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ENSAYISTAS
LATINOAMERICANAS.
ANTOLOGÍA CRÍTICA
TOMO III:
ÉPOCA CONTEMPORÁNEA
(AMÉRICA DEL SUR)
1
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
© EDITORIAL PUNTÁNGELES
Ensayistas Latinoamericanas.
Antología Crítica
Tomo III:
Época Contemporánea
(América del Sur)
Inscripción Nº A-297726
Corrección de textos:
Patricia Arancibia Manhey
Diseño de Portada:
Jesenia García Jorquera
Imagen de Portada:
Extraído de Google imágenes: Op Art in Focus in TATE Liverpool.
Benshimol Art.
Diseño de la Edición:
Osvaldo Moraga González
Derechos Reservados
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América del Sur
ÍNDICE GENERAL
Introducción general
Dra. Marcela Prado Traverso ............................................ 7
1. VENEZUELA
Lucila Palacios (1902)
(Pseudónimo de Mercedes Carvajal de Arocha)
La leyenda venezolana .............................................. 25
Maritza Montero (1939)
Lo masculino y lo femenino ........................................ 35
Nancy Santana (1950)
El Ecofeminismo Latinoamericano.
Las Mujeres y la Naturaleza como Símbolos .............. 58
Liliana Lara (1971)
Dislocaciones ............................................................ 67
2. COLOMBIA
Montserrat Ordóñez (1941)
El oficio de escribir ................................................... 73
María Mercedes Carranza. (1949)
Feminismo y poesía .................................................... 78
Valentina Marulanda de Chacón (1950)
Del valle de lágrimas al mar de la felicidad ............... 83
3. BRASIL
Clarice Lispector (1920)
Un soplo de vida ....................................................... 98
Nélida Piñón (1937)
La memoria femenina en la narrativa ........................ 105
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
4. ECUADOR
Fanny Carrión de Fierro (1936)
La mujer ecuatoriana contemporánea en la
realidad y en la ficción .............................................. 134
Raquel del Pilar Rodas. (1940)
El Pensamiento transgresor de una mujer runa ......... 154
5. PERÚ
María Jesús Alvarado (1878-1971)
El feminismo ............................................................... 185
Evolución Femenina .................................................. 189
Magda Portal (1900- 1989)
La liberación de las mujeres será la obra de
las mujeres mismas ..................................................... 196
Virginia Vargas (1945)
Los feminismos latinoamericanos en su tránsito
al nuevo milenio. (Una lectura político personal) ...... 200
Maruja Barrig (1948)
Los malestares del feminismo latinoamericano:
una nueva lectura ...................................................... 220
6. BOLIVIA
Hilda Mundy (1912-1982)
Ensayos (Fragmentos) ............................................... 241
Yolanda Bedregal (1916-1999)
La ciudad más inverosímil del mundo: La Paz ........... 256
¿Estaba el bíblico edén en los alrededores de La Paz?
Aquí viven indios, mestizos y blancos
No se pierda los mercados
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América del Sur
7. PARAGUAY
Mara Vaccetta (1944)
Inconfortable democracia (fragmento) ....................... 278
Lourdes Talavera (1959)
De construcción de mitos, reconstrucción
de sueños: Imágenes femeninas en tres obras de
escritoras del Paraguay después de los años 80 ........ 286
Patricia Agosto y Marielle Palau (s/f)
Hacia la construcción de la soberanía alimentaria.
Desafíos y experiencias en Paraguay y Argentina ..... 291
8. URUGUAY
Teresa Porzecanski (1945)
El silencio, la palabra y la construcción
de lo femenino ........................................................... 300
Alicia Migdal (1947)
Mujeres: Del confort a la intemperie ......................... 309
Susana Rostagnol (1955)
Aportes a la construcción del género desde
el Sur del continente .................................................. 319
9. ARGENTINA
Victoria Ocampo (1891-1979)
La mujer y su expresión ............................................. 334
Marta Traba (1930 –1983)
La cultura de la resistencia ........................................ 342
Luisa Valenzuela (1938)
La mala palabra ........................................................ 359
Beatriz Sarlo (1942)
Un debate sobre la cultura ........................................ 362
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
10. CHILE
Gabriela Mistral (1889-1957)
La instrucción de la mujer ......................................... 373
Sobre las mujeres que escriben
Educación popular
Feminismo. La opinión de Gabriela Mistral
El voto femenino
Sobre la mujer chilena
Amanda Labarca (1886-1975)
Trayectoria del movimiento feminista de Chile ........... 393
Inciertos horizontes ................................................... 395
Elena Caffarena (1903-2003)
Un capítulo en la Historia del Feminismo.
Las sufragistas inglesas. “A manera de exordio”
(Fragmento) ............................................................... 399
Julieta Kirkwood (1936-1985)
El feminismo como negación del autoritarismo .......... 404
Nelly Richard (1948)
Feminismo, experiencia y representación ................... 414
Diamela Eltit (1949)
Escuchar el dolor, oír el goce .................................... 429
Sonia Montecino (1954)
Símbolo mariano y constitución de la identidad
femenina en Chile ...................................................... 434
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INTRODUCCIÓN GENERAL
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hecho más que literatura ha sido escritura, es decir más que ingresar a un
sistema convencional que, entre otras cosas, reparte los textos en géneros,
toman la escritura como una práctica personal y significante que por ambos e
inseparables flancos, fondo y forma, crea -con la saludable libertad de una
aprendiz informal- particulares ideas, realidades y ficciones. Podemos tam-
bién agregar aquí la condición de un “género sin orillas” mencionado por Lilia-
na Weinberg, que afecta a toda la producción ensayística posterior a la déca-
da de los 60.
Nos hemos interesado por el género ensayo por estimarlo, precisamente
por sus características, como un formato propicio para el desarrollo de un
pensamiento exploratorio, tentativo, sobre alguna materia mayor o menor, sin
pretensiones totalizantes o conclusivas, con carácter dialógico, más cercano a
la conversación sobre un tema sobre el que se reflexiona que a la escritura de
tesis que concluye. El rasgo constante del género parece ser su carácter
exploratorio, argumentativo y persuasivo, con el objeto más que de disuadir a
un lector/a, de invitarlo/a a una reflexión sobre alguna materia.
Como no es el asunto de esta publicación entrar en una disquisición sobre
el género ensayo, terminamos esta necesaria reflexión sobre el mismo, con
dos citas fundamentales y lejanas en el tiempo, que parecen mantener, sin
embargo, lazos coincidentes:
Es el juicio un instrumento necesario en el examen de toda
clase de asuntos, por eso yo lo ejercito en toda ocasión en
estos ensayos. Si se trata de una materia que no entiendo,
con mayor razón me sirvo de él, sondeando el vado desde
lejos; y luego, si lo encuentro demasiado profundo para mi
estatura, me detengo en la orilla. El convencimiento de no
poder ir más allá es un signo del valor del juicio, y de los de
mayor consideración. A veces imagino dar cuerpo a un asun-
to baladí e insignificante, buscando en qué apoyarlo y conso-
lidarlo; otras, mis reflexiones pasan a un asunto noble y dis-
cutido en el que nada nuevo puede hallarse, puesto que el
camino está tan trillado que no hay más recurso que seguir la
pista que otros recorrieron. En los primeros el juicio se en-
cuentra como a sus anchas, escoge el camino que mejor se
le antoja, y entre mil senderos decide que éste o aquél son los
más convenientes. Elijo al azar el primer argumento. Todos
para mí son igualmente buenos y nunca me propongo agotar-
los, porque a ninguno contemplo por entero: no declaran otro
tanto quienes nos prometen tratar todos los aspectos de las
cosas. De cien miembros y rostros que tiene cada cosa, es-
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que a principio del siglo XX al igual que en XIX fue en el periodismo en donde
las mujeres colombianas encontraron la puerta para dar a conocer sus opinio-
nes intelectuales y desarrollar sus ideas. Allí publicaron ensayos, poemas y
novelas.Este movimiento progresivo que lleva a la expresión de las ideas fe-
meninas, conducirá a cambios fundamentales en la sociedad colombiana, la
cual permitirá la participación de la mujer en otros ámbitos más allá del hogar.
La mujer irá entrando a la Universidad, no será ya únicamente las mujeres de
estrato social alto sino muchas otras provenientes de todos los estratos.
De las universidades colombianas saldrán mujeres profesionales dedica-
das a todas las ramas del quehacer intelectual, ya para la década de los sesen-
ta la figura femenina no sentirá cuestionada su presencia en las aulas. La
mujer colombiana, como fue sucediendo en la mayoría de los países occiden-
tales, fue abriéndose paso. Hacia 1950 van apareciendo voces femeninas que
buscan redefinir a la mujer dentro de la sociedad colombiana, como la de Elisa
Mujica, novelista pero quien escribe ensayos y comentarios publicados princi-
palmente por los periódicos El Tiempo y El Espectador. Con ella se inicia la
exploración de las nuevas temáticas como el cuestionamiento a las formas
tradicionales y la búsqueda de una nueva identidad.
En 1961 se formó en Medellín un grupo de seis escritoras denominado La
tertulia, al que pertenece Rocío Vélez, autora de novela, ensayo y crítica. En
Bogotá se destaca la poeta María Mercedes Carranza, proveniente de un
hogar poético, puesto que su padre Eduardo Carranza fue uno de los más
representativos literatos de Colombia. Graduada en Filosofía y Letras en la
Universidad de los Andes, realiza una extensa labor como poeta, editora y
política. Funda la Casa de la Poesía Silva, para dar acogida a los jóvenes
escritores colombianos por lo que es recordada como una de las más genero-
sas promotoras de la literatura de Colombia, así como una de las mujeres más
críticas con respecto al conflicto armado en su país.
Escritoras y ensayistas ampliarán el espectro del pensamiento como
Monserrat Ordóñez, de madre catalana y padre colombiano, quien ejerció una
carrera universitaria de altura: Doctora de la Universidad de Wisconsin-Ma-
dison, profesora de la Universidad de Los Andes, así como profesora invitada
por varias Universidades en el extranjero e investigadora en el área de litera-
tura. Es recordada por su empeño en mostrar la literatura desde la sensibili-
dad y la curiosidad; la enseñanza de lo que se ama porque nos apasiona.
Helena Araujo profesora de literatura latinoamericana se dedicará al es-
tudio y critica literaria de la escritura de las mujeres, desde su propia visión,
por lo que aclara que escribe para el público que soporta su rebeldía. Su
vida transcurre la mayoría del tiempo fuera de su país, sin embargo, mantiene
un lazo estrecho con Colombia. Lo mismo sucede con ensayistas como la
escritora Valentina Marulanda, nativa de Manizález, quien vivió más de 30
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2 Con respecto al estudio de la figura de Teresa Carreño podemos citar los siguientes
trabajos: Palacios, Lucila.1977. Discurso de orden a cargo de la escritora Mercedes de
Carvajal de Arocha (Lucila Palacios), en el acto de inhumación de los restos de la
artista.
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4 Rodas, Raquel. “El pensamiento transgresor de una mujer runa”. En Revista América.
Revista del Grupo Cultural América. Quito. Junio 2013. N° 124. pp. 37-66.
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ensayo. Con respecto a este último, Brasil está lleno de brillantes pensadores,
los cuales se equiparan con sus hermanos latinoamericanos: Perú, México,
Argentina, Colombia, Venezuela… Y, finalmente, vale la pena hacer acotacio-
nes sobre la mano que sostiene la pluma: las diferencias (muchas veces pre-
juiciadas) entre el ensayo escrito por hombres y el generado por mujeres.
Entre estas últimas, muchas y variopintas han sido las producciones en los dos
últimos siglos pasados: el XIX y el XX.
Ya en este tema, el siglo XX ha sido fructífero en lo que se refiere a las
ensayistas brasileñas. Lógicamente, el avance en cuanto al tema de los dere-
chos individuales y sociales de las mujeres ha tenido mucho que ver. La Se-
mana del año 22, brasileña, por ejemplo, también ha aportado bastante. La
Modernidad en casi todas las latitudes ha abierto espacios que antes estaban
cerrados para las mujeres. Serán los sociólogos quienes mejor expliquen esta
situación. Por lo pronto, de entre la amplísima lista de mujeres del Brasil que
han brillado en el pasado siglo, y despejando por intuición propia las brumas
que dan el amplísimo territorio revisado de esa compleja nación (con la que el
común de los mortales identifican al Carnaval, la cultura negroide, la alegría
pese al dolor, el portugués musical y otros asuntos banales), hemos podido
atisbar los siguientes nombres.
Lya Luft (Santa Cruz do Sul, 1938). Autora de más de veinte libros de
diversos géneros, tales como poesía, ensayo, novelas, crónicas y literatura
infantil. Y a Nélida Piñon (Río do Janeiro, 1937), conocida narradora y ensa-
yista. Uno de sus libros más populares trasciende los géneros de la crónica, la
narrativa y el ensayo literario. Se titula: La república de los sueños (A repu-
blica os sonhos), en la que cuenta y reflexiona acerca del viaje de sus abue-
los desde Galicia hasta Brasil, describiendo todas sus penurias. Los derrote-
ros vitales de Ana Cristina Cesar (Río de Janeiro, 1952-1983), llevan al cono-
cedor de la literatura brasileña a pensar en los términos de la poesía y el
suicidio en Latinoamérica. No obstante, sus estudios académicos la conduje-
ron, además, a la investigación literaria, la que -conjugada con su talento
poético- dio como resultado una escritura ensayística delicada, certera y por
demás, interesante. Amén de su obra como poeta y de su rauda y trágica vida,
Ana C. Cesar produjo interesantes ensayos recogidos en Crítica e Tradução
(1999). Una selección de sus ensayos fue recopilada en El método docu-
mental (2013), editado por Manantial (Argentina). Allí encontramos una serie
de “escritos” cuya forma novedosa y espontánea imprime una extraordinaria
vitalidad al ensayo latinoamericano.
Finalizamos, ahora, exponiendo un poco más sobre las tres ensayistas
seleccionadas para esta antología: Clarice Lispector, Nélida Piñon ya tratada
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VENEZUELA
La leyenda venezolana 1
En el fondo de los siglos encontramos la leyenda confundida con la histo-
ria. El hombre, débil, indefenso, amenazado por su misma especie y por las
convulsiones de la Naturaleza, volvió los ojos hacia el mito, y en fuerzas supe-
riores a las suyas cifró su esperanza y su fe. A veces, en la creación mitológi-
ca no se sabe distinguir entre los dioses y los hombres, pero es de observar
que en toda mitología el ser humano ha tratado de encontrar en el dios una
superación de sí mismo o lo ha creado a su imagen y semejanza. Los deva-
neos de Júpiter o Zeus entre los griegos y romanos, los celos de Juno, Baco y
sus desbordantes orgías, las furias y sus arrolladoras venganzas. ¿No son
acaso las pasiones humanas transportadas por la imaginación al Olimpo y al
Averno? Los mitos aparecen encadenados en los pueblos a través de diferen-
tes épocas. La leyenda germana aprovechada por Ricardo Wagner para su
célebre tetralogía sobre el tema de los Nibelungos, nos muestra la influencia
1 Palacios, Lucila 1977. “La leyenda venezolana” en: Dos hombres y un mundo mágico.
Caracas, Cuadernos literarios de la Asociación de Escritores venezolanos. pp.69-88.
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fuga. Va a permanecer al lado del cadáver hasta darle sepultura. Teme desfa-
llecer y no quiere que la tribu contemple la desintegración de su entereza,
pretende ser valiente hasta el fin.
La gente sigue su marcha. La princesa queda sola. Y al verse lejos de las
miradas de la muchedumbre se desatan sus lágrimas. Llora, llora intermina-
blemente, llora sin cesar. Los dioses indígenas se compadecen de la joven,
admiran su valentía, respetan su gran amor por el hombre que yace a sus pies.
Y por designio supremo la princesa de los “curas” y el Cacique de los “tucu-
tunemos” se van petrificando. Quedarán juntos por toda la eternidad conver-
tidos en dos grandes y lustrosas piedras unidas en una base común. Y de los
cuerpos humanos metamorfoseados surge un manantial: está formado por las
amorosas lágrimas de la desposada, y poco a poco se transforma en el río
Curita que empieza a ejercer desde entonces su benéfica acción de riego en
los valles de Aragua.
El español aportó también a la América el nombre de Cristo, y el Naza-
reno se hizo familiar en las tierras conquistadas. Era un nuevo dios que der-
rrotaba con su mansedumbre y sus milagros los antiguos ritos inofensivos o
sangrientos de muchos grupos aborígenes. No se sabe a cuál de ellos se debe
la leyenda de la quebrada de San Felipe en elEstado Carabobo. La sutil made-
ja del agua está rodeada por un laberinto de piedras y malezas en un sitio casi
inaccesible. Y entre esas rocas escarpadas y de difícil acceso se encuentran
marcadas las huellas de un hombre. Los vecinos veneran las señales que
dejaron allí unas plantas desconocidas y dicen que son “los pies del Señor”.
Nadie vio el rostro dulce de Jesús, ni su túnica sorteando los zarzales, nadie
oyó su palabra de santidad en los contornos, pero los campesinos se sintieron
halagados con la versión. Era el Dios hijo que había descendido de su trono y
regresado a la tierra para visitar aquel lugar casi desconocido. Y en su retorno
había un sentimiento de amor, una predilección hacia los humildes moradores
de la zona. Y todavía en esos términos, con su halo de ternura, en los espíritus
ingenuos prevalece la leyenda.
Nos encontramos también en las cercanías de Puerto Cabello, tras los
caminos oreados por los naranjales de Valencia, con San Esteban y su río. El
mito de esa población pequeña y de ambiente sereno tiene algo del coto real,
parece captado de una escena de la florida corte francesa o de alguno de esos
grandes señoríos europeos donde el cazador, mientras perseguía su presa,
cautivaba a una doncella. Según esta leyenda, en un tiempo remoto las noches
de luna engendraban temor en los corazones maternales y una plegaria acudía
a los labios de las mujeres jóvenes. Podía sonar el armonioso cuerno de un
cazador furtivo, invisible, y este sonido era mortal. Cual si se tratara del canto
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de las sirenas que atraía a los navegantes, el sonido del cuerno subyugaba,
enloquecía a la muchacha que lograba escucharlo. Y entonces ella abandona-
ba el lecho, corría desolada hacia el campo y al llegar al río, al agua corriente,
se sumergía en sus ondas pues la incauta niña quería llegar pronto hasta los
brazos del hombre misterioso que la llamaba desde la orilla opuesta. Y al día
siguiente la corriente fluvial arrastraba el cadáver de la doncella. Y no habían
quedado señales del cazador invisible, ni del cuerno de insistente llamada, ni
del misterio que sólo conocían los rayos de la luna. Pero habían crecido, en el
sitio desde donde acechaba la muerte, unos lirios nuevos y extraños. Lirios
color de violeta, grandes, esponjosos, perfumados, que se iban marchitando
poco a poco en la ribera, pues mano alguna se atrevía a cortarlo.
En el curso de la Colonia ya no son seres ligados a la Naturaleza, deida-
des de las aguas y la tierra quienes personifican hechos citados como sobre-
naturales. Los hombres, en muchas ocasiones, pasan a ocupar el lugar de los
dioses. En Caracas abundan sucesos y relatos de esta índole. Las construc-
ciones modernas han extirpado en gran parte aquella interesante ciudad colo-
nial de pintorescas narraciones —donde campeaban grandes señores, sier-
vos, espíritus malos y santas almas—, y de no menos pintoresca nomenclatu-
ra. Las calles de la ciudad se construían de acuerdo con los nombres de sus
habitantes o de algún suceso deimportancia. La esquina tenía sitio de prefe-
rencia al elegir el nombre con que la calle sería clasificada, y era el centro de
la orientación urbana. La esquina de Maripérez se debe a una dama de alcur-
nia cuya mansión estaba situada en aquel lugar. La de Romualda a una mujer
del pueblo, vendedora de refrescos o negociante en telas, cuya tienda era muy
solicitada. Para los extranjeros resultaba difícil la orientación en aquella ciu-
dad a causa de sus extrañas direcciones. Para ellos constituía un verdadero
laberinto el tener que ir de Coliseo a Peinero, de Peinero a Pájaro, de Pájaro
a Curamichate sin ningún otro punto de referencia que el recuerdo romántico
del pasado remoto, vivo en el corazón de los caraqueños.
Cuando dividieron la ciudad de acuerdo con loscuatro puntos cardinales,
nadie pudo acostumbrarse a tomar la vía del Norte, Sur, Este y Oeste. El
pueblo seguía invariablemente aferrado a la costumbre de transitar tomando
como, guía las esquinas tradicionales. Hoy, a pesar de que las condiciones de
la capital de Venezuela han variado, de que se han abierto nuevas y amplias
avenidas, centros de distribución urbana, barrios residenciales o populares
que se alargan en distintas direcciones, en los restos de la antigua población se
mantiene, aunque escasamente, la antigua nomenclatura.
Algunos escritores han elegido estos temas para sus crónicas capitalinas
en las cuales se habla de encapuchados nocturnos, de muertes misteriosas, de
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Lo masculino y lo femenino1
De lo masculino y lo femenino: predominio e invisibilidad
El género puede considerarse como la cisura media de la humanidad,
causante de privilegios y de servidumbres, de inclusiones y exclusiones y a la
vez responsable de la existencia de la humanidad, en sus dos inseparables
expresiones. Producto éste que supera a sus elementos productores, pasando
a ser concepto superior y fundacional, en el cual las manifestaciones de am-
bos géneros pueden comprenderse como parte de ese todo y a la vez como
singulares entre sí.
Para abordar la masculinidad y la feminidad en el pensar venezolano,
decidí comenzar en el siglo XX por ser el tiempo en el cual expresiones espe-
cíficas sobre el tema empiezan a hacerse explícitas en la obra de hombres y
de mujeres que han querido explicar, criticar, transformar y describir al país y
a la vida tanto cotidiana como ejemplar, en él. Hice entonces una lista de
textos y luego la rehice. Leí y releí y volví a leer, creando puertas giratorias
por las cuales entraron y salieron muchas obras y fragmentos de ellas. Y al
final, es poco lo que ha permanecido (por condición del proyecto y decisión
propia), pero en las páginas que elegí me parece que se revelan formas de
considerar la masculinidad y la femineidad, así como las transformaciones
1 Montero, Maritza. “Lo masculino y lo femenino”. Suma del pensar venezolano: Sociedad
y cultura. Los venezolanos. Caracas: Fundación Empresas Polar, 2011. Impreso.
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ocurridas en ambas concepciones durante ese siglo que aún nos marca y que
a la vez en algunos aspectos ya quedó muy atrás.
He revisado bibliografía bien conocida en la cual se describe a los vene-
zolanos: Pedro Manuel Arcaya, Laureano Vallenilla Lanz, José Rafael Poca-
terra, Augusto Mijares, Mariano Picón Salas, Mario Briceño-Iragorry, Carlos
Siso Martínez, Carlos Rangel y tantos otros. Pero una cosa son los venezola-
nos como pueblo y otra las identidades sociales que construyen la femineidad
y la masculinidad en Venezuela, y con ellas la sexualidad como parte de ser
hombre y de ser mujer en este país. Y mi impresión es que <<ser venezola-
nos>> (uso la forma genérica predominante en esa literatura), no necesaria-
mente define el ser de los venezolanos y de las venezolanas. Esa es una
abstracción superior, profundamente vívida, pero que va más allá del género y
del sexo y de todas sus expresiones (machismo, marianismo, homosexualidad,
transexualidad, feminismo y misoginia).
La ineficacia de esa primera bibliografía seleccionada para tratar el tema,
en la que los textos no enfocan el asunto de manera directa y por el hecho de
que privilegian lo masculino en asociación con el gentilicio, con lo cual desapa-
rece en su carácter de género, reveló la situación relativa a que Venezuela
pareciera haber estado habitada, hasta bien entrado el siglo XX, por un pueblo
de hombres; marcada por la masculinidad vista desde la masculinidad. Hom-
bres que hablan sobre hombres. De hombres que van a la guerra; que se alzan
contra el gobierno; que matan y que son muertos; que construyen y destruyen
(más lo segundo que lo primero); que fundan familias primarias y secundarias,
generando estratos sociales. Los legítimos y los “naturales” tan antinaturales
en su concepción jurídica y ciudadana y con tan duras consecuencias socia-
les. Hombres que fecundan mujeres cuyas vidas giran a su alrededor en órbi-
tas tanto fijas como discontinuas.
Y es este mirar la masculinidad desde la perspectiva masculina el que
muestra cómo, desde esa perspectiva que domina la literatura sociopolítica de
una buena mitad del siglo XX, la masculinidad define a lo venezolano, y pre-
senta a una visión menguada y escasa de lo femenino. Pero las mujeres son
muy diferentes según se miren ellas mismas o según sean vistas por los hom-
bres. Ellas además reflejan con mayor profundidad y detalle las transforma-
ciones e inadecuación de la imagen que les ha sido asignada socialmente y de
su propia conducta de aceptación o de rechazo de esas imágenes y de roles
correspondientes a ellas. En tanto que en la forma de ver y definir a los
hombres hay una mayor homogeneidad en la mirada hecha por ambos géne-
ros. Será necesario que las mujeres se expresen en la literatura y en la ensa-
yística para que pueda estructurarse otra visión de lo femenino: la femineidad
vista desde la reflexión y la vivencia femeninas.
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dos por ella para repetir la conducta paterna en otras mujeres. El hijo ocupa el
lugar del padre como “hombre de la casa” y la madre, temerosa de la homo-
sexualidad en el hijo por falta de una figura paterna, lo estimulará a probar su
masculinidad siendo muy macho con las mujeres que se acerquen a él. Es
decir, estimula el ejercicio de la masculinidad irresponsable, de la cual ella
misma ha sido víctima. Las hijas por el contrario deben casarse, lo mejor
posible, dentro de lo accesible.
La masculinidad producida en esa familia matricentrada resume una con-
sideración de la sexualidad masculina y del hombre, que Moreno (1995) cali-
fica como “machismo-sexo de origen materno”. En esta forma de machismo,
el poder masculino en el cual se basa su derecho a la libertad sexual, queda
subordinado a “la función de manifestar públicamente… que se pertenece de
lleno al sexo masculino, y por lo mismo, se tiene derecho a ejercer poder”
(1995, p. 13). En este machismo, según Moreno es el predominante en Vene-
zuela, es necesario hacer continua gala de la hombría, demostrando cuán
macho se es. Y su origen está en la relación con esa madre que quiere todo
para su hijo varón, porque es varón (Montero, 1979) y todos deben saberlo y
reconocerlo. Moreno delata la razón primordial: “defensa contra la homose-
xualidad” (1995, p. 13). Homosexualidad cuyo fantasma persigue a las ma-
dres que, como suele decir en el habla cotidiana: “son padre y madre a la vez”,
conscientes como están de la ausencia masculina, más que paterna (Montero,
1979). A fines de los años setenta, en una investigación sobre la relación entre
estructura familiar y formación de estereotipos de roles sexuales, en un estu-
dio transversal con niños de tres grupos de edades: 4.5 a 5.5; 8.5 a 9.5 y 11.5
a 12.5 años se mostraba la gradual adquisición de imágenes estereotipadas de
ambos géneros, que llevaban a caracterizar al varón como rudo, cruel, fuerte,
agresivo, ambicioso, escandaloso, desordenado, dominante e independiente.
En tanto que la mujer estará caracterizada por ser amable, nerviosa, coqueta,
agradecida, emotiva, débil, suave, dependiente y estable. (Montero, 1979).2
En tanto que otra investigación (1984) hecha con jóvenes adultas y adultos,
los atributos de la femineidad se reducen a tres: femenina, coqueta, y temero-
sa. Mientras que los de la masculinidad conservan el perfil típico (aventurero,
agresivo, fanfarrón, desordenado, vigoroso, varonil y robusto).
En la descripción estereotipada de las características de uno y otro géne-
ro, lo más resaltante es la ausencia de rasgos afectivos atribuidos al varón, y
la transformación de las atribuciones para definir a la mujer. En verdad es
2 Investigación realizada en 1977-1978, en tres grupos etarios de niñas y niños, y sus
respectivas madres, en tres niveles socioeconómicos y de área rural (N=257) y área
urbana (N=455). Y en 1984, en dos grupos de estudiantes, hombres y mujeres (120
universitarios y 117 del INCE)
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se aúna al comenzar a ser mujer. Una libertad sólo fundada en las normas
menos exigentes que se ejercen sobre la niña y que cederán el puesto a aque-
llas, más demandantes y “enrejadas”, que conducirán su vida de señorita y de
mujer adulta. Normas protectoras del himen, del buen parecer, de la decencia
centrada en un comportamiento “como debe ser”, más que en la ética del
amor del otro que reinó en la infancia de esa niña que es para los otros, en el
sentido ético.
Otra es la femineidad de las mujeres pobres. Declaradamente pobres,
como Estefanía y Gregoria, quienes trabajan en casa de Ana Isabel, probable-
mente por un sueldo ínfimo si se tiene en cuenta la pobreza de la familia. La
vieja Estefanía recuerda su juventud “cuando movía las carnes, las carnes
duras y negras, sin salirse de un ladrillo” (p. 39). Esta femineidad no oculta el
goce sensual, no se avergüenza de él, ni del cuerpo que lo produce y aceptará
luego el embarazo como consecuencia inevitable. La mujer bailadora y alegre
se convertirá en “la mamá que lava, que pila, que hace arepas, que carga
agua” (p. 108), cuyos hijos no tienen padre.
Pero la adultez femenina de Ana Isabel no será la de su madre, “de
serena y mansa resignación” (p. 32); figura patética que mantiene el hogar
con su callado trabajo cotidiano, recortando aquí, ahorrando acá, ejecutando
todas las formas ineficientes de la microempresa de sombra que no debe ver
la luz, porque como dice su padre para referirse a su familia, los Alcántara:
“Un escudo muy limpio tenemos… Y no poseemos dinero: prueba de que no
somos ladrones ni pillos” (p. 92). Manifestando así una expresión de esa com-
pleja noción de la riqueza que parece predominar en Venezuela: su acumula-
ción es siempre mal habida, pero no impide en la práctica que sea buscada de
la manera que se supone que ha sido su origen: la corrupción y el peculado, la
apropiación indebida. Con lo cual se da sustento a la atribución realizada.
Otras ideas, otro pensamiento sobre lo femenino y lo que significa ser
mujer, comenzaban a desarrollarse en el país mientras Maria Eugenia Alonso
se aburría y se sacrificaba en el altar de la familia burguesa; y estaba activo
mientras Ana Isabel se debatía entre la decencia de los blasones, el bolsillo
vacío y los latidos de un inmenso corazón igualitario que ya prefiguraba la
apertura del portón que guarda a las mujeres de puertas adentro. Otras muje-
res habían comenzado a invadir el espacio público que constitucionalmente les
correspondía. El paso de lo privado a lo público, es decir, la politización de la
mujer, lo van a pelear grupos de mujeres que, con una clara conciencia de sus
derechos y de sus deberes, se saben ciudadanas y rechazan el carácter se-
cundario y menoscabado de esa ciudadanía que les negaba derechos y ade-
más les imponía administradores para aquellos que cicateramente les recono-
cía.
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sin “rollo”, con o sin metafísica (p.37), con o sin psiquiatra, según sean o no
intelectuales. Se trata de un hombre, que definido desde la femineidad ace-
chadora y cazadora debería ser el esposo perfecto: <“joven, prometedor y
brioso político” (p.41); “líder”, “carismático”, “inteligente”, “tozudo” (p. 45) y
con estudios, cultura y títulos. Todo lo que la mujer no es, por definición e
indefinición social. Salvo por la juventud. Frágil y perecedera que aparece
exigida por unos y otras a sus caras mitades (o décimas, cuartos y otras
fracciones con mayor o menor importancia).
La mujer que nacerá en los años sesenta y setenta será la heredera de
las ideas por las que se combatió en las luchas de los cuarenta. Una mujer que
se educa, que quiere ser ella y muchas veces lo logra o al menos hace todos
los esfuerzos posibles para lograrlo; que trabaja y produce su vida y también
la de su familia, en cualquier nivel socioeconómico al cual pertenezca. Y a la
vez, una mujer que se define como sola. La mujer sola es mujer incompleta,
pues en su capacidad para ganar dinero, para producir la vida cotidiana tan
bien o quizás mejor de la que le podría haber brindado el paterfamilias descrito
en el código civil de 1942, modelo no obstante poco puesto en práctica, ha
perdido a esa otra parte que puede ser la pareja y para la cual procura conser-
var la buena apariencia.
Una pieza me parece que sintetiza la femineidad de esta mujer de nues-
tros días, que acepta su sexualidad y la disfruta pero que se niega a verse
reducida a ella y que sufre dentro de la soledad. Me refiero al monologo de
Mónica Montañés, El aplauso va por dentro, la obra de teatro más popular
que ha habido en este país. Su protagonista es Valeria. Y Valeria es todo:
mujer, madre, divorciada, ingeniera exitosa que lucha a brazo partido y mente
concentrada por ser mujer y seguirlo siendo. Sin embargo, no es jefa en la
empresa donde trabaja. Su jefe es un hombre y ella, según él, debe ser in-dis-
pen-sa-ble para la oficina. Valeria hace la compra, prepara en la noche el
proyecto con el cual se lucirá en su trabajo y quizás ascienda y, trabaja tam-
bién su cuerpo de cuarenta años, cumplidos ese mismo día. Debe desprender-
se de la grasa acumulada entre maternidades y trabajo y delinear sus curvas,
que comienzan a hacerse borrosas, endureciendo las carnes. Además quiere
encontrar a un hombre que sea su compañero. Alguien más allá del sexo
casual. En el gimnasio que decide frecuentar ese día de su cumpleaños que la
coloca en el peligroso umbral de la madurez, el rector de su cuerpo es un
entrenador homosexual que organiza y ordena los ejercicios, a la vez que pone
de manifiesto irónicamente, los defectos de los cuerpos de mujeres ansiosas
que se someterán a múltiples gastos y sacrificios para recuperar el tiempo
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perdido. Para lograr que esos cuerpos vuelvan a ser faros de la sexualidad
que atraigan y retengan a un hombre.
Para esta mujer que dice de sí misma: “una puede ser lo máximo, tremen-
da trabajadora, madre ejemplar, la propia ama de casa, todo perfecto, como
una roca, pero qué va, llega un tipo y te critica cualquier pendejada y plaf,
arenita, ya está, es como si no sirvieras para nada” (2003, p. 102), para ella,
decíamos, todo lo que ha hecho no es suficiente. Está sola y no la engaña la
repetida y desilusionada ilusión (“esa maldita escalera que no lleva a ninguna
parte, más que a la ilusión de volver a verme joven, deseable, seducidle, atrac-
tiva para un hombre…”) (p. 111) Valeria es dinámica, activa, productora.
Produce vida (tiene dos hijos a los que ama y cuida), produce bien y con
creces el sustento de esa vida, se produce a sí misma como profesional y
como mujer, pero está en busca del hombre perdido y nunca hallado. En Vale-
ria se ha logrado el lugar social al cual aspiraban las mujeres de los años
cuarenta, que horrorizaban a intelectuales como Mario Briceño-Iragorry. Y
Valeria no es “marimacho”, condición de la cual abominada ese autor, igual
que lo hacía la preocupada madre de Ana Isabel. Más aún a pesar de sus
logros, Valeria conserva dos aspectos que vienen de muy atrás: la responsabi-
lidad por los hijos y su protección, que tanto defendieron las madres de los
años cuarenta; y la necesidad de ser mujer-para-el-hombre, objeto sexual
siempre lozano y apetitoso en un mercado en el cual los hombres como ella
quiere, son bienes escasos. Lo segundo la molesta y hiere y se rebela a ello a
la vez que se entrega.
Me quedé sola y no perdoné más abandonos, no aflojé ni por un instante,
para que mis hijos vean que la felicidad sí existe, al menos en el instante de
buscarla... (2003, p. 112)
Pues en su parlamento final, Valeria desengañada pero siempre lista para
amar y ser amada, recupera al pollito fénix de su ilusión:
Y van a estar los arquitectos nuevos, ¿quién quita que haya alguno intere-
sante? (Sonríe). Qué bolas, Valeria, no tienes remedio… (2003, p. 114).
Quizás los hijos de Valeria sean de otro modo. Quizás su hijo varón sea el
hombre compañero, padre, esposo, amante que ella busca. Quizás su hija
pueda lograr esa platónica síntesis que funde lo masculino y lo femenino en la
pareja bien llevada.
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derechos y que conoce y cumple sus deberes. En este caso hasta la muerte.
Propone pues un modelo inspirador que a su juicio era necesario en un tiempo
cuya “crisis de las conciencias” (1942, p. 350) denunciaba y quería ayudar a
superar.
Y esa tarea tocaba a los hombres, respecto de los cuales la mujer solo
podía aportar su “femenina prudencia” (1942, p. 393). Para cumplirla era
necesario enfrentar, ya sin prudencia (¿y sin mujeres?), la verdad. Sin temor,
con responsabilidad, con sentido patriótico, reflexivamente, aprendiendo de la
experiencia; abandonando el modelo negativo del “guapo”; el agazapamiento
y la traición vergonzante; el “miedo pacifico y entreguista”; las “convicciones
quebradizas”; el “mostrenco individualismo” cuya “función disolvente es la de
dividir y destruir” y el enriquecimiento sin causa (1942, pp. 386-389).
La heroicidad masculina. No estaba en aquel presente, pero podía y de-
bía ser alcanzada por hombres, que habrían de abandonar el rasgo femenino
de la prudencia. Sujeto al pensamiento más conservador en lo relativo a los
géneros, Briceño-Iragorry se declara “feminista, siempre y cuando las muje-
res sean mujeres” (1942, p. 440). Es decir, siempre y cuando ellas se ajusten
al estereotipo tradicional de la pasividad, luciendo además sus atributos feme-
ninos. Acompaña a la mujer en su lucha por el derecho al voto (salir a votar
podrían), pero si del hombre venezolano espera grandes obras, puede decirse
que de la mujer venezolana no sólo no esperaba otra cosa que no sea ser
mujer-en-su-casa (cuando la tiene) y ser mujer-para-el-hombre, sino que ade-
más veía con horror todo lo que fuese más allá de eso. Pero como hombre
culto que fue, no ignoraba el correr del tiempo y por lo tanto decía ser “femi-
nista de los de avanzada”, agregando:
Creo que la sociedad en general ganará mucho cuando la actividad social
de la mujer sea más notoria y se haga más extensa. Pero insisto en lo de mujer
mujer. Me horroriza la marimacho. Detesto la mujer que busca tomar atribu-
tos de hombre. La prefiero como decían los abuelos, con la pata quebrada y
en casa (1942, p.440)
Briceño-Iragorry creía en la “superioridad de la mujer…” (1942, p. 440),
sobre todo cuando no se ejercía.
Si se piensa que cuando escribía estas ideas había un movimiento no solo
feminista, sino también ciudadano por parte de grupos de mujeres venezola-
nas, los años cuarenta en Venezuela pueden considerarse como la arena de
lucha de dos grandes fuerzas que escinden a la población, aunque muchos
militantes de ambos grupos no siempre hayan tenido conciencia de la batalla
que se libraba, si bien eran agentes activos de modos de ser, de vivir y de
generar consecuencias para cada bando.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
El cazador solitario
Para explicar la impresionante transformación de la femineidad ocurrida
entre los años treinta y el último cuarto de siglo XX, me he remitido a una obra
de teatro. Pieza además muy popular que miles de personas han visto y oído
en Venezuela. Otro tanto haré para la masculinidad, no por simetría sino por-
que en ella podría decirse que se refleja la otra cara de la moneda descrita por
Montañés. Se trata de otro monólogo, satírico también: Divorciarme yo…, de
Orlando Urdaneta, estrenado en 1997, un año después de la obra de Monta-
ñés (¿inspirado quizás por ella?).
