lo amemos? Respuesta posible: porque así
nos amamos a nosotros mismos y, amándonos, nos perdonamos. Y qué falta
nos hace el perdón. Porque la propia vida ya viene confundida con el error. El
resultado de todo eso es que tendré que crear un personaje, más o menos
como lo hacen los novelistas, para conocer a través de su creación. Porque
solo no lo consigo: la soledad, la misma que existe en cada uno, me hace
inventar. ¿Habrá otro modo de salvarse además de crear las propias realida-
des? Tengo fuerzas para ello como todo el mundo: ¿es o no es verdad que
acabamos creando una realidad frágil y loca que es la civilización? Civiliza-
ción solo guiada por el sueño. Cada invención mía me suena como una plega-
ria profana: tal es la intensidad en el sentir. Escribo para aprender. Me he
elegido a mí y a mi personaje, Ángela Pralini, para que yo pueda entender tal
vez, a través de nosotros, esa falta de definición de la vida. La vida no se
adjetiva. Es una mezcla en un crisol extraño pero que me hace, en última

102
América del Sur

instancia, respirar. Y a veces jadear. Y a veces apenas poder respirar. Sí. Pero
a veces también está el sorbo profundo de aire que alcanza hasta el fino frío
del espíritu, sujeto al cuerpo por ahora. Querría iniciar una experiencia y no
solo ser víctima de una experiencia que sucede sin que yo la autorice. De ahí
mi invención de un personaje. También quiero despejar, además del enigma
del personaje, el enigma de las cosas. Este, se me ocurre, será un libro hecho
aparentemente de restos de libros. Pero en realidad se trata de retratar rápi-
dos vislumbres míos y rápidos vislumbres de Ángela, mi personaje. Podría
coger cada vislumbre y disertar durante varias páginas sobre él. Pero ocurre
que es en el vislumbre donde está a veces la esencia de la cosa. Por cada nota
de mi diario y del diario que hice escribir a Ángela, me llevo un pequeño susto.
Cada nota está escrita en presente. El instante ya está hecho de fragmentos.
No quiero dar un falso futuro a cada vislumbre de un instante. Todo sucede
exactamente en el momento en el que es escrito o leído. Este tramo fue en
realidad escrito en relación con su forma básica después de haber releído el
libro porque, en su transcurso, yo no tenía muy clara la noción del camino a
seguir. No obstante, sin dar mayores razones lógicas, me aferraba exacta-
mente a mantener el aspecto fragmentario tanto en Ángela como en mí. Mi
vida está hecha de fragmentos y así ocurre con Ángela. Mi propia vida tiene
enredo verdadero. Sería la historia de la corteza de un árbol y no del árbol. Un
cúmulo de hechos que solo explicaría la sensación. Veo que, sin querer, lo que
escribo y Ángela escribe son tramos, por así decir, sueltos, aunque dentro de
un contexto de... Así me surge el libro esta vez. Y, como respeto lo que viene
de mí hacia mí, así también lo escribo. Lo que aquí está escrito, mío o de
Ángela, son restos de una demolición del alma, son cortes laterales de una
realidad que se me escapa continuamente. Esos fragmentos de libro quieren
decir que yo trabajo entre ruinas. Sé que este libro no es fácil, aunque sí lo es
para quienes creen en el misterio. Al escribirlo no me conozco, me olvido de
mí. Yo, que aparezco en este libro, no soy yo. No es autobiográfico, vosotros
no sabéis nada de mí. Nunca te he dicho y nunca te diré quién soy. Yo soy
vosotros mismos. Tomé de este libro solo lo que me interesaba: dejé de lado
mi historia y la historia de Ángela. Lo que me importa son instantáneas foto-
gráficas de las sensaciones pensadas, y no la pose inmóvil de los que esperan
que yo diga: ¡mire el pajarito! No soy un fotógrafo ambulante. Ya he leído este
libro hasta el final y añado algún comentario a este principio. Es decir que el
final, que no debe ser leído antes, se liga en círculo con el principio, serpiente
que se muerde la cola. Y, habiendo leído el libro, suprimí mucho más de la
mitad, solo dejé lo que me provoca e inspira para la vida: estrella encendida al
atardecer. No leo lo que escribo como si fuese un lector. Salvo que ese lector

103
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

también trabaje con los soliloquios de la oscuridad irracional. Si este libro


saliese a la luz alguna vez, que de él se aparten los profanos. Pues escribir es
recinto sagrado en el que no tienen entrada los infieles. Es estar haciendo a
propósito un libro muy malo para apartar a los profanos que quieren “entrete-
nerse”. Pero un pequeño grupo verá que ese entretenimiento es superficial y
entrarán dentro de lo que verdaderamente escribo, y que no es “malo” ni
“bueno”. La inspiración es como un misterioso aroma de ámbar. Llevo un
trozo de ámbar conmigo. El aroma me hacer ser hermano de las santas orgías
del rey Salomón y de la reina de Saba. Benditos sean tus amores. ¿Tendré
miedo a dar el paso de morir ahora mismo? Cuidarse para no morir. No obs-
tante, ya estoy en el futuro. Ese futuro mío que será para vosotros el pasado
de un muerto. Cuando acabéis este libro, llorad cantando por mí un aleluya.
Cuando cerréis las últimas páginas de este libro de vida malogrado, imperti-
nente y juguetón, olvidadme. Que Dios os bendiga entonces y este libro aca-
bará bien. Para que por fin yo consiga reposo. Que la paz sea entre nosotros,
entre vosotros y yo. ¿Estoy cayendo en el discurso? Que me perdonen los
fieles del templo: escribiendo me libro de mí y puedo entonces descansar.

104
América del Sur

Nélida Piñón (1937)

Nació en Río de Janeiro, Brasil, 1937. Escritora y periodista brasile-


ña, figura destacada de las letras latinoamericanas contemporáneas.
Su obra, caracterizada por el rigor, representa un diálogo inteligente
entre las diversas tradiciones que conviven en el cuerpo cultural lati-
noamericano.
Es miembro de la Academia Brasileña de Letras, y entre 1996 y 1997
fue la primera mujer en presidir dicha institución. En 1995 fue la
primera mujer y el primer autor de lengua portuguesa que recibió el
Premio Internacional de Literatura Juan Rulfo de México. También
ha sido miembro de los jurados del Premio Casa de las Américas
(Cuba, 1982), el Premio Latinoamericano de Novela (Nicaragua,
1987).
Entre sus obras están: El tiempo de las frutas, El calor de las
cosas, El presumible corazón de América, Libro de horas.

La memoria femenina en la narrativa1


Me gusta servir a la literatura con memoria y cuerpo de mujer. Custodia-
da por tiempos inmemoriales, me esfuerzo por buscar, entre tantas memorias,
precisamente la memoria femenina. Trato de saber con qué material, con qué
tejido se fabricó esa memoria que, finalmente, ha estado en todas partes y en
todas las épocas, desde la creación del mundo; esa memoria que, habiendo
participado intensamente en la invención del lenguaje, lo enriqueció con el
misterio peculiar de su emoción, de una emoción marcada por el perenne
mutismo histórico y que, muda y prácticamente afásica, acumulaba la realidad
sin tregua. Esa memoria femenina también estuvo presente en la Biblia. Se
resintió con aquel Dios hebreo que, al rechazar a la mujer como interlocutora
activa, le infligió una intensa aflicción histórica. Se trata de una tristeza cuyo
origen, contrario al que le atribuye la tesis freudiana de la nostalgia fálica que
padece la mujer, reside en el hecho de haber sido marginada tantas veces de
los sucesos bíblicos, como cuando Sara, cómplice esencial de Abraham, se ve
apartada por Dios y por su marido de la Sagrada Alianza.
Esa memoria de mujer estuvo en Troya, donde conoció al sagaz Ulises y
presintió que el regreso del héroe a Itaca y a los brazos de Penélope se con-
sumaría en medio de la adversidad y al cabo de azarosas aventuras. Esa

1 CENTRO CULTURAL DEL BID Noviembre 1999 No. 35. http://199.79.166.192/exr/


cultural/documents/encuentros/35spa.PDF

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

memoria, bajo el pretexto del amor, se albergó en la tienda de Julio César y


junto a ella el soldado romano se despojó del manto del poder y de la ambigüe-
dad, para disfrutar por algunos momentos de su mortalidad.
Esa memoria arcaica lloró junto a Casandra, cuyas profecías, condena-
das al descrédito por un Apolo enamorado y rechazado, jamás fueron acata-
das; profecías que, por su carácter trágico, aún hoy en día marcan percances
en la travesía femenina. ¿Cómo olvidar a una Casandra que, tras sucesivos
fracasos, se resigna finalmente a entrar al palacio de Micenas acompañada
por Agamenón, a quien fuera dada como botín de guerra, sabiendo que ambos
serían ejecutados por la vengativa Clitemnestra y por su amante, Egisto?
Esa memoria, cercana a los dioses y a los oráculos de una Grecia mítica,
archivó los testimonios de un mundo milenario y desordenado que, a la vera
del caos, osaba transgredir constantemente, y que observó, perpleja, la mar-
cha inexorable de aquellas heterodoxias incipientes. Se inquietó ante las puer-
tas del oráculo de Delfos. ¿Cómo aceptar la consigna “conócete a ti mismo”,
inscrita a la entrada del famoso templo, si por su condición de mujer le estaba
vedada cualquier manifestación pública de duda y de interrogación? Allí, en el
centro de irradiación de los enigmas, se enfrentaría con Pitón, a quien Apolo,
ansioso de hablar con los hombres, encomienda la revelación del futuro; es la
voz femenina que acarreará para la humanidad el peso de sus enigmas y que,
tentada a competir con el dios, quizá le alterase las palabras, engendrando
otras en lugar de las que él dictaba.
Aun en esta época oscura y fascinante, esa memoria conoció a la contra-
dictoria Artemisa y sorprendió a la ambigua diosa, educadora, bárbara y caza-
dora al mismo tiempo, en su santuario. En este recinto recóndito educaba a las
niñas que le eran entregadas y las devolvía, años después, a la urbe, al gine-
ceo, al mundo de los hombres, ya domesticadas y dispuestas a renunciar a la
rebeldía y a la insubordinación. Era una Artemisa quien, con autoridad avasa-
lladora, ordenaba que las doncellas fueran rapadas en la noche de bodas para
que, merced a este acto de sumisión civilizadora, las jóvenes parecieran feas
y despreciables ante los ojos de sus cónyuges. Estos, por su parte, ostentaban
esa noche espléndidas cabelleras como símbolo de poder y belleza.
Esa memoria femenina también holló el suelo sagrado, frecuentó tem-
plos, se apoderó del discurso con el que se reverenciaba a los innumerables
dioses y, vestida de blanco, encabezó el cortejo de los misterios de Eleusis
hasta que un día fue expulsada de las ceremonias religiosas. Humillada, reco-
rrió sucesivamente todas las latitudes y fue nómada cuando la humanidad aún
descubría la tierra. Conoció, especialmente, los espacios de la casa y, confina-
da entre las paredes de la sala, la cocina y la alcoba, recogió diariamente,

106
América del Sur

gracias a su empeño individual, las sobras de la historia que hasta ella llega-
ban.
Sometida a este largo destierro social, fue convirtiéndose en una matriz
generadora de intriga narrativa, en un depositario poderoso de la metáfora y
del discurso oral, y cuanto más se encerraba esa memoria entre los confines
de lo privado, más echaba mano de los recursos de lo simbólico. Es como si la
mujer hubiera sido concebida expresamente para tener naturaleza simbólica,
para ser alguien que, al no poder participar activamente de una vida cotidiana
vasta y compleja, se convertiría a lo largo de la historia en una especie con
identidad poética y difícil de descifrar.
En el lenguaje propio del entorno doméstico, único lugar donde se desple-
gaba su crisis existencial, se atribuía al sexo femenino un uso abusivo de
alusiones, insinuaciones, sugerencias y palabras incompletas, así como una
incapacidad para pronunciar un discurso directo y contundente. Por esta ra-
zón fue acusada de evasiva, astuciosa y siempre dispuesta a la tergiversación,
perfil que los griegos clásicos consagraron al asociar la astucia metis con una
figura femenina. De esta astucia, por su carácter político, dependía la mujer
para hacer frente al opresivo predominio masculino. No le sobraban en aque-
llos tiempos, por lo menos, los recursos del arte de memorizar, de atesorar los
conocimientos existentes. La mujer no aprendería a la manera de los aedos
homéricos, poetas de la memoria, a conservar con riqueza de detalles la na-
rrativa de Homero, ni tampoco obraría como los incas que en la distante Amé-
rica, celosos cultores de una memoria que no debía desvanecerse, crearon la
casta de los amautas con la finalidad de conservar, por medio de la memoria,
la realidad y la historia de su imperio.
Así pues, sin poder escribir y tener acceso a la cultura normativa, sólo le
quedó a la mujer inventar la realidad que le faltaba y engendrar lo que desco-
nocía o lo que a medias le llegaba. ¡Con qué placer secreto agregó a las
aventuras que a su morada llegaban y de las que fuera excluida, otras de las
que deseaba ser protagonista! Era, por cierto, un ejercicio fecundo pero frus-
trante, merced al cual fue componiendo paulatinamente la urdimbre básica de
su memoria interior. Lentamente fue acogiendo en su psique, individual y co-
lectiva, su versión de lo cotidiano y familiar, de una vida cotidiana íntima y
modesta que trascendía la de índole social reservada al estamento masculino.
Entretanto, al inclinarnos ante la génesis de esta memoria o de todas las otras,
fatalmente nos proyectamos hacia los tiempos inaugurales, hacia un período
en el que la agonía y la incertidumbre humanas engendraron dioses, leyendas
y mitos como forma de sobrellevar el tupido misterio en el que todos estaban
inmersos.

107
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

En este marco mitológico aparece Mnemosina, ilustre diosa del panteón


griego a quien se le concedió el don de la memoria, el poder de sembrar entre
los mortales la memoria predestinada a no olvidar nada. A pesar de ser diosa,
su condición de mujer vinculaba la memoria con el universo femenino y le
permitía a la mujer, privada de tantos derechos, tener la convicción de que
disfrutaba plenamente de las prerrogativas inherentes de la memoria, a des-
pecho del exilio social que sufría.
Mnemosina encarna esta era en que se fundó la imaginería humana y,
además de retener los sucesos humanos, heredó de su hermano Cronos el
sentido del tiempo. Es él quien le enseña los beneficios y los estragos del
tránsito imperceptible del tiempo por la vida de los mortales y es a quien cabe,
entre tantas funciones, consignar nacimientos, muertes y el paso de las esta-
ciones y, especialmente, marcar el avance de la edad, que se convierte así en
la antecámara donde se aguardan las señales de la muerte.
Con estas instrucciones, la diosa viaja por los intersticios del tiempo y de
la historia y nos muestra los acontecimientos que inauguraron el mundo. En-
gendra nueve hijas, llamadas musas, dotadas de la notable virtud de inspirar la
senda del arte. En medio de esta constelación de coincidencias, de una sime-
tría casi insustentable, convierte a su nieto Orfeo en el poeta de los cantos
órficos y quizá le enseña el trato poético con una dialéctica libre, dialéctica
que, trivial por nacimiento, reluce cuando adquiere brillo y vestimentas diáfa-
nas y se torna aderezo poético aplicado a los hechos humanos.
Junto con Orfeo, Mnemosina crea el oficio de traspasar la línea del hori-
zonte y fuerza el enlace de la memoria con la invención, con lo cual se acre-
dita la mentira del arte. Impulsa la epopeya de la aventura humana que dio
origen a la versión deductiva y poética de un mundo cotidiano donde cobran
relieve el caos humano, la lógica de lo imposible y la farsa del heroísmo y el
ridículo, para que, aún cautivos todos de este mundo en desorden, aspiremos a
perpetuar la veta inextinguible de la narrativa.
Empero, con la derrota de ciertos mitos y la aparición de otros símbolos,
Mnemosina se hunde en la memoria ancestral y se pierde en las tinieblas de la
historia. Arrastra consigo a la mujer y entierra su memoria en la clandestini-
dad, como si, refugiada dentro de los límites del domicilio, pudiese sencilla-
mente borrar su pasado ancestral. Esta memoria, a pesar de su aparente
pasividad, ironizó en algún lugar de su ser las sucesivas civilizaciones que
osaron dispensar a lo largo de su formación sus valiosos atributos.
Por otra parte, cabe reconocer que en la propia cultura literaria donde la
mujer ha sido relegada a la condición de personaje, de sujeto de una historia
concebida por la imaginación masculina, esta misma memoria femenina se

108
América del Sur

encuentra implantada en la médula de las obras escritas. Ello obedece a que


narradores y rapsodas siempre dependieron de la diligencia narrativa, del auxilio
y de la perseverancia descriptiva de la mujer para internarse en el alma ajena
y traducir su misterio literario. Esto ha determinado que, pese a tantos obstá-
culos, en los libros que la mujer nunca escribió también se encuentre esta
memoria que los narradores masculinos usurparon, al mismo tiempo que im-
pedían a la mujer dejar constancia poética de su existencia.
Los hombres, al ungirse intérpretes únicos de la memoria colectiva, ne-
cesitaron nutrirse de la red de intrigas, diálogos amorosos y confesiones en el
lecho de muerte que sólo podía brindarles la mujer plañidera, madre y amante.
Necesitaron, sí, apropiarse del material precioso guardado en el corazón fe-
menino, corazón cómplice de todas las alegrías universales, de todos los dolo-
res, de todas las emociones, de todo lo que configura la galería de los senti-
mientos humanos, porque sabían que estaban alojados en la mujer como adhe-
ridos a la vida y que sin ellos no se escribe una obra de arte.
Es una memoria que, incidentemente, ayudó a Homero, Dante, Shakes-
peare, Cervantes y Camões a escribir sus obras. Con ello la mujer adquiere el
derecho de reclamar, ante la comunidad civilizadora, la coautoría de sus obras
y a proclamar, en nombre del legado ofrecido a la humanidad, que ella es
también la otra cara de Homero, de Dante, de Shakespeare, de Cervantes y
de Camões.
Con todo, la memoria contemporánea rehabilita a la mujer y la obliga a
conjurar el silencio y la fatalidad histórica. Sola, ante el texto, ahora se apoya
en la propia psique engendrada por su trayectoria particular y se ve obligada a
armonizar su biografía con su geografía corporal. En mi caso, soy una narra-
dora que se proclama hija del lenguaje con que habla, piensa, escribe, calla y
describe, y de la imaginación que articula un mundo suplementario para acon-
dicionarlo a la realidad heredada.
A lo largo de los años me enfrenté al desafío, siempre renovado, de crear
un lenguaje autónomo, esencial e irrenunciable, que debía brotar de mi visión
fantasiosa, y de ajustarme a otro lenguaje, común a todos, rescatado del uni-
verso masculino, para conferirle, después de un silencio milenario, una versión
en armonía con la intimidad de mi corazón y de mi pensamiento múltiple de
mujer. Debía crear un lenguaje amplificador de una semántica privada, mi
propia representación teatral, sin por ello desechar la arqueología de la memo-
ria, aquella superficie arcaica a ella adherida.
Siempre tuve conciencia de haber heredado los trazos de civilizaciones
dispersas que trato de comprender aunque sean distantes de mi origen. Al
visitarlas, valiéndome de tantos subterfugios, siento que me abro a un tiempo

109
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

que abarca más de cinco mil años en la simple búsqueda de un placer arraiga-
do en el hecho de que existo y narro. Siempre que relato emprendo un viaje a
mi centro, sin saber en qué mapa se encuentra, quién me guía para llegar allí
con el espíritu inventivo y la imaginación intactos. Es una peregrinación solita-
ria que me tienta a liberar la memoria y la imaginación, quizá a entrelazarme
con Mnemosina.
Dueña, entonces, de un cuerpo y de una memoria, emprendo la aventura
de la creación y me autorizo a concebir, en 1982, La República de los sueños,
en especial a Eulalia, que representa una noción particular de la memoria.
Gallega de origen, nace en un país minoritario que resistió las presiones del
imperialismo español, que le imponía la derogación de la lengua gallega y la
adopción del castellano como idioma cotidiano. En aquel pequeño feudo, don-
de siempre se rindió culto a la memoria, los gallegos conservaron a lo largo de
esos siglos adversos leyendas, lengua e identidad.
Al casarse en 1923 con Madruga, inmigrante ambicioso que había llega-
do al Brasil a la edad de trece años, le acompaña a este país y, a partir de la
frase “Eulalia comenzó a morir el martes”, con la cual empieza la novela, la
acción narrativa cobra fuerza gracias a un intenso filón evocador.
Cuando Eulalia se decide a morir en aquel febrero de 1980, inaugura de
forma emblemática en el libro el ciclo de recuerdos, definiendo una agenda
narrativa que se irradia por los desvanes de la obra y por conducto de la cual
se relatará un Brasil de la imaginación. Ese cometido, compartido por los
demás personajes, determina la creación de un país singular y todos asumen,
quizá, la obligación moral de inventar un país colectivo, abarcador, difícil, poli-
facético, hecho a la imagen del delirio individual.
Esta galería de seres novelescos crea este país hipotético al servicio del
arte, de un arte que excava en sus recursos para hacer inventario de este
caudal existencial de la memoria, para que se establezca, en la novela, la
fusión entre invención y memoria. Es un acuerdo estético que somete esta
alianza a las prerrogativas inexorables del tiempo. En el transcurso de este
proceso, Eulalia, orientada desde la infancia a ponerse al servicio de esta
memoria ética, cívica, religiosa y familiar, gira sin rigor simétrico en torno a
ese epicentro evocador. En el eje de su repertorio se destaca el legado de Don
Miguel, su padre, a quien Eulalia debió dejar en esa Galicia remota.
Ese padre, miembro de la pequeña nobleza rural que reverencia la histo-
ria de la elite gallega, le inculca a su hija una noción de dignidad arraigada en
la conservación de las leyendas y los mitos de Galicia, donde lo sobrenatural,
fruto de la imaginación gallega, se manifiesta en favor de los intereses huma-

110
América del Sur

nos. A modo de ejemplo se presenta la figura simbólica de las brujas, que en


aquella tierra casi feudal se conocen como “cariñosas”.
Eulalia desembarca en América con su maleta cargada de mitos y retra-
tos familiares que habrán de acompañarla siempre y se consagra de inmedia-
to a la tarea de recordar a Dios, con quien había establecido desde la infancia
una relación apasionada inextinguible y constante. Bajo la perspectiva del
pasado, Eulalia sospecha que su Dios es ajeno a las reglas de la memoria
humana, que, fragmentada, caótica e infiel, está indistintamente al servicio del
bien y del mal. Está convencida de que para Dios la sustancia humana, mez-
cla de sueño y de amarga realidad, no es esencial. En su obra, lo divino no
obedece a las leyes de la narrativa porque mientras los hombres, en su afán
de sobrevivir, construyen historias que legitiman su existencia, Dios, despre-
ciando las normas que ordenan la narración, prevé con cierta anticipación el
futuro de los personajes. A medida que la memoria de Dios abarca el universo
con su sapiencia, aumenta el descreimiento de Eulalia en los recursos del
hombre. En una rara confidencia dice a su nieta Breta, futura escritora de la
familia, que sólo Dios sabe narrar y asume el compromiso estético de afirmar
que las narraciones de los hombres nacen bajo el estigma del fracaso.
Si acaso Dios se interesara más por las peripecias humanas y menos por
la salvación moral del hombre, ¿cómo se aventuraría éste, cuya memoria
reverbera ante la mentira y el olvido, a practicar un acto que imita a Dios? ¿O
a demostrar, a cada paso, que es incapaz de reproducir el pensamiento de
Dios en su imaginación? Y si ese mismo hombre no supiera registrar, en el
arte y en su vida, su historia personal conflictiva, inarmónica, heterogénea,
ambigua y cruel, ¿qué valor tendría la conservación de semejante embrollo?
Ese principio, de por sí devastador, se contradice a lo largo de la narración. De
ahí que, mientras Madruga entrega a su nieta Breta su legado gallego en
forma de historias, Eulalia, a las puertas de la muerte y sin recurrir a la elo-
cuencia de su marido, acostumbrado a dramatizar lo cotidiano, reparte sus
escasos bienes entre Odete, la empleada, y los hijos.
Regala a Odete la pulsera que recibió de Madruga en Vigo, en su noche
de bodas, como símbolo de la relación profunda y conmovedora que ha exis-
tido entre las dos mujeres a lo largo de cuarenta años. Ese adorno que la
acompañó desde Galicia debía anclar en el corazón secreto de Odete, con
quien viviera una extraña simbiosis civilizadora, al punto de haber asimilado el
tono de Odete y de haber adquirido ésta el acento gallego de su patrona.
También al servicio de una historia nacida de la memoria, a la que apa-
rentemente repudia, Eulalia inventa para sí y para sus hijos el sistema de las
cajas de recuerdos que están guardadas en el armario y que el marido le

111
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

obsequiaba a medida que nacían los hijos. Madruga jamás, a lo largo de los
años, quiso averiguar para qué servían las cajas; nunca trató de abrirlas o de
enterarse de su contenido. Se mantuvo a distancia de Eulalia, quien, durante
las décadas siguientes, las llenaba con criterio aleatorio y arbitrario. Como
guardiana de la memoria de los hijos, elige los objetos que han de almacenarse
en esas cajas. Se introduce en la memoria de cada hijo, infiltrándose en la vida
elegida por cada uno, y así le destina a uno un billete, a otro una flor, un retrato,
invadiendo sus psiques lentamente.
Mientras que Madruga entregará a sus hijos una fortuna, las cajas cons-
tituyen el patrimonio de Eulalia. La memoria es la única herencia que aviva el
espíritu. ¿De qué otra cosa carecen sus hijos, sino de la religión de la memo-
ria? Ese martes, sabiendo plenamente que se va a morir, Eulalia se viste de
seda y cumple los solemnes ritos de introducción de la muerte. Pero como
ésta demora casi diez días en visitarla, la novela va en busca de su dimensión
real, que es una dimensión de la memoria. Cuando llega el momento decisivo,
convoca a los hijos. Estos se sienten asustados y amenazados por aquellas
cajas, pero Eulalia siente alivio al entregarles su destino junto con ellas, porque
ya no tendrá que dirigir la vida de sus vástagos.
Después del velorio sobreviene la sorpresa cuando se abre la caja de
Eulalia, que sólo contiene una página en blanco, como si con ella Eulalia qui-
siera criticar disimuladamente a quienes registran la desfachatez humana sin
desfallecer, predicando a la vez el olvido, la pérdida de fe en los despojos
humanos y la infinita incapacidad humana para narrar. Su fe ha sido absorbida
del Eclesiastés, cuyas páginas atribuladas invitan al hombre a borrar su propia
historia con el fin de suprimir su vanidad, pues el propio acto de recordar
conlleva la arrogancia de competir con un Dios calificado para narrar y que,
como guardián de la memoria de Eulalia, inscribiera su rúbrica invisible en esa
página en blanco.
Después de su muerte, el legado de Eulalia es un debate interminable
sobre la memoria, una memoria femenina presente en todas las circunstan-
cias humanas y cuya voz, silenciosa durante tantos años, ahora desafía al arte,
proyecta luz sobre nuevos misterios y enigmas y, al final, hace que resplan-
dezca la realidad. Es una memoria que ha ocupado durante milenios la psique
femenina y que constituye un tesoro ansioso de ser, finalmente, revisitado y
revelado.

112
América del Sur

Diana Klinger (1973)

Nació en Argentina y se formó en Letras en la Universidad de Bue-


nos Aires. Hizo Doctorado en literatura comparada en la Universida-
de do Estado de Rio de Janeiro, y Posdoctorado en la Universidad
Federal de Rio de Janeiro, ciudad en la que reside desde 2002. Desde
2008 es profesora de Teoria de la Literatura en la Universidade Fe-
deral Fluminense. Publicó los libros Escritas de si, escritas do outro.
O retorno do autor e a virada etnográfica (Rio de Janeiro: 7 Le-
tras, 2007 y 2010) y Literatura e ética: da forma para a força (Rio
de Janeiro: Rocco, 2014) Es investigadora becaria del Conselho Na-
cional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico. (Cnpq) y de la
Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado do Rio de Janeiro (Fa-
perj) por la cual recibe la beca de Jovem Cientista do nosso Estado.
Desde 2012, dirige, junto a la Prof. Dra. Celia Pedrosa, el grupo de
investigación del Cnpq “Pensamento teórico-crítico sobre o contem-
poráneo”.

La violencia de la letra y las ruinas de la ciudad letrada


Desde la remodelación de Tenochtitlán, luego de su destruc-
ción por Hernán Cortés en 1521, hasta la inauguración en
1960 del más fabuloso sueño de urbe de que han sido capa-
ces los americanos, la Brasilia de Lucio Costa y Oscar Nie-
meyer, la ciudad latinoamericana viene siendo básicamente
un parto de la inteligencia, pues quedó inscripta en un ciclo
de la cultura universal en el que la ciudad pasó a ser el sueño
de un orden y encontró en las tierras del nuevo continente el
único sitio propicio para encarnar. (1984, p. 37)
Así comienza uno de los ensayos más estimulante de la historia de Amé-
rica Latina, La ciudad letrada (1984), el libro póstumo de Ángel Rama. Un
análisis de la conquista y la dominación que la clase letrada ejerció en Améri-
ca Latina, pero también de sus transformaciones a lo largo de la historia hasta
las primeras décadas del siglo XX y del desafío a ese poder por parte de los
sectores incorporados a la cultura letrada desde fines del siglo XIX, a través
de la educación pública. De los “encuentros y desencuentros entre la ciudad
letrada y la ciudad real, entre la sociedad como un todo y su elenco intelectual
dirigente”. (1984, p.37)
Hoy en día, en casi todas las ciudades latinoamericanas “el sueño de un
orden” hace mucho quedó sepultado. Escenarios de violencia y criminalidad

113
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

sin precedentes, estas ciudades son parte de un paisaje urbano contemporá-


neo que corresponde a la “decadencia y caída de la ciudad letrada”, para
decirlo con el título de un interesante ensayo de Jean Franco que, retomando
la historia donde la había dejado Rama, analiza el campo intelectual latino-
americano a partir de la guerra fría. Dice Franco: “el orden ideal que había
hecho de la ciudad un símbolo tan potente de la comunidad nacional y de la
conducta cívica, aun cuando nunca coincidió realmente con la ciudad real, es
ahora imposible de reclamar” (2003, p. 248). Las fracasadas tentativas de
construir muros de “contención” de las favelas, tanto en Río de Janeiro como
en Buenos Aires, no son sino un comentario irónico de esa imposibilidad. En
este contexto, desde las últimas décadas del siglo XX, el lugar del intelectual
se ha alterado radicalmente. Contribuyen para ello muchos factores, como
señala Graciela Montaldo: “pérdida del prestigio de la letra escrita frente a la
cultura audiovisual; amenaza a la institución estética por la estética de los
medios y de la industria cultural; globalización económica que reviste al mer-
cado de una autoridad casi plena para legislar cualquier tipo de producción,
incluso la literaria; reacomodamiento de identidades y fronteras entre los dis-
cursos y prácticas; profesionalización de los intelectuales, inserción cada vez
mayor en las instituciones y lento abandono de su intervención crítica” (2001,
p. 65). Si hasta la década del sesenta e inicios de los setenta aun era viable,
para los intelectuales, sostener un “sueño de un orden” para la ciudad latinoa-
mericana, un orden basado – aunque indirectamente - en el poder y el presti-
gio de la letra, las dictaduras primero, el neoliberalismo después y reciente-
mente - a pesar de la confluencia histórica de gobiernos “progresistas” en
América del Sur - la violencia de las grandes ciudades y la presencia insosla-
yable del narcotráfico, han hecho imposible ese sueño letrado. Además, para
las grandes masas de población marginalizada, la alfabetización ya no signifi-
ca en estos días la promesa de una posibilidad de ascenso social, como signi-
ficó desde el siglo XIX y hasta avanzado el siglo XX. Como lo señaló Jean
Franco, en este incipiente siglo XXI, el papel pedagógico de la ciudad letrada
pertenece al pasado. En la obra del escritor colombiano Fernando Vallejo, y
especialmente en su novela corta La virgen de los sicarios, de la que me
ocuparé a continuación, estas circunstancias aparecen de manera compleja y
contradictoria. Para el narrador de la novela, “el sueño de un orden” aun
existía en un pasado no tan remoto, el pasado de su infancia; hoy, en cambio,
Medellín, ciudad natal de Vallejo, aparece como un aglomerado caótico de
gentío, miseria, ruido, violencia y muerte. Esta novela, aunque corta, ofrece un
gran caudal de provocaciones para pensar, no solo la decadencia de la ciudad
de las letras y de su sueño de un orden, sino también las contradicciones y las
aporías que ese mismo sueño civilizador contenía dentro de sí. Para eso, me

114
América del Sur

interesa explorar un procedimiento que se pone en juego en la novela, en el


que el narrador al mismo tiempo se presenta como un personaje autobiográfi-
co y se propone atravesar las fronteras del mundo letrado para retratar un
mundo otro, el mundo de las comunas de Medellín y especialmente el de los
sicarios (jóvenes contratados por el narcotráfico para matar) que en ellas
habitan.

Fernando Vallejo: escribir contra la imaginación


Toda la obra ficcional de Vallejo conforma un proyecto literario - escribir
la novela de su vida, transformar su vida en una novela por entregas. Sus
cinco primeras novelas están incluidas en El río del tiempo, sobre el que dijo
Vallejo:”Escribir El río del tiempo demoró cincuenta años de vivencia” 1,
dejando clara la sólida relación que existe entre su ficción y su vida. En Los
días azules (1985), narra su infancia en un barrio de los suburbios de Mede-
llín, y en El fuego secreto (1985) su adolescencia, la iniciación a las drogas, el
alcohol y las relaciones homosexuales en las calles de Medellín y Bogotá. En
Los caminos a Roma (1987), aborda su experiencia en Italia, donde Vallejo
vivió, decidido a ser director de cine. Años de indulgência (1989) narra el
pasaje de Vallejo por New York y Entre fantasmas (1993), hace referencia a
su vida en México (donde vive desde 1971). Después de esa saga, Vallejo
publicó La virgen de los sicarios (1994) y El desbarrancadero (2001), que
narra los días en que Vallejo acompañó a su hermano enfermo de Sida. La
saga autobiográfica supuestamente acabaría en 2002 con La rambla pa-
ralela, novela en la cual el narrador aparece muerto y después de la cual
Vallejo que pararía de escribir ficción. Sin embargo, después publicó Mi her-
mano el alcalde, en 2004, en la que cuenta las relaciones de la familia con los
bastidores de la política en Antioquia.
Lo que confiere a la obra el carácter de saga es la persistencia del mismo
personaje narrador en todas las novelas, el retorno de las mismas historias
contadas con diferentes detalles, así como las innumerables referencias de
una a otra novela. Para dar apenas un ejemplo, en El desbarrancadero, el
narrador relata un episodio en el que su padre intenta salvar a un hombre que
se estaba ahogando y dice, sin contar el final de la anécdota: “Lo que ocurrió
ya lo conté en Los días azules.”
En cuanto al narrador, se trata de un hombre mayor, nostálgico, cínico,
que recuerda su vida y va narrando las anécdotas de forma desordenada,
siguiendo el fluir de la memoria. El punto de vista es siempre retrospectivo, y

1 Citado por Lennard, Patricio. “Dame fuego”. Reseña en Los días azules y El fuego
secreto. Buenos Aires, Página 12, 1 de mayo de 2005.

115
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

el narrador va dándole sentido a lo que eran puras vivencias, haciendo perma-


nentes conexiones entre la historia de su vida, de su enorme familia y la histo-
ria de Colombia: “Por estos pasillos de alfombras corroídas del Senado (…) vi
desfilar a muchos personajes (…) De uno de ellos, conservador, mi padre fue
ministro” (Los dias azules, p. 235). A medida que va construyendo los rela-
tos, el narrador va apuntando sentidos a la propia vida en el discurso: “Leyen-
do hoy el pasado con la fluidez del libro que está escrito, advierto que solo
aquella mañana, en el pasillo de aquella hacienda de aquella ruta, mi rumbo
podría haber cambiado “ (Los días azules, p. 210)
Sus relatos tienen el ritmo y la dinámica de la oralidad, la crítica mordaz
cuyo blanco es tanto la política como las clases marginalizadas, la izquierda
como la derecha., los liberales y los conservadores, la televisión, el cine, la
música, e incluso la propia familia y la propia madre. Por ejemplo, dice sobre
su madre que “el infierno que la Loca construyó, paso a paso, día a día, amo-
rosamente, en cincuenta años, es como las empresas sólidas que no se impro-
visan, un infiernillo de tradición.” (El desbarrancadero, p.12). Pero el narra-
dor es multifacético: por momentos extremamente cínico y en otros extrema-
mente nostálgico: “Mis tíos no vienen más. Mis primos no vienen más. Mis
hermanos no vienen más. Y un terror desconocido me invade porque la noche
se torna silencio y yo dejé en Santa Anita a mi abuela esperándome” (Los
días azules, p.120).
Narrador “auto-consciente”, auto-reflexivo, que se expone y descortina
los artifícios de la creación: “Todo lo que cuento aqui de Procinal él me lo
contó, no es un invento mío de narrador omnisciente” (Años de indulgencia,
p.113) o”llevo cientos de páginas diciendo ‘yo’ y hasta ahora nadie me vio.
Como los postulados del gran partido conservador y liberal, soy invisible, in-
tangible.” (Años de indulgência, p. 77) Justamente ese es el juego de Vallejo
porque, al proponerse de esta forma, “invisible”, este narrador parece decir
permanentemente: “Fernando Vallejo soy yo”. Hay algo más distante del ges-
to modernista de Flaubert, cuando dijo “Madame Bovary c´est moi”? Algo
más ajeno al esteticismo de fines del siglo XIX?
Vallejo se refiere a esta perspectiva de la primera persona autobiográfica
como “auto-ficción”, término que toma del libro-manifiesto de Christophe
Donner Contra la imaginación (Donner, 2000), en el cual Donner coloca la
“verdad” como ideal estético y argumenta en favor de una literatura expe-
riencial, escasamente ficcionalizada. Para el escritor, actor y director de cine
Christophe Donner, la imaginación procede de la ignorancia, “sirve para sal-
var la piel e infecta a la literatura”. Los escritores, piensa Donner, recurren a
la imaginación para esconder aquello que verdaderamente importa y se es-
fuerzan por ocultar los vestigios de las marcas de los pasos que los condujeron

116
América del Sur

a ese nirvana, “el imaginario”. Cuanto más pura, luminosa y suspendida en el


vacío sea la imaginación, mayor y más poderoso se siente el escritor. Sin
embargo, la función principal de la literatura es “decir las cosas, transmitir-
las”; la literatura actual solo puede ser escrita por un yo que consiga librarse
de la “peste que es la imaginación” 2. En la propuesta de Christophe Donner
retomada por Vallejo, la objetivación de la vida en el relato, el retorno del yo en
la producción estética, implica la búsqueda de un “efecto de realidad” que
sería garantía de autenticidad y presunción de acceso posible a la experiencia.
De hecho, como muestra Leonor Arfuch, incluso si el caracter ficticio de la
adecuación entre los sujetos del enunciado y de la enunciación sea un hecho
incuestionable, el efecto de real de los géneros autobiográficos “no se ha
debilitado, por lo contrario, su prestancia se extiende a múltiples formas y
soportes mediáticos” (Arfuch, 2005, p.41). La primera persona autobiográfi-
ca de Vallejo también es una vía de producción de un efecto de realidad. Sin
embargo, no es un “efecto de realidad” en el sentido que le da Barthes a la
expresión (que sería, al fin de cuentas, un efecto de verosimilitud, interior al
relato), sino un efecto que re-envía hacia un más allá de la ficción. “Y lo digo
yo, mismo que no sea novelista en tercera persona, como si fuera: soy un
director de cine que mira por la lente página y el ojo eximio y todo ve y sabe”
(Años de indulgencia, p.88).

La virgen de los sicarios: asumir la primera persona


La virgen de los sicários marca una inflexión en la obra de Fernando
Vallejo. Es la única novela corta, el único relato que tiene una unidad, pues en
los otros casos siempre se trata de historias fragmentarias, dispersas. Si todas
las novelas narran momentos autobiográficos de la vida de Vallejo, relaciona-
das a historias de familia, de la ciudad y de los amigos, La virgen… es el
único relato en el que el narrador sale de su mundo y se interna en otro, que le
es ajeno. El narrador es un gramático de profesión que, ya añoso, decide
retornar a su Colombia natal “para morir” y se involucra en una relación
amorosa con un muchacho, un sicario. Con él recorre las calles de Medellín,
descubriendo a cada paso el mundo marginal de los adolescentes sicarios, la
violencia y la falta de sentido en que se mueven sus vidas.
Pues bien, hay toda una literatura latinoamericana sobre narcotráfico.
Pienso que dentro de ese universo, la novela de Vallejo tiene una particulari-
dad que en buena medida está marcada por esa primera persona que venía
describiendo. Para ejemplificarla, propongo una lectura comparativa con una

2 Citado por Fernando Vallejo en entrevista con María Sonia Cristoff, La Nación, Buenos
Aires, 6 de junio de 2004.

117
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

novela brasileña más o menos contemporánea a la de Vallejo, y cuyo universo


sociocultural es muy próximo. Me refiero a Cidade de Deus (1997), de Paulo
Lins. En ella también se trata de la criminalidad que surge en la periferia de
las grandes ciudades como producto del narcotráfico y de la exclusión social.
No es casualidad que estas dos novelas aparezcan en Colombia y en
Brasil, dos países cuyos niveles de violencia son incomparables con el resto
de los países del continente y en los cuales el tema de la violencia está en el
orden del dia en la academia, en los medios, en el cine y en la literatura.3 En
Colombia, la película Rodrigo D. No futuro (1989) de Víctor Manuel Gaviria
de cierta forma anticipa en la escena cultural colombiana una serie de nove-
las, ensayos y libros de crítica literaria sobre la vida en las “comunas”, la
marginalidad de las ciudades y sus flujos de violencia.4 A eso se le suma un
gran número de trabajos analíticos producidos por especialistas en “violento-
logía”, un campo de la investigación social, entre los cuales vale la pena des-
tacar el estudio-testimonio No nacimos pa’ semilla de Alonso Salazar.5
En Brasil, la película Cidade de Deus (2002), de Fernando Meirelles,
basada en la novela homónima de Paulo Lins, también se situa en un momento
en Brasil de efervescencia de las producciones cinematográficas que temati-
za la marginalidad urbana y el mundo del crimen: entre otros, se destacan:
Santo forte (1999), Noticias de una guerra particular (1999),O Rap do

3 Para la época que esas novelas aparecieron, la tasa de homicídios en Colombia era de 7.3
por diez mil habitantes, tres veces mayor que la de Brasil, el segundo país más violento
de América Latina. Fuente: Álvaro Camacho Guizado. Prólogo a Orlando Melo, Jorge
(Cord). Colombia hoy: perspectivas hacia el siglo XXI. Disponível em http://
www.lablaa.org
4 Posteriormente, Víctor Gaviria dirigió La vendedora de rosas (1998), y Sumas y restas
(2004). Las tres películas se conocen como la “trilogía de Medellín”, y tratan sobre la
marginalidad y la violencia en la ciudad, la vida de los chicos de la calle y la cultura del
narcotráfico.
5 Salazar, Alonso. No nacimos pa’ semilla. La cultura de las bandas juveniles en Medellín.
Bogotá: Editorial Planeta, 1990. Salazar afirma que la cultura de esos bandos es una
mezcla de tres culturas: la del mito “paisa”, la “maleva, que se mezcló en las últimas
generaciones con la de la salsa, y la cultura de la modernización. El mito “paisa” habría
colocado el sentido del lucro y de la religiosidad. La cultura “maleva”, los valores del
“macho”. Al mismo tiempo, ea cultura se mezcló en los últimos años con la cultura del
placer y del cuerpo que venía de la cultura caribeña de la salsa y ambas se mezclaron con
la cultura de la modernidad que se define a grandes rasgos por lo efímero, el consumo y
el lenguaje visual. Jesús Martín-Barbero destaca el hecho de que Alonso Salazar, en No
nacimos pa´ semilla, proponga una hipótesis cultural y no política o socioeconómica
para entender lo que pasa en las comunas (en “Dinámicas Urbanas”, conferencia presentada
en el seminario “La ciudad: cultura, espacios y modos de vida” Medellín, abril de 1991,
publicado en la Revista Gaceta de Cultura, n. 12, editada por el Instituto Colombiano de
Cultura, diciembre de 1991).

118
América del Sur

Pequeno Príncipe contra as Almas Sebosas (2000), Ônibus 174 (2002) y


Carandiru (2003). En la literatura brasileña, la criminalidad está presente de
forma contundente a partir de los años setenta, por ejemplo en los relatos de
Ruben Fonseca en Feliz Ano Novo (1975), un libro de cuentos permeados
por una violencia inusitada. En los años noventa, Marcelo Mirisola, Fernando
Bonassi, André S´Anna, Nelson de Oliveira y Luis Ruffato continúan, de di-
versas maneras, el proyecto inagurado en los setenta de explorar el tema de la
marginalidad social (cf. Levy y Schollhammer, 2002, p.18)
Toda esta producción literaria y cinematográfica sobre la violencia urba-
na viene asumiendo el papel que Hayden White le adjudicaba a la Historia:
“make the real desireble, make the real into an object of desire” (1994, p.21).
Es verdad que fue el cine de Hollywood el que creó ese espectador que asiste
con satisfacción a las escenas de sangre. Sin embargo, la espectacularización
de la periferia que producen estas novelas y películas, no coincide exacta-
mente con el cine hollywoodiano de héroes y villanos, en el que el uso de
efectos especiales y de las tecnologías de animación crea un universo hiper-
violento, pero autorreferencial y “autónomo”, o sea, sin referencias a una
realidad concreta.
No es el caso de Cidade de Deus o La virgen de los sicarios en que la
violencia está asociada no solo a una realidad social específica, sino también a
una “estética de la marginalidad” - una de las características del cine y la
literatura latinoamericana de fin de siglo XX. De hecho, si en las dos novelas
el componente histórico imprime un grado de veracidad y de autenticidad, en
sus versiones cinematográficas ese efecto es potencializado por el hecho de
que el elenco esté formado en gran parte por niños y adolescentes no profe-
sionales que provienen de las propias “favelas” brasileñas o “comunas” de
Medellín.
Sin embargo, a pesar de las coincidencias, La virgen de los sicarios no
es la versión colombiana de Cidade de Deus. Existen grandes diferencias
estéticas entre ambas novelas que se traducen en posiciones éticas o políti-
cas, sobre todo en lo que respecta a la relación entre el letrado y el otro,
marginalizado. En la novela de Paulo Lins, uno de los protagonistas, Busca-Pe
(personaje que fue tomado como protagonista y narrador en la película de
Fernando Meirelles), es un chico que consigue escapar del destino miserable
de sus pares, tornándose fotografo de un periódico importante, para el qual
produce representaciones de su universo social. Así encontrará una realiza-
ción profesional y conseguirá alejarse de la violencia en la favela que, paradó-
jicamente, representa con sus fotografías. En La virgen de los sicarios, por
lo contrario, no hay ninguna chance para un happy end. No existe, para los

119
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

personajes, ninguna esperanza redentora. Ni Alexis ni Wilmar, los dos adoles-


centes-sicarios amantes del narrador, aspiran a una vida diferente.
Dice “Fernando”, el narrador:
Le pedí [a Wilmar] que anotara, en una servilleta de papel, lo
que esperaba de la vidal. Con su letra atravesada y mi bolí-
grafo escribió: que quería unos tenis de marca Reebock y
unos jeans marca Pacific y ropa interior Kelvin Klen. Una
moto Honda, un jeep Mazda, un equipo de sonido laser y una
nevera para la mamá ( p.131).
Hay un “vacío existencial” en los personajes, que solamente se llena con
la televisión y el ruido del equipo de música, y que el narrador - que asume una
postura cínica- tampoco pretende remediar. Pero la diferencia más importan-
te entre Cidade de Deus y La virgen de los Sicarios está en la estructura de
la narrativa. Mientras que la novela de Lines está construida a partir de los
procedimientos típicos del realismo (narrador en tercera persona omnisciente,
diálogos y personajes con profundidad histórica y psicológica) 6, La virgen de
los sicarios está narrada a partir de una primera persona que domina toda la
narrativa. Esa diferencia se tornará crucial. Tomemos, como ejemplo, apenas
un párrafo. Después de dos asaltos, “Inferninho” (personaje de Cidade de
Deus) está escondido en la mata con otros compañeros, cuando decide volver
a casa, contra las advertencias de sus amigos. En el camino, es sorprendido
por el policía Belcebú, y sabe cual será su fin. El narrador relata los últimos
pensamientos de su vida, mientras espera ser fusilado por el policía, en estilo
indirecto libre:
Ao contrario do que esperava Belzebu, uma tranqüilidade sem
sentido estabeleceu-se em sua consciência, um sorriso qua-
se abstrato retratava a paz que nunca sentira (...) O que é a
paz? (...) Tal vez a paz estivesse no vôo dos passarinhos, na
observação da sutileza dos girassóis, vergando-se nos jar-
dins, nos piões rodando no chão, no braço do rio sempre sain-
do e sempre voltando, no frio ameno do outono e no vento
em forma de brisa.(...) Deitou-se bem divagar, sem sentir os
movimentos que fazia, tinha uma prolixa certeza de que não
sentiria a dor das balas, era uma fotografia já amarelada pelo
tempo com aquele sorriso inabalável, aquela esperança de a
morte ser realmente um descanso para quem se viu obrigado
a fazer da paz das coisas um sistemático anúncio de guerra.

6 Es interesante considerar la re-elaboración no realista que hace Fernando Meireles en la


película, pero no es posible desarrollar aquí esas cuestiones.

120
América del Sur

Aquela mudez diante das perguntas de Belzebu e a expres-


são de alegria melancólica que se manteve dentro do caixão.
(2002, p. 170) 7
Pues bien: quién es el que piensa en los pajaritos y los girasoles a la hora
de la proximidad de la muerte? Es el personaje o el narrador? Si, por un lado,
la confusión de esas dos perspectivas, propiciada por el indirecto libre, crea
una ilusión de representación, por otro lado, esa misma ilusión termina reve-
lando un cierto “autoritarismo” del letrado en su pretensión de retratar al otro,
mas allá de tornar la narrativa un poco inverosímil. Y eso ocurre más allá del
hecho de que Paulo Lins sea un escritor que proviene de la favela y de que la
novela haya sido resultado de un proyecto de investigación antropológica que
desarrollaba con la orientación de Alba Zaluar, “Crimen y criminalidad en las
Clases Populares”.
En ese sentido la primera persona autobiográfica de Vallejo marca una
diferencia crucial con relación a la novela de Paulo Lins. Mientras que Lins
proviene del ambiente que retrata, Vallejo es un extranjero en ese mundo: hay
un contraste que es constitutivo de la novela. Así, exponiéndose permanente-
mente, el narrador evita cualquier ilusión de representación del otro y muestra
que se trata de su visión (nada objetiva) sobre este, una visión atravesada por
las relaciones de poder implícitas en las diferencias de clase, pero también en
la constitución del deseo. Y eso está explicitado por el narrador, como opción
al mismo tiempo ética y estética. Comparemos el siguiente trecho de la novela
de Vallejo con el anterior de Cidade de Deus:
Dicen los sociólogos que los sicarios le piden a Maria Auxi-
liadora que no les falle, que afine la puntería cuando tiren, y
las cosas vayan bien. Y cómo saben? Por acaso son Dos-
toievski o Dios-Padre para meterse así en la mente de los
otros? Si ni uno sabe lo que uno está pensando, va a saber lo
que otros piensan!” (p.15)

7 Al contrario de lo que esperaba Belzebu, una tranquilidad sin sentido se estableció en su


consciencia, una sonrisa casi abstracta retrataba la paz que nunca había sentido (…) qué
es la paz? (…) Tal vez la paz estuviera en el vuelo de los pajaritos, en la observación de
la sutileza de los girasoles, inclinándose en los jardines, en los trompos rodando en el
suelo, en el brazo del río siempre saliendo y siempre volviendo, en el frío ameno de
otoño y en el viento en forma de brisa (…). Se acostó despacio, sin sentir los movimientos
que hacía, estaba seguro de que no sentiría el dolor de las balas, era una fotografía ya
amarillenta por el tiempo, con aquella sonrisa inapelable, aquella esperanza de que la
muerte sea realmente un descanso para quien se vio obligado a hacer de la paz de las
cosas un sistemático anuncio de guerra. Aquella mudez frente a las preguntas de Belzebu
y la expresión de alegría melancólica que se mantuvo dentro del cajón. (traducción mía)

121
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

De manera que ambas novelas transitan entre el registro etnográfico y el


autobiográfico y, sin embargo, los efectos sobre la noción de identidad son
muy diferentes pues solo en el caso de Vallejo las identidades son concebidas
en términos de tensiones en las relaciones de poder en el terreno de la inter-
subjetividad.
Considero productivo adoptar un punto de vista que permita leer el cruce
entre ambas perspectivas, la autobiográfica y la “etnográfica”, la mirada so-
bre sí mismo en cuanto sujeto que representa a un otro cultural y socialmente
subalterno.

La violencia de la letra
Como decía más arriba, la voz autoficcional es característica de toda la
obra narrativa de Vallejo, pero en La virgen de los sicarios se combina, y de
ahí la particularidad de esta novela, con una mirada “etnográfica”. O sea que
el narrador se interna en un contexto cultural que es ajeno tanto para sí mismo
como para el lector (o por lo menos el lector que el narrador imagina, como
veremos a seguir), y de ese encuentro resulta la narrativa de un choque cultu-
ral. El relato narra la excursión de un gramático a un mundo marginal. Esta
perspectiva afirma así un pacto con el lector: como el etnógrafo, el narrador
escribe para lectores que pertenecen a su propio mundo letrado y que, por lo
tanto, no comparten el mundo de la cultura que se narra: “Usted ha de saber
y, si no sabe, vaya tomando nota, que un cristiano común y corriente como
usted o yo no puede subir a esos barrios sin escolta de un batallón: lo bajan”
(p.29)
El narrador posee, frente al lector un plus de conocimiento, pero este
conocimiento no es del tipo del narrador omnisciente, o sea, no es un conoci-
miento diegético, sobre el desarrollo de la historia, y si un saber extra-diegéti-
co (linguístico, cultural, antropológico, podríamos decir) sobre el imaginario de
las comunas. Dice, por ejemplo:
Ustedes no necesitan, por supuesto, que les explique qué es
un sicario. Mi abuelo sí, necesitaría, pero mi abuelo murió
hace años y años. Se murió mi pobre abuelo sin conocer el
tren elevado ni los sicarios, fumando cigarrillos Victoria que
usted, apuesto, no ha oído siquiera mencionar. Los Victoria
eran el basuco de los viejos, y el basuco es cocaína impura
fumada, que hoy fuman los jóvenes para ver más torcida la
torcida realidad, ¿o no? Corríjame si yerro. Abuelo, por si
acaso me puedes oír del otro lado de la eternidad, te voy a
decir qué es un sicario: un muchachito, a veces un niño, que
mata por encargo. (p.9)

122
América del Sur

A lo largo de toda la novela el narrador repite este gesto de interrumpir el


relato para traducir la jerga que utiliza “el niño” a un lenguaje culto:
“El pelao debió de entregarle las llaves a la pinta esa”, co-
mentó Alexis, mi niño, cuando le conté el suceso. O mejor
dicho no comentó: diagnosticó, como un conocedor, al que
hay que creerle. Y yo me quedé enredado en su frase soñan-
do, divagando, pensando en Don Rufino Cuervo y lo mucho
de agua que desde entonces había arrastrado el río. con “el
pelao” mi niño significaba el muchacho; con “la pinta esa” el
atracador; y con “debió de” significaba “debió” a secas: te-
nía que entregarle las llaves. ( p.27)
El narrador establece un lugar de privilegio linguístico frente al lenguaje
de las comunas y ostenta frecuentemente marcas de su cultura literaria a
través de citas y comentarios eruditos y librescos. Por ejemplo, transforma el
“hijueputa”en el cervantino “hideputa”(p.25), dice que sus pensamientos vie-
nen a veces en “versos alejandrinos” (p.41) y alude constantemente a la lin-
guística o a la literatura como pretexto para su crítica al caos social:
[Alexis] no habla español, habla en argot o jerga. En la jerga
de las comunas o argot comunero que está formado en esen-
cia de un viejo fondo de idioma local de Antioquia, que fue el
que más hablé yo cuando vivo (Cristo el arameo), más una
que otra supervivencia del malevo antiguo del barrio de Gua-
yaquil, ya demolido, que hablaron sus cuchilleros, ya muer-
tos; y en fin, de una serie de vocablos y giros nuevos, feos,
para designar ciertos conceptos viejos: matar, morir, el muer-
to, el revolver, la policía..... Un ejemplo: “¿Entonces qué, pa-
rece, vientos o maletas?” ¿Qué dijo? Dijo: “Hola, hijo de puta”.
Es un saludo de rufianes (p. 31)
Operando entre la jerga marginal y la “norma culta”, entre oralidad y
escritura, la traducción no es apenas una operación lingüística, sino también
cultural 8 (que subraya las diferencias sociales) e ideológica, convirtiendo la
actualidad en degradación de un pasado idealizado. La “violencia interpretati-
8 El concepto de traducción cultural tiene una doble acepción teórica: por un lado, la
antropología británica (Godfrey Lienhardt y Ernest Gellner) y, por otro, la reflexión
anti-hermenéutica de Benjamin sobre la tarea del traductor. “A partir de Benjamin,
ocurre un re-encuadre conceptual de la traducción en su relación con la lengua, texto y
cultura, asumida como metáfora que designa el problema central de la condición
postcolonial” (cf. Marildo Nercolini y Ana Isabel Borges. “Tradução cultural: transcriação
de si e do outro”, en Revista Terceira Margem, Rio de Janeiro, Ano VIII, N°9, 2003,
p.140)

123
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

va”, gramatical y lingüística, se extiende a la cultura y a los habitantes de la


urbe. En la Medellín idealizada de otrora, antes de la “podredumbre” contem-
poránea, todo (las clases sociales, la religión, la familia) estaba en su lugar,
Mira Alexis, tú tienes una ventaja sobre mí y es que eres
joven y yo ya me voy a morir, pero desgraciadamente para ti
nunca vivirás la felicidad que yo he vivido. La felicidad no
puede existir en este mundo tuyo de televisores y casetes y
punkeros y rockeros y partidos de fútbol. Cuando la humani-
dad se sienta en sus culos ante un televisor a ver veintidós
adultos infantiles dándole patadas a un balón no hay esperan-
zas. Dan grima, dan lástima, dan ganas de darle a la humani-
dad una patada en el culo y despeñarla por el rodadero de la
eternidad, y que desocupen la tierra y no vuelvan más. (p.13)
En la perspectiva del gramático, la “degradación” que sufre el español es
equivalente al “abaratamiento de la existencia” en la cultura de masas y, es-
pecialmente en los márgenes sociales. En este sentido, no es por casualidad
que el narrador sea precisamente un gramático (y recordemos además que el
primer libro de Vallejo es Logoi. Una gramática Del lenguaje literario,
1983). Como muestra Jesús Martín-Barbero, “en pocos países la violencia del
letrado produce relatos tan ampliamente excluyeres - en el tiempo y en el
territorio - como en Colombia” (Barbero, 2000, p.148), país en el que, señala
el historiador Malcom Deas, “la gramática, el dominio de las leyes y de los
misterios de la lengua fueron un componente muy importante de la hegemonía
conservadora que duró desde 1885 hasta 1930, y cuyos efectos persistieron
hasta tiempos más recientes” (Deas, 1993, apud Barbero, idem ibidem). De
hecho, según Deas, en esa época, el dominio de la gramática parecía ser uno
de los requisitos indispensables para acceder al poder político.
Hacia fines del siglo XIX, el movimiento de la “Regeneración”, encabe-
zado por el presidente Rafael Nuñez pretendía ordenar y unificar un país
fragmentado por las luchas civiles alrededor de un Estado autoritario y de la
Iglesia católica. Fue una tentativa de incorporar el país a la economía-mundo,
modernizando el aparato estatal, pero al mismo tiempo era un movimiento
cultural muy conservador que intentaba evitar que entraran algunas ideas que
sostenían la modernización en los otros países del mundo. La principal figura
de ese movimiento, que estableció las bases de la nación colombiana moder-
na, fue el gramático Miguel Antonio Caro (1843-1909), quien redactó la cons-
titución de 1886, que permaneció vigente en Colombia por más de un siglo.
Miguel Antonio Caro consideraba que la tradición española y católica debía
permanecer en los pueblos americanos “pura e incontaminada” como la len-
gua. A esta le impuso normas, restricciones y reglas. Pocos tenían acceso a la

124
América del Sur

educación: los saberes letrados, la fé católica y el hispanismo eran de dominio


de unos pocos que con eso legitimaban su derecho al poder y excluían del
proyecto de nación a las mayorías mestizas e indígenas. Los letrados conquis-
taron así posiciones privilegiadas. En parte por las condiciones geográficas,
pero también por las agitaciones políticas, en el territorio colombiano del siglo
XIX la presencia del Estado era muy débil. En la mayoría de los lugares, los
letrados “funcionales”, el padre y el escribano fueron las personas que sirvie-
ron de intermediarios entre la población y los representantes del Estado.
Fue notable la presencia de los gramáticos en el poder en lo que se llamó
de República Conservadora.9 Además del propio Miguel Antonio Caro (presi-
dente entre 1894 y 1898), José Manuel Marroquín (presidente entre 1898 y
1900) 10, Marco Fidel Suarez (presidente entre 1918 y 1921). Todos los gra-
máticos, pero principalmente Caro, eran provenientes de familias que habían
sido parte de las huestes de letrados durante la colonia y, gracias a eso, se
habían inscripto en el proceso político de la Republica después de la Indepen-
dencia sin que fuera necesario para eso legitimar su derecho a la conducción
de la nación por otras vías más allá del uso correcto de la Letra. En busca del
significado de esa preocupación por el idioma, Malcom Deas considera que
“el interés radicaba en que la lengua permitía la conexión con el pasado espa-
ñol, y eso definía la clase de república que querían” (Deas, 1993, apud Barbe-
ro, 2000, p.148).
Miguel Antonio Caro junto con Rufino Josados otro gramático estable-
cieron lo que era ser un católico y cual era el castellano que se debía hablar,
mostraron también cuáles eran los “errores” y desvíos que alejaban a miles de
colombianos del buen uso de la lengua. Miguel Antonio Caro fundó en Colôm-
bia (en 1872) la Academia Colombiana de Letras, la primera del continente
americano, de acuerdo con los moldes de la academia española. En 1881 leyó
el discurso de la Junta Inaugural, en el que consideraba la institución como
parte fundamental de la conducción de la nación. En la lengua se consigna el
orden divino y moral y, por lo tanto, el político. La defensa del uso correcto de
la lengua es un agente civilizador que evita la caída en la barbarie. Así, la
gramática se torna moral de Estado, imponiendo su orden al servicio de la
exclusión social.
En ese contexto, la figura del narrador-gram durante la colonia y, gracias
a eso, se habían inscripto en el proceso político de ll lector, corrige la dicción y

9 Jorge Nuñez, ideólogo de la “Regeneración”, no era gramático, era escritor.


10 Além das obras literárias, Marroquín escribió los siguientes libros: Tratado de Ortología
y Ortografía de la Lengua castellana, Lecciones elementales de retórica y poética;
Diccionario ortográfico y Exposición de la Liturgia.

125
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

la sintaxis popular y ejerce una fuerte crítica a la cultura de masas, remitiendo


así al papel de exclusión social que la gramática cumplió históricamente en
Colombia. La siguiente afirmación de Vallejo es bastante significativa en este
sentido: “Amo a los gramáticos, de este idioma y de todos (…) los compilado-
res de diccionarios ociosos (…) y los honorables miembros de la Real Acade-
mia Española de la Lengua (…) y otros académicos correspondientes hispa-
noamericanos de las Academias de Letras”. (Vallejo, 2003)
Conservador, como se presenta el autor, el narrador de La virgen... tam-
bién afirma una lengua literaria dominante frente a la lengua hablada (como
en el ejemplo citado antes: “con debía de”, quería decir “debía, pura y simple-
mente”). Por eso, la traducción se torna una operación ideológica, en la que
se ponen en juego no solo opciones linguísticas sino, a través de ellas, posicio-
nes de sujeto. Preferimos “posiciones de sujeto” antes que “identidades” por-
que el primer concepto remite a una idea de movilidad, una posición es un
lugar o un punto de vista que puede variar dentro del ámbito del discurso.11
Las posiciones de sujeto articulan un serie de elementos, como señala Homi
Bhabha:
Del desplazamiento de las singularidades de clase o género
como categorías conceptuales y organizaciones primarias,
resultó la conciencia de las posiciones de sujeto - de raza,
género, generación, localización institucional, lugar geopolíti-
co, orientación sexual - que impregna cualquier reivindica-
ción de identidad en el mundo moderno (Bhabha, 1994, p.1).
Traduciendo los términos del adolescente, el narrador da cuenta, al mis-
mo tiempo, de las posiciones de sujeto de los personajes (Alexis, Wilmar), de
si mismo (como extranjero en las comunas, no como turista sino más bien
como etnógrafo, alguien que aprende la lengua de esa cultura) y del lector
implícito (como alguien definitivamente ajeno a ese mundo). La violencia es el
denominador común entre la gramática y la mirada cultural nostálgico-reac-

11 Según la definición de Davies y Harre: “Una posición de sujeto incorpora tanto un


repertorio conceptual como una localización para personas incluidas en la estructura de
derechos para aquellos que utilizan ese repertorio. Una vez que alguien asume una
posición particular como propia, la persona inevitablemente ve el mundo del punto de
vista de aquella posición y, en términos de imágenes, metáforas, historias y conceptos
particulares que son relevantes para la práctica discursiva en la cual están posicionadas.
Existe, inevitablemente, por lo menos una posibilidad de elección, pues hay muchas y
contradictorias prácticas discursivas en las que una persona se puede involucrar. Davies,
Brownyn and Harre, Rom. “Positioning. The discoursive production of the self”,
disponible en http://www.massey.ac.nz/~alock/position/position.htm accesado el 05/
01/05

126
América del Sur

cionario del narrador sobre la ciudad. Así, la traducción produce un “efecto


glosario” que convierte a ese imaginario urbano-marginal en algo exótico dis-
puesto al consumo del lector. La traducción excede así el aspecto linguístico y
estético y se inscribe en el ámbito de la cultura. La traducción cultural define
una relación en la cual el otro es percibido al mismo tiempo como amenaza y
como objeto de deseo por el narrador. Y precisamente, la traducción cultural
pide una relación erótica (…) en la que ciertamente los sujetos salen diferen-
tes al final del proceso, transformados” (Nercolini y Borges, 2003, p.138).
Al final de la novela, el narrador mimetiza su lenguaje con el de sus
amantes, por ejemplo: “D’iai, del bus, nos seguimos pal barrio de Boston a que
conociera Wílmar la casa donde nací.” (p.96). Y también va mimetizada su
conciencia, dejando de sorprenderse con los crímenes cometidos por los mu-
chachos y, al contrario, justificándolos. Por ejemplo, en la escena en la que el
narrador va andando por la calle con Wilmar, y escucha a un hombre silbando,
lo que considera “una afronta personal, un insulto mayor inclusive que el de
una radio prendida en un taxi. Un hombre inmundo silbando, usurpando el
lenguaje sagrado de los pájaros?” (p.91) Wilmar “sacó el revolver y le propinó
un balazo en el corazón” y, agrega el narrador, “con la conciencia tranquila de
quien va a misa, continué mi camino” (p.91) Hasta concluir: “Mi muchacho
era el enviado de Satanás que había venido a poner orden en este mundo con
el que Dios no puede.” (p.92).
O sea que el desprecio del narrador frente a la “otredad” cultural es
ambigüo. Y esa ambigüedad está marcada por el deseo erótico que al mismo
tiempo expone la diferencia (social y generacional) y la satura. La dominación
lingüística encuentra su reverso en la relación sexual, en la cual el deseo
invierte los papeles y el narrador pasa a ser “dominado” por el muchacho:
“tenía una compensación ese tormento al que Alexis me sometía, mi éxodo
diurno hacia las calles, huyendo del barullo pero metido en él? Si, nuestro
amor nocturno” (p.23). La violencia de la letra que corrige el lenguaje “mar-
ginal” encuentra su reverso en la fascinación erótica que ese otro ejerce
sobre el narrador. Al mismo tiempo en que las “comunas” son mostradas
como espacios del refugio social, también aparecen como “excitantes” y lle-
nas de cuerpos apetecibles, jóvenes listos para el “consumo” erótico: “ de las
comunas de Medellín, la nororiental es la más excitante. No sé por qué, pero
me pareció. Tal vez porque son de allí, creo, los sicarios más bonitos” (p. 52).
Una especie de economía perversa hace de Alexis al mismo tiempo un cuerpo
erótico y parte de la humanidad- basofia, multitud amorfa entregada al futbol
y al barullo de la cultura de masas. Así, la lengua del Otro, tanto como su
cuerpo, son al mismo tiempo objetos de crítica y de apropiación erótica. Por lo

127
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

tanto, la traducción que hace el narrador no sirve apenas para que el lector
comprenda mejor, sino que principalmente expone una tensión en el interior de
la cultura nacional. Como veremos en seguida, la operación implica una forma
de escribir contra la Nación (como dice Vallejo), pero también contra una
determinada tradición literaria.

Conflicto de representación en la narrativa post-boom


A pesar de que el gesto de Vallejo consista en “odiar la patria y aborrecer
a la madre” (Astutti, 2003, p.107), la narrativa de Fernando Vallejo es también
un narrativa nacional, aunque sea por el revés. En todas sus novelas, hay
innumerables referencias a Colombia: “país mío de ladrones” (LDA, 244),
“en Colombia nada sirve” (LDA, 247), “está irremediablemente perdida” (EF,
p.20). Dice el narrador de La virgen de los sicarios: “Pero por qué me
preocupa Colombia si ya no es mía, es ajena? “ (...) “Yo no soy de aquí, me da
vergüenza esa raza limosnera” (p.19) Según Josefina Ludmer, Vallejo (como
el brasileño Diogo Mainardi y el salvadoreño Horacio Castellanos Moya) re-
gistra las voces contemporáneas anti-nacionales y las ponen en escena, las
“performancean”. Y lo hacen “con un ritmo, un tono y una repetición tal que
reproducen en negativo las voces de la constitución de la nación y su historia”
(2005, p. 80). Así, lo que estos textos de los años noventa muestran es que la
constitución de la nación y su destitución tienen las mismas reglas y siguen
una misma retórica. De ahí que la insistencia del narrador de La virgen... en
la gramática, en la corrección lingüística - pilar de la fundación de la nación -
, no sea contradictoria con el desprecio, con la profanación de la nación. El
gramático se torna, así, una figura ambivalente.
Por otra parte, la retórica de la profanación de la nación, cuyo centro es
la lengua, toca también el límite de lo literario: se situa en una etapa postlitera-
ria “después del fin de las ilusiones modernas, depois del fin de la autonomía y
del caracter ‘alto’, ‘estético’ da literatura” (Ludmer, 2005, p. 84). El gesto de
Vallejo, escribir contra la patria, contra la madre y “contra la imaginación”
(Christophe Donner) puede ser leído también como una forma parricida: es-
cribir contra el “padre” literario de la patria, o sea, contra García Marquez y
contra “Macondo” como fábula de identidad nacional (y latinoamericana) que
de alguna manera representa la operación ideológica del boom de los años 60
y 70.12
Según Gonzalo Aguilar,

12 La antología de artículos críticos Mas allá del boom: Literatura y Mercado. México:
Marcha Editores, 1982, ofrece un panorama de definiciones y opiniones bastante
completo.

128
América del Sur

(…) las fundaciones narrativas de la nacionalidad que entre-


gó el boom latinoamericano ni siquiera son parodiadas en Va-
llejo. Aparecen más como quimeras ridículas que es mejor
olvidar (…) Frente a las épicas de la fundación del boom, la
voz de Vallejo (como la de Reinaldo Arenas, Roberto Bolaño
y Rodrigo Rey Rosa) parece el saldo sobreviviente de una
fundación mal hecha, construida sobre la base de exclusio-
nes y silenciamientos.(Aguilar, 2003).
Casi todas las novelas del boom crearon una visión mítica de la realidad,
una “realidad latinoamericana” que encontraría seu correlato formal en el
realismo mágico, considerado como “forma autenticamente latinoamericana”
e, inclusive, “expresión natural” de una región en la cual “la propia realidad es
maravillosa”, según Alejo Carpentier (1980, p. 12) Por esa razón, Macondo se
convirtió en un lugar mítico latinoamericano, “un sitio que contiene todos los
sitios”, según otro representante del boom, Carlos Fuentes (1972, p.66). En la
lectura de muchos contemporáneos al boom, el relato de la fundación de
Macondo representa el relato de la fundación del continente latinoamericano,
incluyendo todo lo “real docmentado”, pero también las leyendas y fábulas
orales, “para decir que no debemos contentarnos con la historia oficial, docu-
mentada.” (Fuentes, idem, p.62). Macondo sería la metáfora de lo misterioso,
de lo mágico real de América Latina, su esencia inconmensurable por las
categorías de la razón y por la cartografía política y científica. Así, el realismo
mágico fue considerado la “expresión auténtica” del continente, correlato de
la identidad latinoamericana. La ficción del boom “atravesada por una des-
bordante alegría vital” (Halperin Donghi, 1982, p.154), asume así el clima
optimista de los años sesenta, años del triunfo de la revolución cubana y de la
consecuente euforia a respecto del futuro del continente que solo será demo-
lida al final de esa década, con la instalación de las dictaduras militares.
En la visión ufanista de los autores del boom y de sus enaltecedores, la
literatura participa de una “gesta heroica”, construyendo una versión no euro-
céntrica de la historia latinoamericana y, al mismo tiempo, conquistando la
universalidad mediante la modernización de la técnica narrativa, incorporán-
dose definitivamente al canon occidental. En la formulación crítica de Carlos
Fuentes, contemporánea al boom, la novela ocupa el lugar de la utopía:
Creo que se escriben y continuaran escribiéndose novelas en
América Hispánica para que, al momento de ganar esa cons-
ciencia, contemos con las armas indispensables para beber
el agua y comer los frutos de nuestra verdadera identidad.
Entonces, esas obras, esos Pasos Perdidos, esas Rayuelas,

129
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

esos Cien años de soledad, esas Señas de identidad, esos


Jardines de Caminos que se bifurcan, esos Laberintos de
la Soledad, esos Cantos Generales, aparecerán como las
‘mitologías’ sin nombres (…) que anuncian nuestro porvenir
(Fuentes, 1972. P. 98)
Treinta años después, una lectura retrospectiva del boom no puede dejar
de señalar sus contradicciones. Es lo que hace Idelber Avelar, que considera
que el boom
(...) mas que el momento en el que la literatura latinoameri-
cana dejar de señalar sus contradicciones. Es lo que hace
Idelber Avelar, que considera fue el lema fono-etno-logocén-
trico repetido hasta el cansancio en aquel momento), puede
definirse como el momento en el que la literatura latinoame-
ricana, al incorporarse al canon occidental, formula una com-
pensación imaginaria por una identidad perdida” (Avelar, 2000,
p.53)
Según Avelar, el boom representa el momento culminante de la profesio-
nalización del escritor latinoamericano, proceso que comenzó en el siglo XIX,
pero que dio un salto cualitativo con la explosión del mercado editorial en la
década del sesenta. Al tornarse autónomo, el escritor pierde su relación con el
aparato estatal, espacio en el que muchos escritores encuentran su modo de
supervivencia desde los tiempos de los procesos de independencias naciona-
les. El precio a pagar por la autonomización del campo estético, que pasa a
depender de las leyes del mercado, es la “desaparición del aura”, lo que dará
lugar a una nueva paradoja desconcertante: el momento en el que la literatura
se hace independiente como institución coincide con el del colapso de su tra-
dicional razón de ser en el continente. La literatura había florecido a la sombra
de un precario aparato estatal, ahora que el Estado está cada vez más tecno-
crático, dispensa sus servicios y, al mismo tiempo, la literatura deja de ser
instrumento clave en la formación de una elite letrada y humanista.
Como correctamente argumenta Avelar, la autonomización del campo
literario por vía de la consolidación del mercado editorial es correlativa a su
desautorización, o sea, a la reducción del libro a mercadería, a puro valor de
cambio. El boom habría respondido a la pérdida del “aura religiosa de lo esté-
tico” con la sustitución de la política por la estética” (Avelar, 2000, p.43).
Implica un intento de dar cuenta de una imposibilidad fundamental para las
elites, en virtud de la propia modernización, de instrumentalizar la literatura
para el control social. “El boom no es otra cosa que el luto por esa imposibili-
dad, o sea, el luto por lo aurático” (Avelar, 2000, p.49) .

130
América del Sur

El tono celebratorio de la crítica del período sería una operación sustituti-


va que intenta compensar no solo el subdesarrollo social, sino también la pér-
dida del estatuto aurático del objeto literario. Y esa voluntad compensatoria,
dice Avelar, es propia tanto de la crítica como de las novelas del boom: Cien
Años de Soledad, Los pasos perdidos y La casa verde coinciden en pre-
sentar alegorías de una fundación - a través de la escritura - operando más
allá de las determinaciones sociales. Según Avelar, la insistente tematización
de la escritura en esas novelas cumplía una operación retórico-política: pare-
cen retornar a un momento prístino en el cual la escritura inaugura la Historia,
en el que nombrar las cosas equivale a hacerlas existir, o sea, se trata de una
reivindicación de la escritura literaria dentro de una modernización que cada
vez más prescinde de ella. En la mitología del boom, la literatura era la posibi-
lidad de re-inscribir las fábulas de identidad (de un tiempo mítico premoderno)
en el interior de una teleología de la modernización. Pero esa posibilidad en-
cuentra su cierre histórico con las dictaduras militares, que vacían a la moder-
nización de todo contenido progresista y, por lo tanto, la función sustitutiva de
la literatura - la de la escritura literaria como entrada épica en el primer mun-
do - estaba destinada a desaparecer.
Para mi argumentación, la reflexión de Avelar es muy pertinente, aunque
el proceso histórico colombiano de los últimos treinta años sea diferente del
caso de las dictaduras del Cono Sur. En primer lugar, porque el escenario en el
que dialogan los escritores del boom no se limita a las fronteras nacionales,
pues este tuvo precisamente como uno de sus efectos la creación no solo de
la imagen de la identidad latinoamericana, sino también de un mercado litera-
rio continental. Además, si la reflexión de Avelar sobre los efectos del boom y
el saldo de las dictaduras en la literatura contemporánea nos ayuda a pensar
la posición de Vallejo es también porque, aunque Colombia no haya vivido un
gobierno dictatorial como el de Argentina, Chile o Brasil, también en ese país
el proceso económico de estos años mostró su capacidad extremamente res-
tringida para incluir a la masa creciente de población dentro del proyecto
modernizador. Colombia fue uno de los pocos países de América Latina que
conservó casi permanentemente el caracter de democracia civil en el siglo
XX; a pesar de que los militares influyeron mucho en las decisiones políticas,
no tomaron el poder (excepto en un breve período ente 1951 y 1953 y entre
1957 y 1958). Sin embargo, la democracia colombiana tiene tantas falencias
(clientelismo, fraude electoral), que Daniel Pécaut se pregunta si no será ape-
nas una falsa apariencia. Según Pécaut:
La violencia es consubstancial al ejercicio de una democra-
cia que, lejos de referirse a la homogeneidad de los ciudada-

131
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

nos, reposa en la preservación de sus diferencias “natura-


les”, en las adhesiones colectivas y en las redes privadas de
dominio social y que, lejos de aspirar a institucionalizar las
relaciones de fuerza que irrigan la sociedad, hace de ellas el
impulso de su continuidad.(Pécault, 1987, p.17)
En relación al diagnóstico de Avelar, por intermedio de una postura cíni-
ca, la escritura de Vallejo produce un doble desplazamiento. Por un lado, la
novela adopta cinicamente un lenguaje mediático (brevedad, rapidez, conci-
sión, acción, violencia), que corresponde a un tipo de recepción estética que el
narrador critica. La utilización de ese lenguaje pertenece a la cultura de ma-
sas, que paradójicamente es blanco de críticas en la novela, implica (al contra-
rio de la novela del boom) el reconocimiento de una “derrota de la literatura”
(en términos de Avelar) y de su capacidad restitutiva, que revierte sobre la
posición del gramático en la novela.
Por otro lado, al adoptar el punto de vista del prejuicio social, el desprecio
por el otro marginalizado (un punto de vista que el sentido común llamaría
“políticamente incorrecto”), el narrador agita la bandera blanca de la “derrota
política”. El narrador encarna los prejuicios sociales y los asume como pro-
pios, haciendo así el juego al enemigo. Los campesinos, los marginalizados, los
pobres son vistos como una condición infra-humana, como hordas que solo
buscan reproducirse para engordar los cinturones de miseria: “esa gentuza
agresiva, fea, abyecta, esa raza depravada y subhumana, la monstroteca”
(p.60). “Mi fórmula para terminar [con la pobreza] no es hacer casas para los
que de ella padecen y se empeñan en no ser ricos: es, de una vez por todas,
poner cianureto en su agua y listo...” (p.63) “son una gentuza tramposa, apro-
vechadora, perezosa, envidiosa, mentirosa, traicionera y ladrona, asesina y
piromaníaca” (p. 84). Se trata de un realismo sucio que, como inverso del
realismo mágico, opone - en términos poco conciliadores- las diferencias so-
cioculturales y ofrece una versión degradada de la escena social latinoameri-
cana.
Pero el gesto del narrador contra lo “politicamente correcto” entra en
contradicción con la opción por una estética que abandona la idea (redentora)
de la literatura como un universo estético diferenciado de la cultura de masas,
y permite leer una crítica al revés. En este sentido cínico la narrativa de
Vallejo puede ser pensada como perfomática. La “performance de resisten-
cia”, afirma Luciene Azevedo, surge “por la ambivalencia de una posición que
mimetiza aquello que pretende criticar, performando el elogio de la brutali-
dad”. Azevedo señala que:

132
América del Sur

A ambivalesto del narrador contra lo “politicamente correc-


to” entra en contradicción con la opción por una em único
movimento de imitação exagerada e crítica em relação à or-
dem que pretende ser contestada, é capaz de repensar o trans-
gressivo não meramente como prática disruptiva, mas como
uma ferramenta capaz de expor as fraturas da superfície
aparentemente lisa da ordem.(Azevedo, 2004, p.31)
La operación de Vallejo consiste en producir, al mismo tiempo, una crítica
a la sociedad de masas y a las utopías compensatorias de la literatura. En
otras palabras, una crítica a la cultura del otro (encarnado en este caso por los
sicarios) y a la propia (del gramático). Al mismo tiempo se presenta una nos-
talgia por una edad de oro perdida (la Nación) y una mímesis del lenguaje de
los medios y de la cultura de masas en que la nación se mostraría degradada.
Al mismo tiempo un desprecio y una fascinación por los marginados de la
sociedad. Como señala Gonzalo Aguilar, “en su recorrido hacia el pasado, las
novelas de Vallejo no tienden a construir una épica, a fundar ningún orden
social imaginario ni a entregarnos un mito compensatorio. Los mitos con los
que se encuentra en el camino reciben su sorna y su mordacidad desmesura-
da” (Aguilar, 2003).
Evidentemente, el lenguaje cínico y corrosivo de la representación de la
marginalidad urbana previene contra cualquier tipo de proposición política y
contra cualquier riesgo, sea de “patrocínio ideológico” (como parece ser el
caso de Cidade de Deus), sea de caer en la “fantasía primitivista” como
ocurrió tipicamente en algunos movimientos de vanguardia. En el caso de
Vallejo, la dramatización de si que produce el sujeto autoral, el cruce entre la
autoficción y la ficción etnográfica, son, sin duda, elementos clave de la pos-
tura cínica que, frente a una realidad social degradada, no deja aparecer nin-
guna posibilidad de redención. Y esta negatividad, inclusive si un poco exage-
rada, ha sido crucial como crítica a la propia ciudad de las letras y de su sueño
de un orden que, para bien o para mal, se ha mostrado como una quimera.

133
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

ECUADOR

Fanny Carrión de Fierro (1936)

Escritora, crítica literaria, ensayista y profesora universitaria tanto en


universidades ecuatorianas como en los Estados Unidos, nacida en
Cuenca, Azuay en 1936. Sus publicaciones incluyen ensayos sobre
los derechos humanos de la mujer, de los niños y del movimiento
indígena. Doctora en Literatura por la Pontificia Universidad Católi-
ca del Ecuador, Quito, Master of Arts por la Universidad de Califor-
nia, Berkeley, EE.UU. y Licenciada en Educación por la Universidad
Central del Ecuador, Quito. Es miembro de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana, la Sociedad Ecuatoriana de Escritores, el Club Femeni-
no de Cultura, Quito, y el Grupo América, Quito. Entre sus obras se
encuentran: La Mazorca de Oro y otros Cuentos, antología de cuen-
tos bilingüe. Donde nació la Luz: Antología Personal, antología de
poesía bilingüe. En la Voz del Silencio, colección de poemas. Ma-
nuela Sáenz, la Libertadora, ensayo. José de la Cuadra, precur-
sor del Realismo Mágico hispanoamericano, ensayo. Los Sangu-
rimas, novela precursora de Cien años de soledad.

La mujer ecuatoriana contemporánea en la realidad y en la ficción


Introducción 1
¿Qué te vas a hacer cuando seas grande? ¿Qué piensasde la liberación
de las mujeres? ¿Te da tu marido la plata para la comida o la ganas con tu
trabajo? ¿Cómo definirías “liberación” en tu caso particular? ¿Si no fueras
casada, qué clase de vida llevarías? ¿Qué harías si supieras que tu marido te
traiciona? ¿Estás contenta de ser mujer? ¿Debe una mujer seguir una carrera
universitaria y trabajar después de casarse? ¿Estás contenta con haberte que-
dado soltera? ¿Estarías mejor si te casaras con el padre de tus hijos?¿Cómo
actúa tu marido cuando asiste a una reunión relacionada con tu trabajo? Estas
y muchas otras preguntas nos hacemos o nos hacena las mujeres en algún
momento de nuestra vida. Contestarlas es mucho más difícil de lo que parece,
especialmente contestarlas con honestidad, ya que en su respuesta están in-
volucradas las actitudes sociales y culturales, los antecedentes educativos y
hasta la ideología política del que contesta.A pesar de lo poco seguro de las

1 América N° 124. Revista del Grupo Cultural América. Quito. Junio 2013. pp. 113-134
http://www.grupoamericaecuador.com/ga/images/imagenes/RevistaAmerica.pdf

134
América del Sur

generalizaciones, intentemos a continuación analizar las respuestas a muchas


de estas preguntas y sacar conclusiones acerca denuestra problemática de
género, apoyándonos con ejemplos tomados de nuestra historia y nuestra lite-
ratura, y basándonos en nuestra percepción de la realidad de la mujer ecuato-
riana dentro de su contexto histórico, económico y cultural, y en nuestra pro-
puesta de que las actitudes machistas propias de la sociedad vertical de sello
masculino, que desde la colonia ha dominado en nuestra sociedad, han sido el
principal promotor de la discriminación y el maltrato a la mujer.
Al afirmar que la situación de la mujer en el Ecuador es un producto de
nuestra dinámica histórica, no es nuestra intención repetir un lugar común sino
hacer un análisis de las circunstancias históricas que han hecho tradicional y
sexista a nuestra sociedad y han afectado la relación entre la mujer y la fami-
lia. Al señalar que el factor económico es, tomado individualmente, el decisivo
para la presencia o la ausencia de cambios que promuevan una situación más
justa para la mujer, queremos destacar la importancia de la liberación econó-
mica y, si es posible, asociarla con cualquier otro tipo de liberación, desechan-
do también algunas creencias todavía vigentes sobre la así llamada inferiori-
dad de la mujer, lo cual hará necesario analizar también la relación entre la
mujer y el trabajo. Al sostener que sólo una educación nueva y liberadora
tanto de hombres como de mujeres- desde antes de la escuela elemental
hasta después de la universidad, desde el niño hasta la madre, desde la em-
pleada doméstica hasta el profesor universitario – será capaz de provocar una
toma de conciencia sobre las injusticias sociales por parte de todos los miem-
bros de nuestra sociedad, estaremos proponiendo en verdad un plan de ac-
ción, un programa de desarrollo de la mujer basado en la cooperación de
todos. Sólo así, integral y dinámicamente, conseguiremos colocar al miembro
mayoritario de la familia humana en un plano de total igualdad con el hombre,
y sólo esta igualdad producirá una sociedad más justa y de más alta y defini-
tiva calidad humana.

Antecedentes histórico-culturales: La mujer y la familia


Tanto en el Ecuador pre-hispánico como en el colonialencontramos una
sociedad patriarcal y agrícola que considera al hombre como jefe de la fami-
lia, la tribu, el ayllu, la ciudad, el país. Dentro de ese patriarcado está subya-
cente la pequeña estructura de la familia, en donde se ejerce un matriarcado
suave y firme a la vez. Podemos decir entonces que el camino a la realización
personal de la mujer está condicionadoa la conquista del corazón del hombre.
Esta realidad dualista no es tan evidente en la familia precolombina como lo es
en la familia hispánica. En efecto, en la organización social de etnias como la
incaica, la quitu, la cañari o la purhuá, la unidad agrícola no tenía relación con

135
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

la célula familiar, débil y anónima. Tampoco se estimulaba el desarrollo perso-


nal sino que se lo sacrificaba al bien común, aunque la mujer era considerada
y respetada en el recinto del hogar. Sin embargo, y quizás debido a la debilidad
de la familia, que contrastaba con la fuerza de la comunidad, la poligamia y la
infidelidad conyugal eran un privilegio masculino de la clase gobernante. Las
hijas, hermanas y esposas eran usadas con frecuencia como instrumentos de
alianza o negociación política. Recordemos el caso de la princesa Paccha,
madre de Atahualpa, y de Toa, que con su matrimonio hizo realidad la alianza
de la nación purhuá con el reino de Quito. Una actitud semejante asumieron
las incontables mujeres indias que se entregaron con amor y esperanza al
conquistador español, deslumbradas por su exotismo y arrogancia, y con la
secreta ilusión de mejorar su vida y la de sus hijos, produciendo así el mestiza-
je racial, que iniciaría el tan importante mestizaje cultural. Pero hubo también
mujeres indígenas que se rebelaron contra los invasores y participaron en la
resistencia de los pueblos autóctonos, como Rosa Quilago, la Cacica -mujer
principal- de Cochasquí, un antiguo pueblo aborigen ubicado a 60 kilómetros al
norte de Quito, quien aparece en textos de los cronistas de Indias como una
constante defensora de su pueblo y su cultura contra la invasión inca a fines
del siglo XV y como una valerosa dirigente de la resistencia contra los con-
quistadores españoles a principios del XVI. Siglos más tarde, hacia 1940,
varias mujeres indígenas siguieron sus pasos y lucharon por los derechos de
sus pueblos a mantener su cultura, basada en una agricultura respetuosa de la
tierra y en la solidaridad social y económica desde la familia hasta la comuni-
dad organizada horizontalmente. Veamos a continuación el admirable ejemplo
de Dolores Cacuango, quien dedicó su vida no sólo a luchar por los derechos
políticos y económicos de su gente sino también a la creación de las escuelas
bilingües regentadas por indígenas en el área de Cayambe -una población
ubicada a 80 kilómetros al norte de Quito y dominada por los dueños de mu-
chas haciendas ganaderas y agrícolas establecidas en las tierras quitadas a
los indígenas- con el propósito de educar a los niños y adolescentes indios
dentro de su cultura y en su propia lenguay formar así a los futuros líderes de
los pueblos aborígenes. El trabajo de esta activista social fue admirable, espe-
cialmente porque ella nunca fue a la escuela y no sabía leer ni escribir. Su
lucha fue larga y dolorosa debido a la oposición de los ricos hacendados del
área, que despreciaban y explotaban a los indígenas, y también de los gobier-
nos de turno, aunque contó con el apoyo de los sindicatos agrícolas primero y
del recién fundado partido comunista, al cual se afilió, después. Luego de unos
pocos años en Quito, donde trabajó como empleada doméstica, volvió a su
tierra y se dedicó a luchar para mejorar la vida del pueblo indio por medio de
la educación, y empezó enviando a sus propios hijos a la escuela. Pronto, con

136
América del Sur

el apoyo de varias compañeras del partido comunista, como Nela Martínez y


Luisa Gómez de la Torre, quien entrenó a los futuros profesores indígenas de
las escuelas bilingües, entre los cuales estaba Luis Catucuamba, su hijo ma-
yor, Dolores fundó la primera escuela bilingüe en octubre de 1945, y luego
unas pocas más. Claro que a los hacendados les molestaba la educación de
los niños indígenas y trataban de destruirlas, y perseguían a los dirigentes
indígenas que las apoyaban, como sucedió con la líder Tránsito Amaguaña,
quien fue atacada y encarcelada por defenderlas. Desafortunadamente, tras
la muerte de Dolores Cacuango en 1971, poco quedaba de su gran obra libe-
radora.
En cuanto a la sociedad post - hispánica, de la época de la colonia nos
han llegado los nombres de Mariana de Jesús, la santa quiteña, y de las dos
Manuelas, heroínas de la independencia, Manuela Sáenz y Manuela Cañiza-
res. Estas tres mujeres son una prueba de que la mujer ecuatoriana, desde los
comienzos de nuestra nacionalidad, ha podido llegar a su realización personal
únicamente al margen del sistema y saliéndose del papel que ese sistema le ha
asignado. En efecto, si es que las mujeres de la clase alta pre-hispánica pudie-
ronen alguna manera realizarse como seres humanos dentro de los límites del
sistema, al servir de enlace entre su gente y las culturas exteriores, esto ya no
se dio en el caso de las mujeres coloniales. Por ejemplo, Mariana de Jesús
abandonó el sistema por la puerta del ideal religioso, se mezcló con indios y
pobresy fue criticada duramente por tratar de ayudarlos a vivir mejor. Ante el
dilema de escoger entre los principios cristianos y la hipocresía social, se
decidió por los primeros y se ofreció como víctima propiciatoria en un afán de
purificación individual y colectiva. Como veremos más adelante, algo pareci-
do sucedería con las dos Manuelas.
En cuanto a nuestros trescientos años de vida colonial, nada ha pasado a
la posteridad de las legiones de madres de familia y mujeres de su casa que
los poblaron profusamente. Como Quito tenía famade ciudad culta y religiosa,
de centro artístico e industrial, algunas mujeres participaron de la nueva cultu-
ra entrando en los conventos de monjas, porque los frailes españoles se dedi-
caban exclusivamente a educar a los varones, fueran éstos criollos, mestizos
o indígenas. Recordemos que muchos pintores y escultores de la Escuela
Quiteña eran indios, así como también los obreros de los batanes, las mitas y
las encomiendas. En estas circunstancias, el rol de la mujer ecuatoriana en la
colonia quedaba clara y tempranamente definido: cobijarse a la sombra del
hogar, florecer y dar fruto, nacer y morir bajo la tutela masculina, ser las hijas
de sus padres, las esposas de sus maridos, las madres de sus hijos. Pronto las
jovencitas de la aristocracia empezaron a pasar los mejores años de su vida
en los recién creados conventos, donde se abrieron escuelas especiales para

137
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

mujeres, para enseñarles a coser, tocar el clavicordio y transformarse en bue-


nas hijas y excelentes esposas, aunque apenas aprendían los rudimentos de la
lectura y las cuatro operaciones. Las que tenían la rara inclinación a intere-
sarse por la vida intelectual eran consideradas rebeldes y obligadas a hacerse
monjas. Las poco afortunadas que, por falta de dote o porno haber caído en
gracia a ningún criollo o chapetón casamentero, no tenían otro camino que el
de la prostitución o el concubinato.Todas estas condiciones sociales nos ayu-
darán a comprendermejor las figuras de Manuela Sáenz y Manuela Cañiza-
res.
La historia ha tratado con cariño y ha cubierto con un halo de leyenda a
la hermosa figura de Manuelita, la libertadora del Libertador, aunque fuera
brutalmente despreciada y aislada por la sociedad de su época, sobre todo
después de la muerte de Bolívar. Muchos escritores e historiadores se han
inspirado en su valentía, su heroísmo y su amor a la libertad para comprender
y restar importancia al hecho de que abandonó a un esposo impuesto para
seguir a Bolívar, o a su costumbre de preferir la compañíade las gentes senci-
llas y de disfrutar conversando, fumandoo tomándose un trago con ellas. Se
sabe, por ejemplo, que el gran poeta chileno Pablo Neruda la exaltó diciéndole
“Tú fuiste la libertad / libertadora enamorada” en su largo y hermoso poema
La Insepulta de Paita, y que Giuseppe Garibaldi, el héroe italiano que luchó
contra la invasión austríaca a Italia y por la creación de una república italiana
independiente, afirmó en sus Memoriasque Manuela, a quien conoció en Pai-
ta, era “…la más graciosa y gentil matrona que yo hubiera visto” y que tuvo
“…una vida consagrada completamente a la emancipación de su país, y las
altas virtudes que le adornaban no valieron para sustraerle al veneno de la
envidia y el fanatismo”.
El caso de Manuela Cañizares se presenta en forma diferente. Se men-
cionan su patriotismo y el hecho de que los conspiradores de 1809 prefirieran
su casa para sus reuniones secretas. No se nos dan datos sobre su vida priva-
da. Es lógico suponer que los próceres de Agosto debieron tener gran con-
fianza en Manuela, para preferir reunirse en su casa en vez de en la propia,
talvez por sentir desconfianza de sus mujeres, algunas de las cuales debieron
ser realistas. Aunque a veces se ha asociado románticamente a Manuela con
el doctor Quiroga, subrayando e idealizando la naturaleza platónica de esas
posibles relaciones, esos rumores no han podido pasar a la historia. Sabemos
que Manuela Cañizares no pertenecía a la aristocracia, clase social de donde
provenían la mayoría de los héroes del Diez de Agosto. ¿Cuáles fueron los
móviles de Manuela Cañizares? ¿Fueron exclusivamente patrióticos y revolu-
cionarios? ¿Hubo algún otro escondido sentimiento que la empujó a ayudar a
los próceres y a encender en ellos la fiebre por la libertad? ¿Fue ese otro

138
América del Sur

sentimiento tan puro e idealizado como se ha sugerido o fue algo más humano,
hermoso y verdadero? Estamos, se diría, ante otro caso de una mujer que se
rebela contra el sistema y llega a su realización personal al margen del mismo.
Entramos así a la República, con un concepto claro y definido de que el
único papel de la mujer está en la familia. La mujer es la más preciada pose-
sión del hombre, la madre sublime que no duda en sacrificarse por sus hijos, la
fresca y joven esposa que se dedica a alegrar y servir a su familia desde la
cuna hasta la tumba. Este papel de lo femenino ha permanecido invariable
hasta el presente. Los cambios que se han producido son o muy recientes, o
limitados a un porcentaje no tan alto de mujeres, o poco importantes. Puede
aducirse que el sistema machista y paternalista ha funcionado a veces y ha
dado protección y satisfacciones a muchas mujeres de las clases alta y media.
Pero no olvidemos que adolece de un defecto de base, que es la consideración
a priori de que la mujer es mental y emocionalmente inferior al hombre. Se
han realizado investigaciones en varias universidades norteamericanas y eu-
ropeas que parecen indicar que lo más científico sería considerar que mujer y
hombre tienen pequeñas diferencias biológicas, psicológicas y hormonales, las
cuales de ningún modo indican una superioridad del hombre sino, al contrario,
la sabiduría de la naturaleza para armonizar a la pareja humana con sus dife-
rencias.
Si hubiera que decidir, lo cual es intrascendente, cuál sexo es biológica-
mente superior, habría que quedarse con las mujeres. El doctor Leon Salz-
man, de la Universidad de Georgetown, en Estados Unidos, señala que el
sexo femenino es el más resistente y por eso se conciben más hombres que
mujeres, en previsión del mayor número de fetos y embriones masculinos que
mueren. Aunque nacen más o menos 105 varones por cada 100 niñas,hacia
los 10 años la población ya se ha equilibrado y sabemosque la expectativa de
vida de la mujer es más alta en todo el mundo. Este hecho no indica, sin
embargo, que la mujer sea superior para el efecto de sus relaciones con el
hombre dentro de la sociedad sino la previsión de la naturaleza que prepara a
la mujer para perpetuar la especie. Esto tampoco excluye al varón de sus
obligaciones de compartir con la madre la crianza de los hijos. En cuanto al
problema temporal de la mujer producido por su sistema hormonal y su ciclo
menstrual, de nuevo, no significa nada que sugiera inferioridad emocional,
puesto que es pasajero y, como dice la doctora Estelle Ramey, de la Universi-
dad de Georgetown, Estados Unidos, el hombre también está sujeto a un
funcionamiento hormonal, sufre de menopausia y es víctima lábil de la tensión
emocional.
El sistema machista dualista ha sido catastrófico para millones de muje-
res de la clase media o baja que, en vez de recibir la protección de un buen

139
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

esposo o padre, han sido explotadas en lo sexual y económico por hombres


incapaces de toda responsabilidad, que se han escudado en su alegada supe-
rioridad y en sus “derechos” al respeto y la obediencia de la mujer. En la
práctica, este sistema tradicional ha producido mujeres inseguras, poco edu-
cadas e inmaduras. Las mayores oportunidades de desarrollo que han tenido
los hombres, especialmente de los estratos sociales medios y altos, han hecho
de ellos más inteligentes y educados que sus esposas, pero en muchos casos
este hecho no ha impedido que abusen de su situación de privilegio y caigan
en la irresponsabilidad.
Digamos entonces que tanto hombres como mujeres han sido víctimas
del sistema machista. Y el mayor problema de este sistema ha sido producir
seres humanos inmaduros que se han quedado en la infancia o en la adoles-
cencia. En esta sociedad dualista y sexista es difícil encontrar hombres capa-
ces de casarse con una mujer profesional y ayudarle a realizarse -como lo han
hecho las mujeres con sus maridos- aún después de su matrimonio y materni-
dad. Y las mujeres ecuatorianas que han logrado reconocimiento por su traba-
jo profesional han tendido a quedarse solteras y vivir célibes o han triunfado
en profesiones artísticas o educativas que no exigen una dedicación exclusi-
va. Al averiguar sobre las actitudes de las mujeres - ¡ni siquiera de los hom-
bres! - al respecto, muchas de ellas piensan que el estado natural de la muje-
res es el matrimonio. Algunas afirman que están contentas con su situación y
que no hay por qué cambiarla, que el hecho de que su esposo las mantenga,
les dé dinero para todos sus gastos, y coloque sus funciones de madres y
esposas por encima de cualquier otra consideración personal está bien, y que
el cambiar el sistema sería difícil, además de complicado. Al preguntárseles
sobre la situaciónde sus hermanas menos afortunadas, es frecuente el co-
mentario de que es un problema penoso y muy difícil de cambiar, y que sería
mejor cambiar a los hombresque abusan del sistema. En relación a la crianza
de los hijos, muchas mujeres creen que es mejor la ayuda de una criada por-
que los hombres tienen cosas más importantes que hacer. Desde luego que
estas actitudes tradicionales son más frecuentes en las mujeres poco educa-
das y no profesionales, además de que el porcentaje de mujeres que no está
de acuerdo con estas opiniones sigue aumentando.
Veamos ahora cómo se presentan estos problemas en la narrativa y la
poesía nacionales. Con el objeto de comprobar cómo la ficción confirma la
dura realidad de la mujer ecuatoriana, examinemos brevemente algunos per-
sonajes femeninos de nuestra literatura. El escritor, ese otro marginado de
nuestra sociedad, es un testigo imparcial y a veces un juez implacable que
denuncia las injusticias del sistema. Esto no significa que los escritores no
sean machistas. Algunos lo son, y lo han mostrado al exaltar, por ejemplo, la

140
América del Sur

fuerza física o la fortaleza de los hombres como sinónimo de valentía e integri-


dad. A pesar de todo, un análisis cuidadoso de nuestra novelística nos hará ver
que no hayun sólo escritor ecuatoriano que no haya señalado, aunque sea
inconscientemente, el hecho de que la mujer se encuentra en una posición de
inferioridad en nuestra sociedad. No existe un sólo personaje femenino que
sea completamente libre ydueño de su destino, que tenga vida propia. De
hecho, existen muy pocas heroínas en nuestra novela, a menos que sean figu-
ras deshumanizadas e idealizadas que hacen de deidades tutelares o inspira-
dorasde los hombres, como en el caso de la novela Cumandá, de Juan León
Mera. Una excepción sería Bruna, el personaje central de la novela de Alicia-
Yánez Cossío Bruna, Soroche y los Tíos, que, aunque se define sólo al final,
logra liberarse de las aberraciones e inseguridadesde sus antepasados, para
independizarse “del recuerdo porque necesitaba equilibrio para su vida”. 2
En contraste con la escasez de heroínas, nuestra narrativa abunda en
mujeres explotadas inmisericordemente por cualquier hombre que se cruza en
su camino. En este aspecto, serían las mujeres del novelista Jorge Icaza las
más patéticas.
La Cunshi, personaje de Huasipungo, es abusada por su patrona que le
escoge para nodriza de su nieto en perjuicio de la salud de su propio hijito.
Cuando va a vivir a la casa de sus patrones, con el objeto de amamantar al
patroncito, tiene que abandonar a su niño y a su esposo. En estas circunstan-
ciases violada una noche por su patrón que no queda contento y se queja:
“Son unas bestias. No le hacen gozar a uno como es debido. Está visto… Es
una raza inferior”. 3
Para Jorge Icaza, no hay nada más desolador que ser india y mujer en el
Ecuador. Pero el panorama varió en su novela El Chulla Romero y
Flores.Digamos que también aquí la mujer es considerada un objeto sexual
pero que se subraya su papel de inspiradora ideal del hombre, que lo muevea
realizar acciones nobles, muchas veces al margen del sistema. Aunque el
amor en esta novela es un sentimiento hermoso y purificante, sigue siendo un
amor entre dos seres desiguales. Es decir que la sociedad machista puede
asignarle a la mujer un lugar superior o inferior al hombre, pero nunca igual,
nunca el papel de un ser humano que necesita llegar a su plenitudde la misma
manera que el hombre. Al papel de virgen perfecta y hermosa se une el de
madre maravillosa. Estas obligaciones, sin duda ideales y relativamente reali-
zadas por muchas de nuestras mujeres, tienen el más alto sitial en la escala de
valores de nuestra sociedad. No estamos diciendo que ser madre y entregar-

2 Bruna, Soroche y los Tíos, por Alicia Yánez Cossío, p. 347


3 Huasipungo, por Jorge Icaza, p. 55.

141
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

se por amor a un hombre no sean parte de las realizaciones que llevan a este
ser humano de sexo femenino a su plenitud. Lo que estamos afirmando es que
estas actividades, por más hermosas que sean, no constituyen toda la función
de la mujer sobre la tierra. Al contrario, al limitar sus funciones a las de madre
y esposa estamos deshumanizandoa la mujer, mistificándola, forzándola a que-
darse como un ser incompleto.
Es frecuente que en la vida cotidiana tanto hombres como mujeres estén
de acuerdo en que el ser virgen antes del matrimonio y madre despuésde él
son las funciones más nobles de la mujer, y en que toda actividad que dificulte
el cumplimiento de ese ideal es innecesaria. Queda para el hombre, entonces,
el amplio campo de la conquista y la libertad sexual, del trabajo creador, de la
búsqueda de su realización como ser humano a través de la lucha por la vida,
tal como conviene a su fortaleza física, a supotencia intelectual y moral, ca-
racterísticas éstas consideradas innecesariasy hasta perjudiciales para la mu-
jer.
La mujer que busca satisfacción sexual antes o fuera del matrimonio es
discriminada. Lo mismo pasa con la que antepone sus necesidades personales
a sus funciones como madre y esposa, actividades que se le reconocen como
propias. Lo que no ha comprendido nuestra sociedad dualista es que las muje-
res que ha creado son incompletas, poco humanas, subdesarrolladas.
Y cuando se rebelan contra el sistema, son marginadas o destruidas. Un
ejemplo de mujer irreal, es decir sobre-humana, lo tenemos en Ana María,
personaje que encarna la madre sublime en Dos Muertes en una Vida, de
Alfonso Barrera. En esta hermosa novelita sobre un campesino de Tungu-
rahua, la madre es la deidad tutelar de Juan, el protagonista, es la representa-
ciónde la Mamapaccha, de la madre naturaleza, origen y fin de todos los
hombres. Al final de su vida se vuelve ciega, como conviene a un profeta, que
es el que “ve mejor”, y esta desgracia hace más fuerte su unión con su hijo.
Cuando matana Juan en una manifestación de estudiantes, cumple consu de-
ber de recogerlo y entregarlo a la madre tierra. Comonos dice el narrador, “…
después de llenar formularios por el muerto, lo llevamos a Pachanlica. Esta
ocasión, en el último regreso, éramos tres a solas. Allí lo dejé después de
enterrarlo. Y allí dejé también a Ana María, dentro de su vieja habitación, con
la vista en una puerta permanente donde ya no existirían los sábados” (de las
visitas de su hijo).4
Veamos ahora otro ejemplo tomado de la literatura, el caso de una rebel-
de destruida por la sociedad, que es el de la poeta quiteña Dolores Veintimilla

4 Dos Muertes en Una Vida, por Alfonso Barrera. p. 96.

142
América del Sur

de Galindo. Hija de una familia de clase media, brillante e inquieta, buscala


manera de realizar sus talentos por medio de la literatura. Sensible y desadap-
tada desde su primera juventud, se casa a los dieciocho años con un médico
colombiano que ni la ama ni la respeta. Pronto tienen un niño. Pronto también
Dolores comprende que su hogar es ficticio y decide abandonar a su esposo.
Trata de seguir su vida en Guayaquil y Cuenca, trata de dedicarse a escribir,
cultiva la amistad de algunos literatos cuencanos. La intriga la toma por sor-
presa y corren chismes que la asocian sentimentalmente con varios hombres.
Llega un momento en que no puede soportar más el peso de la hipocresíaso-
cial y se suicida. En sus poemas nos deja ver el testimonio de su dolor y
soledad.5
En uno de ellos, Sufrimiento, le dice a su madre:
“en mi nombre mi sino me pusiste,
sino, madre, ¡bien triste!
Mi corona nupcial está en coronade espinas ya cambiada...
¡Es tu Dolores, ¡ay! tan desdichada!
En otro, el más famoso, Quejas, nos habla sobre su frustra-
ción amorosa:
“Y amarle pude, delirante, ¡loca!
No, mi altivez no sufre su maltrato;
y si a olvidar no alcanzas al ingrato
¡te arrancaré del pecho, corazón!
Ya en el presente siglo, la novela Los hijos de Daisy, de Gonzalo Ortiz
Crespo, publicada en 2009, nos entrega un testimonio de cómo el problema de
la migración en el Ecuador ha afectado más a las mujeres que a los hombres.
En efecto, a Daisy Castillo, protagonista de la novela, sus padres la casaron
en 1962, a los 18 años, en Zaruma, pequeña ciudad de la provincia de El Oro,
donde nació, con Teófilo Rodríguez, quien trabajaba como capataz en una de
las tantas minas de oro que se explotan en dicha provincia. Un año más tarde,
ella dio a luz a Lucinda, la primera de sus seis hijos. Pronto se quedó encinta
de nuevo, pero antes de dar a luz a Edgar, su segundo hijo, en 1966, decidió
abandonar a su marido, porque él no sólo que la maltrataba física y psicológi-
camente sino que le era infiel y alardeaba de ello. Daisy huyó a Machala,
capital de la provincia, donde dio a luz a Edgar. Pocos meses después, no le
quedó más alternativa que dedicarse a la prostitución para poder subsistir con
sus dos hijos. En esas circunstancias, su madre, María del Cisne Matamoros,
fue a rescatar a sus dos nietos del prostíbulo donde su hija “trabajaba” y los

5 Literatura Ecuatoriana, por Ernesto Proaño, pp. 45-46.

143
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

llevó a Zaruma para criarlos. Daisy no podía salir de su trágica situación,


aunque trataba de hacerlo convirtiéndose en amante de los “clientes” que se
enamoraban de ella. Así tuvo tres hijos más: Héctor, Guillermina y Roberto.
Pero sus amantes la abandonaban tan pronto como daba a luz, mientras que
ella los llevaba poco después a Zaruna para que los criara su madre. Fue así
como sus cinco primeros hijos crecieron con su abuela y sin padre ni madre.
Por fin, un magnate guayaquileño, padre de Néstor, su último hijo, la rescató
de la prostitución y la llevó a Guayaquil con su hijito y los acomodó en una
bonita casa para que vivieran con él. Todo esto lo recuerda Daisy 44 años
después de su matrimonio, el 24 de diciembre de 2006, mientras asiste con
Néstor a una cena de Navidad en la casa de su hijo Roberto en Quito, la cual
termina con borracheras, peleas y decepciones, como la de Lucinda, su hija
mayor, quien la había organizado para reunir a la familia. Lucinda se da cuen-
ta de que no había valido la pena su largo sacrificio, desde cuando, a los trece
años de edad, fue a Quito a trabajar como empleada doméstica, para luego
llevar a sus cuatro hermanos allá y ayudarles a estudiar, conseguir trabajo y
mejorar su vida, y después a dos de ellos a migrar a ciudades en Estados
Unidos y Europa, donde no sólo que no habían logrado salir adelante sino,
como acababa de enterarse, la tragedia había golpeado a su hermano Héctor,
un extraordinario ser humano, quien había sido asesinado por los miembros de
un grupo mafiosoen Italia, por haberse negado a colaborar con ellos. Lucinda
comprende de pronto que su duro destino y el de sus hermanos ha estado
marcado desde siempre por el hecho de ser ellos “los hijos de Daisy” y regre-
sa a su casa, donde le esperan sus dos hijos. Algo semejante piensa Daisy,
acosada por el dolor y el remordimiento, mientras sale de la casa de Roberto
para al día siguiente volar a Guayaquil en compañía de su hijo Néstor.

