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Capítulo 1

Cambridgeshire, Inglaterra, 1845

El Capitán Ma hew Leland no solía llamar a la puerta principal de su


ancestral hogar familiar, pero cuando uno estaba regresando de entre
los muertos, al parecer, era lo correcto que se debía hacer.

Cuando se enteró que el Ejército, erróneamente, había informado a su


familia que él había muerto, se apresuró a volver a casa desde la India,
sabiendo que podría llegar a sus padres tan rápido como si enviaba una
carta.
A su lado, el Teniente Reginald Lawton le envió una sonrisa de
ánimo. Ma hew y Reggie habían sido amigos desde que habían salido de
Inglaterra; habían luchado juntos, y salvado la vida del otro en
innumerables ocasiones. Aunque Ma hew había insis do que no
necesitaba la ayuda de su amigo para reunirse con su afligida familia, una
parte de él agradecía su presencia.

Reggie silbó con incredulidad cuando ambos dirigieron sus


miradas hacia Madingley Court, el palacio del Duque de Madingley, primo
de Mathew. Éste se elevaba imponente por encima de ellos, con todas sus
torres y alas extendidas, tanto que parecían alargarse y no tener fin, con
ventanas brillando contra la creciente oscuridad del atardecer.

–Aún no me puedo creer que tú te criaras aquí– dijo Reggie,


sacudiendo la cabeza. –Nunca me pareciste tan refinado.

Ma hew sonrió. –Mi madre era la hija de un duque después de todo. Mi


primo ahora lleva el tulo y es dueño de la propiedad. Pero aun así… éste
es mi hogar.
Madingley Court era el lugar donde había vivido la mayor de su vida.
Lady Rosa se había criado en lo más alto de la Sociedad, y llevó una
vida en consecuencia. Pero haber nacido en la familia Cabot había
tenido un precio, incluso una maldición, como Ma hew alguna vez había
pensado.

Los Cabots eran notoriamente escandalosos, sus nombres estaban en


boca de todos, sus acciones eran una infame leyenda.

Y sus padres no habían sido diferentes. Su padre, Randolph Leland, era


un profesor de anatomía, de quien su madre, Lady Rosa Cabot, se había
enamorado sin tener en cuenta el desprecio de la Sociedad. El padre de
ella, sin éndose culpable de haber descuidado a sus hijos mientras
reconstruía el patrimonio familiar, había cedido ante cualquiera con
quien sus hijas quisieran casarse. Lady Rosa, con orgullo, había considerado
su elección –su buen sen do– infalible. Y luego, su esposo la arrastró al
escándalo.

El padre de Ma hew, como anatomista, había estado pagando a


hombres para comprar los cadáveres de criminales condenados a muerte,
lo cual estaba permi do por ley. Sus estudios los requerían. Sin
embargo, cuando había necesitado el cadáver de un cuerpo femenino,
que era más di cil de conseguir, sus empleados habían desenterrado las
tumbas de muertos recientes. El Profesor fue atrapado en el escándalo de
todo ello, y aunque su trabajo era legal, y él era inocente del crimen, no
pudo escapar a las crí cas de la compra de cadáveres femeninos.

Ma hew era tan sólo un niño en aquella época, pero hasta él pudo
notar la tensión entre sus padres. Lady Rosa había ignorado a la Sociedad
para casarse con un plebeyo, y estaba furiosa y humillada por sus acciones.
Cada uno fue herido por la desconfianza del otro y habían llegado
incluso al borde del divorcio, escandalizando a todo Londres durante
meses. Después de ser tema de historias condenatorias en diarios y
caricaturizados en dibujos, se re raron al campo, por el bien de la familia, y
cancelaron los trámites del divorcio. En vista de ello, muchos pensaron
que habían salvado su matrimonio, pero Ma hew y sus hermanas
sabían que todo era una fachada. Los Lelands amaban a sus hijos, pero no
se amaban entre ellos.
Y Ma hew se sin ó de alguna manera culpable; incluso cuando era un
niño, había luchado contra sus inclinaciones naturales para hacer lo que
quisiera. Pero, con la ayuda de sus primos, Christopher y Daniel, los
problemas parecían encontrarlo. Ma hew con nuó resis éndose a su
propia naturaleza, incapaz de olvidar el crudo dolor en el rostro de
Lady Rosa siempre que recordaba el escándalo de su casi divorcio. El
matrimonio le parecía algo doloroso, porque aunque sus padres trataron
de seguir las reglas y reparar su relación, nunca fueron los mismos. Para él,
tanto dolor no merecía la pena.

Como adulto, había encontrado cada vez más di cil ser el hijo
adecuado. Su primo Christopher había renunciado a sus maneras salvajes
cuando asumió la responsabilidad de su tulo a los dieciocho años,
decidido a salvar a la familia siendo el duque perfecto. Daniel había sido al
revés, invocando un escándalo tras otro, y haciendo lo que quería.

Cuando la envidia de Mathew por la libertad de Daniel se


convir ó en demasiada, supo que algo drás co tenía que cambiar, o él
sería el que humillase a su madre.

Así que, cuatro años atrás, había comprado una comisión en el Ejército
de Su Majestad la Reina. Sus padres se sorprendieron, pero no protestaron.
Después de todo, no era como si él fuera a heredar un tulo y vastas
propiedades, junto con todas las responsabilidades administra vas.
Ma hew nunca había mostrado interés en las inversiones que el
Profesor Leland había realizado. Y el Ejército era una opción perfectamente
respetable para un caballero.

Después de dos años con des no en Inglaterra, fue finalmente enviado


a la India… y a la libertad. Nadie sabía su nombre ni su historia familiar;
nada más que deber y lealtad se esperaba de él. Podía hacer lo que
quisiera, ceder al salvajismo que había pasado toda su vida resis endo.

Y había sido es mulante. Había luchado batallas con tanta


ferocidad y temeridad que se encontró ascendido por su valen a. Una
consecuencia no deseada, pero que aceptó con gusto. Se consideraba
un hombre nuevo, un hombre libre, pero con la ferocidad vino la
arrogancia, y había ido demasiado lejos.
Alejó el doloroso recuerdo, sin endo apenas una punzada de
emoción; se había vuelto un experto en ignorar lo que quería.

Independientemente de lo que hubiera pasado en la India, ahora


estaba en casa y él era diferente. No podía volver a reprimir cada
inclinación. Tenía que ser él mismo, para hacer lo que quisiera. Quizás sus
padres querrían pensar que su cambio era debido a servir al país, pero
Ma hew sabía que sería un cobarde si dejaba que sus padres creyeran
eso. El Ejército lo había liberado, le había permi do ser el hombre que
siempre había querido ser, un hombre que ya no vivía según las reglas no
escritas de la Sociedad. Hacía lo que le placía, mientras que nadie fuera
las mado. Sus padres algún día entenderían eso, porque al menos, él
siempre supo que tenía su amor.

Por fin la puerta se abrió, y Hamilton, el mayordomo de la familia


desde que Ma hew era un niño, lanzó una imponente mirada hacia abajo
desde su patricia nariz, primero a Reggie, luego a Ma hew. Abrió su boca,
y luego su mandíbula pareció caer hasta su pecho.

Ma hew sonrió. –Buen día, Hamilton.

–¿S-Señor Ma hew?– El hombre farfulló, su rostro blanco.

Ma hew hizo una mueca cuando el codo de Reggie le golpeó en el


costado, a causa del nombre que los sirvientes u lizaban para llamarlo
durante su niñez. Pero si el imperturbable mayordomo estaba atónito,
Ma hew sabía que su llegada iba a provocar una apoplejía en sus padres.

–Sé que es una sorpresa, pero sí, soy yo, de regreso de entre los
muertos. Excepto que, en realidad nunca he muerto.

La sangre finalmente regresó de nuevo a las mejillas de Hamilton, que


trató de usar una expresión apropiada para enmascarar su amplia sonrisa.
–Capitán Leland, es bueno verlo. No me corresponde a mí preguntar acerca
de este milagro, así que sólo voy a decir que sus padres estarán más allá
que agradecidos.
–Entonces, ¿están aquí?– Preguntó, sin endo una oleada de
an cipación y placer. Se sin ó aliviado por poder sacarles finalmente
de su dolor, y por comenzar el viaje de hacerles conocer su verdadero
yo, el que había estado escondiendo durante tanto empo.

El mayordomo rápidamente dio un paso atrás. –¡Por Dios, sí, están!


Por favor, pasen dentro.– Y miró a Reggie.
–Perdóneme Hamilton– dijo Ma hew. –Éste es mi amigo, el Teniente
Lawton. Se quedará con nosotros por un empo.

Cuando Ma hew cruzó el umbral, Hamilton tomó su maleta y Reggie


puso la suya junto a la puerta.

–¿Tienen más equipaje, Capitán?– Preguntó el mayordomo.

–Sí, cada uno tenemos otro baúl afuera en el carruaje.

–Me encargaré de ello después de que les lleve con Lady Rosa y el
Profesor Leland.

Ma hew puso una mano sobre su hombro. –Gracias.

Las estatuas de mármol en sus nichos empotrados casi parecían


darle la bienvenida como algo familiar desde su infancia. Reggie
abiertamente las miraba boquiabierto. Las puertas del gran salón estaban
abiertas, y Ma hew pudo ver los escudos y espadas en las paredes,
representando el pasado de los Madingley, pero Hamilton pasó de largo. El
mayordomo le dirigió una sonrisa poco habitual cuando alcanzaron las
puertas cerradas de la sala, y Ma hew compar ó su emoción.

Hablando por encima de su hombro, Hamilton dijo –Su Señoría, el


Profesor, y su esposa, se encuentran esta noche en la sala. Y si me permite
tal atrevimiento, no puedo esperar para ver sus caras.

Ma hew intercambió un ceño perplejo con Reggie. ¿La esposa de


quién? Pero antes de que pudiera preguntar al mayordomo, la puerta se
abrió y vio a tres personas sentadas cerca de la chimenea principal.

Su padre, el profesor Randolph Leland, tenía el cabello castaño rojizo


de Ma hew, pero teñido de gris. Estaba despeinado, como si
recientemente hubiera pasado sus manos por él, un hábito que Ma hew
recordaba desde la niñez. Su madre, Lady Rosa Leland, parecía más
delgada de lo que recordaba, su rostro con profundas arrugas, a causa de
su supuesta muerte, sin duda, y no sólo por el paso del empo. Ma hew
hizo una mueca de dolor por la culpa. Con ellos se encontraba una
mujer que no conocía, que completaba el acogedor cuadro. Mientras
que el Profesor leía el periódico, Lady Rosa y la mujer cosían con las
cabezas juntas como si mantuvieran una conversación. Todos
levantaron sus miradas cuando Hamilton se aclaró la garganta.

Y algo dentro de Ma hew se paralizó con alivio, con alegría, sabiendo


que podría llevarles una renovada felicidad. Y él estaba tan contento de
estar en casa después de un largo viaje alrededor de medio mundo.

–Disculpen la interrupción, Profesor Leland, Lady Rosa.– La voz del


viejo mayordomo era ronca, como si estuviera emocionado. –Traigo
buenas no cias.

El periódico se hundió en el regazo de su padre, y Lady Rosa emi ó un


sonido mitad entre jadeo y grito, su costura cayendo al suelo mientras se
levantaba. La mujer desconocida permaneció en silencio e inmóvil, pero su
rostro palideció.

–¿Ma hew?– Lady Rosa pronunció su nombre débilmente, luego se


aferró al brazo de su esposo como si se fuera a caer.

Él corrió hacia adelante. –Sí, madre, soy yo, pero por favor no te
desmayes. Se come ó un terrible error, y cuando descubrí que os habían
enviado la no cia de mi muerte me apresuré a regresar a casa lo más
rápido que pude.

Fue el turno de sus padres de correr, reuniéndose con él a mitad de


camino de la habitación; las lágrimas corrían por sus caras. Ma hew notó
un nudo en su garganta. Por mucho que le hubiera distanciado el escándalo
del Profesor Leland, al igual que tenía a su madre, aunque por muy
diferentes razones, nunca había olvidado lo mucho que le amaba.
Abrazó a los dos a la vez, luego dejó a Lady Rosa sollozar contra su
pecho, sosteniéndola mientras le sonreía a su padre.
–¿Cómo sucedió esto, hijo?– Preguntó el Profesor desconcertado,
usando un pañuelo para secarse las lágrimas.

Para sorpresa de Ma hew, el Profesor Leland palmeó suavemente la


espalda de Lady Rosa, como para aliviar sus desbordadas emociones. ¿Qué
había pasado con la distancia mantenida tan cuidadosamente entre ellos,
como un muro de piedra levantado para proteger a un soldado? Gran parte
de su niñez él tuvo que caminar con mucho cuidado entre sus
respec vos campamentos, donde ellos permanecían como dos enemigos
bajo un alto el fuego.

Riendo y llorando, Lady Rosa por fin levantó la mirada hacia


él, permaneciendo dentro del círculo de sus brazos. –Sí, cuéntanos qué
sucedió, por favor.

–Fui herido– explicó, –y mi regimiento tuvo que dejarme atrás.

Mientras hablaba, Ma hew se encontró mirando más allá de ellos a la


mujer que en silencio los observaba. Parecía congelada, su costura
descuidada en su regazo, su mano aferrada al brazo del sofá, dejando sus
nudillos blancos. Su cabello rubio claro estaba recogido en rizos al azar en
lo alto de su cabeza, recordándole a las burbujas del champán. Poseía una
belleza clásica encantadora, con pómulos elegantes, una nariz fina, y
labios carnosos que ahora estaban separados en estado de shock. Ella
parecía extramente… familiar.

Su curiosidad era tal que casi no podía recordar sobre qué había
estado hablando. Se giró para hablar con Lady Rosa. –Después de que me
recuperé y trasladé a otro regimiento, de alguna manera en mi primer
des no pensaron que había muerto por mis heridas. Me enteré demasiado
tarde de que os habían enviado una carta de condolencias.

–¡Oh, Ma hew!– Gimió de nuevo. –No puedo decirte lo afligidos que


hemos estado por tu pérdida.
Ella estaba temblando ahora, y él se sin ó como si
deliberadamente la hubiera engañado. Su cabello castaño oscuro se había
vuelto en su mayoría gris y parecía frágil.

Finalmente Lady Rosa le vio mirar por encima de su cabeza a la mujer.

–¡Oh Dios mío!– Exclamó. –¡Tu amada Emily merece la felicidad de


vuestro reencuentro!

“¿Amada Emily?”

Parpadeó mirando a la mujer, mientras sus padres le cogían por ambos


brazos y le conducían hacia adelante. La mujer, Emily, parecía
extrañamente rígida, como si estuviera luchando contra el deseo de
alejarse de él.

Lady Rosa fue hasta ella, ayudándola a levantarse. –Él no es un sueño,


querida Emily– dijo en voz baja, con una dulzura que nacía del amor.

Y entonces, Emily fue empujada hacia él, y él pudo apreciar que la


elegancia de sus formas con nuaba por todo su cuerpo, con curvas
delicadas perfectamente proporcionadas, pechos erguidos, cintura
estrecha, y redondeadas caderas. Pero fueron sus ojos los que le
atraparon, grandes y de un azul tan brillante como de fina porcelana,
destacando contra su piel, tan pálida, como si no tuviera color.

–Ma hew– Dijo Lady Rosa con voz de reproche. –¿No enes nada que
decir a tu esposa?

Entonces, Ma hew finalmente tuvo que aceptar lo que su cerebro no


había sido capaz de asimilar, que esta mujer había dicho a su familia que
ella era su esposa.

Apretó sus labios para contener un ataque de risa. “¿Su esposa?”


Pero sus padres lo creían, la creían a ella, se dio cuenta con
incredulidad. Por alguna desconocida razón, esta mujer los había engañado
con sus men ras, y se había salido con la suya.

Debería estar enojado, indignado. Pero en cambio sin ó un


re cente sen miento de admiración por su audacia, y por su éxito.

Rápidamente miró a Reggie, pero con el control de un soldado, éste no


reveló ninguna reacción; sólo esperaba la respuesta de Ma hew.

Ma hew sabía que muy bien podría tratarse de una conspiración aún
mayor; después de todo, esa mujer podría estar estafando a su familia.
Pero el Profesor Leland no era tonto, y aunque pudiera parecer
concentrado en sus inves gaciones, habría sabido si estaba llevando a
cabo un robo. Y además, había habido amor en la voz de Lady Rosa, algo
que esa mujer no podía haber ganado con demasiada facilidad.

¿Ella había afirmado ser su esposa? Cuando la verdad fuera revelada,


sería el escándalo más grande que su familia, propensa al escándalo,
podría jamás haber visto. Y él, después de haber creado sus propios
escándalos en la India, ahora enfrentaba uno nuevo explotando en medio
de su familia. Gracias a Dios que finalmente había aceptado el hecho de
que el escándalo lo perseguía dondequiera que fuera.

–¿Ma hew?– Lady Rosa dijo vacilante, mirándolos a los dos con
confusión.

Ella sostenía el brazo de Emily, pero la otra mujer ni siquiera parecía


estar temblando. ¿Dónde estaban sus excusas, sus intentos por explicar lo
que ella seguramente lamentaba que él estaba por revelar? Estaba
ansioso por escucharlos, por ver cómo funcionaba su mente. Pero ella
permaneció en silencio, esperando. De alguna manera tenía que alentar su
par cipación en esta comedia.
Ma hew dirigió a su padre una confusa sonrisa. –Yo… perdónenme,
pero mis heridas fueron bastante graves. Dijeron que estuve a punto de
morir.
Lady Rosa se quedó sin aliento, con una mano aferrándose al brazo de
Emily, y la otra alzada buscando el apoyo de su esposo. Ma hew vio con
asombro que el Profesor se lo daba. Pero él no podía centrarse en sus
padres, no cuando esta situación necesitaba de una cuidadosa astucia para
equiparar a la de Emily.

Y de repente, la respuesta vino a él, tan impactante y, sin embargo, tan


apropiada, que quiso reír. Había sólo una forma de descubrir los secretos
de Emily sin tener que recurrir a interrogarla como un policía. Y a pesar de
que era sólo una demora temporal al inevitable escándalo que habría
cuando la historia llegara a los periódicos, cedió a sus impulsos, tanto
empo negados.

–Algunas partes de mi memoria son vagas, y pensé que sería menor,


pero…–Dirigió a Emily una sonrisa avergonzada. –No recuerdo estar
casado.

Hubo un tenso momento de silencio en el que sus padres le


miraron boquiabiertos. Ma hew observó a Emily, impaciente por su
respuesta en la batalla que acababa de iniciarse.

Y entonces, su cabeza se fue hacia atrás, puso los ojos en blanco, y


comenzó a desplomarse.

Capítulo 2

Ma hew cogió a Emily antes de que cayera al suelo, disfrutando de las


suaves curvas de su cuerpo inerte cuando la sujetó contra su pecho.

–¡Dios mío, querida!– Exclamó Lady Rosa, poniendo su mano


suavemente en la frente de Emily. –El shock debe haber sido demasiado
para ella. Ha llorado tanto por , sobre todo después de sus maravillosos
seis meses juntos en la India.

Reggie tosió de repente, luego paró.

–Estaba enferma cuando llegó el año pasado– con nuó Lady Rosa, –
justo después de que nos enteráramos de tu muerte. Pobrecita. Ella misma
no había escuchado las no cias, porque había salido en un barco anterior.

Lady Rosa le dirigió una sonrisa preocupada, pero volvió su


preocupación a su “esposa”. Por lo tanto, Emily no sólo había declarado
que el de ellos fue un matrimonio apresurado, sino que dijo que ellos
habían pasado un empo juntos. Eso fue increíblemente arriesgado.
Entonces, ¿qué había estado haciendo ella, y qué trataba de esconder,
mientras estaban supuestamente juntos en la India?

–¿Ella sólo vino a ustedes después de que conocieron la no cia?–


preguntó. Emily obviamente lo había elegido a él como obje vo porque
había escuchado que él estaba convenientemente muerto. ¿Por qué
necesitaría ella la protección del nombre de un hombre?

–No importa, hijo– dijo el Profesor Leland con voz ronca. –Dios mío, tu
salud es más importante que cualquier otra cosa. Has perdido partes de tu
memoria. ¿Mandamos por un médico de inmediato? La punzada de
culpabilidad fue muy fácilmente ignorada. –El Ejército se encargó de
todo, padre. Y nada se puede hacer salvo esperar que con el empo
recupere mi memoria. No sufro ningún po de dolor o moles a.
El Profesor pareció obligarse a sí mismo a relajarse, su mirada cayendo
sobre Emily, todavía inconsciente en los brazos de Ma hew. –¿No es
pesada, hijo? Puedes dejarla en el sofá. Estoy seguro de que se reanimará
enseguida.

Ma hew se preguntó si ella habría interpretado ser frágil, viniendo a


ellos supuestamente enferma. Quería preguntarla, pero no delante de sus
padres.
Dirigió a su padre una sonrisa cansada. –Aunque no puedo recordar
nuestro matrimonio, me imagino que no me importaba abrazarla.

Lady Rosa puso los ojos en blanco al empo que se sonrojaba,


mientras que el Profesor se rio entre dientes.

Ma hew miró la calmada cara de Emily, acomodándola para que su


cabeza descansara sobre su hombro, donde él podía observarla. Su dulce
aliento se sen a suave contra su cuello; sus párpados cerrados parecían
azulados de fragilidad.

–Esto debe ser un shock también para , hijo.– Dijo en voz baja el
Profesor Leland. –Los recuerdos son todo lo que tenemos del pasado,
y perderlos, especialmente uno tan importante…– Su voz se apagó por un
momento, luego se fortaleció. –Pero esto es algo de menor importancia,
algo que mejorará con el empo. Lo más importante es que estás en casa
con nosotros, y que estás vivo. Podemos hacer juntos nuevos recuerdos.

–¡Oh, tus hermanas estarán tan emocionadas!– Exclamó Lady


Rosa, aplaudiendo con alegría. –Ellas ya se han re rado a sus
habitaciones. ¡Podemos enviar a por ellas y celebrar!

Pero Ma hew estaba demasiado impaciente por comenzar la


danza de ingenio con Emily. –¿Madre, te importaría si yo… subo a
Emily a nuestra habitación? Paz y tranquilidad la ayudarán a aliviar su
conmoción. Y además, yo me encuentro exhausto. Sólo pasamos una breve
noche en Londres, y luego vine directamente aquí.
–Claro, por supuesto– dijo el Profesor. –Se lo diremos a las chicas
cuando se despierten por la mañana, para que no te conmocionen con su
histeria.

–¿Te envío una bandeja con la cena?– Preguntó Lady Rosa.

–No, nos detuvimos para comer hace varias horas. Sólo agradecería
dormir.
Sus padres se dieron la vuelta y en ese instante repararon en Reggie,
quien juntó sus tacones y se inclinó ante ellos.