Urdaneta presenta a un hombre que en la búsqueda de la mujer ideal solo
ha venido fracasos y enormes pérdidas económicas. Las encantadoras com-
pañeras que tuvo, detrás de su belleza tentadora ocultaban monstruos terri-
bles y voraces que a la hora del divorcio (cuando había matrimonio previo),
descubrían garras implacables; que se las arreglaban siempre para exprimirlo
en busca de dinero y que usaron a los hijos como arma: “Primero te apuntan
con la barriga durante nueve meses. Después te encañonan con el hijo, por el
resto de tu vida…” (2003, p. 141). Y cuando la mujer no es una rapaz explo-
tadora es una alcohólica, simpática y contagiosa (lo hace beber todo el tiem-
po) y vulgar y grosera, después de los primeros tragos. ¡Pero tan divertida!
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Reflexiones finales
La doble hélice y los nudos en ella. Los textos comentados en este
ensayo hablan de dos construcciones de históricas y de relaciones de ellas
derivadas, que refiriéndose al nexo más íntimo y más importante de la huma-
nidad, han sido construidas en función de la desigualdad y del ejercicio des-
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lacios muestra una niña que no comprende esas normas y que desearía eludir-
las mostrando también un bosquejo de cómo es ser mujer y hombre pobre y de
cómo son sus relaciones familiares. Clemente Travieso clama por el recono-
cimiento de una femineidad activa y transformadora; de mujeres que trabajan
y luchan; de mujeres que además piensan en sus hijos y en la igualdad para
todos los hijos. Lerner se burla de la domesticidad de las “mujeres de su casa”
y de las intelectuales que se supone que han superado ese modelo, y por otra
parte presenta el retrato del hombre ideal que ellas buscan. Montañés y Urda-
neta nos exhiben la soledad de la mujer y del hombre que no han podido
superar la brecha de definiciones sociales irreconciliables. Y la insatisfacción
de ambos en su situación de seres aislados que siguen buscando, después de
cada equivocación, a ese Otro ideal. Otro difícil de hallar mientras se manten-
gan los estereotipos de género que ocultan a la persona que se es y a la que se
busca.
El hecho de que ya desde uno y otro lado de la relación mujer hombre se
denuncien los excesos del defecto y unas y otros quieran ir más allá del deber
y de la apariencia, podría estar anunciando la construcción de formas diferen-
tes de esta relación, dando lugar a la conciencia de que es necesario un Otro
que responda a otro Uno.
Bibliografía
Briceño-Iragorry, Mario. El caballo de Ledesma. Caracas: Ediciones Bitá-
cora, 1942. Impreso.
Palacios, Antonia. Ana Isabel una niña decente. 4th ed. Caracas: Monte
Ávila, 1977. Impreso.
Parra, Teresa de la. Journal d’une demoiselle qui s’ennuie.París: Les Amis
d’Edouard, 1923. Impreso.
Parra, Teresa de la. Ifigenia. Diario de una señorita que escribió porque
se fastidiaba. Paris: Editorial Franco-Ibero-Americana, 1924. Impreso
Parra, Teresa de la. Ifigenia, novela venezolana de Teresa de la Parra.
Caracas: Editorial Las Novedades, 1924: 444. Impreso.
Parra, Teresa de la. Ifigenia. Diario de una señorita que escribió porque se
fastidiaba. Paris: Editorial I.H. Bendelac, 1928: 531. Impreso.
Parra, Teresa de la. Ifigenia. Caracas: Monte Ávila Editores, 2005. Impreso.
Pocaterra, José. El doctor Bebé. Caracas: Editorial Victoria, 1913. Impreso
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América del Sur
Bibliografía complementaria
Codetta, Carolina. Mujer y participación política en Venezuela. Caracas:
Comala.com, 2001. Impreso.
Conferencia preparatoria del Primer Congreso Venezolano de Mujeres
efectuada en Caracas los días 13 al 16 de junio de 1940. Caracas, Edito-
rial Bolívar, 1941. Impreso.
Montero, Maritza. “La estructura familiar venezolana y la transformación de
estereotipos y roles sexuales”.Revista de la Avespo, VII (1), 1984: 9-16.
Impreso.
Montero, Maritza. La estructura familiar venezolana y la transformación
de estereotipos sexuales. Tesis de Maestría. Universidad Simón Bolívar,
Caracas, 1979. Impresa.
Moreno, Alejandro. “La familia popular venezolana”. Curso de Formación
Sociopolítica, 15. Impreso.
Moreno, Alejandro. ¿Padre y madre? Cinco estudios sobre la familia ve-
nezolana. Caracas: Centro de Investigaciones Populares. 1994. Impreso.
Moreno, Alejandro. El aro y la trama. Caracas: Centro de Investigaciones
Populares, 1994. Impreso.
Palacios, María. Ifigenia. Mitología de la doncella criolla. Caracas: Ediciones
Angria, Conac, Universidad Central de Venezuela, 2001. Impreso.
Vethencourt, José. “Actitudes y costumbres en relación con los roles sexuales
tradicionales”. Venezuela: biografía acabada, 1983. Impreso.
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El Ecofeminismo Latinoamericano.
Las Mujeres y la Naturaleza como Símbolos.
Introducción
La motivación principal de este ensayo gira en torno a la búsqueda de
respuestas a dos problemas derivados del avance despiadado del capitalismo
neoliberal en América Latina, como el crecimiento de la exclusión, la des-
igualdad social y la degradación ambiental.
Hasta ahora, en términos generales, estos aspectos, tan relacionados uno
del otro, han sido abordados de manera separada, al igual que las políticas y
programas elaborados para enfrentar estos problemas, aparecen divorciados
entre sí. En este caso no se trata de establecer vínculos mecánicos entre la
sociedad y la naturaleza sino de intentar descubrir, desde la transdisciplinarie-
dad, las múltiples relaciones que siempre han existido, entre los hombres y su
entorno, pero que la ideología andocéntrica - patriarcal se ha empeñado en
encubrir, a través de la “absurda” separación entre las ciencias naturales y las
ciencias sociales.
Aún cuando éste último aspecto no constituye el eje central de la discu-
sión de este trabajo, sí interesa analizar la dinámica sociopolítica que se ha
desarrollado en torno a la gestión ambiental, tanto en los países del Norte
como los del Sur. En este sentido se verificará entonces cómo la racionalidad
tecno-científica ha servido para dominar y explotar la naturaleza en la bús-
queda del bienestar colectivo, pero también ha sido empleada para evadir las
responsabilidades por los daños ambientales ocasionados.
América Latina históricamente ha constituido un gran atractivo para los
países del Norte, debido, entre otras razones, a la gran riqueza que representa
su biodiversidad, lo cual la ha convertido en una región estratégica para la
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parte; del Físico-Matemático Fritjof Capra con sus trabajos El Tao de la Físi-
ca, El Tejido de la Vida, y de los biólogos Humberto Maturana y Francisco
Varela, a través del principio de autopoiesis o autoconocimiento de los siste-
mas vivos y la biología del amor.
En lo que respecta a la “Nueva Filosofía”, el punto de referencia lo cons-
tituyen la teoría del sistema y la cibernética, elaborada por Gregory Bateson,
y la filosofía de procesos de Alfred North.
En esencia, la contribución de la “nueva ciencia” al Ecofeminismo es el
hecho de haber proporcionado una visión más holistica del cosmos y el haber-
le dado un nuevo sentido al papel del ser humano dentro de éste, para ello
toman como referencia la Cosmovisión Indígena donde han concebido el sen-
tido de la tierra y del universo como un tejido interconectado. La sabiduría
Indígena expone “una espiritualidad y una práctica de vida” que debería ser
acogida en muchos aspectos para reencontrar el equilibrio ambiental. (RESS,
1998:7)
Por otro lado, el feminismo cultural o radical -que representa una corrien-
te distinta del feminismo liberal y el feminismo socialista- plantea que el as-
pecto más importante consiste en determinar y analizar en qué consiste el
resentimiento que está detrás de la dominación del macho sobre la hembra,
por lo tanto es obligado estudiar no sólo los orígenes y el desarrollo del patriar-
cado sino los mecanismos que ha utilizado este sistema para mantener las
relaciones de dominación-subordinación que se establecen entre el hombre y
la mujer. El feminismo radical conocido como la lucha de sexos, liderizado por
Francoise D’Eaubonne trata de combinar y asimilar la idea de explotación de
clase social con la de opresión patriarcal (GOMARIZ, 1992:96).
Tanto el ecofeminismo como el feminismo radical han estado bien in-
fluenciados por los aportes de la antropóloga Maruja Gimbutas quien plantea
la necesidad de redescubrir y reencontrar la diosa -la tierra, la naturaleza-
para el desarrollo de la especie humana.
Pero sin lugar a dudas uno de los planteamientos que debe ser considera-
do como clave para la comprensión del ecofeminismo como opción política y
propuesta de desarrollo, es el que elabora la física, filósofa y feminista Indú
Vandana Shiva quien es Directora de la Fundación de Investigaciones Cientí-
ficas, Tecnológicas y Políticas de Recursos Naturales de Nueva Delhi. Para
Vandana Shiva el ecofeminismo significa ser feminista y ecologista al mismo
tiempo.
Desde la perspectiva ecológica, señala Shiva que existe la tendencia en
señalar que la mejor forma en que las mujeres pueden enfrentar la domina-
ción y violencia patriarcal y lograr su liberación es ocupando los espacios
públicos que tradicionalmente éstos han tenido. (SHIVA, 1996:56)
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Referencias Bibliografícas
GOMÁRIZ, Enrique (1992): “Los estudios de genero y sus fuentes epistemo-
lógicas: periodización y perspectiva”. En: fin de siglo, genero y cambio
civilizatorio. Ediciones de la mujer N 17. Isis internacional. Santiago de
Chile.
RESS, Mary Judith (1998): “Las fuentes del ecofeminismo: una genealogia”.
En Conspirando. Revista latinoamericana de ecofeminismo, espiritualidad y
teología. N 23, Marzo 1998. Mosquito editores. Santiago de Chile.
SHALLAT, Lezak (1990): “/Recuperemos la tierra/”. En: Revista salud y
medio ambiente. N 4 / 90. Isis internacional. Santiago de Chile.
SHIVA, Vandana (1996): “El planeta es nuestra casa”. En: Revista mujer
salud. N 2 - 96. abril - junio. Santiago de Chile.
http://diariodelosandes.com/index.php?r=site/noticiaprincipal&id=1788#sthash.
4gdet9D0.dpuf
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Dislocaciones
Sopa. Me sorprendió aquella sopa roja de remolacha en la que flotaban
kipes redondos como planetas. Una vía láctea de sangre. ¿Cómo era posible
que luego de diez años viviendo en este país yo no hubiese probado esa deli-
cia? ¿Cómo nadie me había hablado de esto? ¿Cómo nadie me había invitado
a comerla? En las comidas de un país, como en la lengua, siempre habrá
sorpresas para los que vienen de afuera, no importan los años que se tengan
viviendo adentro. Trato de buscar un plato en el recetario venezolano que me
sorprenda como aquella sopa roja inesperada y no lo consigo. No lo encuentro
porque aún sin haberlo probado todo, sé de ingredientes cotidianos o exóticos,
conozco la gramática básica de aquella cocina, puedo intuir posibles combina-
ciones nuevas. Sin embargo, aquella sopa roja me dejó discolocada. Tan roja
que yo tendría que al menos haberla visto antes en algún restaurante, en los
platos de los otros comensales. Tan apreciada, que alguien tendría que habér-
mela mostrado alguna vez. Siempre creí que las sopas de remolacha eran algo
muy centroeuropeo como el borscht, y no un manjar típico judeo - irakí. Siem-
pre creí que los kipes se comían sólo en seco. A veces la cotidianidad impide
pensar que se es extranjero, pero entonces aparece una sopa roja como una
palabra intraducible a recordarnos que no somos de aquí, aunque por fin nos
movamos diestros en las cosas del día a día.
(Israel) Una vez fui invitada a publicar un cuento en una revista digital
venezolana. Recuerdo que me alegró mucho la invitación y les envié pronta-
mente un cuento que se desarrolla aquí en Israel. Les encantó y lo publicaron
inmediatamente. Al lado de mi nombre pusieron un paréntesis con la palabra
“Israel”. Eso me produjo más que incomodidad o asombro, desazón. Si me
hubiesen puesto en aquel paréntesis una fecha de nacimiento equivocada, que
me agregara mucha más edad que la que tengo, por ejemplo, sólo hubiese
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idioma que comparte con todos los demás una lengua extranjera. Por-
que un verdadero escritor tiene una lengua que es propia”.
Pollitos en el árbol. Hay una canción infantil israelí que suelo tararear
porque es muy pegajosa. En estos días le presté atención a la letra y me
sorprendió que contara de un conejo que se sube a un árbol a atrapar pollitos.
¿Pollitos? – le pregunté a mi hija. Ya me estaba imaginando una historia súper
divertida de cómo los pollitos subieron a aquel árbol, cuando ella me contestó
que lo que pasaba era que el señor que compuso la canción había venido de
otro país y no hablaba bien hebreo, de modo que donde debía decir “pichones”
o “pajaritos”, puso “pollitos” porque esa era la palabra que conocía. Me quedé
muda un rato largo, pensando en sí sería cierto. ¿Quién le habría contado
aquello a mi hija? ¿Por qué nadie corrigió a aquel compositor de canciones
infantiles? También pensé que qué bueno que nadie lo hubiese corregido.
Cuántas veces yo misma tengo que usar sinónimos a falta de vocabulario,
cuántas veces los sinónimos no son tan similares, tan sólo palabras que están
dentro de un mismo campo semántico, pero que no son equivalentes tal como
esos “pollitos” en lugar de los “pichones”. ¡Cuántas veces termino diciendo
disparates! Pero algo me sonaba muy raro en la explicación de mi hija, así que
me puse a averiguar y como no hay nada oculto entre google y wikipedia,
llegué a la explicación científica de que en el hebreo de los primeros años no
había diferencias entre pollos y pichones. Salí corriendo a comentárselo a mi
niña y a preguntarle que de dónde había sacado aquella explicación que me
había dado. Se me ocurrió – me contestó con su risa de ocho años - porque
todos los que escribieron canciones y cuentos para niños vinieron de otros
países. No pude dejar de reírme. En efecto, la primera literatura israelí tanto
para adultos como para niños fue escrita por inmigrantes. También las cancio-
nes. Pero creo que mi hija extrapola mis problemas lingüísticos a los otros. Se
inventa explicaciones para darme, cuando debería ser yo la que explique como
corresponde a una buena madre. Y lo que es peor, muchas veces yo hablo con
las palabras que ella me enseña, cuento los cuentos que ella me cuenta, sin
corroborar nada ni en google ni en wikipedia. Hablo un idioma moldeado en
gran parte por mis hijos.
Dos lugares, o tres. Días antes de venirnos de nuestra última estadía
en Venezuela, mi hijo me dijo: “Lo malo de tener dos lugares es que cuando
estás aquí, extrañas allá; y cuando estás allá, extrañas aquí”. Entonces le
pregunté: “¿Y qué es lo bueno?” Se quedó pensando y con su mirada profun-
da de cinco años me dijo: “Lo bueno es que tienes dos lugares”. Para mis
adentros pensé que incluso tenemos un tercer lugar: cierto suburbio bonae-
rense en el que creció su padre y que se ha instalado en nuestra memoria con
la fuerza de las historias familiares.
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esta relación queda plasmada en sus obras. Más tarde, en un ensayo acerca
de la película Brazil de Terry Gilliam, concluye Rushdie: “The location of
Brazil is the cinema itself”. Tanto en la película como en esas “patrias imagi-
narias”, la ubicación referencial de la historia es compleja, sólo posible dentro
de una geografía personal imaginaria. Un espacio como el de Brazil – en
opinión de este autor- sólo puede ser configurado por un director migrante,
cuya sensibilidad también deambula por distintos espacios e identidades dife-
rentes. Así, a veces creo que el espacio de mis cuentos es la ficción en sí
misma.
Maturín es un apellido francés. Una de mis patrias imaginarias lleva
por nombre un apellido francés que yo siempre creí que era una palabra chai-
ma. Ya de adulta descubrí que en realidad se trataba de un apellido francés
que un monje jesuita le había dado por nombre al cacique de la zona. A mí
siempre me pareció que la palabra Maturín tenía el trino y la musicalidad de
los nombres indígenas. Todavía no me sobrepongo al Maturin, sin acento en la
í y afrancesado, como el de ese escritor gótico de siglos pasados, ése que
tiene un famoso personaje errabundo. Los franceses entraron a Maturín hace
siglos por uno de esos caños que comunican al río San Juan con el mar Cari-
be. De hecho, en el mapa hay un puerto en pleno río llamado – sin ir más lejos
– “Puerto Francés”. Esa zona me apasiona y siempre me recuerda los relatos
selváticos de mi padre. Ese mapa siempre me lleva a las historias siempre
esquivas y contadas a medias de mi madre. Tengo una serie de cuentos oscu-
ros sobre esa Maturín inventada que tienen que ver con esos caños y ese mar
distante. Una Maturín que sólo existe en mi memoria traicionera y en un mapa
pegado en la pared de mi cocina en el Medio Oriente. Escribo para tejer
nexos entre recuerdos disparejos, cuentos ajenos, verdades que no tienen que
ver las unas con las otras. Escribo para bordar el mapa defectuoso de mis
patrias imaginarias, una cartografía hecha de suposiciones. A veces escribo
para volver a esa zona que está hecha de ficciones familiares, comentarios de
antiguos vecinos, historias escuchadas al pasar.
Pertenencias. En una conferencia que suscribo plenamente, Roberto
Bolaño dijo una frase que de tan célebre yo creo que ya es un lugar común.
Dijo el escritor ¿chileno? ¿mexicano? ¿español?, que su patria eran su biblio-
teca y sus hijos.
Dislocaciones. Si hay una palabra que define mi situación en el mundo
es la dislocación, tal vez por eso es el centro de la tesis doctoral sobre autores
migrantes que debería estar escribiendo en este momento, pero en lugar de
eso divago contando aquí mis propias dislocaciones. Uso el término “situa-
ción” para referirme a geografía y a ánimo, claro. En todas las acepciones de
la palabra dislocación prevalece la noción de estar “fuera de lugar” o lejos
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
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América del Sur
COLOMBIA
El oficio de escribir 1
En un mes de las brujas nos reunimos en la Universidad Nacional de
Colombia, en Bogotá, para pensar en el oficio de escribir, la tarea mágica que
a tantas mujeres ha convertido en seres prohibidos. El encuentro se había
planeado desde hacía meses y varias veces habíamos pospuesto la fecha, por
razones supuestamente ajenas a mi voluntad. Creo, sin embargo, que yo tam-
bién era parte de las dilaciones, o por lo menos las aceptaba con alivio. Mi
resistencia a hablar del oficio de escribir ha persistido con extraños disfraces
y aplazamientos. Para una trabajadora exacta y sin tregua, como yo, estas
huidas son Transparentes: me resisto a la identidad impuesta de escritora y
me resisto a mi propio discurso sobre la escritura. ¿Por qué no escribir, en
lugar de hablar de lo poco (porque siempre es poco) escrito?
Es cierto, sin embargo, que esta identidad que se me adjudica no es gra-
tuita, a pesar de que me doy cuenta de no tener una obra pública, coherente y
1 Este ensayo fue ubicado en un primer momento en el libro de Jaramillo, María Mercedes,
Osorio de Negret Betty, Robledo, Angela Inés (Editoras), 1995, Literatura y diferencia,
Ediciones Uniandes, Editorial Universidad de Antioquia. Luego su heredero nos concedió
los derechos de autor.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
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América del Sur
bir pero nunca hablar, parejas hechas de libros y no de cuerpos. Cuando ese
monstruo comienza a tragar y a vomitar, la lectura que comenzó como traición
termina en robo: todos los excesos están permitidos, no hay ética, no hay paz.
El mundo se mide por palabras y se roba tiempo, ideas, cualquier cosa, para
leer y escribir.
Si ese ser maldito, traidor y ladrón, es además una mujer, el desastre es
total. Para leer y escribir hay que estar en contacto con el caos y con el
cosmos, pero sólo se puede plasmar en soledad, con la libertad que da el
candado por dentro de la puerta. Y si hay algo negado a la mujer es su soledad
y su espacio. La mujer debe ser desprendida y estar siempre disponible. Por
eso no escribe, sólo habla y usa sus palabras como imán. Siempre rodeada, lo
regala todo, administra y promueve las escrituras ajenas. Revisa, corrige, arma
plataformas para que otros despeguen, devuelve multiplicada la imagen del
que se le acerca.
Su oralidad la ahoga y obliga a que los que la rodean se conviertan en
esponjas. Sabe que la vida es más que el lenguaje, ese esqueleto que apenas
la sostiene, pero se delata, seduce, vende y compra afectos con palabras en
trans / misión. Hasta que aprende, muchas veces tarde, a ser rinoceronte y
escorpión y caracol para escribir. La defensa de su mínimo espacio ante la
invasión se convierte en una pelea que la agota más que la misma escritura.
Tiene que explorar nuevos sistemas de vida, porque se considera que la mujer
no puede ser feliz escribiendo, no puede ser feliz si está sola, ni siquiera por
unas horas, y porque escribir es un acto egoísta, que no se le permite a ese ser
supuestamente creado para la entrega indiscriminada. Y la desprendida no
logra desprenderse. Paga con silencio su adaptación y su supervivencia.
Pero aún no hablo de mí, de lo que escribo y cómo lo escribo. Y sigo
resistiéndome a hacerlo, porque no quiero reemplazar la escritura con el dis-
curso sobre la escritura. Porque sería demasiado fácil aplicarme mi propio
discurso crítico, para excusarme, inflarme o justificarme. Además, siempre
repito que no hay que creerles a los escritores sino a la escritura, así que de
todas formas mi opinión sería inútil.
Repito también que la escritura no se hace de café, de nubes, de espu-
mas en la ducha o de descargas eléctricas, sino de escurridizas palabras,
solas, planas. Y una vez combinadas y convertidas en objeto añadido al mun-
do, esas palabras son más inteligentes que sus presuntos autores y transmiten
voces que ellos o ellas ni siquiera identifican. Así, lo que yo pueda decir sobre
mi escritura nadie debe creérmelo, porque yo no puedo saber bien qué hago.
Lo sospecho, lo intento, escojo conscientemente, pero lo que escribo es parte
de un tejido que yo no controlo. Como cuando cocino que, en la mitad de mis
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
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América del Sur
barreras cada día, porque es un oficio que se practica sin fin, una carrera sin
meta. No es una actividad natural, a la que el cuerpo se entregue como al
agua, al sol, al sueño, a la comida o al amor. Es una decisión a veces demen-
cial. Un tiempo sin reloj, papeleras que se llenan, letras que bailan, libros que
caminan, caras alucinadas. Escribir no es libertad, porque la persona que es-
cribe vive torturada en un espacio de espejos y de aristas, entre lo ya escrito,
lo que escribe, lo que quiere escribir, lo que nunca escribirá. No es permanen-
cia, porque su escritura es ajena y no le evitará los desgarros de sus muertes.
Es una extraña forma de vivir, una mediación despellejada, que reemplaza
mucha vida pero no la oculta ni la ignora.
Y sin embargo, la persona que quiere escribir y no lo hace, vive y muere
condenada. Por eso, hablar de la escritura y del oficio de escribir es suicida.
Los que hoy queremos seguir viviendo con palabras, debemos ahora, ya, ca-
llarnos e irnos a nuestro posible o imposible rincón y escribir, escribir para
poder morir en paz.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
Feminismo y poesía 1
Cuando las editoras de este libro me explicaron el tema de que trataría y
me propusieron que colaborara con un escrito, me excusé de hacerlo alegan-
do mi posición frente a la costumbre de utilizar criterios extraliterarios para el
análisis de las obras escritas por mujeres. Sin embargo, en un gesto de inusual
tolerancia en estos casos, fui invitada a exponer mi punto de vista, lo cual me
dispongo a hacer brevemente.
En Colombia, hay que repetirlo, todo nos llega tarde. Así, cuando a prin-
cipios del decenio del ochenta el feminismo comenzó a experimentar en otras
latitudes un proceso de revisión, en nuestro país apenas empezaron a difundir-
se los postulados y conductas del feminismo tal y como se le conoció en los
decenios del sesenta y del setenta. Y ahí estamos todavía; pues, si bien es
cierto que aquí no han existido las organizaciones que en otras partes del
mundo se caracterizaron por su beligerancia y su agresividad, sí hay numero-
sas agrupaciones de mujeres que actúan bajo los esquemas conceptuales que
dieron origen al movimiento feminista.
1 Este ensayo fue ubicado en un primer momento en el libro de Jaramillo, María Mercedes,
Osorio de Negret Betty, Robledo, Angela Inés (Editoras), 1995, Literatura y diferencia,
Ediciones Uniandes, Editorial Universidad de Antioquia. Luego su heredera nos concedió
los derechos de autor.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
2 A respecto puede verse la información que aporta Darío Jaramillo Agudelo en Historia
de la poesía colombiana (Ediciones Casa Silva, Bogotá, 1991, pp. 547- ss) la cual
permite deducir una relación proporcional de la participación de hombres y mujeres
poetas.
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América del Sur
Podría aducirse que ha habido menos mujeres que hombres poetas y que,
además, ninguna ha alcanzado la calidad de un Silva o de un Barba-Jacob.
Ello es cierto, pero también es cierto que, por cada Silva y cada Barba-Jacob,
figuran muchísimos poetas hombres de calidad literaria similar o inferior a la
de varias poetas mujeres contemporáneas suyas que fueron omitidas. Aclaro
que con las consideraciones anteriores no pretendo promover un alegato de
índole feminista, sino registrar un hecho que prueba la desigualdad en el trata-
miento dado a la poesía, según ésta fuera escrita por hombres o por mujeres.
Esta situación mostró un cambio cuando en la primera mitad de este siglo
se comenzó a hablar de poesía femenina. Ya no se excluía a la mujer, pero se
dejaba en claro que su producción no hacía parte de lo que, sin adjetivos, se
denomina poesía; se le confinaba así en un gueto paternalista. No puede re-
sultar entonces extraño que dentro de esa poesía femenina se haya buscado
resaltar y celebrar los estereotipos de una femineidad sensiblera y un tanto
folclórica, como la cualidad digna de ser tenida en cuenta.
Esto, que parecería inadmisible, fue, sin embargo, aceptado de buen gra-
do por las escritoras y, más aún, ellas mismas se dedicaron a promover toda
clase de publicaciones y eventos amparados en la condición femenina de sus
protagonistas. Así, han abundado los congresos de poetisas, las antologías de
poesía femenina y los ensayos sobre el tema. Y todo ello no exento de cierta
beligerancia, pues aquellas escritoras que no han querido participar de la orgía
feminista han sido tratadas como traidoras a la causa. La arbitrariedad con
que se maneja este criterio es tal, que resulta corriente la aparición de antolo-
gías compuestas bajo el esquema sexista, sin que las poetas seleccionadas
hayan sido siquiera notificadas.
Considero que esa actitud es equivocada; porque tengo la convicción de
que la literatura no es masculina ni femenina, es simplemente literatura. No
por ello puede negarse la existencia de una sensibilidad propia de cada sexo:
cuando una mujer crea, esa sensibilidad, sin duda alguna, se manifiesta en su
obra, y así debe ser, pero ello resulta indiferente para entender y gozar la
literatura. De igual manera ocurre con la poesía. En realidad, la raíz del con-
flicto reside en la utilización de una categoría crítica extra-literaria —la condi-
ción sexual— para evaluar una obra. Esto recuerda esquemas que creíamos
ya superados, como aquel utilizado por los curas Núñez y Segura en la Histo-
ria de la literatura colombiana que se estudió hace años en el bachillerato, la
cual dedicaba un extenso capítulo al género narrativo denominado novela in-
moral.
En la literatura, como en la poesía, no pueden establecerse criterios de
estudio, análisis y selección distintos de la calidad. Un poema es bueno, me-
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
carga del pecado original no nos resignamos a la condena del valle de lágri-
mas.
Schopenhauer habla de la naturaleza positiva del dolor y su antítesis, la
naturaleza negativa del bienestar y la felicidad. ¿En qué sustenta esta aparen-
te paradoja? En la constatación de que, en efecto, estamos siempre más dis-
puestos a percibir y a concentrar la atención en la piedra en el zapato, en lo
que nos perturba o nos aflige, por insignificante que sea; en cambio pasamos
por alto todo lo que marcha fluida e incluso plácidamente.
La existencia es para el filósofo alemán un error y “la felicidad de una
vida no se mide por sus alegrías y placeres sino por la ausencia de penalidades
y dolor, que es lo positivo” 1.
Trasladado a escala colectiva, se expresa en el hecho de que el dolor se
impone en el mundo sobre la dicha y el placer.
Sin embargo, hay algo que comparten la felicidad y el dolor: cada ser
humano tiene su propio umbral, de resistencia para éste, y de conciencia y
disfrute para aquélla. Umbral que será más o menos alto o bajo en función del
propio horizonte, de las exigencias y expectativas, de la hechura psíquica indi-
vidual, de sus creencias, su visión del mundo y su situación socioeconómica.
Los poderosos y famosos que pueblan las páginas de ciertas revistas de
amplia circulación, siempre en un estado de perenne excitación y de dicha
inmarcesible, necesitarán, para elevar sus niveles de dicha, estímulos y re-
compensas infinitamente más elevados que el excluido habitante de un subur-
bio latinoamericano o africano, a quien, más que vivir feliz le preocupa el vivir,
el sobrevivir. Es que los anhelos y pretensiones del pobre se colman con mu-
cho menos. Lo ilustra el filósofo del pesimismo: “La riqueza es como el agua
del mar, cuanto más se beba más sed se tendrá; lo mismo vale para la fama”.2
Como bien lo expresa un trillado dictamen, el mero dinero no hace la
felicidad, si no lo condimentan, por lo menos, la salud y el amor. Además, el
temperamento y la manera de estar en el mundo son factores que no se
pueden desdeñar a la hora de catar esa felicidad. ¿Cuántos favorecidos por la
fortuna no han llegado a envidiar la alegría de vivir y el optimismo que irradian
muchas veces los más desposeídos en términos de riqueza, poder y fama?
En función de todos esos parámetros hay quienes buscan la felicidad en
el conocimiento, la virtud, el vicio o el placer. Los sibaritas la hallarán en el
1 Sobre el dolor del mundo, el suicidio y la voluntad de vivir. Madrid, Tecnos, 1999. pp.
18 a 24.
2 El arte de ser feliz. Barcelona, Herder, 2000. p. 38.
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para comparar la cruz ajena con la propia y constatar que la propia siempre
resulta más llevadera.
Pero muy especialmente se da la felicidad en referencia a sus opuestos,
ora la desdicha, ora el tedio. Por eso, un estado de felicidad eterna y sin
sombra, como el de los bienaventurados, resulta poco convincente y atractivo.
La infelicidad, escribe el desencantado narrador Thomas Bernhard, “es la
condición para que podamos ser felices también. Sólo dando el rodeo por la
infelicidad podemos ser felices” 4.
Cómo dudar de la felicidad de quien recupera la salud tras una enferme-
dad, o la capacidad motora tras un accidente. De quien se gana la lotería
después de conocer los rigores de la privación. De quien recobra la libertad
tras un episodio de cautiverio. Del habitante de Somalia que, en medio de la
atroz sequía, encuentra un pozo de agua. Al prisionero de un campo de exter-
minio le bastaban mínimos y raros placeres, como el disfrute furtivo de un
tabaco, para acceder a un momento de felicidad.
También para el dolor los parámetros son y han sido harto relativos, si
pensamos que antes de la invención de esa panacea que para la especie
humana significaron la anestesia y los analgésicos —la farmacopea, en gene-
ral— seguramente la capacidad de aguante de hombres y mujeres era mayor
que ahora, cuando a la menor molestia tenemos el remedio al alcance de la
mano, sintetizado en una tableta. Que las hay también para la felicidad, a
partir de sustancias que aumentan las concentraciones de serotonina en el
sistema nervioso central y producen efectos no sólo antidepresivos sino de
euforia.
Un suceso tan natural para la especie, como el de parir, que, como conse-
cuencia de ese mismo pecado original y según la condena del Génesis, debía
estar acompañado de dolor, se realiza casi siempre bajo la cuidados médicos y
con el paliativo de la sedación, así como quienes padecen un mal terminal
pueden mitigar su agonía, gracias a la administración de los opiáceos, produci-
dos regularmente por muchos laboratorios. Para no hablar de lo que, en gene-
ral, han significado las conquistas de la Medicina para la prevención y la
curación de las enfermedades. Lo que no excluye que el mundo está lleno de
enemigos del progreso que dicen tener aversión a los fármacos y que prefie-
ren aguantar con estoicismo el padecimiento del cuerpo o de la psique.
Cuesta, entonces, imaginar que pudiesen ser más felices los hombres del
Paleolítico o sin ir tan lejos, del Medioevo. Y de allí que susciten duda el mito
del Buen Salvaje, tan caro a la mentalidad europea de la modernidad y la idea
del hombre en estado natural, no sólo bueno sino feliz, defendida por Rous-
4 El malogrado. Madrid, Alfaguara, 1997. p. 70
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fuera poco, hay que hacer alarde de esa felicidad, exponerla a los cuatro
vientos.
Como el doctor Pangloss, maestro metafísico de Cándido en la ficción
voltaireana, se parte de la premisa de que no hay efecto sin causa, que todo
sucede como tiene que suceder y vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Los autores de autoayuda, cada vez más numerosos y exitosos, se han hecho
figuras tan mediáticas como los goleadores de los estadios, y sus obras enca-
bezan invariablemente las listas de los más vendidos en ferias y librerías,
cuando no en supermercados. El camino de la felicidad, firmado por el
norteamericano Ronald Hubbard ocupa su puesto en los records Guinnes como
el libro no religioso más traducido en el mundo.
Que en algo deben contribuir esta literatura y estas prácticas de alcance
masivo para ayudar a la gente a hacer más llevadero su paso por el “valle de
lágrimas”, lo demuestra la extraordinaria acogida de que son objeto en todos
los países. A su favor hay que abonar el hecho de que buscan la felicidad en el
interior del individuo y no en contingencias externas, y de allí el beneficio
irrefutable que pueden aportar ciertos hábitos como la relajación, el yoga y la
meditación, en sus distintas vertientes, al equilibrio del cuerpo y la mente.
No obstante, el sustento teórico de una buena parte de estas guías y
manuales, bastante conformistas con respecto a la realidad, y que, de antema-
no, dicen lo que la gente quiere oír dando la espalda al sentimiento trágico de
la vida, fundamental en toda existencia consciente, es de poca hondura con-
ceptual, y sus prácticas, en tanto que llevadas a la receta y el automatismo,
resultan de un candoroso optimismo.
Una filosofía que descuidase nuestros duelos en general, nuestras decep-
ciones, nuestras penas, que no mostrase claramente tanto nuestros deseos
superficiales como los profundos, que no develase el sentido de la vergüenza
como el de la herida y de las heridas –sin por ello descuidar el resto: el placer
y la ilusión-, no sería digna de ser definida como amor a la sabiduría, sino sólo
y, precisamente, como una ciencia rigurosa.7
Curanderos y médicos
Es el momento de recordar que en sus inicios la filosofía, lejos de ser un
corpus teórico y metafísico, de carácter sistemático, como en los tiempos
modernos, se ocupaba más bien de formar a los hombres, era una forma de
vida. Varias escuelas de Grecia, posteriores a Aristóteles, como los Estoicos,
Epicúreos, Cínicos y Hedonistas hicieron de esta tarea el eje de su pensa-
miento y de su filosofar. ¡Pero sin espejismos ni fórmulas mágicas! De esos
7 Philonenko, A. La filosofía de la desdicha, tomo I. Madrid, Taurus, 2004. p. 13
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ción al respecto, con las dos corrientes principales que agrupan a estos filóso-
fos que en la Antigüedad pusieron la lupa en el placer: por una parte la llamada
escuela Eudemonista, con los Epicureístas y los Estoicos, y por otra, los He-
donistas. Porque si bien es cierto que ambas persiguen como objetivo vital la
felicidad, los primeros lo llevan a cabo por la vía negativa y los segundos por la
vía positiva.
Una extendida y muy popular interpretación del Epicureísmo, resultado
de la tergiversación y del malentendido, cuando no del más craso desconoci-
miento de sus textos, lo asocia con la búsqueda a ultranza de los placeres, con
la vida ociosa y depravada, los excesos, el desenfreno y el libertinaje.
Cicerón fue uno de los primeros en condenar la doctrina epicúrea por
considerarla —se lee en Los Oficios 12— contraria a la templanza y a la
virtud en general. También se ha dicho que estas apreciaciones negativas
tenían objetivos políticos y buscaban impedir el acceso al Senado romano de
los representantes de dicha escuela.
Es así como el diccionario de la Real Academia de la Lengua define el
vocablo Epicúreo como aquél que sigue a Epicuro, pero también con esta otra
acepción que legitima su uso peyorativo habitual: “Entregado a los placeres”.
¡Hay que ver cuán indigno y censurable resulta, según los códigos de la moral
imperante, devaluadora del goce, que alguien viva entregado a los placeres!
El efecto de estas lecturas extraviadas, sumado al hecho de ser una filo-
sofía pagana e inmanente, ha contribuido a la mala reputación de que goza el
pensamiento de Epicuro y sus seguidores y al manto de censura que sobre
ellos ha caído por parte de la Iglesia y de ciertas mentalidades que la han
convertido en una filosofía proscrita.
Lo cierto es que, retirados del bullicio en su famoso jardín ateniense,
Epicuro y sus amigos —porque se trataba de una hermandad filosófica—,
buscaban ciertamente la felicidad, concepto que ellos simplifican, desmitifican
y llenan de contenido, y también el placer, pero no mediante la suma de exci-
taciones y estímulos, sino todo lo contrario, por la vía de una cierta ascesis de
los deseos. Lo suyo era un placer con medida, sereno, basado en el equilibrio,
la frugalidad, la vida sencilla y la “mansedumbre de las pasiones”.
De la ataraxia a la apatía
Coincide Epicuro con Aristóteles en plantear que el hombre prudente
persigue lo no doloroso, pero no lo placentero. Y el placer, como lo entiende
Epicuro, se expresa en cosas tan simples como satisfacer el hambre con un
12 Cicerón y Séneca. Tratados Morales. Los Clásicos. México, W.M. Jackson INC, 1973.
p. 299.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
pedazo de pan o la sed con un vaso de agua, el placer de quien tiene frío y
consigue abrigo, de quien elimina un dolor. No se trata de un placer por suma
sino más bien por sustracción, que en código filosófico se conoce como ata-
raxia, sinónimo de tranquilidad, serenidad, ausencia de perturbación. Que lo
puntualice el mismo Epicuro:
Así pues, cuando afirmamos que el gozo es el fin primordial, no nos refe-
rimos al gozo de los viciosos y al que se basa en el placer, como creen algunos
que desconocen o que no comparten nuestros mismos puntos de vista o que
nos interpretan mal, sino al no sufrir en el cuerpo ni estar perturbados en el
alma13.