Dualismo cultural y económico: la mujer y el trabajo


Hemos visto cómo el dualismo de la sociedad tradicional ha perjudicado a
la mujer, al considerarla una persona de segunda clase. Esto significa que se
la ha juzgado con una medida diferente a la usada para el hombre. Si la mujer
está hecha para la maternidad y el hogar, y el hombre lo está para la vida
exterior y el trabajo, entonces no es necesario educar a la mujer ni darle una
profesión. Si la mujer tiene que ir virgen al matrimonio, el hombre en cambio
debe adquirir “experiencia” e iniciarse sexualmente con las prostitutas, estas
mujeres que han caído en el desprecio universal por haberse “prostituido”para
salir adelante en su vida, aunque ellas se defienden de estas acusaciones y
reclaman su derecho a ser “trabajadoras sexuales”. En estas circunstancias,
no nos admiremos de la limitada concepción que muchos hombres tienen so-
bre esta hermosa y rica manera de comunicarse que es la unión íntima entre

144
América del Sur

dos seres humanos. Estas actitudes tradicionales respecto alas relaciones sexua-
les, que todavía se mantienen, han hecho que se siga afirmando, por lo menos
en ciertos estratos sociales, que la mujer es ante todo un objeto sexual para el
hombre, que no necesita trabajar ni desarrollar una vida profesional o creati-
va, y que por eso no hace falta que contribuya al desarrollo económico de su
comunidad, porque las “labores propias de su sexo” le impiden competir con
el hombre en el mercado del trabajo.Y estos prejuicios sexistas han afectado
el desarrollo económico de nuestra sociedad y han contribuido a desperdiciar
el enorme potencial productivo de la mujer, o por lo menos lo han usado muy
limitadamente en los trabajos denominados “femeninos”. De hecho, según
varios estudiosos, tanto la sociedad patriarcal como el capitalismo han creado
una oferta de trabajo diferente para el hombre y la mujer, aumentando las
oportunidades para el trabajo masculino y limitando la participación femenina
en el mercado laboral. Esto ha fomentado la dependencia económica y la
subordinación de la mujer al hombre y ha producido una jerarquía de trabaja-
dores, desde los dueños de empresas y los auto-empleados, los altamente
especializados, los semi-especializados y los no especializados, hasta los que
no reciben pago por su trabajo y los desempleados. Obviamente, las mujeres
han ocupado las jerarquías más bajas en la sociedad patriarcal, lo cual ha
afectado a su independencia económica. A pesar de todo, hacia fines de los
años 70 del siglo pasado, nuestras mujeres comenzaron a reaccionar contra la
injusticia laboral, a escalar en la jerarquía de los trabajadores y a luchar para
llevar a la práctica su derecho a la igualdad de género, tanto en lo social como
en lo económico y lo matrimonial. En 1989, sus reclamos empezaron a ser
tomados en cuenta. Se modificaron varias leyes sobre el matrimonio, como
añadir que éste se constituye sobre la base de la igualdad de derechos de
ambos cónyuges, quitar que el marido deberá proteger a su mujer y que la
mujer deberá obedecer a su marido. Sin embargo, todavía hay una gran dis-
tancia entre la teoría y la práctica, además de que el desarrollo de la mujer
ecuatoriana es heterogéneo: la mujer campesina es menos desarrollada en
todos los ámbitos de su vida personal frente a la mujer de la ciudad. En el área
del trabajo, desde mediados de la década de 1990 el número de mujeres que
consiguen trabajos profesionales y mejor pagados empezó a aumentar. Ade-
más, si recordamos que un 45% de los ecuatorianos son menores de15 años,
y que los ancianos aumentan un poco el porcentaje de la población no produc-
tiva, esto significa que sólo un 40%de los ecuatorianos está en capacidad de
trabajar, y si la mitad de esos ecuatorianos son mujeres que no trabajan, tene-
mos la dura realidad de que un ecuatoriano tiene que mantener a muchos de
sus compatriotas. Es así como la sociedad machista ha colocado un enorme
peso sobre los hombros de sus varones, sin siquiera sospecharlo. Como he-

145
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

mos dicho, todavía son pocas las mujeres ecuatorianas que logran mantenerse
en un plano digno y productivo de trabajo. Las carreras universitarias escogi-
das por ellas siguen siendo las tradicionalmente consideradas femeninas, como
maestras de educación primaria, enfermeras, trabajadoras sociales; y casi
siempre en estas profesiones la mujer es una auxiliar del hombre, como en el
caso de las enfermeras o las secretarias. Además, para varias mujeres de las
clases media y baja es difícil mantener su trabajo después del matrimonio.
Pero es innegable que el porcentaje de mujeres que ejercen profesiones “mas-
culinas”, como médicas, abogadas, catedráticas universitarias, ingenieras,
políticas, ha aumentado significativamente en los últimos años. Sin embargo,
la situación de las trabajadoras de nivel medio y bajo o de las empleadas
domésticas sigue siendo penosa. Para terminar nuestros comentarios sobre la
actual situación de trabajo de la mujer ecuatoriana, digamos que el crecimien-
to de la clase media, que sumaría el 35% de la población, ha contribuido a
aumentar sus oportunidades laborales, pero tomando en cuenta que, en la
práctica, esta clase social se ha dividido en tres sub-clases: la alta clase me-
dia, con un 6%, que ha sido la más favorecida en el ámbito profesional, la
media clase media, con un 12%,que también ha podido acceder a buenos
empleos, y la baja clase media, con un 17%, que está casi en la misma situa-
ción de la clase baja, que no ha logrado todavía su independencia económica.
Se trata entonces de que, a pesar de haber disminuido, la discriminación, sea
ésta legal, laboral, sexual o económica, sigue afectando nuestro desarrollo
ético y humanista y dificultando nuestra búsqueda de la justicia, la igualdad, la
solidaridad y la paz para todos los ecuatorianos.

Dualismo legal de la sociedad ecuatoriana


Un examen de la legislación especializada nos muestrala gran distancia
que existe entre la teoría y la práctica. Por ejemplo, el Ecuador es el primer
país hispanoamericano (el segundo en América después de Estados Unidos)
en dar el voto a la mujer, en el año de 1929. Pero estodavía uno de los países
que no ha logrado bajar significativamente su índice de analfabetismo.Y todos
sabemos que para poder votar es necesario saber leer y escribir, y también
sabemos que el 60% de .3los analfabetos son mujeres.6
Las leyes sobre el matrimonio, el cuidado de los hijos y el divorcio tam-
bién han mejorado y ahora son muy avanzadas. Pero con frecuencia muchas
ecuatorianas no saben que estas leyes existen. Las mujeres que se han divor-
ciado lo han hecho en su mayoría porque su marido les es infiel o tiene una

6 Boletín de Estadística y Censos, Dirección Nacional de Estadísticay Censos, Quito,


Imprenta del Estado, 1990, Cuadro 37.

146
América del Sur

segunda familia. Y las que han decidido divorciarse por la injusticia, la irres-
ponsabilidad, la violencia o la infidelidad de sus maridos, han debido soportar
consecuencias como los prejuicios sociales, los problemas económicos y la
gratuita fama de mujeres fáciles en que su paso las ha arrojado. Desde luego
que también se han dado casos en que el divorcio ha sido una oportunidad
para que la mujer empiece una nueva vida, se capacite profesionalmente,
consiga trabajo y críe y eduque a sus hijos de la mejor manera posible, siem-
pre y cuando no se vuelva a casar. Con esta descripción de la situación de la
mujer frente a las leyes sobre el divorcio, no estamos insinuando que el divor-
cio sea una solución a la discriminación de la mujer. Al contrario, creemos que
es un grave problema y un síntoma de la irresponsabilidad masculina y la
inestabilidad de nuestra sociedad, que con frecuencia afecta a los hijos de
esos matrimonios destruidos. Existen, sin embargo, casos extremos en que se
ha apelado a los sentimientos y aún a la religiosidad de la mujer para forzarla
a no hacer uso de su derecho legal a divorciarse. En este contexto, es intere-
sante anotar que actualmente algunas mujeres que se consideran autosufi-
cientes, como las profesionales, prefieren no casarse y criar solas a sus hijos,
aunque esta decisión les prive a ellos de la posibilidad de tener un buen padre.
Desde luego que, según estadísticas recientes, los mejores y más duraderos
matrimonios han sido y son los realizados entre hombres y mujeres que tiene
profesiones similares, se apoyan mutuamente en sus trabajos, crean juntos el
mejor hogar para sus hijos y pertenecen a la que hemos denominado alta clase
media, en la cual encontramos a muchos hombres y mujeres que defienden la
justicia y la igualdad de derechos para todos los seres humanos, sin discrimi-
nación por clase social, sexo, raza, preferencia sexual, religión, ideologíao
cualquier otra característica cultural personal o colectiva.
Respecto a la legislación laboral, no hemos encontrado ninguna ley que
discrimine a la mujer o le dificulte conseguir un determinado empleo. Sin em-
bargo, en la práctica las mujeres profesionales tienen que luchar para conse-
guir un buen trabajo y recibirlo en base a sus méritos o preparación para el
mismo. La ausencia de leyes discriminatorias es un buen dato, pero podría
también indicar que en el Ecuador no sehan planteado muchos conflictos de
trabajo entre hombres y mujeres debido a la menor presencia de estas últimas
en el mercadolaboral.
Reiteremos lo ya anotado. Los trabajos asignados a la mujer son todavía
muchas veces mal pagados, no pasan del nivel medio de remuneración o
prestigio y se desempeñan preferentemente a tiempo parcial. Estas circuns-
tancias le han creado un grave problema a la mujer profesional casada que ha
llegado a ocupar un sitio respetable en alguno de los campos de la actividad
humana: la carga de trabajo que la sociedad le ha impuesto es difícil de sopor-

147
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

tar. En otras palabras, resulta mucho más complicado para una mujer casada
que para un hombre llegar a su máximo desarrollo personal, debido a que la
mujer tiene que desempeñarse bien para conseguirlo en un triple o cuádruple
rol: como esposa, como madre, como profesional, y como ser humano que
busca llegar a su plenitud.
Comparemos ahora brevemente los roles y la situación profesional que la
sociedad tradicional ha asignado al hombre y la mujer.
Esposa vs. Esposo
Además de que todavía se espera que debe conservar la virginidad hasta
casarse en vez de tener la libertad de hacerlo por convicción personal, la
mujer es elegida por el esposo. Después del matrimonio, debe estar a disposi-
ción de su marido siempre y encualquier circunstancia, debe hacer un hogar
para él, darlehijos, servirle y hacerle feliz. La vida sexual del hombre y la
mujer se juzga con una doble medida. Ninguna mujer espera, por ejemplo, que
su marido sea virgen al casarse. Pero si la infidelidad viene de la mujer el
marido se divorciará inmediatamente, o la abandonará. Las adúlteras serán
despreciadas por todos y perderán el derecho al cuidado de sus hijos, por
indignas. Este comentario, como cuando hablábamos del divorcio, no preten-
de justificar, ni menos recomendar la infidelidad, sino únicamente señalar el
hecho de que la sociedad juzga diferentemente al hombre y a la mujer en el
caso del adulterio.
Madre vs. Padre
Desde el momento en que da la vida biológica a sus hijos, la madre se
convierte en su casi exclusiva cuidadora. El padre le ayuda un poco, pero, de
todas maneras, es una especiede visitante en su casa, puesto que su lugar
habitual es el del trabajo. A los tres o cuatro años el niño ha aprendido ya que
debe temer y admirar a su padre, y amar y complacer a su madre. Muy pronto
empieza a repetir chistes y consejas que oye sobre las mujeres, y a mirar con
suspicacia y compasión a sus hermanas. El varón empieza a sospechar que es
superior a la mujer. Si el niño hace algo considerado cobarde o suave y dulce,
el padre, y hasta la madre, le dirán que no se porte como una niña, que no sea
“mariquita”. Si la niña, en cambio, demuestra imaginación o energía en sus
juegos, o se une a una exploración de varones por el bosque, se le criticará por
haberse comportado como un chico, por no haber actuado como una dama.
Pronto tendrá que aprendera caminar, sentarse y vestirse de manera femeni-
na, es decir arreglada y modesta, deberá hablar con voz suave y musical,
jamás gritar ni discutir, y tratará de ser hermosa, devestirse con coquetería,
aunque sin olvidar nunca que sucuerpo es un objeto de tentación. Todas estas
enseñanzashabrán suavizado su personalidad a la vuelta de pocos años, y a

148
América del Sur

veces de manera irreversible. Los juguetes para las niñastendrán relación con
los implementos de la casa, como lavadoras, licuadoras, cocinas, máquinas de
coser, y, desde luego, las muñecas. Nadie soñaría en regalarle a una niña una
pista de carreras o un mecano, peor en regalarle a un niño una muñeca con
biberones o una cocina de juguete. Los niños jugarán a ser astronautas, médi-
cos, científicos o campeones de carreras automovilísticas. Toda la familia le
convencerá pronto deque es inútil para coser o cocinar y, aún más, que si se
interesapor las cosas de la casa se cierne sobre él un tremendo peligro moral
de desastrosas consecuencias para su masculinidad.Tanto el niño como la
niña llegarán a la adolescencia con una idea deformada sobre lo femenino,sobre
el papel del amor entre un hombre y una mujer, y también con un inexplicable
pánico a la homosexualidad, problema psicológico que identificarán más bien
con el salirse de los roles tradicionalmente asignados a su sexo, antes que con
el maltrato sexual y psicológico que su padre haya podido prodigar a su ma-
dre. La mayoría de los psiquiatras están de acuerdo en señalar que el Don
Juan latino es en verdad un homosexual disfrazado que se ha identificado con
su órgano sexual supervalorándolo, incapaz por tanto de tener una relación
normal con la mujer, a la que en el fondo desprecia. Ser hombre es para él
poder conquistar y dominar amuchas mujeres, seducirlas impunemente como
símbolo de su hombría. No hace falta señalar la gran distancia que existe
entre esta actitud psicológica y el maduro sentimiento del amor sexual entre el
hombre y la mujer.
Profesional mujer vs. Profesional hombre
El hombre encuentra en su trabajo las mayores y mejores satisfacciones.
Su sexo y su actividad profesional no se oponen, al contrario, se complemen-
tan. La educación que ha recibido, la profesión que ha escogido, las oportuni-
dades que le han dado, todo contribuye a su desarrollo personal. Trabajo y
realización individual se sobreponen y apoyan mutuamente para enriquecer la
vida del hombre. Para la mujer, en cambio, el trabajo resulta una carga más.
Hay poca diferencia entre su dura tarea de ama de casa y su trabajo fuera del
hogar, el cual, en opinión del marido, le quita el tiempo que debería dedicar a
su familia. Pero esta realidad tradicional ha cambiado significativamente en
los últimos años. Los trabajos que ofrecen a las mujeres oportunidades para
su desarrollo tanto personalcomo profesional se han incrementado mucho en
calidad y cantidad. Desde fines del siglo pasado hasta el presente, muchas
mujeres han ejercido cargos muy importantes en la administración pública,
como, por ejemplo, nuestra primera, y única, vicepresidenta fue electa por
votación popular para el períodode gobierno que se inició el 10 de agosto de
1996, aunque, debido a que el presidente con quien fue elegida fue derrocado

149
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

por el Congreso el 6 de febrero de 1997 por “carecer de la capacidad mental


para gobernar”, pasó a ejercer la presidencia, pero sólo lo hizo por cuatro días,
ya que el Congreso nombró presidente interino a uno de sus miembros hasta
el 10 de agosto de 1998, fecha en la cual convocó a nuevas elecciones presi-
denciales. Salta a la vista que su condición de mujer hizo posible ese abuso por
parte del poder legislativo. Pocos años después, desde la segunda década de
este siglo, se dio un inusitado aumento de la participación de la mujer en altos
cargos públicos, como ministras, diplomáticas, congresistas o juezas, que con-
tinúa hasta el presente. La mayoría de estas funcionarias pertenece al partido
del gobierno, como la actual presidenta de la Asamblea Nacional -Congreso-
también la primera, y única, mujer en tan alto cargo. Pero en la Asamblea
Nacional hay también muchas legisladoras de otros partidos políticos, que
lideran la oposición al actual régimen. En cuanto a la empresa privada, nume-
rosas mujeres profesionales trabajan como gerentes, administradoras, consul-
toras o jefas de empresas familiares, sobre todo en las áreas de comercio y
servicios. Y en el campo de las artes, hoy día tenemos muchas actrices, pinto-
ras, escultoras, poetas, narradoras y músicas de prestigio. En este contexto,
no es exagerado afirmar que las ecuatorianas de la clase media hacia arriba
se han desarrollado y profesionalizado notablemente en los últimos años, lo
cual ha hecho que nuestra sociedad tome conciencia de los derechos de la
mujer ecuatoriana. Sin embargo, esto no significa que sus problemas de géne-
ro debidos a las actitudes sexistas y discriminatorias de buena parte de nues-
tra población ya no se den. Aunque el porcentaje de machismo y violencia
doméstica ha disminuido, hoy día, así como en las clases media y alta hay más
empleo, en la clase baja hay más empleo inadecuado o más desempleo, tanto
para los hombres como para las mujeres. Además, sorpresivamente, el actual
fenómeno de la globalización ha complicado el camino hacia una verdadera
liberación de la mujer en todo el mundo, ypor tanto en Ecuador. La migración
ilegal yel tráfico de personas han aumentado drásticamente, con el objeto de
usarlas en el tráfico de drogas o someterlas a una explotación sexual cercana
a la esclavitud, todo esto principalmente al servicio de las mafias en Estados
Unidos y unos pocos países europeos.En nuestro país, estos delitos se han
dirigido ante todo a niños y niñas, y a adolescentes y jóvenes de ambos sexos,
lo cual ha estimulado la práctica de la violencia contra la mujer. Ha aumenta-
do, por ejemplo, el número de feminicidios, sobre todo en provincias de la
Costa, cometidos por los ex-maridos o los convivientes de las mujeres que
tratan de liberarse de suviolencia física o sicológica, y que terminar suicidán-
dose después de matarlas. Ante esta realidad, han surgido varias propuestas
para luchar contra el sexismo tradicional y contra los crímenes de los que se

150
América del Sur

aprovechan de la complejidad de este mundo globalizado. Cualquier solución


deberá tomar en cuenta nuestra valiosa cultura mestiza –pues de eso se trata,
no de raza-, en la cual se han combinado la cosmovisión europea hispánica
con la aborigen americana, para crear una nueva cosmovisión hispanoameri-
cana, producto de la unión de los valores éticos cristianos con los andinos por
medio del sincretismo religioso, social y económico, que contrasta con las
actitudes dualistas y sexistas todavía presentes en nuestra realidad y ha desa-
rrollado unos valores sociales más justos, humanistas y democráticos, como
por ejemplo la propuesta de que la educación debe liberar a todos los seres
humanos. Tomando en cuenta estos nuevos y más humanistas valores socia-
les, ensayemos a continuación nuestra propuesta para llegar a la verdadera,
justa y completa liberación de nuestras mujeres, y por consiguiente de todos
los ecuatorianos.

Educación liberadora: Justicia para la nueva mujer


Hemos visto cómo la escala de valores de nuestrasociedad sexista, que
discrimina a los seres humanos principalmente por prejuicios de sexo, aunque
también de raza y posición social, continúa imponiéndose a hombres y muje-
res por igual. Salta a la vista que sólo un cambio radical en las actitudes
todavía dualistas de parte de nuestra sociedad podrá producir la verdadera
liberación de la mujer ecuatoriana.Proponemos que una educación liberadora
producirá los cambios necesarios para que la pareja humana tenga relaciones
más auténticas y justas. Pero el lector nos preguntará cómo podemos esperar
que una sociedad machista llegue a dar una educación liberadora a todos sus
miembros. Desde luego que la tarea es larga y difícil, pero no
imposible.Sostenemos que el desarrollo económico acelerará el desarrollo social
y éste a su vez producirá la educación liberadora, aunque no necesariamente
en ese orden. Es decir que estos tres factores jugarán alternativamente el
papel de causa y resultado, de síntoma y remedio. El desarrollo integral de
toda comunidad humana es un continuo juego de desarrollos parciales. Si se
desarrolla la economía, por ejemplo, surgirá la necesidad de que la mujer se
incorpore definitivamenteal mercado del trabajo, pero como fuerza masiva y
no esporádica o aisladamente como lo ha hecho hasta hoy. Esta mejor econo-
mía forzará a la sociedad a impulsar la educación de la mujer, tanto en canti-
dad como en calidad.Y eso hará también que la educación del varón sea más
justa y realista respecto de sus actitudes hacia lo femenino. Se producirá por
fin la humanización y desmitificación de la mujer, además de las del hombre
que, como hemos visto, debe también liberarse del actual sistema. Esta diná-
mica social será, ya lo hemos dicho, más bien simultánea que sucesiva. En

151
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

otras palabras, consideramos inevitable el desarrollo de nuestra sociedad ha-


cia la justicia, en tanto que es una sociedad humana sujeta a las leyes univer-
sales del desarrollo social. La mejor primicia de esta nueva sociedad será la
educación para la libertad, y ésta producirá el proceso irreversible hacia la
liberación de hombres y mujeres, y provocará también la liberación del cam-
pesino, del obrero,y de todas las llamadas “minorías” que irónicamente —
tales el caso de la mujer— son en verdad mayorías.
Los promotores de este movimiento hacia la justicia y la liberaciónde la
mujer serán ante todo líderes de opinión, personas que tengan una idea clara y
precisa del problema yla decisión para provocar los cambios sociales necesa-
rios. Si hoy sus líderes son en nuestro país ante todo mujeres y algunos activis-
tas e intelectuales dela clase media, el incesante juego de opiniones extenderá
cadavez más su área de acción. El movimiento tendrá que desinstitucionali-
zarse, ya que esto producirá una más rápida concientización de nuestra socie-
dad. Para crear conciencia del problema deberemos trabajar en todos los
frentes, llegar a las mujeres de las clases media y baja, a las aristócratas, a las
ciudadanas y a las campesinas. Deberemos conseguirque se creen materias
de desarrollo integral en escuelas, colegiosy universidades, que se organicen
grupos de trabajo práctico a nivel barrial. Deberemos invadir las reuniones
sociales, las fiestas, el folklore, las peluquerías, las revistas femeninas, la ra-
dio, la televisión. Y tendremos ante todo que prepararnos, leer, investigar so-
bre el tema, crear un plan de acción para nuestra revolución personal. Los
nuevoslíderes del movimiento deberán ser tanto hombres como mujeres, tanto
universitarios como amas de casa, tanto políticos tradicionales como revolu-
cionarios, tanto jóvenes como adultos, tanto religiosos como seglares.
La feminista y escritora francesa Simone de Beauvoir presenta en su
libro El Segundo Sexo el más completo planteamiento del problema de la
situación de la mujer. Su análisis es científico y exhaustivo, sus puntos de vista
precisos y brillantes. La feminista australiana Germaine Greer presenta en
cambio, en su Libro El Eunuco Femenino, el más lúcido y organizado plan de
trabajo para llegar a la liberación de la mujer. Creemos que la mujer ecuato-
riana necesita también realizar más estudios y coleccionar estadísticas para
luego plantearse un plan de acción,tanto personal como colectivo.
¿Cómo podrá la mujer, ya consciente del problema, acelerar este proce-
so? ¿Qué hará el hombre que también quiere liberarse de los prejuicios que le
impiden ser feliz con la mujer que ama y con los hijos que deberán construir
una sociedad más justa? En manos de los padres, en manos de la familia, está
prácticamente el futuro de la nueva sociedad.Todos, mujeres y hombres, abuelos,
padres e hijos, jóvenes, adultos y ancianos, tendremos que trabajar en todos

152
América del Sur

los campos para conseguir el cambio de actitudes: en la oficina, en el hogar, en


el salón o en la fiesta, en la sala de clase, en la calle, en nuestras relaciones
amorosas donde damos y recibimos lo más íntimo de nuestra ternura, en la
educación liberadora de nuestros hijos e hijas, a quienes, comonos cuenta la
Biblia, “…creó Dios a imagen y semejanzasuya. A imagen de Dios los creó, y
los creó macho y hembra, y los bendijo diciéndoles: procread y multiplicaos y
henchidla tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobrelas aves
del cielo y sobre los ganados y sobre cuanto vivey se mueve sobre la tierra”.7

Bibliografía
Barrera Valverde, Alfonso, Dos muertes en una vida, Buenos Aires: Edicio-
nes de la Flor, 1971
Dirección Nacional de Estadística y Censos, Boletín de estadística y cen-
sos, Quito: Imprenta del estado, 1990.
Editorial Católica S.A., Sagrada Biblia, Madrid: Edición Nácar-Colunga, 1951.
Icaza, Jorge, Huasipungo, Quito: Ariel Universal, 1973.
Ortiz, Crespo, Gonzalo, Los hijos de Daisy, Quito: Alfaguara Ecuador, 2009.
Proaño, Ernesto, Literatura ecuatoriana, Cuenca: Editorial Don Bosco, 1980.
Yánez Cossío, Alicia, Bruna, soroche y los tíos, Quito: Casa de la Cultura
Ecuatoriana, 1973.

7 Sagrada Biblia, Libro del Génesis, p.14.

153
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Raquel del Pilar Rodas Morales (1940)

Escritora, ensayista, investigadora, educadora y profesora universi-


taria, nacida en Paute, Azuay en 1940. Consultora internacional en el
campo de la educación. Sus publicaciones incluyen ensayos sobre la
ideología de género y del movimiento indígena del Ecuador. Master
en Estudios de las Mujeres por el Centro de Investigación Histórica
de la Dona, Universidad de Barcelona. Licenciada en Humanidades
Modernas por la Universidad de Cuenca, y Profesora de filosofía y
Pedagogía por la Universidad de Cuenca. Es Miembro de Número
de la Academia Nacional de la Historia en el Ecuador, así como de la
Casa de la Cultura Ecuatoriana, Federación Internacional de Muje-
res Universitarias, Red Ecuatoriana de Mujeres Líderes por la Paz,
Grupo de Educadoras María Angélica y el Grupo América, Quito.
Entre sus obras se encuentran: Dolores Cacuango: gran líder del
pueblo indio, Nosotras que del amor hicimos… una pasión so-
cial, Tonos y texturas en la evocación de Doña Teo, Socializa-
ción e ideología de género en las familias populares de Quito,
Las mujeres de Cayambe en la lucha por la tierra, El movimiento
de mujeres en el Ecuador: “Muchas voces demasiados silencios,
La situación socioeconómica de las lavanderas del río Tome-
bamba.

El Pensamiento transgresor de una mujer runa1


Antecedentes
Cuando entré a los campos de Pesillo había transcurrido una década y
algo más desde el fallecimiento de Mama Dulu Cacuango, ocurrido en 1971.
Su recuerdo era tan vívido en las comunidades que con un poco de imagina-
ción yo la podía ver caminando encorvada y descalza por la maltrecha vía de
tierra, envuelta en su viejo pañolón negro, recibiendo los saludos de la gente y
parándose a dialogar con cada uno de los viandantes.
Conforme hablaba con los campesinos y campesinas indígenas mi curio-
sidad se acrecentaba. Ese interés me llevó a buscar en bibliotecas públicas y
privadas, informaciones escritas que hablaran del personaje y de su contexto
histórico. Lo que encontré escrito fue poco en comparación a lo que escuché
de labios de la gente, ya no solamente en las comunidades de Cayambe y de
la sierra norte sino también en Quito.
1 América N° 124. Revista del Grupo Cultural América. Quito. Junio 2013. pp. 37-66
http://www.grupoamericaecuador.com/ga/images/imagenes/RevistaAmerica.pdf

154
América del Sur

A través de las obras que he escrito sobre Dolores Cacuango he preten-


dido recoger los momentos más importantes de su gestión histórica, las inicia-
tivas encaminadas a conseguir justicia en el trato y en la paga para los traba-
jadores y trabajadoras del campo y el mejoramiento de sus condiciones de
vida, en especial el acceso a la educación. Al relatar sus circunstancias vitales
he tratado de mostrar la textura personal de Dolores a través de los momen-
tos cruciales que incidieron en la construcción de su subjetividad y que hicie-
ron de ella un ser humano admirable.
En este trabajo me acerco a su pensamiento expresado a través de su
práctica política, su vida cotidiana y los mensajes explícitos expuestos por ella
en diversas oportunidades. Tomo como punto de partida los principios de la
filosofía andina. Esterman contrapone la filosofía occidental a la andina. De
acuerdo a su punto de vista la reflexión producida en el mundo andino está
más ligada a la práctica filosófica originaria que se asombra e inquieta frente
a los acontecimientos del mundo y a los aconteceres de la vida. El ser humano
que filosofa se convierte en un creador de significados. Se trata entonces de
una práctica amorosa y sabia que representa un “amor a la filosofía”, o dicho
de otro modo, su praxis consiste en una filosofía del amor. En esta actividad
humana intervienen la percepción sensorial, la memoria, el raciocinio pero
principalmente la vivencia emocional. De modo que lo que inspira, lo que
desata el proceso de pensar es “una pasión, un sentimiento profundo, una
conmoción existencial y hasta podríamos decir una suerte de fe, desposeída
del carácter religioso”2. Por tanto, en la filosofía andina no destaca el carác-
ter logocéntrico ni la elaboración metódica. La filosofía andina no es teoría,
técnica, ciencia, ni historiografía. Se trata de un “conocimiento sapiencial, una
interpretación apasionada de la experiencia vivencial”.3 Para el mundo mes-
tizo el pensamiento andino resulta desconcertante en tanto es una reflexión
distinta, muchas veces en abierta contradicción con las formas hacia las cua-
les ha evolucionado la filosofía occidental y que se han impuesto en el orbe
entero como paradigmas epistemológicos y gnoseológicos.
Con una mirada aséptica podemos reconocer la existencia de la filosofía
andina no como “simple asunto académico sino como un acto de restitución
ontológica imbricado con el proceso de liberación, de reivindicación de lo pro-
pio después de un proceso de dominación de más de quinientos años de colo-
nización cultural.” 4 La filosofía andina propone una reflexión ya no desde lo
otro sino desde sí mismo. En ese tránsito la alteridad cambia el horizonte

2 Joseff Esterman, 1998.


3 Ibid.
4 Ibidem.

155
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

discursivo. Un postulado primordial de la filosofía andina pone como sujeto


filosófico al runa, un término endógeno que en sentido restrictivo define a un
conglomerado étnico arraigado en el medio geográfico y cultural de la zona
montañosa de los Andes. En sentido amplio e inclusivo runa quiere decir: ser
humano y por tanto engloba semánticamente a hombres y mujeres. Yo me he
tomado la libertad de denominar “el pensamiento transgresor de una warmi
runa” para recalcar el sexo de quien, en este caso, hace filosofía porque el
estereotipo androcéntrico suele negar la posibilidad de que una mujer tenga
capacidad para pensar con relevancia y significación. Tengo con Esterman
una discrepancia fundamental en cuanto al carácter anónimo que atribuye a la
filosofía andina. El pensamiento de Dolores contradice esta afirmación o se
aleja de ella. Me explico: si bien la gestión histórica y el testimonio de vida de
Dolores Cacuango evidencian muchos principios de la racionalidad indígena
expresados cotidianamente; en cambio sus proclamas se ubican más allá de la
pura tradición. Son manifestaciones de sentido acumuladas desde su cultura,
nacidas de una experiencia colectiva pero articuladas con tono propio. Dolo-
res es intérprete y sistematizadora de la experiencia de las comunidades indí-
genas de su tiempo; pero también es una individualidad, un sujeto filosófico
que explicita las concepciones de su pueblo y las resignifica en un momento
histórico determinado. Dolores es una presencia cargada de sabiduría.
Casi hasta finales del siglo XX, las comunidades indígenas ecuatorianas
pertenecían a una cultura ágrafa. Su universo semántico se expresaba a tra-
vés de la palabra oral, de símbolos, ceremonias, experiencias rituales y artísti-
cas. El grado de escolarización fue limitado tanto en la lengua materna como
en castellano, la lengua de relación con la comunidad nacional. Constitucio-
nalmente el Ecuador se reconoce como país multicultural solamente a partir
de 1998. La educación bilingüe instituida oficialmente en 1989 no ha produci-
do aún textos filosóficos escritos. Esta constatación no invalida el hecho que
exista en los pueblos indígenas pensamiento filosófico como reflexión genuina
de la experiencia vivida. El sabio por antonomasia, Sócrates, nunca escribió.
Su pensamiento no obstante ha guiado a culturas e individuos de diferentes
tiempos y se ha convertido en punto de arranque para otras escuelas y co-
rrientes filosóficas. La filosofía socrática pervive porque tuvo discípulos que
atesoraron su palabra y la eternizaron.
Dolores Cacuango forma parte de la tradición de magisterio desinteresa-
do y profundo, “iluminado” –a juicio de los esotéricos– que dejó reflexiones
para ser recogidas por las futuras generaciones. Su pensamiento es parte del
patrimonio intangible de la nación. El pintor Guayasamín tuvo el acierto de
dibujar su rostro en el mural que decora el auditorio principal del Palacio
Legislativo, junto a los rostros de Espejo y Alfaro. Y digo acierto (haciendo

156
América del Sur

epojé de las prácticas irreverentes que suelen ocurrir en derredor) porque


igual que los otros dos conspicuos conciudadanos, Dolores es forjadora de la
nación ecuatoriana, aunque los textos oficiales de ciencias sociales todavía la
invisibilicen. La historia es un componente fundamental de la identidad de un
pueblo. No solo es memoria colectiva sino memoria elaborada y almacenada
para dar significado y trascendencia a la vida humana. Construir historia es un
proceso a través del cual los seres humanos interpelan al pasado y lo reinter-
pretan a la luz de los nuevos interrogantes. Es una necesidad social dice Ger-
da Lerner. Para cada conglomerado humano lo que le hace orgulloso de sí
mismo y le compromete a sostener su avance tiene mucho que ver con la
presencia de referentes –hechos o personas– cargados de valor y autentici-
dad que en el transcurso de las épocas han contribuido a modelar una identi-
dad nacional representativa. Y hoy, como ayer y como mañana, el Ecuador
necesita de esos referentes que vuelvan más confiable su existencia.
En una encuesta realizada en la calle por estudiantes de la FACSO5 a la
pregunta ¿Sabe algo de Dolores Cacuango? encontraron que era casi desco-
nocida para la mayoría de personas entrevistadas Pero una joven otavaleña,
contestó: Dolores Cacuango es para nosotros como el Che para Cuba.
¿Qué significa esta apreciación? ¿Dolores es una heroína, una revolucio-
naria, una guía? ¿Su acción y su pensamiento tienen validez nacional? Y, ¿por
qué es ignorada por la mayoría de la población?
Estas interrogantes dejo a ustedes futuros lectores y lectoras de la Bio-
grafía de Dolores con la esperanza de que ustedes –como yo he pretendido
hacer esta labor en al menos veinte años– se encarguen de difundir su imagen
humana y su palabra como paradigmas de honestidad, energía, claridad, com-
promiso, pasión y armonía características que anhelamos para la ciudadanía
que queremos se instituya en nuestro país.
Dolores nace a finales del siglo XIX (1881). Su apellido denota ascen-
dencia de prestigio pues procede de los cacicazgos de Cayambe. Por tanto
debería ser “Señora Principal”. Mas cuando ella nace su familia está ubicada
en la categoría más baja de los trabajadores agrícolas de la sierra. Padre y
madre son gañanes, peones huasipungueros que a cambio de su trabajo de
doce horas diarias o más, incluyendo los fines de semana, reciben una parcela
de terreno, un huasipungo, que les permita levantar una miserable choza y
cultivar algunos productos para la sobrevivencia diaria.
Desde su lugar social dependiente del régimen hacendario de la sierra,
Dolores representa el estatus de exclusión común a las familias de campesi-

5 Facultad de Comunicación, Universidad Central del Ecuador, Trabajo de clase, Quito,


2007

157
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

nos huasipungueros de la primera mitad del siglo XX. Se piensa que las muje-
res siempre aparecen como auxiliares de los hombres, que actúan impulsiva-
mente –desde la emotividad– y que contribuyen a desencadenar los aconteci-
mientos a pesar de no tener doctrina ni pensamiento estructurado.6 Al tomar
conciencia del origen de la subyugación y al decidirse a buscar otras fuentes
de autoridad para su palabra y experiencia Dolores toma postura contra el
orden patriarcal terrateniente y contra el sistema político imperante, hace or-
den simbólico es decir va poniendo nombre a las cosas, a las relaciones socia-
les y al mundo y encontrando su propio régimen de mediación en la identidad
étnica y en su conciencia de mujer. En su proceso de evolución política, em-
pleando el término política en sentido arendtiano, Dolores Cacuango no solo
que precipita los acontecimientos sino que, desde una visión clara del pasado
formula el porvenir. Ella imagina una nación7 que se levanta con el esfuerzo
de gente trabajadora y honesta, que pone a servicio de la Patria la lucha
mancomunada, la acción emprendida con tenacidad y honradez. Vislumbra
las piedras sillares sobre las cuales construir un futuro diferente para los opri-
midos. Esa visión de futuro es clara y rotunda; sin embargo, no apela a la
violencia. El cambio lo concibe como entendimiento armonioso, algo así como
una hechura del corazón, como una obra de “amor político”.
Dolores no solo es marginal por pertenecer a la clase de trabajadores
explotados. Está en una posición subalterna porque es analfabeta, cosa que
lamentará siempre porque ello le impide la comprensión total de los códigos
que los blancos mestizos utilizan para mantener su hegemonía sobre los in-
dios. Es además indígena, lo que le pone en un rango de inferioridad dentro de
la sociedad monocultural. Y es primariamente mujer, lo que le discrimina fren-
te al poder masculino de la sociedad dominante. Esa es su cruz, formada por
cuatro vigas de discriminación que le clavan en el lugar más ominoso de la
estructura social.8
¿Cómo entonces se convierte en un ícono para la comunidad indígena y a
pesar de ello sigue siendo ignorada por la sociedad “nacional”?
Para desentrañar esta interrogante dividiré la exposición en cuatro as-
pectos fundamentales que constituyen, a su vez, los cables que le liberan, las
fuerzas que le levantan de su esclavitud y la mantienen lúcida y frontal hasta
su muerte (1971). Los puntos focales en los que concentra su pensamiento y
su trayectoria existencial son: la tierra, la unidad, la educación y la dignidad del
pueblo indígena.

6 Imelda Vega, 2003


7 Sara Radclif y Sallie Westwood, 1999
8 Marfil Francke habla de la trenza de la dominación que somete a las mujeres indígenas:
la injusticia de clase, de etnia y de género.

158
América del Sur

Primer punto focal: La tierra, la pachamama


Los pueblos primordiales de la región andina, despojados de su heredad
ancestral por la fuerza de los conquistadores y por las leyes coloniales, desa-
rrollaron varias formas de resistencia pasiva a fin de no alejarse de la tierra de
sus mayores. Sin renunciar a sus raíces, aceptaron vivir como inquilinos pa-
gando en trabajo el retazo que perentoriamente les asignaban los patrones
eclesiásticos o civiles que se apoderaron de la tierra. Bajo este procedimiento
se establecieron en Cayambe los frailes mercedarios, dominicanos, agustinos
y jesuitas. La hacienda de Muyurco a la cual “pertenecía” Dolores era pro-
piedad de los monjes de la Merced. Dolores recordaba bien cómo habían
obtenido esas tierras:
A un indio Guatemal dizque han quitado los curas con
engaños.
Han hecho firmar escrituras. Como el Guatemal no ha
sabido leer ni escribir…9
Dolores narra la historia y discurre. Deduce que la pérdida patrimonial se
debe a la mala fe utilizada en este proceder y a la carencia de la herramienta
básica de equiparación entre culturas: la lengua.
Dentro de la concepción andina la tierra era de todos sin ser de nadie en
particular. De sus frutos podían vivir pero recíprocamente le debían respeto,
gratitud y cuidado. La tierra daba amparo, sentido de pertenencia e identidad.
De ella se venía y a ella se retornaba después de la muerte para seguir vivien-
do. Como Dolores decía:
Esta es la vida. Un día mil viviendo, mil renaciendo. Mil
muriendo, mil renaciendo. Así es la vida. No vivimos no-
más nosotros.
La tierra era el vínculo entre el individuo inserto en el ayllu y la naturaleza
total. La tierra era un símbolo femenino primordial, la madre original, la pa-
chamama. Más que una realidad objetiva, la tierra era un símbolo vivo y
presente del orden cósmico porque en el mundo andino el principio de las
cosas no es la sustancia sino la relación.10 Sin tierra se era nadie. Un inexis-
tente. La tierra era para todos y era a la vez más que todos. Por lo tanto, sobre
ella no podía existir dominio ni propiedad. La tierra era como el cielo, el agua
y el aire, hijos de la madre naturaleza. En ese tiempo ¿quién podía atribuirse

9 Salvo indicación contraria todas las citas pertenecen al pensamiento de Dolores Cacuango.
10 En el runa shimi (lengua del runa) el punto concentrador de la oración no es el sustantivo
del cual se predica sino el verbo al que se agregan sufijos o prefijos para indicar la relación
tanto reflexiva como recíproca. Estermann, op.cit.

159
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

ser dueño del aire, del cielo o del agua? No obstante esta cosmovisión genera-
lizada, los indígenas, comenzando por los señores o caciques, debieron entrar
al juego mercantilista de la compra venta para asegurarse la permanencia en
su lugar de nacimiento. La administración colonial trasfirió a las regiones in-
vadidas otras nociones y otras relaciones formales (no constitutivas) entre el
individuo –solo de por sí en la visión occidental– y la tierra, objeto de inter-
cambio. Para la cultura invasora la tierra fue vista como un ente sin alma,
distinta de los seres humanos, un producto de intercambio comercial, cosa
manipulable y explotable. El sistema colonial introdujo, ciertos procedimientos
económico - jurídicos como la enajenación y el acta notarial llamada escritura
para garantizar la inviolabilidad del traspaso formal de la propiedad de la tierra
a un nuevo dueño quien podía usufructuarla y negociarla según su libre volun-
tad. Con este tipo de procedimientos se legalizó la expropiación de las tierras
patrimoniales. Los antiguos habitantes fueron obligados a comprar lo que ha-
bía sido de ellos o en su defecto a despojarse de los mejores terrenos y retirar-
se a las laderas y sitios más precarios para sobrevivir.11
Mis padres trabajaban duro y el salario era muy bajo.
Por la menor cosa descontaban la raya para no pagar...
Nuestras cuentas no querían pagar por más que apuntá-
bamos en el palo de las cuentas. Los mayorales pega-
ban, maltrataban y los arrendadores 12 nunca reconve-
nían. Por el contrario ellos estaban contentos mientras
más nos maltrataban. Como en ese tiempo no había nin-
guna organización no podíamos hacer una buena fuer-
za para los reclamos.
La expropiación de las tierras comunitarias no fue solo un atropello mate-
rial sino una atrocidad simbólica, un intento de desestructuración de la subje-
tividad indígena, un atentado a su universo de sentidos. La Iglesia, convertida
en la más poderosa terrateniente, continuó incrementando en su beneficio
nuevos predios mediante el sistema de donación. A cambio de servicios reli-
giosos conseguía más tierras. El principio de reciprocidad que aplicaban las
comunidades indígenas fue utilizada con ese fin. Guatemal (Andón) acepta
entregar el patrimonio comunal al dios de los blancos que se encargará de
cuidar de él y su ayllu. La reflexión de Dolores llama la atención hacia la
calidad iletrada de Andón Guatemal, circunstancia que le pone en desventaja

11 Rodas, 2004.
12 Las haciendas expropiadas por la revolución liberal pasaron a ser administradas por el
Estado. a través de la Asistencia Pública. Sin poder hacerlo cabalmente, las dieron en
arrendamiento.

160
América del Sur

en un trato desigual, de beneficios improbables. Este acto inicuo fue el origen


más cercano de la extorsión vivida en las haciendas de Pesillo. Dolores pro-
yecta su pensamiento hacia el futuro–pasado cuando dice: como en ese tiem-
po no había organización…
Gracias a los principios de correspondencia y reciprocidad que privilegia
la filosofía andina las familias podían cuidar colectivamente el huasipungo,
darse la mano y sumar tiempo entre todos.
Noches de luna trabajábamos el huasipungo o desde las
tres o cuatro de la mañana para arar. Entre nosotros los
indígenas nos ayudábamos, compartíamos los dolores,
la amargura, la injusticia, las hambres, las luchas por
mejores días.
A pesar de ser la hacienda un lugar de explotación y subordinación se
constituyó en un lugar de reunificación y resistencia. Dentro de sus casas, en
los espacios de laboreo, en las ceremonias familiares o comunales podían
expresarse libremente a través de la lengua, los cantos, la risa y chiste, la
comida y el ritual. Pese a las limitaciones materiales esos intervalos les permi-
tían vivir auténticamente su condición de seres humanos, de runas. La con-
ciencia femenina de Dolores insufla de sentido a la vida cotidiana.
Con ellos se convive, con ellos se participa… Cuando
tenemos problemas nos ayudamos mutuamente. Cuando
se cae la casa levantamos pronto por medio de mingas.
Cuando muere alguno de nosotros estamos en el duelo y
acompañamos al cementerio a los deudos, les damos algo
de víveres o dinero.
Sobre el terreno prestado la familia huasipunguera levantaba una endeble
choza de bahareque, con techo de paja. Esa humilde casa era un bien invalo-
rable porque era signo de asentamiento, de pertenencia, de comunidad. Para
la filosofía andina la casa es una representación del universo, es el microcos-
mos.13 Los amos, tanto eclesiásticos como civiles, apercibidos de este sentido
de relacionalidad entre la comunidad y la tierra, la pachamama, imponían los
lazos de lealtad con el sistema terrateniente bajo la amenaza continua de
desbaratarles la casa y echarles de la hacienda. Esta forma de represión
hipotecaba la identidad indígena. Sin tierra se era nadie y sin casa se estaba
en la intemperie existencial. Echados fuera de la hacienda caían en el desam-
paro y en la anomia. Dejaban de ser reconocidos por los pares y estaban en

13 Estermann, op. cit.

161
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

abandono frente a los otros. Expulsados de la vida comunitaria no existían. Se


desconectaban de los nexos naturales y cósmicos que daban sentido a su ser.
El mecanismo de expulsión fue utilizado en los casos más severos de
represión. En las haciendas de Pesillo, tuvo su mayor episodio en 1931 cuando
la Ley de Beneficencia traspasó los predios de los monjes al Estado y este los
puso en arrendamiento. Frente al despotismo y explotación de los arrendado-
res los trabajadores indígenas (con el asesoramiento de los comunistas) for-
maron los primeros sindicatos agrícolas que se enfrentaron a los piquetes
militares enviados para controlar el alzamiento. El gobierno como última me-
dida de represión ordenó quemar las chozas y echarles fuera de los predios.14
Con la destrucción de las casas, no solo que perdieron la calidad de habitantes
de la hacienda sino que presenciaron con horror la quema de los “animalitos”,
compañeros de vida, y el atropello a los “granitos” guardados para la subsis-
tencia, dones de la madre naturaleza. Dolores fue una de los cuarenta y siete
dirigentes despojados de sus casas y sus bienes. La idea de recuperar la tierra
–los huasipungos incautados–, volver a levantar casa, cuidar animales y sem-
brados, fue un anhelo de desagravio a la pachamama ofendida y una necesi-
dad de restitución de su orden simbólico. Este largo período de resistencia dio
lugar a la irrupción de cabecillas, mujeres y hombres, de valor y talento inusi-
tados. En esa lucha destacó Dolores como líder natural. Se volvió portavoz
incuestionable de las demandas indígenas. Unió a su energía y carisma, su
discurso poético y profético con el que abrió paso a un proceso de valoración
de lo indígena al interior de las comunidades y más allá de ellas. Su primera
intervención pública se habría dado frente al jefe militar 15 encargado de sofo-
car la revuelta, autoridad que parece haberse conmiserado de la situación de
los alzados y escuchado la primera admonición de Dolores.
Si es cierto lo que dices que vas a defender a los indios,
toma la mano de esta india para que te acuerdes de cum-
plir tu palabra dicha cuando estés en casa grande de
Quito.
Frente a la razón militar la líder indígena yergue la relacionalidad ritual.
Los acuerdos se hacen a través de la palabra que tiene validez total y el gesto
corporal sella la confianza. Acto puro de comunicación humana. Toma esta
mano, mi mano que labora la tierra, que acaricia la espiga, mano lavada en

14 Los primeros sindicatos agrícolas llevaron los significativos nombres de Tierra Nuestra,
en Pesillo, Pan y Tierra, en Moyurco y Tierra Libre, en la Chimba.
15 El interlocutor habría sido Alberto Enríquez, más tarde General y luego Jefe Supremo del
país.

162
América del Sur

agua del arroyo. Deja tu rifle y toma mi mano amiga de la tuya. Hermoso
gesto que presenta la racionalidad emocional de Dolores, su política del amor.
Por espacio de quince años el indigenado de las haciendas de Cayambe
desplegó una serie de acciones reivindicativas con el propósito de recuperar
el huasipungo arrebatado, demanda que la consiguió 17 años después, en 1948,
a raíz de la revolución de mayo en la que los sindicatos agrícolas tuvieron
participación importante. De ahí en adelante continuaron movilizados por la
tierra. Aleccionados por los comunistas y socialistas incluyeron entre los plan-
teamientos más urgentes la parcelación de los latifundios de la Asistencia
Pública y la confiscación de los predios no cultivados en favor de los indígenas
sin tierra. La primera petición de Dolores fue la tierra, porque la tierra era el
símbolo de relacionalidad con todo lo demás.
Nosotros necesitamos tierra, necesitamos casita, necesi-
tamos qué comer y qué vestir. Somos humanos, queremos
que nos traten bien.
Dice Albornoz que cuando a Dolores le hablan de los koljoses rusos, ella
empieza a soñar con tener algún día las aldeas campesinas sin amos, con
pulcras casas abastecidas de todos los servicios, a la gente viviendo digna-
mente y a los trabajadores dotados de los adelantos que la tecnología provee
y laborando tranquilamente para aprovisionarse de sus frutos 16.
En la sexta década del siglo XX se produjo la Reforma Agraria, una
estrategia de prevención política, más que un mecanismo de redistribución
económica. La reforma no satisfizo la demanda indígena. Por el contrario
trajo desconcierto, mayor pobreza, destruyó las relaciones comunitarias y bajó
el nivel de organización logrado en tres décadas de emergencia. En los últi-
mos años de su vida, Dolores reflexionaba:
La Ley de Reforma Agraria ha creado en nosotros gran-
des ilusiones. La entrega del huasipungo que durante
toda la vida hemos querido que sea propio, cuando se
hizo realidad en el primer momento fue de gran alegría.
Al principio estábamos contentos sabiendo que ya no po-
dían quitarnos cada vez que querían que trabajáramos
más horas. Pero cuando pasó el tiempo vimos que no
había pasado nada. Por el contrario, estábamos más fre-
gados porque el patrón no nos tomaba en cuenta para el
trabajo y por lo mismo, no teníamos la semana de sala-
rio, no teníamos el suplido y solamente vivíamos del hua-
sipungo y esto no alcanza para la familia.
16 Albornoz, 1975.

163
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

La reforma agraria ocasionó una ruptura de su orden simbólico. Fue un


duro golpe a la cosmovisión indígena centrada en los principios de colectividad
y comunicación con el mundo. Con la implantación del modelo cooperativista
dirigido al mercado, el indígena “cooperado” cambió de agricultor a empresa-
rio; de guardián y conservador de la tierra, pasó a ser un “aprovechador” y
“explotador” de los dones de la naturaleza en beneficio individual. Se rompió
el puente cósmico entre la pachamama y el runa.
Los indígenas que no recibieron parcela o una parcela mínima perdieron
la posibilidad de trabajo, de ingreso, de recursos, de asistencia pero sobre todo
se sintieron disminuidos en su diálogo con las fuerzas de la vida, cayeron en
una especie de vacío. Se produjo un efecto de desplazamiento doloroso de la
falta de sentido a la falta de ser.
Cuando nuestros hijos se casan quedan apegados al
huasipungo de los padres y la situación se vuelve más
pobre, más miserable. Los niños no crecen pronto y se
vuelven más flacos porque no hay qué darles de comer.
La mama no tiene leche en los pechos para darles de
mamar.
La desconcertante situación alienta la reflexión de mama Dolores –ya
muy anciana– que sigue pensando en subvertir pacíficamente las relaciones
de dominación:
Yo creo que no habrá reforma agraria verdadera mien-
tras nosotros no aprendamos bien las letras para com-
prender lo que dice la ley y exigir.

Segundo punto focal: La Unidad. La Patria de todos


A pesar de la dominación, el espíritu comunitario había permitido resistir.
Ni el control ideológico de la Iglesia logró minar su sentido de unidad alrede-
dor del ayllu o comunidad. Más bien lo instrumentalizó para mantener disponi-
ble la fuerza laboral y la fuente de tributación.
Recordemos que la organización indígena se construye sobre los ejes de
espacialidad y temporalidad. La solidez de la organización está construida en
el orden temporal y espacial, dos regularidades que al cruzarse se amarran y
equilibran mutuamente. En el mundo indígena prevalece el principio de rela-
cionalidad según el cual las relaciones entre los distintos estratos y elementos
son relaciones entre iguales. Las relaciones entre el arriba y el abajo, entre lo
izquierdo y lo derecho no son relaciones jerárquicas sino correspondientes y
complementarias. Los diferentes campos de la realidad se corresponden de
manera armoniosa. Para el pensamiento indígena el tiempo es cíclico, no li-

164
América del Sur

neal. El pasado no se escapa, no muere. Está presente en el tiempo actual. El


futuro está también presente porque se arma sobre la razón del pasado y
confluye con el tiempo actual. Lo vivido y los antepasados siempre están y
hacen el futuro como restitución definitiva del pasado.17 La gran capacidad
para resistir la opresión se justifica en esa posición filosófica de esperar lo que
tiene que venir. Dolores, perseguida, amenazada, no tiene miedo a la muerte.
Su espera es esperanzadora y premonitoria.
“Si muero, muero, pero otros han de venir para seguir, para conti-
nuar”, dice Dolores convencida que el tiempo llega para cada cosa, que hay
oportunidad para cada acontecer. Por el principio de reciprocidad para llegar
al otro punto solo hay que esperar. Entonces vale la pena lo sufrido. Una
relación unilateral es inadmisible. La reciprocidad es un principio que pertene-
ce al orden de lo universal, de lo cósmico. La reciprocidad fomenta la unidad,
la fuerza, la mancomunidad, una relación siempre enfatizada en el discurso
metafórico y elocuente de Dolores.
Nosotros somos como los granos de quinua. Si estamos
sueltos el viento lleva lejos; pero si estamos unidos en un
costal, nada hace el viento, bamboleará, pero no nos
hará caer 18.
Por ello insiste en la necesidad de una lucha única, indivisible.
El apoyo de los “camaradas” comunistas y de los “compañeros” socialis-
tas fortalece el espíritu reivindicativo aunque no deja de ser una irrupción en la
vida de las comunidades. Se produce una transculturación que modifica los
parámetros de resistencia mantenidos frente al sistema hacendario. Contra-
riamente a la incursión de los hacendados, hay en los izquierdistas una inten-
cionalidad fraterna, de apoyo, aunque también política. Necesitan incremen-
tar sus bases para hacer la revolución. Los socialistas trasladan a las comuni-
dades indígenas elementos ideológicos nuevos que Dolores asume con hones-
tidad.
Hablando, hablando, reuniendo, dos, tres, cuatro, cin-
co, ajustando diez. Ñuca clavé sindicato con un secreta-
rio general, secretario de actas, secretario para que tra-
baje, otro de propaganda, otro tesorero, cinco dirigen-
tes poniendo. Ele, así formé sindicato hablando con cam-
pesinos.

17 Estermann, op. cit.


18 Sobre esta matriz discursiva, Tránsito Amaguaña retoma y enriquece el pensamiento de
Dolores: “Nosotros los indios somos como los granos de quinua en un costal, nadie nos
puede contar… Diario Hoy, 2002. 12-05.

165
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

La creación de los sindicatos agrícolas primero y luego de la Federación


Nacional de Indios, FEI, son formas de mediación entre el pensamiento indí-
gena de los kichwas y la sociedad nacional estratificada. Dolores acepta la
doctrina socialista no por obediencia ciega sino en cuanto el socialismo se
identifica con sus principios y procura la solución de las necesidades de su
pueblo y en esa lucha Dolores no tiene tregua.
Yo aunque ponga la bala aquí, aunque ponga fusil aquí,
tengo que reclamar donde quiera. Tengo que seguir lu-
chando, para tener siquiera libertad en esta vida.
Como muchos otros indígenas de Cayambe, Dolores se afilia al partido
comunista. Es una militante activa y leal a toda prueba. Eso no obliga a reco-
nocerla revolucionaria en el sentido de propiciar una confrontación violenta.
Mujer en permanente desacato, en su discurso transgresor encontramos una
vocación por la serenidad, la paz y la justicia, sin renunciar por ello a la firme-
za inquebrantable.
Párense duro, compañeros. Por qué han de estar así con
la cabeza gacha y el corazón de cuy.
Como II Secretaria General de la FEI lleva los principios de comunidad y
relacionalidad a otros sectores de la sociedad. Dolores propuso muchas veces
la lucha-unidad para levantar una idea de comunidad o nación que mejore la
vida de los runas y de todos los demás seres humanos. No se amedrenta. No
retrocede jamás ante los enemigos pero con sutileza sabe evadir sus celadas.
De ética intachable, está presta para apoyar al que lo necesita.
Primero el pueblo, primero los campesinos, los negros,
los indios y mulatos. Todos son compañeros. Por todos
hemos luchado sin bajar la cabeza. Siempre en el mismo
camino.
Por todos he luchado. Por negros, indios y mulatos, por
panadero, carpintero, por toditos
Yo en toda la nación he luchado. Negros y mulatos he
cogido yo. Por todos he luchado.
Una lucha sin descanso que desde su sentido de justicia es indefectible-
mente una gestión compartida. Las ideas de corresponsabilidad e integralidad
están presentes cuando busca crear una ciudadanía fraternal a través de la
minga social indiferenciada.
Así también todo obrero, todo artesano, peluquero, todo
panadero están con campesinos. Todo trabajador luchan-
do para conseguir futuro para todos.

166
América del Sur

No soy solo, no soy huérfano, no soy botado. Ahora la


lucha unidad para todos igualito.
Su discurso “conmueve con la narración patética de los sufrimientos de
su raza y convence con lógica irreprochable” 19 Con frecuencia acude a la
construcción metafórica para relievar el sentido de sus proposiciones. Esta
mujer guardiana de la experiencia colectiva extrae los símbolos adecuados
que facilitan la recepción del mensaje.
A natural solo, patrón patea y ultraja. Es como hebra de
poncho que fácilmente se rompe. A natural unidos como
poncho tejido, patrón no podrá doblegar.
Dolores reivindica la condición de los indios como hijos de la naturaleza.
El patrón, ajeno al universo simbólico del indio, desconoce y atropella esa
relación. Se impone a fuerza de negar la alteridad. Lo sorprende y anula como
si el runa existiera solo. Pero si los indios se unen ponen al descubierto la
energía que recorre al grupo, a la comunidad. El poder de la comunidad es
irrompible como la trama y la urdimbre del duro poncho, trenzadas milímetro a
milímetro, hebra a hebra en el rústico telar. De la misma manera, el tejido
social de la comunidad, el entramado de la unidad -unos con unos, unos más
unos, entrelazados y templados- se vuelve invencible.
Somos como la paja. Más que el viento nos mueva de un
lado para otro no podrá arrancarnos. Somos como la
paja del cerro y de paja del cerro cubriremos el mundo.
En otro lugar, yo he calificado a esta proclama como el Magnificat indio,
el anuncio sagrado. Pero dejemos que sea un pensador indígena quien re-
flexione sobre el valor de aquellas palabras. Para Armando Muyulema20 esta
arenga encarna una proposición de profundas e insospechadas consecuen-
cias políticas y culturales. “La paja del cerro representa un nosotros indígena
o más propiamente kichwa. Encarna la voz del pueblo que se niega a morir,
que se resiste a las políticas etnocidas o genocidas, a las soluciones pedagógi-
cas o militares que los criollos y sus aliados mestizos dan a la ‘cuestión indíge-
na’. Volver a crecer sería la respuesta a tales políticas. Pero Mama Dulu no
se contenta en redundar sobre sí mismos, ‘ser como la paja que vuelve a
crecer’, allí en la particularidad geográfica del páramo. Ella cree en la posibi-
lidad de cubrir el mundo o sea que lo indígena tendría validez más allá de los
espacios propios. En otras palabras, nuestra forma de ver el mundo y nuestros

19 Albornoz, 1975.
20 Armando Muyulema, 2001.

167
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

valores serían alternativas válidas y tan humanas (y hasta más humanas)


como aquellas del prójimo que trata de convencernos que lo suyo es lo único
válido. La condición humana del ‘indio’ en la palabra de mama Dulu se yergue
como una alternativa generalizable, relativizando las metanarrativas que pre-
tenden imponer la hegemonía de una particularidad como la única universali-
dad posible”.
Desde la visión aculturada de los políticos y sus intelectuales orgánicos la
situación indígena se resolvía con la integración a la cultura mestiza y la incor-
poración al mercado. Su “redención” se produciría por los efectos profilácti-
cos de la desindianización. La voz disidente de Dolores en cambio da valor de
humanidad, culturalidad y politicidad al nativo americano y reafirma la riqueza
sapiencial ocultada y negada.
El pensamiento de Dolores –y su práctica política–explicitan la posibili-
dad y mérito de la interculturalidad. Recobra otras presencias étnicas escon-
didas (negros, mulatos, mestizos) para conformar esa nación nueva que ima-
gina como la patria de todos. En riqueza caleidoscópica se insertan otros
grupos y estratos sociales representados por obreros, artesanos, sindicalistas,
militantes de base y líderes. Cuando habla de todos podríamos entender que
también incluye a los “blancos” (patrones, dueños del poder) porque no se
perciben alusiones directas como merecedores de sanciones morales y lega-
les aunque con frecuencia hace referencia a los maltratos e injusticias prota-
gonizados por ellos. Simplemente les omite. En reversa, es sumamente expre-
siva cuando habla de los mishus o extraños que comparten similares inquietu-
des y valores. Mama Dolores mantiene amistad y confianza especiales con
Ricardo Paredes, Director del Partido Comunista del Ecuador y Luisa Gómez
de la Torre 21 y Nela Martínez.
Eloy Alfaro, costeño, fundador del liberalismo y Presidente del Ecuador
(1895-1901; 1906-1911) es un referente integrado a su visión política. Sin
duda tiene con él un diálogo íntimo reconfortante.
Ese Alfaro que está enterrado con la bandera en San
Diego. Ese Alfaro que ha sido runa como nosotros ha
quitado las tierras a los frailes. Él ha decretado que las
haciendas que son adquiridas por manos negras tienen
que ser de campesinos. Ese mismo Alfaro ha hecho Re-
gistro Civil. Yo primerita hice matrimonio civil en Cayam-
be.

21 Luisa Gómez de la Torre fue un apoyo decisivo para la fundación y sostenimiento de las
escuelas indígenas bilingües fundadas por Dolores Cacuango.

168
América del Sur

La Ley de Beneficencia dictada por Alfaro (1908) fue conocida como


Ley de Manos Muertas por remitirse a latifundios y tierras ociosas que en su
mayoría pertenecían a las órdenes religiosas. Dolores Cacuango hace una
transposición de sentido y las llama Ley de Manos Negras con clara alusión a
su carácter de adquisición por la fuerza y el engaño. La acción de Alfaro
tendiente a restituir el servicio de la propiedad a fines altruistas impregna el
imaginario de Dolores.
En esa visión reiterada de la lideresa indígena de construir una patria
para todos he de referirme a un texto en el que se conjugan su sentimiento
patriótico, su pensamiento religioso y su visión poética.
¿Quién fue dueño de la Patria? Niño Manuelito. Él se
formó la Patria. María Santísima nació en pajonal a Niño
Manuelito. Él es el dueño. El planeta así nació. Solo pura
agua, pura agua. Así dizque ha dicho Niño Manuelito. Y
se ha casado la María Santísima de Belén. Nuestro Se-
ñor Jesucristo se ha casado. Entonces ha dicho: Pero yo
no sé nada trabajar, nada trabajo, solo carpintero. Él
trabajando carpintero y la María Santísima sigue con
almuerzo. Así pasando humillando siente la barriguita.
Entonces ahí se ha ido Jesucristo. ‘A mí, ca, me da ver-
güenza’, diciendo, huyendo, ca ha dado a luz en el mon-
te María Santísima. Y entonces ahí brincando, nace el
Niño Manuelito y dizque ha dicho: Cuidarame papabue-
lo dieta a mamita. Yo me voy a formar la Patria’. ‘No,
nosotros no hemos de poder. ‘Criatura que ha de poder’
dizque ha dicho la María. ‘No, voy a ver, voy a ver a mi
papacito a las ocho de la mañana, allí en cuesta de Jo-
safán se está a punto. Si puedo formar ha de estar a las
doce del día. Ahí he de parar bandera, he de parar mú-
sica, banda para cuando se justa a las doce en punto’,
dizque ha dicho Niño Manuelito. Y el Niño Manuelito
avanza a formar Patria. Él ha hecho función, ha hecho
boda, ha hecho bebida, ha hecho todo. Y todito ha he-
cho: la plantita, así cebadita, triguito, oquita, papita,
todo eso hace nomás. Así formando vea, ca, ahura la
Patria. Taita diosito, Niño Manuelito, María Santísima
para todos tiene la Patria. Pero ahora ca, no dan ps para
todos y tenemos que reclamar, aunque castigue patrón.
Haciendo reclamos ya castiga.
Salta a la vista el sincretismo religioso y la simbiosis intercultural entre las
concepciones andinas y las judeocristianas. Dolores habla de un dios niño

169
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

andinizado o un dios andino infantilizado que desde su candor y su sabiduría


temprana forma la Patria. No lo crea desde la nada ex nihilo como presume
la creencia católica sino desde el agua, elemento primigenio de la cosmovisión
andina. Niño Manuelito no es la divinidad trascendente de los cristianos, no
está más allá de la realidad sino integrada a ella como sostiene la apusofía o
teología india. Es un dios copartícipe de la restauración de la vida. Para eso
crea una mancomunidad, responsable de mantener el orden, comunidad sim-
bólica denominada Patria. Este Dios Niño ordenador, al estilo de Pacha actúa
de acuerdo a los principios de reciprocidad, correspondencia y complementa-
riedad que rigen la vida de la sociedad andina. Es una presencia cotidiana y
verdadera que tiene las mismas necesidades de los runas, iguales sentimien-
tos. Es un dios que vive en familia y en comunidad donde hombres y mujeres
cumplen su papel. Como en la filosofía andina los símbolos y los ritos son
formas predilectas para expresar lo sagrado y lo gnoseológico, este Dios Niño
utiliza sus rituales y ceremonias para dar solemnidad, alegría y memoria a los
acontecimientos.
En el pensamiento de Dolores Cacuango la Patria fundada por Niño
Manuelito fue hecha para todos. Reclamar la pertenencia comunitaria de la
Patria significa restablecer el orden cósmico, el orden ético del mundo y la
voluntad divina.

Tercer punto focal: educación o la necesidad de conocimiento


En reiteradas ocasiones Dolores en cuanto guía espiritual del pueblo indio
dio muestras de avidez por el conocimiento y valoró su poder de transforma-
ción. En las reuniones del Partido Dolores escucha, interroga, analiza y saca
conclusiones pertinentes. No entiende la letra pero eso no le impide estar
presente para aportar con sus ideas cuando se redactan las volantes. Hechas
las hojas, las lleva celosamente bajo su manta y las distribuye en las comuni-
dades. Actúa como formadora y propagandista. De día o de noche, no se
detiene. Alecciona, incita, explica, recibe comentarios. Cuando quiere apren-
de a leer, ya es tarde porque le han salido cataratas en los ojos. Pero pide a
una compañera de Partido que le lea una y otra vez el Código de Trabajo
hasta aprenderlo de memoria y cuando habla con la autoridad le dice: Vos
Ministro dices que has arreglado problema de indios, pero mientes por-
que estás de parte de patrones y le echa en cara su falacia, citando con
exactitud el artículo correspondiente.
La necesidad de entender los códigos de la sociedad opresora y dar a la
gente los instrumentos de cálculo y lectura para impedir los abusos de patro-

170
América del Sur

nes y empleados le obliga a ir una y otra vez a Quito para pedir que se creen
escuelas para la niñez indígena.
Siempre comprendí el valor de la escuela por eso mandé
a mis hijos a la escuela más cercana y exigí al profesor
que no les ocupe en otros trabajos y solo se dediquen a
estudiar.
Siempre llevaba solicitudes con firmas de los moradores
donde vivía para que tenga más fuerza el pedido. Nunca
me daban contestación pero yo seguía insistiendo por si
algún día entiendan que el indio también tiene derecho
de educarse.
Dolores se convierte en una defensora pionera de los derechos humanos.
Ha defendido el derecho a la tierra, el derecho a una vida digna, lo hizo tam-
bién y con pasión por el derecho la educación como un bien universal.
Así como el sol alumbra igualito para todos, hombres o
mujeres, así la educación debe alumbrar a todos sean
ricos o pobres, amos o peones.
Nadie le escucha porque en el fondo hay el temor de que al poseer la
lengua de comunicación y puestos en igualdad de condiciones frente a los
blancos los indios se rebelen o se vayan de las haciendas. Dolores, junto a
Lucha Gómez de la Torre, crean las primeras escuelas indígenas en la zona de
Cayambe y ponen al frente de ellas a maestros kichwa hablantes. Dolores y
Lucha (piel de patrona y alma de hermana)22 con su actitud diaria dieron
testimonio de que la relación intercultural era posible y beneficiosa. Mama
Luchita vino a poner luz en los ojos ciegos,23 decía Dolores. Lucha ense-
ñaba a enseñar y sacaba de su escasa pensión de maestra jubilada la plata
necesaria para los materiales escolares y el pago a los maestros.
Aunque después de quince años de funcionamiento la dictadura militar
las clausuró, en 1964, por considerarlas focos de comunismo, esas escuelas
educaron a varias promociones que accedieron al uso del alfabeto castellano
y los sistemas de numeración y cálculo. Los patrones ya no podían pagar
menos a los peones porque les acompañaban a cobrar el salario los
hijos que ya sabían hacer bien las cuentas24. Estos chicos y chicas educa-
dos en las escuelas indígenas de Dolores Cacuango robustecieron las filas de
las organizaciones indígenas y tuvieron papel relevante en los reclamos por la
reforma agraria.

22 Nela Martínez, en Rodas, 1992.


23 Raquel Rodas,1989
24 Raquel Rodas, 1990

171
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Las escuelas indígenas creadas en las haciendas de Cayambe por Dolo-


res Cacuango bajo el auspicio de la FEI (Federación Ecuatoriana de Indios,
1944) y los sindicatos agrícolas sostenidos ideológicamente por el Partido
Comunista del Ecuador y creadas desde el corazón de dos mujeres, una india
y una blanca, fueron centros amigables y de provecho. Iniciaron el camino de
la interculturalidad educativa enseñando en las dos lenguas, kichwa y caste-
llana y desarrollando un currículo de doble entrada: la cultura propia con sus
saberes ancestrales y prácticas cotidianas. Incluyeron la confección de arte-
sanías, el cultivo de la tierra, la música, el canto, los bailes y rituales tradicio-
nales, sin prescindir de la cultura oficial: lectoescritura, matemática, ciencias
sociales y naturales. Las escuelas bilingües y biculturales de Cayambe de-
mostraron que al enseñar primero en kichwa se neutralizaba y aún eliminaba
la relación de dominación. Dando atención al aprendizaje en el idioma mater-
no se permitía que niñas y niños utilizaran sus propios parámetros cognosciti-
vos en un clima de confianza y naturalidad.
Dolores, sabia y analfabeta, según expresión de Nela Martínez 25, esta-
ba clara de ser parte de una nación multicultural y que la educación, vista
como alimentación de las mentes, restituía el daño causado por siglos de mar-
ginación a las comunidades indígenas. Estas –alejadas de los bienes culturales
de la sociedad nacional– vivían en la oscuridad del desconocimiento de sus
códigos y de los saberes expresados a través de la dinámica de la lengua. Les
habían impuesto la religión y les habían negado el conocimiento. Dolores com-
prendía que la posesión del alfabeto castellano era un instrumento fundamen-
tal de interculturalidad y de convivencia entre indios y los otros grupos socia-
les. Valoraba el hecho de que la escolarización primaria les abriera la oportu-
nidad de continuar aprendiendo, accediendo a otros niveles educativos, a otras
profesiones acaparadas por la sociedad monocultural y les permitiera partici-
par en instancias de debate o de decisión. Por último, la posesión de una
lengua común les daba identidad nacional y sentido de pertenencia a una
misma Patria. Faltaba mucho tiempo para que la sociedad nacional recono-
ciera que la interculturalidad es un camino de doble vía, de recibir y dar, de
intercambiar saberes, de reconocer orígenes compartidos, de enriquecerse
mutuamente.

Cuarto punto focal: La dignidad del pueblo indio


Lograr el respeto al pueblo indio era asunto principal para Dolores. Había
reiterado muchas veces que los indígenas eran seres humanos con iguales
necesidades y derechos. La reconstrucción de la imagen del pueblo indígena
25 Ibid.

172
América del Sur

incluía la revalorización de la mujer indígena. Desde su conciencia de mujer


Dolores luchó para erradicar las prácticas sexistas que traían sufrimiento,
desconcierto y vergüenza a las mujeres. Los patrones y empleados blanco-
mestizos partían de una concepción distinta en la cual la invasión al cuerpo de
las mujeres era una forma de acrecentar su virilidad y legitimar la superiori-
dad masculina.26 En uso de esa anormal supremacía, se liberaban a sí mismos
de asumir las responsabilidades del hecho delictivo de la violación a las muje-
res. Dolores enfatizó con energía y con dolor que su anhelo era suprimir esas
costumbres.
Queremos que indias sepan de quién paren, que nunca
más sean violadas por tanto diablo patrón, que nunca
más nazcan guaguas sin padres y sean hijos desprecia-
dos.
La dignidad de las mujeres indígenas comprendía también erradicar el
trabajo gratuito, la obligación de servir por turnos en la casa de los patrones o
del cura; la obligación de cooperar en el trabajo del marido por un único y
miserable salario. Con la movilización y organización indígenas se acabaron
las servicias; las ordeñadoras y las huasicamas recibieron salario. Hombres y
mujeres podrían cobijarse bajo el mismo techo compartiendo alegrías y zozo-
bras.
Para la filosofía andina la mujer es complemento del varón. La polaridad
sexual no remite solamente a la dimensión reproductiva, erótica y genital de
los seres vivos sino tiene connotación cósmica y sagrada27. Entre mujer y
hombre no se busca equidad sino equivalencia. Estermann sostiene que el
machismo es una conducta exógena, introducida por los españoles. La divi-
sión de roles es socialmente impuesta por la cultura opresora, dice una diri-
genta indígena de hoy 28. Dolores y su esposo, Rafael Catucuamba, eviden-
ciaron relaciones complementarias en todo momento. Rafael facilitó su labor
de cabecilla reemplazándola en las labores domésticas y en la crianza de los
hijos o acompañándola en sus gestiones. Nunca tuvo celo de su prestigio.
Yo le decía vos quédate nomás. Yo donde quiera he de
morir. Pero él no, atrás, atrás, seguía.
El hijo de la pareja, Luis Catucuamba, el único que sobrevivió a ocho
hermanos, siguió la estela de su madre. Actuó de secretario particular de
Dolores en su ejercicio como Secretaria General de la FEI. Luis fue también

26 Milagros Palma, 1993.


27 Estermann, 1998.
28 Vicenta Chuma, en Rodas, 2007.

173
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

el primer maestro de las escuelas indígenas de Cayambe. A él se debe esta


información:
Si mi mamá hilaba, mi papá tejía. Si él torcía la cabuya,
ella cosía el pantalón. Si ella tostaba el grano, él molía
en la piedra. Si él amarraba, ella emparejaba la yunta.
Desde el tiempo en que eran peones y huasicamas de la
hacienda iban juntos a la cosecha, al pastoreo y al moli-
no.
Junto a Dolores se formaron otras lideresas. Siguieron su ejemplo. De-
fendieron la dignidad del pueblo indígena y contribuyeron a sus reivindicacio-
nes. Una de ellas es Tránsito Amaguaña que como lo hacía Dolores convoca-
ba a la gente con arengas metaforizadas.
Somos como la mazorca. Si se va el grano, se va la fila, si
se va la fila se acaba la mazorca.29

Tras la estela de Dolores


En el período que corresponde a la gestión histórica de Dolores, aún a
regañadientes de los estratos de poder, el indigenado alcanzó varias conquis-
tas: presencia pública, reivindicaciones concretas, organización nacional. Mas,
a mi entender el logro más significativo fue, aunque sea grave decirlo, el
reconocimiento de su humanidad. La sociedad nacional no dejó de ser racista,
mantuvo viejos prejuicios y el Estado no se responsabilizó de mejorar las con-
diciones de vida de las familias indígenas pero todo eso ya no fue visto por
gran parte de la población ecuatoriana como procedimiento normal sino como
injusticia, como dolor. Se desnaturalizó la opresión y pasó a ser considerada
lacra nacional. En este proceso Dolores tuvo acción preponderante. Con su
discurso vehemente y certero fulminó las conciencias. Con altivez y rotundi-
dad develó las prácticas infames. Sin usar látigo ni palabras duras 30 fustigó,
refutó, desmintió las visiones erradas sobre los indios y las indias. Exigió res-
peto y vida digna.
Esa joven campesina dotada de un juicio y una lucidez
moral extraordinarios se afirma en el camino de su exis-
tencia de tal forma que su espíritu por ser incorruptible
llega a ser casi perfecto; la campesina establece ante su
propia conciencia un juicio claro y definitivo de lo que
es la justicia y lucha por llegar a ella como meta final de
su existencia 31.

29 Raquel Rodas, 1990.


30 Osvaldo Albornoz, 1975.
31 Hernán Pernet Yépez, 1985.

174
América del Sur

Después de Dolores no se podía afirmar sin desvariar que el indio fuera


tonto, vago y maldito. La palabra y el ejemplo de Dolores concedieron estatus
de honorabilidad a la persona del indígena. Se decía de ella que era una mujer
cósmica, telúrica, como si la misma pachamama se expresara por su voz. 32
Dolores se convirtió en Runakunapac pushak- guía política y espiritual mu-
jer 33, madre del pueblo indio portando en sí toda la grandiosidad de la madre
tierra. Venían otros tiempos que Dolores contribuyó poderosamente a mode-
larlos 34.
Tenemos hasta aquí muchas razones para sentirnos orgullosas de ser
compatriotas de Dolores e identificar en ella –rebelde e insumisa–una figura
de la transgresión femenina. Sin embargo ella aún es desconocida para la
mayoría de la población ecuatoriana.
Varios son los factores que han negado a Dolores un lugar preponderante
en la historia. Comienzo por señalar que el poder político de corte patriarcal
rehuye alentar otros héroes que no sean los que le sirven para conservar su
hegemonía. El temor es mayor si ese prestigio hay que otorgar a una mujer
porque se teme más al poder femenino, atribuyendo que debilita o desestruc-
tura la identidad masculina35. Tampoco se puede negar que persiste el racis-
mo en la sociedad. Se intenta negar la parte indígena que existe en nuestra
herencia biológica y cultural. Luego, el sistema educativo dependiente de ese
poder omnímodo estatal se mantiene en su inercia cantando fábulas que al
momento resultan extemporáneas y/o exóticas y no difunde los verdaderos
valores que nutren la nación. Por su lado H. Pernet Yépez acusa a “los
bastardos que escriben la historia, estos le han negado un capítulo com-
pleto ponderando su calidad de revoltosa, hereje y comunista”.

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32 Paz y Miño Oswaldo, 2007
33 Armando Muyulema, en Rodas, 2007.
34 Muriel Crespi afirmó: Esta notable mujer se convirtió en uno de los más célebres héroes
culturales de los trabajadores rurales y a mi entender en su única heroína.
35 José Sánchez Parga, 1990.

175
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

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176
América del Sur

II. ENSAYISTAS DE UN CONO SUR AMPLIADO

Dra. Marcela Prado Traverso


Directora Centro de Estudios de Género
Universidad de Playa Ancha
Chile

Se trata de un cono sur ampliado por razones metodológico investigativas


que abarca los siguientes países: Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Argentina
y Chile; es decir, una zona caracterizada por profundas diferencias geográfi-
cas, culturales y étnicas, que marcarán en alguna medida las orientaciones
ensayísticas de las autoras. Oportuno es reiterar aquí que, aun cuando los
criterios geonacionales se conservan en su dimensión político administrativa,
las condiciones globales que alcanzan también a la región latinoamericana,
debilitan fronteras y evidencian problemáticas y realidades compartidas.
En el caso de la zona andina correspondiente a Perú y Bolivia puede
observarse una diferencia significativa en los temas abordados por las muje-
res. Creemos que en los países de condición pluriétnica, mayoritariamente
indígena en este caso, las mujeres han relevado problemas de dependencia,
valorando formas locales de praxis cultural, así el cruce entre feminismos y
descolonización, proceso programático y en curso actualmente en Ecuador,
Bolivia y Perú.
En el caso del Perú, las voces de María Jesús Alvarado, Magda Portal,
Virginia Vargas y Maruja Barrig, dan cuenta del gradual proceso de toma de
conciencia de su condición de mujeres en escenarios históricos que van gra-
dualmente abriéndose, marcados por sus contextos políticos, los que posibili-
tan, en cierta medida, el grado mayor o menor de disidencia de este discurso
femenino que observa con mayor lucidez y madurez su condición de estructu-
ral dependencia. Sus ensayos nos entregan 100 años de historia desde la
perspectiva de mujeres blancas, cuya condición de tal no les impide ver el
carácter multicultural de sus sociedades y la pluralidad del mundo femenino.
En el caso de Bolivia encontramos también una cadena de voces forma-
da por Hilda Mundy, Yolanda Bedregal, Jenny Ibarnegaray y Silvia Rivera
Cusicanqui. Su condición de país de población fundamentalmente indígena y
de histórica dirigencia blanca ha generado una tensión, por no decir violencia,
simbólica que está de alguna manera presente en los ensayos de las autoras
antologadas. Cada una de ellas habla desde un lugar social y temporal que da
cuenta del grado de conciencia respecto del fenómeno de la colonización
cultural y de sus profundas contradicciones internas.

177
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Hilda Mundi es una figura vanguardista inédita para su época y para su


país. Sus ideas y lenguaje innovadores levantaron nuevos planteamientos so-
bre la mujer, la guerra, el arte, entre muchos otros temas; y criticaron fuerte-
mente distintas instituciones tradicionales de su Bolivia natal.
En el caso de Yolanda Bedregal, se trata, como en los otros países, de
una de las primeras figuras que logra un posicionamiento en el escenario
intelectual. Su autorización de entrada obedece, en parte, a su visión más
tradicional de la realidad boliviana, también a su lugar social. En sus textos
encontramos una suerte de descripción criollista y pintoresca de la ciudad de
La Paz: sus costumbres, gentes, hablas, etc. Estamos frente a uno de los
primeros registros nacionales desde la perspectiva de una mujer de clase
acomodada en la Bolivia de las primeras décadas del siglo XX.
Con Silvia Rivera Cusicanqui y Jenny Ibarnegaray damos un salto algo
abrupto en la producción ensayística de mujeres bolivianas. Sus obras, enmar-
cadas en los procesos sociales y políticos de las últimas décadas del siglo XX,
nos hablan del proceso de descolonización tanto económico como político y
cultural por el que atraviesa el país andino. Su observación se focaliza en una
arista de este proceso de descolonización: la despatriarcalización del pensa-
miento cultural boliviano, proceso que apela y afecta no solo a las mujeres de
distinta condición y cultura, sino a toda la sociedad boliviana.
En el caso de Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile , el efecto de su
blanqueamiento histórico y simbólico, –aunque menor en este último– y en
parte la fuerte inmigración recibida, así como su condición estructural igual-
mente dependiente, hace que los feminismos sean más teóricos y alimentados
por matrices exógenas y, me atrevería a decir, con un peso más teórico que
político, o de mayor separación entre los esfuerzos realizados en la academia
y los movimientos de mujeres. En consecuencia, puede observarse –sobre
todo en los tres primeros países– una cierta similaridad en los procesos de
avance de las materias que ocupan a gran parte de los ensayos, las condicio-
nes históricas de las mujeres, su lugar en el orden socio-cultural, su registro
simbólico e imaginario en la escritura literaria, entre otros. En fechas más o
menos coincidentes, instalaron la temática de género en las academias, lo que
generó una rica producción teórica que vino a enriquecer la explicaciones que
desde la disciplina histórica se construían desde las movilizadoras décadas de
comienzos de siglo XX.
En el caso argentino, la cadena que va desde Victoria Ocampo hasta
Beatriz Sarlo es la de una gradual conciencia como mujeres blancas, urbanas,
pertenecientes a las capas acomodadas o medias. Las ensayistas argentinas
abordaron con inteligencia y profundidad analítica los temas de la identidad
latinoamericana, la cultura, su condición como mujeres, la relación entre polí-

178
América del Sur

tica y cultura, la voz de las mujeres en el escenario artístico, particularmente


literario, entre muchos otros.
Argentina está representada, en un primer momento del siglo XX, por
Victoria Ocampo, autora exponente de una doble conciencia: por un lado del
proceso de apertura del mundo latinoamericano, de su inserción al circuito
económico internacional, con las consecuencias políticas sociales que esto
traería; y por otro, del proceso de apertura de las mujeres en la sociedad
latinoamericana de entonces. Su voz forma parte de una sensibilidad histórica
que observa con entusiasmo y cautela los procesos mencionados. Europa y
América, internacionalismos, universalismos versus regionalismos, criollismos;
interesantísima tensión de época, porque no traduce una maniquea dicotomía
sino distintos conceptos de universalismos y regionalismos, unos más esencia-
listas, otros más históricos. En la defensa de los regionalismos hay también
posiciones americanistas y/o nacionalistas cercanas al fascismo; en la defen-
sa de los universalismos, hay propuestas de un proceso de apertura saludable
y necesario para una América latina que hasta entonces se ha mantenido en
estado aldeano o parroquial. Ni purismos aislacionistas que no harían sino
mantener el estatus quo ni borradura de la heterogeneidad latinoamericana,
de sus particularidades respecto de la matriz metropolitana. En fin, hay una
buena bibliografía en estas materias, Martí, Ocampo, Manuel Rojas, Pedro y
Camila Henríquez Ureña, Alejo Carpentier, Mariano Picón Salas, Leopoldo
Zea, Fernando Ortiz, Néstor García Canclini, Sonia Montecino, por nombrar
solo algunos nombres.
Ocampo entra luego al tema del lugar asimétrico de hombres y mujeres
en la cultura. La afirmación medular de uno de sus ensayos “No me interrum-
pas”, que actualmente es citada en numerosos artículos sobre el tema de la
invisibilización y marginación de la mujeres en la actividad intelectual, es una
lúcida y exquisita reflexión sobre el desigual lugar que han ocupado hombres
y mujeres en la sociedad. Avanza y madura una reflexión sobre lo que han
sido las mujeres, lo que pueden ser. La idea central es que toda obra individual
apoyada en la colectiva puede tener resultados históricos. Ocampo se consti-
tuye en una voz fundamental no solo para la apertura y consolidación de un
espacio intelectual para las mujeres latinoamericanas, sino para el pensamien-
to latinoamericano del periodo,
Luisa Valenzuela, productora de un discurso caracterizado por la irreve-
rencia y el tono crítico, se refiere al control de la palabra femenina, la censura
a la expresión femenina; también, como Ocampo, reflexiona sobre el momen-
to de transición para las mujeres, de lentos pero efectivos logros en la búsque-
da de la palabra propia.

179
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Marta Traba con su ensayo La cultura de la resistencia, se refiere a la


cultura y el arte latinoamericanos, movidos estructuralmente en la contradic-
ción entre una “modernidad refleja” y la proliferación de voces de la resisten-
cia que toman diversos caminos, unos más contestatarios, otros más apoya-
dos en la carga que el arte, sin necesidad de consigna explícita, puede tener
para el desarrollo del mismo.
Beatriz Sarlo es una de las más lúcidas voces de la crítica literaria y
cultural de Argentina y América latina. Sus ensayos evidencian síntesis de
lectura y asimilación propia de las grandes matrices teóricas no solo para la
literatura sino también para las Ciencias Sociales y las Humanidades. Su ejer-
cicio crítico ofrece a sus lectores un espesor explicativo pocas veces logrado,
vinculando literatura y sociedad, discurso e historia, lo privado y lo político, en
un equilibrio que esquiva simplismos y polarizadas dicotomías.
La uruguaya Alicia Migdal nos ofrece un ensayo de estupenda lucidez
respecto al proceso de salida a la intemperie de las mujeres, metáfora del
ingreso a la historia política y sus logros y precios para las congéneres. Con un
lenguaje que coordina ingenioso estilo y rigurosidad, Migdal aborda la comple-
jidad de estos procesos sin idealizaciones del pasado y con realismo y sentido
proyectivo.
María José Guerra Palmero entra en una reflexión muy actual y de cen-
tral posición política en las últimas décadas: el tema medioambiental. Su ensa-
yo aborda la visión que las mujeres de su país han tenido frente al problema.
Conceptos como “ecofeminismo”, “soberanía alimentaria”, son algunos le-
vantados y defendidos por mujeres latinoamericanas campesinas, que visuali-
zan modelos productivos armónicos con la naturaleza y de estructural alcance
político y económico en sus zonas.
Teresa Porcecanzki, antropóloga, escritora y ensayista, desarrolla en su
ensayo una reflexión antropológica sobre las construcciones de género. Revi-
sa concepciones del mismo en distintas culturas nativoamericanas, en las que
la sumisión y el silencio femeninos han sido una exigencia y un tabú masculino
férreamente cuidado por los varones. Prosigue observando el comportamien-
to de la cultura occidental respecto de este punto, en el que se mantiene esta
doble exigencia para las mujeres. Termina haciendo referencia a algunos tex-
tos literarios producidos por mujeres en la actualidad, como los de Clarice
Lispector, La araña o Armonía Somers, La inmigrante, en los cuales se
intenta deconstruir estas concepciones culturales y mostrar la dificultad que
han significado para el desarrollo social, cultural e intelectual de las mujeres.
A partir de los textos revisados menciona algunos conceptos para la teoría
literaria desde la perspectiva de género, como el de “feminolecto”, así como

180
América del Sur

una caracterización de la escritura de mujeres como desborde, ruptura e in-


tersticio.
Refiriéndonos ahora al ensayo chileno de autoría femenina, observamos
que el trayecto tanto político como teórico que hay de Mistral a Labarca,
Caffarena, Kirkwood, Richard, Eltit y Montecino, representa al menos dos
momentos del pensamiento de mujeres o de una vertiente del pensamiento de
mujeres en Chile durante el pasado siglo.
El recorrido argumental que va desde Mistral a Montecino y Eltit es el de
un feminismo igualitario que caracterizó a la primeras seis décadas del siglo
hasta un segundo momento que cuenta con el concepto de género acuñado en
la década de los 70. Este concepto aportó a una maduración del análisis sobre
la dependencia femenina y sus factores. También significó un asedio a ciertas
certezas disciplinarias que se habían construido desde vertientes fundamen-
talmente político-culturales que no habían contado con los aportes de la teoría
de género y la biopolítica, desarrolladas en las últimas décadas. El tránsito de
los feminismos de la igualdad a los de la diferencia no significa la negación de
los primeros sino la toma de conciencia de que los éstos –cumpliendo un papel
fundamental en los procesos de reivindicación de la población femenina– se
habían subsumido acríticamente al paradigma patriarcal sin cuestionar sus
bases. El reconocimiento de estos dos momentos no hace sino comprenderlos
en sus respectivos encuadres históricos. Montecino aporta lúcidos ensayos
sobre los complejos procesos de conformación identitaria y en ellos observa la
particularidad de la mirada femenina, sin aproximaciones esencialistas sino
muy vinculadas a la historia y al plural imaginario popular y femenino. Eltit
inaugura un proceso de profunda innovación en la narrativa chilena e hispano-
americana en los 80. En sus textos, de impecable narrativa, puede observarse
la teoría de género incorporada con una profundidad y complejidad que, en un
momento cultural caracterizado por la farándula y la mercadotecnia, es posi-
ble le haya restado lectores.
El primer eslabón de la cadena es Mistral. Como voz en contexto, Mistral
refiere el proceso de inicio de una conciencia, si no feminista, histórica, sobre
el lugar de la mujer en la estructura política y social. Caracterizado su discur-
so por un saludable eclecticismo en décadas de fuertes polarizaciones, la au-
tora conjuga modernidad y tradición, cristianismo y budismo, y en el tema de
la mujer, particularmente, se cuida de no nombrarse como feminista por cono-
cer el prejuicio que una mujer identificada como tal, incluso hasta hoy, puede
cargar por identificarse como tal.
Encontramos en sus ensayos una defensa de la educación popular, pro-
puesta de una actualidad que emociona. El liceo es del pueblo, dice, lugar para

181
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

la reunión no para la segregación social. El rol de la mujer en el universo


discursivo mistraliano –sobre todo de sus primeras producciones– es, funda-
mentalmente, la maternidad, una maternidad que, sin embargo, no está solo
constreñida al espacio privado y que comienza entonces a coordinarse con el
ámbito público laboral.
Elena Caffarena y Amanda Labarca registran el proceso de inserción de
la mujer al campo político y laboral, particularmente al campo educativo, pri-
mer espacio abierto a las mujeres por considerarse –desde la ideología domi-
nante– una suerte de extensión de la maternidad. Es por ello que esa salida es
aceptada y legitimada por el orden social. Caffarena nos deja una doble con-
tribución, en los ámbitos educativos y políticos, al fundar en la década del 20 la
Asociación de Mujeres Universitarias y el Movimiento pro Emancipación de
la Mujer Chilena (MEMCH). El esfuerzo de Labarca está puesto en la edu-
cación de la mujer y su desarrollo intelectual y social. Su ensayo puede ser
considerado un texto paradigmático del feminismo de la igualdad, específica-
mente en su reclamo por el derecho a la educación. Como en Mistral, se
incorporan también preocupaciones y planteamientos pacifistas que las muje-
res levantaron en el periodo interbélico.
Haciendo un poco de historia, podemos decir que figuras como Inés Eche-
verría Bello y grupos como El Club de Señoras o La liga de las Damas, pusie-
ron las primeras piedras en este empeño, en aquel inicio de siglo marcado por
fuertes tensiones sociales, en un país que transitaba desde una estructura
agraria a una urbana e industrial, con las consecuentes transformaciones so-
ciales y políticas que aquello traería. Corresponde nombrar también a Teresa
Flores y Belén de Zárraga, mujeres que hicieron aportes fundamentales a la
incorporación de la mujer a la vida laboral y cultural desde el cruce de clase y
género.
Julieta Kirkwood, figura y discurso posicionados en las décadas política-
mente más movilizadoras, se caracteriza por su perspectiva abiertamente fe-
minista y por el inicio de un ejercicio intelectual y académico desde la discipli-
na sociológica, de inédito espesor teórico y crítico. Su discurso ha superado
las primeras etapas de la descripción y la denuncia para transitar no excluyen-
temente hacia fases de aporte teóricos sobre el fenómeno de la estructural
sujeción de las mujeres en el orden patriarcal.
Nelly Richard, en décadas posteriores, acompañará el tránsito funda-
mental de lo que hemos llamado el feminismo de la igualdad y los estudios
sobre la mujer a los estudios de género, ampliando el espectro de estudio y
dotándolo de una nueva categoría analítica, el género, que vendrá en lo suce-
sivo a incorporar los ámbitos de lo “femenino” y lo “masculino” como cons-

182
América del Sur

trucciones culturales potencialmente contenedoras de desigualdades sociales


y políticas.
Diamela Eltit es una voz singular que irrumpe en el disciplinado escenario
de los ochenta con un discurso inteligente, crítico, sugerente y escrituralmente
impecable, que sortea binarismos reduccionistas y replantea nudos críticos del
discurso político y artístico chileno. Lúcida en su entendido de “lo femenino”
como no exclusivo de las mujeres y de “lo marginal” como lugar de producti-
vidad y de movilizadora tensión. Su discurso se construye desde una matriz
política compleja que liga la macro y la micropolítica al tiempo que combina el
análisis con la escritura simbólica, el testimonio con la alegoría. Se trata de
una de las voces más importantes en la narrativa y el ensayo chilenos y lati-
noamericanos hasta la actualidad.
Con la figura y obra de Sonia Montecino damos término a la selección de
ensayos chilenos de autoría femenina presentes en esta antología. Uno de los
aspectos destacables de la autora es su reflexión aguda e inteligente sobre el
tema de la identidad, particularmente referida al complejo proceso de confor-
mación identitaria de las mujeres. Como antropóloga, le interesa el tema de la
mujer en el marco mayor de una cultura en la historia. Así, la identidad para
ella no es algo esencial y permanente sino una construcción estrechamente
relacionada con los sistemas de pensamiento y sus marcos históricos y valóri-
cos. Su ensayo Madres y Huachos, alegorías del mestizaje chileno, entre
otras importantes publicaciones, la hizo merecedora del Premio Nacional de
Humanidades y Ciencias Sociales en 2013.
Interrumpiendo muy conscientemente el recorte nacional que hemos ve-
nido haciendo desde México al Chile, hemos querido terminar esta antología
con un lúcido ensayo de metareflexión sobre el género en su actual condición,
de Liliana Weinberg. Esto por al menos dos razones: por un lado, cierta parti-
cular condición globalizada de la región latinoamericana para la cual la re-
flexión de la ensayista cobra validez regional; por otro, por su carácter sinté-
tico tanto de los grandes lineamientos temáticos que ha seguido el género en
su devenir histórico como en su proceso de mutación genérica, proceso que
se explica desde un marco contextual. Me parece que es una lectura muy
pertinente porque hace el recorrido por la genealogía del ensayo hispanoame-
ricano contemporáneo, observando sus momentos en “tierra firme” y su en-
trada a un terreno “sin orillas”, indicando sus nudos, sus cambiantes contex-
tos, con los que tiene siempre –como todo discurso– una relación no mecáni-
ca ni determinista sino de relativa autonomía.
El recorrido es desde el ensayo de identidad, que parece ser el mayor
fruto producido en “tierra firme”, hasta el discurso de las Ciencias Sociales, al

183
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

que la autora considera como una vertiente del ensayo actual, “sin orillas”.
Este último, formateado por las exigencias del discurso académico, conserva
muchas veces su perfil ensayístico, su carga crítica, interpretativa, indiscipli-
nada, atrevida en el uso de neologismos teóricos y críticos que puedan contri-
buir a una mejor comprensión de nuestro complejo presente. El artículo tiene
también el mérito de completar el cuadro de ensayistas, intelectuales y escri-
tores que han estado compartiendo esta tarea de pensar América Latina y sus
culturas y sociedades, y de pensarse a sí mismos en ella.

184
América del Sur

PERÚ 1

María Jesús Alvarado Rivera (1878-1971)

Figura fundacional del feminismo peruano. Intelectual y activista en


las luchas sociales, educadora, periodista, escritora. Nació el 27 de
mayo de 1878 en la Hacienda Chacrabajo, Chincha Baja, Ica, Perú.
El siguiente año se desataría la Guerra del Pacífico, que va a durar
cinco años. Fue la décima hermana de trece. Su madre Jesús Rivera
Martínez y su padre, Cayetano Alvarado Arciniega, eran dueños de
esta hacienda. Padre y madre mantuvieron un matrimonio arreglado,
que era común en el siglo XIX. Esa situación motivó a María Jesús
Alvarado a cuestionar la institución del matrimonio bajo esta modali-
dad, y a ponerla en debate a través de sus artículos y escritos.2
Entre sus obras están: Nuevas Cumbres (1923) de corte autobiográ-
fico. Estando exiliada en Argentina escribió la primera parte de su obra
de teatro: La Perricholi. De regreso al Perú escribe la segunda par-
te de dicha obra. Tiene la brillante idea de hacerla difundir por
una radioemisora. Para ello formó el Primer Elenco de Radioteatro.
Es por las ondas de Radio Nacional del Perú que se transmite en
vivo y en 30 jornadas, cosa que se hacía por primera vez en el Perú,
en 1937.

“El feminismo. Respuesta a un artículo publicado en ‘El Comer-


cio’ que impugna el feminismo”, 3
Con este epígrafe acabo de leer en “El Comercio” de esta tarde un artí-
culo en que se impugna el feminismo, fundando el autor sus refutaciones en el
concepto que profesa de que la mujer ha nacido exclusivamente para el ho-
gar.
Con permiso del autor, a quien no tengo el honor de conocer, voy a tomar-
me la libertad de hacerle algunas objeciones a la tésis sustentada.
En primer lugar, el señor Marco Antonio combate el feminismo creyén-
dole contrario a las leyes inmutables del amor que impone la naturaleza.

1 Agradecemos muy especialmente al Centro Flora Tristán por la información y orientación


respecto de las autoras peruanas.
[Texto del acervo María Jesús Alvarado, resguardado por Cendoc-Mujer en Lima,
proporcionado por Madeleine Pérusse]
2 Fuente: Centro Flora Tristán, Lima, Perú.
3 Publicación de fuente desconocida, probablemente Lima, 14 de mayo de 1911.

185
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Esta inculpación sería incontestable y aniquiladora para el feminismo, si


en realidad tratase de destruir el amor, y por consiguiente la primera y más
santa de las instituciones humanas: “el hogar”; pero estudiando imparcial y
serenamente los principios del feminismo, los programas que desarrolla, las
reivindicaciones por que lucha, y la opinión que merece a los más profundos
pensadores, no se encuentra asomo alguno de rebeldía al amor, a los dulces
lazos de la familia.
Analicemos: el principio fundamental del feminismo es la igualdad de la
mentalidad y de las aptitudes del hombre y la mujer, igualdad probada irrefuta-
blemente por la historia, y hasta por la somera observación de la vida diaria,
por cuya identidad de personalidades es de absoluta justicia que sean iguales
ante la ley, libertándose la mujer de la forzosa y muchas veces tiránica y cruel
tutela del varón, que ningún derecho tiene a ejercer predominio en la pareja
humana.
“La liberación de la mujer es necesaria no sólo para garantizarle sus
derechos individuales, en nombre del principio de la autonomía de la persona
humana, sino también en interés de la colectividad por exigir la buena marcha
de las cosas, el concurso de las dos mitades constitutivas de la especie huma-
na; se trata, por un lado, de una obra de justicia y de libertad, y por otro, de una
obra de justicia y de libertad, y de otro, de una obra de utilidad social”, dice
Brodel.
Las reformas que, fundado en estos principios, exige el feminismo son en
síntesis las siguientes: 1ª. dar mayor amplitud y facilidades a la educación de
la mujer, desarrollando su intelecto y aptitudes de igual manera que en el
hombre; 2ª. darle acceso a los empleos públicos y profesiones liberales, para
que pueda subsistir por sus propios esfuerzos, mejorando su condición econó-
mica y social; y 3ª. que se le conceda los mismos derechos civiles y políticos
que al varón, libertando a la mujer casada de la dependencia del esposo a que
la ley la somete, privándola de los derechos que goza de soltera.
En los países más cultos, total o parcialmente, el feminismo ha realizado
ya estas aspiraciones. Así vemos a la mujer acreditar la potencia de su inte-
lectualidad y la competencia de sus aptitudes, ejerciendo mil profesiones que
le estaban vedadas y que son perfectamente compatibles con su naturaleza;
brillando en la literatura; superando en las artes; dominando las ciencias; tra-
bajando, en fin, eficientemente en todos los ramos de la actividad humana,
siendo sus triunfos tanto más gloriosos, cuanto que tiene que actuar en un
medio adverso, combatiendo contra seculares prejuicios; contra crueles sar-
casmos; contra obstáculos gigantescos que le oponen aunados al egoísmo
innoble y la tradición despótica.

186
América del Sur

En el orden civil y político también triunfan sus inconcusos derechos;


Suiza e Inglaterra le han otorgado el derecho de sufragio municipal y de ser
elegida alcalde; en Dinamarca, en Australia y en muchos estados de la gran
república del norte, posee igualmente el voto municipal, en Noruega y en
Finlandia, han conseguido el derecho a la representación nacional habiendo
sido elegidas en el último país más de veinte diputadas; en Nueva Zelanda e
Islandia, ejercen cargos públicos; en Francia los comerciantes eligen jueces
para los tribunales de comercio; y en Rusia las propietarias votan en las elec-
ciones de miembros de la Duma.
Y no se sabe que el ejercicio de estos derechos haya en ninguna parte
extinguido el amor, desquiciado el hogar ni alterado el orden social. Por el
contrario, afirman innúmeros escritores respetables que la mujer libre autóno-
ma, ejercitando los derechos cívicos es la más solícita de las madres, la más
digna esposa, el más firme sostén del hogar; que es recta y proba en las
elecciones, no dejándose seducir por mezquinos particulares intereses, sino
que otorga su voto a aquel que por sus honrosos precedentes dé más garantía
de trabajar por el bien público; y finalmente, que las que desempeñan el cargo
de alcalde hacen especial labor de saneamiento social, adoptando enérgicas y
eficaces providencias para atenuar el vicio envilecedor.
Lejos de pretender el feminismo la extinción del amor, lo engrandece, lo
dignifica y lo depura de la voluptuosidad y del interés, dando más garantía de
firmeza y felicidad al matrimonio. Una comparación de la personalidad y con-
diciones de la mujer actual y del tipo de la mujer del porvenir, ideado por el
feminismo, nos probarán incontrovertiblemente esta verdad. La educación de
la mujer de hoy es deficiente y errónea, se le encadena a mil prejuicios, a
seculares tradiciones absurdas, se subordina su conciencia y su conducta a
dirección ajena, se fomenta el falso concepto de que el trabajo la perjudica y
denigra, manteniéndola en la más egoísta e indolente inercia, exigiendo sólo al
varón el cumplimiento del deber de sostener la familia; se le fomenta el necio
orgullo y la estólida vanidad; no se le educa ni para el hogar ni para el trabajo;
pero se le ofrece como único porvenir, como única “carrera”, dice el distingui-
do doctor Posada, el matrimonio: si es rica para que el esposo administre sus
bienes y tenga con quien concurrir a las diversiones sociales, si es pobre para
librarse de las terríficas angustias y humillaciones de la miseria y de la depre-
siva tutela de los parientes. El matrimonio, pues, no se le muestra como la
resultante de un amor profundo y desinteresado, sino como una necesidad
económica y social; y este concepto está tan arraigado, que la mujer sin bie-
nes de fortuna que antes que venderse, aceptando un matrimonio de conve-
niencia, prefiere someterse al trabajo, es censurada como persona desprovis-
ta de buen juicio y sentido común, y hasta se le ultraja con crueles dudas.

187
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

En cambio, desenvueltas por medio de una educación perfectiva, como


pretende el feminismo, las nobles cualidades y útiles aptitudes de la compleja
personalidad física, intelectual y moral de la mujer; engrandecida por un espí-
ritu recto, ilustrado, libre de prejuicios y mezquinas pasiones, por una moral
elevada y una conciencia inflexible; por un corazón tierno, sin voluptuosidad, y
altruista sin ostentación; gozando de libertad, de independencia, consciente de
sus ineludibles deberes y legítimos derechos; colocada al mismo nivel que el
hombre, con idénticas aptitudes y facilidades que él para procurarse ventajas
económicas; obediente a la ley del trabajo proficuo y dignificante, empleada
siempre en sus labores, su naturaleza será invulnerable al exagerado senti-
mentalismo, a las pasiones irreflexivas sin fundamento noble y serio que acom-
pañan a la inercia y la molicie, formándose un concepto elevado del amor, lo
basará sólo en la apreciación de las cualidades morales y no teniendo ya
tampoco necesidad del matrimonio para gozar de bien estar, no lo contempla-
rá a través del prisma del interés, yendo a él a ser la indolente consumidora del
producto de los esfuerzos del esposo, sin darle en cambio el verdadero amor,
sin comprender su espíritu, su mentalidad, sin ayudarle en la penosa labor, no,
no será éste su rol, ella sentirá por el digno esposo que eligió un amor noble,
profundo y serio, una perenne estimación; penetrará a lo más recóndito de su
espíritu, apreciará su intelecto, participará de sus elevadas emociones menta-
les y afectivas; colaborará en sus trabajos, vivirá, en síntesis, la misma vida de
su esposo en sus diversas modalidades.
Y luego, si el esposo falta, el vendaval de la miseria no azotará este hogar
haciendo víctima de su furia a los tiernos niños, a la pobre viuda, ni el desho-
nor, aceptado en cambio de un aleatorio bienestar, lo señalará con su negro
estigma, pues la viuda, mujer ilustrada, apta y de carácter digno, sabrá conti-
nuar sola la lucha por la vida, hallando los recursos necesarios para sostener
la familia con inmaculado honor.
El sinóptico estudio que dejo hecho prueba de manera concluyente que el
feminismo no trata de desvirtuar la noble misión de la maternidad, que no se
opone a las leyes naturales, sino que por el contrario, como lo declaran nota-
bles filósofos, es un movimiento espontáneo de la incesante evolución de la
humanidad que la impulsa incontrastablemente al perfeccionamiento, estable-
ciendo el equilibrio de la pareja humana, dentro de los límites de la armonía
universal.

Lima, mayo 4 de 1911,

188
América del Sur

“Evolución Femenina”, Lima, 19154


Toda doctrina nueva tiene siempre ardientes adversarios: la ignorancia, el
error, el egoísmo, los prejuicios tradicionales, los intereses privativos, la con-
templan desde un punto de vista que la desvirtúa por completo, dándole carác-
ter distinto al que en realidad tiene.
Tal sucede con el feminismo. Al plantearse este problema en la sociedad
moderna, sus adversarios vierten falsas apreciaciones que se propalan y lle-
gan a ser admitidas hasta por las mismas mujeres y también por algunas
personas cultas, que, en el cúmulo de asuntos que solicitan su atención, no
tienen porque estudiar detenida y profundamente las doctrinas sociológicas
para formar criterio propio y justo sobre ellas, basándose en la historia y en las
leyes científicas.
Opino que no debemos censurar a los contrarios a la causa femenina, ni
menos profesarles adversión; sólo debemos empeñarnos en difundir los ver-
daderos principios del feminismo, en la convicción de que el conocimiento de
ellos destruirá los erróneos conceptos propalados conquistando las simpatías
y adhesión de las personas de espíritu amplio y justo.
Según dichas apreciaciones, el feminismo es una doctrina absurda y diso-
ciadora, contraria a las leyes de la naturaleza, que sustrae a la mujer al amor
y a su misión de esposa y madre, despojándola de sus características, que
sustituirá por los del hombre al cual se enfrentará en violenta lucha, suplantán-
dolo en las funciones y puestos de que ha venido excluida.
Y esta lucha de los sexos y el nuevo sistema de vida, producirá el aleja-
miento de la mujer del hogar, la disolución de la familia, la deficiencia en el
desempeño de los puestos que ocupe, la inmoralidad de las costumbres, la
anarquía, el caos doméstico y social, con el desquiciamiento de todas las ins-
tituciones que a costa de tantos sacrificios erigió la civilización a través de los
siglos.
En verdad que bastaría sólo la primera de estas inculpaciones si se fun-
dase en hechos reales para desprestigiar la causa feminista y hacerla termi-
nar en el más ridículo fracaso; pero estudiando imparcial y serenamente los
principios del feminismo, los programas que desarrolla, las reivindicaciones
por que lucha, y la opinión que merece a los más profundos pensadores, no se
encuentra asomo alguno de rebeldía al amor ni a los deberes de la familia.

4 Discurso pronunciado por la Srta. María J. Alvarado Rivera en la actuación ofrecida por
la Sociedad “Evolución Femenina” el 16 del presente en la escuela Normal de Varones”,
Asociación Evolución Femenina, Lima, s/f (circa 1915). Este texto fue rescatado por
Madeleine Pérusse en la biblioteca familiar de una de sus descendientes.
[Texto proporcionado por Madeleine Pérusse]

189
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Analicemos: los principios fundamentales del feminismo son la igualdad,


la libertad y la dignidad, atributos inherentes a la persona humana, sin distin-
ción de sexos.
Y siendo idéntica la naturaleza íntima del hombre y de la mujer, diferen-
ciándose sólo en algunos fenómenos fisiológicos, no en los psíquicos, la capa-
cidad de ambos para las diversas actividades de la vida es igual, como lo
vemos diariamente, y por consiguiente los dos sexos deben tener los mismos
derechos y garantías para el ejercicio de estas actividades y para gozar de las
ventajas y felicidad que les sea dado conquistar.
“La liberación de la mujer, dice Brodel, es necesaria: no sólo para garan-
tizarle sus derechos individuales, en nombre del principio de la autonomía de la
persona humana, sino también en interés de la colectividad por exigir la buena
marcha de las cosas, el concurso de las dos mitades constitutivas de la espe-
cie humana; se trata, por un lado, de una obra de justicia y de libertad, y por
otro, de una obra de justicia y de libertad, y por otro, de una obra de utilidad
social.”
Ningún principio biológico, filosófico o sociológico se puede invocar para
mantener la subordinación de la mujer; por el contrario la biología prueba la
igualdad de la naturaleza humana; la psicología reconoce los mismos atributos
y funciones mentales en los dos sexos, y la vida social nos muestra a la mujer
en todas las edades y en todos los pueblos, colaborando al lado del hombre en
el progreso de la humanidad, igualando y superando en innúmeros casos las
aptitudes masculinas en las más elevadas manifestaciones de la inteligencia:
en los artes, en las ciencias, en la política, y hasta en la guerra… la mujer ha
alcanzado lauros inmarcesibles para su frente por su talento y heroicidad.
Y esto, no obstante la ignorancia y servidumbre en que se la mantuvo
deprimida, considerándola como cosa, esclava, objeto de placer, mero repro-
ductor de la especie, instrumentum diaboli, instrumentum calamitas según
los santos padres de la edad media.
No ha habido más causa de la subordinación femenina, que el egoísmo y
la tiranía del hombre que en las remotas épocas en que predominó la fuerza
bruta sobre la justicia y el derecho, esclavizó a la mujer, dándose en su sober-
bia insensata y en su iniquidad monstruosa, derecho sobre ella de vida y muer-
te… La inteligencia femenina surgiendo radiante e incontrastable de las er-
gástulas en que se le mantuviera encadenada, y dando el más soberbio mentis
al concepto de la inferioridad mental de la mujer; la imperiosa necesidad de
bastarse a si mismo en la lucha de la vida moderna; y el perfeccionamiento de
la moral que reconoce los mismos derechos a todos los seres humanos, sin
distinción de sexos, forman la génesis del feminismo.

190
América del Sur

Dije que el feminismo no se opone al amor, lejos de esto lo engrandece, y


lo depura del interés dando más garantía de firmeza y felicidad al matrimonio.
Una comparación de la personalidad y condiciones de la mujer actual y del
tipo de la mujer del porvenir, ideado por el feminismo, nos probarán incontro-
vertiblemente esta verdad. La educación de la mujer de hoy es deficiente y
errónea, se le encadena a mil prejuicios, a seculares tradiciones absurdas, se
subordina su conciencia y su conducta a dirección ajena, se fomenta el falso
concepto de que el trabajo la perjudica y denigra, manteniéndola en la más
egoísta e indolente inercia; se le inculca necio orgullo e infólida (sic) vanidad;
no se le educa ni para el hogar ni para el trabajo; pero se le enseña a hacer de
sus relaciones con el hombre, mientras está soltera, una astucia táctica amo-
rosa, hasta encontrar un esposo, si es rica para que administre sus bienes y
tener con quien concurrir a las diversiones sociales, si es pobre librarse de las
terroríficas angustias y humillaciones de la miseria y de la eterna tutela de los
parientes que pesa sobre la soltera. De esta manera, se falsea el concepto
que la mujer debe tener del matrimonio, no presentándoselo como la resultan-
te de un amor profundo, noble y desinteresado, sino como una necesidad
económica y social; y este criterio está tan arraigado, que la mujer sin bienes
de fortuna que antes que venderse en matrimonio de conveniencia, prefiere
someterse al trabajo, es censurada como persona desprovista de buen juicio y
hasta se le ultraja con malignas dudas.
Con tan deficiente educación, las jóvenes, inconsultamente, sin reflexio-
nar un instante en la vital importancia que implica el matrimonio, considerando
tanto individualmente, como en su rol social, estimuladas sólo por el ardoroso
afán de cambiar de estado o de mejorar sus condiciones pecuniarias, imponen
capitulación al pretendiente que creen más a propósito para realizar sus egoís-
tas planes.
Se casan; transcurre fugaz la luna de miel, y aparecen simultáneamente
la descendencia y las arduas obligaciones maternales; y entonces se les ve en
la intimidad y en el ejercicio de las funciones del hogar despojadas del barniz
de la educación que ostentan en sociedad, de relieve sus defectos e inepcia.
Hay esposa que frívola, estólida, inerte, no se preocupa del cuidado de los
niños, de su educación, ni del bienestar de la casa; llena de insensata vanidad,
quiere tener siempre en el esposo un rendido amante que lo posponga todo,
hasta sus más legítimas y nobles afecciones a su despótica voluntad; si el
hombre es débil, se convierte en servil vasallo de la tirana que tiene el hogar
en un espantoso caos; y si es fuerte, de alma elevada, celoso de su dignidad y
del porvenir de sus hijos, no renuncia a sus derechos, sino que, por el contra-
rio, la insta a ella a la práctica de su deber, y entonces estallan las discusiones

191
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

domésticas; ella ofuscada por sus erróneas ideas, obstinada en su mal carác-
ter, sin inteligencia ni virtud para comprender la superioridad moral de su
esposo y la justicia que le asiste se declara en abierta rebeldía, y del hogar que
debe ser un templo iluminado por las luces de todas las virtudes; una escuela
augusta de la más perfecta moral, que muestre a los niños bellos y vivos
ejemplos que imitar; un abrigado puerto de descanso donde el hombre, marino
esforzado en incesante lucha, con las embravecidas olas de las pasiones hu-
manas, repare sus exhaustas fuerzas y fortalezca su espíritu con el santo
amor y ventura doméstica; del hogar que todo esto debía ser, repito, hace un
infierno de tormento, una escuela sin moral, y un océano agitado de continuo
por destructora tempestad que sumerge en los insondables abismos de la
amargura y disolución el frágil barquichuelo de la felicidad. No necesito expo-
ner a nuestro criterio cuan funesta influencia ejerce este ambiente doméstico
en la formación del carácter del hombre y en la psicología social.
En cambio, desenvueltas por medio de una educación perfectiva e inte-
gral, como pretende el feminismo, las cualidades de la compleja personalidad
psicofísica de la mujer; engrandecida por un espíritu recto, ilustrado, libre de
supersticiones, prejuicios, y mezquinas pasiones, por una moral elevada y una
conciencia inflexible; por un corazón tierno sin exageraciones y altruista sin
ostentación; sabiendo vivir dignamente la libertad y dirigir su conducta por su
propio criterio; consciente de sus ineludibles deberes y legítimos derechos;
colocada al mismo nivel que el hombre, con idénticas aptitudes y facilidades
que él para procurarse ventajas económicas; obediente a la ley del trabajo
proficuo y dignificante, empleada siempre en sus labores, su naturaleza será
invulnerable al exagerado sentimentalismo, a las pasiones irreflexivas sin fun-
damento noble y serio que acompañan a la inercia y la malicia. Con un con-
cepto elevado del amor, basándolo en la apreciación de las cualidades mora-
les, y sin necesidad del matrimonio para gozar del bienestar, no irá a él a ser la
indolente consumidora del producto de los esfuerzos del esposo sin darle en
cambio su ternura, sin comprender su espíritu, sin ayudarle en la lucha de la
vida; no, ya no habrán tan grandes lagunas intelectuales en el matrimonio.
La mujer educada en la orientación moderna sentirá por el digno esposo
que eligió, noble amor y verdadera estimación, se identificará con su mentali-
dad, colaborará en sus trabajos como una Madin (sic) Curie, sentirá al unísono
sus emociones estéticas, vivirá su misma vida dando al hogar tan irresistible
atractivo, tan grato ambiente, que será el centro de todas las aspiraciones de
su esposo y la suprema felicidad de su alma.
En cuanto a la maternidad, el feminismo la contempla con el más elevado
concepto: quiere que la mujer sea, no la simple reproductora de la especie,
sino la madre en la augusta acepción moral del vocablo.

