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Henrik H0j er Mikkelsen

¡No te mueras,
mamá!

Traducción: Lise Lotte Castberg

1, -..�
¡NO TE MUERAS, MAMÁ!
© Henrik H0jer Mikkelsen

Traducción del danés: Lise Lotte Castberg

© 2017 Edebé-Editorial Don Bosco S.A.


Primera edición en castellano

ISBN: 978-956-18-1037-2

Editorial Don Bosco S.A.


General Bulnes 35, Santiago de Chile
www.edebe.cl
docentes@edebe.cl

Impreso en Salesianos Impresores S.A.


General Gana 1486
Santiago de Chile

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previo y por escrito del editor.
De regreso al colegio

Camino al colegio, Antonio piensa que preferiría vol­


ver a su casa. No tiene ganas de ir al colegio. Por lo
menos, todavía no. Pero su papá ha dicho que es mejor
así; otros han opinado lo mismo. Quizás tengan razón,
es tan difícil.
Está frente al colegio, se detiene y se pregunta: "¿En­
tro o vuelvo a la casa? ¿O me voy a otro lado?". No quie­
re entrar, no se da con mucha gente y, en ese momento,
no tiene interés de conversar con nadie.
Respira profundo, toma decididamente la manilla de
la puerta y resuelve entrar.
Justo en ese momento se encuentra con Lucas, del 5 °
A, uno de los compañeros del curso paralelo.
-Hola -dice y sigue caminando rápido.
-Hola -casi susurra Antonio cuando Lucas ya se ha
alejado un poco. Piensa que es un poco extraño que Lucas
se fuera tan rápido. "¿Por qué se apuró tanto en irse?".
Quizás sea un error haber venido al colegio. Quizás
debería haberse quedado en casa. Preferiría mil veces

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jugar con Sara o conversar con papá y los abuelos, como
lo ha hecho estos últimos días.

-¡Hola, Antonio!
Es Beatriz, viene corriendo por el pasillo. Es la pro­
fesora jefe de su curso y la mejor profesora del colegio.
-¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? -pregunta y le da
un apretado y prolongado abrazo.
Se siente bien y un poco extraño. Cuando se vuelven a
mirar, nota que ella tiene lágrimas en los ojos, él también
está a punto de llorar.
-Estoy ... estoy bien -dice, mientras mira el piso gris
del pasillo.
-Ven conmigo-dice Beatriz-.Vamos a la sala y enton­
ces te cuento lo que acordamos el lunes pasado cuando
fui a tu casa, ¿recuerdas? Si tienes ganas de decir algo,
lo dices, aunque si no quieres también está bien.
Antonio asiente y la sigue en silencio. No tiene ganas
de decir nada en absoluto, espera que esto pase rápido.
Al entrar en la sala, se sienta rápidamente en su lugar al
lado de Ema. No se dicen nada. De hecho, es como si ella
no quisiera mirarlo. Antonio se da cuenta de que muchos
de los niños del curso también evitan mirarlo. En cambio,
Sara y Lisa lo miran como si fuera un mono de circo.
Mientras todos se sientan en sus puestos, Isidora de re­
pente corre hacia él. No le dice nada, pero le da un abrazo

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cortito. Se siente extraño y un poco mal. Nunca lo había
hecho antes. Antonio se avergüenza un poco y se pone
colorado. Mira alrededor: ¿Alguien lo vio? ¡Espera que
nadie piense que una de las chicas del curso es su novia!
Fue agradable, como si Isidora fuera distinta a los
demás del curso. No le había ocurrido. Por ejemplo,
ella nunca se burla de nadie y, si alguien lo hace, ella
lo defendería. De hecho, Antonio piensa que es muy
tierna, a pesar de no conocerla mucho pues solo lleva
unos meses en el curso, desde que se mudó a la ciudad
con su mamá.
-Buenos días a todos -dice la profesora Beatriz-. Es­
pero que hayan tenido un buen fin de semana.
Mira a todos y sonríe.
-Y como pueden ver, Antonio ha vuelto a clases.
Por suerte. Hemos esperado tu regreso con ansia, An­
tonio. Alrededor de dos semanas que no vienes al
colegio...

Ahora Antonio tiene un nudo en la garganta. Todos lo


miran. No de una manera tonta o mala. Es más, todos
lo miran del mismo modo. Lo cual es lógico, se puede
imaginar lo que piensan todos en ese momento.
-Como todos saben, Antonio perdió a su mamá el jue­
ves pasado. Ella estaba muy enferma desde hacía unos
meses.

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Beatriz deja de hablar y Antonio se da cuenta de que
carraspea de una manera especial, como si le fuera dificil
hablar de esto.
-...Pero ahora Antonio ha vuelto a estar con nosotros,
-continua la profesora-.Y como conversamos el otro día,
esta es una situación muy dificil para él. Por eso tienen
que portarse bien y no decirle tonterías. Aunque sé que
no lo harán.Ahora bien, quizás Antonio quiera hablar de
su mamá o quizás no. Él decidirá eso, ¿cierto Antonio?

Asiente, pero no tiene ganas de decir nada. Ojalá haya


pasado lo peor. Sabe que el curso ha hablado bastante
sobre la muerte de su mamá. Y cree que sus compa­
ñeros no actúan como siempre, pero no porque sean
malvados.
En el recreo, Antonio se queda debajo del cobertizo en
un rincón del patio. No sabe qué hacer. De cierta manera,
tiene ganas de jugar fútbol con los demás, pero piensa
que ha estado ausente tanto tiempo que se le hace dificil .
preguntar si puede participar.Además, puede ver que justo
hay diez niños, cinco para cada equipo, de modo que no
lo necesitan para nada. Por otro lado, tampoco nadie le
preguntó si quería participar.
Busca a Mateo, su mejor amigo, pero al parecer hoy
no vino al colegio. Hubiese sido agradable hablar con él
justo ahora.

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-¡Hola, Antonio!
Es Isidora. De repente está frente a él con una sonrisa
enorme.
-¿Qué tal? ¿Cómo estás?
-Bien -dice Antonio, aunque no es del todo cierto,
es dificil contar cómo se siente de verdad, en especial a
alguien que no conoce muy bien.
-¿Sabes qué? Mi papá murió hace seis meses. Por eso
con mi mamá tuvimos que mudamos a la ciudad, entonces
entré al curso de ustedes.
Antonio no sabía nada de eso. No recuerda que se haya
hablado sobre la muerte del papá de Isidora.
-No -dice Antonio-. No lo sabía. ¿Estaba muy en­
fermo?
-No, murió en un accidente de auto, en el acto. Fue una
noche en la autopista. Iba solo, quizás se quedó dormido,
en fin, nadie lo sabe.
Antonio se da cuenta de que Isidora no parece muy
triste. "¿De verdad no le importará que su papá esté muer­
to? ¿O puedes volver a estar contento de nuevo, siempre
que haya pasado un tiempo lo suficientemente largo?".
Y luego dice:
-Sé cómo es, ahora estás demasiado triste. Yo me sentía
igual, no pensaba en nada más que en mi papá. Cual­
quier cosa que hacía me recordaba a él. Estaba allí todo
el tiempo aún sin estar. Fue muy duro.

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Isidora mira a Antonio de una manera que lo intimida,
aunque siente exactamente lo mismo que ella describe.
Piensa que es muy dificil concentrarse porque su mamá
está constantemente en sus pensamientos. Todo en la casa
le recuerda a su mamá.
Durante la primera clase, casi no prestó atención a lo
que dijo Beatriz, porque estaba pensando en su mamá.
-¿Tu mamá estuvo enferma mucho tiempo? -quiere
saber Isidora.
-Parece que fueron como cinco meses -dice. No sabe
si eso es mucho tiempo en realidad, ya que ha escuchado
de personas que llevan años enfermas.
-¿Me contarías sobre eso?
Por un lado, Antonio quiere hablarlo, pero por otro,
no. Es todo tan dificil.