¡Cómo no enamorarse de la sencilla sapiencia de este hombre!. Acercar-
se a sus textos es entender por qué su doctrina aporta modelos de reflexión
filosófica a pensadores posteriores (Spinoza, Voltaire, Marx, Schopenhauer),
así como ideales de vida que no han perdido un ápice de vigencia. Cómo no
dejarse seducir por un filósofo que sabe prodigar consuelo ante lo que el
hombre común considera la peor de las calamidades, con su observación de
que no hay que temer a la muerte porque cuando nosotros somos ella no está
y cuando ella llega ya no estamos nosotros. Tan parca como la vida de Epicu-
ro es lo que ha sobrevivido de su obra: tres cartas y un manojo de máximas y
fragmentos que no suman las cien páginas en ediciones modernas. Pero opu-
lenta, no obstante, en sabiduría.
Los Estoicos, cuyo nombre viene de stoa, pórtico, el lugar de Atenas en
donde se reunían sus adeptos, parten de los mismos principios de búsqueda de
la felicidad mediante el buen vivir, pero lo que en los Epicureístas era ata-
raxia, en los Estoicos se convierte en apatheia. El hombre feliz, a decir de
Séneca, es aquél que, “gracias a la razón, nada teme ni desea nada14. Así
como el placer más genuino consiste en menospreciar el placer, logrando el
total dominio de sí mismo.
Sus métodos son también más radicales en la medida en que invitan a
renunciar a las pasiones y los instintos y a enterrar los deseos (lo que Freud
llamaría veinte siglos más tarde el mecanismo de la represión, sólo que en
aquéllos es un mecanismo consciente y sus motivaciones son otras) que gene-
ran ataduras y nos hacen menos libres.
Se trata de una ética del autocontrol, la moderación y la austeridad. Cul-
tivar la virtud y dominar lo irracional, un ideal de ascetismo laico e inmanente,
distinto del ascetismo de acento religioso cuyo norte es la trascendencia, aun-
que en uno y otro se dé la primacía de Thanatos sobre Eros y esa suerte de
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América del Sur
regocijo del morir en vida. Para esta escuela, fundada por Zenón de Citium, la
sabiduría y la felicidad radican en aceptar con ecuanimidad, con resignación,
“con estoicismo”, como decimos hoy, en referencia a ellos, el destino que nos
tocó y nuestro lugar en el mundo.
En clave de gozo
En la trinchera opuesta, los Hedonistas son defensores y practicantes del
placer (hedoné) activo y en pleno desarrollo, del placer a ultranza y su cele-
bración, el placer per se y porque sí, el placer de los sentidos y la voluptuosi-
dad. Militantes del carpe diem, invitan a no pensar ni en el pasado ni en el
futuro que puedan enturbiar la felicidad del instante.
Su ejercicio libertario y no institucional de la filosofía se realizaba a la
manera de un teatro de calle en plazas y lugares abiertos. No había, sin em-
bargo, en su gesto, el afán transgresor y provocador de sus contemporáneos,
los Cínicos, que rechazaban cualquier convención, sino más bien, como obser-
va Michel Onfray, una manera de practicar la filosofía, al igual que Epicuro,
con un propósito terapéutico, según el cual el filósofo cirenaico se presenta
como un médico destinado a sanar al hombre común.
El nombre deriva del gentilicio de quien fuera la figura mayor del grupo,
Aristipo, nacido en Cirene, y son ellos los que mejor ilustran esta filosofía de
sello hedonista, mundano y materialista. Aunque hubiese sido discípulo de
Sócrates, Aristipo se sitúa en las antípodas del pensamiento de su maestro.
Sibarita y de noble cuna, adoraba Aristipo el lujo, las riquezas, la comida y el
vino, las cortesanas. La vida feliz sin cortapisas:
Aristipo recupera el cuerpo en su dignidad integral: el cuerpo que come,
que bebe, se perfuma, se viste y piensa, se consiente y reflexiona, un cuerpo
que más allá de toda jerarquía, entre buenos y malos placeres, disfruta tanto
una mesa excelente con botellas de primera como de una conversación filosó-
fica en el ágora, seguida por la escritura de una obra15.
En varias lenguas y culturas, la sabiduría de calle, que, desde los tiempos
de Sócrates y Aristipo algo entiende de estas cosas, dice de aquella persona
que sabe llevar la vida, disfrutando de lo que le ofrece y enfrentando con
entereza la adversidad, que “toma las cosas con filosofía”, o sea, con sabidu-
ría. En el hablar coloquial venezolano, tiene un equivalente elocuente: “No se
dé mala vida”.
El ya citado filósofo de nuestros días, Michel Onfray, rescata la quin-
taesencia de los Epicureístas, los Estoicos y los Hedonistas. Su proyecto de
una filosofía inmanente, práctica y cotidiana pasa por una concepción libera-
15 L’invention du plaisir. Fragments cyrénaiques. Paris, Le libre de poche. p. 39
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sigue siendo una utópica metáfora y por el contrario sólo tienen la diaria rea-
lidad del “valle de lágrimas”, entre la violencia y la privación.
Es posible que para quienes nunca han accedido a las condiciones míni-
mas del vivir humano, llegar a tenerlas pueda representar la felicidad. No así
para aquéllos que nacieron con estas necesidades resueltas o en el camino las
resolvieron, por lo que han de tener puesta la mira en topes más altos en
cuanto a disfrutes y goces. Que bienestar y felicidad son conceptos distintos
lo demuestra de manera tajante Pascal Bruckner cuando observa que, mien-
tras son perfectamente legítimas las políticas de bienestar, sería tildado de
loco quien hablara de políticas para la felicidad.
Luces y sombras
Vivir felices en este mundo es nuestro único deber, pregonaba Voltaire,
como portavoz ilustrado de un siglo mundano y libertino, al cual pertenece
también el Marqués de Sade. También Rousseau, pero desde valores distintos
al placer y las pasiones, decía que “el objeto de la vida humana es la felici-
dad”. No obstante, deja asomar su carácter quimérico, cuando se pregunta, a
continuación, si a pesar de que todos la predican y la desean, alguien sabe
cómo conseguirla. Y su inevitable paradoja, por cuanto, advierte, el acceso a
los ansiados bienes, sólo prepara a los hombres para privaciones y penas
nuevas. De allí que, “a falta de saber cómo hay que vivir, todos morimos sin
haber vivido”, escribe en la segunda de sus Cartas Morales 17.
A contracorriente de los demás Enciclopedistas, se negó Rousseau a
aceptar la equivalencia entre progreso y felicidad. Ni el saber, ni el desarrollo
de las ciencias y las artes nos han hecho más felices. Tanto en el Discurso
sobre la desigualdad, como en el Discurso sobre las ciencias y las artes,
y en El Contrato Social, concibe como única forma de vida feliz la unión con
la naturaleza, en una armonía que el hombre lamentablemente rompió en su
afán de dominio y conocimiento.
Y al hacer un cotejo entre la forma de vida a su alrededor y la que lleva-
ban sus antepasados, lejos de advertir superación o crecimiento ve decaden-
cia: “Es cierto, tenéis la comodidad, pero ellos tenían la felicidad; vosotros sois
razonadores, ellos eran razonables. Vosotros sois educados, ellos eran huma-
nos; todos vuestros placeres están fuera de vosotros mismos, los suyos esta-
ban en sí mismos” 18.
Cierto es también que todos, sin excepción, filósofos y hombres del co-
mún, pobres y ricos, creyentes y ateos, hombres y mujeres, no sólo preferi-
17 Ibid. p. 92
18 Ibid. p. 96
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
La construcción de lo humano
Muchas son las fuerzas que conspiran contra la felicidad y nos arrastran
al sufrimiento. No puedo evitar hacer referencia al mural alegórico que como
homenaje a Beethoven realizara Gustav Klimt en la casa de la Secesión en
Viena. Allí son representadas esas fuerzas por el monstruo Tifón y por un
conjunto de tres mujeres, que, como temibles Gorgonas, ocupan uno de los
lugares centrales del conjunto y encarnan la enfermedad, la locura y la muer-
te, enemigas naturales de la plenitud humana.
El sufrimiento es un elemento consubstancial de la condición humana.
Así lo expresan los versos del Corifeo como cierre de la tragedia de Edipo
Rey: “De tal forma que siendo mortal/ hasta no ver el día postrero/ a nadie hay
que tener por dichoso/ antes que la meta de la vida traspase/ sin haber sufrido
dolor alguno 20. Además del que se deriva de nuestra condición de seres bio-
lógicos y al ocasionado por la naturaleza, se suman aquellas desgracias aún
más crueles y de mayor alcance, derivadas de la relación del hombre con sus
congéneres, de la violencia y de la desigualdad en la distribución de la riqueza
del mundo.
No cabe duda de que estas desgracias aportan las cuotas más elevadas
de dolor e infelicidad. Por eso los crímenes contra la humanidad configuran el
más atroz catálogo del horror: esclavitud, intolerancia, terrorismo, racismo,
explotación, xenofobia, exterminio masivo. En el origen de estas formas de
19 Op. Cit. p. 11
20 Sófocles. Edipo Rey. Madrid, Alianza Editorial, 2009. p. 301
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Aquí y ahora
En un panorama tan sombrío, ellos, los filósofos de Frankfurt no renun-
ciaron a pensar la utopía, que pasa por la construcción de esa humanidad que
nos ha sido tan esquiva. Y en cuanto a nosotros, tampoco abdicamos en la
búsqueda de nuestra dosis personal de gracia terrenal, por frágil y efímera
que sea, mediante la búsqueda de felicidad y el ahorro de dolor y sufrimiento,
por caminos distintos y en función de los anhelos de cada uno: cultivar su
propio jardín, lo dijo ya Cándido.
Esa búsqueda nos mueve y nos determina, y “es lo que hace, según la
cruda sentencia de Blaise Pascal, que unos vayan a la guerra y otros no”.
Porque “la voluntad no hace nada que no se dirija hacia ese objetivo que es el
motivo de todas las acciones de todos los hombres, incluso de aquéllos que se
ahorcan 22. ¡Porque no eran felices, lógicamente!, y perdieron toda esperanza
de llegar a serlo.
Hay que añadir, sin embargo, que desde la perspectiva teológica de este
filósofo cristiano no es posible hallar la felicidad en este mundo terrenal y de
tránsito. Fórmula esperanzadora sólo para hombres de fe, como él. Que no es
precisamente el caso del suicida, que por no esperar nada, desespera.
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instancia, respirar. Y a veces jadear. Y a veces apenas poder respirar. Sí. Pero
a veces también está el sorbo profundo de aire que alcanza hasta el fino frío
del espíritu, sujeto al cuerpo por ahora. Querría iniciar una experiencia y no
solo ser víctima de una experiencia que sucede sin que yo la autorice. De ahí
mi invención de un personaje. También quiero despejar, además del enigma
del personaje, el enigma de las cosas. Este, se me ocurre, será un libro hecho
aparentemente de restos de libros. Pero en realidad se trata de retratar rápi-
dos vislumbres míos y rápidos vislumbres de Ángela, mi personaje. Podría
coger cada vislumbre y disertar durante varias páginas sobre él. Pero ocurre
que es en el vislumbre donde está a veces la esencia de la cosa. Por cada nota
de mi diario y del diario que hice escribir a Ángela, me llevo un pequeño susto.
Cada nota está escrita en presente. El instante ya está hecho de fragmentos.
No quiero dar un falso futuro a cada vislumbre de un instante. Todo sucede
exactamente en el momento en el que es escrito o leído. Este tramo fue en
realidad escrito en relación con su forma básica después de haber releído el
libro porque, en su transcurso, yo no tenía muy clara la noción del camino a
seguir. No obstante, sin dar mayores razones lógicas, me aferraba exacta-
mente a mantener el aspecto fragmentario tanto en Ángela como en mí. Mi
vida está hecha de fragmentos y así ocurre con Ángela. Mi propia vida tiene
enredo verdadero. Sería la historia de la corteza de un árbol y no del árbol. Un
cúmulo de hechos que solo explicaría la sensación. Veo que, sin querer, lo que
escribo y Ángela escribe son tramos, por así decir, sueltos, aunque dentro de
un contexto de... Así me surge el libro esta vez. Y, como respeto lo que viene
de mí hacia mí, así también lo escribo. Lo que aquí está escrito, mío o de
Ángela, son restos de una demolición del alma, son cortes laterales de una
realidad que se me escapa continuamente. Esos fragmentos de libro quieren
decir que yo trabajo entre ruinas. Sé que este libro no es fácil, aunque sí lo es
para quienes creen en el misterio. Al escribirlo no me conozco, me olvido de
mí. Yo, que aparezco en este libro, no soy yo. No es autobiográfico, vosotros
no sabéis nada de mí. Nunca te he dicho y nunca te diré quién soy. Yo soy
vosotros mismos. Tomé de este libro solo lo que me interesaba: dejé de lado
mi historia y la historia de Ángela. Lo que me importa son instantáneas foto-
gráficas de las sensaciones pensadas, y no la pose inmóvil de los que esperan
que yo diga: ¡mire el pajarito! No soy un fotógrafo ambulante. Ya he leído este
libro hasta el final y añado algún comentario a este principio. Es decir que el
final, que no debe ser leído antes, se liga en círculo con el principio, serpiente
que se muerde la cola. Y, habiendo leído el libro, suprimí mucho más de la
mitad, solo dejé lo que me provoca e inspira para la vida: estrella encendida al
atardecer. No leo lo que escribo como si fuese un lector. Salvo que ese lector
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gracias a su empeño individual, las sobras de la historia que hasta ella llega-
ban.
Sometida a este largo destierro social, fue convirtiéndose en una matriz
generadora de intriga narrativa, en un depositario poderoso de la metáfora y
del discurso oral, y cuanto más se encerraba esa memoria entre los confines
de lo privado, más echaba mano de los recursos de lo simbólico. Es como si la
mujer hubiera sido concebida expresamente para tener naturaleza simbólica,
para ser alguien que, al no poder participar activamente de una vida cotidiana
vasta y compleja, se convertiría a lo largo de la historia en una especie con
identidad poética y difícil de descifrar.
En el lenguaje propio del entorno doméstico, único lugar donde se desple-
gaba su crisis existencial, se atribuía al sexo femenino un uso abusivo de
alusiones, insinuaciones, sugerencias y palabras incompletas, así como una
incapacidad para pronunciar un discurso directo y contundente. Por esta ra-
zón fue acusada de evasiva, astuciosa y siempre dispuesta a la tergiversación,
perfil que los griegos clásicos consagraron al asociar la astucia metis con una
figura femenina. De esta astucia, por su carácter político, dependía la mujer
para hacer frente al opresivo predominio masculino. No le sobraban en aque-
llos tiempos, por lo menos, los recursos del arte de memorizar, de atesorar los
conocimientos existentes. La mujer no aprendería a la manera de los aedos
homéricos, poetas de la memoria, a conservar con riqueza de detalles la na-
rrativa de Homero, ni tampoco obraría como los incas que en la distante Amé-
rica, celosos cultores de una memoria que no debía desvanecerse, crearon la
casta de los amautas con la finalidad de conservar, por medio de la memoria,
la realidad y la historia de su imperio.
Así pues, sin poder escribir y tener acceso a la cultura normativa, sólo le
quedó a la mujer inventar la realidad que le faltaba y engendrar lo que desco-
nocía o lo que a medias le llegaba. ¡Con qué placer secreto agregó a las
aventuras que a su morada llegaban y de las que fuera excluida, otras de las
que deseaba ser protagonista! Era, por cierto, un ejercicio fecundo pero frus-
trante, merced al cual fue componiendo paulatinamente la urdimbre básica de
su memoria interior. Lentamente fue acogiendo en su psique, individual y co-
lectiva, su versión de lo cotidiano y familiar, de una vida cotidiana íntima y
modesta que trascendía la de índole social reservada al estamento masculino.
Entretanto, al inclinarnos ante la génesis de esta memoria o de todas las otras,
fatalmente nos proyectamos hacia los tiempos inaugurales, hacia un período
en el que la agonía y la incertidumbre humanas engendraron dioses, leyendas
y mitos como forma de sobrellevar el tupido misterio en el que todos estaban
inmersos.
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que abarca más de cinco mil años en la simple búsqueda de un placer arraiga-
do en el hecho de que existo y narro. Siempre que relato emprendo un viaje a
mi centro, sin saber en qué mapa se encuentra, quién me guía para llegar allí
con el espíritu inventivo y la imaginación intactos. Es una peregrinación solita-
ria que me tienta a liberar la memoria y la imaginación, quizá a entrelazarme
con Mnemosina.
Dueña, entonces, de un cuerpo y de una memoria, emprendo la aventura
de la creación y me autorizo a concebir, en 1982, La República de los sueños,
en especial a Eulalia, que representa una noción particular de la memoria.
Gallega de origen, nace en un país minoritario que resistió las presiones del
imperialismo español, que le imponía la derogación de la lengua gallega y la
adopción del castellano como idioma cotidiano. En aquel pequeño feudo, don-
de siempre se rindió culto a la memoria, los gallegos conservaron a lo largo de
esos siglos adversos leyendas, lengua e identidad.
Al casarse en 1923 con Madruga, inmigrante ambicioso que había llega-
do al Brasil a la edad de trece años, le acompaña a este país y, a partir de la
frase “Eulalia comenzó a morir el martes”, con la cual empieza la novela, la
acción narrativa cobra fuerza gracias a un intenso filón evocador.
Cuando Eulalia se decide a morir en aquel febrero de 1980, inaugura de
forma emblemática en el libro el ciclo de recuerdos, definiendo una agenda
narrativa que se irradia por los desvanes de la obra y por conducto de la cual
se relatará un Brasil de la imaginación. Ese cometido, compartido por los
demás personajes, determina la creación de un país singular y todos asumen,
quizá, la obligación moral de inventar un país colectivo, abarcador, difícil, poli-
facético, hecho a la imagen del delirio individual.
Esta galería de seres novelescos crea este país hipotético al servicio del
arte, de un arte que excava en sus recursos para hacer inventario de este
caudal existencial de la memoria, para que se establezca, en la novela, la
fusión entre invención y memoria. Es un acuerdo estético que somete esta
alianza a las prerrogativas inexorables del tiempo. En el transcurso de este
proceso, Eulalia, orientada desde la infancia a ponerse al servicio de esta
memoria ética, cívica, religiosa y familiar, gira sin rigor simétrico en torno a
ese epicentro evocador. En el eje de su repertorio se destaca el legado de Don
Miguel, su padre, a quien Eulalia debió dejar en esa Galicia remota.
Ese padre, miembro de la pequeña nobleza rural que reverencia la histo-
ria de la elite gallega, le inculca a su hija una noción de dignidad arraigada en
la conservación de las leyendas y los mitos de Galicia, donde lo sobrenatural,
fruto de la imaginación gallega, se manifiesta en favor de los intereses huma-
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obsequiaba a medida que nacían los hijos. Madruga jamás, a lo largo de los
años, quiso averiguar para qué servían las cajas; nunca trató de abrirlas o de
enterarse de su contenido. Se mantuvo a distancia de Eulalia, quien, durante
las décadas siguientes, las llenaba con criterio aleatorio y arbitrario. Como
guardiana de la memoria de los hijos, elige los objetos que han de almacenarse
en esas cajas. Se introduce en la memoria de cada hijo, infiltrándose en la vida
elegida por cada uno, y así le destina a uno un billete, a otro una flor, un retrato,
invadiendo sus psiques lentamente.
Mientras que Madruga entregará a sus hijos una fortuna, las cajas cons-
tituyen el patrimonio de Eulalia. La memoria es la única herencia que aviva el
espíritu. ¿De qué otra cosa carecen sus hijos, sino de la religión de la memo-
ria? Ese martes, sabiendo plenamente que se va a morir, Eulalia se viste de
seda y cumple los solemnes ritos de introducción de la muerte. Pero como
ésta demora casi diez días en visitarla, la novela va en busca de su dimensión
real, que es una dimensión de la memoria. Cuando llega el momento decisivo,
convoca a los hijos. Estos se sienten asustados y amenazados por aquellas
cajas, pero Eulalia siente alivio al entregarles su destino junto con ellas, porque
ya no tendrá que dirigir la vida de sus vástagos.
Después del velorio sobreviene la sorpresa cuando se abre la caja de
Eulalia, que sólo contiene una página en blanco, como si con ella Eulalia qui-
siera criticar disimuladamente a quienes registran la desfachatez humana sin
desfallecer, predicando a la vez el olvido, la pérdida de fe en los despojos
humanos y la infinita incapacidad humana para narrar. Su fe ha sido absorbida
del Eclesiastés, cuyas páginas atribuladas invitan al hombre a borrar su propia
historia con el fin de suprimir su vanidad, pues el propio acto de recordar
conlleva la arrogancia de competir con un Dios calificado para narrar y que,
como guardián de la memoria de Eulalia, inscribiera su rúbrica invisible en esa
página en blanco.
Después de su muerte, el legado de Eulalia es un debate interminable
sobre la memoria, una memoria femenina presente en todas las circunstan-
cias humanas y cuya voz, silenciosa durante tantos años, ahora desafía al arte,
proyecta luz sobre nuevos misterios y enigmas y, al final, hace que resplan-
dezca la realidad. Es una memoria que ha ocupado durante milenios la psique
femenina y que constituye un tesoro ansioso de ser, finalmente, revisitado y
revelado.
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1 Citado por Lennard, Patricio. “Dame fuego”. Reseña en Los días azules y El fuego
secreto. Buenos Aires, Página 12, 1 de mayo de 2005.
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2 Citado por Fernando Vallejo en entrevista con María Sonia Cristoff, La Nación, Buenos
Aires, 6 de junio de 2004.
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3 Para la época que esas novelas aparecieron, la tasa de homicídios en Colombia era de 7.3
por diez mil habitantes, tres veces mayor que la de Brasil, el segundo país más violento
de América Latina. Fuente: Álvaro Camacho Guizado. Prólogo a Orlando Melo, Jorge
(Cord). Colombia hoy: perspectivas hacia el siglo XXI. Disponível em http://
www.lablaa.org
4 Posteriormente, Víctor Gaviria dirigió La vendedora de rosas (1998), y Sumas y restas
(2004). Las tres películas se conocen como la “trilogía de Medellín”, y tratan sobre la
marginalidad y la violencia en la ciudad, la vida de los chicos de la calle y la cultura del
narcotráfico.
5 Salazar, Alonso. No nacimos pa’ semilla. La cultura de las bandas juveniles en Medellín.
Bogotá: Editorial Planeta, 1990. Salazar afirma que la cultura de esos bandos es una
mezcla de tres culturas: la del mito “paisa”, la “maleva, que se mezcló en las últimas
generaciones con la de la salsa, y la cultura de la modernización. El mito “paisa” habría
colocado el sentido del lucro y de la religiosidad. La cultura “maleva”, los valores del
“macho”. Al mismo tiempo, ea cultura se mezcló en los últimos años con la cultura del
placer y del cuerpo que venía de la cultura caribeña de la salsa y ambas se mezclaron con
la cultura de la modernidad que se define a grandes rasgos por lo efímero, el consumo y
el lenguaje visual. Jesús Martín-Barbero destaca el hecho de que Alonso Salazar, en No
nacimos pa´ semilla, proponga una hipótesis cultural y no política o socioeconómica
para entender lo que pasa en las comunas (en “Dinámicas Urbanas”, conferencia presentada
en el seminario “La ciudad: cultura, espacios y modos de vida” Medellín, abril de 1991,
publicado en la Revista Gaceta de Cultura, n. 12, editada por el Instituto Colombiano de
Cultura, diciembre de 1991).
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La violencia de la letra
Como decía más arriba, la voz autoficcional es característica de toda la
obra narrativa de Vallejo, pero en La virgen de los sicarios se combina, y de
ahí la particularidad de esta novela, con una mirada “etnográfica”. O sea que
el narrador se interna en un contexto cultural que es ajeno tanto para sí mismo
como para el lector (o por lo menos el lector que el narrador imagina, como
veremos a seguir), y de ese encuentro resulta la narrativa de un choque cultu-
ral. El relato narra la excursión de un gramático a un mundo marginal. Esta
perspectiva afirma así un pacto con el lector: como el etnógrafo, el narrador
escribe para lectores que pertenecen a su propio mundo letrado y que, por lo
tanto, no comparten el mundo de la cultura que se narra: “Usted ha de saber
y, si no sabe, vaya tomando nota, que un cristiano común y corriente como
usted o yo no puede subir a esos barrios sin escolta de un batallón: lo bajan”
(p.29)
El narrador posee, frente al lector un plus de conocimiento, pero este
conocimiento no es del tipo del narrador omnisciente, o sea, no es un conoci-
miento diegético, sobre el desarrollo de la historia, y si un saber extra-diegéti-
co (linguístico, cultural, antropológico, podríamos decir) sobre el imaginario de
las comunas. Dice, por ejemplo:
Ustedes no necesitan, por supuesto, que les explique qué es
un sicario. Mi abuelo sí, necesitaría, pero mi abuelo murió
hace años y años. Se murió mi pobre abuelo sin conocer el
tren elevado ni los sicarios, fumando cigarrillos Victoria que
usted, apuesto, no ha oído siquiera mencionar. Los Victoria
eran el basuco de los viejos, y el basuco es cocaína impura
fumada, que hoy fuman los jóvenes para ver más torcida la
torcida realidad, ¿o no? Corríjame si yerro. Abuelo, por si
acaso me puedes oír del otro lado de la eternidad, te voy a
decir qué es un sicario: un muchachito, a veces un niño, que
mata por encargo. (p.9)
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tanto, la traducción que hace el narrador no sirve apenas para que el lector
comprenda mejor, sino que principalmente expone una tensión en el interior de
la cultura nacional. Como veremos en seguida, la operación implica una forma
de escribir contra la Nación (como dice Vallejo), pero también contra una
determinada tradición literaria.
12 La antología de artículos críticos Mas allá del boom: Literatura y Mercado. México:
Marcha Editores, 1982, ofrece un panorama de definiciones y opiniones bastante
completo.
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ECUADOR
1 América N° 124. Revista del Grupo Cultural América. Quito. Junio 2013. pp. 113-134
http://www.grupoamericaecuador.com/ga/images/imagenes/RevistaAmerica.pdf
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sentimiento tan puro e idealizado como se ha sugerido o fue algo más humano,
hermoso y verdadero? Estamos, se diría, ante otro caso de una mujer que se
rebela contra el sistema y llega a su realización personal al margen del mismo.
Entramos así a la República, con un concepto claro y definido de que el
único papel de la mujer está en la familia. La mujer es la más preciada pose-
sión del hombre, la madre sublime que no duda en sacrificarse por sus hijos, la
fresca y joven esposa que se dedica a alegrar y servir a su familia desde la
cuna hasta la tumba. Este papel de lo femenino ha permanecido invariable
hasta el presente. Los cambios que se han producido son o muy recientes, o
limitados a un porcentaje no tan alto de mujeres, o poco importantes. Puede
aducirse que el sistema machista y paternalista ha funcionado a veces y ha
dado protección y satisfacciones a muchas mujeres de las clases alta y media.
Pero no olvidemos que adolece de un defecto de base, que es la consideración
a priori de que la mujer es mental y emocionalmente inferior al hombre. Se
han realizado investigaciones en varias universidades norteamericanas y eu-
ropeas que parecen indicar que lo más científico sería considerar que mujer y
hombre tienen pequeñas diferencias biológicas, psicológicas y hormonales, las
cuales de ningún modo indican una superioridad del hombre sino, al contrario,
la sabiduría de la naturaleza para armonizar a la pareja humana con sus dife-
rencias.
Si hubiera que decidir, lo cual es intrascendente, cuál sexo es biológica-
mente superior, habría que quedarse con las mujeres. El doctor Leon Salz-
man, de la Universidad de Georgetown, en Estados Unidos, señala que el
sexo femenino es el más resistente y por eso se conciben más hombres que
mujeres, en previsión del mayor número de fetos y embriones masculinos que
mueren. Aunque nacen más o menos 105 varones por cada 100 niñas,hacia
los 10 años la población ya se ha equilibrado y sabemosque la expectativa de
vida de la mujer es más alta en todo el mundo. Este hecho no indica, sin
embargo, que la mujer sea superior para el efecto de sus relaciones con el
hombre dentro de la sociedad sino la previsión de la naturaleza que prepara a
la mujer para perpetuar la especie. Esto tampoco excluye al varón de sus
obligaciones de compartir con la madre la crianza de los hijos. En cuanto al
problema temporal de la mujer producido por su sistema hormonal y su ciclo
menstrual, de nuevo, no significa nada que sugiera inferioridad emocional,
puesto que es pasajero y, como dice la doctora Estelle Ramey, de la Universi-
dad de Georgetown, Estados Unidos, el hombre también está sujeto a un
funcionamiento hormonal, sufre de menopausia y es víctima lábil de la tensión
emocional.
El sistema machista dualista ha sido catastrófico para millones de muje-
res de la clase media o baja que, en vez de recibir la protección de un buen
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se por amor a un hombre no sean parte de las realizaciones que llevan a este
ser humano de sexo femenino a su plenitud. Lo que estamos afirmando es que
estas actividades, por más hermosas que sean, no constituyen toda la función
de la mujer sobre la tierra. Al contrario, al limitar sus funciones a las de madre
y esposa estamos deshumanizandoa la mujer, mistificándola, forzándola a que-
darse como un ser incompleto.
Es frecuente que en la vida cotidiana tanto hombres como mujeres estén
de acuerdo en que el ser virgen antes del matrimonio y madre despuésde él
son las funciones más nobles de la mujer, y en que toda actividad que dificulte
el cumplimiento de ese ideal es innecesaria. Queda para el hombre, entonces,
el amplio campo de la conquista y la libertad sexual, del trabajo creador, de la
búsqueda de su realización como ser humano a través de la lucha por la vida,
tal como conviene a su fortaleza física, a supotencia intelectual y moral, ca-
racterísticas éstas consideradas innecesariasy hasta perjudiciales para la mu-
jer.
La mujer que busca satisfacción sexual antes o fuera del matrimonio es
discriminada. Lo mismo pasa con la que antepone sus necesidades personales
a sus funciones como madre y esposa, actividades que se le reconocen como
propias. Lo que no ha comprendido nuestra sociedad dualista es que las muje-
res que ha creado son incompletas, poco humanas, subdesarrolladas.
Y cuando se rebelan contra el sistema, son marginadas o destruidas. Un
ejemplo de mujer irreal, es decir sobre-humana, lo tenemos en Ana María,
personaje que encarna la madre sublime en Dos Muertes en una Vida, de
Alfonso Barrera. En esta hermosa novelita sobre un campesino de Tungu-
rahua, la madre es la deidad tutelar de Juan, el protagonista, es la representa-
ciónde la Mamapaccha, de la madre naturaleza, origen y fin de todos los
hombres. Al final de su vida se vuelve ciega, como conviene a un profeta, que
es el que “ve mejor”, y esta desgracia hace más fuerte su unión con su hijo.
Cuando matana Juan en una manifestación de estudiantes, cumple consu de-
ber de recogerlo y entregarlo a la madre tierra. Comonos dice el narrador, “…
después de llenar formularios por el muerto, lo llevamos a Pachanlica. Esta
ocasión, en el último regreso, éramos tres a solas. Allí lo dejé después de
enterrarlo. Y allí dejé también a Ana María, dentro de su vieja habitación, con
la vista en una puerta permanente donde ya no existirían los sábados” (de las
visitas de su hijo).4
Veamos ahora otro ejemplo tomado de la literatura, el caso de una rebel-
de destruida por la sociedad, que es el de la poeta quiteña Dolores Veintimilla
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dos seres humanos. Estas actitudes tradicionales respecto alas relaciones sexua-
les, que todavía se mantienen, han hecho que se siga afirmando, por lo menos
en ciertos estratos sociales, que la mujer es ante todo un objeto sexual para el
hombre, que no necesita trabajar ni desarrollar una vida profesional o creati-
va, y que por eso no hace falta que contribuya al desarrollo económico de su
comunidad, porque las “labores propias de su sexo” le impiden competir con
el hombre en el mercado del trabajo.Y estos prejuicios sexistas han afectado
el desarrollo económico de nuestra sociedad y han contribuido a desperdiciar
el enorme potencial productivo de la mujer, o por lo menos lo han usado muy
limitadamente en los trabajos denominados “femeninos”. De hecho, según
varios estudiosos, tanto la sociedad patriarcal como el capitalismo han creado
una oferta de trabajo diferente para el hombre y la mujer, aumentando las
oportunidades para el trabajo masculino y limitando la participación femenina
en el mercado laboral. Esto ha fomentado la dependencia económica y la
subordinación de la mujer al hombre y ha producido una jerarquía de trabaja-
dores, desde los dueños de empresas y los auto-empleados, los altamente
especializados, los semi-especializados y los no especializados, hasta los que
no reciben pago por su trabajo y los desempleados. Obviamente, las mujeres
han ocupado las jerarquías más bajas en la sociedad patriarcal, lo cual ha
afectado a su independencia económica. A pesar de todo, hacia fines de los
años 70 del siglo pasado, nuestras mujeres comenzaron a reaccionar contra la
injusticia laboral, a escalar en la jerarquía de los trabajadores y a luchar para
llevar a la práctica su derecho a la igualdad de género, tanto en lo social como
en lo económico y lo matrimonial. En 1989, sus reclamos empezaron a ser
tomados en cuenta. Se modificaron varias leyes sobre el matrimonio, como
añadir que éste se constituye sobre la base de la igualdad de derechos de
ambos cónyuges, quitar que el marido deberá proteger a su mujer y que la
mujer deberá obedecer a su marido. Sin embargo, todavía hay una gran dis-
tancia entre la teoría y la práctica, además de que el desarrollo de la mujer
ecuatoriana es heterogéneo: la mujer campesina es menos desarrollada en
todos los ámbitos de su vida personal frente a la mujer de la ciudad. En el área
del trabajo, desde mediados de la década de 1990 el número de mujeres que
consiguen trabajos profesionales y mejor pagados empezó a aumentar. Ade-
más, si recordamos que un 45% de los ecuatorianos son menores de15 años,
y que los ancianos aumentan un poco el porcentaje de la población no produc-
tiva, esto significa que sólo un 40%de los ecuatorianos está en capacidad de
trabajar, y si la mitad de esos ecuatorianos son mujeres que no trabajan, tene-
mos la dura realidad de que un ecuatoriano tiene que mantener a muchos de
sus compatriotas. Es así como la sociedad machista ha colocado un enorme
peso sobre los hombros de sus varones, sin siquiera sospecharlo. Como he-
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mos dicho, todavía son pocas las mujeres ecuatorianas que logran mantenerse
en un plano digno y productivo de trabajo. Las carreras universitarias escogi-
das por ellas siguen siendo las tradicionalmente consideradas femeninas, como
maestras de educación primaria, enfermeras, trabajadoras sociales; y casi
siempre en estas profesiones la mujer es una auxiliar del hombre, como en el
caso de las enfermeras o las secretarias. Además, para varias mujeres de las
clases media y baja es difícil mantener su trabajo después del matrimonio.
Pero es innegable que el porcentaje de mujeres que ejercen profesiones “mas-
culinas”, como médicas, abogadas, catedráticas universitarias, ingenieras,
políticas, ha aumentado significativamente en los últimos años. Sin embargo,
la situación de las trabajadoras de nivel medio y bajo o de las empleadas
domésticas sigue siendo penosa. Para terminar nuestros comentarios sobre la
actual situación de trabajo de la mujer ecuatoriana, digamos que el crecimien-
to de la clase media, que sumaría el 35% de la población, ha contribuido a
aumentar sus oportunidades laborales, pero tomando en cuenta que, en la
práctica, esta clase social se ha dividido en tres sub-clases: la alta clase me-
dia, con un 6%, que ha sido la más favorecida en el ámbito profesional, la
media clase media, con un 12%,que también ha podido acceder a buenos
empleos, y la baja clase media, con un 17%, que está casi en la misma situa-
ción de la clase baja, que no ha logrado todavía su independencia económica.
Se trata entonces de que, a pesar de haber disminuido, la discriminación, sea
ésta legal, laboral, sexual o económica, sigue afectando nuestro desarrollo
ético y humanista y dificultando nuestra búsqueda de la justicia, la igualdad, la
solidaridad y la paz para todos los ecuatorianos.
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segunda familia. Y las que han decidido divorciarse por la injusticia, la irres-
ponsabilidad, la violencia o la infidelidad de sus maridos, han debido soportar
consecuencias como los prejuicios sociales, los problemas económicos y la
gratuita fama de mujeres fáciles en que su paso las ha arrojado. Desde luego
que también se han dado casos en que el divorcio ha sido una oportunidad
para que la mujer empiece una nueva vida, se capacite profesionalmente,
consiga trabajo y críe y eduque a sus hijos de la mejor manera posible, siem-
pre y cuando no se vuelva a casar. Con esta descripción de la situación de la
mujer frente a las leyes sobre el divorcio, no estamos insinuando que el divor-
cio sea una solución a la discriminación de la mujer. Al contrario, creemos que
es un grave problema y un síntoma de la irresponsabilidad masculina y la
inestabilidad de nuestra sociedad, que con frecuencia afecta a los hijos de
esos matrimonios destruidos. Existen, sin embargo, casos extremos en que se
ha apelado a los sentimientos y aún a la religiosidad de la mujer para forzarla
a no hacer uso de su derecho legal a divorciarse. En este contexto, es intere-
sante anotar que actualmente algunas mujeres que se consideran autosufi-
cientes, como las profesionales, prefieren no casarse y criar solas a sus hijos,
aunque esta decisión les prive a ellos de la posibilidad de tener un buen padre.
Desde luego que, según estadísticas recientes, los mejores y más duraderos
matrimonios han sido y son los realizados entre hombres y mujeres que tiene
profesiones similares, se apoyan mutuamente en sus trabajos, crean juntos el
mejor hogar para sus hijos y pertenecen a la que hemos denominado alta clase
media, en la cual encontramos a muchos hombres y mujeres que defienden la
justicia y la igualdad de derechos para todos los seres humanos, sin discrimi-
nación por clase social, sexo, raza, preferencia sexual, religión, ideologíao
cualquier otra característica cultural personal o colectiva.
Respecto a la legislación laboral, no hemos encontrado ninguna ley que
discrimine a la mujer o le dificulte conseguir un determinado empleo. Sin em-
bargo, en la práctica las mujeres profesionales tienen que luchar para conse-
guir un buen trabajo y recibirlo en base a sus méritos o preparación para el
mismo. La ausencia de leyes discriminatorias es un buen dato, pero podría
también indicar que en el Ecuador no sehan planteado muchos conflictos de
trabajo entre hombres y mujeres debido a la menor presencia de estas últimas
en el mercadolaboral.
Reiteremos lo ya anotado. Los trabajos asignados a la mujer son todavía
muchas veces mal pagados, no pasan del nivel medio de remuneración o
prestigio y se desempeñan preferentemente a tiempo parcial. Estas circuns-
tancias le han creado un grave problema a la mujer profesional casada que ha
llegado a ocupar un sitio respetable en alguno de los campos de la actividad
humana: la carga de trabajo que la sociedad le ha impuesto es difícil de sopor-
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
tar. En otras palabras, resulta mucho más complicado para una mujer casada
que para un hombre llegar a su máximo desarrollo personal, debido a que la
mujer tiene que desempeñarse bien para conseguirlo en un triple o cuádruple
rol: como esposa, como madre, como profesional, y como ser humano que
busca llegar a su plenitud.
Comparemos ahora brevemente los roles y la situación profesional que la
sociedad tradicional ha asignado al hombre y la mujer.
