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Todas las mañanas intento levantarme de la cama, a veces con dolores en la espalda o el pelo
enredado en la cara, a veces tengo frio para correr la frazada y tener que buscar mis ojotas
debajo de la cama. Escucho el auto de mi padre que sale del garaje para ir a trabajar y lo
saludo de mi ventana esperando volver a verlo cuando regrese de su larga jornada.
Voy a la cocina y pongo la pava para luego despertar a mi mamá y darle un beso por si mañana
me falta.
Hay días que mis emociones no tienen un manual de instrucciones que me informen que pieza
me falta o que tornillo no vino en mi caja, esos días todo es incómodo, todo me molesta y me
da rabia, son de esos días que hacen que me levante obligada solo a cumplir una rutina.
Pero hay días que todo gira mágicamente en mi entorno, me levanto y bailo frente al espejo,
me ducho y preparo mis tareas del día, entro por esa puerta y veo a mis compañeros con los
que tengo lazos familiares y otros con los que no cruzo una palabra en todo el año.
Todo un año viéndonos entrar por la misma puerta, todos los días con emociones nuevas, con
sueños nuevos, a veces enamorados y con el corazón roto tratando de ser una mejor versión
para no mostrarnos como lo que somos.
Somos pequeños mundos abstractos en este lugar que compartimos como nuestro segundo
hogar, con personas con las que creamos una familia, esa amiga o amigo que nos presta su
paciencia, su cariño, sus chistes y sus brazos por si algún día venimos con el corazón un poco
desarmado.
Tal vez si hoy comenzamos poniendo en práctica cosas simples como la paciencia, el carisma,
la empatía, el respeto y el amor no perderíamos tanto tiempo buscando los defectos de otros y
podríamos llegar a entender el arte abstracto de ser diferentes.
Benitez Zoe_