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El peor sábado

Fue un sábado por la mañana, en octubre. Todo era como


siempre. Antonio se acababa de levantar y estaba en pija­
ma en el sofá, haciendo bromas con Sara, su hermanita.
Papá estaba afuera trabajando en el jardín y mamá había
salido a comprar. Por lo general, así eran casi todos los
sábados. Entonces, su mamá llegaría con algo rico para
almorzar, se sentarían en la mesa para comer de la cocina
y conversarían sobre qué iban a hacer por la noche, si ver
tele, jugar algún juego de mesa u otra cosa.
Antonio amaba los sábados. Era el mejor día de la
semana porque estaban todos juntos y nadie tenía prisa.
Además, ese día a las tres de la tarde jugaba un par­
tido, el último del año. Amaba jugar al fútbol, especial­
mente los partidos de los sábados. Como era el último
partido del año, si ganaban quedaban segundos en la
división. Antonio había esperado este encuentro con
ansias toda la semana. Y si el clima lo permitía, Sara,
mamá y papá, irían a verlo.

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Antonio miró por la ventana un momento. El clima no
tenía buena pinta. Estaba bastante oscuro y parecía que
podía comenzar a llover en cualquier momento. "Clima
cambiante de otoño".
Habían hablado de arrendar una película para ver en la
noche. El último estreno de Disney que no habían alcan­
zado a ver en el cine. Entonces los cuatro se sentarían en
el sofá con un montón de dulces en la mesa. En el mejor
de los casos, Antonio podría celebrar con su familia el
triunfo del partido de fútbol y hasta la posibilidad de que
hubiera anotado un gol.
Sara estaba de muy buen ánimo, súper risueña. Venía
corriendo hacia Antonio para que le hiciera cosquillas.
Se reía a carcajadas y a él le encantaba esa risa. Sara
siempre podía hacerlo feliz. Solo tenía cuatro años, siete
menos que él, la conocía de toda la vida y recordaba
perfectamente el día que nació.
De repente, se abrió la puerta y mamá entró sin
aliento con cuatro bolsas del supermercado que puso
sobre el mesón de la cocina. Antonio y Sara corrieron
para ver qué había comprado. Entonces la ayudaron
a ordenar todo: leche, avena y... mmm ... ¡esta noche
iban a comer fideos con salsa boloñesa! ¡La comi­
da favorita de Antonio! ¡Perfecto! También había una
bolsa grande con dulces para más tarde. Iba a ser una
buena noche.

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Papá había regresado del jardín y estaba abrazando a
mamá. Antonio se dio cuenta de que la miraba de una
forma secreta, extraña. ¿O estaba nervioso? De repente,
sentía que ella estaba muy callada.
-Sara y Antonio -dijo mamá-. Vengan un momento a
la sala de estar. Tenemos que hablar sobre algo.
Sonaba muy seria, nunca la había escuchado hablar
así. De pronto, sintió miedo. "¿Habría pasado algo? ¿Se
irían a divorciar?".

Ahora Sara, Antonio y papá estaban sentados en el sofá.


Mamá estaba en una silla frente a ellos. "Esta espera pa­
rece una eternidad", pensaba Antonio. Estaba impaciente
y asustado.
-¿Qué pasa? -casi gritó, ¡quería saber!
-Bueno... -empezó mamá, como si necesitara tiempo
para formular la frase. Como si en realidad no supiera
qué quería decir.
-Es que ... me han dicho que estoy enferma, y qui­
zás es bastante grave; todavía no sabemos su mag­
nitud.
Entonces no dijo nada más y bajó la mirada hacia la
mesa de centro. Empezó a frotar una mancha inexistente
en la mesa. Antonio la miró mucho rato, esperando que
dijera algo más.
-¡No! ¡No! ¡No es cierto! ¿Te vas a morir?

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-No, Antonio, no creo, pero me han hecho unos exá­
menes y hay que tener precaución porque parece que es
grave. Y si ... es grave, no creo que... que no sobreviva.
Porque evidentemente no lo quiero.
Papá se aclaró la garganta.
-Debemos pensar en que los médicos saben mucho
hoy en día, son muy buenos y...
Era como si le costara decir más.
A Antonio no le gustaba hablar sobre la muerte y me­
nos de esta manera, aunque mamá había dicho que no
se iba a morir.
-¡Muévete! -gritó Antonio y empujó a Sara. Sin im­
portarle nada, pasó a llevar un florero que estaba enci­
ma de la mesa de centro. No le importó, no soportaba
quedarse allí un segundo más. Quería ir a su habitación,
¡enseguida!

Se tiró sobre la cama y hundió la cara en la almohada


entre gritos y llanto.
¡Noooo! Su mamá no podía morir. No ahora. Solo
tenía treinta y ocho años, la gente muere mucho más
vieja. Hay que tener por lo menos setenta para morir.
Habían hablado de eso muchas veces. Cuando el bis­
abuelo de Antonio y Sara falleció, hacía poco más de un
año, hablaron mucho sobre la muerte. Y que casi se mo­
rían personas viejas solamente. Casi, porque los jóvenes

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también pueden morir, pero no sucede tan a menudo. El
bisabuelo tenía ochenta y nueve cuando murió.

Antonio estuvo en su funeral. Había sido muy triste, pero


de cierta manera también fue un buen día, pues se reunieron
muchas personas y se habían podido despedir de él.
Esa vez Antonio se había asustado un poco. Durante
varios días habían hablado mucho sobre la muerte y el
funeral. Se le cruzó por la mente imaginar la posibili­
dad de que papá o mamá murieran. Esa vez mamá había
prometido que no se iba a morir pronto, que le quedaban
muchos años más de vida. Al menos todavía hasta que él
y Sara fueran adultos y medio viejos. ¡Exactamente eso
había dicho! Era fácil decirlo, pero uno no lo decide.

Tocaron a la puerta.
-¿Antonio, puedo pasar?
Era mamá. Antonio casi no podía hablar, le salió un
"sí" tan bajito que al parecer no se escuchó, pero de todos
modos igual ella entró.
Se sentó en el borde de la cama e inmediatamente An­
tonio se colgó de su cuello, gritando: "¡Mamá, mamá!",
mientras lloraba y lloraba.
Le acariciaba el cabello con cariño, quizás para ella
también era dificil decir un montón de cosas que querían
decírse.

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En realidad, Antonio quería preguntar, tenía muchas
dudas, pero justo ahora no podía. Solo quería estar sen­
tado allí, en silencio.

Se quedaron mucho tiempo abrazados sin decir nada,


hasta que mamá dijo:
-Antonio, me gustaría contarte más sobre esto, solo
si tú quieres, más de lo que Sara necesita saber. Ella es
muy pequeña todavía y no tiene edad para entenderlo
todo. ¿Te cuento más?
Mamá se sonrió y lo tomó en sus brazos.
Asintió, pero no dijo nada, sí quería saber más. ¿Y si
no era tan malo como él se imaginaba?

Mamá había empezado con un dolor de estómago por


un tiempo, harían unos dos, tres meses. Y después le
había costado comer, tanto que había perdido peso. Fue
empeorando cada vez más y hace unos días había vomi­
tado, incluso con sangre. Entonces había ido al médico
de inmediato, y desde ahí la enviaron directo al hospital.
Le habían tomado un montón de exámenes de sangre y
le habían hecho algo que se llama endoscopía.
Sólo ayer supo a ciencia cierta qué era lo que pa­
decía. La habían citado a una reunión en la que papá
también estuvo y le habían dicho que tenía cáncer de
estómago.

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-¿Cáncer? -dijo Antonio-. ¿¡Pero esa fue la causa de
la muerte del bisabuelo!?
-Sí, Antonio, tienes razón -dijo mamá -. Pero existen
muchas formas en las que se manifiesta el cáncer; la enfer­
medad del bisabuelo era de otro tipo.Aún soy joven y sana,
así que de seguro puedo luchar mejor contra la enfermedad.
El bisabuelo, en cambio, ya era viejo y estaba más débil.
Después de intentar digerir todo lo anterior, Antonio
quiere saber si su mamá se sanará o por el contrario ...
-No lo sabemos -dijo ella-. Al menos, todavía no.
Pero la próxima semana me hospitalizarán y entonces los
médicos harán todo lo que puedan. Lo más probable es
que me operen así que tenemos que tener esperanza, todo
saldrá bien. Yo creo que me voy a sanar. Por supuesto
que todos tenemos miedo de que pueda morir por esta
enfermedad, pero bueno... siento que eso no va a pasar.
Hay muchas personas que se sanan del cáncer hoy en día.
Entonces sonrió con una de esas sonrisas que llegaban
al alma. Una sonrisa que decía que todo iba a estar bien.
A pesar de ello, Antonio no quedó nada contento.
-¡No te mueras, mamá!
Ella le dio un beso en la frente, pero no dijo nada.
Entonces se abrazaron muy fuerte.