Ma hew negó con la cabeza con diversión reprimida. –Con toda la


emoción, me olvide de hacer las presentaciones. Profesor Leland, Lady
Rosa, permítanme presentarles a mi amigo, el Teniente Reginald Lawton.
Viajamos juntos desde la India.

Mientras su padre saludó amablemente con la cabeza, Lady Rosa quitó


su mirada preocupada de Emily y le dirigió a Reggie una franca mirada de
interés. –Estaré muy feliz de hablar con usted, Teniente. ¿Estuvo usted
con Ma hew durante su matrimonio con Emily?

Ma hew no se preocupó por la respuesta de Reggie.

–No, Milady– El otro hombre contestó con pron tud. –Pero supongo
que voy a llegar a conocerla muy bien junto con Ma hew.

Ma hew hizo una mueca de dolor para esconder su diversión. –


Hamilton te encontrará una habitación, Reggie. Te veré por la mañana.

Mientras sus padres lo acompañaban por los corredores, Ma hew


se encontró saludando con la cabeza y sonriendo a los sirvientes con
quienes se cruzaba y que le miraban con asombro. A algunos no los
reconoció, pero a los que sí lo hizo, muchos estaban secando sus ojos
llorosos con pañuelos. Él estaba extrañamente conmovido.

Sin embargo, lo que le impresionó fue la can dad de ellos que


miraban a su “esposa”, con verdadera preocupación. Al parecer, Emily se
había hecho un lugar en su hogar, y los sirvientes la apreciaban.

Se preguntó si ella estaba fingiendo un desmayo para retrasar sus


inevitables preguntas hasta que estuvieran solos. Esa sería una buena
tác ca. Su ac tud angelical y su delicado cuerpo, le hacían fácil olvidar lo
que había hecho. Llevaba célibe desde el año anterior, por lo tanto no se le
podía culpar por ser incapaz de apartar su mirada de la mujer en sus
brazos.

Lady Rosa abrió la puerta de su dormitorio.

Así que la muchacha había estado ocupando sus habitaciones; por


supuesto, pensó con diversión. Para su sorpresa, no había cambiado nada
de la decoración masculina de madera oscura, ni agregado adornos
femeninos.

Colocó a la mujer suavemente en su cama. Por fin, sus padres los


dejaron solos, después de encender las lámparas para comba r la
penumbra creciente de la noche. Un sirviente ya había encendido el carbón
de la chimenea para alejar el frescor de la noche de otoño. Se alegró,
porque después del calor de la India, Inglaterra le parecía demasiado fría.
Con aire ausente, frotó el brazo lleno de cicatrices donde la piel se había
tensado encima del codo mientras la había cargado. No era
exactamente doloroso, pero… sí incómodo, y un recordatorio constante de
su error en la batalla.

Ma hew se quedó de pie junto a la cama de cuatro postes con dosel,


mirando a Emily, o como quiera que se llamase realmente, durante largos
minutos. Ella no se movió. Largas pestañas marrones yacían en sus mejillas
de porcelana; sus labios rosados estaban separados suavemente con su
respiración. Aunque se inclinó cerca, ella todavía permaneció inmóvil.
Si estaba fingiendo estar inconsciente, estaba haciendo un buen trabajo.

Buscó en el armario del ves dor y encontró ropa ú l, nada


indecentemente caro o extravagante, varios ves dos en una variedad de
negros y grises. Pero era lógico, ya que apenas habría salido del luto sólo
unos pocos meses atrás, pensó sonriendo, y preguntándose si ella sería
de la clase de mujer que extrañaría ves dos hermosos.
De vuelta a su habitación, fue al tocador, que una vez había albergado
su navaja, cepillo de afeitar y taza, pero en el que ahora había un juego de
peines de mujer, un cepillo y un espejo de mano, así como también
frascos de vidrio conteniendo perfumes. Revisó la cómoda, pero no
encontró joyas escondidas, nada que la incriminara de algún modo. Se
sin ó aliviado.

Sin embargo, en el escritorio, varios papeles estaban guardados


en una carpeta de cuero. Miró sorprendido una licencia de matrimonio
con su firma en ella. ¿Habría hecho su herida que olvidara algo tan
importante? Pero no, podía recordar todo lo que había hecho, cada
momento de su empo en la India. Mirando más detenidamente el
documento se dio cuenta que aunque la firma pasaría por suya en una
inspección superficial, alguien la había copiado cuidadosamente para
falsificarla, para proporcionarle una forma de entrar en su conocida familia.

No alguien: Emily Grey. A menos que fuese un nombre falso el que


figuraba escrito en la licencia.

Pero hasta su nombre tocó una fibra sensible dentro de él. ¿La había
conocido antes? ¿Era ese el mo vo de que hubiese elegido a su familia?

La ciudad detallada en la licencia era Southampton, de donde su barco


había zarpado de Inglaterra, la fecha de la boda sólo dos días antes de que
él hubiera dejado el país. Ella sabía mucho de él y de sus movimientos
antes de que se marchara. Pero había sido lo suficientemente lista como
para hacerlos pasar como una pareja enamorada a primera vista. ¿Qué, o
quién, la habían inducido a esta loca intriga? Sus padres dijeron que ella no
había llegado hasta el año pasado, justo después de que a ellos les
informaran de su supuesta muerte. Obviamente ella lo había elegido de la
lista de fallecidos.

Puso la licencia de vuelta en dónde la había encontrado. Tendría que


hacer uso de una paciencia extrema, mientras interpretaba el papel
de esposo desconcertado… No debería estar disfrutando tanto de esto, lo
sabía, pero parecía que no podía evitarlo.
“Esposo”, pensó nuevamente, mirándola.
Había declarado amnesia en lo que a ella concernía. Pero si
estaba pretendiendo creer todas sus men ras, ¿se esperaba que la tratase
como a una esposa de verdad?

¿Incluso compar r esta cama?

Algo retorcido cobró vida dentro de él.

Ma hew sacudió la cabeza y desvió su mirada, recuperando el control.


Había pasado su vida dominando cada impulso, así pues, ahora se tomaría
las cosas con calma, mientras desenmascaraba a Emily Grey. ¿Qué tan mala
podría ser si sus padres ya la amaban?

Los ojos de ella pestañaron varias veces, y luego se abrieron,


mostrándole su azul cau vador, así como también su confusión.

Y entonces le vio y jadeó.

–Hola Emily– dijo suavemente, sonriendo. –Tu esposo está en casa.

Emily abrió sus ojos desconcertada, suponiendo aturdida que aún


se encontraba en el salón. En cambio estaba recostada de espaldas, bajo el
dosel de la cama, en la habitación de su esposo.

Todo llegó a ella de repente, y miró cautelosamente al hombre que la


había llevado hasta allí, y que ahora la estaba mirando de manera
inquisi va, después de su agradable saludo.

El hombre muerto, a quien ella había declarado como su esposo.


Creía que se había conver do en una mujer fuerte, pero su entrada en
el salón la dejó tan pasmada que se había quedado sin habla, incapaz de
pensar qué hacer. Había esperado tontamente encontrarse arrojada fuera
de la casa.
Pero él no la había delatado. Cuando dijo que había perdido parte de
su memoria, su alivio había sido tan grande que se había desmayado. La
debilidad era un problema; sólo su fortaleza y astucia la ayudarían a pasar
por esto ahora.

Se encontró estudiando al Capitán Ma hew Leland, tratando de


recordar al hombre que había conocido durante sólo unas pocas horas casi
dos años atrás; el hombre cuya muerte ella había u lizado para su propia
conveniencia.

Pero él no estaba muerto. Estaba bastante vivo, y a solas con ella en la


habitación que se suponía que ellos compar rían como marido y mujer.

Pero él no era su esposo.

No entraría en pánico. Esta rara enfermedad de él le había dado


la oportunidad de seguir interpretando el papel de su esposa. Ahora era
fuerte, y había aprendido que era capaz de hacer cosas terribles para
sobrevivir. Y ella sobreviviría a esto.

–¿Ma hew?– Su nombre salió en un susurro de fingida incredulidad.

Despreocupadamente, se apoyó en el poste de la cama, con los


brazos cruzados sobre el pecho, y una pequeña sonrisa apareció en sus
labios.

Era un hombre apuesto, tal y como había pensado en el primer


momento en que le vio en un barco durante la tormenta en el Canal de la
Mancha. Tenía el pelo oscuro, castaño rojizo que brillaba por la luz
ar ficial. Sus diver dos ojos eran color avellana, pero mientras más lo
miraba, comprobó que no eran de un solo color, sino que podían cambiar.
Cuando le conoció por primera vez, pensó que sus ojos eran intensos,
como si se centrara solamente en ella mientras ellos hablaban. Con una
clásica mandíbula cuadrada y finos labios, era la viva imagen de lo que un
hombre apuesto debería ser. Era todavía ancho con músculos, quizás aún
más después de servir como soldado en la India. Su chaqueta casi parecía
demasiado apretada sobre sus hombros, como si no hubiera tenido empo
de comprar una nueva desde que había vuelto.
Bueno, por supuesto que no lo había tenido. Había corrido
directamente desde el barco para decir a sus padres que estaba vivo….
sólo para encontrar una esposa que no recordaba.

¿Qué haría su esposa?

Sin pensarlo dos veces, se arrojó de la cama y a sus brazos. Ni siquiera


se tambaleó, era tan fuerte. Pensó que dudaba, pero finalmente sus
brazos la rodearon y fue envuelta en su calor… pero no en su seguridad.
Ella nunca se engañaría. Había crecido pensando que el matrimonio
significaba seguridad, y lo había averiguado por sí misma, sin necesitar
un verdadero marido. Y había aprendido a no depender de nadie más.

Por fin, se inclinó hacia atrás para mirar hacia él, sonriendo con
felicidad, forzando a las lágrimas a brillar en sus ojos. –¡Ma hew!– ella
repi ó su nombre con alegría y placer.

Estaba sonriendo hacia ella, lo que la hizo sen rse aliviada, sin
embargo, estudiaba su rostro de cerca. ¿Debería darle un beso, distraerle
de pensar tan profundamente? Estaba totalmente preparada para hacer lo
que fuera necesario, pero… algo la detuvo.

–Ellos te llamaron Emily– dijo lentamente, como si estuviera probando


su nombre en su lengua, su voz un profundo sonido ronco de masculinidad.

Ella sonrió mientras sus manos acariciaban sus hombros hacia abajo. –
Yo era Emily Grey, pero tú me hiciste una Leland! Dejó que su sonrisa se
desvaneciera. –Pero ahora no sé qué hacer. Quiero mostrar mi felicidad por
tu regreso a casa a salvo, y llorar al mismo empo. ¿De verdad no
recuerdas nada?
Él negó con la cabeza. –Un regreso a casa bueno para una mujer que
no se había permi do a sí misma la esperanza de que regresaría.
Sus manos se deslizaron por su espalda lentamente, llegando a
descansar en su cintura. Ella quería distraerle, pero extrañamente, con sólo
su toque estaba distrayéndose ella. Y sabía que no podía permi rse tal
distracción en su mente.

–¿Cómo podría esperarlo?– preguntó, acariciando sus solapas. –Me


dijeron que estabas muerto. Yo estaba enferma cuando tu madre me lo
dijo. Incluso ahora recuerdo cuán perdida me sen . Pero para , yo sólo
soy una extraña recién presentada. Como una lágrima cayó de sus
pestañas, se sin ó agradecida por una máscara detrás de la cual
esconderse. A pesar de que estaba jugando con fuego, llegó a tocar su
mejilla, sin endo el calor de su piel y la aspereza de su barba.

De repente, sus manos se apretaron en su cintura, atrayéndola aún


más ín mamente contra él. Su mirada se centró en su boca.

Él pensaba que ella era su esposa. Podía reclamar sus derechos


conyugales.

Descubrió que no podía respirar, sus pechos subían y bajaban con


fuerza contra la dura pared de su pecho. Aunque no era un hombre
excepcionalmente alto como su primo el duque, todavía se inclinó sobre
ella, poderoso e in midante. Si él alguna vez recordaba todo…

Se inclinó aún más cerca, su boca justo por encima de la de ella. Sin ó
su aliento, y experimentó un dolor intenso que no pudo iden ficar. Para su
sorpresa, en el úl mo segundo, volvió la cabeza y presionó sus cálidos
labios en su mejilla. La soltó tan rápido que ella se tambaleó hacia atrás
contra la cama.

La agarró del brazo, su sonrisa encantadoramente angus ada. –


Necesito… empo para conocerte de nuevo, casi como si empezáramos de
nuevo. Sé que no es justo para …
–Por supuesto que es justo– dijo ella, casi demasiado
apresuradamente. Se suponía que debía estar angus ada y triste… pero
también podía ser una esposa comprensiva. Respiró hondo, luego le
acarició la mano que todavía sujetaba su brazo. –Todo esto también es un
shock para mí.

Él asin ó con la cabeza.

–No nos hemos visto en más de un año– con nuó, sin éndose más
tranquila, más fuerte. –Me encuentro mirando cómo has cambiado,
preguntándome qué has visto y hecho mientras estabas en el Ejército.

Él la soltó y dio un paso atrás. –Mis padres me dijeron que pasaste seis
meses conmigo en la India.

–Hasta que pensaste que iba a estar en demasiado peligro si me


quedaba con go. ¿No recuerdas nada de eso?

Él negó con la cabeza lentamente.

–Cuando regresé a Inglaterra para conocer a tu familia, fue sólo para


escuchar que ellos ya habían tenido la no cia de que estabas… muerto.–
Ella miró hacia otro lado, inspirada en buscar a entas su pañuelo en su
mesita de noche. Se sonó la nariz.

Cuando le devolvió la mirada, él caminaba hacia el escritorio.

–Encontré nuestra licencia de matrimonio– dijo.

Su respiración se detuvo en sus pulmones mientras esperaba que


con nuara.

–Está fechada sólo dos días antes de irme a la India. Recuerdo algunos
de los prepara vos en Londres, el viaje en tren a Southampton, pero no el
empo que pasé allí.
–Dos semanas. Es el lugar dónde nos conocimos. Soy de un pueblo
cercano, donde mi padre era un terrateniente.

–¿Era?– Se sentó en el borde del escritorio, mirándola.

¿Estaba deliberadamente manteniendo la distancia? Qué


conmoción debía estar sin endo, frente a una mujer a la que creía
ín mamente unida a él. Pero ella no podía permi rse sen r pena por él, o
lamentarse de lo que estaba haciendo.

–Mi padre y mis hermanos murieron en un accidente de barco en el


Canal–dijo.

Incluso ahora los recuerdos del viento elevándose, las olas chocando
contra la proa, la perseguían, distrayéndola. En sus pesadillas aún podía ver
a su hermano mayor barrido por la borda, desapareciendo de la vista. No
había tenido que simular esas emociones; éstas oprimían su estómago con
tanto pesar que había sido incapaz de inventar una men ra para la familia
de Ma hew.

–Estaba navegando con mi padre y mis hermanos cuando el barco


naufragó en la tormenta. Mientras me aferraba a los restos, pensaba que
moriría. Luego escuché el sonido de la campana de un barco y vi la
embarcación emergiendo de la niebla. Tu cara fue la primera que vi
mientras te inclinabas sobre el agua encima de mí, como un ángel que
llegaba a rescatarme. Pensé que eras… intrépido, tan valiente.– Miró a lo
lejos, tragando. –Tú sólo me sonreíste con aliento, aunque me aferraba a tu
mano tan fuertemente que podría haberte hundido conmigo hacia abajo.

Ella arriesgó una rápida mirada hacia él, pero aún la miraba intensamente.

Con calma, preguntó –¿No tenías otra familia?

–Nadie cercano. Mi madre murió cuando era niña. Pensaba que mis
hermanos cuidarían de mí sin importar lo que pasase.
–¿Cuántos años tenías?

–Veinte.

–¿Y no hubo ningún hombre en tu vida antes de mí?

Ella sacudió su cabeza. –Pasaba la mayor parte de mi empo en


nuestro pequeño pueblo. Yo sólo…. Tenía asumido que me casaría con
uno de los hacendados, un hombre de la misma clase que mi padre, pero
nunca encontré ninguno. Y luego te conocí. Fuiste tan bondadoso, tan
preocupado por mí, asegurándote de que tuviera un lugar dónde
quedarme. Estuviste a mi lado en el funeral de mi familia, viniste a
visitarme cada día. Hablar con go me hizo recordar que mi padre querría
que con nuara con mi vida. Para distraerme, me contaste historias de tu
familia, de primos que eran como hermanos para , de las hermanas
que adorabas. Escuchar sobre otra familia me ayudó a recordar los
buenos empos con la mía.
Él ladeó la cabeza, su expresión interesada. –¿Y qué historias te
conté mientras te cortejaba?

Ella sonrió pícaramente, arriesgándose a que respondiera al flirteo. –


Había tantas. Pasábamos nuestras noches en el barco hacia la India
conversando bajo las estrellas, mientras hablábamos de nuestra infancia.
Pero recuerdo una historia que era sobre cómo actuaste como el hermano
mayor cuando tu primo Daniel estaba tomándole el pelo a tu hermana
sobre su obsesión con pintar. Si recuerdo correctamente, Daniel terminó
cubierto de pintura, y tú fuiste el héroe de Susana.

Una media sonrisa curvó su boca.

Con voz suave, ella agregó –Durante el empo que pasamos juntos,
llegué a ver la clase de hombre que eras, tan cercano a tu familia, y
sin embargo, esperando servir a tu país. Admiré eso.

Él miró lejos entonces. ¿Los elogios estaban yendo demasiado lejos?


Caminó lentamente hacia él. –Sé que parece rápido, pero de alguna
manera nos enamoramos.– Las men ras salían de ella tan fácilmente
ahora. –Estaba sola en el mundo, y me preocupaba que me estuviera
aferrando a , mi salvador, pero tú no estabas de acuerdo. Pensabas…
pensabas que nosotros éramos perfectos juntos.

–No estaba buscando una esposa.

–Dijiste eso, incluso entonces. Pero lo que teníamos…. no quisiste


que terminara. Así que me propusiste matrimonio, y quisiste llevarme
con go a la India.

–¿Y no te importó conver rte en la esposa de un oficial, siguiendo al


batallón?

Ella sacudió la cabeza. –No había nada en Southampthon para mí. Un


primo distante heredó la mansión familiar, pero yo no quería vivir con
extraños. Pensé que tú eras todo lo que alguna vez necesitaría.

–¿Y nos casamos tan rápido que ni siquiera tuve a mi familia con
nosotros?

–Tu salida estaba programada. No había empo.

Emily contuvo el aliento, deseando que él no preguntara cuándo ellos


habían no ficado a su familia sobre su matrimonio. Porque tendría que
mencionar la carta que amenazaba demasiado su mente, conteniendo un
secreto que podría destruir su falso matrimonio y su vida. Porque Ma hew
había escrito a sus padres sobre un matrimonio…, pero ella no era la novia.

Lady Rosa se la había mencionado cuando aún estaba enferma, y


Emily recordaba haberse sen do abrumada y resignada, pensando que su
mascarada había terminado. En la carta, Ma hew escribió que se había
casado, pero sin entrar en detalles, ni siquiera el nombre de su esposa,
prome endo explicar todo cuando tuviera más empo.
Pero nunca lo tuvo. La familia Leland simplemente asumió que él
había estado preparando a su familia para Emily, poniéndolos incluso
más dispuestos a aceptarla. Y mientras tanto, la preocupación de que
otra Señora Ma hew Leland regresara, acechaba en el fondo su mente.

¿Qué había sucedido con su verdadera esposa, y por qué no estaba


con él? Porque ella sería la mujer que podría arruinar todo por lo que había
trabajado tanto.

Era tan fácil estudiarla, pensó Ma hew mientras miraba a su “esposa”.


Emily Grey no era sólo belleza, sino verdadera elegancia… y tenía una
respuesta para cada pregunta. Ella había saltado a sus brazos como si él
fuera realmente su largamente perdido esposo. Había incluso llorado
cuando quería.

Ella había pasado por un montón de problemas para construirse una


vida aquí, y su pérdida de memoria le había venido como anillo al dedo.

Pero no, cada palabra era una men ra, porque su historia le hizo
recordar el accidente del barco. Las autoridades locales de Southampthon
habían rogado por cualquier soldado dispuesto a navegar en la tormenta
para aumentar la ayuda en el rescate.

–¿Ma hew?

Ella se paró cerca de él, puso su mano ernamente en su brazo. Podía


aspirar su dulce fragancia, mirar el encantador azul de sus ojos. Una mujer
de su belleza seguramente sabía cómo afectaba al sexo opuesto.
¿Pensaba que podía convencerlo tan fácilmente? Esperaba ansioso
confrontar su mente con la de ella.

Él permaneció sentado en el borde del escritorio, lo que casi los puso


al nivel de los ojos. Le dirigió una sonrisa cansada. –Lo siento, mi mente
debe haber divagado, es tan malditamente frustrante saber que algo
sucedió, pero ser incapaz de conjurar un recuerdo. ¿Cómo pude olvidarte?
Ella se ruborizó y desvió la mirada, con un tono rosado
iluminando la perfección de su piel.

–Entonces, ¿pasaste seis meses conmigo?

Ella asin ó

–¿Y no hubo un niño?

Ella negó con la cabeza, luego suspiró –Pero cómo deseé uno cuando
te creí muerto.

Fue su turno de asen r, su más profunda preocupación sa sfecha. Por


lo menos no habría un niño herido por lo que ella había hecho. –Estoy
seguro de que tendré muchas más preguntas, pero no esta noche. Estoy
agotado.

–Oh, por supuesto que lo estás–, dijo ella rápidamente, su frente


fruncida con preocupación. –¿Puedo hacer algo para ayudarte?

Inclinó la cabeza y sonrió, incluso mientras su rubor se


profundizaba. Él sostuvo su mirada por un momento, y ella lo miró a él.
Pero él ganó esta pequeña compe ción cuando ella bajó su mirada. El
diablo dentro de él quería pedirle lo que ella le estaba ofreciendo esta
noche. Sus labios sabrían dulces; su cuerpo aliviaría su alma cansada y le
permi ría verdaderamente olvidar.

Pero, ¿se rendiría con gusto, mientras otra parte retrocedía dentro de
ella?

No quería usarla de esa forma, aunque esta situación la había creado


ella.

–Ve a dormir, Emily–, dijo él finalmente, es rándose y rozándola de


pasada. –¿Hay alguien ocupando la habitación con gua?
Ella negó con la cabeza, luego habló con obvia incredulidad. –Pero ésta
es tu habitación.

–Pero tú la has estado usando. Yo usaré aquella por ahora. ¿Acaso la


mayoría de las parejas que enen vidas separadas, no enen camas
separadas también?–preguntó casualmente. –¿O nosotros éramos tan
diferentes?