192
América del Sur

La madre consciente de su trascendental misión, que sepa cuidar a sus


hijos según los preceptos de la higiene y de la puericultura para que les evite
dolencias, deformidades y la muerte prematura; que sea apta para desenvol-
ver su inteligencia y secundar su cultura; que con la sugestión irresistible del
ejemplo maternal forme la conciencia recta, el carácter firme, los nobles sen-
timientos, los hábitos de trabajo en las nuevas generaciones; la madre pruden-
te, justa, ecuánime, abnegada, capaz de hacer frente a la lucha por la existen-
cia, atendiendo el sostenimiento de los hijos si fuera preciso; la madre, en fin,
ardientemente patriota, que sea el más firme baluarte de la nacionalidad por-
que forme los probos y viriles ciudadanos que procuren el engrandecimiento
de la patria.
En Alemania, donde la mujer goza de autonomía civil en el matrimonio;
en Australia, donde hace cincuenta años o más que ejerce el voto; en Norue-
ga y en Hirlandia (sic), donde ejerce la representación nacional; en algunos
estados de la América del Norte, que desempeñan funciones políticas; y en
todos los pueblos donde ya adquiriendo los derechos que ha vivido privada, la
mujer no se ha degenerado, no ha alterado el orden del hogar ni de la socie-
dad, sino que por el contrario, cumple con mayor eficacia y amplitud los debe-
res domésticos y filantrópicos, y en los puestos públicos muestran más mora-
lidad y cumplimiento que el hombre, como los reconocen los mismos adversa-
rios del feminismo, aunque con la salvedad de que es porque recién se le da
acceso a esos puestos; pero que una vez que se vean firmes en ellos, su
actuación será tan deficiente que habrá de reaccionar excluyéndolas nueva-
mente.
Que se consuelen con esta esperanza.
Trata además el feminismo de desarrollar en la mujer los más profundos
sentimientos altruistas, y de aquí que las instituciones que se inspiran en sus
ideales no dediquen sus mayores esfuerzos a la reivindicación de los derechos
femeninos sino que laboran con abnegación y entusiasmo por el mejoramiento
social en sus múltiples foros: el aumento de salario y la legislación del trabajo
de la mujer y del niño: la acompaña contra el alcoholismo, contra la prostitu-
ción y contra las enfermedades inevitables; la más amplia protección a la
infancia y la juventud de ambos sexos; múltiples obras de beneficencia, en
síntesis, cuanto tender pueda al mejoramiento económico, físico, intelectual y
moral del individuo y de la colectividad, es objeto de preferente y eficaz traba-
jo de las sociedades feministas en prosecución del nobilísimo ideal del triunfo
de la justicia y del bien para atenuar la miseria, el infortunio y los vicios,
originados en gran parte por una errónea organización social.
¡Qué campaña más noble, qué causa más santa!

193
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

La ligera exposición que dejo hecha de los principios y propósitos del


feminismo, destruye por completo los argumentos que aducen en su contra, y
prueba de manera concluyente que no es sino un movimiento espontáneo de
la incesante evolución de la humanidad que la impulsa incontrastablemente al
perfeccionamiento, estableciendo el equilibrio de la pareja humana, dentro de
los límites de la armonía universal.
“Evolución Femenina” no quiere que el Perú quede rezagado en esta
marcha triunfal, e inspirada en este patriótico deseo de capacitar a la mujer,
rehabilitarla, encauzar sus energías para que contribuya eficazmente a la gran-
diosa obra del resurgimiento nacional.
Y como juzga aquí uno de los factores primordiales de la grandeza de los
pueblos, es la educación y muy especialmente la educación femenina, da en
su programa la preeminencia a la cultura de la mujer, puesto que es ésta la
primera educadora del hombre, y la que forma su corazón, su carácter, y da
orientación a su vida. Considerando también “Evolución Femenina” que a las
democracias es doblemente importante la cultura y dignificación de las clases
populares para que sirvan de control a los dirigentes, evitando el despotismo y
abusos del poder, ha emprendido la obra de educación y protección de la
juventud femenina proletaria, iniciándola con la fundación de la escuela moral
y trabajo que tiene por principal objetivo reaccionar contra la enseñanza inte-
lectualista que hoy reciben las hijas del pueblo y que forma de ellas eruditas
infatuadas descontentas de sus medios e ineptas para los quehaceres del ho-
gar y para el trabajo; siendo señoritas que al encontrarse en la lucha de la vida
sin recursos ni aptitud para adquirirlos, e impulsadas por desordenadas ambi-
ciones, sucumben a la solicitud del vicio, en cambio de una condición efímera
de vicio y regalo, cuyo funesto término es la muerte prematura en el hospital.
Para realizar su propósito, nuestra escuela dará a las niñas instrucción
sólo elemental y práctica, concretándose preferentemente en su programa a
la parte educativa y utilitaria: desarrollará los nobles sentimientos, la concien-
cia de la dignidad personal, la solidaridad, el amor patrio; y las capacitará para
que puedan dedicarse a labores industriales, que con unos cuantos reales, o
con materias primas que hoy se pierden, les permitan alcanzar el modesto
bienestar económico individual, que tanto contribuye a levantar el nivel social,
pues el trabajo es la base más sólida de la moralidad.
La escuela de “Evolución Femenina” integra la educación que ofrece a
las niñas con la preparación de la futura madre de familia que ennoblezca y
consolide el hoy desquiciado hogar del obrero peruano, dando a la Patria ciu-
dadanos útiles y dignos que hagan verdadera la democracia, no dejándose
arrastrar inconscientes como rebaños ovejunos, sino ejerciendo siempre en la
vida política esa influencia incontrastable que se llama opinión pública.

194
América del Sur

Yo pregunto ahora: ¿serán los hombres nuestros adversarios en esta obra?


No lo creemos. Todo el que tenga inteligencia clara y conciencia recta, y que
conozca nuestros principios, propósitos y labor, será el más entusiasta adhe-
rente a la causa que defendemos y a la obra que realizamos en cumplimiento
de imperiosos deberes sociales y patrióticos.

195
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Magda Portal (1901-1989)

Magda Portal (Lima, 1901-1989) fue una poeta, escritora y activista


política. Militante de izquierda desde su juventud, luchó por el cambio
en el Perú y Latinoamérica, abogando por la incorporación social,
política e intelectual de las mujeres, como condición fundamental del
mismo. Exiliada por el régimen de Augusto Leguía por sus ideales
políticos, conoció en México a Raúl Haya de La Torre y fue cofunda-
dora del APRA. Durante sus años de militancia aprista, viajó por
todo el Perú organizando grupos de mujeres, luchando por sus dere-
chos civiles y buscando su participación en el aparato político. Pro-
fundamente antiimperialista, en 1950, rompió públicamente con el
partido aprista por considerar que había traicionado sus ideales. Con-
tinuó su activismo político y siguió siendo, a través de sus acciones y
numerosos escritos, una ardiente defensora de los derechos de las
mujeres hasta el final de su vida. Entre sus ensayos están: El nuevo
poema y su orientación hacia una estética económica (1928),
América Latina frente al Imperialismo (1929, 1931 y 1950), El nue-
vo poema y su orientación hacia una estética económica. Frente
al momento actual (1931), Defensa de la Revolución mexicana
(1931), Hacia la mujer nueva (1933), Flora Tristán, la precur-
sora (1944), (1983), El partido aprista frente al momento ac-
tual. Quiénes traicionan al pueblo (1950)

La liberación de las mujeres será la obra de las mujeres mismas

“El primer antagonismo de clases que apareció en la historia


coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y
la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases,
con la del sexo femenino por el masculino.”

“El hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella el


proletariado.”
Federico Engels

Aplicamos el axioma marxista, seguras de que él interpreta el sentido de


responsabilidad que tiene la mujer aprista en la lucha empeñada.
Situadas en el terreno económico, pero sin olvidarnos de los factores
culturales y espirituales, hechos conciencia a través de los siglos, comprende-
mos que el medio de acción en el Perú es de los más difíciles. Y es difícil,

196
América del Sur

porque los viejos prejuicios heredados de la colonia española y aclimatados en


un terreno dúctil a la inacción y a la indolencia han logrado estructurar un tipo
mujer que es el representante típico de las costumbres más arcaicas y conser-
vadoras en uso. Flor de delicadeza y espiritualidad, a la mujer se le ha hecho
consentir que ella sólo está llamada a ser la “reina del hogar”. Pero, de qué
hogar? Acaso del hogar proletario o del hogar campesino, o del hogar de clase
media? Seguramente, no. Más que reinas, esta gran masa silenciosa y anóni-
ma de mujeres, son domésticas y esclavas. Pero como la clase dirigente es la
que impone su ideología y modela el espíritu de los dirigidos, éstos copian en
malas copias, lo que observan en sus vidas muelles y cómodas quienes nunca
han sufrido las consecuencias de la desigualdad social. Y nuestras mujeres
católicas y severas, a quienes se hace consentir que la humildad es una de las
grandes virtudes, han hecho de la sumisión una de sus normas de vida.
Sin embargo, la lucha económica, la crisis de los sistemas mal adaptados
a nuestro medio y desacordes con nuestra idiosincrasia latinoamericana, te-
nían que producir estos choques violentos que están estremeciendo a toda la
América, ansiosa de transformar su actual organización. Y parte integrante
de la sociedad, aunque tan mal se le haya considerado siempre, la mujer tenía
que sufrir los vaivenes de la situación y soportar sus consecuencias.
La lucha económica ha sido el primer empujón de la mujer hacia la con-
quista de sus derechos. Obligada por la pauperización del medio, la mujer ha
debido decidirse a salir a la calle, ocupando fábricas, talleres y oficinas para
defender la vida de sus familiares que dependen de ella. Ha empezado asimis-
mo a sufrir opresión de las clases explotadoras, en forma mucho más directa,
porque la explotación al trabajo de la mujer se realiza en nuestro país con
mayor crueldad y refinamiento que la explotación a los varones. Ha dejado el
hogar, su centro, y lo ha cambiado por la fábrica, la oficina, el taller, donde
consume todas sus horas del día. Pero la mujer no liberada aún, continúa
siendo trabajadora en la calle y en la casa, donde realiza conjuntamente su
misión de mujer doméstica. Ninguna ley la protege, porque las malas leyes
que existen no se cumplen. Su relativa independencia económica perjudica su
hogar y a sus hijos, pero la hacen sentirse un poco más libre, menos sujeta a la
imposición familiar. Comienza su etapa de emancipación aunque bien doloro-
samente.
El Aprismo le habla de sus derechos y de su situación de tremenda e
intolerable injusticia frente a la lucha económica y a la sociedad. Y la mujer
comprende claramente que está en el deber de luchar por conquistar todos
sus derechos. Pero luchar, no como un apéndice del hombre, como su com-
plemento indispensable, dependiente de sus altas y de sus bajas y atenta a sus
instrucciones. Sino como un elemento consciente y activo, que tiene reivindi-

197
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

caciones propias y que asimismo, tiene capacidad y autoridad suficiente para


reclamarlas.
Sometida a una disciplina, es un soldado más en la guerra contra las
injusticias, pero un soldado que sabe a dónde va y cuál es la finalidad de la
lucha emprendida.
Podemos decir que si la lucha social no reconoce sexos, porque ambos,
hombres y mujeres, luchamos por derechos económicos idénticos, las mujeres
que sufren una evidente desigualdad con respecto de los hombres, tienen más
derechos que conquistar.
En nuestros países de mentalidad feudal burguesa, la mujer está en un
nivel inferior respecto del hombre. Luchando al lado del hombre se iguala con
él, pero ella no quiere que se le mire dentro de la lucha como un ser débil física
e intelectualmente, incapaz de grandes acciones, ni redirigirse por si misma,
sino como un ser pensante y actuante concorde con los dictados de su propia
necesidad de emancipación integral.
No quiere que ni la libertad ni la justicia le vengan como un regalo más del
hombre. Quiere que para apreciarlas mejor y disfrutarlas en plenitud, sean la
obra de su propia acción y sacrificio. La lucha colectiva se convierte en lucha
individual, cuando se mira desde el punto de vista de los intereses defendidos.
El pueblo lucha por conquistas eminentes, de libertad y de mejoramiento eco-
nómico. Lucha por su hogar, por sus hijos, por sus compañeros, pero en último
término, lucha por él mismo, desposeído y oprimido. La mujer que lucha por
sus hijos, por su familia y por su hogar, lo hace también por ella misma que
anhela un puesto en la vida donde pueda respirar ampliamente el aire de la
libertad y donde su personalidad humana, jamás expresada, jamás comprendi-
da, tenga opción a manifestarse en toda su fuerza, capaz de acciones grandes
y nobles. La lucha femenina es, pues, mucho más honda y total que la del
hombre. Ella no sólo va hacia la conquista de una vida más humana y más
digna en el aspecto económico, sino que por los caminos de la pugna social,
ella aspira a la conquista del derecho a revelar su propia personalidad, margi-
nizada por el prejuicio y por la incomprensión.
Por eso es que su adhesión al Aprismo tiene tan importante significado.
Fortalece el frente común de los luchadores y forma su propio ejército de
combate que ha de conquistar todos los derechos femeninos.
He aquí, pues, la razón suprema por la cual es tan grande el fervor de las
mujeres apristas. Horizonte jamás previsto en los enunciados “feministas”
pasados de moda, donde las conquistas para el sexo femenino son hechas con
“cuenta gotas”, el Aprismo le abre un campo pleno para que insurja en toda su
fuerza y en toda su capacidad. Ninguna limitación, más que la de su propia
capacidad, intelectual y física, las mujeres encuentran al fin el verdadero sig-

198
América del Sur

nificado de la justicia y la igualdad. Campo sin competencias, sólo será posible


la selección a base de mayor trabajo y mayor inteligencia. Pero en la obra
social, y con el enunciado más justiciero, la acción será concorde con la propia
capacidad. “A cada uno de acuerdo con sus necesidades y de cada uno de
acuerdo con sus posibilidades”.

199
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Virginia Vargas Valente (1945)1

Socióloga peruana. Intelectual comprometida con la lucha en pro de


los derechos de las mujeres en Perú y en América latina. En el año
2016 es homenajeada con la Orden al Mérito de la Mujer en recono-
cimiento a su contribución a la causa. Entre sus obras como editora
están El campesinado en la historia: Una Cronología de los mo-
vimientos campesinos, 1956 64 (1981), Participación económica
y social de la mujer en el Perú (1982), Una nueva lectura: Géne-
ro en el Desarrollo (1991) (compiladora), Género en el desarro-
llo (1992), El Triángulo de poder; La Carretera a Beijing (1998),
El movimiento feminista en el horizonte político peruano .
Lima: Ediciones Flora Tristán, 2007, Feminismos en América Lati-
na. Su aporte a la política y a la democracia. Colección Trans-
formación Global. Lima: Programa Democracia y Transformación
Global, Fondo Editorial Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
Flora Tristán Ediciones, 2008. Como autora, El aporte de la rebel-
día de las mujeres (1989), The Women’s Movement in Peru: Rebe-
llion into Action (El movimiento de las mujeres en el Perú: De la
rebelión a la acción). La Haya: Instituto Internacional de Estudios
Sociales. (1990), Cómo cambiar el mundo sin perdernos: el movi-
miento de mujeres en Perú y América Latina (1992), Feminismo,
globalización y la justicia global y movimiento de solidaridad
(2003).

Los feminismos latinoamericanos en su tránsito al nuevo milenio.


(Una lectura político personal) 2
Ocurre que en nuestros días la vida cotidiana también se ha comen-
zado a rebelar. Y ya no a través de gestos épicos, como la toma de la
Bastilla o el asalto al Palacio de Invierno, sino en formas menos espec-
taculares o menos anecdóticas[…], hablando cuando no se debe, sa-
liendo del lugar destinado en el Coro, aunque manteniendo su fisono-

1 Virginia Vargas, Centro de la Mujer Peruana “Flora Tristán”.


2 Vargas Valente, Virginia (2002) “Los feminismos latinoamericanos en su tránsito al
nuevo milenio. (Una lectura político personal)”. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y
Otras Prácticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central
de Venezuela.

200
América del Sur

mía propia. El símbolo por excelencia de esta rebelión es el movimiento


de liberación de la mujer, precisamente porque las mujeres han sido
siempre el símbolo por excelencia de la vida cotidiana. En lo máximo de
su sorpresa, el soldado o el comunero descubren su responsabilidad con
la ropa sucia o la crianza de los hijos. Con todo, la alteración de los
itinerarios es más general: son las minorías étnicas, los ancianos, los
pobladores […], los homosexuales, todos los que violan los rituales de
la discriminación y las buenas maneras, vienen al centro del escenario y
exigen ser oídos (Nun, 1989:8).

Una mirada al proceso feminista en la región: actoras, estrategias


y espacios de actuación
Los movimientos feministas de la segunda oleada han sido posiblemente
el fenómeno subversivo más significativo del siglo XX, por su profundo cues-
tionamiento a los pensamientos únicos y hegemónicos sobre las relaciones
humanas y los contextos sociopolíticos, económicos y culturales y sexuales en
las que se desarrollaban. Los feminismos latinoamericanos han sido parte
activa y fundamental de este proceso en la región.
Los feminismos latinoamericanos se desarrollaron, significativamente y
con diferentes ritmos, desde fines de la década de los 70 generalizándose,
durante los 80, en todos los países de la región. Su surgimiento se dio paralelo
la expansión de un amplio y heterogéneo movimiento popular de mujeres,
expresando las diferentes formas en que las mujeres comenzaban a entender,
conectar y actuar sobre su situación de subordinación y exclusión. Dentro de
esa heterogeneidad, en los inicios del despliegue movimientista podemos dis-
tinguir algunas vertientes básicas que expresaban la forma específica y dife-
rente en que las mujeres construyeron identidades, intereses y propuestas. La
vertiente feminista propiamente dicha, que inició un acelerado proceso de
cuestionamiento de su ubicación en los arreglos sexuales y sociales, exten-
diéndola a una lucha por cambiar las condiciones de exclusión y subordinación
de las mujeres en lo público y en lo privado. La vertiente de mujeres urbano
populares, que iniciaron su actuación en el espacio público, a través de la
politización de sus roles tradicionales, confrontándolos y ampliando sus conte-
nidos hacia el cuestionamiento en lo privado. Y la vertiente de mujeres adscri-
tas a los espacios más formales y tradicionales de participación política, como
los partidos, sindicatos, las que a su vez comenzaron un amplio proceso de
cuestionamiento y organización autónoma al interior de estos espacios de legi-
timidad masculina por excelencia. Estas vertientes se multiplicarán en mu-
chos otros espacios en la década de los 90.

201
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Cada una de estas vertientes fue desarrollando sus propios objetivos,


dinámicas de interrelación y confrontación, perfilando intereses diversos, a
veces contradictorios pero también con muchos puntos de intersección. Esta
pluralidad de procesos se fue desarrollando con diferentes dinámicas y estra-
tegias, respondiendo a los contextos específicos en los que se insertaban. Su
interacción también se fue modificando. Las relaciones, más defensivas y
rígidas al inicio, se fueron flexibilizando y diversificando, de tal forma que
muchas veces las militantes de esos espacios se sentían parte y/o representa-
das en más de uno de ellos. Un temprano aprendizaje de esta flexibilidad fue
el reconocer que las luchas de las mujeres pueden tener distintos puntos de
partida, desde los cuales cuestionar sus subordinaciones y construir movi-
mientos.
La vertiente feminista, nutriéndose de las anteriores, ampliándose con
ellas, y también manteniendo sus propias formas y espacios de desarrollo, va
desplegándose en forma desigual pero constante en la región. Inicialmente se
despliega con más fuerza en Brasil, México, Perú, Colombia, Argentina. Chi-
le, Uruguay, así como el Caribe de habla hispana, especialmente República
Dominicana y Puerto Rico y, más adelante, Cuba. Posteriormente; desde
mediados de la década se comienza a expresar en Ecuador, Bolivia, Para-
guay, Costa Rica y, hacia fines de la década se expande hacia los otros países
centroamericanos. De esta forma, se generaliza, con mayor o menor intensi-
dad, en todos los países de la región hacia fines de la década de los 80. Lo
hace tratando de responder a las características particulares y heterogéneas
de los diferentes países latinoamericanos, pero desarrollando también algunos
rasgos y dinámicas compartidas: inicialmente eran mujeres del amplio espec-
tro de clase media; una parte significativa provenía de la amplia vertiente de
las izquierdas, entrando rápidamente en confrontación con ellas por la resis-
tencia para asumir una mirada más compleja de las múltiples subordinaciones
de las personas y las específicas subordinaciones de las mujeres.
De estas influencias iniciales, los feminismos, ya “sin apellidos” (socialis-
ta, popular o revolucionario fueron los apellidos iniciales) mantuvieron una
perspectiva subversiva, de transformación de largo aliento, y un compromiso
por unir las luchas por la transformación de las subordinaciones de las muje-
res con las transformaciones de la sociedad y la política. No siempre fue fácil.
Las búsquedas y construcciones de un discurso propio representan siempre
un reto para los movimientos, porque responden a las potencialidades y limita-
ciones de los contextos específicos donde se despliegan. Estas búsquedas se
expresaban tanto en el contenido de sus luchas, en las articulaciones estable-
cidas con los amplios movimientos de mujeres populares, y en la creciente
producción de conocimientos, visibilizando nuevos “saberes”, desde la propia

202
América del Sur

experiencia personal y colectiva. Se reflejaron también en una temprana dife-


renciación, al interior de los núcleos feministas, expresada en “dos formas de
existencia”, como centros de trabajo feminista, y como parte del amplio, infor-
mal, movilizado, callejero movimiento. Así, hicieron confluir, desde una “iden-
tidad feminista” dos dinámicas diferenciadas: la de profesionales en los temas
de las mujeres y las de militantes de un movimiento en formación. Ambas
dinámicas densificaron enormemente sus formas de existencia y dieron ori-
gen a colectivos, de redes, a fechas, encuentros regionales, calendarios femi-
nistas, rituales, simbologías y subjetividades, compartidos crecientemente por
el conjunto de los feminismos de la región. La posterior incidencia en la aca-
demia, a través de los “estudios de género” y “estudios feministas”, se nutrie-
ron de y potenciaron las estrategias feministas y la producción de conocimien-
tos sobre la realidad de las mujeres, sus formas de inserción en la sociedad y
sus formas cada vez mas amplias, de resistencia.
En todo este proceso, los Encuentros Feministas Latino Caribeños –rea-
lizados desde 1981, cada dos años primero y luego cada tres– fueron espacios
de confluencia que tuvieron una importancia crucial en la producción de nue-
vos saberes y en alimentar el nuevo paradigma, al conectar experiencias y
estrategias, volverlas colectivas y expresar los avances, tensiones, conflictos,
ideas, conocimientos, que traían las diferentes búsquedas feministas a lo largo
de la región. Así, el feminismo como organización y como propuesta teórico-
política se expandió en lo nacional, desarrollándose al mismo tiempo una arti-
culación regional que potenció estrategias y discursos y acentuó el histórico
carácter internacionalista de los feminismos de la primera oleada.
La producción de conocimientos y de nuevos “saberes” fue parte sustan-
cial del desarrollo feminista. Desde sus inicios, fue un movimiento que no sólo
quiso visibilizar la realidad de subordinación de las mujeres sino que, al hacerlo
produjo, como dice Mary Carmen Feijoo, un conjunto de rupturas epistemoló-
gicas y la construcción de nuevos paradigmas y nuevas pautas interpretativas
alrededor de la realidad. Su resultado fue el desarrollo de nuevas cosmovisio-
nes “[...] que, más que añadir la “problemática” de las mujeres a los campos
tradicionales de pensamiento, comienza a “deconstruir y reconstruir el campo
de conocimiento desde una perspectiva feminista” (Feijoo,1996:229). Esta
forma particular de producción de conocimientos o “saberes”, desde la expe-
riencia militante y desde la subjetividad, expresan lo que Richards llama una
teoría feminista pluridimensional, que cruza la construcción de objetos (pro-
ducción de conocimientos) con la formación de sujetos (nuevas políticas de la
subjetividad que se reinventan en torno a la diferencia), multiplicando sus
trayectos de intervención. (Richards,2000:236).

203
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Desde los inicios, los feminismos avanzaron en propuestas que ligaban la


lucha de las mujeres con la lucha por la “recalificación” y/o la recuperación
democrática. Más específicamente, en las luchas contra las dictaduras, los
feminismos comenzaron a ligar la falta de democracia en lo público con su
condición en lo privado. No es gratuito que el slogan de las feministas chilenas
en su lucha contra la dictadura: “democracia en el país y en la casa” fuera
entusiastamente asumido por todo el feminismo latinoamericano, porque arti-
culaba las diferentes dimensiones de transformación que se buscaban y ex-
presaba el carácter político de lo personal, aporte fundamental de las luchas
feministas de la segunda oleada.
La preocupación fundamental de los feminismos en los 80 se orientó
básicamente a recuperar la diferencia de lo que significaba ser mujer en ex-
periencia de opresión, develar el carácter político de la subordinación de las
mujeres en el mundo privado, sus persistencias y sus efectos en la presencia,
visibilidad y participación en el mundo público. Al politizar lo privado, las femi-
nistas se hicieron cargo del “malestar de las mujeres” en ese espacio (Tama-
yo,1997:1), generando nuevas categorías de análisis, nuevas visibilidades e
incluso nuevos lenguajes para nombrar lo hasta entonces sin nombre: violen-
cia doméstica, asedio sexual, violación en el matrimonio, feminización de la
pobreza, etc. fueron algunas de los nuevos significantes que el feminismo
colocó en el centro de los debates democráticos. Así, las feministas de los 80,
como diría Nancy Fraser (refiriéndose a la violencia contra la mujer, pero con
validez mayor), cuestionaron los límites discursivos establecidos y politizaron
problemas hasta entonces despolitizados, crearon nuevos públicos para sus
discursos, nuevos espacios e instituciones en los cuales estas interpretaciones
opositoras pudieran desarrollarse y desde donde pudieran llegar a públicos
más amplios (Fraser, 1994).
Estos procesos fueron acompañados con el desarrollo de una fuerte po-
lítica de identidades, motor de las estrategias feministas en esta primera eta-
pa. Una temprana y significativa reivindicación de la autonomía política del
movimiento, hacía énfasis en la defensa del espacio y el discurso propio, énfa-
sis característico y necesario en un movimiento en construcción, con negocia-
ciones débiles con el Estado, con tensiones fuertes con los partidos políticos,
que se defendía de los intentos de invisibilización y buscaba la incidencia del
discurso propio en la arena social. Esta política de identidades se intercaló sin
embargo permanentemente con la búsqueda de nuevas formas, más flexibles,
de inclusión y de interacción con la realidad social. La política de identidades
se fue flexibilizando y complejizando al mismo tiempo que se avanzaba en
definiciones más complejas y más relacionales de la autonomía.

204
América del Sur

Los 90 presentan nuevos y complejos escenarios, que incidieron en el


desarrollo de los feminismos y en sus estrategias de transformación. Estos
escenarios estuvieron marcados por el proceso de globalización de efectos
ambivalentes y contradictorios, cuyas dinámicas más negativas se profundi-
zaron y aceleraron en el marco de las políticas neoliberales, y cuyas dinámi-
cas más positivas y articuladoras se vieron favorecidas por los nuevos esce-
narios de recuperación-transición-construcción democrática en la región. Los
procesos de globalización en lo económico, pero también en lo político y socio-
cultural, con sus tremendas amenazas y también sus promesas (Water-
man,1998), trajeron nuevos terrenos de disputa para los movimientos sociales
y para los feminismos y nuevos terrenos para la lucha por derechos ciudada-
nos, evidenciando las transformaciones de los estados nación y la creciente
incursión en los espacios globales. Estas dinámicas se desplegaron en los
nuevos escenarios que trae la globalización y se nutrieron tanto de las dinámi-
cas globales que impulsaban los movimientos sociales como del espacio global
abierto por Naciones Unidas, que colocó los contenidos de las nuevas agen-
das globales a lo largo de la década de los 90, a través de las Cumbres y
Conferencias Mundiales sobre temas de actualidad democrática global. Un
sector significativo de estas instituciones feministas estuvo presente “dispu-
tando” contenidos y perspectivas para cada uno de ellos. Estas feministas
comenzaron así a ser actoras fundamentales en la construcción de espacios
democráticos de las sociedades civiles regionales y globales.
Paralelamente, a nivel de la región, la generalización de la democracia
como sistema de gobierno ahí donde había dictaduras, los intentos de moder-
nización de los estados y de recalificación de las democracias existentes trajo,
ya desde fines de los 80, un nuevo clima político cultural. Los gobiernos, en el
proceso de completar la inconclusa modernidad y en las exigencias de los
poderes transaccionales de incluir a las mujeres en esta modernización, hicie-
ron del “reconocimiento” de las mujeres un pivote significativo de su política
nacional. Reconocimiento sin embargo, sin redistribución, ni de poder ni de
recursos.
Muchas expresiones feministas asumieron la lucha por la ampliación de
la democracia, con mujeres incluidas, como una estrategia fundamental, am-
pliando el espectro de sus alianzas hacia las sociedades civiles y movimientos
sociales con estrategias similares e, inéditamente, también hacia el Estado. Se
partía sin embargo de enfoques diferentes (o más bien se trataba que fueran
diferentes, lo que no siempre se logró). Para la sociedad civil —y las feminis-
tas en su interior— la perspectiva democrática y el enfoque de derechos
aparecía como un terreno de disputa, de conflicto, como “guerras de interpre-
tación” (Slater, 1998) entre sociedad civil y Estado, frente a sus contenidos

205
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

hegemónicos parciales y aun duramente excluyentes. Se buscaba, al menos


teóricamente, no sólo el acceso a la igualdad sino el reconocimiento a la diver-
sidad y a la diferencia, no sólo el acceso a los derechos existentes sino más
bien al proceso de descubrimiento y permanente ampliación de sus conteni-
dos, a través de la lucha de las actoras y actores. La lucha por el reconoci-
miento de los derechos sexuales y reproductivos no sólo como derechos de
las mujeres sino como parte constitutiva de la construcción ciudadana es un
ejemplo de este proceso.

Las continuidades y los cambios


Todos estos procesos y aceleradas modificaciones en las dinámicas re-
gionales y globales impactaron fuertemente a los feminismos, que se diversi-
fican en los 90, expandiendo su presencia e influencia, extendiéndose:
[…] en un amplio, heterogéneo, policéntrico, multifacético y
polifónico campo discursivo y de actuación / acción. Se mul-
tiplican los espacios donde las mujeres que se dicen feminis-
tas actúan o pueden actuar, envueltas no sólo en luchas clá-
sicamente políticas, sino simultáneamente envueltas en dis-
putas por sentidos, por significados, en luchas discursivas, en
batallas esencialmente culturales. (Alvarez, 1998:298).
A lo largo de la década de los noventa, los feminismos se enfrentaron a
un movimiento “en transición” hacia nuevas formas de existencia, que co-
menzaron a expresarse en diferentes espacios y con diferentes dinámicas.
Una primera aproximación a estas variaciones se da con relación a los espa-
cios desde los que perfilan sus discursos y despliegan sus estrategias feminis-
tas: desde la sociedad civil, desde la interacción con los Estados, desde su
participación en otros espacios políticos o movimientos, desde la academia,
desde el llamado “sector cultural”. Otras, añadiéndose a cualquiera de estos
espacios, lo hacen desde sus identidades específicas: negras, lesbianas, indí-
genas, jóvenes. Otras desde temas específicos, alrededor de los cuales se
generan núcleos y movimientos y redes temáticas de carácter regional (salud,
derechos humanos, violencia, entre los más desarrollados). Y desplegándose
a niveles locales, nacionales, regionales y/o globales.
El terreno desde el cual se desplegaron las interacciones en lo público
social y público político también cambiaron, con los cambios en el contexto y
con la modificación de las formas de existencia de las organizaciones feminis-
tas. Muchas de las organizaciones que en la década de los 80 habían logrado
combinar el activismo movimientista con la creación de centros laborales u
“organizaciones no gubernamentales” (en adelante ONGs), comenzaron per-

206
América del Sur

filarse como “institucionalidad” feminista. Su extensión y visibilidad en rela-


ción a otras dinámicas e instituciones feministas ha sido señalado críticamente
por varias autoras, (Alvarez, 1998; Lang, 1997), como el proceso de “ongiza-
ción” del movimiento feminista.
Otro cambio significativo fue la profesionalización de algunos de los te-
mas feministas, como el de la salud reproductiva y los derechos reproductivos
y sexuales. La violencia contra las mujeres, doméstica y sexual, ha sido asu-
mida también por todos los estados de la región 3. Se logró ampliar la injeren-
cia feminista a otros temas de candente actualidad, como el de los derechos
humanos. Muchas feministas, a través de sus ONGs, de sus redes regionales,
se lograron perfilar como expertas en una perspectiva de derechos, desde la
cual orientaron muchas veces sus intervenciones en lo público político, gene-
rando movimientos específicos y nueva institucionalidad alrededor de estos y
otros temas.
En suma, esta “institucionalidad” modificó profundamente las dinámicas
y perspectivas de los centros de trabajo/ ONGs de los 80. Desarrolladas en
sus inicios, en un clima de solidaridad, de cercanía a las organizaciones socia-
les, de acciones colectivas de movilización y presión alrededor de los temas
“en disputa”, los cambios en los contextos socioeconómicos y en los climas
culturales del período incidieron también en su orientación y su dinámica, dan-
do paso a una más eficiente y efectiva forma institucionalizada de existencia.
Ello implicó ganancias en capacidad de propuesta, en profesionalización, en
cierto nivel de influencia en el Estado, sin llegar aún —para algunas— a
posicionarse de los espacios y asuntos “macro” y perdiendo en este tránsito
—para otras— el sabor de las movilizaciones callejeras y/o creativas, innova-
doras y audaces, que marcaron su existencia y visibilidad en las décadas
anteriores.
Estos procesos, que contienen múltiples sentidos, comenzaron a percibir-
se, sin matices, en forma polarizada y excluyente como la tensión entre las
“autónomas” y las “institucionalizadas” a lo largo de la década de los noventa.
En efecto, un acercamiento a priori nos podría dar dos grandes tendencias,
percibidas como polares, entre las cuales el tema en disputa es el contenido de
la autonomía feminista como expresión movimientista y cuyo punto de tensión
es la institucionalización de sectores importantes de los feminismos, tanto por

3 Es interesante el proceso de “domesticación” de lenguaje cuando las propuestas logran


llegar a los espacios oficiales: la lucha por leyes contra la violencia doméstica y sexual se
convirtió, en la mayoría de países de América Latina, en ley contra la violencia
“intrafamiliar”, descentrando a las mujeres como objeto directo y específico de un tipo
particular de violencia.

207
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

trabajar en instituciones feministas como por apostar a la institucionalización


de las ganancias de las mujeres. Una primera parece definirse desde la de-
fensa de las prácticas primigenias, alimentando una fuerte política de identida-
des, negando la posibilidad de negociar con lo público político ya sea a niveles
nacionales o globales. Una segunda, en un continuo con muchas dudas inter-
medias, asume la importancia de negociar con la sociedad y el Estado. Ri-
chards, refiriéndose a Chile, pero con alcance mayor, define este proceso
como el retraimiento de los ámbitos de movilización política del feminismo
militante, desplazándose hacia dos áreas principales de institucionalización de
las prácticas y saberes ganados por las mujeres: las ONGs y los estudios de
género en las universidades.
No son sin embargo procesos unívocos. La diversidad conflictiva de es-
trategias feministas también se expresa dentro del amplio espectro “institucio-
nalizado”. Así, mientras unas privilegian la relación y perfilan su visibilidad
con relación a su capacidad de negociación con el Estado, o a su capacidad de
asumir la ejecución de planes y programas de los gobiernos, otras la perfilan
justamente desde su capacidad de incidir en los procesos de fiscalización y
exigencia de rendición de cuentas; y algunas más en la posibilidad de fortale-
cer un polo feminista desde la sociedad civil, capaz de levantar perspectivas
cuestionadoras a las democracias realmente existentes y fortaleciendo articu-
laciones y alianzas con otras expresiones de los movimientos democráticos y
de identidad. Otras muchas tratan también de mantener el difícil equilibrio
entre dos o más posibilidades.
Y ambas posturas —institucionales y autónomas— también presentan
sus propios riesgos. Si los riesgos en una postura apuntan al aislamiento, los
riesgos en la otra apuntan a lo que muchas autoras han considerado la despo-
litización de las estrategias feministas, al hacer que lo profesional desplazará y
reemplazará a lo militante y que lo operativo adquiriera mayor urgencia que lo
discursivo (Richard, 2000:230). Ungo da cuenta de ello cuando afirma que
“[...] visiblemente esas dos políticas confrontadas viven de modo tenso y agu-
do al interior del movimiento feminista, pero no son las únicas y es mucho mas
complejo el asunto de debatir como para que ahora los nuevos autoritarismos
cierren toda comunicación” (Ungo, 1998:184).
Estas posturas y tensiones siguen expresándose en el nuevo milenio, en
formas sin embargo menos antagónicas, dejando lentamente paso al recono-
cimiento de dinámicas y realidades más complejas y al reconocimiento de los
riesgos que una u otra perspectiva contiene.
Apostar por la democracia y la institucionalidad colocó a los feminismos
que asumieron estas estrategias al centro de una de las tensiones históricas de
los movimientos sociales, que preocupaba ya hace varios años a Tilman Evers,

208
América del Sur

al reconocer que los movimientos se enfrentan permanentemente a la disyun-


tiva de conquistar algunos espacios de poder dentro de las estructuras domi-
nantes con el riesgo de permanecer subordinados o sustentar autónomamente
una identidad sin negociar, a riesgo de continuar débiles y marginados
(Evers,1984). Esta tensión ha marcado a los feminismos en los 90 de manera
mucho más concreta y compleja. Su despliegue ha evidenciado también los
contenidos ambivalentes y contradictorios de las estrategias feministas.
Desde diferentes entradas se ha analizado esta tensión. María Luisa Ta-
rres (Tarres,1993) la expresa como el difícil equilibrio entre la ética y la nego-
ciación. Por su parte, Shilds subraya el carácter ambiguo y contradictorio de
las estrategias feministas, (Shilds,1998) al orientarse por un lado hacia trans-
formaciones que acerquen a las mujeres a la igualdad dentro de las democra-
cias realmente existentes, en las que nos toca vivir, y al mismo tiempo preten-
der subvertir, ampliar y radicalizar esas mismas democracias. En referencia
al caso chileno, esta autora analiza cómo las estrategias feministas pueden
simultáneamente confrontar y al mismo tiempo re-producir las nociones de
dominación al articularse al proyecto hegemónico de modernización socioeco-
nómica que impulsa una particular concepción de ciudadanía: como acceso
individual al mercado y en concepciones minimalistas de ciudadanía.
El impacto de esta tensión o “nudo” del poder (Kirkwood,1985) se ha
expresado, para muchas, en cierta “tecnificación” de las agendas feministas,
que ha llevado, en muchos momentos a que los temas más trabajados por los
feminismos fueran los que facilitaban la negociación con lo público estatal,
debilitando aquellos contenidos que avanzan en el fortalecimiento de las so-
ciedades civiles democráticas y en las transformaciones político culturales.
Quizá por ello, dentro de esta gran tensión, uno de los aspectos en el que
más se ha reflexionado, o ideologizado, ha sido alrededor de la relación (autó-
noma) con el estado y los contenidos de las agendas feministas. Encontramos
acá —en los dos polos y nuevamente, con muchos matices a su interior—
desde posiciones qué ven con sospecha cualquier intento de los gobiernos de
asumir algunas de las propuestas de las agendas feministas hasta las que
reclaman la incorporación “consecuente” de toda la agenda. Las posturas
más radicales rechazan cualquier interacción con el Estado, argumentando la
pérdida de control sobre las agendas feministas al dejar que se utilice nuestros
conocimientos y se sirvan del trabajo realizado por las organizaciones de mu-
jeres, en lo que se considera un innegable proceso de integración al sistema
(Lidid,1997), dando paso a un “feminismo de expertas” que ha llevado a que
“[...] parte importante de movimiento feminista (haya) entrado en una ola
prolongada de desgaste, de pactos, con la estructura de poder, y por lo tanto,
de debilitamiento de su rebeldía” (Álvarez,1997:34), concluyendo que “[...]

209
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

nuestra lucha que buscaba cambiar el mundo, debe ahora mostrarse acepta-
ble y legítima dentro del orden establecido” (Bedregal,1997:51). Mucho más
contundente es la apreciación de Pisano: “Quienes leen a las mujeres dentro
de las estructuras de poder como un signo de avance y de cambio no están
teniendo en cuenta que el sistema de dominio no ha sido afectado y que el
acceso de las mujeres al poder desde lo femenino no lo modifica. Las relacio-
nes de género pueden cambiar, sin embargo, no por ello cambia el patriarca-
do”. (Pisano, 1997:65).
Son muchas otras sin embargo las posturas críticas que, sin negar la
posibilidad de interacción con los espacios públicos alertan contra los riesgos
de una relación “amorfa” con el Estado, sin considerar, como afirma Tamayo,
las ambivalencias y los efectos perversos que puede tener en disciplinar y
censurar a las mujeres y sus movimientos sobre temas claves de las agendas
feministas, y democráticas, sin prácticas garantes de los derechos y libertades
fundamentales y sin mecanismos ciudadanos para vigilar e incidir de manera
efectiva sobre la actividad estatal (Tamayo,1997:2). Ello estaría produciendo,
según esta misma autora, una capa de agentes que vienen interviniendo con
orientaciones disciplinarias en la vida de las mujeres. Barrig a su vez señala
que:
[...] si se trata de identificar una línea demarcatoria de aguas
(entre sociedad civil y estado) estaría mucho más arriba que
la (o) posición de las feministas frente a los estados naciona-
les, pues de lo que se estaría tratando es de un viraje más
profundo, y quizás más peligroso, de un feminismo, remoza-
do y en ciertas circunstancias, casi hegemónico, hacia una
visión y acción tecnocráticas. Asépticas despojadas del sello
político que la memoria persistente del feminismo aún insiste
en rescatar (Barrig,1999:25).
En la misma línea, Shumaher y Vargas, analizando la experiencia brasile-
ña, afirman que:
[...] si conceptualizamos política pública en sentido estricto,
entendiéndola como un conjunto concatenado de medidas que
apuntan la acción directa del estado en determinada área de
su competencia y con el objetivo de intervenir en una reali-
dad social especifica, entonces debemos reconocer que la
actuación de los consejos se guió por intervenciones puntua-
les y acciones localizadas que no redundaron en la imple-
mentación de políticas públicas (Shumaher y Vargas, 1993:14).

210
América del Sur

Vargas y Olea en 1998, Abrcinskas en el 2000, Birgin en 1999, Guerrero


y Ríos en el 2000, y Montaño en 1998, son otras de las muchas feministas que
también han reflexionado sobre estas contradicciones.
Así, parecería que, como señalan Barrig y Vargas refriéndose a Perú
pero con itinerario más general, un cierto pragmatismo espontáneo ha predo-
minado en las estrategias feministas, y no siempre ha aparecido con nitidez el
lugar de enunciación y el posicionamiento desde donde las feministas influyen,
concertan o colaboran con los gobiernos. Aparentemente, sin mediar un trán-
sito entre la identidad del colectivo feminista y sus apuestas “contra-cultura-
les”, se llegó al Estado en un proceso insuficiente de debate. Al parecer,
estaríamos ante un estrecho margen de maniobra para tener la capacidad de
incidencia en políticas públicas pero al mismo tiempo, mantener la autonomía
para la crítica y la movilización (Barrig y Vargas, 2000). O, como señala
Valenzuela, no existirá una política sistemática, coherente y explícita tendiente
a crear canales que permitan a la población fiscalizar la gestión pública (Va-
lenzuela, 1997).
Ello explicaría por ejemplo porque —en la década de los 90 del siglo
pasado— temas tan cruciales para las agendas feministas como los relativos
a los derechos sexuales, se desdibujaron durante largo tiempo y no se desa-
rrollaron estrategias hacia y desde las sociedades civiles para desde allí pre-
sionar a los estados para su reconocimiento. O porque aspectos tan centrales
a la modernidad, que amplían el piso de maniobra de las mujeres, como el
divorcio, no fue peleado suficientemente por los feminismos ni las sociedades
civiles democrática en Chile, o porque la defensa del derecho democrático y
triunfo histórico de la modernidad de tener estados laicos y no de rasgos tan
asombrosamente confesionales como los de América Latina no fue asumida
siempre con fuerza. Explicaría también porque las luchas por la ampliación de
las ciudadanías femeninas han incidido mucho más fuertemente en la dimen-
sión cívico política que en la dimensión socioeconómica, produciendo una es-
pecie de esquizofrenia ciudadana, que ha reemplazado el sentido de derechos
en lo económico por las prácticas de “caridad” como dirían Fraser y Gordon
(Fraser y Gordon, 1997), con el consiguiente riesgo de manipulación y cliente-
lismo, tan propio aún de las culturas políticas latinoamericanas. O porque sec-
tores importantes de los feminismos en Perú vivieron la tentación de aislar los
avances de las ciudadanías de las mujeres de las tenaces luchas democráticas
que se libraban en contra del gobierno dictatorial de Fujimori.
Es decir, los feminismos han transitado en el último periodo, por ese te-
rreno riesgoso. Posiblemente el riesgo fundamental ha sido el de desdibujar
las competencias y las interrelaciones autónomas entre sociedad civil y Esta-
do descuidando los contenidos de disputa o las guerras de interpretación a

211
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

través de las cuales la sociedad civil va perfilando sus propuestas democráti-


cas y va asumiendo una mirada política que, al decir de Beatriz Sarlo , es una
“[...] mirada oposicional, siempre atenta a desprogramar lo pre-convenido por
la ritualización del orden acercando y exhibiendo frente a ese orden el escán-
dalo de la diferencia, el escándalo de muchas perspectivas” (Sarlo, en Ri-
chards,1993:43).
Sin embargo, son procesos complejos que, insistimos, conllevan ambiva-
lencias, incertidumbres, búsquedas, riesgos y no realidades univocas. Y son
procesos no privativos de los movimientos feministas, pues responden tam-
bién a los dramáticos y acelerados cambios que ha traído la globalización, que
ha llevado a algunos autores a hablar de un “cambio de época” y no simple-
mente una época de intensos cambios, con el consiguiente impacto en las
subjetividades de las personas. Además de las transformaciones menciona-
das, estas dinámicas acentuaron la tendencia hacia una creciente fragmenta-
ción e individuación de las acciones colectivas como movimiento. Según Le-
chner:
[…] el espacio de acción de las organizaciones cívicas se
encuentra acotado por las transformaciones que sufre tanto
lo público como lo privado. Las reformas económicas en cur-
so no sólo restringen la acción del estado sino que a la vez
fomentan un vasto movimiento de ‘privatización de las con-
ductas sociales’ [...]. En la ‘sociedad de consumo’, valida
incluso para los sectores marginados, los individuos aprecian
y calculan de modo diferente el tiempo, las energías afecti-
vas y los gastos financieros que invierten en actividades pú-
blicas. Toda invocación de solidaridades será abstracta mien-
tras no se considere esta ‘cultura del yo’, recelosa de involu-
crarse en compromisos colectivos (Lechner, 1996b:29).
Así, en estas transformaciones han pesado no solo la voluntad militante
de las actoras, sino también las modificaciones sociales, culturales, económi-
cas y políticas del cambio de milenio. Indudablemente, también han pesado los
ciclos de desarrollo como movimiento, en la medida que las dinámicas de
expresión de los movimientos sociales corresponden tanto a los efectos de la
visibilización y consolidación de algunas de sus propuestas como a las cam-
biantes formas de interacción, dominación económica, social y cultural, y a las
nuevas oportunidades y limitaciones políticas que enfrentan. Y si bien Offe
(Offe, 1992) sostiene que los movimientos están mal pertrechados para en-
frentar el problema del tiempo, también advierte que el declive de los movi-
mientos sociales (no sólo de los feminismos) nunca es total. Hay ciclos que
comienzan a cerrarse, dejando modificaciones significativas, o expresándose

212
América del Sur

en otras formas. Hay nuevos procesos que se abren, dentro de un mismo


movimiento o desde el surgimiento de nuevos espacios y nuevos actores/as,
que expresan de diferente forma las exclusiones —— antiguas y nuevas—
incluidas las de género, alrededor de dominios más específicos, con conteni-
dos quizás más valóricos, más culturales, más innovadores, contenedores de
mayor pluralidad, expresando discriminaciones que van mas allá de su parti-
cularidad, y se enmarcan en preocupaciones democráticas más amplias. Hay
por ejemplo un movimiento indígena cada vez más interesante, más visible y
potente en diferentes países de la región, donde las mujeres indígenas están
avanzando —aun con dificultades— en su capacidad de propuesta y visibili-
dad; hay fuertes y variados movimientos alrededor de los derechos humanos,
donde están incluidos —en conflicto y en tensión— los de las mujeres; hay
feministas activas en movimientos ecologistas, movimientos alrededor del de-
recho al consumo, alrededor de la defensa democrática, alrededor del poder
local, nuevas expresiones de los m ovimientos estudiantiles, con significativo
liderazgo de mujeres, etc. Hay un movimiento de jóvenes pero también una
brecha generacional significativa. Las jóvenes traen nuevos referentes, nue-
vas propuestas, nuevas capacidades de analizar la realidad y con las cuales no
siempre se establecen las conexiones adecuadas al pretender que “ingresen”
a un campo feminista cada vez más difuso e indefinido, sin ver donde están
ellas ni que nuevas definiciones traen. Son todos estos movimientos significa-
tivos, que expresan aspectos parciales de la construcción ciudadana, todos
ellos cruzados también con conflictos de género, lo cual ha abierto nuevos
terrenos para la lucha y la expresión feminista.

A modo de Conclusión
Cada uno de los procesos y momentos feministas a lo largo de estas dos
décadas, ha dejado un hábeas teórico y una experiencia práctica que la ha
nutrido permanentemente. Sin embargo, las profundas transformaciones de
este “cambio de época” han instalado no solo nuevas posibilidades sino tam-
bién nuevos riesgos y nuevos retos para los movimientos sociales. También ha
instalado búsquedas ambivalentes, que tratan de responder a las incertidum-
bres y al mismo tiempo de encontrar posicionamientos políticos que le permita
responder a las nuevas exigencias y dinámicas que trae un mundo globaliza-
do.
La incertidumbre se ha instalado no sólo en la práctica sino también en la
teoría, en la medida que nuestros códigos interpretativos no siempre cambian
junto con las transformaciones de la realidad. Estos nuevos contextos requie-
ren nuevas reflexiones y nuevas propuestas, sustentadas en las nuevas sensi-
bilidades, nuevas miradas y nuevos horizontes globales, regionales y naciona-

213
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

les que comienzan a alimentar las prácticas ciudadanas pero que no logran
aún posicionarse y explicitarse como los nuevos derroteros de las acciones de
los movimientos. Nuevamente Feijoo resume bien este desfase, cuando dice
que las feministas estamos en un momento crítico, como el del ahorrista que
vive del interés bancario de su capital y al hacerlo sin embargo se va acelera-
damente descapitalizando (Feijoo, 1996). Es decir, la capacidad de elaborar
nuevas preguntas para interrogar esta nueva realidad y nuestras propias “ver-
dades”, es fundamental. No podemos analizar lo que está pasando con los
códigos anteriores. Ni solo en relación a las necesidades mas funcionales de
la modernización. Así, como señala Valenzuela, si bien es necesario producir
conocimientos que sean funcionales al Estado, es también fundamental man-
tener la externalidad del proceso de producción de este conocimiento y su
vinculación a temas globales. Se necesita por lo tanto “[...] un conocimiento
independiente, contestatario, de denuncia” (Valenzuela, 1997:157), que coloca
la producción de conocimientos en el nivel de las necesidades de la acción.
Sin embargo las prácticas, como decía Lechner, se adelantan a la teoría
(Lechner, 1996). De muchas formas la practica feminista del nuevo milenio
esta apuntando nuevas tendencias.
Aunque son muchas las dinámicas, orientaciones y discursos en la plura-
lidad feminista, una de ellas es la tendencia a la activación de dinámicas mo-
vimientistas, expresando un nuevo ciclo. Muchas expresiones feministas, des-
de diferentes espacios y entradas, comienzan a recuperar los temas y miradas
mas subversivas y transgresoras, recuperando también una perspectiva autó-
noma y buscando posicionar una visión diferente de futuro, sustentada en las
nuevas condiciones que presentan los cambios que trae un mundo globaliza-
do. Hay un intento de responder a los nuevos riesgos, las nuevas exclusiones
y los nuevos derechos que de allí emergen.
Podemos identificar —sumariamente— algunas de las tendencias más
prometedoras: 1) el reconocimiento de la diversidad no solo en la vida de las
mujeres sino en su estrecha relación con las características multiculturales y
pluriétnicas de nuestras sociedades. Características que han estado, por si-
glos, tenidas de desigualdad, y cuyo compromiso feminista frente a ellas es ya
ineludible. Como me dijo hace varios anos Leila Gonzáles, feminista negra
brasileña, los feminismos han sido racistas quizás no por acción pero sí por
omisión. Esta mirada a la diversidad y su característica de permanente exclu-
sión ha llevado también al surgimiento de nuevos /as actores, expresando
nuevos movimientos sociales. 2) Una incursión en nuevos temas y dimensio-
nes, buscando ampliarse a una perspectiva macro. Especialmente en relación
a las dinámicas macroeconómicas que sustentan la pobreza y la desigualdad y
en relación a la gobernabilidad democrática, buscando estrategias que empo-

214
América del Sur

deren a las mujeres en esos ámbitos. Ello ha significado recuperar la agenda


parcialmente olvidada, comenzando a cerrar la brecha entre la dimensión po-
lítica y la dimensión social de las ciudadanías femeninas. La justicia de genero
y la justicia social comienzan a juntarse en las estrategias feministas y ya
existen reflexiones aportadoras al respecto. Recuperación de la subversión
cultural y la subjetividad como estrategia de transformación de más largo
aliento. Subversión que trasgrede y modifica valores y sentidos comunes tra-
dicionales, que cuestiona la cultura política autoritaria en nuestras sociedades
y que da nuevos aires a las democracias. Esta mirada hacia lo político cultural
ha impulsado nuevos interrogantes frente a nuestras luchas históricas como la
de violencia contra la mujer, que hoy por hoy parece encontrar su limite mas
claro justamente en esta cultura autoritaria desde el Estado sino también des-
de la misma sociedad civil. Y nuevas luchas estratégicas hacia lo global, nego-
ciando con los estados nuevas normatividades para derechos desconsidera-
dos en los ámbitos nacionales, como por ejemplo la movilización liderada por
el Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de
la Mujer (CLADEM) y apoyada por muchas organizaciones y ONGs femi-
nistas en la región para lograr una Convención en la Organización de Estados
Americanos (OEA) sobre Derechos Sexuales y Reproductivos, que cumpla
el mismo rol que cumple la Convención de Belem du Para, en relación a la
violencia contra la mujer.
En todo este proceso, la autonomía de los feminismos de alguna forma
comienza a des centrarse y ampliarse; además de las impostergables “agen-
das propias” y la autonomía necesaria para negociarlas y/ o posicionarlas,
muchas expresiones feministas han asumido también la lucha por la autono-
mía de la sociedad civil como parte fundamental de su posicionamiento. Y una
ampliación de sus alianzas con otros movimientos sociales, que luchan por la
ampliación de los derechos humanos. Parecería que en este posicionamiento
en construcción, comienza a asentarse la percepción que los asuntos de las
mujeres debe ser posicionados como asuntos político culturales democráticos
de primer orden, que atañen a mujeres y hombres, y que los asuntos de las
democracias a nivel cultural, social, económico y político deben ser asuntos de
competencia feminista y parte de sus agendas. También se asienta la percep-
ción de la impostergable necesidad de articular las agendas feministas con las
agendas democráticas. Estas nuevas orientaciones amplían el espectro de
acción feminista y permite avanzar, desde las luchas por la democratización
de las relaciones de género, a alimentar las luchas antirracistas, antihomofóbi-
cas, por la justicia económica, por un planeta sano, por las transformaciones
simbólico culturales, etc. Esta tendencia creciente a recuperar una perspecti-
va de transversalidad e intersección del género con las otras múltiples luchas

215
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

democráticas, políticas y culturales que levantan no solo las mujeres sino tam-
bién otros múltiples movimientos sociales, comienza a ser uno de los cambios
más profundos y más prometedores.

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219
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Maruja Barrig (1948)

Maruja Barrig, activista y escritora feminista peruana. Obtuvo dos


becas de investigación de la Fundación Ford (1881, 1997) y una invi-
tación en 1999 como investigadora senior al Consejo Latinoamerica-
no de Ciencias Sociales (CLACSO). Es, además, consultora inde-
pendiente en género, planificación y capacitación del desarrollo para
proyectos de desarrollo en Latinoamérica. Su constante dedicación a
la investigación de movimientos sociales y feminismo se plasma en
múltiples obras, desde su primera publicación Cinturón de casti-
dad: mujer de clase media en el Perú (1979), Convivir. La pare-
ja en la pobreza (1982), De vecinas a ciudadanas. La mujer en
el desarrollo urbano (1988), El mundo al revés. Imágenes de la
mujer indígena (2001), Fronteras Interiores, identidad, diferen-
cia y protagonismo de las mujeres (2007).

Los malestares del feminismo latinoamericano: una nueva lectu-


ra 1
Reconocer la diversidad de situaciones económicas y sociales, pero so-
bre todo políticas que se guarecen bajo el paraguas del término “Latinoaméri-
ca” puede ser una verdad de perogrullo. ¿La cultura política que emergió
entre los vecinos del Cono Sur después de largos años de dictaduras cruentas
(que la memoria oficial se obstina en borrar), tiene semejanzas con la espe-

1 En los primeros meses de 1997, gracias a una beca de la Oficina Regional del Area Andina
de la Fundación Ford, realicé un diagnóstico sobre las Organizaciones No Gubernamentales
de Mujeres, el feminismo y sus perspectivas después de la celebración de la IV Conferencia
Mundial de la Mujer; el énfasis fue puesto también en el activismo de las organizaciones
de mujeres entorno a la salud y los derechos sexuales y reproductivos en Chile y en
Colombia. En el transcurso de dos meses, me fue posible entrevistar a más de cien
personas en ambos países y recoger un sinnúmero de material escrito. Los informes de
ambos estudios (“De Cal y Arena: ONGs y Movimiento de Mujeres en Chile”; Barrig
Maruja 1997a y “La Larga Marcha: Movimiento de Mujeres en Colombia”, Barrig
Maruja 1997b) se nutrieron de los comentarios de la profesora Sonia E. Alvarez, quien
también con una beca de la Fundación Ford realizó en el curso de 1997, una investigación
sobre el movimiento de mujeres en América del Sur. El presente artículo recoge de manera
parcial las observaciones de esa experiencia, intenta también sintetizar algunas reflexiones
surgidas posteriormente y es tributaria de las intensas conversaciones, cara a cara y
electrónicas, con Sonia Alvarez. La experiencia de trabajo con ella fue invalorable, así
como la amistad y complicidad que mantenemos desde hace varios años. Quisiera agradecer
también a la feminista peruana Cecilia Olea por sus comentarios y observaciones sobre
las reflexiones contenidas en este artículo.

220
América del Sur

ranza generada por los procesos de paz instalados en algunos países centro-
americanos? ¿Cómo se reconstituye la credibilidad de las instituciones en
Paraguay después de tres décadas de gobierno militar y cuántas expectativas
tienen los campesinos del Movimiento de los Sin Tierra brasileño en la demo-
cracia? ¿Cuánta similitud encontramos entre las reacciones de las gentes
ante la violencia de las guerrillas y los paramilitares en Colombia y aquéllos
que vivieron más de una década en el Perú atemorizados por el terrorismo de
Sendero Luminoso?
Vitalidad –o no– del movimiento social, representatividad –o no– del sis-
tema y de los partidos políticos, por poner sólo un par de temas, podrían ser
ejes de un impreciso ejercicio de comparaciones. Aventurarse entonces a
identificar tendencias políticas latinoamericanas en la época actual es una
empresa arriesgada, y más aún si se trata de ensayar aproximaciones pres-
criptivas. En el caso del movimiento de mujeres, sin embargo, un conjunto de
situaciones comunes dotaría al ejercicio con algo más de certezas. En primer
lugar, desde 1981 se han realizado siete Encuentros Feministas Latinoameri-
canos y del Caribe que, pese a las asperezas de sus debates, han permitido el
reconocimiento de algunos problemas e inquietudes comunes. Por otro lado,
aunque con algunas excepciones, los grupos de activistas feministas encon-
traron en la conformación de Organizaciones No Gubernamentales un canal
institucionalizado de actuación en la década pasada. En tercer lugar, la exten-
sión de la pobreza y la respuesta de los gobiernos y de algunas agencias de
cooperación internacional suelen reemplazar la lógica de la ciudadana por la
de la necesitada: populares programas de alivio a precarias condiciones de
vida encuentran en las mujeres de la ciudad y el campo una disponibilidad
para organizarse y ejecutar obras de diverso tipo. Finalmente, desde inicios de
1990, las estructuras burocráticas de los países de la región exhiben instancias
especializadas para atender lo que genéricamente se conoce como “asuntos
de la mujer”.
Sobre esa base de rasgos comunes, hace algunos años me fue posible
identificar tendencias en el movimiento de mujeres latinoamericanas: un mo-
vimiento pendular que, desde las feministas profesionales, comenzaba a prio-
rizar el impacto en las políticas públicas y en el cambio de procedimientos
normativos en la búsqueda de la igualdad de las mujeres, con reducido interés
en seguir activando entre grupos femeninos más amplios (empobrecidos) de
la población. A esto se agregaba un proceso de individuación de liderazgos de
las mujeres, de organizaciones de base y/o de ONGs feministas, fenómeno
que emergía causando no pocos celos, competencias y resquemores. Una
acentuada tendencia a incentivar la participación política de las mujeres a
partir de la incorporación de la demanda por “cuotas” en las elecciones de

221
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

representantes y de un mayor interés por el acceso de las líderes sociales a


los gobiernos municipales tomaba cuerpo en las demandas de las feministas.
Por último, en esa entonces tibia comprobación de la diversidad entre mujeres
en una región signada por el multiculturalismo, colocaba nuevos temas en las
agendas. 2
En los últimos cuatro años, algunos de los componentes de estas tenden-
cias se han profundizado y otros, como el de la pluriculturalidad y las diferen-
cias entre mujeres lamentablemente se han diluido. En el contexto de la pre-
paración de la IV Conferencia Mundial de la Mujer (Beijing 1995) se eviden-
ciaron islotes de descontento entre las feministas involucradas, que ya habían
surgido en el VI Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe realizado
en El Salvador en 1993, y que eclosionaron en el siguiente Encuentro (Chile
1996) con una virulencia inédita en la percepción de la historiadora Marysa
Navarro, testigo de excepción de este espacio de confluencia entre las femi-
nistas de la región que se renueva desde 1981.
Cinco años de “desencuentros” parece mucho tiempo. Las grietas abier-
tas entre las diversas posiciones críticas a las estrategias, los contenidos, la
vigencia del pensamiento feminista en América Latina lucen más profundas
que las surgidas entre las militantes de partidos y las feministas (no militan-
tes), y entre las feministas (radicales) y las “populáricas” en los debates al
interior de los Encuentros de estos 17 años. Con el riesgo de ser reiterativa de
otros esfuerzos de análisis respecto de los derroteros actuales del movimiento
feminista latinoamericano (y, posiblemente, aventurándome a mimetizarme
con varias de las percepciones ya escritas) 3 en las siguientes páginas se
intenta un recorrido por los malestares de las feministas alrededor de temas

2 Este apretado resumen corresponde a una ponencia de la autora sobre las tendencias del
Liderazgo Femenino en América Latina, presentada en el Seminario “Aspectos de
Cooperación y Género en América Latina” organizada por ASDI, Agencia Sueca para el
Desarrollo, y realizada en Managua en Setiembre de 1994. Una versión editada de dicha
ponencia, bajo el título de “Los Nudos del Liderazgo”, fue publicada por la Revista de
ISIS Internacional “Mujeres en Acción”, en Marzo de 1995 en Santiago de Chile y
reproducida por la Revista “Márgenes. Encuentro y Debate”, Año IX, No. 15 (1996) en
Lima.
3 Con el título de “Encuentros, (Des) Encuentros y Búsquedas. El Movimiento Feminista
en América Latina”, el Centro Flora Tristán (Perú) tiene en prensa un conjunto de
ensayos sobre el feminismo, en una edición a cargo de Cecilia Olea. Sonia E. Alvarez
(Universidad de California en Santa Cruz) ha difundido durante 1998, entre otros, sus
siguientes ensayos sobre el tema: “Advocating Feminism: The Latin American Feminist
NGO “Boom”; “An even Fidel can’t Change That. Trans/National Feminist Advocacy
Strategies and Cultural Politics in Latin America”; “Los Feminismos Latinoamericanos
se globalizan en los Noventa. Retos para un Nuevo Milenio”.

222
América del Sur

que no pueden eludir el margen de riesgo analítico enunciado en las primeras


líneas de este artículo: el contexto político y social en el cual estas dudas e
incertidumbres se plantean. Si debiera resumirlos, estos malestares se enraci-
man alrededor de la identidad del feminismo, de las ONGs de mujeres y de su
relación con los Estados, principalmente con las maquinarias estatales crea-
das para atender los asuntos de la mujer.
Hace dos décadas, las voces de las feministas se agruparon bajo el man-
to de la institucionalidad de las ONGs en Brasil, Chile y en Bolivia porque,
entre otras razones, eran casi nulos los espacios de acción cívica en el marco
de las dictaduras militares, mientras que el continuo institucional de Colom-
bia– a pesar de la violencia armada– fue uno de los factores, entre varios, que
no alentó la transformación de los grupos voluntarios de activistas en organi-
zaciones no gubernamentales. Una de las ONGs feministas más importantes
del Perú se organizó hace veinte años como una iniciativa para mantener una
estrategia de acción dirigida a los sectores populares, desde un grupo de ex –
militantes de izquierda cansadas por la marginación que sufrían en su partido,
al igual que varias de las ONGs centroamericanas albergan a mujeres simpa-
tizantes o “desmovilizadas” de la guerrilla, pero firmes en su compromiso de
incidir en una mejoría en las condiciones de vida de la población femenina.
¿Por qué entonces ahora sorprendernos por la “onginización” del feminismo?
Parecería que lo que está en la base del debate actual no son los canales de
expresión adoptados por el feminismo latinoamericano sino una reflexión in-
acabada sobre la identidad de las (militantes) feministas dentro de un centro
(laboral) de mujeres, y la forma como se han ido resistiendo o entregando al
sentido común que se pretende imponer en la región que equipara la lógica del
mercado a la sobrevivencia de la democracia.
Este tipo de discusión –y de desconcierto– aparece en un momento de
decaimiento de la protesta social en varios de nuestros países –que alienta la
añoranza por la agitación y el activismo en las calles–, y que coincide con una
creciente demanda por los servicios “especializados” que las feministas pue-
den ofrecer a las agencias de cooperación y a las instancias públicas. Deman-
da que, no está de más subrayarlo, fue generada por el propio movimiento
feminista en los foros internacionales y en los espacios locales, al denunciar la
invisibilización de las mujeres en los arreglos políticos y en las políticas públi-
cas y elaborar larguísimos listados de reclamos sectoriales, desde y para las
mujeres, que debían ser atendidos. Y este es parte de otro malestar producto
de una discusión inconclusa respecto a cuál es el espacio de resolución de
esas demandas y bajo qué condiciones se discute la resolución de una “plata-
forma de las mujeres” con el Estado, sin perder de vista una (por ahora,
inacabada) agenda política feminista. A menos que se crea, como planteó

223
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

hace unos años una “femócrata” argentina, que el Estado pueda ser capaz de
ser “feminista”.
Finalmente, como “todo es relativo”, en este artículo se intentarán con-
trastar las experiencias de creación de instancias estatales (ministerios, insti-
tutos, oficinas de la Mujer) respecto del movimiento de mujeres y feminista en
algunos países de la región, tratando de sugerir pautas que rescaten aproxi-
maciones más afinadas para comprender las tensiones que surgen en esa
relación.
Las siguientes páginas, entonces, deben ser leídas más como notas para
una reflexión antes que propuestas de interpretación acabadas, sin otra pre-
tensión que la de recolocar el debate en términos más flexibles que nos apar-
ten de las posiciones irreconciliables en las que se suele caer en los últimos
tiempos. Y con el riesgo implícito de ser a la vez una observadora externa
pero también parte de un colectivo.
LA “ONGINIZACION” ¿NUEVO FLAGELO DEL FEMINISMO? En
América del Sur las organizaciones no gubernamentales crecieron y se multi-
plicaron en la década de 1970. En varios de los países sudamericanos surgie-
ron en el marco de dictaduras militares; en algunos como una estrategia labo-
ral para los profesionales de las capas medias; en todos ellos como un reducto
para expresar el compromiso social de una generación con sus respectivas
colectividades nacionales.
Las mujeres latinoamericanas no escaparon a este extendido patrón de
asociación al cual en numerosos casos imprimieron sus convicciones feminis-
tas. Sin duda, si se tratara de buscar la “institucionalidad” del feminismo en
esta región ésta se expresaría principalmente a través de las organizaciones
no gubernamentales y las mujeres que las integraron estuvieron entre las vo-
ces más articuladas y constantes en la difusión y activismo de las ideas femi-
nistas. Lo que Heilborn & Arruda denominan la “profesionalización de la cau-
sa feminista” 4 fue una de las formas como el feminismo se manifestó en esta
parte del continente. Fue un camino propio y es un hecho verificable que

4 “Legado Feminista y ONGs de Mujeres: notas preliminares” de María Luiza Heilborn


& Angela Arruda, en Género y Desarrollo Institucional en ONGs IBAM/ Instituto de la
Mujer de España, Rio de Janeiro 1995, pgs.: 15-28. En ese volumen, algunos aspectos de
la misma problemática se encuentran en “Desarrollo Institucional, Género y ONG: Un
Debate Posible”, de Delanie Martins Costa & Gleisi Heisler Neves, pgs.: 61-107. La
experiencia brasileña al respecto es abordada por María Aparecida Schumaher & Elizabeth
Vargas en “Lugar no Governo: álibi ou conquista” en la revista Estudos Feministas, No.
2 Rio de Janeiro 1993, pgs.: 348-364. Algunos aspectos referidos al feminismo y las
ONGs concitó las tempranas preocupaciones de Roxana Carrillo “Centros de Mujeres,
Espacios de Mujeres”, en Movimiento Feminista. Balance y Perspectivas, Ediciones de

224
América del Sur

forma parte de la historia, pero su reconocimiento en los días que corren


parecería llevar implícito un juicio (negativo) de valor y una descalificación de
esta experiencia, en contraste con otras que surgieron en otras latitudes y en
otros contextos.
En los años 70’ y 80’, en algunos países de América del Sur las feministas
mantuvieron una compacta desconfianza hacia el Estado invadido por gobier-
nos dictatoriales; apoyaron desde sus ONGs, con asesoría y capacitación, a
grupos de mujeres (sindicatos, pobladoras) y se involucraron, con diversos
matices, en la protesta nacional que exigía una ampliación de los espacios de
participación ciudadana. En ese tiempo, muchas veces se intentó, con escaso
éxito, un traslado automático de los grandes “temas” feministas (maternidad
libre, sexualidad no controlada) y con las mismas metodologías de los grupos
de “autoconciencia”, a las mujeres de los barrios populares. Así como en
tantas otras ocasiones se logró, mediante la movilización y la penetración en
los medios de comunicación, un cierto impacto en una audiencia interesada y
curiosa por los “derechos de las mujeres”.
Uno de los problemas advertidos por Sonia Alvarez (1998ª) 5 y otras au-
toras respecto de las ONGs feministas fue la “identidad híbrida” de estas
organizaciones, que eran al mismo tiempo centros de trabajo y espacios de
“movimiento”. En este segundo sesgo, en la década pasada, el énfasis estuvo
puesto en la exacerbación de la identidad feminista, en la espontaneidad reac-
tiva y en la tensión permanente entre los estilos organizativos de un centro
laboral y la horizontalidad del movimiento. En muchos de estos centros femi-
nistas ocurrió un suave deslizamiento hacia una imagen auto-complaciente del
“militante rentado”– aquél que recibe un salario por su activismo desde un
compromiso ideológico– y que soslayó inintencionalmente a otras feministas
de otros espacios laborales. En contraste con estas otras, en un ritmo acom-
pasado por su doble condición de trabajadora/militante, las mujeres de las
ONGs feministas fueron acumulando un mayor conocimiento de la teoría y la
práctica del feminismo, vínculos fluidos con las redes temáticas que iban sur-

las Mujeres No. 5, ISIS Internacional, Santiago 1986, pgs.:34-40. Sobre el mismo tema
ver Maruja Barrig “El Género en las Instituciones: Una Mirada Hacia Adentro” en Sin
Morir en el Intento. Experiencias de Planificación de Género en el Desarrollo, Barrig &
Wehkamp editoras, NOVIB/ Red Entre Mujeres, Lima 1994, pgs.: 75-101. Una visión
crítica sobre movimiento de mujeres, feminismo y ONGs de América Latina, en el marco
de la Conferencia de la Mujer de Beijing se encuentra en el ensayo de Sonia Alvarez
“Latin American Feminisms ‘Go Global’: Trends of the 1990s and Challenges for the
New Millenium”, Universidad de California en Santa Cruz, 1996.
5 “Advocating feminism: The Latin American Feminist NGO “Boom”, Sonia Alvarez,
Universidad de California en Santa Cruz, 1998ª.

225
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

giendo en América Latina y perfiles institucionales más nítidos que facilitaron


su interlocución con agentes externos.
Pero en el jardín del movimiento, los senderos comenzaron a bifurcarse.
Los procesos de transición democrática y la modernización de los Estados, el
decaimiento de la protesta social y el inicial deslumbramiento frente a una
flexibilidad de los aparatos burocráticos y políticos para acoger propuestas de
la sociedad, alentaron un proceso de reflexión en el mundo no gubernamental
de varios países sudamericanos sobre su identidad, ya no como intermediarios
y subordinados a los ritmos y demandas de una base social que habían preten-
dido “representar”, sino como actores sociales en sí mismos, con capacidad
propositiva ante los problemas nacionales y con una experiencia acumulada
en lo “micro”, para ofrecer pautas de ejecución de proyectos ampliamente
denominados de Desarrollo.
Los centros feministas/ de mujeres no fueron ajenos a esta reflexión y a
este punto de inflexión en su historia, signados por varios factores externos
(modificación en las políticas de asignación de recursos de las agencias de
cooperación internacionales y/o transformación de sus prioridades sociales;
cambios en los escenarios políticos y económicos de la región, nuevas y diver-
sas formas de articulación con el Estado; una demanda en crecimiento para la
asesoría y los servicios especializados de parte de los gobiernos y agencias
internacionales) e internos ( reconversión de su misión y objetivos institucio-
nales; despoblamiento de sus cuadros profesionales, poco empeño en el re-
cambio generacional de sus integrantes, entre otros). La denuncia y el discur-
so inflamado eran insuficientes, en los 90’s había que saber responder al reto
del “cómo hacerlo”.
En los 90’s las ONGs de mujeres y/o feministas comenzaron a ser lo que
siempre fueron: un centro de trabajo. Fue necesario contar con instrumentos
que permitieran rendir cuentas, a la sociedad y a las agencias donantes, de
resultados tangibles, de procesos de planificación de actividades, de normas
laborales internas en las organizaciones y, ciertamente, del perfilamiento de
estructuras jerárquicas en su interior. Los cambios en las políticas de las Agen-
cias de Cooperación tuvieron también un efecto en la cultura institucional de
estas organizaciones pues, para varias de ellas, junto con la “virtud” del acti-
vismo militante de las ONGs latinoamericanas se esperaba también un impac-
to en políticas públicas, y en resultados concretos a mediano plazo. Y esta
nueva racionalidad introducida desde el exterior en la dinámica institucional
confluyó con otra, quizá menos articulada pero igualmente poderosa: la de las
destinatarias de las acciones de las ONGs que en el caso de las organizacio-
nes populares de mujeres en el Perú, por ejemplo, esperaban de sus “aseso-
ras” externas propuestas tangibles con las cuales negociar en su alcaldía dis-

226
América del Sur

trital o con el médico del centro de salud de su barrio o con la Comisión del
Presupuesto de la República en el Congreso, donde cada año cabildean con
los congresistas la partida presupuestal de la donación de alimentos para sus
comedores comunales.
Estos procesos supusieron un cambio de identidad, no sólo en las ONGs
feministas y de mujeres, y no siempre fácil. Pese a los años transcurridos de
la “transición” democrática, en las organizaciones no gubernamentales chile-
nas por ejemplo, se advierten aún problemas derivados de su capacidad de
adaptación a dos distintos escenarios políticos: mientras en el contexto de la
dictadura cumplieron un rol reconocido en el compactamiento del tejido social,
desde el período de transición a la fecha parecerían haber desperfilado ese
papel, gravitando más en algunas de ellas la incidencia en las políticas públi-
cas. La especificidad del feminismo en Chile estuvo también signada por los
largos años de dictadura y las diversas manifestaciones de resistencia civil, en
la que jugaron un rol activo. Como recordó una persona entrevistada (Barrig,
1997ª), el movimiento de mujeres en Chile fue un movimiento anti-dicta-
dura y cuando la dictadura se acabó, nos quedamos sin estrategia. Y
ahí estaba el desafío. En general, las ONGs, no tienen capacidad para
renovarse y modificar su discurso, para reconstruir la legitimidad políti-
ca que ganaron durante la dictadura.
A la luz de las realidades de las ONGs feministas/de mujeres en los paí-
ses de la subregión andina, por ejemplo, el dilema no parecería estar planteado
en los términos de asesoras, técnicas y expertas que ofrecen servicios espe-
cializados Versus profesionales comprometidas con el bienestar de las muje-
res populares, pues ambas líneas de actividad pueden coexistir –y aparecen –
en los compromisos laborales adquiridos a partir de acuerdos contractuales
con las agencias de cooperación y otros organismos privados y públicos. En
los tres países, feministas individuales, líderes políticas y de organizaciones
sociales integran colectivos –“no onginizados”– signados por las preocupa-
ciones que emanan de sus particulares contextos. En esta década en Bolivia
se constituyó el Foro de Mujeres Políticas; la Coordinadora Política de la
Mujer Ecuatoriana activa desde Quito con el objetivo de influir en políticas
públicas y también se organizó el Movimiento Feminista Autónomo del Ecua-
dor; en el Perú se formó el Movimiento Amplio de Mujeres (1996) desde una
posición claramente feminista, que a su vez integra el colectivo de Mujeres
por la Democracia (1997), espacio cuyo eje es la defensa de la institucionali-
dad democrática en el país y la vigencia del Estado de Derecho, en el cual
confluyen militantes partidarias, feministas, organizaciones de base y mujeres
de las comunidades cristianas. Lo que se intenta sugerir es que en los países
de la sub-región, la profesionalización de las ONGs de mujeres/ feministas

227
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

parecería acompañarse, saludablemente, por la búsqueda de otros cauces


organizativos desde el cual se expresan posiciones feministas.
El tenso debate actual sobre las ONGs feministas podría estar surgiendo,
entre otras, por dos situaciones, ambas caras de una misma moneda. Una
primera se refiere a la continuidad de la equívoca mimesis de “centro de
trabajo/ espacio para la militancia” por la cual, el primero, es juzgado a la luz
de los compromisos colectivos e individuales que se esperan del segundo.
Esta implacable lógica valorativa –que no resistiría análisis si se trasladara a
otros espacios laborales e incluso a las ONGs “mixtas”– parecería derivarse
de la concentración de militantes feministas en las ongs, de los rezagos de la
identidad “híbrida” ya mencionada, pero sobre todo de la escasa visibilización
del feminismo de los 90’s en tanto conciencia crítica a la gruesa urdimbre que
mantiene la discriminación de las mujeres, aquello que “even Fidel can’t chan-
ge”. 6 Algunas feministas latinoamericanas, que trabajan en ONGs, tienen
ciertamente una dosis de responsabilidad en no haber revitalizado sus com-
promisos militantes alrededor de temas que no necesariamente son suscepti-
bles de incorporarse al “plan de trabajo” de su centro laboral. Pero expreso
mis dudas preliminares sobre si el eje del debate es la corporeidad del feminis-
mo latinoamericano “onginizado” y “vendido” al patriarcado, pues esto nos
colocaría en el callejón sin salida de negar la historia, especular sobre un
pasado idealizado (libre de ONGs feministas) y deshacer a futuro estas orga-
nizaciones para librarnos de todo mal.
La segunda situación, otra causa del encono respecto de las ONGs, po-
dría graficarse en aquello advertido con preocupación por algunas feministas
chilenas y peruanas, no así por las colombianas: cuánto de la parálisis de las
mujeres que trabajan en ONGs para mantener activa la utopía feminista se
deriva de los compromisos contractuales de estas organizaciones con diver-
sas instancias gubernamentales y de agencias multilaterales, y cuyos vínculos
–en muchos casos– aseguran su sobrevivencia económica. Mientras en Co-
lombia las feministas que participan en diversos espacios de concertación con
el Estado perciben que no arriesgan su autonomía de pensamiento y acción
por su colaboración en estos espacios, no parece suceder lo mismo en Chile,
por ejemplo. En efecto, las voces críticas a lo que se considera una “estrecha
dependencia” de algunas ONGs de mujeres respecto del SERNAM (Servicio
Nacional de la Mujer) no establecen diferencias entre la relación contractual
con esa dependencia pública y el nivel de interlocución política con la misma.

6 Frase tomada del artículo de Sonia Alvarez (1998 b) “An even Fidel can’t change that.
Trans/national Feminist Advocacy Strategies and Cultural Politics in Latin America”,
Universidad de California en Santa Cruz.

228
América del Sur

Parecería que es al nivel de la interlocución política donde surgen los proble-


mas, por la auto-censura. Como señaló una feminista entrevistada: este espa-
cio (el de la interlocución política) es el que menos se toma en cuenta pero ahí
existe el riesgo de la auto-censura, porque el gobierno no va a entrar en con-
sultorías con instituciones o personas que presionen con temas fuera de la
agenda oficial o que sobrepasen los umbrales de la aceptabilidad para ellos
(Barrig, 1997 a; b).
Estas dos caras parecen pertenecer a la “moneda falsa” que circula en
nuestros días en la región: una cara que ha devaluado la democracia al punto
de convertirla en un simple ejercicio electoral y le niega su dimensión partici-
pativa, que enriquezca los actos de gobierno con las voces articuladas desde
la sociedad. Y, del otro lado, aquella otra enquistada práctica prebendalista del
sistema político que suele transformar en clientes a los ciudadanos. Estos y
seguramente muchos otros aspectos podrían ayudarnos a contextualizar me-
jor este agriado debate sobre las ONGs feministas/de mujeres y sus desafíos.
LAS CALLES SON “DEL PUEBLO” Y LAS NNUU. ¿DE QUIÉN?
Las primeras expresiones del feminismo –sus discursos balbucientes, su in-
conformismo a flor de piel– aparecieron agresivos y radicales en la década de
1970, en la medida que cuestionaban aquello que se consideraba seguro, into-
cado, privado a los ojos ajenos: la intimidad entre un hombre y una mujer. Los
tejidos intrincados de la “apacible” vida doméstica, los roles definidos –y pen-
sados– permanentes, la sexualidad sumisa, todo esto y más comenzó a poner-
se en cuestión y era ciertamente, subversivo y radical.
El feminismo latinoamericano de los 70’s fue urbano, clasemediero e ins-
truido, y actuó como una vanguardia que pretendía cambiar el sentido común
de las gentes, con un fuerte contenido cultural. Pero fue también un feminis-
mo que se alimentó de las canteras de la izquierda, orígenes que se mantuvie-
ron o se diluyeron aunque sin desaparecer del todo, en la búsqueda de la
autonomía organizativa. En varios de nuestros países, las feministas confluye-
ron con los movimientos ciudadanos en las calles y bajo el difundido slogan de
“Las calles son del pueblo y no de la dictadura” (con la variante de “y no de la
burguesía”), y luego nutrieron a sus propias movilizaciones –estructuradas
también como un desfile de izquierda, con sus “escalones”o “destacamen-
tos”–, aunque con sus nuevos símbolos: banderolas (lilas) y flores. Con mati-
ces, en los países de la región hoy se registran cambios de actitud respecto de
la mujer y sus “temas”, sobre todo entre la gente de las ciudades y en espe-
cial, entre las mujeres jóvenes; el feminismo ha sido, si bien no el único, sí un
factor importantísimo en estas transformaciones.
Veinte años después de las iniciales movilizaciones de esta “segunda ola”
del feminismo, desde el Papa hasta los presidentes de las naciones latinoame-

229
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

ricanas reconocen verbalmente la importancia de los derechos de las mujeres,


y hasta el Banco Mundial apela a invertir en ellas, desde una visión funcional
y eficientista, con el argumento de superar la condición de la mujer para apor-
tar al Desarrollo. ¿Cuán subversivo puede ser ahora un discurso sobre las
mujeres? El impacto inicial y agitativo del feminismo se ha diluido, permeando
algunas conciencias, aunque perdure aún –y no tenga lugar– una nostalgia por
“las movilizaciones callejeras” y por el escándalo que se creaba, veinte años
atrás, por las manifestaciones de las feministas: el mensaje fue decodificado,
el discurso engullidoaunque sin sus aristas más incómodas– y los “grandes
temas”, olvidados o en el mejor de los casos, tecnificados.
En un sugestivo ensayo, Alvarez (1998b) señala que, aquello que cono-
cíamos como “movimiento” feminista hoy debe ser rastreado en diversos cam-
pos discursivos de actuación, amplio, descentralizado, heterogéneo, alejándo-
se de los patrones clásicos de los movimientos sociales. Y es justamente esta
famosa –y bienvenida– diversidad aquello que ha terminado por complejizar
el debate y entrampar los acuerdos, poniendo incluso en cuestión la viabilidad
de la representación. 7 Pero esta “nostalgia por el escándalo”, un segundo
malestar feminista, recubre en realidad la tensión entre dos aproximaciones
divergentes sobre qué es ser feminista en la región en estos tiempos y en qué
consiste el qué hacer feminista. Lentamente, en esta década y a la luz de
estos debates, emergió el fantasma del stalinista “feministrómetro”, aquél pa-
rámetro rígido –y emanado de un poder intangible– que en años anteriores
decidía quién era y quién no, feminista. Como se señaló en la introducción de
este artículo, estas tensiones comenzaron a emerger en 1993 pero se eviden-
ciaron con más claridad en el proceso de elaboración del documento-propues-
ta de las ONGs hacia la Conferencia de Beijing, debatido en Mar del Plata en
1994.
El reto era enorme ¿cómo seguir siendo feministas en las Naciones Uni-
das? Como lo recuerdan Vargas y Olea, 8 la propuesta de la Coordinación
Regional de ONGs en 1996, fue mantener dos estrategias que acompañarían

7 Los resultados de la reconceptualización de la autonomía, como conquista de las feministas


latinoamericanas fueron abordados en el artículo “Autonomía: Todo lo que hacemos en
tu nombre” por Maruja Barrig,1997c. Publicado en Los Procesos de Reforma del Estado
a la Luz de la Teoría de Género, Cuaderno del Centro Latinoamericano de Capacitación
y Desarrollo de los Gobiernos Locales, IULA/CELCADEL No. 26, Quito, Octubre
1997, pgs. 99-102. Traducido y publicado en inglés bajo el título “Autonomy: Oh what
we do in your name”, en State Reform Processes in the Ligh of Gender Theories, Local
Development Review of the Latin American Training and Development of Local
Governments, IULA/CELCADEL No. 27, Quito Enero 1998.
8 “Los Nudos de la Región”, Virginia Vargas y Cecilia Olea, en Olea Ed.(en prensa, 1998,
Ob.cit.).

230
América del Sur

todo el proceso hacia Beijing por un lado, “generar un proceso de movilización


y reflexión sobre el movimiento de mujeres de la región, que recupere la
experiencia y conocimiento acumulados por este movimiento en los últimos 20
años”; y del otro, “elaborar propuestas que se expresen en la capacidad de
negociación con los gobiernos de la región...”. En varios países sudamerica-
nos este proceso de estrategias combinadas pareció articularse con relativa
fluidez, ahí donde una mayor tradición “movimientista” desencadenó un ac-
cionar de debate y consulta amplia. Pero eso no eximió, como señalan Vargas
y Olea, el surgimiento de tensiones entre ambas estrategias: esta dinámica,
aseguran las autoras, generó un terreno complejo e incierto porque ambas
estrategias podían entrar en competencia en cuanto a énfasis, niveles de prio-
ridad y expectativas, cuando se pretendía que una contuviera a la otra (… ).
Así, aseguran, en el Foro de Mar del Plata prevaleció un “clima movimientis-
ta”, fue un encuentro feminista antes que un foro de preparación de una
Conferencia Mundial (… ), haciendo muy difícil dejar espacio para pensar
estratégicamente en lo que debería ser la intervención del movimiento en la
conferencia oficial, o para mirar a otras actoras, o para relacionarse –como
colectivo – con los espacios gubernamentales. El proceso hacia Beijing era
visto hasta ese momento más como pretexto que como texto.
Posiblemente uno de los orígenes de estas tensiones podrían rastrearse
desde los debates iniciales de los llamados “Grupos Impulsores” o “Grupos
Iniciativa”, que fueron núcleos de feministas y de integrantes del movimiento
de mujeres responsables de llevar a cabo el proceso de consulta y moviliza-
ción en preparación a la Conferencia. En Chile, de acuerdo a Virginia Guz-
mán, en el Grupo Iniciativa, conformado por miembros de ONGs de mujeres,
se perfilaron dos posiciones: una que subraya su carácter técnico como un
facilitador del proceso, y otras que reclaman una vinculación más explícita y
política con el resto del movimiento. (Barrig 1997ª). Sería reiterativo ampliar
las observaciones mencionadas en otros textos sobre la creciente tendencia a
crear un falso dilema entre el feminismo, como opción de militancia, al “géne-
ro” como una categoría analítica en los países de América Latina; pero ambos
conceptos parecerían sugerir la construcción de recorridos binarios: de un
lado el activismo y, del otro, la neutralidad técnica. Este es parte de un debate
inicial en la región, pero a la luz del balance realizado por Vargas y Olea
(Ob.cit.) respecto del proceso desencadenado por la Conferencia de Beijing
se mantiene vigente como preocupación:
(… ) cómo, por qué los discursos y propuestas feministas
parecerían haberse dado subrayando la condición de “exper-
tas”, abonando más a la especialización, la fragmentación de
miradas y presencias antes que a una expresión autónoma,

231
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

como sujeto de interlocución . La “despolitización” de las


demandas feministas que parecen producir este tipo de in-
cursiones estaría teniendo efectos en el contenido de las es-
trategias y los discursos feministas (…) el peligro radica en
que un número creciente de feministas va descuidando la
dimensión cultural y ética del proyecto fundacional feminista
de transformación y que ésta sea ignorada (y finalmente, si-
lenciada) por las instituciones políticas, culturales y económi-
cas dominantes.
La pregunta –aún sin respuesta– que podría surgir de esta tensión, es si
estamos en una confrontación de estrategias nacidas de un mismo tronco y
que se reconocen como un colectivo que comparte un proyecto político o si de
lo contrario, bajo el amplio cobertor de la diversidad y de este feminismo
polifónico, heterogéneo y multifasético, como lo califica Sonia Alvarez, varias
terminaron cortando los cordones umbilicales con el movimiento –a estas al-
turas del partido, casi una entelequia– para seguir un camino dictado por con-
cepciones/opciones políticas individuales de cara a sus propios contextos na-
cionales. Y si éste fuera el caso ¿se desempolva el “feministrómetro?
En resumen, las estrategias confrontadas en el proceso feminista latino-
americano, una que reelaboraría el feminismo transformándolo en un “paque-
te técnico” desde el cual influir en el Estado y la cooperación internacional, y
otra que apela a la pureza y radicalidad del movimiento primigenio, filtró un
segundo malestar por las posiciones consideradas deshermanadas e irrecon-
ciliables, pese a que en realidad deberían ser engranajes de una misma maqui-
naria. Para ponerlo en las palabras de la feminista uruguaya Lucy Garrido 9, a
propósito de sus reflexiones post-VII Encuentro Feminista:
“La radicalidad, la rebeldía, no sólo no se oponen a la capaci-
dad de propuesta, sino que son su motor. Para conseguir al
menos “algunas” reformas necesitamos planteos radicales y
fuerza que nos obligue a avanzar más aún. Justamente por-
que no queremos “reformitas”, porque queremos cambios gi-
gantescos y estos no estarán nunca en la letra de ningún do-
cumento oficial. Pero si desdeñamos esas “algunas” refor-
mas –como el acceso a los créditos, que podamos tener la
tierra a nuestro nombre, que se tenga en cuenta la perspecti-
va de género en las políticas públicas, que haya agua en tal o
cual barrio – y no logramos que la vida de las mujeres vaya

9 “Los Mitos del Paraguas Feminista” de Lucy Garrido es uno de los artículos que integra
el volumen de ensayos y testimonios sobre los debates feministas actuales editado por
Cecilia Olea (en prensa, 1998, Ob.cit.).

232
América del Sur

mejorando, entonces, un día miraremos hacia atrás y estare-


mos solas. Muy autónomas y muy radicales, pero muy so-
las”.
La necesidad de una más equilibrada síntesis y de una “masa crítica” de
feministas fue también una carencia subrayada desde una dependencia oficial
en el curso de una investigación en Chile (Barrig 1997ª): el SERNAM aprecia
la colaboración de las ONGs de mujeres se aseguró, pues para nosotras (el
SERNAM), la relación con el movimiento ha sido clave, el marco ideológico
del feminismo nos ha permitido identificar temas para la implementación de
políticas y gracias a la experiencia académica de las consultoras podemos
sustentar mejor nuestras propuestas. Pero, subrayó una de sus funcionarias:
también necesitamos una masa crítica autónoma de mujeres sino, todo lo que
estamos haciendo, se cae (énfasis propio).
Aunque subrayando los matices en los países de la región, desde hace
más de una década el debate en América Latina sobre las utopías sociales–
de alguna manera hay que llamarlodiscurre sobre el cauce cómodo de la bús-
queda de lo posible, generalmente cambios procedimentales en las normas
estatales, en cuyo sedimento es posible encontrar un cierto desencanto ante la
vigencia de las “masas críticas”como motor del cambio. Como lo han sugeri-
do ya varias investigaciones, la permeabilidad de las instancias político-buro-
cráticas de los estados latinoamericanos a los aspectos menos controversiales
del discurso feminista generó el espejismo del Estado como una colina con-
quistada o conquistable, debilitando la alimentación del movimiento social, del
esfuerzo por ampliar la difusión del mensaje, como un mecanismo de fiscali-
zación y de participación democráticas desde las mujeres. Y esto último esca-
pa de los estrechos márgenes de análisis respecto de las diferencias entre las
“feministas y las tecnócratas”y nos coloca, nuevamente, ante temas general-
mente soslayados en los debates feministas y que pasan por definiciones y
ubicaciones de cara al movimiento social y a los sistemas políticos.

EL ESTADO: EXPECTATIVAS Y FRUSTRACIONES


Dos décadas atrás, los politólogos analizaron los cambios políticos en
Europa Occidental desde un nuevo tipo de movimientos “alternativos”, que
cuestionaban los estilos convencionales de expresión ciudadana y resaltaban
un espectro de conflictos sociales relacionados con temas no estrictamente
políticos: el aborto, la ecología, la lucha antinuclear, y con particulares intere-
ses: étnicos, de género, de afirmaciones culturales o generacionales. De algu-
na manera, los contenidos que animaban la acción habían formado parte de
los “archivos” de la vida social, del campo de los valores morales, de los

233
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

espacios domésticos, e irrumpían con la presencia de cientos de personas


tratando de impactar en la opinión pública.
El campo de acción de estos nuevos movimientos fue un espacio de po-
lítica no institucional, que inicialmente se asumió como un territorio defensivo
frente a los partidos políticos, ya que sus intereses podían desmovilizar y des-
organizar el movimiento. El grupo de actores se aglutinaba a partir de un sólo
tema, dejando espacio para una amplia diversidad de legitimaciones y creen-
cias entre sus miembros, pero enfatizando sus principios como no negocia-
bles, como asegura Claus Offe. 10 En la práctica, se estaría ante movimientos
contra-culturales que no pretendían fundar una esfera política distinta.
Con esos referentes apretadamente resumidos es posible rastrear el ca-
mino analítico que el “movimientismo” siguió en algunos países de América
Latina donde a menudo se confundió la protesta social con el movimiento
social. Algunos de los rasgos de los NMS en sociedades de capitalismo avan-
zado fueron ubicados en la región por los estudiosos de la realidad latinoame-
ricana, entre ellos, el de la autonomía frente al Estado. A inicios de la década
pasada, en numerosos países de la región se vivía un proceso de transición
hacia la democracia después de la desgarradora experiencia de dictaduras
militares, frente a las cuales la autonomía de los grupos sociales ante el Esta-
do había sido casi una condición para su subsistencia.
Mientras en Europa Occidental los Nuevos Movimientos Sociales esta-
ban integrados fundamentalmente por intelectuales y gente de la pequeña
burguesía, en América Latina los actores solían ser parte de la extensa pobla-
ción de escasos recursos, que continuaban pugnando por el reconocimiento
de sus derechos básicos y por una equidad en la redistribución; los “nuevos”
actores no lo eran tanto.
No solamente los actores eran diferentes en el Sur sino también los te-
mas: la recurrencia en la región de las protestas urbanas, por ejemplo, no
hacía más que evidenciar los irresueltos problemas en la esfera del consumo
aunque tendieran a aparecer cada vez más desgajados del sistema político y
del régimen económico globales. Así, las demandas derivadas de una inequi-
tativa redistribución de equipamiento urbano eran sectorializadas, galvaniza-
ban a un conjunto de ciudadanos para presionar por soluciones y, dependiendo
de la capacidad técnica y la voluntad política se solucionaban desde una de-
pendencia pública, también sectorialmente
En Latinoamérica, los críticos al “movimientismo” habían señalado ya las
dificultades para crear un nuevo orden fundante de la política a partir de la

10 Claus Offe “Partidos Políticos y Nuevos Movimientos Sociales”. Editorial Sistema,


Madrid 1992.

234
América del Sur

movilización por intereses particulares, que encapsulaban la especificidad del


grupo como una forma de salvaguardar su identidad. La coyunturalidad de
esas luchas, la labilidad del grupo frente a la cooptación gubernamental y,
sobre todo, la tensión entre la base asambleísta y la acción directa frente a la
centralización de las decisiones y la delegación de representaciones fueron
algunas de las grietas previstas en estos NMS en América Latina. 11
El feminismo latinoamericano fue quizá el único movimiento que compar-
tió con sus semejantes europeos más rasgos comunes que otras organizacio-
nes de la región: por la composición de sus miembros, por las banderas levan-
tadas y por su constante reformulación del concepto de autonomía. Si el femi-
nismo y las feministas fueron una vanguardia, era en ese espacio donde se
dibujaban las prioridades, con una prerrogativa de universalismo que sólo tiempo
después develaría sus límites. Con el énfasis en la identidad y en la sexualidad
en un primer momento, y con la vida cotidiana bajo reflectores, las relaciones
de poder entre hombres y mujeres se iluminaron bajo el parámetro de relacio-
nes interpersonales, generalmente obviando el análisis de la institucionaliza-
ción del poder, de las formas como las relaciones sociales de género se engar-
zaban y articulaban con múltiples otras formas de dominación.
Esta aproximación a las relaciones de género, de una manera parcial y
quizá sesgada por la emotividad de sus protagonistas, dejó al feminismo latino-
americano sin una línea de análisis consistente y permanente sobre el vínculo
entre la situación de las mujeres y la naturaleza de esas otras formas de
dominación, y sobre el carácter del Estado. Y a fines de los 70’s y durante la
década pasada, esta carencia, enganchó muy fluidamente con la estrategia de
construcción del movimiento, actuando como un grupo de interés que no reco-
nocía la posibilidad de delegación de representaciones, encapsulado en una
autonomía defensiva y, por tanto, al margen de otros espacios de debate y de
articulación/ agregación de intereses. Si el feminismo unió, las discusiones
sobre el sistema político, la democracia y las inclinaciones partidarias, en los
procesos de transición democrática y de modernización del Estado, podían
dividir. La discusión puso también entre paréntesis un aspecto central en los
contextos nacionales de la región en los 90’s: la economía política. 12 Algunos
de los éxitos en las respuestas estatales a las demandas sectoriales de las

11 Una reflexión más amplia sobre este tema se encuentra en Barrig 1997c.
12 En su ensayo sobre “Multiculturalismo, Antiesencialismo y Democracia Radial. Una
genealogía del impasse actual en la teoría feminista”, Nancy Fraser advierte la forma
cómo el debate sobre la injusticia del reconocimiento no toma en cuenta las injusticias de
distribución, la política social de la redistribución. En Iustitia Interrupta. Reflexiones
Críticas desde la posición “postsocialista”, Siglo del Hombre Editores/ Universidad de
los Andes, Santafé de Bogotá, 1997. Pgs. 229-250.

235
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

mujeres alimentaron en estos años la ilusión de un cambio, accionando estra-


tegias que realizaron un “salto de garrocha” sobre estos debates silenciados.
Hipotetizamos que esta discusión no procesada localmente, por los ries-
gos de ruptura que podía entrañar, se encuentra en la base de no pocas per-
plejidades y desconciertos cuando se sigue el recorrido del comportamiento
de los feminismos latinoamericanos frente a las maquinarias estatales levan-
tadas para atender los asuntos de la mujer o a otras instancias burocráticas.
Un cierto pragmatismo espontáneo predomina en las respuestas y no aparece
con nitidez el lugar desde donde las feministas influyen, concertan o colaboran
con sus gobiernos nacionales. Por un lado, la presión desde “plataformas” que
contienen demandas sectoriales (salud, educación, formación profesional, etc.)
parecería haber desdibujado la construcción de una “agenda” feminista 13, y
de otra parte, la formulación de esta misma agenda está neutralizada por el
escaso margen asignado a debates políticos más amplios.
Feministas bolivianas de algunas ONGs se sintieron convocadas por el
impulso modernizador del presidente Gonzalo Sánchez de Losada (1994-1997)
y trabajaron bajo su administración, e incluso una feminista independiente de
la coalición de los partidos en gobierno ocupó el primer mandato de la Sub-
Secretaría de Género, al igual que otra profesional de una ONG de mujeres,
también independiente del partido Liberal en Colombia fue la encargada de la
Dirección Nacional de Equidad de las Mujeres creada por la administración
Samper en 1996. El CONAMU (Consejo Nacional de la Mujer) del Ecuador
fundado en 1997 incorporó en su Consejo Directivo a tres “representantes”
del movimiento de mujeres elegidas en sus bases, al igual que el ISDEMU
(Instituto Salvadoreño de Desarrollo de la Mujer), que invitó también a dos
representantes de los grupos de mujeres a participar como miembros plenos
en su Junta Directiva. En Chile, en función de los acuerdos partidarios de la
Concertación, una socialista –generalmente feminista– ocupa la subdirección
del SERNAM y en el Perú, el Consejo Consultivo del Ministerio de Promo-
ción de la Mujer y Desarrollo Humano (PROMUDEH) está integrado por
algunas feministas y representantes de agencias internacionales. Así, aparen-
temente sin mediar un tránsito entre la identidad del colectivo feminista y sus
apuestas “contraculturales” y el rechazo a los partidos políticos (que manipu-
lan) se llegó al Estado (que coopta) 14, en un proceso insuficiente de deba-

13 Cecilia Olea, conversación personal.


14 Idea tomada de Jane Jaquette, en “Conclusion: Women’s Political Participation and the
Prospects for Democracy”, en The Women’s Movement in Latin America. Participation
and Democracy. Jane S. Jaquette editora, Segunda edición, Westview Press,
Colorado,1994.

236
América del Sur

te. 15 Este recuento es simplemente una descripción y está lejos de ser crítico,
se trata más bien de sugerir pistas para un análisis que, a la luz de las particu-
laridades nacionales, desnude las estrategias de las feministas hoy visibles y
que podrían ser otra fuente de malestar.
La creación del SERNAM chileno, por ejemplo, es evaluada como un
triunfo del movimiento de mujeres (que se le cuida como a un hijo, a decir de
algunas feministas). En el período inmediatamente anterior a la transición, las
feministas chilenas habían logrado una sólida coordinación –en la Concerta-
ción de Mujeres por la Democracia– desde el cual negociaron con los parti-
dos políticos de oposición, una “agenda de compromiso para las mujeres chi-
lenas” y la creación de un espacio institucional que atendiera sus demandas
de igualdad de oportunidades. Al respecto, como asegura Adriana Muñoz, en
ese momento y en la búsqueda de consensos de carácter nacional:
(… ) temas y materias que provocaban controversias y des-
acuerdos fueron dejados fuera de la Agenda, como es el caso
de aquellos temas ligados a valores, como divorcio, aborto y
derechos reproductivos, entre otros. (Citado por Barrig, 1997ª;
énfasis propio)
Varias de las mujeres entrevistadas en Chile marcaron la legitimidad de
su posición confluyente con este espacio institucional, subrayando la coinci-
dencia de sus posiciones. Una de las feministas aseguró que estamos dentro
de una concepción política similar a la del SERNAM. En lo que se refiere a
políticas públicas, hay consenso y acuerdo sobre lo que hoy se puede hacer
desde el Estado (énfasis propio). Y la directora de una ONG de mujeres
ratificó que hay una identificación muy grande con la agenda del SERNAM,
porque el SERNAM existe gracias al movimiento de mujeres y su agenda fue
“conversada” con el movimiento. El carácter “pactado” de la transición pare-
cería estar en la base de las dificultades para elaborar, desde las feministas,
una agenda propia a partir de los “valores” dejados de lado en los momentos
de negociación con los partidos de la Concertación (y que mantuvo a Chile sin
una ley de Divorcio, por ejemplo), al igual que la coincidencia o simpatía polí-
15 El proceso no sólo ha sido insuficiente sino también podría no ser posible dado el
predominio de la acción directa sobre la delegación de representaciones como parte de la
cultura institucional del movimiento feminista, además de la vedada explicitación de las
adscripciones a diversas corrientes políticas dentro de un colectivo feminista. Ver
Schumaher y Vargas Ob.cit.; el testimonio de Sonia Montaño, ex vice ministra de género
en Bolivia en “El Estado y el Movimiento de Mujeres: retos y posibilidades” publicado
por la Coordinación Regional de ONGs de AL y Caribe, Centro Flora Tristán, Lima
1995; y las tensiones originadas por la elección de Olga Amparo Sánchez a la Dirección
Nacional de Equidad de las Mujeres creada por la administración Samper, en Maruja
Barrig, 1997b.

237
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

tica de muchas de ellas con los partidos que integran la alianza gobernante. Se
asegura no obstante, que frente al SERNAM, el movimiento de mujeres y las
ONGs particularmente, comienzan a enviar señales de autonomía y de males-
tar frente a un papel excesivo de consulta técnica y de ejecutores de progra-
mas, y muestran su voluntad de recuperar su carácter crítico y propositito. 16
Alberto Fujimori, presidente del Perú desde 1990 (gracias a un auto-
golpe de Estado que disolvió el Congreso y modificó la Constitución) fue el
único presidente varón que se dirigió a los representantes gubernamentales
que asistían a la IV Conferencia Internacional de la Mujer en Beijing 1995, y
que arrancó aplausos entusiastas, incluso de las feministas peruanas que lo
escuchaban, al anunciar que su gobierno impulsaría un amplio programa de
planificación familiar bajo el principio del derecho de todas las mujeres a tener
acceso al control de la fecundidad, comprometiéndose a derivar hacia las
mujeres el 40% de los fondos de los programas de alivio a la pobreza. Al año
siguiente, desde Alemania donde se encontraba de visita oficial, el presidente
anunció la creación del Ministerio de la Mujer, primera instancia estatal con el
rango de ministerio en América Latina.
En el Perú, luego de algunos desconciertos ante el anuncio de la propues-
ta, algunas feministas estudiaron el formato administrativo del Ministerio (que
además de una línea de “gerencia” hacia la mujer, incluye al Instituto Nacio-
nal de Deportes, al Instituto de Bienestar Familiar, al Programa de Apoyo al
Repoblamiento, PAR, para mejorar las condiciones de retorno de la población
desplazada por la violencia política; al Programa Nacional de Apoyo Alimen-
tario - PRONAA, etc.) y ponderaron sus riesgos. Bajo el slogan de “El Minis-
terio que las Mujeres nos Merecemos” en Octubre de 1996 se circuló primero
a nivel nacional para recibir opiniones y propuestas y para difundir después,
una declaración de principios sobre lo que se esperaba de un organismo como
éste y se señalaba, entre otras cosas: mayor nivel de consulta sobre su crea-
ción, el compromiso con la igualdad y la equidad de género en el marco de una
propuesta de desarrollo sostenible y que la transformación de las condiciones
de subordinación de las mujeres incluye pero no se reduce a políticas y pro-
gramas de alivio a la pobreza. Tampoco es suficiente desarrollar políticas
sociales y programas de este corte sin evaluar los impactos negativos de las
políticas macroeconómicas que contribuyen a la profundización de daños, ries-
gos y desventajas para las mujeres de los sectores más vulnerables y con
menos poder. (Comunicado “El Ministerio que las Mujeres nos Merecemos”,
varios medios de comunicación. Lima, Octubre 1996).
Ciertamente, según los dictados del pragmatismo o de la anuencia al ré-
gimen, en los años siguientes algunas feministas, desde las ONGs de mujeres
16 Teresa Valdés & Marisa Weinstein “Corriendo y Descorriendo Tupidos Velos” en Chile
96. 18 Análisis y Opiniones, Flacso, Santiago 1996, pgs.: 67-77.

238
América del Sur

o de instituciones privadas, han mantenido diversos tipos de relación y de


profundidad distinta con instancias oficiales, conservando en algunos casos
–y pese a convenios de cooperación– una demarcación de acciones públicas
de denuncia frente a la vulneración de los derechos ciudadanos y en otras, un
silencio cómplice. Subsiste el desconcierto: en el marco de un régimen elegido
por el voto popular (y hasta hace pocos meses con altos índices de populari-
dad), fuertemente autoritario y que acumula denuncias por violación a los
Derechos Humanos, se aprueba la creación del Ministerio de la Mujer, la
Defensoría Especializada de los Derechos de la Mujer (adjunta al Defensor
del Pueblo), la Ley de “cuotas (25%) para las mujeres en las candidaturas a
elecciones generales y municipales, etc. Todo un desafío para el análisis del
feminismo liberal. 17 El Ministerio de la Mujer peruano –con el “cajón de
sastre” cuyas funciones incluyen–, recibió en 1997 el 1.3% de los recursos en
el Presupuesto General de la República, 60% de los cuales pertenecían al
PRONAA, un programa de distribución de alimentos a mujeres, organizadas
o no, que desde el Ministerio de la Mujer se ha convertido en uno de los
principales instrumentos de adscripción clientelar del régimen. 18 Mientras
que el Programa de Planificación Familiar del Ministerio de Salud, iniciado en
1996, sólo en un año –1997– había esterilizado a 110 mil mujeres, principal-
mente de comunidades campesinas y, según las denuncias acumuladas, sin un
“consentimiento informado” de las mujeres operadas, algunas de las cuales
han muerto por las precarias condiciones en las que la intervención se reali-
za. 19
Las feministas salvadoreñas reclamaron en 1996, un lugar en el espacio
de toma de decisiones del Instituto de la Mujer de su país (ISDEMU). Con el
ánimo de tener presencia en todos los espacios de elaboración de políticas del
país, y pese a la intuición de que serían poco atendidas en sus reclamos, dos
representantes del “movimiento” fueron elegidas entre dos ONGs de mujeres
de San Salvador para incorporarse a la instancia directiva del ISDEMU. Las

17 Debo a Cecilia Olea esta observación.


18 Alberto Adrianzén Merino “El Gasto Social, el Estado, las Mujeres y la Pobreza”
ponencia presentada en la Conferencia Nacional de Desarrollo Social, CONADES III,
Lima Agosto 1998. Sobre los insuficientes recursos asignados a las maquinarias estatales
dirigidas a la mujer en contraste con las “enormes” expectativas de las organizaciones de
mujeres, ver también las opiniones de representes oficiales de Colombia, Costa Rica y
México en “Visiones hacia el Futuro. Estrategias de Implementación de la Plataforma de
Acción Mundial en América Latina y el Caribe”, Flora Tristán Ediciones, Lima 1998.
19 Agradezco esta información a Giulia Tamayo, quien está realizando una investigación en
el Perú sobre el programa de Planificación Familiar del actual gobierno con el auspicio de
CLADEM-Perú y el Centro Flora Tristán, y el apoyo de la Fundación Ford (Area
Andina).

239
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

reuniones fueron escasas y las discusiones, burocratizadas. Las dos feminis-


tas de las ONGs solicitaron un informe de avances en el cumplimiento de la
Plataforma de Acción Mundial (PAM) a la cual se había comprometido el
gobierno. Un día recibieron el informe y pocos días después, luego de leerlo y
circularlo entre organizaciones de mujeres, las feministas “representantes”
del movimiento de mujeres ante la Junta Directiva lideraron una movilización
de 200 mujeres frente al ISDEMU reclamando por los pocos avances y las
imprecisiones del informe. 20
Condiciones políticas muy concretas marcan los derroteros de las femi-
nistas: en Chile priorizaron la transición democrática y su lugar en el proceso;
en Bolivia fueron anuentes con la propuesta modernizadora de la administra-
ción Sánchez de Losada. En Perú se fragmentaron las posiciones, vencidas
por la oposición o la aquiescencia con el régimen; en El Salvador se transita
por la cuerda equilibrista entre las calles y la oficina pública. Este recuento de
experiencias sólo pretende llamar la atención sobre una comprobación inge-
nua: cómo diversos contextos políticos nacionales pautan el accionar de las
feministas frente al Estado, cómo se deslindan de cara a los colectivos femi-
nistas las convicciones que anidan en las decisiones políticas individuales, cuán-
to la acción de las feministas en el Estado impacta favorablemente o no a
otras mujeres, cómo evaluar la presencia de feministas en espacios oficiales
de gobiernos deslegitimados sin caer en la dualidad del “pragmatismo Versus
la decencia”. Hipotetizamos que estas cuestiones irresueltas engloban otro
malestar del feminismo latinoamericano de estos años.
Al igual que otros grupos de interés etiquetados como movimientos so-
ciales, el feminismo de los 70"s enfatizó aquello que le daba identidad, por
colocarlo genéricamente, los temas de las mujeres. Pero pasarían años antes
de reconocer que al margen de las miradas sectorializadas de los “temas” de
las mujeres, nuestros intereses iban más allá del aumento de la matrícula
escolar en las niñas, por ejemplo, y se inscribían en la construcción de una
cultura política democrática y de mecanismos institucionales, que garantiza-
ran acceso y equidad en el desarrollo de capacidades de las personas, trans-
parencia y fiscalización en las decisiones de gobierno. Y estas preocupacio-
nes, ciertamente, no son privativas de las feministas pero sí constituyen un
umbral mínimo desde el cual debatir y discutir frente al Estado, sus políticas
hacia las mujeres.

20 Debo esta historia a Morena Herrera, miembro del equipo de conducción de la Asociación
de Mujeres por la Dignidad y la Vida (Las Dignas) de El Salvador y ex integrante de la
Junta Directiva del ISDEMU.