Fue un sábado muy distinto a lo normal. Antonio le pidió


a papá que llamara a Alfredo, su entrenador de fútbol,

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tenía que informarle que lamentablemente no podría
participar del partido.
A raíz de esto, mamá dijo que debió haber esperado
un poco más al contarles para no arruinar el sábado fa­
miliar, hasta después del partido de fútbol de Antonio.
Pero a Antonio no le importó, no tenía ganas de jugar
fútbol, no hasta que mamá estuviera sana. Antes de eso,
no volvería a jugar. No se podía imaginar corriendo en
el campo, divirtiéndose detrás de la pelota mientras su
mamá estuviera enferma.
Por otro lado, mamá habló por teléfono casi toda la
tarde, primero con su mamá, luego con la mamá de papá
y después con una amiga y un par de colegas. A Antonio
no le gustaba oír lo que decía, porque en su voz se notaba
la tristeza que experimentaba. Dos veces pudo oír que
estaba llorando, entonces no era nada tan fuerte como
ella le había dicho.
Por supuesto que los adultos también pueden estar
tristes y llorar, era solo que a Antonio no le gustaba cuan­
do pasaba. Porque él también se ponía muy triste y se
asustaba mucho.
Entre los cuatro prepararon los fideos con boloñesa y
la ensalada. Lo pasaron bien durante la cena y trataron de
pretender que nada malo estaba ocurriendo. Sara hacía
travesuras como siempre. Toda la tarde había jugado a
que "Monito" estaba enfermo del estómago y que lo iban

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a operar. Y ahora estaba en su cama debajo de la mesa.
Era como si no supiera que mamá estaba gravemente
enferma. Al parecer todo era más fácil cuando uno tenía
apenas cuatro años.
Mientras, sus papás se reían, se tomaban de las manos
y se daban besos y parecían estar muy enamorados. Anto­
nio pensaba que hacía mucho que no los veía así. Ambos
decían que esa noche tenía que ser una buena noche a
pesar de todo, y que no todo debía ser tan serio. Papá
entonces contaba historias y trataba de hacer reír tanto
a Sara como a Antonio. Pero Antonio no sentía deseos
de reírse de nada. Eran historias que había escuchado
muchas veces, además, a diferencia de lo que le habían
dicho, para él ahora todo era serio, no podía pensarlo de
otro modo.
Después de la cena, el ánimo de Antonio mejoró y
decidió llamar a su amigo Mateo. A pesar de todo, esta­
ba ansioso por saber cómo les había ido en el partido.
Y afortunadamente habían ganado ¡ cuatro contra uno!
Significaba que habían quedado segundos en la división
de niños.
Mateo quería saber por qué Antonio no había partici­
pado del partido. "No me siento muy bien", había con­
testado. No era del todo verdad, pero tampoco era del
todo mentira.

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En el hospital
Habían pasado cuatro días. Mañana sería jueves, el día
que su mamá iba a hospitalizarse. Por su parte, papá no
iría a trabajar para poder llevarla al hospital. Antonio
asistiría al colegio y Sara al jardín, y en la noche todos
irían a visitar a mamá.
Antonio, mamá y papá aprovechaban de conversar en
la cocina mientras Sara dormía. Antonio quería saber más
sobre lo que iba a pasar en el hospital. Para calmarlo,
mamá dijo que le iba a contar todo lo que sabía. Iban a ha­
cerle algunos exámenes y después los médicos decidirían
cuál era el plan. Estaba casi segura de que primero, eso sí,
la iban a operar. Lo que pasaría después, no lo sabía aún.
Pero después de un tiempo, esperaba volver a estar sana.
Conversaron hasta tarde, Antonio tenía ganas de que­
darse despierto toda la noche y seguir conversando. Aun­
que eran cosas serias, prefería enterarse de todo. A pesar
de que entendía que ella tampoco supiera mucho, le daba
seguridad escuchar lo que le iban a hacer a mamá, aunque
es cierto también que estaba asustado. De todos modos,

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todo se aclararía y solucionaría una vez que estuviera
hospitalizada.

Durante el desayuno, Antonio no pudo comer nada; a


pesar de saber que iba a ver a su madre esa misma noche
no le gustaba que se hospitalizara. No le gustaban los
hospitales. Recordaba muy bien haber visitado al bis­
abuelo que murió allí. Estuvo muy enfermo y había sido
muy dificil estar con él porque solo pasaba en la cama,
era como si ya no estuviera ahí con ellos. Que su mamá
ahora también estuviera en el hospital, desencadenaba
pensamientos que no le gustaban.
Logró comer medio pan con queso apenas y después
tuvo que apurarse para no llegar tarde al colegio. Al salir
abrazó a mamá y no pudo contener las lágrimas.
-Antonio ... todo va a estar bien -dijo mamá y le son­
rió-. Los médicos lo lograrán, nos vemos hoy mismo en
la noche.
Antonio asintió, todo iba a estar bien. Todos espera­
ban eso. Ahora iba al colegio y la primera clase sería de
educación fisica, el mejor ramo. Decidió no pensar en la
enfermedad de mamá hasta la noche, simplemente quería
ser Antonio del 5 º B, el de siempre. Nadie del curso sabía
nada, solo Beatriz, su profesora jefe. Su mamá la había
llamado hacía unos días para contarle de su enfermedad.
El acuerdo era que los compañeros por el momento no lo

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supieran, no era necesario, además, Antonio lo prefería
así. "Mamá se recuperaría pronto y, por lo mismo, no
había por qué contarle a los demás".

A las seis y media en punto, Antonio, Sara y papá en­


traron por la gran puerta giratoria del hospital. Se en­
contraron en una enorme sala repleta de gente. Algunos
eran pacientes, otros visitas. También estaban los de
bata blanca que trabajaban en el hospital. Todo parecía
inmenso y confuso.
Ahora tenían que ir al sector de Oncología, el lugar don­
de están hospitalizadas las personas con cáncer. Por suerte
papá había estado allí en la mañana y sabía cómo llegar.
Antonio pensaba que mamá iba a estar en cama, pero
estaba en la sala de estar leyendo una revista, igual como
podría hacerlo en el living o en la cocina de la casa.
Encontraba que había pasado una eternidad desde que la
vio la última vez, aunque en realidad, eran apenas unas
horas. Sin duda, era efecto de que lo había esperado con
muchas ganas.
Su papá había comprado un ramo de flores que Sara
le iba a entregar a mamá. La pequeña también llevaba
a "Monito" debajo del brazo y contaba que todavía no
estaba bien y quizás tenía que hospitalizarse. Así que
podía estar en una cama al lado de mamá. Su mamá solo
se limitaba a reír y parecía contenta.

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Conversaban de todo un poco, más sobre cosas que
no tenían que ver con la enfermedad. Sobre lo que había
pasado en el colegio de Antonio, el jardín infantil de Sara
y papá hablaba un poco de su trabajo.
Mamá dijo que al otro día le iban a sacar una radiogra­
fia y que los primeros días de la próxima semana, proba­
blemente, la operarían. Además, creía que la dejarían ir a
casa mañana porque era fin de semana, quizás estuviera
allí cuando Antonio llegara del colegio.
Antonio no se lo esperaba. "¡Mamá estaría en casa de
nuevo mañana!".
Fue un fin de semana muy agradable. La temporada de
fútbol había terminado, de modo que Antonio no tenía
ningún otro plan que estar con mamá, papá y Sara.
El sábado por la noche fueron a un restaurante elegan­
te. Rara vez salían a comer, pero papá había dicho: "No
queremos cocinar hoy", y así fue. Era un restaurante
chino y sirvieron un montón de pocillos con muchas
comidas interesantes. Arrollado primavera, pollo, pato
y muchas cosas ricas.
Aunque lo pasaban bien comiendo cosas ricas todos
juntos, ahora se sentía distinto. Como si a propósito qui­
sieran pasarlo bien a toda costa y conversar aún más.
En casa casi siempre era mamá quien se encargaba de
todo. Papá estaba ocupado con su trabajo. Muchas veces
tampoco decía mucho, pero estos últimos días hablaba

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más de lo habitual. Todo era perfecto. Pero mamá estaba
enferma y la iban a operar pronto, y aunque era entreteni­
do estar juntos y conversar, Antonio no podía sacarse de
la cabeza que mamá estaba enferma y en peligro. Toda la
noche experimentó ese sentimiento desagradable, como
un bichito que no lo deja tranquilo.