Ella dudó, luego dijo suavemente, –Nosotros estábamos bien juntos.

Él le dirigió una media sonrisa. –Estoy contento de escuchar eso.


Odiaría pensar que te dejé con malos recuerdos.– Dicho lo cual, caminó
hasta la puerta que conducía al ves dor que conectaba las dos
habitaciones.

–Recuerda, Ma hew, podemos crear nuevos recuerdos– dijo. –


Buenas noches.

Él le deseó lo mismo.

Cuando estuvo solo, se quitó el pañuelo del cuello y lo miró largo


rato mientras éste colgaba entre sus dedos.
Su mente estaba corriendo, y no iba a ser capaz de dormir por mucho
empo.

Silenciosamente, cruzó la puerta que conducía al hall y abandonó


su habitación.

Capítulo 3

Fue bastante fácil encontrar a Reggie, ya que estaría alojado en


el ala des nada a los solteros.
Ma hew golpeó en la puerta de la primera habitación de invitados.
Desde el otro lado escuchó –Ya te he servido un brandy.

Entró en la habitación para encontrar a Reggie hundido en un sillón de


oreja ante el hogar, su cabeza reclinada contra el respaldo, sus ojos
entrecerrados. Una copa de brandy acunada entre sus manos, mientras
otra esperaba en una pequeña mesa al lado de él.

Ma hew sonrió, tomó su copa, y luego con un suspiro, se es ró en la


silla de al lado. Reggie con núo mirándole vagamente, esperando.

Ma hew levantó su copa. –Por mi esposa.

Su risa se fundió con la de Reggie, y luego chocaron sus copas antes de


beber hasta el fondo.

–Cómo consigues mantener la cara impasible está más allá de mí– dijo
Reggie, sus hombros todavía sacudiéndose. –Fue bueno que nadie me
estuviera mirando, porque probablemente lo hubiera desvelado todo.

–No, no lo hubieras hecho. Lo hubieras tomado por la oportunidad


que era.

–¿Y lo fue? –¿Fue qué?


–¿Una oportunidad?

Ma hew vaciló. –Supongo que lo fue… que lo es.

–¿Y cómo dejaste a esa nueva esposa?

–Shh– dijo, sonriendo mientras miraba hacia la puerta. Él sabía que su


familia estaba lejos, sin embargo siempre había sirvientes cerca para
asegurar la comodidad de los invitados.
–¿Bien?– Insis ó Reggie, sentándose un poco para centrar su
mirada en Ma hew.

–La dejé sola. Y no, no me aproveché.

La boca de Reggie cayó abierta por un momento. –¿Entonces ella


estaba dispuesta? ¿Y despierta?

Ma hew rodó los ojos y tomó otro sorbo de brandy. –Por supuesto
que estaba despierta. Pero no sería correcto presionar.

–¿Correcto? ¡Ella está afirmando ser tu esposa!– Dijo Reggie con


incredulidad. –Ella está pidiendo tu atención.

–No, ella pensaba que yo estaba muerto,– él meditó. –Ella está


aquí obviamente por otra razón.

–¿Y no pudiste sacarle cuál era?

–No, ella estuvo muy bien. Estoy ampliamente impresionado.

–Querrás decir que ampliamente embobado. Ella es tan escandalosa


como tú pasaste tu vida anhelando ser. Tu primo Daniel no estará a tu
altura ahora.
–Oh, por favor, ¿quién sabe en qué problemas se habrá me do desde
que he estado fuera? Y tú me conoces demasiado.– Ma hew rezongó de
buen grado.

–Debería. Te he conocido desde que ambos éramos nuevos


oficiales en Southampthon, esperando por un barco que nos llevara
alrededor del mundo.

–Aparentemente, allí es donde me casé con Emily. ¿Fuiste mi padrino?


Si hubiera estado afuera, la constantemente abierta boca de Reggie
hubiera atraído a las moscas. –¿Eso es lo que ella afirma?

–Yo sí la conocí allí, ¿sabes? ¿Recuerdas la familia que murió en el


naufragio del barco?

–Lo has mencionado una o dos veces.

–Ella es la chica que rescate.

–En más de una forma, obviamente.

Ma hew elevó su copa de nuevo. –Obviamente.– Él no lo reconocería


en voz alta, pero había habido una conexión entre ellos, y todavía se sen a
atraído hacia ella. El ins nto protector estaba arraigado en él, lo había
me do en problemas antes… y obviamente lo hacía de nuevo.

–Entonces, ella te conocía…– Reggie lo instó.

–Y luego ella debe haber decidido u lizarme, una vez que mi nombre
apareció en la lista de víc mas. Gran parte de los datos son reales, por
supuesto, su descripción del accidente, y la forma en que pasé el
empo con ella, eran correctos… hasta cierto punto.

–Debes haber estado impresionante.

Ma hew hizo una mueca de dolor. –Di cilmente. Hablamos, eso es


todo. Ella era una asustada y empapada muchacha, cuya familia entera
acababa de morir trágicamente. Sen pena por ella–. La recordó perdida
entre toallas húmedas, demasiado aturdida al principio como para
siquiera llorar. ¿Cómo podría no haberse compadecido de ella?
–Sigue hablando.

Él le lanzó una distraída mirada de diversión a su amigo. –Muy bien,


fue más que lás ma por mi parte. Podría sólo haberle dado el dinero e
irme. En cambio, le encontré una habitación de hotel, le ordené comida
caliente y le contraté una criada, y volví a la mañana siguiente para ver qué
tal estaba. Aún en su dolor había sido dulcemente encantadora, porque no
quería ser una carga para mí, trató de pretender que todo estaría bien.

–Y tú te involucraste.

Desconcertado, él murmuró, –Hice lo que la condujo


directamente a mi familia. Le di una carta de presentación para ellos,
incluyendo las dos direcciones en Londres, además de la de aquí en
Cambridgeshire. Le dije que si alguna vez necesitaba ayuda, fuera con mi
familia en mi nombre y la pidiera.

–Energúmeno, realmente te lo buscaste.

Ma hew se encogió los hombros. –¿Crees…?– él comenzó, pero luego


se detuvo por un momento. –¿Que en su terrible dolor, Emily pudo haber
fantaseado más con mi amabilidad de lo que había significado?

Reggie le miró por encima de su copa. –¿Dices que está tocada de la


cabeza?

–Dijo que no le quedaban familiares cercanos. ¿Pudo haberse


convencido de que nosotros realmente nos habíamos casado?

–¿Por desesperación, quieres decir? ¿No crees que alguien loco se


habría traicionado en el plazo de un año? No imagino que todos en tu
familia sean tan tontos.

–Tienes razón, por supuesto– Ma hew dijo, sacudiendo su cabeza. –Si ella
hubiera fantaseado sobre el matrimonio, habría ido a mi familia
inmediatamente. En cambio, pasaron seis meses… y alguien había
falsificado una licencia de matrimonio para ella. Tendré que estudiarla
de nuevo, y ver el nombre del hombre que supuestamente llevó a cabo
la ceremonia.
–Ahora eso no es importante– dijo Reggie. –¿No crees que hizo la
falsificación ella misma?

–Pudo haberlo hecho. Con mi carta, ella tuvo la oportunidad de copiar


mi firma. Pero es posible que no esté sola en esto. ¿Me pregunto si ella
trajo a alguien dentro de esta casa con ella?

–¿O si hay alguien cerca, a su entera disposición, sólo esperando?


¿Qué harás si esa es la verdad?

–Soportarlo como venga– dijo Ma hew, permi endo una sonrisa


ensanchar su boca. –Es sólo curiosidad por saber por qué ella simplemente
no pidió ayuda a mi familia, como le di permiso para hacer.

Reggie movió su cabeza de un lado para el otro contra el sillón,


suspirando. –Reconozco esa pobre sonrisa tuya. Lo estás disfrutando.

–¿Y no es para diver rse? Tengo una bella mujer haciendo su mejor
esfuerzo por complacerme.

–Y un poco de peligro para hacerlo excitante– Reggie agregó. –Y


nosotros que pensábamos que Inglaterra sería aburrida después de la
India.

–He aprendido mi lección, sabes. A pesar de que el escándalo es


placentero, nada bueno puede salir de éste. Disfrutaré desenmascarando a
Emily, pero eso será todo.– Él había tenido suficientes enredos para toda
una vida. Era empo de algo de diversión.

Después de acabar su trago con Reggie, Ma hew le deseó buenas


noches y regresó al ala familiar. En el nuevo dormitorio de su an gua
habitación, se desvis ó y se tumbó en la cama. Sin embargo, permaneció
largo empo despierto, imaginando a su “esposa” en la habitación de al
lado, dormida en su cama.
Mientras miraba al techo, escuchó un inusual sonido en el corredor. Se
puso instantáneamente alerta. En aquel momento se le ocurrió que Emily
podría en realidad tratar de escapar.

Se puso los pantalones y espió por la puerta, pero no vió a nadie.


Aunque una lámpara en cada extremo del corredor proveía una débil luz,
no vio sombras. Rápidamente, regresó a través de su habitación y el
ves dor, y apoyó su oreja contra la puerta de la habitación de Emily. Nada.

Se dijo a sí mismo que ella no huiría en medio de la noche. No


había encontrado nada en la habitación de ella que la ayudara a escapar,
nada de dinero, ni de joyas.

Pero luego imaginó la cara de sus padres si ella había desparecido en


la mañana, si él tenía que explicar lo que ella había hecho… qué haría en
respuesta. No, no le permi ría terminar así, no hasta que se supiera
todo. Muy cuidadosamente, abrió la puerta.

La tenue luz de luna entraba por las ventanas, iluminando todo lo que
tocaba, y profundizando las sombras dónde no. A pesar de que habían
pasado varios años, conocía muy bien la habitación, fue capaz de rodear la
silla del escritorio y el baúl a los pies de la cama.

Y entonces la vio. Su expresión tan serena como inocente. El


cubrecama la cubría hasta la cintura, permi éndole ver su camisón,
sencillo y sin adornos, pero tan fino que delineaba cada curva de su
cuerpo, desde los delicados huesos de sus hombros a la cima de sus
pechos. Sus labios, suavemente abiertos por su respiración, estaban
hechos para los besos de un hombre.

Permaneció parado durante demasiado empo, hasta que finalmente


logró sacudirse el estupor del deseo. Ya había comprobado dónde estaba.
Por supuesto que ella no había huido de él. Cualquiera que fuera su
mo vo, ella había pasado por mucho para echarse ahora atrás,
especialmente cuando él le había dado la excusa perfecta para quedarse.
Era el momento de que él averiguara el resto finalmente.
Regresó a su nueva habitación, todavía dando vueltas y vueltas,
porque ahora tenía la imagen de ella en su cabeza.

***

Arthur Stanwood, próspero terrateniente de Southampton, ya no


era próspero. Sus acreedores finalmente habían empezado a llegar, y no
eran de la clase que entregaba una maldita nota de deuda y esperaba por
una respuesta honorable. No, lo matarían pronto y tomarían todo lo que le
quedaba, si él no aparecía con el dinero que se había jugado. Durante el
desayuno, mientras leía The Times, encontró la solución.

El Capitán Ma hew Leland, primo del Duque Madingley, había


regresado de la muerte.

Emily Grey había tratado de decirle que ella se había casado con el
po antes de que él se fuera a la India. ¿Ella, una chica de campo, casada
son un miembro de la familia de un duque? No lo había creído, sabía que
ella sólo había estado u lizando al hombre muerto.

Con el viejo vicario muerto, Stanwood había estado seguro que la


tenía bajo su control, pero ella había desaparecido. Se dió cuenta que
había sido muy descuidado. Estuvo resen do durante meses después de
su huida, buscando en su cerebro el nombre que ella le había dado, el cuál
era su única pista.

Y ahora estaba aquí, en el maldito Times, la respuesta a su


desesperación. El ar culo mencionaba que el capitán había regresado
junto a su joven, doliente viuda… la Sra. Emily Leland.
Era empo de que visitara a la encantadora “Sra. Leland!” y ver como
ellos podrían ayudarse mutuamente. Stanwood miró su reloj de bolsillo. Si
tomaba el tren, sería capaz de llegar a Cambridge esa tarde.
***

Cuando Ma hew despertó, permaneció quieto, con la mente vacía, no


seguro de recordar la úl ma vez que había dormido en una cama tan
cómoda. En el barco, su litera había estado hecha de madera dura con un
colchón demasiado delgado. Y durante sus viajes en la India, el lujo era la
extensión de una mesa apuntalada con tres sillas de caña.

Después de asegurarse de la ubicación de Emily, había estado muerto


para el mundo, ni siquiera recordaba sus sueños. Pero ahora el sol entraba
a través de las cor nas; había dormido más de lo que pretendía. La casa
estaba tan silenciosa.

Como habitualmente, se encontraba agarrotado cuando se


levantaba, las cicatrices de sus quemaduras rando apretadas sobre sus
huesos. Temprano esa mañana sus ropas debían haber sido desempacadas
y guardadas en el ves dor, y ahora un ayuda de cámara que no conocía
había llegado para ayudarle a ves rse. Ma hew lo despidió. A pesar de no
estar avergonzado de sus heridas, no sen a la necesidad de sirvientes
horrorizados propagando chismes.

Puso la mano en el pomo de su an gua habitación, pero luego


recapacitó sobre dejarse distraer por la adorable Emily cuando sus
hermanas estaban esperando para verlo. Bajó solo a la sala de desayuno.

En el umbral, se detuvo repen namente. Todos estaban allí, sus


padres, sus hermanas, Reggie… Y Emily. Ninguno notó su presencia de
inmediato. Estaban hablando entusiasmados entre ellos, la comida
olvidada. Sus hermanas, Susanna y Rebeca, sentadas una a cada lado de
Emily.
Un suave sen miento de gra tud hacia Dios lo atravesó, porque él
fuera capaz de estar con ellos de nuevo. Hubo un empo, cuando yacía
retorciéndose de dolor por la feroz agonía de sus quemaduras, que casi
había deseado la muerte. Había aprendido a golpes que su vida y su familia
eran importantes para él.
Susanna, de vein séis años, era sólo un año menor que él. Actuaba
como la asistente de su padre en el laboratorio de anatomía, dibujando los
músculos y órganos que su padre estudiaba. Era una marisabidilla de
primera, inteligente y tranquila, con el mismo cabello castaño que habían
heredado de su padre. Lady Rosa hacía empo que se había dado por
vencida de que Susanna alguna vez se esforzaría lo suficiente para atraer
un esposo, lo que aún entristecía a Ma hew. Aunque él no quería una
esposa, seguramente era mejor para una mujer casarse con un hombre y
tener su propia casa. Y su hermana se merecía ser feliz.

Así que durante los úl mos años, Lady Rosa había concentrado todos
sus esfuerzos matrimoniales en Rebecca, quien tenía diecinueve años,
y era una belleza, con cabello marrón oscuro y ojos color avellana.
Después de una niñez debilitada por muchas enfermedades, Rebecca había
madurado hacia una belleza encantadora que sorprendía a Ma hew,
quien pensaba que por rebeldía ella podría terminar siendo la salvaje de
la familia.

Pero por supuesto él no estaba informado sobre todo lo que ella había
hecho desde que él se había ido. Esperaba ansioso descubrirlo. Hubo
un empo, mientras él se estaba recuperando, en el que pensó que quizás
nunca vería a su familia de nuevo, de tanto empo como le había llevado
recuperarse.

Para su diversión, estaban todos concentrados en Emily, la esposa


cuyo esposo había regresado a ella. Su expresión era animada mientras
hablaba con sus hermanas, mirando de una a la otra, y ges culando con el
tenedor. Susanna le dio un breve abrazo, mientras Rebecca reía a su otro
lado. Qué cómodas parecían todas juntas, como verdaderas hermanas.
En ese instante Susanna le vio en el umbral. –¡Ma hew!– gritó.

Le dirigió una sonrisa cariñosa. –Hola, hermanita.

Y luego el pandemonio se desencadenó cuando Susanna y Rebecca


cruzaron corriendo la habitación para arrojarse en sus brazos. Quedó
aplastado contra la puerta, un brazo alrededor de cada una de ellas,
sonriendo como no lo había hecho en mucho empo.
–No hay necesidad de estrangularme– dijo con diversión.

–¡Oh querido, has sido terriblemente herido!– dijo Susanna,


retrocediendo y mirándole.

–Ahora estoy totalmente recuperado.

–¿Mamá dijo que estabas quemado?– La dulce voz de Rebecca estaba


llena de dudas, como si pensara que hasta hablar sobre ello le las maría de
nuevo.

–Hubo una explosión. Y fui herido por una bayoneta– dijo sin
darle importancia. Cuando ellas jadearon al mismo empo, las abrazó
contra él. –Pero estoy recuperado desde principios de año. No enen que
tratarme como a un frágil inválido.

–Pero tu memoria…– Dijo Susanna dubita va.

Ma hew miró a Emily, ahora de pie al lado de sus padres, su cara llena
de dulce preocupación por él. Ella usaba un ves do amarillo claro, tan
brillante como el sol. ¿Se habría preguntado… y preocupado, si dormir le
habría traído de regreso sus recuerdos? Sus padres probablemente habían
deseado lo mismo, pero sin preocupación.

–No hay nada que pueda hacer por mi mente– dijo. –Los recuerdos
volverán o no.
Él se encontró estudiando a Emily, preguntándose como provocarla,
hacerla equivocarse para que revelara más sobre sí misma. Tuvo una
repen na e increíble idea. Él había sostenido “tener lagunas en su
memoria”… Entonces, ¿por qué no llevarlo más lejos, recrearse en su
pérdida de memoria? Tal debilidad le permi ría permanecer cerca de ella,
aprender todo lo que pudiera sobre ella. Si él no podía recordar cómo
hacer algunas de las cosas básicas de la vida, entonces como su esposa,
Emily tendría que enseñarle.

–Podemos contarte todo lo que quieras saber– dijo Rebecca, rando


de su padre en la sala de desayuno y dejándole a él su silla al lado de Emily.
Ella hizo
señas con diver da elegancia. –Ésta es tu esposa, Emily.

Él sonrió a Emily, que le devolvió la sonrisa mientras se sentaba su


lado.

–Rebecca– dijo Lady Rosa con tono de advertencia, –ahora no es


momento de burlarse de tu hermano.

–Madre, si no se burlan de mí– dijo él –¿Cómo sabré que he vuelto a casa?

El Profesor Leland soltó una carcajada y volvió a su asiento cerca la


cabecera de la mesa. Aun cuando su primo el duque no estaba en casa
ellos siempre parecían dejar la cabecera de la mesa libre para él.

Los sirvientes trajeron a Ma hew un plato repleto de jamón,


huevos y tostadas, su desayuno preferido. Todo se veía delicioso, y
Ma hew se dio cuenta de que estaba muerto de hambre.

Se obligó a sí mismo a dudar sobre su plato, recordando las lagunas en


su memoria, esperando así atraer la atención de Emily.

–¿Ma hew?– dijo ella discretamente.

Él miró a su familia, ocupados comiendo, como si no quisiera


que ellos notaran su dilema.

–Es la cosa más extraña– dijo en voz baja, para los oídos de ella
solamente. –No puedo recordar cómo me gustan las tostadas.

–¿Quieres decir que tu amnesia afecta incluso hasta cosas tan


simples?

Su preocupación estaba llena de compasión y preocupación.


–Algunas veces. Otras veces me siento seguro, hasta el punto de
olvidar que tal debilidad incluso existe. Pero no pude recordar el nombre
de algunos de los sirvientes anoche.
–Oh, pero seguramente, después de dos años…

–¡Pero sabía que ellos habían estado aquí toda la vida!– Él se permi ó
mostrar algo de frustración. –¡Y tú eres mi esposa! Como pude…

Ella puso una gen l mano en su brazo, mirando a sus distraídos


padres. –Ma hew, mientras más te rindas a la frustración, peor será.
Relájate, y permite que vuelva a lentamente.

–¿Y si no lo hace?

Con convicción, ella dijo, –Entonces creas nuevos recuerdos.

Crear nuevos recuerdos con Emily. Qué pensamiento más


intrigante. Él sostuvo su mirada, mirando sus sinceros ojos azules,
tratando de encontrar la vulnerabilidad que la atrajera a él… y tratando de
no mirar su boca con demasiada hambre.

Fue distraído por un rón en la manga de su chaqueta, y se giró


hacia Susanna, a su otro lado.

–Por supuesto Mamá nos ha contado sobre tu dilema– dijo ella en un


tono sensato. –Cuéntanos que se siente al tener “lagunas” en tu memoria.

Debía haber estado escuchando su conversación. –¿Estudiándome


como tu úl mo proyecto?– la preguntó.

Ella se ruborizó ligeramente. –Simplemente nunca he conocido a


alguien con tu condición. Cuando pienso en y en Emily viéndose por
primera vez después de un año, esposo y esposa, y sin embargo, casi
extraños…
–Susanna.– La recriminó Lady Rosa, en el tono de voz propio de una
madre.

–Permíteles hacerme preguntas– dijo Ma hew jovialmente. –Quizás


hablar me ayude. ¿Querías eso, no, Emily? –Por supuesto.
Dirigiéndose a su familia les dijo –Esto seguramente es di cil también
para ella. Hemos decidido llevar nuestra relación despacio, llegar a
conocernos el uno al otro de nuevo.

Rebecca frunció el ceño. –Para Emily, tú eres su esposo largamente


perdido, pero ¿ella ene que considerarte como un pretendiente de
nuevo?

Emily bajó la servilleta y le sonrió a Rebecca. –No me molesta– dijo


ella con voz firme. –Haré lo que sea necesario para que nuestra vida vuelva
a la normalidad nuevamente. Después de todo lo que ha sucedido, no
podemos esperar que ocurra rápidamente. Y no deben sen r pena por mí.
Yo no soy a quien le faltan recuerdos, quién estuvo casi al borde la muerte.

Ma hew notó la cariñosa aceptación en la mirada de su padre, la


forma en que Lady Rosa limpió las esquinas de sus ojos. Incluso Susanna y
Rebecca parecían inquietas. Emily sabía exactamente qué decir.

¿Pero cómo podía haber esperado otra cosa, después de ver la


devoción de toda casa hacia ella?

Él tomó su mano y le dio un firme apretón. Su piel era cálida y suave, y


él tuvo que desechar las repen nas imágenes que le vinieron a la mente de
esas manos acariciando su piel desnuda. –Superaremos esto, te lo
prometo.

Emily le dirigió una trémula sonrisa. Ella podía hasta temblar cuando
quería, pensó, escondiendo su diversión.
De repente, vio a Reggie mirándolo fijamente, ocultando apenas
su expectación por el próximo acto en esta obra. Y entonces, Ma hew se
dió cuenta que debería guardar su persuasión más ín ma a Emily para
cuando ellos estuvieran solos.