240
América del Sur

BOLIVIA

Hilda Mundy (1912-1982 )


seudónimo de Laura Villanueva Recabado 1

Laura Villanueva de Ávila Jiménez, actuó en su corta y prodigiosa


labor bajo varios pseudónimos, de ellos el mayormente conocido fue
Hilda Mundi, Jugadora de abalorios, como reza en una de sus tarjetas
personales, nacida en la ciudad de Oruro en el año de 1912, salió a la
palestra a los veinte, en 1932, cuando Bolivia y Paraguay protagoni-
zaron una sangrienta guerra, que fue motivo para ocultar otras frus-
traciones nacionales y se debatió entre el heroísmo del soldado y el
desacierto de oficiales, políticos y burócratas, difícil sería pensar en
una Hilda Mundi, sin ese mundo pequeño de mentiras, que ella de-
nuncia y alumbra con su inquisidora y mordaz elocuencia, armada de
una palabra siempre medida y descorazonadamente cierta e irreve-
rente, llama la atención que desde su primer escrito hasta el último,
tuvo siempre el mismo aplomo, la misma musicalidad, la destreza en
utilizar el idioma para hacerlo dúctil a sus intenciones. Podríamos
decir que nace ya con plena madurez. Luego de varios años de com-
bate, Bolivia e Hilda callan, en 1937. Así como su certeza, estuvo
siempre su brevedad, casi minimalista, decir solo lo necesario, aho-
rrando hasta la coma y el tilde, pero puestos también donde mejor
sonaban, su primera obra, o la única, fue Pirotecnia, que publicó
luego de su expulsión de la ciudad de Oruro, en la ciudad de La Paz,
en ese año, cuando ella ya había preferido el silencio, que la acompa-
ñó hasta sus últimos días, un silencio también calculado, reflexivo y
elocuente que era el marco grande de su obra escrita, pero pocos
muy pocos la escucharon, la antología de sus contemporáneos la ig-
noraron, los libros que de su pluma se editaron después, son todos
póstumos, recopilaciones de los muchos episodios que en el fragor
del combate, ella, desde la retaguardia los esgrimió, pero fueron otras

1 Los fragmentos aquí publicados, en su mayoría pertenecientes a Cosas de fondo:


impresiones de la guerra del Chaco y otros escritos, han sido autorizados por Juan
Francisco María Bedregal Villanueva y Carmen Bedregal Villanueva, familiares de la
autora, custodios actuales de su obra.
Rodolfo Ortiz, director de la editorial La Mariposa Mundial y editor de la obra de Hilda
Mundy, editó y publicó el año 2004 el libro Pirotecnia y el 2016 el libro Bambolla
Bambolla. El señor Guido Orías [1936-2013], esposo de la única hija de Mundy, en ese
entonces autorizó a esa editorial la publicación de Pirotecnia.

241
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

generaciones las que la pusieron en el pedestal de la literatura boli-


viana: las actuales.
Sus libros Cosas de Fondo 1998, Bambolla Bambolla y Obra reuni-
da de la Biblioteca Boliviana del Bicentenario ambas de 2016, y la
última versión de Bambolla Bambolla en 1917, recogen el testimo-
nio de una mujer sin par, que desacralizó la poesía, para convertirla
en obra total de colorido sin rebuscones ni metrías, con pura valentía
mundana y sueños y acrobacias literarias, disfrutemos pues de su
verbo.
La Paz, 14 de diciembre de 2017
(Síntesis biográfica de Juan Francisco María Bedregal Villanueva,
familiar de la autora)

Periodista, escritora e intelectual boliviana, activa vanguardista de su


momento, entusiasta futurista, renovó el pensamiento sobre muchos
lugares comunes referentes a la historia, el arte y la mujer, entre
otros; captando con particular sensibilidad los procesos de moderni-
zación incipientes resultantes de las transformaciones tecnológicas.
En algún momento de su producción intelectual, optó por el silencio.
Entre sus obras se cuentan Pirotecnia, publicado el año 1936 en La
Paz, republicado en dos oportunidades: el 2004 por la Editorial La
Mariposa Mundial y el 2017 en Chile por Libros de la Mujer. Cosas
de fondo: impresiones de la guerra del Chaco y otros escritos,
editados post-morten, en 1989. Bambolla, Bambolla [cartas foto-
grafías escritos] se publica el 2016 por la misma editorial La Maripo-
sa Mundial.

De
IMPRESIONES SOBRE LA GUERRA DEL CHACO (18 DE JU-
NIO DE 1932 – 17 DE JUNIO DE 1935
BOLSA NEGRA…
El viento bursátil se agitó en la corriente del conflicto, una vez que todas las
energías económicas de la nación pasaron a reforzar la defensa nacional.
Surgió la banda de especuladores, como un jinete moderno del Apocalipsis,
jinete brioso embrillantado con aúreas esterlinas.
Patrón Oro, soberano, a cuyos píes el papel moneda tenía depreciaciones
bajísimas.
El costo de un plato de congrios se obtenía al cambio de la Bolsa Negra.

242
América del Sur

Corrieron noticias inverosímiles para dañar el sistema monetario.


Se restringieron las divisas al exterior.
Y para poner coto a las corrientes especuladoras se crearon oficinas con
personal de compadrazgo, juntas de control, Oficinas de Consumos, etc. etc.

DERROTISTAS EN ACCION…
La pre-guerra fue balanceada por la aparición de doctrinas extremistas.
En la plena guerra, fue el apogeo de la ideología anti-guerrista.
Si el artesanado y la pequeña burguesía columbraban la solución de muchos
problemas difíciles de la crisis con la guerra, la masa consciente y netamente
intelectual resistíase a ella.
AsÍ nació en la oscuridad de la tierra potosina, el esbozo de la Unión Sindica-
lista Paraguayo-Boliviana, que sensiblemente no pudo transcribir en esta oca-
sión.
LA GUERA NO ES UNA MAL NECESARIO, SUFICIENTE ES ANO-
TAR QUE RUSIA NACIO DE UNA GUERRA.(¿?)

HISTORIA…
LA TRAGEDIA HECHA HISTORIA DEL CHACO NO SERIA EL CAN-
TO DE LID VICTORIOSA Y CON HONRA.
DISEÑADA EN ROJOS HORIZONTES TENDRÁ LA AMALGAMA DE
LO NOBLE Y LO MEZQUINO. LO VALIENTE Y LO COBARDE.
QUEDARÁN EN ELLA PÁGINAS DE RELIEVE. DONDE RUGE EL
ALMA TITÁNICA DE NUESTRA RAZA TIGRE Y JUNTO A ELLAS
OTRAS NEGRA Y TRISTES NOS DEMOSTRARÁN LOS GRANDES
DESMANES DE LOS SUPER-HOMBRES. LAS VENDIMIAS, LOS
DELITOS DE ALTA TRAICIÓN. LOS NEGOCIOS DE LOS FLAMAN-
TES RICOS.
VEREMOS ATRAVÉS DE ELLA, CÓMO LA NACIÓN HECHA GIRO-
NES HA RECIBIDO EL SACRIFICIO DE SUS HIJOS HEROES Y LA
INFAMIA DE LOS RENEGADOS Y COBARSES!!!
EN LA HISTORIA APRENDEREMOS A LOAR NUESTRAS VICTO-
RIAS Y A SUFRIR NUESTRAS DERROTAS.
UN DIOS…
El crepúsculo desteñíase en una como coloración leve y pálida.
El viento era una sinfonía de motivos tristes.
Iba yo lejana y próxima.
Allá en el final de la calleja, un hombre alto, entunicado, de barbas de estilo
judaico y ademán grave.

243
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Unas mujeres criollas, de mi pasta, que adoraban “al Dios”.


El decía, él pretendía que la guerra terminaría pronto, que castigaría con un
diluvio.
¡Esclavas del poder oculto de la religión, no pudiendo encontrar en el fondo de
nosotras a aquel Dios celestial y divino, buscáis en vuestra ignorancia, otra
esclavitud real y tangible en la apostasía bufona y ridícula de un desconocido!
Fue mi oración.
Más tarde supe que se trataba de un pordiosero de Villamontes, quien sabe
emigrado de las selvas chaqueñas.
Curioso espetáculo.

[Oruro, 8 de marzo de 1935]


Cuando afilamos una aguda observación a una charla femenina que grande
desencanto nos produce.
Una trivialidad ahuecada en palabritas de cine.
Un círculo mínimo de lenguaje con frecuentes y conocidísimos retintines.
Como único comentario capto un trozo de conversación de chiquillas “bien”.
En esta palabra entrecomillada imagine el lector a bellas figuritas juveniles de
presuntuosidad y elegancia.
—¿En qué piensas, Carmelita?
—¿En qué crees?, –contesta la aludida feliz de su ocurrencia.
—Oiga. Nona, por qué está Ud. pensativa.
—Porque se imagina (semi-expresivo).
—Las crónicas dicen que Ud. está enamorada de Jorge. –Insinúa un amigui-
to.
—Cualquier día, –susurra una boca reventadora.
Más habilidades técnicas, más giros graciosos no se pueden exigir Verdad?
Aunque mi socia interior me confiesa que desearía menos entrevero dispara-
tado en la tertulia de criaturas tan deliciosas.
Si vamos al género epistolar, más difundido ahora con la correspondencia al
Chaco, diría que las misivas del bello sexo marchan al S. E. Cargadas de
énfasis insubstanciales y errores ortográficos que gritan desafinadamente de
nuestro descuido y desaliño.
No es razonable que cartas nacidas al movimiento de manos blancas y uñas
abrillantadas demuestren tanta pobreza intelectual.
Al comprobar esta delación de inferioridad qué orgullosos, qué felices de su
poderío inconquistable deben sentirse los hombres…
A esta consideración, creo que ganaríamos mucho pasando más horas en la
biblioteca que en el tocador.
¿Verdad, amiguitas?

244
América del Sur

De Cartas de Laury, (correspondencia entre Laura Villanueva Rocabado


“Hilda Mundi” con el Soldado Jorge Fajardo entre 1934-36, descubiertas por
Carmen Bedregal)

Oruro, 15 de noviembre de 1934.-


Señor Jorge Fajardo, Plana Mayor de la Dirección General de Etapas
Villa-Montes
Estimado amigo: Recién hoy haciendo una corta tregua a mi trabajo, pue-
do tener el gusto de contestar a su cartita; hubiera podido hacerlo más antes
en un estilo telegráfico, pero como comprendo que Ud. aprecia en algo la
extensión, he preferido una tardanza que me reporte unas horitas más para
conversarle largo a través del papel.
Antes le haré una semblanza rápida de un panorama norteño: innúmeros
seres pequeños, absolutamente pequeños, perfectamente pigmeos van mo-
viéndose activamente de un lado para otro en un esfuerzo de reptación que
impresiona, van, vienen, mutuamente se dañan, de todos modos constituyen
una organización que obra a mando de un ser superior en un punto de vista
convencional aunque pequeño también. –¿Qué desean en su agitación estos
microorganismos? Cambiar al ser superior. Ya ve Ud. la sencillez de este
procedimiento adquiere toda la escabrosidad de una divergencia porque la
mira individual de unos quiere triunfar sobre la de los otros.– ¿Adivina? Solo
es el movimiento de unos animalitos unicelulares en el fondo de un vaso de
agua, de unos pobres animalitos que no saben que viene un pajarito travieso,
viene y se bebe el agua, dando fin al panorama, pues todos ellos van a rematar
en el tubo digestivo del pequeño volátil.– Si me da Ud. su idea acerca de este
mi pequeño resumen de Biología segura estoy de que le daré un premio con-
sistente en… lo que Ud. desee.–
Pasando a otro acápite le diré que las circunstancias templan el alma, al
fin logran hacer de ella algo así como un compuesto de goma cáustica, antes
de la guerra me gustaba tener aun en una sílaba de mis escritos una seriedad,
una reflexión a toda prueba, hasta llegar al extremo de la tontería, en unas
“memorias” de hacen siete años había puesto “…en el poniente de mi vida…”.
No le parece ridículo.– Ahora la raigambre misma de mi carácter ha cambia-
do, se ha injertado a la escuela de vanguardia, aquella escuela apocalíptica
casi por dislocadura de la Lógica, degolladora de Las Palabras y arrasadora
de LO ANTIGUO. Me encanta el absurdo, la palabra hueca, hueca que pare-
ce un cascabel de latón con la piedrecita de la tontería dentro. Fíjese que en
este momento escribo a un amigo de La Paz diciéndole con la mayor frescura
“Yo he aprendido a no indignarme y gastar a todo una sonrisa que hace tiem-
pito me la adquirí por unos pesos en un bazar japonés…”. ¿No le parece una

245
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

frase de circo más liviana que una cláusula con pies de plomo?– Quizá Ud.
sea serio aún al comer y vayamos en sentido divergente en este gusto. Pa-
ciencia.
Bambolla. Bambolla.
Ande yo caliente y ríase la gente.
En este momento me encuentro de un humor tan alegre hasta acomodar-
le un estribillo que me imagino está un poco equivocado… hasta puedo plan-
tearle una tesis en pro de la mentira, cosa tan extraña que ya las personas
todas aún las mentirosas ensalzan la verdad.
¿Qué opina, Jorge? Por mi parte adoro la mentira, me encanta ella. Es mi
aliada y única amiga aún en las circunstancias más espinosas, más vidriosas.
Ahí está la bella mentira para mi salvación. ¿Dónde cree Ud. reside la impor-
tancia de la mujer sino en esta cualidad? Si fuera yo veraz, sería un libro
abierto, un folletín barato que lo va diciendo todo al primer vulgarote que lo
adquiere. Soy mentirosa y mis mentiras me cubren con a manera de unas
escamas doradas que todavía con cuidado hay que apartarlas para encontrar
la sorpresa del último: La verdad. Pero le diré que precisamente son mentiro-
sas las personas que no saben mentir, es decir se han hecho pillar en flagrante
delito de falsedad y no sirven. Yo soy mentirosa, pero como sé mentir mi
mentira tiene tanta apariencia de verdad que hasta se parece a ella en el
colorido… Todos se muestran ávidos de misterio, Jorge, a ello se debe aún el
éxito de las películas donde late el pálido y novelero, y para acaparar aquel
misterio que es más sugestivo cuando diadema a una mujer, mentira al punto,
sin preámbulos y ya verá Ud. lo que se llama a una “criatura divina llena de
misterio” como en las películas. –¿Qué opina Ud.?–
Esta mi carta, resulta ser un derrumbe de temas, parece que voy en un
ciclo de alquiler, me caigo, me levanto y atropello del modo más enloquece-
dor.–Disculpe.–
Sabe, amigo, que el encargo para aquel soldadote C. Pinto ya no hay
necesidad de que se lo transmita. Al fin y al cabo ya ha entrado a la línea y el
encargo pierde su eficacia. Lo que temía de ese virtuoso era que me pasase
un telegrama de aviso a mi casa que me hubiera ocasionado grandes inconve-
nientes, y sobre ello que se encapriche en quedarse en Oruro, lo que no me
convenía bajo ningún punto de vista. –¿Ha tratado Ud. con él?, ¿qué le pare-
ce?– Imagine en lo que viene a parar una chiquilla “viva y perspicaz” según
todos por amor a la capa y el atrevimiento.–
Sabe, que de mi tío Víctor teníamos siempre continuas cartas a las que
dábamos inmediata respuesta, hace tiempo que éstas escasean. –¿No será
que él se halla resentido quizá por culpa de un extravío o solo el tiempo de

246
América del Sur

mucho trabajo le impide escribirnos? A Ud. Jorge, como amigo le ruego siem-
pre que toda vez que desee escribirme si tiene unos minutos disponibles me lo
vaya a ver a mi pobre tiíto para saber si está bien, así por parte suya podré
tener noticias más fidedignas y ciertas.–
Con un cariñoso saludo se suscribe su att. amiga de siempre Laury
[La mentira es dúctil y plástica sobre la verdad. La verdad está llamada
a desaparecer con el tiempo. Anatole France]

De
BRANDY COCKTAIL2
Hilda Mundi
[Oruro, 14 de octubre de 1934]
Señor Director: El avance [de] la mujer en el campo de todas las activi-
dades, la Convención Femenina que se realiza en estos momentos de alta
trascendencia, y todo un cúmulo de razones a mi favor, me han convertido en
el manual de la perfecto cocktailera.
Ahora me propongo ofrecerle este cocktail periodístico. ¿Lo acepta?
— No lo rehuse por favor. Bébalo. Es agradabilísimo. Tiene la gracia de ser
sintético. Este aperitivo no depende de la calidad del vino sino de la ligereza
con que se lo prepara.
Además le invito cubriéndome respetuosamente, sencillamente… cubrién-
dome tras mi modesto seudónimo porque considero que la mala vestida de
Goya fue mil veces más exquisita que aquella otra… del inmortal pintor. ¿Qué
le parece?
Si veo brillar sus ojos al gusto de este Brandy Cocktail podré invitarle dos
veces a la semana para que transmita al público en una transubstanciación de
tinta.
Pero debo advertirle que a esta mi bebida americana le sienta una cua-
dratura perfecta o casi perfecta.
La forma habitual conviene a los artículos sesudos y profundos ejemplo:
“Crónicas de la ciudad”1 en tanto que a la picardía burbujeante y emborra-
chadora de mis líneas le encuadra una dimensión igual por igual.
Un capricho futurista.

2 Hilda Mundi se refiere a la columna que con anterioridad y durante las entregas de
Brandy Cocktail publicaba un tal Arsenio Minaya. El 4 de diciembre de ese mismo año,
Minaya escribe una crónica que titula “Cocktail. A la manera de Hilda”. El 8 de diciembre
de ese mismo año, Hilda Mundi responde con una incisiva y lapidaria columna (cf. 159).

247
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

[Oruro, 21 de octubre de 1934]


Ramón Gómez de la Serna el autor de “Greguerías” nos ofrece un ensa-
yo sobre las bocinas.3
Nada de singular. En estos días en que los motivos de la urbe se explotan
con gracia en el “Poema a un Auto camión” y la “Oda a un Poste Telefónico”.
En cuanto a mi concepto sobre esta bombilla presionable y pese a la
simplicidad de su estructura representa el papel de resguardadora de la Vida.
Sin ella los automóviles silenciosos y trágicos harían uno como nuevo asfalto
de carne humana. Pavoroso.
La bocina ha nacido de la previsión. Su personalidad propia palpita en su
berrido que es como un derrame de notas musicales en la ciudad.
Por ello hay bocinas bellas, feas, obesas, delgadas, armoniosas, suaves,
desagradables, eléctricas, coquetas.
Bocinas que tienen de orden policial en su imperio de invitarnos a acera.
Bocinas con resfrío que necesitarían un bombón de corifina para aclarar
su voz de bronco-pneumónico.
Bocinas respetables que viven su vida en una serie interminable de orgías
y diversiones con mucho de prohibido.
Bocinas que son como el grito de mujer histérica y que exaltan a los
transeúntes neo-sensibles.
Una “Greguería” sobre la bocina dice así: “¿Será a nosotros a quienes
llama esa bocina de automóvil que, parado frente a nuestro portal, dice a
alguien bien distintamente que baje?… Y nosotros que no tenemos ni espera-
mos ningún automóvil, cometemos la torpeza de asomarnos…”.
Bocinas en agonía que piden auxilio al viandante en una gradación de
notas extendidas de sirena.
Y también bocinas que tienen la felicidad en el lomo cuando una gentil
dueña les acaricia dulcemente al avanzar el damero de las cuadras.
Y bocinas que dialogan de amor durante la espera en las puertas de los
teatros.
Y por fin bocinas atroces que vomitan bocinazos bárbaros, las de los
últimos modelos que vemos estos últimos días. Dislocación del sonido que
hiere el tímpano.
Yo creo en el avance de este adminículo hasta hacerse dueño del mundo.
El año X las bocinas merced a un aparato receptor de radio en miniatura, nos
advertirán, no con el tradicional “apártate que te trituro” sino con una noticia
sensacional o el estribillo del tango de moda.

3 El “Ensayo sobre las bocinas” de Gómez de la Serna se publica por primera vez en la
revista argentina Síntesis N° 18, en noviembre de 1928.

248
América del Sur

En víspera de elecciones nos sorprenderán repitiendo el nombre del can-


didato presidencial.

[Oruro, 28 de octubre de 1934]


¡Qué simpática y sugestiva la pareja de enamorados!
No importa sean ambos bellos, feos, blancos o negros.
No importa se saturen de un platonismo absurdo o una pasión perfecta-
mente humana.
¡Son enamorados! Tienen un encanto único: corazones de póker jugando
a la Vida, en un enlace de amor a medio límite.
Adán y Eva en pleno siglo XX antes de saborear la exquisita camuesa.
Donde quiera que los veo despiertan mi admiración. Excepto algunas
veces que me han malhumorado atrozmente cuando iba yo sola, mascullando
mi soledad a degluciones cortas. Entonces ellos sintiéndose dos, han medido
en mí la insignificancia de un trapillo, de cualquiera.
Porque hasta las criaturas más pobres, más flacas, de flacura humilde,
cuando van acompañadas, fuera de resultar deliciosas, se impregnan de alti-
vez, de soberbia, de confianza.
Bella pareja de enamorados que es arrogante, porque todavía su acumu-
lación vital no ha desdoblado en la plenitud de un hijo.
Que es feliz porque el mundo-paraíso es de ellos.
Que es insolente, insolente con una rebeldía diablesca y terrible, y hasta
homicida. No le importa asesinar la inocencia de los ángeles.
Y también –quién lo creyese– tienen ambos, hombre y mujer, un poco de
dioses, es decir de dioses que miran a sus creyentes solitarios con indiferencia
y compasión.
Apenas hago una cuarta conversión y veo… una… dos… tres… cua-
tro… innúmeras… las parejas de enamorados, en el parque, en el café, en el
bar, en la penumbra nochera de las calles obscuras donde dialogan en bajito,
en los portales de las casas marsas. Y siempre, siempre sorbiéndose el alma
por los ojos y siempre con las bocas fraguando besos, besos que son cuños
para cimentar al Amor.
¡Qué simpática y sugestiva la pareja de enamorados!

[Oruro, 1 de noviembre de 1934]


Cubilete de dados: Estación Central de la Suerte y la no-Suerte.
Trenes de marfil que llegan con el misterio de sus puntos negros.
Plenos en el hartazgo de las cenas. Pobres en el encogimiento dentro de
los doses. Y felices, groseramente felices en los ases solitarios.

249
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Alborozo desesperación indiquen ellos, siempre nítidos, destacándose sobre


la espera de ojos impacientes.
¿Comprendéis? Es el juego de los dados en la chacota de un cículo [sic]
jugador. Multiplicidad de emociones prendidas a las aristas. El mito de la Suerte
en el hombre en una como trabazón de carne y alma.
Hace tres noches he visto yo jugar a un periodista: con la misma agilidad
con que engasta las palabras volcaba el cubilete, con la misma firmeza que
ensambla las crónicas revoltijeaba los dados para tirar sobre el tapete llano.
Entonces dije:
Dados Dados Dados.
La era maquinista hará del mundo un encantamiento de hierro.
El hombre acabará por lubrificarse y medir su capacidad de consumo.
Se danzará a la melodía de los bocinazos aletargos y churriguerescos de
aviones musicales que en carrera de velocidad nos harán un cielo obscuro.
Pero los dados siempre incólumes. Siempre en compañía del hombre
disparando las flechas de sus números a los cuatro puntos cardinales.
Siempre el ala de la felicidad con quien juegue a los dados con el control
de una mujer exquisita y la voluptuosidad de un habano en la boda.
Renovación de los cimientos.
Reinado de la Suerte. Cotillón.
Cuando la mujer del siglo tire los dados por la puesta de unos seis novios
simpáticos.

[Oruro, 4 de noviembre de 1934]


Cla-si-fi-ca-ción: –Gemelos Zeiss potentes a través de cuyos cristales
enfoco mi impresión. Captación de Matices. Orden por clases.
¡No sabéis cuánto me encanta clasificar! Y amores, peces, políticos y
mantequillas no se escapan a mis fieros ímpetus de maniática.
Hoy clasifico a los lectores. Y mi clasificación tiene la suavidad de ser
inocente y la aspereza de ser original, algo así como una trama de seda de
cáñamo.
Conozco lectores cotidianos de “calidad inmejorable” que leen su diario
en la mañana de todos los días. Saben que les espera infatigablemente: líneas
de felicitación en Año Nuevo, tristeza de Pierrot en Carnaval, Oración Fúne-
bre en Noviembre 2, y “Tamayo anda Zalles in agitation” en esta época. Pero
sin embargo leen, leen con fruición antes de salir a la calle. Saborean a la par
el desayuno y el periódico.
Lectores de grandes ocasiones. Solamente compran el diario cuando
cumplen años y desean leer en Crónica Social la nota que enviaron a la redac-
ción la víspera.

250
América del Sur

Lectores bárbaros, pues desean horrorosos detalles en la Sección Poli-


ciaria. Crimen, Traición, Suicidios y Adulterio. Y recién el diario para ellos
vale la pena leerlo.
Lectores comerciales que leen solamente los cambios, las salidas de va-
pores y avisos de ocasión.
Lectores de sentido agudizo que por los epígrafes se dan cuenta de lo que
encierran los artículos. Fuerza de hábito e intuición.
Y también lectores de conciencia que compran los diarios a 10 centavos.
Y otros… no de conciencia negra, sino extremadamente económicos que
lo adquieren con el 50% de rebaja a la hora en que se entra el sol.
Y aquellos, de segunda mano.
Los verdaderos abonados son el arrendero o el vecino.
Y por fin: lectores en general, ingratos, se renuevan diariamente en el
cubo del dobliú-si [sic]. Y solo un Lector modelo, un lector fiel y amable que
eres TÚ…

[Oruro, 8 de noviembre de 1934]


¿Estás de buen humor monino lector? ¿Sonríes? ¿Cantas? ¿La franque-
za de la risa toca en el teclado de tus dientes? Me conviene saber los detalles
de tu carácter. Así podré exactamente acomodarte un tema de charla. Me
dices que si en la retina de tus ojos. Bien. Antes te invitaré un cigarrillo. Aquí
tienes. Manufactura Nacional Iron Duke. Por deferencia voy a acompañar-
te, pero no como esas chiquillas que fuman por moda y con gracia, para hacer
luego feísimos gestos de desagrado tras la cartera… No. Yo prendo el acicate
del vicio con el fósforo.
Y canto al cigarrillo que enseña a la humanidad a ser generosa, fíjate
cómo nos deifica con su diadema de humo mientras él se consume y muere.
Por límites de tabaco se encuentran demarcadas las horas trascendenta-
les del hombre.
En la catástrofe de tu advenimiento, tu padre para atenuar tu nerviosidad
dolorosa y su inquietud fumaba un cigarrillo. Su primer beso a ti tuvo el olor
acre y fuerte de una marca de moda hace 25 años.
Después, infantil y rollizo tú también fumabas, fumabas la golosidad de
unos cigarros de menta.
Cuando la adolescencia te arrancó de esta época abriéndote sus puertas
comenzaste a vivirla en el primer cigarrillo auténtico. Bautizo de tu varonía
cabal.
Ya joven y conquistador a cualquier hora, a cualquier minuto, cuando te
veías cohibido y ridículo ante un avance de mujeres pícaras, está aguardándo-
te la cigarrera fiel para darte personalidad, elegancia, desenfado.

251
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Luego cuando te acercaste trémulo a la mujer amada. Y la intensidad de


tu amor te paralizaba la palabra. Solo un cigarrillo disimuló tu emoción.
El día de tu boda, atolondrado por las burbujas de champaña te acogiste
con amigos a la penumbra del fumador, eternizando tu dicha en humo azul.
Y así, en toda la medida de tu júbilo y tu desengaño siempre una boquilla
dorada y suave sobre tus labios cantándote la canción feliz.
Y quién sabe, cuando la vida se te escurra como agua de entre el hueco
de las manos, un cigarrillo, antojo postrero, te de su paz y su alma geométrica
en espirales de humo?
¿Qué dices? En la unión del hombre y el cigarrillo vive el poema del sauz
y la enredadera.

[Oruro, 18 de noviembre de 1934] 4


Lector: ¿Alguna vez has estrenado tu imaginación en ideaciones retroes-
pectativas? ¿Has sentido el gusto de edificar a tu arbitrio hechos históricos,
fragmentos de humanidad, vida de hace siglos?
Una contestación negativa me demuestra que no sabes vivir. Enmarcas
tu visión a la vida actual que es pobre e imposible de obsequiarnos sensacio-
nes grandes y auténticas.
El mundo de hoy es una almendra cuyo corazón exquisito saborearon
nuestros antepasados dejando para nosotros apenas la sequedad de la cásca-
ra.
Y para vivir de un modo “múltiple” basta afinar desmesuradamente la
fantasía en discretas pausas y vivir en la vida de hace miles de años.
Piensa cómo mi sensibilidad moderna no concibe la creación del mundo
sino en un match de foot-ball, habría podido decir de golf, pero siguiendo mis
aficiones deportistas, prefiero elegir aquel como sport original —original en el
sentido de dar origen.
Imagino al Creador como una complexión robusta y perfecta de atleta,
aunque el culto ha creado para sí, uno más propicio para la religión del espíritu:
Incorpóreo y Divino.
El Sumo Hacedor en una actitud que pregonaba ensayo de mucho tiempo
daría la patada inicial del match espectacular.
Y en un juego movido de cabriolas, con un directo “shootazo” colocaría
al sol, balón de luz, al goal del cielo. Y como el contendor incógnito se durmie-
ra en un empuje haría rodar veloz por el espacio la luna, pelota ocre de cuero
fino, y así, estrellas, seres, cosas, astros en la infracción del outside agitarían-
se en la cancha del universo.
4 Una versión de este texto, con algunas variantes, se publica en Pirotecnia (1936).

252
América del Sur

Pudo ser que la extrema simplificación del juego en ese tiempo libre de
cronología y reloj, hiciera de él algo monótono.
El vario movimiento del match duró seis días.
Con el ímpetu gastado en la formación del mundo, fatigado y débil, des-
pués de batir el record de resistencia, se puso a descansar sencillamente en el
lomo rugoso de una montaña.
¿Me agradeces, hermano lector? He diseñado para ti un gráfico singular
de la Génesis.

[Oruro, 25 de noviembre de 1934]


Invité a mi amigo una bebida americana de mi especialidad, que tenía en
su color la metáfora de topacios diluidos y en su gusto la voluptuosidad del
blue. Lo saboreó len-ta-men-te. Dejó la brillantez del fino cristal, vacío. Y de
súbito se mareó, se ofuscó su cerebro como la pintura al pastel a la caricia del
fumino [sic]. Entonces comenzó a narrarme una “absurdidad”.
“Ye-Zeta era un pueblo oriental floreciente, una jauja moderna y muy
mercantil. De repente paralizó su avance. Sintió los estertores de una crisis
económica y la argolla de ambición de los pueblos vecinos. Una hecatombe
irremediable. Pero como su organización social tenía el entronque de una
doctrina libre y muy extraña hizo un mentis a los postulados de la civilización
y a las responsabilidades históricas: El Gobernador de Ye-Zeta asombró al
mundo con un sencillo aviso de remate. El territorio se ofrecía en pública
subasta al mejor postor. Como era productivo y fértil todas las potencias eco-
nómicas prepararon sus millones. Y el día trascendental Yanquilandia se adju-
dicó legalmente por la friolera de una fabulosa suma. El producto del remate
fue repartido entre los habitantes. En la relatividad del número de estos y el
total de los Kms. Tocó a cada uno una gran fortuna.
Luego los cables funcionaban veloces, se pedían de Ye-Zeta zepelines,
aviones, expresos para salir, unos fuéronse a invernar a la Costa Azul, los
creyentes del juego volaron a Monte Carlo, los románticos refugiáronse en la
turbia ciudad de los canales y la gente vulgar, siempre, ávida de un viaje de
turismo, cargó a la rutina en busca de placeres hacia Paris, la ciudad Luz…
La voz se hizo velada… suave… calló… Mi amigo había resbalado sua-
vemente como un girón de seda hacia la alfombra en su sueño de fuerte
borrachera.

[Oruro, 27 de noviembre de 1934]


“La guerra sanea las costumbres” dijo alguien considerando que precisa-
mente aun en los grandes males el optimismo saca siquiera una pequeña dosis
de provecho.

253
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Nietzsche luminoso en sus palabras, nos insinúa que un caos es necesario


para que nazca una estrella.
Hoy nosotros vivimos en la plenitud de ese caos.
Y la guerra enfocada desde un punto de vista intelectual es un viento de
renovación.
La renovación que hace simiente en la modificación de las sensibilidades.
Hombres que han sufrido la dureza inhóspita de una lejana región de
combate.
Hombres que han dormido sobre cadáveres de hermanos y amigos como
en blandas haces de heno.
Hombres que han vuelto de las líneas de fuego, hecho pedazos el cuerpo
y ennoblecido el espíritu y el carácter no pueden sentir lo mismo que sintieron
los de la otra generación perdida en la ramazón de una vida vulgar.
Imposible.
La facultad creadora de todos ellos revivirá en una corriente intelectual
nueva: savia virgen que nos ofrendará la eclosión de sus brotes fecundos.
Nacida al contacto del fuego la literatura será recia, como el espectáculo
de mil fuerzas desencadenadas en ímpetu magnífico.
Y como esta tragedia de la guerra vive solo en nosotros la creación de
esta obra nueva, no tendrá el sabor de los residuos que llegan a través de los
mares, no será netamente “bolivianista” y absolutamente nuestra.

[Oruro, 29 de noviembre de 1934]


Las mujeres poseemos un don sutil y exquisito para apreciar la Belleza.
Demás de ello también insobornable y desinteresado. En nuestras apre-
ciaciones estéticas no entra en nada el deseo de la posesión.
Y disponiendo de esta entera libertad, la única expansión sincera es la
que nos causa la vista de un objeto bello.
Verdad que la mayoría de nosotras tenemos la viciosa manía de exagerar
al admirarlas. Nos disculpa nuestro entusiasmo.
Por esta asignación de dotes estéticos a nuestro fondo psicológico ve-
mos:
Ojos soñadores en el chiquillo desgarbado que nos trae los diarios.
Perfil atrayente en el carbonero de la esquina.
Cejas finas y perfiladas en el hombre cargador de los mercados.
Boca bien dibujada en el tendero rojizo y gordinflón.
Es el detalle hermoso que solo nosotras podemos encontrar en el embro-
llo de grandes imperfecciones.
Y por esta nuestra disposición tan sensible a la belleza, por esta nuestra
persecución continua de las líneas simpáticas, desde cuando escogemos un

254
América del Sur

bibelot en un bazar hasta cuando nos imaginamos el tipo ideal de un novio,


creo mudanzas desfavorables el día que nos conceda el derecho a sufragio:
Las cámaras rebozarán de beldades masculinas rivalizantes con Navarro,
Cortéz o Moreno…

[Oruro, 2 de diciembre de 1934] 5


En la zarabanda de mis ideas extravagantes hay una que me preocupa
más que las otras, una que me sume en meditaciones científicas: el peso de las
palabras.
Yo creo que el día en que la ciencia nos demuestre por fórmulas algebrai-
cas la rapidez del pensamiento y en químicas la fusión de las neuronas cere-
brales, otras en periodo de perfección nos ofrecerán una Ley de peso para
cláusulas.
¡Qué minúsculas, qué sutiles serán las pesitas!
¡Qué desafío de Síntesis se ventilará en el ambiente!
Porque al contrario de lo que ocurre actualmente, el trabajo que pese
menos adquirirá más valor y se identificará íntegro con la aceptación “mundo-
novista”.
Transijo con el descubrimiento. La extensión infinita de algunos artículos
fuera de cansar la atención, adormecen o matan. Las cláusulas largas vacia-
das en plomo nos llevan al fondo mientras la dialéctica que enfila a frases
cortas nos conservan a flote.
Sólo en política es justificable la generosidad de miles de palabras porque
el estilo del gran político quiere adentrarse por todas facetas del carácter del
lector, lo asedia, lo adula, lo convence y por último le aplasta la razón con tanto
desborde. Aceptable.
Esta es la razón por la que deseo tener en el aprendizaje de mis artículos
la liviandad de una pluma y usurpar al lector la medida límite de sesenta se-
gundos…

5 Una versión de este texto, con algunas variantes, se publica en Pirotecnia (1936).

255
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Yolanda Bedregal (1916-1999)

Poeta, ensayista y diplomática. Estudió estética en la Universidad de


Columbia, N.Y. Presidenta y fundadora de la Unión Nacional de Poe-
tas. Miembro de número de la Academia boliviana de la lengua. Inte-
grante del Comité boliviano por la paz y la democracia.
Entre sus publicaciones están: Naufragio (1936), Bajo el Oscuro
Sol (1971), Antología de la poesía boliviana (1977) Obras com-
pletas (5 tomos, 2009). Artículos y ensayos sobre literatura, arte,
pedagogía, religión, mitos, folklore, artesanía aimara y quechua, y li-
teratura infantil en revistas y periódicos.
El Estado boliviano instituyó, como homenaje a la escritoria, el Pre-
mio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal” el año 2000, que se con-
voca cada año desde entonces.

La ciudad más inverosímil del mundo: La Paz 1


Como quiera que uno llegue a La Paz, ya sea en avión, tren o en auto –
después de haber alcanzado el altiplano que se extiende entre los brazos abiertos
de las dos cordilleras de los Andes–, parece que el gris plateado que se pierde
en el horizonte no acabara nunca.
Pero súbitamente aquí, a 4.000 metros de altura, el viajero se topa con el
borde de una profunda hoyada en cuyas laderas parece haberse pegado una
ciudad que ha anidado en ella. Una topografía inverosímil, se piensa. Una
sensación real.
El paisaje grispardo va volviéndose multicolor: blancas las cumbres neva-
das que lo rodean, ocres, rojizos, lilas los cerros interrumpidos por las man-
chas verdes de los eucaliptos, plateados o color ladrillo los techos, amarillas,
celestes, rosadas, violetas o anaranjadas las construcciones. Casas sencillas o
lujosas en estilo autóctono, otras de tipo colonial o moderno parecen haber
sido lanzadas al azar como dados salidos de un cubilete a diestra y siniestra, a
ambos lados de las empinadas calles que van escalando impávidas o se desli-
zan burlándose de toda norma de diseño urbano.
Si La Paz es multicolor de día, de noche brilla y reluce como nido de
luciérnagas. La Paz cambia su rostro a cada hora. No es como ninguna otra
ciudad, si bien a veces recuerda a sus hermanas Quito o Cuzco, que le son

1 Publicado en el Tomo II de Ensayo, Obra Completa de Yolanda Bedregal. Plural Editores.


La Paz, mayo de 2009. P. 333-338. Los dos tomos de Ensayo I y Ensayo II incluyen
toda la ensayística de la escritora paceña. Más de mil páginas editadas por Virginia
Ayllón, quien es además la responsable del estudio introductorio y las notas.

256
América del Sur

parecidas en lo que toca a la historia, la tradición y la topografía. Aquí no hay


ni fríos ni calores extremos, aunque parecen alternarse las cuatro estaciones
en un solo día. Cuando llueve, el agua baja corriendo por las calles, pero se
evapora pronto por la sequedad del aire. No hay día sin siquiera algo de sol.
El invierno con su radiante cielo azul, es la mejor época para venir de
visita. La bienvenida la da el nevado más bello de los Andes, el Illimani. La
transparencia del aire y el contraste con el profundo azul del cielo nos dan la
impresión de que con solo estirar la mano se puede tocar las tres cimas de
casi 7.000 metros.
La ciudad se extiende como le viene en gana. Ya a primera vista se nota
que La Paz no fue construida con escuadra; la ciudad se encarama y desliza
por doquier a su gusto y antojo. Sólo dos anchas y largas avenidas tratan de
poner orden y concierto en el barullo de las calles y callejuelas que suben y
bajan y que apenas pueden digerir el intenso tráfico. Quizá es lo típico en una
ciudad que ha crecido de forma natural –como en los países latinoamerica-
nos– en que recién se empieza a pensar en una planificación urbana cuando la
ciudad ya se ha trepado a los cerros y la hondonada no permite extenderse
más allá.
La Paz es una ciudad autóctona, mestiza y cosmopolita, antigua y moder-
na a un tiempo. Su nombre originario, Chuquiago, significa lecho de oro y
también sembradío de papa.
Cuando los colonizadores llegaron a esta altipampa que llamaron el Alto
Perú, se asentaron aquí atraídos por las riquezas naturales y la belleza del
paisaje, convencidos de lo propicio y estratégico del lugar en el que se cruza-
ban caminos que unían puntos claves tan importantes como Lima y Potosí.
Carlos V otorgó a la comarca el escudo con el lema “noble, valiente y
fiel”. Noble es la ciudad, generosa y acogedora. También valiente: se vive en
una quebrada rodeada de peñas y los cronistas relatan acerca de enconadas
luchas. Fiel, por último, es La Paz a su tradición y sus ideales; es por esta
misma razón que sus habitantes se rebelan frente a la injusticia. En La Paz
tuvieron lugar los primeros y más importantes levantamientos indígenas con-
tra la dominación española en Sudamérica. En La Paz estallaron innumera-
bles revoluciones contra jefes militares y tiranos. Por ello se denomina a La
Paz “cuna de libertad y tumba de tiranos”.

¿Estaba el bíblico edén en los alrededores de La Paz?


No importa dónde se hospede en La Paz, en un hotel de lujo o en una
pensión familiar, si paga por pernoctar tres dólares o cincuenta, usted será
bien recibido. Pero no espere grandes muestras de cortesía. El paceño, el
habitante de La Paz, es más bien reservado y parco, pero es honesto, genero-

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

so y hospitalario. Él intentará ayudarlo y entender su incipiente castellano.


Aquí se habla un castellano bastante claro y correcto, y no demasiado rápido.
No hay un dejo muy marcado como es el caso en Santa Cruz, donde a veces
se aspira la “s” final. El idioma originario de La Paz es el aymara, un idioma
sonoro y lleno de inflexiones y matices que se hablaba ya antes del imperio
incaico. El erudito boliviano Emeterio Villamil de Rada sostenía en el siglo
pasado, en su libro La Lengua de Adán, que el paraíso terrenal habría estado
situado cerca de La Paz, en Sorata, a los pies del imponente nevado Illampu y
que el idioma primigenio de la humanidad habría sido el aymara. Él fundamen-
ta su tesis comparando palabras aymaras con las de los idiomas más antiguos.

Aquí viven indios, mestizos y blancos


Indios, cholos, blancos –clasificación más bien cultural que étnica– com-
ponen los casi 600.000 habitantes de La Paz. Aquí no hay por suerte ningún
tipo de prejuicios raciales.
Aquí viven los indios, un grupo étnico que no se mezcló y, si lo hizo, no fue
en gran medida. Cholos, mezcla de nativos con españoles o mestizos, y “blan-
cos” o criollos que tienen menos sangre indígena y están impregnados de la
cultura occidental. Se puede reconocer cada uno de estos tres grupos gracias
a una serie de matices que los identifican, tales como la manera de hablar o de
vestirse. Esto es lo que lleva a la diferenciación de clases sociales que dan a
cada barrio su sello peculiar.
La antigua cultura kolla-aymara (el imperio incaico estaba compuesto
por cuatro regiones, de las cuales una era el Kollasuyo) está profundamente
enraizada y es un poderoso substrato de la personalidad del paceño.
El indígena, el indio que representa el setenta por ciento de la población
conserva el auténtico sello de su cultura y tradición. Tanto en su aspecto físico
como espiritual tiene más de asiático que de occidental: piel cobriza, ojos
rasgados, pómulos prominentes, cabello negro hirsuto, lampiño, de constitu-
ción pequeña, con la mancha mongólica en la baja espalda, de actitud solemne
y ceremoniosa. En lo que se refiere a su manera de ser es meditativo, intro-
vertido y misterioso. No ha asimilado la religión cristiana; él la ha incorporado
a su culto al Sol y a sus dioses con más superstición que fe. Aún hoy sigue
haciendo sus ofrendas a la Pachamama, la madre tierra. Cuando un indio
come o bebe, siembra o construye, si su camino lo lleva por un cerro, un río o
un sitio sagrado, cumple siempre con un ritual propio para cada ocasión. Un
ejemplo de ello, visible para cualquier extranjero, son las llamadas apachetas,
promontorios de piedras a la vera de los caminos donde el viajero solía des-
cansar para recuperar fuerzas y seguridad para su travesía añadiendo una
piedra o dejando un objeto de escaso valor como un pedacito de tela deshila-
chada, hojas de coca o un puñado de paja brava.

258
América del Sur

El cholo se atiene menos a estas costumbres, pero las fiestas cristianas


las celebra muy a su manera; concede poder casi fetichista a las imágenes de
los santos, adorándolas en ostentosas fiestas paganas. Estos presteríos suelen
costar verdaderas fortunas. El fruto del trabajo de años de años se “bota por
la ventana” en una semana…
El blanco es católico sin pechoñería y su estilo de vida no difiere mayor-
mente de los habitantes de las otras capitales sudamericanas.
Un juego de colores sin igual brinda la vestimenta de la elegante chola
(mujer mestiza) con sus amplias polleras, mantas bordadas con flecos de seda
y su sombrero borsalino, llevando en su espalda a su bebé, su guagua, envuel-
ta en un aguayo tejido con los brillantes colores del arco iris.

No se pierda los mercados


Dominan la imagen de los mercados que no deben dejar de verse: pro-
ductos de las diferentes regiones, apilados formando pirámides encima de una
especie de podios. En medio de toda esta oferta, sentadas como en un trono,
están las vendedoras, cholas que inspiran respeto e inducen a comprar, exhi-
biendo varios anillos en los dedos, aretes, prendedores de oro con piedras
preciosas.
¡Y el mercado negro en la parte alta de la ciudad! Calles y calles en que
se vende de todo: baratijas, ropa interior, trajes de todo tipo, zapatos, cristale-
ría, perfumes, artículos de tocador, juguetes extranjeros (en gran parte de
contrabando) se ofrecen extendidos en el suelo de las aceras, en quioscos o
bajo primitivos toldos. Tumulto de gente de toda clase y origen. Gente que
regatea, se prueba alguna prenda, escucha un disco, examina la marca de los
relojes o saborea un picante, salteñas, empanadas, chicharrón u otras comidas
en locales o las compras simplemente de las vendedoras ambulantes.
Un poco más arriba un cuadro diferente: el mercado chino. Aquí se en-
cuentra aparatos eléctricos y máquinas en las atestadas compraventas aten-
didas por comerciantes cholos, sus mujeres y hasta sus mocosos.
Además está en este barrio el t’anta-khatu, donde hay ropa, botellas,
fuentes, repuestos. Si le roban alguna pieza de su auto puede ser que la en-
cuentre en este sitio. No lejos de aquí se encuentran los talleres de bordadores
y mascareros que elaboran los atuendos y disfraces para las fiestas nativas.
Desde la entrada cuelgan chaquetas, pectorales, capas, pantalones de seda,
terciopelo, brocado, adornados con pedrería, lentejuelas y bordados con hilos
de oro y plata. Se puede elegir entre las más diversas máscaras de yeso. Las
más hermosas son las de diablo: cuernos enroscados, labios extremadamente
prominentes, narices angulosas, ojos de vidrio, rostros por los que reptan sa-
pos, culebras y lagartijas…

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Luego hay que dirigirse al mercado de brujería, en los vericuetos de una


antigua calleja empedrada, allí se ofrece, acomodados sobre pequeñas mesas,
amuletos para el amor, plomo para derretir en figuritas, hierbas mágicas, fetos
de llama y oveja, confites de color, estrellas de mar, incienso, brebajes mági-
cos, entrañas de animales, semillas de todo tipo. Para exigencias “más norma-
les” hay también tiendas de artesanía en plata, cobre, estaño, madera, tejidos,
cerámica, charangos (pequeñas mandolinas hechas de armadillo) guitarras,
tambores y una variedad de flautas: zampoñas, pinkillos y quenas.

Dos de cada tres habitantes están subalimentados


Al bajar se puede ver la iglesia de San Francisco con sus valiosos tallados
en piedra en estilo barroco-mestizo, el claustro con sus cruceros del siglo
XVII y el Museo Franciscano; a continuación la plaza Alonso de Mendoza, en
la que se encuentra el monumento al fundador de la ciudad y la iglesia parro-
quial por donde deambulan fotógrafos con sus trípodes y sus anticuadas cá-
maras cubiertas con paños negros. Es una lástima que la modernización haya
transformado en tiendas casas antiguas con techos de teja desigual y que las
viejas calles adoquinadas se hayan convertido en terminales de buses (flotas).
Y, a propósito, la palabra flota para empresas de transporte en todo el país es
una muestra de cuán grande es la nostalgia de Bolivia por el mar…
En uno que otro barrio se ven filas de casitas sencillas, todas iguales en
las que viven empleados humildes, obreros. Las viviendas de los pobres ape-
nas si tienen inodoro y la bomba de agua potable más cercana está a varias
cuadras de distancia. Los niños juegan en la calle de tierra apisonada; felices
pero subalimentados. Realmente es así. Dos tercios de la población no obtie-
ne en su alimentación ni siquiera la cantidad mínima de calorías. En el pobre
Tercer Mundo, tan rico en materias primas los gastos militares se tragan enor-
mes cantidades de dinero que alcanzaría de manera más que suficiente para
alimentar a la población. Y eso que no estamos hablando de los hijos de los
mineros, ese es otro cantar, para cantar llorando. Las minas de La Paz no se
encuentran en la circunscripción misma de la ciudad, como es el caso de
Potosí u Oruro, por lo que habrá que salir de excursión para visitarlas.

El paceño no canta
Si bien los niños son alegres, el paceño tiene una naturaleza diferente; no
canta. Para hacerlo, tiene que haber bebido alcohol y, cuando lo hace, en
general protesta más que canta al son del charango o la guitarra. A menudo la
borrachera termina en gresca y en la comisaría más próxima.
Prácticamente no hay grandes distancias; en veinte minutos se llega casi
a cualquier parte desde la plaza principal. La plaza Murillo, con su aleteo de
palomas, es el lugar donde se reúnen los viejos a leer el periódico y comentar
los acontecimientos políticos. Alrededor de esta plaza se encuentra el Palacio

260
América del Sur

de Gobierno, el Palacio Legislativo, la Cancillería, la Prefectura, la Catedral y


el Museo Nacional de Arte.
Vale la pena ir caminando o en auto a Miraflores, aunque sólo sea por la
vista que ofrece la ciudad. Esta era una región de pequeños agricultores con
sembradíos de maíz y guindales, y hoy es la parte de la ciudad que alberga
complejos deportivos como el estadio, los grandes hospitales públicos, talleres
automotrices, farmacias, cines y cuarteles.
Al abandonar Miraflores se tiene una vista panorámica de los edificios de
la ciudad, cuyas siluetas se levantan tras una ladera que conduce al Teatro al
Aire Libre a los pies de la Universidad.
Ahora nos encontramos cerca del Paseo de El Prado, con su fuente de
agua, árboles ornamentales y flores, así como los monumentos al Libertador
Bolívar y a Colón, el Descubridor.
A ambos lados de la avenida hay hoteles, agencias de turismo, tiendas,
restaurantes. A la altura del monumento a Sucre, el otro héroe de la libertad
americana, comienza el barrio de Sopocachi con sus parques íntimos, chalets,
jardines con rosales especialmente hermosos, colegios, tiendas elegantes y un
maravilloso Montículo desde donde se tiene una vista panorámica de la ciudad
rodeada de colinas que se levantan ante un telón de fondo de rocas y farallo-
nes.
Si lo que se quiere son tres grados más de calor se sigue la avenida
asfaltada hasta Obrajes, Calacoto, Irpavi, La Florida. El camino es bonito y
variado. Bordeando el río Choqueyapu se ve a una de sus orillas casas seño-
riales, embajadas, ministerios, clínicas de lujo, pequeños parques y, a la otra,
enormes rocas cubiertas con malla metálica para evitar el deslizamiento de
las piedras. En Irpavi y La Florida hay clubes y colegios exclusivos, canchas
deportivas, autos lujosos y mansiones. Allí viven los gringos (extranjeros que
no son españoles) empresarios, expertos, políticos y nuevos ricos.

Quien te conoce, no olvida jamás


Alegres como sus hijos, así juegan los pobres en los barrios de la clase
media baja: Chijini, Villa Victoria, Vino Tinto, Villa Fátima, donde las flores
crecen en macetas rotas y hay uno que otro escuálido arbusto de kantuta. Allí
no van los niños a colegios particulares con piscina, sino a escuelitas con los
vidrios rotos.
Los paceños, los habitantes de La Paz van al cine, al teatro, a exposicio-
nes y conferencias, al circo, a recepciones, a las iglesias.
Ciertamente, no sólo “gozando” de las ventajas de la vida moderna, sino
también llevando consigo todos sus miedos, preocupaciones, penas y triste-
zas. Pero viven, trabajan, hacen huelga y se alegran de vivir en La Paz y no
cambiarían su ciudad por ninguna otra. Cantan la canción popular: “Oh, linda
La Paz, quien te conoce no te olvida jamás”.

261
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Silvia Rivera Cusicanqui (1949)

Socióloga e historiadora aymara, y una de las principales teóricas del


pensamiento postcolonial en América Latina.
Enter su publicaciones se cuentan: Oppressed But Not Defeated:
Peasant Struggles Among the Aymara and Quechua in Bolivia,
1900-1980 (Oprimidos pero no Derrotados: la Lucha Campesi-
na Entre los Aimaras y Quechuas en Bolivia) (1984), Los artesa-
nos libertarios y la ética del trabajo (1988). En coautoría con
ZULEMA LEHM, La Mujer andina en la historia (1990), en coauto-
ría con RAMÓN CONDE, FELIPE SANTOS Ayllus y proyectos de desa-
rrollo en el Norte de Potosí. Serie ¿Cuál desarrollo? (1992), Bir-
cholas: trabajo de mujeres: explotación capitalista o opresión
colonial entre las migrantes aymaras de La Paz y El Alt. (2002),
Las fronteras de la coca: epistemologías coloniales y circuitos
alternativos de la hoja de coca: el caso de la frontera boliviano-
argentina (2003), Pueblos originarios y estado. Vol. 2 de Gestión
pública intercultural, (2008), Violencia (re)encubiertas en Bolivia
(2012)

Descolonizar el género1
¿Nos podremos descolonizar indios y mujeres con esa caricatura de la
conducta de los opresores? ¿Será posible hacerlo a través de artificios buro-
cráticos o de las artes de la palabra, en la que también estaremos condenados
a imitarlos? ¿Se podrá descolonizar Bolivia si otros son quienes elucubran,
cocinan y nos dictan los contenidos de la Constituyente, si no podemos ejercer
en la práctica, una nueva forma de comunicación y de conducta, una ética del
pachakuti?
En la comunidad de Manasutiyux en los Yungas de Apolobamba, un asen-
tamiento que data de hace dos décadas, con sólo 50 habitantes, el 75 por
ciento son varones y el 25 mujeres. Allí se ha dado en años recientes una
situación curiosa: las mujeres han tomado el poder, y una de ellas tiene un
control casi total de la vida orgánica del Sindicato. En Manasutiyux habitan
cinco madres de familia, pero sólo dos tienen compañero. Una de ellas es la
esposa del Secretario General. Tiene un solo hijo y no puede tener más, tal vez
por ello goza de más tiempo libre y lo dedica a la política. Se crió como la

1 Sacado de Otra América. De sur a norte. Sección Opinión, Miradas, 26 de noviembre de


2011

262
América del Sur

única mujer en una familia de seis hermanos, quizás por eso se defiende del
mundo masculino con más fiereza. En la comunidad, ella es la única que ha
cambiado, de pollera a vestido.
Hace algunos años, intentó tomar el poder en la comunidad, y lo logró
asumiendo el control de las decisiones en el Sindicato. El mecanismo fue
sencillo: se apropió del sello, el libro de actas, y la caja de recaudaciones. No
hay decisión que pueda aprobarse sin su venia, y ha logrado intimidar a la
comunidad para evitar la crítica. Mientras su esposo se ocupa de las chacras
y las formalidades de su cargo, ella se ausenta con el dinero de las cuotas, y
realiza en la capital provincial o en la ciudad, negocios personales de variado
calibre.
¿Es esta una mujer liberada, un prototipo de feminista práctica, de ague-
rrida luchadora del género oprimido? No lo creo. En ella, como en el indio
aculturado hay un ser colonizado por el otro, por el dominador. El indio coloni-
zado tiene vergüenza de su origen e imita la prepotencia del q”ara , se vuelve
llunk”u de los poderosos y solapado para engañar a los suyos.
El indio y la mujer colonizad@s tienen conductas contradictorias: descar-
gan en su compañera o en sus hijos las iras de su frustración como personas
sexuadas y como ciudadan@s. Tanto en la poderosa dirigente de Manasuti-
yux, como en el indio desleal a los valores y normas éticas de su colectividad,
anidan un ser profundamente desgraciado, que ha internalizado las formas de
dominación del enemigo. En el fondo, ambos sufren de un severo malestar
moral, que surge de su enemistad consigo mismos. El haber internalizado al
otro –al macho, al jefe; al q”ara , al “decente”– como modelo de conducta,
equivale a admitir que son inferiores. Se esfuerzan entonces por parecerse al
enemigo, por aprender sus mañas y usufructuar sus privilegios. Similares per-
sonajes, en la ciudad, suelen encubrirse con una retórica de derechos étnicos,
derechos femeninos y hasta de posturas anticoloniales. Pero en el caso de la
dirigente de nuestra historia, ella se encubre de un modo más prosaico. Con la
sola fuerza de su personalidad para dominar al mini- estado de Manasutiyux,
en lo más remoto de los Yungas de Apolobamba.
¿Nos podremos descolonizar indios y mujeres con esa caricatura de la
conducta de los opresores? ¿Será posible hacerlo a través de artificios buro-
cráticos o de las artes de la palabra, en la que también estaremos condenados
a imitarlos? ¿Se podrá descolonizar Bolivia si otros son quienes elucubran,
cocinan y nos dictan los contenidos de la Constituyente, si no podemos ejercer
en la práctica, una nueva forma de comunicación y de conducta, una ética del
pachakuti, en la que la autoridad deje de ser dominación y engaño, y vuelva a
ser servicio a la colectividad?

263
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

No creo que lo logremos, si en los procedimientos, en los discursos, en los


sellos y en los enredos burocráticos, nos refugiamos en la maniobra o la so-
berbia del dominador. No lo lograremos, si en la algarabía de palabras que
será la Constituyente, dejamos de escuchar a las colectividades concretas y
nos volvemos sord@s al susurro nuestro ser más íntimo. En esto, las mujeres
tenemos una enorme responsabilidad. Descolonizar el género no es dar la
vuelta la tortilla. Es recuperar la dignidad de lo femenino y de lo indígena, su
ética de responsabilidad hacia el mundo de los vivos -human@s, animales, la
pacha . De este profundo respeto y humildad frente al mundo -en sus dimen-
siones materiales y sagradas–, emergerá un modo diferente de convivencia y
organización social. Nacerá un poder muy distinto del que ejercen (o creen
ejercer) las y los colonizados.
Y quizás, si le metemos mucho espíritu comunitario a este proceso de
descolonización, podremos al fin derribar las palabras vacías y construir una
nueva ética, un poder que sea de función, no de dominación, capaz de refun-
dar la noción de quienes somos, redefinir nuestra condición, primero como
personas y luego como ciudadan@s libres, habitantes colectivos de un país
descolonizado. ¿Será mucho lo que pedirnos?

264
América del Sur

Jenny Ybarnegaray Ortiz (1956)

Psicóloga social, con estudios de Maestría en Filosofía y Ciencia


Política. Se adscribe críticamente al “proceso de cambio”, milita por
los derechos de las mujeres y se proclama feminista (sin adjetivo).
Algunas de sus publicaciones son: Desafío de las trabajadoras en
este 1 de mayo. Red de boliviana de Mujeres transformando la eco-
nomía (s/f), Feminismo y descolonización (2011)

Feminismo y descolonización 1
Notas para el debate 2
El gobierno boliviano ha incorporado una novedosa Unidad de Despa-
triarcalización a la institucionalidad estatal dependiente del no menos sorpren-
dente Viceministerio de Descolonización. Pero aunque ello representa un avan-
ce hacia mayores posibilidades emancipatorias, este ensayo sostiene que la
relación entre patriarcado y colonialidad es menos lineal de lo que el discurso
oficial deja ver. Y que la idea de que la despatriarcalización es mera conse-
cuencia de la descolonización –como se desprende de ciertos textos guberna-
mentales– puede limitar las posibilidades abiertas por la nueva Constitución.
Vivimos tiempos de “des” y de “antis”. Pese a que en gran parte de
América Latina estamos transitando procesos de cambio político y social, aún
no parece perfilarse una teoría o un discurso con nombre propio que dirija la
práctica política hacia algún propósito común. Ello ocurre no solo en Bolivia
sino en el resto del mundo, donde los movimientos sociales manifiestan su
“indignación” frente a sinnúmero de motivos –con justas razones– e incluso
se proclaman antineoliberales, antiimperialistas, antiautoritarios e incluso anti-
capitalistas, y un largo etcétera.
En Bolivia, al asumir la Presidencia Evo Morales en 2006, se inició un
periodo con numerosas promesas de cambios profundos para el pueblo boli-
viano, en el marco de la llamada “revolución democrática y cultural”.

1 Este texto se enmarca en una investigación elaborada por la autora para el ciclo de
conversatorios: “¿Cuánto hemos avanzado las mujeres? Logros, dilemas y desafíos
hacia el proceso de despatriarcalización”, bajo el auspicio del Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Coordinadora de la Mujer, Bolivia, en junio de
2011.
2 Umbrales de América del Sur. Abril de 2011 – Julio de 2011. Buenos Aires Nº12.
Umbrales de América del Sur es una publicación del Centro de Estudios Políticos,
Económicos y Sociales (Cepes), Bartolomé Mitre 1895 EP 1, C1039AAA Buenos
Aires, Argentina. Correo electrónico: umbrales@cepes.org.ar

265
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Bajo este nuevo clima de época se planteó el ambicioso objetivo de mo-


dificar la estructura del Estado desde los cimientos para construir una socie-
dad sin excluidos ni excluidas, con ciudadanía plena para todos y todas, parti-
cularmente para los pueblos indígenas, originarios y campesinos, con el fin de
revertir las condiciones de exclusión, negación y subordinación a las que fue-
ron sometidos desde la invasión colonial. La gestión gubernamental quedó
marcada así por dos tareas gigantescas: la “descolonización” del Estado boli-
viano –a través de la Asamblea Constituyente– y la reversión de los efectos
del neoliberalismo mediante la “recuperación” de los recursos naturales, en
especial mediante la nacionalización de los hidrocarburos, decretada el 1 de
mayo de 2006. Pero el proceso de “refundación” de Bolivia incluyó en su
agenda un objetivo novedoso, y no menos ambicioso que los anteriores: la
“despatriarcalización”, para la cual se creó la Unidad de Despatriarcalización
en el marco del Viceministerio de Descolonización puesto en marcha durante
el gobierno de Morales.
Todavía no se sabe a ciencia cierta de qué trata en concreto la despa-
triarcalización tal como se la entiende desde el gobierno, pero queda claro que
se articula con el ideario “des” aplicado a muchas otras cosas: desandar la
historia nacional, deconstruir discursos, deshabitar un pasado que se presenta
en cada calle, en cada esquina, en cada chacra donde moramos y desde
donde proyectamos nuestras vidas. Por ello, cuando se trata de dar contenido
y proyección a la propuesta de despatriarcalización, nada más pertinente que
aproximarnos al concepto de patriarcado para entender sus horizontes de
sentido.

• Acerca del patriarcado


Actualmente, el patriarcado forma parte de la estructura de poder en
todas las sociedades del planeta aunque, por cierto, no se expresa de la misma
manera en todas las culturas. Quizás por el hecho de que la cultura occidental
se ha expandido por todo el orbe a través de diversos procesos más o menos
violentos (entre ellos, el de colonización), se encuentran en su tradición más
antigua los sentidos y significados del patriarcado, lo que no implica que allá
donde llegó no haya encontrado un ambiente propicio para arraigarse de for-
ma definitiva.
La tradición aristotélica que “naturaliza” 3 el predominio masculino y que
se imprime en el ámbito doméstico se sigue sosteniendo hasta nuestros días y
con matices diferentes, pero hoy se expresa más en el ámbito simbólico y
consuetudinario de las relaciones entre mujeres y hombres que en las normas
3 Aristóteles: Política, libro I, cap. IV.

266
América del Sur

jurídicas impuestas y consentidas de la sujeción. En cambio, la consideración


del origen “natural” de la capacidad de mando de los hombres, que se extien-
de también al ámbito público, viene cediendo al impulso de los movimientos
feministas del mundo entero: en nuestros días las mujeres gozan (al menos en
las normas de las democracias de corte occidental) del estatus de ciudadanas
de pleno derecho.
Aunque se sostiene sobre ese “sentido común” básico –la “natural” pri-
macía masculina–, el patriarcado se resignifica permanentemente. En cada
época y en cada lugar donde se establece adquiere las formas y condiciones
que la sociedad le permite y se expresa en los múltiples sistemas y estructuras
que constituyen una formación social dada: en las relaciones económicas y
sociales, en los sistemas jurídicos, ideológicos y políticos que la sustentan, en
las reglas no escritas de la convivencia humana, en las culturas que la expre-
san.
Ahora bien, cuando se disecciona con cuidado ese sentido “universal”
del predominio masculino, se descubre enseguida que quien lo representa no
es un “hombre cualquiera”. El patriarcado imprime en los hombres un sentido
de masculinidad expresado en mandatos específicos. Un “verdadero hom-
bre” tiene el deber ser del guerrero, del sabio, del proveedor, del protector,
debe tener vocación de poder y portar un falo imponente.
En consecuencia, cuando de relaciones de poder se trata (en el ámbito
público), resulta que no a todos los hombres les está dado ejercerlo; unos
aparecen mejor dotados que otros para asumir tal condición y en la mayoría
de ellos se descubre –al menos en apariencia– a un hombre adulto, hetero-
sexual, económicamente “exitoso”, socialmente dominante y políticamente
poderoso. Esos atributos, que configuran la masculinidad dominante, son pre-
cisamente los que terminan enajenando al ser humano masculino para con-
vertirlo en un patriarca que, aun cuando no alcance la gloria del poder en la
sociedad, tendrá siempre en su propio hogar (en el ámbito privado) el espacio
donde le estará permitido ejercer ese “don natural” al que hacíamos referen-
cia. Ahí, el padre de familia es “por naturaleza” el jefe de familia, aquel por
quien pasan –en última instancia– todas las decisiones, desde las más cotidia-
nas y domésticas hasta las más trascendentales.
El patriarcalismo es, además, adultista y homofóbico, es constructor de
jerarquías excluyentes, es guerrerista y autoritario, es negador de diferencias
entre los seres humanos; en consecuencia, no afecta solo a las mujeres: se
impone al conjunto de la sociedad donde se establece. Se trata, entonces, de
una condición que funda, estructura y constituye las relaciones sociales, tanto
en el ámbito público como en el privado. Por este motivo, cuando hablamos de
patriarcado nos estamos refiriendo a una estructura de poder que atraviesa

267
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

todas las fronteras, las sociales, las históricas, las territoriales y las simbólicas,
y no a una característica específica de algún sistema político en particular o
de alguna estrategia de dominación, como la del colonialismo.

• Efectos del colonialismo en el plano de la subjetividad colectiva


En efecto, la asociación que se hace hoy en Bolivia entre colonialismo y
patriarcalismo exige una digresión sobre el significado del primer concepto
que, a la fecha, ha merecido importantes avances teóricos desde diversos
campos del saber y con distintos énfasis. Aquí abordaré uno de ellos: el de sus
efectos en la subjetividad colectiva. Por supuesto que un análisis de esta natu-
raleza requiere mucho más espacio y profundidad que la que permite un corto
ensayo, donde solo es posible trazar algunas pistas generales.
En el análisis histórico del proceso de construcción de la ideología hege-
mónica y dominante en el territorio que hoy se llama Bolivia 4 se advierte que
la conquista española significó el momento definitivo de la ruptura histórica,
ruptura entre un pasado –no exento de contradicciones– en el que los pueblos
originarios se desarrollaban autónomamente 5 y un futuro signado por el colo-
nialismo como ideología y como estrategia de poder. Dos cosmovisiones anta-
gónicas explican el sentido de lo que se caracterizó como el “choque de dos
mundos”: frente al panteísmo andino, el monoteísmo católico; frente a la reci-
procidad como carácter de la revelación social, la explotación esclavista que
imponía el conquistador; frente al vínculo de equilibrio con la naturaleza, el
antropocentrismo depredador.
A través de un prolongado “proceso de sujetación” 6, la colonización
–que se prolongó durante el periodo republicano iniciado en 1825 bajo la for-
ma del llamado “colonialismo interno”– logró implantar en el “ser nacional” su
carácter de “conciencia colonizada”. El sujeto colonizado, el que porta esa

4 J. Ybarnegaray: “La capacitación en el proceso de producción del sujeto. El caso del


Servicio de Formación de Mano de Obra (FOMO) en el sector agropecuario. Cochabamba
– Bolivia”, tesis de licenciatura en Psicología, Universidad Mayor de San Simón, 1986,
pp. 25-49.
5 No se puede pasar por alto que el imperio incaico se había constituido como tal a través
de un largo proceso de conquistas mediante el cual logró someter a otros pueblos
originarios, entre ellos a los aymaras. Sin embargo, y a diferencia de la conquista ibérica,
su estrategia de expansión no incluía la “extirpación de idolatrías”, y tuvieron la sagacidad
de asimilar las formas de representación y organización social y económica de los pueblos
por ellos conquistados a su propio acervo cultural. Así sucedió, por ejemplo, con la
organización comunitaria del ayllu de origen aymara.
6 “Proceso de sujetación en el doble sentido: de constitución del sujeto y de sujetación –
ligadura o atadura– de esos sujetos así constituidos al conjunto de la estructura.” Néstor
Braunstein et al: Psicología: ideología y ciencia, Siglo XXI, México, DF, 1983, p. 16.

268
América del Sur

“conciencia colonizada”, se caracteriza por los siguientes rasgos: sobrevalora


al opresor (lo asume como modelo), es fatalista (se rinde frente al “destino”),
se subestima y se culpabiliza de su situación asumiendo el estigma que le
atribuye el colonizador, se reifica, se cosifica, se vuelve extraño para sí mis-
mo, renuncia al poder como objeto de deseo, lo transfiere al opresor y no lo
disputa 7.
Estos rasgos determinan un arraigado sentimiento internalizado de “auto-
indeterminación histórica”, con efectos disímiles –aunque igualmente perver-
sos– en los distintos estratos de la composición social. En las clases dominan-
tes, se expresa a través de la sostenida tendencia a la sujeción y adscripción a
proyectos de dominación foráneos de toda hechura. En los pueblos indígenas
y en las clases subalternas, frena los impulsos de disputa del poder, hasta el
punto que estos ceden sus banderas a facciones de las clases dominantes
eventualmente identificadas como aliadas a sus causas para mantenerse al
borde, en movimientos reivindicativos que no consiguen traspasar las fronte-
ras de los espacios de constitución del poder, hecho que se dio repetidas veces
en la historia.
No obstante, la incursión del Movimiento al Socialismo-Instrumento Polí-
tico por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP) en la arena política bolivia-
na en la década de 1990 y la sostenida irrupción indígena-originaria-campesi-
na marcaron en parte el inicio de la reversión de estas determinaciones neoco-
loniales: esta vez sí los grupos subalternos ingresaron en la disputa abierta por
el poder. La llegada de Evo Morales al Palacio de Gobierno en 2006, de la
mano de las organizaciones indígenas-originarias-campesinas, núcleo de la
base social del “proceso de cambio”, significa un giro histórico sin preceden-
tes y, en este marco, la sola enunciación del objetivo trascendente de la desco-
lonización marca un hito fundacional de subversión del orden instituido en la
conquista española y sostenido durante la República.
Ahora bien, ¿será posible tal descolonización? Creo que como hecho
fáctico de larga duración, el colonialismo dejó una marca indeleble en el pro-
ceso de constitución del sujeto nacional y nadie que hoy se considere boliviano
o boliviana puede sustraerse de sus efectos; por ende, considero que es un
hecho de efecto irreversible. Los estigmas que dejó el colonialismo en la con-
ciencia nacional son tan profundos y arraigados que me resulta inimaginable
un proceso de descolonización de efectos inmediatos o de mediano plazo.
Para ello, haría falta desplegar un largo proceso de “cura” que imagino
análogo en lo social a lo que el psicoanálisis procura en el plano del sujeto: la

7 Ver Julio Barreiro: Educación popular y proceso de concientización, Siglo XXI, México,
DF, 1976.

269
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

develación del “trauma” que inauguró la neurosis, no para desaparecerlo o


revertirlo, sino para “manejarlo” de manera más positiva para sí mismo. En
otras palabras, considero difícil, si no imposible, “descolonizar” a toda una
sociedad constituida bajo la huella colonial; en cambio, me figuro posible des-
montar ciertos patrones de la estructura estatal de corte colonial para dar
paso a la posibilidad de “manejar constructivamente el trauma”, es decir, para
movilizar las sujeciones que nos han impedido imaginas hasta ahora un pro-
yecto de autodeterminación histórica, y no para retornar a un pasado preco-
lombino mitificado.

• Asamblea Constituyente: la promesa de equidad para las mujeres


Fue el protagonismo indígena en la demanda de la Asamblea Constitu-
yente el que señaló sus horizontes de sentido y el que explica la fuerte orien-
tación del nuevo texto constitucional hacia el reconocimiento y la puesta en
vigencia de sus derechos. Desde su visión, no era suficiente reformar la ante-
rior Constitución: se requería producir otra donde quedase finalmente afirma-
do el reconocimiento de que Bolivia es un país heterogéneo, múltiple, diverso,
constituido sobre la base de la negación de esa diversidad estructural.
Pero los indígenas no fueron los únicos: la sociedad boliviana en su con-
junto –salvo sectores conservadores que veían en la construcción de la nueva
Carta Magna un enorme riesgo de desestabilización del statu quo que soste-
nía su condición de privilegio– abrazó la causa constituyente con enorme ex-
pectativa. Entre otros, estamos las mujeres. Lo afirmo en presente porque
considero que el proceso constituyente no ha concluido con la promulgación
de la Constitución, sino que representa más bien otro hito en el proceso de
creación de nuestro proyecto de autodeterminación histórica, el que marca un
antes y un después.
Desde fines de la década de 1990 y en diversos espacios, las mujeres
comenzamos a producir los consensos necesarios para construir, más allá del
reconocimiento de nuestra propia diversidad, una plataforma que lograra plas-
marse en la nueva Constitución. El resultado de este proceso, fue a todas
luces, exitoso: la nueva Carta Magna incorpora un lenguaje no sexista que
hace visible la identidad diferenciada de mujeres y hombres, y en casi una
treintena de artículos garantiza los derechos largamente anhelados por las
mujeres.
Entre los principales están la afirmación de la libertad de culto y la decla-
ración de independencia del Estado respecto de la(s) religión(es) (art. 4),
demanda que han enarbolado las mujeres como condición necesaria para ga-
rantizar sus derechos sin que en ello medien principios religiosos; la equidad

270
América del Sur

de género como valor del Estado (art. 8) y como principio de constitución del
sistema de gobierno (art. 11) en situación de paridad; la no discriminación
como principio fundamental del Estado (art. 14) y el derecho de vivir sin
violencia, con mención explícita a que es un derecho de las mujeres (art. 15);
el principio de igual salario por igual trabajo en aplicación del principio de no
discriminación (art. 48); la presunción de filiación que favorece sobre todo a
las mujeres cuyas parejas niegan la paternidad de sus hijos para soslayar
responsabilidades consecuentes (art. 65); el reconocimiento de los derechos
sexuales y los derechos reproductivos para mujeres y hombres (art. 66), que
abre las puertas a los propósitos de autodeterminación sobre el propio cuerpo;
el reconocimiento del trabajo del hogar como fuente de riqueza del Estado
Plurinacional (art. 338); el derecho de acceso de las mujeres a la tierra como
propietarias (art. 395) y la obligatoriedad del Estado de desarrollar políticas
para eliminar todas las formas de discriminación contra las mujeres en el
acceso a la tierra (art. 402).
Con este resultado se establece definitivamente que los derechos de las
mujeres son “cuestión del Estado” y no solo reivindicación de grupos aislados
de mujeres. No obstante, una importante observación al margen es que los
avances alcanzados están todavía enmarcados en el ámbito conceptual de la
equidad de género: la Constitución no menciona en su ideario la despatriarca-
lización como propósito, principio o concepto.

• Surge la propuesta de despatriarcalización


La idea original fue planteada por el movimiento feminista boliviano “Mu-
jeres Creando” 8 mediante la consigna «No hay descolonización sin despa-
triarcalización», que interpela el discurso gubernamental centrado en la des-
colonización. Más tarde, y de manera paradójica, el Viceministerio de Desco-
lonización9 creó la Unidad de Despatriarcalización, con la misión de desarro-
llar el concepto y proponer políticas públicas destinadas a ese propósito. No
obstante, en los hechos esta entidad se apropió de la consigna para enmarcar-
la bajo una interpretación particular. A la fecha, el desarrollo conceptual de la
despatriarcalización (así como el de la descolonización) es todavía incipiente.
En una reciente publicación se observa con claridad una visión que asocia
patriarcalismo con colonialidad de forma subordinada: “Racismo y patriarca-

8 Para mayor información sobre esta agrupación, v. su página web:


<www.mujerescreando.org/>
9 Entidad creada en febrero de 2009 mediante decreto supremo de adecuación de la estructura
del Órgano Ejecutivo a la nueva Constitución Política del Estado, bajo dependencia del
Ministerio de Culturas. Mayor información en: <http://descolonización.blogspot.com/
2011/05/descolonización-y-despatriarcalizacion.html>

271
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

do constituyen el eje de la colonialidad que ha servido de justificación de los


genocidios coloniales” 10.
En otras palabras, el patriarcado sería un instrumento de dominación pro-
pio del colonialismo que habría llegado a estos territorios en los barcos euro-
peos allá por el siglo XVI. De ahí que se plantee que:
La despatriarcalización es el enfrentamiento es el enfrentamiento contra
toda esa herencia colonial (…). Es la desestabilización de relaciones de domi-
nio y ejercicio del poder, como lo plantea la socióloga Sarela Paz Patiño. Es la
transgresión de las reglas sociales, culturales, religiosas, normativas y políti-
cas patriarcales que tienen la misión de eternizar el cautiverio de las mujeres,
tal como lo afirma la antropóloga Marcela Lagarde.11
Leyendo las anteriores proposiciones entre líneas me animo a señalar
que sus autores parecen sostener una idea que se viene divulgando en diver-
sos espacios: que “en el principio”, en el “paraíso precolonial” no existía pa-
triarcado sino una relación de complementariedad entre lo femenino y lo mas-
culino, léase también entre hombres y mujeres. Pero ¿será el patriarcado solo
una “lacra colonial”? Para demostrar esta proposición, varios autores suelen
recurrir a los textos y gráficos de la Primer nueva crónica y buen gobierno
de Guaman Poma de Ayala (1530-1621)12 como fuente principal. Sin embar-
go, la lectura del texto conduce a proponer la tesis contraria, ya que contiene
un sinnúmero de enunciaciones como las siguientes:
Yten: Mandamos que la muger biuda que no se casasen otra ues ni que
fuesen amancebados después de auer muerto su marido. Teniendo hijo, sea
eredero de toda su hazienda y casas y chacras [sementera], y ci tubiere hija,
sea eredera de la mitad de la hazienda y de la mitad sea eredero su padre o
madre o sus ermanos.
Yten: Mandamos que la muger que mouiese [abortase] a su hijo, que
muriese, y ci es hija, que le castigasen dozientos asotes y desterrasen a ellas.
Yten: Mandamos que la muger corronpida o consentía que la corronpie-
sen o fuese puta, que fuese colgada de los cauellos o de las manos en una
peña biua en Anta Caca y que le dexen allí murir; el desuirgador, quinientos
asotes y que pase por el tormento de hiuaya [piedra muy pesada] a que le
suelte de alto de una uara al lomo del dicho hombre. Con esta pena se muere,

10 Amalia Mamani H. E Idón Chivi V.: Descolonización y despatriarcalización en la nueva


Constitución Política del Estado, Centro de Promoción de la Mujer “Gregoria Apaza”
(CPMGA), La Paz, 2010, p. 28.
11 Ibíd., p. 35.
12 Facsímil disponible en El sitio de Guaman Poma, Det Kongelige Bibliotek, <www.kb.dk/
permalink/2006/poma/info/es/frontpage.htm>, fecha de consulta: 30/6/2011.

272
América del Sur

algunos quedan bidos. Y al forzador le sentencie la muerte de la muger. Y se


se consentieron las dos, mueran colgados, yguales penas.13
La extensión de este texto no me permite adentrarme más en esta obra,
pero es posible afirmar que, en suma, esta crónica muestra que el incario se
organizó como una sociedad profunda y severamente patriarcal, y creo que
quizás por ello resultó tan permeable al patriarcalismo colonial español inves-
tido por la religión cristiana-católica y sus rígidas reglas de obediencia de las
mujeres a los hombres.
En consecuencia, percibo un alto riesgo en la asociación subordinada del
patriarcado al colonialismo. La encuentro muy similar a la promesa comunista
de que la destrucción de la sociedad de clases traería como consecuencia la
liberación y la igualdad de las mujeres, lo que nunca sucedió en los regímenes
del “socialismo real” del siglo XX. En otras palabras, dudo que la descoloniza-
ción traiga como consecuencia la despatriarcalización; temo más probable
que esa asociación pueda convertirse en una trampa de postergación para las
aspiraciones de las mujeres, hoy plasmadas como derechos reconocidos en el
texto constitucional.

• Entre el discurso y la práctica: horizontes de la despatriarcaliza-


ción
Que una consigna de interpelación al discurso descolonizador, provenien-
te de una de las más radicales corrientes del feminismo en Bolivia, haya sus-
citado semejante debate en el ámbito público es un logro insospechado por sus
propias creadoras. Haber conseguido instalar el patriarcado como sistema de
opresión en el marco del discurso del “proceso de cambio” –cuyos actores
más connotados aún se manifiestan reacios a admitir que en la Bolivia de hoy
mujeres y hombres vivimos en condiciones de marcada desigualdad fundada
en el patriarcalismo– es sin duda un resultado sin precedentes.
Este logro envuelve el reconocimiento implícito de que la noción del cha-
chawarmi 14 –promovida por las organizaciones indígenas en interpelación al
concepto de género– debe ser reconocida como “anticipación creativa” y no
como sentido fáctico de las relaciones entre mujeres y hombres en las cultu-
ras andinas, pues de ninguna manera tiene constatación en la realidad de la
vida pública y privada de las mujeres bolivianas en general, mucho menos de
13 G. Poma de Ayala: Nueva crónica y buen gobierno, cap.9, “De las ‘Ordenanzas Reales’”.
14 En idioma aimara significa “expresión de convivencia entre partes iguales o diferentes
que tengan un propósito común”. También enuncia “relación de reciprocidad y
complementariedad entre lo femenino y lo masculino”. Ivonne Farah H. Y Carmen
Sánchez G. (eds.): Perfil de género, Bolivia, VGAG / ASDI / Cides-UMSA / JICA /
Unifem, La Paz, 2008, p. 89.

273
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

las indígenas-originaria-campesinas que son el sujeto social prioritario de las


políticas públicas de despatriarcalización.
También es un logro destacable el hecho de que las organizaciones de
mujeres –aunque no exclusivamente estas– se hayan impuesto la tarea de
trabajar en torno de este concepto que podría servir como horizonte de eman-
cipación colectiva, en cuyo marco se promueva el principio de igualdad sin
desconocer las diferencias que caracterizan a las propias mujeres como re-
sultado de la influencia determinante de diversas variables que colocan a unas
y otras en distintas condiciones y posiciones en la sociedad.
Sin embargo, aquí me parece oportuno señalar que no encuentro unani-
midad de criterio dentro de las filas gubernamentales, ni coherencia de sentido
a la hora de poner en práctica la promesa de equidad contenida en el texto
constitucional y en el discurso de la despatriarcalización.
En el ámbito de la promesa de equidad de género contenida en el texto
constitucional se observa una marcada inconsecuencia, pues si bien se aplica
el principio a la normativa secundaria en desarrollo, es decir, a las leyes de
aplicación del texto constitucional, se ha debilitado a tal punto el mecanismo
nacional responsable de la ejecución de políticas públicas a favor de las muje-
res que actualmente carece de las mínimas capacidades necesarias para po-
nerlas en práctica o siquiera para gestionarlas ante otras instancias del Esta-
do.
En el terreno de la despatriarcalización, al articularla de manera subse-
cuente con la descolonización como condición de realización, al concebir el
patriarcado como una característica de la colonialidad, al rehuir considerarlos
como sistemas simultáneos y paralelos de producción de jerarquías ideologi-
zadas, de subordinaciones y exclusiones, la comprensión conceptual de sus
promotores gubernamentales deja muchas dudas sobre las posibilidades de
convertir esa despatriarcalización en un instrumento de emancipación colecti-
va, en particular desde diversas perspectivas de las mujeres.
Por otra parte, al plantearse como misión despatriarcalizar “con el manto
de la Pachamama-Madre Tierra”15, la propuesta gubernamental peca de ex-
clusivismo cultural y desconoce flagrantemente el artículo 4 de la Constitu-
ción Política del Estado que claramente señala: “El Estado respeta y garantiza
la libertad de religión y de creencias espirituales, de acuerdo con sus cosmo-
15 En la “Presentación Oficial” de la Unidad de Despatriarcalización se plantea como
misión: “Con el manto de la Pachamama-Madre Tierra, nuestro compromiso y desafío
es: Despatriarcalizar el Estado colonial y neoliberal, las familias, la sociedad y la religión”.
Estado Plurinacional de Bolivia: “Presentación oficial de la Unidad de
Despatriarcalización”, Ministerio de Culturas / Viceministerio de Descolonización /
Unidad de Despatriarcalización, La Paz, 15 de septiembre de 2010.

274
América del Sur

visiones. El Estado es independiente de la religión”. Es decir, cae en el mismo


reduccionismo cultural dominante hasta no hace mucho, que hubiera procla-
mado cualquier propósito (menos el de despatriarcalizar, obviamente) “con el
mando de la Virgen María, Madre de Dios…”.
Asimismo, el desconocimiento del feminismo como proyecto político des-
tinado a desbaratar las bases del patriarcado –como es posible observar en el
discurso oficial– es equivalente a desconocer la impronta indígena del discur-
so descolonizador de hoy. Esta distorsión arbitraria y de ninguna manera inge-
nua pone en entredicho la autenticidad de la intención manifiesta en el discur-
so oficial.
La promoción de políticas públicas suscita mayores dudas aún: algunas
de las políticas en marcha ponen de manifiesto la precariedad de su desarrollo
conceptual y resultan inconscientes con sus postulados, revelan que no pare-
ce existir todavía una reflexión suficientemente profunda y abarcadora como
para comprender lo que en verdad significa, representa y conlleva el patriar-
cado. Analicemos algunas de ellas.
Hace algunas semanas el Viceministerio de Descolonización promovió
como “política de despatriarcalización” una ceremonia de matrimonios colec-
tivos basados en supuestas tradiciones indígenas, presidida por el propio pre-
sidente del Estado Plurinacional, Evo Morales. Al concluir la ceremonia, mu-
jeres y hombres recién casados manifestaban su complacencia, ellas porque
con esta ceremonia habían “adquirido” el apellido del esposo y ellos por ha-
bérselos “otorgado”.
En primer lugar, si de descolonizar se trata, dudo que estas ceremonias
tengan algún referente en una ritualidad ancestral efectiva que resignifique el
matrimonio como lazo conyugal distinto del concebido en el marco de la cultu-
ra colonial/occidental/cristiana. Si se trata de despatriarcalizar, no veo de qué
manera ese tipo de ceremonias podría contribuir a la construcción de relacio-
nes horizontales, de complementariedad y reciprocidad, entre mujeres y hom-
bres. Es posible observar, por el contrario, que se adscribe al mismo sentido
patriarcal que tiene el matrimonio civil y religioso, a través del cual la mujer
pasa de ser la señorita (“la hija del señor”) a la señora (“esposa de otro
señor”).
Otra política propuesta por esta entidad es la de promover una norma
destinada a alcanzar la paridad entre mujeres y hombres en todos los niveles
y en todas las instancias del aparto público, mediante el anteproyecto de Ley
de Equivalencia Constitucional. No se trata de una idea equivocada, pero
debería al menos reconocerse que esta propuesta está enmarcada en el con-
cepto de equidad de género, que responde claramente a la criticada “igualdad

275
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

de oportunidades” de la que esta entidad pretende diferenciarse con su pro-


puesta de despatriarcalización.
Lo mismo se podría anotar con relación al proyecto de debate nacional
sobre interrupción médica del embarazo, en tanto política pública, porque si
nos remitimos a los preceptos de las culturas raíz del proyecto descoloniza-
ción, encontraremos que estar reprueban “la interrupción médica del embara-
zo”, que es un eufemismo del aborto, al que atribuyen incontables adversida-
des naturales como castigos de la Pachamama.
A pesar de ello, y con la perspectiva puesta en remontar las contradiccio-
nes anotadas, el momento político que vive Bolivia plantea pocos desafíos. En
primer lugar, es imprescindible construir el concepto y sentido del patriarcado
y el de la despatriarcalización desde una óptica más consistente e incluyente.
El patriarcado debe ser concebido y construido teóricamente como un “lugar
común” desde donde interpelar a la sociedad y al Estado para contribuir a
desmontar sus múltiples manifestaciones de sentido, productoras de sujecio-
nes exclusiones y subordinaciones combinadas.
En esta dirección, como horizonte emancipatorio, la despatriarcalización
no debiera ser patrimonio exclusivo de sector alguno. En el entendido de que
la sociedad toda está sometida al patriarcalismo –aunque en diversos grados y
condiciones–, el mayor desafío que enfrentamos en esta coyuntura es propo-
ner caminos para “despatriarcalizar” la sociedad en su conjunto.
Debiéramos apropiarnos del concepto para desarrollarlo desde diversas
ópticas y a partir de sus múltiples manifestaciones, reconociendo que esa
diversidad de expresiones incide en la creación de la condición de subordina-
ción a la que estamos sometidas las mujeres, las y los indígenas, las personas
que tienen el valor (o no) de manifestar su sexualidad diversa y, en general,
todas las personas estigmatizadas como “anormales” por esa sociedad donde,
por el contrario, la “normalidad” es la excepción y no la regla. Solo desde esa
apropiación y desarrollo conceptual multifacético será posible proyectarlo como
campo político.
El desafío consecuente –aunque también precedente– de esa construc-
ción de sentido es erigir alianzas que lleven a interpelar el patriarcado desde
todos los lugares donde se manifiesta, y no solo desde la situación de las
mujeres, teniendo siempre presente que construir alianzas no equivale a pro-
mover la cimentación de un discurso hegemónico-homogéneo ni de imponer
prácticas o expresiones de afirmación uniformes. Construir alianzas supone el
reconocimiento de aquello que impulsa a edificar “unidad en la diversidad”, a
identificar espacios y sentidos comunes propulsores de acción colectiva.

276
América del Sur

Finalmente, es preciso tener en cuenta que todavía está vigente el discur-


so de los derechos de las mujeres que ha inspirado a una amplia agenda de
reivindicaciones, incorporada en la Carta Magna. El cumplimiento del manda-
to constitucional de equilibrar y equiparar los derechos de hombres y mujeres
(equidad de género) no es incompatible con la propuesta de despatriarcaliza-
ción; podría ser más bien una plataforma de creación de condiciones para su
futura realización. Por lo tanto, en vez de continuar por caminos paralelos, se
deberían poner en diálogo los discursos de equidad y despatriarcalización para
construir consensos de gestión pública complementaria, con la mirada puesta
en el mandato constitucional de aplicación de los derechos de las mujeres
(táctica), para proyectar así la propuesta de despatriarcalización hacia logros
de auténtico impacto estructural (estrategia)

277
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

PARAGUAY

Mara Vaccetta Boggino (1944)

Nacida en Villa Rica del Espíritu Santo, Paraguay. Ensayista, psicoa-


nalista, licenciada en Filosofía en su ciudad natal y en Psicología en la
Universidad de Buenos Aires. Entre sus ensayos están: Del amor y
el deseo (1997), Ventana desde el interior (1989), Era feliz y no lo
sabía, o las trampas del autoritarismo (2006), Fanfarria nacio-
nal (2008).

Inconfortable democracia 1
Hablemos claro (Fragmento)
Hablemos claro: tenemos los gobiernos que nos merecemos.
El libro se llama “La inconfortable democracia “porque si bien clamamos
a gritos por la soberanía del pueblo, todos la saboteamos, la entorpecemos o la
evitamos. Consciente o inconscientemente.
Finalmente, la democracia es una verdad incómoda, inconfortable.
Queremos un país equitativo, para ello tenemos que empezar “por casa”.
¿Estamos preparados para renunciar a nuestros intereses inmediatos y
egoístas a favor del “bien común”?
Estamos llenos de pequeños autoritarios en nuestras casas. Y eso es así
porque en principio el humano es “nitzcheano” (Niezsche pregonaba la volun-
tad de poderío) y es la ortopedia que ejerce la realidad, la que va formando
ciudadanos cívicamente responsables
Es de notar que las masas tienen fascinación por las figuras autoritarias e
incluso simpatía por los actos de abuso de poder. Es que secretamente envi-
diamos al audaz caradura, mientras nosotros queremos actuar igual y no nos
atrevemos.
Entonces le complementamos bonitamente a las autoridades abusivas y
sólo nos quejamos cuando la administración pública que beneficia a unos po-
cos, se deteriora tanto que perjudica nuestros intereses. Y en ese entonces, ya
suele ser demasiado tarde.
Con las experiencias vividas, nuestro Yo egocéntrico se va restringiendo,
se va autolimitando. Dedica menos tiempo a su Yo narcísico y labora por su
familia, su comunidad, hasta ser un intérprete de su Cultura.

1 Editorial SERVILIBRO. Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ. Dibujos de tapa e


interior: ARSI Asunción – Paraguay 2007

278
América del Sur

El individuo autoritario es alguien que no renunció al Narcisismo primiti-


vo. Es un sujeto infantil que no ha podido apearse de la omnipotencia de su Yo
poco evolucionado. No soporta que la realidad sea opuesta a sus deseos. El
autoritario es un enfermo cuyas características son, egocentrismo, infatua-
ción, capricho, omnipotencia. Lo grave es que puedo tener poder y trastornar
gravemente la psiquis de los que están a su cargo. Su gestión política genera
adulones de toda laya que medran con las migajas del poder, mientras el pue-
blo sufre el exilio interior u opta por huir del país. La gente cree que son de
“carácter fuerte”, cuando que en la mayoría de los casos son “peleles” que no
saben dominarse e incapaces de entender las necesidades del semejante.
Tengamos en claro que estos narcisistas violentos son responsables de
los daños que provocan.
Si bien son portadores de un narcisismo abultado, tienen suficiente crite-
rio de realidad como para ser juzgados como responsables de sus actos crimi-
nosos.
Mas si se sienten observados, exhiben amplías virtudes ciudadanas ante
los organismos internacionales que militan por la transparencia y Derechos
Humanos.

Era feliz y no lo sabía (Fragmento)


Stroessner y el síndrome de Stokolmo
Alfredo Stroessner, gobernó al Paraguay desde 1954 hasta 1989.
La gente nostalgiosa añora la estabilidad de su reinado a causa de la
democracia de malísima calidad que vino después. De ahí el dicho “Era feliz y
no lo sabía”.
En su tiempo se persiguió a la intelligentzia del país. Gran parte de los
jóvenes se formaron en el extranjero y se quedaron resultando de ello, una
peligrosa fuga de cerebros.
Nuestros representantes en el exterior eran “irrepresentables”, porque
eran elegidos por su servilismo al jefe, al punto que ser paraguayo afuera, era
cosa de risa. Las carteras ministeriales eran usadas para el interés del gobier-
no y el funcionario público se corrompía dado que no trabajaba para la función
a la que estaban destinados.
Siendo un país agrícola-ganadero, las políticas orientadas al agro –si las
había– eran tan deficientes que rubros agropecuarios diversos eran imposi-
bles de implementar por falta de direcciones coherentes y responsables. De
ahí que los campesinos huyeran en masa hacia la Argentina, evitando con ello
el estallido social.
Las empresas destinadas a la creación genuina de riquezas eran desalen-
tadas por el contrabando por tanto las fábricas, talleres y telares se cerraban

279
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

y con ello, más mano de obra que huía desalentada a los países vecinos en una
suerte de “exilio económico”.
En ese tiempo se degradó el modo de pensar y de actuar del ciudadano a
causa del “cortoplacismo” como método de vida. Desde entonces, no vale la
pena trabajar siendo que con robar “me hago rico de la noche a la mañana”.
Trabajar da placer, mas, si desconoces cómo proceder, improvisas, engañas,
prepoteás y hacés “como si lo hicieras”.
La tiranía generó una degradación moral difícil de reconducir porque los
hábitos mentales y los estereotipos son muy adhesivos y porque abarcó por lo
menos tres generaciones de paraguayos.
Para que la gente “no sacara los pies del plato” se organizaban redadas
de campesinos con cadáveres abandonados en las rutas como “lección” a fin
de que el resto no tuviera “la desfachatez comunista” de exigir leyes agrarias,
mejoras o facilidades en los préstamos para los cultivos.
Los colegiales eran adoctrinados en la grandeza del gobernante, el temor
al comunismo y el endiosamiento de Héroes del pasado. Este retorno reitera-
tivo a la historia era a causa de que no podían promover ni trabajo ni investiga-
ción. Entonces, nuestro Mariscal López era manipulado por la propaganda
oficial.
Los EE.UU. ya estaba desarrollando su cínica política exterior consis-
tente en socavar los cimientos de los gobiernos nacionalistas. Para ello “ca-
lentaban la oreja” de algún generalote nativo ambicioso. El militar golpista
“amigo de los EE.UU.” derrocaba el gobierno autónomo y era entronizado el
agraciado por el Tío Sam. Con la ayuda de la CIA se sucedieron los horrores
en Manila, Yakarta, Nicaragua y Santiago de Chile, donde hubo matanzas que
dejaron al número de muertes de las torres gemelas a la altura de una zapati-
lla.
En el Paraguay la carta que se jugaba el general de marras, era el del
“anticomunismo rabioso”. De modo que éramos defensores a ultranza de la
Pax norteamericana.
Y cuando el propio EE.UU. dialogaba con Mao Tse Timg (hoy Mao Tse
Dong) nosotros, más papistas que el papa, no comerciábamos con la China,
siendo éste el mayor mercado del mundo.
El asesinato, la persecución ideológica, la tortura, la imagen disminuida
de nosotros mismos (ser paraguayo era sinónimo a ser “ciudadano de segun-
da”) la falta de planes ni proyectos y la pobreza a causa de la destrucción del
aparato productivo como resultado del contrabando, fueron algunas de las
lacras que nos dejó este personaje.
El general comerciante distribuyó entre sus más cercanos parcelas de
negocios muy lucrativos (porque estaban exentos de impuestos y amparados

280
América del Sur

de todas las facilidades), a fin de tenerlos quietos, gordos y “cebados” a fuer-


za de sobrealimentados.
Bingo, loterías falsas, tráfico de pasaportes y niños, robo de vehículos,
procedimiento de mercaderías en tránsito, hizo que el grupo pequeño de privi-
legiados desarrollara una “cultura kish “, de mal gusto y de nuevo rico.
Tuvo la suerte de que las necesidades histórico-geo-politicas, determina-
ran la formación de la represa gigante de Itaipú Por eso mucho ingenuo aso-
cia su mandato con la riqueza y el éxito, porque hasta el “lumpen” tuvo traba-
jo. Sin embargo, la construcción de Itaipú estuvo escandalosamente negocia-
da nuestra chancillería que literalmente se bajó los pantalones ante los piratas
de Itamaratí, al punto que hasta hoy venimos arrastrando una contratación
indigna por lo injusta, sin visos de solución.
El stronismo puso huevos y ante la eclosión de los embriones, centenares
y miles de ciudadanos se volvieron hoy “buscavidas”, trampinches, incívicos,
chupamedias e insolidarios, sin un objetivo superior y trascendente.
Perjudicado resultó todo el tejido social Hoy, los políticos stronistas dis-
frazados de demócratas y aún los opositores, suben al poder y enloquecen.
Como hemos vivido tanto tiempo dentro de un Orden simbólico (el tejido
de las leyes) deteriorado, los muchachos toman la cosa pública como botín y
enloquecen.
Estas graves distorsiones en la legalidad de la nación la hemos visto tam-
bién en los EE.UU., Inglaterra e Italia, con la diferencia de que siglos de
ejercicio de las instituciones, sirven de contrapeso y tienen entonces más fle-
xibilidad y capacidad de recuperación en sus instituciones democráticas.

El Tirano y el Síndrome de Stokolmo


El síndrome de Stokolmo, que es un concepto que desarrollamos al final
del capítulo sobre la tortura, consistente en adjudicarle una vehemente admi-
ración y sumisión al sujeto frío y cruel que ejecuta los apremios psicológicos y
físicos sobre el preso. El supliciado, disminuido, sin fuerzas ni horizonte, colo-
ca todas sus aspiraciones en el limpio y arrogante y seguro y decidido perso-
naje que tiene enfrente. Es lo mismo que enamorarse. El enamorado es humil-
de, dice Freud, porque deposita todos sus ideales del Yo, en la persona ideali-
zada.
No es imposible que este síndrome suceda con Stroessner hoy. Que tanta
gente sin horizontes en este país, admire y ame culposamente (en la soledad
de su pensamiento) a quien fue reelecto en ocho períodos consecutivos en
elecciones fraudulentas. Claro, daba la impresión de que estaba ajeno a la
enfermedad, al sufrimiento, a las miserias en fin de la vida y que secretamente
lo envidiemos. Es que, como dice Freud, envidiamos a quienes no han depues-

281
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

to su narcisismo y se comportan a su capricho con total impunidad. Los cree-


mos fuertes de carácter, mientras que en realidad son, minusválidos afectivos
que sólo aman a aquellos que los gratifican y terminan odiándolos si no cum-
plen con lo que ellos mandan.
También es probable que de tanto machacar con la historia, muchas per-
sonas en su imaginario, lo reconozcan a Stroessner como un padre de la pa-
tria. Esto en sí mismo no sería malo, toda vez que asumamos que a algunos
padres los amamos aunque sean unos monstruos.
El papelón del coronel Stroessner
El joven Coronel Stroessner participó en una conspiración contra el go-
bierno. La intentona terminó en un fracaso y fue prendido y llevado al puerto
de ítá Enramada de noche.
De rodillas, loco de miedo, Stroessner suplica.
“Ud. está equivocado, nosotros no somos asesinos. Ud. está recibiendo
un indulto.
El presidente ordena que se le haga llegar sano y salvo a la otra orilla, que
se le rindan los honores según su rango y se le entregue esta suma de dinero
para empezar a rehacer su vida”.
“Cuando tenga poder, les voy a liquidar a estos tipos, testigos de mi co-
bardía”.
Un espía o pyragué depositando su denuncia en un cántaro detrás del
Lido Bar. Era un extra para la economía de muchos empleados públicos,
folkloristas y maestros.

La fascinación del autoritarismo (Fragmento)


El amor y temor al padre es fundamental para la subjetivación humana
(el proceso de subjetivación se llama Complejo de Edipo) y es la base incons-
ciente que facilita el hechizo de las estrellas de cine y de la canción popular y
el sometimiento a los jefes autoritarios.
Sin lugar a dudas, el autoritarismo está más cerca de la naturaleza, de la
ley de la selva, del pensamiento salvaje. Mientras que el ejercicio de la demo-
cracia requiere una fuerte voluntad para ir domeñando nuestras propias fuer-
zas egoístas a fin de tolerar al semejante, sea éste nuestro cónyuge, nuestro
hijo, nuestro subordinado ó el ciudadano ante quien como político, debo servir,
antes que aprovecharme de él. En efecto, a nadie le gusta tolerar que se le
contradiga y entonces podes quedar como que sos un gruñón dentro de tu
casa, pero si sos un gobernante, tu intransigencia será fuente de un rosario de
males sociales y nacionales.
En épocas pasadas podrían haber sido admirados y respetados los sobe-
ranos absolutos, pero ahora, con los conocimientos que aportó en Psicoanáli-

282
América del Sur

sis, a un déspota le tememos porque nos puede encarcelar ó dañar de muchas


maneras, pero a sus espaldas nos burlamos de él y nos da pena ó risa.
El misterio de la atracción del autoritarismo se explica bien gracias al
Psicoanálisis. El Psicoanálisis es una disciplina de tres dimensiones. Es una
teoría del Aparato Psíquico, una práctica de cura y una interpretación del
mundo humano a partir de las leyes que descubrió Freud sobre cómo funciona
el pensamiento. Esto es lo que nos autoriza a los psicoanalistas a incursionar
en el terreno de la Política.
Hubo tres genios en el siglo XX que causaron una “ruptura epistemológi-
ca” respecto del pensamiento anterior (o sea, después del cual, el cuerpo de
saberes de una ciencia, se modifica cualitativamente). Ellos fueron Albert
Eisntein, Karl Marx y Sigmund Freud.
Los investigadores de toda laya, se nutren del conocimiento de su época
y de las épocas pasadas, como premisas para edificar sus des-cubrimientos ó
para criticar el saber anterior. No fue así con Marx, Freud y Einstein.
El descubrimiento de ellos no tiene antecedentes.
Sigmund Freud (1856-1939) siendo médico recién recibido, fue a Paris
mediante una beca. Allí tomó unos cursos en Nancy, con Berheim, quien
investigaba los fenómenos misteriosos de la hipnosis.
Desde entonces Freud se puso a pensar: hay pensamientos absolutamen-
te inconscientes (¡cosa que era un escándalo para la razón ¡ ! ! ) Y que
además de inconscientes, son tan operativos que inducen al individuo a la
acción ¡!!!
Antes de Freud, se hablaba del Inconsciente como de un pensamiento
olvidado ó desconocido por el sujeto. Únicamente Freud halló su sistematici-
dad y descubrió sus leyes.
Cuando escribió ‘’La interpretación de los sueños”, Freud ya había des-
cubierto la dinámica de las neurosis, y establecido la estructura de las psicosis
y las perversiones. Ya había descubierto la naturaleza de la sexualidad huma-
na y el secreto de la orientación sexual gracias al complejo de Edipo. Descu-
brió también que el lenguaje es la base de todo pensamiento y acción huma-
nas.
Sin embargo, estaba tan orgulloso de su descubrimiento sobre los sueños,
dado que ni sabios, ni adivinos, ni augures, ni místicos, ni profetas lo lograron,
que quería que en su lápida sólo figurase que “aquí yace quien arrancó a los
sueños su secreto”.
Freud diferencia el contenido manifiesto (tal como aparece en la pantalla
del sueño), del latente, que habrá que descubrir. Para ello le preguntaba al
paciente qué ocurrencias tiene sobre cada palabra e imagen soñada, Freud
descubrió que las asociaciones de ideas que produce el paciente sobre cada

283
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

imagen soñada, esconden un deseo. El deseo viene muy oculto por su acento
perturbador. De modo que, cuanto más trastornador es un deseo Inconsciente
(por ejemplo, el deseo de muerte de nuestro cónyuge), más disparatado se
presenta el sueño. Las imágenes tratan cié ocultar un deseo, así como cuando
uno se presenta disfrazado a una fiesta para que nadie le reconozca.

Importancia insoslayable del Deseo Inconsciente


Es imposible soslayar el estudio del Deseo Inconsciente en cualquier es-
tudio sobre el humano y sobre la Cultura que es su producto.
Por tanto, si vamos a estudiar Política, Democracia, Autoritarismo ó Va-
sallaje, el Psicoanálisis es fundamental. El discurso del Psicoanálisis debería
campear en toda su extensión si queremos mejorar la calidad de nuestras
vidas, de nuestros gobiernos y por qué no, salvar el mundo.
Debemos partir entonces desde la herida narcisista de reconocer de que
no somos tan buena gente como nos creemos, dado que el egoísmo y el narci-
sismo (que es su complemento) son constitutivos del humano.
O sea, el Psicoanálisis nos hace bajar del caballo de la Ilusión de creer-
nos buena gente. Asumamos nuestra condición de “fallidos” si queremos arre-
glar nuestra casa. Eso nos hará más tolerantes porque, nosotros también da-
ñamos, aunque sea sin intención. La condición humana es incompleta, finita y
sólo el Narcisismo nos hace creer que somos mejores. Eso debería hacernos
más sabios, más filósofos, más transigentes.
Habrá también reconocer de que los buenos son mas lentos que los per-
versos. Ya lo decía el Señor Jesucristo: “Los hijos de las tinieblas, son más
rápidos que los hijos de la luz”. Esto es así porque “el bueno” (lo ponemos
entre comillas porque nadie es del todo bueno) el bueno usa sólo los medios
lícitos, mientras que el perverso usa los medios lícitos y no retrocede ante los
ilícitos, por ejemplo, el ataque contra Irak sin la autorización de Naciones
Unidas.
El impulso egoísta es una fuerza inherente al Yo desde el nacer y es
necesaria para la sobrevivencia. Luego se mezcla con la sexualidad. Al sexua-
lizarse el egoísmo logra concentrar enormes montantes de energía y logra
convertirse en una gran pasión, una pasión furiosa que es altamente disgre-
gante para la vida familiar, comunitaria e institucional.
Un gobernante poseído de este Mal, el autoritarismo o sea, éste narcisis-
mo patológico, es una desgracia para su pueblo y si tiene más poder, será una
desgracia para la humanidad.
A causa de este egoísmo sexualizado, el ególatra arroga todas las fuerzas
psíquicas alrededor de sí mismos, fuerzas que debió utilizar para bien de los
otros, por eso los malos viven más que los buenos.

284
América del Sur

Con las experiencias vividas, nuestro Yo egocéntrico se va restringiendo,


se va autolimitando. Dedica menos tiempo a su Yo narcísico y labora por su
familia, su comunidad, hasta ser un intérprete de su Cultura.
El individuo autoritario es alguien que no renunció al Narcisismo primiti-
vo. Es un sujeto infantil que no ha podido apearse de la omnipotencia de su Yo
poco evolucionado. No soporta que la realidad sea opuesta a sus deseos. El
autoritario es un enfermo cuyas características son, egocentrismo, infatua-
ción, capricho, omnipotencia. Lo grave es que puedo tener poder y trastornar
gravemente la psiquis de los que están a su cargo. Su gestión política genera
adulones de toda laya que medran con las migajas del poder, mientras el pue-
blo sufre el exilio interior u opta por huir del país. La gente cree que son de
“carácter fuerte”, cuando que en la mayoría de los casos son “peleles” que no
saben dominarse e incapaces de entender las necesidades del semejante.
Tengamos en claro que estos narcisistas violentos son responsables de
los daños que provocan.
Si bien son portadores de un narcisismo abultado, tienen suficiente crite-
rio de realidad como para ser juzgados como responsables de sus actos crimi-
nosos.
Mas si se sienten observados, exhiben amplías virtudes ciudadanas ante
los organismos internacionales que militan por la transparencia y Derechos
Humanos.

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Lourdes Talavera (1959)

(Asunción – Paraguay) compagina las labores de médica – pediatra,


docente universitaria, e investigadora con las de narradora y ensayis-
ta. Se formó en la Universidad Nacional de Asunción – UNA y la
Université Cathólique de Louvain – Bélgique. Es miembro de la So-
ciedad de Escritores del Paraguay y del PENClub.
Publicó los libros de cuentos y relatos Nueva cosecha (2002), Junto
a la ventana (2003), ZoológicoUrbano (2004), Afinidades Fur-
tivas, relatos enhebrados (2007). Su reciente novela La dama y el
tigre 2013, ha merecido una crítica muy destacada. Senderos a nin-
guna parte y otros cuentos desatinados (2015), es un nuevo volu-
men de su autoría publicado en el presente año.

De construcción de mitos, reconstrucción de sueños: Imágenes


femeninas en tres obras de escritoras del Paraguay después de los
años 801
En esta exposición se alude a la literatura de mujeres como aquella litera-
tura que se convierte en un espacio de liberación, de reconocimiento de sí
mismas y de redefinición para las mujeres. Hélèna de Cixous, refiere que eso
es posible mediante las diferentes formas de representación que asumen la
pluralidad de las voces femeninas.
En Latinoamérica, esta literatura, a partir de los años 70 se basó en una
honda búsqueda de nuevas identidades, comportamientos y cuestionamientos
sobre deseos y dificultades de las mujeres, de ese tiempo. En trabajos de
crítica literaria como: A literatura de autoría femenina na América Latina
de Luiza Lobo como asimismo Feminismo y Literatura de Adelaida Martínez
sugieren características comunes en la escritura de las mujeres como un todo
con especificidades relativas a la realidad latinoamericana.
La incorporación certera de las mujeres como narradoras en la década
de los 80, apunta a la ficción y a la ruptura de los mitos opresores en torno a la
figura de las mujeres, en el Paraguay. De las antecesoras como Teresa La-
mas de Carísimo, Concepción Leyes de Chaves y Josefina Plá, es ésta última,
quien ejerce una intensa influencia en las nuevas generaciones de escritoras.
Peiró y Guido Rodríguez Alcalá señalan que en esta etapa la literatura escrita
por mujeres, en nuestro país, exaltan la liberación femenina y sus textos litera-
rios reflejan que sus autoras pertenecen a una sociedad patriarcal que las
oprime y obliga a un comportamiento sumiso. Dichos autores sostienen que
las escritoras, en ese periodo escribieron ficciones como un instrumento para
1 www.portalguarani.com.py

286
América del Sur

la determinación de la propia identidad y del rol que les correspondía como


protagonistas de diferentes escenarios y problemáticas ( Peiró- Rodríguez
A.15-17).Los temas enfocados por las escritoras hacen que la literatura de
finales XX, transformen el canon literario. Los cambios que han ocurrido con
los diversos roles sociales referidos a las mujeres han permitido que ellas
descubran sus propios poderes: El poder lograr lo que desean.
Se ha tomado como referencia de los años 80 y 90, las obras: Baldosas
negras, baldosas blancas, Con el alma en la piel, Madre, Hija y Espíritu
Santopertenecientes a las escritoras Dirma Pardo de Carugati, Chiquita Ba-
rreto y Nila López respectivamente. Los ejes que rigen la mirada a las mis-
mas son: El cuerpo femenino y la sexualidad; la denuncia de la opresión pa-
triarcal y la búsqueda de la identidad femenina.

La representación del cuerpo femenino


La dimensión y finalidad del cuerpo femenino se proyectan más allá del
erotismo y la procreación e incorpora aristas como la violencia física y sexual
como también el tráfico de mujeres con fines de explotación sexual. Dirma
Pardo de Carugati en Baldosas negras y baldosas blancas, el cuerpo fe-
menino se incorpora a la narrativa paraguaya como objeto de explotación
sexual. Las trabajadoras domésticas aparecen en el cuento como seres gené-
ricos y anónimos que reflejan la opresión y enajenación de una sociedad cla-
sista. Así se lee, hasta los perros habían aprendido a conocerlas, en el
poco tiempo que llevaban en la casa, en cambio La Señora, en esos dos
meses, nunca las había llamado por sus nombres, o había mantenido
con ellas una conversación amable (Pardo512).
La obra muestra la clandestinidad del negocio, los personajes desenvol-
viéndose en una atmósfera para ejercer el tráfico de personas: captar, enga-
ñar, acoger, raptar y trasladar a las víctimas: Las subieron al asiento poste-
rior del automóvil y las acomodaron con los cinturones de seguridad. –
¿todo listo? – Si, aquí están los documentos. – Muy bien. Pasaremos la
frontera a la madrugada. Adiós (Pardo513).
La opresión femenina afecta a todas las capas sociales, si bien no de
igual forma, porque se duplica en las clases marginadas. Simone de Beauvoir,
escribió que en la mayoría de las veces, las mujeres de mejor posición so-
cioeconómica y cultural oprimen a sus congéneres menos favorecidas. El
personaje de La Señora, no tiene un oficio explícito salvo el de guiar las
tareas domésticas de las muchachas que contrata y de manera implícita las
entrena para una futura vida de explotación sexual, que el lector presume.
Esta mujer es ejecutora de una acción de extrema humillación, alienación y
fealdad para dañar a un ser humano.

