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Adriana Huerta
Trabajo desde hace 26 años en la Secretaría de Salud Pública, inicialmente como psiquiatra en un servicio de
salud mental de un hospital general y posteriormente como psiquiatra matricial / territorial en dos distritos de
la ciudad de Rosario, el Distrito Noroeste, posteriormente en el Distrito Sur. Actualmente coordino el Área
de Investigación de SSP. Hago esta breve reseña de mi historia laboral, porque lo que quiero compartir de mi
experiencia de trabajo en la red de salud municipal durante la pandemia, tiene que ver justamente con ese
doble atravesamiento, el que refiere a la salud mental y el que refiere a la práctica de investigación concebida
como esa práctica anclada en los escenarios reales del trabajo en salud y destinada a producir conocimientos
que operen transformaciones en esos escenarios a la vez que transforman a los que realizan la práctica.
En los días tempranos de inicio de la pandemia y de la decisión del Aislamiento Social (lo que conocemos
como cuarentena), desde la Dirección de Salud Mental se dispusieron rápidamente algunos dispositivos de
intervención orientados a la atención telefónica de trabajadores de salud que lo requirieran, un dispositivo
también a distancia de supervisión telefónica para compañeros de salud mental que, estando en los efectores
tuvieran que abordar pacientes y situaciones complejas también atravesados por este marco del aislamiento.
En esos días, yo venía conversando con distintos compañeros de trabajo y a la vez leyendo muchas
publicaciones que daban cuenta casi en tiempo real de las experiencias que se iban produciendo en países
europeos que estaban atravesando la pandemia, y en todos los casos se hacía un fuerte énfasis en una doble
dimensión de la pandemia, , la conocida por todos, vinculada al contagio exponencial del virus y la menos
promocionada o como me gusta decir, la trastienda de la pandemia, la problemática de salud mental que
iba acompañando ese proceso de irrupción masiva de algo del orden de lo traumático en el nivel
poblacional.
El armado de semejante representación es lo que trazó las coordenadas para lo que anticipamos que podría
empezar a suceder en los territorios, con las poblaciones más vulneradas y también en los trabajadores de
salud, que tenían que abordar esas poblaciones.
Esta anticipación, también hay que resaltarlo, tuvo que ver con un conocimiento previo de lo que venía
ocurriendo en los barrios más empobrecidos y en los equipos de salud que trabajan en territorio. En otras
palabras, la situación de la PANDEMIA sólo opera develando, haciendo visible algo que ya estaba allí antes
de la pandemia.
Esta configuración dio lugar a algunas paradojas: en el nivel de la población de los sectores vulnerados en un
sentido, decir que, parafraseando a Carrillo, que en comparación con las balas y los homicidios, el
coronavirus es una pobre causa… y cómo tal no llegó en muchos barrios a encender los niveles de alarma y
pánico que se vio en las clases medias. Pero sí, en otros tantos casos, se exacerbó esta representación del otro
como amenaza, del otro como enemigo lo que dio lugar a situaciones de escraches, intentos de exclusión de
aquellas personas que eran consideradas “CASOS SOSPECHOSOS” (no pierdan de vista aquí el significante
sospechoso, inscripto en tramas barriales afectadas por la posibilidad de la muerte a la vuelta de la
esquina…)
Otra vertiente muy problemática que empezó a observarse en la población es que aun aquellos vecinos de los
barrios pobres que tenían síntomas potencialmente compatibles con COVID, dejaban de consultar por temor
a ser internados en situación de aislamiento. Ustedes saben que en lo que hace a los protocolos de actuación
ante los casos de COVID, cuando se trata de casos leves – esto es la gran mayoría de los casos- si esas
personas cuentan con condiciones y posibilidades de aislamiento en su vivienda podían entonces volver a sus
domicilios a cumplir con el aislamiento. Pero en UN CS, si un paciente consultaba con síntomas y era
sospechoso o diagnosticado con COVID y no tenía condiciones adecuadas en su vivienda (por ej. eran cinco
durmiendo en una misma habitación), entonces era automáticamente trasladado a un efector de aislamiento.
Este hecho fue impactando a nivel poblacional y traduciéndose en una caída de las consultas a los efectores y
fue /es objeto actual de intervención de los equipos de primer nivel, que requirieron desplegar conductas
activas de visitas domiciliarias.