El martes en la mañana operaron a su mamá. Papá había


pedido permiso para poder estar en el hospital antes de
que la llevaran a pabellón. Estaba en casa cuando Anto­
nio llegó del colegio y Sara del jardín infantil. En la noche
volvió al hospital, mientras Antonio y Sara se quedaron
en casa de los abuelos maternos.
-¿Cómo le fue? -querían saber todos cuando papá
volvió.
Entonces les contó cómo estaba mamá. La operación
salió según lo planeado, eso había dicho uno de los
médicos. Mamá, por supuesto, estaba muy cansada y
papá había podido estar muy poco tiempo con ella. Solo
dormía, pero era esperable después de una operación
tan delicada; al día siguiente, seguro iba a estar mucho
meJor.
Después de que papá les contó todo sobre la operación,
cambió la atmósfera. Ahora que la habían operado se
atrevían a creer en su recuperación. Por lo menos se había
hecho algo, Antonio se sentía optimista y papá, la abuela

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y el abuelo se reían y parecían estar contentos. "¿Quizás
no fuera tan desolador? ¿Quizás mamá estaría nueva­
mente sentada en una silla leyendo una revista cuando la
visitaran al otro día?". Por su parte, Sara estaba jugando
con "Monito" mientras escuchaba lo que conversaban.
¿Entendería de qué se trataba?

Antonio pasó todo el día esperando con ansias ver a mamá


de nuevo, conversar con ella y escuchar cómo estaba.
No compró almuerzo ese día y se guardó los mil qui­
nientos pesos. Entonces, cuando salió del colegio pasó
a comprarle unos chocolates. Era una sorpresa, eran sus
chocolates favoritos. "¿Si no se sentía muy bien después
de la operación, quizás le podían subir el ánimo?". Papá
se puso a reír cuando Antonio le mostró el chocolate,
además, le respondió que pensaba que era una idea muy
amorosa.

Antonio se asustó al entrar en la habitación de mamá en


el hospital. Estaba en una cama enorme y se veía muy
pequeña, pálida, tenía una manguera que salía por su
nariz y otra desde su mano.
-Hola -susurró cuando entraron.
Antonio notó que trataba de sonreír, pero era como si
no pudiera.

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De repente, Sara empezó a llorar y gritar, también
se había asustado, la mamá estaba irreconocible. Sara
había traído a "Monito" pero lo tiró al suelo. Cuando
papá le pidió que lo recogiera, contestó que "Monito"
estaba muerto y que ya no importaba. Entonces Antonio
lo recogió y lo abrazó.
Mamá estiró el brazo en un gesto para que se acercaran.
Antonio quería, pero encontraba todo un poco terrorífico.
Mamá tenía el rostro casi blanco y esas mangueras raras
colgando lo asustaban mucho. No se parecía en nada a
la mamá que él conocía, aunque, obviamente sabía que
era la misma.
Al final Antonio y Sara se subieron a la cama, uno
a cada lado. Comprobaron que no era terrorífico, al
contrario. Era rico sentir a mamá cerca, tocarla, oler
su aroma.
Parece que a mamá le gustó el regalo que Antonio le
llevó, pero no pudo comer el chocolate, por lo que al
final, Antonio y Sara se lo comieron todo.

Mamá volvió a casa después de un par de semanas. Se­


guía muy cansada, pero aparte de eso habían muchas
cosas que se mantenían igual que antes de que se enfer­
mara. De a poco empezó a trabajar de nuevo. Primero,
unas horas a la semana, después en horario completo.
En la oficina habían sido muy amorosos y le habían dicho

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que no volviera a trabajar hasta que no se sintiera bien
como para hacerlo.
En cierto sentido, todo era como antes de que mamá se
enfermara; sin embargo, sabía que no era tan así. A veces,
se percibía una atmósfera extraña. No se podía olvidar
tan fácilmente que mamá, en realidad, seguía enferma. Y
Antonio por su parte tampoco quería olvidar. Solo quería
que mamá sanara lo más rápido posible.

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Navidad

Faltaban tres días para Nochebuena y Antonio acababa


de salir de vacaciones de Navidad. Esperaba con ansia
esta fiesta aunque este año iba a ser muy distinta. Por eso
era dificil esperarla con las mismas ganas de otros años.
Iban a pasar la Nochebuena con los abuelos matemos y
paternos, el tío Julio y su mujer Linda también estarían.
La idea original era pasar la Nochebuena en casa pero la
abuela había insistido en que debían celebrar en su casa.
"Tú no te preocupes por la Nochebuena", le había dicho
a mamá. Y lo que abuela decía, se cumplía sin reclamos.
Habían pasado dos meses desde la operación de mamá.
Todos habían tenido la esperanza de que mamá estuviera
sana, pero no era así; por lo menos todavía no.
"Había días en que se notaba que mamá no se sentía
bien. Comía muy poco y estaba más delgada. Sin em­
bargo, era la misma, de diferentes maneras y con algu­
nos cambios, pero la misma al fin y al cabo", pensaba
Antonio.

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No había necesidad de hablar sobre su estado de salud
todos los días. Para Antonio era mejor así, quizás por­
que sentía miedo de escuchar que le iba mal o estaba
empeorando con el paso del tiempo.
De todos modos, un par de veces le preguntó a papá
cómo pensaba que estaba mamá. La mayoría de las veces
contestaba que todo iba a estar bien, aunque Antonio
sentía que papá prefería no hablar mucho del asunto.
En el colegio, en tanto, iba todo bien. Unos días atrás
mamá había dicho a Antonio que creía que el curso
debería saber acerca de su enfermedad y la profesora
había estado de acuerdo. Fue entonces cuando Beatriz lo
comunicó a sus compañeros. Antonio se puso colorado.
Era incómodo escuchar a otros hablar sobre su mamá
y, por supuesto también de él. "¿Era lo mejor, según lo
que pensaban los adultos?".
Con el paso del tiempo y al finalizar el día, sus com­
pañeros no le preguntaban tan a menudo cómo estaba su
mamá. Por suerte, porque en el colegio Antonio prefería
no pensar tanto en que su mamá seguía enferma.

Estaban en la sala de estar mirando "Mi pobre ange­


lito". Antonio había visto esa película muchas veces
y cada vez que la veía la encontraba menos divertida.
Pero era rico compartir con la familia mientras la mi­
raban. Además, todos los años era una señal de que

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la Navidad se acercaba. Había dulces navideños en la
mesa de centro y la decoración hermosa de la abuela
estaba encendida. Todo, casi todo, estaba como siem­
pre en Navidad.
Mamá, de repente, con una gran sonrisa resplandeció
y dijo:
-¡ Sara y Antonio, les tenemos una sorpresa!
Antonio miró a mamá, luego a papá. "¿Qué podrá ser?".
-Papá ha hecho reservas para un viaje. Los cuatro
vamos a tomarnos unas vacaciones largas justo después
de Año Nuevo. Iremos a Nueva Zelanda, claro, si ustedes
qmeren.
Sara y Antonio gritaban de felicidad, aunque Sara
nunca había escuchado de Nueva Zelanda. Preguntó:
-¿Qué son Nuevas Celdas?
Entonces mamá y papá comenzaron a explicar el viaje
que empezaría el dos de enero y duraría dieciocho días.
Antonio sabía un poco sobre Nueva Zelanda: "es un país
que queda casi precisamente al otro lado del globo, que
tiene muchas ovejas, y que la capital se llama Wellington,
que significa bota de goma".