Él la soltó mientras se volvía hacia Susanna. –En cuanto a las lagunas


en mi memoria, al principio no notaba que había olvidado algo hasta que
alguien me lo decía.
–Habitualmente yo– Reggie se ofreció.

–Su ayuda debe haber sido reconfortante– dijo Lady Rosa.

Ahora Reggie parecía incómodo. –No sé qué tanta ayuda fui.

¿Se estaba su amigo dando cuenta qué di cil iba a ser men rle a su
familia? Ya que Ma hew había pasado su vida entera pretendiendo,
tratando de ser la persona que sus padres esperaban, estaba
acostumbrado a men r, al menos sobre sí mismo.

Reggie envió una sincera mirada a Susanna y Rebecca. –Pero hice mi


mejor esfuerzo.

Ma hew quería girar los ojos. Su amigo no estaría incómodo por la


culpa por mucho empo. Notó que incluso Rebecca sonreía a la
insinuante mirada de Reggie; Susanna volvió a comer, como si le fuera
indiferente. ¿Había realmente renunciado a encontrar un esposo? No era
que Reggie exactamente viniera del lado correcto de la Sociedad, meditó
Ma hew, al menos en lo que a la Ton1 concernía.

Ma hew volvió a explicar su supuesta amnesia. –Ocasionalmente algo


muy básico sólo se va de repente de tu mente. Es… frustrante, no saber
todo.– Y atrapante, pensó, mirando a Emily.

–Permitámosle a Ma hew comer– dijo el Profesor.


Ma hew le sonrió y atacó la comida. Para Emily, hizo un show de
elegir al azar jalea de durazno para su tostada. No pudo evitar notar que
ella comía con tanto gusto como él, la culpa claramente no perjudicaba su
ape to.

Después de un momento, como una joven impaciente, Rebecca


dijo –Seguramente has comido suficiente, Ma hew.

Ton: se usaba para referirse a la "sociedad elegante" en la Época de la Regencia.


1

–No luces como si hubieras estado muriéndote de hambre– observó


Susanna. –Cuéntanos sobre tu herida.

Él sonrió y levantó una mano antes de que Lady Rosa pudiera


protestar. –Cuando arribamos por primera vez a la India, mi regimiento
fue asignado al General Napier, que estaba decidido a tomar el control de
Sind2, territorio entre la India y Afganistán. Allí había batallas en
abundancia, y yo tenía fama de ser un poco insensato.

–¿Insensato?– Susanna hizo eco, mirándole desconcertada. –No lo


habría pensado, Ma hew.

¿Cómo podría explicar cómo era, luchar por su país? Había


querido redescubrirse, y con nada más que perder excepto su vida, había
caminado al filo del peligro. Había sido una increíble…. aunque algunas
veces dolorosa… experiencia.

–Recuerda, mis habilidades en batalla fueron parte de las razones por


las que fui promovido a capitán– le dijo a su hermana.

–Pero ellas no te salvaron de ser herido– dijo Rebecca.

Él sonrió, porque ella había sonado casi decepcionada, como si él


debiera haber sido invulnerable. –En la siguiente batalla, una bayoneta
me hirió en el costado, sin embargo pensé que era leve y seguí adelante.
Me dijeron más tarde que hubo una explosión de ar llería, en la cual me
quemé, pero no recuerdo nada de eso. Por lo tanto, quizás las lagunas en
mi memoria puedan ser una cosa buena.

Se encontró a sí mismo mirando a Emily, quién lo miraba atentamente


pero permanecía en silencio.

–Eres tan afortunado de que tu cara no fuera tocada– Rebecca


dijo solemnemente. –¿Te despertaste en el campo de batalla?

Sind es actualmente una Región de Pakistán.


2

Él sacudió su cabeza. –Me desperté en una misión cris ana. El


regimiento me había dejado atrás para que me recuperara. Estuve allí
varios meses.– Trató de no pensar en esos días y a dónde su estupidez lo
había llevado. Reggie lo estaba observando con demasiada seriedad.

Ma hew sonrió con arrepen miento a sus padres. –Fue cuando el


error de mi supuesta muerte sucedió. Y estoy apenado por eso.

Lady Rosa finalmente habló. –¿Si estuviste allí durante varios meses,
por qué no nos escribiste?

–Mi nuevo regimiento era mucho más remoto, lejos de los puestos
fronterizos ingleses. Sabía que cualquier carta que escribiera tendría que
llevarla conmigo, por lo tanto esperé demasiado.

Hamilton atravesó la puerta entonces, cargando una bandeja de plata


con cartas y el diario, el cual el Profesor Leland tomó prontamente.

Después de mirar el diario, el Profesor Leland dirigió a Ma hew una


mirada diver da.
–Desde hoy, toda Inglaterra sabrá de tu regreso. Apareces en The
Times.

Desplegó la primera página, y todos pudieron leer el tular:

¡OFICIAL REGRESA DE ENTRE LOS MUERTOS!

–Sólo estuve en Londres unas pocas horas– dijo Ma hew sorprendido.

–Los sirvientes de Madingley House deben haber estado tan


excitados– dijo Lady Rosa, aplaudiendo.

–Y habladores.– Ma hew miró a Emily, preguntándose por su


reacción. –No pensé que podría mantener mi regreso en secreto, pero sólo
llevo en Inglaterra menos de dos días. Eso es trabajar rápido.
Lady Rosa sonrió. –Las buenas no cias pueden viajar tan rápidamente
como las malas. Quizás la gente esté contenta por tener una razón para
celebrar.

Ma hew sonrió a Emily, y ella le devolvió la sonrisa. Pero, ¿parecía ella


un poco…. distraída? ¿Qué pensaba sobre su llegada… y su propio
nombre… causando sensación en el diario inglés más leído?

Capítulo 4

Los huevos sabían cómo secos pedazos de goma bajando por la


garganta de Emily. Ella no había an cipado que el retorno del primo de un
duque sería tan digno de ser no cia. Pero, por supuesto, él era un héroe de
la Armada, quien no estaba casado del todo. Si eso se hacía público,
pondría los diarios en llamas.

Respiró hondo para calmarse. No había nada que pudiera hacer ahora.
Sólo esperaba que Emily Leland no fuera relacionada con Emily Grey
Miró al Teniente Lawton, el amigo de Ma hew, con su cabello negro
rizado y su sonrisa de liber no. Su presencia complicaba todo. Al principio,
pensando que él la denunciaría, casi había entrado en pánico, luego se dio
cuenta que la noche anterior no lo había hecho. Si Ma hew
verdaderamente estaba casado con otra mujer, entonces el Teniente
Lawton parecía no conocerla. Qué confuso misterio.

Emily miró alrededor de la mesa, donde todos dirigían su mirada a


Ma hew, quien recibía la atención esperada de una familia afectuosa
encantada de tener a su único hijo varón de vuelta. Ellos no examinaban
sus palabras como ella lo hacía, estudiando sus expresiones y gestos.
Quizás era por eso que algo le parecía falso a ella. Él hablaba de meses
de dolorosa recuperación con demasiada ligereza. Decidió ayudarlo a
explicar meses de pobre correspondencia, con la esperanza de ganarse, en
ese momento, su confianza.

Ella le preguntó –¿No era también di cil escribir una carta cuando no
podías recordar todo? Me imagino que no querías revelar tu problema.

Sus dos hermanas jadearon al unísono, como si hubieran sido tontas al


no darse cuenta de ello.

Ma hew miró a Emily con una ceja arqueada por la sorpresa. –Sí, era
di cil–dijo suavemente.

–Una esposa lo entendería– murmuró Lady Rosa con encantada


sa sfacción.

No, pensó Emily, una mujer que pasara empo analizando todo lo que
ella decía o hacía lo entendería.

–Como mencioné– con nuó Ma hew, –me tuvieron que contar sobre
mis deberes en mi primer regimiento. Me preocupaba que hubiera otras
cosas, cosas más importantes que no pudiera recordar. Y por supuesto que
las había– dijo él, echándole un vistazo a Emily. –No sabía qué escribir, y no
quería preocuparos si sonaba… mal.

–Por supuesto, hijo– dijo el Profesor. –¿Qué son las cartas, cuando
ahora tenemos lo real? El resto de la familia estará conten sima.

–¿Podemos discu r todo esto más tarde, en privado, padre?


Preguntó Ma hew. –Tengo tantas preguntas.

–Hablaremos cuándo estés listo– dijo el Profesor, la felicidad suavizaba


sus ojos. –No tengo que estar en Cambridge hasta mañana.

Emily se dio cuenta que Ma hew probablemente quería hablar


con ella. Cuando se había despertado esa mañana, ella medio esperaba
encontrarlo allí en la habitación con ella. Hasta en un matrimonio de
conveniencia normal entre desconocidos había un precio que pagar:
in midad sica sin ningún amor. Se dijo a sí misma que estaba preparada
para pagar el precio.

Rebecca empezó –Ma hew, que hay sobre…

–Suficiente, chicas.– Lady Rosa se puso de pie. –El pobre Ma hew


llegó a casa anoche. Tiene que recuperarse más, por lo tanto, sugiero que
le permitamos hacerlo a su propio ritmo.
–Madre, no necesito ser consen do– dijo Ma hew, dándole una
sonrisa irónica. –Creo que lo mejor sería que retomara mi an gua vida.
Seguramente hay uno o dos bailes a los que asis r.

Rebecca se enderezo en su silla con evidente interés. –Hay una cena


esta noche ofrecida por Lord Sídney.

El Profesor frunció el ceño. –Seguramente es demasiado pronto.

Todos miraron a Ma hew, sin molestarse en ocultar su sorpresa. ¿Por


qué su deseo de volver a una vida normal les parecía tan inusual?
–Para nada– dijo Ma hew rápidamente. –Deberíamos ir.– Y luego se
giró hacia Susanna. –¿Me presentarán a quienes no pueda recordar?

–Rebecca puede ayudarte– dijo Susanna, palmeando el brazo de su


hermano.

–¿Y por qué tú no irías?– le preguntó, frunciendo el ceño levemente.

–Ella está muy ocupada en el laboratorio de nuestro padre– dijo


Rebecca, con un exagerado suspiro.

La voz de Susanna se oyó resuelta. –Es un importante trabajo.

–Por supuesto que lo es– Ma hew estuvo de acuerdo –lo que significa
que necesitas diversión ocasional para relajarte.

–Sabes que no considero tales eventos relajantes– respondió ella.

–Solías ser una excelente bailarina. ¿Por qué no es relajante?

Susanna se encogió de hombros mientras seleccionaba unos huevos.

Su madre dijo –Randolph, desearía que aclararas a tu hija que ser vista
en Sociedad sólo puede ayudarla.

La cara del Profesor se volvió impasible. –Ya hemos tenido esta


discusión antes, Rosa.

Emily vio a Ma hew mirándolos con resignación, como si no


estuviera sorprendido por su desacuerdo. Pero ella sabía que la relación
de los Leland se había fortalecido este úl mo año. Ella lo había fomentado,
como si ayudarlos aliviara su deuda con la familia. Pero alentar este
asunto ahora sólo podría empeorar las cosas.
–¿Ma hew, irías a caminar conmigo antes de conversar con tu
padre?– le preguntó.

Ella pudo sen r como la tensión se aliviaba en la sala de desayuno,


cuando Lady Rosa sonrió.

–Es una idea encantadora, Emily, querida.

–Y ustedes ni siquiera necesitan un acompañante– dijo Rebecca


con una sonrisa.

Ma hew empujó hacia atrás su silla y se puso de pie. –Una caminata


con mi esposa es una sugerencia excelente. Emily, necesito hablar con
Reggie un momento. ¿Puedo encontrarte en la terraza?

Ella sonrió. –Por supuesto.– Pero interiormente, ya estaba


considerando diversas formas de u lizar su empo a solas juntos en su
beneficio.

***

Ma hew alcanzó a Reggie en el gran hall, donde su amigo estaba


admirando la colección de espadas y hachas que adornaban las paredes.

–¿Son todas de tu familia, o alguien simplemente decoró las paredes con


ellas?– le preguntó Reggie con incredulidad.
–Los Cabots llevan luchando por Inglaterra desde hace cientos de
años.

–Impresionante. Mi padre estuvo en la Infantería luchando en


Francia. Siempre afirmó que vio a Napoleón de lejos. Sin embargo,
no trajo ningún souvenir.
Permanecieron lado a lado durante un momento, y Ma hew
observó la armadura del siglo XV sobre la que lo habían forzado a
aprender cuando era joven. –¿Entonces… cuáles son tus planes?

–¿Te refieres a par r de ahora que estarás muy ocupado como


para mantenerme entretenido?– preguntó Reggie pensa vo.

Ma hew suspiró. –Lo siento.

–No lo hagas. Esto es bastante entretenido.– Le miró sobre su hombro,


y luego bajando la voz, afirmó. –Tu esposa es bastante serena e inteligente.

Ma hew asin ó lentamente. –¿Cómo podría no serlo? Ha engañado a


todos durante casi un año.

–Y encantadora– con nuó Reggie. –No me había dado cuenta de eso,


cuando parecía como muerta al verte anoche. A un hombre le podría ir
peor.

–¿Con una esposa?

–Con… todo.– Reggie se enderezó. –Yo creo que me largaré, entonces.


Ha pasado largo empo desde que cabalgué por el campo inglés. Me
imagino que el parque aquí es hermoso.

–Y extenso. ¿Regresarás para el almuerzo?

–Quizás no.
–Entonces para la cena

–Oh muy bien, si voy a conversar con chicas bonitas, entonces debo.–
Reggie sonrió, mientras le dirigía a Ma hew una mirada especula va. –
¿Cercarás a Emily con palabras hoy?

–Se podría decir eso.


–Entonces diviértete.

–Oh, eso pienso hacer.

Reggie suspiró. –Me siento bastante envidioso.

***

Después de que Reggie se fuera a los establos, Ma hew salió al


exterior a través de la sala de dibujo. Emily lo estaba esperando en el borde
de la terraza. En amarillo, ella rivalizaba con las malvarrosas alineadas en el
sendero de grava que se veía debajo de ellos. Aunque era otoño, el sol
brillaba a través nubes hinchadas, y ella sólo llevaba un simple chal negro
sobre su ves do. Varios rizos escapaban de su recogido ondeando con la
brisa. Con aire ausente empujó uno detrás de su oreja, su expresión
serena, como si con su regreso, ella ya no tuviera ninguna preocupación en
el mundo. Juntos bajaron los escalones de mármol y entraron en el
sendero.

Él tomo su brazo, enlazándolo con el suyo. Ella no trató de alejarse.


En realidad, de momento se apoyó en él, hombro con hombro, y apretó su
brazo contra ella. ¿Estaba pensando en las cosas que un esposo y una
esposa hacían juntos? Él lo estaba; su deseo por ella parecía acentuarse
con el misterio que la rodeaba.

–Entonces cuando te envié desde la India– comenzó, omi endo el


tema sobre sus seis imaginarios meses juntos para otro momento, –
llegaste aquí enferma.
¿Fue el viaje por mar duro para ?

Ella sacudió su cabeza. –Siempre he encontrado el mar es mulante.


–Ah sí, el barco familiar– dijo con un recuerdo repen no. –Que terrible
por mi parte forzarte a otro viaje tan pronto después la muerte de tu
familia.

–Quería estar con go– ella dijo con casi osadía.

El impacto de sus profundos ojos azules le golpeó con fuerza. Ella le


afectaba tan fácilmente, pero pronto aprendería que él no era tan fácil de
manipular.

–Y luego escuchaste que estaba muerto. Debe haber sido… muy di cil
para y para mi familia.

–Ellos ya habían sido no ficados de tu muerte cuando yo llegué– dijo


en voz baja, inclinando su cara mientras el sol salía de detrás de una nube.
–Suena tan extraño hablar de esas cosas cerca de . Habiendo engañado a
la muerte pareces más grande que la vida.

¿Halagos de nuevo? ¿Era una buena tác ca para usar con un hombre?

Todos estábamos consumidos por la pena– ella con nuó. –Son una
familia maravillosa, y ellos me ayudaron a recuperarme de maneras que
nunca olvidaré.

–Y por la forma en que ellos te adoran, debes haberlos ayudado a


recuperarse también.

Ella dudo, luego soltó un suspiró. –Todos nos ayudamos


mutuamente a esperar… el plazo de un mes.

Ella miró con determinación a una fuente distante.

Un mes, pensó… y luego se dio cuenta. La duración del ciclo de una mujer.
–¿Ellos pensaron que podrías estar embarazada? Pregunto él, esforzándose
en gran medida por esconder su diversión.
–Yo no lo creía, debido a los seis meses que duró mi viaje, pero tu
madre estaba tan llena de esperanzas.

Él no quería pensar en su madre llorándolo. –¿Cuando esa larga


espera terminó, que pasó después?– preguntó. –¿Qué hacías aquí,
durante el duelo?

–Nos fuimos conociendo tu familia y yo, por supuesto– ella dijo. –


Nosotras, las mujeres pasamos mucho empo juntas cosiendo y pintando.

–¿Eres una ar sta?

–Tanto como cualquier mujer a quien le han enseñado las habilidades


básicas. No tengo un gran talento– ella admi ó, a diferencia de tu hermana
Susanna. Nuestras noches eran temas tranquilos, por supuesto. La inmensa
biblioteca de aquí era un gran consuelo. Después de una breve licencia, tu
padre volvió a la enseñanza y a su inves gación. Las sesiones silenciosas de
Susanna dibujando a su lado parecían aliviarlo. Si tu madre tuviera sólo tal
preocupación.

–Durante el duelo, no podía encargarse del calendario social de


Rebecca.

Una sonrisa levantó los lados de su boca. –No, pero desde la


primavera, se ha recuperado de la pérdida.– Ella le dirigió una mirada
especula va. –¿Por qué estaba tu familia tan sorprendida de que quisieras
ir a la cena de esta noche?

Él dudó sobre cómo responder a eso, y se decidió por la verdad. –Solía


estar acostumbrado… a hacer las cosas a mi manera.

Ella rió fuerte, y era la primera vez que la escuchaba reír. Él había leído
una vez sobre la risa de una mujer siendo comparada con el dulce
repique de campanas, y él se había burlado de ello. Pero ya no.

–Tú, hacer las cosas a tu manera– dijo, cuando finalmente se serenó. –


No el hombre con el que yo me casé.
–Bien aparentemente, casarme con go fue la primera cosa
espontánea que hice. Y luego la India me dió la libertad que nunca antes
me había permi do.

–No puedes decirme que no asis as a fiestas.

–Por supuesto que no… conoces a mi madre.

Ellos intercambiaron sonrisas.

–Pero me mantenía muy controlado. Pienso que mi familia asumió que


mi amnesia me haría re rarme hasta que me sin era más yo mismo,
y antes probablemente lo habría hecho. Pero ahora… no. Estoy en casa,
dónde quiero estar, haciendo lo que quiero. Y una cena con mi familia me
hará feliz. Susanna puede hacer lo que quiera, hasta enterrarse en el
laboratorio. Yo no.

Él sin ó su brazo tensarse contra el suyo.

–Ma hew, esa no es una ac tud correcta hacia tu hermana. Ustedes


los hombres pueden hacer lo que les plazca, deambular por el mundo y
ganar sus fortunas. Pero no las mujeres. No descartes los problemas de
Susanna.

Él sonrió, pero ella no le devolvió la sonrisa. –No estoy descartando


sus problemas– respondió. –Pero ella es ya adulta, hace empo que dejó
atrás la ingenuidad de la niñez.

–¿Y entonces eso quiere decir que ella está haciendo lo correcto?
Los ojos de ella sostenían los suyos con mucha seriedad, mientras se
detenía en el sendero para enfrentarlo. –Ahora mismo, la vida de Susanna
es como ella quiere que sea– dijo Emily. –Pero algún día tus padres no
estarán, y ella se encontrará sola o dependiendo de un familiar. Todos
tendrán hijos y estarán viviendo sus vidas, y ella se sen rá apartada.

Él no podía quitar sus ojos de ella, preguntándose qué parte de su


apasionado discurso era real y cuál era sólo una mascarada.
–No creo que ella sea verdaderamente feliz– con nuó Emily,
pensa vamente. –Ella sabe que su madre está decepcionada, pero
Susanna no sabe lo que realmente quiere ella.

–Creo que me estás desafiando a hacer algo al respecto.

Ella parpadeó mirándole, y luego habló lentamente. –Quizás lo


estoy haciendo.

Él también creía que la única manera en que Susanna podría ser feliz
era encontrando una compañía entre la sociedad elegante, con la cual
pasara el resto de su vida. –Muy bien, entonces. Juntos la lanzaremos
nuevamente en sociedad, empezando con los eventos sociales aquí en el
campo. Le haremos ver que con un poco de esfuerzo por su parte, puede
hacer más amigos y ser una persona más feliz. Una persona feliz atrae a los
hombres fácilmente.

Y mientras él estuviera ayudando a su hermana, sería capaz de


observar a Emily.

–Ella siempre ha atraído a los hombres a su lado– estaba diciendo


Emily, –pero aparentemente no los que a ella le interesaban, porque
siempre los rechazaba. Pero me gusta tu idea. Yo puedo ayudar.

–No lo dudo.– Él tomo su brazo de nuevo y reanudaron su paseo. –


Ahora, volviendo a descubrir más sobre mi esposa. ¿Qué has hecho desde
que terminaste el duelo?
–Bueno, la familia tuvo que organizar dos bodas, lo que nos dio a
todos algo que hacer.

Él se detuvo y la miró. –¿Bodas?

–Oh, no me di cuenta… bueno, tus primos, por supuesto, el Sr.


Throckmorten y su Gracia, el duque.

Aturdido, dijo –Nosotros nos escribíamos antes de mi herida. Ni


siquiera escuche una palabra de que alguno de los dos estuviera
planeando cortejar a una mujer. Por supuesto, puedo haber olvidado eso
también…
–No, no lo hiciste– dijo ella firmemente. –Ambos cortejos sólo
sucedieron este pasado verano, y una vez resueltos, las bodas se
realizaron bastante precipitadamente.

Mostraba una poco convencional sonrisita, como si pensará que las


acciones de sus primos eran diver das. Él podía entender el matrimonio de
Christopher, ya que después de todo, necesitaba una duquesa. ¿Pero
Daniel? Él era un mujeriego de primera. Ma hew había pensado que
Daniel sería el úl mo de todos sus primos, hombre o mujer, en casarse.

Se detuvieron debajo de un árbol en los terrenos más elevados.


Extendida a sus pies se divisaba una laguna, y más allá de ésta, las ruinas
del viejo cas llo, hogar de generaciones de duques y condes en el pasado.

Emily se alejó de él, mirando en la distancia.

–Me encanta esta vista– dijo en voz baja. –Las ruinas son tan
román cas.

Luego le miro a él por debajo de sus pestañas, casi provoca vamente.