287
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

En relación al cuerpo femenino y la sexualidad que nos plantea, Chiquita


Barreto, en su obra: Con el alma en la piel, colección de cuentos eróticos;
aparecen eventos dispares y relacionados a la ideología de la liberación de la
mujer como asimismo denuncias de la opresión patriarcal. La misión de libe-
rarse en los personajes femeninos es más amplia y propicia al cambio social
para que cada individuo, varón o mujer, logre de sí mismo lo mejor posible,
dentro de la responsabilidad que significa vivir. Liberarse para las mujeres, es
en consecuencia: encontrar la igualdad de oportunidades como práctica ver-
dadera ante el ejercicio de los derechos.
Aunque la libertad sexual es un primer paso en la lucha por la liberación
femenina, circunscribirse totalmente a esto, es retomar la condición de objeto
sexual de la mujer. Así, se lee: Retozaron desnudas, turnándose en ofrecer
y recibir. Disfrutaron de lo que él podía y estimulaban para que pudiera
más, con la sangre alborotada (Barreto20).
Los personajes femeninos de la obra, tanto adolescentes como adultos
comparten una actitud de cuestionamiento, resistencia y transgresión de los
valores institucionalizados (virginidad, matrimonio, familia) que en algún mo-
mento queda reducida solamente al aspecto sexual, como se aprecia: Ambos
cerraron los ojos enceguecidos por perturbadoras imágenes y se entre-
garon inocentes y felices al placentero juego, como dos
cachorros(Barreto45).
También, el escape a la alienante convivencia matrimonial, aparece en
este caso, como la viudez: Fluctuaba entre la alegría y la tristeza. Azuar
descansaba en paz y ella era libre (Barreto 13). De acuerdo a Adelaida
Martínez, la lucha de las mujeres es la lucha por la vida y está ligada a las
denuncias y propósitos aunque las feministas marxistas sostienen que la lucha
por la justicia social no trae como consecuencia la emancipación femenina.
Para esto, se necesita un cambio de actitudes y valores, tanto en la conciencia
masculina como femenina y se obtiene a través de la desmitificación de la
educación no formal que se da en el hogar y es un producto de la ideología
patriarcal (Barreto 2).

Rompiendo mitos y tejiendo sueños


Hoy, en día, las narradoras deconstruyen imágenes negativas, y las re-
construyen con un enfoque más positivo, debido a numerosas ocasiones han
sido destructivas y se han mantenido por siglos. El patriarcado ha creado
caricaturas: la madre, la esposa, la amante, la que odia a los hombres, la bruja.
Esto necesariamente, lleva a las mujeres a autodefinirse como sujeto textual y
contar su historia, independiente de la que han inventado los varones. Situar a

288
América del Sur

las mujeres en los lugares que merecen como seres responsablemente libres,
es levantar el gravamen de propiedad que ha pesado sobre ellas.
En ese sentido, Madre, Hija y Espíritu Santode Nila López nos remite
a la propuesta de Biruté Ciplijauskaité de que para la construcción de una
identidad femenina es de vital importancia la figura de la madre. Las mujeres
en sus roles de madres, hijas, hermanas, abuelas, amigasse relacionan e iden-
tifican entre ellas. Esta identificación es un reflejo de generaciones pasadas y
no constituye un obstáculo a la revisión crítica de dichos roles tradicionales y
a la toma de conciencia ante hecho.
La identificación con lo femenino, como un arquetipo, mira adelante a
través de los sueños, las imágenes creativas, las transformaciones artísticas y
las experiencias reales de las mujeres. Madre, Hija y Espíritu Santo como
prosa, historia del matriarcado y poesía expone mitos e imágenes arquetípicas
de personajes femeninos o hechos relacionados a las mujeres.
La maternidad calificada como tarea femenina se cumple sin orientacio-
nes, sin facilidades y sin comprensión. La misión maternal exige la realización
de la mujer como ser humano. La autora separa la relación sexual de la pro-
creación y es un nuevo sendero que invita a ser transitado para lograr un
mundo más justo que resuelva las angustiosas crisis del momento relaciona-
das al embarazo, parto y puerperio como también a la crianza de los hijos. El
texto literario está impregnado de ternura y colores. En esta obra, la fertilidad
y la creación, anteceden al parto reconstruyéndose el arquetipo de la madre y
la imagen negativa del parto y la sentencia bíblica: Con dolor parirás, por
otra más viva y alegre: En el alumbramiento el ser que ha llegado estrena
el sendero de la creación para hojear las horas de la vida y de la muer-
te, y la vida otra vez, y el nacimiento. Labiología ha de completarse con
la biografía. Tu descendiente también será tu antepasada, tu madre y tu
hija.Tu semejante. (López163).

En conclusión
La literatura de mujeres contribuye con la ficción a crear nuevos escena-
rios, más allá de la denuncia. Las mujeres como sujetos políticos forjan una
historia con una nueva ética que apunta a la conquista de la igualdad de opor-
tunidades. En nuestros días, la trata de mujeres, la violencia de género e intra-
familiar constituyen problemas fundamentales que se reflejan en la narrativa
de escritoras tanto paraguayas como latinoamericanas. Esta situación refleja
la condición de las mujeres como sujetos vulnerables de sociedades que tie-
nen como reto conquistar derechos para aquellos que están discriminados.

289
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Bibliografía
Barreto, Chiquita. Con el alma en la piel. Asunción: RP ediciones, 1994. De
impresión
Beauvoir, Simone, en: Martínez, Adelaida. Feminismo y Literatura.
www.correodelsur.com(Consulta: 6 de agosto de 2011)
Ciplijauskaite, Biruté, en:Martínez, Adelaida. Feminismo y Literatura.
www.correodelsur.com(Consulta: 6 de agosto de 2011)
Cixous, Hélèna de, en: Martínez, Adelaida. Feminismo y Literatura.
www.correodelsur.com(Consulta: 6 de agosto de 2011)
López, Nila. Madre, Hija y Espíritu Santo. Asunción: Servilibro, 3ª edición,
2007. De impresión
Martínez, Adelaida. Feminismo y Literatura. www.correodelsur.com(Consulta:
6 de .agosto de 2011)
Pardo de Carugati, Dirma. Baldosas negras, baldosas blancas en: Méndez
Faith, Teresa. Narrativa Paraguaya de Ayer y Hoy. Asunción: Intercontinen-
tal editora. Tomo II, 1999. De impresión
Peiró, José Vicente y Guido Rodríguez A. Narradoras Paraguayas (Antolo-
gía). Asunción: Expolibro, 1999. Re impresión
Talavera, Lourdes. Deconstruyendo mitos, reconstruyendo sueños.
www.portalguarani.com.py (consulta: 30 de junio 2015)

290
América del Sur

Patricia Agosto y Marielle Palau

Investigadoras del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales


(CLACSO)
Entre las obras de Palau están: con Arístides Ortiz, Movimientos so-
ciales y expresión política (Comp) (2005), La dimensión represiva
y militar del modelo de desarrollo (2011), Movimiento popular y
democracia (2014), en coautoría con Patricia Agosto Hacia la cons-
trucción de la soberanía alimentaria. Desafíos y experiencias
en Paraguay y Argentina (2015).

Hacia la construcción de la soberanía alimentaria. Desafíos y ex-


periencias en Paraguay y Argentina 1 (Fragmento)
Presentación
Este material, además de compartir algunos elementos claves para com-
prender la propuesta de la soberanía alimentaria, sistematiza la visión y las
experiencias que tienen sobre la soberanía alimentaria las organizaciones pa-
raguayas que en la actualidad son integrantes y se encuentran activas en la
Vía Campesina-Paraguay: la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e
Indígenas (CONAMURI), la Federación Nacional Campesina (FNC) y la
Organización de Lucha por la Tierra (OLT), y de organizaciones sociales y
colectivos de Argentina que construyen, desde la producción, la comercializa-
ción, la formación y la difusión, hacia la soberanía alimentaria. La soberanía
alimentaria es un concepto de la Vía Campesina que se ha ido construyendo
y enriqueciendo desde mediados de la década de los noventa –tal como se
plantea en este trabajo– en diferentes encuentros y espacios colectivos por
las organizaciones campesinas y del cual se han ido apropiando otras organi-
zaciones, comprendiendo que la misma es una propuesta política para trans-
formar el actual paradigma productivo impulsado por la Organización Mundial
de Comercio y defendido por todos los organismos que pretenden que la agri-
cultura esté al servicio de las grandes corporaciones y no de las necesidades
y los derechos de los pueblos. Es una propuesta profunda y abarcativa que
supera ampliamente el concepto de seguridad alimentaria planteado por la

1 (Asunción, BASE-IS, Equipo de Educación Popular Pañuelos en Rebeldía, CIFMSL,


diciembre 2015) Esta publicación fue apoyada con recursos de la Fundación Rosa
Luxemburgo con fondos del Ministerio Federal de Cooperación Económica y Desarrollo
de Alemania (BMZ) ISBN: 978-99967-788-6-5 (Asunción, BASE-IS, diciembre 2015).
No comercial: se permite la utilización de esta obra con fi nes no comerciales.

291
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

FAO e inclusive el derecho a la alimentación; es importante ya que se la


reconoce como un derecho humano en el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales (Artículo 11), suscripto por la mayoría de
nuestros países, y eso posibilita llevar adelante acciones de exigibilidad en
instancias internacionales, entendiendo que las mismas han sido resultado de
las luchas de las organizaciones.
La amplitud del concepto lleva a que las organizaciones vayan avanzan-
do en forma dispar en la discusión de algunas de sus dimensiones, e inclusive
que las mismas vayan teniendo diferentes matices que la enriquecen aún más.
Este proceso de apropiación y construcción de la soberanía alimentaria puede
ser apreciado en el primer capítulo de este material, en el que se reafirma que
la misma es base estructurante de la construcción de una nueva sociedad y se
entrecruza con otras soberanías, como la de los territorios y la de los cuerpos.
Partiendo de que las alternativas al actual modelo capitalista –que cada vez
mercantiliza con más violencia todos los bienes comunes y atropella los dere-
chos de los pueblos– ya vienen siendo construidas por las comunidades y las
organizaciones en diferentes escalas, en los capítulos segundo y tercero se
presentan las experiencias que se vienen llevando adelante en Paraguay y
Argentina, valorizándolas y, al mismo tiempo, describiendo las limitaciones y
dificultades para que las mismas avancen, compartiendo así los aprendizajes
de cada una de ellas. En el cuarto apartado, se hace referencia a los obstácu-
los para avanzar en la construcción de la soberanía alimentaria, siendo en el
caso paraguayo, la clara sumisión del gobierno a los intereses de las grandes
corporaciones del agronegocio, y en el caso argentino, un convencimiento de
que la profundización del modelo de la agricultura industrial es la que va a
permitir el crecimiento económico y el desarrollo del país, reflejándose en la
práctica en la garantía de las políticas públicas respecto de los intereses em-
presariales. En ambos casos, se despliega una política orientada a que las
comunidades se disciplinen al modelo. Este material es el resultado, por una
parte, de un rico debate regional impulsado por la organización argentina Pa-
ñuelos en Rebeldía que, avanzando en la discusión de las diferentes dimensio-
nes de la soberanía, nos invitó a sistematizar las experiencias de soberanía
alimentaria en Paraguay y en Argentina. Y por otro, de la predisposición de
compañeras y compañeros de la CONAMURI, FNC y OLT, no sólo en acce-
der a las entrevistas, sino en compartir sus visiones, sentires y las experien-
cias que vienen construyendo. Lo mismo podemos decir de las organizaciones
y colectivos de Argentina, algunos de los cuales pudimos entrevistar y otros
nos permitieron conocer sus experiencias a través de la divulgación en sus
páginas de internet y por medio de los medios de comunicación alternativos y
populares, atentos en mostrar y difundir lo que ocurre detrás de los discursos

292
América del Sur

hegemónicos. Nuestro aporte se limitó a la sistematización. Ante la tendencia


a mirar sólo los procesos “macros” y al hacerlo, ver el avance del extractivis-
mo como arrollador e imposible de detener o ver sólo las limitaciones para
avanzar en la construcción de una sociedad alternativa, este material aporta
una mirada “micro”, e invita a conocer y valorar esos pequeños pero funda-
mentales pasos que vienen dando los movimientos sociales y populares en el
camino de crear una sociedad alternativa al capitalismo.
Mujeres y soberanía alimentaria: Las mujeres y la naturaleza com-
parten la naturalización de la dominación, es decir, parecen ser “fenómenos
naturales” la violencia y la dominación sobre las mujeres y sobre la naturale-
za.2
Un aporte muy interesante como marco interpretativo en este sentido es
el ecofeminismo, “que nos permite dar visibilidad a aspectos de la relación
opresiva entre los hombres y las mujeres y entre las sociedades humanas y el
mundo natural (…). Así, más allá de la crítica al sistema económico explota-
dor (en que se entrecruzan opresiones de clase, etnia, religión, edad, origen
político-geográfico de las personas, etc.), esa propuesta teórica nos ayuda a
reconocer que las dinámicas sociales en que vivimos están estructuradas en
sistemas opresivos, tanto con relación al sexo-género como por la dominación
de la naturaleza por los seres humanos.
Esa realidad material, profundamente desigual, está cimentada en rela-
ciones simbólicas e ideológicas en las que se desvaloriza tanto lo femenino
como el medio natural (además de otros colectivos sociales y los seres no-
humanos)3
En casi todas las culturas se les ha asignado a las mujeres la responsabi-
lidad de velar por la alimentación de sus familias y sus comunidades y este rol,
producto de la división sexual del trabajo, las lleva a buscar la conservación y
la restauración de la naturaleza para lograr la reproducción de la vida, clara-
mente amenazada por el modelo de desarrollo imperante que, como mal desa-
rrollo, tiene su esencia en la opresión de las mujeres y de la naturaleza. Por
eso el modelo productivo, con sus bases patriarcales, “rompe la unidad coope-
rativa de lo masculino y lo femenino y pone al hombre, despojado del principio
femenino, por encima de la naturaleza y la mujer y separado de ambas. La
naturaleza y la mujer han sido convertidas en objetos pasivos para ser usadas
2 Jacqueline Pitanguy y Selene Herculano (1993): “Medio ambiente: un asunto político”.
En: Despejando horizontes: mujeres en el medioambiente. ISIS Internacional, Santiago
de Chile. 25 manos.
3 Emma Siliprandi y Gloria Patricia Zuloaga (2014) ; Presentación en Emma Silipandri y
Gloria Patricia Zuloaga (Coord.): Género, agroecología y soberanía alimentaria.
Perspectivas ecofemnistas. Icaria Editorial, Barcelona.

293
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

y explotadas por los deseos descontrolados e incontrolables del hombre aliena-


do. De creadoras y sustentadoras de la vida, la naturaleza y la mujer están
reducidas a ser “recursos” en el modelo del mal desarrollo, fragmentado y
contrario a la vida”.4
Las mujeres, encargadas de la reproducción familiar, y la naturaleza, so-
bre la que se sostiene la reproducción de la vida, son las que más sufren la
pérdida de bienes comunes: “Con la destrucción de los bosques, el agua y la
tierra, estamos perdiendo los sistemas en que se apoya la vida. Esta destruc-
ción se está llevando a cabo en nombre del “desarrollo” y el progreso, pero
debe haber algo muy equivocado en un concepto de progreso que amenaza la
propia supervivencia. La violencia hacia la naturaleza, que parece inherente
al modelo de desarrollo dominante, se asocia también con la violencia hacia
las mujeres que dependen de la naturaleza para obtener el sustento para ellas,
sus familias y sus sociedades”.5
Otras consecuencias de la agricultura industrial y de las explotaciones
extractivas de gran escala como la pérdida de fertilidad de los suelos, la con-
centración de la propiedad de la tierra y la contaminación generada por el uso
de paquetes tecnológicos, también provocan efectos negativos en la vida de
las mujeres, aumentando la carga de trabajo, afectando su salud y la de sus
familias y expulsándolas de los sistemas productivos y de sus territorios.
En este sentido, “conseguir agua potable, leña o comida se hace cada vez
más difícil y las obliga a recorrer grandes distancias con pesadas cargas. Las
enfermedades de los hijos e hijas, su nacimiento con graves malformaciones,
debidas a la exposición a herbicidas de los monocultivos y a los productos
empleados en la megaminería, vienen a añadirse a una larga lista de penalida-
des. Sin embargo, quizás por estas mismas causas, también son numerosas
las protagonistas del cambio hacia un mundo sostenible. Campesinas e indíge-
nas se organizan, innovan, se empoderan y luchan en los nuevos horizontes
abiertos por la agroecología y la soberanía alimentaria”.6
Por otra parte, la ciencia moderna no reconoce los modos de conoci-
miento alternativo que han desarrollado las mujeres y las culturas no occiden-
tales, en relación a los procesos de la naturaleza y la satisfacción de las nece-
sidades humanas. “Las mujeres vienen conservando y trasmitiendo conoci-

4 Vandana Shiva (1995): Abrazar la vida: mujer, ecología y desarrollo. Cuadernos Inacabados
Nº 18, Horas y Horas, Madrid.
5 Idem
6 Alicia Puleo (2014): Prólogo, en: Emma Ziliprandi y Patricia Zuloaga (coord.): Género,
Agroecología y Soberanía Alimentaria. Perspectivas ecofeministas. Icaria editorial,
Barcelona.

294
América del Sur

mientos vinculados con la selección y conservación de semillas de cultivos


destinados a la alimentación, la salud y la economía de subsistencia”.7
Los saberes vinculados a la alimentación que portan las mujeres, son
parte de sus contribuciones para la construcción de la soberanía alimentaria,
así como las prácticas para el aprovechamiento del agua y el mantenimiento
de la fertilidad de los suelos, que son producto de la investigación y experi-
mentación que las mujeres vienen desarrollando a lo largo de la historia de la
agricultura. Además de su rol de productoras, consumidoras, transformadoras
y distribuidoras de alimentos, las mujeres son quienes han resguardado la
biodiversidad y quienes constituyen la base de la agricultura campesina y de la
seguridad alimentaria de las familias, a pesar de lo cual son las que más difi-
cultades tienen para acceder a los recursos productivos y naturales, como en
el caso de las tierras.
A lo largo de la historia y para alimentar a la humanidad, las mujeres han
desarrollado estos saberes y estas prácticas enfrentando “las relaciones des-
iguales que resultan del trabajo doméstico impago, que prodiga gratuitamente
cuidados, resultantes de conocimientos multidisciplinarios que, aún en condi-
ciones de extrema pobreza, generan calidad de vida y permiten el funciona-
miento societal”.8
Además, tanto las asalariadas como las que trabajan en el ámbito infor-
mal, invierten sus esfuerzos en el bienestar familiar; las primeras, destinando
sus ingresos principalmente a la alimentación; y las segundas, desarrollando
iniciativas vinculadas a la agricultura, la producción y la venta de alimentos o
de artesanías para obtener recursos económicos que les permitan alimentar a
sus familias.9
Partiendo de la certeza de que para las mujeres campesinas e indígenas
la soberanía alimentaria no es sólo una cuestión de alimentación sino una ética
para el desarrollo humano, Irene León (2007) sostiene que “al colocar en el
centro de sus reivindicaciones el derecho humano a la alimentación, las cam-
pesinas abogan por la reorientación de las políticas alimentarias en función de
los intereses de los pueblos, lo que apela a la refundación de valores colecti-
vos y la revalorización de las cosmovisiones integrales. Para encaminar este
propósito, ellas enfatizan en la reivindicación de la igualdad de género en el
conjunto del planeamiento y toma de decisiones relacionadas con el agro y la

7 Silvia Papuccio de Vidal (2011), op.cit. pp. 27 y 28.


8 Irene León (2007) Las mujeres y la soberanía alimentaria En: http://www.iade.org.ar/
modules/noticias/article/php?storyid=1371
9 Idem

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

alimentación, lo que incluye su participación en los diseños estratégicos para


la preservación de las semillas y otros conocimientos”. Es decir que “para las
mujeres campesinas la soberanía alimentaria es consustancial a su propia
existencia y definición social, pues su universo ha sido históricamente cons-
truido, en gran parte, en torno al proceso creativo de la producción alimenta-
ria”. 10
Coincidiendo con Irene León, creemos que para construir la soberanía
alimentaria es necesario que se valoricen los conocimientos de las mujeres en
la agricultura, la alimentación y la gestión de la vida, porque la soberanía
alimentaria no puede prescindir de ellas, especialmente si lo que está en cues-
tión es la gestión universal de sus creaciones.11
Terminar con el hambre, conquistar la equidad intergenérica e intergene-
racional y lograr la supervivencia de la vida en el planeta, requiere imperiosa-
mente poner fin a la discriminación hacia las mujeres y desmercantilizar la
naturaleza.12
Por eso, “en su afán por sobrevivir a los ataques de la ciencia y el desa-
rrollo, las mujeres han comenzado una lucha que desafía las categorías princi-
pales del patriarcado occidental: los conceptos de naturaleza y mujer, y los de
ciencia y desarrollo. Están desafiando el supuesto universalismo de la ideolo-
gía patriarcal no con otra tendencia universalista sino con la diversidad; y
están desafiando el concepto dominante de poder como violencia, con el con-
cepto alternativo de la no violencia como poder”.13
Consideramos que la construcción de la soberanía alimentaria no puede
prescindir de los aportes que pueden y deben hacer las mujeres, constructoras
y guardianas de conocimientos relacionados con la conservación de semillas
nativas, la medicina ancestral y tantos otros saberes que han sido transmitidos
generacionalmente. Es por eso que es imposible caminar hacia la soberanía
alimentaria sin visualizar y combatir las múltiples dominaciones a las que son
sometidas las mujeres y la naturaleza, consideradas como seres a explotar en
beneficio de un sistema capitalista, patriarcal y colonial. Sin embargo, mujeres
y naturaleza también tienen en común las rebeldías que están protagonizando,
a través de un YA BASTA que permite escuchar, en todas partes del mundo,
sus voces de lucha y de resistencia, reclamando por sus derechos negados y
violados durante siglos de sometimiento.
10 Idem
11 Idem
12 Silvia Papuccio de Vidal (2015): Mujeres, alimentación, agricultura y naturaleza: género
femenino. Aporte a las lecturas del Curso Virtual Soberanía Alimentaria: nuestra
alimentación bajo la lupa (ATE y UNLP).
13 Vandana Shiva (1995): Abrazar la vida: mujer, ecología y desarrollo. Op.cit.

296
América del Sur

Obstáculos para la construcción de la soberanía alimentaria. (Frag-


mento)
Las universidades
Otro de los obstáculos está relacionado con el rol que cumplen algunas
universidades públicas que implementan mecanismos de ocultamiento, tergi-
versación y producción de conocimiento científico o informes técnicos que
favorecen a las empresas, y colocadas en ese lugar, niegan la existencia de
otros saberes que desnudan las consecuencias nefastas del modelo producti-
vo sobre las poblaciones y la naturaleza. En este sentido y por poner un ejem-
plo, la creación de la cátedra de soberanía alimentaria en la Universidad de
Mar del Plata fue muy difícil “y fue fruto de una lucha muy intensa porque a
las autoridades universitarias no les convenía que esté este mensaje contra el
modelo productivo, a favor de otra educación y con otra idea de sociedad y
costó mucho que la aprueben, que nos den financiamiento para llevarla ade-
lante, y en buena medida se hace a pulmón, con el esfuerzo de los compañe-
ros. Fue gracias a la lucha de estudiantes, docentes y compañeros de distintas
organizaciones del campo popular, que se manifestaron a favor de que la
universidad pública trabaje para otra cosa y no solamente a favor de los inte-
reses empresariales”. Es desde ese lugar que debe tener la universidad en la
sociedad, desde donde se concibió la cátedra de soberanía alimentaria “Esta-
mos convencidos de que la universidad tiene que ser una universidad del pue-
blo, que es quien la sostiene económicamente, incluso aquellos que no pueden
ir. Para nosotros eso es una gran responsabilidad por eso el conocimiento que
se desarrolla no solamente desde las líneas de investigación sino desde las
actividades en las cuales se discute y los programas para formar profesiona-
les, tienen que ser para el pueblo. Ese impulso y ese convencimiento es el que
nos moviliza, a pesar de todas las trabas, a seguir trabajando, a seguir articu-
lando. Somos un engranaje muy pequeño dentro de lo que es una construcción
social de la que nos sentimos parte, porque nos sentimos parte del pueblo”.
La soberanía alimentaria como necesidad urgente Es desde la so-
beranía alimentaria que se viene avanzando en la construcción de otro discur-
so, otra práctica, otro paradigma, ante la necesidad imperiosa de cambiar el
sistema alimentario hegemónico. Se trata de una propuesta y una práctica que
se convierte en urgente para superar los problemas que se vienen manifestan-
do en la alimentación mundial y en la agricultura campesina, y que permite
construir la autonomía y la autodeterminación de los pueblos. Es una ética de
la vida, una cosmovisión del mundo, enraizada en los/as campesinos/as, pro-
tagonistas de la pequeña agricultura que ha alimentado y sigue alimentando al
mundo, y al mismo tiempo una propuesta para la sociedad en su conjunto. La

297
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

soberanía alimentaria entonces es el camino; y se construye a través de la


producción agroecológica y sustentable, sin uso de agrotóxicos ni de semillas
transgénicas, y en clave de recuperación y respeto de los conocimientos an-
cestrales de las comunidades campesinas e indígenas. Es por esa razón que
los saberes ancestrales no pueden ser negociados ni entrar en el circuito de la
mercantilización, porque han sido la base de la producción de alimentos, que
tradicionalmente estuvo en manos de quienes conocen y trabajan la tierra. No
se trata de generar una cantidad de alimentos que permita dar de comer al
mundo, tal como se define la seguridad alimentaria, sino de generar la cuali-
dad de esa producción, es decir, definir qué, dónde, cómo y cuánto se produce,
que son las preguntas que hay que responder a través de la construcción de la
soberanía alimentaria. No hay seguridad alimentaria sin soberanía alimenta-
ria, nos dice la Vía Campesina. Antes que la mirada 104 hacia fuera, priori-
zando la exportación y la importación de alimentos para garantizar la seguri-
dad alimentaria, se trata de priorizar la mirada hacia adentro, es decir, privile-
giar la producción local destinada al mercado interno, sin que esto implique
negar el comercio agrícola. Se trata de cumplir un derecho humano básico
como es la alimentación y esto es posible si se destinan al comercio solo los
excedentes de su producción, que deben alimentar otras regiones del mundo y
no generar ganancias siderales a las empresas agroalimentarias que comer-
cian con nuestro presente y nuestro futuro. En un mundo donde más de 800
millones de personas sufren hambre, las soluciones no pueden estar en el
mismo lugar en el que se generan los problemas. Si la expansión de la agricul-
tura industrial en manos de las transnacionales nos ha llevado al crecimiento
del hambre en el mundo, la solución de la crisis alimentaria no puede estar en
profundizar ese modelo. Con la certeza de que los problemas pueden resol-
verse consultando a quienes tienen las soluciones en los saberes verdaderos,
es que sostenemos que los/as que garantizarán los alimentos son los/as cam-
pesinos/as, los/as pescadores/as artesanales, los/as pastores/as y los pueblos
originarios, no los “científicos” que en los laboratorios han “revolucionado” de
verde o de transgénicos las formas de producción agrícola, llevando a acre-
centar el hambre y la violencia contra los/as verdaderos/as productores/as de
alimentos y contra la humanidad en su conjunto. Creemos, junto a las campe-
sinas y los campesinos de la tierra, que “La agricultura campesina puede
alimentar al mundo”; “La agricultura campesina puede enfriar el planeta” y
“¡Somos Tierra para Alimentar a los Pueblos!”. Es por eso que nos vienen
proponiendo, junto con otras organizaciones sociales, un debate en torno al
modelo de desarrollo que queremos para nuestras sociedades. No se trata
profundizar un modelo extractivo, productivo y exportador que está avanzan-

298
América del Sur

do claramente en la destrucción del planeta y de la vida de las comunidades;


se trata de crear colectivamente otro modelo, nuestro, que tenga como eje
central la defensa de la vida ante todo interés lucrativo que la destruya.
Se trata, también, de romper la falsa dicotomía campo-ciudad y asumir
que se comparten las consecuencias de las actuales problemáticas y las posi-
bilidades reales de superarlas. Si nos alejamos de las consignas campesinas y
no seguimos resistiendo al modelo de “desarrollo” que nos imponen, los seres
humanos y la Madre Tierra tenemos un destino tenebroso en manos de em-
presas transnacionales que deciden cuándo podemos vivir y cuándo debemos
morir. Y sabemos que si elegimos la vida, tenemos que globalizar la lucha y
globalizar la esperanza, junto a los campesinos y campesinas del mundo, que
nos vienen enseñando, con los pueblos originarios, que los agronegocios son
una ofensiva contra la soberanía alimentaria, y que si los primeros se imponen
desde arriba y por la derecha, la soberanía alimentaria se construye desde
abajo y por la izquierda.

299
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

URUGUAY

Teresa Porzecanski (1945)

Escritora, antropóloga y ensayista uruguaya. Entre su publicaciones


se cuentan Desarrollo de comunidad y subculturas (1972), Mito y
realidad en Ciencias Sociales (1973), Lógica y relato en Trabajo
Social (1974), Curanderos y caníbales. Ensayos antropológicos
sobre guaraníes, charrúas, bororos, terenas y adivinos (1989),
Rituales, ensayos antropológicos sobre umbanda, mitologías y
ciencias sociales (1991), Historias de vida: negros en el Uru-
guay (1994), Historias de vida de inmigrantes judíos al Uru-
guay (1986), Historias de la vida privada en el Uruguay (1996)
con José Pedro Barrán y Gerardo Caetano, La vida comenzó acá:
inmigrantes judíos en el Uruguay (2005), Historias de exclusión:
afrodescendientes en el Uruguay (2006) en coautoría con Beatriz
Santos, Cuestiones del corazón. Ensayos antropológicos (2007),
El cuerpo y sus espejos. Estudios culturales (2008) compilación,
Somos cuerpo, itinerarios y límites (2011)

El silencio, la palabra y la construcción de lo femenino


En torno a las mitologias del “silencio” 1
En la sociedad de los Ona de la Tierra del Fuego, América del Sur, un
grupo indígena, desaparecido en las primeras décadas del siglo, existía un mito
y una ceremonia de iniciación masculina–el Hain, llamado también rito Kloké-
ten de iniciación–que aseguraba a los hombres la sumisión incondicional de
las mujeres. El mito se basaba en un secreto y en una complicidad colectiva
mantenidos y transmitidos dentro de los grupos de hombres. Las mujeres no
debían saber jamás “las historias que explican el origen del mundo y la socie-
dad” 2 ni aquellas que se refieren “a los misterios de la naturaleza, de los
animales, del viento, del mar, de las estrellas y del sol y, sobre todo, de la
luna”. 3
Mucho antes de la llegada de los europeos, lo que se consagraba en la
ceremonia iniciática de los jóvenes varones era un pacto de silencio respecto

1 Texto facilitado por la autora.


2 La exhaustiva investigación de Anne Chapman reconstruye a partir de la documentación
y de los relatos de los últimos Selknam esta mitología.Ver Chapman, Anne. 1986. Los
Selknam. La vida de los Onas. Emecé Editores, Buenos Aires, pp.287 y sig.
3 Ibid. Ver también Magrassi, Guillermo E. 1987. Los aborígenes de la Argentina. Búsqueda,
Buenos Aires. pp. 30-31.

300
América del Sur

de la sabiduría existente en la tribu, sabiduría que en la mujer significaría un


riesgo. Se amenazaba al joven iniciado con la muerte, si alguna parte de ese
secreto bien guardado durante incontables generaciones, fuese revelado al
mundo de las mujeres. Ellas no debían poseer el conocimiento pues ello las
haría independientes, rebeldes.
Asimismo, dentro del decálogo que consagraba la transformación del jo-
ven en varón adulto, se le recomendaba al muchacho “ser cariñoso con su
mujer o mujeres, pero teniendo cuidado de no dejarles conocer sus pensa-
mientos íntimos, porque, si lo hacen, se corre el riesgo de que ellas recuperen
el poder que tuvieron antaño...” 4. Siendo la regla del matrimonio, la exoga-
mia, se recomendaba al joven tomar esposa en un clan extraño y distante, a
fin de que en caso de disputa con ésta sus parientes estuvieran demasiado
lejos como para defenderla, con lo que ella sería más sumisa.
En la cultura de los Yanomamo de la selva tropical venezolana, les estaba
prohibido a las mujeres hacer uso de drogas alucinógenas ya que “ingiriendo
estas drogas–por ejemplo, el ebene– los hombres tienen visiones sobrenatura-
les que las mujeres no pueden experimentar. Estas visiones les permiten con-
vertirse en chamanes y entrar en contacto los demonios y controlar así las
fuerzas malévolas...” 5.
Los grupos Baruya de Nueva Guinea, que practican también iniciaciones
masculinas, enseñan a los hombres durante estas instancias iniciáticas “que
son las mujeres quienes, en los orígenes, inventaron el arco y las flautas cere-
moniales. Los hombres se las robaron penetrando en la cabaña menstrual
donde estos objetos estaban ocultos. Después, sólo los hombres saben servir-
se de ellos –la flauta es el medio de comunicación con el mundo sobrenatural
de los espíritus– lo que les confiere supremacía absoluta”.6
El caso del Hain, entre los Selknam ilustra esta hipótesis: de acuerdo a las
fuentes consultadas por los investigadores, las mujeres cargaban sobre sí con
la responsabilidad máxima de la subsistencia del grupo, porque mientras que
la recolección era permanente, la caza era estacional. La producción de obje-
tos utilitarios, las tareas domésticas y la crianza estaban también a cargo de
las mujeres.7

4 Ibid.
5 Chagnon, Napoleon A. 1977. Yanomamo, the fierce people.Holt, Rinehart and
Winston.USA.
6 Héritier-Auge, Francoise, 1992. Mujeres ancianas, mujeres de corazón de hombre, mujeres
de peso. En M.Feher et al. Fragmentos para una Historia del cuerpo humano. Taurus,
Madrid. Tomo III. pp. 287.
7 Este análisis es más exhaustivo en Porzecanski, T. 1993. Lope de Aguirre y los Ona de
Tierra del Fuego: una historia de masculinidades. En Curanderos y Caníbales. Ensayos
Antropológicos sobre Charrúas, Guaraníes, chamanes, adivinos y románticos. Luis A.
Retta Libros Editor, Montevideo, 1993. 2 edición.

301
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Como bien ha sido observado 8 la existencia de muchas y variadas mito-


logías, en culturas que van desde Tierra del Fuego hasta Amazonia, desde
Australia hasta Nueva Guinea, que relatan de un supuesto matriarcado primi-
tivo, en un tiempo sin tiempo–ex-nihilo–, “no prueban ninguna realidad sino
que justifican una realidad existente”: la necesidad de mecanismos de control
social sobre las mujeres.
Es de hacer notar que los pensadores evolucionistas del Siglo XIX, con
pocas excepciones y sin sustantiva investigación etnográfica, crearon hipóte-
sis sobre la evolución general de las sociedades humanas, las que coincidían
en identificar un estadio de la mismas en que una imaginaria “ginecocracia”,
un “matriarcado” lo llamaron, habría tenido lugar como etapa transitoria que
luego desembocaría en la sociedad patriarcal, cuyo ejemplo se fundaba en la
sociedad europea decimonónica, que era contextualmente el ambiente de los
propios pensadores.9 Para la mayoría de ellos, es el patriarcado el que señala
los inicios de la civilización.
Ninguna de estas teorías se apoya en datos provenientes de la investiga-
ción etnográfica, sino que están construidas, a la manera de las mitologías,
como relatos que, a la vez, fundan y transmiten toda una visión asimétrica de
los roles de género: las mujeres ya habrían tenido en sus manos el poder y no
hicieron con él nada relevante. La prueba de esto sería que todo terminó,
siendo apenas una etapa de transición hacia estadios sociales más “avanza-
dos” organizados en base al poder político de los varones.
Hoy se sabe que, aún en las escasas sociedades de tradición matrilineal
(no matriarcal), jamás ejerció el gobierno la mujer sino que preferentemente
lo desempeñó el hermano mayor de ésta o su pariente masculino más cerca-
no. Asimismo, se sabe que en la gran mayoría de las sociedades humanas que
habitaron el planeta, existieron marcadas diferencias en los roles de género y
notoria asimetría en la distribución de derechos y obligaciones, bienes y servi-
cios, alimentos y recursos vitales en relación al el género femenino.

“Una vida secreta para poder vivir.”


La oposición anotada, entre mujer y conocimiento de los mundos espiri-
tuales que revelan el origen o el sentido, es de larga data y aparece asimismo
en las mitologías de varias sociedades africanas antes de la llegada de los
europeos, como una constante de un rol que ha sido construido a partir de la
delimitación de áreas prohibidas.

8 Bamberger, Joan. citado por Grassi, Estela. 1986. Antropología y Mujer. Humanitas,
Buenos Aires. pp. 20-21.
9 Especialmente Das Mutterech de Bachofen (1861), el que es influyente en Morgan,
Ancient Society (1877).

302
América del Sur

De esa proscripción, también hecha tradición en las sociedades blancas


de Occidente, es que nace y se instala la duplicidad que caracteriza la vida de
las mujeres que, en las sociedades contemporáneas, se aventuran por los
caminos del verbo. Nadie como la brasileña Clarice Lispector en su novela La
Araña ilustra tan ajustadamente esta ambivalencia como cuando dice su pro-
tagonista: “Sí, necesitaba una vida secreta para poder vivir” o “ella era como
su propia equivocación”. O aún, “ella pasaría sus días como si fuese una visita
en su propia casa”.
La mujer así construida, es esa mujer precedida antes que nada por el
silencio–que proviene de sílere, callar–un silencio que encubre su propia his-
toria, y estimula, al mismo tiempo, la propia introspección de las mujeres y su
obligación de ocultarla, silencio que ha puesto un paréntesis femenino de si-
glos a las preguntas sobre el sentido del mundo. Se trata de un tipo de silencio
que ha venido creando históricamente y de manera estereotipada ciertas opo-
siciones aparentes: pasividad/ actividad, belleza/inteligencia, sensibilidad/ra-
ciocinio, naturaleza/cultura, mujer/pensamiento.

“El silencio de la mujer y la gracia”.


Un antiguo proverbio que recogiera Sófocles, citado por Aristóteles, afir-
ma que “el silencio presta gracia a la mujer”.10 La historia del silencio de las
mujeres es la propia historia de Occidente 11, cuando en la modernidad tardía,
se recogen las máximas imperantes desde siglos atrás: “(...) fray Luis de
León declaraba que el deber de las mujeres era permanecer en la casa y
guardar silencio.(...) El francés Du Bosc hablaba de la necesidad de “la dis-
creción, el silencio y la modestia” en las damas de honor.” Les aconsejaba
que tomaran como modelo a la Virgen María y hacía notar que “las Sagradas
Escrituras no mencionan que la Virgen haya hablado más de cuatro o cinco
veces en toda su vida”. Las mismas observaciones se hacen en tratados
ingleses de la primera parte del período moderno”.12 Según Burke, “el silencio
se asociaba con el “pudor” o la “modestia” (...) que eran las cualidades que
definían a las mujeres respetables”13 y tenían que ver con la honra sexual, por
lo que la regla se acentuaba especialmente sobre ciertos grupos de mujeres
en particular: además de las monjas, las jóvenes a las que se le recomendaba
“un profundo silencio” 14 cuando estaban en sociedad, salvo en el caso de

10 Burke, Peter. 1996. Hablar y callar.Funciones sociales del lenguaje a través de la historia.
Gedisa, Barcelona. pp.157. Paráfrasis.
11 Ibid.
12 Ibid.
13 Ibid.
14 Ibid. Paráfrasis. pp. 164.

303
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

responder–siempre escuetamente–a preguntas concretas que alguien les for-


mulara.
Asociadas al grupo etario de los niños y al grupo ocupacional de los acom-
pañantes o sirvientes–a quienes también se les recomendaba el silencio–las
mujeres han sido fundantes de ese universo de lo implícito, de lo connotado, de
lo dicho sin ser pronunciado, que ha sido considerado la clave del recato y la
sustancia de la pasividad.
La palabra ha sido entonces anatema para la mujer: usarla en el discurso
oral, y en el escrito hacerla pública. De allí la larga relación de la mujer con los
diarios íntimos, con los epistolarios encerrados en cofres, con la poesía como
desahogo en la intimidad. De allí también, la sospecha de la sociedad patriar-
cal por lo que pueda ser y hacer la mujer con la palabra.

La mujer “silenciosa”.
La filósofa Michele Le Def es capaz de mostrar, a lo largo de la historia
de Occidente, diversas teorías que sostienen que “una mujer que piensa y
habla está siempre dividida.” 15 Se trata de teorías, afirma, cuya finalidad ha
sido la de “invitar firmemente a las mujeres a dejar de pensar” ya que se
califica de oposición o de escisión la relación de la mujer con el pensamiento
filosófico.16 Así como el lugar del hombre, ha sido el de la palabra,–y por
ende, el de la mente–, lugar fundante por antonomasia de la Historia, el lugar
de la mujer ha sido el del silencio. O bien, el de aquellos que, por no haber
tenido la palabra, no han podido pensarse a sí mismos.
Transformada en apenas objeto del discurso de los otros, la mujer que se
previó durante mucho tiempo se pretendió “silenciosa”, enmudecida o demu-
dada. O bien, construida a partir de un discurso tópico que la reduce al mundo
de lo implícito, de lo sensible, desvirtuado y de endeble prestigio frente al de la
lógica y racionalidad. Así, la dicotomía impuesta, ha enfrentado en aparente
polaridad “lo femenino”, no solamente a lo masculino, sino al término “huma-
nidad”, que disuelve, por su modalidad inclusiva, las particularidades del dis-
curso de la mujer.

“Femenina y reservada”.
El famoso diseñador Robert Filoso de Los Angeles, fabricante de mani-
quíes para la moda, anuncia desde su taller que para los noventa las mujeres
serán “más femeninas, más reservadas” 17, haciendo sinónimos a los dos tér-

15 Le Doeff, Michele.1993. El estudio y la rueca. Ediciones Cátedra, Universidad de


Valencia.Madrid. pp. 267.
16 Ibid.
17 Faludi, Susan. 1993.Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna. Anagrama.
pp. 219 y sig.

304
América del Sur

minos. Y dice: “En los setenta los maniquíes eran extrovertidos, y siempre
tendían los brazos en busca de algo. Ahora se recogen sobre sí mismos.”1 8
Según Filoso, esto es lo que ocurre también con las mujeres para las que se
inspira: “Ahora puedes ser tu misma, puedes ser una dama. No tienes que
pasarte la vida demostrando lo enérgica que eres,” 19dice.
Según S. Faludi, desde los ochenta, los maniquíes fijan los cánones de
belleza, y se supone que las mujeres de carne y hueso son las que deben
seguirlos. Mientras los maniquíes “adquirían vida propia” las mujeres eran
anestesiadas y sometidas al bisturí.” 20 El término anestesiar condensa todos
los significados del silencio al que hacíamos referencia. Así como los cuerpos,
las mentes de generaciones enteras de mujeres han sido objeto de variadas
anestesias para volverlas dóciles a las coordenadas prácticas y discursivas de
las diversas sociedades patriarcales en sus diferentes épocas.
Varios estudios de lingüística comparada contribuyen en los últimos tiem-
pos a identificar particularidades en los léxicos empleados por las mujeres. La
idea que la gente se hace de lo femenino a través de su discurso y, en contra-
partida, la manera en que el lenguaje codifica y transmite el “sexismo” de una
determinada sociedad, son los objetivos centrales de estos estudios. “Algunas
investigaciones aluden al empleo más abundante (en las mujeres) de vocabu-
lario participativo; por ejemplo, verbos y nombres que expresan estados psi-
cológicos, emoción y motivación, o la especialización de las mujeres en los
vocabularios de la vida doméstica, así como su preferencia por expresiones
cariñosas del tipo de “querido”, etc., o el gusto por los intensificadores como
“tan”, “muy”, etc. Se destaca también la frecuencia con que ellas emplean
matizadores del tipo de “creo”, “supongo”, “diría”...” 21. Informes comparati-
vos sobre la conducta conversacional de los géneros revelan que las mujeres
tienden a hablar menos que los hombres en las conversaciones mixtas, inte-
rrumpen menos, permanecen más tiempo en silencio y utilizan mayor cantidad
de señales de refuerzo (mover la cabeza asintiendo, dar una respuesta míni-
ma) que los hombres. 22

“Feminolecto”.
Haciendo a un lado las diferencias culturales netas, el estilo del discurso
femenino–o “feminolecto”–es descripto como más “inseguro” y “dubitativo”
18 Ibid.
19 Ibid. pp.255.
20 Ibid. pp. 255.
21 Demonte, Violeta. Puede ser..este,...te parece? Título original: Naturaleza y estereotipo:
la polémica sobre un lenguaje femenino.En Cotidiano Mujer, III Epoca, N 19. Diciembre,
1994.Montevideo. pp.8-11.
22 Ibid.

305
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

que el de los hombres (lo que demostraría toda una tradición de la cautela),
más “educado” e “indirecto” (lo que se vincularía con toda una tradición de
expresividad silenciosa).23 En general, se coincide en que la competencia
lingüística de la mujer “se distingue por la restricción social a la que se ve
obligada en la elección de ciertos lexemas o cambios silábicos, y en la misma
aceptación de vocablos específicos a su rol de mujer”. 24 Ello no sólo se ha
detectado en las sociedades llamadas occidentales sino en los léxicos de cul-
turas indígenas–tales como los Carajas, Onaicuros, Chiquintanos sudamerica-
nos, entre otras–que presentan diferencias dialectales de género.
En términos generales, puede afirmarse que tabúes y eufemismos son
característicos del vocabulario que se considera socialmente apropiado para
el género femenino. “En este sentido, las mujeres siguen unas reglas socio
linguísticas más restrictivas (que los hombres) y, por esta razón, son también
depositarias de las fórmulas lingüísticas de cortesía y de arcaísmos que, de
algún modo, restringen la expresividad de su acción”25, lo que resulta en un
cierto grado de asimetría en relación a la alta permisividad social otorgada al
discurso masculino.
Si la lengua y la escritura posibilitan una forma de conocimiento, una
exploración de mundo y del sentido de las cosas, no sorprende entonces el
hecho de que las mujeres sientan de pronto y con intensidad, la necesidad de
desbordarse en el empuje expresivo con que combaten su tradicional simula-
cro de silencio. La escritura femenina intenta atravesar ese cuerpo constreñi-
do por los maniquíes, la cirugía, la gimnasia, la obligación de no envejecer, las
dietas para adelgazar, ese cuerpo deserotizado por las licuadoras, las lavado-
ras, los anticonceptivos, los detergentes, y apunta a liberar las mentes abru-
madas por las presiones de la publicidad y la industria. Buscando aquello que
se le ha decretado prohibido, que es nada menos que sí misma, la escritura de
la mujer separa uno a uno los emblemas que encubren su pretérito silencio
decretado por otros.
“¿Cómo hablar para salir de sus enclaustramientos, encuadramientos,
distingos, oposiciones...? ¿Cómo despojarnos de estos términos, liberarnos de
sus categorías, desprendernos de sus nombres?”, se preguntaba hace algún
tiempo Luce Irigaray 26. Escribir, describir, nombrar, comparar, son formas de

23 Ibid.
24 Buxó Rey, M.Jesús.1991. Antropología de la Mujer. Cognición, lengua e ideología
cultural. Ed. Anthropos, Barcelona, pp. 104 y sig.
25 Ibid. pp. 107.
26 Citado por Vilaine, Anne-Marie. Le corps de la théorie. En Magazine Littéraire N 180,
Janvier 1982.pp.25-28.

306
América del Sur

exploración del mundo por las que se construyen los significados y los siste-
mas de clasificaciones. De ellos emerge la expresa codificación de los senti-
dos del mundo, un sistema de relaciones cargado de significatividades y ges-
tor también de asimetrías y desigualdades. Las narratividades responden a
sistemas interpretativos que conllevan en sí mismos sutiles estereotipos y ne-
tas simplificaciones.
Para C. Olivier, “el discurso del hombre (...) es mortífero para la mujer
en la medida que, al tomarla como objeto, le arrebata su lugar de sujeto y
decide en vez de ella lo que debe resultarle bueno. De ese modo, es el hombre
quien define el lugar y el lenguaje femenino...” 27
Si la mujer no ha hablado más que las palabras de los otros, o si su pala-
bra ha resultado residual, intersticial, respecto del discurso canonizado, es
porque su cuerpo también ha sido omitido como realidad. Omitido quiere decir
subsumido bajo las definiciones de prioridad social: la funcionalidad de su
biología como preservadora de la especie, las proscripciones imperantes res-
pecto de la fertilidad y la crianza, y la percepción masculina que sitúa a la
mujer como fuente de placer, han generado en la gran mayoría de las culturas
humanas un muy alto grado de control social específico sobre las mujeres.
El análisis de variadas mitologías relativas al peligro y a la contaminación
de la preñez, la sangre menstrual, o meramente de las mujeres, en múltiples
culturas de las llamadas “primitivas”, lleva a M. Douglas a concluir que “nos
encontramos entonces con ideas de contaminación que se usan para mante-
ner a mujeres y hombres (separados) en las funciones que les toca desempe-
ñar” a través de rituales que mantienen en su lugar los roles de género y la
distribución (asimétrica) del poder.28
Si el cuerpo femenino, por su fisiología, se entrama simbólicamente con
la dimensión del desorden, aquella dimensión que, por ilimitada, ronda zonas
de peligro,29 no puede sorprender que los controles sociales se ejerzan con
especial atención respecto de la pubertad de las niñas, la menstruación, la
fertilidad y la preñez, intentándose reglamentar esos procesos de manera que
prime el “interés social”. Esta vigilancia cuidadosa de la sociedad respecto las
funciones y desempeños del cuerpo de la mujer que, según Olivier, es un
cuerpo “demasiado estrepitoso o no lo bastante”, aparece inscripta en la es-
critura de la mujer como una imposición a revertir o transgredir.

27 Olivier, Christiane.1984. Los hijos de Yocasta. Fondo de Cultura Economica, Mexico.


pp. 143 y sig.
28 Douglas, Mary. 1973. Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación
y tabú. Siglo XXI Editores, Madrid.
29 Ibid.

307
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

“Darse a luz”.
No le basta, entonces, la investigación y escritura del mundo que han
hecho los otros; no le alcanza el discurso instaurado, legitimado, canonizado.
No quiere escribir del mundo aquello que ya se ha escrito–protagonismo, he-
roísmo visible o anecdotarios ejemplares paradigmáticos–sino indagar en los
espacios residuales, en sus restos, en aquello que aún espera ser reconocido y
desentrañado. En su memorable relato titulado La Legión Extranjera, escribe
Clarice Lispector:
“Delante de mis ojos fascinados, allí delante mío, como un
ectoplasma, ella se estaba transformando en una niña (...)
La agonía de su nacimiento. Hasta entonces nunca había vis-
to el coraje. El coraje de ser el otro que se es, el de nacer del
propio parto, y el de abandonar en el suelo el cuerpo anti-
guo”.
Es probable que la escritura que hacemos como mujeres tienda en algún
sentido a esa triple marca que denomino de desborde, ruptura e intersticio.
Desborde pues la escritura de las mujeres me parece que busca mucho
de libertad, de vuelo, de ascenso hacia un espacio sin límites, como si se
aspirara a barrer mucho del discurso convencional, o a reescribirlo.
Ruptura pues la escritura de las mujeres busca en sus ejemplos extremos
fundar otros puntos de partida, otra conceptualización de lo real y de lo imagi-
nario, y por lo tanto desdibuja los consensos establecidos por los discursos ya
legitimados. En ese sentido intenta des-estereotipar algunos de los cánones de
esa “femineidad social” dentro de la que se ha construido la “femineidad”.
Intersticio, pues se dirige a aquello que en la historia patriarcal de la
escritura quedó en los márgenes, en un oculto segundo plano, aquello que
nunca fue considerado suficientemente prestigioso como tema o como estilo:
lo “menor”. Escritura entonces de lo “no- importante”, que trae a primer
plano personajes y situaciones “menores”, que no llamarían de otro modo la
atención, ocupados en rutinas menores dentro de contextos no relevantes
para para la mirada del discurso patriarcal. Tal como dice Armonía Somers en
su cuento La inmigrante: “Veníamos desde un mundo viejo y achatado por
añadidura. En cambio, de esa sordidez, a ella le hubiera sido sólo preciso un
pequeño cesto en la cadera para que aquel cuartucho miserable floreciese
como un campo sembrado de tulipanes.”
Escritura que revisa, que redefine los desfasajes entre biología y cultura,
entre autonomía y dependencia, entre cuerpo y pensamiento, entre sensibili-
dad y raciocinio, la escritura de las mujeres hace notar y problematiza las
categorías más ocultas de los prejuicios de género.

308
América del Sur

Alicia Migdal Juli (1947)

Poeta, narradora y crítica de cultura, cine y literatura. Algunas de sus


obras son: Mascarones (poemas en prosa, 1981; Historias de cuer-
pos, 1986; La casa de enfrente, 1988; Historia Quieta ,1993; Mu-
chachas de verano en días de marzo, 1999; En un idioma extran-
jero, 2008.

Mujeres: Del confort a la intemperie 1


Las mujeres me causan un profundo sentimiento de placer y de pér-
dida. Como si fuesen eternamente mías, pero nunca me perteneciesen,
dice melancólicamente Bernard Malamud en su novela Las vidas de Dubin.
Y dice Eugenio Montale sobre los relatos de Natalia Ginzburg: “Tal vez haya
algo despiadado en el arte de Natalia, el deseo de ser dulcemente cruel, como
sólo sabe serlo una mujer. Pero cruel con cierta languidez, con un dejo de
semi-irresponsabilidad”. Y dice Christina Stead en Aquelarre familiar: “En
una familia el padre es el principio de la ley, la madre el principio de la anar-
quía. Es la que puede oprimirte o salvarte, pero fuera de las reglas de la ley
paterna. La mujer lleva en sí, con todos sus límites, ese principio anárquico.
Cuando sueña con la igualdad su voz se vuelve frecuentemente perversa:
sueña siempre con la rebelión, algunas veces con la venganza”. Y dice Ros-
sanda en Las otras: “La familiaridad que las mujeres tienen con la enferme-
dad, con la vida y con la muerte entraña, como todos los verdaderos conoci-
mientos, una drástica y sabia reducción al uso de los silencios”. Y Simone de
Beauvoir en El segundo sexo: “Venerada y temida a causa de su fecundidad,
siendo otra que el hombre y participando del carácter inquietante del otro, la
mujer tenía al hombre de cierta manera bajo su dependencia en el mismo
momento en que dependía de él; la reciprocidad de la relación amo-esclavo
existía actualmente para ella y de ese modo escapaba de la esclavitud”. Y
John Lennon titula una de sus canciones “La mujer es el negro del mundo”. Y
Fabienne Bradu: “Escribir es también inscribir un cuerpo en la escritura, por-
que escribir es hacerse pasar por alguien o algo. Entonces, la escritura [feme-
nina] se encuentra como atenazada entre un lenguaje que no dice lo suficien-
te, que traiciona la intención, y otro – el mismo – que dice demasiado porque
es demasiado literal”. Y Tamara Kamenszain: “La mezcla de ficción y ensa-
yo, la reflexión no sistemática acerca de la estructura, el metatexto, pueden

1 Este trabajo fue originalmente publicado en Cuadernos de Marcha, Año II, No. 14,
diciembre de 1986, y revisado por la autora para su reimpresión [N. del Ed.]

309
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

ser, hoy, género femenino por excelencia. Concebido como una protección del
propio texto, sacan de la marginalidad a un discurso supuestamente débil, pero
sin utilizar herramientas ajenas o masculinas”.

Antes y ahora
Este conjunto de citas voluntariamente heterogéneo de hombres y muje-
res acerca de lo femenino y de lo femenino y la escritura, intenta establecer
un vínculo inmediato como algo más recortado, todavía, que la relación mujer-
literatura (una de las formas metafóricas de la relación mujer-silencio). Ese
recorte o su hipótesis trata de observar cómo se han visto a sí misma, a través
de la producción cultural – las rupturas del silencio – la mujer uruguaya a lo
largo de un siglo paradójico en el que antes de 1940 ya había accedido a los
derechos formales que la igualaban con el hombre. Esa normalización de la
vida civil, coronada por el voto en 1932 y sobre el cual Silvia Rodríguez Villa-
mil y Graciela Sapriza se preguntan si fue una conquista o una concesión, se
producía en el auge del Estado benefactor que tan fuertemente modeló la
personalidad de los uruguayos. En medio de ese equívoco bienestar en el que
la mujer, desde la letra de la ley, era una protagonista civil, parecía que no
quedaba nada más por esperar, ni a hombres ni a mujeres. El país de las
perfecciones alcanzadas, según Carlos Martínez Moreno. La perversa rela-
ción amo-esclavo, la mujer como el negro del mundo (el “nigger”, no el “black”),
lo femenino como principio anárquico, ¿se percibía en esa época, en algún
nivel de conciencia articulable, esa ambivalente relación? Todo parecía nor-
malizado. Sin embargo, desde la literatura – el lugar permitido a las mujeres
para dar cuenta pública de sus sentimientos, esas cosas delicadas y bellas
propias de mujeres – algunas voces femeninas habían fluído y sufrido tempra-
namente las paradojas universales refractadas en el satisfecho espejo uru-
guayo. Delmira Agustini había quemado su vida muriendo “extrañamente de
un pensamiento mudo como una herida” en un episodio digno tanto de la más
alta tragedia como del más grotesco folletín, y María Eugenia Vaz Ferreira,
con sus “brazos lacios”, había divagado entre corredores de aulas y senti-
mientos encerrados. Con Juana de Ibarbourou y su consagración americana
el escándalo de lo femenino expresado, de lo femenino expresable, había al-
canzado su máxima normalización. Su erotismo lírico le restituía a las clases
medias una noción de viabilidad y decoro. A tal punto en la vida civil cotidiana
– y en la poesía que la exaltaba a través de Juana – y la presencia de la mujer
resultó civilizadamente “normal” que de tan normal desapareció de la (con-
quistada, concebida) esfera pública.
Pasaba la etapa heroica de cuño liberal de las sufragistas de las primeras
décadas en las que se había consumado, a través de las hermanas Paulina y

310
América del Sur

Clotilde Luisi, el acceso efectivo y también simbólico a los lugares reservados


para el hombre (cátedras de Medicina y Derecho), y pasadas también las
primeras décadas de importante participación femenina en la actividad sindi-
cal, recién los años ochenta la mujer reaparece en la esfera pública en su
calidad de tal. La mujer aparece en plural, como “mujeres”, en grupos organi-
zados (hay actualmente treinta y siete organizaciones) y apareciendo en plu-
ral se postula por primera vez en esta mitad del siglo como mujer, como auto-
conciencia femenina y/o feminista. Tantas décadas de ser considerada “per-
sona” habían enmascarado la realidad primera tras la visibilidad de ciudadana
sin sexo. En los últimos quince años esa visibilidad había acompañado en
acción política del hombre; como él, la mujer sufrió cárcel y torturas. La
persona visible fue ultrajada en su definición hasta entonces invisible para ella
misma, la de mujer; como tal fue violada, torturada, desaparecida y encarce-
lada. Toda una nueva cultura emocional aparece en el Uruguay de la dictadu-
ra y moviliza, desde el cuerpo y la conciencia ultrajados, una introspección
colectiva de lo femenino, hecha en diferentes niveles de discurso (desde el
más especializado de la sociología hasta el más espontáneo e informal de los
grupos barriales).
En medio de la pérdida de los esquemas tranquilizadores del pasado, la
mujer uruguaya tuvo el privilegio de ser uno de los sujetos más golpeados –
como sucede siempre en los fascismos – lo fue como mujer como fuerza
reproductora de vida. El fin de la sociedad “amortiguadora” implicó que se
rajara el acolchonamiento del paternalismo por el escándalo moral, político, y
psicológico de la dictadura. Con o sin cárcel, la mujer uruguaya fue atacada y
sigue siéndolo, en sus hijos, en el corrimiento del futuro utópico, en el des-
membramiento familiar, en la perturbada vida emocional que desquicia, subte-
rráneamente, a los discretos uruguayos. Entre padres amablemente machis-
tas y tutores violentos hemos vivido las mujeres del Uruguay de mentalidad
batllista y realidad fascista. Finalizando el período de silencio, que para la
mujer data de más de cuarenta años atrás y se percibe como un silencio que
aparentemente ignora su condición de tal, importa preguntarse qué fue lo que
pasó, cómo se veían a sí mismas las mujeres productoras de objetos cultura-
les, a través de esos mismos objetos y en una época – a partir de los años 50
– en la que tuvo una participación artística sostenida. Conviene dirigirse en-
tonces a la producción textual del período del hiato – período que va desde la
prosperidad proporcionada por la Segunda Guerra Mundial a la pauperización
establecida por el modelo económico neo-liberal. Y conviene también dirigirse
a la aureola que emanaba ese hiato y que tantas mitologías alimentó y sigue
alimentando: el inquieto clima intelectual de la “generación crítica”. Importa
plantearse como contrapartida, la realidad actual, marcada por la presencia

311
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

organizada de las mujeres a través de movimientos sociales y grupos de estu-


dios específicos, pero con una reducción numérica notoria de voces nuevas
en el terreno literario y una mayor presencia, en cambio, en el área de la
plástica, para poner dos ejemplos opuesto dentro del territorio de la expresión
artística.

Una gentil violencia simbólica


La asimetría entre los dos momentos (del sufragismo a la inglesa y el
anarco-sindicalismo al feminismo de los 70) podría describirse así: la literatura
femenina del 45 no fue acompañada de una autorreflexión paralela, en un
momento histórico donde en las metrópolis no se habían desarrollado todavía
instancias de conflagración del pensamiento feminista. El Segundo Sexo de
Simone de Beauvoir es de 1949. En los 80 por el contrario, y como producto
no sólo de la situación límite vivida a nivel nacional durante la dictadura sino
por una puesta al día teórica con el pensamiento internacional, que proporcio-
na los instrumentos para formalizar la nueva y la antigua experiencia, se regis-
tra una importante presencia de mujeres pensándose desde la Historia y la
Sociología (y mucho más aisladamente desde el Psicoanálisis).
Se ha producido un desfasaje entre la actualización de un discurso teóri-
co y una participación social concreta, y las representaciones simbólicas que
habilitan la actividad artística. La inversión de términos, la puesta en primer
plano del discurso teórico, se corresponde, indudablemente, con la nueva he-
gemonía mundial de los discursos científicos, dentro de los cuales a su vez el
de la teoría cultural está particularmente rezagado en el Uruguay de hoy. La
llamada “resistencia académica” desde centros privados contó en los últimos
años, con un aporte femenino de especial valor, no sólo por su calidad técnica
sino por la decisión colectiva de sistematizar la observación e investigación
sobre la condición de la mujer, marginada de la teoría y de la práctica de la
teoría. Sirva como ejemplo de calidad de trabajo el llevado a cabo por el
GRECMU (Grupo de Estudio sobre la Condición de la Mujer), dirigido por
Suzana Prates.
Pierre Bourdieu habla de la “violencia simbólica” que da por “natural” lo
que en realidad es cultura, construcción ideológica, y que “aliena a un grupo
de sus propios intereses de grupo y lo alienta a identificarse con los intereses
de los dominantes”. En el Uruguay evocado como un plácido lugar (¿calma o
parálisis? se preguntaban en 1954 desde Marcha Julio Castro) esa violencia
simbólica se ejerció bajo la forma de la condescendencia que la precoz mo-
dernización social del país permitía ejercer vertical y horizontalmente. El cli-
ma espiritual de los 50 permitía vivir como “natural” esa condescendencia.
¿Se sentían “dominadas” las mujeres emergentes de esos años? Podemos

312
América del Sur

imaginar que el espíritu epocal era el de una negociada confraternidad; los


grupos que se movían en torno a revistas, publicaciones, prensa, cafés, com-
partían un territorio donde las contraposiciones eran estéticas y poco ideologi-
zadas. Recién a fines de los 50 fueron políticas e ideológicas, cuando la Revo-
lución Cubana estableció un nuevo eje en las opciones de la filosofía y la
praxis. Pero no parecía haber ni espacio emocional ni espacio ideológico para
la confrontación llamémosla sexista o para la vuelta de la mirada de la mujer
sobre sí misma, de manera explícita. El Tontovideo de Herrera y Reissig se
había convertido en un Montevideo culto y cosmopolita, que se mantenía al
día con lo que pasaba afuera, pero que, en el intercambio personal y social
entre hombres y mujeres se afianzaba como tenazmente tanguero. La peli-
grosidad de la presencia femenina en la literatura – que fue donde más y
mejor se expresó como tal – era fantasiosamente absorbida por los hombres
en las imágenes de damas solitarias o damas fraternales. Por su parte, las
mujeres que negociaban elegantemente en su espacio propio iban delimitando
un clima literario especialmente cargado. El semen, el coito y la sangre habían
integrado versos célebres y nocturnales de Idea Vilariño, y un conjunto de
pasiones malsanas asediaba los relatos de Armonía Somers. María Inés Silva
Vila se miraba a sí misma (o a su doble fantástico) en trances cotidianos y
“bizarros”. En los años 60, Sylvia Lago iba a ser quien por primera vez usara
en la literatura de este país la palabra “coger”, ese verbo que tanto desveló a
Cortázar y al que tantas veces confesó necesitar literariamente. Lo femenino
no necesariamente tematizado era, en algunas de estas mujeres, el riesgo no
sólo para nombrar (nombrar puede ser una máscara del esnobismo) sino para
asumir una realidad límites de lo nombrado y lo evocado. Asumirlo, tras lo
operación (históricamente considerada como específicamente femenina, con-
sideración masculina) de “sentir”, dar lugar a una reafirmación constante de
la vida (Amanda Berenguer), una negación reductora (Idea Vilariño), un re-
gistro distante que sublimaba el desgarrón (Ida Vitale). El ritmo de producción
posterior de las tres poetisas del 45 parece haberse acompasado con esas
formas de relacionarse con lo vital.
En muchos sentidos, esa negociada confraternidad, esa violencia simbó-
lica escondida y aceptada tras la condescendencia, se parecía mucho a la
ética y a la estética del tango: la mujer polarizada (pero sintetizada en la
práctica social) entre extremos de víctima/cómplice, fatalidad/libertad, objeto
ideal/sujeto turbador. Un síntoma de esa gentil hegemonía intelectual del hom-
bre, de ese emocionalismo verticalista del tango, es la ausencia femenina en la
tarea crítica de largo alcance. Fuera de reseñas, trabajos monográficos, do-
cencia literaria o magisterial, no se abrió un espacio psicológico para que las
mujeres compartieran la épica globalizadora del ensayo, la libertad del fabular

313
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

ensayístico. La “generación crítica” fue masculina, aunque demostró una de-


voción muy caballeresca por sus mujeres literatas: una forma de la gentileza
así como la del poder, porque las devociones enclaustran y convierten al altar
en cadalso, algunas veces. Las mujeres de la cultura del 45 eran “actrices”,
para y por la mirada masculina, a la manera de las actrices del teatro, como
parte del espectáculo y su sensualidad, lugar donde se vuelve corporal y visi-
ble el misterio. En los años de formación y organización tanto de la Comedia
Nacional como del teatro independiente, las escritoras uruguayas compartie-
ron por contigüidad y clima psicológico y moral, ese carácter de protagonistas
de un espectáculo cultural. En el teatro propiamente dicho, casi no existieron
dramaturgas y fueron escasas, aunque legendarias las presencias femeninas,
caso de la española Margarita Xirgu. Las excepciones erotizaban la regla y
junto con las grandes actrices de la escena teatral se expandía el halo de las
grandes actuaciones literarias femeninas.
El hipercriticismo crítico de esa generación fue acompañado por las mu-
jeres antes que nada como actitud, como estilo de vida, como manera de
encarar el pasado literario y afirmar el presente que las incluía. En el campo
de la reflexión teórica, la mujer pareció ser una joven permanente: como joven
y como mujer amablemente marginada de la posibilidad de reclamar un lugar
dentro de la hegemonía masculina, para su potencial de discurso, si lo tenía.
Milian Kundera afirma que “la juventud es la edad femenina del hombre”. En
este caso, lo femenino fue la edad eternamente joven del intelectual del 45.
Jóvenes eternas y hombres bonachones: las pasiones turbulentas (o las ilusio-
nes perdidas de estas mujeres, como las designa balzacianamente AngelRa-
ma) se ofrecen, retrospectivamente, como el reverso inconsciente del poema
o el relato, las pulsiones latentes frentes al dominio manifiesto del hombre.

Recuento indispensable
La nueva cultura emocional acumulada a partir de fines de los 60 parece
haberse encontrado en los grupos de estudio, la prensa alternativa (Cotidiano
Mujer) y la acción social de movimientos barriales (ejemplo del PLEMUU,
Plenario de Mujeres del Uruguay) un terreno más flexible y antes que nada
colectivizador, no individual, la Concertación de Mujeres, organizaba hace dos
años, parece ser lo único que subsiste de todas las instancias gestadas en
torno a la CONAPRO.
La capacidad potencial de las mujeres para crear lazos inmediatos y
manejarse entre sí intentando formas no jerárquicas; el autodesafío de no
repetir esquemas de competividad, de evitar la trampa del poder a la manera
masculina; esa capacidad virtual de lo femenino (el lado claro de la luna) se
actualiza en un territorio plural, donde cada mirada gesta y devuelve una mira-

314
América del Sur

da mayor. La puesta al día del discurso feminista – superado el prejuicio que


lo consideraba burgués y eurocentrista – proveyó los instrumentos para que
las integrantes uruguayas de eso que se llama “la mitad del mundo”, analicen
su mitad y la unidad entera de un modo peculiar al que los hombres general-
mente no acceden. Precisamente, poniendo el acento en lo femenino, la mujer
reordena el conjunto de las relaciones sociales y la historia de esas relaciones.
De ese análisis lo que sale no es únicamente la reflexión sobre una mitad sino
sobre el análisis del conjunto, que redefine la sociedad en términos más ricos,
más sutiles. Lo femenino analizado y analizante no es un mero “matiz” sino
otra manera de ver, en muchos sentidos más completa: no es reduccionista
sino que incorpora aspectos de lo cotidiano, lo sexual, lo ritual, lo familiar, lo
psicológico, que el hombre ha dejado cautelosamente de lado: politiza la reali-
dad desde la cotidianeidad.
Dentro de este nuevo clima perceptivo, hay aportes indispensables para
la reformulación de lo femenino propuesto por la experiencia carcelaria. No
insistiremos en este trabajo sobre la novedad que significó para la conciencia
de los uruguayos la consolidación del militarismo. La reflexión sobre la expe-
riencia carcelaria femenina aquí consignada apunta a destacar la emergencia
especial. La cárcel como contradictorio lugar colectivo, lugar de confronta-
ción y solidaridad, necesita generar un discurso que rebase los aspectos testi-
moniales y quede formalizado en un nivel que no sea el de la crónica oral o
escrita. Tal vez una de las mujeres que esté en mejores condiciones para
llevar a cabo el análisis global de esa experiencia sea Lilián Celiberti, no sólo
por lo paradigmático de su situación de presa – en este terreno, cada sujeto es
un paradigma – sino por la capacidad que tiene para verbalizar, en un orden de
discurso que dispone simultáneamente de varios niveles, el conjunto de una
experiencia personal que se vuelve conceptualización de lo colectivo. Tanto
del sistema carcelario como de la relación dialéctica generada con y dentro
del sistema de relaciones femeninas en situación de prisión. En nueva instan-
cia de discurso forma parte de la nueva situación de las uruguayas y necesita
superar su carácter oral o testimonial para organizarse y quedar fijado por
escrito.
El recuento del subtítulo se hace necesario por la cercanía histórica de
los nuevos nombres y por la re-evaluación de un pasado inmediato que debe
ser destacado, antes de incorporarlo a un nuevo juicio provisorio. Hay nom-
bres en las artes plásticas entre cuyas preocupaciones está la de verse o ver
desde perspectivas femeninas. Ana Salkovsky, Alicia Asconeguy, Linda Ko-
hen, Claudia Anselmim Gladys Afamado, Vera Sienra, Cecilia Matto, de dife-
rentes generaciones y bajo diferentes relaciones con el objeto representado y
con las formas de su representación, se han acercado directa o indirectamen-

315
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

te al cuerpo femenino, al entorno material de la mujer, a su metáfora ocultado-


ra, a la mirada extrañadora. También en la crítica de artes plásticas se ha
destacado la presencia de mujeres particularmente acuciosas, como Olga
Larnaudie, Alicia Haber, María Luisa Rampini. En el teatro, donde la mujer ha
estado casi permanentemente del lado que prepara el espectáculo y lo entre-
ga como una totalidad organizada y no solamente como una parte del aparato
sensible; Stella Santos y Stella Rovella han encarado la difícil, “masculina”
tarea de la dirección teatral. En la zona de la crítica literaria metódica sigue
presente Graciela Mántaras y se ha incorporado con seriedad y agudeza Ro-
sario Peyrou.
De las escritoras que precozmente se iniciaron en los 60 (Cristina Car-
neiro, Cristina Peri Rossi, Teresa Porzekanski) salvo la primera nombrada las
demás han mantenido con regularidad su presencia (siempre y cuando no
contemos lo años de desconexión con el exterior, que postergaron la recep-
ción de las obras de Peri). Ello implico también regularizar, normalizar el con-
tenido de sus rupturas, integrándolas al campo de las expectativas previsibles,
a su propia “tradición de ruptura”. Igualmente, la escritora más excéntrica de
los últimos veinte años, Marosa di Giorgio, publicado puntualmente cada dos,
ha hecho crecer en número de páginas una obra cuya originalidad entra en
colisión con la repetición de la originalidad, con el ciclo cerrado de una sinuosa
conciencia infantil que no se distancia de sí misma.
Una discreta, nada estridente continuidad ha sido la de la poesía de Cirse
Maia, una voz insular, filosóficamente recogida sobre sí misma y observando
desde Tacuarembó y desde extraños ángulos los extraños encuentros de las
palabras y las cosas: hay un ritmo y un contenido de observación que son los
de la habitante femenina de una casa material y una casa simbólica. También
Nancy Bacelo, contemporánea de Maia, ha mantenido abierto el canal de su
musitado lirismo tanto como el de su energía como creadora de espacios para
la expresión de los demás; la Feria de Libros y Grabados es una institución
nacional sin comillas. Mercedes Rein, después de años de apartamiento de la
narrativa (no así del teatro en su carácter de adaptadora) se incorporó con
una ambiciosa novela de sostenida calidad, desde la cual y en modo indirecto
se pasa revista a los años de clausura, pérdidas y despoblamiento. Siguen
apartadas de la publicación Sylvia Lago y María Inés Silva Vila; por el contra-
rio, Armonía Somers y María de Montserrat, desde estilos y claves muy dife-
rentes, han reaparecido con relatos de gestación y “parto” de historias perso-
nales implicadas en la Historia grande. Ya en la madurez, Gladys Castelvecchi
y Dina Díaz publican por primera vez (en el caso de Gladys es en realidad
segundo comienzo) la poesía de muchos “después” y sus libros, la decisión de
publicarlos, entraña un gesto de tranquila autoafirmación, como es el caso

316
América del Sur

también de la producción de Matilde Bianchi. Ese gesto se dibuja como espe-


cialmente valioso: no se trata solamente de enfrentar y expresar la abstrac-
ción de las historias personales, sino que de hecho se enfrenta todo un pasado
de exclusiones y silencios: una larga y meditada “aparición”.
¿Qué pasa con las mujeres jóvenes, con las mujeres nuevas? Hay una
ley del desarrollo desigual entre creación y contexto histórico que parece
estar cumpliéndose de modo especialmente lento. Del exilio – en Suecia –
llegaron poemas de Graciela Taddey, un nombre hasta ese momento descono-
cido y cuya obra parece el resultado angustioso del chorro de emociones
contradictorias de los desterrados. Las narraciones de Ana Luisa Valdés, tam-
bién editadas en Estocolmo, hablan con solvencia e imaginación de las mitolo-
gías familiares y de la red fantástica que envuelve la realidad y la confunde.
Más serena y meditativa es la reflexión lírica de Cristina Meneghetti, quien
después de las incursiones precoces por la poesía de los descubrimientos
juveniles, observa años después, con ojos más recogidos, la adensada expe-
riencia de los afectos. Una poeta firmemente afincada en la tensión del afue-
ra y el adentro permanece inédita: Malta Peralta. Tatiana Oroño publica dos
libros de poesía en los últimos seis años y después de cumplidos los treinta
años de edad. Su ejemplo puede servir para generalizar, cautelosamente, so-
bre las nuevas condiciones de producción que alteran el ritmo privado y públi-
co de la escritura, sobre las nuevas estrategias de sobrevivencia material y
emocional, la nueva –en algunos aspectos novísima – soledad de la mujer en
este país confundido. Claro está que una humorista –feminista como FanyPu-
yesky haría tabla rasa con estas cavilaciones proponiendo desenfadadamente
la formación de un Partido Lila. Pero la consigna lúdica y voluntarista de Fany
no puebla paisaje después de la batalla ni acelera el ritmo de autorreconoci-
miento de la mujer en lo literario.

Inconclusión
Se trata de la intemperie. No se trata sólo y mecánicamente de los efec-
tos inmediatos de la dictadura. No es sólo y mecánicamente la nostalgia por lo
que pudimos haber sido, todos. No es el sueño del revival, que re-imagina el
pasado creyéndolo todavía viable como modelo. La expansión de una nueva
conciencia de sí puede traer aparejada una experiencia expresiva más doloro-
sa, precisamente por estar presente en los niveles de articulación y no de pre-
percepción. La confusión y el aislamiento de años, si bien han preparado o
acelerado la maduración colectiva del espacio femenino, también han retrasa-
do o trastocado las posibilidades de dedicarse a ciertas soledades útiles, como
las de la escritura. Aquella libertad de ocupar un espacio no amenazado
– vivencia general de los uruguayos de clase media– no es precisamente una

317
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

de las vivencias democratizadas hoy. Se podría decir (dirían Onetti y otros):


quien necesita expresarse lo hace, fatalmente. Es cierto. Pero aquélla que no
cae bajo la coerción de un discurso histérico queda sometida a una intemperie
de lenta repoblación de instrumentos y valores. La socialización de los instru-
mentos de análisis de lo femenino no implica la rápida y obligatoria considera-
ción de la capacidad expresiva ni el florecimiento automático de ese imponde-
rable que no hay más remedio que llamar talento. Los gestos de elegante
dominio de las mujeres del pasado son, hoy, gestos en un pasado tranquilo
(aunque se vivía anunciando una catástrofe que demoró veinticinco años).
Ahora estamos pagando altos precios por las pérdidas de algunos mitos que
debían morir, que estaban históricamente condenados: el mito del país intacto,
eternamente igual así mismo, el mito de la pequeña Europa amortiguadora, el
mito de la república civilizada donde no existe el miedo, el mito de la patria de
vocación civilista, etc., etc. La conciencia de sí en la mujer, de reaparición
tardía y abrupta, implica la pérdida de confianza en los valores de la sociedad
paternalista, que la acunó y la preparó para un futuro que se escurrió sinies-
tramente. Ossip Mandelstam decía que nada puede apresurar la caída de la
miel. Los beneficios literarios de sentir y crear a partir de una intemperie no
imaginada (para aquellas menores de treinta), los beneficios de esta extraña
miel tienen un ritmo de desarrollo desigual en relación a la aceleración de la
conciencia colectiva y de la “oferta” externa de la libertad. A lo mejor “no
pasa nada” y no es éste el período ni éstas las mujeres que remuevan la
percepción de la realidad y se incorporen a la tradición de calidad y originali-
dad de la literatura femenina de este siglo. Pero en principio hay que esperar
que termine de caer la miel. La calidad de las vivencias no asegura calidad de
obra. Tampoco la capacidad de resistencia, esa endurance propia de las
mujeres. El desarrollo desigual, no lineal, queda expuesto –diría desafiante-
mente expuesto –a los saltos cualitativos, a las disrupciones, al imprevisto aire
lateral desde el cual la mujer hizo sentir su presencia en el paisaje hegemónico
del hombre. Fantasma del otro, aire lateral con peso específico. Tenemos el
resto del siglo por delante.

318
América del Sur

Susana Rostagnol (1955)

Doctora en Antropología Social Universidad de Buenos Aires, Areas


del conocimiento: Ciencias Sociales / Sociología / Antropología, Etno-
logía / antropología y género; sexualidad; derechos humanos, cuerpo.
Investigadora y docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias
de la Educación - UDeLaR, Universidad de la República, donde co-
ordina el Programa Género, Cuerpo y Sexualidad. Algunas de sus
publicaciones son: Representaciones y prácticas sobre sexuali-
dad y métodos anticonceptivos entre hombres de sectores pobres
urbanos (2003), Aportes a la construcción del género desde el Sur
del continente (2008), No era un gran amor. Cuatro investigacio-
nes sobre violencia doméstica (2009) Trabajos de campo en entor-
nos diversos. Reflexiones sobre las estrategias de conocimiento (2011).

Aportes a la construcción del género desde el Sur del continente


Sobre el concepto de género y los estudios en América Latina 1
Entre las académicas de la región se populariza el uso del término “géne-
ro” en la década de los ’80; puede decirse que esa es la década de la transi-
ción de las mujeres al género. Hasta entonces los estudios eran sobre muje-
res.
La reflexión académica y los movimientos feministas y de mujeres se
retroalimentan. Es así que contemporáneamente al Primer Encuentro Femi-
nista Latinoamericano de 1981, que dio visibilidad y autonomía al movimiento,
las investigaciones estaban centradas en el lugar ocupado por las mujeres en
la historia procurando darle visibilidad y colocarlas como actoras de los proce-
sos. Otro tanto había sucedido con los numerosos estudios e investigaciones
focalizados en el lugar de las mujeres en la producción, animados por la idea
que su visibilización en la producción social podría colocarlas en un lugar de
mayor equidad con respecto a los hombres; finalmente, los trabajos sobre la
participación social de las mujeres también iban en esa dirección.
Los estudios sobre participación de las mujeres en el mercado laboral y
en los movimientos sociales coinciden con momentos en que –aunque con
diferencias relevantes entre los países– las mujeres se incorporaron significa-
tivamente al mercado de trabajo. Las políticas de ajuste estructural las con-
vierten en actores privilegiados en organizaciones sociales como aquellas crea-
das en torno a comedores populares.2
1 Encuentros. Revista de Estudios Interdisciplinario. Vol. 2/2. Pp. 30-43. Año 2008
2 Va foto en el original. Se ha omitido por formato de esta publicación.

319
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

“El género nos une, la clase nos separa”, una discusión presente en el
feminismo de los ’80.
En ese momento desde las agencias de cooperación internacional se ins-
taura la idea de mujeres en desarrollo, promoviendo programas que permitían
a las mujeres entrar al desarrollo, entendido éste básicamente por los aspec-
tos económicos. Esta perspectiva era compartida por académicas locales y
militantes feministas. De acuerdo a Kabeer 3 esa promoción de mujeres en
desarrollo conservaba las premisas fundamentales de la visión liberal del mundo:
no era el modelo de modernización que se atacaba, sino el hecho de que las
mujeres no se beneficiasen de él, “la búsqueda de una igualdad formal con los
hombres basada en la atribución de una racionalidad común postulaba una
falsa identidad de intereses entre mujeres y hombres” 4. Los estudios que
toman como foco central la relación de poder y el significado de la dominación
masculina como aspecto integral de subordinación de la mujer sólo se difundi-
rán en los últimos años de la década de los ’80 5. Coincidirán con las propues-
tas de género en desarrollo diseñadas desde una perspectiva inclusiva del
análisis de género en las políticas de desarrollo 6.
Es en la década de los ’90 que se asienta el uso de la categoría género.
En este contexto sociohistórico se producen cambios significativos. En países
de la región, especialmente en el Cono Sur, se modifica la relación entre el
Estado y la sociedad civil organizada, que incluye los grupos y organizaciones
de mujeres. Integrantes de la sociedad civil ingresan al Estado, ya sea en
cargos ejecutivos o legislativos. Otro aspecto a considerar consiste en la rela-
ción entre el feminismo, tanto movimiento como académicas, y las agencias
internacionales, en especial Naciones Unidas. La década de las Conferen-
cias 7 permitió que las mujeres de los movimientos contaran con un espacio
legítimo y legitimado para plantear sus demandas. De este proceso se des-
prenden múltiples vectores que hacen al escenario actual: la onegización del
movimiento (Álvarez, 1998); la profesionalización del activismo internacional,

3 Kabeer, Naila Realidades trastocadas: las jerarquías de género en el pensamiento del


desarrollo. México, Paidós, 1998, p. 37
4 Kabeer, Naila Realidades trastocadas: las jerarquías de género en el pensamiento del
desarrollo. México, Paidós, 1998, p. 48
5 Este tema está desarrollado en Rostagnol, Susana “Encruzilhadas Estado-sociedade civil
em saúde reprodutiva no Uruguai” En: M. C. Oliveira, M.I. Baltar da Rocha Saúde
reprodutiva na esfera pública e política. Brasil, Editora da UNICAMP, 2001 pp 71-100
6 En La propuesta.
7 En los años ’90 tuvo lugar la Conferencia de Ambiente y Desarrollo (Río 92), la
Conferencia de Derechos Humanos (Viena 94), la Conferencia de Población y Desarrollo
(Cairo 94), la Cumbre de Desarrollo (Copenhague 95), la Conferencia de la Mujer (Beijing
95), la Conferencia del Habitat (Estambul 97)

320
América del Sur

la cooptación de la militancia por las agencias intergubernamentales, la dispu-


ta por las agendas (¿los movimientos de mujeres siguen las agendas de Na-
ciones Unidas o Naciones Unidas toma la agenda del feminismo?), la incorpo-
ración de la temática de género en los programas estatales. La producción
académica sobre género se diversifica en cuanto a su temática y enfoques,
coincidentemente con la apertura de centros e institutos en distintas universi-
dades dedicados a los estudios de género. Asimismo, el imperativo de incluir
género en las políticas públicas incorporó profesionales con la necesaria ex-
perticia, provenientes mayoritariamente de las ONGs. Los últimos encuentros
feministas parecen indicar que el movimiento está más fragmentado que dos
décadas atrás, también más rico y diverso.
El género es tanto una construcción social como un sistema de represen-
taciones basado en una relación de poder. Es preciso abordar la categoría
género en su complejidad, entre otras cosas para probar su alcance y limita-
ciones. Distintas autoras que han acercado conceptualizaciones en torno al
género (Rubin: sistema sexo-género 8; Scott: constitutivo de las relaciones
sociales y una forma elemental de relación de poder 9; De Lauretis: construc-
ción sociocultural y aparato semiótico de modo que la construcción del género
es tanto el producto como el proceso de su representación 10; Ortner y White-
head: elaboraciones culturales en torno a lo femenino y masculino que consti-
tuyen un sistema de prestigio a partir de la preeminencia de los varones en la
esfera pública 11) coinciden –de manera laxa– en considerar el género tanto
una construcción social implícita en las relaciones sociales como una relación
de poder.
Estos son los dos elementos claves que ‘tensionan’ las elaboraciones
teóricas en torno al género. Y, “las categorías teóricas son históricas, por
lo tanto, están referidas a procesos sociales específicos, y es en los con-
textos particulares donde se concretan; que una teoría se pone a prueba
frente a cada investigación, y que sólo ésta y la práctica le mantienen su
validez” 12. En la definición de género son importantes las ideas de construc-
ción social y las nociones de poder.
8 Rubin, Gayle “El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo”. En
Marta Lamas (comp.), El género: la construcción cultural de la diferencia, México,
UNAM, 1996
9 Scott, Joan “Gender: A Useful Category of Historical Analysis” En: Gender and the
Politics of History , Estados Unidos, Columbia University Press, 1988.
10 De Lauretis, Teresa, Sogetti eccentrici, Milán, Feltrinelli, 1999
11 Ortner, Sherry; Whitehead, Harriet Sexual meanings: the cultural construction of gender
and sexuality. Gran Bretaña, Cambridge University Press, 1981
12 De Barbieri, Teresita “Certezas y malos entendidos sobre la categoría género”, En: Laura
Guzmán Stein, Gilda Pacheco Oreamundo (comp.) Estudios básicos de derechos humanos
IV. Costa Rica, Instituto Interamericano de Derechos Humanos, 1996, p. 51

321
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

La idea de construcción social –siguiendo la tradición de Berger y Luck-


mann 13 – remite a un real, un real que adquiere significados diferentes según
los momentos y los lugares, sobre el cual y junto al cual se desarrollan las
simbolizaciones. Pero, volviendo al punto de nuestro interés; el género es una
construcción social que remite a un real-objetivo, ¿a qué conjunto de objetos
sociales (y real-objetivos) remite? Obviamente a los seres humanos,
pero también a sus producciones; por lo tanto, siguiendo a Tere De Bar-
bieri, “el género, como dimensión social, está presente –de alguna mane-
ra– en todas o casi todas las relaciones y los procesos sociales y en
todos, o casi todos, los objetos socialmente construidos y existentes” 14.
El género está en la base de las relaciones sociales, por lo tanto ordena la
sexualidad (son cuerpos generizadamente sexuados), ordena la reproducción
humana, la división sexual del trabajo, o como lo coloca Scott, “el género
ordena todas las relaciones sociales”.
Ubicar las relaciones de poder en el centro del análisis permite observar
los procesos complejos a la vez que fluidos a través de los cuales se constru-
yen social y culturalmente los diferentes tipos de masculinidades y feminida-
des, así como las modalidades en que las relaciones de poder se estructuran
en jerarquías de género. De acuerdo a Chow 15, este abordaje problematiza la
subordinación de las mujeres en tanto otras en relación a la categoría domi-
nante de las masculinidades como el patrón medida a partir del cual los otros
son valorizados. Esta aproximación elucida y abre la posibilidad de analizar las
inequidades de género a partir del desigual acceso, control y distribución de
valores, recursos, oportunidades y justicia.
Una de las ‘acusaciones’ que ha recaído sobre la generalización de la
utilización de género en diversos ámbitos (activismo, políticas públicas, aca-
demia, etc), especialmente proveniente de militantes feministas, es que el gé-
nero vació de contenido político a las propuestas. Esto podría quedar saldado
porque al colocar las relaciones de poder en el núcleo de la conceptualización
permite analizar las inequidades de género; pero más aún, permite observar
las subordinaciones múltiples de las mujeres del Sur y la manera en que estas
subordinaciones entran en juego en la elaboración conceptual de género y su
especificidad geográfica.

13 Berger, Meter; Luckmann, Thomas A construção social da realidade. Tratado de


sociologia do conhecimento. Petrópolis Ed. Vozes, 1987
14 De Barbieri, Teresita “Certezas y malos entendidos sobre la categoría género”, En: Laura
Guzmán Stein, Gilda Pacheco Oreamundo (comp.) Estudios básicos de derechos humanos
IV. Costa Rica, Instituto Interamericano de Derechos Humanos, 1996, p.69
15 Chow, Esther Ngan-Lin Gender matters. Studying globalization and social change in
21st century. International Sociology 18(3):443-460, 2003

322
América del Sur

Las subordinaciones
La primera subordinación corresponde al pensamiento. ¿Cómo pensar
desde un lugar subordinado?
Chandra Mohanty 16 nos recuerda que nuestro lugar de enunciación de-
termina la manera en que vivimos y concebimos las relaciones de dominación.
Esto nos muestra la ausencia de lugar privilegiado para percibir y pensar,
estamos insertos en un contexto sociohistórico que nos habilita a determina-
das prácticas cognitivas. Traspasar eso, colocarnos en otro lugar de enuncia-
ción exige un esfuerzo de reflexividad, de alerta epistemológica en palabras
de Bourdieu. En la misma línea, Donna Haraway 17 se refiere al conocimiento
situado, es decir reconocer desde el lugar que ocupamos. La propuesta de
Haraway no invalida la posibilidad de conocer, tampoco propone que el cono-
cimiento sea relativo, sino que subraya que se conoce desde un determinado
lugar el cual influye en la forma en que se conoce y en las categorías a
relevar.
Sin lugar a dudas que los trabajos de las académicas feministas latinoa-
mericanas es actualizado, agudo y denso, pero, como bien señala Fuller18
constituyen aplicaciones de teorías provenientes principalmente en Europa y
EEUU. Se distinguen unos y otros, en que la mayor producción del norte –
especialmente Estados Unidos–, se concentra en áreas tales como la filoso-
fía, la literatura y los estudios culturales, mientras que en nuestra región se
concentran e impactan en las ciencias sociales. Esto debe relacionarse con la
necesidad de responder a la demanda de técnicos de desarrollo y expertos en
políticas públicas con una formación en esta área. Es un conocimiento situado
en el sentido de Haraway, producido para entender la realidad concreta en
que se vive y con la cual existen compromisos vitales.
Esta doble subordinación (mujeres y del Sur) hace que accedamos a las
ideas de otr@s autores del Sur a través de su pasaje por Europa o Estados
Unidos. Es preciso reconocer que los migrantes políticos, económicos y tam-
bién académicos 19 son quienes han constituido puentes que nos permiten

16 Mohanty, Chandra “’Under western eyes’ Revisited: Feminist solidarity through


anticapitalist struggles” Signs: Journal of women in culture and society, 28(2):499-535,
2003.
17 Haraway, Donna “A manifieto for cyborgs: science, technology and socialist feminism
in the 1980’s”, En: L. Nicholson (ed.) Feminism/postmodernism. Nueva York y Londres,
Routledge Press. pp 190-234. 1990
18 Fuller, Norma “Los estudios de género en el ámbito sudamericano”. Ponencia presentada
en Siglo XXI: Nuevos escenarios de la sociología Peruana. Encuentro Nacional de
Sociólogos preparatorio del XXIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de
Sociología (ALAS), 15-17 de noviembre 2000, Arequipa, Perú.
19 Por migrante académico entiendo aquella persona que se siente obligada a emigrar para
poder ya sea continuar sus estudios o contar con un ambiente propicio para su trabajo
intelectual.

323
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

acceder a los debates políticos e intelectuales (Hernández). Las políticas edi-


toriales y nuestras propias dificultades infraestructurales nos dificultan parti-
cipar de los debates con nuestros colegas latinoamerican@s, especialmente
estando al sur del continente, como es el caso de Uruguay. La discusión aquí
se centra en la peculiar subordinación derivada de nuestra situación de lati-
noamericanas y en las posibilidades de elaborar conceptualizaciones teóricas
sobre el género y su articulación con las conceputalizaciones elaboradas por
las académicas y académicos de los países del Norte.
En una conferencia la feminista argentina Diana Maffia planteaba que su
identificación con el feminismo de los ‘80 y ‘90 incluía legitimar los estudios
de género en la universidad, con la convicción que lo personal no solamente
era político sino también académico. Yo creo que, al menos en los países del
Cono Sur, construir una academia desde un pensamiento crítico constituyó –y
lo sigue siendo, aunque de manera más difusa– un acto político. El feminismo
–como teoría que evidencia estructuras de poder– es una postura política y
académica, como tal impertinente y molesta.
Una segunda subordinación refiere a los colonialismos internos den-
tro de América Latina 20. Considerar la colonización como la matriz cultu-
ral de América Latina constituye una noción interesante para problematizar
el lugar de la enunciación.
“...el sistema colonial funcionó de hecho, en dos niveles. Las restric-
ciones y prohibiciones económicas que España impuso a sus colonias (y
que habrían de fomentar los movimientos de independencia) se repetían,
agravadas múltiples veces, en las relaciones entre la sociedad colonial y
las comunidades indígenas. Los mismos monopolios comerciales, las mis-
mas restricciones a la producción, los mismos controles políticos que
España ejercía sobre la Colonia, ésta los ejercía sobre las comunidades
indígenas. Lo que España representaba para la Colonia, ésta lo repre-
sentaba para las comunidades indígenas: una metrópoli colonial. El
mercantilismo penetró desde entonces en los pueblos más aislados de Nue-
va España” 21
En ambas etapas del colonialismo latinoamericano (aquel frente a Espa-
ña y luego el interno) la ciudad, la ciudad-capital, la ciudad-puerto mira a
Europa primero, a Estados Unidos después, dando la espalda a sus fronteras
interiores (la Amazonia, las llanuras del Orinoco, el Altiplano). Esta fractura,
ruptura, esta superposición de culturas, de proyectos en un mismo territorio

20 Tomo la conceptualización de colonialismos internos de Stavenhagen, Rodolfo Las clases


sociales en las sociedades agrarias. Montevideo, Ed. Siglo XXI, 1969.
21 Stavenhagen, Rodolfo. Las clases sociales en las sociedades agrarias. Montevideo, Ed.
Siglo XXI, 1969, p. 245.

324
América del Sur

– que a la vez es diferente– es América Latina. Imposible unidad; es un


territorio de lenguajes tal vez inconmensurables. Remedi analiza este proceso
en el campo de las letras y señala que ahí “reside el drama de José Mª
Arguedas por novelar ‘la ópera de los pobres’, así como el de tantos
otros intelectuales, que al querer transcribir y trasladar sus culturas
interiores para darles un lugar en la cultura urbana, nacional, metropo-
litana o universal, encuentran que estas culturas ofrecen resistencia a
su escritura, a su traducción, y a su consecuente desmaterialización,
desterritorialización y transmutación en otra cosa. O al menos, que tal
literaturización es demasiado parcial, injusta, dejando fuera quizás lo
esencial de la otra cultura -que posiblemente no sea ni literaria, ni lite-
raturizable”22.
Pero éstas no son meramente diferencias, sino que constituyen profun-
das asimetrías. El poder está en las ciudades. Desde los centros ‘civilizados’
se gobierna sobre los ‘bárbaros’. Baste recordar a Sarmiento, con su Civili-
zación y barbarie. A mediados del siglo XIX el gobierno uruguayo favoreció
la llegada de campesinos europeos 23 para civilizar las zonas rurales. La cam-
paña del desierto del Gral. Roca y Salsipuedes son operaciones de ‘conquista’
correspondientes a la colonización interna.
Las nóveles democracias del siglo XIX se asentaron en elites compues-
tas por grandes terratenientes y/o comerciantes, que gobernaban sobre vas-
tos sectores subordinados, acostumbrándose a gobernar y administrar el país
como lo hacían con sus tierras. Los otros no eran conciudadanos sino subor-
dinados. De modo que cualquier intento de los subordinados y subalternos por
obtener mejores condiciones de vida y cambiar las relaciones de poder, eran
(¿son?) vistos como atentados contra los pilares de la democracia. Esta colo-
nización se basa, a la vez que refuerza la sociedad doméstica –en contraposi-
ción con la moderna–, porque en ella “todo transcurre dentro de un espa-
cio idealmente jerárquico donde el modelo de familia es esencial como
(…) modelo de autoridad (….)[donde ] la autoridad no está sujeta a
ningún tipo de consenso sino que es una especie de natural emanación
de la función parental” 24. Desde el Papado de Juan Pablo II, y asentado
22 Remedi, Gustavo “Ciudad letrada: Angel Rama y la espacialización del análisis cultural”
En, Mabel Moraña, (ed) Angel Rama. Estudios críticos, Pittsburgh: Univ. of Pittsburgh-
Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana (IILI), Serie “Biblioteca de América”,
Estados Unidos. pp 97-122
23 Especialmente valdenses y suizos que se instalaron en el departamento de Colonia.
24 Nugent, Guillermo “De la sociedad doméstica a la sociedad civil: una narración de la
situación de los derechos sexuales y reproductivos en el Perú”, En Claudia Dides
(comp.) Diálogos Sur-Sur sobre religión, derechos y salud sexual y reproductiva: los
casos de Argentina, Colombia, Chile y Perú. Chile, Universidad Academia de Humanismo
Cristiano, 2004, pp 105-124.

325
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

con Benedicto XVI, el Vaticano ha reforzado esta noción, especialmente en


nuestro continente, el más inequitativo y católico del mundo.
La colonización interior con frecuencia se ha vestido con ropajes de ‘in-
tegración’. Mignolo y Coronil 25 afirman que “la estrategia de colonización
en América Latina no consistió en su ‘exotización’ o en construirla como
una ‘otredad’ extrema, sino en integrarla como parte del Hemisferio
Occidental y, de esa manera, negar su especificidad cultural y su propio
proceso civilizatorio”26
Quizás México en los años posteriores a la Revolución Mexicana sea el
ejemplo más acabado de la ‘integración’ como forma de fundar una nación.
La ‘integración a las sociedades nacionales’ parte de una relación jerárquica,
¿cuál es la sociedad nacional? ¿Por qué la chilena y no la mapuche?, ¿por que
la mexicana y no la zapoteca?, ¿por qué la brasileña y no la bororo?
Presentar una como la sociedad nacional y otras como subordinadas a
esa nacional constituye un acto jerárquico. Otro mecanismo de colonización
asociado a las políticas de integración se refiere a la lengua. Se instalaron
escuelas para que todos los niños comprendidos en cierto tramo de edad acu-
dieran, y desde allí enseñar la lengua nacional. La lengua es parte de la forma
de ver y estar en el mundo. Quitarles la posibilidad de hablarlas es un acto
etnocida. Muchos de estos procesos que han marcado nuestro continente
están siendo revisados, habiendo algunos cambios iniciales.
Una tercera subordinación refiere a los peligrosos usos de la diver-
sidad, donde con frecuencia diversidad esconde la opresión de la otredad, la
desigualdad.
Las feministas afrodescendientes e indígenas han marcado esto enérgi-
camente en múltiples oportunidades 27. Las académicas feministas no afro-
descendientes y no indígenas hemos luchado contra el androcentrismo que
coloca como ‘patrón medida’ al varón, pero no reparamos en que estábamos
elaborando un ‘patrón medida’ de mujer blanca clase media heterosexual. El

25 Citados en Hernández, Aída (en prensa) “On feminisms and postcolonialisms: reflections
south of the Rio Grande. En M. Moraña, E. Dussel, C. Jauregui (eds.) Coloniality at
large. Latin America and the Post-Colonial Debate. Vol. 1 Critical and theoretical
approaches. Duke University Press.
26 Hernández, Aída (en prensa) “On feminisms and postcolonialisms: reflections south of
the Rio Grande. En M. Moraña, E. Dussel, C. Jauregui (eds.) Coloniality at large. Latin
America and the Post-Colonial Debate. Vol. 1 Critical and theoretical approaches. Duke
University Press, p. 13
27 Un primer aporte a esta discusión fue realizado por la feminista dominicana Sergia
Galván, 1995 “El mundo étnico-racial dentro del feminismo latinoamericano” in
FEMPRESS Edición Especial, Santo Domingo, pp.34-36

326
América del Sur

no reconocimiento de las diversidades-desigualdades encapsuló nuestros tra-


bajos sobre las relaciones de género, descuidando otros ejes de opresión.
La colonización interna de América Latina consistió en desconocer la
otredad, de modo que su visibilización debe ser tomada como una prioridad.
En su artículo sobre los feminismos y postcolonialismos, Aída Hernández da
cuenta de varias feministas post-coloniales que “confrontaron los discursos
universalistas de académicas feministas que establecían una perspecti-
va generalizada de las relaciones de género basada en las experiencias
y necesidades de las mujeres blancas del Primer Mundo, que como re-
sultado silenció o exotizó aquellas mujeres cuyas experiencias de subor-
dinación están marcadas por la raza y la clase. Estas feministas post-
coloniales han respondido a los discursos universalistas sobre ‘mujeres’
y ‘patriarcado’ con trabajos antropológicos históricamente situados” 28.
Las profundas inequidades sociales del continente junto al multiculturalis-
mo obligan a considerar las relaciones de género articuladas con las relacio-
nes sociales y étnicas. Estas peculiaridades históricas y culturales de las so-
ciedades latinoamericanas hacen urgente analizar el entronque de género,
clase, raza y etnicidad para entender los sistemas de género y de organización
social en nuestro continente.
Una vez más, es necesario reflexionar sobre nuestro lugar específico de
enunciación. América Latina es el continente con mayor inequidad económi-
ca, es decir donde existen las mayores distancias entre los que tienen y los
que no tienen. Endoculturadas/os en la inequidad, nos resulta muy difícil pen-
sar fuera de ella, tanto es así, que a veces se invisibiliza procurando explica-
ciones abarcativas de toda la sociedad 29. Existe una serie de especificidades
de los procesos y contextos sociales –y por ende las relaciones de género–
latinoamericanas, que exigen tenerlos en cuenta a la hora de elaborar catego-
rías teóricas. Como ya mencionamos, “las categorías teóricas son históri-
cas, por lo tanto, están referidas a procesos sociales específicos” 30.
A modo de ejemplo, para el caso de Uruguay, las estadísticas sobre la
incorporación de mujeres al mercado de trabajo muestran una proporción de

28 Hernández, Aída (en prensa) “On feminisms and postcolonialisms: reflections south of
the Rio Grande. En M. Moraña, E. Dussel, C. Jauregui (eds.) Coloniality at large. Latin
America and the Post-Colonial Debate. Vol. 1 Critical and theoretical approaches. Duke
University Press, p. 18
29 Este aspecto, especialmente en referencia a la sexualidad y la pobreza está ampliamente
tratado en Rostagnol, Susana, “”Los pobres y las pobres, ¿tienen derecho a los derechos
sexuales y a los derechos reproductivos”, SeriAs para el Debate, Nº 5, Lima.2007
30 De Barbieri, Teresita “Certezas y malos entendidos sobre la categoría género”, En: Laura
Guzmán Stein, Gilda Pacheco Oreamundo (comp.) Estudios básicos de derechos humanos
IV. Costa Rica, Instituto Interamericano de Derechos Humanos, 1996, p. 51.

327
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

población económicamente activa femenina similar a la de los países desarro-


llados. Una de las grandes diferencias entre una y otra situación es que aquí la
mayor concentración de mano de obra femenina está en los servicios perso-
nales, servicio doméstico. El sentido y significado del trabajo remunerado será
distinto en las distintas geografías. Esto exige una elaboración conceptual
apropiada a nuestra realidad y no la extrapolación del pensamiento de otras
latitudes. Se podría continuar con ejemplos provenientes del sentido de la
prostitución/trabajo sexual en el Norte y en el Sur; o relativos a las discusiones
sobre la legalización del aborto. En Estados Unidos en el juicio Rae vs. Wade
las argumentaciones se basaron en la privacidad. En la mayoría de los países
de la región el aspecto ligado a la privacidad dista de ser el punto central en un
debate sobre la legalización del aborto.
Una cuarta surbordinación es al binarismo y al biocentrismo: Fe-
menino-masculino, hombre-mujer, gay-lesbiana. ¿Dónde están los/las trans?
La conceptualización de género debe abrirse, complejizarse si quiere dar
cuenta de las múltiples formas en que se construyen justamente las identida-
des de género, con independencia de las prácticas e identidades sexuales. Ese
es un desafío que se nos presenta, y que requiere un tratamiento y elaboración
también desde nuestra región. No es lo mismo ser trans en América Latina
que en el Norte. Quizás aquí se encuentre uno de los aspectos que pueden dar
al concepto género un contenido interpelante que le devuelva fuerza política.
El activismo LGTTTB está desempeñando un papel central en este sentido.
Dejamos la discusión abierta a la polifonía. La pluralidad de lugares de la
enunciación son algunos de los atributos que deberíamos rescatar para cons-
truir conceptualizaciones a partir de nuestras realidades.

La especificidad latinoamericana
Es preciso considerar las especificidades de la región a fin de realizar
una reflexión colectiva tendiente a una conceptualización de género desde el
sur. Algunas especificidades se desprenden de las subordinaciones menciona-
das, ahora en particular me interesa referirme a otra derivada de los sentidos
de la violación en América Latina.

Violaciones
Las modalidades de la estructura de poder y la relación jerárquica que el
concepto género conlleva, al situarlo/aplicarlo en la realidad latinoamericana,
hace necesario observarlo –al menos a modo de provocación- como actuali-
zaciones de la violación. América Latina es el continente de la violación. El
conquistador llegó violando indias, el mestizaje resulta de la violación conti-
nua.

328
América del Sur

Aquí el fenómeno de la violación es la “agresión por la agresión”, don-


de la estructura de poder correspondiente al género coloca “el uso y abuso
del cuerpo de unos por otros” 31; no tiene una finalidad punitiva o disciplina-
dora como la información etnográfica señala para diversas sociedades triba-
les de distintos continentes. Es importante subrayar, siguiendo a Segato que al
referirnos a violación estamos hablando del poder de un “sujeto masculino”
sobre “quien exhibe significantes femeninos”, lo cual puede incluir a varo-
nes que no se ajustan a los modelos de masculinidad hegemónica. Este es un
aspecto que debe ser tenido en cuenta al intentar conceptualizar género desde
nuestras latitudes, guarda relación con la cuarta subordinación mencionada
anteriormente. De acuerdo a Richard Texler 32 en la conquista de América,
“el lenguaje del género estaba asociado al proceso de subordinación por la
guerra.”
M. Mannarelli afirma que en la sociedad colonial las relaciones entre
hombres y mujeres estuvieron impregnadas de vínculos serviles, que definían
jerárquicamente la relación. De esta manera la historiadora peruana explica
el acceso sexual de los hombres a mujeres de distintos grupos sociales y el
retardo en los procesos de diferenciación administrativa del Estado que podría
estar pautando las relaciones contractuales. “El patriarcado es el poder
personal dentro del hogar y se desarrolla a través de la dependencia
personal. Es esta una de las coordenadas sustanciales sobre las que se
han erigido los patrones de autoridad por un lado, y de afecto por otro.
(...) reflexionar sobre la sexualidad en el Perú exige incluir el problema
de patriarcado/paternalismo, y su contraparte política, la cultura patri-
monial y clientelista” 33. Creo apropiado pensar que esa situación se extien-
de a buena parte de la región. Se trata de la sociedad doméstica que ha
prevalecido en el continente contraponiéndose a la moderna. Uno de sus pila-
res lo constituye el ‘código de honor’, el cual se basa en el control de la
sexualidad de las mujeres de la unidad doméstica y en especial evitar su expo-
sición pública. El Código Penal uruguayo establece eximentes y atenuantes al
delito del aborto si éste “se cometiere para salvar el propio honor, el de la
esposa o un pariente próximo” (Ley 9763). Asimismo, recién en diciembre de
2005 el Parlamento uruguayo aprobó una ley que dejó sin efecto el artículo

31 Segato, Rita Las estructuras elementales de la violencia. Argentina, Universidad de


Quilmes, 2003, p. 23
32 Citado por Segato, Rita Las estructuras elementales de la violencia. Argentina, Universidad
de Quilmes. 2003, p. 26
33 Mannarelli, Ma. Ema “La domesticación de la sexualidad en las sociedades jerárquicas”,
En Katia Araujo y Carolina Ibarra (eds.) Sexualidades y sociedades contemporáneas,
Chile, Universidad Academia de Humanismo Cristiano, 2003, p.62

329
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

116 del Código Penal – inspirado en el Código Rocco de la Italia fascista– que
establecía “la extinción del delito de violación, atentado violento al pudor, estu-
pro y rapto, por el casamiento del ofensor con la ofendida”, quedaba protegida
la “honra familiar”, es decir el honor del varón jefe del grupo doméstico. De
modo que la violación, entendida como un delito contra la persona, en rigor,
solo existe en la Modernidad. Aquí estamos una vez más enfrentados a la
superposición de sociedad doméstica y sociedad moderna en América Latina.
Aún más, en el análisis de abuso sexual intrafamiliar Rostagnol y Espasan-
dín 34 concluyen que en “los hombres que mantienen relaciones incestuo-
sas con hijas o hijastras habría una exacerbación de la demostración
de dominio”, el cual forma parte de la identidad masculina del modelo hege-
mónico. Finalmente, cabe consignar que los campos del Cono Sur conocieron
el derecho de pernada, que no es otra cosa que una violación autorizada por
las relaciones de dominación masculina legitimadas.
En otras palabras, en nuestra región aparece la diferencia sexual jerar-
quizada como elemento ordenador de la vida social. Esto encuentra un nicho
para desarrollarse en la sociedad doméstica. Nugent 35 señala la correspon-
dencia de la sociedad doméstica con la presencia del Vaticano en el continen-
te. Se trata de una sociedad donde el individuo queda supeditado al arreglo
familiar en amplios sectores, dentro de la familia la mujer está subordinada al
hombre. Existe una disputa de sentidos entre la racionalidad moderna y las
formas domésticas; conjuntamente con la construcción de instituciones mo-
dernas apropiadas al ejercicio del poder familiar. De acuerdo a Bonan, el peso
del poder familiar no es un resquicio de tradición que podría eliminarse me-
diante un proceso de profundización de la modernidad, sino que “la reconven-
cionalización del poder familiar hizo parte del proceso histórico de desarrollo y
consolidación de las fuerzas políticas que emergían con la modernidad” 36.

34 Rostagnol, Susana y Espasandín, Victoria “Dinámicas familiares y prácticas sexuales en


la construcción de identidades de género: cincelando la violencia basada en género a
través del incesto”. En 2º Encuentro Universitario: Salud, género, derechos sexuales y
derechos reproductivos. Avances en investigación nacional. Montevideo Facultad de
Psicología, 2006 pp. 169-187.
35 Nugent, Guillermo “De la sociedad doméstica a la sociedad civil: una narración de la
situación de los derechos sexuales y reproductivos en el Perú”, En Claudia Dides (comp.)
Diálogos Sur-Sur sobre religión, derechos y salud sexual y reproductiva: los casos de
Argentina, Colombia, Chile y Perú. Chile, Universidad Academia de Humanismo Cristiano,
2004, pp 105-124.
36 Bonan, Claudia “Sexualidad, reproducción y reflexividad: en busca de una modernidad
distinta”. En Katia Araujo y Carolina Ibarra (eds.) Sexualidades y sociedades
contemporáneas, Chile, Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Chile. 2003:26

330
América del Sur

Así, el poder biomédico por ejemplo ha desarrollado un discurso centrado en


la naturalización de la maternidad como espacio identitario de la mujer, lo
cual fortalece la centralidad de la familia.
Para Pateman, la violación –y no el asesinato del padre que pone fin al
incesto y permite la promulgación de la Ley que lo prohíbe– es el acto de
fuerza originario, instituyente de la primera Ley, que da fundamento al orden
social. Este orden, en base al estatus diferenciado de hombres y mujeres,
instaura la sujeción de las mujeres. La regulación social mediada por el esta-
tus precede la regulación contractual. El derecho de los hombres al acceso
sexual a las mujeres precede el derecho de los padres sobre los hijos. El
contrato social, según la autora, es uno entre iguales, los hombres; el contrato
sexual es el que coloca a la mujer en un lugar de subordinación frente al
hombre. El contrato social da origen a la historia de la vida política de los
varones, las mujeres ya estaban derrotadas y consideradas irrelevantes para
la política 37.
Creo que en América Latina prima la regulación por medio del estatus
(apoyada en la subordinación de la colonización, en la negación de las des-
igualdades asociadas a la diversidad y en la actualidad de la sociedad domés-
tica) actuando frecuentemente la regulación contractual como pantalla que
evita abordar la densa complejidad existente en las relaciones de dominación-
subordinación características de las relaciones de género en la región. Esta
particular situación exige un análisis exhaustivo de las académicas latinoame-
ricanas a fin de elaborar conceptualizaciones teóricas que permitan interpre-
tar nuestras realidades de manera cabal.

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mo Cristiano, 2003, pp21-43

37 Pateman, Carole The sexual contract. Estados Unidos, Stanford University Press. 1988,
p.36

331
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

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333
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

ARGENTINA

Victoria Ocampo (1890-1979)

Ensayista y escritora, figura fundamental en el escenario intelectual


argentino y latinoamericano de la primera mitad del siglo XX. Su obra
más importante son sus Testimonios, escritos entre 1933 y 1977 y
sus Autobiografías, entre los años 1979-1984. Fue también una ex-
celente traductora de autores como Camus, Lawrence, Dostoievsky,
Faulkner, Gandhi, Green, Claudel.