Mamá contó que había hablado con la profesora Bea­


triz. Y había dicho que no había problema con las cla­
ses, que desde el colegio le daban permiso a Antonio
para viaJar.

28
Después de acostarse, Antonio estuvo pensando en el
viaje a Nueva Zelanda. "¡Sería fantástico y había tantas
cosas que quería ver allá!". Anhelaba contarle a sus com­
pañeros de clase que se iba de viaje. Aunque encontraba
un poco extraño hacer un viaje tan largo. No estaban acos­
tumbrados a viajar, casi nunca había tiempo para eso por­
que mamá y, especialmente papá, trabajaban mucho. Pero
habían organizado todo tan de repente sin decirle nada a
Sara ni a Antonio... quizás era para darles una sorpresa.
Lo cierto es que se iban sí o sí, y Antonio tenía muchas
ganas de partir. Notaba que los demás sentían lo mismo.
Iban a ser las vacaciones de sus vidas, había dicho
mamá.
"Las vacaciones de sus vidas". Antonio tuvo un pen­
samiento, pero lo descartó rápidamente. No quería pen­
sar, quería esperar ilusionado. Emocionarse con la No­
chebuena y, de la misma manera, esperar el viaje con
expectación.
Mamá y papá sacaron de la biblioteca varios libros
sobre Nueva Zelanda e imprimieron muchas páginas de
Internet. Antonio leía todo lo que podía, quería estar bien
preparado para el viaje y halló muchas cosas que quería
ver, muchas más de las que se podían visitar en dieciocho
días.
Al día siguiente, en casa de Mateo, Antonio contó
sobre el viaje a Nueva Zelanda. También llevó un libro

29
para mostrarle fotos. Se podía dar cuenta de que sonaba
muy orgulloso del viaje, casi jactándose de su aventura,
pero finalmente encontraba que estaba bien. Y Mateo le
dijo: "¡qué genial!". Por otro lado, la mamá de Mateo lo
abrazó y le dijo que necesitaban unas buenas y extensas
vacaciones en familia.

Fue una Nochebuena muy linda, en total eran diez per­


sonas en la cena. Nunca antes habían pasado la Navidad
con todos los abuelos, fue rico estar todos juntos. La
abuela materna había preparado pato y chancho al horno,
Antonio comió casi hasta reventar. Como de costumbre,
el abuelo paterno tomó demasiado vino, por lo que ha­
blaba mucho y se reía todo el tiempo.
Sara y Antonio ganaron el regalo extra de la almen­
dra, aunque Antonio sabía que el juego tenía una tram­
pa: siempre había dos almendras enteras en el postre
de arroz< 1) , una para él y otra en el postre de Sara. En
realidad, a Antonio ni siquiera le interesaba, conside­
raba que ya estaba grande para esa triquiñuela y rega­
loneo. Mamá, en tanto, ganó el regalo de la almendra
de los adultos.

CI)
En Dinamarca, se acostumbra comer arroz con leche, bien cremoso,
con almendras partidas, excepto una, que se deja entera. El comensal
a quien le toque la almendra entera recibe un regalo extra esa noche.

30
-¡Wow!, siempre has tenido tanta suerte Lucía-gritó
el abuelo paterno y se largó a reír.
-Esta vez, no tienes tanta razón, Johannes -dijo la
abuela materna.
Se produjo un largo silencio hasta que Sara preguntó
cuándo iban a bailar alrededor del arbolito. Lo harían
en un momento, pero primero llevarían todos los platos
sucios a la cocina.
El árbol navideño tenía velas, Antonio no recordaba
haberlo visto así antes. En su casa, el arbolito de Navidad
tenía luces eléctricas, en este en cambio, había adornos
muy antiguos, algunos de la infancia de mamá y un ángel
de cartón que mamá había hecho cuando era pequeña.
Mientras lo admiraba, Antonio pensaba que era el
árbol navideño más hermoso que había visto. Estuvo
mucho tiempo contemplándolo. "Era muy hermoso".
-¿Estás aquí, Antonio? -era papá que le pasaba la
mano delante de la cara para distraerlo de su perplejidad.
De repente, notó que casi todos lo estaban mirando y
sintió vergüenza aunque no sabía por qué.

Luego cantaron todas las canciones y salmos que tenía


la abuela. Sara demandó que cantaran "Caballito blan­
co" porque era la mejor canción que conocía. Cuando
la cantaron, todos se reían. Y Sara estaba orgullosa por
haber tenido tanto éxito.

31
Antonio recibió muchos regalos: un nuevo celular,
el último modelo. También un iPod y botas de trekking,
unas sandalias, poleras y shorts, junto a muchas otras
cosas que necesitaría para el viaje a Nueva Zelanda. Le
encantaron todos los regalos, pero su favorito fue el
celular.
Sara había hecho un regalo de Navidad para mamá en
el jardín infantil. Era un dibujo gigante de Sara, Antonio
y papá.
-¿Entonces dónde estoy yo? -preguntó mamá y pasó
el dedo índice por el dibujo.
-Estás aquí, rió Sara. Y entonces contó que había he­
cho el dibujo porque mamá quería mucho a su familia.
Eso había dicho un día.

32
El viaje

Estaban en el aeropuerto de Copenhague. Faltaba un


poco más de una hora para que el avión saliera hacia
Tokyo, allí harían escala y dormirían una noche, antes
de seguir hacia Nueva Zelanda.
Dieciocho días iban a estar allá. Cuando llegaran a
Nueva Zelanda los iba a estar esperando una casa rodan­
te. Era en ese auto-casa, donde iban a pasar las vacacio­
nes. Pasearían y verían todo lo que quisieran.
Antonio miraba la gran pantalla con todas las salidas
del aeropuerto: Ámsterdam. Hannover. Nueva York. Y
de repente, apareció su avión: SK 983. Salida: 15.40 h.
Destino: Tokyo.
Fue un viaje largo. Los cuatro estaban cansados cuan­
do llegaron al hotel, de todos modos, querían conocer
un poco la ciudad antes de acostarse. El hotel estaba
ubicado en un lugar llamado Shinjuku, un barrio con
muchos rascacielos y tiendas. Era entretenido pasear en
una ciudad tan distinta y con personas tan diferentes. A
pesar de lo atractivo de todo, lo único que quería An-

33
tonio era llegar a Nueva Zelanda. Allí empezarían las
vacaciones de verdad.
Después del desayuno, recorrieron un poco más la ciu­
dad antes de tomar un taxi al aeropuerto para emprender
el último tramo a Nueva Zelanda.

Después de un vuelo corto finalmente llegaron a Auc­


kland, la ciudad más grande de Nueva Zelanda. Rápida­
mente fueron al lugar donde la casa rodante lo·s estaba
esperando, era súper moderna y tenía de todo: cocina,
baño, ducha y camas. Todos estaban cansados después de
un par de días de mucho viaje, pero aun así decidieron
dar una vuelta por la ciudad. Auckland es conocida por
sus yates así que fueron al puerto. Pasearon y miraron
todas las embarcaciones, eran impresionantes.
Cuando se hizo tarde buscaron un camping en las
afueras de Auckland donde dormirían la primera noche.
Primero fueron a una cafetería y comieron pollo con
papas fritas y bebestibles. Papá se quejó un poco porque
él no había viajado hasta Nueva Zelanda para comer pa­
pas fritas, pero Antonio y Sara estaban muy contentos.
Además, estaban cansados después del viaje.
Era entretenido dormir en una casa rodante. Era có­
modo a pesar del poco espacio. Se demoraron apenas
un par de minutos en.quedarse dormidos los cuatro.

