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5.ovidio, Metamorfosis Libro VII, VIII y IX Selección
5.ovidio, Metamorfosis Libro VII, VIII y IX Selección
Al punto, como
manan de una corteza de pino hendida las gotas de re- 660
sina, o como de la densa tierra el viscoso betún, o
como con la llegada del Favonio que sopla suavemen
te se ablanda con el sol el agua que se condensó por el
frío, así consumida por sus propias lágrimas Biblis, la
descendiente de Febo, se convierte en una fuente que
también ahora tiene en aquellos valles el nombre de su 665
dueña y mana bajo un negro acebo1143.
L ig d o y T eletusa 1144
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me la voz y aconseja con los dedos guardar silencio1153;
y estaban los sistros1154, y Osiris, nunca buscado sufi
cientemente1155, y la serpiente extranjera llena de vene
nos que producen el sueño1156. Entonces, a la que esta- 695
ba como fuera del sueño y que veía cosas muy cla
ras1157, le habló así la diosa: «Oh Teletusa, parte de las
mías, abandona tus pesadas cuitas y burla las órdenes
de tu marido; y no dudes, cuando Lucina te aligere de
tu carga con el parto, en criar lo que sea. Soy la diosa
de la ayuda y proporciono auxilio cuando he sido ro- 700
gada, y no te lamentarás de haber rendido culto a una
divinidad desagradecida.» La aconsejó y se alejó de la
habitación.
I fis e Iante
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de entonces se mantenían ocultas las mentiras inicia
das bajo un piadoso engaño: el atuendo era de niño, el
rostro de tal clase que, tanto si se lo atribuías a una
niña como a un niño, uno y otro eran hermosos. En
tretanto habías cumplido el decimotercer año cuando 715
tu padre, Iris, te promete1158 a la rubia Iante, que era la
doncella más alabada entre las de Festos por el don de
su belleza, hija del dicteo Telestes. Tenían la misma
edad, la misma belleza, y recibieron las primeras ense
ñanzas, los principios básicos propios de su edad, de
los mismos maestros; después el amor tocó el inexper- 720
to corazón de ambas y causó una herida igual a una y
otra, pero las perspectivas eran desiguales: espera Iante
el matrimonio y el momento de la ceremonia conveni
da, y cree que será su marido el que piensa que es un
hombre; Ifis ama a aquella de la que no espera poder
gozar, y esto mismo aumenta sus ardores y la doncella 725
se abrasa por una doncella y, reteniendo con dificultad
sus lágrimas, dice: «¿Qué salida queda para mí, de
quien se enseñorea una cuita no conocida por nadie,
de quien se enseñorea una cuita monstruosa y de un
amor insólito? ¡Si los dioses me quisieran guardar in
tacta, debieron guardarme intacta; si no, y quisieran
perderme, al menos hubiesen debido darme una enfer- 730
medad natural y de acuerdo con la costumbre! Ni el
amor de una vaca abrasa a una vaca ni el de las yeguas
a las yeguas; el camero se abrasa por las ovejas, al cier
vo lo sigue su hembra; también así se unen las aves y
entre todos los animales ninguna hembra es arrebata
da por el deseo hacia una hembra. ¡Quisiera no ser na- 735
die! Sin embargo, para que Creta no deje de producir
todo tipo de monstruos, la hija del Sol1159 amó a un
1158 Sabemos por Macrobio VII 7, 6 que la edad casadera era para las
muchachas la de doce años, mientras los muchachos lo hacían a partir de
los catorce. Ovidio, pues, juega con la ambigüedad de sexo de Ifis, pues co
loca la boda en el año intermedio, a los trece, como ya vieran Haupt-Eh-
wald.
1159 Pasífae.
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toro, ciertamente una hembra a un macho; mi amor
es más loco que aquél, si confieso la verdad; con
todo, aquélla siguió la esperanza de un amor, con
todo aquélla por los engaños y bajo la apariencia de
una vaca soportó al bóvido y existía un adúltero que 740
era engañado. Aunque aquí confluya la astucia de
todo el orbe, aunque el propio Dédalo volviese vo
lando con sus enceradas alas, ¿qué podrá hacer?