Esposa vs. Esposo
Además de que todavía se espera que debe conservar la virginidad hasta
casarse en vez de tener la libertad de hacerlo por convicción personal, la
mujer es elegida por el esposo. Después del matrimonio, debe estar a disposi-
ción de su marido siempre y encualquier circunstancia, debe hacer un hogar
para él, darlehijos, servirle y hacerle feliz. La vida sexual del hombre y la
mujer se juzga con una doble medida. Ninguna mujer espera, por ejemplo, que
su marido sea virgen al casarse. Pero si la infidelidad viene de la mujer el
marido se divorciará inmediatamente, o la abandonará. Las adúlteras serán
despreciadas por todos y perderán el derecho al cuidado de sus hijos, por
indignas. Este comentario, como cuando hablábamos del divorcio, no preten-
de justificar, ni menos recomendar la infidelidad, sino únicamente señalar el
hecho de que la sociedad juzga diferentemente al hombre y a la mujer en el
caso del adulterio.
Madre vs. Padre
Desde el momento en que da la vida biológica a sus hijos, la madre se
convierte en su casi exclusiva cuidadora. El padre le ayuda un poco, pero, de
todas maneras, es una especiede visitante en su casa, puesto que su lugar
habitual es el del trabajo. A los tres o cuatro años el niño ha aprendido ya que
debe temer y admirar a su padre, y amar y complacer a su madre. Muy pronto
empieza a repetir chistes y consejas que oye sobre las mujeres, y a mirar con
suspicacia y compasión a sus hermanas. El varón empieza a sospechar que es
superior a la mujer. Si el niño hace algo considerado cobarde o suave y dulce,
el padre, y hasta la madre, le dirán que no se porte como una niña, que no sea
“mariquita”. Si la niña, en cambio, demuestra imaginación o energía en sus
juegos, o se une a una exploración de varones por el bosque, se le criticará por
haberse comportado como un chico, por no haber actuado como una dama.
Pronto tendrá que aprendera caminar, sentarse y vestirse de manera femeni-
na, es decir arreglada y modesta, deberá hablar con voz suave y musical,
jamás gritar ni discutir, y tratará de ser hermosa, devestirse con coquetería,
aunque sin olvidar nunca que sucuerpo es un objeto de tentación. Todas estas
enseñanzashabrán suavizado su personalidad a la vuelta de pocos años, y a
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veces de manera irreversible. Los juguetes para las niñastendrán relación con
los implementos de la casa, como lavadoras, licuadoras, cocinas, máquinas de
coser, y, desde luego, las muñecas. Nadie soñaría en regalarle a una niña una
pista de carreras o un mecano, peor en regalarle a un niño una muñeca con
biberones o una cocina de juguete. Los niños jugarán a ser astronautas, médi-
cos, científicos o campeones de carreras automovilísticas. Toda la familia le
convencerá pronto deque es inútil para coser o cocinar y, aún más, que si se
interesapor las cosas de la casa se cierne sobre él un tremendo peligro moral
de desastrosas consecuencias para su masculinidad.Tanto el niño como la
niña llegarán a la adolescencia con una idea deformada sobre lo femenino,sobre
el papel del amor entre un hombre y una mujer, y también con un inexplicable
pánico a la homosexualidad, problema psicológico que identificarán más bien
con el salirse de los roles tradicionalmente asignados a su sexo, antes que con
el maltrato sexual y psicológico que su padre haya podido prodigar a su ma-
dre. La mayoría de los psiquiatras están de acuerdo en señalar que el Don
Juan latino es en verdad un homosexual disfrazado que se ha identificado con
su órgano sexual supervalorándolo, incapaz por tanto de tener una relación
normal con la mujer, a la que en el fondo desprecia. Ser hombre es para él
poder conquistar y dominar amuchas mujeres, seducirlas impunemente como
símbolo de su hombría. No hace falta señalar la gran distancia que existe
entre esta actitud psicológica y el maduro sentimiento del amor sexual entre el
hombre y la mujer.
Profesional mujer vs. Profesional hombre
El hombre encuentra en su trabajo las mayores y mejores satisfacciones.
Su sexo y su actividad profesional no se oponen, al contrario, se complemen-
tan. La educación que ha recibido, la profesión que ha escogido, las oportuni-
dades que le han dado, todo contribuye a su desarrollo personal. Trabajo y
realización individual se sobreponen y apoyan mutuamente para enriquecer la
vida del hombre. Para la mujer, en cambio, el trabajo resulta una carga más.
Hay poca diferencia entre su dura tarea de ama de casa y su trabajo fuera del
hogar, el cual, en opinión del marido, le quita el tiempo que debería dedicar a
su familia. Pero esta realidad tradicional ha cambiado significativamente en
los últimos años. Los trabajos que ofrecen a las mujeres oportunidades para
su desarrollo tanto personalcomo profesional se han incrementado mucho en
calidad y cantidad. Desde fines del siglo pasado hasta el presente, muchas
mujeres han ejercido cargos muy importantes en la administración pública,
como, por ejemplo, nuestra primera, y única, vicepresidenta fue electa por
votación popular para el períodode gobierno que se inició el 10 de agosto de
1996, aunque, debido a que el presidente con quien fue elegida fue derrocado
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nos huasipungueros de la primera mitad del siglo XX. Se piensa que las muje-
res siempre aparecen como auxiliares de los hombres, que actúan impulsiva-
mente –desde la emotividad– y que contribuyen a desencadenar los aconteci-
mientos a pesar de no tener doctrina ni pensamiento estructurado.6 Al tomar
conciencia del origen de la subyugación y al decidirse a buscar otras fuentes
de autoridad para su palabra y experiencia Dolores toma postura contra el
orden patriarcal terrateniente y contra el sistema político imperante, hace or-
den simbólico es decir va poniendo nombre a las cosas, a las relaciones socia-
les y al mundo y encontrando su propio régimen de mediación en la identidad
étnica y en su conciencia de mujer. En su proceso de evolución política, em-
pleando el término política en sentido arendtiano, Dolores Cacuango no solo
que precipita los acontecimientos sino que, desde una visión clara del pasado
formula el porvenir. Ella imagina una nación7 que se levanta con el esfuerzo
de gente trabajadora y honesta, que pone a servicio de la Patria la lucha
mancomunada, la acción emprendida con tenacidad y honradez. Vislumbra
las piedras sillares sobre las cuales construir un futuro diferente para los opri-
midos. Esa visión de futuro es clara y rotunda; sin embargo, no apela a la
violencia. El cambio lo concibe como entendimiento armonioso, algo así como
una hechura del corazón, como una obra de “amor político”.
Dolores no solo es marginal por pertenecer a la clase de trabajadores
explotados. Está en una posición subalterna porque es analfabeta, cosa que
lamentará siempre porque ello le impide la comprensión total de los códigos
que los blancos mestizos utilizan para mantener su hegemonía sobre los in-
dios. Es además indígena, lo que le pone en un rango de inferioridad dentro de
la sociedad monocultural. Y es primariamente mujer, lo que le discrimina fren-
te al poder masculino de la sociedad dominante. Esa es su cruz, formada por
cuatro vigas de discriminación que le clavan en el lugar más ominoso de la
estructura social.8
¿Cómo entonces se convierte en un ícono para la comunidad indígena y a
pesar de ello sigue siendo ignorada por la sociedad “nacional”?
Para desentrañar esta interrogante dividiré la exposición en cuatro as-
pectos fundamentales que constituyen, a su vez, los cables que le liberan, las
fuerzas que le levantan de su esclavitud y la mantienen lúcida y frontal hasta
su muerte (1971). Los puntos focales en los que concentra su pensamiento y
su trayectoria existencial son: la tierra, la unidad, la educación y la dignidad del
pueblo indígena.
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9 Salvo indicación contraria todas las citas pertenecen al pensamiento de Dolores Cacuango.
10 En el runa shimi (lengua del runa) el punto concentrador de la oración no es el sustantivo
del cual se predica sino el verbo al que se agregan sufijos o prefijos para indicar la relación
tanto reflexiva como recíproca. Estermann, op.cit.
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ser dueño del aire, del cielo o del agua? No obstante esta cosmovisión genera-
lizada, los indígenas, comenzando por los señores o caciques, debieron entrar
al juego mercantilista de la compra venta para asegurarse la permanencia en
su lugar de nacimiento. La administración colonial trasfirió a las regiones in-
vadidas otras nociones y otras relaciones formales (no constitutivas) entre el
individuo –solo de por sí en la visión occidental– y la tierra, objeto de inter-
cambio. Para la cultura invasora la tierra fue vista como un ente sin alma,
distinta de los seres humanos, un producto de intercambio comercial, cosa
manipulable y explotable. El sistema colonial introdujo, ciertos procedimientos
económico - jurídicos como la enajenación y el acta notarial llamada escritura
para garantizar la inviolabilidad del traspaso formal de la propiedad de la tierra
a un nuevo dueño quien podía usufructuarla y negociarla según su libre volun-
tad. Con este tipo de procedimientos se legalizó la expropiación de las tierras
patrimoniales. Los antiguos habitantes fueron obligados a comprar lo que ha-
bía sido de ellos o en su defecto a despojarse de los mejores terrenos y retirar-
se a las laderas y sitios más precarios para sobrevivir.11
Mis padres trabajaban duro y el salario era muy bajo.
Por la menor cosa descontaban la raya para no pagar...
Nuestras cuentas no querían pagar por más que apuntá-
bamos en el palo de las cuentas. Los mayorales pega-
ban, maltrataban y los arrendadores 12 nunca reconve-
nían. Por el contrario ellos estaban contentos mientras
más nos maltrataban. Como en ese tiempo no había nin-
guna organización no podíamos hacer una buena fuer-
za para los reclamos.
La expropiación de las tierras comunitarias no fue solo un atropello mate-
rial sino una atrocidad simbólica, un intento de desestructuración de la subje-
tividad indígena, un atentado a su universo de sentidos. La Iglesia, convertida
en la más poderosa terrateniente, continuó incrementando en su beneficio
nuevos predios mediante el sistema de donación. A cambio de servicios reli-
giosos conseguía más tierras. El principio de reciprocidad que aplicaban las
comunidades indígenas fue utilizada con ese fin. Guatemal (Andón) acepta
entregar el patrimonio comunal al dios de los blancos que se encargará de
cuidar de él y su ayllu. La reflexión de Dolores llama la atención hacia la
calidad iletrada de Andón Guatemal, circunstancia que le pone en desventaja
11 Rodas, 2004.
12 Las haciendas expropiadas por la revolución liberal pasaron a ser administradas por el
Estado. a través de la Asistencia Pública. Sin poder hacerlo cabalmente, las dieron en
arrendamiento.
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14 Los primeros sindicatos agrícolas llevaron los significativos nombres de Tierra Nuestra,
en Pesillo, Pan y Tierra, en Moyurco y Tierra Libre, en la Chimba.
15 El interlocutor habría sido Alberto Enríquez, más tarde General y luego Jefe Supremo del
país.
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agua del arroyo. Deja tu rifle y toma mi mano amiga de la tuya. Hermoso
gesto que presenta la racionalidad emocional de Dolores, su política del amor.
Por espacio de quince años el indigenado de las haciendas de Cayambe
desplegó una serie de acciones reivindicativas con el propósito de recuperar
el huasipungo arrebatado, demanda que la consiguió 17 años después, en 1948,
a raíz de la revolución de mayo en la que los sindicatos agrícolas tuvieron
participación importante. De ahí en adelante continuaron movilizados por la
tierra. Aleccionados por los comunistas y socialistas incluyeron entre los plan-
teamientos más urgentes la parcelación de los latifundios de la Asistencia
Pública y la confiscación de los predios no cultivados en favor de los indígenas
sin tierra. La primera petición de Dolores fue la tierra, porque la tierra era el
símbolo de relacionalidad con todo lo demás.
Nosotros necesitamos tierra, necesitamos casita, necesi-
tamos qué comer y qué vestir. Somos humanos, queremos
que nos traten bien.
Dice Albornoz que cuando a Dolores le hablan de los koljoses rusos, ella
empieza a soñar con tener algún día las aldeas campesinas sin amos, con
pulcras casas abastecidas de todos los servicios, a la gente viviendo digna-
mente y a los trabajadores dotados de los adelantos que la tecnología provee
y laborando tranquilamente para aprovisionarse de sus frutos 16.
En la sexta década del siglo XX se produjo la Reforma Agraria, una
estrategia de prevención política, más que un mecanismo de redistribución
económica. La reforma no satisfizo la demanda indígena. Por el contrario
trajo desconcierto, mayor pobreza, destruyó las relaciones comunitarias y bajó
el nivel de organización logrado en tres décadas de emergencia. En los últi-
mos años de su vida, Dolores reflexionaba:
La Ley de Reforma Agraria ha creado en nosotros gran-
des ilusiones. La entrega del huasipungo que durante
toda la vida hemos querido que sea propio, cuando se
hizo realidad en el primer momento fue de gran alegría.
Al principio estábamos contentos sabiendo que ya no po-
dían quitarnos cada vez que querían que trabajáramos
más horas. Pero cuando pasó el tiempo vimos que no
había pasado nada. Por el contrario, estábamos más fre-
gados porque el patrón no nos tomaba en cuenta para el
trabajo y por lo mismo, no teníamos la semana de sala-
rio, no teníamos el suplido y solamente vivíamos del hua-
sipungo y esto no alcanza para la familia.
16 Albornoz, 1975.
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19 Albornoz, 1975.
20 Armando Muyulema, 2001.
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21 Luisa Gómez de la Torre fue un apoyo decisivo para la fundación y sostenimiento de las
escuelas indígenas bilingües fundadas por Dolores Cacuango.
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nes y empleados le obliga a ir una y otra vez a Quito para pedir que se creen
escuelas para la niñez indígena.
Siempre comprendí el valor de la escuela por eso mandé
a mis hijos a la escuela más cercana y exigí al profesor
que no les ocupe en otros trabajos y solo se dediquen a
estudiar.
Siempre llevaba solicitudes con firmas de los moradores
donde vivía para que tenga más fuerza el pedido. Nunca
me daban contestación pero yo seguía insistiendo por si
algún día entiendan que el indio también tiene derecho
de educarse.
Dolores se convierte en una defensora pionera de los derechos humanos.
Ha defendido el derecho a la tierra, el derecho a una vida digna, lo hizo tam-
bién y con pasión por el derecho la educación como un bien universal.
Así como el sol alumbra igualito para todos, hombres o
mujeres, así la educación debe alumbrar a todos sean
ricos o pobres, amos o peones.
Nadie le escucha porque en el fondo hay el temor de que al poseer la
lengua de comunicación y puestos en igualdad de condiciones frente a los
blancos los indios se rebelen o se vayan de las haciendas. Dolores, junto a
Lucha Gómez de la Torre, crean las primeras escuelas indígenas en la zona de
Cayambe y ponen al frente de ellas a maestros kichwa hablantes. Dolores y
Lucha (piel de patrona y alma de hermana)22 con su actitud diaria dieron
testimonio de que la relación intercultural era posible y beneficiosa. Mama
Luchita vino a poner luz en los ojos ciegos,23 decía Dolores. Lucha ense-
ñaba a enseñar y sacaba de su escasa pensión de maestra jubilada la plata
necesaria para los materiales escolares y el pago a los maestros.
Aunque después de quince años de funcionamiento la dictadura militar
las clausuró, en 1964, por considerarlas focos de comunismo, esas escuelas
educaron a varias promociones que accedieron al uso del alfabeto castellano
y los sistemas de numeración y cálculo. Los patrones ya no podían pagar
menos a los peones porque les acompañaban a cobrar el salario los
hijos que ya sabían hacer bien las cuentas24. Estos chicos y chicas educa-
dos en las escuelas indígenas de Dolores Cacuango robustecieron las filas de
las organizaciones indígenas y tuvieron papel relevante en los reclamos por la
reforma agraria.
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que la autora considera como una vertiente del ensayo actual, “sin orillas”.
Este último, formateado por las exigencias del discurso académico, conserva
muchas veces su perfil ensayístico, su carga crítica, interpretativa, indiscipli-
nada, atrevida en el uso de neologismos teóricos y críticos que puedan contri-
buir a una mejor comprensión de nuestro complejo presente. El artículo tiene
también el mérito de completar el cuadro de ensayistas, intelectuales y escri-
tores que han estado compartiendo esta tarea de pensar América Latina y sus
culturas y sociedades, y de pensarse a sí mismos en ella.
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4 Discurso pronunciado por la Srta. María J. Alvarado Rivera en la actuación ofrecida por
la Sociedad “Evolución Femenina” el 16 del presente en la escuela Normal de Varones”,
Asociación Evolución Femenina, Lima, s/f (circa 1915). Este texto fue rescatado por
Madeleine Pérusse en la biblioteca familiar de una de sus descendientes.
[Texto proporcionado por Madeleine Pérusse]
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domésticas; ella ofuscada por sus erróneas ideas, obstinada en su mal carác-
ter, sin inteligencia ni virtud para comprender la superioridad moral de su
esposo y la justicia que le asiste se declara en abierta rebeldía, y del hogar que
debe ser un templo iluminado por las luces de todas las virtudes; una escuela
augusta de la más perfecta moral, que muestre a los niños bellos y vivos
ejemplos que imitar; un abrigado puerto de descanso donde el hombre, marino
esforzado en incesante lucha, con las embravecidas olas de las pasiones hu-
manas, repare sus exhaustas fuerzas y fortalezca su espíritu con el santo
amor y ventura doméstica; del hogar que todo esto debía ser, repito, hace un
infierno de tormento, una escuela sin moral, y un océano agitado de continuo
por destructora tempestad que sumerge en los insondables abismos de la
amargura y disolución el frágil barquichuelo de la felicidad. No necesito expo-
ner a nuestro criterio cuan funesta influencia ejerce este ambiente doméstico
en la formación del carácter del hombre y en la psicología social.
En cambio, desenvueltas por medio de una educación perfectiva e inte-
gral, como pretende el feminismo, las cualidades de la compleja personalidad
psicofísica de la mujer; engrandecida por un espíritu recto, ilustrado, libre de
supersticiones, prejuicios, y mezquinas pasiones, por una moral elevada y una
conciencia inflexible; por un corazón tierno sin exageraciones y altruista sin
ostentación; sabiendo vivir dignamente la libertad y dirigir su conducta por su
propio criterio; consciente de sus ineludibles deberes y legítimos derechos;
colocada al mismo nivel que el hombre, con idénticas aptitudes y facilidades
que él para procurarse ventajas económicas; obediente a la ley del trabajo
proficuo y dignificante, empleada siempre en sus labores, su naturaleza será
invulnerable al exagerado sentimentalismo, a las pasiones irreflexivas sin fun-
damento noble y serio que acompañan a la inercia y la malicia. Con un con-
cepto elevado del amor, basándolo en la apreciación de las cualidades mora-
les, y sin necesidad del matrimonio para gozar del bienestar, no irá a él a ser la
indolente consumidora del producto de los esfuerzos del esposo sin darle en
cambio su ternura, sin comprender su espíritu, sin ayudarle en la lucha de la
vida; no, ya no habrán tan grandes lagunas intelectuales en el matrimonio.
La mujer educada en la orientación moderna sentirá por el digno esposo
que eligió, noble amor y verdadera estimación, se identificará con su mentali-
dad, colaborará en sus trabajos como una Madin (sic) Curie, sentirá al unísono
sus emociones estéticas, vivirá su misma vida dando al hogar tan irresistible
atractivo, tan grato ambiente, que será el centro de todas las aspiraciones de
su esposo y la suprema felicidad de su alma.
En cuanto a la maternidad, el feminismo la contempla con el más elevado
concepto: quiere que la mujer sea, no la simple reproductora de la especie,
sino la madre en la augusta acepción moral del vocablo.
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nuestra lucha que buscaba cambiar el mundo, debe ahora mostrarse acepta-
ble y legítima dentro del orden establecido” (Bedregal,1997:51). Mucho más
contundente es la apreciación de Pisano: “Quienes leen a las mujeres dentro
de las estructuras de poder como un signo de avance y de cambio no están
teniendo en cuenta que el sistema de dominio no ha sido afectado y que el
acceso de las mujeres al poder desde lo femenino no lo modifica. Las relacio-
nes de género pueden cambiar, sin embargo, no por ello cambia el patriarca-
do”. (Pisano, 1997:65).
Son muchas otras sin embargo las posturas críticas que, sin negar la
posibilidad de interacción con los espacios públicos alertan contra los riesgos
de una relación “amorfa” con el Estado, sin considerar, como afirma Tamayo,
las ambivalencias y los efectos perversos que puede tener en disciplinar y
censurar a las mujeres y sus movimientos sobre temas claves de las agendas
feministas, y democráticas, sin prácticas garantes de los derechos y libertades
fundamentales y sin mecanismos ciudadanos para vigilar e incidir de manera
efectiva sobre la actividad estatal (Tamayo,1997:2). Ello estaría produciendo,
según esta misma autora, una capa de agentes que vienen interviniendo con
orientaciones disciplinarias en la vida de las mujeres. Barrig a su vez señala
que:
[...] si se trata de identificar una línea demarcatoria de aguas
(entre sociedad civil y estado) estaría mucho más arriba que
la (o) posición de las feministas frente a los estados naciona-
les, pues de lo que se estaría tratando es de un viraje más
profundo, y quizás más peligroso, de un feminismo, remoza-
do y en ciertas circunstancias, casi hegemónico, hacia una
visión y acción tecnocráticas. Asépticas despojadas del sello
político que la memoria persistente del feminismo aún insiste
en rescatar (Barrig,1999:25).
En la misma línea, Shumaher y Vargas, analizando la experiencia brasile-
ña, afirman que:
[...] si conceptualizamos política pública en sentido estricto,
entendiéndola como un conjunto concatenado de medidas que
apuntan la acción directa del estado en determinada área de
su competencia y con el objetivo de intervenir en una reali-
dad social especifica, entonces debemos reconocer que la
actuación de los consejos se guió por intervenciones puntua-
les y acciones localizadas que no redundaron en la imple-
mentación de políticas públicas (Shumaher y Vargas, 1993:14).
210
América del Sur
211
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
212
América del Sur
A modo de Conclusión
Cada uno de los procesos y momentos feministas a lo largo de estas dos
décadas, ha dejado un hábeas teórico y una experiencia práctica que la ha
nutrido permanentemente. Sin embargo, las profundas transformaciones de
este “cambio de época” han instalado no solo nuevas posibilidades sino tam-
bién nuevos riesgos y nuevos retos para los movimientos sociales. También ha
instalado búsquedas ambivalentes, que tratan de responder a las incertidum-
bres y al mismo tiempo de encontrar posicionamientos políticos que le permita
responder a las nuevas exigencias y dinámicas que trae un mundo globaliza-
do.
La incertidumbre se ha instalado no sólo en la práctica sino también en la
teoría, en la medida que nuestros códigos interpretativos no siempre cambian
junto con las transformaciones de la realidad. Estos nuevos contextos requie-
ren nuevas reflexiones y nuevas propuestas, sustentadas en las nuevas sensi-
bilidades, nuevas miradas y nuevos horizontes globales, regionales y naciona-
213
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
les que comienzan a alimentar las prácticas ciudadanas pero que no logran
aún posicionarse y explicitarse como los nuevos derroteros de las acciones de
los movimientos. Nuevamente Feijoo resume bien este desfase, cuando dice
que las feministas estamos en un momento crítico, como el del ahorrista que
vive del interés bancario de su capital y al hacerlo sin embargo se va acelera-
damente descapitalizando (Feijoo, 1996). Es decir, la capacidad de elaborar
nuevas preguntas para interrogar esta nueva realidad y nuestras propias “ver-
dades”, es fundamental. No podemos analizar lo que está pasando con los
códigos anteriores. Ni solo en relación a las necesidades mas funcionales de
la modernización. Así, como señala Valenzuela, si bien es necesario producir
conocimientos que sean funcionales al Estado, es también fundamental man-
tener la externalidad del proceso de producción de este conocimiento y su
vinculación a temas globales. Se necesita por lo tanto “[...] un conocimiento
independiente, contestatario, de denuncia” (Valenzuela, 1997:157), que coloca
la producción de conocimientos en el nivel de las necesidades de la acción.
Sin embargo las prácticas, como decía Lechner, se adelantan a la teoría
(Lechner, 1996). De muchas formas la practica feminista del nuevo milenio
esta apuntando nuevas tendencias.
Aunque son muchas las dinámicas, orientaciones y discursos en la plura-
lidad feminista, una de ellas es la tendencia a la activación de dinámicas mo-
vimientistas, expresando un nuevo ciclo. Muchas expresiones feministas, des-
de diferentes espacios y entradas, comienzan a recuperar los temas y miradas
mas subversivas y transgresoras, recuperando también una perspectiva autó-
noma y buscando posicionar una visión diferente de futuro, sustentada en las
nuevas condiciones que presentan los cambios que trae un mundo globaliza-
do. Hay un intento de responder a los nuevos riesgos, las nuevas exclusiones
y los nuevos derechos que de allí emergen.
Podemos identificar —sumariamente— algunas de las tendencias más
prometedoras: 1) el reconocimiento de la diversidad no solo en la vida de las
mujeres sino en su estrecha relación con las características multiculturales y
pluriétnicas de nuestras sociedades. Características que han estado, por si-
glos, tenidas de desigualdad, y cuyo compromiso feminista frente a ellas es ya
ineludible. Como me dijo hace varios anos Leila Gonzáles, feminista negra
brasileña, los feminismos han sido racistas quizás no por acción pero sí por
omisión. Esta mirada a la diversidad y su característica de permanente exclu-
sión ha llevado también al surgimiento de nuevos /as actores, expresando
nuevos movimientos sociales. 2) Una incursión en nuevos temas y dimensio-
nes, buscando ampliarse a una perspectiva macro. Especialmente en relación
a las dinámicas macroeconómicas que sustentan la pobreza y la desigualdad y
en relación a la gobernabilidad democrática, buscando estrategias que empo-
214
América del Sur
215
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
democráticas, políticas y culturales que levantan no solo las mujeres sino tam-
bién otros múltiples movimientos sociales, comienza a ser uno de los cambios
más profundos y más prometedores.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
1 En los primeros meses de 1997, gracias a una beca de la Oficina Regional del Area Andina
de la Fundación Ford, realicé un diagnóstico sobre las Organizaciones No Gubernamentales
de Mujeres, el feminismo y sus perspectivas después de la celebración de la IV Conferencia
Mundial de la Mujer; el énfasis fue puesto también en el activismo de las organizaciones
de mujeres entorno a la salud y los derechos sexuales y reproductivos en Chile y en
Colombia. En el transcurso de dos meses, me fue posible entrevistar a más de cien
personas en ambos países y recoger un sinnúmero de material escrito. Los informes de
ambos estudios (“De Cal y Arena: ONGs y Movimiento de Mujeres en Chile”; Barrig
Maruja 1997a y “La Larga Marcha: Movimiento de Mujeres en Colombia”, Barrig
Maruja 1997b) se nutrieron de los comentarios de la profesora Sonia E. Alvarez, quien
también con una beca de la Fundación Ford realizó en el curso de 1997, una investigación
sobre el movimiento de mujeres en América del Sur. El presente artículo recoge de manera
parcial las observaciones de esa experiencia, intenta también sintetizar algunas reflexiones
surgidas posteriormente y es tributaria de las intensas conversaciones, cara a cara y
electrónicas, con Sonia Alvarez. La experiencia de trabajo con ella fue invalorable, así
como la amistad y complicidad que mantenemos desde hace varios años. Quisiera agradecer
también a la feminista peruana Cecilia Olea por sus comentarios y observaciones sobre
las reflexiones contenidas en este artículo.
220
América del Sur
ranza generada por los procesos de paz instalados en algunos países centro-
americanos? ¿Cómo se reconstituye la credibilidad de las instituciones en
Paraguay después de tres décadas de gobierno militar y cuántas expectativas
tienen los campesinos del Movimiento de los Sin Tierra brasileño en la demo-
cracia? ¿Cuánta similitud encontramos entre las reacciones de las gentes
ante la violencia de las guerrillas y los paramilitares en Colombia y aquéllos
que vivieron más de una década en el Perú atemorizados por el terrorismo de
Sendero Luminoso?
Vitalidad –o no– del movimiento social, representatividad –o no– del sis-
tema y de los partidos políticos, por poner sólo un par de temas, podrían ser
ejes de un impreciso ejercicio de comparaciones. Aventurarse entonces a
identificar tendencias políticas latinoamericanas en la época actual es una
empresa arriesgada, y más aún si se trata de ensayar aproximaciones pres-
criptivas. En el caso del movimiento de mujeres, sin embargo, un conjunto de
situaciones comunes dotaría al ejercicio con algo más de certezas. En primer
lugar, desde 1981 se han realizado siete Encuentros Feministas Latinoameri-
canos y del Caribe que, pese a las asperezas de sus debates, han permitido el
reconocimiento de algunos problemas e inquietudes comunes. Por otro lado,
aunque con algunas excepciones, los grupos de activistas feministas encon-
traron en la conformación de Organizaciones No Gubernamentales un canal
institucionalizado de actuación en la década pasada. En tercer lugar, la exten-
sión de la pobreza y la respuesta de los gobiernos y de algunas agencias de
cooperación internacional suelen reemplazar la lógica de la ciudadana por la
de la necesitada: populares programas de alivio a precarias condiciones de
vida encuentran en las mujeres de la ciudad y el campo una disponibilidad
para organizarse y ejecutar obras de diverso tipo. Finalmente, desde inicios de
1990, las estructuras burocráticas de los países de la región exhiben instancias
especializadas para atender lo que genéricamente se conoce como “asuntos
de la mujer”.
Sobre esa base de rasgos comunes, hace algunos años me fue posible
identificar tendencias en el movimiento de mujeres latinoamericanas: un mo-
vimiento pendular que, desde las feministas profesionales, comenzaba a prio-
rizar el impacto en las políticas públicas y en el cambio de procedimientos
normativos en la búsqueda de la igualdad de las mujeres, con reducido interés
en seguir activando entre grupos femeninos más amplios (empobrecidos) de
la población. A esto se agregaba un proceso de individuación de liderazgos de
las mujeres, de organizaciones de base y/o de ONGs feministas, fenómeno
que emergía causando no pocos celos, competencias y resquemores. Una
acentuada tendencia a incentivar la participación política de las mujeres a
partir de la incorporación de la demanda por “cuotas” en las elecciones de
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
2 Este apretado resumen corresponde a una ponencia de la autora sobre las tendencias del
Liderazgo Femenino en América Latina, presentada en el Seminario “Aspectos de
Cooperación y Género en América Latina” organizada por ASDI, Agencia Sueca para el
Desarrollo, y realizada en Managua en Setiembre de 1994. Una versión editada de dicha
ponencia, bajo el título de “Los Nudos del Liderazgo”, fue publicada por la Revista de
ISIS Internacional “Mujeres en Acción”, en Marzo de 1995 en Santiago de Chile y
reproducida por la Revista “Márgenes. Encuentro y Debate”, Año IX, No. 15 (1996) en
Lima.
3 Con el título de “Encuentros, (Des) Encuentros y Búsquedas. El Movimiento Feminista
en América Latina”, el Centro Flora Tristán (Perú) tiene en prensa un conjunto de
ensayos sobre el feminismo, en una edición a cargo de Cecilia Olea. Sonia E. Alvarez
(Universidad de California en Santa Cruz) ha difundido durante 1998, entre otros, sus
siguientes ensayos sobre el tema: “Advocating Feminism: The Latin American Feminist
NGO “Boom”; “An even Fidel can’t Change That. Trans/National Feminist Advocacy
Strategies and Cultural Politics in Latin America”; “Los Feminismos Latinoamericanos
se globalizan en los Noventa. Retos para un Nuevo Milenio”.
222
América del Sur
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
hace unos años una “femócrata” argentina, que el Estado pueda ser capaz de
ser “feminista”.
Finalmente, como “todo es relativo”, en este artículo se intentarán con-
trastar las experiencias de creación de instancias estatales (ministerios, insti-
tutos, oficinas de la Mujer) respecto del movimiento de mujeres y feminista en
algunos países de la región, tratando de sugerir pautas que rescaten aproxi-
maciones más afinadas para comprender las tensiones que surgen en esa
relación.
Las siguientes páginas, entonces, deben ser leídas más como notas para
una reflexión antes que propuestas de interpretación acabadas, sin otra pre-
tensión que la de recolocar el debate en términos más flexibles que nos apar-
ten de las posiciones irreconciliables en las que se suele caer en los últimos
tiempos. Y con el riesgo implícito de ser a la vez una observadora externa
pero también parte de un colectivo.
LA “ONGINIZACION” ¿NUEVO FLAGELO DEL FEMINISMO? En
América del Sur las organizaciones no gubernamentales crecieron y se multi-
plicaron en la década de 1970. En varios de los países sudamericanos surgie-
ron en el marco de dictaduras militares; en algunos como una estrategia labo-
ral para los profesionales de las capas medias; en todos ellos como un reducto
para expresar el compromiso social de una generación con sus respectivas
colectividades nacionales.
Las mujeres latinoamericanas no escaparon a este extendido patrón de
asociación al cual en numerosos casos imprimieron sus convicciones feminis-
tas. Sin duda, si se tratara de buscar la “institucionalidad” del feminismo en
esta región ésta se expresaría principalmente a través de las organizaciones
no gubernamentales y las mujeres que las integraron estuvieron entre las vo-
ces más articuladas y constantes en la difusión y activismo de las ideas femi-
nistas. Lo que Heilborn & Arruda denominan la “profesionalización de la cau-
sa feminista” 4 fue una de las formas como el feminismo se manifestó en esta
parte del continente. Fue un camino propio y es un hecho verificable que
224
América del Sur
las Mujeres No. 5, ISIS Internacional, Santiago 1986, pgs.:34-40. Sobre el mismo tema
ver Maruja Barrig “El Género en las Instituciones: Una Mirada Hacia Adentro” en Sin
Morir en el Intento. Experiencias de Planificación de Género en el Desarrollo, Barrig &
Wehkamp editoras, NOVIB/ Red Entre Mujeres, Lima 1994, pgs.: 75-101. Una visión
crítica sobre movimiento de mujeres, feminismo y ONGs de América Latina, en el marco
de la Conferencia de la Mujer de Beijing se encuentra en el ensayo de Sonia Alvarez
“Latin American Feminisms ‘Go Global’: Trends of the 1990s and Challenges for the
New Millenium”, Universidad de California en Santa Cruz, 1996.
5 “Advocating feminism: The Latin American Feminist NGO “Boom”, Sonia Alvarez,
Universidad de California en Santa Cruz, 1998ª.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
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América del Sur
trital o con el médico del centro de salud de su barrio o con la Comisión del
Presupuesto de la República en el Congreso, donde cada año cabildean con
los congresistas la partida presupuestal de la donación de alimentos para sus
comedores comunales.
Estos procesos supusieron un cambio de identidad, no sólo en las ONGs
feministas y de mujeres, y no siempre fácil. Pese a los años transcurridos de
la “transición” democrática, en las organizaciones no gubernamentales chile-
nas por ejemplo, se advierten aún problemas derivados de su capacidad de
adaptación a dos distintos escenarios políticos: mientras en el contexto de la
dictadura cumplieron un rol reconocido en el compactamiento del tejido social,
desde el período de transición a la fecha parecerían haber desperfilado ese
papel, gravitando más en algunas de ellas la incidencia en las políticas públi-
cas. La especificidad del feminismo en Chile estuvo también signada por los
largos años de dictadura y las diversas manifestaciones de resistencia civil, en
la que jugaron un rol activo. Como recordó una persona entrevistada (Barrig,
1997ª), el movimiento de mujeres en Chile fue un movimiento anti-dicta-
dura y cuando la dictadura se acabó, nos quedamos sin estrategia. Y
ahí estaba el desafío. En general, las ONGs, no tienen capacidad para
renovarse y modificar su discurso, para reconstruir la legitimidad políti-
ca que ganaron durante la dictadura.
A la luz de las realidades de las ONGs feministas/de mujeres en los paí-
ses de la subregión andina, por ejemplo, el dilema no parecería estar planteado
en los términos de asesoras, técnicas y expertas que ofrecen servicios espe-
cializados Versus profesionales comprometidas con el bienestar de las muje-
res populares, pues ambas líneas de actividad pueden coexistir –y aparecen –
en los compromisos laborales adquiridos a partir de acuerdos contractuales
con las agencias de cooperación y otros organismos privados y públicos. En
los tres países, feministas individuales, líderes políticas y de organizaciones
sociales integran colectivos –“no onginizados”– signados por las preocupa-
ciones que emanan de sus particulares contextos. En esta década en Bolivia
se constituyó el Foro de Mujeres Políticas; la Coordinadora Política de la
Mujer Ecuatoriana activa desde Quito con el objetivo de influir en políticas
públicas y también se organizó el Movimiento Feminista Autónomo del Ecua-
dor; en el Perú se formó el Movimiento Amplio de Mujeres (1996) desde una
posición claramente feminista, que a su vez integra el colectivo de Mujeres
por la Democracia (1997), espacio cuyo eje es la defensa de la institucionali-
dad democrática en el país y la vigencia del Estado de Derecho, en el cual
confluyen militantes partidarias, feministas, organizaciones de base y mujeres
de las comunidades cristianas. Lo que se intenta sugerir es que en los países
de la sub-región, la profesionalización de las ONGs de mujeres/ feministas
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
6 Frase tomada del artículo de Sonia Alvarez (1998 b) “An even Fidel can’t change that.
Trans/national Feminist Advocacy Strategies and Cultural Politics in Latin America”,
Universidad de California en Santa Cruz.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
9 “Los Mitos del Paraguas Feminista” de Lucy Garrido es uno de los artículos que integra
el volumen de ensayos y testimonios sobre los debates feministas actuales editado por
Cecilia Olea (en prensa, 1998, Ob.cit.).
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
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América del Sur
11 Una reflexión más amplia sobre este tema se encuentra en Barrig 1997c.
12 En su ensayo sobre “Multiculturalismo, Antiesencialismo y Democracia Radial. Una
genealogía del impasse actual en la teoría feminista”, Nancy Fraser advierte la forma
cómo el debate sobre la injusticia del reconocimiento no toma en cuenta las injusticias de
distribución, la política social de la redistribución. En Iustitia Interrupta. Reflexiones
Críticas desde la posición “postsocialista”, Siglo del Hombre Editores/ Universidad de
los Andes, Santafé de Bogotá, 1997. Pgs. 229-250.
235
Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
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América del Sur
te. 15 Este recuento es simplemente una descripción y está lejos de ser crítico,
se trata más bien de sugerir pistas para un análisis que, a la luz de las particu-
laridades nacionales, desnude las estrategias de las feministas hoy visibles y
que podrían ser otra fuente de malestar.