La mujer y su expresión 1
Lo primero en que pienso al hablaros, lo principal, es que vuestra voz y la
nuestra están venciendo a mi gran enemigo el Atlántico. Que ya lo han venci-
do. Cada palabra oída simultáneamente en las dos orillas nos exorciza de la
distancia. Y contra la distancia he vivido en perenne rebeldía. Por más que
renazca después de cada palabra pronunciada, por más que inunde todos los
pequeños silencios, por más que surja apenas nuestro soplo no puede prolon-
garse, sabemos ahora que nuestro grito la traspasa. Sabemos que nuestra voz
la mata. Y es para mí una felicidad matarla entre nosotros.
He visto siempre en el Atlántico un símbolo de la distancia. Me ha sepa-
rado siempre de seres y cosas queridas. Si no era Europa, era América lo que
echaba de menos.
Cuando a mi regreso de los Estados Unidos atravesé el canal de Panamá
y entré por primera vez en el Pacífico, di gracias al cielo de no haber tenido
que sufrir este océano, junto al cual el Atlántico es un Mediterráneo. Y sin
embargo comprendo que lo que se interpone entre mí y ese sufrimiento no es
el inmenso biombo de los Andes, sino el que trato de no pensar en su existen-
cia. Pues el Pacífico me separa también de países por los cuales sentiría
nostalgia si me dejara llevar. No se puede gustar verdaderamente un pedazo
de la tierra sin sentir que pertenece a la tierra entera. Por eso los océanos, en
cuantos símbolos de la distancia y de la separación, son enemigos míos. Inte-
rrumpen a la tierra. Quizá algún día hagamos de ellos hermosos caminos
rápidos y seguros. Mientras tanto, hay que navegarlos gota a gota.
Pero pasemos directamente a aquello de que quería hablaros: la necesi-
dad de expresión en la mujer. Tratemos, pues, de olvidar un poco esta alegría
de vencer la distancia. Tratemos de olvidar que la victoria lograda sobre la
1 Tomado del libro La mujer y su expresión, Sur, Bs. As., 1936

334
América del Sur

distancia está transformando al mundo; idea que bastaría por sí sola para
distraerme de todo lo demás durante la media hora de que dispongo. Conven-
zámonos de que esta misteriosa victoria momentánea no debe conmovernos
ni sorprendernos. Tomemos las cosas extraordinarias con naturalidad, como
en los sueños. ¿No he soñado acaso una vez, sin asombro, que vivía en una
casa rodeada de un jardín mitad bañado en la luz de la mañana y mitad en la
del crepúsculo? Mi voz recorre hoy este jardín de sueños. Mientras que los
nuestros están despojados, halla entre vosotros hojas en los árboles, y mien-
tras suena en nuestros cuartos cerrados por el frío, entra en los vuestros con
todos los ruidos del verano. Esta idea me encanta, me arrastra tras sí, a pesar
mío, como el zumbido de las abejas o el canto de las cigarras en los calores de
enero cuando, niña, estaba yo en clase. La persigo, a pesar mío, con tremendo
deseo de escaparme de mi tema, de hacerle la rabona –como decimos aquí –
de hacer novillos -como dicen allí.
Pero seamos razonables, ya que no hay manera de no serlo.
El año pasado asistí, por casualidad, a la conversación telefónica, entre
Buenos Aires y Berlín, de un hombre de negocios. Hablaba a su mujer para
hacerle unos encargos. Empezó así: “No me interrumpas”. Ella obedeció tan
bien, y él tomó tan en serio su monólogo, que los tres minutos reglamentarios
transcurrieron sin que la pobre mujer tuviera ocasión de emitir un sonido. Y
como mi hombre de negocios era tacaño, en eso paró la conversación.
Pues bien, yo que he sido invitada a venir a hablaros y que se me paga
por hacerlo, quisiera deciros: “Interrumpidme. Este monólogo no me hace
feliz. Es a vosotros a quienes quiero hablar y no a mí misma. Os quiero sentir
presentes. ¿Y cómo podría yo saber que estáis presentes, que me escucháis,
si no me interrumpís?”
Me temo que este sentimiento sea muy femenino. Si el monólogo no
basta a la felicidad de las mujeres, parece haber bastado desde hace siglos a
la de los hombres.
Creo que, desde hace siglos, toda conversación entre el hombre y la
mujer, apenas entran en cierto terreno, empieza por un: “no me interrumpas”
de parte del hombre. Hasta ahora el monólogo parece haber sido la manera
predilecta de expresión adoptada por él. (La conversación entre hombres no
es sino una forma dialogada de este monólogo.)
Se diría que el hombre no siente, o siente muy débilmente, la necesidad
de intercambio que es la conversación con ese otro ser semejante y sin em-
bargo distinto a él: la mujer. Que en el mejor de los casos no tiene ninguna
afición a las interrupciones. Y que en el peor las prohíbe. Por lo tanto, el
hombre se contenta con hablarse a sí mismo y poco le importa que lo oigan.
En cuanto a oír él, es cosa que apenas le preocupa.

335
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Durante siglos, habiéndose dado cuenta cabal de que la razón del más
fuerte es siempre la mejor (por más que no debiera serlo), la mujer se ha
resignado a repetir, por lo común, migajas del monólogo masculino disimulan-
do a veces entre ellas algo de su cosecha. Pero a pesar de sus cualidades de
perro fiel que busca refugio a los pies del amo que la castiga, ha acabado por
encontrar cansadora e inútil la faena.
Luchando contra estas cualidades que el hombre ha interpretado a me-
nudo como signos de una naturaleza inferior a la suya, o que ha respetado
porque ayudaban a hacer de la mujer una estatua que se coloca en su nicho
para que se quede ahí sage comme une image; luchando, digo, contra esa
inclinación que la lleva a ofrecerse en holocausto, se ha atrevido a decirse con
firmeza desconocida hasta ahora: “El monólogo del hombre no me alivia ni de
mis sufrimientos, ni de mis pensamientos. ¿Por qué resignarme a repetirlo?
Tengo otra cosa que expresar. Otros sentimientos, otros dolores han destroza-
do mi vida, otras alegrías la han iluminado desde hace siglos”.
La mujer, de acuerdo con sus medios, su talento, su vocación, en muchos
dominios, en muchos países –y aun en los que le eran más hostiles– trata hoy,
cada vez más, de expresarse y lo logra cada vez mejor. No se puede pensar
en la ciencia francesa actual sin pronunciar el nombre de Marie Curie; en la
literatura inglesa sin que surja el de Virginia Woolf; en la de América Latina
sin pensar en Gabriela Mistral. En cuanto a vosotros, para no hablar sino de
ella, os envidiamos a María de Maeztu, mujer admirable que ha hecho por la
juventud femenina española, gracias a su auténtico genio educador, lo que yo
quisiera verla hacer por la nuestra.
Por cierto, estoy convencida de que la mujer se expresa también, de que
se ha expresado ya maravillosamente, fuera del terreno de la ciencia y de las
artes. Que esta expresión ha enriquecido, en todos los tiempos, la existencia,
y que ha sido tan importante en la historia de la humanidad como la expresión
del hombre, aunque de una calidad secreta y sutil menos llamativa, como es
menos llamativo el plumaje de la faisana que el del faisán.
La más completa expresión de la mujer, el niño, es una obra que exige, en
las que tienen consciencia de ello, infinitamente más precauciones, escrúpu-
los, atención sostenida, rectificaciones delicadas, respeto inteligente y puro
amor que el que exige la creación de un poema inmortal. Pues no se trata sólo
de llevar nueve meses y de dar a luz seres sanos de cuerpo, sino de darlos a
luz espiritualmente. Es decir, no sólo de vivir junto a ellos, con ellos. Creo más
que todo en la fuerza del ejemplo. No hay otra manera de predicar a los
grandes ni a los pequeños. No hay otra manera de convencerles. Si falla, es
que no había remedio.

336
América del Sur

El niño, pues, por su sola presencia, ha exigido de la mujer consciente que


se expresara, y que se expresara del modo más difícil: viviendo, viviendo ante
él.
La importancia capital de la primera infancia es uno de los puntos sobre
los cuales la ciencia moderna ha insistido más, últimamente. Casi podría de-
cirse que la acaba de descubrir y es en este momento preciso de su vida que
el niño está en manos de la mujer exclusivamente. La mujer es, pues, quien
deja su marca indeleble y decisiva sobre esta cera blanda; es quien, conscien-
te o inconscientemente, la modela, y la resistencia del hombre a reconocer
que la mujer es un ser tan perfectamente responsable como lo es él mismo,
resulta absurda y graciosa cuando se advierte la tamaña contradicción que
encierra: la de haber dejado, desde hace siglos (por ignorancia sin duda),
pesar sobre un ser irresponsable la mayor responsabilidad de todas : la de
moldear a la humanidad entera en el momento en que es moldeable y la de
dejar su sello impreso en ella.
Lo que diferencia principalmente a los grandes artistas de los grandes
santos (aparte de otras diferencias) es que los artistas se esfuerzan en poner
la perfección en una obra que les es exterior, por consiguiente fuera de sus
vidas, mientras que los santos se esfuerzan en ponerla en una obra que les es
interior y que no puede, por tanto, apartarse de sus vidas. El artista trata de
crear la perfección fuera de sí mismo, el santo en sí mismo.
Por eso el artista sensible a la santidad, me atrevería a decir, corre siem-
pre el riesgo de perder sus facultades de artista. A medida que el afán de
poner perfección en su vida aumenta, la voluntad de hacerla radicar en una
obra disminuye.
Quizá el niño haya hecho a menudo de la mujer un artista tentado por la
santidad. Porque para esforzarse en poner perfección en esa obra que es la
suya, el niño, necesita empezar por esforzarse en poner perfección en sí mis-
ma y no fuera de sí misma. Necesita tomar el camino de los santos y no el de
los artistas. El niño no tolera que traten de poner en él las perfecciones que no
ve en nosotros.
En este momento de la historia que nos es dado vivir, asistimos a un
debilitamiento del poder de los artistas. Se diría que en el periodo actual el
mundo tiene más necesidad de héroes o de santos que de estetas. Por todas
partes se acentúa esa tentación de la santidad, fatal, parecería, a la perfección
del objeto.
Y por eso el hombre, hoy, está acercándose a la mujer. Empieza a sentir
que, en la época en que estamos, ya no le será posible crear, no la perfección
(que queda fuera del alcance humano), sino en el sentido de esa perfección, a

337
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

menos de encaminarse él mismo hacia ella. Empieza a sentir que toda forma
de arte que no tiene las exigencias del niño está hoy en desuso.
La obra podrá, como el niño, parecerse más o menos a nuestros deseos,
ir más lejos o menos lejos que nosotros, pero hará falta que sea en el mismo
sentido.
Dios me libre de hablar mal del artista, cualesquiera sean sus defectos,
sus vicios pasados, presentes y futuros. Cualesquiera sean sus debilidades,
nos ha sido, nos es, nos será tan necesario como el héroe o el santo. También
la suya es una manera de heroísmo y de santidad. Aun cuando la belleza de su
obra, como ocurre a menudo, sea una belleza de orden compensador (es
decir, condenada a realizarse fuera de él por no poder realizarse en él), es
profundamente necesaria a la humanidad. Cualesquiera hayan sido sus mise-
rias personales, lo que debemos a los grandes artistas es parte de lo mejor de
nuestro patrimonio. Borremos los aportes de Dante, Cervantes, Shakespeare,
Bach, Leonardo da Vinci, Goya, Debussy, Poe, Proust –para no citar más que
los primeros nombres que se me ocurren– ¡y qué empobrecidos nos sentiría-
mos! Que algunos de ellos hayan sido personalmente pobres hombres a quie-
nes se les pudiera reprochar tal o cual defecto, ¡qué importa! Nos han legado
lo que tenían de extraordinario. Tal vez no hayan conocido otra alegría que la
de sufrir por su obra. Su obra era para ellos la única manera de entrar en un
orden.
Y esta manera de realización es la que injustamente el hombre se ha
complacido u obstinado en negar, entre otras cosas, a la mujer. Pues hay
ciertas mujeres, lo mismo que ciertos hombres, que no pueden conocer otra
alegría que la de sufrir por una obra.
Una de estas mujeres, que es uno de los seres mejor dotados que conoz-
co, novelista célebre y de estilo admirable, me decía: “No soy verdaderamen-
te feliz sino cuando estoy sola, con un libro o ante el papel y la pluma. Al lado
de este mundo tan real para mí, la otra realidad se desvanece”. Sin embargo,
esta mujer, nacida en un ambiente intelectual y cuya vocación fue, desde el
comienzo, singularmente clara, pasó en su juventud años atroces de tormen-
tos e incertidumbres. Todo conspiraba para probarle que su sexo era un han-
dicap terrible en la carrera de las letras. Todo conspiraba para aumentar en
ella lo que había heredado, lo que todas heredamos: un complejo de inferiori-
dad. Contra ese complejo debemos luchar, puesto que sería absurdo descono-
cer su importancia. El estado de espíritu que crea forzosamente es de los más
peligrosos. Y no veo otro modo de luchar contra él que dar a las mujeres una
instrucción tan sólida, tan cuidada como a los hombres y respetar la libertad
de la mujer exactamente como la del hombre. No sólo en teoría, sino en la
práctica. En teoría, los países más civilizados la aceptan. Y en este sentido

338
América del Sur

España después de la revolución ha marchado a saltos. Por desgracia la Ar-


gentina no ha llegado todavía a tanto. La mujer, entre nosotros, no tiene, en la
teoría ni en la práctica, la situación que debiera tener. Los hombres continúan
diciéndole: “No me interrumpas”. Y cuando ella reivindica su derecho a la
libertad, los hombres interpretan, juzgando sin duda por sí mismos y poniéndo-
se en su lugar: libertinaje.
Por libertad, nosotras, las mujeres, entendemos responsabilidad absoluta
de nuestros actos y autorrealización sin trabas, lo que es muy distinto. El
libertinaje no tiene ninguna necesidad de reivindicar la libertad. Puede uno
entregarse a él siendo esclava
En cuanto a la autorrealización, está, en suma, íntimamente ligada a la
expresión, cualquiera que sea su modo. No se llega a la expresión sino por el
conocimiento perfecto de lo que se quiere expresar; o mejor dicho, la necesi-
dad de expresión deriva siempre de ese conocimiento. Pues bien: el conoci-
miento que más importa a cada ser es el que atañe al problema de su auto-
rrealización.
Que esta mujer se realice cuidando enfermos, aquella enseñando el alfa-
beto, aquella otra trabajando en un laboratorio o escribiendo una novela de
primer orden, poco importa: hay diversos modos de autorrealización, y los más
modestos como los más eminentes tienen su sentido y su valor.
Personalmente, lo que más me interesa es la expresión escrita, y creo
que las mujeres tienen ahí un dominio por conquistar y una cosecha en cierne.
Es fácil comprobar que hasta ahora la mujer ha hablado muy poco de sí
misma, directamente. Los hombres han hablado enormemente de ella, por
necesidad de compensación sin duda, pero, desde luego y fatalmente, a través
de sí mismos. A través de la gratitud o la decepción, a través del entusiasmo o
la amargura que este ángel o este demonio dejaba en su corazón, en su carne
y en su espíritu. Se les puede elogiar por muchas cosas, pero nunca por una
profunda imparcialidad acerca de este tema. Hasta ahora, pues, hemos escu-
chado principalmente testigos de la mujer, y testigos que la ley no aceptaría,
pues los calificaría de sospechosos. Testigos cuyas declaraciones son tenden-
ciosas. La mujer misma, apenas ha pronunciado algunas palabras. Y es a la
mujer a quien le toca no sólo descubrir este continente inexplorado que ella
representa, sino hablar del hombre, a su vez, en calidad de testigo sospechoso.
Si lo consigue, la literatura mundial se enriquecerá incalculablemente, y
no me cabe duda de que lo conseguirá.
Sé, por experiencia propia, qué mal preparada está actualmente la mujer
en general y la sudamericana en particular para alcanzar esta victoria. No
tienen ni la instrucción, ni la libertad, ni la tradición necesarias. Y me pregunto
cuál es el genio que puede prescindir de estas tres cosas a la vez y hacer obra

339
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

que valga. El milagro de una obra de arte sólo se produce cuando ha sido
obscuramente preparado desde mucho tiempo atrás.
Creo que nuestra generación, y la que le sigue, y aun la que está por
nacer, están destinadas a no realizar este milagro, sino a prepararlo y a volver-
lo inminente.
Creo que nuestro trabajo será doloroso y que se le desconocerá. Creo
que debemos resignarnos a ello con humildad, pero con fe profunda en su
grandeza y en su fecundidad. Nuestras pequeñas vidas individuales contarán
poco, pero todas nuestras vidas reunidas pesarán de tal modo en la historia
que harán variar su curso. En eso debemos pensar continuamente para no
desanimarnos por los fracasos personales y para no perder de vista la impor-
tancia de nuestra misión. Nuestros sacrificios están pagando lo que ha de
florecer dentro de muchos años, quizá siglos. Pues cuando hayamos adquirido
definitivamente la instrucción, la libertad y un poco de tradición (aludo a la
tradición literaria que casi no existe entre las mujeres; la tradición literaria del
hombre no es la que puede orientarnos, y hasta a veces contribuye a ciertas
deformaciones), ni aun entonces lo habremos conseguido todo. Será menes-
ter que maduremos entre estas cosas. Deberemos familiarizarnos con ellas y
dejar de considerarlas con ojos de parvenue.
Así, pues, lo que nuestro trabajo compra es el porvenir de las mujeres.
No nos aprovechará personalmente. Pero esto no tiene por qué entristecer-
nos. ¿Acaso puede agriar a una madre la promesa de que su hija será más
hermosa que ella? Si el caso se da, es porque se puede a veces tener hijos sin
sentirse madre. Excepción que confirma la regla.
Es este sentimiento de maternidad hacia la humanidad femenina futura el
que debe sostenernos hoy. Tenemos que apoyarnos en la convicción de que la
calidad de esa humanidad futura depende de la nuestra, que somos responsa-
bles de ella. Lo que cada una de nosotras realiza en su pequeña vida tiene
inmensa importancia, inmensa fuerza cuando las vidas se suman. No hay que
olvidarlo. Ninguno de nuestros actos es insignificante y nuestras actitudes
mismas se agregan o quitan a esta suma total que formamos y que hará
inclinar la balanza.
Acabo de decir que la mujer sudamericana se encuentra en condiciones
de inferioridad con respecto a la mujer que habita ciertos grandes países.
Añadiré que es un poco por culpa suya. Se ha resignado hasta ahora con
demasiada facilidad. Quizá esta ingenua haya temido desagradar al hombre,
sin advertir que le agradaría siempre, a pesar de todo, y que se vería en serios
apuros si tuviera él que prescindir de ella. Hasta me parece probable que la
mujer le agradará más cuando el hombre se habitúe a ver en ella un ser

340
América del Sur

humano pensante capaz de hacerle frente y de interrumpirle si hace falta, y no


un objeto más o menos querido, más o menos indispensable a su agrado y a su
comodidad. Más o menos “recreo del guerrero”.
Si no ocurre así, es que hay que volver a empezar la educación del hom-
bre y que la que le envanecía hasta hoy, no vale nada, ni cuenta ya.
No sé si lo que digo sobre mi América es todavía aplicable a España. En
todo caso, debió serlo ayer, como que nuestras cualidades y nuestros defec-
tos, nos vienen principalmente de ella.
La característica de nuestro mundo actual es que las cosas repercutan
de un país a otro, de un continente a otro, de manera fulminante, quiérase o
no.
Vuestro compatriota Madariaga hablaba hace poco del irresistible creci-
miento de la solidaridad internacional. Llama solidaridad subjetiva a la que se
desarrolla en la esfera de las ideas y de los sentimientos, y objetiva a la que
nace de los hechos y de los intereses creados, y atribuye la crisis mundial al
retraso de la primera con respecto a la segunda.
Esta condena a una solidaridad objetiva y, debemos desearlo, subjetiva,
se desenmascara y aparece abiertamente en el planeta desde el momento en
que se vence la distancia, esa distancia de que os hablaba al comienzo y que
mi voz mata con alegría.
Por lo tanto, tal como los sucesos se presentan hoy, la suerte que corre la
mujer en China o en Alemania, en Rusia o en los Estados Unidos, en fin, no
importa en qué rincón del mundo, es cosa extremadamente grave para todas
nosotras, pues sufriremos su repercusión. Así, pues, la suerte de la mujer
sudamericana concierne vitalmente a la mujer española y a la de todos los
otros países.
Yo quisiera que hubiese entre las mujeres de toda la tierra una solidaridad
no sólo objetiva sino subjetiva. Tal aspiración puede parecer desmesurada,
absurda, pero no puedo resignarme a menos.
Quisiera que la suma de nuestros esfuerzos, de nuestras vidas, el noventa
y nueve por ciento de las cuales permanecerán obscuras y anónimas, haga
inclinar la balanza del lado bueno. Del lado que hará de la mujer un ser enri-
quecido, al que le sea posible la expresión total de su personalidad (no sólo su
expresión fisiológica); del lado que hará del hombre un ser completado a quien
ya no le baste el monólogo y que, de interrupción en interrupción aceptada,
llegue naturalmente al diálogo.

Agosto de 1935.

341
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Marta Traba (1930 – 1983)

Crítica de arte argentino-colombiana, reconocida por sus significati-


vos aportes al estudio del arte en Latinoamérica. Considerada una de
las figuras de las vanguardias de los años setenta. Autora de diversas
obras sobre temas artísticos. El museo vacío (1958), Arte en Co-
lombia (1960), Seis artistas contemporáneos colombianos (1963),
Los cuatro monstruos cardinales (1965), Los laberintos insola-
dos (1967) Dos décadas vulnerables en las artes plásticas lati-
noamericanas 1950-1970 (1973), Mirar En Caracas (1974), Mi-
rar en Bogotá (1976), Homérica Latina (1979), Conversación al
sur (1981), Historia abierta del arte colombiano (1984), Arte de
América Latina 1900-1980 (1994).

La cultura de la resistencia 1
1. La cultura de la resistencia
A partir de las guerras de la independencia el tema número uno del con-
tinente ha sido el de la dependencia. Bien sea denunciándola o considerándola
favorable, cambiando su nombre por “condicionamiento”, “esclavitud” o “aso-
ciación con otras potencias”, según obedezca a uno u otro punto de vista:
combatiéndola de modo directo, frontal o tangencial; permaneciendo indife-
rente a ella pero sintiendo su acoso, no ha dejado de gravitar un día sobre
nosotros. La obstinación de la cultura por perforar el problema de la depen-
dencia parte, desde luego, de la confianza de vencerla y superarla, y de la
certidumbre de que, dentro de ella, nunca se podrá aspirar a las formas mo-
dernas de la libertad.
Los modos de quebrar la dependencia han pasado, genéricamente, de
una emotiva fe en que rompiéndola parte a parte, en sus síntomas, en sus
detalles, en sus zonas diferentes de acción, dentro de un frente múltiple de
avance contra ella, se podía, finalmente, liquidarla. Pero, como es sabido, en
los últimos años un proyecto global ha barrido las ilusiones particulares y se ha
logrado relativa unanimidad sobre la idea de que únicamente será destruida si
se produce el cambio de estructuras, es decir, la transformación radical de la
sociedad capitalista en sociedad socialista, de matiz múltiple y a veces, como
lo corrobora la historia más reciente, inesperado.
Los escritores y artistas fueron siempre especialmente receptivos al pro-
blema de la dependencia, a pesar de que ahora se tienda a desmonetizarlos y

1 Ponencia presentada en la Universidad de Bonn “Seminario de Romanística”. Mayo


1973. textoyopinion.blogspot.com/p/marta-traba.html

342
América del Sur

a minimizar su influencia. Es claro que solamente sobre la base de considerar


que la palabra escrita, el pensamiento emitido la obra de arte expresada, cons-
tituyen una forma especial de poder dentro del grupo social al encarar las
aspiraciones de dicho grupo, vale la pena hablar de su papel en el problema de
la dependencia. En caso contrario, partiendo de una premisa que por desgra-
cia flota en la actualidad, según la cual el artista y el escritor carecen de toda
representación diferente a la del ciudadano raso, no interesaría ni siquiera
emprender un análisis superficial de su trabajo.
Todos los creadores que hablaron y actuaron reconociendo el problema
de la dependencia apuntaron hacia la autonomía y la urgencia de identidad.
De Martí a Carlos Fuentes corre un siglo, (trajinado por estudiosos como
González Prada, Mariátegui, Henríquez Ureña, Zum Felde, Massuh, Leopol-
do Zea, Lezama Lima, Paz), sin que las dos metas se conmovieran un centí-
metro. Sin embargo, conseguir mediante la autonomía y la liquidación de la
dependencia, una identidad, significaba y significa para el trabajo artístico y
literario un delicado problema de utilización de fuentes culturales y fuentes de
lenguaje.
En este dilema, lo único claro fue siempre el mundo físico alrededor del
artista latinoamericano, surtiéndole proposiciones étnicas, lingüísticas, geo-
gráficas, idiosincráticas, de una riqueza muchas veces excesiva. Pero de todo
buen artista es consciente, por vía racional o instintiva, de que la realidad no
adquiere existencia sino a través de un proyecto, y que la obra es tanto más
valiosa cuanto más general es ese proyecto.
América ha suministrado situaciones globales en todos los campos antes
enunciados, que enfrentaban a los artistas con una visión del mundo y un estilo
de comportamientos inéditos respecto a las culturas conocidas: sin embargo,
este exceso de situaciones que rodeaban al artista no podía ser trasladado al
campo de la cultura sino mediante apropiaciones de lenguajes provenientes de
afuera. Prismas culturales sucesivos, el español, el francés, el norteamerica-
no, se interpusieron entre la realidad y el artista, dificultando sin cesar el enun-
ciado de un proyecto propio. El pasaje de la modernidad a la actualidad
interpuso un nuevo y grave obstáculo, como fue el triunfo –dentro del capita-
lismo y también del socialismo– de los códigos privados, mientras se destruía
paulatinamente la posibilidad de un código general. Tal situación, acorde con
las nuevas sociedades altamente industrializadas en una u otra zona, no co-
rrespondía ni convenía a Latinoamérica, pero representó, no obstante, la única
alternativa de trabajo: la cultura subdesarrollada no ha sabido formular hasta
ahora una alternativa a los códigos privados.
Con ellos, también penetró hasta el fondo de la dependencia, el problema
de la formulación de lenguajes. A cada código particular corresponde un len-

343
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

guaje, en alguna manera, privado, y, por consiguiente, una forma de lectura


también particular, lo cual lleva a descodificaciones múltiples que son resuel-
tas según la capacidad de comprensión del público. Si esto produjo en los
países altamente industrializados un desfasaje entre receptor y transmisor, en
América Latina arte y literatura entraron en pleno desprendimiento de su
grupo social, lo cual, como veremos más adelante, nada tiene que ver con
“arte clasista” o “arte elitista”, como se ha querido esquemáticamente pre-
sentarlo.
Por una parte, era preciso que el artista latinoamericano aprendiera a
hablar en un idioma correspondiente a su tiempo, por otra, ese idioma lo sepa-
raba cada vez más de su situación particular, de las emergencias de dicha
situación y de sus compromisos con el medio. Cuando se planteó una tajante
liquidación de la dependencia a través de cortes radicales con la cultura y el
lenguaje modernos, tal solución no dio más que resultados inválidos para el
arte y la literatura. Me refiero a la ilusoria destrucción de la dependencia por
vía de negar la cultura del siglo XX así como el lenguaje propuesto por dicha
cultura, llegando a posiciones estáticas y conservadores, cuando no arcaizan-
tes, como fueron indigenismos, nativismos y también nacionalismos de todo
pelaje, a la cabeza de los cuales se situó vigorosamente el nacionalismo pictó-
rico mexicano.
La salida negativa constituyó una nueva forma de dependencia, no a las
culturas dominantes del siglo XX sino a las del siglo XIX, cuando no una pura
desviación del terreno creativo, como pasó con los indigenismos revanchistas.

2. El artista burgués
Entre la dependencia derivada de negar la cultura del siglo XX, y la de-
pendencia por mimetismo con la visión de los países altamente industrializa-
dos, se produjeron otras mediaciones. En una se situaron aquellos artistas
resueltos a responder individualmente a los anhelos y demandas de la comuni-
dad, forzando la conquista de una autonomía parcial. En otra, los artistas que
se sentían obligados a deponer sus puntos de vista individuales para responder
a las emergencias por las que atravesaba la comunidad. Pero antes de averi-
guar si sus posiciones fueron o no eficaces, habría que establecer de dónde
salen ambos tipos de artistas, los independientes y los políticos. Tanto unos
como otros siguen produciendo sus obras dentro de una misma clase social y
económica, la burguesía. No hay necesidad de repetir que el proyecto artísti-
co que avala el mundo moderno es un proyecto burgués salido de las revolu-
ciones burguesas y apoyado sobre la capacidad de cada individuo de expre-
sarse y expresar a los demás. Concebido como un servicio con el destino
expreso de dar satisfacción a la burguesía y al mismo tiempo de presentar los

344
América del Sur

valores y puntos de vista de un mundo burgués, no se desprendió, pasando de


lo moderno a lo actual, de dicha carga: el hecho de que la burguesía reciba mal
la obra de los artistas actuales, no modifica esta situación. El artista actual
sigue siendo burgués y expresando el mundo de la burguesía. Si
aparentemente ha cesado de prestarle un servicio, es porque nuevas formas
expresivas lo desalojan contra su voluntad, no porque esté situado en un cam-
po opuesto. Sigue en el mismo campo, pero sus ofrecimientos han perdido
atractivo para la burguesía desde el momento en que aparecieron competido-
res más tácticos, complacientes y dispuestos a facilitarles la ingestión de ali-
mentos culturales más fáciles, así como todas las falsificaciones literarias y
artísticas que constituyen la industria cultural.
En áreas donde hay fuerte producción de orden (cultural) y fuerte pro-
ducción de desorden (entropía), las contradicciones del arte actual y las falsi-
ficaciones de los medios de comunicación de masas se presentan con tanta
claridad, que han favorecido los contraataques de los artistas y la apertura de
frentes de competencia que no es el caso examinar aquí. A nosotros nos
concierne otro escenario, de escasa actividad cultural y de escasa entropía,
de escasa elaboración tanto de orden como de desorden, donde el artista queda
más desguarnecido y sujeto a sus propias iniciativas, casi siempre ajeno a
presiones que nadie se ocuparía en ejercer sobre él.
Caminando en el desierto de la lumpenburguesía, su conducta es, por
extraña paradoja, mucho más autónoma y responsable que en las áreas desa-
rrolladas. La inercia de la burguesía favorece la toma de conciencia del artis-
ta: cuando la burguesía, en cambio, se dibuja el Latinoamérica con algún relie-
ve y manifiesta aspiraciones más netas, el artista corre el peligro de volver a
servirla y calcar las pretensiones progresistas y tecnológicas con que disfraza
sus complejos provincianos. Es por eso que las formas más miméticas y des-
personalizadas se han dado casi siempre en Buenos Aires y Caracas, mien-
tras en las demás capitales prevalece en mayor o menor grado, el desamparo.
Sería interesante estudiar el mimetismo artístico en la dirección en que Gun-
der Franck analiza el subdesarrollo latinoamericano: comprobaríamos sin mu-
cha dificultad que a mayor desarrollo, corresponde mayor dependencia y mi-
metismo artístico.
Aunque la cultura de la resistencia haya florecido en el desierto, el de-
sierto no es, normalmente, un ámbito estimulante. Lo normal es que a la ano-
mia social corresponda una anomia creativa, una debilidad constante ante las
invasiones culturales y la docilidad mimética. Esto es lo que ha inducido a
estudiosos de muy diversa extracción a ver a América Latina como un campo
cultural desvastado, exangüe, donde la dependencia ha marcado de modo
irrevocable toda la producción creativa. Así, Darcy Ribeiro y Augusto Salazar

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Bondy desde la perspectiva de la sociología; un crítico preocupado siempre


por los problemas de la dependencia como Edmundo Desnoes, u otro que fue
durante diez años el mejor servidor del colonialismo europeo y la penetración
americana, como Jorge Romero Brest, se unen en esta depreciación de las
obras producidas bajo la dependencia.
Sin embargo, esto no es cierto: negar drásticamente, como lo hacen Vas-
coni o Dos Santos, la posibilidad de una independencia parcial para la cultura,
significa ubicarla al lado de la economía o de la política, en una relación mecá-
nica de causa a efecto que no le corresponde. Gran parte de nuestra creación
artística y literaria buscó con verdadera energía y espíritu exploratorio, rela-
cionarse con formas de vida mal conocidas, confusas y poco discernibles a
primera vista, justamente porque sentían sobre sí el estigma de la dependencia
y necesitaban salir de él por la vía de descubrimientos y rescate de hechos
inéditos donde se reconocieran modos peculiares de existencia.
Desnoes escribe en su libro Para verte mejor, América Latina, cosas
como éstas: “Está bueno ya de exaltar este caos (América Latina), llamándo-
lo creador y esta imaginación heterogénea llamándola surrealista”, y más ade-
lante: “La crisis actual de las artes plásticas en América Latina se aclara
dándole la cara a cerca de doscientos cincuenta millones de hombres”. Como
siempre la solución política al asunto de la dependencia cultural, muestra las
verdades como si fueran soluciones, en una capacidad de transferencia real-
mente envidiable. No hay duda que si nos apoyáramos beatamente en el caos
y la imaginación heterogénea caeríamos en el pleno conformismo respecto a
nuestras circunstancias, así como en la exaltación de un pintoresquismo su-
perficial. Pero nada de esto es lo que ha hecho la cultura de la resistencia al
reconocer como legítima y aprovechable para la actividad creativa, una índole
derivada de transculturaciones y mestizajes, de forma de vida y cosmovisio-
nes, que no desaparecen ni tienen por qué desaparecer cuando cambios radi-
cales en los sistemas políticos obliguen a dar la cara a doscientos cincuenta
millones de hombres.
Por otra parte, considerar que dando la cara, como dice Desnoes, se
supera la crisis creativa y sus contradicciones internas, es una de las tantas
frases vacías amparadas en la coartada revolucionaria.
Suponiendo que nazca de un aceptable sentimiento de culpa, resulta in-
justa con la cultura de la resistencia, que siempre ha tenido esa actitud de “dar
la cara” en la base de su trabajo inventivo o reflexivo. Así como Mariátegui,
en 1920, escribe que no puede existir cultura auténtica sin asimilación, refi-
riéndose a la realidad peruana y por extensión a la latinoamericana, la eviden-
cia de esa realidad es lo que alimenta la mejor historia de las artes plásticas y
la literatura continental. Nadie puede ignorar de qué contactos con la realidad

346
América del Sur

nacen la narrativa de Rulfo como la de García Ponce, la de Asturias, como la


de Puig, la de Güildares como la de Guimaraes, la de Lezama como la de
Cortázar; es cierto que el recorte de la realidad que ellos operan está situado
en lo que llama García Ponce “el lugar de la escritura”. También es cierto que
sus obras circulan entre grupos minoritarios y no entre “los muchos” que
reclama Desnoes. Pero esto corresponde a la especificidad de una trabajo
que cada vez más ha sido tergiversado por el planteo político y cuyos deslin-
des son imprescindibles para apreciar el justo alcance de la cultura de la
resistencia.

3. Planteo político y arte


El actual malentendido entre planteo político y arte es más grave que el
que se produjo, en los treinta, entre arte nacionalista y arte a secas. Entonces
se peleaba sobre temas, sobre la eficacia o la inconveniencia de ejemplos que
sirvieran de adoctrinamiento al pueblo, sobre le modo de apologizar las histo-
rias nacionales.
Ahora el enfrentamiento parte de un punto distinto. Quien es enjuiciado
es el artista, mucho más que su obra. Se cuestiona su procedencia burguesa,
la especificidad de su trabajo y su capacidad de acción directa: la obra pasa a
un irrelevante segundo término ante tal inquisición. El empuje de este nuevo
cuestionamiento va dirigido, sobre todo, a negar la especificidad del lenguaje y
del trabajo artístico, y a confundirlo despectivamente entre un oleaje de con-
signas.
La explicación de la obra de arte como hecho específico, que configura
una tarea especializada, ontológicamente diferente a otras, parece tan obsole-
ta en los países desarrollados como apremiante en Latinoamérica. En los
últimos años, a medida que un saludable proceso de politización sacudía mas
violentamente que nunca las nociones de dependencia de ha hecho visible ese
recrudecimiento de la reducción de la obra de arte a mensaje indiferenciado.
También por eso se explica la persistencia obsesiva, por parte de artistas y
escritores, en defender la naturaleza peculiar de la obra de arte. Defensa,
compulsión y remordimiento alteran y pervierten la relación entre artista y
sociedad latinoamericana. La relación inevitable y fructífera entre artista y
política se convierten en una alianza compulsiva, que elimina tanto la libertad
de análisis como la libertad de crítica, sin las cuáles la creatividad pasa a ser
un acto de servicio donde no aporta su contribución imaginativa y transforma-
dora. La relación viva y dialéctica entre el artista y su medio se proyecta,
asimismo, sobre un telón sombrío: el remordimiento de estar en el error, de ser
señalado por no haber hecho lo suficiente, de traicionar sus obligaciones con
los demás. Así, el sentido liberador de esas relaciones, de donde deberían salir

347
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

mutuamente exaltados los términos de confrontación artista-política, artista-


pueblo, se pierde por completo y destruye la dinámica que debería estar en la
base de dicha creatividad.
Hoy día parece un crimen en el continente sostener que hay una natura-
leza creadora, o que los escritores ejercen profesionalmente la actividad críti-
ca, etc.; pero no solamente es una naturaleza determinada por la tarea de
recortar y señalar un recorte de realidad, rehacerla nuevamente según las
intenciones de un proyecto cultural, buscar los sistemas de lenguaje o los
ordenes combinatorios de elementos para transmitir esa nueva visión, sino
que es, también, un poder. Estoy de acuerdo con el mexicano Gabriel Zaid
cuando afirma que “parece absurdo que un escritor crea menos en las opcio-
nes prácticas del emplazamiento que tiene, que en las del poder que no tiene”.
Sin embargo, aunque parezca absurdo, la confusión reinante entre nosotros es
tal a partir de la desestima de la obra de arte como trabajo específico, que
lleva a una disyuntiva sin sentido: abandonar el poder real de la escritura o la
creación plástica, para entrar en la acción revolucionaria directa o, en los
casos menos dramáticos, para producir y transmitir mensajes operativos, don-
de no se verifica la mediación artística, sino que simplemente se vehiculan
mensajes políticos, económicos, revolucionarios, populares, etc. tan impositi-
vos y alienantes como los mensajes operativos de la industria cultural, y rege-
neran seudo-obras de arte remitidas a la indefendible mediocridad y los horro-
res sin atenuantes del realismo socialista soviético, pasado y presente.
Pero en el momento que el escritor o el artista resuelven defender la
decisión personal con que realizan una tarea específica, no solo entran en
colisión con los planteos políticos, sino también con las burguesías a las cuales
pertenecen.
Basta que el artista o el escritor reclamen la especificidad de su trabajo,
para que se conviertan en los tránsfugas de la clase burguesa. Dejan de res-
ponder a la burguesía como clase, quiéranlo o no, así como tampoco pueden
ser proletarios. Se quedan sin perspectiva de clase, no porque la rechacen,
sino porque no resultan integrados a ella. Son hombres de transición, aboca-
dos a actuar “por la conciencia de la soledad” que apuntaba Benjamín. No
eligen la soledad, sino que ésta es el resultado inevitable de su tarea específi-
ca: por eso calificarla de virtuosa o viciosa, de reprobable o encomiable, es un
puro error de concepto.
Si aceptamos que el intelectual ve el proceso social de manera distinta al
resto, no por superioridad o inferioridad sino por simple división del trabajo,
esto significa que también intervendrá en el proceso de manera diferente y
que su combate frente a la dependencia se situará en parámetros distintos a
los del hombre de acción y también a los de los hombres de clase.

348
América del Sur

4. La subversión permanente
“El rifle del guerrillero”, “el machete del cortador de caña”, “la rueda
dentada de la industria”, “la flor de la canción”, son saludados por Edmundo
Desnoes como las respuestas de Cuba a la crisis de las artes plásticas latinoa-
mericanas. Lo que cambian, únicamente, son los temas de la simbólica: sím-
bolos de cantantes, personajes y productos de la sociedad de consumo, son
cambiados por símbolos derivados de otras idealizaciones. No son exclusivas
de las nuevas sociedades: también en nuestros países capitalistas se compra
con la imagen de San Martín en el billete, se pegan estampillas con alegorías
de la patria o se colocan fenomenales carteles publicitarios advirtiendo que
“todos los caminos llevan a México”. De cualquier manera la imaginación es
coaccionada para que sigan las direcciones propuestas: patria, consumo, pró-
ceres, ideales. En una y otra parte la visión ha sido elaborada para “los mu-
chos”, para todos, especialmente para las concentraciones urbanas, donde los
códigos distribuidos por grupos minoritarios terminan por obtener, por insisten-
cia, convicción o compulsión, el consenso público. Los signos de estos mensa-
jes pueden ser leídos por cualquiera en el mismo sentido: hay, pues, una lectu-
ra colectiva frente a un mensaje que, aunque no parte de la colectividad, ha
terminado por ser aceptado por la propia anomia de dicha colectividad. ¿Qué
pueden tener en común estos mensajes legibles y alienantes con la obra
creativa que pretende ser siempre, aunque no se lo prolonga explícitamente,
un instrumento de liberación? Aparentemente nada.
El proceso creativo latinoamericano ha estado siempre en un vivac. Su
estado de alerta frente a los problemas de la dependencia ha impedido que se
ilusionara ante las diversas apariciones de códigos generales programados
por grupos políticos y que los revisara con desconfianza y lucidez crítica. La
modernización refleja y la degradación cultural atribuídas por Darcy Ribeiro
al proceso civilizatorio de América Latina recayeron, sin embargo, sobre la
zona creativa. A fachadas aparentemente dinámicas y progresistas de la mo-
dernización refleja correspondieron artistas y escritores también de fachada,
dispuestos a seguir el juego de ilusionismo desplegados por las minorías go-
bernantes, mientras que la tergiversación política, la pérdida de vitalidad crea-
dora, la confusión acerca de la naturaleza y posibilidades de la obra artística,
engrosan la degradación cultural.
Sin embargo, los artistas que corresponden a la cultura de la resistencia
se separan de uno y otro peligro: rechazaron la modernización refleja como
una forma de impostura, pero se sirvieron de los materiales lingüísticos mo-
dernos que se conocieron a través de ella. Sortearon así mismo la degrada-
ción cultural, pero exploraron a conciencia esta zona, considerándola una rica
cantera de elementos aprovechables. Las mejores obras de las artes plásticas

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

continentales funcionaron en este orden subversivo espontáneo, no progra-


mado por ningún grupo de poder. Sólo a la luz de la cultura de la resistencia
adquieren su sentido y su proyección el conjunto de los iniciadores del arte
moderno de América Latina: Torres García y Figari en Uruguay, Tamayo en
México, Mérida en Guatemala, Matta en Chile, Lam y Peláez en Cuba, Reve-
rón en Venezuela y hasta artistas aparentemente europeos, como el colombia-
no Andrés de Santamaría, el argentino Pettoruti y el brasileño Di Cavalcanti.
Este gran grupo repite curiosamente, entre fines del siglo pasado y co-
mienzos de este siglo, gestos que corresponden a fundadores de culturas. La
mayoría fue perfectamente consciente de que les competía el ingreso al mo-
dernismo, y establecieron ese ingreso sobre las diferencias más que sobre las
semejanzas. Por entonces nadie hablaba de lenguaje, ni hubiera pensado en él
como en una estructura desmontable: se hablaba de estilos y se pensaba en
aprovecharlos. Las diferencias se apoyaron, sobre todo, en transgresiones al
estilo impresionista, expresionista y cubista europeo, y en descubrimientos
temáticos: Figari descubrió la colonia a través del impresionismo; Di Caval-
canti, la opulencia del mestizaje a través del post-cubismo y el art nouveau;
Pettoruti los soles pampeanos mediante el cubismo; Reverón, el sol del trópico
gracias a las pinceladas libres; Peláez, la herrería habanera a través de Matis-
se; Portinari fue ayudado por Picasso para situar la indigencia negra.
Pero en la generación siguiente, cuya acción comienza a ser efectiva
entre el 40 y el 50, la explosión del marco de “ismos” europeos deja sin piso al
artista latinoamericano. A Szyszlo en Perú y Obregón en Colombia, a Alejan-
dro Otero en Venezuela y a la generación de Fernández Muro en la Argentina,
o a Ricardo Martínez en México, les toca trabajar en un lugar sin límites. Este
momento de la cultura de la resistencia es especialmente conflictual. Buscan-
do nuevos alineamientos, los artistas del continente se dividen entre quienes
responden a la demanda de la modernización refleja y entran en la vía de las
modas y la estética del deterioro, y quienes rechazan esta tendencia, tratando
de reacomodarse en cada caso dentro de áreas locales que ni los protegen ni
los rechazan. Esta línea resistente explora por el lado de la relación con la
cultura indígena en Perú y Ecuador; por el recorte crítico o romántico de la
realidad en Colombia; en México, por el rechazo de una revolución frustrada
y frustrante. La situación de América Latina se balcaniza, pero este fenóme-
no, lejos de ser una desgracia, permite la revaluación de la región, por una
parte, y por la otra el careo de la cultura de la resistencia con el mimetismo
que viene a reemplazar la buena conducta epigonal de la generación prece-
dente. De tales confrontaciones nace el arte nacional y el descarte definitivo
de indigenismos y nativismos.

350
América del Sur

Sin embargo, esta situación más clara y definida vuelve a sufrir un pro-
fundo revés en la década del 60, cuando la penetración de la civilización nor-
teamericana reemplaza a la influencia cultural europea. Durante unos años el
golpe es tan fuerte, que la cultura de la resistencia parece eclipsarse: los
certámenes internacionales, así como la velocidad de difusión de nuevos mo-
delos, hacen pensar a los artistas que la alternativa es universalidad o provin-
cialismo, y esta opción trasnochada altera profundamente el proceso creativo.
La búsqueda de universalidad, la instalación de nuevos artistas en Europa
para trabajar en proyectos artísticos asimilados a la ciencia y la técnica, la
vergüenza de la provincia y la avasalladora fuerza del arte norteamericano,
invaden el campo creativo durante una década signada por la entrega y la
derrota de la identidad. No obstante, al aproximarse el final de la década y
coincidiendo con el entusiasmo por el triunfo de la revolución cubana, toca a la
generación emergente volver a pronunciarse, con un sentido aún más subver-
sivo, por la maltrecha y subyacente cultura de la resistencia.
En el 70 en Colombia, por ejemplo, las declaraciones de los artistas son
increíbles: se deciden por la provincia, el subdesarrollo, la temática local, el
desprecio frontal por la universalidad, el rechazo de las modas, el orgullo de la
identidad. En el mismo sentido, nuevas generaciones artísticas de sitios olvi-
dados como Guatemala o Puerto Rico, levantan una bandera revanchista que
está menos apoyada en las exploraciones del paisaje, raza y orígenes de sus
predecesores en la cultura de la resistencia, que en el uso de la “imaginación
heterogénea” que las rodea. La consigna de estos artistas proclama “la ima-
ginación en el arte”, así como en el 68 se solicitó en Europa “la imaginación al
poder”. Esto los aligeradle duro fardo del dogmatismo partidista y les permite
entrar en la cultura de la resistencia, sin perder nada de su agresividad. Ima-
ginación y crítica, humor y desenfado, desconfianza y ferocidad, se mezclan
en este nuevo tramo de trabajo.

5. Eficacia, operatividad
¿En qué medida estas obras hacen el juego al sistema o, por el contrario,
contribuyen al proceso revolucionario? Esta pregunta, que se dispara sin ce-
sar en nuestro medio, reconduce a otra más reflexiva: ¿en qué medida las
artes y la literatura, actuando como ideologías culturales, aceleran el proceso
hacia el cambio? Por pertenecer a la ideología cultural y no a la acción direc-
ta, los artistas han sido blanco de tres posiciones: quienes los computan como
fuerzas positivas dentro de ese proceso; quienes los juzgan como elementos
de distracción que favorecen inconscientemente al sistema; quienes, lisa y
llanamente, los atacan porque no son “otra cosa”.

351
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Quienes los contabilizamos como fuerzas positivas (de ninguna manera


decisivas), creemos en su poder y en la limitación natural de ese poder. En su
poder de descubrir relaciones no visibles dentro de la sociedad, de emparentar
la acción del hombre con sus motivaciones profundas, de revelar mecanismos
peculiares de tal o cual comportamiento social, y de arrojar luz sobre el pro-
gresivo esclarecimiento de grupos humanos que se desconocen enteramente
a sí mismos. En tal caso la cultura de la resistencia rebasa su finalidad estéti-
ca, y toca una ética y hasta una epistemología.
Quienes los juzgan, en cambio, como meros elementos de distracción,
siguen demasiado de cerca las teorías actuales, en especial marcusianas, se-
gún las cuales el artista crítico es absorbido por la sociedad que digiere su
crítica y la neutraliza. Aunque haya algo de verdad en esto, lo cierto es que los
mecanismos de defensa contra la peligrosidad del artista, dependen exclusi-
vamente de que una sociedad sea lo bastante cultivada como para creer en la
peligrosidad del artista. En la mayoría de nuestros países, el prestigio del artis-
ta es tan relativo como ínfimo el grado de peligrosidad que se le concede.
Esto facilita, desde luego, el menosprecio con que se lo juzga desde plan-
teos políticos radicales que desconocen la valiosa naturaleza de sus aportacio-
nes, en la misma medida en que no persiguen la asunción de comportamientos
reflexivos, críticos y adultos en el continente.
A pesar de la confusión que la rodea, la tarea artística es un hecho con-
creto. Un conjunto voluminoso de artistas y escritores que han aumentado su
público en lugar de disminuirlo como pasa en Europa y los Estados Unidos;
que pertenece económica y culturalmente a la burguesía pero no la represen-
ta ni la encarna como clase; que ha sido tocado sólo tangencialmente por la
crisis resultante de la competencia de los medios de comunicación de masas;
que corresponde a sociedades donde la técnica y la ciencia son más aparen-
tes que reales, y donde, no habiéndose alcanzado la opulencia, es impensable
y sin sentido un “arte pobre” o de desecho; que vive en ambientes donde no se
ha producido ninguna escisión entre un vanguardismo en el vacío y las tradi-
ciones culturales; se constituye en fuerte elemento explicativo de todas estas
peculiaridades.

6. Regionalismo e identidad
Una de las piezas claves de la explicación americana que ellos proveen
con sus obras, es la de evadir la retórica utopista que unió nuestros países en
un imaginario bloque latinoamericano, para asumir de frente las diferencias
regionales. Han sido capaces de comunicar la voluntad y especificidad regio-
nal al mismo tiempo que construían una estructura mayor, global, donde se
insertaban esos valores regionales, estableciendo entre ellos relaciones diná-

352
América del Sur

micas que los convertían en verdaderas estructuras de sentido. No otra cosa


es el modo de imaginar a través de Macondo, de soñar a través de Pedro
Páramo, de hablar a través del Gran Sertón, de fabular a través de Wilfredo
Lam, de ver la geografía a través de Obregón, de sufrir a través de Cuevas,
de reunirse con la sensibilidad indígena a través de Szyszlo. Ninguno de esos
sistemas expresivos regionales ha prescindido del campo global, semántico y
lingüístico, donde debía establecerse. Por eso no se trata de operaciones ais-
ladas y más o menos eficaces estéticamente, sino de intentos paralelos de
comunicar la realidad latinoamericana a través de un recorte parcial examina-
do a la luz de un proyecto general: el relevamiento de la provincia se adelan-
taría al cambio de táctica del imperio que, como anota Jaguaribé, puede pasar
de la dominación satelizante a la provinciana, estimulando en cada región
verdaderos enclaves de autodependencia.
El proyecto creativo ha repensado los múltiples aspectos que se dan en
un grupo humano. Las coordenadas de tiempo y espacio, por ejemplo, han
sido cuidadosamente revisadas según concepciones y vivencias distintas a las
de las sociedades europeas y americanas, y también diferentes, aunque más
afines, a las orientales y africanas. Involucradas en dichas coordenadas, han
sido reinstalados los valores que conciernen a la vida y muerte, a relaciones
humanas, a la historia y la geografía. Este examen radical ha hecho que,
cuando las actuales sociedades desarrolladas se perfilan, como lo apuntó
dramáticamente Hermann Broch, como sociedades “sin valores”, las nues-
tras no acusen esa pérdida de valores, se empeñen en buscarlos y en
restablecer una sociedad ontológica, y desconozcan los parámetros de nega-
ción y apocalipsis nihilista donde se desarrolla el arte actual universal. Esto no
parte de un optimismo idiota, sino de un uso inteligente del subdesarrollo y de
la conciencia de que uno de los síntomas más claros del subdesarrollo es
cargar con los procesos ajenos.
La visión penetrante y crítica de estos procesos es la que condiciona el
marco global del proyecto artístico latinoamericano. Mientras en las áreas de
desarrollo la historicidad se debilita frente a un presente sin atributos y a un
futurismo apocalíptico, nuestro proyecto refuerza a la historia, que se mani-
fiesta en las obras artísticas como continuidad o nostalgia, como puente para
establecer formas de recurrencia o como sistema para convalidar una circu-
laridad cada vez más manifiesta.
En este proyecto global, la noción de provincia ha sido rescatada con
propiedad y entusiasmo. Enzensberger escribe que “la provincia está en todas
partes, porque el centro del mundo no se encuentra en lugar alguno, o a la
inversa, porque en principio cabe admitir que su omphalos está en cualquier
lugar” “... lo particular, lo válido de lo provinciano –afirma– se libera de su

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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

propia entraña reaccionaria, del limitado tipismo del museo de glorias locales,
y recobra así sus derechos”. Aún cuando falta entre nosotros, todavía, la
reflexión actual acerca de los valores de la provincia, sobre arte y literatura
nacional, y sobre el sofisma de a universalidad, la praxis artística se ha adelan-
tado: la revaluación de la provincia como lugar del proceso artístico es un
hecho tan contundente en la América Latina actual, como es de definitiva la
liquidación del revanchismo regionalista de los años treinta. También en la
praxis, la “diferencia” ha demostrado su importancia sobre el “mimetismo”.
Por encima de tantas discusiones estériles, la suerte y destino de quienes
apoyaron y exploraron la diferencia, no puede compararse con la de quienes
apoyaron la alineación dentro del campo cultural invasor, borrados junto con el
efímero centelleo de las modas. Así artistas como Lam o Botero crecen sobre
el afianzamiento de una cosmovisión americana, mientras que Le Parc o Soto
se apagan con el eclipse de los experimentos europeos de post-guerra.
Con igual decisión con que el proyecto global persigue significar a través
de la comunicación de situaciones regionales, incluye también la creación de
sistemas lingüísticos donde la apropiación de formas de lenguaje actual apare-
ce sin cesar enriquecida y transformada. La cultura de la resistencia ha rede-
finido, en sus obras, la debatida cuestión del arte como lenguaje, tal como lo
veremos en los ejemplos que siguen.
Pero antes de pasar a ellos quiero subrayar la toma de posición política
que subyace en el proyecto global. Decretar una voluntad de independencia
cada vez más posible en la medida de que verificamos nuestra identidad, es un
acto político. Insistiendo en ver la realidad latinoamericana a través de ese
proyecto, es que se ha conseguido abatir, en parte, la penetración cultural de
la década del 60, y restablecer una agresividad juvenil que coloca al arte
actual en pie de guerra.

7. Coherencia
Para abordar críticamente el proyecto del arte de la resistencia, es preci-
so comprender su amplitud de registro y su coherencia. No son los artistas
plásticos quienes establecen un camino exclusivo, ni tampoco los escritores o
ensayistas por su lado, sino los tres al mismo tiempo. A cada situación de
dicha cultura corresponde una respuesta paralela que parte de los tres siste-
mas expresivos. El que más altibajos ha sufrido es el ensayo, pero ha contado,
en compensación con hombres abarcadores y proféticos como Martí o Ma-
riátigui, González Prada o el propia Octavio Paz, moviéndose las más de las
veces entre intuiciones y propuestas asistemáticas sin excesivo rigor crítico,
pero inventando también una forma de pensar más viva y medular que pro-
gramática, más sensible que reflexiva, a lo que habría que agregar el boom de

354
América del Sur

los estudios sociológicos y económicos sobre Latinoamérica en los últimos


años, donde muchas veces se advierten verdaderas y fértiles aventuras del
pensamiento, como en el caso de Darcy Ribeiro o el asimilado Gunder Franck.
En el plano creativo las coincidencias son constantes y tipificadoras. No
están deducidas de paralelismos temáticos o de homologías simplistas: su re-
lación depende de una misma manera de revolucionar la representación del
mundo, o sea de operar, según las ideas marxistas, una revolución (significa-
ción que “presenta” y “produce”, trabajo transformativo, no conformista).
En los colombianos Fernando Botero y García Márquez, por ejemplo, la
revolución de la representación apunta, por vez primera, a una plena identifi-
cación de Colombia mediante la selección intencionada de algunos datos pro-
tuberantes. Ambos elaboran un modelo, que tiende a explicar un hecho y
superar una contradicción: lo que aprendemos sobre Colombia a través de sus
obras es una verdad fundada en el punto de vista de ambos, que convienen en
desatender las apariencias y formas inmediatas de la vida nacional, para ex-
plorarlas por detrás de esa representación convencional y construir otra apo-
yada en nuevas relaciones entre el hombre, el tiempo, el espacio y la peripe-
cia. Todo lo que atañe al hombre y a su vida es profundamente alterado,
buscando construir un nuevo prisma que muestre la realidad de manera dife-
rente. En la construcción de ese nuevo modelo los dos proceden como realis-
tas, tal cual es realista Swift bajo el análisis de Lukacs, cuando este describe
la identidad de las cosas descriptas por Swift, en contraste con la nueva di-
mensión, constituyen el fundamento de su profunda comicidad. Por un camino
análogo al de Swift, tanto Botero como García Márquez actúan
alterando arbitrariamente las dimensiones y posibilidades de sus temas. Si
Swift tuvo motivaciones sociales para actuar así, también las tienen Botero y
García Márquez, cuyas obras ahondan en la sociedad colombiana, no simple-
mente en lo real inmediato. En las peripecias de Cien años de soledad o en
los cuadros inflados y monstruosos de Botero, se construye un modelo de
visión donde la sociedad colombiana se ve esencialmente reflejada.
En la cultura de la resistencia, la revolución de la representación no ha
seguido nunca vías lingüísticas similares. Entre Wilfredo Lam, por ejemplo,
y El reino de este mundo, de Carpentier, se advierte otro aire de familia, otro
parentesco ligado con lo mágico, no en tanto que sospechoso término literario,
sino como el derivado natural de la negritud, de una investigación de lenguaje
que advierte que relación mágica del hombre con el mundo reconduce a la
metáfora en lugar del símbolo, para golpear en la sensibilidad en la misma
medida en que el símbolo apela al intelecto. En lo real maravilloso de Carpen-
tier o en La jungla de Lam, no hay, pues, una utilización de lo exótico a la

355
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

manera europea, o una búsqueda de campos más o menos irracionales, para


imponer sobre ellos la racionalidad.
A pesar de la formación europea de Carpentier y del origen chino de
Lam, ambos actúan en perfecta consonancia y entero respeto hacia la tierra
donde se sitúan. Estas actitudes provocan un dislocamiento del orden racio-
nal, un quiebro en la lógica del discurso, que tiende a transfigurar la realidad
objetiva. El exceso es la norma. El violento dinamismo de Lam puede, en este
terreno, apoyarse en El mundo alucinante de Reynaldo Arenas: Carpentier,
Lam, Arenas, se encuentran en una vía que reconduce a los modos de ser
cubanos, a las consecuencias lingüísticas y culturales de los cruces étnicos, al
clima y la historia, a la economía del subdesarrollo y a la dependencia.
La cultura en la resistencia ha hecho más por aproximar a nuestra visión
crítica los sistemas de análisis y comprensión tanto lingüísticos como estructu-
rales, que todos los tratados europeos: si bien éstos afinan cada día nuestros
elementos de juicio, la construcción de símbolos y metáforas, la tarea fáctica
de elaboración del arte como lenguaje, están dados en las obras latinoameri-
canas.
De la misma manera que el uso de los modos metafóricos en Lam nos
explica las formas expresión de la raza negra y sus cosmovisiones sensibles,
el uso de símbolos en el peruano Fernando de Szyszlo, utilizando la mediación
simbólica de los poemarios incas, nos induce a revisar la relación perceptual
del indígena y el mundo, así como su voluntad de moverse entre mitos y su
capacidad de inventar vastas mitopoyesis. Esto nada tiene que ver con la
visión folklorista del indio o del negro, ni mucho menos con la contingencia
revanchista o demagógica que anima tantas obras indigenistas.
A veces el artista o el escritor de la cultura de la resistencia no persigue
expresamente el lenguaje simbólico o metafórico, sino que actúa como trans-
misor de una realidad cuya riqueza, variedad y peculiaridad es demasiado
atractiva para poder desprenderse de ella. Cuando Rulfo habla de los campe-
sinos que son tema de sus ficciones, parece atrapado por ellos: ve la gente,
oye a la gente: “no es que uno vaya por allá con su grabadora a captar lo que
dice esa gente”; si los mira fascinado es para verificar “cómo crean la alegría
y cómo sienten el dolor”. “Imaginé el personaje, lo vi –dice refiriéndose a
Pedro Páramo–, los dejé entrar a todos y después que se esfumaran, que
desaparecieran”. Rulfo y García Márquez se defienden vehementemente de
la imaginación que se les atribuye: “No invento nada –dice García Márquez–
repito lo que oí a mi abuela”. “Soy de chispa retardada –dice Rulfo– pero
tengo el pálpito de que la ficción va a ganar, simplemente por más real”. Hay
que creerles. La situación de Pedro Páramo, por consiguiente, es muy similar
a la de los cuadros atmosféricos de Tamayo. Ambos afirman que lo real apa-

356
América del Sur

rece transfigurado por un aura, una claridad que rodea todas las cosas y altera
tanto la sonoridad como la nitidez del mensaje semántico. Las voces de Pedro
Páramo –que se llamaba Los murmullos en su primera versión– se oyen tan
distantes como se ven de nebulosas, lejanas, las figuras de Tamayo. “Tamayo
ha descubierto la vieja fórmula de la consagración”, dice Paz, otro consagra-
dor. Se pierde el tacto de las cosas. Todo queda embalsamado en un aire
onírico que, sin embargo, es tan patente e intenso como la propia realidad. No
se trata de escamotearla sino de darla como es, envuelta y lejana, más posible
que verificable.
Sumando unas y otras expresiones de la cultura de la resistencia en las
áreas menos susceptibles de modernización refleja, encontramos un lugar
general donde se emparentan, fuertemente vinculado con las relaciones de
producción y con el subdesarrollo subsiguiente: reconocemos ahí sociedades
de tipo mítico, o cuya aproximación a lo real es simpatética y perceptual,
según la explicación de Cassirer, y también capaz de partir de premisas irra-
cionales para llegar a una lectura simbólica a través de procesos lógicos.
Vivir en una sociedad mítica no lleva necesariamente, sin embargo a
crear mitos, sino a permear una determinada vivencia cultural que puede ha-
cerse perceptible por muchas formas. Por ejemplo, ¿el arte de uno de los
dibujantes mayores de América, José Luis Cuevas, no está acaso recortando
una parcela de dolor y enfocándola en un discurso circular y recurrente como
el de Farabeuf de Salvador Elizondo, sin que ninguno de los dos se interese
por organizar ese material dramático vis a vis de un finalismo o una conclusión
ética? ¿El itinerario de Elizondo, que adopta a ratos las descripciones porme-
norizadas del objetivismo europeo, no se autodestruye en esa repetición irra-
cional que prefiere, antes que avanzar, quedarse golpeando las puertas del
misterio? ¿Y no ocurre esto porque, bajo su aparente desenfado, se enreda
emocionalmente con pánicos cuyo sentido no logra desentrañar?
Pero también la cultura de la resistencia parte de grupos latinoamerica-
nos que se sitúan lejos de la visión mítica y abrazan el progreso y el pragma-
tismo. Cuando las contradicciones dentro de tales grupos son demasiado fla-
grantes, como pasa en Caracas o San Juan de Puerto Rico, la cultura de la
resistencia tiende a agravar dichas contradicciones, como serían los arcaís-
mos tan frecuentes en la plástica puertorriqueña, o la actividad exorcizadora
de Mario Abreu, en Caracas. Cuando una sociedad como la rioplatense queda
calcada en la impersonalidad de la modernización refleja, la resistencia reviste
la forma desafiante y rabiosa de individualismos a ultranza: enroscados sobre
si mismos, complacidos oscuramente en la derrota, inventores de la insatis-
facción y la nostalgia que encarnan en protagonistas fugitivos, fracasados,
mutilados. Dos grandes del sur, el escritor Juan Carlos Onetti y el pintor Her-

357
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

menegildo Sabat, dan la resistencia al tono porteño guasón y despectivo, y le


añaden un tipo de movimiento que les es característico: una suerte de marcha
atrás que ellos llamarían “estar a la retranca”.
Los enemigos de la autonomía cultural están afuera y adentro de nuestra
sociedad: si la penetración viene de afuera, la satelización se lleva a cabo
dentro de Latinoamérica, a veces con un extraño celo que sólo puede expli-
carse recordando que los sirvientes son más minuciosos que los mismos amos.
Cuando la sociedad brasileña proclama el milagro desarrollista, el imaginario
secreto de Marcelo Grasman obliga a recordar sobre qué tierras movedizas
se apoyan las computadoras.
No hay ninguna razón para pensar que el arte de la resistencia, cuya
cohesión, variedad y número aumenta año tras año, se hace a espaldas de la
dependencia, sin tomar conciencia de ella. Por el contrario, es su primer pro-
ducto, el más constante a lo largo de la escasa e invadida vida cultural del
continente. Otra cosa es que, en algunos casos, las obras resultantes derivan
directamente de la dependencia y del deseo de vencerla: mientras que a ve-
ces reflejan de modo involuntario las situaciones emergentes del subdesarro-
llo. Pero como en el trabajo artístico importan más las obras completas que las
intenciones, resulta que de ambos supuestos salen obras que comunican con
igual importancia la representación revolucionaria. Es revolucionaria, en cuanto
corta tajantemente con la estética europea y con la norteamericana, pero con
la docilidad y la anemia internas.
Esta falta de homogeneidad dificulta la posibilidad de ver la cultura de la
resistencia como un cuerpo, y su acción creativa como un proyecto global
paralelo al cuerpo social, pero específicamente solitario y profético. Quien
sabe durante cuánto tiempo, aceptando caso por caso, seguirán estimándose
mal y erradamente estas obras, al juzgarlas como decisiones personales y no
como partes iluminadas y activas de la cultura de la resistencia

358
América del Sur

Luisa Valenzuela Levinson (1938)

Prestigiosa escritora argentina. Descendiente de inmigran-


tes australianos y españoles. Su hogar paterno-materno fue lugar de
reunión de importantes escritores e intelectuales argentinos de la épo-
ca, como Borges, Bioy Casares y Sábato. Algunos de sus ensayos
son: Peligrosas Palabras (2001), Escritura y Secreto (2002), Los
deseos oscuros y los otros (2002), Diario de máscaras (2014),
Entre sus novelas y cuentos están El mañana (2010), La máscara
sarda. El profundo secreto de Perón (2012), Zoorpresas zoológi-
cas (2013).

La mala palabra 1
Las niñas buenas no pueden decir esas cosas; las señoras elegantes,
tampoco, ni las otras. No pueden decir ni esas cosas ni las otras, porque no
hay posibilidad de acceso a lo positivo sin su opuesto, el negativo revelador y
revelado. Tampoco las otras mujeres, las no tan señoras, pueden proferir aque-
llas palabras catalogadas de malas. Las grandes, las gordas: las palabrotas.
Esas tan sabrosas al paladar, que llenan la boca. Palabrotas. Las que nos
descargan de todo el horror contenido en un cerebro a punto ya de reventar.
Hay palabras catárticas, momentos de decir que deberían ser inalienables y
nos fueron alienados desde siempre. Durante la infancia, las madres o los
padres –por qué echarle la culpa siempre a las mujeres– nos lavaron a mu-
chas de nosotras la boca con agua y jabón cuando decíamos alguna de esas
llamadas palabrotas, las “malas” palabras. Cuando proferíamos nuestra ver-
dad. Después vinieron tiempos mejores, pero esas interjecciones y esos ape-
lativos nada cariñosos quedaron para siempre disueltos en la detergente bur-
buja del jabón que limpia hasta las manchas de familia. Limpiar, purificar la
palabra, la mejor forma de sujeción posible. Ya lo sabían en la Edad Media, y
así se siguió practicando en las zonas más oscuras de Bretaña, en Francia,
hasta hace pocos años. A las brujas –y somos todas brujas hoy– se les lava la
boca con sal roja para purificarlas. Canjeando un orificio por otro, como diría
Margo Glantz, la boca era y sigue siendo el hueco más amenazador del cuer-
po femenino: puede eventualmente decir lo que no debe ser dicho, revelar el
oscuro deseo, desencadenar las diferencias amenazadoras que subvierten el
cómodo esquema del discurso falocéntrico, el muy paternalista. Y del dicho al

1 Revista Iberoamericana 51. 132 (1985): 489-491

359
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

hecho, de la palabra hablada a la palabra escrita: un solo paso. Que requiere


toda la valentía de la que disponemos, porque parecería tan simple y no lo es,
la escritura franqueará los abismos y, por tanto, hay que tener conciencia
inicial del peligro, del abismo. Olvidarse de las bocas lavadas, dejar que las
bocas sangren hasta acceder a ese territorio donde todo puede y debe ser
dicho. Con la conciencia de que hay tanto por explorar, tanta barrera por
romper, todavía. Es una lenta e incansable tarea de apropiamiento, de trans-
formación. De ese lenguaje hecho de palabras que nos fue vedado durante
siglos y del otro lenguaje, el cotidiano, que estábamos obligadas a manejar con
sumo cuidado, con respeto y fascinación porque de alguna manera no nos
pertenecía. Ahora estamos rompiendo y reconstruyendo, es una ardua tarea.
Ensuciando esas bocas lavadas, adueñándonos del castigo, sin permitirnos en
absoluto la autolástima.
Entre nosotras el llanto está prohibido. Otras manifestaciones emotivas,
otras emociones, no; pero si el llanto, prohibido. Al celo, por ejemplo, podemos
darle libre curso y alegrarnos. A los celos, en cambio, debemos mantenerlos
bajo estricto control, podrían degenerar en llanto. ¿Por qué tanto miedo a las
lágrimas? Porque las máscaras que usamos son de sal. Una sal roja, ardiente,
que nos vuelve hieráticas y beIlas, pero nos devora la piel. Bajo las rojas
máscaras tenemos el rostro en carne viva y las lágrimas bien podrían disolver
la sal y dejar al descubierto nuestras llagas. La peor penitencia.
Nos cubrimos con sal y la sal nos carcome y a la vez nos protege. Roja
sal la más bella, la más voraz de todas. En tiempos idos nos restregaban la
boca con la sal roja, queriendo lavarnos de impudicias. ¡Brujas!, gritaban ellos
cuando algo perturbaba el tranquilizante orden por ellos instaurado. Y nos
fregaban la cara contra la roja sal de la ignominia y quedábamos anatemiza-
das para siempre. ¡Brujas!, os acusaban, acusaban, hasta que supimos apro-
piarnos de esa sal y nos hicimos las máscaras tan bellas. Iridiscentes, color
carne, translúcidas de promesa. Ahora ellos, si quieren besarnos –y todavía a
veces quieren– deben besar la sal y quemarse a su vez los labios. Nosotras
sabemos responder a los besos y no tenemos inconveniente de quemarnos
con ellos desde el reverso de la máscara. Ellos/nosotras, nosotras/ellos. La sal
ahora nos une, nos une la llaga y solo el Ilanto podría separarnos. Con másca-
ra de sal nos acoplamos y a veces los sedientos vienen a lamernos. Es, un
placer perverso: ellos quedan con más sed que nunca y a nosotras nos duele y
nos aterra la disolución de la máscara. Ellos lamen más y más, ellos gimen de
desesperación, nosotras de dolor y de miedo. ¿Qué será de nosotras cuando
afloren nuestros rostros ardidos? ¿Quién nos querrá sin máscara, quién en
carne viva? Ellos no. Ellos nos odiarán por eso, por habernos lamido, por

360
América del Sur

habernos expuesto. Por habernos ellos lamido, por habernos ellos expuesto,
ellos. Y nosotras sin siquiera derramar una lágrima, sin permitirnos nuestro
gesto más íntimo: la autodisolución de nuestra propia máscara gracias al pro-
hibido llanto que abre surcos para empezar de nuevo.
Nuestra máscara es ahora el texto, el mismo que nosotras mismas, las
mujeres, las dueñas de la textualidad y la textura, podemos –si queremos–
disolver, y si no, no. Reconstruirlo, modificarlo, haciendo propias aquellas pa-
labras que para otras eran malas –malas en nuestras bocas, claro está– y con
aquello con que se nos estigmatizaba armarnos como siempre las corazas.
Entre dos tapas. Espejarnos en el libro, en el texto, la otra cara del cuerpo
femenino, aunque no tenga nada de aparentemente femenino, aunque des-
pierte el dudoso cumplido que todas probablemente hemos escuchado alguna
vez.
“iPero qué excelente novela (o cuento, o poema); parece escrito por un
hombre!
En un tiempo, quizá llegamos a sentirnos halagadas por tamaño despro-
pósito. Ahora sabemos. Parece, pero no es. Porque lo que más hemos apren-
dido últimamente es a leer, a leer y a descifrar según nuestras propias claves.
Hace tanto, ya, que venimos lentamente escribiendo, cada vez con más
furia, con más autorreconocimiento. Mujeres en la dura tarea de construir con
un material signado por el otro. Construir no partiendo de la nada, que sería
más fácil, sino transgrediendo las barreras de censura, rompiendo los cánones
en busca de esa voz propia contra la cual nada pueden ni el jabón ni la sal
gema, ni el miedo a la castración, ni el llanto.

361
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Beatriz Sarlo (1942)

Beatriz Sarlo: Periodista, escritora, ensayista y crítica argentina, se


ocupa de temas de historia cultural e intelectual. Directora de la re-
vista Punto de Vista, miembro del Club de Cultura Socialista de Bue-
nos Aires, profesora de la Universidad de Buenos Aires e investiga-
dora del programa de Historia del Centro de Investigaciones sobre
Sociedad, Estado y Administración (CISEA), Buenos Aires. Algunas
de sus obras son: Ensayos argentinos: de Sarmiento a la Van-
guardia (1997), Literatura-sociedad (1982), en coautoría con Carlos
Altamirano; El imperio de los sentimientos (1985), Una moderni-
dad periférica: Buenos Aires, 1920 y 1930 (1988); Siete ensayos
sobre Walter Benjamin (2000), La batalla de las ideas 1943-1973
(2001), Escritos sobre literatura argentina (2007).

Un debate sobre la cultura1


Modernidad y posmodernidad se contraponen como formas de concep-
tualizar la cultura; su coexistencia da el tono de época a estos últimos años del
siglo XX: ni la modernidad se resigna a cerrar el proyecto que Habermas
juzgó inconcluso, ni la posmodernidad posee todavía la densidad filosófica y la
complejidad institucional que fue obra de los modernos. La problemática ac-
tual obliga a repensar críticamente el proyecto moderno, y que esa revisión
incluya aspectos de la perspectiva llamada posmoderna.
Quisiera presentar, exagerados como en un dibujo alemán de los años 20,
los tipos opuestos de un clima de época: nuestro viejo conocido, el Moderno
(para el caso, un Moderno de izquierda); y quien aspira a reemplazarlo o
quizás ya lo haya reemplazado: el Posmoderno, su contemporáneo, su rival, en
el límite, su servicial enemigo.
Primero, algunas precisiones sobre el tinglado. Descartemos un espacio
cultural no más mediatizado: esa sería seguramente una utopía regresiva, por-
que no sólo los medios audiovisuales sino también la circulación de bienes
simbólicos desaparecería o, como en algunos relatos de anticipación, sólo ten-
dría a mano las formas artesanales de hace tres siglos. Imaginemos, por el
contrario, un espacio cultural completamente massmediatizado: televisores
que repiten televisores, público que se mira en sus pantallas, políticos que se

1 NUEVA SOCIEDAD NRO.116 NOVIEMBRE- DICIEMBRE 1991, PP. 88-93


Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad Nº 116 Noviembre-
Diciembre de 1991, ISSN: 0251-3552, <www.nuso.org>.

362
América del Sur

definen por el magnetismo de los animadores, publicidades que imitan el vi-


deo-clip, video-clips que parecen comerciales porque efectivamente lo son, la
parafernalia visual que acompaña la sumersión en el aislamiento del walk-
man. Sin duda, una abundancia miserable, de la que no estamos muy lejos.
Las crisis de la cultura letrada es un dato y no una hipótesis, y esta crisis
involucra el arte tal como lo hemos conocido hasta este fin de siglo. Del
centro del campo cultural se ha trasladado, como los pobres en muchas ciuda-
des latinoamericanas, a guetos poco visibles.
Pero hoy, por varias razones, no parece propio del discreto tono de la
época, lanzar, desde la izquierda, un ataque frontal al mundo massmediático:
ya ha ganado varias batallas en América Latina el populismo comunicacional
que encuentra en los massmedia a los consumos populares y, en consecuen-
cia, tiende a celebrarlos bajo la forma de una explicación afirmada sobre el
prejuicio de que los sectores populares, bien dotados para la parodia y el
reciclaje, pueden construir con la basura televisiva el pedestal de una nueva
cultura.
La posmodernidad, con su veneración premoderna por lo realmente exis-
tente y su indiferencia hacia el curso de una historia que deja sus víctimas,
reivindica las diferencias de manera indiferenciada exaltando la multiplicidad
pero ignorando el conflicto de los heterogéneos que, en la vida de las socieda-
des, suelen enfrentarse más veces de lo que el personaje posmoderno cree.
Pensar la historia como un proceso, y a los vencidos por el descarte de la
reestructuración capitalista como víctimas, supone la persistencia (transfor-
mada) de ideologías cuyo deceso no ha sido declarado sólo por Fukuyama
sino también por el optimismo de mercado, que con su economicismo vulgar
duplica algunos de los supuestos más deterministas de las creencias moder-
nas.
Como sea, el personaje posmoderno no entra siempre en este debate ni
puede ser clasificado en la derecha política (que con su topología nacida de la
revolución francesa y su corte neto no alcanza para albergarlo). El Posmo-
derno no está siempre allá, con la revolución neoconservadora, sino también
entre nosotros.

II. El Posmoderno hace de la necesidad virtud, en una especie de opti-


mismo cándido (a fuerza de ampararse en una inocencia ignorante de lo so-
cial) y vergonzante (porque el optimismo es un sentimiento histórico). Puede
encontrarse cerca del populista modernizado, porque a ambos los reúne un
reconocimiento muchas veces celebratorio de la empiria y un desafecto por la
fuerte voluntad de contradicción del sentido común que suponen tanto los

363
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

procesos políticos como los estéticos. Del populismo cultural al posmodernis-


mo hay, a veces, pocos pasos.
¿Con qué herramientas mira estos procesos el Moderno descontento?
Está, en primer lugar, su vocación de ruptura con lo realmente existente; la
modernidad es insatisfecha y, por eso, son modernas las figuras del revolucio-
nario y del reformista profundo. Por eso, también, su tono afectivo es el des-
contento (que en algunos momentos claves de la modernidad, fue el de la
angustia: de los revolucionarios decimonónicos a los existencialistas de la pos-
guerra); el desgarramiento entre el deseo (el ideal) y la sociedad constituye al
personaje moderno, y su prueba estética puede leerse en la historia de la
novela. El Moderno está impulsado por la ansiedad de lo nuevo: es viajero,
científico, experimentador político, romántico o vanguardista. Su mirada tuvo
la óptica del descubrimiento. El Moderno vive en la inestabilidad provisoria
que define como presente, entre la nostalgia del pasado (sin ella no hay mo-
dernidad) y el proyecto por venir.
Pero, ¿qué sucede si lo nuevo no es una categoría para pensar lo estético
y lo social?, ¿qué sucede cuando lo nuevo se resignifica para definir la suce-
sión de lo diferente y no el objeto de rupturas y continuidades?
Para el Posmoderno lo nuevo es una variación del gusto más que el cen-
tro de un debate estético, que el Posmoderno prefiere pensar, con razón, como
una costumbre arcaica. Para el Moderno lo nuevo se contrapone conflictiva-
mente con lo viejo; para el Posmoderno, lo nuevo viene después de algo que
en su momento fue nuevo, no en contraposición, sino en suma. En la pizarra
mágica del Posmoderno, las cosas se escriben, desaparecen, vuelven a escri-
birse en ausencia de un material (estético, cultural) que se resista y también
de una tradición que organice el pasado. La sintaxis del Moderno, quiero decir
su sintaxis histórica, tiene que ver con la diferenciación conflictiva y con la
ética (política o estética). La sintaxis del Posmoderno tiene que ver con un
amontonamiento gigantesco de rastros culturales y sociales: no es un montaje
sino un bric a brac.

III. El Moderno tiene al lenguaje como uno de sus problemas cruciales:


para él la desinteligencia entre mundo y lenguaje es radical; su filosofía, en los
últimos doscientos años, se ha ocupado de esta tensión entre lógicas diferen-
tes y el arte moderno puede decirse que nace de la incertidumbre de la comu-
nicación. Lenguaje y referencia son dos universos asimétricos, y esa asime-
tría no es ocasión de celebración sino de drama. El Moderno no desea que las
cosas sean así, no desea que el arte persiga incansablemente una realidad que
se le resiste; simplemente sabe que ése es su problema. El Posmoderno con-
vierte ese problema en fiesta de la indiferenciación: si el arte y la vida son

364
América del Sur

definitivamente disimétricos, terminemos de separarlos haciendo un arte que


no sea significativo ni en uno ni en otro universo.
Para el Moderno el placer del arte tiene todos los rasgos del goce, inclui-
da la muerte, el olvido de la conciencia, la trascendencia de los límites, el
impulso insurreccional, el cuestionamiento moral, la transgresión de lo esta-
blecido. El Posmoderno prefiere placeres más moderados: el adjetivo que le
corresponde es “agradable”. Su veneración de la superficie estética no tiene
mucho que ver con la fuerte voluntad formal del Moderno, sino con la apa-
riencia brillante y lisa, barnizada y trivial de la publicidad o de los epígonos.
No hay cuestión estética posmoderna, por lo menos hasta ahora. No hay
cuestión estética que pueda plantearse en un bazar simbólico, donde todo está
permitido. En una perspectiva general, en arte todo debe estar permitido, pero
no simultáneamente. El Moderno sabe esto: la imposibilidad de tenerlo todo,
de hacerlo todo, de mezclarlo todo; su tragedia es el límite, quizás el tema más
apasionante del arte contemporáneo. Cuando todo está permitido simultánea-
mente, el acto de romper el límite es inútil. Esta es la imposibilidad posmoder-
na.

IV. El Posmoderno es amable. Nada parece más fácil que amar su dispo-
sición a aceptarlo todo, a pasar por alto las diferencias en nombre del respeto
a las diferencias, a valorar lo distinto en nombre del relativismo. Pero el respe-
to a las diferencias (sociales, ideológicas, políticas) y el relativismo cultural
son conquistas modernas. El Moderno sabe lo que han costado y lo que segui-
rán costando. Sabe que el relativismo cultural es un problema (cuando piensa
en el Islam, en la condena a Salman Rushdie, en el velo obligatorio que cubre
la cara de las chicas árabes en las escuelas de Occidente; y en el racismo
occidental que tiene una larga historia de la cual el Moderno debe también
avergonzarse). El Moderno se debate y no siempre resuelve la tensión entre
sus valores, que incluyen el relativismo, y la comprobación de que el relativis-
mo no alcanza para encarar las cuestiones centrales abiertas por la diversidad
de creencias que informan prácticas opuestas al propio relativismo y al mo-
derno principio de igualdad. Allí tiene un problema y, por lo que venimos vi-
viendo, no siempre lo ha considerado bien.
Al Moderno todo no le da lo mismo. Por eso, en cuestiones políticas,
morales o estéticas, puede ser cínico: sabe que existe un cuerpo de valores y
elige, en un solo movimiento, separarse de ese cuerpo. Este puede ser un
gesto de vanguardia, un gesto revolucionario, una insurrección contra el pasa-
do, un acto destructivo o crítico. El cinismo es una denuncia de la moralidad
(también estética) de la burguesía. Implica colocarse dentro y fuera al mismo

365
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

tiempo de ese universo artístico o social. El cinismo no necesita apología ni


repele la condena; sólo puede medirse en su poder de refutación de lo existen-
te. Si carece de ese poder de refutación no existe como cinismo.
El Posmoderno piensa que los valores no entran en el campo de lo deba-
tible: no hay cínicos posmodernos, sino conformistas de la novedad. El proble-
ma de la articulación o el conflicto de valores (estética y política, cultura
popular y cultura de los intelectuales, moral y política) persigue al Moderno,
que ha inventado salidas muchas veces siniestras de subordinación y liquida-
ción. Sin embargo, también ha inventado en la dinámica impuesta por estas
tensiones.
La imaginación de la diferencia hace posible la democracia; en la afirma-
ción de la indiferencia de las diferencias no surge régimen político ninguno.
Para que el Pos-moderno exista, el Moderno debe gestionar la sociedad y el
Estado.

V. La técnica es un problema constituido especialmente para y por el


Moderno. La autonomización de la técnica en los procesos sociales y estéti-
cos son parte del insomnio y del sueño moderno. Fascinado por lo que ha
descubierto, el Moderno se hunde con facilidad en las utopías tecnológicas;
hace un siglo, consideró a la técnica y a la ciencia progresivas en todos los
contextos, casi sin excepción. Hoy, esa imagen optimista se la devuelve cen-
tuplicada el Posmoderno. Al Moderno le cuesta reconocerse en ella: se equi-
vocó al celebrar los procesos de reproducción mecánica de la cultura; se
equivocó al condenarlos. Saludó la democratización del consumo simbólico
hecho posible por la prensa escrita primero, por la industria cultural después;
sin embargo, y muy pronto, se horrorizó ante los bienes que circulaban en uno
y otro espacio. Las promesas de revolución estética que descubrió en los
nuevos medios técnicos se cumplieron, pero también se cumplieron las ame-
nazas que el Moderno subestimó durante siglos.
Al Moderno hoy le presentan la técnica de dos modos: he ahí los resulta-
dos de tu pasión, Chernobyl, la televisión como una pesadilla de unificación
planetaria en la dimensión del puro consumo, la muerte de tus últimas apues-
tas técnicas (el cine, por ejemplo). Esto le dicen algunos. Otros señalan el
Ersatz massmediático declarando: somos tus verdaderos descendientes; no
hay nada de qué escandalizarse, porque sólo estamos cumpliendo las prome-
sas que estaban inscriptas en el origen de los medios técnicos: todo es posible
en la dimensión posmoderna del arte massmediático.
El Moderno se desespera ante estas versiones posmodernas de él mis-
mo. Su vocación por diferenciarse no tolera que se confunda su (anterior)
optimismo tecnológico, con su presente desesperación ante los resultados de

366
América del Sur

su apuesta. El Moderno es Dr. Frankenstein: ¿qué hacer con el monstruo que


él mismo ha producido? No tiene demasiadas respuestas. Tiene un solo con-
suelo: en su origen los medios mecánicos de reproducción artística y discursi-
va fueron parte de un proceso de democratización cultural y política. Pero
sabe que no puede vivir el presente sobre la base de procesos que tienen casi
un siglo.
El Moderno se había fascinado frente a la tecnificación de la esfera esté-
tica. Pero hoy le cuesta reconocerse en los desarrollos presentes de esa tec-
nificación. Detesta la celebración posmoderna del medio técnico, con tanta
más fuerza cuanto que se siente responsable de esa celebración.
El Moderno desconfía de la celebración posmoderna del mercado de
bienes simbólicos; algo le sigue diciendo que es un espacio de desigualdades
reales, aunque la separación entre lo formal y lo real suene a paleo-marxismo.
Insiste en que, si el Estado se retira del todo y entrega al mercado la circula-
ción y producción de cultura (especialmente de medios audiovisuales), los
verdaderos planificadores no van a ser fuertes instituciones públicas sino los
gerentes de la industria cultural privada. Sabe que en el mercado ganan y
pierden exactamente aquellos que él desearía, al revés, que perdieran y gana-
ran.
En la esfera audiovisual y electrónica el Moderno comprueba que se han
instituido nuevas formas de lo político que no son políticas, según su vieja
definición (moderna) de la política: discursiva y práctica, de acuerdo con valo-
res que pueden ser presentados como generales y compiten con intereses que
pueden ser pensados como particulares. La tecnificación de la política (que
acompaña como una sombra a la tecnificación del arte) despierta las sospe-
chas del Moderno, cuando piensa que esa tecnificación produce una esfera
pública simulada, donde todo está en la televisión, y una esfera de decisiones
fuertemente minoritaria y opaca, donde cuestiones cada vez más complejas
que afectan a todos son decididas fuera de la esfera pública electrónica de los
massmedia.
Pero el Moderno tampoco tiene una solución en este punto: no puede
aceptar esa forma de hacer política ni puede sustraerse del todo a ella. Nue-
vamente, el Moderno es el personaje dramático de la historia: a diferencia del
Posmoderno, ante él siempre está abierta la posibilidad del fracaso.

VI. En la abundancia de imágenes el Moderno reconoce, al mismo tiem-


po, la realización de su utopía cultural democratizadora y la trampa de esa
utopía. Hay demasiadas imágenes y la distinción, indispensable para el Mo-
derno, entre imagen y mundo comienza a borrarse, en un movimiento que el
Moderno juzga como el horror de la indiferenciación no productiva y que es,

367
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

para el Posmoderno, el paraíso de la simulación simbólica. El Moderno (cuya


paradoja se encarna en el personaje ahíto de televisión que no puede creer en
los vuelos interplanetarios porque no cree en los platos voladores extraterres-
tres) vive en la diferenciación entre representación y representante, que es la
diferenciación que también le preocupa en el interior del lenguaje. Abolida esa
diferenciación en un mundo que trabaja a la imagen no como condensación de
sentidos desplazados, ausentes, elididos, ni como símbolo sino como simula-
cro, el Moderno condena la obscenidad de la abundancia donde la imagen ha
pasado a ser un gadget visual o discursivo, una pura superficie del flujo indife-
renciado.
El Moderno no quiere reconocer la realización de su utopía de la abun-
dancia bajo la forma de la no interrumpida continuidad massmediática. El
Posmoderno, que sabe que este ha sido el deseo moderno, sonríe porque,
además, no le preocupa el flujo incesante del mundo audiovisual sino que vive
entregado a ese curso. Cuando el Moderno quiere interrumpir o regular el
flujo, el Posmoderno le recuerda los principios de libertad y abundancia que
guiaron el proyecto moderno.

VII. El Moderno procura discernir entre popular y plebeyo; para hacerlo


necesita recurrir a valores. Sabe que no puede suspender el juicio estético,
aunque su hermano, el populista moderno, haya intentado varias veces esta
empresa. El Moderno ha aprendido que la verdad es huidiza y que, por natu-
raleza, no se fija en ninguna parte: ni siquiera en el pueblo. A lo largo del
tortuoso siglo veinte, con dificultad ha aprendido que la voz del pueblo no es la
voz de Dios. Nadie habla en nombre de Dios y sólo hay discursos cuya verdad
es, finalmente, producto: de la confrontación, de la competencia, del debate,
del acuerdo.
Obsesionado por discernir, el Moderno no encara sólo la cuestión de lo
popular y lo plebeyo. Su incomodidad crece frente a la oposición industria
cultural / arte, agudizada por la reorganización de lo simbólico a partir de la
hegemonía de la cultura electrónica. El Moderno vacila: ¿competirá dentro de
la industria cultural, porque allí está el público? ¿Se decidirá, finalmente, como
el populista moderno (su viejo conocido) a celebrar las transformaciones en-
contrando en cada marca de la massmediatización de la cultura la clave se-
creta de una nueva estética?
En este descampado, el Moderno también reconoce la crisis de las van-
guardias estéticas que, como la razón, de todos modos siguen cargadas de una
potencialidad incumplida. El Posmoderno le señala los restos que la historia
del arte dejó a su paso y hace de ese pasado el territorio de un divertido paseo

368
América del Sur

arqueológico. El Moderno busca en ese pasado la fuerza de la ruptura y la


resistencia de una continuidad en la que el arte fue la experiencia, más indivi-
dual y al mismo tiempo más pública, de los límites y de la transgresión formal
y conceptual de los limites.
El Moderno se pregunta si puede transitar por el presente sólo explicando
el estado de las cosas, él, precisamente, que había hecho de la historia no una
explicación del presente sino una anticipación del futuro. Pero sabe que no
puede seguir haciéndolo. Sus herramientas de análisis se han vuelto insegu-
ras; sus certidumbres exhiben, a menudo, el vacío de fundamento; las creen-
cias del Moderno deben ser formuladas nuevamente.

369
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Julieta Evangelina Cano (1983)


María Laura Yacovino

Julieta Evangelina Cano: Nacida en Tandil, Provincia de Buenos Ai-


res, 1983. Abogada, Universidad Nacional de La Plata. Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales. Máster en Estudios Interdisciplinares
de Género. Publicaciones en coautoría: Historias de “amor”, ma-
chismo y muerte (2013), Violencia de género. Comparación entre
la ley españolay la argentina (2014), (Des)generando el género:
claves para el abordaje de las violencias en la pareja (2017).
María Laura Yacovino: Abogada. Integrante del Programa contra la
Violencia Institucional (PVI) de la Defensoría General de la Ciudad
de Buenos Aires. Abogada del Ministerio Público-Fiscalía de la Na-
ción, DOVIC. Dirección de Políticas de Género y Violencia Familiar.
Consultorio Psicológico privado, la Casa del Encuentro.

Ecofeminismo, una primera aproximación1


El ecofeminismo surge como término en 1976, y es acuñado por Francoi-
se D’Eaubonne para ”definir las acciones desarrolladas por feministas
francesas que protestaban la ocurrencia de un desastre ecológico” (San-
tana Cova, 2000:39). El ecofeminismo se traduce en activismo feminista or-
ganizado para proteger el entorno, y de la misma manera que el feminismo, la
teoría surge posteriormente a la práctica, que desde “la trinchera” llevaban a
cabo ya las mujeres, sin nombre ni doctrina que las organice . Mujer referente
en el ecofeminismo es Vandana Shiva, quien define al ecofeminismo como ”ser
feminista y ecologista al mismo tiempo” (Santana Cova, 2000:41).
El ecofeminismo pone de manifiesto la existencia de conexiones impor-
tantes entre la explotación, opresión y violencia contra las mujeres, y la explo-
tación, opresión y violencia contra la naturaleza. Estas conexiones se dan
porque ambas explotaciones derivan del sistema patriarcal, y de una feminiza-
ción de la naturaleza que trae como correlato una naturalización de la mujer:
Hasta ahora, la visión mecanicista-cientificista y patriarcal de la socieda-
des modernas ha colocado a la naturaleza como un sistema externo que apa-
rentemente no tiene nada que ver con los seres humanos, y a las mujeres en el
ámbito del hogar donde han permanecido tal y, como ya se señaló, invisiviliza-
das. Pero además la idea de libertad ha sido considerada como la potestad
para reorganizar el mundo natural de forma tal que se acomode a las exigen-
cias y necesidades de quienes se creen dueños de ese gran capital como es la

1 Sacado de http://desgenerandoelgenero.blogspot.cl/

370
América del Sur

naturaleza, con las consabidas consecuencias: la destrucción de los bosques,


el envenenamiento de aguas, tierras y aire, la modificación del cauce de los
ríos, la pobreza y el hambre, entre otros, lo que en esencia significa el aniqui-
lamiento de las especies humanas (Santana Cova, 2000:42).
Dentro de las innumerables conexiones que existen entre esta domina-
ción y explotación que sufren por igual la mujer y la naturaleza dentro del
sistema patriarcal, y que son tratadas in extenso en la obra de Karen Warren
(2003), se señalan las conexiones histórica y causal, la epistemológica , la
simbólica , la ética, las teoréticas y las políticas. Nos interesa destacar dos
tipos de conexiones que servirán para clarificar este trabajo: las conexiones
conceptuales y las empíricas entre ambas dominaciones.
La conexión conceptual que existe entre la dominación de la mujer y de
la naturaleza por el sistema patriarcal consta de cuatro tipos de vínculos con-
ceptuales. El primero que señala Warren es el dualismo de valores excluyen-
tes y disyuntivos, ordenados jerárquicamente (cultura/naturaleza; varón/mu-
jer). El segundo vínculo conceptual señalado es la incorporación de un marco
conceptual de carácter opresivo y patriarcal que justifica relaciones de domi-
nación y subordinación, en especial la subordinación de la mujer con respecto
al varón justificado por una construcción cultural de superioridad masculina.
Los marcos conceptuales patriarcales han sido legitimados a través del
siguiente argumento (Warren 2003b):
Las mujeres han sido identificadas con la naturaleza en el terreno de lo
físico; los varones han sido identificados con lo humano en el terreno de lo
mental. Aquello que es identificado con la naturaleza en el terreno de lo físico
es inferior a aquello que es identificado con lo humano en el terreno de lo
mental. Por lo tanto, las mujeres son inferiores a los varones. Siempre que x
es superior a y está justificado para subordinar a y. Por lo tanto, los varones
están justificados para subordinar a las mujeres
El tercer vínculo conceptual es el que sitúa a las mujeres, por sus expe-
riencias corporales en relación con la naturaleza, en un lugar muy diferente al
de los varones basado en una socialización diferenciada. Y el cuarto y último
vínculo de los señalados hace referencia al análisis de las metáforas y mode-
los de la ciencia en el iluminismo, remarcando que en el siglo XVII la natura-
leza era concebida en femenino como una madre nutriente, y luego de la
revolución científica se la concibe a la naturaleza como un modelo mecánico,
como una máquina inerte (femenina). Al respecto de ello, es importante seña-
lar que, coincidiendo con Tardón Vigil:
La feminización de la naturaleza y la naturalización de la mujer son dos
metáforas que tras la revolución científica han perjudicado tanto a una como
a otra, puesto que la naturaleza se ha convertido en ese ser vulnerable del que
se puede abusar; la mujer, por su parte, ha sufrido las consecuencias de esa
mecanización de lo orgánico, y al convertirse el hombre en el dueño de la

371
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

técnica, el mundo femenino ha quedado subordinado a cuidar de lo orgánico,


menos considerado económica y socialmente. La feminización de la naturale-
za se está utilizando para explotarla, y no para ensalzar sus valores. La trans-
gresión de la metáfora es por tanto el vínculo de colaboración entre feministas
y éticos medioambientales (2011:538). Ante estos vínculos conceptuales, de
acuerdo a la autora, el feminismo debe ocuparse de replantear y reconcebir
las nociones filosóficas fundadas en dualismos, revelar y transgredir la mane-
ra en que los marcos conceptuales se manifiestan en teorías y prácticas que
conciernen a la mujer y a la naturaleza; desarrollar lenguajes, teorías y prác-
ticas que tengan en cuenta los géneros y que no promuevan actos y hábitos
que exploten a la mujer y a la naturaleza en las culturas disociadas e identifi-
cadas con el género masculino y transgredir metáforas y modelos que femini-
zan la naturaleza y naturalizan la mujer en detrimento de éstas (Warren, 2003).
Analizada la conexión conceptual de la dominación de la mujer y de la
naturaleza por el sistema patriarcal, recordaremos el análisis de la conexión
empírica entre ambas dominaciones. Se vincula a la mujer con la naturaleza
porque la presencia de pesticidas, tóxicos, baja radiación, y otros contaminan-
tes causan problemas de salud que han afectado desproporcionadamente a
mujeres y niños y niñas. Incluso en un trabajo de Stephanie Lahar se pone de
manifiesto que en los países “subdesarrollados” ”hay una correlación di-
recta entre la adopción de la tecnología de la revolución verde (agroquí-
micos, cultivo intensivo) y el incremento de la violencia y la discrimina-
ción de la mujer” (Lahar, 2003:42).
Es interesante resaltar que de la misma manera que no existe un sólo
feminismo, sino que se habla de feminismos, lo mismo se aplica al ecofeminis-
mo, que debe considerarse desde su pluralidad. La intención es seguir profun-
dizando en las corrientes ecofeministas y compartir nuestras indagaciones
con ustedes.

Bibliografía
Lahar, Stephanie (2003) “Teoría ecofeminista y activismo político” en Warren,
Karen (Ed.) Filosofias ecofeministas, ICARIA.
Santana Cova, Nancy (2005) Los movimientos ambientales en América Lati-
na como respuesta sociopolítica al desarrollo global. Espacio Abierto [online],
vol.14, n.4 [cited 2014-01-23], pp. 555-571.
Tardón Vigil, María (2011) “Ecofeminismo. Una reivindicación de la mujer y
la naturaleza” El Futuro del Pasado: revista electrónica de historia, Nº. 2, 2011
(Ejemplar dedicado a: Razón, Utopía y Sociedad), págs. 533-542
Warren, Karen (2003) “Introducción. Filosofías ecofeministas: una mirada
general”, en Warren, Karen (Ed.) Filosofias ecofeministas, ICARIA.

372
América del Sur

CHILE

Gabriela Mistral (1889- 1957)

Gabriela Mistral. Vicuña 1889- Nueva York, 1957


Maestra, poeta y ensayista chilena y latinoamericana. Referente de
la poesía latinoamericana y universal. Se desempeña como maestra
en Liceos del país. Ocupa cargos consulares en distintos lugares del
mundo. Obtiene el Premio Nobel en 1945, primero otorgado a un
latinoamericano. Con posterioridad obtiene el Premio Nacional en
1951. Su pensamiento y escritura alcanzan una madurez y un tono
personal y sincrético, logro de obras mayores. Entre sus obras están
Lecturas para mujeres (1923), Tala (1938), Lagar (1954), Reca-
dos, contando a Chile (1957), Poema de Chile (1967) (2013),
Magisterio y niño (1979), Bendita mi lengua sea. Diario íntimo
de Gabriela Mistral 1905-1956 (2002), Esta América nuestra.
Correspondencia 1926-1956 (2007), Epistolario americano (co-
rrespondencia) (2012).

La instrucción de la mujer 1
Retrocedamos en la historia de la humanidad buscando la silueta de la
mujer, en las diferentes edades de la Tierra. La encontraremos más humillada
y más envilecida, mientras más nos internemos en la antigüedad. Su engran-
decimiento lleva la misma marcha de la civilización; mientras la luz del progre-
so irradia más poderosa sobre nuestro globo; ella, la agobiada, va irguiéndose
más y más.
Y, es que a medida que la luz se hace en las inteligencias, se va compren-
diendo su misión y su valor y hoy ya no es la esclava de ayer sino la compañe-
ra, la igual. Para su humillación primitiva, ha conquistado ya lo bastante, pero
aún le queda mucho que explorar para entonar un canto de victoria.
Si en la vida social ocupa un puesto que le corresponde, no es lo mismo
en la intelectual aunque muchos se empeñen en asegurar que ya ha obtenido
bastante; su figura en ella, si no es nula, es sí demasiado pálida.
Se ha dicho que la mujer no necesita sino de una mediana instrucción; y
es que aún hay quienes ven en ella, al ser capaz sólo de gobernar el hogar.

1 Todos los ensayos sacados de Mistral, Gabriela. La tierra tiene la actitud de una mujer.
RIL Editores, 2001. Selección y Prólogo de Pedro Pablo Zegers.

373
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

La instrucción suya, es una obra magna que lleva en sí la reforma com-


pleta de todo un sexo. Porque la mujer instruida deja de ser esa fanática
ridícula que no atrae a ella sino a la burla; porque dejar de ser esa esposa
monótona que para mantener el amor conyugal no cuenta más que con su
belleza física y acaba por llenar de fastidio esas vida en que la contemplación
acaba. Porque la mujer instruida dejar de ser ese ser desvalido que, débil para
luchar con la Miseria, acaba por venderse miserablemente si sus fuerzas físi-
cas no le permiten ese trabajo.
Instruir a la mujer es hacerla digna y levantarla. Abrirle un campo más
vasto de porvenir, es arrancar a la degradación muchas de sus víctimas.
Es preciso que la mujer deje de ser la mendiga de protección; y pueda
vivir sin que tenga que sacrificar su felicidad con uno de los repugnantes
matrimonios modernos; o su virtud con la venta indigna de su honra.
Porque casi siempre la degradación de la mujer se debe a su desvali-
miento.
¿Por qué esa idea torpe de ciertos padres, de apartar de las manos de los
hijos las obras científicas con el pretexto de que cambie su lectura los senti-
mientos religiosos del corazón?
¿Qué religión más digna que la que tiene el sabio?
¿Qué Dios más inmenso que aquel ante el cual se postra el astrónomo
después de haber escudriñado los abismos de la altura?
Yo pondría al alcance de la juventud toda la lectura de esos grandes soles
de la ciencia, para que se abismara en el estudio de esa Naturaleza de cuyo
Creador debe formarse una idea. Yo le mostraría el cielo del astrónomo, no el
del teólogo; le haría conocer ese espacio poblado de mundos, no poblado de
centellos; le mostraría todos los secretos de esas alturas. Y, después que hu-
biera conocido todas las obras; y, después que supiera lo que es la Tierra en el
espacio, que formara su religión de lo que le dictara su inteligencia, su razón y
su alma. ¿Por qué asegurar que la mujer no necesita sino una instrucción
elemental?
En todas las edades del mundo en que la mujer ha sido la bestia de los
bárbaros y la esclava de los civilizados, ¡cuánta inteligencia perdida en la
oscuridad de su sexo!, ¡cuántos genios no habrán vivido en la esclavitud vil,
inexplotados, ignorados!
Instrúyase a la mujer; no hay nada en ella que le haga ser colocada en un
lugar más bajo que el del hombre.
Que lleve una dignidad más al corazón por la vida: la dignidad de la ilus-
tración.
Que algo más que la virtud le haga acreedora al respeto, a la admiración
y al amor.

374
América del Sur

Tendréis en el bello sexo instruido, menos miserables, menos fanáticas y


menos mujeres nulas.
Que con todo su poder, la ciencia que es Sol, irradie en su cerebro.
Que la ilustración le haga conocer la vileza de la mujer vendida, la mujer
depravada. Y le fortalezca para las luchas de la vida.
Que pueda llegar a valerse por sí sola y deje de ser aquella creatura que
agoniza y miseria si el padre, el esposo o el hijo no le amparan.
¡Más porvenir para la mujer, más ayuda!
Búsquesele todos los medios para que pueda vivir sin mendigar la protec-
ción.
Y habrán así menos degradadas. Y habrá así menos sombra en esa mitad
de la humanidad. Y, más dignidad en el hogar. La instrucción hace noble los
espíritus bajos y les inculca sentimientos grandes.
Hágasele amar la ciencia más que las joyas y las sedas.
Que consagre a ella los mejores años de su vida. Que los libros científi-
cos se coloquen en sus manos como se coloca el Manual de Piedad.
Y se alzará con toda su altivez y su majestad, ella que se ha arrastrado
desvalida y humillada.
Que la gloria resplandezca en su frente y vibre su nombre en el mundo
intelectual.
Y no sea al lado del hombre ilustrado ese ser ignorante a quien fastidian
las crónicas científicas y no comprende el encanto y la alteza que tiene esa
diosa para las almas grandes.
Que sea la Estela que sueña en su obra Flammarion; compartiendo con el
astrónomo la soledad excelsa de su vida; la Estela que no llora la pérdida de
sus diamantes ni vive infeliz lejos de la adulación que forma el vicio deplorable
de la mujer elegante.
Honor a los representantes del pueblo que en sus programas de trabajo
por él incluya la instrucción de la mujer; a ellos que se proponen luchar por su
engrandecimiento, ¡éxito y victoria!
Vicuña, 8 de marzo de 1906.

Sobre las mujeres que escriben


Hace tres años, que publico artículos. Y hace dos que el Arte me fue
revelado en la persona de un libro adorable de Aquel que es mi Maestro y al
que profeso una admiración fanática, un culto ciego, inmenso, como todas mis
pasiones: Vargas Vila.
Nunca olvidaré la impresión que me produjo aquella lectura tan bella, tan
artística, tan sublime. Yo hasta entonces no conocía sino las novelas de Pérez
Escrich, de doña María del Pilar, etcétera.

375
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Y aquí no he de prescindir de dar las gracias, con el alma, al que me inició


en el mundo maravilloso del Arte de ese escritor, y que fue un artista, el único
artista de corazón que he encontrado hasta hoy.
Conocía la primera obra, busqué las otras, y ha ido en aumento de mi
cariño por él hasta ser colosal.
Yo beso el diamante del genio, aunque esté encubierto de lodo. Y he
dicho y aseguro que el alma de Vargas Vila es purísima, es humanitaria hasta
lo inverosímil y hasta lo divino excelsa, y hasta lo adorable tierna.
Adoradora fanática del arte, siendo él mi única pasión, siendo mis sueños,
mis anhelos y mis delirios sólo para él, no puede proporcionarme felicidad sino
lo suyo. Leer un bello libro, o hablar con un verdadero artista han sido ventu-
ras inefables para mí. Los verdaderos artistas son tan raros como los verda-
deros diamantes. Así, pues, muy pocas veces he gozado de la charla literaria
que, como yo la sueño, es algo encantador y deleitante, algo sublime y dulce,
inefable.
Soy modesta hasta la humildad y altiva hasta el orgullo. Me enorgullece
el inspirar ataques y odios; el inspirar desprecio me apenaría. Tengo una cora-
za que hace impasible a todo ataque dirigido a mí por la Calumnia y la Maldad:
mi carácter altivo, indomable, inalterable… Para derrotar a los míseros tengo
una indiferencia y una energía y un valor inmenso para combatir con los gran-
des.
Coquimbo, 1907.

