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Una tarde de domingo

Era uno de esos lindos días de primavera en que el sol no pica, pero nos
acaricia, nos acaricia delicadamente, como el viento, que sopla con dulzura y
casi con ternura. Encima, era un domingo. Las calles bullían de gente,[que
caminaba] caminando por las aceras, las plazas y los parques, caminando
[que caminaba sin cesar] sin cesar, como impulsado [impulsada] por un
anhelo desconocido, cruzando esas avenidas porteñas tan anchas, como las
nubes cruzan el cielo. Yo también me sentí arrastrado una y otra vez, pasando
por los puestos del mercado de la feria artesanal en la Plaza Francia,
deteniéndome sólo brevemente en el prado en el medio del parque, donde
un hombre con guitarra encantaba a los que buscaban un momento de
serenidad. Más tarde, cuando finalmente estaba delante del Museo Nacional
de Bellas Artes, que había sido mi [que era]destino, ya se me habían quitado
las ganas. Ya eran más de las seis de la tarde, y podría visitar el museo
cualquier otro día. La vida pulsante me atraía más que las silenciosas salas
llenas de cuadros y esculturas.

¡Y había tantas cosas por descubrir! Por ejemplo, ¿qué era ese gigantesco y
lúgubre edificio situado detrás del museo, con su masiva construcción y su
intimidante portal con pilares, que me recordó a los edificios del Tercer
Reich? ¿Por qué ese vacío, ese tenso silencio a su alrededor, y por qué había
soldados [que patrullaban] patrullando? ¿Y por qué esa enorme valla
metálica? Otras personas también parecían fascinadas y miraban el edificio
por encima de la valla, como si allí estuviera ocurriendo algo extraordinario.
También lo hizo el señor cerca de mí, un hombre mayor, bajito, de pelo
blanco y barba blanca. Tenía la cara de una persona decente, la cara de
alguien que respondería a mis preguntas y no me mandaría al carajo. Me
atreví a hablarle.

—Perdona, una pregunta. Ese edificio por allí, ¿es ...

—Es la facultad de derecho.


La respuesta llegó tan rápido que ni siquiera pude terminar mi pregunta. Me
miró con una especie de amabilidad reservada.

—Pero, ¿por qué está vallado de esta manera, qué está pasando?

—Ahí tendrá lugar el debate entre los dos candidatos a la presidencia.

—Ah, sí, ¡eso! ¡Claro !

La información me electrizó. Había llegado hace sólo una semana al país,


pero seguía la campaña electoral con gran interés. ¡Qué suerte que el azar me
hubiera llevado a este lugar!

—Pero no se puede entrar, ¿verdad?— le pregunté, —¿No se puede ver en


directo?—

—No, claro que no. Sólo unos invitados selectos y algunos periodistas. Es por
su seguridad.

—Y usted, ¿por qué está aquí?

—Vivo cerca— dijo, señalando los bloques de pisos al otro lado del parque —
y también soy periodista.

Puede que ya se haya retirado, pienso. Quizás no dejes de ser periodista,


igual que no dejes de ser escritor cuando llegues a la edad de jubilación.[al
igual que no dejas de ser escritor cuando llegas]

—¿Puedo preguntarle a quién piensa votar?— Formulé la pregunta con


cuidado porque sé que para algunos es un tema delicado. Pero mi
interlocutor no se mordió la lengua.

—Probablemente voy a votar en blanco. Con estos dos, es como elegir entre
Drácula y Frankenstein.

Dos monstruos, reflexioné, uno de ellos un chupasangre, pero el otro ... ¿qué
hace el otro? No lo sé.
—Es cierto, esta vez el país no tiene buenas opciones. Uno representa los
viejos poderes, los de siempre, el Kirchnerismo y todo eso—, asentí, orgulloso
de conocer al menos un poco de política argentina, —y el otro …—

—El otro es un loco—, afirmó con rotundidad.

Con lo poco que sabía, también tuve esa impresión. Dudaría en poner el
destino del país en manos de este personaje. Había algo extraño en él, y de
todos modos, no me fío de ningún tipo de populista[tipo populista? “tipo”
como sinónimo de hombre?]. Hacer promesas es más fácil que cumplirlas.
Estábamos de acuerdo, y eso me llevó a otra pregunta.

—¿Cree que hay esperanza para este país? ¿Qué cosas pueden mejorar?
¿Quizá no dentro de cinco o diez años, pero sí dentro de treinta o cuarenta?

—Este país lo tiene todo,— afirmó, —naturaleza, recursos minerales,


agricultura... Pero nos están robando y seguirán robándonos. Lo que este país
necesita es una revolución, quitárselo todo a los ladrones y empezar de cero.

—Pues … las revoluciones en Sudamérica no acabaron muy bien,— respondí


dubitativo, pensando en el desastre que habían creado algunos movimientos
revolucionarios en el continente.

Pero ahora era él quien tenía una pregunta para mí.

—¿De dónde viene?

—Soy de Alemania.

—¿De qué parte?

No estaba seguro de a qué se refería cuando hizo esa pregunta. Le expliqué


que vivo en el noroeste, pero que crecí en la parte este, en una época en que
esta parte era un país comunista. Añadí que, basándome en mi propia
experiencia, el socialismo como sociedad no funciona. Pero parecía haber
perdido el interés, o tenía otras cosas que hacer, y se volvió para marcharse.

—Un gusto—, se despidió.


—Un gusto—, hice eco [de sus palabras]. Todavía inseguro sobre las maneras
de hablar, había tomado la costumbre de imitar a los lugareños.

Yo también me marché. Me estaba enfriando, el calor de la tarde había sido


sustituido por el frío vespertino. Pasé junto a una puerta de la valla, todavía
no pasaba gran cosa. La policía estaba allí, unos cuantos periodistas y un par
de manifestantes, sosteniendo pancartas con lemas denunciando "la casta".
Había un tipo disfrazado de payaso. Aún era pronto, todo el mundo parecía
estar a la espera.

Por la noche, vi el debate en su totalidad en Internet. Ninguno de los


candidatos me convenció, ninguno me cayó bien. No despertaron ninguna
esperanza para el futuro del país. Aun así, es importante seguir este tipo de
eventos. Es importante prestar atención, y es importante plantear cara, de
eso no hay duda. Pero, ¡qué fácil es desesperarse ante el juego de los
poderes, sentirse indefenso e impotente! En cambio, para levantar el ánimo y
mantener la esperanza no hace falta mucho. Esto también me lo han
enseñado esta tarde. Solo hay que sentarse en un prado de un parque, donde
un hombre con guitarra canta canciones de alegría y pena, de amores y
desamores, de anhelo y decepción, y, sobre todo, de alegría de vivir y de
esperanza.

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