¿Acaso con sus sabias técnicas me convertirá de don
cella en muchacho? ¿Acaso te va a cambiar a ti, Ian-
te? ¿Por qué, Ifis, no refuerzas tu alma y te reconci 745
lias contigo misma1160y arrojas esos fuegos faltos de
razón y estúpidos? Contempla qué has nacido, a no
ser que tú misma te engañes a ti, y busca lo que es lí
cito y ama lo que debes como mujer. Es la esperanza
la que puede conquistar el amor, es la esperanza la
que lo alimenta; la realidad te priva de ella: no te ale 750
ja del querido abrazo una guardia ni la inquietud de
un marido precavido ni la dureza de un padre, ni
ella misma se niega a tus peticiones; sin embargo, no
ha de ser obtenida por ti, ni podrías ser feliz aunque
todas las cosas se realizasen, por más que se esforza
sen los dioses y los hombres. Incluso ahora ninguna 755
parte de mis deseos es inútil y los dioses me han con
cedido, obsequiosos para conmigo, lo que pudieron,
y lo que yo quiero lo quiere mi padre, lo quiere ella
y mi futuro suegro; pero no lo quiere la naturaleza,
más poderosa que todos ellos, la única que me per
judica. He aquí que llega el momento deseado y se 760
acerca el día del matrimonio y ya Iante se hará mía.
Y no tendrá contacto conmigo; tendremos sed en
medio de las aguas. ¿Por qué venís, Juno protectora
de las bodas, por qué, Himeneo, a estos sacrificios,
en los que falta el marido, donde las dos somos no
vias?»
Después de estas palabras guardó silencio y no se 765
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abrasa más suavemente la otra doncella y te mega, Hi
meneo, que acudas presuroso. Ella lo pide, Teletusa
con miedo unas veces aplaza el momento, otras veces
con enfermedad fingida gana tiempo, muy a menudo
aduce como excusa presagios y visiones; pero ya había
consumido todo tipo de ficciones y se acercaba el dife 770
rido momento del matrimonio, y faltaba un solo día;
y ella quita del cabello a su hija y a sí misma la cinta
del pelo y, abrazando el altar con los cabellos en desor
den, dice: «¡Isis, que habitas los labrantíos paretonios y
mareóticos1161 y Faro y el Nilo dividido en siete bra
zos, trae ayuda, te lo suplico, y alivia nuestro temor! A 775
ti, diosa, a ti te vi en otro tiempo y también estas insig
nias tuyas y todas las reconocí, el sonido de los sistros,
tu cortejo, tus antorchas y tomé nota de tus órdenes en
mi alma que las recuerda. Que ésta vea la luz, que yo
no haya sido castigada, he aquí que es tu consejo y tu 780
don; compadécete de las dos y ayúdame con tu auxi
lio.» Las lágrimas siguieron a sus palabras. Le pareció
que la diosa había movido sus altares (y los había mo
vido) y temblaron las puertas del templo y brillaron los
cuernos que imitan a la luna e hizo un chasquido el so
noro sistro. No libre de preocupación ciertamente, 785
aunque contenta por el favorable presagio, se va del
templo la madre, en su marcha la sigue Ifis como com
pañera con un paso más largo de lo que acostumbra
ba; y no permanece la blancura en su rostro y aumen
tan sus fuerzas, y su expresión es más dura y el tamaño
de sus cabellos sin cortar es menor, y le asiste mayor 790
fortaleza que la que tuvo como mujer. En efecto tú,
que hace un momento eras mujer, eres un joven.
¡Ofrece dones a los templos y alégrate con una con
fianza no medrosa! Ofrecen dones a los templos, aña
den también una inscripción, la inscripción tenía un
breve poema:
1161 De Libia.
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Paga unjoven ¡os dones que siendo mujer habíaprometido
[I fis -
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