Educación popular
Para ser perdonada de las torpezas de esta conversación –porque es eso
y no una conferencia–, me bastará decirles que es la primera vez que accedo
a hablar en público. Hay pecados de sentimiento, y este es uno de ellos. La
razón presenta con fría desnudez nuestra incapacidad, pero la ola cálida del
sentimiento arrastra. Ya lo dijo Teresa de Ávila: “De la abundancia del cora-
zón habla la boca”. Yo vengo a hablar por amor, antes que por ciencia, de la
Enseñanza Popular y quiero dar a Uds. no un seco cuadro estadístico, sino la
emoción de este problema.
No pretendo hacer cátedra ni creo traer cosas nuevas a esta conversa-
ción. Las viejas verdades pedagógicas son como las del Evangelio: todos las
conocemos, pero deben ser agitadas de cuando en cuando, para que exalten
los ánimos como el flamear de las banderas y para renovar su generoso her-
vor dentro de nosotros. Verdades conocidas pero aletargadas, son verdades
muertas, fardo inerte. Los maestros hemos de ser en los pueblos los renova-
dores del fervor, respecto de ellas. No tenemos derecho, a pesar de las indife-

376
América del Sur

rencias que conocemos y de las incomprensiones que nos han herido, a dejar
verdades que se enmohezcan en los demás. Somos los que hacemos su guar-
dia a través de los tiempos. Si no tenemos la elocuencia, tengamos la buena
voluntad, ese oro de los pobres, con el cual puede hacerse tanto en el mundo!
La Sociedad de Instrucción Popular abre unos cursos nocturnos de muje-
res, y esto es de una inmensa significación para nuestra ciudad. Se trata de la
primera escuela de tal índole que habrá en provincias. Es una honra para el
grupo de mujeres que busca más amplitud de horizontes y muy principalmente
para la institución que recoge la voz de los humildes y no mide la magnitud del
esfuerzo, por medir la magnitud del servicio.
Una ordenanza de instrucción primaria obligatoria ensayada por algunos
municipios consigue ya llevar a las escuelas públicas a todas las niñas del
pueblo. Se está labrando con esto, como un bloque de oro, el futuro de Chile,
un hermoso futuro; se está asegurando la cultura de las masas de mañana;
pero la inmensa cantidad de mujeres que no recibieron los beneficios de la
obligación escolar, queda al margen de esta era nueva. El Estado, al no abrir
para ellas clases nocturnas, las declara tácticamente condenadas a no incor-
porarse jamás en las actividades humanas más nobles. Es una fatalidad mons-
truosa. En cambio, las escuelas nocturnas de hombres están desparramadas a
lo largo de todo el país. Esta vez como siempre, se cae en el absurdo de
levantar el nivel de un solo sexo. Reformas parciales de tal índole no pueden
conseguir la renovación de todo un ambiente, no mudan el alma nacional.
Las mujeres formamos un hemisferio humano. Toda ley, todo movimien-
to de libertad o de cultura, nos ha dejado por largo tiempo en la sombra.
Siempre hemos llegado al festín del progreso, no como el invitado reacio que
tarda en acudir, sino como el camarada vergonzante al que se invita con atra-
so y al que luego se disimula en el banquete por necio rubor. Más sabia en su
inconsciencia, la naturaleza pone su luz sobe los dos flancos del planeta. Y es
ley infecunda toda ley encaminada a transformar pueblos y que no toma en
cuenta a las mujeres. No se crea que estoy haciendo una profesión de fe
feminista. Pienso que la mujer aprende para ser más mujer. El perfecciona-
miento de una especie la afina sin hacerla degenerar, cuando es bien dirigido.
Así las rosas de los invernaderos son, por su delicadeza insigne, más rosas
que las del campo. La mujer culta debe ser, tiene que ser, por lo tanto, más
madre que la ignorante. A la fuerza del instinto suma la fuerza enorme del
espíritu; agrandar su alma para el amor de los suyos, adquiere armas nuevas
para defenderlo de la vida; ella enciende su lámpara para alumbrar por el
camino, más que el propio paso, el de los seres de su carne. Y si la instrucción
femenina no para en esta flor de perfección, será, incuestionablemente, que
fue mal dada o mal recibida. Si en vez de dar sencillez, da petulancia es que

377
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

fue cultura epidérmica y el remedio no es suprimirla, es ahondarla, es cavarla


incansablemente…
Decía que el Estado, por carecer de recursos para resolver el problema
que nos ocupa, se ha debido desentender de él. Los particulares entonces
echan sobre sí esa carga de deberes. Hermoso gesto, digno de la hora demo-
crática que está viviendo el mundo. Cuando se ve un grupo de hombres que,
sin ser maestros ni legisladores, sacrifican tiempo y dinero en una obra así, no
es extraño que, por un movimiento instintivo e incontenible del corazón, noso-
tros, los maestros, nos acerquemos para decirles nuestra congratulación calu-
rosa y pedirles un pequeño, un mezquino, lote en la obra.
¡El perfume del surco llama al sembrador!
La Sociedad duplica sus gastos con esta escuela, sin duplicar sus entra-
das. Espera que la simpatía vaya atrayendo amigos. Todos querrán ayudarnos
porque haremos una obra de bien indiscutible y de honradez transparente. Y
querrán ayudarnos también porque es un bien común.
Tengo de la beneficencia un concepto de difiere del corriente. Creo que
el dinero con que cooperamos a las sociedades de caridad nos beneficia tanto
o más que el que destinamos directamente a la satisfacción de las propias
necesidades. No se diferencian en nada la contribución de haberes, que cos-
tea nuestra policía y nuestros servicios higiénicos, y la colecta de caridad que
costea un asilo. Si una dama nos pregunta en qué beneficia una escuela de
obreras, le contestaremos: cuando hayamos logrado a la larga reunir allí a
todas las mujeres ignorantes del pueblo, renovaremos el ambiente espiritual
de una clase entera. Tal renovación eleva todo el valor de la vida, trae como
más dignidad, como más sol y hermosura al mundo. Diríamos a la dama que el
aya de su hijo o la mujer que vela a su cabecera cuando ella está enferma,
ejecutando los mismos pequeños actos cotidianos, pondrá en ellos un alma
nueva, un perfume de delicadeza, un temblor de sentimiento que antes no
tuvo, una conciencia más profunda de su misión. Y no se nos diga que la mujer
humilde no necesita de instruirse para alcanzar hasta las cimas morales de
abnegación. Conozco las almas maravillosas que ha sacudido el destino como
una sarta de estrellas en la clase humilde; he visto tal vez los ejemplares más
puros de la humanidad nacer, desarrollarse sin estímulo en un ambiente inau-
ditamente hostil; pero sé también que cuando la naturaleza no pone en los
hombres la virtud fácil como pone el perfume en la flor, sólo la educación es
capaz de crear el sentimiento y tatuar los deberes en la mitad del pecho huma-
no.
A todos nos mancha un mundo imperfecto e injusto. El patio pestilente de
una vecina echa en el viento hacia el nuestro sus emanaciones y, de igual
manera, la grosería de la servidumbre enturbia la inocencia de nuestras hijas y

378
América del Sur

la canción impura que va un ebrio entonando por la calle desgarra para siem-
pre la pureza de vuestro niño pequeño. En cada zarza que quebramos, en
cada charco que cubrimos, defendemos nuestra carne, limpiamos nuestro aire.
El corazón purificado de la mujer más humilde es como el balcón florido que
derrama su aroma sobre el viento y va hacia todos.
He hablado especialmente de mujeres del pueblo; nuestra matrícula tiene
también varias de la clase media. La asistencia común a una escuela como la
asistencia común a un templo de gentes de distinta condición no degrada a
nadie, porque la escuela es la negación de las castas si es cristiana de verdad
y si educa mujeres de una república de verdad también.
Quiero agregar unas palabras sobre un prejuicio muy esparcido acerca
de la instrucción de la mujer pobre. Hay la creencia de que la cultura siquiera
mediana no hace otra cosa que crearle pretensiones y hacerla una especie de
mico, por la imitación grotesca de las clases altas.
Pero, ¿acaso no existe en la clase media esta misma imitación infantil
respecto de la aristocracia y no existe aún entre los diversos grupos de la
misma aristocracia entre sí?
Todo es susceptible de transformación de las costumbres como la natu-
raleza. La fiebre de imitación ha comprendido hasta hoy sólo las modas. La
mujer del pueblo imita grotescamente, es cierto, los figurines de la dama; pero
está en los mismos vicios el camino hacia la virtud, para el ojo sutil del obser-
vador. No se ha dicho a la mujer del pueblo en qué consiste la verdadera
superioridad que suelen tener las clases altas.
El valor de la mujer aristócrata sobre la del pueblo cuando ésta no es de
un tipo de selección, consiste en el concepto más elevado que aquélla tiene de
la educación de los hijos, en la visión más alta que suele poseer de la vida, en
la comprensión que una cultura sutil le ha dado de la belleza artística, en la
suavidad de maneras, en la disciplina de las pasiones.
Y no se crea que estoy dando juicios absolutos sobre la mujer de socie-
dad; tomo un tipo superior de su clase, digo lo que suele ser lo que debiera ser.
Quizás de entre las mujeres que acuden a nuestra escuela, mujeres ya
formadas con hábitos y prejuicios fuertes, muy pocas realicen la transforma-
ción espiritual que he pintado tal vez con exageración. ¡No importa! Yo no soy
una optimista ni creo que sólo un optimismo febril sea capaz de sostener a los
que luchamos. Cuando echo mi grano no pienso en un trigal inmenso que se
levantará del polvo; pienso solamente que mi grano dará una espiga rubia.
¿Para qué pedir más? Que mis hermanos obtengan otras y tendremos pronto
una gavilla.
La prisa es pura soberbia. Empezamos con una escuela de tres cursos y
una matrícula de 40 alumnas, bien poco para un colegio común, harto, dema-

379
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

siado para un ensayo como el que hacemos. La impaciencia recata casi todas
las empresas al nacer una orgullosa impaciencia que quiere iniciar la obra en
la mañana y sonreír a un monumento al caer la tarde. Y toda la obra humana
tiene la gestación de la perla, la pequeña y milagrosa perla se forma con dolor
y lentitud, el dolor del esfuerzo, el dolor de la incomprensión y el de la falta de
elementos, siempre el dolor, y con la lentitud de la rosa que se abre pétalo a
pétalo. Si la flor tuviera esta ansia nuestra de llegar al éxito en un solo día, la
desalentara la pereza con que crecen sus yemas, renunciaría a abrirse y los
hombres no gozaríamos cada septiembre de una maravillosa primavera.
Dije por allí que ensayaríamos. Otro pecado nuestro es el de pretender
cosas definitivas al primer soplo de esfuerzo. Hay que vivir los programas,
suprimir, agregar constantemente, poner la humildad del ensayo en cada plan,
pedir y aceptar las luces de todos los que pueden darlas y no conceder a nada
valor definitivo, porque la naturaleza misma, obra de Dios, se rectifica en
todos sus organismos al aunarlos y, conservadora del conjunto, lima los deta-
lles con una ansia viva de perfección que le viene también de su divino dueño.
La enseñanza en esta escuela será absolutamente práctica. No vamos a
robar a la obrera el descanso de sus noches para darles en cursos intermina-
bles, quintaesencias de conocimientos. Una escuela nocturna no puede darse
el lujo de formar cultura profunda, científica ni literaria. Se desnaturaliza si
amplía demasiado su programa e invade el terreno de la enseñanza diurna.
Hay hoy en Chile una poderosa corriente pedagógica que pide con una
justificada angustia que se transforme en institutos prácticamente la mayoría
de nuestros colegios y converjan hacia este vértice único los estudios de índo-
le utilitaria. Hemos cometido el inmenso error de hacer de los estudios litera-
rios el centro de toda la enseñanza. Tales estudios son lujo para especialistas
y los programas de enseñanza, como las leyes de un país deben consultar las
necesidades de las mayorías. La masa de un pueblo necesita capacitar, en
breve tiempo, a sus hombres y a sus mujeres para la lucha por la vida. Hemos
tenido la monstruosidad de enseñar durante 50 años los mismos programas
con sólo variantes pequeñas. Durante este período de tiempo, enorme en
relación con los progresos febriles de la época, se han dictado leyes que han
cambiado la faz espiritual de la nación; han nacido nuevas ciudades y se han
transformado las antiguas, y la enseñanza, que debe iniciar las renovaciones,
se ha quedado tras de todas ellas. No es que hayan faltado grandes maestros,
ni que la instrucción haya sido insuficiente; nuestros educadores son gloria
americana y la instrucción dada ha sido tal vez excesiva; fue el rumbo el
erróneo; no ha mirado nuestra educación a las realidades de su tiempo, ha
pecado de libresca. No podemos decir que de idealista; la erudición, el recar-

380
América del Sur

go intelectual, no llevan al idealismo bien entendido, secan y fatigan el alma


del niño nada más.
La guerra, a la que debe tantos bienes América, como heridas mortales
Europa, ha venido a convencer a los ideólogos pertinaces de la necesidad
apremiante de variar rotundamente los rumbos, y la reforma va a venir, se
está ya haciendo; el primer puñado de simiente lo arrojó sobre el campo una
celebrada y hermosa circular del Ministro Aguirre Cerda. Chile, lo hemos
visto, puede ser un gran país industrial. Y el Chile de las industrias, como el
Chile de la grandeza histórica, debe salir de los colegios.
Yo admiro los países febriles. Son las naciones ricas y la riqueza de un
país es un verdadero valor espiritual. En el peligro, dispone de todos los recur-
sos para la defensa, y en esa hora suprema, sus millones no son el río turbio de
lodo y de sangre que han insultado los poetas y los profetas; se ennoblece,
trasmutándose en escudo que cubre a todos, en resistencia larga, en triunfo y
por fin, en gloria eterna. Y en la paz, es ese mismo país rico el que lleva los
más altos sabios a sus Universidades y los insignes artistas a sus Museos.
Como el médico deriva del cuerpo sano tanto como del alma las virtudes de un
hombre, de igual modo el historiador derivará del desahogo económico nacio-
nal, las flores más puras de la civilización y los éxitos guerreros de un país.
Todos los valores han cambiado en esta época nuestra, desconcertante
hasta lo inaudito, y es necesario comprender que los dones del espíritu solos
no salvan ni a un hombre ni a un país, y que es preciso, a la vez que afinar la
sensibilidad del niño, haciendo pasar sobre su corazón el aroma del Evangelio,
adiestrar sus manos, sus pequeñas manos que en esta hora han de ser duras y
ágiles, sobre la mesa quemante y revuelta de la vida.
Debemos, pues, dignificar la enseñanza manual en diarios, conferencias
y hasta en el arte, y poner en torno de ella la aureola de grandeza que le da esa
epopeya viva que es la industria moderna. Porque en verdad, estamos vivien-
do la Ilíada de las máquinas, y ni los idealistas más absolutos, ni los poetas,
tienen derecho a motejar de grosero un progreso que, por sus mismas propor-
ciones inauditas encarna la belleza, al encarnar la maravilla, y pone la oda no
sólo en el libro, sino en toda la tierra.
La difusión de la enseñanza práctica será en breve, por la oportunidad del
momento económico y por la conciencia que de él tiene nuestro primer man-
datario, asunto de estudio y de realización inmediata en la ciudad.
Recuerdo que el señor Gobernador del Territorio llevaba a Santiago en su
último viaje la petición de una Escuela Profesional de Niñas. La penuria del
presupuesto no permitió esa creación para 1918. Vendrá luego, y si el Estado
tardara, el Municipio se pondrá a la obra sin duda alguna, porque tal vez no
haya otro pueblo en el país en que la Municipalidad tenga una visión tan clara

381
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

de su lote de responsabilidades y una decisión tan rotunda de prescindir del


Gobierno respecto a recursos cuando las obras sociales no admiten dilacio-
nes. Conozco Chile y no he visto en ninguna parte como aquí a un Municipio
hacer la grandeza de la ciudad, como un monumento piedra a piedra, multipli-
car los servicios, hacer llegar su acción a todas partes y no sólo en forma de
autoridad, sino de cooperación cálida. He visto alcanzar su influencia hasta mi
pequeño Liceo. En la persona de su Presidente ha oído sus quejas sobre la
vergüenza de nuestro local y, celoso de la salud de las niñas, ha mandado sus
obreros que me han entregado salas habitables. Un Liceo es del pueblo. Debe
saber éste de las escaceses que sufre y debe conocer también el origen de
sus adquisiciones. En vez de mandar una nota diciendo mi gratitud, la derra-
mo, con estas palabras, entre vosotros.
He encontrado en Punta Arenas todo lo que el señor Gobernador del
Territorio anunciara antes de mi viaje. Me pintó una ciudad en pleno desarro-
llo, con dirigentes que responden a cualquier iniciativa, surco ancho y ávido
para cualquier simiente honrada, una colectividad que confiaría en mí y me
ayudaría. He encontrado la ayuda prometida que ya se me está dando sin
énfasis, y la confianza por la cual se me entrega la Escuela que inauguramos.
Me pintó una clase obrera con ansias de cultura. Si la he querido y la he
buscando en pueblos en que es inactiva e ignorante hasta lo vergonzoso, ¡cómo
no he amarla aquí si se acerca a mi casa escolar y viviré con ella intimidad de
la enseñanza, que anuda tan apretadamente las almas, porque es un cambio
cálido de ternuras y de conocimientos! Me pintó el señor Contreras, un profe-
sorado secundario y primario rodeado del respeto del pueblo, conquista lógica
de sus méritos, y he encontrado este ambiente de respeto y hasta de cariño,
que consuela del paisaje y del rigor de la naturaleza.
Al hablar por primera vez al pueblo, creo que he debido, aun abusando de
su generosa atención, extenderme en estos detalles.
Gracias a todos los que hasta hoy me han ayudado y gracias desde luego
a los que me ayudarán más tarde, que serán más aún.
Haremos todos esta nueva Escuela; que se mezclen en ella las coopera-
ciones de simpatía, de propaganda, de recursos como los perfumes de las
flores de los bosques. La obra colectiva es la poderosa, la individual lleva vida
mezquina, helada y cae al primer golpe. Yo, sin Uds., no sería sino una mano
trémula y ansiosa, porque la mujer, aunque sea la mujer fuerte, dura para ser
vencida por los fracasos, es muy pequeña y muy pobre, si Dios no la mira, y si
las almas de los hombres buenos no se tienden hacia ella como un báculo de
sándalo que la ayude a llenar hasta las obras hacia donde la lleva su corazón
tremolante de amor humano.
Punta Arenas, 21 de septiembre de 1918.

382
América del Sur

Feminismo. La opinión de Gabriela Mistral


La entrada de la mujer en el trabajo, este suceso contemporáneo tan
grave, debió traer una nueva organización del trabajo en el mundo. Esto no
ocurrió y se creó con ello un estado de verdadera barbarie sobre el que yo
quiero decir algo. Con lo cual empezaré a entregar mi punto de vista sobre el
feminismo, para aliviarme de un peso.
La llamada civilización contemporánea, que pretende ser un trabajo de
ordenación material e intelectual, una disciplina del mundo trastocado, hasta
esta hora no ha parado mientes en la cosa elemental, absolutamente prima-
ria, que es organizar el trabajo según los sexos.
La mujer ha hecho su entrada en cada una de las faenas humanas. Según
las feministas, se trata de un momento triunfal, de un desagravio, tardío, pero
loable, a nuestras facultades, según ellas, paralelas a las del varón. No hay
para mí tal entrada de vencedor romano, no hay tal éxito global.
La brutalidad de la fábrica se ha abierto para la mujer; la fealdad de
algunos oficios; sencillamente viles, ha incorporado a sus sindicatos a la mu-
jer; profesiones sin entraña espiritual, de puro agio feo, han acogido en su
viscosa tembladera a la mujer. Antes de celebrar la apertura de las puertas,
era preciso haber examinado qué puertas se abrían y antes de poner el
pie en el universo nuevo había que haber mirado hacia el que se abandonaba,
para mesurar con ojo lento y claro.
La mujer es la primer culpable: ella ha querido ser incorporada, no impor-
ta a qué, ser tomada en cuenta en toda oficina de trabajo donde el dueño era
el hombre y que, por ser dominio inédito para ella, le parecía un palacio de
cuento. No puede negarse que su inclusión en cada uno de los oficios mascu-
linos ha sido rápida. Es el vértigo con que se rueda por un despeñadero. Ya
tenemos a la mujer médico (¡alabado sea este ingreso!); pero frente a esto
tenemos a la mujer “chauffeur”; frente a la abogado de niños está la carrilana
(obrera para limpiar las vías); frente a la profesora de Universidad, la obrera
de explosivos y la infeliz vendedora ambulante de periódicos o la conductora
de tranvía. Es decir, hemos entrado, a la vez, a las profesiones ilustres y a
los oficios más infames o desventurados.
Es todo un síntoma de estos tiempos el que en el último “Congreso Inter-
nacional Feminista”, efectuado en París, haya salido de boca de mujer (y de
una ilustre mujer representativa) la proposición que dio la prensa francesa de
que “debían abolirse una a una las leyes que, concediendo algunos privilegios
a la mujer en el trabajo, le crean una situación de diferencia respecto del
hombre”. Esta proposición, de un absurdo que supera a todo objetivo, com-
prende la supresión de la llamada “ley de la silla” la supresión de la licencia
concedida a la obrera un mes antes y otro después del alumbramiento, etc. La

383
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

proponente estimaba que, si la mujer esquiva cualquier carga masculina, dis-


minuye a la vez su derecho al voto y a otras preeminencias legales del hom-
bre. Sus partidarias hablaron de “justicia matemática”, de “lógica pura “ y de
otras zarandajas.
Debates como éste sirven, dentro de su “grotesco”, para deslindar cam-
pos, para perfilar ideologías y trazar la doble teoría de las Vírgenes locas y las
Vírgenes prudentes de estas asombrosas asambleas. Hay un lote de ultra
amazonas y de Walkirias temerarias que piden con un arrojo, que a mí me da
más piedad que irritación, servicio militar obligatorio, supresión de género en
el lenguaje… Y hay unas “derechas” femeninas, que siguen creyendo que la
nueva legislación debe estar presidida por el imperativo que da la fisiología y
que puede traducirse más o menos así: la mujer será igual al hombre cuando
no tenga seno para amamantar y no se haga en su cuerpo la captación de la
vida, es decir, algún día en otro planeta de esos que exploran los teósofos en
su astral…
Yo no creo hasta hoy en la sonada igualdad mental de los sexos; suelo
sentirme por debajo aún de estas “derechas” feministas, por lo cual vacilo
mucho en contestar con una afirmativa cuando se me hace por la milésima
vez la pregunta de orden:
- ¿Es Ud. feminista? Casi me parece más honrado contestar un no es-
cueto: me falta tiempo para entregar una larga declaración de principios.
Con todo, es conveniente ir haciendo una especie de programa dere-
chista para el feminismo. Yo pondría como centro del programa este artícu-
lo: Pedimos una organización del trabajo humano que divida las faenas en tres
grupos. Grupo A: Profesiones u oficios reservados absolutamente a los hom-
bres por la mayor fuerza material que exigen o por la creación superior que
piden y que la mujer no alcanza. Grupo B: Profesiones u oficios reservados
enteramente a la mujer, por su facilidad física o por su relación directa con
el niño. Grupo C: Profesiones u oficios que pueden ser servidos indiferente-
mente por hombres o mujeres.
La primera rama sostiene frutos de contraste: el oficio brutal a la vez que
una especie de faena que podría llamarse de dirección del mundo. Aquí que-
darían desde el obrero del carbón hasta el Aristóteles, consejero filosófico y
político de los pueblos.
La segunda estaría encaminada a barrer al hombre de las actividades
livianas en las cuales se afemina pierde su dignidad de varón y aparece
como un verdadero intruso.
La última rama englobaría varias actividades que es imposible definir
como masculinas o femeninas, porque demandan una energía mediana, éstas

384
América del Sur

no entrañan para la mujer el peligro de agotarse ni para el hombre el de vivir


de un oficio grotesco.
Yo no deseo a la mujer como presidenta de Corte de Justicia, aunque me
parece que está muy bien en un Tribunal de Niños. El problema de la justicia
superior es el más completo de aquí abajo; pide una madurez absoluta de la
conciencia, una visión panorámica de la pasión humana, que la mujer
casi nunca tiene. (Yo diría que jamás tiene). Tampoco la deseo reina a pesar
de las Isabelas, porque casi siempre el gobierno de la reina es el de los minis-
tros geniales.
Y siento una verdadera náusea por esos ensayos monstruosos de servi-
cio militar que se hacen en Rusia y que no sé quién busca llevar a la Italia
fascista.
A pesar de Juana de Arco, sí, a pesar: la pobrecita doncella de Francia,
marca con su actuación una hora en que el hombre ha debido estar envilecido
no sé hasta qué límite. La peor cosa que puede ocurrirle a una mujer en
este mundo, es representar con su maravilla la corrupción del hombre,
su guía natural, su natural defensor, su natural héroe.
Es apelar a alegatos desesperados o fraudulentos dar el nombre de Ma-
dame Curie para pedir en seguida una presidencia de Estado. También es
ingenuidad pedir papisas porque existió Santa Teresa, que hubiera contestado
con una broma llena de donaire si le hubieran señalado siquiera un cardenala-
to.
El tema es enjundioso y volveré sobre él.
1927.

El voto femenino
La Cámara francesa ha negado el voto a las mujeres. Y el señor de
Kirillis, uno de los dirigentes de la propaganda de derechas, que tiene la formi-
dable habilidad del “affiche” electoral, ha lanzado el número 200, aprovechan-
do el motivo: un grupo de madres obreras con cara de derrota que van vo-
ceando la iniquidad de las izquierdas…
Es necesario sacar el asunto del plano del sentimiento interesado en el
que, de ambos lados, se le estropea con falsedades. Ni las derechas han sido
siempre feministas, sino que lo son ahora, a la desesperada, ni las izquierdas
han sido sinceras en su campaneada adhesión al sufragio femenino… En la
hora oportuna ambas usan de esta banderola en su provecho.
El voto femenino es cosa para discutir en lenguaje de derecho. En siste-
ma de sufragio universal o restringido, desde que la Revolución que llaman
grande, clavó con picota rotunda el principio de representación popular, quedó
por entendido que el voto correspondía… al género humano. Discutir sobre la

385
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

extensión de este derecho no es serio y, cuando no prueba malicia, prueba


estupidez.
-¿Por qué entonces, hemos tardado 100 años en agitar la cuestión femi-
nista en la opinión, y han demorado tanto en Inglaterra, España e Italia en
concederlo?
Yo no creo en la explicación tonta del siglo de las luces que debía traer el
voto nuestro entre muchos de sus disparates, como no creo en el “cliché” del
cura, arrebatándonos las “antorchas” de las que hablaba, la pobrecita Luisa
Michel: ni creo en ese miedo de los hombres a la competencia femenina en el
parlamento, que es cosa grotesca. No hemos tenido las mujeres genio para
cosa alguna y no hemos de tener el político.
La Iglesia, por sentido de disciplina de los sexos, por ese deseo de orde-
nación (la palabra orden está echada a perder) ha recomendado algunas ve-
ces que la mujer se quede en lo suyo, en su zona, en su clima moral. Sigue –
creo yo–, pensando que eso es más útil. Pero ha debido ver que, sin votar, sin
ir a los Congresos, sin sostener afanes electorales, la mujer se ha llenado la
vida de preocupaciones extrañas y que lo que llaman la sociabilidad, (por no
llamarle con nombre legítimo, la ociosidad dorada), la llena, la colma y la hurta
a sus hijos, tanto como lo haría el más frenético ajetreo político, y ahora la
Iglesia mira sin espanto el voto femenino y sus anexos.
Socialistas y radicales han nacido a la vida de combate electoral con la
afirmación de la igualdad de los sexos en la boca. Toda su literatura está
listada, atravesada, anegada, de una declamación feminista que, de rotunda,
tiene del timbal y de la trompeta de Jericó. Mientras fueron minorías, sin
disfrute graso del Gobierno, ellos han mantenido la declamación feminista en
un patético agudo. Pero un buen día fueron gobierno, como en Francia, y se
les vino encima el pánico de perder el usufructo, tan deleitoso siempre, de la
presa. Desde entonces, y aunque sus jefes intelectuales han seguido haciendo
declaraciones de lealtad a “la causa de la mujer oprimida, espoleada y olvida-
da por la reacción”, el hecho efectivo es que pudiendo dar mayoría neta para
la aprobación de una ley, la han esquivado con una fertilidad de motivos que
hace reír a las feministas francesas ingeniosas.
En los países del Norte, donde, según parece, los líderes toman en serio
un programa y hay más honradez y menos retórica en las izquierdas, alguna
de parte de las derechas, ellas han cumplido hace tiempo.
La sorpresa mayor que las feministas latinas han tenido es la de Italia y
España. Sin despliegue de propaganda, casi sin propaganda en la última, les
ha caído el presente, que las pobres inglesas arrancaron como la presa de los
dientes del leopardo, al parlamento inglés.

386
América del Sur

Como se comprende, la razón del celo feminista del señor Mussolini y del
general Primo de Rivera, es muy otra que la de Jaurés o que la de M. Blum.
Resulta bastante difícil entender que un general, que además es español, o sea
dueño de la cifra más alta de tradicionalismo, tenga pasión por la causa femi-
nista, que lleva la marca de sus enemigos naturales…
El señor Mussolini fue socialista y socialista de combate en el periodis-
mo. Puede ser que del socialismo le haya quedado esto, aunque cuesta creer-
lo en un marino que tiró todo el resto por borda. Es mucho más sencillo enten-
der que él como el español han concedido el voto a las mujeres por verlas
“menos plagadas del liberalismo que hay que ahorcar”, según frase de un
diario fascista. Las mujeres, se ha dicho, no han tenido nunca el fetiche de la
libertad y coincidirán con nosotros en que la única política que a cualquier país
importa, es la económica. El voto de las “amas de casa”, será siempre para el
que gobierna dando buena moneda y buen yantar.
Yo tengo que celebrar con honradez, y aunque no pongo a ningún fascis-
mo gesto cariñoso, el acierto de sensatez y el buen atisbo de moralidad política
que contiene la forma de representación femenina adoptada en España. Se ha
liberado a María de Maeztu, a Doña Blanca de los Ríos y a sus compañeros,
de la cosa sucia que es una batalla de urnas, con peroraciones en la plaza o el
choclón y búsqueda mercenaria de electoras. Sólo que se ha buscado cumplir
con el feminismo en dosis infinitesimal, de una química bastante maliciosa.
Una María de Maeztu, representa en grande a su gremio, pero entidad tan
vasta como la de maestras no se sacia de justicia con una sola diputada,
aunque traiga estas cualidades. Yo lo celebro como una insinuación del verda-
dero régimen gremial, que ha de venir, para ordenación de las actividades
nacionales, en España y en América.
El señor Mussolini mismo resucitando, aunque sea con mano zurda, la
representación gremial, nos sirve y nos acicatea a caminar un poquito a poco
hacia el régimen absoluto restaurado integralmente.
Por las mismas razones que estos dos patrones políticos han tenido para
dar el voto sin lucha –y, en España, creo yo, hasta sin la voluntad de las
agraciadas…– las izquierdas francesas lo han negado. Ellas temen este par-
tido formidable de “amas de casa”, esta duplicación de electores hecha con
elemento ni jacobino ni comunista. Piensan que, a lo más, les llegarían a las
urnas algunas liberales de un liberalismo de agua de melisa, y no del alcohol
combista. Los comunistas han sabido ser más consecuentes y, con riesgo y
todo, votaron según sus programas.
El acontecimiento de Italia y España tiene mucha importancia para la
América nuestra. Es posible que México repita el pánico y la resolución de la
Cámara francesa; es probable que el Uruguay haga cosa parecida. Pero a los

387
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

demás países se les ve no sé qué aire de concedernos el voto, sin gran presión,
por defensa de ese hipotético comunismo que tanto temen.
Es, pues, la hora de nuestras feministas. El fruto de mi leyenda anti-
feminista, tan gratuita como la de feminista que en Cuba me hicieron, a mi
paso, por pura buena voluntad.
Según las bravas feministas que me han zarandeado por desear yo “una
división del trabajo a base de sexos”, yo soy una señora medioeval que nunca
ha trabajado, que en su pereza hace sistemas de estética y traiciona a las
obreras escribiendo contra sus intereses más vitales. Según otra que me pre-
sentó una vez, en cierto país, con un horrible discurso, yo sería una estupenda
líder de barricada. Según el señor Marius André (Q.E.P.D.), a mi llegada a
París, esta vez, yo venía de excitar a las masas comunistas contra el clero.
Todo ello escrito en el buen francés de Marius André y publicado en la Revue
de L’Amerique Latine.
Yo no creo, sin embargo haber dado apoyo a mi leyenda feminista. no he
escrito nunca elogio de este partido aún cuando dentro de él quiero y estimo a
muchas dirigentes. En cuanto a mis conferencias anticlericales de Santiago
de Chile, eso pertenece a la buena información que de nosotros se tiene en
Europa… Mi noble amigo Ventura García Calderón tomó demasiado en serio
mi defensa en la revista francesa y sacrificó por ella la codirección que allí
tenía y que valían muchísimo más que un insensato chisme ultramarino.
El derecho femenino al voto me ha parecido siempre cosa naturalísima.
Pero, yo distingo entre derecho y sabiduría; y entre “natural” y “sensato”.
Hay derechos que no me importa ejercitar, porque me dejarían tan pobre
como antes. Yo no creo en el Parlamento de las mujeres, porque tampoco
creo en el de los hombres. Cuando en ese Chile Nuevo que me encontré a mi
regreso y en el que tuve el gusto de no creer, se hablaba de la nueva Consti-
tución, yo acogí con mucha simpatía, aunque poco o nada entiendo de ello, la
proposición que hicieron dos maestros convencionales de un parlamento a
base de gremios. No se trataba, naturalmente, de los gremios oficiales del
señor Mussolini en los cuales los representantes son elegidos a medias por el
Gobierno y a medias por los gremios oficiales, sino de cosa parecida a la
representación medieval de Florencia en que el gremio no manipulado por el
oficialismo, elegía libremente.
La proposición de mis amigos no fue tomada en cuenta ni durante dos
minutos. Los seudo-convencionales, por otra parte, no iban a discutir, sino a
aceptar cosas decididas. En esos días, y como se hubiese hablado de esta idea
presentándola como creación bolchevique, yo dije, en una charla de la Escue-
la Nocturna que sostiene una sociedad de arquitectos, lo poco que sabía de la
organización de los gremios en la Edad Media. Es la única ocasión en que he

388
América del Sur

dejado caer alguna palabra sobre temas electorales que no son míos y que no
busco arrebatarles a los hombres ni a las feministas mismas.
De semejante Parlamento sí me importaría seguir los trabajos y hasta
ayudarlos en una gacetilla, sin tentación de acabar en diputada, ni siquiera en
concejala. Yo oiría con gusto a una delgada de las costureras, de las maestras
primarias, de cada una de las obreras de calzado o de tejidos, hablar de lo suyo
en legítimo, presentando en carne viva lo que es su oficio. Pero me guardaría
bien de dar mi tiempo a la líder sin oficio, que representa al vacío como el
diputado actual, y en cuya fraseología vaga, no se caza presa alguna de con-
cepto ni interés definido.
La corporación confusa de hoy en que nadie representa a nadie no me
interesará aún cuando contenga la mitad de mujeres. Dudo de que resulte una
novedad medular ni una renovación de las entrañas nacionales bajo este régi-
men en que el agricultor habla de escuelas y en que el abogado se siente con
ínfulas para juzgar al Universo…
Que se me perdonen en este articulejo, las alusiones personales. Lo apro-
vecho para contestar algunas ingenuidades dañinas y también algunas maja-
derías que sobre mi fobia feminista he dejado correr durante dos años en
paciencia silencio.
París, mayo de 1928.

Sobre la mujer chilena


A veces, yendo por las entrañas mismas de la Cordillera, se descubre una
casa perdida y como “dejada de Dios y de los hombres”. El intruso que llega
llama con palmotadas, gritos; la puerta se abre, y una mujer hacer pasar al
novedoso.
Vecindad ninguna tiene la casa; la primera aldea le queda a cincuenta
kilómetros y todo es allí un silencio búdico, roto por rodados de piedras y en
invierno por torrenteras.
Pero, en entrando, el tremendo lugar se anubla de golpe como en los
sueños. Porque allí hay un fuego, un buen olor de comida –sacada no se sabe
de dónde– y un buen dormir: hay una vida humana y humanísima muchas
veces.
A poco mirar y oír, se sabe que ese refugio metido en las alturas de los
buitres es la industria de sólo una mujer. Porque el hombre cordillerano no
sabe ni hace otra cosa que bajar a la mina, jadear persiguiendo las vetas y
dinamitar penas. Él no cuida de sí, él no acierta a ablandarse un nido, al igual
del buitre. Si no tiene a su costado a esta mujer, él resbala, día a día, hacia la
barbarie de los primeros indios. Y la índole de acción pura, de acción a todo
trance que es la del varón chileno, desde Lautaro a Portales, parece arrebatar

389
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

a su propia compañera, arrancándola a los quicios del sedentarismo y volvién-


dola su semejante.
La mujer que vive junto a su ave de presa sobre la acidez de esas cum-
bres, resulta ser, conjuntamente, un fenómeno y… una chilena que se halla en
cualquier parte, sea en las islas extremosas del sur, sea en Nueva York o en
París. Esta Ximena blanca o esta Guacolda parda hacen legión y cubren la
mitad del territorio.
La llaman constantemente “una temperamental”, y el punto de arranque
de su arrebato es casi siempre un amor absoluto de cuya llama saltan las más
cuerdas acciones y las más desatadas fantasías. Esta blanca o mestiza sigue
al hombre al desierto de la sal, sin rezongarle por su destierro; la muy valerosa
cría seis hijos en el Valle Central, estirando un salario que sólo da para dos;
ella suele emigrar por no perder a su vagabundo nato, hacia las provincias
Argentinas o hacia California, donde pelea su pan entre la extranjería; y si es
moza y llega a escuelas, también allí vence en ejercicios de creación o en el
arte sutil de crear un convivio.
Como en los romanos, “una pasión la conduce”, nunca cosa menor que
una pasión: ni caprichos, ni secos intereses, ni vicios. Mirándola vivir en cual-
quier canto del mundo, yo me acuerdo siempre del griego, que atribuye al
delirio un sentido sacro, una víscera religiosa. Entre Las locas de su cuerpo
y las relajadas, confundida a veces con éstas en bohemiada o miserias, allá va
la Eva antártica, roja como los faros australes y fiel a un amor raciona o
insensato: lo mismo le da uno que el otro.
A poco conversar en un coro de café o en un tendal de inmigrantes, los
ojos se calvan sobre ella más que sobre las otras. La separa de las abatidas
una vitalidad que chispea como su espino puesto a arder; la indica vertical-
mente su belleza brava; y cierto orgullo de la desgracia la yergue de pronto
como a la caña pisada.
A veces no está allí la vulgar pareja escapada; son tres o más; son el
triángulo o el hexágono familiar: hay hijos nacidos bajo la inmigración y ella
sabe que por cada uno ella y su hombre han de multiplicarse, en el álgebra
feroz de la lucha por la vida.
En Santiago, al margen de los meetings feministas, la mujer ha forzado
ya todas las puertas de hierro forjado que eran las profesiones: es cajera en
los bandos, y los libros mayores no le conocen fraude; es médica en los hospi-
tales y juez de menores. Sus colegas refunfuñaron al dejarle entrar; y están
arrepentidos de un desprecio tan tonto; es creadora en la novela, bellamente
audaz en las artes plásticas, y no la asustan las duras ingenierías y la arquitec-
tura más cualitativa.

390
América del Sur

Lo que falta todavía a la gran acreedora es que la peonada de una ha-


cienda, cuando ella siega o cultiva, sienta bochorno de que la paguen a mitad
de su salario; lo que no se entiende es que el legislador no sepa todavía que
esa obrera suele trabajar para tres creaturas y que éstas suelen ser un marido
ebrio o gandul y dos críos suyos; y lo que irrita es que una mitad de la ciuda-
danía chilena haya vivido hasta ahora al margen del sufragio purificador que
esas madres pueden ejercer en cuanto a la administración, y al margen del
sufragio liberador que pueden usar en bien de la miseria campesina.
El sentido de la responsabilidad trabaja y agita a nuestra “fémina”; su
conciencia parece una fragua: no se aplaca con cumplimientos laterales: quie-
re mucho, casi lo quiere todo para sus hijos… en este punto tal vez su virtud
resbale hasta el exceso. (La incontinencia del feminismo maternal también
existe en otros países que sobra nombrar).
Hablar de un tipo femenino de cualquier país sudamericano es jugar a las
malas con las generalizaciones. De una parte, existen las Españas peninsula-
res; de otra, las Américas criollas, y de otro lado, todavía las mestizas… desde
Cádiz embarcó un mujerío andaluz bastante copioso: Carmen vino a aligerar
el remoto país de la piedra… De la Castilla empecinada vinieron Isabeles y
también algunas Juanas Locas. Del país vasco llegó más ración de sangre que
de las otras patriecitas, a juzgar por la talla aventajada que domina allí sobre
las gentes menudillas. Galicia parecer que prefirió quedarse en la lonja atlán-
tica, y es pena porque en una geografía tan cargada de patetismo hace falta la
miel del celta.
No nos quedamos en lo castizo español: dos presidentes un si-es-no es
sajonizantes importaron alemanes en los tiempos en que germanizar sólo pa-
recía europeizar… Allá adentro se multiplican con cierto cuidado de mantener
la ronda racial. El mundo que viene tal vez aconseje otra cosa a tales sordos y
sus remilgos irán cayendo uno por uno.
Los yugoeslavos acudieron más tarde y esta óptima arteria inmigratoria
circula por la anchura de la Patagonia. Han traído tanta fuerza y más belleza
física que los germanos y no se les conoce el engreimiento caucásico. Los
judíos han sido los últimos en llegar. Derramarán allí su levadura, que produce
en donde cae genios y líderes, comercio, cabezas desasosegadas y entendi-
mientos reflexivos. Les damos paz e igualdad a fin de convencerles de que la
Jerusalén celeste y la terrestre pueden comenzar para ellos en el precioso
Valle Central de Chile.
Sobre los cimientos vascos-extremeños hemos puesto, según se ve, tan-
tas vigas de madera exótica que en poco más ya no se podrá hablar de una
Euzkadi criolla, sino de un ajedrez harto parecido al Río-Platense. Seremos en

391
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

un siglo más una Europa ribeteada por la franja del mestizaje. Esta orla de
americanidad legítima bien que nos sirve por la vecindad del altiplano y del
trópico: un pueblo de piel blanco-cromo según la desean algunos conturbaría
un poco la hermandad del Pacífico y nuestro destino natural está indicado por
esa agua misteriosa.
El producto salido de los metales contrastados que se ha dicho recalcan
en la mujer ciertos rasgos del semblante que los viajeros han alabado en pági-
nas ya clásicas. Hay una mirada ardiente que, como el fuego, se aplica por
igual a lo grande y lo pequeño que la rodea, porque todo constituye material de
vida para el vital; y suele haber una voz que sube y baja de la dulzura a la
vehemencia, regresando siempre a la dulzura. Hay un hábito de servir y siem-
pre servir a los otros con la rapidez del pestañeo y dentro de un calor de
caridad paulina. Alegría la hay en las clases hartas, pero en la mujer del pue-
blo domina cierta pesadumbre oriental. (La belleza mucho depende de la sa-
lud y la dicha embellece tanto como aquélla). Sin embargo, la lengua popular
está salpicada de los cominos y las pimientas del burlador andaluz y del soca-
rrón criollo.
Las corrientes futuristas que recorren el mundo ya trabajan a las ciuda-
des mayores y están aplicando a los muros románicos de la vieja costumbre
unos grandes golpes de catapulta. La conmoción del planeta repercute tam-
bién en la Eva chilena, la remece y la muda en los centros urbanos. Su famoso
temperamentalismo la vuelve más sensible que la barra de mercurio al clima
calenturiento de la post-guerra. Así y todo, persiste en la provincia el terco
metal del carácter y la vida clásica y allí se defienden a la manera de nuestras
placas subterráneas, sin gesticulación, con un silencio severo que es resisten-
cia también.
1946.

392
América del Sur

Amanda Labarca Hubertson (1886-1975)

Pedagoga, ensayista y defensora de los derechos de la mujer. Logró


tempranamente, y no sin dificultades, un sitial en la esfera pública.
Cursó estudios tanto en Chile como en Estados Unidos. Se desempe-
ñó como Directora de Liceos, docente universitaria y funcionaria del
Ministerio de Educación. Entre sus obras está Adónde va la mujer
(1934), Historia de la Educación en Chile, 1939, Bases para una
política educacional (1944) Perspectiva de Chile, Feminismo
contemporáneo (1948).

Trayectoria del movimiento feminista de Chile 1


Siete decenios ha cumplido el movimiento feminista en Chile. Titubeante
luz de amanecer, asoma por allá en 1870, cuando dos hombres, salido uno de
las filas de la política conservadora, de su laboratorio de ciencias agrícolas el
otro, don Máximo Lira y don Jorge Mennadier, se atrevieron a afirmar bajo su
rúbrica que era posible que, siendo la mujer creatura de Dios, contase, al igual
que el hombre, con un cerebro inteligente. Afirmación por ese entonces revo-
lucionaria y peregrina.
La semilla caía en terreno fecundo. Principiaba a variar la composición
social chilena. El auge del comercio internacional, el laboreo afortunado de las
minas, la conciencia solidaria de obreros que acudían a sus “Sociedades de
Tipógrafos” y de “Socorros Mutuos de Artesanos”, anunciaban el adveni-
miento de una capa social que se infiltraría entre las dos que caracterizaron a
Chile desde la colonia. La componían gentes penosamente victoriosas de la
pobreza, que habían bregado, a la vez, contra sus propias limitaciones y las
que les oponía la rígida estratificación social de la época, y que comprendían
que la única herencia con que podían asegurar la superación de sus hijos era
una sólida educación.
Para la mujer tanto como para el hombre, decían los liberales más ilus-
tres, los que habían leído la obra capital de Stuart Mill sobre emancipación
femenina. Para la mujer, como para el hombre, repetían en voz baja las edu-
cadoras que moldeaban a las niñas de esa pequeña burguesía. Doña Antonia
Tarragó y doña Isabel Le-Brun de Pinochet, imploraban en vano a las autori-
dades universitarias que aceptasen a sus alumnas a exámenes valederos para
alcanzar el Bachillerato. Hasta que el tiempo llegó, cuando, en 1877, el más

1 Labarca, Amanda. “Feminismo contemporáneo.” (1947). +http://bibliotecadigital.indh.cl/


bitstream/handle/123456789/447/trayectoria_movimiento_feminista.pdf?sequence=1

393
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

esclarecido de los liberales, don Miguel Luis Amunátegui, con el prestigio de


su pluma, su ejecutoria de ministro, la entereza de sus convicciones, abrió a
las niñas de Chile con gesto decidido y visionario el portón cerrado de la casa
de Bello.
Por él avanzaron entre luchas y esperanzas: Ernestina Pérez y Eloisa
Díaz, las dos primeras mujeres que, al recibir el título de médico, conforme a
los reglamentos, se convirtieron en las adelantadas de todas las otras en el
continente iberoamericano. La segunda etapa la marca la creación de los
liceos fiscales de niñas, en los que soñó don Miguel Luis, y que la Guerra del
Pacífico aventara en sus comienzos. Hubieron de pasar cerca de veinticinco
años para que la tentativa arraigase sólidamente, con la fundación del Liceo
de Niñas Nº 1, de Santiago, en 1895, al cual siguieron, al principio con timidez
y luego con ímpetu avasallador, los cuarenta liceos femeninos que hoy existen
en la República.
Les habían precedido, a partir de 1854, las Escuelas Normales de Muje-
res, y desde 1888, las Escuelas Técnicas.
Cuando la que esto escribe, ingresó en 1922, en calidad de catedrática a
la Universidad, el ciclo de conquistas culturales femeninas en Chile completó
una etapa. Desde entonces ni legal ni prácticamente existen obstáculos para
el ascenso de la mujer por los senderos de la superación intelectual.
Dejan de ser ésas las metas de su trabajo. Desde 1915 la lucha se des-
plaza hacia las reivindicaciones legales. El 17 de Junio de ese año iniciamos
las labores de la primera sociedad íntegramente formada por mujeres y que
pretendía alcanzar por medio del esfuerzo de todas, la elevación colectiva.
Fue el Círculo de Lectura. El Club de Señoras, se formó inmediatamente
después. El Consejo Nacional de Mujeres, fundado en 1919, se preocupó de
la obtención de una mayor justicia social para la mujer. Como su Presidente,
nos cupo tomar la iniciativa de solicitar explícitamente los derechos civiles y
políticos, lo que se consiguió en parte con el decreto-ley firmado por el Excmo
señor Bello Codesido y don José Maza, el 12 de Marzo de 1925, que levanta-
ron las incapacidades legales que nos rebajaban a la calidad de un menor.
Ese decreto-ley fue pórtico y anunciación. Dio alas a la mujer para que
se congregara en sociedades múltiples, en Santiago como en provincias, y que
persistiera en las conquistas de sus derechos. El sufragio en cuestiones muni-
cipales, otorgado en 1934, marca el advenimiento de la mujer a los partidos
políticos, de donde surgen de inmediato doña Graciela de Schnacke y doña
Alicia Cañas de Errázuriz a ocupar puestos de alcaldesas en comunas de
Santiago.
Es que desde 1870 acá, el ejército de mujeres empeñadas en labores de
producción desde los talleres y las fábricas, las casas comerciales, los bancos,

394
América del Sur

las oficinas privadas, y públicas, el magisterio, las profesionales liberales, con-


tado al principio por decenas, suma ahora más de 300.000, y de entre ellas hay
quienes se han destacado hasta las primeras filas en la estimación de la Repú-
blica.
Prolongaría demasiado estas palabras el recuerdo de todas las que han
excedido en el cultivo de las artes y las letras. Rebeca Matte, Herminia Mois-
san, Gabriela Mistral, Marta Brunet, son iniciales iluminadas de los capítulos
que honran la cultura de las Américas.
En dos ocasiones las mujeres chilenas han realizado un recuento de sus
progresos: la Exposición Femenina de 1927, con motivo de la celebración del
cincuentenario del Decreto Amunátegui, y la otra en Diciembre de 1939, aus-
piciada por el MEMCH, después de cumplidas las bodas profesionales de
Eloisa Díaz y Ernestina Pérez.
Ahora trabajamos para celebrar un Congreso Nacional que nos reúna a
todas democráticamente, desde el sindicato de trabajadoras hasta las mujeres
universitarias, para reconocer lo que cada una ha realizado dentro de su cam-
po y lo que aún el pueblo de Chile espera de nosotras. Es el momento que el
ejército hace alto para recontar sus huestes y acordar su próximo objetivo.
¡Qué otro puede ser en estos agrios instantes, en esta sangrienta encru-
cijada de la cultura de occidente, que laborar porque la especie humana con-
viva en un mundo de paz, entre el respeto democrático de grandes y pequeñas
naciones, al amparo de las leyes que liberen a los pueblos y a los individuos de
la soberbia de los más fuertes, que nos brinden a todos justicia, libertad, demo-
cracia y bienestar y que permitan a la mujer laborar de igual a igual que el
hombre en el logro de estas ansiadas y queridas esperanzas!
1944.

Inciertos horizontes
En variadísimos tonos se comenta estos días en nuestro ambiente chileno
la inminencia del sufragio femenino. ¿Influirá? ¿Sí o nó? ¿Para bien o para
mal? Temen unos que el recato femenil sea mancillado inútilmente en la agria
turbamulta de las asambleas políticas; otros que su adhesión a los dictados del
confesionario determinen una especie de vuelta al período colonial, y, por
último, vaticinan no pocos que las esperanzas cifradas en su intervención
cívica son del todo desacordes con la naturaleza de la mujer.
¡Horizontes inciertos, entre cuyas brumas ansiamos inútilmente avizorar
claridades! No sabemos profetizar. Debemos resignarnos tan solo a auscultar
esta realidad que nos rodea. Pedirle a ella la clave. Y ella nos conforta. Que
las gracias y virtudes de la mujer se prostituirían en la educación superior y en
el trabajo extradoméstico lo vocearon todos cuantos los resistían en el siglo

395
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

pasado. La experiencia demostró lo contrario. El resultado de las dos últimas


elecciones en que hemos intervenido las chilenas puede resumirse así: en las
de 1942, las damas derechistas tomaron la delantera por 8.000 votos; en las
de 1945, esa cifra bajó a 3.000 en un total de 87.000 sufragantes. No es un
margen para asustar a nadie.
Se objetará que las elecciones para regidores no interesan ni atraen como
las de parlamentarios, y que en éstas las derechas se emplearán a fondo.
Igual cosa hay que esperar de las izquierdas y las cifras pueden volver a un
parecido equilibrio.
Mas, antes que prosélites de cualquier partido, tenemos la obligación de
servir a la democracia. Es decir, al gobierno de la mayoría. Mientras menos
personas acudan a los comicios, porque son analfabetos, indiferentes o, au-
sentistas, o, porque a la mitad de la población – constituída por los elementos
femeninos – se les prohíbe votar, más febles serán las bases del gobierno y
más próximo estará a convertirse en dictadura de unos pocos. Los intereses
de un grupo reducido acallarán los anhelos generales. En las últimas eleccio-
nes parlamentaras, sufragó apenas el 8.4% de la población total de Chile. Esa
ínfima minoría es el que prepara el porvenir de Uds., de mí, de nuestros hijos
y nietos, el que detenta las finanzas, el poder ejecutivo y el parlamentario. ¿No
estamos corriendo un riesgo demasiado grande al entregar el futuro de nues-
tra patria, de nuestra posición continental a un grupo ínfimo, si no en calidad,
en número?
El hábito no hace al monje. No basta rotularse de república democrática.
Precisa que lo sea de verdad, aumentando y mejorando continuamente sus
bases, ampliando el sufragio a un número siempre creciente de ciudadanos y
educándolos a todos – hombres y mujeres – en sus responsabilidades ante la
vida nacional.
Si con la participación femenina, la mayoría tendiese hacia la derecha, lo
deploraríamos todos cuantos somos izquierdistas; más, acatando los principios
y fundamentos democráticos, trabajaríamos por superarla por medio de una
acción inteligente, de una persuasión traducida en hechos que aliviasen el
sufrimiento popular y que proveyesen al bienestar de todos para atraernos de
nuevo el favor perdido. En esa lucha correcta y legal entre las mayorías y
minorías radica la posibilidad de progreso de una democracia.
Al ventilar estos argumentos, se suele traer a colación el ejemplo de
España, creyendo lo que han afirmado algunos: que la reacción derechista fue
obra de la mujer. Hay que preguntarle a quienes vivieron esos momentos y
fueron sus testigos presenciales. La izquierda se derrotó ella misma por las
disenciones internas. La terrible, trágica y fratricida lucha entre comunistas,
socialistas y radicales ha esterilizado en Europa como en Hispano América la

396
América del Sur

obra de las izquierdas; ha sembrado el odio en su seno; ha robado a sus


hombres el tiempo para dedicarse a las tareas constructivas de un mundo
mejor; los ha distraído de sus servicios en la solución de los aflictivos proble-
mas populares de la vivienda, la alimentación, el alfabetismo, para tenerlos
con el arma al brazo, atentos a parar los ataques incesantes, no sólo de la
derecha, sino de sus propios cofrades. Y aquí mismo, en Chile ¿por quién
perdieron las elecciones generales del 44 y todas las particulares que le han
seguido? No por obra de la mujer, sino por esa misma tragedia: la esterilidad
nacida de la contienda intestina.
Comunistas y socialistas luchan a muerte por la supremacía entre las
masas obreras, los sindicatos y los gremios profesionales; socialistas y radica-
les bregan por la captación de la clase media y de las posiciones llaves en el
gobierno que hoy es izquierdista. Esa lucha absorbe sus instantes, su inteligen-
cia, sus fuerzas. Total: que se desprestigian ante la opinión pública que no
puede sufrir pacientemente que concluyan de entenderse para que se ocupen
de mejorar el nivel de vida, detener la inflación, robustecer la economía cada
vez más precaria de la nación entera.
Odio, lucha, intransigencia en el campo de las izquierdas. En las dere-
chas, la fácil y agradable tarea de aprovecharse de esas disensiones y del
desprestigio que acarrean, para captarse la voluntad del hombre honrado que
necesita paz y esperanza para seguir trabajando, de ése cuyo nombre no
figura en los registros de las asambleas, pero que vota limpiamente y que, a la
postre, es el que da número a la futura mayoría.
A cuantos preocupa el horizonte incierto de la política chilena del mo-
mento, nos aflige la duda de que estos izquierdistas que no logran pactar un
convenio inteligente de tregua, obtengan triunfo alguno en los próximos comi-
cios. Es que nuestros políticos operan sin el freno de una gran opinión pública,
de hombres y mujeres que – aún sin mostrarse en la arena militante – de su
veredicto, repudien a los falsos profetas y expresen claramente sus anhelos
cívicos. Hoy, las mujeres sufrimos las consecuencias de una politiquería pe-
queña en la que no participamos. Pagamos contribuciones; nos afanamos –
con lágrimas a veces – para equilibrar el presupuesto familiar ante el alza
injustificada y cada vez más violenta de los precios; la madre de la clase
media y obrera no encuentra casa donde alojar a sus hijos, pero no tenemos
derecho a intervenir en la cosa pública.
Quienes propiciamos el voto femenino amplio, no intentamos, en modo
alguno, recomendar el gobierno de las mujeres ni un matriarcado como pare-
cen temerlo algunos escritores. En absoluto. La democracia es cooperación y
no subyugamiento. No todos los hombres tienen aptitud para las ideas abs-
tractas, ni vocación para la lucha política. Así acontece con las mujeres. La

397
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

ciencia moderna ha demostrado que no existen diferencias psíquicas funda-


mentales entre ambos; sí, una inmensa variedad de tipos en unos y otras,
felizmente. Prevalecen ciertas características en el sexo femenino; otras en
el opuesto; se dan con mayor o menor frecuencia, pero existen. Dejemos a
cada pajarillo con su canto. El mundo goza y se aprovecha de esa sapientísi-
ma variedad. Si hay mujeres con aptitudes de Juanas de Arco, no las conde-
nemos a la hoguera; permitamos que vivan y florezcan conforme a sus idea-
les, e igual cosa las Santas Teresas, y lo mismo aquellas que no ansían otro
horizonte que el alero de su casa. Las matriarcas obrarán con o sin voto si
tienen hechuras de tales y encuentren afeminados o débiles a su alcance. Y
las que no conciben el amor sino a base de admiración por el hombre, que
logren así su dicha. Nuestro anhelo es que los talentos, las aptitudes, las incli-
naciones femeninas se desarrollen por cauces humanos amplísimos para que
sean fieles a su destino, expresen su personalidad sin la restricción o la opre-
sión de infundados prejuicios, y hallen abiertos los caminos de superación para
todos sus legítimos afanes.
1945.

398
América del Sur

Elena Caffarena Morice (1903- 2003)

Elena Caffarena Morice nació en Iquique, Chile, el 23 de marzo de


1903. Junto a su amiga, la psicóloga María Marchant, se convirtió en
una de las primeras mujeres en participar en la Federación de Estu-
diantes de la Universidad de Chile (FECH).
En 1926, Caffarena logró su título de abogada, siendo una de las
primeras 15 mujeres juristas del país. Al egresar de la Universidad,
ya tenía clara su vocación de lucha por los derechos de las mujeres.
De hecho, se declaró “Feminista por vocación democrática”.
Una de sus obras más destacadas fue la fundación, en 1935, del
Movimiento de Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCH).
Esta organización la articuló junto a otras destacadas feministas del
país. El gran aporte del MEMCH fue concertar variadas movilizacio-
nes de mujeres en la lucha de sus derechos como trabajadoras, ma-
dres y ciudadanas.Entre sus obras se cuentan: Capacidad de la
mujer casada en relación a sus bienes (1944), Regímenes matri-
moniales en Latinoamérica (1948), Un capítulo en la Historia del
Feminismo. Las sufragistas inglesas (1952), El recurso de ampa-
ro frente a los regímenes de emergencia (1957), Diccionario de
Jurisprudencia Chilena (1959), Revista de Mujeres Destaca-
das (1960).

Un capítulo en la Historia del Feminismo. Las sufragistas ingle-


sas. “A manera de exordio” (Fragmento) 1
El feminismo es un fenómeno social. Como tal no se origina accidental-
mente. Tiene sus fundamentos en la realidad misma, emerge de los aconteci-
mientos y posee características y leyes propias.
De la misma manera que no han sido los líderes obreros los que crearon
la organización del proletariado, el movimiento feminista no ha nacido porque
relevantes figuras, en un momento determinado, centraran en él su acción, o
porque las instituciones trabajaran por la liberación de la mujer. La acción
organizada de la mujer, fué la expresión de una realidad ya existente. De ahí
que todas las formas de la violencia, hasta las más brutales, ejercidas para
reprimir las primeras manifestaciones del feminismo, no fueran capaces de
acallarlo o detenerlo en su desarrollo. La mujer ha impuesto finalmente, gra-
cias a una limpia y sostenida lucha contra los que deseen formas estáticas y
limitadas de vida, que se reconozca al movimiento femenino como una nueva
fuerza social.

1 Ediciones del MEMCH, 1952.

399
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Fue la revolución industrial la que, al aventar a la mujer de su casa para


incorporarla al gran trabajo productor, originó tal cúmulo de situaciones des-
conocidas en la colectividad, que concluyó por crear finalmente una mujer
nueva, con diferente conciencia de su posición y de sus posibilidades.
Desde que el maquinismo comenzó su gigantesca absorción de mano de
obra barata, la mujer sintió que entraba en un mundo que no se acomodaba en
absoluto para recibirla. Su vida, en cambio, se había transformado profunda-
mente al duplicarse sus responsabilidades: a sus obligaciones domésticas se
juntaba ahora su nueva actividad de productora fuera del hogar. Esta situa-
ción contradictoria la empujó, a veces tímidamente, otras con desesperación,
pero muchas también con serenidad, hacia las fuerzas nuevas que nacían de
la sociedad industrial y comenzaban a plantear sus reivindicaciones. La reac-
ción intentó rescatar a las mujeres hinchando el manto de la caridad. Sistemas
pseudo-filosóficos se encargaron de cultivar en ellas el sentimiento de inferio-
ridad respecto al hombre, recalcando que dicha condición estaba arraigada en
la naturaleza misma de sus casas. Gran número de mujeres se restaron a la
lucha por el peso de los prejuicios, por el lastre de actitudes decantadas en
siglos de sujeción y por el falso embrujo de teorías apadrinadas por pensado-
res y hombres de ciencia. Muchas cedieron al llamado que se esconde bajo el
lema, más emotivo que verdadero, de “reina del hogar”. Estas mujeres, al
sumarse a las fuerzas conservadoras, entorpecieron obstinadamente la mar-
cha creciente del movimiento femenino. Pero el axioma de que cuanto es
socialmente verdadero, es invencible, se cumplió aquí una vez más. La lucha
por los derechos de la mujer nutría su vigor más permanente en la vida dura
de todas aquellas, que lanzadas en las distintas actividades del trabajo, encon-
traban una organización social siempre pronta a explotarlas y posponerlas,
organización fría, feroz, inexorable, dentro de la cual a la agotadora actividad
frente a la máquina del taller, o en la oficina, se sumaba al final del día, la tarea
del hogar, junto al fogón de la cocina.
El feminismo con sus propósitos y afanes de emancipación nació bajo un
signo de combate. Pero, la ideología de sus grupos dirigentes mas connotados,
reconocidos en la historia como los precursores, no fué jamás revolucionaria;
es decir, no trató de transformar profundamente la sociedad, sino tan solo de
incorporar activamente a la mujer a la sociedad existente.
Las feministas de la época heroica creían, sinceramente, poder perfec-
cionar dicha sociedad al obtener derechos y responsabilidades, no sólo porque
la conquista del voto ampliaría las bases del proceso democrático, sino tam-
bién porque estimaban en mucho el valor de su pureza social, como fuerza no
contaminada con la corrupción política o administrativa.

400
América del Sur

Es preciso señalar además tres circunstancias fundamentales para com-


prender el carácter y las limitaciones con que nació el movimiento feminista.
El primer lugar la situación capital de estar la dirección del feminismo, en los
pueblos de habla inglesa, en manos de sufragistas acomodadas, emparenta-
das, y muchas veces a los miembros del mismo gobierno que las perseguía.
Enseguida, el error de los partidos socialistas de dejar el movimiento entrega-
do a su propia suerte, como consta de los acuerdos del Congreso de Sttugart
en 1907. Finalmente, no fué menos importante, la falta de una participación
más intensa de las obreras, en las etapas iniciales de la lucha por el voto,
motivada en la imposibilidad para actuar en que muchas se encontraban, ante
el agobio de sus problemas económicos y domésticos.
Pese a estos hechos, al impacto de fuerzas poderosas que configuraban
la realidad, se moldeó un movimiento femenino con características definidas,
profundo y superior, más allá de la fugitiva racha de histerismo que se creyó
ver en él en el primer instante y al cual se pretendió sofocar con crueles
medidas represivas.
A través de la acción y con el correr del tiempo, el feminismo, fué toman-
do variadas orientaciones. A medida que la mujer adquiría sus derechos polí-
ticos, adhería y se distribuía entre los partidos existentes. Hoy, en el campo
estrictamente burgués, las organizaciones femeninas demuestran una eviden-
te esterilidad. Toda acción toma un marcado acento de parodia. Conseguido
el voto, más algunos cargos diplomáticos y otros de figuración, parece como si
el estímulo por las grandes causas que fueron la razón de ser del feminismo,
hubieran perdido toda savia. Los centros de lucha de otros tiempos, son ahora
escenarios de festejos. Si todavía un pequeño grupo conserva el fuego sagra-
do de otra época, estudia los problemas y opina que aún hay mucho por solu-
cionar, aparece en estos círculos como duendes que rondan por los sitios que
fueran teatro de pasadas glorias.
Por distinto camino se han ido las que creen que la emancipación de la
mujer no puede realizarse completamente, sin la participación de otros secto-
res, sin nuevos acomodos colectivos que modifiquen la ambigua situación ac-
tual. La sociedad le debe aún a la mujer protección integral como madre, en
su persona y en la de su hijo, e igualdad con el hombre, como trabajadora.
Pero no igualdad a cualquier nivel, y ahí está quizá la mayor y fundamental
diferencia con la feminista de otros tiempos. Esta última, al desarraigarse de
su hogar por fuerzas superiores, miró al hombre como a su enemigo. Por su
limitación para aspirar entonces a mayores cambios sociales, por su incapaci-
dad para encontrar las verdaderas causas del sometimiento y explotación de
que era víctima, cayó en acusaciones de las que éste emergía como el grande

401
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

y único culpable. Contrariamente a esta posición, la mujer de hoy ha madura-


do lo suficiente como para aspirar y encaminarse hacia esa etapa de armonía
de la pareja humana que debe ser requisito indispensable de toda sociedad en
ascendente progreso. La competencia de sexos y la desintegración del matri-
monio son propias de sociedades en las que no existe seguridad económica y
cuya imperfecta democracia mantiene la co-existencia de grupos privilegia-
dos e indefensos.
Los caminos que pueda haber tomado, bajo diversas condiciones, el mo-
vimiento femenino o lo que pretende de tal, no desvirtúa en modo alguno su
timbre original. El doble rol asumido por la mujer, desde su incorporación a la
vida económica de la gran sociedad industrial y mecanizada, la ha hecho sufrir
con mayor rigor el embate de los problemas colectivos. De ahí que el movi-
miento femenino esté ligado desde sus comienzos a la conquista de los dere-
chos democráticos y la defensa de la seguridad. No es casual, ni mera pre-
ocupación de damas ociosas, el que se haya multiplicado en nuestro tiempo,
tanta asociación femenina por la libertad y contra la guerra. Sus campañas
por la defensa de la infancia, de la madre trabajadora, por la extensión de las
oportunidades de capacitación y de los derechos individuales, no son sino
expresiones específicas de la creciente claridad con que la mujer contempo-
ránea comprende el problema de la democracia y de la paz.
El movimiento femenino tiene pues sus características propias. Querer
desconocerlas, desvirtuarlas o ignorarlas simplemente, expone el movimiento
mismo a un grave riesgo.
La necesidad vital que tiene la mujer de mejorar sus status integral, va
unida así, en una cadena, a múltiples problemas. Las soluciones, sin embargo,
no parecen las mismas a las interesadas y van, por lo tanto, a buscarlas en
distintas tiendas. Ahí están para ello, los partidos políticos en evidente profu-
sión. Pero hay, con todo, necesidades inmediatas, carencias que son sólo su-
yas y que los partidos, abrumados de quehaceres y compromisos, no acoge-
rán con urgencia o entusiasmo, sino una vez que grandes grupos de interesa-
dos hayan exteriorizado sus aspiraciones.
A las organizaciones femeninas les incumbe el papel de una central en-
cargada de mostrar, por el conjunto de medios a su alcance, todo cuanto
reclame reajuste o creación. De ahí, los partidos políticos podrán recibir sus
mensajes a través de sus respectivas afiliadas. Porque no deben estas organi-
zaciones pretender suplantar a los partidos o prescindir de ellos convirtiéndo-
se en partidos políticos femeninos. En esa forma se disgrega, confunde y aisla
a la mujer.
De nada vale tampoco, conservar el nombre de organización que se de-
dica exclusivamente a los problemas de la mujer, si la acción sigue estrecha-

402
América del Sur

mente una bandera partidaria de cualquier color o aún, lo que hoy es lo más
grave, los pasos de un gobierno. El interés de la mitad de un pueblo es de
mayor importancia y permanencia, que la inmediata cercanía del poder. Ne-
cesitan las agrupaciones cierta independencia para emitir sus juicios y sus
críticas; de esta única manera se hacen respetar y establecen el principio de
que la ayuda gubernamental debe existir gratuitamente, sin necesidad de com-
prarla con tributos palaciegos o inadmisibles claudicaciones. Basta meditar
cuán corto es, mirado a la distancia, el tiempo en que va el poder de una a
otras manos, o sea de una a otra política gubernamental. Si la acción impresa
al movimiento femenino está sujeta a tales cambios irá naturalmente a la
deriva hasta caer en cualquier momento en iniciativas equivocadas, como son
por ejemplo, a nuestro juicio, las leyes protectoras.
Por cierto que las fuerzas tradicionalistas que operan en la vida colectiva
buscan por todos los medios, sustraer el máximo de mujeres a una posición de
combatividad. Saben bien cómo ellas representan un rico aporte a las fuerzas
progresistas que habrán de demoler el reaccionarismo y las discriminaciones.
Por eso es que desde estos sectores se multiplican los llamados a los senti-
mientos, a la dignidad femenina, a la femineidad, a las virtudes hogareñas. Son
las mismas armas que en el siglo pasado se esgrimieron para denigrar, desfi-
gurar, y escupir a las valerosas inglesas que conquistaron para las mujeres del
mundo los primeros escalones en el camino de su liberación.
Sabemos cómo existe hoy en nuestro país una urgente necesidad de con-
glomerar el movimiento femenino, sobre una línea sincera y clara de acción.
La realización de esta tarea implica sin embargo, reconocer errores, enmen-
dar rumbos, abocarse al estudio reflexivo y asumir responsabilidades con va-
lentía y ánimo elevado.
Las mujeres no debemos olvidar que cada conquista en el movimiento
femenino ha sido lograda a través de una lucha sostenida. Este mero recuerdo
debería darnos mayor prestancia y seguridad; este convencimiento debería
ser nuestra mejor defensa contra las tendencias que buscan confundirnos
para restarnos al proceso democrático general.
Mil problemas urgentes nos aguardan, problemas que reclaman una ac-
ción mancomunada de todos los grupos femeninos, y que de realizarse con
amplitud y sinceridad, repercutiría hondamente en nuestra vida colectiva.
Empecemos por las tareas más inmediatas. Pero empecemos ya y sin temor.
“Kaiser Wilson –decían los letreros de las feministas norteamericanas en ple-
na guerra de Estados Unidos contra Alemania en 1917– Ud. no puede salir a
defender la libertad al exterior si ella no existe en su país”. Hay una perenne
enseñanza en las actitudes asumidas por las mujeres en sus luchas, en nuestro
país, como en otras tierras y en otras generaciones. Sepamos aprovecharla.

403
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Julieta Kirwood Bañados (1936-1985)

Socióloga, intelectual del área de las ciencias sociales, activa impul-


sora del movimiento feminista en Chile. Precursora de los estudios
de género en Chile y América Latina. Entre sus obras están El femi-
nismo como negación del autoritarismo, Ser política en Chile: Las
feministas y los partidos, 1982. Tejiendo rebeldías: escritos femi-
nistas de Julieta Kirkwood, 1987.Ser política en Chile: Los nu-
dos de la sabiduría feminista, 1990.

El feminismo como negación del autoritarismo1


Generalmente confiamos en dar una descripción lo más completa posible
del problema que nos inquieta: en este caso la difícil relación entre la Política,
lo Feminista y lo Popular; tres dimensiones ya complejas por sí solas. Desde la
partida, he querido rechazar una forma “realista” tanto como otra “idealista”
para dar cuenta de la manera en que estas tres dimensiones se interrelacionan
y se significan mutuamente en la situación chilena.
De ahí que haya optado por transmitir una serie de reflexiones que me
han surgido al tratar de ver, desde una perspectiva de su interés latinoameri-
cano, el problema del feminismo como política en Chile.
Obviamente, todo planteo político-ideológico surge desde un ámbito his-
tórico-cultural propio y aparece teñido por su signo. En este sentido, podría-
mos decir que los movimientos feministas o movimientos políticos de mujeres
en América Latina en los últimos años aparecen y se constituyen en, a lo
menos, tres situaciones muy gruesas de historicidad: a) situación democrática
formal que puede tener distintos momentos y signos; b) situación revoluciona-
ria y c) situación de quiebre democrático y autoritarismo.
Reconociéndole a cada una de estas situaciones una complejidad aquí
inabordable, me referiré al surgimiento y sentido del feminismo en Chile bajo
el manto y el peso del decenio del Régimen Autoritario.

1 Esta serie de documentos es editada por el Programa de la Facultad Latinoamericana de


Ciencias Sociales (FLACSO), en Santiago de Chile. Las opiniones que en los documentos
se presentan, así como los análisis e interpretaciones que en ellos se contienen, son de la
responsabilidad exclusiva de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de
vista de la Facultad.
Ponencia presentada al grupo de trabajo FLACSO, de estudios de la Mujer, Buenos
Aires, 4 Diciembre, 1983. Se trata de una versión revisada del trabajo presentado en el
XI Congreso Internacional de Latin American Studies Association, Septiembre 29- Octubre
1º, 1983, Ciudad de México.

404
América del Sur

Al feminismo, como al resto de los movimientos sociales contemporá-


neos puede identificársele por la ocurrencia de 3 principios básicos: a) princi-
pio de identidad; b) de oposición o definición de su adversario, y c) principio
totalizador, o formulación del proyecto global alternativo. (Touraine).
Bajo esta categorización, los movimientos sociales son más “lo que pre-
tenden” que lo que “efectivamente son”, importando entonces más los conte-
nidos cualitativos que se expresan que su cantidad precisa, o el grupo social
que los encarna. Este procedimiento nos permite evitar la tendencia a definir
al movimiento feminista esquemáticamente, por la lógica de la dominación de
clases, descuidando otras dimensiones de particular importancia como son la
lógica patriarcal (dominación de género) y podrían ser las dimensiones de la
discriminación por edad.
Pienso que, desde este punto de vista, hablar, dar por sentada la relación
feminista-popular, es haber tomado un compromiso conceptual que previa-
mente pudiera afirmar la validez, excluyente, de una categorización predefini-
da por la lógica de clases.
A partir de estos antecedentes, intentaré una breve interpretación del
feminismo chileno como “política” en un ámbito de vigencia autoritaria.
El proceso socio-político que se venía constituyendo históricamente en
Chile en los 50 años previos al 73, era el proceso de constitución de una
comunidad política cuyos objetivos fundamentales era, por una parte, la incor-
poración creciente, vía la “ciudadanía política”, de aquellos que “no estaban
incorporados”: sectores medios, obreros, campesinos, mujeres, jóvenes; y, por
otra parte, el propósito declarado de destruir la dominación oligárquica, así
como el sistema político institucional y los valores culturales que la legitima-
ban. La sociedad en su conjunto parecía abierta a la expresión de nuevas
dimensiones a través de sus mecanismos de acción social, políticas estatales y
de partidos políticos.Todo ello en cierto marco de crecimiento económico sos-
tenido por un proceso de desarrollo industrial, de crecimiento urbano y de
reforma agraria.
Ahora, si bien este esquema de democratización sostenido es válido para
el plano del sistema político formal, no lo es tanto para el sistema de poder
social. O sea, no lo es tanto para el ámbito de las relaciones de clase, el ámbito
cultural, ámbito del poder económico y menos aún para el ámbito de las rela-
ciones sexo-género.
A nivel de la sociedad civil no había una correspondencia con los logros
que sí se encontraban a nivel de la sociedad política. Enzo Faletto de un ejem-
plo significativo al respecto: un obrero podía llegar a ser senador por repre-
sentación de un Partido Popular, pero su condición de “excelentísimo” en el
parlamento poco tenía que ver con la relación obrero/patrón que el mismo

405
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

obrero sufriría en la relación social cotidiana. De igual modo, la condición de


“representante política” de una mujer en el parlamento, tampoco garantizaba
un cambio hacia ella en todo lo imbricado en el sistema de relaciones familia-
res o en el sistema de atribución de género.
En una situación en que lo predominante era la perspectiva política, fue-
ron las relaciones de clase y su lógica las que quedaron preferentemente
incluidas en el ámbito de lo político, sin que se asumiera o se expresar otras
dimensiones. Así, las dimensiones socio-culturales y las dimensiones de sexo-
género quedaron oscurecidas.
Hay una democracia política desarrollada, pero la democracia social con
todo su sistema de pautas de conducta interpersonales es bastante menos
expresada y desarrollada.
Sin embargo – y pese a esta no correspondencia entre sistema político y
sistema de relaciones concretas, cotidianas – el avance democrático en el
sistema político significó una amenaza real a la hegemonía y a la praxis de los
sectores político-económicos dominantes, lo que se tradujo en el advenimiento
del régimen dictatorial de extrema derecha.
Uno de los temas de primera importancia para la perspectiva feminista
fue, precisamente, el hecho de que el Régimen para imponer su autoritarismo
no sólo recurrió al poder omnímodo de sus fuerzas militares, sino que también
recurre – brutal y exitosamente – a todo el autoritarismo subyacente en la
sociedad civil. No las únicas, pero sí explícitamente las más, fueron las muje-
res, desde su condición femenina y seguirán siendo, los grupos más proclives
al autoritarismo y el conservantismo social. Este hecho bastó en ciertos mo-
mentos para explicar por qué las mujeres no asumieron la lucha política en su
situación de clase.
Se daba entonces la extrema paradoja, evidente en las estadísticas, de un
gran sector político de clase-masculino (45%) que cuestionaba a fondo el
sistema político, cohabitando con otro gran sector, multiclase y femenino (70%),
sumido en el autoritarismo, expresando su rechazo al cambio social o, en el
mejor de los casos, detenido en un plano de apatía y desinterés político.
La explicación que se intentaba a esta situación se afincaba en oscuras
motivaciones “naturales” y biológicas.
Para el análisis feminista sin embargo, empezó a ser evidente que la
razón de ser del autoritarismo o conservantismo femenino no radicaba en
“esencias” femeninas, sino que por el contrario, obedecía a una “razón de
género” y por lo tanto a una pura construcción social, cultural y política, cuyos
parámetros eran otros, apenas atisbados.
Más aún, desde esta perspectiva feminista quedaba en evidencia que el
autoritarismo societal no sólo provenía de la burguesía y de las castas milita-

406
América del Sur

res, sino que el discurso autoritario también proviene de las clases medias,
incluyendo profesionales e intelectuales, de las clases proletarias y campesi-
nas. En realidad, de la totalidad de la sociedad.
En todos estos sectores, que “estaban” por el cambio social, las ideolo-
gías parecían bifurcarse en dos planos con absoluta naturalidad: la ideología
progresista, revolucionaria, aparece constituida en un ámbito político público,
totalmente ajeno al contexto de las relaciones y conductas sociales, cotidia-
nas, reales.
Por el contrario, la ideología tradicional, conservadora, proporcionaba un
modelo coherente a la situación real jerárquica, disciplinaria, constreñida, que
implicaba la vivencia de los roles femeninos al interior de la familia, para todas
las clases sociales. La ideología tradicional autoritaria, “inmovilista”, cautela-
dora del “orden”, se corresponde con una práctica concreta rígida y cerrada
al cambio.
No es del caso insistir en un retrato de la destrucción política, cultural y
social que nos han significado los últimos diez años. Por sus implicancias, me
gustaría rescatar las observaciones que a Alain Touraine le sugirió la coyuntu-
ra política chilena de los últimos meses: su opinión es que se está frente a una
situación de poder total frente a la cual no ha sido posible oponer un proyecto
político también total, debido esencialmente a la desaparición de los actores
sociales.
Este hecho se expresaba, a su juicio, en 3 circunstancias elementales.
- los muertos de las protestas son “víctimas” y no “mártires”.
- no se logra traducir el ruido de “cacerolas” en voz humana.
- presencia pública de un fascismo barato cuya base principal lo constitu-
yen mujeres junto a los militares y los niños.
Estos hechos, aunque no lo parezcan, están profundamente imbricados
con el “hacer política” atribuido a las mujeres: a ellas corresponde el apoyo, el
llanto por las víctimas de la guerra, la cautela del orden, la glorificación del
poder.
(Constituir “mártires” implica, ciertamente, haber generado héroes, es
decir, cara al autoritarismo, desafían el poder. Hacer héroes es afirmar una
contra legalidad y una contra cultura en cuyo valor ha de creerse por sobre
todas las cosas).
En cierto modo, se están generando en la conducta social chilena ciertas
pautas que tradicionalmente se identificaron con lo femenino. Esto es claro de
entender luego de un proceso sostenido de reducción a la sobrevivencia, de
atomización social, de velamiento de las relaciones político-sociales, de casti-
go y represión d todo atisbo de rebeldía: así como la imposición total de un
Estado patrimonialista que administra el Estado como se administra la casa:

407
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

una sola vez determinando los fines y los medios adecuados a los válidos, e
incapaces de discernimiento.
En esta situación los partidos políticos que subsisten dificultosamente,
has perdido, en su mayoría, la relación esencial, directa, inmediata y “deriva-
da” de lo que eran tradicionalmente sus bases: aquellos a quienes representa
y articula en conciliación de intereses. La Derecha política abandona clases
medias altas y opta por una tecnocracia que también pierde luego de su fraca-
so. También ha perdido a las mujeres más activas (poder femenino) que pa-
san a constituir el núcleo de movilización de la Secretaría de la Mujer y CEMA,
que controla directamente –ideológica y materialmente– la Presidencia con-
yugal. El centro político (DC) abandona las clases medias y olvida su populis-
mo y cooperativismo. El PC, abandona la clase obrera, su base reconocida,
hoy disminuida y por debajo del 18% y se orienta hacia los sectores margina-
les y campesinos. El PS, dividido y reunificado pareciera buscar reconstituir
sus bases históricas: profesores, educadores, profesionales, funcionarios y
sectores “populares”.
Hay por todas partes una suerte de búsqueda de bases míticas, las cuales
parecen personificarse en dos categorías también míticas: los pobladores y las
mujeres.
Las mujeres, otra vez, aparecen como la gran base misteriosa y rediviva.
Históricamente, las posturas de izquierda disputan las bases femeninas al
tradicionalismo. Siempre la han perdido. Sin embargo, siempre confían en que
las condiciones materiales las vuelquen a mirar como “su salida” aquella ofre-
cida a la “familia proletaria”.
Pero, tradicionalmente, no hay más que eso. Las mujeres, aún las propias
mujeres populares no perciben, no entienden (mayoritariamente hablando) el
ofrecimiento político que les presenta la izquierda. Y es claro que así sea.
Donde se le ofrece subvertir el orden del capital y el trabajo, ella se sabe
“no trabajadora”; ella es “dueña de casa” o “compañera”.
No se reconoce a sí misma como “fuerza productiva” y cuando sabe –
con gran dificultad puesto que no ha sido verbalizado culturalmente – que es
por el contrario, fuerza reproductiva de la fuerza de trabajo, sabe también que
éste es un problema no-principal, de resolución derivada de los cambios de la
estructura social.
Sabe que nunca podrá “tomar el poder”, bocado de obreros y campesi-
nos; (más aún si se le dice ser “poseedora” del “otro poder” del poder de la
casa; del poder del afecto; del chantaje emocional (reina, ángel o demonio del
hogar), por naturaleza biológica, por el placer de ser apropiada y sometida.
Por estar instituida en lo privado, aborrece de lo público.

408
América del Sur

Ahora bien, esta inserción conservadora o “reaccionaria” de las mujeres


en Chile, así como su anverso: la pasividad, la abulia y el desinterés de las
grandes mayorías de mujeres en lo político fue siempre explicada definiendo y
enumerando los llamados “obstáculos” que se oponen o que inhiben la “incor-
poración política” de las mujeres.
Estos “obstáculos” aparecen más que a menudo, como decíamos ante-
riormente, enraizados en argumentos naturalistas biológicos que termina re-
afirmando la existencia separada –y necesaria– de dos ámbitos experiencia-
les: lo público y lo privado.
Lo “privado” es visto como un dominio efectivo, irreductible y confuso de
la “afectividad”, la “cotidianeidad” y la “individualidad”, y por lo tanto, algo
que está fuera, “excluido de” lo político.
Pero no excluido de la “responsabilidad” de aquellos que social y política-
mente responden por las conductas y actitudes de sus compañeras-esposas-
hijas. Es labor particular, privada, de cada uno, conquistar, convencer y dar
cuenta de las conductas políticas que se expresan desde sus respectivos ám-
bitos domésticos.
Sin embargo, sorprende, desde un punto de vista político progresista que
no se diera mayor importancia ni se profundizara más allá en el aspecto si-
guiente: que este dominio de lo privado presentaba una sensibilidad extrema a
los predicamentos del orden conservador.
Este aspecto jamás pareció significativo ni definitorio a los analistas so-
ciales y políticos que se ocuparon del tema de los obstáculos a la participa-
ción-incorporación de la mujer en la política.
Podría decirse que más allá de la satisfacción o el repudio ocasionales,
tanto las ideologías de centro, izquierda o derecha, asumían que la mujer esta-
ba instituida en el ámbito de lo privado doméstico. Por lo tanto no se hacía
cuestión ni de la “inexpresividad” de los partidos progresistas, en cuanto a la
condición de la mujer, ni de la notable expresividad con que la derecha hacía
caudal de la abulia política femenina.
Así, paradojalmente, desde ambas perspectivas el “problema femenino”
se reducirá a una siempre idéntica y renovada disputa por la condición de
“adalid” en la defensa de la familia, llámase esta familia popular, proletaria o
simplemente, chilena.
Desde luego, permanecerá intocada y/o sacralizada toda la red interior
jerárquica, disciplinaria y rígida que ha conformado históricamente a la institu-
ción de la familia.
Tampoco será cuestionada, obviamente, toda la reproducción del orden
que se realiza, en su interior, vía la socialización de los niños.

409
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

En el fondo, pareciera que la que está en disputa por izquierdas y dere-


chas… es quien cautela mejor este núcleo de valores del orden patriarcal que
es –en nuestra opinión– la familia.
Retomando aspectos más generales, diríamos que para las concepciones
ortodoxas de izquierda o derecha, el tema que se plantea no es, ni ha sido, el
problema de la búsqueda de “significados” a lo que positivamente podría ser,
o es –y cómo es– “hacer política” desde las mujeres, considerando el lugar
que ocupan dentro de la sociedad, vale decir, articulando clase y género.
Por el contrario, cuando desde la política y su análisis se piensa en “obs-
táculos” se está realmente pensando en estrategias y tácticas: en qué hacer
para acarrear, aunque sea esporádicamente y por invocaciones simbólicas
–“mujer chilena”, “madre de la chilenidad”; “cauteladora de la gran familia
que es la patria”; “defensora de sus hijos”; “mujer: levántate y lucha por los
tuyos”, etc. – a las grandes mayorías femeninas hacia los respectivos proyec-
tos. A la inversa, “obstáculos” será también todo lo que impide que este aca-
rreo sea así.
Si todo lo que se ha descrito no es hacer política desde las mujeres enton-
ces cabe preguntarse qué y cómo podría ser esta política.
Desde el análisis feminista, creemos que lo fundamental no es consignar
qué o cuánto les falta a las mujeres para incorporarse, en la forma y en el
fondo a una política que ya “está en marcha”, y de alguna manera predetermi-
nada, a la que simplemente habríamos de sumarnos las mujeres –aún con el
discurso de la “especificidad”– y apoyarla, también, con conductas políticas
predefinidas.
El problema es, más bien, preguntarse qué significa el hacer política de
las mujeres, a partir de la propia experiencia social y cultural y, a partir de la
constatación de las propias carencias.
Para decirlo con mayor claridad, no se trata de preguntarnos tan sólo,
cómo y cuánto, se incorporan las mujeres – o cómo no se incorporan – a la
política vía su conducta electoral, inserción en partidos políticos o movimien-
tos; en organizaciones societales comunales o vecinales, si no que la cuestión
es apuntar a cuál es la dimensión política que le corresponde a la naturaleza
de la “exacción”, o “apropiación” o “alienación”, de que la mujer en cuanto
tal, ha sido objeto en la sociedad humana.
Sólo entonces, frente a esta dimensión, habría que preguntarse si la alie-
nación de género, se expresa o no: qué es lo que impide o perturba su reivin-
dicación (toma de conciencia; cómo se perfila en los distintos sectores o gru-
pos; cómo contribuye o desalienta la constitución de la sociedad capitalista;
cómo niega o reafirma las ideologías clasistas, etc.

410
América del Sur

Luego de esbozado o perfilado ese quehacer, podremos hablar de obstá-


culos objetivos y subjetivos: de todo lo que se opone a la formulación y a la
realización de esos contenidos en la vida concreta, dimensionada por varia-
bles económico sociales históricas.
Seguidamente, habría que considerar cómo, una vez constituida en ex-
presión política formal, (movimiento, partido o qué?) plantea alianzas, estable-
ce conciliaciones con otras fuerzas, y, finalmente, cómo formula, “su utopía”,
esquema de otro proyecto social global.
Para expresar este tipo de política feminista sería necesario, en primer
lugar, construir un concepto “no sexista” de política, que incluye, como térmi-
no válido y simétrico, el mundo de lo experiencial “privado” y “cotidiano”.
Un camino podría consistir en reflexionar sobre lo que podría entenderse,
en general, por quehacer político.
Aproximadamente: toda persona humana, aún la más alienada contiene
una idea, una “virtualidad” de su ser humano en plenitud: su identidad.
La realización social –el planteo y la búsqueda– de esa virtualidad es su
hacer político.
Sólo una vez iniciado el camino de esta virtualidad –iniciada su bús-
queda– se podrá emprender la “virtualidad humana total”.
Partir al revés: pretender que todos los grupos se planteen la sola realiza-
ción virtual humana total, ya sea de personas o clases, “histórica”, “científica”
o “éticamente” definidas, esta realización será para el sujeto alienado –si se
ignora a sí mismo– espúrea, pervertida.
En un trabajo anterior 2, derivábamos de algunas concepciones teóricas
del patriarcado, formuladas a partir de la praxis feminista y de la crítica de la
teoría del valor en Marx, ciertos “caminos” para el planteamiento de una
política feminista que cumpliera con los requerimientos esbozados más arriba.
Así, planteábamos que la praxis política de las mujeres en tanto proceso
y proyecto, debiera ser el acto de “negación”, permanente de aquello que se
interpone a su liberación: negación de los mecanismos que reproducen su
alienación y, al mismo tiempo, negación de todo aquello que constituyó el
origen o génesis de la subordinación genérica de la mujer. 3
(Cabe añadir que referirse a la subordinación genérica no implica, en
modo alguno, negar la incidencia profunda que ejercen sobre las mujeres, las

2 “La política del feminismo en Chile”, Julieta Kirkwood, Documento de Trabajo Nº 183,
FLACSO-Santiago, 1983.
3 Se ha usado el concepto de negación según fue formulado por Luckacs, como superación
de la condición alienada. Ver “Historia y Conciencia de clases, George Luckacs, Grijalbo,
México, 1981.

411
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

variables que instituyen la desigualdad social –clase, grupo de clase, área de


actividad, condición de trabajo, educación, etc…– sino, por el contrario, la
discusión sobre géneros sexuales nos significa incluir dimensiones que no es-
taban integradas a la pura lógica teórica de las clases y que por cierto, contri-
buyen a clarificar algunos de los grandes vacíos en el actual análisis del capi-
talismo, como fenómeno total).
A modo de primera aproximación, esbozábamos algunos contenidos de
esa negación:
- Negación de la existencia de dos áreas de experiencia y actividad hu-
mana excluyentes y separadas: público y privada, en tanto que encubren cla-
ses cerradas e irreductibles de actividades en virtud de géneros masculino y
femenino. La necesidad de estas 2 áreas excluyentes, se hace más compren-
sible desde el análisis que hace Arendt en “La condición humana” 4 sobre las
esferas pública y privada, en donde a la esfera de lo público le corresponde el
mundo de lo político y el mundo de la libertad. A la esfera de “lo privado”
corresponde el mundo de lo doméstico, incluyendo esclavos, mujeres y niños,
y “su reino”, es el reino de la necesidad.
En este esquema se accede a lo público político, o sea a la libertad, si se
tiene, y sólo si se tiene, garantizado el dominio de las necesidades vitales.
La fuerza y la violencia se justifican en la esfera privada doméstica pues-
to que son los únicos medios para dominar la necesidad (se puede gobernar a
los esclavos, mundo del trabajo; a las mujeres y a los niños, mundo de la
afectividad, la procreación y la sucesión, sólo mediante la fuerza y la violen-
cia).
Es obviamente la negación de este tipo de separación entre lo público y lo
privado, el primer aspecto que se hará evidente en la formulación de una
política feminista que busque una recuperación de una identidad humana para
las mujeres sumergidas en el mundo de la necesidad. Los contenidos de la
política feminista se derivarán de esta primera distinción.
- Negación de la condición de “improductiva” de “no-trabajo” atribuida a
las mujeres en su rol de reproductoras individuales de la “fuerza colectiva” de
trabajo.
- Negación de la situación de “dependencia” que como grupo socio-cul-
tural sufren las mujeres en los ámbitos cívicos, políticos, económicos, sexual y
psicológicos.
- Como resultado, negación de la condición de “alteridad”, de “objeto” y
de “secundariedad”.

4 Hannah Arendt, “La condición humana”, Seix Barral, Barcelona, 1974.

412
América del Sur

- Negación de la “atemporalidad” real o atribuida a la reivindicación fe-


minista (y que se expresa en que no encuentre “huecos” en la demanda polí-
tica concreta coyuntural, hoy).
- Negación del aislamiento, de la atomización e “individuación” de los
problemas de las mujeres, y consecuente afirmación del “nosotras”.
La necesidad de profundizar en estas ideas comienza a evidenciarse en
las preocupaciones de diversos grupos de mujeres que se ven frente al mo-
mento crítico que plantea la más que probable apertura política: ¿qué va a
suceder con las reivindicaciones feministas que hoy se evidencian con fuerza
creciente?, ¿volverá a ser tragada, fagocitada, la demanda por participación
política de las mujeres, por la política partidaria?
En Chile, el movimiento feminista es apenas emergente, y no ha tenido
aún el tiempo de teorizar, en el sentido de dar coherencia a los principios y
problemas expuestos por las mujeres en su actividad práctica. Tampoco ha
tenido el tiempo de elaborar estrategias en torno al problema de la autonomía,
de la doble militancia, de la forma de insertarse en el campo político, de iniciar
una praxis pública.
El momento es delicado porque en él se está resolviendo el futuro y éste
dependerá absolutamente de cómo se resuelven –o se planteen– algunos de
los temas que se han esbozado.

413
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Nelly Richard (1948)

(Nacida en Francia, residente de Chile) es una teórica cultural, críti-


ca, ensayista, académica, autora de numerosos libros y fundadora de
la Revista de Crítica Cultural. Richard ha trabajado para abrir, fa-
cilitar y profundizar el debate cultural antes y durante la transición
a la democracia. Entre sus publicaciones están: Márgenes e institu-
ciones: Arte en Chile desde 1973, (1987), La estratificación de
los márgenes: Sobre arte, cultura y política(s) (1989), Masculino
/ Femenino: prácticas de la diferencia y cultura democrática
(1993), La insubordinación de los signos: cambio político, trans-
formaciones culturales y poéticas de la crisis (1994), Residuos y
metáforas: ensayos de crítica cultural sobre el Chile de la tran-
sición (1998), Intervenciones críticas (Arte, cultura, género y
política) (2002), Fracturas de la memoria. Arte y pensamiento
crítico (2007), Feminismo, Género y diferencia(s) (2008), Campos
cruzados. Crítica cultural, latinoamericanismo y saberes al bor-
de (2009), La insubordinación de los signos (2014).

Feminismo, experiencia y representación 1


El feminismo ha reaccionado divididamente a la incorporación de la teo-
ría como instrumento de formación y lucha intelectual para las mujeres. Los
movimientos feministas más directamente vinculados al activismo social, sue-
len considerar la teoría como algo sospechoso de reproducir las condiciones
de desigualdad opresiva ligadas a una “división del trabajo” que opone – jerár-
quicamente – el pensar al hacer, la abstracción de los libros a la concreción de
la vida material, la especulación mental al contacto físico con la realidad dia-
ria, la clase media intelectual al mundo popular, etc. Muchos grupos feminis-
tas han generalizado el lugar común de que las mujeres deben combatir toda
intelectualización por juzgarla siempre cómplice de la alianza falocrática entre
el poder de la razón y la razón como poder. La teoría sería –para estos grupos
– un discurso de autoridad culpable de repetir la censura mantenida durante
siglos por el dominio conceptual del Logos (masculino sobre la cultura del
cuerpo y del deseo que asocia naturalmente lo femenino a lo subjetivo y a lo
afectivo, al yo personal. Pese a tales desconfianzas, las mujeres han desarro-
llado en la escena cultural más reciente un trabajo intensamente teórico que

1 Richard, Nelly. “Feminismo, experiencia y representación.” Revista Iberoamericana


62.176 (1996): 733-744.

414
América del Sur

entra en ardua competencia intelectual con la producción de conocimiento


habitualmente situada bajo contrato masculino. Pero esta producción teórica
lleva inscrita la marca predominante del contexto internacional que más fuer-
temente la sustenta y la organiza a través de su cadena de universidades y
series editoriales que hacen circular los discursos desde los centros de valida-
ción metropolitana hacia la semi-periferia latinoamericana.
La acentuación metropolitana de la teoría feminista internacional es per-
cibida conflictivamente por quienes se ubican en los bordes inferiores de la
cartografía del poder transcultural, ahí donde se generan diversas reacciones
de oposición y resistencia a su predominio conceptual y académico-institucio-
nal. La forma que toman algunas de esas reacciones reproduce indirectamen-
te ciertos conflictos existentes entre dos categorías habitualmente en disputa
dentro del campo de la reflexión feminista: experiencia (vivencia y autentici-
dad) y representación (forzamiento teórico-discursivo).
Quisiera dar una vuelta alrededor de la categoría de “experiencia” ten-
sionándola con las categorías de “identidad”, “diferencia”, “texto” y “repre-
sentación”, y comentar a la vez los valores y usos de esa categoría referida a
la perspectiva latinoamericana.
Partamos por preguntarnos cuál es la necesidad – para las mujeres y el
feminismo – de insistir en la importancia de la teoría.
Sabemos que el lenguaje, al nombrar, recorta la experiencia en catego-
rías mentales, segmenta la realidad mediante nombres y conceptos que deli-
mitan unidades de sentido y de pensamiento. La experiencia del mundo que
verbaliza el lenguaje depende del orden semántico que moldea esa experien-
cia en función de un determinado patrón de inteligibilidad y comunicabilidad
de lo real y de lo social. El modo en que cada sujeto se vive y se piensa está
mediado por el sistema de representación del lenguaje que articula los proce-
sos de subjetividad a través de formas culturales y de relaciones sociales. El
signo “hombre” y el signo “mujer” también son construcciones discursivas
que el lenguaje de la cultura proyecte inscribe en la superficie anatómica de
los cuerpos disfrazando su condición de signos articulados y construidos tras
una falsa apariencia de verdades naturales, ahistórica: “Hemos sido obliga-
dos, en nuestros cuerpos y en nuestras mentes, a corresponder, rasgo por
rasgo, a la idea de naturaleza que se nos ha establecido” 2 Nada más urgente
entonces para la conciencia feminista que rebatir la metafísica de una identi-
dad originaria – fija y permanente – que ata deterministamente el signo “mu-
jer” a la trampa naturalista de las esencias y de las sustancias. Y para cumplir

2 Monique Wittig citada por Judith Butler, “Variaciones sobre sexo y género” en Teoría
Feminista y Teoría Crítica (Valencia: Edicions Alfons el Magnánim, 1990) 202.

415
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

con dicha tarea, la crítica feminista debe tomar prioritariamente en cuenta el


lenguaje y el discurso porque éstos son los medios a través de los cuales se
organiza aquella ideología cultural que pretende volver los signos de identidad
fijos e invariables: “la tarea no es simplemente cambiar el lenguaje, sino exa-
minar el lenguaje en sus supuestos ontológicos, y criticar esos supuestos en
sus consecuencias políticas”, 3 ya que son ellos los que deliberadamente con-
funden hecho (naturaleza) y valor (significación) para frustrar todo impulso
transformativo haciéndonos creer que “la biología es el destino”.
La teoría es lo que forma consciencia acerca del carácter discursivo de
la realidad en cuanto realidad siempre intervenida por una construcción de
pensamiento que la designa y por una organización de significados que la
nombra. Pero la teoría es también lo que le permite al sujeto transformar esa
realidad dada como natural al abrir los signos que la formulan a nuevas com-
binaciones interpretativas capaces de deshacer y rehacer sus trayectos con-
ceptuales, de desordenar los marcos prefijados de comprensión y de reinven-
tar nuevas reglas de inteligibilidad de lo natural y de lo social. Para el feminis-
mo, renunciar a la teoría sería privarse de las herramientas que nos permiten
comprender y modificar a la vez el sistema de imágenes, representaciones y
símbolos que componen la lógica discursiva del pensamiento de la identidad
dominante. Sería contribuir pasivamente a que sus mecanismos significantes
permanezcan incuestionados.
La insistencia en el carácter semiótico-discursivo de la realidad ha sido
uno de los puntos más trabajados por el feminismo teórico que subraya así el
valor construido (representacional) de las marcas de identidad “masculina” y
“femenina” que la cultura sobreimprime sobre los cuerpos “hombre” y “mu-
jer”, obligándolas al calce anatómico para justificar –sustancialmente– la fije-
za de las marcas de identificación sexual. La demostración de cómo la identi-
dad y el género sexuales son “efectos de significación” del discurso cultural
que la ideología patriarcal ha ido naturalizando a través de su metafísica de las
sustancias, es útil para romper con el determinismo de la relación sexo (“mu-
jer”) género (“femenino”) vivida como relación plena, unívoca y transparen-
te. Al movilizar la noción de “género” a través de toda una serie de desmon-
tajes teóricos que muestran cómo dicha noción ha sido modelizada por con-
venciones ideológico-culturales, la crítica feminista nos permite alterar dichas
convenciones reelaborando nuevas marcas de identificación sexual según
combinaciones más abiertas que las antes seriadas por la norma de socializa-
ción dominante.

3 Judith Butler, op. Cit., 210.

416
América del Sur

La complejidad de tales desmontajes teóricos ha sido asumida por el fe-


minismo teórico de tendencia postestructuralista que se ejerce principalmente
en el mundo universitario euro-norteamericano. Entre quienes figuran como
lo “otro” y las “otras” de esa dominante academicista metropolitana, han sur-
gido enérgicas reacciones destinadas a salvar la categoría de “realidad” y de
“experiencia” de los peligros a los que conduciría esa postura de hipertextua-
lización del cuerpo y de la sexualidad: si lo real –como lo profesa el descons-
truccionismo más radical– es un puro artefacto discursivo, si el signo-mujer
no tiene más existencia que la lingüística, si la diferencia sexual es un cons-
tructo enteramente desligable de la corporalidad biológica, si no hay una exte-
rioridad al discurso donde comprobar y denunciar la violencia material del
poder masculino, entonces: ¿qué denuncia el feminismo?
Esta misma pregunta trasladada al escenario latinoamericano cobra aquí
una renovada –e irritada– vigencia ya que las condiciones materiales de ex-
plotación, miseria y opresión, de las que se vale el patriarcado para redoblar
su eficacia en tramar la desigualdad en América Latina nos exigiría, según
muchas feministas, más acción que discurso, más compromiso político que
sospecha filosófica, más denuncia testimonial que arabescos desconstructi-
vos.
La postura más simétricamente opuesta a la hipertextualización de lo
sexual elaborada por el feminismo “deconstructivo” es la que sostiene el fe-
minismo “esencialista” que “asume(n) que la experiencia no mediada por más
teoría es la fuente del verdadero conocimiento” 4 que nos garantizaría la “au-
tenticidad” de lo femenino, su verdad primordial. La “experiencia” –en oposi-
ción a la “representación”– adquiere en estos casos el valor de una categoría
pre-discursiva o extra-discursiva, de una realidad que no pasa por la media-
ción simbólica del concepto. La “experiencia” sería la base material-corporal
que sustenta un conocimiento vivenciado desde la naturaleza (cuerpo) o des-
de la biografía (vida): un conocimiento no mediatizado por la ideología de la
razón un conocimiento in-mediato.
La revalorización de la “experiencia” como reacción antiteoricista del
feminismo esencialista ha buscado invertir el sistema conceptual de la oposi-
ción logocéntrica gobernada por la jerarquía masculina de lo razonante, lo
mental, lo inteligible que ha reprimido lo sensible, lo físico, lo afectivo e intuiti-
vo, para privilegiar ahora –a favor de las mujeres– lo vivido (lo dado, lo espon-
táneo: lo natural) por sobre lo teorizado (lo abstracto, lo construido: lo artifi-
cial).

4 Kaplan y Coward citadas por Teresa De Lauretis, “La esencia del triángulo o tomarse en
serio el riesgo del esencialismo” en Debate Feminista 2 (México, 1990) 83.

417
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Pudiera entenderse el reclamo contra los abusos del textualismo como la


justa defensa de aquella materia o energía que siempre excede la palabra que
nombra y rebasa el orden estrictamente conceptual de la razón lingüística con
un excedente bruto, indominable. Defensa, entonces, de los residuos hetero-
géneos que no son nunca enteramente sintetizables ni formalizables por la
teoría porque su materia –tumultuosamente compuesta de alteridad y negati-
vidad– desborda la armadura lógica de la razón categorial. Pero el rescate
que hace el feminismo antidesconstructivo de una materia no subordinada a la
“dictadura del significante lingüístico” no va en esa dirección. Su reivindica-
ción de una exterioridad-alteridad al concepto mediante palabras como “ex-
periencia” o “corporalidad” insiste más bien lo pre-discursivo, en la plenitud
originaria de una especie de continuum fusional que liga naturalmente cuerpo,
experiencia y verdad, sin la armadura cognitiva ni el sostén interpretativo de
un vínculo construido. En boca de ese feminismo, la fluidez corporal de la
“experiencia” evocaría una zona de no-corte anterior a la estructura diferen-
cial de vacíos y ausencias que produce el signo a través de la regulación
nominativa y de la legislación sintáctica del lenguaje. La condición-límite de
esa anterioridad al signo –acusado por las mujeres de fundar verbalmente la
primera institución de la diferencia– sería el silencio, ya que recurrir a la
lengua para nombrar obliga siempre al sistema diferencial de cortes, separa-
ciones y oposiciones que formalizan el habla. La reivindicación del cuerpo
como experiencia y verdad naturales de la feminidad desconfía de la palabra
mediadora que corta, divide y sujeta. Pero, ¿cómo transmitir el valor feminista
de esa experiencia del cuerpo sin nombrarla? Nombrarla es pasar por la me-
diación simbólica y presencia natural de la cosa, pero no nombrar dicha expe-
riencia es renunciar a comunicarla y a transformarla entonces en un significa-
do colectivo de transformación política. Salir de esa disyuntiva requiere imagi-
nar una experiencia del discurso suficientemente fluida para moverse entre
las fronteras de lo lógico-categorial y de lo concreto-material; una experiencia
impulsada por el ritmo interdialéctico de un tránsito entre estructura y bordes,
entre sistema y residuos, entre código y márgenes desestructurantes, entre
identidad y diferencia, pero sin re-positivizar la Diferencia como alteridad
absoluta: “la alteridad absoluta es la identidad absoluta” 5 si no trabaja una
noción de diferencia que sea relacionalidad.
Hay un punto de coincidencia en el que el imaginario femenino del cuer-
po-naturaleza y de la lengua-madre se refleja en la concepción tradicionalista
del ser latinoamericano como pureza originaria, creando visiones cómplices

5 Drucila Cornell y Adam Thurschell, “Feminismo, Negatividad e Intersubjetividad” en


Teoría Feminista y Teoría Crítica, 240.

418
América del Sur

entre el mito de lo “propiamente” femenino y de lo “propiamente” femenino


latinoamericano. El pensamiento cultural de América Latina ha largamente
debatido su problemática de la identidad fundándose en la oposición entre lo
racional y lo irracional, lo meditado y lo instintivo, lo artificial y lo natural, o
foráneo y lo auténtico: lo profundo (el ser) y la superficie de las apariencias (la
máscara). Son muchos los textos que cifran el valor de la “identidad” latinoa-
mericana en todo lo que resiste y se opone a la síntesis racional de la moder-
nidad de Occidente, en todo lo vinculado al núcleo primitivo de una ethos
cultural que sella una verdad “más ligada al rito que a la palabra” y “al mito
que a la historia” 6. El Logos de Occidente (consciencia, espíritu, historia,
técnicas e ideologías) representaría, según sus autores, el dominio masculino
de un proyecto civilizatorio que se ha dedicado a reprimir sistemáticamente su
otro lado más oscuro y salvaje (naturaleza, cuerpo, inconsciente, rito y mito)
cuya naturaleza más viva se expresa en la oralidad femenina y popular: una
oralidad que la máquina disciplinaria de Occidente ha asimilado con violencia
colonial a la cultura del libro y a su modelo de lo blanco, letrado y metropolita-
no. Es cierto que el paradigma de autoridad de la “ciudad letrada” (Rama)
trazado por la inteligencia razonante del conquistador se ha impuesto sobre la
pluralidad etnocultural de cuerpos y lenguas domesticadas a la fuerza por el
canon erudito de la palabra occidental. Pero lo de arriba (orden, razón y signo)
y lo de abajo (des-orden, cuerpo, rito y símbolo) no son sistemas rígidamente
enfrentados por un dualismo absoluto que los opone como totalidades definiti-
vamente aisladas una de otra. Son registros culturales que se superponen se
mezclan localmente gracias a fuerzas transpositivas de desplazamiento y re-
absorción de parte de los signos de la modernidad. Lo que precede y excede
el Logos occidental como sustancia rebelde a su hegemonía culturizadora no
permanece fijamente retenido y consignado en la dimensión originariamente
pura (inalterable) del ser latinoamericano. Lo “propiamente” latinoamericano
es un contenido que se recrea según diferentes conexiones simbólico-sociales
que mueven lo superior y lo inferior, lo metropolitano y lo periférico. Estas
múltiples interacciones de contextos resitúan lo dominante y lo subordinado
(lo culto y lo popular, lo moderno y lo tradicional, lo blanco y lo no blanco, lo
masculino y lo femenino) en siempre nuevas y móviles correlacionales de
poderes. Fijar para siempre lo femenino en la imagen del cuerpo-naturaleza
de América Latina como territorio virgen (símbolo premoderno de un espacio-
tiempo no contaminado por la lógica discursiva de la cultura del signo) deshis-
toriza el significado político de las prácticas subalternas (femeninas, latinoa-

6 Sonia Montecino en Madres y Huachos; alegorías del mestizaje chileno (Santiago: Cuarto
Propio, 1991) 30.

419
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

mericanas) al negarles la posibilidad de realizar las operaciones de códigos


que reinterpretarán los signos de la cultura dominante según nuevos –y rebel-
des– contratos de significación.
Varias líneas de investigación feminista reeditan esa oposición entre con-
cepto (abstracción, teoría) y materia (concreción, práctica) cuando les toca
referirse a las prácticas de mujeres en América Latina. No es sólo que “al
hablar de crítica literaria feminista hispanoamericana” se refieren más bien “a
su institucionalización académica norteamericana” porque “el gran volumen
de esta producción intelectual sin duda está en Estados Unidos” concentrada
en sus departamentos universitarios de Estudios de la Mujer. 7 Se trata ade-
más de que el feminismo académico metropolitano tiende a proyectar en las
prácticas de mujeres latinoamericanas el significado mítico de un cuerpo vivo
cuya energía natural compensaría la frialdad abstractiva del pensar que ca-
racteriza a la máquina de enseñanza e investigación universitaria de la metró-
poli. Sabemos que la cultura internacional opera según un esquema de “divi-
sión global del trabajo” 8 que le reserva el privilegio de la teoría a la academia
metropolitana mientras la periferia latinoamericana descrita y analizada por
esa teoría es vista como un simple campo de práctica habitado por quienes
viven la experiencia mientras el latinoamericanismo del centro elabora su de-
bida conceptualización. Dicho de otra manera, hay una división del trabajo
que “pone a Latinoamérica en el lugar del cuerpo mientras el Norte es el lugar
de la cabeza que la piensa”, razón por la cual “los intelectuales norteamerica-
nos dialogan con otros intelectuales norteamericanos sobre América Latina,
pero sin tomar en serio los aportes teóricos de los críticos latinoamericanos” 9
para no tener que compartir con ellos el exclusivo privilegio de la conceptua-
lización. También dentro del feminismo opera este ideologema del cuerpo
(realidad concreta, vivencia práctica) que soporta la fantasía de una América
Latina animada por la energía salvadora del compromiso social y de la lucha
comunitaria, cuyo valor popular y testimonial es juzgado políticamente supe-
rior a cualquier elaboración teórico-discursiva: “fuera de los ámbitos oficiales
de una cultura centrada en la escritura y la disquisición filosófica, en el retazo
de la arpillera se cuenta una experiencia personal con el hilo y la aguja para
inscribir la memoria e hilvanar a la mujer en su dolor”.10 Esta reubicación de

7 Hernán Vidal, ed., “Crítica literaria feminista y derechos humanos” en Cultural and
Historical Grounding for Hispanic and Luso-Brazilian Feminist Literary Criticism
(Minneapolis: Institute for the Study of Ideology and Literature, 1989) 259.
8 Frederic Jameson, Introduction en “Postmodermism; Center and Perihery”, SAQ 3
(Duke University Press, 1993) 420.
9 “Jean Franco, un retrato”, Revista de Crítica Cultural 11 (Santiago de Chile, 1995) 20.
10 Lucía Guerra, la Mujer fragmentada; historia de un signo (Santiago: Cuarto Propio,
1995) 31.

420
América del Sur

la mujer por el lado de la inmediatez del hacer (vivencia, acción, experiencia)


con sus emblemas domésticos del “coser, bordar o cocinar” 11 hace juego con
la imagen de Latinoamérica y de las prácticas de mujeres latinoamericanas
como lo otro radical de la academia norteamericana. Si bien es cierto que las
batallas descolonizadoras, las luchas populares y las convulsiones dictatoria-
les en América Latina han gestado texto y conocimiento fuera del canon
libresco, en los bordes informales y subversivos de la cultura extra-académica
e institucional, emblematizar ese cuerpo de experiencias como la única ver-
dad del feminismo latinoamericano (su verdad primaria y radical, por antidis-
cursiva) puede llegar a confirmar el estereotipo de una “otredad” romantizada
–en tanto popular– o la intelectualidad metropolitana y dejar así intacta la
jerarquía representacional del centro que sigue hegemonizando todas las me-
diaciones conceptuales del “pensar”.
Pero no todo el rescate de la experiencia que hace el feminismo se con-
funde con el naturalismo del dato primario. Tomado en su dimensión ya no
ontológica sino epistemológica, el concepto de experiencia tiene el valor críti-
co de postular formas de conocimiento parciales, situadas, relativas al aquí-
ahora de una construcción local de sujeto y de práctica que desmiente la
fundamentación universalista de la generalización masculina. La revaloriza-
ción de la experiencia afirma también la concreción material-social de una
determinada posición de sujeto específica a un contexto particular de relacio-
nes sociales contra la ideología del conocimiento universal (impersonal) que
sustenta las abstracciones neutralizantes de la filosofía. El recurso a la expe-
riencia (la persona en situación: subjetividad y contextos) merece entonces
ser defendida contra la tesis de la cientificidad del saber objetivo como saber
puro, sin marcas de determinación sexual, sin la huella de los conflictos que se
desatan en torno a la legitimación y apropiación del sentido. Pero hablar del
sujeto de la experiencia como persona en situación y posición es hablar de
“posicionamientos de sujeto” que suponen articular redes de enunciaciones
para dialogar con la cultura e interpelar sus códigos de representación. “Ex-
periencia” no sería entonces la plenitud sustancial del dato biográfico-subjeti-
vo que preexiste al lenguaje sino el modo y la circunstancia en las que el sujeto
ensaya diferentes tácticas de identidad y sentido, reinterpretando y despla-
zando las normas culturales. La “experiencia” designaría entonces una zona
políticamente diseñada a través de la cual rearticular procesos de actuación
que doten a su sujeto de movilidad operatoria para producir identidad y dife-
rencia como rasgos activos y variables.
Si trasladamos esta problemática al campo del feminismo latinoamerica-
no, la defensa política de esta última categoría de experiencia designaría –

11 Guerra, op. Cit., 171

421
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

para nosotras– la relación de contexto y de situación a partir de la cual elabo-


rar formas locales de producción teórica. tanto teorizar la experiencia (darle a
ésta el rango analítico de una construcción de significados) como dar cuenta
de las particulares experiencias de la teoría que realiza la crítica feminista en
espacios culturales no homologables a las codificaciones metropolitanas, pasa
por afirmar el valor táctico de un conocimiento situado: un conocimiento que,
por una parte, se reconoce marcado por una geografía subordinante del poder
internacional y que, por otra parte, lo que se opone a un cierto nomadismo
postmodernista que lo deslocaliza todo sin cesar borrando los trazados de
fronteras reales y desdibujando sus antagonismos materiales. La “experien-
cia” sería entonces el modo contingente y situacional a través del cual produ-
cimos teoría, reinscribiendo los signos culturales que circulan internacional-
mente en juegos de contextos capaces de perturbar la división que traza la
academia metropolitana entre latinoamericanismo (teoría, conocimiento) y
Latinoamérica (vivencia, práctica).

Crítica de la representación y mulitiplicación de sentidos


Así como ocurre en el campo del discurso y de la teoría, el concepto de
“experiencia” posee también –en el campo de la escritura– una larga historia
de discusiones: ¿cómo vincular feministamente entre sí los términos: “lengua-
je”, “condición sexual”, “experiencia de género” y “texto femenino”; ¿a tra-
vés de cual estética o política textual de la diferencia reivindicar una posición
de lenguaje no asimilable a lo masculino-general? Mientras un tipo de feminis-
mo literario tiende a suponer como naturales las asociaciones de identidad
que términos como “mujer”, “escritura” y “femineidad” ponen en relación de
contiguidad expresiva, otro tipo de crítica (la postesctructuralista) considera
que estas asociaciones deben ser desconstruidas para problematizar cada
unidad de significado que la ideología naturalista tiene a afirmar como plena y
transparente (por ejemplo, “identidad femenina”).
Una de las primeras demostraciones teóricas ejecutadas por la crítica
feminista puso de manifiesto que el lenguaje no es el vehículo impersonal –
neutro y general– que postula la tradición masculina para defender la trascen-
dente universalidad de su discurso maestro. Lo neutro de la lengua –su apa-
rente indiferencia a las diferencias– enmascara el operativo de haber univer-
salizado a la fuerza lo masculino como representante absoluto del género
humano. Al desmontar la arbitrariedad de ese operativo de fuerza y su verdad
englobante, el feminismo ha dejado en claro que la lengua no es el soporte
neutral que dice el idealismo metafísico sino un material enteramente traspa-
sado por el proceso de hegemonización cultural de la masculinidad dominante.
Para una mujer, “tomar la palabra” es entonces ingresar a un universo de

422
América del Sur

discursos mayoritariamente legislado por reglas masculinas, sancionado por


un modelo de representación que devalúa lo femenino como categoría inferior
y secundaria. El lenguaje, la escritura literaria y las normas culturales, llevan
la huella de este operativo de forzamiento institucional que subordina los tex-
tos a paradigmas de apreciación y recepción dictados por una escala de valo-
res sociomasculinos. La primera tarea de la crítica literaria feminista ha con-
sistido en denunciar la maniobra impositiva que obliga a las mujeres escritoras
a regirse por catalogaciones y homologaciones masculinas y en estimular
modelos afirmativos y valorativos del “ser mujer” como experiencia diferen-
cial y propia.
Pero, ¿en qué se particulariza la escritura femenina y en qué se diferen-
cia de la escritura masculina? ¿Cómo definir los rasgos que singularizarían la
escritura de las mujeres sin caer en la trampa del esencialismo que amarra
sexo e identidad a una determinación originaria? ¿podemos hablar –tan divi-
soriamente– de escritura masculina y femenina si el lenguaje creativo, la tex-
tualidad poética, son espacios privilegiados de desplazamiento y transferencia
del yo en los que se amplían y se remodelan incesantemente las fronteras de
la subjetividad cultural, desbordando así el realismo biográfico-sexual del suje-
to “hombre” o “mujer”? Éstas son algunas de las preguntas que han animado
el debate en torno al tema de la “escritura femenina” y a cómo traducir la
conciencia y experiencia de lo no-masculino con palabras de mujeres (a-pro-
piadas e inapropiables).
La crítica feminista derivada de la escena teórica francesa (Cixous, Iri-
garay, etc.) ha dado una respuesta onto-fenomenológica a esa pregunta por lo
distintivamente femenino, ligando el texto a una vivencia de la corporali-
dad: se trataría de una escritura que deja fluir la materia corporal tradicional-
mente censurada por el modelo logocéntrico de racionalización masculina y
que, a través de una estética de los flujos libidinales, de lo que se desliza y
circula eróticamente más acá y más allá de la barrera sintáctica del Logos,
produce ritmo, carne y deseo. La lengua primigenia del cuerpo de la madre –
del “cuerpo a cuerpo” con la madre (Irrigaría)– actuaría como depósito sen-
sorial y afectivo de vivencias cuya plenitud es anterior al corte producido por
la estructura de vacíos, ausencias y pérdidas, a la que es condenada el sujeto
por el aprendizaje de la lengua que opera una semiotización masculina de lo
real. El re-encuentro con la lengua-madre a través de una experiencia corpó-
rea les daría a las mujeres escritoras la oportunidad de expresar una subjetivi-
dad “auténticamente” femenina con una voz no mediada por la ley hablada de
la representación masculina, anterior a sus nominaciones e ideologías. La
“experiencia del cuerpo” femenino-materno como modelo natural de una fe-
minidad originaria que la escritura debería rememorar y transmitir, la reivindi-

423
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

cación de una presimbolicidad del cuerpo como zona anterior al corte lingüís-
tico y a la legislación paterna del signo, han llevado a muchas feministas a re-
esencializar el yo de la mujer bajo el sello mítico de una fusión originaria con la
madre. Es cierto que lo pulsional-semiótico conforma un estrato de la subjeti-
vidad que los procesos de formación cultural tienden a reprimir o excluir. Ese
estrato corporal debe ser liberado y potenciado como fuerza subversivamente
contraria a la hegemonía totalizante del logos masculino que opone la razón al
deseo, el concepto a la materia. Pero habría que desbloquear ese estrato
pulsional sin recaer en la fantasía primigenia de un cuerpo anterior al verbo y
a la representación ya que dicha imagen de un cuerpo pre-cultural corta el
sujeto de toda posibilidad de rearticular discursivamente y de transformar
críticamente los signos hablados por las instituciones de la cultura. Julia Kris-
teva había formulado la tesis de una experiencia del lenguaje en la que los dos
bordes que orillan el habla –el borde inferior (femenino) de lo psicosomático y
el borde superior (masculino) de lo lógico-conceptual– no son bordes rígida-
mente opuestos sino fronteras que se mueven interdialécticamente. La escri-
tura surgiría precisamente de esa contradicción móvil entre pulsión y concep-
to, flujo y segmentación, que adapta formas construidas según la experiencia
del lenguaje que decide realizar el sujeto. Si bien la mujer establece una rela-
ción privilegiada con lo somático-pulsional, con aquellos flujos indisciplinados
que escapan al control normativo de la ley simbólica por estar ella situada en
la frontera de la cultura donde más se vulnera ese control y esa sujeción, la
valencia crítica de la relación entre mujer y transgresión no está garantizada a
priori: ella nace de una dinámica de los signos orientadas hacia la ruptura de
las significaciones fonológicas que puede ser compartida por autores mascu-
linos si su práctica del discurso busca también fisurar el modelo del concepto.
Una postura como ésta rechaza la coincidencia natural entre determinante
biológica (ser mujer) e identidad cultural (escribir como mujer) para explorar
las brechas descalces de representación que se producen entre la experiencia
del género (lo femenino) y su puesta en escena enunciativa a través de recur-
sos políticamente significantes: es la elaboración crítica de esta no coinci-
dencia la que permite convertir lo femenino en la metáfora activa de “una
teoría sobre la marginalidad, la subversión, la disidencia”12 que supere la de-
terminante naturalista de la condición “hombre” o “mujer” y se piense como
nexo a construir entre subjetividad minoritaria (lo femenino como borde
sexuado de la representación hegemónica) y políticas del signo (lo femenino
como articulador y potenciador de varias formas de transgresión de identi-
dad).
12 Julia Kristeva citada por Toril Moi en Teoría literaria feminista. Madrid: Cátedra, 1988)
171.