La creación del SERNAM chileno, por ejemplo, es evaluada como un
triunfo del movimiento de mujeres (que se le cuida como a un hijo, a decir de
algunas feministas). En el período inmediatamente anterior a la transición, las
feministas chilenas habían logrado una sólida coordinación –en la Concerta-
ción de Mujeres por la Democracia– desde el cual negociaron con los parti-
dos políticos de oposición, una “agenda de compromiso para las mujeres chi-
lenas” y la creación de un espacio institucional que atendiera sus demandas
de igualdad de oportunidades. Al respecto, como asegura Adriana Muñoz, en
ese momento y en la búsqueda de consensos de carácter nacional:
(… ) temas y materias que provocaban controversias y des-
acuerdos fueron dejados fuera de la Agenda, como es el caso
de aquellos temas ligados a valores, como divorcio, aborto y
derechos reproductivos, entre otros. (Citado por Barrig, 1997ª;
énfasis propio)
Varias de las mujeres entrevistadas en Chile marcaron la legitimidad de
su posición confluyente con este espacio institucional, subrayando la coinci-
dencia de sus posiciones. Una de las feministas aseguró que estamos dentro
de una concepción política similar a la del SERNAM. En lo que se refiere a
políticas públicas, hay consenso y acuerdo sobre lo que hoy se puede hacer
desde el Estado (énfasis propio). Y la directora de una ONG de mujeres
ratificó que hay una identificación muy grande con la agenda del SERNAM,
porque el SERNAM existe gracias al movimiento de mujeres y su agenda fue
“conversada” con el movimiento. El carácter “pactado” de la transición pare-
cería estar en la base de las dificultades para elaborar, desde las feministas,
una agenda propia a partir de los “valores” dejados de lado en los momentos
de negociación con los partidos de la Concertación (y que mantuvo a Chile sin
una ley de Divorcio, por ejemplo), al igual que la coincidencia o simpatía polí-
15 El proceso no sólo ha sido insuficiente sino también podría no ser posible dado el
predominio de la acción directa sobre la delegación de representaciones como parte de la
cultura institucional del movimiento feminista, además de la vedada explicitación de las
adscripciones a diversas corrientes políticas dentro de un colectivo feminista. Ver
Schumaher y Vargas Ob.cit.; el testimonio de Sonia Montaño, ex vice ministra de género
en Bolivia en “El Estado y el Movimiento de Mujeres: retos y posibilidades” publicado
por la Coordinación Regional de ONGs de AL y Caribe, Centro Flora Tristán, Lima
1995; y las tensiones originadas por la elección de Olga Amparo Sánchez a la Dirección
Nacional de Equidad de las Mujeres creada por la administración Samper, en Maruja
Barrig, 1997b.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
tica de muchas de ellas con los partidos que integran la alianza gobernante. Se
asegura no obstante, que frente al SERNAM, el movimiento de mujeres y las
ONGs particularmente, comienzan a enviar señales de autonomía y de males-
tar frente a un papel excesivo de consulta técnica y de ejecutores de progra-
mas, y muestran su voluntad de recuperar su carácter crítico y propositito. 16
Alberto Fujimori, presidente del Perú desde 1990 (gracias a un auto-
golpe de Estado que disolvió el Congreso y modificó la Constitución) fue el
único presidente varón que se dirigió a los representantes gubernamentales
que asistían a la IV Conferencia Internacional de la Mujer en Beijing 1995, y
que arrancó aplausos entusiastas, incluso de las feministas peruanas que lo
escuchaban, al anunciar que su gobierno impulsaría un amplio programa de
planificación familiar bajo el principio del derecho de todas las mujeres a tener
acceso al control de la fecundidad, comprometiéndose a derivar hacia las
mujeres el 40% de los fondos de los programas de alivio a la pobreza. Al año
siguiente, desde Alemania donde se encontraba de visita oficial, el presidente
anunció la creación del Ministerio de la Mujer, primera instancia estatal con el
rango de ministerio en América Latina.
En el Perú, luego de algunos desconciertos ante el anuncio de la propues-
ta, algunas feministas estudiaron el formato administrativo del Ministerio (que
además de una línea de “gerencia” hacia la mujer, incluye al Instituto Nacio-
nal de Deportes, al Instituto de Bienestar Familiar, al Programa de Apoyo al
Repoblamiento, PAR, para mejorar las condiciones de retorno de la población
desplazada por la violencia política; al Programa Nacional de Apoyo Alimen-
tario - PRONAA, etc.) y ponderaron sus riesgos. Bajo el slogan de “El Minis-
terio que las Mujeres nos Merecemos” en Octubre de 1996 se circuló primero
a nivel nacional para recibir opiniones y propuestas y para difundir después,
una declaración de principios sobre lo que se esperaba de un organismo como
éste y se señalaba, entre otras cosas: mayor nivel de consulta sobre su crea-
ción, el compromiso con la igualdad y la equidad de género en el marco de una
propuesta de desarrollo sostenible y que la transformación de las condiciones
de subordinación de las mujeres incluye pero no se reduce a políticas y pro-
gramas de alivio a la pobreza. Tampoco es suficiente desarrollar políticas
sociales y programas de este corte sin evaluar los impactos negativos de las
políticas macroeconómicas que contribuyen a la profundización de daños, ries-
gos y desventajas para las mujeres de los sectores más vulnerables y con
menos poder. (Comunicado “El Ministerio que las Mujeres nos Merecemos”,
varios medios de comunicación. Lima, Octubre 1996).
Ciertamente, según los dictados del pragmatismo o de la anuencia al ré-
gimen, en los años siguientes algunas feministas, desde las ONGs de mujeres
16 Teresa Valdés & Marisa Weinstein “Corriendo y Descorriendo Tupidos Velos” en Chile
96. 18 Análisis y Opiniones, Flacso, Santiago 1996, pgs.: 67-77.
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20 Debo esta historia a Morena Herrera, miembro del equipo de conducción de la Asociación
de Mujeres por la Dignidad y la Vida (Las Dignas) de El Salvador y ex integrante de la
Junta Directiva del ISDEMU.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
De
IMPRESIONES SOBRE LA GUERRA DEL CHACO (18 DE JU-
NIO DE 1932 – 17 DE JUNIO DE 1935
BOLSA NEGRA…
El viento bursátil se agitó en la corriente del conflicto, una vez que todas las
energías económicas de la nación pasaron a reforzar la defensa nacional.
Surgió la banda de especuladores, como un jinete moderno del Apocalipsis,
jinete brioso embrillantado con aúreas esterlinas.
Patrón Oro, soberano, a cuyos píes el papel moneda tenía depreciaciones
bajísimas.
El costo de un plato de congrios se obtenía al cambio de la Bolsa Negra.
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DERROTISTAS EN ACCION…
La pre-guerra fue balanceada por la aparición de doctrinas extremistas.
En la plena guerra, fue el apogeo de la ideología anti-guerrista.
Si el artesanado y la pequeña burguesía columbraban la solución de muchos
problemas difíciles de la crisis con la guerra, la masa consciente y netamente
intelectual resistíase a ella.
AsÍ nació en la oscuridad de la tierra potosina, el esbozo de la Unión Sindica-
lista Paraguayo-Boliviana, que sensiblemente no pudo transcribir en esta oca-
sión.
LA GUERA NO ES UNA MAL NECESARIO, SUFICIENTE ES ANO-
TAR QUE RUSIA NACIO DE UNA GUERRA.(¿?)
HISTORIA…
LA TRAGEDIA HECHA HISTORIA DEL CHACO NO SERIA EL CAN-
TO DE LID VICTORIOSA Y CON HONRA.
DISEÑADA EN ROJOS HORIZONTES TENDRÁ LA AMALGAMA DE
LO NOBLE Y LO MEZQUINO. LO VALIENTE Y LO COBARDE.
QUEDARÁN EN ELLA PÁGINAS DE RELIEVE. DONDE RUGE EL
ALMA TITÁNICA DE NUESTRA RAZA TIGRE Y JUNTO A ELLAS
OTRAS NEGRA Y TRISTES NOS DEMOSTRARÁN LOS GRANDES
DESMANES DE LOS SUPER-HOMBRES. LAS VENDIMIAS, LOS
DELITOS DE ALTA TRAICIÓN. LOS NEGOCIOS DE LOS FLAMAN-
TES RICOS.
VEREMOS ATRAVÉS DE ELLA, CÓMO LA NACIÓN HECHA GIRO-
NES HA RECIBIDO EL SACRIFICIO DE SUS HIJOS HEROES Y LA
INFAMIA DE LOS RENEGADOS Y COBARSES!!!
EN LA HISTORIA APRENDEREMOS A LOAR NUESTRAS VICTO-
RIAS Y A SUFRIR NUESTRAS DERROTAS.
UN DIOS…
El crepúsculo desteñíase en una como coloración leve y pálida.
El viento era una sinfonía de motivos tristes.
Iba yo lejana y próxima.
Allá en el final de la calleja, un hombre alto, entunicado, de barbas de estilo
judaico y ademán grave.
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frase de circo más liviana que una cláusula con pies de plomo?– Quizá Ud.
sea serio aún al comer y vayamos en sentido divergente en este gusto. Pa-
ciencia.
Bambolla. Bambolla.
Ande yo caliente y ríase la gente.
En este momento me encuentro de un humor tan alegre hasta acomodar-
le un estribillo que me imagino está un poco equivocado… hasta puedo plan-
tearle una tesis en pro de la mentira, cosa tan extraña que ya las personas
todas aún las mentirosas ensalzan la verdad.
¿Qué opina, Jorge? Por mi parte adoro la mentira, me encanta ella. Es mi
aliada y única amiga aún en las circunstancias más espinosas, más vidriosas.
Ahí está la bella mentira para mi salvación. ¿Dónde cree Ud. reside la impor-
tancia de la mujer sino en esta cualidad? Si fuera yo veraz, sería un libro
abierto, un folletín barato que lo va diciendo todo al primer vulgarote que lo
adquiere. Soy mentirosa y mis mentiras me cubren con a manera de unas
escamas doradas que todavía con cuidado hay que apartarlas para encontrar
la sorpresa del último: La verdad. Pero le diré que precisamente son mentiro-
sas las personas que no saben mentir, es decir se han hecho pillar en flagrante
delito de falsedad y no sirven. Yo soy mentirosa, pero como sé mentir mi
mentira tiene tanta apariencia de verdad que hasta se parece a ella en el
colorido… Todos se muestran ávidos de misterio, Jorge, a ello se debe aún el
éxito de las películas donde late el pálido y novelero, y para acaparar aquel
misterio que es más sugestivo cuando diadema a una mujer, mentira al punto,
sin preámbulos y ya verá Ud. lo que se llama a una “criatura divina llena de
misterio” como en las películas. –¿Qué opina Ud.?–
Esta mi carta, resulta ser un derrumbe de temas, parece que voy en un
ciclo de alquiler, me caigo, me levanto y atropello del modo más enloquece-
dor.–Disculpe.–
Sabe, amigo, que el encargo para aquel soldadote C. Pinto ya no hay
necesidad de que se lo transmita. Al fin y al cabo ya ha entrado a la línea y el
encargo pierde su eficacia. Lo que temía de ese virtuoso era que me pasase
un telegrama de aviso a mi casa que me hubiera ocasionado grandes inconve-
nientes, y sobre ello que se encapriche en quedarse en Oruro, lo que no me
convenía bajo ningún punto de vista. –¿Ha tratado Ud. con él?, ¿qué le pare-
ce?– Imagine en lo que viene a parar una chiquilla “viva y perspicaz” según
todos por amor a la capa y el atrevimiento.–
Sabe, que de mi tío Víctor teníamos siempre continuas cartas a las que
dábamos inmediata respuesta, hace tiempo que éstas escasean. –¿No será
que él se halla resentido quizá por culpa de un extravío o solo el tiempo de
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mucho trabajo le impide escribirnos? A Ud. Jorge, como amigo le ruego siem-
pre que toda vez que desee escribirme si tiene unos minutos disponibles me lo
vaya a ver a mi pobre tiíto para saber si está bien, así por parte suya podré
tener noticias más fidedignas y ciertas.–
Con un cariñoso saludo se suscribe su att. amiga de siempre Laury
[La mentira es dúctil y plástica sobre la verdad. La verdad está llamada
a desaparecer con el tiempo. Anatole France]
De
BRANDY COCKTAIL2
Hilda Mundi
[Oruro, 14 de octubre de 1934]
Señor Director: El avance [de] la mujer en el campo de todas las activi-
dades, la Convención Femenina que se realiza en estos momentos de alta
trascendencia, y todo un cúmulo de razones a mi favor, me han convertido en
el manual de la perfecto cocktailera.
Ahora me propongo ofrecerle este cocktail periodístico. ¿Lo acepta?
— No lo rehuse por favor. Bébalo. Es agradabilísimo. Tiene la gracia de ser
sintético. Este aperitivo no depende de la calidad del vino sino de la ligereza
con que se lo prepara.
Además le invito cubriéndome respetuosamente, sencillamente… cubrién-
dome tras mi modesto seudónimo porque considero que la mala vestida de
Goya fue mil veces más exquisita que aquella otra… del inmortal pintor. ¿Qué
le parece?
Si veo brillar sus ojos al gusto de este Brandy Cocktail podré invitarle dos
veces a la semana para que transmita al público en una transubstanciación de
tinta.
Pero debo advertirle que a esta mi bebida americana le sienta una cua-
dratura perfecta o casi perfecta.
La forma habitual conviene a los artículos sesudos y profundos ejemplo:
“Crónicas de la ciudad”1 en tanto que a la picardía burbujeante y emborra-
chadora de mis líneas le encuadra una dimensión igual por igual.
Un capricho futurista.
2 Hilda Mundi se refiere a la columna que con anterioridad y durante las entregas de
Brandy Cocktail publicaba un tal Arsenio Minaya. El 4 de diciembre de ese mismo año,
Minaya escribe una crónica que titula “Cocktail. A la manera de Hilda”. El 8 de diciembre
de ese mismo año, Hilda Mundi responde con una incisiva y lapidaria columna (cf. 159).
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3 El “Ensayo sobre las bocinas” de Gómez de la Serna se publica por primera vez en la
revista argentina Síntesis N° 18, en noviembre de 1928.
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Pudo ser que la extrema simplificación del juego en ese tiempo libre de
cronología y reloj, hiciera de él algo monótono.
El vario movimiento del match duró seis días.
Con el ímpetu gastado en la formación del mundo, fatigado y débil, des-
pués de batir el record de resistencia, se puso a descansar sencillamente en el
lomo rugoso de una montaña.
¿Me agradeces, hermano lector? He diseñado para ti un gráfico singular
de la Génesis.
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5 Una versión de este texto, con algunas variantes, se publica en Pirotecnia (1936).
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El paceño no canta
Si bien los niños son alegres, el paceño tiene una naturaleza diferente; no
canta. Para hacerlo, tiene que haber bebido alcohol y, cuando lo hace, en
general protesta más que canta al son del charango o la guitarra. A menudo la
borrachera termina en gresca y en la comisaría más próxima.
Prácticamente no hay grandes distancias; en veinte minutos se llega casi
a cualquier parte desde la plaza principal. La plaza Murillo, con su aleteo de
palomas, es el lugar donde se reúnen los viejos a leer el periódico y comentar
los acontecimientos políticos. Alrededor de esta plaza se encuentra el Palacio
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Descolonizar el género1
¿Nos podremos descolonizar indios y mujeres con esa caricatura de la
conducta de los opresores? ¿Será posible hacerlo a través de artificios buro-
cráticos o de las artes de la palabra, en la que también estaremos condenados
a imitarlos? ¿Se podrá descolonizar Bolivia si otros son quienes elucubran,
cocinan y nos dictan los contenidos de la Constituyente, si no podemos ejercer
en la práctica, una nueva forma de comunicación y de conducta, una ética del
pachakuti?
En la comunidad de Manasutiyux en los Yungas de Apolobamba, un asen-
tamiento que data de hace dos décadas, con sólo 50 habitantes, el 75 por
ciento son varones y el 25 mujeres. Allí se ha dado en años recientes una
situación curiosa: las mujeres han tomado el poder, y una de ellas tiene un
control casi total de la vida orgánica del Sindicato. En Manasutiyux habitan
cinco madres de familia, pero sólo dos tienen compañero. Una de ellas es la
esposa del Secretario General. Tiene un solo hijo y no puede tener más, tal vez
por ello goza de más tiempo libre y lo dedica a la política. Se crió como la
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única mujer en una familia de seis hermanos, quizás por eso se defiende del
mundo masculino con más fiereza. En la comunidad, ella es la única que ha
cambiado, de pollera a vestido.
Hace algunos años, intentó tomar el poder en la comunidad, y lo logró
asumiendo el control de las decisiones en el Sindicato. El mecanismo fue
sencillo: se apropió del sello, el libro de actas, y la caja de recaudaciones. No
hay decisión que pueda aprobarse sin su venia, y ha logrado intimidar a la
comunidad para evitar la crítica. Mientras su esposo se ocupa de las chacras
y las formalidades de su cargo, ella se ausenta con el dinero de las cuotas, y
realiza en la capital provincial o en la ciudad, negocios personales de variado
calibre.
¿Es esta una mujer liberada, un prototipo de feminista práctica, de ague-
rrida luchadora del género oprimido? No lo creo. En ella, como en el indio
aculturado hay un ser colonizado por el otro, por el dominador. El indio coloni-
zado tiene vergüenza de su origen e imita la prepotencia del q”ara , se vuelve
llunk”u de los poderosos y solapado para engañar a los suyos.
El indio y la mujer colonizad@s tienen conductas contradictorias: descar-
gan en su compañera o en sus hijos las iras de su frustración como personas
sexuadas y como ciudadan@s. Tanto en la poderosa dirigente de Manasuti-
yux, como en el indio desleal a los valores y normas éticas de su colectividad,
anidan un ser profundamente desgraciado, que ha internalizado las formas de
dominación del enemigo. En el fondo, ambos sufren de un severo malestar
moral, que surge de su enemistad consigo mismos. El haber internalizado al
otro –al macho, al jefe; al q”ara , al “decente”– como modelo de conducta,
equivale a admitir que son inferiores. Se esfuerzan entonces por parecerse al
enemigo, por aprender sus mañas y usufructuar sus privilegios. Similares per-
sonajes, en la ciudad, suelen encubrirse con una retórica de derechos étnicos,
derechos femeninos y hasta de posturas anticoloniales. Pero en el caso de la
dirigente de nuestra historia, ella se encubre de un modo más prosaico. Con la
sola fuerza de su personalidad para dominar al mini- estado de Manasutiyux,
en lo más remoto de los Yungas de Apolobamba.
¿Nos podremos descolonizar indios y mujeres con esa caricatura de la
conducta de los opresores? ¿Será posible hacerlo a través de artificios buro-
cráticos o de las artes de la palabra, en la que también estaremos condenados
a imitarlos? ¿Se podrá descolonizar Bolivia si otros son quienes elucubran,
cocinan y nos dictan los contenidos de la Constituyente, si no podemos ejercer
en la práctica, una nueva forma de comunicación y de conducta, una ética del
pachakuti, en la que la autoridad deje de ser dominación y engaño, y vuelva a
ser servicio a la colectividad?
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Feminismo y descolonización 1
Notas para el debate 2
El gobierno boliviano ha incorporado una novedosa Unidad de Despa-
triarcalización a la institucionalidad estatal dependiente del no menos sorpren-
dente Viceministerio de Descolonización. Pero aunque ello representa un avan-
ce hacia mayores posibilidades emancipatorias, este ensayo sostiene que la
relación entre patriarcado y colonialidad es menos lineal de lo que el discurso
oficial deja ver. Y que la idea de que la despatriarcalización es mera conse-
cuencia de la descolonización –como se desprende de ciertos textos guberna-
mentales– puede limitar las posibilidades abiertas por la nueva Constitución.
Vivimos tiempos de “des” y de “antis”. Pese a que en gran parte de
América Latina estamos transitando procesos de cambio político y social, aún
no parece perfilarse una teoría o un discurso con nombre propio que dirija la
práctica política hacia algún propósito común. Ello ocurre no solo en Bolivia
sino en el resto del mundo, donde los movimientos sociales manifiestan su
“indignación” frente a sinnúmero de motivos –con justas razones– e incluso
se proclaman antineoliberales, antiimperialistas, antiautoritarios e incluso anti-
capitalistas, y un largo etcétera.
En Bolivia, al asumir la Presidencia Evo Morales en 2006, se inició un
periodo con numerosas promesas de cambios profundos para el pueblo boli-
viano, en el marco de la llamada “revolución democrática y cultural”.
1 Este texto se enmarca en una investigación elaborada por la autora para el ciclo de
conversatorios: “¿Cuánto hemos avanzado las mujeres? Logros, dilemas y desafíos
hacia el proceso de despatriarcalización”, bajo el auspicio del Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Coordinadora de la Mujer, Bolivia, en junio de
2011.
2 Umbrales de América del Sur. Abril de 2011 – Julio de 2011. Buenos Aires Nº12.
Umbrales de América del Sur es una publicación del Centro de Estudios Políticos,
Económicos y Sociales (Cepes), Bartolomé Mitre 1895 EP 1, C1039AAA Buenos
Aires, Argentina. Correo electrónico: umbrales@cepes.org.ar
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todas las fronteras, las sociales, las históricas, las territoriales y las simbólicas,
y no a una característica específica de algún sistema político en particular o
de alguna estrategia de dominación, como la del colonialismo.
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7 Ver Julio Barreiro: Educación popular y proceso de concientización, Siglo XXI, México,
DF, 1976.
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de género como valor del Estado (art. 8) y como principio de constitución del
sistema de gobierno (art. 11) en situación de paridad; la no discriminación
como principio fundamental del Estado (art. 14) y el derecho de vivir sin
violencia, con mención explícita a que es un derecho de las mujeres (art. 15);
el principio de igual salario por igual trabajo en aplicación del principio de no
discriminación (art. 48); la presunción de filiación que favorece sobre todo a
las mujeres cuyas parejas niegan la paternidad de sus hijos para soslayar
responsabilidades consecuentes (art. 65); el reconocimiento de los derechos
sexuales y los derechos reproductivos para mujeres y hombres (art. 66), que
abre las puertas a los propósitos de autodeterminación sobre el propio cuerpo;
el reconocimiento del trabajo del hogar como fuente de riqueza del Estado
Plurinacional (art. 338); el derecho de acceso de las mujeres a la tierra como
propietarias (art. 395) y la obligatoriedad del Estado de desarrollar políticas
para eliminar todas las formas de discriminación contra las mujeres en el
acceso a la tierra (art. 402).
Con este resultado se establece definitivamente que los derechos de las
mujeres son “cuestión del Estado” y no solo reivindicación de grupos aislados
de mujeres. No obstante, una importante observación al margen es que los
avances alcanzados están todavía enmarcados en el ámbito conceptual de la
equidad de género: la Constitución no menciona en su ideario la despatriarca-
lización como propósito, principio o concepto.
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PARAGUAY
Inconfortable democracia 1
Hablemos claro (Fragmento)
Hablemos claro: tenemos los gobiernos que nos merecemos.
El libro se llama “La inconfortable democracia “porque si bien clamamos
a gritos por la soberanía del pueblo, todos la saboteamos, la entorpecemos o la
evitamos. Consciente o inconscientemente.
Finalmente, la democracia es una verdad incómoda, inconfortable.
Queremos un país equitativo, para ello tenemos que empezar “por casa”.
¿Estamos preparados para renunciar a nuestros intereses inmediatos y
egoístas a favor del “bien común”?
Estamos llenos de pequeños autoritarios en nuestras casas. Y eso es así
porque en principio el humano es “nitzcheano” (Niezsche pregonaba la volun-
tad de poderío) y es la ortopedia que ejerce la realidad, la que va formando
ciudadanos cívicamente responsables
Es de notar que las masas tienen fascinación por las figuras autoritarias e
incluso simpatía por los actos de abuso de poder. Es que secretamente envi-
diamos al audaz caradura, mientras nosotros queremos actuar igual y no nos
atrevemos.
Entonces le complementamos bonitamente a las autoridades abusivas y
sólo nos quejamos cuando la administración pública que beneficia a unos po-
cos, se deteriora tanto que perjudica nuestros intereses. Y en ese entonces, ya
suele ser demasiado tarde.
Con las experiencias vividas, nuestro Yo egocéntrico se va restringiendo,
se va autolimitando. Dedica menos tiempo a su Yo narcísico y labora por su
familia, su comunidad, hasta ser un intérprete de su Cultura.
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y con ello, más mano de obra que huía desalentada a los países vecinos en una
suerte de “exilio económico”.
En ese tiempo se degradó el modo de pensar y de actuar del ciudadano a
causa del “cortoplacismo” como método de vida. Desde entonces, no vale la
pena trabajar siendo que con robar “me hago rico de la noche a la mañana”.
Trabajar da placer, mas, si desconoces cómo proceder, improvisas, engañas,
prepoteás y hacés “como si lo hicieras”.
La tiranía generó una degradación moral difícil de reconducir porque los
hábitos mentales y los estereotipos son muy adhesivos y porque abarcó por lo
menos tres generaciones de paraguayos.
Para que la gente “no sacara los pies del plato” se organizaban redadas
de campesinos con cadáveres abandonados en las rutas como “lección” a fin
de que el resto no tuviera “la desfachatez comunista” de exigir leyes agrarias,
mejoras o facilidades en los préstamos para los cultivos.
Los colegiales eran adoctrinados en la grandeza del gobernante, el temor
al comunismo y el endiosamiento de Héroes del pasado. Este retorno reitera-
tivo a la historia era a causa de que no podían promover ni trabajo ni investiga-
ción. Entonces, nuestro Mariscal López era manipulado por la propaganda
oficial.
Los EE.UU. ya estaba desarrollando su cínica política exterior consis-
tente en socavar los cimientos de los gobiernos nacionalistas. Para ello “ca-
lentaban la oreja” de algún generalote nativo ambicioso. El militar golpista
“amigo de los EE.UU.” derrocaba el gobierno autónomo y era entronizado el
agraciado por el Tío Sam. Con la ayuda de la CIA se sucedieron los horrores
en Manila, Yakarta, Nicaragua y Santiago de Chile, donde hubo matanzas que
dejaron al número de muertes de las torres gemelas a la altura de una zapati-
lla.
En el Paraguay la carta que se jugaba el general de marras, era el del
“anticomunismo rabioso”. De modo que éramos defensores a ultranza de la
Pax norteamericana.
Y cuando el propio EE.UU. dialogaba con Mao Tse Timg (hoy Mao Tse
Dong) nosotros, más papistas que el papa, no comerciábamos con la China,
siendo éste el mayor mercado del mundo.
El asesinato, la persecución ideológica, la tortura, la imagen disminuida
de nosotros mismos (ser paraguayo era sinónimo a ser “ciudadano de segun-
da”) la falta de planes ni proyectos y la pobreza a causa de la destrucción del
aparato productivo como resultado del contrabando, fueron algunas de las
lacras que nos dejó este personaje.
El general comerciante distribuyó entre sus más cercanos parcelas de
negocios muy lucrativos (porque estaban exentos de impuestos y amparados
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imagen soñada, esconden un deseo. El deseo viene muy oculto por su acento
perturbador. De modo que, cuanto más trastornador es un deseo Inconsciente
(por ejemplo, el deseo de muerte de nuestro cónyuge), más disparatado se
presenta el sueño. Las imágenes tratan cié ocultar un deseo, así como cuando
uno se presenta disfrazado a una fiesta para que nadie le reconozca.
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las mujeres en los lugares que merecen como seres responsablemente libres,
es levantar el gravamen de propiedad que ha pesado sobre ellas.
En ese sentido, Madre, Hija y Espíritu Santode Nila López nos remite
a la propuesta de Biruté Ciplijauskaité de que para la construcción de una
identidad femenina es de vital importancia la figura de la madre. Las mujeres
en sus roles de madres, hijas, hermanas, abuelas, amigasse relacionan e iden-
tifican entre ellas. Esta identificación es un reflejo de generaciones pasadas y
no constituye un obstáculo a la revisión crítica de dichos roles tradicionales y
a la toma de conciencia ante hecho.
La identificación con lo femenino, como un arquetipo, mira adelante a
través de los sueños, las imágenes creativas, las transformaciones artísticas y
las experiencias reales de las mujeres. Madre, Hija y Espíritu Santo como
prosa, historia del matriarcado y poesía expone mitos e imágenes arquetípicas
de personajes femeninos o hechos relacionados a las mujeres.
La maternidad calificada como tarea femenina se cumple sin orientacio-
nes, sin facilidades y sin comprensión. La misión maternal exige la realización
de la mujer como ser humano. La autora separa la relación sexual de la pro-
creación y es un nuevo sendero que invita a ser transitado para lograr un
mundo más justo que resuelva las angustiosas crisis del momento relaciona-
das al embarazo, parto y puerperio como también a la crianza de los hijos. El
texto literario está impregnado de ternura y colores. En esta obra, la fertilidad
y la creación, anteceden al parto reconstruyéndose el arquetipo de la madre y
la imagen negativa del parto y la sentencia bíblica: Con dolor parirás, por
otra más viva y alegre: En el alumbramiento el ser que ha llegado estrena
el sendero de la creación para hojear las horas de la vida y de la muer-
te, y la vida otra vez, y el nacimiento. Labiología ha de completarse con
la biografía. Tu descendiente también será tu antepasada, tu madre y tu
hija.Tu semejante. (López163).
En conclusión
La literatura de mujeres contribuye con la ficción a crear nuevos escena-
rios, más allá de la denuncia. Las mujeres como sujetos políticos forjan una
historia con una nueva ética que apunta a la conquista de la igualdad de opor-
tunidades. En nuestros días, la trata de mujeres, la violencia de género e intra-
familiar constituyen problemas fundamentales que se reflejan en la narrativa
de escritoras tanto paraguayas como latinoamericanas. Esta situación refleja
la condición de las mujeres como sujetos vulnerables de sociedades que tie-
nen como reto conquistar derechos para aquellos que están discriminados.
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Bibliografía
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4 Vandana Shiva (1995): Abrazar la vida: mujer, ecología y desarrollo. Cuadernos Inacabados
Nº 18, Horas y Horas, Madrid.
5 Idem
6 Alicia Puleo (2014): Prólogo, en: Emma Ziliprandi y Patricia Zuloaga (coord.): Género,
Agroecología y Soberanía Alimentaria. Perspectivas ecofeministas. Icaria editorial,
Barcelona.
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URUGUAY
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4 Ibid.
5 Chagnon, Napoleon A. 1977. Yanomamo, the fierce people.Holt, Rinehart and
Winston.USA.
6 Héritier-Auge, Francoise, 1992. Mujeres ancianas, mujeres de corazón de hombre, mujeres
de peso. En M.Feher et al. Fragmentos para una Historia del cuerpo humano. Taurus,
Madrid. Tomo III. pp. 287.
7 Este análisis es más exhaustivo en Porzecanski, T. 1993. Lope de Aguirre y los Ona de
Tierra del Fuego: una historia de masculinidades. En Curanderos y Caníbales. Ensayos
Antropológicos sobre Charrúas, Guaraníes, chamanes, adivinos y románticos. Luis A.
Retta Libros Editor, Montevideo, 1993. 2 edición.
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8 Bamberger, Joan. citado por Grassi, Estela. 1986. Antropología y Mujer. Humanitas,
Buenos Aires. pp. 20-21.
9 Especialmente Das Mutterech de Bachofen (1861), el que es influyente en Morgan,
Ancient Society (1877).
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10 Burke, Peter. 1996. Hablar y callar.Funciones sociales del lenguaje a través de la historia.
Gedisa, Barcelona. pp.157. Paráfrasis.
11 Ibid.
12 Ibid.
13 Ibid.
14 Ibid. Paráfrasis. pp. 164.
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La mujer “silenciosa”.
La filósofa Michele Le Def es capaz de mostrar, a lo largo de la historia
de Occidente, diversas teorías que sostienen que “una mujer que piensa y
habla está siempre dividida.” 15 Se trata de teorías, afirma, cuya finalidad ha
sido la de “invitar firmemente a las mujeres a dejar de pensar” ya que se
califica de oposición o de escisión la relación de la mujer con el pensamiento
filosófico.16 Así como el lugar del hombre, ha sido el de la palabra,–y por
ende, el de la mente–, lugar fundante por antonomasia de la Historia, el lugar
de la mujer ha sido el del silencio. O bien, el de aquellos que, por no haber
tenido la palabra, no han podido pensarse a sí mismos.
Transformada en apenas objeto del discurso de los otros, la mujer que se
previó durante mucho tiempo se pretendió “silenciosa”, enmudecida o demu-
dada. O bien, construida a partir de un discurso tópico que la reduce al mundo
de lo implícito, de lo sensible, desvirtuado y de endeble prestigio frente al de la
lógica y racionalidad. Así, la dicotomía impuesta, ha enfrentado en aparente
polaridad “lo femenino”, no solamente a lo masculino, sino al término “huma-
nidad”, que disuelve, por su modalidad inclusiva, las particularidades del dis-
curso de la mujer.
“Femenina y reservada”.
El famoso diseñador Robert Filoso de Los Angeles, fabricante de mani-
quíes para la moda, anuncia desde su taller que para los noventa las mujeres
serán “más femeninas, más reservadas” 17, haciendo sinónimos a los dos tér-
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América del Sur
minos. Y dice: “En los setenta los maniquíes eran extrovertidos, y siempre
tendían los brazos en busca de algo. Ahora se recogen sobre sí mismos.”1 8
Según Filoso, esto es lo que ocurre también con las mujeres para las que se
inspira: “Ahora puedes ser tu misma, puedes ser una dama. No tienes que
pasarte la vida demostrando lo enérgica que eres,” 19dice.
Según S. Faludi, desde los ochenta, los maniquíes fijan los cánones de
belleza, y se supone que las mujeres de carne y hueso son las que deben
seguirlos. Mientras los maniquíes “adquirían vida propia” las mujeres eran
anestesiadas y sometidas al bisturí.” 20 El término anestesiar condensa todos
los significados del silencio al que hacíamos referencia. Así como los cuerpos,
las mentes de generaciones enteras de mujeres han sido objeto de variadas
anestesias para volverlas dóciles a las coordenadas prácticas y discursivas de
las diversas sociedades patriarcales en sus diferentes épocas.
Varios estudios de lingüística comparada contribuyen en los últimos tiem-
pos a identificar particularidades en los léxicos empleados por las mujeres. La
idea que la gente se hace de lo femenino a través de su discurso y, en contra-
partida, la manera en que el lenguaje codifica y transmite el “sexismo” de una
determinada sociedad, son los objetivos centrales de estos estudios. “Algunas
investigaciones aluden al empleo más abundante (en las mujeres) de vocabu-
lario participativo; por ejemplo, verbos y nombres que expresan estados psi-
cológicos, emoción y motivación, o la especialización de las mujeres en los
vocabularios de la vida doméstica, así como su preferencia por expresiones
cariñosas del tipo de “querido”, etc., o el gusto por los intensificadores como
“tan”, “muy”, etc. Se destaca también la frecuencia con que ellas emplean
matizadores del tipo de “creo”, “supongo”, “diría”...” 21. Informes comparati-
vos sobre la conducta conversacional de los géneros revelan que las mujeres
tienden a hablar menos que los hombres en las conversaciones mixtas, inte-
rrumpen menos, permanecen más tiempo en silencio y utilizan mayor cantidad
de señales de refuerzo (mover la cabeza asintiendo, dar una respuesta míni-
ma) que los hombres. 22
“Feminolecto”.
Haciendo a un lado las diferencias culturales netas, el estilo del discurso
femenino–o “feminolecto”–es descripto como más “inseguro” y “dubitativo”
18 Ibid.
19 Ibid. pp.255.
20 Ibid. pp. 255.
21 Demonte, Violeta. Puede ser..este,...te parece? Título original: Naturaleza y estereotipo:
la polémica sobre un lenguaje femenino.En Cotidiano Mujer, III Epoca, N 19. Diciembre,
1994.Montevideo. pp.8-11.
22 Ibid.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
que el de los hombres (lo que demostraría toda una tradición de la cautela),
más “educado” e “indirecto” (lo que se vincularía con toda una tradición de
expresividad silenciosa).23 En general, se coincide en que la competencia
lingüística de la mujer “se distingue por la restricción social a la que se ve
obligada en la elección de ciertos lexemas o cambios silábicos, y en la misma
aceptación de vocablos específicos a su rol de mujer”. 24 Ello no sólo se ha
detectado en las sociedades llamadas occidentales sino en los léxicos de cul-
turas indígenas–tales como los Carajas, Onaicuros, Chiquintanos sudamerica-
nos, entre otras–que presentan diferencias dialectales de género.
En términos generales, puede afirmarse que tabúes y eufemismos son
característicos del vocabulario que se considera socialmente apropiado para
el género femenino. “En este sentido, las mujeres siguen unas reglas socio
linguísticas más restrictivas (que los hombres) y, por esta razón, son también
depositarias de las fórmulas lingüísticas de cortesía y de arcaísmos que, de
algún modo, restringen la expresividad de su acción”25, lo que resulta en un
cierto grado de asimetría en relación a la alta permisividad social otorgada al
discurso masculino.
Si la lengua y la escritura posibilitan una forma de conocimiento, una
exploración de mundo y del sentido de las cosas, no sorprende entonces el
hecho de que las mujeres sientan de pronto y con intensidad, la necesidad de
desbordarse en el empuje expresivo con que combaten su tradicional simula-
cro de silencio. La escritura femenina intenta atravesar ese cuerpo constreñi-
do por los maniquíes, la cirugía, la gimnasia, la obligación de no envejecer, las
dietas para adelgazar, ese cuerpo deserotizado por las licuadoras, las lavado-
ras, los anticonceptivos, los detergentes, y apunta a liberar las mentes abru-
madas por las presiones de la publicidad y la industria. Buscando aquello que
se le ha decretado prohibido, que es nada menos que sí misma, la escritura de
la mujer separa uno a uno los emblemas que encubren su pretérito silencio
decretado por otros.
“¿Cómo hablar para salir de sus enclaustramientos, encuadramientos,
distingos, oposiciones...? ¿Cómo despojarnos de estos términos, liberarnos de
sus categorías, desprendernos de sus nombres?”, se preguntaba hace algún
tiempo Luce Irigaray 26. Escribir, describir, nombrar, comparar, son formas de
23 Ibid.
24 Buxó Rey, M.Jesús.1991. Antropología de la Mujer. Cognición, lengua e ideología
cultural. Ed. Anthropos, Barcelona, pp. 104 y sig.
25 Ibid. pp. 107.
26 Citado por Vilaine, Anne-Marie. Le corps de la théorie. En Magazine Littéraire N 180,
Janvier 1982.pp.25-28.
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América del Sur
exploración del mundo por las que se construyen los significados y los siste-
mas de clasificaciones. De ellos emerge la expresa codificación de los senti-
dos del mundo, un sistema de relaciones cargado de significatividades y ges-
tor también de asimetrías y desigualdades. Las narratividades responden a
sistemas interpretativos que conllevan en sí mismos sutiles estereotipos y ne-
tas simplificaciones.
Para C. Olivier, “el discurso del hombre (...) es mortífero para la mujer
en la medida que, al tomarla como objeto, le arrebata su lugar de sujeto y
decide en vez de ella lo que debe resultarle bueno. De ese modo, es el hombre
quien define el lugar y el lenguaje femenino...” 27
Si la mujer no ha hablado más que las palabras de los otros, o si su pala-
bra ha resultado residual, intersticial, respecto del discurso canonizado, es
porque su cuerpo también ha sido omitido como realidad. Omitido quiere decir
subsumido bajo las definiciones de prioridad social: la funcionalidad de su
biología como preservadora de la especie, las proscripciones imperantes res-
pecto de la fertilidad y la crianza, y la percepción masculina que sitúa a la
mujer como fuente de placer, han generado en la gran mayoría de las culturas
humanas un muy alto grado de control social específico sobre las mujeres.
El análisis de variadas mitologías relativas al peligro y a la contaminación
de la preñez, la sangre menstrual, o meramente de las mujeres, en múltiples
culturas de las llamadas “primitivas”, lleva a M. Douglas a concluir que “nos
encontramos entonces con ideas de contaminación que se usan para mante-
ner a mujeres y hombres (separados) en las funciones que les toca desempe-
ñar” a través de rituales que mantienen en su lugar los roles de género y la
distribución (asimétrica) del poder.28
Si el cuerpo femenino, por su fisiología, se entrama simbólicamente con
la dimensión del desorden, aquella dimensión que, por ilimitada, ronda zonas
de peligro,29 no puede sorprender que los controles sociales se ejerzan con
especial atención respecto de la pubertad de las niñas, la menstruación, la
fertilidad y la preñez, intentándose reglamentar esos procesos de manera que
prime el “interés social”. Esta vigilancia cuidadosa de la sociedad respecto las
funciones y desempeños del cuerpo de la mujer que, según Olivier, es un
cuerpo “demasiado estrepitoso o no lo bastante”, aparece inscripta en la es-
critura de la mujer como una imposición a revertir o transgredir.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
“Darse a luz”.