–Oh, no creas que quiero tomarte el pelo, con nuó. –Para tu


conocimiento, estoy tratando de censurar todo lo que digo y pienso, pero
no siempre lo logro.

Ma hew la evaluó con asombro. Anoche ella no había tratado de huir,


no había tratado de explicar qué estaba haciendo allí. Y con este
coqueteo, era aparente que pensaba quedarse allí y ser su esposa… ¿en
todas las formas? ¿Qué mujer se atrevería a hacer una cosa así? ¿Y por
qué?

Agarró su brazo suavemente, luego deslizó sus manos hasta coger las
de ella. –En endo más de lo que podrías darte cuenta. Yo también tengo
que censurar mucho de lo que digo, por el bien de mi familia.– Y el tuyo,
pesó queriendo sonreír.
–Lo noté en el desayuno– admi ó ella.

Él elevo sus cejas.

–Oh, es sólo que parecías estar sopesando todo lo que decías–


agregó rápidamente. –Crees que sería demasiado di cil para tu familia
escuchar la verdad sobre todo lo que sufriste.

Él se encogió de hombros. –¿Pero no di cil para ?

Ella elevó su barbilla. –Yo soy tu esposa.

Era tan desvergonzada. Él la estudió, meditando sobre su


conversación. Se dio cuenta que cuando le había preguntado qué había
estado haciendo desde que salió del luto, ella, deliberadamente, había
desviado el tema a una discusión sobre su familia. ¿Sobre qué no quería
hablar ella?

Se balanceó sobre sus talones durante un momento. –Mantener en


silencio cualquier sufrimiento de los que experimenté no es la única razón
para hablar cuidadosamente. Te lo dije en el desayuno, ¿no?– agregó,
tratando de parecer preocupado.

Ella lo miró solemnemente. –El brindis, por supuesto. Y todas las


cosas normales que temes haber olvidado. ¿Cómo puedo ayudarte?

Un cálido sen miento de sa sfacción lo recorrió. –Me avergüenza


siquiera preguntar. No te conozco…

–Pero yo te conozco– le interrumpió ella con seria convicción. –


Déjame ayudarte.

–Entonces, enséñame.– Él apretó sus manos más firmemente


mientras se miraban.
Ella parpadeó sorprendida. –¿Qué…? –Enséñame lo que no puedo
recordar, sobre nuestra vida juntos, y sobre las cosas simples que solía
hacer diariamente, pero que han desaparecido de mi mente.
Con su cara llena de compasión, susurró en voz baja, –Estaré orgullosa
de hacerlo.

¿Orgullosa? Dios, ella era buena en esta mascarada. Era fácil


creer cada palabra que decía. Cualquier duda que ella tuviera, la
silenciaría.

–¿Qué debería hacer?– con nuó diciendo ella.

Él sonrió triste. –Hay tantas lagunas en mi memoria que es di cil saber


por dónde empezar. Supongo que una de ellas, mientras caminamos
por estos senderos, es que no puedo recordar la distribución del parque
más allá de los jardines. Debería ser capaz de verlo en mi cabeza, porque
exploré cada pulgada de él mientras crecía. Pero sólo… se ha ido.– Él
sacudió su cabeza. –Sería vergonzoso si me perdiera durante una
cabalgata y un pastor tuviera que mostrarme el camino.

Ella sonrió. –Es una imagen interesante. Por supuesto que estaré
encantada de cabalgar con go hasta que te familiarices con el parque.

Permanecieron uno cerca del otro, sosteniéndose las manos, mirando


una vista que ella había considerado ‘román ca’. Para su sorpresa, ella
llevó la mano de él a su mejilla, simplemente sosteniéndola allí. Él se
sin ó inseguro; la excitación que sen a, hirviendo a fuego lento
durante toda la mañana, de repente, estalló en llamas. Su piel era tan
cálida, tan suave. Un agobiante dolor de necesidad lo recorrió.

Entonces, él se inclinó y la besó; con un beso ligero como el


roce una mariposa, simplemente sin endo la suavidad dulce de sus
labios. Podría haber profundizado el beso, lo sabía, pero algo lo detuvo.
Sen a su mejilla cálida contra su palma y elevó su otra mano para ahuecar
su cara. Estaba sorprendido de que aunque éste pudiera ser el beso más
inocente de su vida, quisiera que con nuase.
Sin embargo, elevó su cabeza y la miró, notando cuán ruborizada
estaba su cara, y cómo su respiración era acelerada y despareja.
Cualesquiera que fueran sus razones para la mascarada, no creía que ella
estuviera fingiendo su respuesta. ¿O debería asumir que él era irresis ble?
Se preguntó irónicamente.

En ese momento, ella puso sus brazos alrededor de él y lo


sostuvo apretadamente. –Oh, Ma hew, esto parece ser demasiado
maravilloso para ser real.– Ayer a esta hora todavía era una viuda,
aprendiendo cómo con nuar mi vida sola, y hoy…– dio un largo suspiro –…
me siento completa de nuevo.

Él frotó su espalda, diver do porque casi se sen a incómodo. Deseaba


estar frotándole otras partes. Su suave cabello calentaba su cuello, sus
pechos, exuberantes y bien redondeados, eran un tormento más. Pero él
debía tener paciencia. Todavía tenía tanto que aprender sobre ella.

Ella permaneció dentro del círculo de sus brazos, mirándole, con una
sonrisa tan amplia que sus ojos brillaban. –Estaba planeando ir a la villa,
pero eso fue antes de tu regreso.

–Quizás podríamos salir a cabalgar después del almuerzo.

–Claro, Ma hew.

–Permíteme acompañarte de regreso a la casa.

–Eso sería hermoso.

Mirando su sonrisa, él se sin ó casi mareado, como si ella fuera capaz


de crear una nueva realidad para ellos por pura voluntad.
***

Cuando Ma hew la dejó para ir al estudio del Profesor Leland,


Emily permaneció en la terraza, observándole mientras se alejaba. Él
caminaba con fluido control, la espalda recta, amplios hombros
cuadrados. Él era un soldado, por supuesto, y eso lo había moldeado
durante varios de los úl mos años.
¿Podría con nuar y salir indemne de esta farsa? Él ya parecía sen rse
más cómodo con ella. Y luego estaba la atracción entre ellos. Ella no iba a
resis rla y aparentemente él tampoco. ¿Olvidaría él las preguntas y dudas
que ella vio que perduraban en sus ojos? No necesitaba amarlo, eso no era
importante para ella. La seguridad lo era. Sin embargo… Susanna tenía
seguridad, y no era feliz.

Pero Susanna nunca había conocido lo que era no tener seguridad


para nada.

Sería interesante ver qué pensaba Ma hew que debería hacerse para
ayudar a su hermana, y como superaría las objeciones de Susanna.

Recordó el momento de ín ma conexión con él mientras estaban


parados admirando las ruinas, sus cálidas y encallecidas manos en su cara,
sin guantes para separarlos. Él la había besado con ternura. Durante
un momento se había permi do olvidar quién era ella. Él lograba eso tan
fácilmente, mientras trataba de escalar la muralla que mantenía entre ella
y todos los demás. Y ahora, le había pedido que le ayudara a recordar
partes de su vida. Casi rió, lo que la habría hecho parecer loca, allí parada
sola en la terraza, el viento otoñal moviendo su cabello. Entró y atravesó la
sala de dibujo.

–¡Emily!– Susanna, ves da con el prác co ves do azul que


usaba habitualmente en el laboratorio, se apresuró por el corredor.
Mientras se detenía, empujó sus anteojos hacia arriba con un dedo. –Y
¿Bien?
–¿Bien qué?– preguntó Emily.

Susanna rodó los ojos. –No tuve oportunidad que hablar con go esta
mañana, pero pensé que con el retorno de Ma hew, estarías mucho más
feliz.

Emily había mantenido a las hermanas de Ma hew a distancia tanto


como pudo al principio, temerosa de herirlas. Pero gradualmente fueron
excavaron un camino a su corazón, cada una por diferentes razones.
Susanna era una mujer culta, preocupada por ampliar su educación ella
misma, y había alentado a Emily a seguir su propia sed de conocimientos.
Rebecca, aunque sólo era unos pocos años más joven, estaba camino del
matrimonio, guiada resueltamente por su madre; sin embargo, siempre
hizo sen r a Emily que formaba parte de todo lo que estaba haciendo.
Ahora, Emily tomó la mano de Susanna. –Estoy verdaderamente feliz,
mi querida. Tu hermano está vivo y regresó a su familia. Pero nosotros
estamos… empezando de nuevo. Soy una extraña para él, y sin embargo
para mí, él es mi esposo.

–Él se enamorará de de nuevo– dijo Susanna con convicción. –


¿Cómo podría no hacerlo?

Él la amaría, pensó Emily vehementemente. Haría que sucediera, y


luego él estaría unido a ella. –Tendré que confiar en su amor, supongo.

–Puedes ayudarle a recordar a la mujer que eres. Muéstrale tu trabajo


en la villa. Él estará orgulloso de .

Emily se encogió de hombros, sin éndose incómoda. –Como le


dije a Ma hew, no puedo dejar la casa todavía. Parecería… incorrecto.
Enviaré un mensaje de que esperó estar en Comberton mañana.

–Yo todavía creo que deberías mostrarle la vida que has construido
para .
–Lo haré, te lo prometo. Pero por ahora, creo que permaneceré aquí.

Susanna sonrió. –En el caso de que te necesite. Oh, Emily, él te


necesitará de nuevo, lo sé.

Emily sonrió. Si fuera lo suficientemente afortunada para que eso


sucediera. Pero en su mente apareció el ar culo del diario que mencionaba
su nombre… y la otra esposa que Ma hew no recordaba. En este momento
demasiadas cosas se interponían en su camino.

Pero ella las superaría.

Capítulo 5

Desde que el padre de Ma hew no era el jefe de la familia, su estudio


estaba en una de las habitaciones de sus aposentos en el ala familiar de
Madingley Court. Incluso trabajaba en un laboratorio creado por él en el
ala de los sirvientes, cuando no estaba enseñando o inves gando en la
Universidad de Cambridge.

Ma hew golpeó la puerta del estudio, y a con nuación la abrió


ante la respuesta del Profesor Leland. Se sorprendió al descubrir que sus
dos padres estaban allí. Por supuesto él debería haber esperado su
curiosidad y entusiasmo por hablar con él. El Profesor, estaba sentado
detrás de su escritorio, mientras que Lady Rosa estaba leyendo en una silla
cerca de la ventana. Ambos se pusieron de pie mientras entraba, y la
alegría en sus caras lo complació.

Lady Rosa tomó su brazo y lo condujo a una silla cercana a la suya, y el


Profesor Leland dejó el escritorio para unírseles. Durante un rato, ellos
hablaron del estado general de su extensa familia, de los nuevos
escándalos, de los matrimonios, de la erra en la cual su padre había
inver do.
Ma hew sacó a relucir sus contactos en la India, así como también
excitantes inversiones que quería consultar con el Profesor Leland. –
También el tren– dijo. –Hay tantas oportunidades, y éste es un empo
interesante para Inglaterra.

El Profesor le miró y parpadeó. –Nunca has mencionado interés en


nada de eso, Ma hew.

–Lo sé, y estaba equivocado. No sabía en realidad qué quería, y


estaba tratando de no ser una decepción para ustedes.

–¡Nunca podrías decepcionarnos!– dijo Lady Rosa, mirándole


pasmada.

–Sí, podría, pero lo mantenía todo dentro de mí, sin endo como si
fuera a reventar por la presión. Ahora me siento preparado para hacer lo
que deseo. Y estas nuevas inversiones, estas nuevas industrias, me
entusiasman.

Ella puso una mano vacilante sobre su brazo. –Pero Ma hew,


estos emprendimientos están bien y son buenos para otras personas, pero
no están exactamente dentro del ámbito de un caballero.

Él dio palmaditas en su mano. –Madre, te prometo que seré cauteloso


en mis tratos de negocios, pero no puedo permi rme que lo que otros
piensen de mí influya en mis planes. Francamente, ya no me importa.

La boca de ella cayó abierta, sin embargo no dijo nada.

–Sé que esto es diferente para mí– dijo, mirando al Profesor Leland
por su aprobación.

El profesor sólo asin ó. –Con núa. Estoy muy animado por tu interés
en nuestro futuro.
–Solía estar tan preocupado por el presente, siendo tan cuidadoso,
haciendo siempre lo que la sociedad esperaba de mí.

–¿Y qué hay de malo en eso?– Preguntó Lady Rosa con voz perpleja.

–Nada, Madre…excepto que no era yo. Estaba escondiendo todo lo


que era por dentro, complaciendo a todos los demás, pero no a mí mismo.
Yo siempre quise emoción y aventura, estar libre de restricciones.

–Pero tú nunca dijiste nada de esto, hijo– dijo el Profesor Leland


lentamente.

–Sé que no lo hice, y es culpa mía. Mi servicio en la India me abrió los


ojos a cuan forzado había estado, pudiendo hacer mi vida. Estuve
tratando tan duramente de ser perfecto, sin escándalos, tal y como mi
primo Christopher hizo en su vida adulta. Pero en realidad…– Se inclinó
hacia adelante y tomó sus manos, preocupado por no herirlos. –Quiero ser
como Daniel, ser mi propio dueño. Me conver en esa persona estos dos
años pasados. He estado tomando mis propias decisiones, y aceptando las
consecuencias.
Por un momento sin ó el dolor de algunas de sus decisiones, pero las
dejó pasar. Fue en el pasado.

Los labios de Lady Rosa estaban tensos. –Daniel ha manchado la


reputación de esta familia desde que te fuiste. El verano pasado hizo una
apuesta sobre una jovencita inocente, y se hizo pública.

–¿Es esa la misma jovencita inocente con la que se casó?– Preguntó


Ma hew, tratando de no sonreír.

Su madre suspiró. –La misma. Y es una chica maravillosa.

–Y ella ha sido buena para él– agregó el Profesor Leland. –Reencontró


la música, Ma hew, y todo gracias a su esposa.
–Entonces conjeturo que sus decisiones le hicieron feliz.–
Ma hew se concentró en Lady Rosa. –¿Puedes estar feliz por mí, Madre?
¿Permi rme hacer lo que deseo, y confiar en mí lo suficiente para saber
qué puedo hacer que todo resulte?

Cuando ella asin ó, y el Profesor Leland sonrió, Ma hew se dijo a sí


mismo que era como si ahora tuviera el permiso para encargarse de la
situación con Emily como él creyera mejor. Y si eso era un poco exagerado,
viviría con ello.

Discu eron sobre el hombre que estaba interesado en Rebecca, y


como Lady Rosa evidentemente evitaba el tema concerniente a Susanna,
Ma hew dio su opinión.

–Sobre Susanna– comenzó. –Hay una cena esta noche, y ella rehúsa
asis r ¿Es eso normal? –No suele ser así– dijo firmemente Lady Rosa, –
pero supongo que no eres la única persona que quiere hacer lo que desea.
Él sonrió. –Ella es de firmes convicciones Pero Emily está preocupada
por ella.

–Como lo estamos nosotros– con nuó Lady Rosa, –pero ella


desea que renuncie a persuadirla, por lo tanto tengo que hacerlo.

–No estoy preparado para hacer eso. ¿Ha ocurrido algo en par cular
que la haya hecho volverse más solitaria?

Lady Rosa suspiró. –Si ha ocurrido, ella no me lo dirá. Pero solía al


menos tratar de estar en sociedad y ser amigable, pero ahora, cada vez
más, pasa todo su empo en el laboratorio.

Ma hew esperó una mirada acusadora hacia el Profesor, pero


para su sorpresa, ella no lo hizo.

–Se siente como ella misma allí– dijo el Profesor Leland


tranquilamente. –Nosotros no queríamos quitarle eso.
El “nosotros” fue tan impresionante de escuchar que Ma hew casi
olvido sobre que estaban discu endo. ¿Qué había producido este
descongelamiento en la relación de sus padres?

Pero recordó que estaban hablando sobre Susanna. –Creo que


puedo ayudarla Quiero convencerla de acudir esta noche a la cena con
nosotros, y aconsejarla que considere que puede ser ella misma, y sin
embargo encontrar su futuro aún dentro de la ton. ¿Tengo su permiso?

–¿Permiso?– dijo Lady Rosa, y sacudió su mano. –Yo aceptaría


cualquier ayuda que ofrecieras. Quizás ella trataría de ser feliz, por tu
bien. Ella te ha extrañado tanto.

Se preguntó si su –muerte– había sido en parte lo que la había


cambiado, y lo hizo sen rse enfermo en su interior. Tendría que mejorar las
cosas. El desa o de Emily era lo correcto.
Era increíble, pensó con ironía, que una mujer cuya vida estaba basada
en una men ra pareciera ser capaz de hacer buenas elecciones… algunas
veces.

Lady Rosa aclaró su garganta. –Tu comportamiento es tan normal,


Ma hew. Es di cil creer que estás teniendo… problemas.

–¿Problemas mentales?– aclaró él, sonriendo. –¿Y es todo esto tan


normal para querer cambiar todo lo que soy?

–No todo– dijo el Profesor Leland. Aún eres el mismo hombre bueno
que cuando te fuiste.

Si sin ó una punzada por esto, fue pequeña y fácilmente ignorada.

–Debe ser di cil para – dijo finalmente Lady Rosa, es rándose para
tocar su brazo.
–¿Te refieres a Emily?– preguntó Ma hew, dirigiendo su mirada fuera
de la ventana.

El Profesor Leland aclaró su garganta. –¿No enes absolutamente


ningún recuerdo de ella?

–Ninguno, a pesar de que ella dice que la rescaté en el mar. Recuerdo


un accidente de barco, pero éste es vago.

–Ah, como perder el recuerdo de sus primeros seis meses juntos–


con nuó el Profesor, sacudiendo la cabeza. –Lo siento, Ma hew. Y tengo
poco que contarte, porque la pobre Emily estaba tan trauma zada por tu
muerte que cada vez que nosotros mencionábamos vuestro empo juntos
en la India, ella se ponía a llorar.

Él los miró con interés, pero permaneció callado.

–Ella estaba tan enferma y delgada– agregó Lady Rosa, retorciendo


sus manos. –Durante muchos meses yo realmente temí por ella. Verás, fue
asaltada en Southampton cuando regresaba de la India, y sin dinero para
pagar a su mareada sirvienta la dejó. La pobre Emily llevaba sola muchos
días antes de llegar aquí.
–Nosotros recibimos la carta del vicario que os casó– dijo el Profesor.

Ma hew se enderezó con interés. –¿Cuál era su nombre?–


preguntó, esperando que coincidiera con la licencia de matrimonio que
había encontrado.

Sus padres se miraron, luego ambos sacudieron sus cabezas.

–No recuerdo– dijo el Profesor Leland.

–Estoy segura de tener la carta en mi salita– agregó Lady Rosa.

–¿Qué decía esa carta?– preguntó Ma hew.


–Sólo que debíamos esperar la llegada de Emily pronto– respondió, –
que ella se había casado con go antes de que dejaras el país, y que estuvo
en la India con go hasta que temiste que tu misión resultara
demasiado peligrosa para ella...– Ella se ruborizó. –La recuerdo tan bien,
porque estaba tan impresionada y agradecida de conocer a la mujer que
habías elegido.

–¿La carta no decía nada más?– preguntó, esperando alguna clase de


pista.

Ella sacudió su cabeza. –No, querido mío. ¿Y eso realmente importa?


Tú y Emily están juntos de nuevo.

Ma hew respiró profundamente, sin endo una punzada de culpa.


Pero no había sido él quien comenzara esta farsa. –Emily dice que pasaron
la mayoría de su empo aquí en Madingley Court cuando estuvieron de
luto. ¿Pero después de eso?

–Las chicas y yo fuimos a Londres– Comentó Lady Rosa con sonrisa


forzada. –Son jóvenes, y tenían vidas que vivir. Espero que lo en endas… –
Por supuesto que lo hago, Madre. ¿Emily disfrutó de la Sociedad? Preguntó
Ma hew.
Ella frunció el ceño y dirigió una mirada a su esposo. –Pasé un empo
terrible intentando que ella dejara Madingley Court. Nunca había estado
en Londres para la Temporada, y estaba preocupada por
avergonzarnos. Ella con nuaba llamándose una chica de campo. Estaba
horrorizada por las muchas prendas de ves r que quería comprarla, y
rechazaba todo salvo lo más básico y necesario.

El Profesor Leland dijo –Ella incluso trató de rechazar la mensualidad


que le ofrecimos, a pesar de que venía de tu herencia.

–Al final la tomó– dijo Lady Rosa –pero sé que principalmente la usa
para sus causas en el pueblo.
Allí terminaban sus sospechas de que Emily tuviera un mo vo
monetario, pensó Ma hew con sorpresa. –¿Causas?

–Oh, permítele a ella mostrarte sus trabajos de bien. Estarás tan


orgulloso.

Ma hew se arrellanó en su silla, sabiendo que seguir preguntando a


sus padres sería inú l. Ellos sólo tenían elogios para Emily, y parecían
amarla como a una hija. ¿Cómo había conseguido ella convencer a toda su
familia? Pero de nuevo se dijo, que él ya conocía la atracción de su dulce
personalidad, la forma en que podía hacer que las personas se
concentraran solo en ella.

Al menos ya tenía lugares por donde comenzar su inves gación, desde


la parroquia de su vicario a sus “causas” en el pueblo. Quizás ella tenía
otras razones para gastar tanto dinero en Comberton. ¿Un amante tal vez?

Todavía su suave beso lo hechizaba. Se dió cuenta que quería que


fuera inocente, lo que di cilmente lo hacía obje vo.

* * * Ma hew no pudo encontrar a Emily.


Se dijo a sí mismo que era una gran mansión y que ella podía estar en
cualquier parte. La buscó en todas las principales habitaciones, desde
el invernadero a la biblioteca y el gran hall. No fue hasta que salió en
dirección al comedor con sus padres antes de almorzar que ella llegó con
Susanna.

Emily le dirigió una brillante sonrisa, aquellos ojos azules estudiándolo


como si necesitara saber todo sobre él. Bien, por supuesto que ella lo
necesitaba. Y a él no le importaba estar siendo estudiado. Disfrutaba de
sus atenciones.

Él preguntó –¿Y qué has estado haciendo esta mañana Emily?


–Ella estuvo conmigo en el laboratorio– dijo Susanna.

Ma hew lanzó una mirada a sus padres, quienes deliberadamente


desviaron la vista. Él trató de no sonreír. –¿Y tú hiciste dibujos también,
Emily? Pensé que me habías dicho que nunca fuiste una verdadera ar sta.

–Oh, ella no los hace– dijo Susanna con franqueza. –Ella estudia.

Él las miró, observando el rubor que cubrió las mejillas de Emily.