424
América del Sur

La absolutización de la diferencia (lo no masculino como alteridad radi-


cal) profesada por ciertas tendencias feministas fue convirtiendo la identidad
femenina en el reducto separatista de una identidad a interpretar y defender
mediante un contra-sistema de valores y significaciones completamente apar-
te. La idea de un saber independiente que defiende la autonomía de la cultura
de las mujeres en una dimensión paralela y alternativa a la de Ia cultura de los
hombres, priva lo femenino de una comunicación más plural y dialógica con
las múltiples tramas de la cultura. Lo masculino y lo femenino son fuerzas
relacionales que interactúan como partes de un sistema de identidad y poder
que las conjuga tensionalmente. Toda conformación de sentido es heterogé-
nea e incluye un proceso intertextual que reúne una diversidad de acentos
aunque esta diversidad quede largamente silenciada por el reduccionismo uni-
ficador de las metanarrativas. Lo femenino es la voz paradigmáticamente
reprimida por la dominante de identidad que sobrecodifica lo social en clave
patriarcal, pero liberar esa voz no implica substraerla del campo de tensiones
que la enfrenta polémicamente a lo masculino para aislarla en un sistema
aparte que vuelve a excluir lo diverso y heterológico. El sueño de un cierto
feminismo que idealiza un más acá (originario) o un más allá (mítico) del
patriarcado donde encontrar un lenguaje puramente femenino, depurado de
toda contaminación de poder masculino, hace de ese lenguaje una “a-topía”:
“una utopía, un refugio sin ley” 13, un habla que se sueña enteramente fuera
de los sistemas de dominación como si pudiéramos imaginar un mundo trans-
lúcido, definitivamente libre de opacidades y resistencias. Si toda demarca-
ción de identidad supone el afuera constitutivo de un “ellos” que se opone al
“nosotros”, no puede haber una cultura (de mujeres) “completamente inclusi-
va donde el antagonismo, la división y el conflicto” 14 desaparezcan para siempre
formando así un universo sin ningún “otro” que interrumpa la lógica cerrada
de lo idéntico a sí mismo. El carácter polémico y controversial de los signos de
identidad siempre envueltos en disputas y renegociaciones de fuerzas entre
dominancia y subordinación nos dice que lo femenino es una categoría que
debe ser permanentemente reinterpretada según la acentuación crítica que
exigen las circunstancias de discursos en las que se mueve. Lo femenino no
es, entonces, el dato – precrítico– de una identidad ya resuelta, sino algo a
modelar y producir: una elaboración múltiple y heterogénea que incluye el
género en una combinación variable de significantes otros para entrelazar
diferentes modos de subjetividad y diferentes contextos de actuación. Esta
concepción interactiva de la diferencia-mujer es sin duda la que mejor sirve a
la reflexión del feminismo latinoamericano ya que permite pluralizar el análisis
13 Julia Kristeva, “El tiempo de las mujeres” en Debate Feminista 10 (México, 1995) 357.
14 Chantal Mouffé, “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical” en Revista de
Critica Cultural 9 (Santiago, 1994) 56.

425
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

de las muchas gramáticas de la violencia, de la imposición y de la segregación,


de la colonización y de la dominación, que se intersectan en la experiencia de
la subalternidad. Si bien es cierto que la contradicción genérico-sexual posee
sus propias reglas que deben ser desmontadas con instrumentos conceptuales
específicos a la denuncia del patriarcado, es también cierto que “es inevitable
(y deseable) que (...) en los países neocolonizados la subyugación de la mujer
sea estudiada en términos de relaciones globales de poder que incluyan el
dominio y la superexplotación de los recursos simbólicos, económicos y socia-
les”.15 Para esto, hacen falta teorías lo más flexibles y abiertas posibles a la
multiplicidad articulatoria de las diferencias: teorías para las cuales lo femeni-
no no sea un término absoluto –retotalizador de los signos de la contradicción
sexual– sino una red de significados en proceso y construcción que cruzan el
género con otras marcas de identificación social y de acentos culturales. Es-
tas marcas remiten en América Latina a una pluralidad disímil de voces y
estratos de identidad que derivan de espacios y tiempos irregulares, de memo-
rias y tradiciones híbridas. Sólo reinscribiendo lo femenino en un contexto de
lecturas suficientemente múltiples e interactivas, es posible dar cuenta de la
heterogeneidad de posiciones culturales que asumen los signos de identidad
en América Latina donde “cohabitan diosas y dioses precolombinos, vírgenes
y brujas, oralidad, escritura y otras grafías; voces indígenas, mestizas y euro-
peas; retazos de máquinas sociales, rituales, semifeudales o burguesas; pero
también dioses del consumismo, voces de la ciudad y de La calle, fragmentos
de cultura libresca”.16
Los “dioses del consumismo” reciben ofrendas también de las mujeres
escritoras cuyas obras son exitosamente promovidas por el mercado literario
internacional que convierte hoy lo femenino y lo latinoamericano en la doble
marginalidad ilustrativa de su diversidad de ofertas que traduce centro y már-
genes a la misma lengua del pluralismo de mercado: “existe en la actualidad
una demanda sin precedentes de obras literarias escritas por mujeres, particu-
larmente de los textos que parecen reflejar, de una manera u otra, la ‘expe-
riencia’ femenina”.17 ¿Cuál “experiencia” de lo femenino cultiva el mercado
literario internacional para que un público mayoritario de mujeres se reconoz-
ca tan familiarmente en sus universos de referencia, en sus patrones de re-
presentación y en sus topologías de personajes? La mayoría de estas obras
festejadas por el mercado proponen una identificación positiva de las lectoras
con imágenes femeninas que retratan significados de identidad previamente

15 Kemy Oyarzún, “Genero y etnia; acerca del dialogismo en América Latina” en Revista
Chilena de Literatura 41 (Santiago, 1992) 36.
16 Oyarzún, op. Cit., 35.
17 Jean Franco, “Invadir el espacio publico, transformar el espacio privado” en Debate
Feminista 8 (México, 1993) 273.

426
América del Sur

verbalizados por una sociología común de la mujer, como si existiera “una


supuesta continuidad, lisa e ininterrumpida, entre realidad y experiencia, con-
cepto y expresión, sexo y escritura” 18: es decir, como si las obras sólo tuvie-
ran por función revelar –temáticamente– una conciencia y experiencia del
ser mujer tomada como referencia colectiva de significación ya definida y
garantizada –estabilizada– antes que la articule (o desarticule) la práctica del
texto. Segmentados por la mecánica distributiva del mercado que los circuns-
cribe a categorías fácilmente manipulables (lo femenino, lo latino, lo juvenil, lo
homosexual, lo étnico, etc.), los receptores de estas obras se ajustan redun-
dantemente a la imagen de Lector Modelo que fabrica para ellos la industria
cultural “con sagacidad sociológica y con un brillante sentido de la media
estadística”.19 Son obras que suelen reflejar una doble ilusión representativa:
creen en una estética que le asigna a la obra la tarea de ilustrar temas o
contenidos previamente articulados por el discurso social de tal manera que
sean automáticamente reconocibles, y pretenden a la vez que estos temas y
contenidos identifiquen a una clase homogénea de lectores que revalidarán su
“sentido común” en la ilustratividad del estereotipo. Reconocimiento e identi-
ficación son las claves tranquilizadoras que comunican al lector con una ma-
triz de significación donde lo legible nace de Ia absoluta y fija identidad entre
significante y significado. Sin embargo, hay también textos que trabajan con-
tra las reglas del mercado y que buscan contrariar ese modo pasivo de consu-
mir significados transparentes, nunca problemáticos en su literariedad. Son
obras que buscan romper ese calce identificatorio con representaciones de
identidad preestructuradas y que llevan la relación estética entre subjetividad
y lenguaje a planos de discontinuidad y de ruptura critica del supuesto natura-
lista que plantea un sentido anterior a los recursos técnicos de su modelaje
expresivo. De lo que se trata en los textos más perturbantes de esta nueva
narrativa de mujeres (tomando como ejemplo la obra de la chilena Diamela
Eltit), es de involucrar el lector en Ia experiencia de la significación como
transcurso y producción de signos. Leer no sería entonces reconocer un sen-
tido ya cifrado en la obra y transmitido por ella como resultado sino la activi-
dad de recrear postulados de lectura a través de una red de enunciados ambi-
guos y plurales que descentra toda imagen de autoría/autoridad. Lo femenino
podría designar ese vector de descentramiento significante que opera desde
un margen cuestionador de la representación sexual y cultural, y que reflexio-
na sobre las retóricas formales, los cálculos ideológicos, las maniobras expre-
sivas que utiliza el discurso hegemónico para disimular el contrato masculino
que legitima su apropiación de la cultura. Ese “femenino” no es un contenido

18 Enrico Mario Santi, “El sexo de la escritura” en Debate Feminista 5 (México, 1994) 196.
19 Umberto Eco, Lector in Fabula. Barcelona: Lumen, 1981) 82.

427
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

de identidad ya formado (anterior y exterior a su representación verbal) sino


Ia posición crítica que consiste en interrogar los mecanismos de constitución
del sentido y de la identidad, en llamar la atención sobre la materialidad discur-
siva de los mensajes que Ia ideología cultural dominante busca transparentar
para hacernos creer que sus significados han sido fijados de una vez para
siempre. Ese “femenino” –rearticulado por la teoría feminista– operaría como
un vector de cuestionamiento múltiple a las operaciones de la cultura que
naturalizan –mediante condicionamientos, automatismos, programaciones y
repeticiones– todo un régimen de significación así desestabilizado en su ruti-
na. Es la acentuación teórico-política de esa función desestabilizadora –am-
pliada a varias gramáticas de la representación que se verían conjuntamente
afectadas por ella–la que hace que “lo femenino” pueda servir de concepto-
metáfora para nombrar a “diferencias que confunden, desorganizan y vuelven
ambiguo el significado de cualquier oposición binaria”: 20 masculino/femenino,
identidad/diferencia, centro/periferia, etc. La doble marginalidad de la litera-
tura femenina latinoamericana (doblemente inferiorizada por Ia centralidad
del poder masculino y metropolitano-occidental) nos dice que “la urgencia
política que acompaña el discurso crítico se acentúa aún más” porque debe
cumplir aquí una tarea doblemente descolonizante (“no sólo de liberación de
prejuicios sexuales, sino también de mutilantes dependencias culturales”). 21
De ser así, esa crítica debería aprender a combinar posiciones diferenciales
en el análisis del sentido y sus regulaciones de poder para poder recorrer
varias líneas de dominancia a la vez y detenerse en los cruces que amarran
secretamente una línea con otra. Debería ser capaz de poner al descubierto
los intereses ocultamente concertados por la cultura hegemónica tras el su-
puesto de la transparencia neutral de los signos y del modelo de reproducción
mimética que propicia el mercado a través de un consumo pasivo. Hacer que
la posición “mujer” articule la lectura como un mecanismo activo que estimula
al lector para que critique el sentido obligado y formule nuevos contratos de
interpretación ahora favorables a la emergencia de subjetividades alternativas
y disidentes, sirve los propósitos de un feminismo latinoamericano que se con-
cibe como un feminismo no de la diferencia sino de las diferencias: un femi-
nismo que postula múltiples combinaciones de signos y “transiciones contin-
gentes” (Laclau-Mouffé) entre registros heterogéneos y plurales de identifi-
cación sexual, de participación social y de lucha cultural contra el menú con-
formista (pasivizante) de las indiferentes diferencias que promueve el plura-
lismo institucional y de mercado.

20 Joan Scout, “Igualdad versus diferencia: los usos de la teoría postestructuralista” en


Debate Feminista 5 (México, 1992) 104.
21 Santí, op. Cit., 195.

428
América del Sur

Diamela Eltit (1949)

Profesora, escritora, ensayista y agregada cultural. Figura fundamental


en el escenario dictatorial y de transición a la democracia. Autora de
una narrativa aguda, crítica e impecable en su escritura. Algunas de
sus obras son Lumpérica (1983), El cuarto mundo (1988), Los vigi-
lantes (1994), El infarto del alma (1994), Crónica del sufragio feme-
nino en Chile (1994), Mano de obra (2002), Signos vitales. Escritos
sobre literatura, arte y política (2007), Fuerzas especiales (2013).
Réplicas. Escritos sobre literatura, arte y política (2016). Sumar (2018).

Escuchar el dolor, oír el goce 1


He pensado en el circuito que hoy nos convoca. Lo he pensado desde
otros circuitos, tal vez el mismo. He pensado en Gabriela Mistral ya instalada
en la plenitud de su propia poesía post Nobel escribiendo cartas de amor a
Doris Dana. Pero, atendiendo al orden ensimismado en el que se estructura el
género “carta”, tengo que señalar que ella está escribiéndose especialmente a
sí misma o, más aún, describiéndose a sí misma. Escribiendo cartas de amor
masculinas, escribiendo, para decirlo de alguna manera, como un hombre,
escribiendo cartas como un hombre, cartas de amor. Pero escribiendo o des-
cribiendo sin cesar, en la frontera de su amor de hombre, su salud de mujer.
Gabriela Mistral, en el curso de sus cartas de amor, se queja de todo, se
enferma de todo, le duele todo. Sus órganos le duelen, le duelen los pulmones,
el hígado, cada uno de los órganos que tiene. Le duele el cuerpo que tiene y a
Doris Dana, la joven estadounidense, también le duele casi todo el cuerpo, los
órganos.
Se cansan las dos, las abruma la biología (es un decir) el cuerpo que son.
Se quejan. Las dos. Se enferman. Las dos.
Ese circuito del cuerpo, ese instante en que los pulmones se manifiestan
o el hígado se inflama o irrita, no puede ser desincorporado. Si se desincorpo-
ra se incurre en un error histórico o simplemente histérico 2.
No se puede renunciar, pienso, a esa escritura que nos legó Mistral (ella
en el momento de esas cartas ya vivía en Estados Unidos), ese exacto esce-
nario en que escribe como hombre pero le duele la mujer. Le duele la mujer
más presente y más biológica que es (en el entendido que la biología es un tipo
de ficción).
1 En Por un Feminismo sin Mujeres. 2º Circuito de Disidencia Sexual CUDS http://
www.bibliotecafragmentada.org/
2 Va foto en el original. Se ha omitido por formato de esta publicación.

429
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Su cuerpo, ese cuerpo que dirige la mano corporal que tiene, la mano
mistraliana para escribir que le duele todo y entre los dolores constantes, ama
como sólo puede amar (siguiendo la lógica de la “dominación masculina” como
diría Bourdieu), repito, como sólo puede amar por escrito un hombre a una
mujer: “soy arrebatado, recuérdalo, y colérico”, escribe el hombre en ella.
Escribe el hombre en una de sus cartas de amor.
Gabriela Mistral, hace ya más de cincuenta años transitó un circuito radi-
cal, el circuito del cuerpo o de los cuerpos o de la historia del dolor. Y la del
goce. Vio un dolor inexcusable y su otra (la última) Doris Dana, compartía
similar manera de hablar de la mujer: les duele todo. Sus órganos. Pero Mis-
tral se fugaba de sí misma y por el angosto túnel de su salida (de sí misma)
ingresaba a jugar consigo misma, a jugar como hombre. Pero encima, sobre-
volando el juego y la fuga, estaba ese cuerpo que no dejaba de enfermarse de
todo. Acoto: las mujeres nos enfermamos de todo. Me enfermé dice la ado-
lescente, ya me enfermé. Siempre.
Mistral hace ya más de cincuenta años escribió con una claridad sor-
prendente, en el mismo suelo de Judith Butler, la permanencia, la fuga y la
errancia como estrategias. Escribió esa fuga y esa errancia con una intensi-
dad lúdica pero con una necesaria densidad dramática. Porque desde la fuga
y la errancia escribió el dolor permanente o la permanencia del dolor.
Las cartas de Mistral son especialmente una pieza teórica, un dispositivo
privilegiado para pensar los últimos dos mil o tres mil años del cuerpo de las
mujeres. Los mil años que ya pronto llegarán. Las escenas del goce y del
dolor. Ese cuerpo que no deja de doler (que sangra durante gran parte de su
vida) o no ha dejado de doler a lo largo de la historia o en la historia. Que
continuará doliendo. Sin embargo, el punto es escuchar aquel dolor que nos
parezca más próximo y más político. Este es el centro conceptual que preten-
do inscribir en este trabajo, lo repito: tenemos que escuchar el dolor que nos
parezca más próximo y más político. Establecer una política para escuchar el
dolor y la enfermedad. Pero también una política del goce, me refiero a los
territorios del dolor y del goce.
O examinar ese espacio y el momento en donde los conceptos y las
prácticas metropolitanas se encarnaron en los cuerpos locales, ese circuito
histórico-poético en que las múltiples periferias y sus contexto aledaños tejie-
ron un relato que impuso una ficción en medio del programa duro de la domi-
nación más terca que tanto conocemos.

Hacer historia.
Elena Caffarena nació en 1903, esa misma Caffarena que a principios de
los años veinte fundó la Asociación de Mujeres Universitarias y ella fue la que

430
América del Sur

en 1935 puso en marcha el Movimiento pro Emancipación de la Mujer Chile-


na, el MEMCH, un movimiento de mujeres laicas, un pacto activo entre los
mundos populares y las clases medias profesionales. He tenido el privilegio de
leer las cartas todavía inéditas que el MEMCH mantuvo con sus afiliadas de
provincia donde se lee el protocolar intercambio de información entusiasta
ante la emergencia de un iniciático espacio feminista fundado en los años 30
del siglo XX.

Hace 80 años.
Sí, 80 ya, cuando esas mujeres escribían desde distintos puntos del país.
Mujeres trabajadoras, las proletarias pensadas por Rancière en Francia, cla-
ro. Pero estas proletarias nuestras, las locales chilenas que querían emanci-
parse, también hablaban en algunas líneas de sus cartas formales, de sus
enfermedades, porque al igual que Mistral habían pasado pésimos inviernos
porque les dolía todo. Les dolía y les dolía su salud, su mala salud, su cuerpo
chileno y provinciano que tenían casi un siglo atrás. Escribían sus dolores pero
también su deseo imperioso de participar en el circuito emancipatorio del fe-
minismo memchista que las iba a llevar a un espacio donde el dolor que les
provocaba su cuerpo iba a cesar (es una hipótesis) por la emancipación de la
mujer chilena, pero no de todas, sino la específica emancipación de ese grupo
de mujeres chilenas proletarias que querían abandonar el dolor de los cuerpos
obreros que tenían 3. Por eso escribían políticamente tanto el goce de la eman-
cipación como la tragedia de sus dolores, simultáneamente, cuerpos que se
fugaban de su condición y en el túnel muy, pero muy angosto que les permitía
su huída, jugaban a terminar con el desastre de un salario imperdonable. El
imperdonable salario femenino, un salario insensiblemente menoscabado, pero
creían (utópicamente) que podía ser interceptado de manera política por la
emancipación, una emancipación que pensaba la igualdad desde la más rotun-
da desigualdad.
Elena Caffarena formó el MEMCH. Como feminista ¿Qué consiguie-
ron? Algunas cosas. En 1940 las bases para un concurso público para Conta-
dores de Impuestos Internos tenían como requisito haber hecho el servicio
militar o estar inscrito en los registros respectivos. El MEMCH protestó. Cam-
biaron entonces las bases. Pero, lo que en realidad cambió fue “esa” base,
cambio “un” concurso. Sin embargo, siguiendo a Rancière, esa intervención
“interrumpió el tiempo normal de la dominación”, porque “esos “momentos”
no son solamente instantes efímeros de interrupción de un flujo temporal que
luego vuelve a normalizarse. Son también mutaciones efectivas del paisaje de
3 Va foto en el original. Se ha omitido por formato de esta publicación.

431
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

lo visible, de lo decible y de lo pensable, transformaciones del mundo de los


posibles”.
Elena Caffarena se transformó en una de las sufragistas más activas de
nuestra historia. Cuando se aprobó el voto para la mujer, ella no fue incluida
en los festejos. En una entrevista que le realicé a finales de los 80 me dijo:
“soy una persona que no va a ninguna parte donde no la invitan”. Por eso, ese
día, el día en que se celebró la aprobación del voto político para la mujer, se
quedó en su casa y escuchó por la radio la ceremonia. Pero justo a los tres
días de aprobado el voto para las mujeres, en enero de 1949, su nombre fue
eliminado de los registros electorales. Se le aplicó la llamada “ley maldita”,
esa ley que mandó a parte del partido comunista a Pisagua y por esa misma
ley se retiraron los derechos ciudadanos a los militantes. Caffarena no era
comunista, más bien pertenecía a una indeterminada vertiente anarquista. Pero
ella defendió los derechos que le habían sido suspendidos. Como abogada que
era, defendió personalmente su causa. Consiguió una restitución. En su carta-
manifiesto que envía para ser reincorporada a los registros electorales, en una
de sus partes, cuando Elena Caffarena tiene 46 años, señala: “si no pasaran
los años y no tuviera mi salud severamente quebrantada, ya habría tomado
una decisión”.
Eso afirmó a sus 46 años. Elena Caffarena murió a los 100 años. Había
nacido en el inicio del siglo XX. Murió en el siglo XXI, en el 2003. Sin embargo
no dejo de pensar en su carta pública, que hoy oficia como documento histó-
rico, en la que habla con claridad de una salud quebrantada ya en 1949. En
una salud que sin duda siguió o sintió quebrantada 50 años más adelante.
Nadie podría decir que Caffarena no tenía una muy buena salud, por no
decir excelente, pero habría que comprender de manera fina y precisa que
esa (buena) salud estaba severamente quebrantada, que los años que ya ha-
bían pasado por ella se constituían no como años biográficos, sino especial-
mente como años históricos, unos años que pesaban por la violencia de un
conjunto más que angustioso de prácticas antifemeninas y que esa salud que-
brantada hablaba de una fractura en ella que la misma emancipación, a la que
tanto apeló, no pudo entablillar enteramente. Quebrantada. Pero aún así, Ca-
ffarena transita la emancipación a la que se filió, una emancipación que fuera
definida por Rancière como “un fenómeno que se desarrolla en los espacios
intersticiales: los espacios del tiempo dividido y los de las fronteras inciertas
entre los modos de vida y las culturas”. Porque en un lugar, su salud quebran-
tada no la privó de la vida (después de todo ella vivió cien años) y el peligroso
quebrantamiento que puede y quizás está allí para matar, era un quebranto
que pudo ser combatido o resistido, ya no se sabe, porque algo en ella, parcial-

432
América del Sur

mente o focalmente, se había emancipado del mismo quebranto que le pesaba


año a año.
Busqué traer pedazos de cuerpos a esta reunión de disidencias sexuales.
He buscado recordarles los dolores del cuerpo local. Los dolores de las muje-
res. De esas precisas mujeres ya históricas y que no obstante nos aguardan
en los múltiples espacios de nuestro porvenir. De los 100 años o más, de los
cien mil, ya no se sabe, que nos esperan o quizás debería decir que les esperan
a ustedes, los disidentes del porvenir. Tal vez, así lo pienso, ya les duela algo o
todo. O debería dolerles el cuerpo que tienen para alcanzar los umbrales del
feminismo y transitarlo como mujeres en la necesaria fuga que nos permiten
las categorías, inmersas en la materialidad misma de la fuga. No lo sé. Puede
ser que estén escribiendo la misma carta utópica de las provincianas chilenas
de los años 30 y 40. Sí, puede ser que estén escribiendo una carta si no
idéntica, al menos repetida. Después de todo no estamos en los centros sólo
formamos parte de una devaluada provincia global.
Tenemos un cuerpo totalmente provinciano o periférico (de alguna de las
periferias o de las provincias, no lo sé). Así lo pienso. Pienso hoy en cuerpos
que duelen y que gozan.
Y sigo pensando, como siempre, en ciertos cuerpos siempre a medio
camino de un complejo, atormentado pero liberador túnel decididamente polí-
tico.

433
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Sonia Montecino Aguirre (1954)

Antropóloga y ensayista del campo de las ciencias sociales. Ha he-


cho destacados aportes en el área de cultura y estudios de género e
identidad en Chile y América latina. Ha desempeñado distintos car-
gos en la Universidad de Chile. Académica, Directora de programas
de postgrado, Vicerrectora de extensión y comunicaciones. Obtiene
el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias sociales en 2013.
Entre sus obras están: Madres y Huachos, alegorías del mestizaje
chileno (1991), Palabra dicha. Ensayos sobre identidades, géne-
ro y mestizaje (1997), Juego de identidades y diferencias: repre-
sentaciones de lo masculino en tres relatos de vida de hombres
chilenos (1999), Cocinas mestizas de Chile. La olla deleitosa
(2005), Lucila se llama Gabriela (2006), Mujeres chilenas. Frag-
mentos de una historia (Comp.) (2018)

Símbolo mariano y constitución de la identidad femenina en


Chile 1
A partir de proposiciones en torno a la existencia de una “identidad cultu-
ral latinoamericana” —desarrolladas, entre otros, por Octavio Paz, Jorge
Guzmán y Pedro Morandé—, la autora advierte el predominio de la figura
femenina en la configuración de nuestro ethos.
El proceso de mestizaje social y sincretismo religioso en América Latina,
señala Sonia Montecino, habría propiciado el surgimiento de un simbolismo
centrado en la madre, cuya imagen dominante se encuentra en el modelo
mañano, expresión ritual y social de la cultura mestiza a la que pertenecemos.
“No había visto antes la verdadera imagen de la tierra. La tierra tiene
la actitud de una mujer con un hijo en los brazos
(con sus creaturas en los anchos brazos)”.
Gabriela Mistral.
Desde que el protagonismo de la mujer hizo su entrada en el escenario
nacional clamando por reivindicaciones propias y desde que la reflexión sobre
el lugar de lo femenino comenzó a ocupar un espacio “académico”, la pregun-
ta por la identidad de la mujer chilena emergió como un enigma a resolver.
La respuesta sobre el sí mismo femenino y nacional puede parecer sen-
cilla si adoptamos, como comúnmente se hace, ciertos supuestos teóricos
formulados en Europa y Norteamérica. Esas nociones de identidad tienen su

1 De: Montecino, Sonia. “Símbolo mariano y constitución de la identidad femenina en


Chile.” Estudios públicos 39 (1990): 283-290.

434
América del Sur

base en las ideas de Simone de Beauvoir, quien planteó que la mujer se cons-
truye desde lo masculino, transformándose en lo inesencial frente a lo esen-
cial, en lo Otro frente a lo Uno, y que, tal como lo expresa la pensadora en El
Segundo Sexo: “No se nace mujer: llega uno a serlo”.2 Beauvoir y otras auto-
ras están ciertas de la universalidad de este fenómeno, pues él estaría inserto
en la estructura patriarcal que ha primado en la mayoría de las sociedades
existentes.
Ahora bien, si estamos de acuerdo con esos argumentos sólo deberíamos
contentarnos con aplicarlos a nuestra situación y describir entonces cómo la
mujer chilena se convierte en una alteridad subordinada y situarla dentro del
sistema patriarcal dominante desde donde emanan las definiciones de lo fe-
menino.
Sin embargo, una mirada más profunda e inquisidora sobre la realidad,
una reflexión que se cuestiona a sí misma —como lo es el intento feminista de
abordar el conocimiento—, percibe que existe gran complejidad al enfrentar
cualquiera indagación sobre la identidad en nuestro país (que forma parte de
una identidad mayor: la latinoamericana). No sólo porque el tema ha sido
poco, o casi nada, estudiado, sino porque atravesamos por una crisis en los
paradigmas de pensamiento que nos obliga a realizar un esfuerzo por “pensar-
nos” desde espacios propios, a no ser “pensados” por categorías ajenas. Aun
cuando el tema de la mujer es relativamente “nuevo” y emerge, en nuestro
país, en una situación de desgarro social, se torna preciso, por las mismas
circunstancias, proponer una pista para elucidar sus contornos peculiares.
La aventura que proponemos en este artículo es caminar por un sendero
recién trazado, que no es más que el intento por establecer un posible punto de
partida, un conjunto de supuestos que aporten a la cuestión de la identidad
específica de la mujer en nuestro territorio. Insistimos en lo inacabado de
estas conjeturas; nuestro anhelo sólo es urdir una trama que constituya, dis-
cursiva y provisoriamente, los fragmentos restallantes del ser-mujer chilena.

Cultura e Identidad Latinoamericana


Algunos autores, como Pedro Morandé y Octavio Paz, han postulado la
existencia de una identidad cultural latinoamericana que nace desde la historia
particular que signa el devenir de nuestras sociedades. La cultura de nuestro
continente es mestiza, producto del encuentro entre indígenas y españoles y
se caracterizó por ser cúltica y ritual.3 El “diálogo” entre las dos culturas que
protagonizaron la historia latinoamericana se habría producido en esos planos.

2 Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo (Buenos Aires: Siglo Veinte 1972), p. 13.
3 Cf. Pedro Morandé, Ritual y Palabra (Lima: Centro Andino de Historia, 1980).

435
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

De allí que el sí mismo de América Latina se encuentre fuertemente marcado


por la religiosidad.
La mezcla, el ensamble, entre los dos modos de ser que se enfrentaron
gestó una nueva cultura, una síntesis entre lo indio y lo europeo. Podemos
acercarnos a esta cultura a través del universo de las representaciones y
observar el sincretismo que formuló un nuevo sentido. La conquista de Amé-
rica, parafraseando a Wachtel, trajo como consecuencia la derrota de los
dioses masculinos y el triunfo de las diosas-madres. En casi todo nuestro
territorio se extendió la figura sincrética de la Virgen María fusionada con las
divinidades femeninas vernáculas, como un símbolo que eclipsó —y eclipsa—
al del Dios-Padre. La Virgen de Guadalupe en México, la de Copacabana en
Perú y Bolivia, la Tirana y la del Carmen en Chile, entre otras, dibujan la
silueta de lo femenino poderoso que domina el panteón del mestizo latinoame-
ricano.
La explicación de este fenómeno no es completamente clara, pero puede
afincarse en que no fue difícil el encuentro de la mirada nativa y la europea en
un símbolo universal: la madre tierra como eje de todo lo creado. Pero tam-
bién pudo deberse al hecho que la conquista arrojó a su producto —el mesti-
zo— a la soledad, encontrando éste en la imagen de la Madre-Diosa cobijo y
fortaleza para enfrentar su existencia. Para Octavio Paz la “... Virgen fue y
es algo más, y de ahí que haya sobrevivido al proyecto histórico de los criollos.
La Virgen es el punto de unión de criollos, indios y mestizos y ha sido la
respuesta a la triple orfandad: la de los indios porque Guadalupe/Tonantzin es
la transfiguración de sus antiguas divinidades femeninas; la de los criollos
porque la aparición de la Virgen convirtió a Nueva España en una madre más
real que la de España; la de los mestizos porque la Virgen fue y es la reconci-
liación con su origen y el fin de su ilegitimidad”.4
En nuestros países se gestó la autonomía de la Virgen en tanto divinidad
con un culto que le asignó un papel preponderante en la cosmovisión. A dife-
rencia de Europa donde “... la Virgen asume el deseo de poder haciendo de
una mujer una Reina en los cielos y una Madre de las instituciones terrenales
(Iglesia). Pero consigue yugular esta megalomanía arrodillándola ante el niño-
dios”. 5 En el mundo mestizo la Virgen es la Reina y la Madre de todos, emble-
ma divino, aquí se eleva y trata a María “... de hecho como sólo a Dios y
Cristo corresponde: se le pide el perdón de los pecados...” como lo expresa
Van Kessel al hablar de la Virgen de la Tirana.6

4 Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe (Barcelona: Seix Barral,
1982) pp. 63-64.
5 Julia Kristeva, Historias de Amor (México: Siglo XXI, 1987) p. 227.
6 Van Keseel, El Lucero del Desierto, 1987, p. 190.

436
América del Sur

Madre en la Tierra y Madre en el Cielo


Hay acuerdo entre los diversos estudiosos en que el símbolo mariano
constituye en Latinoamérica una fuente de identidad popular, fundamental-
mente en lo que respecta a generar una identidad de origen.7 Esta matriz
mañana anclada en nuestra cosmovisión mestiza posee también un correlato
social, histórico, que estructura la fuerza del símbolo materno, su reproduc-
ción en el tiempo y su peso en la gestación de la identidad de mujeres y
hombres. Nos referimos al proceso de conquista. Al principio, el europeo
arribó solo a nuestro continente, en una empresa masculina de posesión y
descubrimiento. Su inevitable cópula —amorosa o violenta— con la mujer
indígena engendró numerosos vástagos (los huachos), quienes hubieron de
vivir en una familia cuyo eje fue la madre.
El núcleo original del mestizo latinoamericano fue el de una “célula ma-
dre”, con un padre ausente y muchas veces desconocido. Esta situación hizo
nacer un vínculo con lo materno que define los rasgos del sí mismo en nues-
tros territorios. Así parece también entenderlo Jorge Guzmán cuando al ana-
lizar la obra de Gabriela Mistral dice: “... esa imagen desmesurada y amantí-
sima de la madre es un elemento estructural de nuestra cultura, que en su
vertiente cursi ha originado la imagen tanguera de la “viejita”, y en la otra,
esta madre enorme, misteriosa, amante y terrible de los textos de la Mistral,
en la que de un modo u otro los hispanoamericanos sentimos y reconocemos
un elemento de la propia identidad”. 8
Si tanto en el espacio de la cosmovisión como en el de la vida social una
figura femenina domina el ethos latinoamericano, podemos colegir que no es
extraña la instalación de la Virgen-Madre como símbolo de identidad. El pro-
ceso de mestizaje y sincretismo que sitúa a la Madre como figura fundante de
un orden pareciera ser propio de nuestro continente. Luce Irigaray, psicoana-
lista feminista, elabora desde Europa una teoría que busca la recuperación de
la madre, para la sociedad patriarcal occidental, diciendo que “El orden social,
nuestra cultura, el mismo psicoanálisis, así lo quieren: la madre debe permane-
cer prohibida”.9 Esta autora, cuyo peso gravita fuertemente en algunas ver-
tientes feministas, sostiene que la figura materna fue sacrificada en Occiden-
te por la paterna; que el “asesinato” de la madre (presente en toda la mitología

7 Para Pedro Morandé “María se vincula al origen de la humanidad, del pueblo. Más
concretamente, en el caso que analizamos, ella es la madre de los chilenos, esto es, origen
del sentido de la nacionalidad. En otras palabras, si ser chileno tiene algún sentido de
identidad especial, esto es obra, según la conciencia popular, de María”. “Algunas
Reflexiones sobre la Conciencia en la Religiosidad Popular”, Celam 29, 1977, p. 175.
8 Jorge Guzmán, Diferencias Latinoamericanas (Santiago: Ediciones del Centro de Estudios
Humanísticos de la Universidad de Chile, 1984) p. 62.
9 Luce Irigaray El Cuerpo a Cuerpo con la Madre (Barcelona: Lasal, Ediciones de les
Dones, 1985).

437
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

griega) implica la represión de lo femenino en la cultura y que es preciso


“resucitar” esa imagen para gestar una sociedad igualitaria.
Nuestra cultura, en cambio, no inmoló a la madre sino que la divinizó en la
figura de la Virgen mestiza y colocó a la mujer-madre en una posición apical
dentro de la familia. La historia particular que signa a América Latina produjo
esta predominancia de lo materno y dibujó lo paterno como una autoridad
fantasmática (por su ausencia) que no se expresa en la alegoría del Dios-
Padre como el origen de todos y como el depositario de la Ley, sino en un
pater lejano, poco audible; pero no por ello carente de poder.
Se comprenderá que esta singular forma de simbolizar (y por lo tanto de
entender) el mundo propone un modelo de identidad de género en el que
subyace una compleja relación entre lo femenino y lo masculino, que no nece-
sariamente se expresa en la constitución de una alteridad (de lo Otro) desde lo
unívoco masculino. El ethos mestizo hiperboliza lo materno formulando una
identidad que pareciera dificultar el pensarse y asumirse como mujer u hom-
bre. Este último, tal como lo expresa Morandé “No sólo no podrá ser como su
padre, sino tampoco conocerlo, su padre es genérico... La relación concreta,
determinada, sólo puede establecerse por vía materna. De esta manera, la
imagen del varón queda escindida: como padre representa más que nada un
papel ritual; como hijo, en cambio, una relación personal que tiene como único
punto de referencia a la madre”.10 La mujer, por su lado, permanecerá en la
insularidad de ser la Madre; adscrita a esa identidad asumirá la protección, la
subsistencia, el afecto de sus hijos.
Esta trama original —espejo de una escena que colocó a la madre india y
luego a la mestiza como sostenedora de sus “huachos” y al padre español, al
mestizo y posteriormente al “criollo” como el ausente (su espacio estará en la
guerra, en la política, en los negocios, en definitiva en el universo de lo público)
–estructuró junto a la divinización de la Virgen– Madre una red simbólica que
se transmitió como huella y marca en la cultura latinoamericana. Así, madre
terrena y madre celestial conjuntarán los atributos de una imagen que cobija,
sana, ama, perdona, nutre y crea, madre sola que extenderá su manto para
que en él aniden todos sus hijos.

Una Mirada al Hoy


Como sabemos, los núcleos simbólicos de la cultura se van reproducien-
do en el tiempo y sus transformaciones no coinciden, muchas veces, con los
cambios que acaecen en otras estructuras de la vida social. Nuestra hipótesis
es que muchos de los rasgos contenidos en el modelo mariano de identidad
que hemos expuesto son visibles en el sí mismo contemporáneo de las muje-
res chilenas. Los procesos de secularización vividos por nuestro país parecen
10 Pedro Morandé “El Varón en la Cultura” Carisma 12, 1984, p. 11.

438
América del Sur

no alterar algunos trazos profundos de la cultura mestiza que compartimos.


La religiosidad continúa tiñendo el horizonte simbólico, y las mujeres más
cerca de ella 11 bordan incansablemente los trajes de los ritos. La Virgen
Madre mestiza aún no es “destronada” por un culto cristológico a pesar de los
intentos por lograrlo 12 y la piedad popular encaminará cíclicamente sus pasos
hacia la Tirana, la Virgen de Lo Vásquez, de Andacollo, la Candelaria, etc.
Interrogando los discursos de algunas mujeres chilenas de clase media13
pudimos constatar la vigencia en ellos del modelo de constitución de identidad
mañana. La autodefinición de las mujeres se posa indefectiblemente en la
palabra madre. “Soy madre de tantos hijos” dicen las profesionales, sin deli-
mitarse en primera instancia en su “oficio”, en lo que la califica “productiva-
mente” en la estructura económica. El sí mismo femenino está anclado en lo
privado de reproducir, criar, amamantar, querer antes que nada a sus hijos. Y
no es sólo la maternidad biológica la que aparece, también la maternalización
de los trabajos, de las relaciones, de la visión del mundo, están presentes en la
automirada de las mujeres (con hijos o sin hijos).
Consecuente con este ser-la-madre, las mujeres tienen como ideal ser
perfectas (¿como la Virgen-Madre?) en la casa, en el trabajo, en la relación
de pareja, etc. Asumiendo en la vida cotidiana una multiplicidad de haceres y
prácticas copan los espacios domésticos –generalmente luego de su jornada
de trabajo– y afectivos del hogar. En esta posición, de “hacedoras de todo”,
sienten el tremendo peso de la soledad en que se ejecutan sus haceres. El
hombre, ausente del hogar, en las “cosas importantes”, evade la socialización
de los hijos, las tareas domésticas (hechas por la esposa o la empleada do-
méstica), el diálogo con su mujer. Los discursos femeninos se centrarán, en-
tonces, en la queja por esta “carencia” masculina en el mundo privado, desva-

11 Sobre esta relación de las mujeres chilenas con la religiosidad puede verse el texto de
Josefina Puga “La Religiosidad de la Mujer en el Gran Santiago, (Santiago: Centro
Belarmino, Departamento de Investigaciones Sociológicas, 1975); y para conocer el
acercamiento a la vida religiosa de las mujeres latinoamericanas el libro de Elsa Tamez
Teólogos de la Liberación hablan sobre la mujer (San José: DEI, 1986.)
12 Así parece entenderlo también Van Keseel al analizar el desarrollo de la devoción a la
Virgen de la Tirana. Por su lado, Pedro Morandé dirá “… la condición necesaria para que
la conciencia religiosa se exprese también racionalmente como conciencia histórica y, en
este sentido, como conciencia no fetichizada, es que la acentuación unilateral del carácter
maternal de María sea superado por un culto mariano cristocéntrico que acentúe también
el carácter esponsal de María…” “Algunas Reflexiones sobre la Conciencia en la
Religiosidad Popular”, Celam 29, 1977, p. 189.
13 Estos discursos son casi una treintena de historias de vida que realizamos junto a
Mariluz Dussel y Angélica Willson, para la investigación “Modelo Mariano y
Constitución de la Identidad Femenina Chilena” del Centro de Estudios de la Mujer,
cuyos resultados están publicados en el libro Mundo de Mujer: continuidad y cambio,
(Santiago: Ediciones CEM, 1988)

439
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

lorizando al hombre, pero permitiéndole que continúe en la asimétrica relación


de “hijo” respecto a su esposa-madre que todo lo puede.
El universo de la familia está formado por una constelación de mujeres,
abuelas, tías, madres, que reinan y moran en el afecto, la reproducción, la
mantención de un orden y que sitúan al hombre, ese ausente, en un sitial
ambivalente: le otorgan un poder simbólico –es importante “tener” un hombre
en la casa– y a la vez lo tratan como a un niño, un inferior, un desprotegido.
Pero ser esa Madre es una labor ardua, llena de presiones y la mujer
vivirá tensionada –sobre todo la que trabaja fuera del hogar– entre su “reali-
zación” externa (en lo público de su profesión u oficio) y esta fuerza interior,
atávica que la ancla en lo maternal de su ser-femenino.14 La su-pervivencia
de éstos y otros elementos en la constitución de identidad de la mujer chilena
nos llevan a pensar que aquel punto de partida de nuestra cultura (la mater
como poder divino y terrenal) ha dejado su impronta en el cuerpo y en el
espacio psíquico de la mujer.

Algunas Preguntas
Si la presencia del modelo histórico de identidad mariano se encarna en
algunos discursos de vida y en algunas prácticas, es preciso preguntarse, en-
tonces, por una serie de axiomas o releerlos desde esta realidad. Por ejemplo
¿cómo se realiza el patriarcado y la subordinación de la mujer en nuestra
cultura? ¿cómo se estructura la Ley del Pater en nuestro territorio?
¿cuál es el eje dominante que funda la alteridad? Las respuestas a estas
primeras interrogantes arrojarían, sin duda, otras inquisiciones que pondrían
en cuestión los paradigmas con que comúnmente nos hemos pensado y ayu-
darían a levantar el perfil de la identidad de la mujer en el Chile de hoy.
La aproximación que presentamos sugiere, apenas, una brecha que de-
berá ampliarse investigando y reflexionando sobre la especificación de nues-
tra historia y nuestra cultura, incorporando la óptica femenina a ese devenir.
La cuestión de nuestra identidad toca no sólo al movimiento de mujeres sino
que interpela a todo movimiento liberador. Saber lo que somos realmente —y
no los mitos que creamos desde lo ilustrado de nuestro hacer— para poder
proyectarnos y poseer, por fin, una identidad de destino es una tarea urgente.
Desde la mujer, tal vez, podamos iluminar lo vago que aparece el sí mismo
nacional y alumbrar los proyectos de cambio en nuestra actual coyuntura.

14 Esta tensión entre el orden secularizado y la identidad histórica femenina ya puede


percibirse en el trabajo de Armand y Michele Mattelart La Mujer Chilena en una Nueva
Sociedad (Santiago: Editorial del Pacífico, 1968), la que es traducida por estos autores a
través de la definición de la mujer chilena como “tradicional-moderna”.

440
América del Sur

Ensayo de cierre

Liliana Weinberg (1956)

Nacida en Buenos Aires el año 1956. Ensayista, crítica literaria, in-


vestigadora y editora en el campo de la literatura en su relación con
la cultura, la tradición literaria, las ideas estéticas y la historia intelec-
tual. Especializada en la teoría y crítica del ensayo en general, se ha
orientado en particular al estudio del ensayo hispanoamericano de los
siglos XIX y XX. Formada en los campos de la antropología y los
estudios literarios, ha propuesto el establecimiento de puentes entre
ambos, como lo muestran sus trabajos sobre literatura popular y sus
investigaciones en torno a la prosa hispanoamericana de los siglos
XIX y XX en su relación con el campo de la cultura y el discurso
social. Es autora de libros dedicados al ensayo así como de numero-
sos trabajos sobre la obra de algunos de sus principales representan-
tes, temas y problemas. Entre sus publicaciones se cuentan: El ensa-
yo, entre el paraíso y el infierno (2001), Literatura latinoameri-
cana, descolonizar la imaginación (2004), Umbrales del ensayo
(2004), El ensayo, un género sin orillas (2006), Situación del en-
sayo (2006), Pensar el ensayo (2007), El ensayo en busca del
sentido (2014), Seis ensayos en busca de Pedro Henríquez Ure-
ña (2015). Actualmente trabaja como investigadora titular en el Cen-
tro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC)1 de
la UNAM y como profesora de licenciatura y posgrado en los pro-
gramas de Letras y Estudios Latinoamericanos de la misma universi-
dad.

El ensayo latinoamericano entre la forma de la moral y la moral de


la forma1
Del ensayo en tierra firme al género sin orillas
Hasta mediados del siglo XX existía en el ámbito cultural latinoamericano
un cierto equilibrio entre la posición del intelectual, el sistema escolar, la pro-
ducción editorial, un modelo de crecimiento económico y participación políti-
ca: en suma, un pacto implícito de representatividad entre el ensayista, los
temas, el público, el mundo del libro y su articulación con otras esferas del
quehacer social. El ensayo mismo ocupaba un puesto clave como enlace y
1 Cuadernos del CILHA - a. 8 n. 9 - 2007 (110-130)

441
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

articulación entre el campo literario y el campo intelectual, tal como lo demos-


traban sus dos formas preponderantes: el ensayo literario y el ensayo de inter-
pretación. Sin embargo, y paradójicamente, apenas alcanzado ese estado de
normalización, pronto el panorama comenzó a cambiar de manera radical.
En efecto, muchos son los cambios que ha sufrido el ensayo latinoameri-
cano en lo que va de un siglo, a partir de ese momento de normalización del
género que por mi parte he propuesto llamar el “ensayo en tierra firme” con el
objeto de caracterizar ese momento de equilibrio, que es a la vez un momento
clave para la consolidación del género en América Latina, y que puede situar-
se en la primera mitad del siglo XX, muy particularmente en los años cuaren-
ta. Se trata de una gran época representada –entre muchas otras— por figu-
ras como Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, animadores de la funda-
mental serie “Tierra Firme”, organizada desde México por el Fondo de Cultu-
ra Económica y que permitió reunir algunos de los nombres y obras más
representativos del género en nuestro ámbito cultural, en un momento en que
además se estaban escribiendo los grandes ensayos de interpretación latinoa-
mericanos (Weinberg, L., 2006ª: 291-321). Es a la luz de ese proceso de
normalización como debe entenderse, por ejemplo, el vigor que tuvo la tan
recordada definición que nos brinda el propio Reyes del género como “ese
centauro de los géneros”, al que presagia larga vida en la producción literaria
del continente (Reyes, 1959: 400-403).
El ensayo ha dado muestras de una creciente vitalidad e importancia
como miembro destacado de la familia de los géneros en América Latina. Ha
dado muestras también de una serie de sorprendentes transformaciones que
responden a los desafíos de la hora, a las nuevas demandas temáticas y for-
males, a las transformaciones en la familia de la prosa de ideas, así como
también en los nuevos fenómenos de autoría, lectura y edición que vive el
campo de las letras. De allí que me sienta inclinada a referirme a este nuevo
momento que vive el ensayo como el que corresponde a un “género sin ori-
llas”, inspirada, claro está, en las palabras de Juan José Saer en El río sin
orillas: “(…) y tendemos a representárnoslo sin forma precisa(…) Esa im-
presión viene de la experiencia directa, cuando estamos contemplándolo, por-
que sus límites se confunden con la línea circular del horizonte(…)” (Wein-
berg, L., 2006 b: 6-14).
La propia apertura y dinámica del ensayo, su flexibilidad y la permanente
posibilidad que establece de tender puentes entre la escritura del yo y la inter-
pretación del mundo, entre la situación concreta del autor y la inscripción de
esa experiencia en un horizonte más amplio de sentido, entre la filiación y la
afiliación del escritor, han permitido que el género responda a las cambiantes
demandas de los tiempos y espacios sociales y confirme su sorprendente

442
América del Sur

dinámica así como su necesaria inclusión de la experiencia del lector y la


comunidad hermenéutica 2. Por otra parte, el ensayo es campo de despliegue
que permite representar esa toma de distancia interpretativa y crítica que
acompaña el paso entre filiación y afiliación por parte de un autor, a la vez que
el diálogo y aun construcción de una comunidad crítica de lectura 3. Dicho de
otro modo, dado que el ensayo incorpora en su propia textura distintos niveles
de análisis, permite a la vez consignar una experiencia y, por así decirlo, as-
cender a otro “escalón” o mirador que lo habilite para tomar distancia crítica
e interpretar esa experiencia, de manera tal que puede poner en perspectiva
una situación concreta y subjetiva y entenderla, inscribirla de manera más
amplia en un sentido general. Todos estos elementos hacen del ensayo una
forma clave, una herramienta fundamental en el quehacer creativo y reflexivo
propio del ámbito cultural latinoamericano.
Pasemos ahora breve revista a algunos de esos cambios, favorecidos,
como ya se dijo, por la propia dinámica que es característica del género:
-Tiempo y espacio. Las propias demandas de transformación del mode-
lo centrado en los ejes de historia, cultura y sociedad, que fue definitorio y
característico para el ensayo “en tierra firme”, se traducen hoy en una mayor
integración de cuestiones vinculadas a la memoria, la autobiografía, el testi-
monio, el cuerpo y un nuevo sentido de dinámica identitaria, que abre incluso
las fronteras del género. Se dan nuevas formas de enlace entre el entender y
el narrar la experiencia: a través de temas de particular interés en nuestros
días tales como los de memoria y archivo, el ensayo se encuentra con el
quehacer de otros géneros, como la novela. Por una parte, y a despecho de

2 Tomo este término de Walter Mignolo. Considero de interés recordar la distinción que
establece Walter Mignolo entre los distintos tipos de ensayo: en primer lugar, el ensayo
“hermenéutico”, que se origina con Montaigne —centrado en la experiencia de un sujeto
universal, que se piensa como representativo de la condición humana toda—. En segundo
término, el ensayo “epistemológico”, apoyado en un sujeto del saber —la línea abierta—
por Bacon, Locke, Berkeley, más ligada al tratado filosófico. Y por fin, el ensayo
“ideológico”, centrado en un sujeto que asume francamente una postura de crítica de las
costumbres, que tiene como uno de sus más grandes representantes a Voltaire, y ha sido
en su opinión el que demostró un particular desarrollo en América Latina. Mignolo
afirma también que el ensayo presenta mayor afinidad con los marcos discursivos de la
prosa expositivo-argumentativa que con los que corresponden al tipo descriptivo-
narrativo. (Véase Mignolo, 1984: 53, también Mignolo, 1986).
3 La tan útil distinción entre filiación y afiliación proviene de Edward Said (1984), quien
recupera en toda su vitalidad las ideas de Lukács, en cuanto ve en el ensayo una de las
más altas y logradas manifestaciones de la crítica, que permite establecer una distancia
entre la conciencia y ese mundo respecto del cual para otros sólo ha habido “conformidad
y pertenencia”. La crítica, dice Said, “siempre está situada, es escéptica, secular,
reflexivamente abierta a sus fallas y errores”.

443
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

las grandes diferencias que pudieran existir, el ensayo se insertaba como un


componente fundamental de proyectos de escritores e intelectuales que, des-
de empresas culturales de tan diverso signo como Cuadernos Americanos
en México o Sur en Argentina, coincidían de todos modos en un quehacer de
“tierra firme” ligado de una u otra manera a esa etapa que autores como
Huyssens denominan “la alta modernidad” (2002). Ese proyecto tenía como
ejes la confianza en la razón y la apoyatura en el eje histórico como forma de
comprensión del mundo. En lo que sigue nos asomaremos a los cambios radi-
cales en esta situación de que el ensayo es al mismo tiempo juez y parte,
intérprete y protagonista.
-Entre el mostrar y el decir. Se evidencia el paso entre aquello que
acertadamente Ricardo Piglia denomina el mostrar y el decir, esto es, se
descubre un notorio desplazamiento del énfasis en aspectos referenciales y
de contenido a aquellos aspectos que revisten nuevos desafíos para esa poé-
tica del pensar que traduce todo ensayo, y a nuevas cotas de complejidad en
la elaboración intelectual y artística. Durante muchos años el ensayo latino-
americano cumplió predominantemente la función de mostrar, señalar, apun-
tar a problemas del contexto, en una amplia gama que iba de la didáctica a la
denuncia, y que tenía en muchos casos la función predominante de indicar y
diagnosticar las notas características y los problemas de una realidad social y
cultural a transformar. Sin embargo, en los últimos años avanza el escepticis-
mo respecto de las posibilidades de seguir aplicando los modelos de interpre-
tación y diagnóstico que fueron por muchos años característicos del ensayo
en la región, y esto por varias razones. Por una parte, la expansión de las
ciencias sociales, así como, más recientemente, de los estudios culturales y
postcoloniales, que adoptan en su producción la forma del ensayo. Por otra
parte, la fuerte transformación en la propia idea de sujeto y autoría, a la que se
suman cuestiones como la “autoetnografía” y la posibilidad de someter a crí-
tica el papel del ensayista-intérprete. Por fin, las transformaciones en el cam-
po de la literatura misma, que se traducen en nuevos problemas de límites y
fronteras entre géneros y formas del enunciado, además de los crecientes
cruces discursivos, que se dan por supuesto no sólo en nuestro ámbito cultural
sino en otras partes del mundo.
-De las fronteras a los umbrales. En los últimos años se manifiesta
también una alteración de las jerarquías tradicionales en la relación del ensayo
con otros tipos discursivos y formas textuales: ficción, poesía, crónica, auto-
biografía. Buena muestra de ello son los crecientes cruces entre ficción y
ensayo (pensemos en Borges y Piglia), o, para tomar el ejemplo de dos auto-
res europeos que han tenido una gran recepción en América Latina, las nota-
bles transformaciones que muestra el género en la pluma de Claudio Magris y

444
América del Sur

John Berger. Por otra parte, la aproximación entre discurso filosófico y dis-
curso ensayístico, propiciada por zonas en común, tales como un creciente
interés por cuestiones éticas, se manifiesta de manera magistral en autores
como el gran ensayista hispano-mexicano Tomás Segovia. Son también lla-
mativos los cruces que se evidencian también en la exploración de cuestiones
límite entre literatura, plástica, música.
-Escribir y editar. En nuestros días se reabre también el libro de ensa-
yo. Hace ya muchos siglos Montaigne declaraba “vamos de la mano mi libro
y yo”, y hacía del libro un espacio íntimo a la vez que público, un cuadro y una
ventana, una posibilidad de llevar a cabo el retrato de sí y el retrato del mundo,
un escenario para la representación de la experiencia así como para la toma
de distancia necesaria para explicarla. Han pasado los años y el ensayo se
inserta en el mundo social y editorial, de tal modo que hoy se vive como nunca
antes una apertura no sólo de la instancia del autor sino también del libro: la
creciente atención prestada a la relación entre texto y contexto, pero también
entre el momento de escribir un ensayo y editar un ensayo, así como la posi-
bilidad de rastrear la relación entre el texto y los procesos de lectura. Por mi
parte, a la luz de autores como Borges, por ejemplo, me he llegado a preguntar
hasta qué punto un ensayo no resulta ser la escritura de una lectura o la
lectura de muchas escrituras.
-Ensayo y espacio público. El ensayo formaba parte de un espacio
público de discusión consolidado y era escenario de una experiencia intelec-
tual y estética compartida. El espacio de la literatura se producía en un conti-
nuo que tenía incluso que ver con ámbitos como las bibliotecas públicas y
privadas, las librerías y casas editoriales, e incluso con otros espacios cultura-
les en apariencia tan alejados como el museo o la sala de conciertos. Había
formas de debate y divulgación funcionales para el momento, que actualmen-
te van quedando desmanteladas. Hoy se asiste a un repliegue de esos espa-
cios y de los ritmos de lectura y de escucha que los acompañaban, a la vez
que una expansión de otros territorios: nuevas formas de articulación de lo
privado y lo público, como se evidencia en la expansión de los espacios virtua-
les, glocales, donde lo social se vive como individual y la experiencia privada
se vive como parte de una red indeterminada.
-Texto cerrado y fenómeno abierto. A todos estos casos podemos aña-
dir otros fenómenos sorprendentes, como la creciente alteración de conven-
ciones referenciales tradicionales. El ensayo no puede sustraerse, por ejem-
plo, al problema de la imagen, de tal modo que las propias cuestiones de
écfrasis que se suscitaban hace algunos años en los más sofisticados ejem-
plos de asomo del ensayo a la forma artística y crítica de arte, deben ahora
también reabrirse, en vistas además al surgimiento de nuevos fenómenos de

445
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

hipertextualidad propios de la era de la internet y nuevas exploraciones de los


límites entre texto cerrado y texto abierto. Las exposiciones que se dedican al
“libro-objeto” llevan hasta el límite nuevas formas de vinculación con la obra
cerrada y editada, a la que reabren y aproximan ahora a nuevas relaciones, e
incluso colocan en nuevos contextos de intervención y acontecimiento cultu-
ral. El ensayo no puede sustraerse a la proliferación de nuevos experimentos
formales: al repensar los procesos de edición en su nueva dinámica, y al inte-
grar los distintos avances tecnológicos como nuevas formas de “soporte” de
la palabra que alteran no sólo los canales tradicionales de circulación y difu-
sión de los textos sino también los fenómenos de producción y recepción, el
libro tradicional, y con éste el ensayo, se abren a nuevas dimensiones, como
las que está explorando hoy en México, particularmente para el caso de la
narrativa, Mario Bellatin.
-Intransitividad y transitividad. El ensayo ejerce también crecientes
funciones de mediación cultural, en dos sentidos aparentemente contradicto-
rios. Por una parte, en su carácter de prosa artística mediadora entre otras
formas en prosa (ya que su propia organización textual incluye otras muchas
formas discursivas), el ensayo resulta clave como forma de articulación de las
distintas manifestaciones de la prosa y la literatura de ideas. Pero a la vez, en
su posibilidad de acercarse a fenómenos propios de formas intermedias, el
ensayo ocupa nuevas zonas del discurso social. Como muy bien lo anotó Juan
José Saer en ese texto fundamental que es “La cuestión de la prosa”, el
ensayo se encuentra actualmente atravesado por dos fuerzas opuestas: por
una parte, su vocación como prosa artística de altos vuelos, con demandas
específicas de lectura y vínculo con una compleja y rica tradición literaria sólo
comprensible por parte de una comunidad hermenéutica de buenos entende-
dores, y por la otra su apertura a la divulgación y las crecientes influencias de
nuevas formas de prosaísmo y pragmatismo: esa “especie de concepción eco-
nómica de la prosa” según la cual, como dice Saer, ésta será más económica
y rentable cuanto mayor sea la cantidad de sentido que suministre y la rapidez
que con que sea capaz de transmitirlo al lector.
-Ensayo y escritura. Ensayos como los de Saer nos abren precisamente
a otra dimensión fundamental del ensayo: la de la escritura. En efecto, en el
propio trabajo de Saer, la presentación histórica y razonada del problema, que
marca la denuncia de la marcha inexorable de los poderes del Estado y del
mercado, apoderados ambos de la prosa a la que imparten sus dictados, entra
en tensión con la ruptura de esa misma temporalidad y ese mismo orden, con
el asomo a momentos de transgresión, de liberación de la prosa, gracias a su
recuperación mediante el quehacer del creador, tocado por momentos líricos
y narrativos (Saer, 1999: 55-61). De allí que las tradicionales duplas suscita-

446
América del Sur

das a partir del formalismo para entender la obra literaria, a saber, opacidad-
transparencia, monumento-documento, intransitividad-transitividad, descrip-
ción-inscripción, deban enfrentar como nunca antes impensados y más altos
desafíos.
-Ensayo y lenguaje. Por fin, si ya desde hace muchos siglos, en el mo-
mento de su consolidación genérica, el ensayo entró en diálogo con las len-
guas naturales mismas, y se puso así en evidencia que uno de los grandes
protagonistas del ensayo es el propio lenguaje, hoy no podía sino confirmarse
este fenómeno de una manera cada vez más pronunciada. El ensayo es una
experiencia de lenguaje y de participación en el sentido. Y si la lengua es —
como dice el ya citado Tomás Segovia— la institución social por excelencia,
comprenderemos hasta qué punto la creciente preocupación del ensayo por
abrirse a la experiencia del lenguaje nos podrá conducir a nuevos e impensa-
dos rumbos para un género en plena vitalidad, siempre preocupado por explo-
rar y ampliar los límites de lo visible, lo decible, lo inteligible.

Un diálogo entre dos siglos 4


Quiso el destino editorial que precisamente en el momento de umbral
entre dos siglos quedara registrado un sintomático diálogo entre dos grandes
de la literatura latinoamericana. En efecto, en el mes de mayo del 2001, y en
el suplemento cultural Babelia del periódico español El País, se publicó la
transcripción de un diálogo virtual entre dos escritores latinoamericanos fun-
damentales: Ricardo Piglia y Roberto Bolaño, 5 argentino el primero y chileno
el segundo, aunque residentes en ese momento el uno en los Estados Unidos
y el otro en España, quienes se comunicaban a través del correo electrónico.
No deja de resultar sorprendente y significativa esa posibilidad de encuentro
entre lectores correspondientes a todo el ámbito hispanoamericano con un
escritor argentino y otro chileno que, desde países que saludan su talento y
que no son los suyos, mantienen un diálogo virtual publicado por un periódico
español en torno de temas tales como la literatura latinoamericana y los pro-
blemas de identidad.
El diálogo virtual se abre con una primera observación de Piglia: “para
escapar, a veces es preciso cambiar de lengua”, a la que Bolaño añade el
siguiente comentario:
4 En lo que sigue retomo, de manera bastante modificada y ampliada, mi trabajo “Ensayo
e identidad. Dos términos en correlación”. (Weinberg, L., 2004: 21-50).
5 Se trata de la transcripción del diálogo virtual entre los dos escritores publicada bajo el
título “Extranjeros del Cono Sur: conversación entre Ricardo Piglia y Roberto Bolaño”,
por el suplemento Babelia, de El País (Madrid), n. 484 (3 de mayo de 2001), periódico
que circula ampliamente no sólo en España sino en América Latina.

447
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Tengo la impresión de que en los últimos veinte años, desde


mediados de los setenta hasta principios de los noventa y por
supuesto durante la nefasta década de los ochenta, este de-
seo es algo presente en algunos escritores latinoamericanos
y que expresa básicamente no una ambición literaria sino un
estado espiritual de camino clausurado. Hemos llegado al fi-
nal del camino (en calidad de lectores, y esto es necesario
recalcarlo) y ante nosotros (en calidad de escritores) se abre
un abismo.
Prosigue Piglia a su vez con estas palabras:
Cambiar de lengua es siempre una ilusión secreta y, a veces,
no es preciso moverse del propio idioma. Intentamos escribir
en una lengua privada y tal vez ése es el abismo al que alu-
des: el borde, el filo, después del cual está el vacío. Me pare-
ce que tenemos presente este desafío que describes perte-
nece exclusivamente a los escritores llamados latinoameri-
canos. Tal vez en esto estamos más cerca de otras tentativas
y de otros estilos no necesariamente latinoamericanos, mo-
viéndonos por otros territorios. Porque lo que suele llamarse
latinoamericano se define por una suerte de antiintelectualis-
mo, que tiende a simplificarlo todo y a lo que muchos de no-
sotros nos resistimos.
En unas cuantas líneas se nos ofrecen ya varios elementos fundamenta-
les. El primero tiene que ver con la forma misma del decir y del intercambio
de ideas. Estamos asistiendo a una nueva y sorprendente forma de diálogo,
que no obedece a los tiempos ni los formatos de una conversación tradicional:
cada uno de los escritores retoma en su oportunidad lo dicho por su colega y
lo inserta en su propia reflexión; antes que un juego de afirmación, réplica y
contrarréplica estamos presenciando al crecimiento errante de una reflexión.
El segundo tiene que ver con lo dicho, ya que entre otras cosas se desarticula
y rearticula la relación lengua-territorio-escritura: por una parte, es posible
cambiar de lengua (no existe ya una identidad estrecha entre lengua, literatu-
ra, identidad); por la otra, el lenguaje del escritor no se identifica necesaria-
mente con el “idioma” de una nación o una región, sino con el ámbito secreto
de la situación personal y la experiencia creativa. Se reconfigura además el
campo o espectro literario, en cuanto algunos escritores se aproximan por la
escritura a otras experiencias y estilos no latinoamericanos. Por último, se
plantea una fuerte crítica a la reducción de lo latinoamericano al antiintelec-
tualismo (pensemos, por ejemplo, en algunas interpretaciones de lo real mara-
villoso). El territorio de un escritor es antes el metafórico lugar de la lengua

448
América del Sur

que el no menos metafórico lugar del origen, pero aun cuando este territorio
resulte íntimo y en apariencia necesario, se puede salir de él en busca de
nuevas experiencias, de nuevos modos de decir (y no sólo pienso en las len-
guas naturales, sino también en los lenguajes especializados que hoy manejan
las ciencias y la tecnología).
El diálogo prosigue en estos términos:
Me parece –dice Piglia– que se están formando nuevas cons-
telaciones y que son esas constelaciones lo que vemos desde
nuestro laboratorio cuando enfocamos el telescopio hacia la
noche estrellada. Entonces, ¿seguimos siendo latinoamerica-
nos? ¿Cómo ves ese asunto?
Responde Bolaño:
Sí, para nuestra desgracia, creo que seguimos siendo latinoa-
mericanos. Es probable, y esto lo digo con tristeza, que el
asumirse como latinoamericano obedezca a las mismas le-
yes que en la época de las guerras de independencia. Por un
lado es una opción claramente política y, por el otro, una op-
ción claramente económica.
Comenta Piglia:
Estoy de acuerdo en que definirse como latinoamericano (y
lo hacemos pocas veces, ¿no es verdad?; más bien estamos
ahí) supone antes que nada una opción política, una aspira-
ción de unidad que se ha tramado con la historia y todos vivi-
mos y también luchamos en esa tradición. Pero a la vez no-
sotros (y este plural es bien singular) tendemos, creo, a bo-
rrar las huellas y a no estar fijos en ningún lugar.
Transcribo estas palabras porque considero que dan cuenta de la preocu-
pación de muchos artistas e intelectuales ante los cambios que atraviesa el
quehacer literario en nuestra región: las transformaciones en los procesos
editoriales, la movilidad de los hombres de letras, las nuevas vías de diálogo y
publicación de ideas, las nuevas formas de reflexión sobre procesos que sólo
admiten hoy intuiciones lúcidas, fragmentadas, y que no asumen las viejas
formas de representatividad en temas y discursos. Más aún, como veremos,
las tradicionales constantes del discurso identitario se encuentran hoy someti-
das a revisión, cuando no puestas incluso en duda. Crisis también, anoto, de
las instituciones en las que se inscribe todo discurso.
Si volvemos al encuentro virtual arriba citado, descubriremos cómo, a
través de esta ruptura crítica, a la vez seria e irreverente, con el modelo
identitario y sus elementos canónicos, se pone en evidencia nada menos que

449
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

la desarticulación del espacio ideológico de lo latinoamericano y su afirmación


sólo en cuanto opción política y económica para implícitamente dejar de lado
los aspectos relacionados con el orden de la cultura o los estilos culturales, la
creación, las ideas o la reflexión filosófica. Negativa a definir la identidad
latinoamericana a partir de lengua, cultura, territorio, historia, herencia. Diso-
lución de la constelación del nosotros en favor del planeta secreto de un nuevo
yo, el de cada escritor, el de cada experiencia, y negativa a afirmar lo latino-
americano por el arraigo en algún lugar, real o imaginario: dice Piglia que
“tendemos a borrar las huellas y a no estar fijos en ningún lugar”; se trataría
así de una nueva forma de “nomadismo”. “Hemos llegado al final del camino
(en calidad de lectores, y esto es necesario recalcarlo) y ante nosotros (en
calidad de escritores) se abre un abismo”.
La literatura latinoamericana de nuestros días no se identifica ya tan cla-
ramente con la situación geográfica, ni tampoco con la situación idiomática ni
las convenciones genéricas, los formatos o las modalidades tecnológicas con
que lo hacía en épocas anteriores a los setenta y ochenta, cuando los regíme-
nes dictatoriales cambiaron el rumbo de nuestros pueblos y de nuestra intelec-
tualidad. Muchos de nuestros grandes ensayistas escriben hoy desde distintos
destinos y para una nueva comunidad imaginaria de destinatarios. Y algunas
de las mejores piezas de ensayo no están ya necesariamente escritas por
ensayistas propiamente dichos, sino por poetas (Derek Walcott) o novelistas
(García Márquez o Juan José Saer), y revisten incluso formas novedosas.

Dimensiones del ensayo


Debo ahora, en los estrechos límites de un breve trabajo, presentar un
tema infinito, y como acabo de mostrarlo, vasto y suficientemente complica-
do. En nuestros días, el ensayo se confirma, como lo presagió Reyes en “Las
nuevas artes”, como uno de los principales géneros discursivos, y esto no sólo
en América Latina sino en otras partes del mundo. Prosa no ficcional destina-
da a tratar todo tema como problema, a ofrecer nuevas maneras de ver las
cosas, a reinterpretar distintas modalidades del mundo, a brindarnos, ya nue-
vas síntesis integradoras, ya exploraciones de frontera y de límite, cruces de
lenguajes, en un estilo ya denso y profuso, ya ligero y lúdicro, tal vez la única
frontera que separe al ensayo de otras manifestaciones en apariencia afines
—muchas de ellas hoy formas intermedias y multiformes— sea el ejercicio
de responsabilidad que según Carlos Piera, se traduce en el hecho de poner
una firma, un nombre que lo respalde (1991: 13-24) y reconduzca permanen-
temente, como dice Jean Terrasse, de la perspectiva personal del ensayista al
mundo que se dedica a interpretar, y de éste a la interpretación por él ofrecida
(1977). Hablar, como lo hace el español Piera, de la firma y la responsabilidad,

450
América del Sur

elementos clave del ensayo, nos lleva a evocar a un grande del pensamiento,
el estudioso ruso Mijail Bajtin –cuyas propuestas críticas han sido y siguen
siendo fundamentales para América Latina–, quien asoció de manera fuerte
ética y estética.

Ensayo de identidad
A pesar de las crecientes posturas críticas en torno a la cuestión de la
identidad, muchos ensayistas regresan una y otra vez al tema, desde una
posición más flexible o escéptica. Hoy se habla de “narrar” o “imaginar” la
identidad antes que de buscarla.
Las nuevas realidades que vive de manera tan acelerada América Latina
—con la emergencia de nuevos movimientos, fuerzas sociales y estrategias
discursivas, tanto por parte de sectores rurales como urbanos, el replanteo de
la cuestión indígena, y el acelerado fenómeno de migración, en busca de tra-
bajo, esta vez de América Latina a Europa, Estados Unidos, Canadá, Austra-
lia, Asia— se han sumado a la propia crisis del discurso ensayístico de identi-
dad, que obedecía a un determinado modelo de nación y de región hoy rebasa-
do por las nuevas realidades y los nuevos imaginarios. Más aún, pocos han
advertido que el ensayo de identidad presenta en rigor una tensión de difícil
resolución: ¿cómo pasar de la identidad nacional a la regional? Y si bien es
posible seguir afirmando en muchos sentidos la existencia de la unidad de
América Latina, antropólogos como Darcy Ribeiro han demostrado que no se
trata de una América Latina, sino cuando menos de tres matrices culturales
diversas, que nos llevarían a hablar, como lo hace Renato Ortiz, de “Américas
Latinas”. Por otra parte, la propia situación económica y geopolítica de ese
conjunto llamado América Latina ha cambiado radicalmente a partir de que,
como dice Henri Favre, la decisión implícita de renegociar la deuda externa
de manera nacional y no continental, y de integrarse a los grandes bloques
económicos de manera también parcializada, estableció fronteras monetarias
que quebraron la voluntad de integración regional y el ideal bolivariano y mar-
tiano (1998).
De la identidad como imagen apoyada en la metonimia se pasó a la iden-
tidad como metáfora. La noción de identidad no coincide ya ni con la región ni
con la suma de entidades nacionales: se asocia con formaciones sociales lo-
cales, o con nuevas formas grupales, étnicas, genéricas, o aun profesionales
de solidaridad. Así, desde aquel libro tan movilizador que ha sido La jaula de la
melancolía, de Roger Bartra (1987), antropólogo mexicano profundamente
conocedor de las corrientes posmodernas, hasta las reflexiones de los escrito-
res citados en las primeras líneas de mi escrito, muchas cosas han cambiado.

451
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Quiero recuperar aquí también esa tan productiva idea, arriba menciona-
da, del gran intelectual Edward Said, quien opone filiación a afiliación. “Filia-
ción” es todo aquello que nos es dado por nacimiento, desde nuestra perte-
nencia a un género hasta nuestra nacionalidad, grupo familiar, credo etc. “Afi-
liación”, en cambio, corresponde a aquello que elegimos y a los nuevos nexos
identitarios que un autor establece a partir de los propios textos: nuevas for-
mas de adscripción en cuanto intelectual, militante político, la asunción de una
patria adoptiva, etc. Pienso que este elemento es clave para comprender el
modo en que los intelectuales y ensayistas latinoamericanos han pensado su
inserción en el mundo.
No se debe olvidar, por otra parte, que el propio autorreconocimiento de
América Latina es relativamente reciente, ya que se debió verificar una am-
pliación de los límites y de las lenguas y culturas que la integran. Recordemos
que cuando Germán Arciniegas escribió “Nuestra América es un ensayo”,
todavía la concepción predominante era la de “Nuestra América” como “His-
panoamérica”. Poco a poco el concepto se expandió hasta abarcar no sólo el
Brasil, el Caribe, el Canadá francófono, y más recientemente aún incorporar
también el fenómeno de los hispanos en Estados Unidos y los exiliados lati-
noamericanos radicados en diversos países del mundo. Otro tanto ha sucedi-
do al viejo modelo de la “patria criolla” que paulatinamente debió abrir com-
puertas a los procesos de mestizaje y al reconocimiento de la tradición indíge-
na, la herencia africana y la inmigración asiática y europea, en un proceso que
aún no concluye. Después de esa ampliación de horizontes y de la fractura
idiomática que significó la adopción del inglés, el francés, el sueco y otras
tantas lenguas en los latinoamericanos radicados por razones económicas o
políticas en otros países, las bases del discurso identitario deben ser revisadas
y repensadas de manera más dinámica y plástica.
Si bien en nuestros días es clara la crisis del concepto de identidad en la
ensayística latinoamericana, quiero concluir esta sección con la mención del
libro Ariel y Arisbe: evolución y evaluación del concepto de América La-
tina en el siglo XX, del matemático y ensayista colombiano Fernando Zala-
mea (2000), quien retoma la discusión en torno a la identidad en América
Latina y propone superar esta vuelta que considera provinciana a lo local y lo
inmediato en nuestra crisis de fin de siglo y, tras recuperar tanto la mejor
tradición “universalista” latinoamericana con los lúcidos conceptos de Pedro
Henríquez Ureña, Ángel Rama o Rafael Gutiérrez Girardot y sus propuestas
de utopía, transculturación literaria y síntesis, plantea que, si bien se deben
revisar críticamente los viejos enfoques esencialistas de la identidad, de raíz
kantiana, no por ello se debe dejar de aspirar a un concepto sintético y relacio-
nal de la misma, amparado en las nociones de complejidad, redes relacionales,

452
América del Sur

semiosis ilimitada y terceridad, sin temor a considerar fenómenos como los de


hibridación (notablemente estudiados por Néstor García Canclini) ni cultura
de la resistencia y sin enquistarse en una empecinada defensa de un localismo
de sabor posmoderno:
En el caso de América Latina, la suma de “pintoresquismos”,
colores propios, rasgos autóctonos y particulares regionales
es improcedente, ya que el desarrollo histórico y cultural de
América Latina la ha ido conformando sistemáticamente
como lugar de “enlaces” (...).
La riqueza que genera la plena conciencia de ubicarse en un
“lugar” relacional es mucho mayor que la que puede generar
la falsa tranquilidad de cobijarse en una “identidad esencial”.
Lo relacional es (...) lugar permanente de contrapunteo e
hibridación en el que no se detiene el flujo de la cultura. Los
quistes de lo “autóctono”, que pretenderían contraponer ori-
ginalidades “intrínsecas” a mediaciones “invasoras”, cierran
un espacio e impiden el vaivén de la cultura (...). Una de las
mayores riquezas de la cultura latinoamericana, su cultura de
la “resistencia”, sólo puede ser comprendida simultáneamente
con otra de sus grandes tradiciones: la tradición universalis-
ta. (Zalamea, 2000).
Ensayo de interpretación
Otra de las formas características del género en Latinoamérica es, como
ya se anotó, el ensayo de interpretación, cuyo primer y muy ilustre anteceden-
te puede encontrarse en el Facundo de Sarmiento, y que alcanzará su culmi-
nación en nuestro siglo con José Carlos Mariátegui y Ezequiel Martínez Es-
trada. Esta forma ha tenido grandes representantes a lo largo de los años,
como Casa grande e senzala de Gilberto Freyre (1933) o Contrapunteo cuba-
no del tabaco y el azúcar de Fernando Ortiz (1940) hasta El laberinto de la
soledad, de Octavio Paz (1959) o De la conquista a la independencia de Ma-
riano Picón-Salas (1965). El ensayo de interpretación busca descubrir los
valores de la sociedad y las claves de la formación nacional a través de la
correlación entre literatura, imaginario, historia y cultura. Nuestros grandes
ensayos de interpretación son claros exponentes de uno de los más notable
despliegues del racionalismo y el liberalismo en nuestra intelectualidad crítica,
así como de su propio examen crítico. El ensayo de interpretación representó
además el momento de crisis de la relación entre literatura y vida nacional a la
vez que de reexamen del lugar social que ocupaba la intelectualidad latinoa-
mericana. A través del espacio del ensayo nuestros hombres de letras desple-
garon la posibilidad de señalar, explicar, interpretar y abrir a la discusión públi-

453
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

ca una serie de temas y problemas como una forma a su vez de poner a


examen la capacidad de la propia inteligencia crítica para la interpretación del
mundo.
Ensayos de compromiso y desenmascaramiento, constituyen una liga entre
el ensayo identitario, el ensayo moral y el literario. Entre sus más recientes
ejemplos, considero “La soledad de América”, ese prodigioso texto que Ga-
briel García Márquez leyó en la recepción del Premio Nobel, uno de los repre-
sentantes más intensos de este tipo de ensayo. Allí, y precisamente en torno a
uno de los grandes tópicos del ensayo de interpretación, el de la “soledad”, y
con un juego de referencias cruzadas con su propia obra magna, García Már-
quez señala el encuentro de la más cruenta situación geopolítica y económica
y la más liberadora de las potencialidades latinoamericanas: la creación artís-
tica.

El ensayo y la forma de la moral


En una inolvidable carta sobre la “Situación del intelectual latinoamerica-
no” (1967), Julio Cortázar escribe a Roberto Fernández Retamar lo siguiente:
Acepto, entonces, considerarme un intelectual latinoameri-
cano, pero mantengo una reserva: no es por serlo que diré lo
que quiero decirte aquí. Si las circunstancias me sitúan en
ese contexto y dentro de él debo hablar, prefiero que se en-
tienda claramente que lo hago como un ente moral, diga-
mos lisa y llanamente como un hombre de buena fe (1994:
32, las cursivas son mías).
La noción fundamental, que arranca con el propio Montaigne, del ensayo
como un acto de buena fe, y su carácter eminentemente moral, es uno de los
rasgos del ensayo que hoy vuelven a ponerse sobre el tapete, puesto que, por
otra parte, es en torno de la moral, las instituciones, la ciudadanía, el espacio
público y la crisis de los valores donde se encuentra uno de los mayores
problemas del hombre latinoamericano y del hombre en general en nuestros
días.
La forma de la moral: el ensayo, texto siempre ligado al mundo de los
valores, se dedica ahora también a nuevos temas, como la crítica de las insti-
tuciones, de la democracia o del concepto de ciudadanía. Se debe tomar en
cuenta que para muchos ensayistas la clave misma del ensayo sigue siendo la
cuestión de la moral en el más generoso sentido del término, y que el ensayo
no puede pensarse sin un nexo con la ética. No me refiero de ningún modo a
la pura “moralina” o moral de parroquia, sino en el fondo generosamente
moral de todo ensayo. Tal es el caso de los ensayistas que reflexionan en

454
América del Sur

torno de las instituciones y la representatividad política, o de Carlos Fuentes,


quien lo hace en torno de la relación entre ambas Américas (1992), además
de los muchos escritores preocupados por temas como los derechos huma-
nos, el concepto de ciudadanía etc. En el caso de ese gran escritor español y
mexicano que es Tomás Segovia, uno de los principales representantes del
gran ensayismo del siglo XX en América Latina, para quien una de las princi-
pales amenazas al pensamiento crítico es el inmediato proceso de institucio-
nalización y neutralización a que da hoy lugar una sociedad en creciente
proceso de impersonalización de muchos fenómenos.
En la “Honrada advertencia” a un reciente libro de ensayos, escribe Se-
govia:
Pienso que el mundo actual ha llegado a una situación verda-
deramente enferma en las relaciones entre las instituciones
sociales y lo social tal como se vive. Seguramente el aspecto
más trágico, objetivamente, de esta cuestión es la brecha
enorme (sin duda en todos los países hoy, pero en algunos de
manera especialmente escandalosa) entre las instituciones
“democráticas” y la democracia efectivamente vivida (2000:
9).
En la pluma de Segovia, el ensayo ha llegado a varios de los puntos de
exploración más importantes: reflexión en torno al lenguaje y los procesos
significativos, crítica de las costumbres y las instituciones, exploración de otros
géneros y de otros lenguajes: poesía, pintura, música, crítica de la crítica y,
muy particularmente, de las modas críticas, como el estructuralismo, así como
recuperación de grandes revoluciones del pensamiento, como el romanticis-
mo y su incorporación de la categoría de tiempo y de la noción de historia a la
reflexión.

El ensayo y la moral de la forma


Si he hablado de la “forma de la moral”, debo hablar también de la “moral
de la forma”, esto es, de la recuperación de los fueros literarios propiamente
dichos para el ensayo. Considero que esta línea se consolida con la obra
fundamental de dos grandes ensayistas latinoamericanos: Jorge Luis Borges
y Octavio Paz, quienes forjaron universos literarios autosubsistentes, el uno
apoyado en la ficción y el otro en la poesía. En efecto, a través de los ensayos
de Otras inquisiciones (1960), Borges diseña un universo de ficción con su
propia legalidad y reglas de autovalidación, a la vez que Octavio Paz, en El
arco y la lira (1967), plantea una escritura sobre la escritura que se cierra
sobre sí misma y se propone, desde su especificidad, como modelo de inter-

455
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

pretación del mundo. A partir de esas dos exploraciones de punta, el ensayo


como arte sobre el arte, como defensa de la moral de la forma, ha alcanzado
grandes dimensiones en nuestro continente, a veces en la pluma de ensayistas
“de tiempo completo”, y otras en narradores y poetas que son también gran-
des ensayistas puntuales.
El ensayo literario se ha fortalecido, y en muchos casos ha pasado del
“didactismo” al “demonismo”: de aquellos textos que se presentaban como
modelos organizados, integradores, con afán totalizador, representativo y edu-
cativo, al ensayo “demoníaco”, de exploración de zonas de frontera entre el
discurso y el silencio, en muchos casos además en el ensayo escrito por crea-
dores. Este ensayo se apoya en el descubrimiento de las regiones oscuras del
sentido, en el desvío de la norma, en la afirmación de la no identidad, en el
fragmento, en la sorpresa, en la ruptura: Salvador Elizondo escribe sobre el
infierno (1992), como César Aira sobre el monstruo (2001).
Escribir se asocia a experiencias límite, secretas, inauditas, que pueden
darse en esa región que el gran ensayista brasileño Antonio Cándido llama
“los arrabales” de la crítica. No es casual que muchos de nuestros mejores
ensayistas sean hoy muchos de nuestros mejores narradores.
Esto nos conduce a otro tema fundamental: ¿es el ensayo patrimonio de
creadores o de críticos? Difícil es dar una respuesta ante la lectura de los
ensayos de autores como el argentino Juan José Saer, en libros tan magníficos
como La narración objeto y El concepto de ficción. Dentro de esta última
obra encontramos, por ejemplo, “La selva espesa de lo real”, donde Saer
defiende los fueros de la literatura, y dice:
La tendencia de la crítica europea a considerar la literatura
latinoamericana por lo que tiene de específicamente latino-
americano me parece una confusión y un peligro, porque parte
de ideas preconcebidas sobre América Latina y contribuye a
confinar a los escritores en el gueto de la latinoamericanidad
(...). El nacionalismo y el colonialismo son así dos aspectos
del mismo fenómeno (...). Tres peligros acechan a la literatu-
ra latinoamericana. El primero es el de presentarse a priori
como latinoamericana (...). Lo que pueda haber de latino-
americano en [la obra de un escritor] debe ser secundario y
venir “por añadidura”. Su especificidad proviene, no del ac-
cidente geográfico de su nacimiento, sino de su trabajo como
escritor (...). La pretendida especificidad nacional no es otra
cosa que una especie de simulación, la persistencia de viejas
máscaras irrazonables destinadas a preservar un statu quo
ideológico. De todos los niveles que componen la realidad, el

456
América del Sur

de la especificidad nacional es el que primero debe cuestio-


narse. (Saer, 1997)
Hay según este escritor otros dos riesgos: “el primero es el vitalismo,
verdadera ideología de colonizados (...), que deduce de nuestro subdesarrollo
económico una supuesta relación privilegiada con la naturaleza”. En cuanto al
segundo riesgo, que considera “consecuencia de nuestra miseria política y
social”, es “el voluntarismo, que considera la literatura como un instrumento
inmediato del cambio social”. Y concluye: “Todos los narradores viven en la
misma patria: la espesa selva virgen de lo real”.
Entre los muchos y grandes ejemplos de ensayo literario que es posible
recoger en la región, he elegido éste porque constituye, de algún modo, la
síntesis de la defensa de los fueros de la literatura. Y es también muestra de
que, como lo anticipó Octavio Paz, creación y crítica se enlazan de manera
inédita en la pluma del escritor contemporáneo. Art happens, el arte ocurre:
estas palabras de Whistler que tanto gustaban a Borges pueden ser la consig-
na de una de las principales formas del ensayo de creación en América Lati-
na, que explora los nuevos mundos y límites de la imaginación, los fueros
literarios, con una riqueza inagotable. Sensible a la nueva forma de ver el
mundo, Borges afirmó que cada libro y cada experiencia literaria pueden con-
vertirse en centro de un haz infinito de relaciones. De allí que el gran ensayo
literario contemporáneo latinoamericano adopte en muchos casos la forma de
una “botella al mar”, de un discurso apoyado en experiencias de gran intensi-
dad que intenta una posible síntesis que contiene a la vez, paradójicamente, la
afirmación orgullosa de la peculiaridad y pretensiones de universalidad.

El ensayo y la crítica
El ensayo de crítica tiene, además de las figuras señeras de Alfonso
Reyes, Pedro Henríquez Ureña o Ezequiel Martínez Estrada, tres grandes
pilares más cercanos a nosotros en el tiempo, muchísimos otros grandes re-
presentantes. Pienso por ejemplo en Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar y
Antonio Candido, quienes ofrecieron algunas de las categorías más ricas para
entender nuestro proceso intelectual. Rama acuñó el concepto de “ciudad
letrada”, Cornejo Polar propuso el de “heterogeneidad” y Cándido el de “sis-
tema literario”. Estos críticos aclimataron en los terrenos de la crítica literaria
acercamientos de cuño antropológico, sociológico, político, como es el caso
del empleo del concepto de “transculturación” acuñado por Gilberto Freyre
por parte de Rama –precedido a su vez por Picón Salas— o de “subdesarro-
llo” por parte de Candido.

457
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Son muchísimos más los críticos que en nuestros días han continuado con
propuestas, si no tan abarcadoras, no menos aportativas, y que se reflejan en
grandes proyectos literarios, editoriales, institucionales (Beatriz Sarlo, Margo
Glantz, Silvia Molloy, Mabel Moraña, Rosalba Campra, Margit Frenk, Irlemar
Chiampi, o Antonio Alatorre, Martin Lienhard, Walter Mignolo, Noé Jitrik,
Julio Ortega, Roberto Fernández Retamar, Roberto Schwarz y tantos otros
grandes críticos).
Pero además de estas formas de crítica que podríamos denominar “diur-
nas”, se encuentra un nuevo paisaje integrado por formas “nocturnas”, “de-
moníacas”, “de ruptura”, que adoptan en muchos casos estrategias discursi-
vas e interpretativas ligadas a críticos como Barthes, Blanchot, Deleuze, La-
can, Derrida, y tienen por función explorar zonas de frontera, lenguajes de
punta, y enfatizar el carácter escritural del ensayo y su vivir entre libros. Tal
es el caso del ensayista argentino Eduardo Grüner, quien en la obra que lleva
el sintomático título de Un género culpable, dedicada a la práctica del ensa-
yo, dice que “el ensayo (literario) es esto: identificar un lugar fallido, localizar
un error” (1996: 14), y añade: “Inútil decir que la idea no es nueva: la hemos
leído, desde ya, en Blanchot: todo escritor está atado a un error con el cual
tiene un vínculo particular de intimidad. Todo arte se origina en un defecto
excepcional, toda obra es la puesta en escena de esa falta”. Y concluye: “El
ensayo, pues: su diferencia con la ‘ciencia literaria’ es que no se propone, al
menos a priori, restituir ningún origen —ni el Autor, ni el Código, ni el Senti-
do— ni tampoco anticipar ningún Destino, sino constituirse como testimonio
de ese acontecimiento por medio de la escritura. Un ensayo es la escritura de
la lectura de ese error, de ese ‘acto fallido’” (16-17). Vuelvo a mencionar aquí
un ensayo reciente del narrador argentino César Aira, quien en el homenaje a
Moby Dick ya citado hace de la figura del monstruo el detonante de su re-
flexión sobre la literatura.

El ensayo, entre la disciplina y la indisciplina


No menos significativo ha sido el desarrollo del ensayo desde las diversas
disciplinas, puesto que muchos de nuestros grandes intelectuales trabajan hoy
en distintas instituciones educativas y del ámbito cultural y publican sus pro-
puestas en revistas especializadas o en periódicos. Por otra parte, escribir una
ponencia es hoy en muchos casos una tarea lindera con la de hacer ensayo.
La normalización del modelo del paper en ciencias sociales llevó, por una
parte, a que buen número de representantes de la comunidad científica adop-
tara un modo de presentación de sus textos tal que el orden del discurso sea
transparente y estandarizado para permitir, como en las ciencias duras, que el
lector especializado pueda seguir el orden argumentativo. Por otra parte, la

458
América del Sur

adopción del discurso del postestructuralismo y el desconstructivismo dio como


resultado la incorporación de nuevas formas “esotéricas” del decir. Finalmen-
te, hubo también una reacción en favor del ensayo como forma artística.
El crecimiento exponencial del conocimiento, la llegada de nuevos datos
y el contacto, vital o virtual, con nuevas realidades y experiencias, ha llevado
a infinitos cruces, a ensayos intensivos de exploración de distintos temas, y
que conviven con ensayos comprehensivos y de conjunto. Cada vez resulta
más difícil hacer exposiciones de conjunto basadas en el modelo histórico y
cultural que comenzó a gestarse en el siglo XIX. Existen, sin embargo, algu-
nos notables esfuerzos por no perder la visión de conjunto y por examinar la
experiencia americana desde la dimensión histórica y cultural. Tal es el caso
del mexicano Carlos Fuentes en su ya mencionado El espejo enterrado (1992),
o el muy reciente de Gregorio Weinberg al hablar de El libro en la cultura
latinoamericana (2006), que la muerte de su autor convirtió casi en una
forma de herencia intelectual: una defensa no sólo del libro y la cultura sino
también de la razón y la posibilidad de interpretación comprensiva y compre-
hensiva de los procesos de cambio que ella sigue representando.

Mestizajes y sincretismos
Los ensayos viven hoy en el ámbito editorial y académico, como viven
también en las revistas, en diversas secciones culturales y de opinión de los
periódicos, en el artículo o la página editorial, y viajan vía papel o vía internet.
Se han mestizado con la prosa poética, la narrativa, el teatro, el discurso filo-
sófico y el de las ciencias sociales en cuanto ofrecen la perspectiva del autor
sobre el mundo. El discurso crítico, tan propio de nuestra época, reviste tam-
bién en la mayoría de los casos la forma del ensayo. No debemos de ninguna
manera confundirlo con la escritura obediente a los dictados del mercado o los
medios de comunicación, ni aun con las formas más sutiles de las demandas
editoriales. Sin embargo, el desafío es cada vez más fuerte, el mundo de la
comunicación de masas se expande y entra en nuestros hogares, y dentro de
él deben muchas veces encontrar los autores su libertad.
Insisto en que fenómenos en apariencia tan poco “literarios” como la
emergencia de un nuevo concepto de trabajo, apoyado en la formación indivi-
dual y en la negociación individual de la fuerza de trabajo, de carácter tempo-
ral y precario (ya que el repliegue del Estado benefactor y de las empresas
públicas conduce a los individuos a un continuo “venderse” al mercado, como
se muestra en La caverna de Saramago), insisto, fenómenos en apariencia
tan lejanos del mundo de la literatura, están de todos modos estrechamente
ligados a ella. No menos decisivos son los nuevos fenómenos de edición,
circulación, promoción del libro, o los nuevos fenómenos semióticos a que

459
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

conducen los medios de comunicación masivos, que obligan a una continua


desarticulación y rearticulación de los fenómenos de lectura y producción de
textos.
Formación textual ligada siempre a su contexto, aun cuando esto no im-
plique que la ligazón sea mecánica, el ensayo seguirá siempre desempeñando
su misión de entender el mundo y ofrecer respuestas estéticas e imaginarias a
los grandes problemas. Formación textual que enlaza lo particular y lo univer-
sal, la experiencia privada del escritor y su articulación con una comunidad de
sentido, el ensayo no puede prescindir del contexto aunque tampoco podamos
reducirlo mecánicamente a él.
El ingreso del discurso de las ciencias sociales y de los estudios culturales
y poscoloniales, la normalización de la discusión filosófica y crítica, la mayor
toma de conciencia de la lingüística y la semiótica, y un mayor vínculo con las
nuevas teorías (feminismo, anticolonialismo etc.) alimentaron y enriquecieron
la tradición ensayística. Así, el filósofo argentino-ecuatoriano Arturo Andrés
Roig ha sido pionero en la vinculación entre filosofía del lenguaje y discurso
nuestroamericano.

Ensayo y sociedad
En cuanto a los ensayos ligados a las ciencias sociales y dedicados desde
ellas a pensar de manera abarcadora nuestra región, aunque capaces de con-
fluir con la mejor tradición del ensayo latinoamericano, tomo como ejemplo el
texto “América Latina: de la modernidad incompleta a la modernidad-mun-
do”, del ya citado Renato Ortiz, profesor del Departamento de Ciencias So-
ciales de la Universidad Estadual de Campinas. En un texto espléndido, que
fuera seleccionado por la revista venezolana Nueva Sociedad y que yo mis-
ma encontré vía internet, presentado bajo todas las reglas de este tipo de
discurso (resumen, palabras clave, citas bibliográficas), hace un aporte inter-
pretativo de gran valor sobre la historia de América Latina y su difícil e incom-
pleto proceso de modernización, así como de la crisis del modelo que identifi-
có proyectos nacionales y proyectos modernizadores.
En la línea de la gran ensayística latinoamericana, Ortiz hace una pro-
puesta de periodización de nuestra historia cultural a partir de ciertos momen-
tos nodales que permiten desde su perspectiva entender las dificultades de un
proceso de modernización incompleto que hoy confluye con el nuevo fenóme-
no de la globalización o integración a una modernidad– mundo que no permi-
tirá, de todas maneras, salvar los cuellos de botella de nuestra región, en la
medida que implica, en todo caso, un acceso equívoco a la libre competencia
y la pluralidad, a la que debería llamarse “jerarquizada”.
El ensayista hace también una propuesta de interpretación de nuestra
región, a la que denomina, como se mencionó más arriba, “Américas Latinas”

460
América del Sur

(puesto que considera que la diversidad de tradiciones, procesos colonizado-


res etc. no permite que la encerremos en una entidad exclusiva). Su interpre-
tación es además cuidadosa de marcar las diferencias con otras experiencias
civilizatorias.
Se refiere también a la ruptura con las metrópolis y “la constitución de un
Estado y sistema jurídico que restringió la participación política y económica a
la élite dominante” (Ortiz, 2000: 3). Los intelectuales fundadores de las mo-
dernas naciones latinoamericanas identificaron proyectos de nación y proyec-
to de modernización y se debatieron entre los modelos europeo y norteameri-
cano para lograrlo.
Llega por fin a plantear que en los países de la región “la modernidad es
siempre un proyecto (en el sentido sartreano del término), una utopía, algo que
pertenece al porvenir. Por eso, el modernismo latinoamericano se diferencia
del europeo”. Dado que en nuestro ámbito no se han dado muchos de los
elementos de la modernidad, “el modernismo existe sin modernización” 6. Ortiz
critica también la categoría de “posmodernidad” y su aplicación a fenómenos
todavía incomprendidos.
Este impecable recorrido por el camino de América Latina hacia una
modernización incompleta y un no menos incompleto proceso de “racionaliza-
ción” a través de la revisión de los diversos cuellos de botella en los proyectos
de educación y organización de instituciones del Estado desemboca en fenó-
menos cada vez más complejos y sectorizados, con la emergencia de nuevos
patrones de sociabilidad y legitimidad cultural: “Las industrias culturales rede-
finen el panorama cultural latinoamericano”. Y como todo gran ensayista,
concluye por deslumbrarnos con su revisión de esos conceptos que Adorno
denomina “preformados culturalmente” (y, puesto que su enlace institucional
está dado por las ciencias sociales, en un manejo impecable de categorías de
análisis de Weber, Bastide, Benjamin, así como de la tradición de pensamiento
latinoamericana y de la historia de los procesos culturales de la región), y, más
aún, por propiciar en nosotros, sus lectores, nuevas –y a veces más alarman-
tes– conclusiones. En efecto, mientras Ortiz plantea que en “américas lati-
nas”, y de acuerdo a las industrias culturales (que hoy compiten con la escue-
la, la familia y otras tradiciones) se ha dado una modernización con la raciona-
lización en la gestión, la técnica, que instaura una “tradición de la modernidad”
sin superación de las desigualdades y rezagos sociales, descubrimos que las
grandes empresas, enlazadas con centros de poder extrarregionales, avanzan
en una racionalización interna, pero no han contribuido a expandir el gran
motor de la modernización legítima, que era la racionalidad.

6 Estas reflexiones nos remiten a su vez a las ideas centrales de un ensayo fundamental de
Roberto Schwarz. “Las ideas fuera de lugar” (1977).

461
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Las palabras finales, que para nuestra tristeza no cabe sino compartir,
dado además el desarrollo impecablemente racional de su análisis, son desga-
rradoras:
La globalización significa que la modernidad ya no se confina
a las fronteras nacionales, sino que se vuelve modernidad-
mundo. El vínculo entre nación y modernidad, por lo tanto, se
escindirá. En este caso, las múltiples modernidades ya no
serían sólo una versión historizada de una misma matriz, a
ellas se agrega una tendencia integradora que desterritoriali-
za ciertos ítems, para agruparlos en tanto unidades mundiali-
zadas. Las diferencias producidas nacionalmente están aho-
ra en parte atravesadas por un mismo proceso. Por ejemplo,
el surgimiento de identidades desterritorializadas (el universo
del consumo) que escapan a las fronteras impuestas por las
diferentes modernidades de cada lugar (12).
Nuestra presente situación se inscribe en un modo globalizado:
La autonomía que los Estados-nacionales latinoamericanos
tenían (o imaginaban tener) en la consolidación de sus desti-
nos colectivos ya no se sostiene más. Y eso sucede dentro de
un cuadro inquietante, pues la modernidad-mundo se estruc-
tura a partir de diferencias y de desigualdades. Solamente un
idealismo posmoderno puede imaginar la afirmación pura y
simple de la diferencia como sinónimo de pluralidad y de de-
mocracia [...], se llega al final del siglo XX sin que haya sido
posible revertir un cuadro de dominación ya establecido. La
afirmación de las diferencias debe, por lo tanto, ser califica-
da, pues en el contexto de un mundo globalizado hay orden y
jerarquía, y si algún pluralismo existe, deberíamos conside-
rarlo como un “pluralismo jerarquizado” (13).

El ensayo y el nuevo mundo


Como ya se dijo al comienzo de este artículo, hacia mediados del siglo
XX el ensayo había alcanzado un momento de normalización genérica y exis-
tía un cierto equilibrio entre la posición del intelectual, el sistema escolar, la
producción editorial, un modelo de crecimiento económico y participación po-
lítica que nos permitían hablar del “ensayo en tierra firme”. Y sin embargo,
paradójicamente, apenas alcanzado ese estado de equilibrio muy pronto el
panorama comenzó a cambiar radicalmente y el ensayo se volvió “un género
sin orillas”: surgió una nueva forma discursiva, la de las ciencias sociales, que
ocupó el espacio de la nueva academia pero también avanzó en terrenos
ensayísticos. La crisis de la ciudadanía, de la democracia, la escuela, la pro-

462
América del Sur

ducción editorial, dejaron a un selecto y solitario grupo de intelectuales sin un


campo específico de sustentación. Sin embargo, las nuevas realidades y fenó-
menos demandaban nuevas interpretaciones, tanto o más imperiosas confor-
me el proceso de especialización académica volvía cada vez más difícil la
posibilidad de entender los fenómenos en conjunto.
En suma, hablar de la situación del ensayo hispanoamericano en la fron-
tera entre dos siglos nos conduce a una situación particularmente diversa de
la que se presentaba hace apenas cincuenta años. Paradójicamente, si hace
cinco décadas nos encontrábamos ante un corpus bien nutrido y documentado
de ensayos, muchos de ellos dedicados a la identidad latinoamericana, en
contraste con un muy magro conjunto de estudios críticos sobre el género, hoy
la situación ha cambiado. Por una parte, el ensayo ha alcanzado una sorpren-
dente expansión, y ha llegado a ser, como lo previó Alfonso Reyes, uno de los
principales géneros de nuestra época. En esta segunda mitad de siglo XX
signada por la teoría y la crítica, han proliferado también interpretaciones del
género.
Pero, como ha dicho un estudioso francés a propósito de la estética, ac-
tualmente nos encontramos ante una paradójica situación: exceso a la vez que
ausencia de teoría y de crítica. Porque, si por una parte la producción teórica
y crítica ha crecido exponencialmente, por la otra, confirmando los presagios
pesimistas de intelectuales como Said o Bourdieu, que denuncian el aleja-
miento de la teoría y la práctica, son tantos los nuevos fenómenos, las nuevas
manifestaciones, que urge ahora consignarlas, mapearlas, interpretarlas y vol-
ver a contar con imágenes de conjunto, como las que nos deparaban las anto-
logías nacionales, continentales, históricas o temáticas (por ejemplo, José Luis
Martínez para México, Alberto Zum Felde, José Miguel Oviedo o John Skirius
para América Latina).
El descubrimiento de la desproporción entre la inmensa producción ensa-
yística latinoamericana y la falta de herramientas suficientes para abordarla
me condujo por mi parte a repensar el modo de acercarnos al género y, por
empezar, a insistir en la necesidad de recuperar el carácter profundamente
ético –nunca neutral y siempre ligado a los valores– del ensayo, contra lo que
opinan varias tendencias formalistas y escrituralistas.
En segundo lugar, considero imperiosa la necesidad de entender los di-
versos momentos de articulación del ensayo, desde el acontecimiento y la
experiencia íntima del escritor hasta su inscripción en el lenguaje como senti-
do compartido con su comunidad y su articulación además en varios campos
con autonomía relativa (el ensayo literario, el ensayo de las ciencias sociales
etc.), cuya propia lectura nos da la clave para su comprensión y descodifica-
ción (Weinberg, L., 2001).
He insistido también en la necesidad de estudiar el ensayo como sistema
complejo y dinámico, capaz de poner en juego conceptos, imágenes, metáfo-

463
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

ras, símbolos, ya que su lectura nos remite una y otra vez, para una mejor
comprensión de su sentido, a su contexto social de producción. Pero por otra
parte, en cuanto poética del pensar, el ensayo conduce a la vez a un comple-
jo imaginario que con todos estos elementos reinterpretados construye un
mundo con su propia legalidad (una cierta forma de ver el mundo, una cierta
periodización, una cierta organización del espacio y la subjetividad, por ejem-
plo).
Se debate el ensayo –como dicen los versos de Martí– entre la patria
diurna y la noche; entre la sociedad estratificada y la voluntad de encontrar la
comunidad de sentido perdida; entre la inscripción, a través de una retórica,
un idiolecto y un particular uso de términos, en un campo específico (el inte-
lectual, el artístico, el profesional) y el interés por ser leído y entendido más
allá de las fronteras disciplinarias; entre la palabra para pocos y la palabra
para todos; entre la lengua privada y la lengua pública. Ernesto Sábato se
refirió a ello en Uno y el universo: yo y nosotros, lo particular y lo universal.
Pero también tensión entre transparencia y opacidad, esto es, entre un texto
que nos ofrece su representación del mundo y un texto que nos invita a obser-
var su propio universo con su propia legalidad, ya que el ensayo es un tipo de
texto que apunta a la vez al mundo interpretado y a la mirada que interpreta
ese mundo. Como dijo Lukács a la manera kantiana, el ensayo es un enlace
entre lo particular y lo universal.
Si preocupante es nuestro futuro como región (¿estaremos condenados a
convertirnos en maquiladores y consumidores y a seguir expulsando o malba-
ratando nuestra inteligencia crítica?), no parece tan alarmante el futuro del
ensayo, dedicado siempre a entender la realidad, integrar nuevas síntesis, pro-
blematizar temas y tematizar problemas. Porque existe, ciertamente, un plus,
un desfase entre lo que sí alcanzó, aunque sea de manera incompleta, nuestro
proceso modernizador: aún hay educación, racionalidad, ideas, creatividad,
imaginación; aún hay lectores y ciudadanos; aún hay sentidores y entendedo-
res inquietos, sensibles, inclementes, críticos y autocríticos. Y a pesar de que
avancen estos complejos procesos desarticuladores, desterritorializadores, frag-
mentadores, que el boliviano Guillermo Mariaca Iturri denominó “nomadismos
posmodernos que lo desterritorializan todo sin cesar borrando las subordina-
ciones y desdibujando las desigualdades”, que nos obliguen a las soluciones
egoístas del sálvese quien pueda, trabaje quien pueda y coma quien pueda, y
al “nomadismo” existencial, América Latina se seguirá caracterizando por
dar al mundo su inteligencia y su vocación incluyente. Así, tal vez no esté
lejano el día en que el ensayo descubra, como una vez lo hizo una gran novela,
nuestro Macondo. ¿Es posible lograr esta meta planteada por Luis Cardoza y
Aragón, consistente en que logre radicalmente América Latina descolonizar
la imaginación?

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473
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

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.+ESCRIBIR+DESDE+LA+FRONTERA&btnG=

474
América del Sur

El equipo de investigación está constituido por las siguientes académicas e


instituciones. Se informa también sobre los países o áreas culturales a su
cargo:

Antologadoras Volumen II

Doctora Consuelo Meza Márquez. Universidad Autónoma de Aguas Ca-


lientes, México: México, Honduras, Costa Rica, Panamá, Cuba, Puerto Rico
y República Dominicana.
Licenciada en Sociología, Especialidad en Estudios de la Mujer, Especialidad
en Estudios Culturales, Maestría en Investigación en Ciencias Sociales, Doc-
torado en Humanidades en el área de Teoría Literaria.
Cuerpo Académico de Estudios de Género, Departamento de Sociología y
Antropología, Centro de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Au-
tónoma de Aguas Calientes. Profesora/Investigadora del Departamento de
Sociología desde 1984. Coordinadora del Proyecto “Aplicación a nivel piloto
de los modelos de Prevención, Atención, Sanción y Erradicación de la Violen-
cia contra las Mujeres en el Estado de Aguas Calientes” Se desarrolla a nivel
piloto por cuatro universidades en el país, en el año 2012, para ser replicado el
2012 a nivel nacional. Entre sus muchas obras y artículos se cuenta el Diccio-
nario Bibliográfico de Narradoras Centroamericanas con obra publi-
cada entre 1890 y 2010 (2012).

Doctora Aída Toledo Arévalo. Universidad Rafael Landívar, Guatemala:


Guatemala, El Salvador, Nicaragua.
Doctora Aída Toledo Arévalo. Universidad Rafael Landívar, Guatemala. Li-
cenciada en Letras (USAC, 1989), Maestría en Artes (University of Pitts-
burgh, 1997), Doctora en Estudios Latinoamericanos (University of Pittsburgh,
2001). Realizó una estancia postdoctoral en Género en la Universidad Autó-
noma de Aguascalientes, México (2014). Ganadora del Premio Único de En-
sayo en los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango, Guate-
mala (2013). Académica docente en la Facultad de Humanidades de la Uni-
versidad Rafael Landívar. Investigadora asociada al Instituto de Lingüística e
Interculturalidad (ILI) de la Vicerrectoría de Investigación de la URL. Miem-
bro del Centro de Pensamiento Crítico, “Antonio Gallo”, del Departamento de
Letras y Filosofía de la Universidad Rafael Landívar. Libros publicados en
temas sobre la historia de las mujeres están: Diccionario bibliográfico de
ensayistas centroamericanas, 2018; La escritura de poetas mayas con-
temporáneas producida desde excéntricos espacios identitarios, 2015;

475
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

Desde la zona abierta: Artículos críticos sobre la obra de Ana María


Rodas, 2004; En la mansa oscuridad blanca de la cumbre. Ensayos escri-
tos por mujeres sobre la obra de Miguel Ángel Asturias, 1999.

Antologadoras Volumen III

Doctora Laura Febres del Corral. Universidad Metropolitana, Vene-


zuela: Venezuela, Brasil y Ecuador.
Licenciada en Letras (UCAB, 1977), Magister en Literatura Latinoamerica-
na Contemporánea (USB, 1987), Doctora en Historia (UCAB, 2000). Gana-
dora del Premio Latinoamericano de Literatura Moderna Humberto Ochoa
Campos (ALLIMO, 2015). Se desempeña como docente y Jefa del Departa-
mento de Humanidades de la Universidad Metropolitana. Recientemente ele-
gida Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Sus
obras se encuentran recopiladas en diversas publicaciones arbitradas y en sus
libros. A Los Amigos invisibles. Visiones de Arturo Uslar Pietri (Caracas,
2006), La mirada femenina desde la diversidad cultural de las Américas.
Tomos I, II y III (Caracas, 2008, 2013, 2015), La religiosidad en el siglo
XVIII venezolano (Caracas, 2010) son algunos de sus títulos.

Integrantes del equipo de investigación de la Doctora Laura Febres del Corral:


Isabel González. Licenciada en Letras (UCAB) (1992). Associate of Sciences in
Broadcasting (radio and television) (Art Institute of Fort Lauderdale) (1996),
Master in Spanish (FIU) (2000). Se desempeña como guionista de televisión,
conductora de radio, y directora de los blogs Viajandito y Banada de Azul. Es
delegada del Cove Rincon Internacional y representante alumni de los Arts Ins-
titutes y de la Miami International University para Venezuela. Es autora de obras
publicadas en América Latina, Estados Unidos y Reino Unido. Sus prosas poéti-
cas publicadas en la revista Luna, San Antonio Texas, forman parte de la anto-
logía de Hispanic Authors.
Miguel Marcotrigiano L. Licenciado en Letras (UCAB, 1987), Magíster en Lite-
ratura Venezolana (UCV, 1992), estudios doctorales en la Universidad de Sala-
manca (España, 2005-2007). Se ha desempeñado como docente e investigador
en la Universidad Católica Andrés Bello desde 1990. Sus trabajos de crítica lite-
raria se encuentran recopilados en diversas publicaciones arbitradas y en sus
libros. Las voces de la Hidra. La poesía venezolana de los años ’90 (Caracas/
Mérida, 2002), De orilla a orilla. Estudios sobre literatura española y venezo-
lana (Caracas, 2010). El caso de MarthaKörnblith, que fuera distinguido con el
Premio a la investigación del CDCH, UCAB (2012).

476
América del Sur

Beatriz Rodríguez. Socióloga (UVC, 1976), Especialista en Gerencia de las Co-


municaciones Integradas (Unimet, 2001). Profesora Titular en la Universidad
Metropolitana desde 1986; con actividades académicas de docencia e investiga-
ción en comunicación social (cultura, racionalización y emancipación del dis-
curso). Entre sus publicaciones se destacan Aprendizaje Basado en Proyecto:
Desarrollando competencias. (Caracas, 2007), Potenciación Psicológica y Cul-
tura del Diálogo: Fundamento para la educación de una ciudadanía democrá-
tica, dialógica y emancipadora (Caracas, 2010), Libertad de expresión o liber-
tad de comunicación (Caracas, 2012).

Doctora Marcela Prado Traverso. Directora del proyecto, Universidad de


Playa Ancha, Chile: Cono sur ampliado: Bolivia, Perú, Uruguay, Paraguay,
Argentina y Chile.
Ph. D. Doctor of Philosophy, Stanford University 1990. Académica titular del
Departamento de Literatura, especialista en literatura latinoamericana mo-
derna y contemporánea. Docente del Doctorado en Literatura Latinoameri-
cana Contemporánea. Integrante del Jurado del Premio Nacional de literatura
(2000). Directora del Centro Interdisciplinario de Estudios de Género, Uni-
versidad de Playa Ancha (CIEG), editora de la Serie Sociedad, Cultura y
Género de la misma universidad. Ha ocupado cargos como Directora Gene-
ral de Postgrado e Investigación. Creadora del Cento de Estudios Avanzados
(CEA). Autora de libros, capítulos de libros y artículos sobre Literatura Lati-
noamericana y Chilena, Género y Educación. Entre sus obras se cuenta Vo-
ces de la dos orillas. Antología multilingüe del cuento contemporáneo
de escritoras de occidente (2000). Escritoras chilenas de la transición
siglo XIX-XX (2006). Ensayistas hispanoamericanas. Antología crítica.
Tomo I: Época Moderna (2014). Manuales de literatura moderna y con-
temporánea (2018).

477
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea

La selección de los ensayos es de exclusiva responsabilidad de las


antologadoras.

Las bibliografías de los ensayos antologados se han conservado en su formato


original y son de responsabilidad de sus autoras.

478

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