No le basta, entonces, la investigación y escritura del mundo que han
hecho los otros; no le alcanza el discurso instaurado, legitimado, canonizado.
No quiere escribir del mundo aquello que ya se ha escrito–protagonismo, he-
roísmo visible o anecdotarios ejemplares paradigmáticos–sino indagar en los
espacios residuales, en sus restos, en aquello que aún espera ser reconocido y
desentrañado. En su memorable relato titulado La Legión Extranjera, escribe
Clarice Lispector:
“Delante de mis ojos fascinados, allí delante mío, como un
ectoplasma, ella se estaba transformando en una niña (...)
La agonía de su nacimiento. Hasta entonces nunca había vis-
to el coraje. El coraje de ser el otro que se es, el de nacer del
propio parto, y el de abandonar en el suelo el cuerpo anti-
guo”.
Es probable que la escritura que hacemos como mujeres tienda en algún
sentido a esa triple marca que denomino de desborde, ruptura e intersticio.
Desborde pues la escritura de las mujeres me parece que busca mucho
de libertad, de vuelo, de ascenso hacia un espacio sin límites, como si se
aspirara a barrer mucho del discurso convencional, o a reescribirlo.
Ruptura pues la escritura de las mujeres busca en sus ejemplos extremos
fundar otros puntos de partida, otra conceptualización de lo real y de lo imagi-
nario, y por lo tanto desdibuja los consensos establecidos por los discursos ya
legitimados. En ese sentido intenta des-estereotipar algunos de los cánones de
esa “femineidad social” dentro de la que se ha construido la “femineidad”.
Intersticio, pues se dirige a aquello que en la historia patriarcal de la
escritura quedó en los márgenes, en un oculto segundo plano, aquello que
nunca fue considerado suficientemente prestigioso como tema o como estilo:
lo “menor”. Escritura entonces de lo “no- importante”, que trae a primer
plano personajes y situaciones “menores”, que no llamarían de otro modo la
atención, ocupados en rutinas menores dentro de contextos no relevantes
para para la mirada del discurso patriarcal. Tal como dice Armonía Somers en
su cuento La inmigrante: “Veníamos desde un mundo viejo y achatado por
añadidura. En cambio, de esa sordidez, a ella le hubiera sido sólo preciso un
pequeño cesto en la cadera para que aquel cuartucho miserable floreciese
como un campo sembrado de tulipanes.”
Escritura que revisa, que redefine los desfasajes entre biología y cultura,
entre autonomía y dependencia, entre cuerpo y pensamiento, entre sensibili-
dad y raciocinio, la escritura de las mujeres hace notar y problematiza las
categorías más ocultas de los prejuicios de género.
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América del Sur
1 Este trabajo fue originalmente publicado en Cuadernos de Marcha, Año II, No. 14,
diciembre de 1986, y revisado por la autora para su reimpresión [N. del Ed.]
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
ser, hoy, género femenino por excelencia. Concebido como una protección del
propio texto, sacan de la marginalidad a un discurso supuestamente débil, pero
sin utilizar herramientas ajenas o masculinas”.
Antes y ahora
Este conjunto de citas voluntariamente heterogéneo de hombres y muje-
res acerca de lo femenino y de lo femenino y la escritura, intenta establecer
un vínculo inmediato como algo más recortado, todavía, que la relación mujer-
literatura (una de las formas metafóricas de la relación mujer-silencio). Ese
recorte o su hipótesis trata de observar cómo se han visto a sí misma, a través
de la producción cultural – las rupturas del silencio – la mujer uruguaya a lo
largo de un siglo paradójico en el que antes de 1940 ya había accedido a los
derechos formales que la igualaban con el hombre. Esa normalización de la
vida civil, coronada por el voto en 1932 y sobre el cual Silvia Rodríguez Villa-
mil y Graciela Sapriza se preguntan si fue una conquista o una concesión, se
producía en el auge del Estado benefactor que tan fuertemente modeló la
personalidad de los uruguayos. En medio de ese equívoco bienestar en el que
la mujer, desde la letra de la ley, era una protagonista civil, parecía que no
quedaba nada más por esperar, ni a hombres ni a mujeres. El país de las
perfecciones alcanzadas, según Carlos Martínez Moreno. La perversa rela-
ción amo-esclavo, la mujer como el negro del mundo (el “nigger”, no el “black”),
lo femenino como principio anárquico, ¿se percibía en esa época, en algún
nivel de conciencia articulable, esa ambivalente relación? Todo parecía nor-
malizado. Sin embargo, desde la literatura – el lugar permitido a las mujeres
para dar cuenta pública de sus sentimientos, esas cosas delicadas y bellas
propias de mujeres – algunas voces femeninas habían fluído y sufrido tempra-
namente las paradojas universales refractadas en el satisfecho espejo uru-
guayo. Delmira Agustini había quemado su vida muriendo “extrañamente de
un pensamiento mudo como una herida” en un episodio digno tanto de la más
alta tragedia como del más grotesco folletín, y María Eugenia Vaz Ferreira,
con sus “brazos lacios”, había divagado entre corredores de aulas y senti-
mientos encerrados. Con Juana de Ibarbourou y su consagración americana
el escándalo de lo femenino expresado, de lo femenino expresable, había al-
canzado su máxima normalización. Su erotismo lírico le restituía a las clases
medias una noción de viabilidad y decoro. A tal punto en la vida civil cotidiana
– y en la poesía que la exaltaba a través de Juana – y la presencia de la mujer
resultó civilizadamente “normal” que de tan normal desapareció de la (con-
quistada, concebida) esfera pública.
Pasaba la etapa heroica de cuño liberal de las sufragistas de las primeras
décadas en las que se había consumado, a través de las hermanas Paulina y
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Recuento indispensable
La nueva cultura emocional acumulada a partir de fines de los 60 parece
haberse encontrado en los grupos de estudio, la prensa alternativa (Cotidiano
Mujer) y la acción social de movimientos barriales (ejemplo del PLEMUU,
Plenario de Mujeres del Uruguay) un terreno más flexible y antes que nada
colectivizador, no individual, la Concertación de Mujeres, organizaba hace dos
años, parece ser lo único que subsiste de todas las instancias gestadas en
torno a la CONAPRO.
La capacidad potencial de las mujeres para crear lazos inmediatos y
manejarse entre sí intentando formas no jerárquicas; el autodesafío de no
repetir esquemas de competividad, de evitar la trampa del poder a la manera
masculina; esa capacidad virtual de lo femenino (el lado claro de la luna) se
actualiza en un territorio plural, donde cada mirada gesta y devuelve una mira-
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Inconclusión
Se trata de la intemperie. No se trata sólo y mecánicamente de los efec-
tos inmediatos de la dictadura. No es sólo y mecánicamente la nostalgia por lo
que pudimos haber sido, todos. No es el sueño del revival, que re-imagina el
pasado creyéndolo todavía viable como modelo. La expansión de una nueva
conciencia de sí puede traer aparejada una experiencia expresiva más doloro-
sa, precisamente por estar presente en los niveles de articulación y no de pre-
percepción. La confusión y el aislamiento de años, si bien han preparado o
acelerado la maduración colectiva del espacio femenino, también han retrasa-
do o trastocado las posibilidades de dedicarse a ciertas soledades útiles, como
las de la escritura. Aquella libertad de ocupar un espacio no amenazado
– vivencia general de los uruguayos de clase media– no es precisamente una
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“El género nos une, la clase nos separa”, una discusión presente en el
feminismo de los ’80.
En ese momento desde las agencias de cooperación internacional se ins-
taura la idea de mujeres en desarrollo, promoviendo programas que permitían
a las mujeres entrar al desarrollo, entendido éste básicamente por los aspec-
tos económicos. Esta perspectiva era compartida por académicas locales y
militantes feministas. De acuerdo a Kabeer 3 esa promoción de mujeres en
desarrollo conservaba las premisas fundamentales de la visión liberal del mundo:
no era el modelo de modernización que se atacaba, sino el hecho de que las
mujeres no se beneficiasen de él, “la búsqueda de una igualdad formal con los
hombres basada en la atribución de una racionalidad común postulaba una
falsa identidad de intereses entre mujeres y hombres” 4. Los estudios que
toman como foco central la relación de poder y el significado de la dominación
masculina como aspecto integral de subordinación de la mujer sólo se difundi-
rán en los últimos años de la década de los ’80 5. Coincidirán con las propues-
tas de género en desarrollo diseñadas desde una perspectiva inclusiva del
análisis de género en las políticas de desarrollo 6.
Es en la década de los ’90 que se asienta el uso de la categoría género.
En este contexto sociohistórico se producen cambios significativos. En países
de la región, especialmente en el Cono Sur, se modifica la relación entre el
Estado y la sociedad civil organizada, que incluye los grupos y organizaciones
de mujeres. Integrantes de la sociedad civil ingresan al Estado, ya sea en
cargos ejecutivos o legislativos. Otro aspecto a considerar consiste en la rela-
ción entre el feminismo, tanto movimiento como académicas, y las agencias
internacionales, en especial Naciones Unidas. La década de las Conferen-
cias 7 permitió que las mujeres de los movimientos contaran con un espacio
legítimo y legitimado para plantear sus demandas. De este proceso se des-
prenden múltiples vectores que hacen al escenario actual: la onegización del
movimiento (Álvarez, 1998); la profesionalización del activismo internacional,
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Las subordinaciones
La primera subordinación corresponde al pensamiento. ¿Cómo pensar
desde un lugar subordinado?
Chandra Mohanty 16 nos recuerda que nuestro lugar de enunciación de-
termina la manera en que vivimos y concebimos las relaciones de dominación.
Esto nos muestra la ausencia de lugar privilegiado para percibir y pensar,
estamos insertos en un contexto sociohistórico que nos habilita a determina-
das prácticas cognitivas. Traspasar eso, colocarnos en otro lugar de enuncia-
ción exige un esfuerzo de reflexividad, de alerta epistemológica en palabras
de Bourdieu. En la misma línea, Donna Haraway 17 se refiere al conocimiento
situado, es decir reconocer desde el lugar que ocupamos. La propuesta de
Haraway no invalida la posibilidad de conocer, tampoco propone que el cono-
cimiento sea relativo, sino que subraya que se conoce desde un determinado
lugar el cual influye en la forma en que se conoce y en las categorías a
relevar.
Sin lugar a dudas que los trabajos de las académicas feministas latinoa-
mericanas es actualizado, agudo y denso, pero, como bien señala Fuller18
constituyen aplicaciones de teorías provenientes principalmente en Europa y
EEUU. Se distinguen unos y otros, en que la mayor producción del norte –
especialmente Estados Unidos–, se concentra en áreas tales como la filoso-
fía, la literatura y los estudios culturales, mientras que en nuestra región se
concentran e impactan en las ciencias sociales. Esto debe relacionarse con la
necesidad de responder a la demanda de técnicos de desarrollo y expertos en
políticas públicas con una formación en esta área. Es un conocimiento situado
en el sentido de Haraway, producido para entender la realidad concreta en
que se vive y con la cual existen compromisos vitales.
Esta doble subordinación (mujeres y del Sur) hace que accedamos a las
ideas de otr@s autores del Sur a través de su pasaje por Europa o Estados
Unidos. Es preciso reconocer que los migrantes políticos, económicos y tam-
bién académicos 19 son quienes han constituido puentes que nos permiten
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25 Citados en Hernández, Aída (en prensa) “On feminisms and postcolonialisms: reflections
south of the Rio Grande. En M. Moraña, E. Dussel, C. Jauregui (eds.) Coloniality at
large. Latin America and the Post-Colonial Debate. Vol. 1 Critical and theoretical
approaches. Duke University Press.
26 Hernández, Aída (en prensa) “On feminisms and postcolonialisms: reflections south of
the Rio Grande. En M. Moraña, E. Dussel, C. Jauregui (eds.) Coloniality at large. Latin
America and the Post-Colonial Debate. Vol. 1 Critical and theoretical approaches. Duke
University Press, p. 13
27 Un primer aporte a esta discusión fue realizado por la feminista dominicana Sergia
Galván, 1995 “El mundo étnico-racial dentro del feminismo latinoamericano” in
FEMPRESS Edición Especial, Santo Domingo, pp.34-36
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28 Hernández, Aída (en prensa) “On feminisms and postcolonialisms: reflections south of
the Rio Grande. En M. Moraña, E. Dussel, C. Jauregui (eds.) Coloniality at large. Latin
America and the Post-Colonial Debate. Vol. 1 Critical and theoretical approaches. Duke
University Press, p. 18
29 Este aspecto, especialmente en referencia a la sexualidad y la pobreza está ampliamente
tratado en Rostagnol, Susana, “”Los pobres y las pobres, ¿tienen derecho a los derechos
sexuales y a los derechos reproductivos”, SeriAs para el Debate, Nº 5, Lima.2007
30 De Barbieri, Teresita “Certezas y malos entendidos sobre la categoría género”, En: Laura
Guzmán Stein, Gilda Pacheco Oreamundo (comp.) Estudios básicos de derechos humanos
IV. Costa Rica, Instituto Interamericano de Derechos Humanos, 1996, p. 51.
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La especificidad latinoamericana
Es preciso considerar las especificidades de la región a fin de realizar
una reflexión colectiva tendiente a una conceptualización de género desde el
sur. Algunas especificidades se desprenden de las subordinaciones menciona-
das, ahora en particular me interesa referirme a otra derivada de los sentidos
de la violación en América Latina.
Violaciones
Las modalidades de la estructura de poder y la relación jerárquica que el
concepto género conlleva, al situarlo/aplicarlo en la realidad latinoamericana,
hace necesario observarlo –al menos a modo de provocación- como actuali-
zaciones de la violación. América Latina es el continente de la violación. El
conquistador llegó violando indias, el mestizaje resulta de la violación conti-
nua.
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116 del Código Penal – inspirado en el Código Rocco de la Italia fascista– que
establecía “la extinción del delito de violación, atentado violento al pudor, estu-
pro y rapto, por el casamiento del ofensor con la ofendida”, quedaba protegida
la “honra familiar”, es decir el honor del varón jefe del grupo doméstico. De
modo que la violación, entendida como un delito contra la persona, en rigor,
solo existe en la Modernidad. Aquí estamos una vez más enfrentados a la
superposición de sociedad doméstica y sociedad moderna en América Latina.
Aún más, en el análisis de abuso sexual intrafamiliar Rostagnol y Espasan-
dín 34 concluyen que en “los hombres que mantienen relaciones incestuo-
sas con hijas o hijastras habría una exacerbación de la demostración
de dominio”, el cual forma parte de la identidad masculina del modelo hege-
mónico. Finalmente, cabe consignar que los campos del Cono Sur conocieron
el derecho de pernada, que no es otra cosa que una violación autorizada por
las relaciones de dominación masculina legitimadas.
En otras palabras, en nuestra región aparece la diferencia sexual jerar-
quizada como elemento ordenador de la vida social. Esto encuentra un nicho
para desarrollarse en la sociedad doméstica. Nugent 35 señala la correspon-
dencia de la sociedad doméstica con la presencia del Vaticano en el continen-
te. Se trata de una sociedad donde el individuo queda supeditado al arreglo
familiar en amplios sectores, dentro de la familia la mujer está subordinada al
hombre. Existe una disputa de sentidos entre la racionalidad moderna y las
formas domésticas; conjuntamente con la construcción de instituciones mo-
dernas apropiadas al ejercicio del poder familiar. De acuerdo a Bonan, el peso
del poder familiar no es un resquicio de tradición que podría eliminarse me-
diante un proceso de profundización de la modernidad, sino que “la reconven-
cionalización del poder familiar hizo parte del proceso histórico de desarrollo y
consolidación de las fuerzas políticas que emergían con la modernidad” 36.
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Bibliografía
Alvarez, Sonia, “Feminismos latinoamericanos. Reflexiones teóricas y pers-
pectivas comparativas” en Conservatorio sobre Reflexiones Teóricas y
Comparativas sobre Feminismos en Chile y América Latina. Santiago de
Chile, Universidad de Chile, 2-3 de abril de 1998.
Berger, Meter; Luckmann, Thomas, A construção social da realidade. Tra-
tado de sociologia do conhecimento. Petrópolis, Ed. Vozes, 1987 (1966).
Bonan, Claudia, “Sexualidad, reproducción y reflexividad: en busca de una
modernidad distinta”. En Katia Araujo y Carolina Ibarra (eds.) Sexualidades
y sociedades contemporáneas, Chile, Universidad Academia de Humanis-
mo Cristiano, 2003, pp21-43
37 Pateman, Carole The sexual contract. Estados Unidos, Stanford University Press. 1988,
p.36
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ARGENTINA
La mujer y su expresión 1
Lo primero en que pienso al hablaros, lo principal, es que vuestra voz y la
nuestra están venciendo a mi gran enemigo el Atlántico. Que ya lo han venci-
do. Cada palabra oída simultáneamente en las dos orillas nos exorciza de la
distancia. Y contra la distancia he vivido en perenne rebeldía. Por más que
renazca después de cada palabra pronunciada, por más que inunde todos los
pequeños silencios, por más que surja apenas nuestro soplo no puede prolon-
garse, sabemos ahora que nuestro grito la traspasa. Sabemos que nuestra voz
la mata. Y es para mí una felicidad matarla entre nosotros.
He visto siempre en el Atlántico un símbolo de la distancia. Me ha sepa-
rado siempre de seres y cosas queridas. Si no era Europa, era América lo que
echaba de menos.
Cuando a mi regreso de los Estados Unidos atravesé el canal de Panamá
y entré por primera vez en el Pacífico, di gracias al cielo de no haber tenido
que sufrir este océano, junto al cual el Atlántico es un Mediterráneo. Y sin
embargo comprendo que lo que se interpone entre mí y ese sufrimiento no es
el inmenso biombo de los Andes, sino el que trato de no pensar en su existen-
cia. Pues el Pacífico me separa también de países por los cuales sentiría
nostalgia si me dejara llevar. No se puede gustar verdaderamente un pedazo
de la tierra sin sentir que pertenece a la tierra entera. Por eso los océanos, en
cuantos símbolos de la distancia y de la separación, son enemigos míos. Inte-
rrumpen a la tierra. Quizá algún día hagamos de ellos hermosos caminos
rápidos y seguros. Mientras tanto, hay que navegarlos gota a gota.
Pero pasemos directamente a aquello de que quería hablaros: la necesi-
dad de expresión en la mujer. Tratemos, pues, de olvidar un poco esta alegría
de vencer la distancia. Tratemos de olvidar que la victoria lograda sobre la
1 Tomado del libro La mujer y su expresión, Sur, Bs. As., 1936
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distancia está transformando al mundo; idea que bastaría por sí sola para
distraerme de todo lo demás durante la media hora de que dispongo. Conven-
zámonos de que esta misteriosa victoria momentánea no debe conmovernos
ni sorprendernos. Tomemos las cosas extraordinarias con naturalidad, como
en los sueños. ¿No he soñado acaso una vez, sin asombro, que vivía en una
casa rodeada de un jardín mitad bañado en la luz de la mañana y mitad en la
del crepúsculo? Mi voz recorre hoy este jardín de sueños. Mientras que los
nuestros están despojados, halla entre vosotros hojas en los árboles, y mien-
tras suena en nuestros cuartos cerrados por el frío, entra en los vuestros con
todos los ruidos del verano. Esta idea me encanta, me arrastra tras sí, a pesar
mío, como el zumbido de las abejas o el canto de las cigarras en los calores de
enero cuando, niña, estaba yo en clase. La persigo, a pesar mío, con tremendo
deseo de escaparme de mi tema, de hacerle la rabona –como decimos aquí –
de hacer novillos -como dicen allí.
Pero seamos razonables, ya que no hay manera de no serlo.
El año pasado asistí, por casualidad, a la conversación telefónica, entre
Buenos Aires y Berlín, de un hombre de negocios. Hablaba a su mujer para
hacerle unos encargos. Empezó así: “No me interrumpas”. Ella obedeció tan
bien, y él tomó tan en serio su monólogo, que los tres minutos reglamentarios
transcurrieron sin que la pobre mujer tuviera ocasión de emitir un sonido. Y
como mi hombre de negocios era tacaño, en eso paró la conversación.
Pues bien, yo que he sido invitada a venir a hablaros y que se me paga
por hacerlo, quisiera deciros: “Interrumpidme. Este monólogo no me hace
feliz. Es a vosotros a quienes quiero hablar y no a mí misma. Os quiero sentir
presentes. ¿Y cómo podría yo saber que estáis presentes, que me escucháis,
si no me interrumpís?”
Me temo que este sentimiento sea muy femenino. Si el monólogo no
basta a la felicidad de las mujeres, parece haber bastado desde hace siglos a
la de los hombres.
Creo que, desde hace siglos, toda conversación entre el hombre y la
mujer, apenas entran en cierto terreno, empieza por un: “no me interrumpas”
de parte del hombre. Hasta ahora el monólogo parece haber sido la manera
predilecta de expresión adoptada por él. (La conversación entre hombres no
es sino una forma dialogada de este monólogo.)
Se diría que el hombre no siente, o siente muy débilmente, la necesidad
de intercambio que es la conversación con ese otro ser semejante y sin em-
bargo distinto a él: la mujer. Que en el mejor de los casos no tiene ninguna
afición a las interrupciones. Y que en el peor las prohíbe. Por lo tanto, el
hombre se contenta con hablarse a sí mismo y poco le importa que lo oigan.
En cuanto a oír él, es cosa que apenas le preocupa.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
Durante siglos, habiéndose dado cuenta cabal de que la razón del más
fuerte es siempre la mejor (por más que no debiera serlo), la mujer se ha
resignado a repetir, por lo común, migajas del monólogo masculino disimulan-
do a veces entre ellas algo de su cosecha. Pero a pesar de sus cualidades de
perro fiel que busca refugio a los pies del amo que la castiga, ha acabado por
encontrar cansadora e inútil la faena.
Luchando contra estas cualidades que el hombre ha interpretado a me-
nudo como signos de una naturaleza inferior a la suya, o que ha respetado
porque ayudaban a hacer de la mujer una estatua que se coloca en su nicho
para que se quede ahí sage comme une image; luchando, digo, contra esa
inclinación que la lleva a ofrecerse en holocausto, se ha atrevido a decirse con
firmeza desconocida hasta ahora: “El monólogo del hombre no me alivia ni de
mis sufrimientos, ni de mis pensamientos. ¿Por qué resignarme a repetirlo?
Tengo otra cosa que expresar. Otros sentimientos, otros dolores han destroza-
do mi vida, otras alegrías la han iluminado desde hace siglos”.
La mujer, de acuerdo con sus medios, su talento, su vocación, en muchos
dominios, en muchos países –y aun en los que le eran más hostiles– trata hoy,
cada vez más, de expresarse y lo logra cada vez mejor. No se puede pensar
en la ciencia francesa actual sin pronunciar el nombre de Marie Curie; en la
literatura inglesa sin que surja el de Virginia Woolf; en la de América Latina
sin pensar en Gabriela Mistral. En cuanto a vosotros, para no hablar sino de
ella, os envidiamos a María de Maeztu, mujer admirable que ha hecho por la
juventud femenina española, gracias a su auténtico genio educador, lo que yo
quisiera verla hacer por la nuestra.
Por cierto, estoy convencida de que la mujer se expresa también, de que
se ha expresado ya maravillosamente, fuera del terreno de la ciencia y de las
artes. Que esta expresión ha enriquecido, en todos los tiempos, la existencia,
y que ha sido tan importante en la historia de la humanidad como la expresión
del hombre, aunque de una calidad secreta y sutil menos llamativa, como es
menos llamativo el plumaje de la faisana que el del faisán.
La más completa expresión de la mujer, el niño, es una obra que exige, en
las que tienen consciencia de ello, infinitamente más precauciones, escrúpu-
los, atención sostenida, rectificaciones delicadas, respeto inteligente y puro
amor que el que exige la creación de un poema inmortal. Pues no se trata sólo
de llevar nueve meses y de dar a luz seres sanos de cuerpo, sino de darlos a
luz espiritualmente. Es decir, no sólo de vivir junto a ellos, con ellos. Creo más
que todo en la fuerza del ejemplo. No hay otra manera de predicar a los
grandes ni a los pequeños. No hay otra manera de convencerles. Si falla, es
que no había remedio.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
menos de encaminarse él mismo hacia ella. Empieza a sentir que toda forma
de arte que no tiene las exigencias del niño está hoy en desuso.
La obra podrá, como el niño, parecerse más o menos a nuestros deseos,
ir más lejos o menos lejos que nosotros, pero hará falta que sea en el mismo
sentido.
Dios me libre de hablar mal del artista, cualesquiera sean sus defectos,
sus vicios pasados, presentes y futuros. Cualesquiera sean sus debilidades,
nos ha sido, nos es, nos será tan necesario como el héroe o el santo. También
la suya es una manera de heroísmo y de santidad. Aun cuando la belleza de su
obra, como ocurre a menudo, sea una belleza de orden compensador (es
decir, condenada a realizarse fuera de él por no poder realizarse en él), es
profundamente necesaria a la humanidad. Cualesquiera hayan sido sus mise-
rias personales, lo que debemos a los grandes artistas es parte de lo mejor de
nuestro patrimonio. Borremos los aportes de Dante, Cervantes, Shakespeare,
Bach, Leonardo da Vinci, Goya, Debussy, Poe, Proust –para no citar más que
los primeros nombres que se me ocurren– ¡y qué empobrecidos nos sentiría-
mos! Que algunos de ellos hayan sido personalmente pobres hombres a quie-
nes se les pudiera reprochar tal o cual defecto, ¡qué importa! Nos han legado
lo que tenían de extraordinario. Tal vez no hayan conocido otra alegría que la
de sufrir por su obra. Su obra era para ellos la única manera de entrar en un
orden.
Y esta manera de realización es la que injustamente el hombre se ha
complacido u obstinado en negar, entre otras cosas, a la mujer. Pues hay
ciertas mujeres, lo mismo que ciertos hombres, que no pueden conocer otra
alegría que la de sufrir por una obra.
Una de estas mujeres, que es uno de los seres mejor dotados que conoz-
co, novelista célebre y de estilo admirable, me decía: “No soy verdaderamen-
te feliz sino cuando estoy sola, con un libro o ante el papel y la pluma. Al lado
de este mundo tan real para mí, la otra realidad se desvanece”. Sin embargo,
esta mujer, nacida en un ambiente intelectual y cuya vocación fue, desde el
comienzo, singularmente clara, pasó en su juventud años atroces de tormen-
tos e incertidumbres. Todo conspiraba para probarle que su sexo era un han-
dicap terrible en la carrera de las letras. Todo conspiraba para aumentar en
ella lo que había heredado, lo que todas heredamos: un complejo de inferiori-
dad. Contra ese complejo debemos luchar, puesto que sería absurdo descono-
cer su importancia. El estado de espíritu que crea forzosamente es de los más
peligrosos. Y no veo otro modo de luchar contra él que dar a las mujeres una
instrucción tan sólida, tan cuidada como a los hombres y respetar la libertad
de la mujer exactamente como la del hombre. No sólo en teoría, sino en la
práctica. En teoría, los países más civilizados la aceptan. Y en este sentido
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
que valga. El milagro de una obra de arte sólo se produce cuando ha sido
obscuramente preparado desde mucho tiempo atrás.
Creo que nuestra generación, y la que le sigue, y aun la que está por
nacer, están destinadas a no realizar este milagro, sino a prepararlo y a volver-
lo inminente.
Creo que nuestro trabajo será doloroso y que se le desconocerá. Creo
que debemos resignarnos a ello con humildad, pero con fe profunda en su
grandeza y en su fecundidad. Nuestras pequeñas vidas individuales contarán
poco, pero todas nuestras vidas reunidas pesarán de tal modo en la historia
que harán variar su curso. En eso debemos pensar continuamente para no
desanimarnos por los fracasos personales y para no perder de vista la impor-
tancia de nuestra misión. Nuestros sacrificios están pagando lo que ha de
florecer dentro de muchos años, quizá siglos. Pues cuando hayamos adquirido
definitivamente la instrucción, la libertad y un poco de tradición (aludo a la
tradición literaria que casi no existe entre las mujeres; la tradición literaria del
hombre no es la que puede orientarnos, y hasta a veces contribuye a ciertas
deformaciones), ni aun entonces lo habremos conseguido todo. Será menes-
ter que maduremos entre estas cosas. Deberemos familiarizarnos con ellas y
dejar de considerarlas con ojos de parvenue.
Así, pues, lo que nuestro trabajo compra es el porvenir de las mujeres.
No nos aprovechará personalmente. Pero esto no tiene por qué entristecer-
nos. ¿Acaso puede agriar a una madre la promesa de que su hija será más
hermosa que ella? Si el caso se da, es porque se puede a veces tener hijos sin
sentirse madre. Excepción que confirma la regla.
Es este sentimiento de maternidad hacia la humanidad femenina futura el
que debe sostenernos hoy. Tenemos que apoyarnos en la convicción de que la
calidad de esa humanidad futura depende de la nuestra, que somos responsa-
bles de ella. Lo que cada una de nosotras realiza en su pequeña vida tiene
inmensa importancia, inmensa fuerza cuando las vidas se suman. No hay que
olvidarlo. Ninguno de nuestros actos es insignificante y nuestras actitudes
mismas se agregan o quitan a esta suma total que formamos y que hará
inclinar la balanza.
Acabo de decir que la mujer sudamericana se encuentra en condiciones
de inferioridad con respecto a la mujer que habita ciertos grandes países.
Añadiré que es un poco por culpa suya. Se ha resignado hasta ahora con
demasiada facilidad. Quizá esta ingenua haya temido desagradar al hombre,
sin advertir que le agradaría siempre, a pesar de todo, y que se vería en serios
apuros si tuviera él que prescindir de ella. Hasta me parece probable que la
mujer le agradará más cuando el hombre se habitúe a ver en ella un ser
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Agosto de 1935.
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La cultura de la resistencia 1
1. La cultura de la resistencia
A partir de las guerras de la independencia el tema número uno del con-
tinente ha sido el de la dependencia. Bien sea denunciándola o considerándola
favorable, cambiando su nombre por “condicionamiento”, “esclavitud” o “aso-
ciación con otras potencias”, según obedezca a uno u otro punto de vista:
combatiéndola de modo directo, frontal o tangencial; permaneciendo indife-
rente a ella pero sintiendo su acoso, no ha dejado de gravitar un día sobre
nosotros. La obstinación de la cultura por perforar el problema de la depen-
dencia parte, desde luego, de la confianza de vencerla y superarla, y de la
certidumbre de que, dentro de ella, nunca se podrá aspirar a las formas mo-
dernas de la libertad.
Los modos de quebrar la dependencia han pasado, genéricamente, de
una emotiva fe en que rompiéndola parte a parte, en sus síntomas, en sus
detalles, en sus zonas diferentes de acción, dentro de un frente múltiple de
avance contra ella, se podía, finalmente, liquidarla. Pero, como es sabido, en
los últimos años un proyecto global ha barrido las ilusiones particulares y se ha
logrado relativa unanimidad sobre la idea de que únicamente será destruida si
se produce el cambio de estructuras, es decir, la transformación radical de la
sociedad capitalista en sociedad socialista, de matiz múltiple y a veces, como
lo corrobora la historia más reciente, inesperado.
Los escritores y artistas fueron siempre especialmente receptivos al pro-
blema de la dependencia, a pesar de que ahora se tienda a desmonetizarlos y
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2. El artista burgués
Entre la dependencia derivada de negar la cultura del siglo XX, y la de-
pendencia por mimetismo con la visión de los países altamente industrializa-
dos, se produjeron otras mediaciones. En una se situaron aquellos artistas
resueltos a responder individualmente a los anhelos y demandas de la comuni-
dad, forzando la conquista de una autonomía parcial. En otra, los artistas que
se sentían obligados a deponer sus puntos de vista individuales para responder
a las emergencias por las que atravesaba la comunidad. Pero antes de averi-
guar si sus posiciones fueron o no eficaces, habría que establecer de dónde
salen ambos tipos de artistas, los independientes y los políticos. Tanto unos
como otros siguen produciendo sus obras dentro de una misma clase social y
económica, la burguesía. No hay necesidad de repetir que el proyecto artísti-
co que avala el mundo moderno es un proyecto burgués salido de las revolu-
ciones burguesas y apoyado sobre la capacidad de cada individuo de expre-
sarse y expresar a los demás. Concebido como un servicio con el destino
expreso de dar satisfacción a la burguesía y al mismo tiempo de presentar los
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4. La subversión permanente
“El rifle del guerrillero”, “el machete del cortador de caña”, “la rueda
dentada de la industria”, “la flor de la canción”, son saludados por Edmundo
Desnoes como las respuestas de Cuba a la crisis de las artes plásticas latinoa-
mericanas. Lo que cambian, únicamente, son los temas de la simbólica: sím-
bolos de cantantes, personajes y productos de la sociedad de consumo, son
cambiados por símbolos derivados de otras idealizaciones. No son exclusivas
de las nuevas sociedades: también en nuestros países capitalistas se compra
con la imagen de San Martín en el billete, se pegan estampillas con alegorías
de la patria o se colocan fenomenales carteles publicitarios advirtiendo que
“todos los caminos llevan a México”. De cualquier manera la imaginación es
coaccionada para que sigan las direcciones propuestas: patria, consumo, pró-
ceres, ideales. En una y otra parte la visión ha sido elaborada para “los mu-
chos”, para todos, especialmente para las concentraciones urbanas, donde los
códigos distribuidos por grupos minoritarios terminan por obtener, por insisten-
cia, convicción o compulsión, el consenso público. Los signos de estos mensa-
jes pueden ser leídos por cualquiera en el mismo sentido: hay, pues, una lectu-
ra colectiva frente a un mensaje que, aunque no parte de la colectividad, ha
terminado por ser aceptado por la propia anomia de dicha colectividad. ¿Qué
pueden tener en común estos mensajes legibles y alienantes con la obra
creativa que pretende ser siempre, aunque no se lo prolonga explícitamente,
un instrumento de liberación? Aparentemente nada.
El proceso creativo latinoamericano ha estado siempre en un vivac. Su
estado de alerta frente a los problemas de la dependencia ha impedido que se
ilusionara ante las diversas apariciones de códigos generales programados
por grupos políticos y que los revisara con desconfianza y lucidez crítica. La
modernización refleja y la degradación cultural atribuídas por Darcy Ribeiro
al proceso civilizatorio de América Latina recayeron, sin embargo, sobre la
zona creativa. A fachadas aparentemente dinámicas y progresistas de la mo-
dernización refleja correspondieron artistas y escritores también de fachada,
dispuestos a seguir el juego de ilusionismo desplegados por las minorías go-
bernantes, mientras que la tergiversación política, la pérdida de vitalidad crea-
dora, la confusión acerca de la naturaleza y posibilidades de la obra artística,
engrosan la degradación cultural.
Sin embargo, los artistas que corresponden a la cultura de la resistencia
se separan de uno y otro peligro: rechazaron la modernización refleja como
una forma de impostura, pero se sirvieron de los materiales lingüísticos mo-
dernos que se conocieron a través de ella. Sortearon así mismo la degrada-
ción cultural, pero exploraron a conciencia esta zona, considerándola una rica
cantera de elementos aprovechables. Las mejores obras de las artes plásticas
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Sin embargo, esta situación más clara y definida vuelve a sufrir un pro-
fundo revés en la década del 60, cuando la penetración de la civilización nor-
teamericana reemplaza a la influencia cultural europea. Durante unos años el
golpe es tan fuerte, que la cultura de la resistencia parece eclipsarse: los
certámenes internacionales, así como la velocidad de difusión de nuevos mo-
delos, hacen pensar a los artistas que la alternativa es universalidad o provin-
cialismo, y esta opción trasnochada altera profundamente el proceso creativo.
La búsqueda de universalidad, la instalación de nuevos artistas en Europa
para trabajar en proyectos artísticos asimilados a la ciencia y la técnica, la
vergüenza de la provincia y la avasalladora fuerza del arte norteamericano,
invaden el campo creativo durante una década signada por la entrega y la
derrota de la identidad. No obstante, al aproximarse el final de la década y
coincidiendo con el entusiasmo por el triunfo de la revolución cubana, toca a la
generación emergente volver a pronunciarse, con un sentido aún más subver-
sivo, por la maltrecha y subyacente cultura de la resistencia.
En el 70 en Colombia, por ejemplo, las declaraciones de los artistas son
increíbles: se deciden por la provincia, el subdesarrollo, la temática local, el
desprecio frontal por la universalidad, el rechazo de las modas, el orgullo de la
identidad. En el mismo sentido, nuevas generaciones artísticas de sitios olvi-
dados como Guatemala o Puerto Rico, levantan una bandera revanchista que
está menos apoyada en las exploraciones del paisaje, raza y orígenes de sus
predecesores en la cultura de la resistencia, que en el uso de la “imaginación
heterogénea” que las rodea. La consigna de estos artistas proclama “la ima-
ginación en el arte”, así como en el 68 se solicitó en Europa “la imaginación al
poder”. Esto los aligeradle duro fardo del dogmatismo partidista y les permite
entrar en la cultura de la resistencia, sin perder nada de su agresividad. Ima-
ginación y crítica, humor y desenfado, desconfianza y ferocidad, se mezclan
en este nuevo tramo de trabajo.
5. Eficacia, operatividad
¿En qué medida estas obras hacen el juego al sistema o, por el contrario,
contribuyen al proceso revolucionario? Esta pregunta, que se dispara sin ce-
sar en nuestro medio, reconduce a otra más reflexiva: ¿en qué medida las
artes y la literatura, actuando como ideologías culturales, aceleran el proceso
hacia el cambio? Por pertenecer a la ideología cultural y no a la acción direc-
ta, los artistas han sido blanco de tres posiciones: quienes los computan como
fuerzas positivas dentro de ese proceso; quienes los juzgan como elementos
de distracción que favorecen inconscientemente al sistema; quienes, lisa y
llanamente, los atacan porque no son “otra cosa”.
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6. Regionalismo e identidad
Una de las piezas claves de la explicación americana que ellos proveen
con sus obras, es la de evadir la retórica utopista que unió nuestros países en
un imaginario bloque latinoamericano, para asumir de frente las diferencias
regionales. Han sido capaces de comunicar la voluntad y especificidad regio-
nal al mismo tiempo que construían una estructura mayor, global, donde se
insertaban esos valores regionales, estableciendo entre ellos relaciones diná-
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propia entraña reaccionaria, del limitado tipismo del museo de glorias locales,
y recobra así sus derechos”. Aún cuando falta entre nosotros, todavía, la
reflexión actual acerca de los valores de la provincia, sobre arte y literatura
nacional, y sobre el sofisma de a universalidad, la praxis artística se ha adelan-
tado: la revaluación de la provincia como lugar del proceso artístico es un
hecho tan contundente en la América Latina actual, como es de definitiva la
liquidación del revanchismo regionalista de los años treinta. También en la
praxis, la “diferencia” ha demostrado su importancia sobre el “mimetismo”.
Por encima de tantas discusiones estériles, la suerte y destino de quienes
apoyaron y exploraron la diferencia, no puede compararse con la de quienes
apoyaron la alineación dentro del campo cultural invasor, borrados junto con el
efímero centelleo de las modas. Así artistas como Lam o Botero crecen sobre
el afianzamiento de una cosmovisión americana, mientras que Le Parc o Soto
se apagan con el eclipse de los experimentos europeos de post-guerra.