–Sé que no es lo que una señorita debe hacer– comenzó Emily


lentamente, –pero estoy fascinada por aprender, y el conocimiento
del Profesor es impresionante.

–Estás estudiando anatomía– dijo Ma hew.

–Es una pena que Emily no pueda asis r a la Universidad– dijo el


Profesor Leland alegremente. –Ella sería una estudiante excelente.

Lady Rosa rodó sus ojos. –Esto no está ayudando, Randolph.


Ma hew estaba sorprendido por el talento de Emily. Pero había creído
que estaban de acuerdo en ayudar a Susanna a cambiar su
comportamiento y volverse una persona más feliz.

Hamilton, el mayordomo, dobló la esquina y se detuvo cuando vio a la


familia conversando fuera del comedor. Detrás de él, Ma hew vio a Reggie,
y a un joven, alto y rubio, con su ansiosa mirada fija sobre Emily.

En ese momento, Ma hew lo reconoció. Peter Derby. Él había crecido


en una mansión vecina, era el hijo menor del hacendado, y había pasado
mucho empo en Madingley Court. Peter incluso había estudiado con
ellos, con él y sus primos, ya que la familia Derby no podía permi rse un
preceptor. Era inteligente, y cuando sólo a sus hermanos mayores se les
permi ó asis r a Eton, la desilusión de Peter le hizo trabajar más duro para
educarse.
Para sorpresa de Ma hew, sus padres le dirigieron una rápida, casi
culpable mirada.

Peter sonrió a Emily, quien se tensó.

–El Sr. Derby ha llegado– dijo Hamilton, dirigiéndose a los padres de


Ma hew.

–Perdónenme por no darme cuenta de que el almuerzo iba a ser


servido. Puedo regresar más tarde– dijo Peter, sin quitar los ojos de Emily.

–Pero seguro que deseará estar aquí, Sr. Derby– dijo Emily. –¿No vio el
Times de hoy?

–He estado cabalgando.

Al final él levantó la mirada al resto de la familia. Cuando vio a


Ma hew, su sonrisa desapareció abruptamente como una llama
apagada por un viento repen no.

Ma hew, no siendo tonto, supo por qué.


Reggie miró del uno al otro, y frunció el ceño mientras claramente
controlaba su diversión.

Peter se había conver do en el pretendiente de Emily.

¿Era él una de sus “causas” en el pueblo?

Ma hew sin ó una tensión en el estómago desconocida, y se dijo a sí


mismo que no podían ser celos…

¿Podrían ser?

Capítulo 6
Emily miró del Sr. Derby a Ma hew. Ella sabía que habían crecido
juntos, habían sido amigos durante muchos años, pero ahora las cosas
eran… diferentes. Ella había estado tratando cortésmente de disuadir el
interés del Sr. Derby por ella desde el principio de salir del luto, pero él
siempre suponía saber qué era lo mejor para ella. Hombre impaciente,
arrogante. Él había pasado de reclamar dos bailes en cada fiesta, a
encontrarla “accidentalmente” en el camino campestre, y
recientemente a pasar a visitarla… para el sorprendido placer de la familia
Leland.

–¿Ma hew?– dijo el Sr. Derby, con los ojos desorbitados en su pálida
cara.

Gradualmente, el hombre volvió a sonreír, pero no era capaz de


ocultar completamente su... ¿decepción? Pero, él y Ma hew habían sido
buenos amigos.

Y sin embargo él había estado mostrando sus muy claras intenciones


para con ella, y ahora la presencia de Ma hew, evidentemente les pondría
fin.

Sonriendo, Ma hew puso su brazo alrededor de los hombros de Emily.


–Peter, es bueno verte.

Así que recordaba a su amigo, al menos. Sin embargo, ella no había


pensado que él fuera del po de hombre que necesitaba tal muestra de
masculinidad.

Algo en Peter pareció facilitarlo, y su sonrisa se volvió más genuina. –


¿Cómo ocurrió este milagro?

Entre Rebecca y Lady Rosa, contaron rápidamente la historia entera.


–Esto es increíble– concluyó Peter. –Escribiré a mi familia las buenas
no cias.

–Almuerce con nosotros, Sr. Derby– dijo Lady Rosa, tomando su


brazo y llevándolo adentro del comedor. –¿Están tu madre y tu hermano en
Londres?

La voz de ella y la respuesta de él se desvanecieron.

Emily estaba sorprendida por la invitación de Lady Rosa, considerando


que el Sr. Derby no podía seguir cortejándola, y esto debía ser bastante
evidente ahora que Ma hew estaba en casa. Pero luego notó que Susanna
había entrado en el comedor delante de ellos, sin decir nada. ¿Pensaba
Susanna que su madre ahora quería dirigir la atención de Sr. Derby hacia
ella?

Ma hew mantuvo su brazo sobre ella. –Nos uniremos a ustedes


en un momento, Padre.

El Profesor, siguiendo a su esposa, le hizo a Emily un simpá co


asen miento. Reggie ofreció un inesperado saludo mientras pasaba.

Cuando estuvieron solos, Ma hew la guió hacia la puerta abierta que


daba al corredor. –¿Entonces, tú y Peter?– su voz era calmada, casi
especula va, como liberándola.

Ella alzó su barbilla. –Era una viuda salida del luto, él era persistente.
Yo no lo alenté.

–¿Por qué no? No te hubiera culpado por ello.

–Entonces eres un esposo increíblemente comprensivo. Supongo que


tendría que haberme dado cuenta de eso, por tu apretado abrazo
alrededor de mis hombros.
Él con nuó estudiándola, con una sonrisa en sus ojos color
avellana. –Sarcasmo. Suave, pero evidente.

–Si éste es pedido.

Él rió por lo bajo. –Me gustas, Emily Leland.

–Eso asumí cuando te casaste conmigo.

Su voz se volvió profunda, ronca. –Supongo que el matrimonio


significa que tú no sólo me gustabas.

Ella desvió la mirada.

–¿Eso te las ma?

–No. Sencillamente aún es di cil recordar que pensaba que todo


esto...– Ella ges culó hacia él con ambas manos –Con go se había
acabado.

–¿Así que no estarás llorando por la relación que sea que tuviste con
Peter?

Ella sonrió y bajó su voz. –Él trató de hacer de eso más de lo que era,
pero yo no sen a nada.– Miró por encima de su hombro hacia la entrada
del comedor. –Parece ser que con nuaremos viéndolo bastante.

–Es un hombre elegible, y mi madre ene dos hijas solteras.

–¿Pero viste la reacción de Susanna hacia él?

–Quizás ella está escondiendo un interés que no sabe cómo expresar.


Después de todo, Peter estaba aquí para verte a … y ha estado
visitándote. No estoy acostumbrado a encontrarme a mi esposa siendo
cortejada por otro hombre.
–¿Cómo lo sabes?, ella lo probó, esperando que ésta fuera un
tác ca adecuada.

Sus ojos parecieron cortantes, haciéndola contener el aliento,


pero él con nuó sonriendo. –Porque estoy bastante seguro de mis
habilidades para mantener a mi esposa sa sfecha.
El golpe de calor la estaba asustando, sorprendiendo. ¿Con sólo sus
palabras él podía hacerla reaccionar? –Oh, Dios– murmuró, abanicando su
cara.

Sus ojos se agrandaron y luego se arrugaron con diversión. Él miró por


encima de ella hacia el comedor y suspiró. –Hablando de cosas que no me
estás contando, ¿qué es eso de y Susanna en el laboratorio hoy, justo
después de que discu mos sobre traerla de regreso dentro de los límites
de la sociedad?

Ella frunció el ceño. –No te en endo.

–Yo asumí que pensábamos igual, que ella necesitaba probar a tener la
ru na co diana que una mujer.

–Entonces, ¿no quieres que persiga las cosas que ama?

Él vaciló. –Estaba esperando convencerla de encontrar otras


ac vidades más femeninas.

–No me lo aclaraste. Yo pienso que pintar es una ac vidad común para


una señorita.

Él puso las manos sobre sus caderas mientras la miraba desde arriba,
sin decir nada.

Ella suspiró. –Muy bien, pintar la musculatura de una anatomía no es


muy habitual. ¿Realmente piensas que debería dejarlo?

Ella permi ó que su voz expresase su duda, pero no lo contradijo.


¿Cómo podía ella, en su papel de esposa?

–Quizás haya hombres que piensen que es indecoroso… si


llegaran a enterarse de esto.
–Unos pocos puede– musitó ella.

–Lo que significa que ellos se lo contarían a unos pocos más.

–Ya veo. ¿Qué movería a Susanna a renunciar a algo que ama, por un
futuro que podría no suceder?

Para su sorpresa, él se le acercó. –Podemos demostrarle cómo puede


ser un matrimonio feliz. Sabes, ella únicamente creció con la rante
relación de nuestros padres para imitar.

Emily lamió suavemente sus labios resecos, su pecho tan ancho ante
ella. –¿Nuestro matrimonio feliz que incluso no puedes recordar?

Él tomó su mentón, levantándoselo. –Quiero recordar. Lo


recordaré. Me cau vas, Emily.

Por un momento pensó que él podía besarla, allí en el corredor


mientras su familia los esperaba para almorzar. Ella quería que lo hiciera.
Ella necesitaba que él estuviera cau vado.

Pero no quería que él recordara.

Ella sonrió y tocó su pecho. –Estoy fuera de mí por la curiosidad.


¿Encontraste respuesta a todas tus preguntas cuando hablaste con tu
padre? O aún soy un misterio para .

Él sonrió. –Mis padres están muy encariñados con go. Pero escuché
que ellos no estaban del todo sorprendidos cuando tú apareciste en su
puerta. Dijeron que habían recibido una carta del vicario de la parroquia
an cipando tu llegada el año pasado.

La tensión contrajo su estómago, sacando todos los sen mientos


placenteros que él había inspirado. –Sí, no sabía que el querido hombre la
había enviado.
–¿Fue él el hombre que nos casó? No podía recordar su nombre, ni
mis padres tampoco.

–Fue él.– Ella quiso salir por la ventana, tratar de encontrar algo de aire
para respirar, pero no se animó a dar evidencia de su huida. –El Sr. Tillman.
Él está muerto ahora– dijo impasible, pero lo vio en su mente como si una
almohada estuviera sobre su cara. No pudo controlar un estremecimiento.
–Lamento recordarte tan tristes no cias– dijo Ma hew, poniendo una
mano sobre su hombro.

–No podrías haberlo sabido.

–¿Se suponía que lo tendría que recordar?

El falso dolor en su voz hizo que ella lo mirara de nuevo. –No, esto no
es algo que hayas olvidado. Él murió justo antes de que llegara aquí.

Él mantuvo su brazo en ella. –Pongamos tanta tristeza detrás


nuestro. ¿Volvemos a reunirnos con mi familia?

Ella asin ó, ocultando su alivio.

***

Durante el almuerzo, Ma hew se encontró a sí mismo mirando a Peter


Derby, quien hizo su mejor esfuerzo para no dirigir miradas a Emily.
Pero en cada momento que Peter lo miraba a él, era una mirada vacilante.
Ma hew se propuso sonreírle, para permi rle saber que su
comportamiento pasado con Emily era comprensible.

–¿Qué has estado haciendo estos úl mos años, Peter?– le preguntó.


–Los compromisos sociales de siempre, por supuesto. Acompaño a mi
madre cuando me necesita, y ayudo a mi hermano en la administración de
nuestras erras. Aunque justo ahora, como le expliqué antes a Lady
Rosa, estoy más desocupado que de costumbre, ya que mi madre y mi
hermano han ido al norte a visitar a una a enferma. Me quedé en nombre
de mi hermano.

Lady Rosa inclinó su cabeza hacia Peter. –Y entonces le dije que no


debía permanecer en casa solo. Él debe pasar varios días aquí con
nosotros.

No fue muy buena en ocultar la mirada que dirigió a cada una de sus
hijas. Ambas sonrieron educadamente.

–Esto es muy cortés de su parte, Lady Rosa– dijo Peter, con los ojos
brillantes. –Ma hew, yo disfrutaría de escuchar todo sobre tu empo en la
India.

Ma hew sonrió. –Por supuesto.

Peter se volvió hacia la hermana de Leland y abrió su boca como para


hablar, pero Rebecca le interrumpió.

–¿Vieron la abundante correspondencia que recibimos hoy?–


preguntó, demasiado alegremente, para toda la sala.

Lady Rosa sonrió. –¿Recibiste alguna carta especial, Rebecca?

Ella se ruborizó. –Nada fuera de lo común, Mamá. Sólo una invitación


al té de Lady Brumley.

–Ah, ¿y no es su hijo apuesto?

Ma hew vio que su hermana sonreía y se encogía de hombros, y eso


podía ser un movimiento evasivo, pero… no lo era. Por un breve momento
pensó que parecía indiferente. ¿No se suponía que ella era la hermana
ansiosa por casarse? ¿Qué había estado pasando aquí los úl mos dos
años? Se preguntó con un poco de incredulidad.

Rebecca con nuó. –Emily, puse tu carta junto a tu plato.

Ma hew lanzó una mirada a Emily, quien únicamente sonrió.

–Todas las invitaciones nuevas también incluyen a Ma hew en la


dirección– agregó Rebecca.
–Entonces el torbellino ha comenzado– dijo el Profesor con
mordacidad.

Ma hew sonrió a Rebecca. –¿De quiénes son las invitaciones?

Ella enumeró las invitaciones de varias familias para desayunar, cenar,


y hasta un baile allí en el campo. Él reconoció todos los nombres de amigos
o parientes, y a pesar de que sonrió y dio las respuestas correctas, e
incluso frunció el ceño como si su memoria fallara una o dos veces, él
con nuó mirando a Emily. Ella había recibido una sola carta, y por un
momento reveló confusión mientras miraba el nombre escrito en ella.
¿No recibía muchas cartas? ¿O era sólo que no reconocía el nombre?
Ella no la abrió en la mesa.

Lady Rosa aclaró su garganta, y la mesa quedó en silencio. –Para


celebrar tú regreso a casa, Ma hew, propongo que invitemos a toda la
familia a venir a finales de semana, y que durante su visita, celebremos un
baile con todos nuestros vecinos.

–Eso suena bien– respondió. Él podía confiar en sus primos,


Daniel y Christopher. Los tres siempre habían sido capaces de resolver
juntos cualquier problema.

Luego de una larga conversación sobre a quién invitarían al baile, Lady


Rosa preguntó –¿Y qué harás esta tarde, Ma hew?
–Emily y yo iremos a cabalgar.

Susanna se alegró. –Puedo…

Se calló por el codazo de Rebecca.

Cuando Lady Rosa se levantó, todos los demás se le unieron. –Sr.


Derby, envíe a buscar sus cosas. Fui muy seria sobre que nos acompañes.
Ustedes los jóvenes tendrán muchas distracciones para hacer juntos.
–Haré un viaje a casa esta tarde, milady– Dijo Peter. –Tengo
correspondencia de la que encargarme antes de regresar.

Mientras todos dejaban el comedor, Ma hew no se dio cuenta de que


Emily se había ido hasta que se giró. ¿Si ella simplemente se estaba
cambiando la ropa para cabalgar, por qué no decirlo?

Cogió del brazo a Reggie. –¿Viste en qué dirección se fue Emily?–


Preguntó en voz baja.

–Perdón, pensé que estabas siguiendo muy de cerca a tu esposa.

Él rió. –No tengo empo ahora. ¿Susanna? La llamó, viendo a su


hermana alcanzar el final del corredor.

Ella se dió la vuelta, y cuando vio a Peter yendo en una dirección


diferente, sonrió y se acercó a Ma hew.

–Tengo algo que hablar con go– la dijo, ignorando la reacción de ella
por Peter… por el momento. –¿Reggie, que harás hoy?– le preguntó a su
amigo mientras éste se alejaba.

Reggie se volvió, pero siguió caminando. –Obviamente no cabalgar


con go–dijo, y saludó.
Para entonces Susanna estaba parada junto a Ma hew, quien tomó su
brazo y le permi ó entrar a una salita al otro lado del corredor. Lady Rosa
vaciló, su expresión concentrada. Él sonrió mientras cerraba la puerta sin
invitarla a pasar.

Cuando se volvió, los brazos de Susanna estaban cruzados sobre su


pecho, su barbilla levantada, las gafas destacando sobre su nariz.

Ma hew parpadeó. –¿Algo está mal?

–Depende de lo que quieras decir– respondió fríamente.


–Muy bien, iré directo al asunto. Estoy preocupado por .

Ella suspiró con fuerza y abrió sus brazos, extendiéndolos. –¿Has


estado hablando con Mamá y Papá sobre mi soltería, no?

–Hablas como si fuese inevitable.

–Tengo vein séis años, Ma hew. Déjame estar. Mi vida es como la


quiero, y soy feliz. Incluso Mamá lo aceptó.

–Yo no lo acepto. Y Emily Tampoco.

Susanna lo miró ligeramente extrañada. –¿Emily? Pero ella y yo…

–Ella no delató confidencia alguna, permíteme aclararlo. Pero es una


mujer que ha conocido como es sen rse sola en el mundo. A ella le
preocupa que te suceda a .

–¿Sola? Pero si los tengo a todos ustedes, mis os, y mis primos.
¿Cómo podría estar sola?

–Emily pensaba que tenía una gran familia para protegerla, y todos
ellos le fueron arrebatados en un trágico momento.– Él levantó ambas
manos. –Sé que enes una gran familia, y semejante tragedia es altamente
poco probable, pero ambos estamos preocupados porque termines
sin éndote sola, cuando cada uno de ellos tenga su propia familia sin .

–Me gusta estar sola.

Pero lo dijo demasiado rápido.

–Quizás. Pero por mucho que odiemos considerar esto, algún día
nuestros padres se habrán ido, y Rebecca y yo tendremos nuestra propia
familia. No creo que tu dote sea suficiente para que vivas sola muy
cómodamente.

–Entonces viviré con ustedes.

–Y puedes hacerlo para siempre... Pero… Emily y yo planeamos tener


muchos hijos.– Una pequeña men ra para persuadir a su hermanita.

–Yo puedo ayudarla.

–Pero, ¿te será fácil de ver, sabiendo que tú nunca tendrás uno
propio?

Susanna tragó, sin decir nada por un momento. –Tendré mi vida como
Dios parece haberla considerado mejor para mí.

–Entonces hazme un favor. Concédeme las próximas semanas. Quiero


que me acompañes en cada evento al que asista. Quiero presumir de
mi consumada hermanita.

–¿Consumada?– rió incómoda. –Esconderás mis maneras de marisabidilla.

–No, esconder no– dijo gen lmente. –Pero te pediré que te abstengas
de ellas por un empo. No se trata de apaciguar a Madre… esto es para
que te asegures de que no hay un hombre ahí afuera al que tú puedas
amar, uno que te acepte de todas las formas, si le das la oportunidad.
–¿Cuándo te volviste tan román co? Le preguntó son sospecha, pero
su voz fue suave.

–Quizás Emily me hizo así.

–Estás muy cambiado desde tu matrimonio.

Él no explicó que el matrimonio no había tenido nada que ver con la


forma en que había cambiado su vida. –Espero que quieras decir de una
forma mejor.

–Estás más feliz, Ma hew,– dijo ella suavemente, tocando su brazo. –


Toda la familia lo ha notado. Y aunque sólo sea por esta razón…. Por la
profunda alegría por tu regreso… Yo, por un empo, consen ré en hacer lo
que me estás pidiendo.
Él sonrió. –Gracias.

–Sera di cil, no dudes de eso.

–Oh, lo sé. Nosotros los varones somos terriblemente di ciles de


complacer. Pero te agradezco por llevarme la corriente.

–Tendremos que preparar a Mamá. Por lo demás se desmallará del


shock cuando yo, por propia voluntad, asista a la cena esta noche.

Ma hew decidió no confesarle que ya había discu do este asunto con


sus padres.

Mientras abandonaban juntos la salita, él ya estaba concentrado en


Emily, y en la tarde que había planeado con ella.

***
Emily no se dirigió a las habitaciones de Ma hew… él, ciertamente,
podría encontrarla leyendo la carta, y no podía arriesgarse a ello. Entonces
se encaminó a la biblioteca y cerró la puerta detrás de ella.

Luego miró la carta de nuevo, enojada consigo misma por la forma en


que sus manos temblaban. La caligra a era de un hombre. ¿Quién estaría
escribiéndole?

Rompió la cera y desplegó una sola hoja de papel. Su estómago se


retorció con miedo cuando vio la inicial al final de la carta. A con nuación,
se forzó a leer.

Mi queridísima Emily,
Estuve tan conmovido al leer sobre el regreso del Capitán Leland. ¿Le
has dicho que tú no eres su esposa? ¿Él sabe las otras cosas que has
hecho? Permítenos hablar sobre tus planes. Ya he llegado cerca, y
estaremos en contacto pronto.
S.

Los ojos de Emily se empañaron mientras releía la amenaza una y otra


vez. Stanwood la había encontrado al final. Ella siempre había sabido que
era una posibilidad, pero mientras los meses pasaban y no ocurría, se
había creído a salvo.

El regreso de Ma hew… y su delito… finalmente habían dado a


Stanwood un nuevo poder sobre ella. Con decisión desechó lejos la culpa,
porque eso sólo podría debilitarla. Todo lo que podía hacer era tratar con
más insistencia de que Ma hew se enamorará de ella, y pensar en lo que
le diría a Stanwood para que abandonara cualquier loco plan que hubiera
preparado. Él era un asesino, y ella era alguien ahora, la esposa del
Capitán Leland. Stanwood no tenía ninguna prueba, aparte de eso.

Arrojó la carta a la chimenea, observando cómo prendía la llama, y


salió con pasos rápidos de la habitación.
***

Había sido di cil salir sin ser visto por Ma hew, por toda la familia
Leland, y por los sirvientes, pero él se las había arreglado. Ahora estaba
escondido detrás de la exuberante vegetación del helecho tropical en el
invernadero, mirando a Emily Leland a través de las puertas abiertas de la
biblioteca.

Él no hubiera podido decir nada de su expresión mientras leía la carta.


Pero, ¿Por qué ella había sen do la necesidad de esconderse de su familia?

Había arrojado la carta a la estufa antes de abandonar la


habitación. Sigilosamente corrió dentro y se las arregló para sacar el
carbonizado papel. Dejándolo caer en la chimenea de mármol, apagó las
llamas con el pie, luego lo recogió, sosteniendo juntos los restos de dos
pedazos.

La mayoría de la carta se había ido, pero consiguió leer “tú no eres su


esposa” y “estaremos en contacto pronto”.

Se sin ó indignado por lo que implicaba esta traición para la familia.

Él tendría que seguir, muy de cerca, a Emily Leland… o quienquiera


que realmente fuera.