34
Al día siguiente despertaron descansados y listos
para grandes experiencias. Ahora iban a empezar las
vacaciones de verdad. Los primeros diez días pasearían
por la isla norte de Nueza Zelanda. Antonio, en el avión,
había hecho una especie de lista de deseos con las cosas
que él quería conocer. En especial quería visitar el par­
que nacional Tongariro. Allí habían filmado "El señor
de los anillos". Era su saga favorita. Había visto todas
las películas tres veces y las amaba. Las tenía en DVD
y antes del viaje las volvió a ver. ¡Y cuando llegaron al
parque reconoció varios lugares! ¡Era fantástico! ¡Ima­
gínate estar donde habían estado los hobbits, los orcos
y todos los demás personajes!
También vieron un volcán, Mountain Ruapehu, una
selva, una cascada inmensa y muchas, muchas otras co­
sas.
Incluso un día visitaron un verdadero pueblo maorí.
Antes del viaje, Antonio había leído bastante sobre los
maoríes, los nativos de Nueva Zelanda.

Durante el viaje fue casi como si mamá no estuviera en­


ferma. Por supuesto que sí lo estaba, Antonio lo sabía,
pero no pensaba mucho en ello. Y mamá parecía estar
bien y contenta. En casa podía parecer cansada o triste,
pero aquí era distinto. "¿Quizás le hacía bien el sol y el
calor? ¿Podría el viaje sanarla?".

35
Algunas noches Antonio y Sara se acostaban antes
que mamá y papá, entonces, Antonio podía escucharlos
conversar aunque lo hicieran muy bajo. No podía escu­
char con exactitud lo que decían, pero sonaban serios,
"¿quizás hablarían sobre la enfermedad de mamá?".
Llegó el día de volver a casa. Desde la ciudad de
Christchurch volarían directo a Copenhague.

En el avión, Antonio pensó en lo lindo que había sido el


viaje. No tenía ánimos para ver las películas que mos­
traban en el avión. Prefería estar con los ojos cerrados
y ver su propia "película": una recapitulación de todas
las experiencias que habían tenido. Esperaba con ansia
contarle al curso sobre el viaje. Había acordado con
Beatriz que podía hablar de ello uno de los primeros
días; quizás también, mostrar algunas fotos.
Era raro estar de nuevo en casa. Antonio dio una
vuelta por su hogar y miró todas las habitaciones para
ver si todo estaba en orden. Estar fuera casi tres semanas
era mucho tiempo.
Al día siguiente de haber regresado, Antonio sintió
que algo no estaba bien, era como si mamá se hubiera
enfermado aún más, no era la misma que estuvo con
ellos en las vacaciones.
En la tarde se sentó en el sofá y se quedó dormida.
No pudo cenar y pasó toda la noche dormida en el sofá.

36
Antonio, papá y Sara estaban desempacando y a veces
ella despertaba. Les sonreía con una sonrisa cansada y
se volvía a dormir.
Antonio volvió al colegio. Les contó a sus compañe­
ros sobre el viaje y todos estuvieron muy interesados.
Dentro de unos días les contaría más y les mostraría
fotos de Nueva Zelanda. Lo pasó súper.

Así fueron transcurriendo unos días. Mamá fue varias


veces al hospital para hacerse exámenes y estuvo unos
días en casa; pero siempre parecía estar muy, muy can­
sada. Los primeros días Antonio pensaba que quizás el
viaje la había cansado, pero se iba a recuperar, lamen­
tablemente no fue así.
Antonio quería preguntarle a mamá o papá, pero le
era dificil. En su corazón tenía miedo de que le dijeran
que mamá no estaba bien, aunque de todos modos podía
verlo, igual creía que todo iba a salir bien. Tenía que
creer. Todos tenían que creer.

37
La enfermedad

-Antonio -dijo papá muy serio-, la situación de mamá


es muy delicada. Quizás no sobreviva. Al menos así
parece... en este momento.
Antonio acababa de llegar del colegio y papá estaba
sentado en una silla en la sala de estar, casi como si lo
estuviera esperando.
Se notaba que trataba de ser fuerte, pero no lo lograba.
Estaba a punto de llorar.
Antonio llevaba varios días con la sensación de que
mamá no iba a recuperarse. Eran muchas las señales de
que así estaban las cosas. Era raro, de hecho había re­
flexionado sobre la posibilidad de que mamá pudiera
morir por la enfermedad. Pero cada vez que lo imaginaba,
trataba de pensar en otra cosa. Ahora era distinto, papá
se lo decía, se lo había dicho. Entonces, era verdad. Y era
terrible escucharlo.

-Los médicos han vuelto a examinarla y la enfermedad


se ha expandido. Al parecer, no hay nada que hacer, hijo.

38
Vengo llegando del hospital. Mamá y yo tuvimos una
reunión con el médico jefe y nos dijo que no hay nada
más que puedan hacer. La enfermedad ha ganado.
"La enfermedad ha ganado". Era una expresión extraña,
como si fuera un partido de fútbol. De todos modos se en­
tendía la metáfora, la idea era clara. La enfermedad había
ganado y mamá había perdido. Todos habíamos perdido.

Papá y él se abrazaron fuerte. Y lloraron. Antonio enten­


dió lo grave que era, aunque no podía imaginar cómo
sería una vida sin mamá. "¿ Cómo podía seguir la vida
sin ella? Imposible". Prefería no pensar en ello, aunque
fuera dificil no hacerlo.
Antonio quería preguntar tantas cosas, pero no podía.
Además, papá estaba demasiado triste como para hablar
de ello. Por lo menos así parecía.
Estaban tomados de la mano y no decían casi nada. Era
dificil y, de hecho, "¿qué iban a decir?". Ambos miraban
por la ventana. Antonio vio una bandada pequeña de pá­
jaros que estaba en el comedero del jardín. Era febrero,
había nieve y las temperaturas marcaban bajo cero en Dina­
marca. Una cría estaba entremedio de dos pájaros adultos
calentándose mientras tiritaba de frío. Era lógico tener frío.
-Ya ... tenemos que ir a buscar a Sara al jardín -dijo
papá de repente-. Acompáñame, por favor. Y esta noche
iremos a visitar a mamá.

39
Antonio afirmó y fue a buscar su abrigo y sus bo­
tas. No recordaba haber ido a buscar a Sara junto con
papá. Pero lo dio por sentado. Era imposible imaginar no
acompañarlo, no tenía ganas de quedarse solo en casa.

Justo después del regreso de Nueva Zelanda, mamá había


ido al hospital varias veces. Y últimamente había estado
hospitalizada casi todo el tiempo. Había momentos en
que Antonio quería hablar más, tanto con mamá como
con papá, sobre la enfermedad, pero no era fácil. Era
más agradable no pensar en ella, cada vez se hacía más
dificil hablar de mamá, era muy doloroso.
Todo era muy serio en casa. Papá nunca se reía y con­
versaba menos de lo normal. Se enfadaba mucho más
que antes. Tanto Antonio como Sara recibían regaños
terribles y había oportunidades en que Antonio los
encontraba totalmente injustos. Pero estaba claro que
también era duro para él. Mamá en el hospital todo el
tiempo, él teniendo que hacer todo en la casa, cocinar,
lavar la ropa, entre otras cosas. Y todos los días estaba
varias horas con ella en el hospital.

Durante ese tiempo, Antonio encontraba todo muy tedio­


so y sinsentido. Lo peor, sin lugar a dudas, era que mamá
estaba enferma. Pero se hacía cada vez más insoporta­
ble, más encima cuando tenía un mal día en el colegio,

40
llegaba a casa y se encontraba con papá enojado, igual
de hastiado. La única que podía hacerlo reír era Sara, las
mejores horas en casa las pasaba con ella.
También podía pasarlo bien con Mateo, con quien se
juntaba a veces.
Antonio y Sara iban todos los días al hospital. Mamá
estaba casi siempre en cama y había empezado a estar
cansada siempre. Papá contaba que era probable que
fuera por un remedio que le estaban dando. Una de las
noches cuando la visitaron ni siquiera se dio cuenta de
que estaban allí. Solo dormía.
Beatriz, la profesora jefe de Antonio, había hablado va­
rias veces con papá y en muchas ocasiones le preguntaba
si podía ayudar en algo. Pero no sabía bien qué contestar.
Era agradable el solo hecho de preguntar y querer conver­
sar sobre la situación. En el curso también habían hablado
sobre el tema. Todos lo sabían y estaba bien de ese modo.