Con igual decisión con que el proyecto global persigue significar a través
de la comunicación de situaciones regionales, incluye también la creación de
sistemas lingüísticos donde la apropiación de formas de lenguaje actual apare-
ce sin cesar enriquecida y transformada. La cultura de la resistencia ha rede-
finido, en sus obras, la debatida cuestión del arte como lenguaje, tal como lo
veremos en los ejemplos que siguen.
Pero antes de pasar a ellos quiero subrayar la toma de posición política
que subyace en el proyecto global. Decretar una voluntad de independencia
cada vez más posible en la medida de que verificamos nuestra identidad, es un
acto político. Insistiendo en ver la realidad latinoamericana a través de ese
proyecto, es que se ha conseguido abatir, en parte, la penetración cultural de
la década del 60, y restablecer una agresividad juvenil que coloca al arte
actual en pie de guerra.
7. Coherencia
Para abordar críticamente el proyecto del arte de la resistencia, es preci-
so comprender su amplitud de registro y su coherencia. No son los artistas
plásticos quienes establecen un camino exclusivo, ni tampoco los escritores o
ensayistas por su lado, sino los tres al mismo tiempo. A cada situación de
dicha cultura corresponde una respuesta paralela que parte de los tres siste-
mas expresivos. El que más altibajos ha sufrido es el ensayo, pero ha contado,
en compensación con hombres abarcadores y proféticos como Martí o Ma-
riátigui, González Prada o el propia Octavio Paz, moviéndose las más de las
veces entre intuiciones y propuestas asistemáticas sin excesivo rigor crítico,
pero inventando también una forma de pensar más viva y medular que pro-
gramática, más sensible que reflexiva, a lo que habría que agregar el boom de
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rece transfigurado por un aura, una claridad que rodea todas las cosas y altera
tanto la sonoridad como la nitidez del mensaje semántico. Las voces de Pedro
Páramo –que se llamaba Los murmullos en su primera versión– se oyen tan
distantes como se ven de nebulosas, lejanas, las figuras de Tamayo. “Tamayo
ha descubierto la vieja fórmula de la consagración”, dice Paz, otro consagra-
dor. Se pierde el tacto de las cosas. Todo queda embalsamado en un aire
onírico que, sin embargo, es tan patente e intenso como la propia realidad. No
se trata de escamotearla sino de darla como es, envuelta y lejana, más posible
que verificable.
Sumando unas y otras expresiones de la cultura de la resistencia en las
áreas menos susceptibles de modernización refleja, encontramos un lugar
general donde se emparentan, fuertemente vinculado con las relaciones de
producción y con el subdesarrollo subsiguiente: reconocemos ahí sociedades
de tipo mítico, o cuya aproximación a lo real es simpatética y perceptual,
según la explicación de Cassirer, y también capaz de partir de premisas irra-
cionales para llegar a una lectura simbólica a través de procesos lógicos.
Vivir en una sociedad mítica no lleva necesariamente, sin embargo a
crear mitos, sino a permear una determinada vivencia cultural que puede ha-
cerse perceptible por muchas formas. Por ejemplo, ¿el arte de uno de los
dibujantes mayores de América, José Luis Cuevas, no está acaso recortando
una parcela de dolor y enfocándola en un discurso circular y recurrente como
el de Farabeuf de Salvador Elizondo, sin que ninguno de los dos se interese
por organizar ese material dramático vis a vis de un finalismo o una conclusión
ética? ¿El itinerario de Elizondo, que adopta a ratos las descripciones porme-
norizadas del objetivismo europeo, no se autodestruye en esa repetición irra-
cional que prefiere, antes que avanzar, quedarse golpeando las puertas del
misterio? ¿Y no ocurre esto porque, bajo su aparente desenfado, se enreda
emocionalmente con pánicos cuyo sentido no logra desentrañar?
Pero también la cultura de la resistencia parte de grupos latinoamerica-
nos que se sitúan lejos de la visión mítica y abrazan el progreso y el pragma-
tismo. Cuando las contradicciones dentro de tales grupos son demasiado fla-
grantes, como pasa en Caracas o San Juan de Puerto Rico, la cultura de la
resistencia tiende a agravar dichas contradicciones, como serían los arcaís-
mos tan frecuentes en la plástica puertorriqueña, o la actividad exorcizadora
de Mario Abreu, en Caracas. Cuando una sociedad como la rioplatense queda
calcada en la impersonalidad de la modernización refleja, la resistencia reviste
la forma desafiante y rabiosa de individualismos a ultranza: enroscados sobre
si mismos, complacidos oscuramente en la derrota, inventores de la insatis-
facción y la nostalgia que encarnan en protagonistas fugitivos, fracasados,
mutilados. Dos grandes del sur, el escritor Juan Carlos Onetti y el pintor Her-
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La mala palabra 1
Las niñas buenas no pueden decir esas cosas; las señoras elegantes,
tampoco, ni las otras. No pueden decir ni esas cosas ni las otras, porque no
hay posibilidad de acceso a lo positivo sin su opuesto, el negativo revelador y
revelado. Tampoco las otras mujeres, las no tan señoras, pueden proferir aque-
llas palabras catalogadas de malas. Las grandes, las gordas: las palabrotas.
Esas tan sabrosas al paladar, que llenan la boca. Palabrotas. Las que nos
descargan de todo el horror contenido en un cerebro a punto ya de reventar.
Hay palabras catárticas, momentos de decir que deberían ser inalienables y
nos fueron alienados desde siempre. Durante la infancia, las madres o los
padres –por qué echarle la culpa siempre a las mujeres– nos lavaron a mu-
chas de nosotras la boca con agua y jabón cuando decíamos alguna de esas
llamadas palabrotas, las “malas” palabras. Cuando proferíamos nuestra ver-
dad. Después vinieron tiempos mejores, pero esas interjecciones y esos ape-
lativos nada cariñosos quedaron para siempre disueltos en la detergente bur-
buja del jabón que limpia hasta las manchas de familia. Limpiar, purificar la
palabra, la mejor forma de sujeción posible. Ya lo sabían en la Edad Media, y
así se siguió practicando en las zonas más oscuras de Bretaña, en Francia,
hasta hace pocos años. A las brujas –y somos todas brujas hoy– se les lava la
boca con sal roja para purificarlas. Canjeando un orificio por otro, como diría
Margo Glantz, la boca era y sigue siendo el hueco más amenazador del cuer-
po femenino: puede eventualmente decir lo que no debe ser dicho, revelar el
oscuro deseo, desencadenar las diferencias amenazadoras que subvierten el
cómodo esquema del discurso falocéntrico, el muy paternalista. Y del dicho al
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habernos expuesto. Por habernos ellos lamido, por habernos ellos expuesto,
ellos. Y nosotras sin siquiera derramar una lágrima, sin permitirnos nuestro
gesto más íntimo: la autodisolución de nuestra propia máscara gracias al pro-
hibido llanto que abre surcos para empezar de nuevo.
Nuestra máscara es ahora el texto, el mismo que nosotras mismas, las
mujeres, las dueñas de la textualidad y la textura, podemos –si queremos–
disolver, y si no, no. Reconstruirlo, modificarlo, haciendo propias aquellas pa-
labras que para otras eran malas –malas en nuestras bocas, claro está– y con
aquello con que se nos estigmatizaba armarnos como siempre las corazas.
Entre dos tapas. Espejarnos en el libro, en el texto, la otra cara del cuerpo
femenino, aunque no tenga nada de aparentemente femenino, aunque des-
pierte el dudoso cumplido que todas probablemente hemos escuchado alguna
vez.
“iPero qué excelente novela (o cuento, o poema); parece escrito por un
hombre!
En un tiempo, quizá llegamos a sentirnos halagadas por tamaño despro-
pósito. Ahora sabemos. Parece, pero no es. Porque lo que más hemos apren-
dido últimamente es a leer, a leer y a descifrar según nuestras propias claves.
Hace tanto, ya, que venimos lentamente escribiendo, cada vez con más
furia, con más autorreconocimiento. Mujeres en la dura tarea de construir con
un material signado por el otro. Construir no partiendo de la nada, que sería
más fácil, sino transgrediendo las barreras de censura, rompiendo los cánones
en busca de esa voz propia contra la cual nada pueden ni el jabón ni la sal
gema, ni el miedo a la castración, ni el llanto.
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IV. El Posmoderno es amable. Nada parece más fácil que amar su dispo-
sición a aceptarlo todo, a pasar por alto las diferencias en nombre del respeto
a las diferencias, a valorar lo distinto en nombre del relativismo. Pero el respe-
to a las diferencias (sociales, ideológicas, políticas) y el relativismo cultural
son conquistas modernas. El Moderno sabe lo que han costado y lo que segui-
rán costando. Sabe que el relativismo cultural es un problema (cuando piensa
en el Islam, en la condena a Salman Rushdie, en el velo obligatorio que cubre
la cara de las chicas árabes en las escuelas de Occidente; y en el racismo
occidental que tiene una larga historia de la cual el Moderno debe también
avergonzarse). El Moderno se debate y no siempre resuelve la tensión entre
sus valores, que incluyen el relativismo, y la comprobación de que el relativis-
mo no alcanza para encarar las cuestiones centrales abiertas por la diversidad
de creencias que informan prácticas opuestas al propio relativismo y al mo-
derno principio de igualdad. Allí tiene un problema y, por lo que venimos vi-
viendo, no siempre lo ha considerado bien.
Al Moderno todo no le da lo mismo. Por eso, en cuestiones políticas,
morales o estéticas, puede ser cínico: sabe que existe un cuerpo de valores y
elige, en un solo movimiento, separarse de ese cuerpo. Este puede ser un
gesto de vanguardia, un gesto revolucionario, una insurrección contra el pasa-
do, un acto destructivo o crítico. El cinismo es una denuncia de la moralidad
(también estética) de la burguesía. Implica colocarse dentro y fuera al mismo
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1 Sacado de http://desgenerandoelgenero.blogspot.cl/
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CHILE
La instrucción de la mujer 1
Retrocedamos en la historia de la humanidad buscando la silueta de la
mujer, en las diferentes edades de la Tierra. La encontraremos más humillada
y más envilecida, mientras más nos internemos en la antigüedad. Su engran-
decimiento lleva la misma marcha de la civilización; mientras la luz del progre-
so irradia más poderosa sobre nuestro globo; ella, la agobiada, va irguiéndose
más y más.
Y, es que a medida que la luz se hace en las inteligencias, se va compren-
diendo su misión y su valor y hoy ya no es la esclava de ayer sino la compañe-
ra, la igual. Para su humillación primitiva, ha conquistado ya lo bastante, pero
aún le queda mucho que explorar para entonar un canto de victoria.
Si en la vida social ocupa un puesto que le corresponde, no es lo mismo
en la intelectual aunque muchos se empeñen en asegurar que ya ha obtenido
bastante; su figura en ella, si no es nula, es sí demasiado pálida.
Se ha dicho que la mujer no necesita sino de una mediana instrucción; y
es que aún hay quienes ven en ella, al ser capaz sólo de gobernar el hogar.
1 Todos los ensayos sacados de Mistral, Gabriela. La tierra tiene la actitud de una mujer.
RIL Editores, 2001. Selección y Prólogo de Pedro Pablo Zegers.
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Educación popular
Para ser perdonada de las torpezas de esta conversación –porque es eso
y no una conferencia–, me bastará decirles que es la primera vez que accedo
a hablar en público. Hay pecados de sentimiento, y este es uno de ellos. La
razón presenta con fría desnudez nuestra incapacidad, pero la ola cálida del
sentimiento arrastra. Ya lo dijo Teresa de Ávila: “De la abundancia del cora-
zón habla la boca”. Yo vengo a hablar por amor, antes que por ciencia, de la
Enseñanza Popular y quiero dar a Uds. no un seco cuadro estadístico, sino la
emoción de este problema.
No pretendo hacer cátedra ni creo traer cosas nuevas a esta conversa-
ción. Las viejas verdades pedagógicas son como las del Evangelio: todos las
conocemos, pero deben ser agitadas de cuando en cuando, para que exalten
los ánimos como el flamear de las banderas y para renovar su generoso her-
vor dentro de nosotros. Verdades conocidas pero aletargadas, son verdades
muertas, fardo inerte. Los maestros hemos de ser en los pueblos los renova-
dores del fervor, respecto de ellas. No tenemos derecho, a pesar de las indife-
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rencias que conocemos y de las incomprensiones que nos han herido, a dejar
verdades que se enmohezcan en los demás. Somos los que hacemos su guar-
dia a través de los tiempos. Si no tenemos la elocuencia, tengamos la buena
voluntad, ese oro de los pobres, con el cual puede hacerse tanto en el mundo!
La Sociedad de Instrucción Popular abre unos cursos nocturnos de muje-
res, y esto es de una inmensa significación para nuestra ciudad. Se trata de la
primera escuela de tal índole que habrá en provincias. Es una honra para el
grupo de mujeres que busca más amplitud de horizontes y muy principalmente
para la institución que recoge la voz de los humildes y no mide la magnitud del
esfuerzo, por medir la magnitud del servicio.
Una ordenanza de instrucción primaria obligatoria ensayada por algunos
municipios consigue ya llevar a las escuelas públicas a todas las niñas del
pueblo. Se está labrando con esto, como un bloque de oro, el futuro de Chile,
un hermoso futuro; se está asegurando la cultura de las masas de mañana;
pero la inmensa cantidad de mujeres que no recibieron los beneficios de la
obligación escolar, queda al margen de esta era nueva. El Estado, al no abrir
para ellas clases nocturnas, las declara tácticamente condenadas a no incor-
porarse jamás en las actividades humanas más nobles. Es una fatalidad mons-
truosa. En cambio, las escuelas nocturnas de hombres están desparramadas a
lo largo de todo el país. Esta vez como siempre, se cae en el absurdo de
levantar el nivel de un solo sexo. Reformas parciales de tal índole no pueden
conseguir la renovación de todo un ambiente, no mudan el alma nacional.
Las mujeres formamos un hemisferio humano. Toda ley, todo movimien-
to de libertad o de cultura, nos ha dejado por largo tiempo en la sombra.
Siempre hemos llegado al festín del progreso, no como el invitado reacio que
tarda en acudir, sino como el camarada vergonzante al que se invita con atra-
so y al que luego se disimula en el banquete por necio rubor. Más sabia en su
inconsciencia, la naturaleza pone su luz sobe los dos flancos del planeta. Y es
ley infecunda toda ley encaminada a transformar pueblos y que no toma en
cuenta a las mujeres. No se crea que estoy haciendo una profesión de fe
feminista. Pienso que la mujer aprende para ser más mujer. El perfecciona-
miento de una especie la afina sin hacerla degenerar, cuando es bien dirigido.
Así las rosas de los invernaderos son, por su delicadeza insigne, más rosas
que las del campo. La mujer culta debe ser, tiene que ser, por lo tanto, más
madre que la ignorante. A la fuerza del instinto suma la fuerza enorme del
espíritu; agrandar su alma para el amor de los suyos, adquiere armas nuevas
para defenderlo de la vida; ella enciende su lámpara para alumbrar por el
camino, más que el propio paso, el de los seres de su carne. Y si la instrucción
femenina no para en esta flor de perfección, será, incuestionablemente, que
fue mal dada o mal recibida. Si en vez de dar sencillez, da petulancia es que
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la canción impura que va un ebrio entonando por la calle desgarra para siem-
pre la pureza de vuestro niño pequeño. En cada zarza que quebramos, en
cada charco que cubrimos, defendemos nuestra carne, limpiamos nuestro aire.
El corazón purificado de la mujer más humilde es como el balcón florido que
derrama su aroma sobre el viento y va hacia todos.
He hablado especialmente de mujeres del pueblo; nuestra matrícula tiene
también varias de la clase media. La asistencia común a una escuela como la
asistencia común a un templo de gentes de distinta condición no degrada a
nadie, porque la escuela es la negación de las castas si es cristiana de verdad
y si educa mujeres de una república de verdad también.
Quiero agregar unas palabras sobre un prejuicio muy esparcido acerca
de la instrucción de la mujer pobre. Hay la creencia de que la cultura siquiera
mediana no hace otra cosa que crearle pretensiones y hacerla una especie de
mico, por la imitación grotesca de las clases altas.
Pero, ¿acaso no existe en la clase media esta misma imitación infantil
respecto de la aristocracia y no existe aún entre los diversos grupos de la
misma aristocracia entre sí?
Todo es susceptible de transformación de las costumbres como la natu-
raleza. La fiebre de imitación ha comprendido hasta hoy sólo las modas. La
mujer del pueblo imita grotescamente, es cierto, los figurines de la dama; pero
está en los mismos vicios el camino hacia la virtud, para el ojo sutil del obser-
vador. No se ha dicho a la mujer del pueblo en qué consiste la verdadera
superioridad que suelen tener las clases altas.
El valor de la mujer aristócrata sobre la del pueblo cuando ésta no es de
un tipo de selección, consiste en el concepto más elevado que aquélla tiene de
la educación de los hijos, en la visión más alta que suele poseer de la vida, en
la comprensión que una cultura sutil le ha dado de la belleza artística, en la
suavidad de maneras, en la disciplina de las pasiones.
Y no se crea que estoy dando juicios absolutos sobre la mujer de socie-
dad; tomo un tipo superior de su clase, digo lo que suele ser lo que debiera ser.
Quizás de entre las mujeres que acuden a nuestra escuela, mujeres ya
formadas con hábitos y prejuicios fuertes, muy pocas realicen la transforma-
ción espiritual que he pintado tal vez con exageración. ¡No importa! Yo no soy
una optimista ni creo que sólo un optimismo febril sea capaz de sostener a los
que luchamos. Cuando echo mi grano no pienso en un trigal inmenso que se
levantará del polvo; pienso solamente que mi grano dará una espiga rubia.
¿Para qué pedir más? Que mis hermanos obtengan otras y tendremos pronto
una gavilla.
La prisa es pura soberbia. Empezamos con una escuela de tres cursos y
una matrícula de 40 alumnas, bien poco para un colegio común, harto, dema-
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siado para un ensayo como el que hacemos. La impaciencia recata casi todas
las empresas al nacer una orgullosa impaciencia que quiere iniciar la obra en
la mañana y sonreír a un monumento al caer la tarde. Y toda la obra humana
tiene la gestación de la perla, la pequeña y milagrosa perla se forma con dolor
y lentitud, el dolor del esfuerzo, el dolor de la incomprensión y el de la falta de
elementos, siempre el dolor, y con la lentitud de la rosa que se abre pétalo a
pétalo. Si la flor tuviera esta ansia nuestra de llegar al éxito en un solo día, la
desalentara la pereza con que crecen sus yemas, renunciaría a abrirse y los
hombres no gozaríamos cada septiembre de una maravillosa primavera.
Dije por allí que ensayaríamos. Otro pecado nuestro es el de pretender
cosas definitivas al primer soplo de esfuerzo. Hay que vivir los programas,
suprimir, agregar constantemente, poner la humildad del ensayo en cada plan,
pedir y aceptar las luces de todos los que pueden darlas y no conceder a nada
valor definitivo, porque la naturaleza misma, obra de Dios, se rectifica en
todos sus organismos al aunarlos y, conservadora del conjunto, lima los deta-
lles con una ansia viva de perfección que le viene también de su divino dueño.
La enseñanza en esta escuela será absolutamente práctica. No vamos a
robar a la obrera el descanso de sus noches para darles en cursos intermina-
bles, quintaesencias de conocimientos. Una escuela nocturna no puede darse
el lujo de formar cultura profunda, científica ni literaria. Se desnaturaliza si
amplía demasiado su programa e invade el terreno de la enseñanza diurna.
Hay hoy en Chile una poderosa corriente pedagógica que pide con una
justificada angustia que se transforme en institutos prácticamente la mayoría
de nuestros colegios y converjan hacia este vértice único los estudios de índo-
le utilitaria. Hemos cometido el inmenso error de hacer de los estudios litera-
rios el centro de toda la enseñanza. Tales estudios son lujo para especialistas
y los programas de enseñanza, como las leyes de un país deben consultar las
necesidades de las mayorías. La masa de un pueblo necesita capacitar, en
breve tiempo, a sus hombres y a sus mujeres para la lucha por la vida. Hemos
tenido la monstruosidad de enseñar durante 50 años los mismos programas
con sólo variantes pequeñas. Durante este período de tiempo, enorme en
relación con los progresos febriles de la época, se han dictado leyes que han
cambiado la faz espiritual de la nación; han nacido nuevas ciudades y se han
transformado las antiguas, y la enseñanza, que debe iniciar las renovaciones,
se ha quedado tras de todas ellas. No es que hayan faltado grandes maestros,
ni que la instrucción haya sido insuficiente; nuestros educadores son gloria
americana y la instrucción dada ha sido tal vez excesiva; fue el rumbo el
erróneo; no ha mirado nuestra educación a las realidades de su tiempo, ha
pecado de libresca. No podemos decir que de idealista; la erudición, el recar-
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El voto femenino
La Cámara francesa ha negado el voto a las mujeres. Y el señor de
Kirillis, uno de los dirigentes de la propaganda de derechas, que tiene la formi-
dable habilidad del “affiche” electoral, ha lanzado el número 200, aprovechan-
do el motivo: un grupo de madres obreras con cara de derrota que van vo-
ceando la iniquidad de las izquierdas…
Es necesario sacar el asunto del plano del sentimiento interesado en el
que, de ambos lados, se le estropea con falsedades. Ni las derechas han sido
siempre feministas, sino que lo son ahora, a la desesperada, ni las izquierdas
han sido sinceras en su campaneada adhesión al sufragio femenino… En la
hora oportuna ambas usan de esta banderola en su provecho.
El voto femenino es cosa para discutir en lenguaje de derecho. En siste-
ma de sufragio universal o restringido, desde que la Revolución que llaman
grande, clavó con picota rotunda el principio de representación popular, quedó
por entendido que el voto correspondía… al género humano. Discutir sobre la
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Como se comprende, la razón del celo feminista del señor Mussolini y del
general Primo de Rivera, es muy otra que la de Jaurés o que la de M. Blum.
Resulta bastante difícil entender que un general, que además es español, o sea
dueño de la cifra más alta de tradicionalismo, tenga pasión por la causa femi-
nista, que lleva la marca de sus enemigos naturales…
El señor Mussolini fue socialista y socialista de combate en el periodis-
mo. Puede ser que del socialismo le haya quedado esto, aunque cuesta creer-
lo en un marino que tiró todo el resto por borda. Es mucho más sencillo enten-
der que él como el español han concedido el voto a las mujeres por verlas
“menos plagadas del liberalismo que hay que ahorcar”, según frase de un
diario fascista. Las mujeres, se ha dicho, no han tenido nunca el fetiche de la
libertad y coincidirán con nosotros en que la única política que a cualquier país
importa, es la económica. El voto de las “amas de casa”, será siempre para el
que gobierna dando buena moneda y buen yantar.
Yo tengo que celebrar con honradez, y aunque no pongo a ningún fascis-
mo gesto cariñoso, el acierto de sensatez y el buen atisbo de moralidad política
que contiene la forma de representación femenina adoptada en España. Se ha
liberado a María de Maeztu, a Doña Blanca de los Ríos y a sus compañeros,
de la cosa sucia que es una batalla de urnas, con peroraciones en la plaza o el
choclón y búsqueda mercenaria de electoras. Sólo que se ha buscado cumplir
con el feminismo en dosis infinitesimal, de una química bastante maliciosa.
Una María de Maeztu, representa en grande a su gremio, pero entidad tan
vasta como la de maestras no se sacia de justicia con una sola diputada,
aunque traiga estas cualidades. Yo lo celebro como una insinuación del verda-
dero régimen gremial, que ha de venir, para ordenación de las actividades
nacionales, en España y en América.
El señor Mussolini mismo resucitando, aunque sea con mano zurda, la
representación gremial, nos sirve y nos acicatea a caminar un poquito a poco
hacia el régimen absoluto restaurado integralmente.
Por las mismas razones que estos dos patrones políticos han tenido para
dar el voto sin lucha –y, en España, creo yo, hasta sin la voluntad de las
agraciadas…– las izquierdas francesas lo han negado. Ellas temen este par-
tido formidable de “amas de casa”, esta duplicación de electores hecha con
elemento ni jacobino ni comunista. Piensan que, a lo más, les llegarían a las
urnas algunas liberales de un liberalismo de agua de melisa, y no del alcohol
combista. Los comunistas han sabido ser más consecuentes y, con riesgo y
todo, votaron según sus programas.
El acontecimiento de Italia y España tiene mucha importancia para la
América nuestra. Es posible que México repita el pánico y la resolución de la
Cámara francesa; es probable que el Uruguay haga cosa parecida. Pero a los
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demás países se les ve no sé qué aire de concedernos el voto, sin gran presión,
por defensa de ese hipotético comunismo que tanto temen.
Es, pues, la hora de nuestras feministas. El fruto de mi leyenda anti-
feminista, tan gratuita como la de feminista que en Cuba me hicieron, a mi
paso, por pura buena voluntad.
Según las bravas feministas que me han zarandeado por desear yo “una
división del trabajo a base de sexos”, yo soy una señora medioeval que nunca
ha trabajado, que en su pereza hace sistemas de estética y traiciona a las
obreras escribiendo contra sus intereses más vitales. Según otra que me pre-
sentó una vez, en cierto país, con un horrible discurso, yo sería una estupenda
líder de barricada. Según el señor Marius André (Q.E.P.D.), a mi llegada a
París, esta vez, yo venía de excitar a las masas comunistas contra el clero.
Todo ello escrito en el buen francés de Marius André y publicado en la Revue
de L’Amerique Latine.
Yo no creo, sin embargo haber dado apoyo a mi leyenda feminista. no he
escrito nunca elogio de este partido aún cuando dentro de él quiero y estimo a
muchas dirigentes. En cuanto a mis conferencias anticlericales de Santiago
de Chile, eso pertenece a la buena información que de nosotros se tiene en
Europa… Mi noble amigo Ventura García Calderón tomó demasiado en serio
mi defensa en la revista francesa y sacrificó por ella la codirección que allí
tenía y que valían muchísimo más que un insensato chisme ultramarino.
El derecho femenino al voto me ha parecido siempre cosa naturalísima.
Pero, yo distingo entre derecho y sabiduría; y entre “natural” y “sensato”.
Hay derechos que no me importa ejercitar, porque me dejarían tan pobre
como antes. Yo no creo en el Parlamento de las mujeres, porque tampoco
creo en el de los hombres. Cuando en ese Chile Nuevo que me encontré a mi
regreso y en el que tuve el gusto de no creer, se hablaba de la nueva Consti-
tución, yo acogí con mucha simpatía, aunque poco o nada entiendo de ello, la
proposición que hicieron dos maestros convencionales de un parlamento a
base de gremios. No se trataba, naturalmente, de los gremios oficiales del
señor Mussolini en los cuales los representantes son elegidos a medias por el
Gobierno y a medias por los gremios oficiales, sino de cosa parecida a la
representación medieval de Florencia en que el gremio no manipulado por el
oficialismo, elegía libremente.
La proposición de mis amigos no fue tomada en cuenta ni durante dos
minutos. Los seudo-convencionales, por otra parte, no iban a discutir, sino a
aceptar cosas decididas. En esos días, y como se hubiese hablado de esta idea
presentándola como creación bolchevique, yo dije, en una charla de la Escue-
la Nocturna que sostiene una sociedad de arquitectos, lo poco que sabía de la
organización de los gremios en la Edad Media. Es la única ocasión en que he
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dejado caer alguna palabra sobre temas electorales que no son míos y que no
busco arrebatarles a los hombres ni a las feministas mismas.
De semejante Parlamento sí me importaría seguir los trabajos y hasta
ayudarlos en una gacetilla, sin tentación de acabar en diputada, ni siquiera en
concejala. Yo oiría con gusto a una delgada de las costureras, de las maestras
primarias, de cada una de las obreras de calzado o de tejidos, hablar de lo suyo
en legítimo, presentando en carne viva lo que es su oficio. Pero me guardaría
bien de dar mi tiempo a la líder sin oficio, que representa al vacío como el
diputado actual, y en cuya fraseología vaga, no se caza presa alguna de con-
cepto ni interés definido.
La corporación confusa de hoy en que nadie representa a nadie no me
interesará aún cuando contenga la mitad de mujeres. Dudo de que resulte una
novedad medular ni una renovación de las entrañas nacionales bajo este régi-
men en que el agricultor habla de escuelas y en que el abogado se siente con
ínfulas para juzgar al Universo…
Que se me perdonen en este articulejo, las alusiones personales. Lo apro-
vecho para contestar algunas ingenuidades dañinas y también algunas maja-
derías que sobre mi fobia feminista he dejado correr durante dos años en
paciencia silencio.
París, mayo de 1928.
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un siglo más una Europa ribeteada por la franja del mestizaje. Esta orla de
americanidad legítima bien que nos sirve por la vecindad del altiplano y del
trópico: un pueblo de piel blanco-cromo según la desean algunos conturbaría
un poco la hermandad del Pacífico y nuestro destino natural está indicado por
esa agua misteriosa.
El producto salido de los metales contrastados que se ha dicho recalcan
en la mujer ciertos rasgos del semblante que los viajeros han alabado en pági-
nas ya clásicas. Hay una mirada ardiente que, como el fuego, se aplica por
igual a lo grande y lo pequeño que la rodea, porque todo constituye material de
vida para el vital; y suele haber una voz que sube y baja de la dulzura a la
vehemencia, regresando siempre a la dulzura. Hay un hábito de servir y siem-
pre servir a los otros con la rapidez del pestañeo y dentro de un calor de
caridad paulina. Alegría la hay en las clases hartas, pero en la mujer del pue-
blo domina cierta pesadumbre oriental. (La belleza mucho depende de la sa-
lud y la dicha embellece tanto como aquélla). Sin embargo, la lengua popular
está salpicada de los cominos y las pimientas del burlador andaluz y del soca-
rrón criollo.
Las corrientes futuristas que recorren el mundo ya trabajan a las ciuda-
des mayores y están aplicando a los muros románicos de la vieja costumbre
unos grandes golpes de catapulta. La conmoción del planeta repercute tam-
bién en la Eva chilena, la remece y la muda en los centros urbanos. Su famoso
temperamentalismo la vuelve más sensible que la barra de mercurio al clima
calenturiento de la post-guerra. Así y todo, persiste en la provincia el terco
metal del carácter y la vida clásica y allí se defienden a la manera de nuestras
placas subterráneas, sin gesticulación, con un silencio severo que es resisten-
cia también.
1946.
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Inciertos horizontes
En variadísimos tonos se comenta estos días en nuestro ambiente chileno
la inminencia del sufragio femenino. ¿Influirá? ¿Sí o nó? ¿Para bien o para
mal? Temen unos que el recato femenil sea mancillado inútilmente en la agria
turbamulta de las asambleas políticas; otros que su adhesión a los dictados del
confesionario determinen una especie de vuelta al período colonial, y, por
último, vaticinan no pocos que las esperanzas cifradas en su intervención
cívica son del todo desacordes con la naturaleza de la mujer.
¡Horizontes inciertos, entre cuyas brumas ansiamos inútilmente avizorar
claridades! No sabemos profetizar. Debemos resignarnos tan solo a auscultar
esta realidad que nos rodea. Pedirle a ella la clave. Y ella nos conforta. Que
las gracias y virtudes de la mujer se prostituirían en la educación superior y en
el trabajo extradoméstico lo vocearon todos cuantos los resistían en el siglo
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mente una bandera partidaria de cualquier color o aún, lo que hoy es lo más
grave, los pasos de un gobierno. El interés de la mitad de un pueblo es de
mayor importancia y permanencia, que la inmediata cercanía del poder. Ne-
cesitan las agrupaciones cierta independencia para emitir sus juicios y sus
críticas; de esta única manera se hacen respetar y establecen el principio de
que la ayuda gubernamental debe existir gratuitamente, sin necesidad de com-
prarla con tributos palaciegos o inadmisibles claudicaciones. Basta meditar
cuán corto es, mirado a la distancia, el tiempo en que va el poder de una a
otras manos, o sea de una a otra política gubernamental. Si la acción impresa
al movimiento femenino está sujeta a tales cambios irá naturalmente a la
deriva hasta caer en cualquier momento en iniciativas equivocadas, como son
por ejemplo, a nuestro juicio, las leyes protectoras.
Por cierto que las fuerzas tradicionalistas que operan en la vida colectiva
buscan por todos los medios, sustraer el máximo de mujeres a una posición de
combatividad. Saben bien cómo ellas representan un rico aporte a las fuerzas
progresistas que habrán de demoler el reaccionarismo y las discriminaciones.
Por eso es que desde estos sectores se multiplican los llamados a los senti-
mientos, a la dignidad femenina, a la femineidad, a las virtudes hogareñas. Son
las mismas armas que en el siglo pasado se esgrimieron para denigrar, desfi-
gurar, y escupir a las valerosas inglesas que conquistaron para las mujeres del
mundo los primeros escalones en el camino de su liberación.
Sabemos cómo existe hoy en nuestro país una urgente necesidad de con-
glomerar el movimiento femenino, sobre una línea sincera y clara de acción.
La realización de esta tarea implica sin embargo, reconocer errores, enmen-
dar rumbos, abocarse al estudio reflexivo y asumir responsabilidades con va-
lentía y ánimo elevado.
Las mujeres no debemos olvidar que cada conquista en el movimiento
femenino ha sido lograda a través de una lucha sostenida. Este mero recuerdo
debería darnos mayor prestancia y seguridad; este convencimiento debería
ser nuestra mejor defensa contra las tendencias que buscan confundirnos
para restarnos al proceso democrático general.
Mil problemas urgentes nos aguardan, problemas que reclaman una ac-
ción mancomunada de todos los grupos femeninos, y que de realizarse con
amplitud y sinceridad, repercutiría hondamente en nuestra vida colectiva.
Empecemos por las tareas más inmediatas. Pero empecemos ya y sin temor.
“Kaiser Wilson –decían los letreros de las feministas norteamericanas en ple-
na guerra de Estados Unidos contra Alemania en 1917– Ud. no puede salir a
defender la libertad al exterior si ella no existe en su país”. Hay una perenne
enseñanza en las actitudes asumidas por las mujeres en sus luchas, en nuestro
país, como en otras tierras y en otras generaciones. Sepamos aprovecharla.
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res, sino que el discurso autoritario también proviene de las clases medias,
incluyendo profesionales e intelectuales, de las clases proletarias y campesi-
nas. En realidad, de la totalidad de la sociedad.
En todos estos sectores, que “estaban” por el cambio social, las ideolo-
gías parecían bifurcarse en dos planos con absoluta naturalidad: la ideología
progresista, revolucionaria, aparece constituida en un ámbito político público,
totalmente ajeno al contexto de las relaciones y conductas sociales, cotidia-
nas, reales.
Por el contrario, la ideología tradicional, conservadora, proporcionaba un
modelo coherente a la situación real jerárquica, disciplinaria, constreñida, que
implicaba la vivencia de los roles femeninos al interior de la familia, para todas
las clases sociales. La ideología tradicional autoritaria, “inmovilista”, cautela-
dora del “orden”, se corresponde con una práctica concreta rígida y cerrada
al cambio.
No es del caso insistir en un retrato de la destrucción política, cultural y
social que nos han significado los últimos diez años. Por sus implicancias, me
gustaría rescatar las observaciones que a Alain Touraine le sugirió la coyuntu-
ra política chilena de los últimos meses: su opinión es que se está frente a una
situación de poder total frente a la cual no ha sido posible oponer un proyecto
político también total, debido esencialmente a la desaparición de los actores
sociales.
Este hecho se expresaba, a su juicio, en 3 circunstancias elementales.
- los muertos de las protestas son “víctimas” y no “mártires”.
- no se logra traducir el ruido de “cacerolas” en voz humana.
- presencia pública de un fascismo barato cuya base principal lo constitu-
yen mujeres junto a los militares y los niños.
Estos hechos, aunque no lo parezcan, están profundamente imbricados
con el “hacer política” atribuido a las mujeres: a ellas corresponde el apoyo, el
llanto por las víctimas de la guerra, la cautela del orden, la glorificación del
poder.
(Constituir “mártires” implica, ciertamente, haber generado héroes, es
decir, cara al autoritarismo, desafían el poder. Hacer héroes es afirmar una
contra legalidad y una contra cultura en cuyo valor ha de creerse por sobre
todas las cosas).
En cierto modo, se están generando en la conducta social chilena ciertas
pautas que tradicionalmente se identificaron con lo femenino. Esto es claro de
entender luego de un proceso sostenido de reducción a la sobrevivencia, de
atomización social, de velamiento de las relaciones político-sociales, de casti-
go y represión d todo atisbo de rebeldía: así como la imposición total de un
Estado patrimonialista que administra el Estado como se administra la casa:
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una sola vez determinando los fines y los medios adecuados a los válidos, e
incapaces de discernimiento.
En esta situación los partidos políticos que subsisten dificultosamente,
has perdido, en su mayoría, la relación esencial, directa, inmediata y “deriva-
da” de lo que eran tradicionalmente sus bases: aquellos a quienes representa
y articula en conciliación de intereses. La Derecha política abandona clases
medias altas y opta por una tecnocracia que también pierde luego de su fraca-
so. También ha perdido a las mujeres más activas (poder femenino) que pa-
san a constituir el núcleo de movilización de la Secretaría de la Mujer y CEMA,
que controla directamente –ideológica y materialmente– la Presidencia con-
yugal. El centro político (DC) abandona las clases medias y olvida su populis-
mo y cooperativismo. El PC, abandona la clase obrera, su base reconocida,
hoy disminuida y por debajo del 18% y se orienta hacia los sectores margina-
les y campesinos. El PS, dividido y reunificado pareciera buscar reconstituir
sus bases históricas: profesores, educadores, profesionales, funcionarios y
sectores “populares”.
Hay por todas partes una suerte de búsqueda de bases míticas, las cuales
parecen personificarse en dos categorías también míticas: los pobladores y las
mujeres.
Las mujeres, otra vez, aparecen como la gran base misteriosa y rediviva.
Históricamente, las posturas de izquierda disputan las bases femeninas al
tradicionalismo. Siempre la han perdido. Sin embargo, siempre confían en que
las condiciones materiales las vuelquen a mirar como “su salida” aquella ofre-
cida a la “familia proletaria”.
Pero, tradicionalmente, no hay más que eso. Las mujeres, aún las propias
mujeres populares no perciben, no entienden (mayoritariamente hablando) el
ofrecimiento político que les presenta la izquierda. Y es claro que así sea.
Donde se le ofrece subvertir el orden del capital y el trabajo, ella se sabe
“no trabajadora”; ella es “dueña de casa” o “compañera”.
No se reconoce a sí misma como “fuerza productiva” y cuando sabe –
con gran dificultad puesto que no ha sido verbalizado culturalmente – que es
por el contrario, fuerza reproductiva de la fuerza de trabajo, sabe también que
éste es un problema no-principal, de resolución derivada de los cambios de la
estructura social.
Sabe que nunca podrá “tomar el poder”, bocado de obreros y campesi-
nos; (más aún si se le dice ser “poseedora” del “otro poder” del poder de la
casa; del poder del afecto; del chantaje emocional (reina, ángel o demonio del
hogar), por naturaleza biológica, por el placer de ser apropiada y sometida.
Por estar instituida en lo privado, aborrece de lo público.
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2 “La política del feminismo en Chile”, Julieta Kirkwood, Documento de Trabajo Nº 183,
FLACSO-Santiago, 1983.
3 Se ha usado el concepto de negación según fue formulado por Luckacs, como superación
de la condición alienada. Ver “Historia y Conciencia de clases, George Luckacs, Grijalbo,
México, 1981.