La Atención Primaria tiene una larga historia en esta ciudad, una historia de 30 años. Efectivamente hace 30
años se creó en el ámbito de la secretaría de Salud Pública la Dirección de Atención Primaria de Salud,
ubicando toda una red de CS en los barrios periféricos de la ciudad, con equipos interdisciplinarios (médicos,
enfermeros, psicólogos, TS) que tienen población adscripta.
Detenerme en la historia de la Atención Primaria en Rosario sería motivo de otro video, así que voy a saltar
todo ese desarrollo para decir que buena parte de los equipos de APS venían transitando situaciones de
profundo desgaste, aún antes del inicio de la pandemia. Desgaste ligado a lo que perciben como carga
laboral excesiva, escaso acompañamiento de los segundos y terceros niveles de atención, percepción no solo
de falta de reconocimiento de los actores de gestión sino inclusive de mecanismos activos de culpabilización
de los equipos frente a los problemas que se van suscitando en los procesos de atención, y además el registro
de no tener chance de manifestar el cansancio o el sufrimiento, so pena de ser tildados de “falta de
compromiso” con el modelo. A esta enumeración de las causas de desgaste y malestar subjetivo hay que
agregar en equipos de diversos barrios, sobre todo en los últimos años, quizás en la última década, el temor
de estar en riesgo la propia vida (temor estrechamente atado a la existencia de bandas, la proliferación de
armas entre los vecinos y aun situaciones de balaceras que en casos extremos llevaron al cierre temporario de
Centros de Salud).
Sobre este piso de desgaste y de malestar irrumpe en los equipos, una nueva dimensión del malestar, ligada
al fuerte temor al contagio, y una dimensión diría de sufrimiento ético, por una situación nueva y dilemática:
que es que: esa práctica, ese oficio que ha conformado mi historia de identidad profesional, en la situación de
la pandemia es justamente lo que pone en riesgo mi vida. Esta condición pone en acto una especie de
encerrona, si me entrego al miedo al contagio (y me escapo, eludo atender pacientes, por ej,), pongo en
riesgo mi identidad laboral. SI desafío el miedo y me comprometo con el trabajo, pongo en riesgo mi vida y
la de mi familia.
Entonces, cómo salir de esa encerrona, y cómo salir “saludablemente” tiene que ver con las chances de
armado colectivo de un equipo. De hecho, en aquellos equipos que tenían lazos de cooperación y vínculos de
confianza fuertes, prepandemia, van atravesando la experiencia en mejores condiciones. En cambio aquellos
otros en los cuales los lazos solidarios estaban fragilizados, transitan con grados de malestar y tensión mucho
más altos, justamente por la imposibilidad de apoyarme en el otro. Confiar en el otro es lo que me permite
reconocer mi miedo y expresarlo, y si lo puedo reconocer en mí, voy a poder reconocerlo en el otro, mi
compañero, mi paciente. Ese reconocimiento es el primer paso para poder hacer algo con eso que me pasa.
Confiar en el otro es también saber que hay momentos en que puedo sentirme agotado y ese otro va a
reemplazarme y yo puedo reemplazar a eso otro cuando él se agote.
Confiar en EL OTRO es lo que me permite comprender que la experiencia de esta pandemia no es como
navegar en el Titanic y que es necesario que me cuide y cuidar al otro porque cuando esto pase, voy a
continuar trabajando con ellos (sean compañeros de trabajo o sean pacientes) y esa continuidad solo puede
ser saludable si no lesioné la ética de la convivencia en el tránsito de la pandemia.
Entonces, si de algo se trató mi experiencia de trabajo durante la pandemia, fue sostener la escucha con una
presencia activa, del sufrimiento de los equipos, fue el intercambio “cuerpo a cuerpo” justamente en un
momento donde el significante que ordenaba la vida social era distanciamiento y aislamiento. Y fue sostener
la Escucha y sostener intervenciones en las reuniones de equipo que apuntaran al fortalecimiento de un
colectivo de trabajo. Esa presencia en acto en los espacios de trabajo fue una herramienta clave en Atención
Primaria, donde, en la previa a la pandemia, justamente una de las formas del padecer está significado por la
soledad en el trabajo, la falta de reconocimiento