Capítulo 7

Emily apoyó sus brazos sobre la balaustrada de la terraza, mirando


hacia el hermoso parque de Madingley Court, el mismo que Ma hew
no recordaba. Mientras entrecerraba los ojos hacia el nublado cielo,
pensó de nuevo en la carta de Stanwood. Aunque la náusea todavía
revolvía su estómago, estaba decidida a mantener la mente clara, y a
protegerse. Esa tarde, a solas con Ma hew, coqueteando y tentándolo,
sería un buen comienzo.

Alguien dijo su nombre, sobresaltándola. Se dio la vuelta para ver la


cara sonriente de Ma hew.

–¿No te habré asustado?– comentó de forma jovial.

Su mirada se hundió en su pecho, que se elevaba y bajaba de forma


acelerada con cada respiración. Su mirada ín ma alentando su reacción.

Una sonrisa apareció en su cara. –Ni siquiera te escuché cruzar la


terraza.

–Es todo debido a mi experto entrenamiento en el arte de aparecerme


de repente a la gente.

–Entonces eres un éxito.

Antes de que ella pudiera preguntar, él señaló la cesta que llevaba en


su mano. –Algo en caso de que tengamos hambre.

Ella sonrió. –¿Tu madre? –En realidad, mis hermanas.


–Son jóvenes damas consideradas– respondió ella,
abandonando la balaustrada y descendiendo por los anchos escalones
hacia el camino de grava.

Ma hew caminaba a su lado. –Hable con Susanna. Ella accedió a


mi propuesta.

Emily abrió sus ojos. –¿Tan fácilmente?

–Creo que ella quiere complacer al hermano que está tan


recientemente de vuelta de entre los muertos.– Él sonrió. –Y la forma en
que el matrimonio me ha cambiado a mí, también la ha persuadido a ella.
Ella deliberadamente rozó su hombro con el de él. –Nosotras, las
esposas ejercemos magia en los severos temperamentos de nuestros
esposos.

Él rió. –Entonces, empecemos esta noche. Así ella verá que no ene
por qué estar sola.

–Puede ser algo terrible– dijo, con una sombra cruzando su mirada.

Él la miró con compasión, luego tomó su mano. La de él era cálida,


áspera por los cayos, tan diferente a la suya.

–A pesar de que amo a mis hermanas, dejemos de hablar de ellas.–


Susurró suavemente –Hoy te estoy encontrando mucho más interesante.

Ella forzó una risa. –Pero tenemos toda la tarde para conversar.

–¿No tenemos el resto de nuestras vidas?

Ella contuvo su respiración. Cuando encontró su mirada, sin ó el


poder de la suya, la fuerza intensa de esos ojos cambiantes ¿Cómo
podría alguna mujer resis rse a él? Ella apretó su mano.

***

En las caballerizas, los mozos de cuadra estaban apoyados en las


cercas del establo, mirando a Ma hew con abierta curiosidad.

–No reconozco a nadie– dijo en voz baja.

Ella le dirigió una mirada tranquilizadora. –Son jóvenes. Crecen


rápidamente como la maleza en dos años. ¿Por qué ibas a reconocerlos?
Le diré al jefe de cuadras que necesitamos dos caballos ensillados.
Ella se fue adentró, y para cuando salió, Ma hew estaba sentado en la
cerca entre los jóvenes mozos.

–No, les digo que no era diver do apuntar con el mosquete al


enemigo y disparar– estaba diciendo. –Y un soldado sólo lo hace por su
deber para con la reina y el país.

Los chicos lo miraban serio.

–Ellos pensaban que estabas muerto– dijo el chico más grande, John,
al que le faltaban varios dientes.

–Fue una terrible no cia para mi familia. Estoy seguro que todos
ustedes hicieron lo mejor para ayudarlos en esos momentos di ciles.

–Ahora la Señora Leland está feliz– afirmó John. –Algunas veces ella
parecía muy triste.

Los ojos de Ma hew la encontraron. Ella había hecho su mejor


esfuerzo para parecer una mujer en duelo.

–Es una cosa triste cuando una esposa piensa que su esposo está
muerto– dijo Ma hew, sin apartar sus ojos de ella. –¿Viene ella a visitar los
establos a menudo, chicos?
Se sen a incómoda, insegura de su propósito. ¿Por qué no le
preguntaba directamente a ella cuán a menudo le gustaba montar?

–Siempre cuando va a la villa– dijo John con franqueza. –Y eso es un


montón.

Justo en ese momento, Lavenham, el jefe de cuadras, apareció por la


puerta de los establos llevando dos caballos ensillados.

Le dirigió a ella un asen miento amable, pero enseguida miró a


Ma hew con una amplia sonrisa.
–Señor Ma hew– dijo Lavenham, –ensillé a Spirit para usted.

Ma hew es ró su mano y se la estrechó. –Lavenham, es bueno ver


que todavía está aquí.

Emily se relajó cuando Ma hew recordó su nombre. Los dos


hombres pasaron varios minutos hablando sobre la crianza de
caballos usados por la Armada, hasta que finalmente Lavenham notó a
Emily mirando.

Entonces él carraspeó. –Lo he estado manteniendo alejado de la Sra.


Leland.

–No me molesta– dijo ella.

–No, enes razón, Lavenham– intervino Ma hew. –A una dama no se


la debe hacer esperar. Hablaremos en otro momento.

Pasó varios paquetes envueltos, una botella encorchada, y una manta


desde la cesta a una alforja. Antes de que ella pudiera montar, él tomó las
riendas de ambos caballos, dirigiéndolos hacia el sendero. Ella sabía que
los mozos de cuadra estaban mirando boquiabiertos, preguntándose por
qué no montarían para ir a donde fuera que estuvieran yendo. Ella se lo
estaba preguntando también.

Sólo cuando hubieron atravesado los jardines más cuidados, y entrado en


un claro fuera de la vista de los edificios, Ma hew se volvió hacia ella.
–Ya que no sé a dónde estamos yendo– dijo –probablemente sería
más fácil si pudiera montar con go.

Aunque se sorprendió, le dirigió la sonrisa de una esposa desesperada


por in midad. –Eso suena maravilloso.

Con un poderoso salto, se elevó del suelo, balanceó su pierna derecha


bien alto, y se acomodó en la montura. Spirit echó la cabeza hacia atrás,
mientras Ma hew se inclinaba hacia abajo y agarraba su mano. –¿Lista?

Ella sostenía las riendas de su propio caballo, pero se subió al


de él, balanceándose y colocándose en la montura detrás de Ma hew,
cómoda entre su cuerpo y el final de la silla. Él estaba entre sus muslos, su
fuerte espalda contra sus pechos, el brazo de ella alrededor de su cintura.
Sus faldas estaban es radas apretadamente para acomodarlo a él, así que
deslizó aún más alto sus pantorrillas. Podía sen r los músculos del
estómago de él contraerse mientras se ajustaban ambos en la silla.

Pronto Spirit estuvo avanzando a través del prado.

De repente, él urgió al animal a ir al galope, y ella tuvo que soltar las


riendas de su caballo, confiando en que su montura los seguiría, porque
todo lo que pudo hacer fue agarrarse a Ma hew, y rezar por su querida
vida.

Una vez que cruzaron el prado y tuvieron que aminorar la marcha al


acercarse a un bosque, Ma hew encontró muy di cil centrarse en su
necesidad de aprender todo lo que pudiera sobre Emily, con sus pechos
aplastados contra su espalda. En esos momentos, en lo único que él podía
pensar era en su posición entre sus caderas.

Donde él quería estar.

Se obligó a recordarse a sí mismo su obje vo. –¿Hacia dónde debería


ir?–preguntó por encima de su hombro. –Todavía todo está en blanco para
mí.

Ella le habló al oído. –Sube la colina. Nos llevará fuera del parque hacia
los campos.

A un ritmo más lento, cabalgaron a través de los árboles y ascendieron


por una colina completamente cubierta de césped y brezo morado de
otoño. Cuando Emily sugirió que ella montara en su propio caballo a
medida que se acercaban a las casas de los inquilinos, él no la escuchó.

Cabalgaron durante varias horas por caminos del campo mientras ella
hacía de guía, mostrándole todos los lugares donde él había vagado de
niño, algo que aparentemente había aprendido de su familia. Le causó
gracia la forma en que recitaba el nombre de cada vecino cuando se
avistaba su casa, agregando más detalles si ellos iban a asis r a la cena de
esa noche. La dejó pensar lo que quisiera sobre su pérdida de memoria,
admirando su animación y su conocimiento. Después de todo, él
había pasado dos años lejos; debería conocer todos los chismes locales.
En alguna ocasión la gente los saludó con la mano, y aunque Ma hew
devolvía el saludo, no cabalgaban lo suficientemente cerca de ellos para
conversar.

Finalmente, cuando sólo campos se extendían a su alrededor y


Madingley Court se veía a lo lejos, reposando como el trono dorado de un
rey en medio de colinas onduladas, él detuvo el caballo. Una brisa
movía el largo pasto. Evidentemente había pasado mucho empo
desde que las ovejas no habían pastado por allí.

–¿Descansamos y vemos lo que mis hermanas nos enviaron?–


preguntó

Cerró los ojos mientras el cálido cuerpo de ella se deslizaba por el


suyo. El pie de ella encontró el suyo en el estribo, y lo u lizó junto con su
mano extendida para ayudarse a desmontar. Una vez en el suelo, se alejó
de él y contempló la vista, apretando su chal contra ella. No entendía
como ella podía sen r frío después del calor que había generado el roce
de sus cuerpos

Desmontó, sacó de la alforja las provisiones para el picnic, y extendió


la manta en el suelo. La cara de Emily era puro placer y felicidad mientras
se sentaba al lado de él.
Los paquetes envueltos resultaron ser sándwiches de carne y queso,
así como también varios melocotones.

Se turnaron para beber de la botella de sidra. Que la boca de ella


estuviera en el mismo lugar que había estado la de él le pareció
increíblemente eró co. Evidentemente él había estado sin compañía
femenina por un largo empo, pensó.

Comieron en silencio durante varios minutos, y él la observaba más a


ella que al paisaje. Luego, se tumbó a su lado, apoyado en el codo para
poder estar más cerca de ella. Emily estaba sentada muy recatadamente,
las piernas dobladas debajo de ella, su falda amarilla un toque de
primavera en otoño.

Después de un trago de sidra, ella le devolvió la botella. –Siento


curiosidad por saber por qué elegiste el Ejército, sin duda una elección
extraña para un hijo único.

–¿No tuvimos esta discusión al principio de nuestro matrimonio?

Ella ni siquiera vaciló. –Tú eras un soldado impaciente en ese


entonces, dispuesto a dejar Inglaterra y conocer mundo.

Y esa era la verdad, se divir ó, impresionado por su deducción.

–Tú sólo me dijiste que estabas buscando aventura– con nuó. –Pero
mientras iba asumiendo mi lugar como tu esposa y llegaba a conocerte
mejor, no creía que esa fuera toda la verdad. Un hombre rico puede
encontrar aventura viajando por el con nente.

Se recordó a sí mismo que ceñirse a la verdad podría ayudarlo… y sería


más fácil de recordar que añadir más men ras.

–Si, yo quería ver mundo, porque sabía que podría hacer lo que
quisiera lejos de Inglaterra, ser el hombre que pensaba que siempre había
querido ser.
–¿Estabas escondiéndote hasta ese punto?

Ella era demasiado inteligente, pero tenía que serlo, para haber
triunfado en esta tetra.

Se dejó caer sobre su espalda, las manos sujetas debajo de su cabeza,


su codo deliberadamente tocando su muslo. Ella no se movió, ni tampoco
él.

–Lo estaba– dijo en voz baja. –Sen a la necesidad de contenerme,


para ser un buen ejemplo para mis hermanas, para ser un buen hijo.

–¿Y aquellas eran las cosas tras las cuales escondías la verdad?

Suspiró. –Eran parte de la verdad, por supuesto, pero me sen a


demasiado contenido, demasiado limitado, como si no pudiera hacer lo
que quería, siempre teniendo que hacer lo que se esperaba de mí. No
quería herir a mi familia, viviendo fuera de los límites de la sociedad… aun
cuando secretamente ansiaba eso. El ejército es a menudo una respuesta
para los hombres jóvenes, y entonces decidí intentarlo.

–Nunca me contaste nada de esto– dijo ella seria.

–Quizás nunca tuve la oportunidad, ya que estuvimos juntos durante


sólo unos pocos meses. Pero estamos empezando de nuevo, tú y yo, y te
mereces saber la clase de marido que enes.

–¿Y qué clase es esa?

Ella le estaba sonriendo con diversión, y por un momento eso lo irritó.


Él quería inquietarla, ponerla incómoda sobre su poco conveniente
posición allí, sola con un hombre extraño.
Se levantó sobre su codo, y a pesar de que ella aún con nuaba
sentada, su cara quedó cerca de la suya. –Quería ser… alocado.
Su sonrisa se desvaneció.

Bajó más la voz, mirando su boca. –Quería hacer lo que fuera que
deseara, ser insensato y vivir la vida plenamente.

–Pero en lugar de eso te casaste con una sencilla chica de la campiña


inglesa–replicó suavemente.

–Quizás esa fue otra profunda insensatez por mi parte.

Ella lamió sus labios. –Insensato sería seducirme y dejarme atrás.

–No, eso hubiera sido cruel. Y yo no lo soy. Pero tomo lo que quiero y
hago lo que deseo.

La sonrisa de ella era débil. –Oh, qué amenazador. ¿Pretendes


tentarme con este pícaro juego de palabras de amor?

Su intrepidez era impresionante. Si estuviera asustada él


descubriría la verdad, pero ella no se delataba.

Deslizó la mano a lo largo de su muslo. –¿Estás tentada?

–Por supuesto. Me casé con go, ¿no es así?

–Soy un hombre afortunado.– Ella estaba sin duda esperando que la


besara, aún inclinada hacia él, una mujer inclinada a la distracción.

Decidió cambiar el tema hacia ella. –Tú no sólo te cruzaste de brazos a


esperar que entrara en tu vida. ¿Qué hacías mientras examinabas
cuidadosamente a los caballeros locales?

Ella rió. –Pasé varios años ayudando a nuestro párroco.


–¿Al Sr. Tillman? dijo, sin endo aumentar la sensación de
an cipación. El nombre de la persona que figuraba en su licencia de
matrimonio falsificada.

Su expresión gradualmente se volvió un poco más dulce mientras sus


ojos parecían concentrarse en el pasado. –Sí. Él nunca se casó, entonces no
tuvo la ayuda de una esposa. Mi madre solía ayudarlo, así que
naturalmente eso recayó en mi cuando ella murió. Solía dirigir a varios
grupos de mujeres que proveían a familias con un nuevo bebe o ayudaban
a alimentar a familias cuando su única fuente de ingresos se cortaba.

Él se preguntó si algo de esto era verdad. Ella había dicho que Tillman
ya estaba muerto. Pero seguramente habría otros que pudieran confirmar
o negar su historia

–Yo especialmente disfrutaba trabajando con los niños –dijo.

Su expresión era suave y femenina, como si ansiara su propio hijo.

–¿Deseabas tener a mi hijo?– preguntó.

–Por supuesto que sí.

–Entonces debe ser di cil para que todavía no sea un marido


completo en todos los aspectos.

–Pero estás vivo. Puedo esperar por el resto.

–¿Y qué pasa si no me enamoró de de nuevo?

Ella sólo elevó sus cejas, su expresión diver da.

Él se rió. –¿Tan segura estás de que encontraremos de nuevo la magia


en el camino de regreso al otro?
–Somos personas diferentes ahora– dijo despacio, mirando lejos
de él a Madingley Court, brillando aún bajo el cielo nublado. –Quizás no
será de nuevo la misma clase de amor, pero estoy dispuesta a confiar en
nosotros.
Él deslizó su mano un poco más arriba por su muslo. –Me
encuentro impaciente por recuperar lo que teníamos juntos.

Ella esperó, centrada su mirada en él.

–Enséñame, Emily– murmuró. –Necesitamos empezar a conocernos


de nuevo a un nivel más ín mo. –Enséñame como nos gustaba besarnos.

–Creo que probaste ser competente esta mañana– bromeó.

–Eso fue sólo el comienzo. Recuerdo tan poco…, y tú prome ste


enseñarme.

Su mirada cayó sobre la boca de él. Él quería probarla, explorarla


mucho más de lo que lo había hecho esa mañana. Pero tenía que ser
paciente, porque él sen a un deseo salvaje e insensato por ella que nunca
había sen do por otra mujer. Su cuerpo ya estaba an cipando tocarla,
saborearla.

Se recostó de nuevo en la manta. Muy deliberadamente, ella colocó la


mano a su lado y se inclinó sobre él, bloqueando parte del cielo, pero
como estaba nublado, él podía ver ní damente su expresión, llena de
an cipación. Ella también quería besarlo.

Pero entonces ella vaciló, su cara justo encima de la de él, hermoso,


complejo, imposible de leer.

–¿Inicio yo los besos, o tú?– preguntó él. ¿Pretendía jugar a la esposa


dócil?

–Ambos lo haremos– susurró ella.


Una respuesta atrevida. Pero bueno, él ya se había revelado como un
esposo a pico que esperaba una esposa a pica.

Su aliento en la cara, con un ligero aroma de sidra, casi lo hizo gemir. –


¿Te besé yo primero?– preguntó, escuchando el tono ronco de su voz.

Ella estaba más cerca ahora, un mechón libre de su dorado cabello le


rozaba la mejilla y caía por su cuello.
–Claro que lo hiciste. Me estabas cortejando.

Él encontró su mirada. –Entonces es tu turno.

Sus labios tocaron los suyos, tan delicados como una mariposa,
pero sin dudar. Luego ella inclinó la cabeza hacia el otro lado para probar
más de él. La ráfaga de deseo a par r de un casto beso era tan excitante,
tan absoluta, que él apenas pudo contenerse para aplastarla contra él, de
tumbarla encima de él.

Emily se olvidó todo excepto de la suave humedad de los labios de


Ma hew. Él estaba tendido debajo de ella, y tenía que mantenerse firme
sobre sus hombros o si no, caería sobre él con una repen na y agobiante
debilidad.

La sensación del beso fue mayor que la de sus labios; lo sin ó en su


mente, en su corazón, en sus entrañas, que deliberadamente lo
deseaban. Ella quería presionarse contra él, saborearlo más. Sus besos se
volvieron intensos, tomando más de la boca de él, abierta para buscar la
verdadera pasión sobre la que únicamente había soñado.

Ma hew Leland era un hombre que regresó de entre los muertos,


luchando por reclamar su vida y encontrándola a ella en ésta. Aunque
ella se estaba aprovechando de él, se prome ó que sería bien
recompensado con su entusiasmo.
En contra de su voluntad, recordó que él tenía una esposa, y el
pensamiento apagó su pasión. Levantó la cabeza para mirarlo. Esa mujer
siempre estaría entre ellos, hasta que pudiera descubrir la verdad sobre
ella. ¿Pero cómo lo lograría? ¿Y qué haría Arthur Stanwood con ese
conocimiento?

–¿Emily? ¿Algo está mal?

Él se incorporó, y mientras sen a sus manos sobre sus hombros, supo


que él necesitaba algún po de explicación.
Parpadeó como si se esforzara en contener sus lágrimas, y puso una
mano en su pecho. –En verdad, tú estás en casa– susurró con asombro. –
Me creerás una mujer tonta si lloro en medio de un beso. Ya es bastante
humillante que me desvaneciera a tus pies anoche…

–En mis brazos. Soy bueno para atrapar a una mujer.

Resopló de risa de manera poco femenina. Le puso un pañuelo en su


mano, y ella se limpió los ojos, deseando que él no notara que la tela
permanecía seca.

–No creo que alguna vez haya llevado a una mujer a las lágrimas con
mis besos– meditó.

Entonces, se llevó las manos de ella a su pecho, y ella sin ó el fuerte


la do de su corazón.

Él quería sus recuerdos de regreso; ella no podía querer lo mismo.

Pero ella le enseñaría todo lo que él quisiera; lo haría feliz.

Y nada ni nadie se interpondrían en su camino.

Capítulo 8
Emily sabía que Ma hew la miraba con demasiada atención. ¿Qué
emociones se traslucían en su rostro, cuando estaba tratando de
ocultarlas?

–¿Por qué estás llorando?– la preguntó.

–Porque nunca pensé que tendría la oportunidad de volver a


besarte.–susurró.

Luego le sonrió y acarició su pecho, dándose la vuelta para recoger los


restos de su picnic. Cuando montó en su caballo, se sorprendió de
que él se lo permi era. Quería que le pidiera que volviera a cabalgar con
él, pero parecía como si ya hubiera tenido demasiada in midad por un día.

Mientras cabalgaban por el camino que serpenteaba bajando la


colina, pasaron por una casa de campo que era parte de la finca, remota,
pero bien conservada.

–Mi padre vivió ahí antes de que yo naciera– dijo de repente Ma hew.
Ella lo miró asombrada. –Quieres decir ¿antes de que se casara?– Ella
siempre había asumido que no se la había dado a nadie debido a que el
duque quería su privacidad.

Él asin ó. –Mi abuelo permi ó que la casa de campo le fuera


arrendada, diver do de que un profesor de Cambridge quisiera privacidad
para trabajar, y un poco de distancia de la Universidad. El viejo duque
amaba el aprendizaje, pero no amaba a su esposa.

Ella le hizo una mueca en simpa a. –¿No fue tu abuelo quién causó el
primer escándalo de los Cabot?

Él sonrió. –No el primero, pero sí uno de tantos. La debilidad parecer


correr por la familia.
–Pero no en , por supuesto– le dijo con un movimiento de cabeza.

–Por supuesto. Él jugaba, y era un mujeriego que desperdició toda su


herencia antes de que tuviera los vein cinco años y luego tuvo que
reconstruir la fortuna de la familia.

–Evidentemente, él logró esa hazaña.

–Sí, pero nunca pudo perdonarse por haber vendido una gran can dad
de erras No era un secreto el hecho de que él escogió la belleza y la dote
sobre lo idóneo cuando se casó.

–Que halagador para su esposa– dijo ella con sarcasmo.

–No la compadezcas demasiado. Ella no ocultaba que había elegido el


tulo antes que el amor. Pero mientras él pasaba el empo reconstruyendo
la finca sin prestarla atención, su inestable matrimonio se desmoronó aún
más. Sus hijos – mi madre, su hermana y su hermano – fueron los que
sufrieron. El abuelo compensó su negligencia permi éndoles casarse con
quienes desearan, no siempre con éxito.

Con una sonrisa, ella dijo –Así que fue en esta casa de campo, dónde
un simple profesor de Universidad conoció a la infeliz hija de un duque…

–La culpa del duque permi ó que ellos se casaran.

–Suena como si se hubieran enamorado.