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2 Monique Wittig citada por Judith Butler, “Variaciones sobre sexo y género” en Teoría
Feminista y Teoría Crítica (Valencia: Edicions Alfons el Magnánim, 1990) 202.
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4 Kaplan y Coward citadas por Teresa De Lauretis, “La esencia del triángulo o tomarse en
serio el riesgo del esencialismo” en Debate Feminista 2 (México, 1990) 83.
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6 Sonia Montecino en Madres y Huachos; alegorías del mestizaje chileno (Santiago: Cuarto
Propio, 1991) 30.
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7 Hernán Vidal, ed., “Crítica literaria feminista y derechos humanos” en Cultural and
Historical Grounding for Hispanic and Luso-Brazilian Feminist Literary Criticism
(Minneapolis: Institute for the Study of Ideology and Literature, 1989) 259.
8 Frederic Jameson, Introduction en “Postmodermism; Center and Perihery”, SAQ 3
(Duke University Press, 1993) 420.
9 “Jean Franco, un retrato”, Revista de Crítica Cultural 11 (Santiago de Chile, 1995) 20.
10 Lucía Guerra, la Mujer fragmentada; historia de un signo (Santiago: Cuarto Propio,
1995) 31.
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cación de una presimbolicidad del cuerpo como zona anterior al corte lingüís-
tico y a la legislación paterna del signo, han llevado a muchas feministas a re-
esencializar el yo de la mujer bajo el sello mítico de una fusión originaria con la
madre. Es cierto que lo pulsional-semiótico conforma un estrato de la subjeti-
vidad que los procesos de formación cultural tienden a reprimir o excluir. Ese
estrato corporal debe ser liberado y potenciado como fuerza subversivamente
contraria a la hegemonía totalizante del logos masculino que opone la razón al
deseo, el concepto a la materia. Pero habría que desbloquear ese estrato
pulsional sin recaer en la fantasía primigenia de un cuerpo anterior al verbo y
a la representación ya que dicha imagen de un cuerpo pre-cultural corta el
sujeto de toda posibilidad de rearticular discursivamente y de transformar
críticamente los signos hablados por las instituciones de la cultura. Julia Kris-
teva había formulado la tesis de una experiencia del lenguaje en la que los dos
bordes que orillan el habla –el borde inferior (femenino) de lo psicosomático y
el borde superior (masculino) de lo lógico-conceptual– no son bordes rígida-
mente opuestos sino fronteras que se mueven interdialécticamente. La escri-
tura surgiría precisamente de esa contradicción móvil entre pulsión y concep-
to, flujo y segmentación, que adapta formas construidas según la experiencia
del lenguaje que decide realizar el sujeto. Si bien la mujer establece una rela-
ción privilegiada con lo somático-pulsional, con aquellos flujos indisciplinados
que escapan al control normativo de la ley simbólica por estar ella situada en
la frontera de la cultura donde más se vulnera ese control y esa sujeción, la
valencia crítica de la relación entre mujer y transgresión no está garantizada a
priori: ella nace de una dinámica de los signos orientadas hacia la ruptura de
las significaciones fonológicas que puede ser compartida por autores mascu-
linos si su práctica del discurso busca también fisurar el modelo del concepto.
Una postura como ésta rechaza la coincidencia natural entre determinante
biológica (ser mujer) e identidad cultural (escribir como mujer) para explorar
las brechas descalces de representación que se producen entre la experiencia
del género (lo femenino) y su puesta en escena enunciativa a través de recur-
sos políticamente significantes: es la elaboración crítica de esta no coinci-
dencia la que permite convertir lo femenino en la metáfora activa de “una
teoría sobre la marginalidad, la subversión, la disidencia”12 que supere la de-
terminante naturalista de la condición “hombre” o “mujer” y se piense como
nexo a construir entre subjetividad minoritaria (lo femenino como borde
sexuado de la representación hegemónica) y políticas del signo (lo femenino
como articulador y potenciador de varias formas de transgresión de identi-
dad).
12 Julia Kristeva citada por Toril Moi en Teoría literaria feminista. Madrid: Cátedra, 1988)
171.
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15 Kemy Oyarzún, “Genero y etnia; acerca del dialogismo en América Latina” en Revista
Chilena de Literatura 41 (Santiago, 1992) 36.
16 Oyarzún, op. Cit., 35.
17 Jean Franco, “Invadir el espacio publico, transformar el espacio privado” en Debate
Feminista 8 (México, 1993) 273.
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18 Enrico Mario Santi, “El sexo de la escritura” en Debate Feminista 5 (México, 1994) 196.
19 Umberto Eco, Lector in Fabula. Barcelona: Lumen, 1981) 82.
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Su cuerpo, ese cuerpo que dirige la mano corporal que tiene, la mano
mistraliana para escribir que le duele todo y entre los dolores constantes, ama
como sólo puede amar (siguiendo la lógica de la “dominación masculina” como
diría Bourdieu), repito, como sólo puede amar por escrito un hombre a una
mujer: “soy arrebatado, recuérdalo, y colérico”, escribe el hombre en ella.
Escribe el hombre en una de sus cartas de amor.
Gabriela Mistral, hace ya más de cincuenta años transitó un circuito radi-
cal, el circuito del cuerpo o de los cuerpos o de la historia del dolor. Y la del
goce. Vio un dolor inexcusable y su otra (la última) Doris Dana, compartía
similar manera de hablar de la mujer: les duele todo. Sus órganos. Pero Mis-
tral se fugaba de sí misma y por el angosto túnel de su salida (de sí misma)
ingresaba a jugar consigo misma, a jugar como hombre. Pero encima, sobre-
volando el juego y la fuga, estaba ese cuerpo que no dejaba de enfermarse de
todo. Acoto: las mujeres nos enfermamos de todo. Me enfermé dice la ado-
lescente, ya me enfermé. Siempre.
Mistral hace ya más de cincuenta años escribió con una claridad sor-
prendente, en el mismo suelo de Judith Butler, la permanencia, la fuga y la
errancia como estrategias. Escribió esa fuga y esa errancia con una intensi-
dad lúdica pero con una necesaria densidad dramática. Porque desde la fuga
y la errancia escribió el dolor permanente o la permanencia del dolor.
Las cartas de Mistral son especialmente una pieza teórica, un dispositivo
privilegiado para pensar los últimos dos mil o tres mil años del cuerpo de las
mujeres. Los mil años que ya pronto llegarán. Las escenas del goce y del
dolor. Ese cuerpo que no deja de doler (que sangra durante gran parte de su
vida) o no ha dejado de doler a lo largo de la historia o en la historia. Que
continuará doliendo. Sin embargo, el punto es escuchar aquel dolor que nos
parezca más próximo y más político. Este es el centro conceptual que preten-
do inscribir en este trabajo, lo repito: tenemos que escuchar el dolor que nos
parezca más próximo y más político. Establecer una política para escuchar el
dolor y la enfermedad. Pero también una política del goce, me refiero a los
territorios del dolor y del goce.
O examinar ese espacio y el momento en donde los conceptos y las
prácticas metropolitanas se encarnaron en los cuerpos locales, ese circuito
histórico-poético en que las múltiples periferias y sus contexto aledaños tejie-
ron un relato que impuso una ficción en medio del programa duro de la domi-
nación más terca que tanto conocemos.
Hacer historia.
Elena Caffarena nació en 1903, esa misma Caffarena que a principios de
los años veinte fundó la Asociación de Mujeres Universitarias y ella fue la que
430
América del Sur
Hace 80 años.
Sí, 80 ya, cuando esas mujeres escribían desde distintos puntos del país.
Mujeres trabajadoras, las proletarias pensadas por Rancière en Francia, cla-
ro. Pero estas proletarias nuestras, las locales chilenas que querían emanci-
parse, también hablaban en algunas líneas de sus cartas formales, de sus
enfermedades, porque al igual que Mistral habían pasado pésimos inviernos
porque les dolía todo. Les dolía y les dolía su salud, su mala salud, su cuerpo
chileno y provinciano que tenían casi un siglo atrás. Escribían sus dolores pero
también su deseo imperioso de participar en el circuito emancipatorio del fe-
minismo memchista que las iba a llevar a un espacio donde el dolor que les
provocaba su cuerpo iba a cesar (es una hipótesis) por la emancipación de la
mujer chilena, pero no de todas, sino la específica emancipación de ese grupo
de mujeres chilenas proletarias que querían abandonar el dolor de los cuerpos
obreros que tenían 3. Por eso escribían políticamente tanto el goce de la eman-
cipación como la tragedia de sus dolores, simultáneamente, cuerpos que se
fugaban de su condición y en el túnel muy, pero muy angosto que les permitía
su huída, jugaban a terminar con el desastre de un salario imperdonable. El
imperdonable salario femenino, un salario insensiblemente menoscabado, pero
creían (utópicamente) que podía ser interceptado de manera política por la
emancipación, una emancipación que pensaba la igualdad desde la más rotun-
da desigualdad.
Elena Caffarena formó el MEMCH. Como feminista ¿Qué consiguie-
ron? Algunas cosas. En 1940 las bases para un concurso público para Conta-
dores de Impuestos Internos tenían como requisito haber hecho el servicio
militar o estar inscrito en los registros respectivos. El MEMCH protestó. Cam-
biaron entonces las bases. Pero, lo que en realidad cambió fue “esa” base,
cambio “un” concurso. Sin embargo, siguiendo a Rancière, esa intervención
“interrumpió el tiempo normal de la dominación”, porque “esos “momentos”
no son solamente instantes efímeros de interrupción de un flujo temporal que
luego vuelve a normalizarse. Son también mutaciones efectivas del paisaje de
3 Va foto en el original. Se ha omitido por formato de esta publicación.
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base en las ideas de Simone de Beauvoir, quien planteó que la mujer se cons-
truye desde lo masculino, transformándose en lo inesencial frente a lo esen-
cial, en lo Otro frente a lo Uno, y que, tal como lo expresa la pensadora en El
Segundo Sexo: “No se nace mujer: llega uno a serlo”.2 Beauvoir y otras auto-
ras están ciertas de la universalidad de este fenómeno, pues él estaría inserto
en la estructura patriarcal que ha primado en la mayoría de las sociedades
existentes.
Ahora bien, si estamos de acuerdo con esos argumentos sólo deberíamos
contentarnos con aplicarlos a nuestra situación y describir entonces cómo la
mujer chilena se convierte en una alteridad subordinada y situarla dentro del
sistema patriarcal dominante desde donde emanan las definiciones de lo fe-
menino.
Sin embargo, una mirada más profunda e inquisidora sobre la realidad,
una reflexión que se cuestiona a sí misma —como lo es el intento feminista de
abordar el conocimiento—, percibe que existe gran complejidad al enfrentar
cualquiera indagación sobre la identidad en nuestro país (que forma parte de
una identidad mayor: la latinoamericana). No sólo porque el tema ha sido
poco, o casi nada, estudiado, sino porque atravesamos por una crisis en los
paradigmas de pensamiento que nos obliga a realizar un esfuerzo por “pensar-
nos” desde espacios propios, a no ser “pensados” por categorías ajenas. Aun
cuando el tema de la mujer es relativamente “nuevo” y emerge, en nuestro
país, en una situación de desgarro social, se torna preciso, por las mismas
circunstancias, proponer una pista para elucidar sus contornos peculiares.
La aventura que proponemos en este artículo es caminar por un sendero
recién trazado, que no es más que el intento por establecer un posible punto de
partida, un conjunto de supuestos que aporten a la cuestión de la identidad
específica de la mujer en nuestro territorio. Insistimos en lo inacabado de
estas conjeturas; nuestro anhelo sólo es urdir una trama que constituya, dis-
cursiva y provisoriamente, los fragmentos restallantes del ser-mujer chilena.
2 Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo (Buenos Aires: Siglo Veinte 1972), p. 13.
3 Cf. Pedro Morandé, Ritual y Palabra (Lima: Centro Andino de Historia, 1980).
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4 Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe (Barcelona: Seix Barral,
1982) pp. 63-64.
5 Julia Kristeva, Historias de Amor (México: Siglo XXI, 1987) p. 227.
6 Van Keseel, El Lucero del Desierto, 1987, p. 190.
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7 Para Pedro Morandé “María se vincula al origen de la humanidad, del pueblo. Más
concretamente, en el caso que analizamos, ella es la madre de los chilenos, esto es, origen
del sentido de la nacionalidad. En otras palabras, si ser chileno tiene algún sentido de
identidad especial, esto es obra, según la conciencia popular, de María”. “Algunas
Reflexiones sobre la Conciencia en la Religiosidad Popular”, Celam 29, 1977, p. 175.
8 Jorge Guzmán, Diferencias Latinoamericanas (Santiago: Ediciones del Centro de Estudios
Humanísticos de la Universidad de Chile, 1984) p. 62.
9 Luce Irigaray El Cuerpo a Cuerpo con la Madre (Barcelona: Lasal, Ediciones de les
Dones, 1985).
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11 Sobre esta relación de las mujeres chilenas con la religiosidad puede verse el texto de
Josefina Puga “La Religiosidad de la Mujer en el Gran Santiago, (Santiago: Centro
Belarmino, Departamento de Investigaciones Sociológicas, 1975); y para conocer el
acercamiento a la vida religiosa de las mujeres latinoamericanas el libro de Elsa Tamez
Teólogos de la Liberación hablan sobre la mujer (San José: DEI, 1986.)
12 Así parece entenderlo también Van Keseel al analizar el desarrollo de la devoción a la
Virgen de la Tirana. Por su lado, Pedro Morandé dirá “… la condición necesaria para que
la conciencia religiosa se exprese también racionalmente como conciencia histórica y, en
este sentido, como conciencia no fetichizada, es que la acentuación unilateral del carácter
maternal de María sea superado por un culto mariano cristocéntrico que acentúe también
el carácter esponsal de María…” “Algunas Reflexiones sobre la Conciencia en la
Religiosidad Popular”, Celam 29, 1977, p. 189.
13 Estos discursos son casi una treintena de historias de vida que realizamos junto a
Mariluz Dussel y Angélica Willson, para la investigación “Modelo Mariano y
Constitución de la Identidad Femenina Chilena” del Centro de Estudios de la Mujer,
cuyos resultados están publicados en el libro Mundo de Mujer: continuidad y cambio,
(Santiago: Ediciones CEM, 1988)
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
Algunas Preguntas
Si la presencia del modelo histórico de identidad mariano se encarna en
algunos discursos de vida y en algunas prácticas, es preciso preguntarse, en-
tonces, por una serie de axiomas o releerlos desde esta realidad. Por ejemplo
¿cómo se realiza el patriarcado y la subordinación de la mujer en nuestra
cultura? ¿cómo se estructura la Ley del Pater en nuestro territorio?
¿cuál es el eje dominante que funda la alteridad? Las respuestas a estas
primeras interrogantes arrojarían, sin duda, otras inquisiciones que pondrían
en cuestión los paradigmas con que comúnmente nos hemos pensado y ayu-
darían a levantar el perfil de la identidad de la mujer en el Chile de hoy.
La aproximación que presentamos sugiere, apenas, una brecha que de-
berá ampliarse investigando y reflexionando sobre la especificación de nues-
tra historia y nuestra cultura, incorporando la óptica femenina a ese devenir.
La cuestión de nuestra identidad toca no sólo al movimiento de mujeres sino
que interpela a todo movimiento liberador. Saber lo que somos realmente —y
no los mitos que creamos desde lo ilustrado de nuestro hacer— para poder
proyectarnos y poseer, por fin, una identidad de destino es una tarea urgente.
Desde la mujer, tal vez, podamos iluminar lo vago que aparece el sí mismo
nacional y alumbrar los proyectos de cambio en nuestra actual coyuntura.
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Ensayo de cierre
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2 Tomo este término de Walter Mignolo. Considero de interés recordar la distinción que
establece Walter Mignolo entre los distintos tipos de ensayo: en primer lugar, el ensayo
“hermenéutico”, que se origina con Montaigne —centrado en la experiencia de un sujeto
universal, que se piensa como representativo de la condición humana toda—. En segundo
término, el ensayo “epistemológico”, apoyado en un sujeto del saber —la línea abierta—
por Bacon, Locke, Berkeley, más ligada al tratado filosófico. Y por fin, el ensayo
“ideológico”, centrado en un sujeto que asume francamente una postura de crítica de las
costumbres, que tiene como uno de sus más grandes representantes a Voltaire, y ha sido
en su opinión el que demostró un particular desarrollo en América Latina. Mignolo
afirma también que el ensayo presenta mayor afinidad con los marcos discursivos de la
prosa expositivo-argumentativa que con los que corresponden al tipo descriptivo-
narrativo. (Véase Mignolo, 1984: 53, también Mignolo, 1986).
3 La tan útil distinción entre filiación y afiliación proviene de Edward Said (1984), quien
recupera en toda su vitalidad las ideas de Lukács, en cuanto ve en el ensayo una de las
más altas y logradas manifestaciones de la crítica, que permite establecer una distancia
entre la conciencia y ese mundo respecto del cual para otros sólo ha habido “conformidad
y pertenencia”. La crítica, dice Said, “siempre está situada, es escéptica, secular,
reflexivamente abierta a sus fallas y errores”.
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John Berger. Por otra parte, la aproximación entre discurso filosófico y dis-
curso ensayístico, propiciada por zonas en común, tales como un creciente
interés por cuestiones éticas, se manifiesta de manera magistral en autores
como el gran ensayista hispano-mexicano Tomás Segovia. Son también lla-
mativos los cruces que se evidencian también en la exploración de cuestiones
límite entre literatura, plástica, música.
-Escribir y editar. En nuestros días se reabre también el libro de ensa-
yo. Hace ya muchos siglos Montaigne declaraba “vamos de la mano mi libro
y yo”, y hacía del libro un espacio íntimo a la vez que público, un cuadro y una
ventana, una posibilidad de llevar a cabo el retrato de sí y el retrato del mundo,
un escenario para la representación de la experiencia así como para la toma
de distancia necesaria para explicarla. Han pasado los años y el ensayo se
inserta en el mundo social y editorial, de tal modo que hoy se vive como nunca
antes una apertura no sólo de la instancia del autor sino también del libro: la
creciente atención prestada a la relación entre texto y contexto, pero también
entre el momento de escribir un ensayo y editar un ensayo, así como la posi-
bilidad de rastrear la relación entre el texto y los procesos de lectura. Por mi
parte, a la luz de autores como Borges, por ejemplo, me he llegado a preguntar
hasta qué punto un ensayo no resulta ser la escritura de una lectura o la
lectura de muchas escrituras.
-Ensayo y espacio público. El ensayo formaba parte de un espacio
público de discusión consolidado y era escenario de una experiencia intelec-
tual y estética compartida. El espacio de la literatura se producía en un conti-
nuo que tenía incluso que ver con ámbitos como las bibliotecas públicas y
privadas, las librerías y casas editoriales, e incluso con otros espacios cultura-
les en apariencia tan alejados como el museo o la sala de conciertos. Había
formas de debate y divulgación funcionales para el momento, que actualmen-
te van quedando desmanteladas. Hoy se asiste a un repliegue de esos espa-
cios y de los ritmos de lectura y de escucha que los acompañaban, a la vez
que una expansión de otros territorios: nuevas formas de articulación de lo
privado y lo público, como se evidencia en la expansión de los espacios virtua-
les, glocales, donde lo social se vive como individual y la experiencia privada
se vive como parte de una red indeterminada.
-Texto cerrado y fenómeno abierto. A todos estos casos podemos aña-
dir otros fenómenos sorprendentes, como la creciente alteración de conven-
ciones referenciales tradicionales. El ensayo no puede sustraerse, por ejem-
plo, al problema de la imagen, de tal modo que las propias cuestiones de
écfrasis que se suscitaban hace algunos años en los más sofisticados ejem-
plos de asomo del ensayo a la forma artística y crítica de arte, deben ahora
también reabrirse, en vistas además al surgimiento de nuevos fenómenos de
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das a partir del formalismo para entender la obra literaria, a saber, opacidad-
transparencia, monumento-documento, intransitividad-transitividad, descrip-
ción-inscripción, deban enfrentar como nunca antes impensados y más altos
desafíos.
-Ensayo y lenguaje. Por fin, si ya desde hace muchos siglos, en el mo-
mento de su consolidación genérica, el ensayo entró en diálogo con las len-
guas naturales mismas, y se puso así en evidencia que uno de los grandes
protagonistas del ensayo es el propio lenguaje, hoy no podía sino confirmarse
este fenómeno de una manera cada vez más pronunciada. El ensayo es una
experiencia de lenguaje y de participación en el sentido. Y si la lengua es —
como dice el ya citado Tomás Segovia— la institución social por excelencia,
comprenderemos hasta qué punto la creciente preocupación del ensayo por
abrirse a la experiencia del lenguaje nos podrá conducir a nuevos e impensa-
dos rumbos para un género en plena vitalidad, siempre preocupado por explo-
rar y ampliar los límites de lo visible, lo decible, lo inteligible.
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que el no menos metafórico lugar del origen, pero aun cuando este territorio
resulte íntimo y en apariencia necesario, se puede salir de él en busca de
nuevas experiencias, de nuevos modos de decir (y no sólo pienso en las len-
guas naturales, sino también en los lenguajes especializados que hoy manejan
las ciencias y la tecnología).
El diálogo prosigue en estos términos:
Me parece –dice Piglia– que se están formando nuevas cons-
telaciones y que son esas constelaciones lo que vemos desde
nuestro laboratorio cuando enfocamos el telescopio hacia la
noche estrellada. Entonces, ¿seguimos siendo latinoamerica-
nos? ¿Cómo ves ese asunto?
Responde Bolaño:
Sí, para nuestra desgracia, creo que seguimos siendo latinoa-
mericanos. Es probable, y esto lo digo con tristeza, que el
asumirse como latinoamericano obedezca a las mismas le-
yes que en la época de las guerras de independencia. Por un
lado es una opción claramente política y, por el otro, una op-
ción claramente económica.
Comenta Piglia:
Estoy de acuerdo en que definirse como latinoamericano (y
lo hacemos pocas veces, ¿no es verdad?; más bien estamos
ahí) supone antes que nada una opción política, una aspira-
ción de unidad que se ha tramado con la historia y todos vivi-
mos y también luchamos en esa tradición. Pero a la vez no-
sotros (y este plural es bien singular) tendemos, creo, a bo-
rrar las huellas y a no estar fijos en ningún lugar.
Transcribo estas palabras porque considero que dan cuenta de la preocu-
pación de muchos artistas e intelectuales ante los cambios que atraviesa el
quehacer literario en nuestra región: las transformaciones en los procesos
editoriales, la movilidad de los hombres de letras, las nuevas vías de diálogo y
publicación de ideas, las nuevas formas de reflexión sobre procesos que sólo
admiten hoy intuiciones lúcidas, fragmentadas, y que no asumen las viejas
formas de representatividad en temas y discursos. Más aún, como veremos,
las tradicionales constantes del discurso identitario se encuentran hoy someti-
das a revisión, cuando no puestas incluso en duda. Crisis también, anoto, de
las instituciones en las que se inscribe todo discurso.
Si volvemos al encuentro virtual arriba citado, descubriremos cómo, a
través de esta ruptura crítica, a la vez seria e irreverente, con el modelo
identitario y sus elementos canónicos, se pone en evidencia nada menos que
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elementos clave del ensayo, nos lleva a evocar a un grande del pensamiento,
el estudioso ruso Mijail Bajtin –cuyas propuestas críticas han sido y siguen
siendo fundamentales para América Latina–, quien asoció de manera fuerte
ética y estética.
Ensayo de identidad
A pesar de las crecientes posturas críticas en torno a la cuestión de la
identidad, muchos ensayistas regresan una y otra vez al tema, desde una
posición más flexible o escéptica. Hoy se habla de “narrar” o “imaginar” la
identidad antes que de buscarla.
Las nuevas realidades que vive de manera tan acelerada América Latina
—con la emergencia de nuevos movimientos, fuerzas sociales y estrategias
discursivas, tanto por parte de sectores rurales como urbanos, el replanteo de
la cuestión indígena, y el acelerado fenómeno de migración, en busca de tra-
bajo, esta vez de América Latina a Europa, Estados Unidos, Canadá, Austra-
lia, Asia— se han sumado a la propia crisis del discurso ensayístico de identi-
dad, que obedecía a un determinado modelo de nación y de región hoy rebasa-
do por las nuevas realidades y los nuevos imaginarios. Más aún, pocos han
advertido que el ensayo de identidad presenta en rigor una tensión de difícil
resolución: ¿cómo pasar de la identidad nacional a la regional? Y si bien es
posible seguir afirmando en muchos sentidos la existencia de la unidad de
América Latina, antropólogos como Darcy Ribeiro han demostrado que no se
trata de una América Latina, sino cuando menos de tres matrices culturales
diversas, que nos llevarían a hablar, como lo hace Renato Ortiz, de “Américas
Latinas”. Por otra parte, la propia situación económica y geopolítica de ese
conjunto llamado América Latina ha cambiado radicalmente a partir de que,
como dice Henri Favre, la decisión implícita de renegociar la deuda externa
de manera nacional y no continental, y de integrarse a los grandes bloques
económicos de manera también parcializada, estableció fronteras monetarias
que quebraron la voluntad de integración regional y el ideal bolivariano y mar-
tiano (1998).
De la identidad como imagen apoyada en la metonimia se pasó a la iden-
tidad como metáfora. La noción de identidad no coincide ya ni con la región ni
con la suma de entidades nacionales: se asocia con formaciones sociales lo-
cales, o con nuevas formas grupales, étnicas, genéricas, o aun profesionales
de solidaridad. Así, desde aquel libro tan movilizador que ha sido La jaula de la
melancolía, de Roger Bartra (1987), antropólogo mexicano profundamente
conocedor de las corrientes posmodernas, hasta las reflexiones de los escrito-
res citados en las primeras líneas de mi escrito, muchas cosas han cambiado.
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Antología Crítica • Tomo III • Época Contemporánea
Quiero recuperar aquí también esa tan productiva idea, arriba menciona-
da, del gran intelectual Edward Said, quien opone filiación a afiliación. “Filia-
ción” es todo aquello que nos es dado por nacimiento, desde nuestra perte-
nencia a un género hasta nuestra nacionalidad, grupo familiar, credo etc. “Afi-
liación”, en cambio, corresponde a aquello que elegimos y a los nuevos nexos
identitarios que un autor establece a partir de los propios textos: nuevas for-
mas de adscripción en cuanto intelectual, militante político, la asunción de una
patria adoptiva, etc. Pienso que este elemento es clave para comprender el
modo en que los intelectuales y ensayistas latinoamericanos han pensado su
inserción en el mundo.
No se debe olvidar, por otra parte, que el propio autorreconocimiento de
América Latina es relativamente reciente, ya que se debió verificar una am-
pliación de los límites y de las lenguas y culturas que la integran. Recordemos
que cuando Germán Arciniegas escribió “Nuestra América es un ensayo”,
todavía la concepción predominante era la de “Nuestra América” como “His-
panoamérica”. Poco a poco el concepto se expandió hasta abarcar no sólo el
Brasil, el Caribe, el Canadá francófono, y más recientemente aún incorporar
también el fenómeno de los hispanos en Estados Unidos y los exiliados lati-
noamericanos radicados en diversos países del mundo. Otro tanto ha sucedi-
do al viejo modelo de la “patria criolla” que paulatinamente debió abrir com-
puertas a los procesos de mestizaje y al reconocimiento de la tradición indíge-
na, la herencia africana y la inmigración asiática y europea, en un proceso que
aún no concluye. Después de esa ampliación de horizontes y de la fractura
idiomática que significó la adopción del inglés, el francés, el sueco y otras
tantas lenguas en los latinoamericanos radicados por razones económicas o
políticas en otros países, las bases del discurso identitario deben ser revisadas
y repensadas de manera más dinámica y plástica.
Si bien en nuestros días es clara la crisis del concepto de identidad en la
ensayística latinoamericana, quiero concluir esta sección con la mención del
libro Ariel y Arisbe: evolución y evaluación del concepto de América La-
tina en el siglo XX, del matemático y ensayista colombiano Fernando Zala-
mea (2000), quien retoma la discusión en torno a la identidad en América
Latina y propone superar esta vuelta que considera provinciana a lo local y lo
inmediato en nuestra crisis de fin de siglo y, tras recuperar tanto la mejor
tradición “universalista” latinoamericana con los lúcidos conceptos de Pedro
Henríquez Ureña, Ángel Rama o Rafael Gutiérrez Girardot y sus propuestas
de utopía, transculturación literaria y síntesis, plantea que, si bien se deben
revisar críticamente los viejos enfoques esencialistas de la identidad, de raíz
kantiana, no por ello se debe dejar de aspirar a un concepto sintético y relacio-
nal de la misma, amparado en las nociones de complejidad, redes relacionales,
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El ensayo y la crítica
El ensayo de crítica tiene, además de las figuras señeras de Alfonso
Reyes, Pedro Henríquez Ureña o Ezequiel Martínez Estrada, tres grandes
pilares más cercanos a nosotros en el tiempo, muchísimos otros grandes re-
presentantes. Pienso por ejemplo en Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar y
Antonio Candido, quienes ofrecieron algunas de las categorías más ricas para
entender nuestro proceso intelectual. Rama acuñó el concepto de “ciudad
letrada”, Cornejo Polar propuso el de “heterogeneidad” y Cándido el de “sis-
tema literario”. Estos críticos aclimataron en los terrenos de la crítica literaria
acercamientos de cuño antropológico, sociológico, político, como es el caso
del empleo del concepto de “transculturación” acuñado por Gilberto Freyre
por parte de Rama –precedido a su vez por Picón Salas— o de “subdesarro-
llo” por parte de Candido.
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Son muchísimos más los críticos que en nuestros días han continuado con
propuestas, si no tan abarcadoras, no menos aportativas, y que se reflejan en
grandes proyectos literarios, editoriales, institucionales (Beatriz Sarlo, Margo
Glantz, Silvia Molloy, Mabel Moraña, Rosalba Campra, Margit Frenk, Irlemar
Chiampi, o Antonio Alatorre, Martin Lienhard, Walter Mignolo, Noé Jitrik,
Julio Ortega, Roberto Fernández Retamar, Roberto Schwarz y tantos otros
grandes críticos).
Pero además de estas formas de crítica que podríamos denominar “diur-
nas”, se encuentra un nuevo paisaje integrado por formas “nocturnas”, “de-
moníacas”, “de ruptura”, que adoptan en muchos casos estrategias discursi-
vas e interpretativas ligadas a críticos como Barthes, Blanchot, Deleuze, La-
can, Derrida, y tienen por función explorar zonas de frontera, lenguajes de
punta, y enfatizar el carácter escritural del ensayo y su vivir entre libros. Tal
es el caso del ensayista argentino Eduardo Grüner, quien en la obra que lleva
el sintomático título de Un género culpable, dedicada a la práctica del ensa-
yo, dice que “el ensayo (literario) es esto: identificar un lugar fallido, localizar
un error” (1996: 14), y añade: “Inútil decir que la idea no es nueva: la hemos
leído, desde ya, en Blanchot: todo escritor está atado a un error con el cual
tiene un vínculo particular de intimidad. Todo arte se origina en un defecto
excepcional, toda obra es la puesta en escena de esa falta”. Y concluye: “El
ensayo, pues: su diferencia con la ‘ciencia literaria’ es que no se propone, al
menos a priori, restituir ningún origen —ni el Autor, ni el Código, ni el Senti-
do— ni tampoco anticipar ningún Destino, sino constituirse como testimonio
de ese acontecimiento por medio de la escritura. Un ensayo es la escritura de
la lectura de ese error, de ese ‘acto fallido’” (16-17). Vuelvo a mencionar aquí
un ensayo reciente del narrador argentino César Aira, quien en el homenaje a
Moby Dick ya citado hace de la figura del monstruo el detonante de su re-
flexión sobre la literatura.
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Mestizajes y sincretismos
Los ensayos viven hoy en el ámbito editorial y académico, como viven
también en las revistas, en diversas secciones culturales y de opinión de los
periódicos, en el artículo o la página editorial, y viajan vía papel o vía internet.
Se han mestizado con la prosa poética, la narrativa, el teatro, el discurso filo-
sófico y el de las ciencias sociales en cuanto ofrecen la perspectiva del autor
sobre el mundo. El discurso crítico, tan propio de nuestra época, reviste tam-
bién en la mayoría de los casos la forma del ensayo. No debemos de ninguna
manera confundirlo con la escritura obediente a los dictados del mercado o los
medios de comunicación, ni aun con las formas más sutiles de las demandas
editoriales. Sin embargo, el desafío es cada vez más fuerte, el mundo de la
comunicación de masas se expande y entra en nuestros hogares, y dentro de
él deben muchas veces encontrar los autores su libertad.
Insisto en que fenómenos en apariencia tan poco “literarios” como la
emergencia de un nuevo concepto de trabajo, apoyado en la formación indivi-
dual y en la negociación individual de la fuerza de trabajo, de carácter tempo-
ral y precario (ya que el repliegue del Estado benefactor y de las empresas
públicas conduce a los individuos a un continuo “venderse” al mercado, como
se muestra en La caverna de Saramago), insisto, fenómenos en apariencia
tan lejanos del mundo de la literatura, están de todos modos estrechamente
ligados a ella. No menos decisivos son los nuevos fenómenos de edición,
circulación, promoción del libro, o los nuevos fenómenos semióticos a que
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Ensayo y sociedad
En cuanto a los ensayos ligados a las ciencias sociales y dedicados desde
ellas a pensar de manera abarcadora nuestra región, aunque capaces de con-
fluir con la mejor tradición del ensayo latinoamericano, tomo como ejemplo el
texto “América Latina: de la modernidad incompleta a la modernidad-mun-
do”, del ya citado Renato Ortiz, profesor del Departamento de Ciencias So-
ciales de la Universidad Estadual de Campinas. En un texto espléndido, que
fuera seleccionado por la revista venezolana Nueva Sociedad y que yo mis-
ma encontré vía internet, presentado bajo todas las reglas de este tipo de
discurso (resumen, palabras clave, citas bibliográficas), hace un aporte inter-
pretativo de gran valor sobre la historia de América Latina y su difícil e incom-
pleto proceso de modernización, así como de la crisis del modelo que identifi-
có proyectos nacionales y proyectos modernizadores.
En la línea de la gran ensayística latinoamericana, Ortiz hace una pro-
puesta de periodización de nuestra historia cultural a partir de ciertos momen-
tos nodales que permiten desde su perspectiva entender las dificultades de un
proceso de modernización incompleto que hoy confluye con el nuevo fenóme-
no de la globalización o integración a una modernidad– mundo que no permi-
tirá, de todas maneras, salvar los cuellos de botella de nuestra región, en la
medida que implica, en todo caso, un acceso equívoco a la libre competencia
y la pluralidad, a la que debería llamarse “jerarquizada”.
El ensayista hace también una propuesta de interpretación de nuestra
región, a la que denomina, como se mencionó más arriba, “Américas Latinas”
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6 Estas reflexiones nos remiten a su vez a las ideas centrales de un ensayo fundamental de
Roberto Schwarz. “Las ideas fuera de lugar” (1977).
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Las palabras finales, que para nuestra tristeza no cabe sino compartir,
dado además el desarrollo impecablemente racional de su análisis, son desga-
rradoras:
La globalización significa que la modernidad ya no se confina
a las fronteras nacionales, sino que se vuelve modernidad-
mundo. El vínculo entre nación y modernidad, por lo tanto, se
escindirá. En este caso, las múltiples modernidades ya no
serían sólo una versión historizada de una misma matriz, a
ellas se agrega una tendencia integradora que desterritoriali-
za ciertos ítems, para agruparlos en tanto unidades mundiali-
zadas. Las diferencias producidas nacionalmente están aho-
ra en parte atravesadas por un mismo proceso. Por ejemplo,
el surgimiento de identidades desterritorializadas (el universo
del consumo) que escapan a las fronteras impuestas por las
diferentes modernidades de cada lugar (12).
Nuestra presente situación se inscribe en un modo globalizado:
La autonomía que los Estados-nacionales latinoamericanos
tenían (o imaginaban tener) en la consolidación de sus desti-
nos colectivos ya no se sostiene más. Y eso sucede dentro de
un cuadro inquietante, pues la modernidad-mundo se estruc-
tura a partir de diferencias y de desigualdades. Solamente un
idealismo posmoderno puede imaginar la afirmación pura y
simple de la diferencia como sinónimo de pluralidad y de de-
mocracia [...], se llega al final del siglo XX sin que haya sido
posible revertir un cuadro de dominación ya establecido. La
afirmación de las diferencias debe, por lo tanto, ser califica-
da, pues en el contexto de un mundo globalizado hay orden y
jerarquía, y si algún pluralismo existe, deberíamos conside-
rarlo como un “pluralismo jerarquizado” (13).
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ras, símbolos, ya que su lectura nos remite una y otra vez, para una mejor
comprensión de su sentido, a su contexto social de producción. Pero por otra
parte, en cuanto poética del pensar, el ensayo conduce a la vez a un comple-
jo imaginario que con todos estos elementos reinterpretados construye un
mundo con su propia legalidad (una cierta forma de ver el mundo, una cierta
periodización, una cierta organización del espacio y la subjetividad, por ejem-
plo).
Se debate el ensayo –como dicen los versos de Martí– entre la patria
diurna y la noche; entre la sociedad estratificada y la voluntad de encontrar la
comunidad de sentido perdida; entre la inscripción, a través de una retórica,
un idiolecto y un particular uso de términos, en un campo específico (el inte-
lectual, el artístico, el profesional) y el interés por ser leído y entendido más
allá de las fronteras disciplinarias; entre la palabra para pocos y la palabra
para todos; entre la lengua privada y la lengua pública. Ernesto Sábato se
refirió a ello en Uno y el universo: yo y nosotros, lo particular y lo universal.
Pero también tensión entre transparencia y opacidad, esto es, entre un texto
que nos ofrece su representación del mundo y un texto que nos invita a obser-
var su propio universo con su propia legalidad, ya que el ensayo es un tipo de
texto que apunta a la vez al mundo interpretado y a la mirada que interpreta
ese mundo. Como dijo Lukács a la manera kantiana, el ensayo es un enlace
entre lo particular y lo universal.
Si preocupante es nuestro futuro como región (¿estaremos condenados a
convertirnos en maquiladores y consumidores y a seguir expulsando o malba-
ratando nuestra inteligencia crítica?), no parece tan alarmante el futuro del
ensayo, dedicado siempre a entender la realidad, integrar nuevas síntesis, pro-
blematizar temas y tematizar problemas. Porque existe, ciertamente, un plus,
un desfase entre lo que sí alcanzó, aunque sea de manera incompleta, nuestro
proceso modernizador: aún hay educación, racionalidad, ideas, creatividad,
imaginación; aún hay lectores y ciudadanos; aún hay sentidores y entendedo-
res inquietos, sensibles, inclementes, críticos y autocríticos. Y a pesar de que
avancen estos complejos procesos desarticuladores, desterritorializadores, frag-
mentadores, que el boliviano Guillermo Mariaca Iturri denominó “nomadismos
posmodernos que lo desterritorializan todo sin cesar borrando las subordina-
ciones y desdibujando las desigualdades”, que nos obliguen a las soluciones
egoístas del sálvese quien pueda, trabaje quien pueda y coma quien pueda, y
al “nomadismo” existencial, América Latina se seguirá caracterizando por
dar al mundo su inteligencia y su vocación incluyente. Así, tal vez no esté
lejano el día en que el ensayo descubra, como una vez lo hizo una gran novela,
nuestro Macondo. ¿Es posible lograr esta meta planteada por Luis Cardoza y
Aragón, consistente en que logre radicalmente América Latina descolonizar
la imaginación?
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