Esa noche fue la más difícil en la vida de Antonio. Era


la primera vez que había visto a mamá llorar tanto. Y
cuando ella lloraba, todos lloraban. Mamá y papá, que
eran tan fuertes, siempre los consolaban cuando él o
Sara estaban tristes. Ahora pareciera que no había nadie
que los pudiera consolar.
No conversaron mucho, solo lloraron. Los médicos
le habían dicho a mamá que no podían hacer más nada,

41
que no se lograba nada al operar de nuevo y que tam­
poco había otra cosa que la ayudara. No había ninguna
esperanza, solo restaba esperar.
En ese contexto era duro ir al colegio, imposible con­
centrarse, escuchar, hacer trabajos y todo lo demás. Solo
había una cosa en su cabeza: mamá iba a morir, cada
vez se sentía peor. Estaba cansada y triste, pero ahora
casi nunca lloraba. Tampoco decía mucho cuando estaba
despierta y cada vez dormía más. Ahora mamá era una
persona muy callada.
Papá estaba siempre en el hospital, le habían dado
permiso en su trabajo, pasaba allí las veinticuatro horas
del día.
La abuela se había ido a vivir con ellos y el abuelo
también estaba ahí casi todo el tiempo. Siempre había
alguien en casa cuando Antonio y Sara llegaban del cole­
gio y el jardín. Todos los días venía papá a buscarlos para
visitar a mamá. Pero era casi imposible tener contacto
con ella, dormía casi todo el tiempo.

Así pasaron los días hasta que, un jueves, un poco an­


tes de las cinco de la mañana, papá llegó del hospital y
despertó a Antonio y Sara, les dijo que fueran a la sala
de estar. Los abuelos también estaban allí.
-Mamá ha fallecido... -dijo- ella se fue en el sueño
hace un par de horas nada más.

42
Y entonces les contó con más detalle lo que había pa­
sado y que de cierta manera había sido muy lindo todo.
Que mamá ya estaba en paz y no sufriría más.
Para Antonio todo era muy irreal. Afuera todo estaba
completamente oscuro, estaba cansado, tenía sueño y
ahora le decían que su mamá había muerto; que ya no
tenía mamá.
Sara se quedó dormida enseguida. Estaba acostada en
el sofá mientras Antonio, papá y los abuelos conversa­
ban. Antonio quería saber exactamente qué había pasado.
Si papá había estado cuando falleció, cómo había sido,
qué iba a pasar ahora.
Papá dijo que todos deberían tratar de dormir un poco
más y que a las diez tenían que ir al hospital a ver a mamá
por última vez.

Los abuelos también fueron. A Antonio le dolía el estó­


mago cuando estuvieron frente a la puerta de la habita­
ción de mamá en el hospital. Quería verla, pero nunca
antes había visto a una persona muerta. ¿Cómo sería?
-Pienso que debes entrar conmigo -dijo papá-. Pero
si no quieres, está bien. Tú decides.
Sara quería entrar y Antonio también, aunque era di­
ficil. Porque, "¿cómo sería ver a una persona muerta?
¿Cómo se vería mamá?". Su mamá, tan alegre y vivaz,
ya no estaría así. Ya no estaba.

43
Finalmente, todos entraron. Había dos velas encendi­
das junto a la cama. En las manos entrelazadas de mamá
había un ramo de flores, fuera de eso nada más, estaba
acostada como si estuviera durmiendo.
Antonio pensó: "en cualquier momento despierta y
nos sonríe". Pero en el fondo de su corazón sabía que
eso no iba a ocurrir. Y aunque todo era terrible, inmen­
samente triste, todo estaba tranquilo y, estar allí, era ex­
trañamente agradable. Ahora podía ver con sus propios
ojos que mamá no tenía dolores ni estaba cansada.

44
La despedida

El día anterior al funeral de la mamá de Antonio, Beatriz


había llamado para preguntar si podía visitar a la fami­
lia. "Por supuesto que sí", le dijeron, así que vendría
dentro del transcurso del día. Antonio pensaba que sería
raro tenerla allí en su sala de estar.
Los últimos días había venido mucha gente. Los abue­
los habían estado con ellos casi todo el tiempo; también
otros familiares, algunos, Antonio casi no conocía. Ade­
más, pasaron a despedirse algunos colegas de mamá,
vecinos, entre otras personas.

Antonio, Sara y papá habían hablado mucho acerca de


cómo se llevaría a cabo el funeral.
Cuando llegó Beatriz, los saludó a los tres con un
abrazo. Papá había hecho café y comprado panecillos.
Hablaron sobre los últimos días de mamá y Antonio
contó sobre cómo se había sentido. No era nada fácil,
lloró mientras lo contaba.

45
En cierto momento de la conversación, Beatriz sacó
un gran sobre marrón de su maletín y dijo que era un
regalo para Antonio.
Fue ahí cuando les contó que todos los niños del curso
le habían enviado un saludo. Sacó una de las cartas del
sobre y la leyó. Decía:

Hola, Antonio

Me duele mucho por lo que estás pasando. Me da


pena que tu mamá haya muerto.
Pero espero con ansia que vuelvas al colegio.

Con cariño,
Mathilda

Antonio guardó rápidamente la carta en el sobre. Te­


nía un doloroso nudo en la garganta. No podía leer más
cartas delante de otras personas. Al final, logró susurrar
"gracias Beatriz", y se fue rápidamente a su habitación
para estar solo un tiempo.
Todos los compañeros le habían escrito una carta.
Aunque en ese momento no podía leerlas, se sentía
feliz porque las habían escrito. Todo esto, era muy
importante para él y sabía que las guardaría para
siempre.

46
Volvió a la cocina justo cuando Beatriz se iba, sólo
podía quedarse media hora más porque tenía que estar en
el colegio a las once. Se despidió con otro abrazo fuerte.
-Nos vemos mañana -dijo en la puerta, y Antonio
entendió que iría al funeral.

Cuando Antonio, Sara y papá llegaron a la iglesia, ya


había bastante gente. Salieron del auto y papá tomó de
la mano a Antonio y a Sara. Fueron a saludar a los que
allí estaban. A varios Antonio no los conocía para nada.
Algunos les dieron la mano, otros un abrazo. Muchos
lloraban; su papá también lo hacía a ratos, Antonio no.
Los últimos días había llorado tanto que parecía que no
le quedaban más lágrimas.
Cuando alguien le hablaba, no decía nada y trataba
de evitarlo con la mirada. No podía hablar, le era im­
posible, tampoco sabía qué decir. Se sentía totalmente
vacío, vacío de lágrimas y de palabras.
Justo cuando iban entrando a la iglesia, empezaron a
sonar las campanas. En el pasillo había una larga fila de
flores que llegaba hasta el ataúd, ubicado cerca del altar.
De cierta manera, era bonito, todo blanco y decorado
con flores de muchos colores. Pero le era muy difícil
imaginar que mamá estuviera allí dentro.
Había una corona grande apoyada en el ataúd.
Antonio leyó la cinta que llevaba el arreglo de flores:

47
"Gracias por todo. Andrés, Antonio y Sara.
Te amamos ".

Papá acarició el ataúd como si quisiera despedirse de


mamá. Se quedaron allí un buen rato antes de sentarse
en la primera fila de la iglesia. Entonces llegó la pastora
y los saludó con la mano.
Se quedaron sentados esperando. Antonio se dio vuel­
ta un par de veces y vio que cada vez llegaba más gente.
Al final de la ceremonia eran muchos y la iglesia estaba
casi llena. Antonio también miraba a Sara que estaba
al otro lado de papá. Y pensaba que, después de todo,
tuvo más suerte que ella, estuvo once años y medio con
mamá, Sara apenas un poco más de cuatro años. "¿Sara
recordaría a mamá cuando fuera grande?"

El órgano empezó a sonar y cantaron un salmo que se


llama "Mira, el sol está asomándose en el mar". Era pri­
mera vez que Antonio lo escuchaba y tampoco entendía
muy bien de qué se trataba.
-Estamos reunidos hoy, para despedirnos de Lucía
Álvarez Jiménez. Una esposa muy amada, una madre
querida, hija y hermana adorada.
Así empezó el discurso de la pastora sobre la mamá
de Antonio y Sara. Después de la -introducción, habló
mucho tiempo sobre ella, sobre su importancia para la

48
familia, en el trabajo y en otros lugares, pero por sobre
todo, lo que había hecho en su vida.
También se refirió a lo injusto que era morir a tan
temprana edad. Asimismo habló sobre Dios, quien ahora
cuidaría de ella.
Mientras la pastora hablaba de mamá, papá lloraba como
Antonio nunca lo había visto llorar. Los abrazó y sólo llo­
raba y lloraba más. Fue muy dificil. Su papá, tan grande
y tan fuerte, en estos momentos se mostraba tal y como
se sentía realmente, no podía ocultar su tremendo dolor.
Luego rezó un "Padre Nuestro" y cantaron dos salmos
más, entre ellos: "Hermosa es la tierra". A Antonio le
gustaba mucho ese salmo, aunque pensaba que solo se
cantaba para Navidad. Al hablar con la pastora en la pre­
paración del funeral, habían decidido cantarlo porque no
solo era navideño y porque a mamá le gustaba mucho.
Mientras cantaban, Antonio pensaba que lo había can­
tado nada más hace tres meses atrás, cuando pasaron la
Navidad en casa de los abuelos. Y ahora estaba cantán­
dolo de nuevo, pero esta vez no era alegría navideña,
estaba todo mal.

El ataúd fue llevado afuera en una especie de caravana


en la que Antonio y Sara caminaban con la abuela ma­
terna justo detrás de mamá. Papá era uno de los que lo
cargaban. En el transcurso, el organista tocó una canción

49
de Kim Larsen que Antonio conocía muy bien. Aunque
las palabras no se cantaban, iba repasando la letra en la
cabeza mientras sonaba la melodía.

"Dentro de poco
reinará el silencio.
Dentro de poco
se terminará.
¿ Viste lo que quisiste?
¿Escuchaste tu melodía?".

Era imposible que la mamá de Antonio hubiera visto


y vivido todo lo que quería, apenas tenía treinta y ocho,
debería haber tenido por lo menos el doble.
Era dificil pensar en todas las experiencias que pudo
haber tenido, todos los días, meses, años que no alcanzó
a VlVlf.
De repente, Antonio sintió una pequeña mano que
buscaba la suya, era Sara, sin duda cuidaría muy bien
de su hermanita. Nunca le pasaría nada. Ahora iban de
la mano al cementerio donde iban a enterrar a su mamá.

50
Primavera otra vez

Después de un largo día y camino a casa, Antonio se sintió


aliviado. Había temido el primer día de colegio después de
la muerte de mamá, pero afortunadamente todo salió bien.
Podía sentir claramente que los demás habían habla­
do sobre la muerte de mamá. Beatriz también les había
contado a sus compañeros que Antonio se puso muy feliz
al recibir sus cartas. Varios de los niños querían hablar
con él sobre el tema. Es agradable lo que se siente. Sería
insoportable evitar o no atreverse a hablar sobre ello. Se
puso un poco triste porque Lucas no paró de conversar
de cualquier cosa. Sabía muy bien que su mamá había
muerto, pero quizás le resultaba dificil tocar el tema. Y
dentro de todo, lo entendía, estaba bien.
Antonio había hablado mucho con Isidora ese día.
Era una niña muy amorosa. No lo sabía hasta hoy. De
cierta forma, sentía que antes no la conocía, pero ahora
sí. Por suerte.

***
51
Han pasado casi dos meses de la muerte de la mamá de
Antonio. Piensa mucho en ella. De hecho está en sus
pensamientos todos los días, muchas veces en el día.
Se siente bien pensar en ella, aunque hay momentos en
que se pone triste al hacerlo. A veces llora en la casa.
Los tres lloran. Pero entonces hablan de ella y eso los
ayuda. Hablan de lo lindo que fue tenerla y de lo que
significaba para ellos y cuánto la querían. Y de que,
de cierta manera, sigue existiendo en Antonio y Sara.
A veces, miran todas las fotografías de ella, especial­
mente las de Nueva Zelanda, de esa manera también la
recuerdan.
Han empezado a tener otras rutinas diarias. No es tan
caótico como los primeros días y semanas después de
la muerte de mamá. Ahora es una vida totalmente dis­
tinta. Casi todo ha cambiado. A pesar de ello, Antonio
ha empezado a tener la sensación de que todo va a estar
bien. Aunque extraña terriblemente a mamá, hay muchas
cosas que lo hacen feliz. Ama a Sara y a su papá, pasar
tiempo con ellos es lo mejor.
Le gusta mucho ir al colegio y jugar fútbol. Días pasa­
dos, Alfredo, su entrenador, dijo que pensaba que Mateo,
Ahmed y Antonio eran talentos tan grandes, que quizás
deberían buscar un club profesional para jugar.
"¡Tal vez la próxima temporada! ¿Imagínate poder
llegar a ser futbolista profesional?".

52
Antonio sigue hablando mucho con Isidora. Se juntan
por lo menos una vez a la semana después del colegio.
Antonio e Isidora tienen algo en común que no pueden
compartir con otros, por eso les resulta bueno conversar.
Muchas veces saben lo que piensa y siente el otro. Por
ejemplo, el otro día hubiera sido el cumpleaños de la
mamá de Antonio, cumpliría treinta y nueve años y fue
muy difícil para Antonio. Lo habló con Isidora quien le
contó que se había sentido igual el día que hubiera sido
el cumpleaños de su papá.
El día del cumpleaños de mamá vino toda la familia.
Los abuelos maternos, los abuelos paternos, el tío Julio
y Linda. Comieron bollos y pastel, igual como si mamá
hubiese estado allí. Lo pasaron bien esa noche.

Hoy es sábado y, especialmente cuando es fin de se­


mana, Antonio piensa en lo distinto que es todo ahora.
Entonces se hace muy doloroso y terrible extrañar a
mamá. Es inevitable recordar cómo era cuando ella
volvía de las compras. Él y Sara la ayudaban a guardar
las cosas y revisaban si había comprado algo rico.
Ya no lo hacen. Ahora van los tres en el auto y
compran juntos, lo que está bien y es totalmente
distinto.
Antonio piensa que su papá ha cambiado desde la
muerte de mamá. Sara y él ahora comparten mucho más

53
con papá que antes. Y conversan más también. No tra­
baja tanto y está más interesado en lo que ellos hacen
en el colegio y en el jardín. Antes, sus días de trabajo
eran muy largos y casi no le interesaba nada más que
eso. Ya no es así para nada, ahora es mejor. ¡El mejor
papá del mundo!

Es un día soleado de fines de abril y se siente que el ve­


rano está a punto de empezar. Antonio está en la terraza
con su iPod y un jugo. Sara juega con burbujas, corre
para hacerlas lo más grande posible y a veces vuelan tan
alto que se pierden en lo alto.
Antonio no puede evitar reírse de ella. Sara es la per­
sona más chistosa que conoce y por suerte casi siempre
está contenta. Se nota que ella también extraña a mamá,
pero es como si se hubiera acostumbrado rápidamente a
la vida sin ella. Uno puede extrañar sin estar triste todo
el tiempo. Ahora lo sabe.
Esta tarde Antonio va a jugar un partido de fútbol
contra el equipo con el que siempre disputan el primer
lugar. El equipo de Antonio está en el segundo lugar de
la división, pero si gana hoy subirá a primera. Papá ha
dicho que él y Sara irán a ver el partido.
Además, esta noche van a regalonear los tres en casa.
Papá ayer dijo que quizás deberían tomarse unas buenas
y largas vacaciones en verano, dos semanas. Antonio

54
propuso viajar a Italia. Ese sí que es un país futbolero
donde se comen mucha pasta con salsa boloñesa. El país
ideal para Antonio, con todo lo que le gusta.
Sara, en cambio, ha propuesto pasar las vacaciones en
la Antártica. Acababa de ver un programa en la tele sobre
pingüinos y le parecería entretenido ir a verlos. Se rieron
a carcajadas. ¡Cómo si se pudieran pasar vacaciones en
la Antártica!

55

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