–Lo estuvieron… creo. Pero mi madre venía de un mundo en dónde


los hombres optaban por los negocios, por el juego o la caza que los
alejaba de sus esposas… no por la ciencia. Y una vez que el escándalo
sucedió…
–Tus… hermanas me explicaron todo. El cuerpo femenino, la compra
ilegal.
Él asin ó, apoyándose en su montura, mirando fijamente la casa de
campo como si pudiera regresar el empo atrás. –¿Antes no te conté nada
de esto?

Ella se encogió de hombros. –No quisiste hablar de ello.

Lentamente, él contestó. –Puedo creer eso. Cuando Rebecca nació,


aunque era joven, pensé que las cosas estarían mejor entre mis padres. No
comprendía en ese empo cómo dos personas podían… ceder a una vieja
pasión, y sin embargo, no resolver las cosas entre ellos.– Suspiró. –Es
demasiado extraño, discu r de esta forma acerca del matrimonio de mis
padres y su casi divorcio. Pero tú has estado aquí, los has visto juntos.

–¿Y las cosas no han mejorado mucho en el empo en que te has ido?

–Ellos lo están.

–He estado… animándoles a que pasen más empo juntos,


forzándolos a que hablen de vez en cuando.

–¿Y por qué crees que podrías ayudar a mis padres?

Ella escuchó la duda en su voz y no pudo entenderla ¿Por qué una


esposa no querría hacer algo así? –Simplemente creí que podría ayudar.
Pensé que ellos eran dos personas que estaban acostumbradas a vivir vidas
separadas. Si pudieran recordar qué fue lo primero que los unió, las cosas
podrían ser diferentes para ellos. Aún no es un éxito, por supuesto.

–Pero están mucho mejor. Y tengo que agradecerte por ello.– Él inclinó
su cabeza, sonriendo.

Ella recatadamente movió su cabeza. –Oh, no totalmente.


A medida que se alejaban, él se inclinó hacia ella, como si estuviera
tratando de trasmi rle confianza. –Tú le prestas atención a este
an guo hogar, Emily Lealand, justo como haces conmigo.
***

Después de que Ma hew se cambiara para la cena, esperó en la


entrada junto con Peter, Reggie, y su padre, a que las damas aparecieran.
Lady Rosa y Rebecca estaban evidentemente emocionadas, y Emily lo fingía
bien. Ma hew casi olvida el mo vo de la cena cuando miró a Emily con su
ves do rosado que enfa zaba la cima de sus cremosos pechos y hacía
brillar su cabello rubio. Casi deseaba que la cena se hubiera terminado,
entonces podría tenerla a solas en su dormitorio, para ver a dónde los
conducirían los besos que compar eron más temprano.

La ac tud de Susanna trajo a Ma hew de nuevo al presente. Ella


miraba como si estuviera esperando por la guillo na francesa, resignada y
sin ninguna esperanza por la cual luchar.

Él enarcó una ceja hacia ella. Ella dejó escapar un gran suspiro y puso
una sonrisa que mostraba todos sus dientes.

Acercándose a su hermana le habló en voz baja. –Pensé que sólo


necesitabas tus lentes para leer o pintar.

–Así es.– La luz se reflejaba en sus cristales cuando ella le dirigió una
mirada casi insolente.

–Esconden tus hermosos ojos marrones.

Con otro suspiro, ella se los quitó y los me ó dentro del bolso que
colgaba de su muñeca.

–Gracias.– Dijo él, tratando de parecer serio.

–Oh, por favor– ella rodó los ojos. –No trates de hacerme creer que
sufres ante tu deber como hermano. Lo estás disfrutando.
–Siempre disfruto de mí mismo… actualmente.

Ella entrecerró los ojos. –Esa es otra de las cosas diferentes en . Ni


siquiera protestaste para ir a esta cena, cuando antes apenas si lo
soportabas. Ni siquiera has preguntado si habrá baile… solías odiar bailar.

Y era cierto. Cada joven dama con la que solía bailar sólo fue por un
apropiado cortejo y matrimonio, algo bastante aburrido. Todo lo que
él quería era escandalizarlas con la lasciva dirección de sus
pensamientos, pero se había contenido. Ahora él tenía a su esposa para
seducir, y el resto de ellas palidecían en su memoria cual fantasmas de un
pasado olvidado.

–Si hay un baile, entonces debes bailar.– Dijo Ma hew. –Es parte de
nuestro acuerdo.

–Sí, Capitán– dijo ella con resignación, dándole un saludo militar.

***

Una hora después, todos se hallaban en el salón de baile de Lord


Sydney junto con otra docena de invitados. Ma hew, frente a una
entusiasta audiencia, no veía rastro de Susanna. Tenía a todo el mundo
reunido alrededor de él, todos hablando a la vez, las damas suavemente
limpiando sus ojos y repe damente dando abrazos a Lady Rosa; los
hombres palmeando la espalda al Profesor Leland. Una y otra vez Ma hew
explicó cómo había ocurrido el equivocado anuncio de su muerte. Por lo
menos una docena de veces las mujeres exclamaron un –querida– ante la
valen a de Emily, hasta que finalmente, ésta se sonrojó.

Notó que Emily se quedaba junto a su familia y no con las otras damas,
pero recordó, que sus padres le habían adver do que sus amigas más
cercanas eran sus hermanas.
Cuando Reggie le trajo un clarete, Ma hew fue capaz de dar un paso
atrás hacia la pared.

Se tomó un saludable trago. –Está muy cerrado aquí, bien podría ser
verano.

Reggie miró hacia otro lado, alzando una ceja.

–O ¿tal vez haya otra razón por la que te encuentres acalorado?

Ma hew siguió su mirada y vió a Emily al lado de Rebecca. Ella


sonreía.

–Porque, sí, tal vez ahí había un factor que contribuía a su calor. Pero,
¿dónde estaba Susanna?– Entonces la vió apoyada contra la pared, en
medio de las señoras mayores y las damas de compañía. Gimió. –
Demasiado para nuestro acuerdo.

Cuando Reggie expresó su curiosidad, Ma hew le contó sobre su


deseo de ayudar a Susanna.

–Es una muchacha encantadora– dijo Reggie. –Yo no veo el problema.

–El problema es que ella no es una muchacha, sino una mujer, una
mujer ya no tan joven.

Reggie alzó los hombros. –Dale empo. Ésta sólo es la primera noche
de su acuerdo. En cambio, cuéntame sobre tu día con Emily.

La atención de Ma hew se dirigió a su “esposa”, aunque lo hizo


para asegurarse de poder hablar sin ser escuchado. –Ella es astuta–
comenzó lentamente.

–Sigues diciendo eso con admiración. ¿El botón aún está fuera de la
rosa?
Ma hew se rió entre dientes. –Me encuentro cada vez más intrigado. Sin
embargo, siempre soy realista. ¿Recuerdas al Sr. Tillman, el vicario de cerca
de Southampton?
–Mi madre se desesperó conmigo al tratar de hacerme un
feligrés– dijo Reggie, tomando un saludable sorbo a su Clarete.

–¿Así que eso es un no?

Reggie sólo sonrió.

–Aparentemente, él nos casó. Su firma está en la licencia falsificada.


Hoy le mande una carta al inves gador del duque para que mire en el
pasado de Emily, especialmente al vicario, con quién ella afirma que
trabajó estrechamente.

–¿Trabajó cerca?– dijo Reggie dubita vo.

Ma hew resopló suavemente. –Trabajo en obras de caridad junto con


otras damas de su pueblo.

–Ah, y ¿tú la crees?

–Realmente no sé qué creer. Sigo teniendo la mente abierta. Pasarán


varios días antes de que obtenga una respuesta.– Su sonrisa se desvaneció
y se encontró una vez más observando a Emily. En voz baja dijo. –¿Qué hizo
cuándo se encontró sola después de la muerte de su familia? Asumiendo
que su infancia fuera lo que ella dice, ¿por qué no podría una mujer
hermosa y bien criada casarse con un hombre si necesitaba mantenerse a
sí misma? A menos que un matrimonio ya creado la liberara para hacer lo
que ella quisiera.

–¿Con todo lo que ya ha hecho?– preguntó Reggie.

–Eso es, exactamente. Hoy me enteré que ella cabalgaba a diario hasta
el pueblo. La próxima vez voy buscar por ese lado.
–Alguien se acerca.– Advir ó Reggie.
Los dos se fijaron en Peter Derby, avanzando entre varios invitados,
mientras miraba de reojo hacia dónde se encontraba Emily junto con el
resto de la familia Leland.

–¿Es acaso pesar lo que veo en los ojos del Sr. Derby?– Preguntó
Reggie.

Ma hew escuchó la risa ahogada de su amigo, y aunque se unió a ella,


habló seriamente. –Supongo que tendré que ver un desfile de lujuriosos
hombres tras ella, preguntándome en todo momento quién no es quién
parece ser, ¿tal vez un cómplice?

–Pero ¿Peter Derby?– comentó Reggie con dudas.

–Él era su pretendiente después de todo.

Emily debió de notar la mirada de Peter, puesto que se aproximó a


Ma hew y a Reggie.

–Ma hew– dijo Peter. –Vaya mul tud esta noche. Estoy sorprendido
que incluso tengas un momento para mismo.

–Regresar de la muerte lo ha conver do uno de los populares.– Dijo


Reggie.

Peter hizo una mueca. –Tendré que probar eso.

–Oh, no, no debería– dijo Emily, su voz llena de fingida sinceridad.


Cuando los tres hombres la miraron ella siguió. –¿Cómo podría esperar que
tal ardid tuviera éxito dos veces?

Peter rió de buena gana. –Sra. Leland, su ingenio es tan su l.


Ma hew sin ó la mirada de Reggie, pero la ignoró. Coquetear con una
mujer delante de su marido no era una buena tác ca. Pero por supuesto,
Emily no era su esposa, él tenía que recordar eso.

Entonces, ¿por qué, de nuevo, se sen a cada vez más molesto ante
el pensamiento de ella con otros hombres?
La sonrisa de Peter desapareció. –Pero realmente, Mathew, regresar
de la muerte parece que te resulta conveniente.

Ma hew estudió su bebida por un momento. –Muchas cosas


parecen diferentes cuando uno retorna del otro lado del mundo. He visto
– y he hecho, pensó – cosas terribles, y eso me ha permi do poner mi
propia vida en perspec va. Me siento… más en paz conmigo mismo.
Escogí dejar de luchar contra mi temperamento, y aceptar cosas contra las
que una vez me rebelé.

Reggie y Peter se le quedaron mirando. Emily lo estudió


pensa vamente, y él se preguntó si había revelado demasiado.

Reggie se aclaró la garganta. –Yo tengo una muy diferente respuesta


respecto a lo del otro lado del mundo. Me ha hecho desear nada más que
tener empo para disfrutar de un buen brandy Madingley, montar un fino
caballo Madingley sin ningún des no en mente, e incluso leer un libro en la
biblioteca Madingley, con mis pies sobre un caro mueble de piel.

Todos rieron.

–Qué rebelde– dijo secamente Ma hew. Pero estaba contento de que


Reggie hubiera atraído la atención sobre él.

–Mientras tomaba una cerveza en la posada– añadió Reggie –


escuché historias salvajes sobre desafiando a la muerte a tu regreso a
Inglaterra.

Y ¿cuáles serían esas?– preguntó Peter, aún riendo.


–Encuéntrame otra bebida y te lo contaré.

Los dos hombres se fueron juntos, dejando a Ma hew a solas con


Emily. Ella aún lo observaba fijamente, cuando de repente, sus ojos se
agrandaron al mirar por encima de su hombro.
–¡Dios mío!– murmuró, su expresión llena de pesar.

Ma hew se giró para mirar.

–Pero, ¿no es ese Albert Evans?– dijo arrastrando las palabras, aliviado
de ver a un viejo amigo.

Albert era bajo y fornido, con una melena negra y suelta, y de


aspecto honesto. Para sorpresa de Ma hew, Albert lo abrazó con fuerza.
Después de mirar a Emily, Albert volvió su rostro con determinación
hacia Ma hew, quién de repente, sin ó decaer su entusiasmo.

–Maldita sea, ¿pero cómo sucedió este milagro?– exigió Albert,


sonriendo con deleite.

Ma hew repi ó su historia, sabiendo que no sería la úl ma vez. Albert


asin ó a regañadientes hacia Emily, respetuosamente, con el rostro aún
más colorado, y Ma hew al final tuvo que aceptar la verdad, Albert
había sido otro de sus pretendientes. ¿Acaso todos los hombres habían
ido tras Emily?

Durante varios minutos los dos hombres conversaron sobre la salud de


la familia de Albert y lo que estuvo haciendo en Londres.

Ma hew habría estado contento de dejar pasar el tema de Emily.


Después de todo, ¿qué más había que decir?

Pero al final hubo un momentáneo silencio en su amistosa


conversación, y Albert miró a Emily.
–Ma hew– dijo él bajando la voz –¿tal vez podríamos hablar en
privado?

–Ya sé lo que vas a decirme.– Dijo Ma hew, deslizando su brazo


alrededor de los tensos hombros de Emily. –Cuando mi esposa salió del
luto, tú mostraste interés.

Albert suspiró y miró hacia otro lado. –Me siento… extraño sobre eso, viejo
amigo.
–Oh, por favor, no lo esté Sr. Evans– dijo Emily suavemente, su rostro
bañado en rubor.

Ma hew sonrió. –No eres el único que siente la necesidad de


disculparse conmigo.

Albert suspiró pesadamente. –Te vi con Derby. Entonces, ¿tuviste esta


misma conversación con él?

–Más o menos– dijo Ma hew alzando los hombros. Le dio a Emily


una sacudida gen l. –Ninguno de ustedes deberían de sen rse culpables.
Emily es una flor rara, y yo soy un hombre afortunado.

Ella lo miró solemnemente, y Ma hew se preguntó qué


frené cos pensamientos cruzaban por esos claros ojos azules.

Tomando una decisión, con nuó. –Emily y yo estuvimos separados casi


un año. Admito que me siento decepcionado de que ella decidiera ver
a otros hombres.

Ma hew se sorprendió que Emily pudiera ponerse aún más rígida,


pero así fue.

–Eso no es lo que pasó– dijo rápidamente Albert, moviendo la


cabeza respetuosamente hacia Emily. –Hablaré francamente, Ma hew,
para que puedas entender la verdad. Coincidí con la Sra. Leland una o dos
veces cuando ella estaba de luto. Era educada pero distante. Fue sólo
después de que viniera a Londres el pasado verano, cuando tu madre nos
animó a introducirla lo más posible en sociedad, para que el resto de la
población masculina viera el tesoro que habías ganado para mismo.

La sonrisa de Emily era débil y tensa.

–Mi madre quiere hacer matrimonios con todos– dijo Ma hew mostrando
una sonrisa torcida.
–Todas las madres lo hacen. Pero la señora Leland no parecía querer la
misma cosa. No conozco a un hombre que le haya ganado un baile, ni
mucho menos dos.

–¿Seguramente Peter Derby fue un poco más insistente? dijo Ma hew


a la ligera.

–Bueno, sí.– Admi ó Albert. –Tu esposa era educada, pero poco
interesada en cualquiera de nosotros.

–Por favor, Sr. Evans– murmuró Emily. –Usted no ene por qué
defenderme. Mi esposo es un hombre muy comprensivo.

Albert carraspeó y se balanceó sobre sus talones, con aspecto de


sen rse incómodo. –Ma hew, yo no me habría sen do bien hasta que no
te lo hubiera explicado todo.

–Ahí lo enes– dijo Ma hew. –Cualquier deber que creías tener ha


sido cumplido.

Después de la promesa de tener una cena pronto, Albert se despidió y


siguió adelante, y apenas fue capaz de mirar a Emily a los ojos. Ma hew,
sin embargo, no tuvo ningún problema para mirarla.

Ella levantó su barbilla y le dijo en voz baja. –Seguramente tendrás


más preguntas para mí de las que le pediste al Sr. Evans.
–He conocido a dos de tus pretendientes en un día– respondió.

–Y probablemente conocerás a otros hombres que me consideraron


un juego justo. Tu madre quería mi felicidad. Ella lo único quería es que el
luto sólo fuera un pequeño recuerdo en mi vejez. Ella no podía
entender que…– su voz se desvaneció.

–¿Entender qué?– preguntó amablemente.


Emily no se explicó, y Ma hew se preguntó qué habría querido decir.

Sin darle oportunidad a protestar, la tomó de la mano y la guió a lo


largo de la pared hasta las puertas francesas que se abrían a la terraza.
Sabía que la gente murmuraría al verlos dejar el salón, pero que nadie se
atrevería a seguirlos afuera, a la fría noche de otoño.

La luna colgaba en el cielo, proyectando escasa luz, pero él no


necesitaba la luz para guiarse. Sen a el impulso irracional de demostrarle
algo a Emily, incluso aunque ni él mismo supiera lo que era.

–¿Ma hew?

Ignorando su pe ción, él la apartó lejos de la luz de las puertas y la


llevó a lo largo de la pared de la terraza, hasta que se detuvo y le apoyó la
espalda contra la piedra lisa.

–Emily– Su nombre sonó como un profundo trueno en su garganta. –


Tú no enes que explicarte nunca más. En endo todo lo que hiciste
mientras no estuve. Lo que no en endo es por qué me siento tan…
perturbado con todo. La idea de con alguien más me hace sen r
defini vamente primi vo, lleno de celos. Quiero poner mis manos sobre
en público, recordarles a todos que eres mía.

Ella le miraba con los ojos muy abiertos, pero también llenos de
excitación, y se lo hizo saber. Con los hombros hacía atrás contra la pared, y
su pecho hacia adelante, él la miraba extasiado, mientras la tenue luz de la
luna iluminaba el espacio entre los dos.

Él apoyó la mano en su hombro, su pulgar acariciando su escote. –


¿Somos una de esas parejas que no pueden dejar de verse, que no pueden
dejar de tocarse en cualquier momento de privacidad? Enséñame la
verdad, Emily.
Sin esperar su respuesta, él la besó, esta vez con toda la pasión que
quería compar r con ella. Agarró su cabeza con sus manos, y la cubrió con
todo su cuerpo, su pecho sobre sus senos, sus caderas sobre las de ella,
sus muslos manteniéndola inmóvil. Su boca estaba saqueándola,
saboreándola profundamente, queriendo obtener todo lo que pudiera
darle. Ella puso sus brazos alrededor de su cintura, y sus manos se
deslizaron por su espalda, mientras su lengua se encontraba con la suya
con ansiosa pasión.
Su mente estaba en blanco, estaban solos en el mundo, el viento frío
raba de su ropa y su cabello. Pero entre ellos se elevaba un fuego,
ardiente por el deseo, sin límites, consumiendo sus almas.

Ma hew levantó la cabeza, respirando agitadamente.

–¿Hice que olvidaras a todos esos hombres?– Preguntó con una


traviesa arrogancia, dejando que su pulgar se deslizara por su mejilla, y
moviéndolo de un lado a otro sobre su húmedo labio inferior.

–Nunca te olvidé.– Susurró ella. –Y nunca besé a nadie mientras tú no


estabas. Nunca lo deseé.

Él la besó otra vez, luego dio un paso atrás. –Mi deseo por hace que
me olvide de todas mis promesas sobre ayudar a mi hermana.

Ella sonrió –No creo que aún sea tarde. ¿Deberíamos regresar?

Él asin ó, sin devolverle la sonrisa y dijo. –Sí, pero tengo una gran
dificultad para concentrarme en otra cosa que no seas tú, Emily.

Ella movió su cabeza hacia otro lado e hizo que le siguiera adentro.

***
Emily se encontró durante la cena sentada al lado de Ma hew, y él
tomó ventaja de ello, rozando su codo con el de ella, dejando que
sus manos “accidentalmente” se tocaran, inclinándose para hablarle
suavemente. Había estado preocupada porque se enojara al descubrir a
sus dos pretendientes, pero milagrosamente, su deseo se había inflamado
por el desa o.
Ella podía estar ganándoselo, pensó, tratando de no sen rse tan
aliviada y emocionada.

Mientras comía el pavo relleno de castañas, se dio cuenta que las


hermanas de Ma hew la observaban. La sensible Susanna miraba a la
refinada Rebecca, y las dos sonrían ahogadamente. Emily trató de no
fruncirles el ceño, pero no lo consiguió.

–¿Qué ocurre con mis hermanas? preguntó con diversión Ma hew.

–Un buen ejemplo que les has dado– murmuró. –Ciertamente ellas
vieron la manera en que me arrastraste afuera. Tal vez piensen que fue tan
román co que les permi rán a sus pretendientes hacer lo mismo.

–Ellas en enden la diferencia entre cortejo y matrimonio– dijo


secamente. Arqueó una ceja –¿Asumo que fui un buen pretendiente?

–¡Oh! Bastante. Después de todo, mi familia acababa de morir. Fuiste


muy respetuoso. Sin embargo, con certeza me hiciste saber de tus serias
intenciones.

Ma hew asin ó. –Es el momento de que Susanna conozca tales cosas.

–Tú no puedes forzarlo.– Le previno Emily. –Susanna está


hablando con hombres. Está sentada al lado de tu amigo el Sr. Evans,
después de todo. Tal vez ellos bailen juntos.

–¿Habrá baile?– preguntó Ma hew, con un débil gesto.


–Sé que tú no bailas mucho.

–Ese ya no es el problema.– Bajó la voz. –No recuerdo cómo.

–¡Oh, querido! Entonces, tal vez hoy deberías evitarlo. Prometo


prac car con go antes del baile de tu madre.

Él la dirigió una mirada engreída. –Así que tengo algo que esperar con
interés.

***

Después de la cena, los invitados regresaron al salón encontrando que


todas las alfombras habían sido enrolladas y los muebles re rados hacia las
paredes. Un cuarteto de músicos empezaron a tocar desde una esquina del
salón.

Emily siguió a Ma hew en busca de Susanna, quien ya se encontraba


de nuevo junto a las damas de compañía contra una pared. Susanna los
siguió, con tan sólo un poco de resignación.

Cuando los tres estaban lo suficientemente lejos de los músicos como


para hablar, Ma hew puso las manos en su cintura y giró a su hermana. –Y
¿qué es lo que pensabas que hacías escondiendo tu belleza contra la
pared?

–Eso es realmente dulce por tu parte, Ma hew, pero…

–No recuerdo la midez como parte de , Susanna. Dime qué fue lo


que pasó.

Sonrojada, ella extendió sus dos manos. –No en endo de lo que


hablas.
Ma hew suavizó su voz. –¿Piensas que no puedes confiar en mí?

–Yo…– Dirigió a Emily una mirada en busca de ayuda. –No es eso– dijo
–Todo es tan tonto, en realidad. Pensarás que soy una tonta. Es sólo… que
es más sencillo pasar inadver da, para hacer lo que quiero con mi vida.

–¿Más sencillo?,– repi ó Emily, preguntándose por qué Susanna se


estaba escondiendo. De repente, se hizo una idea de lo que ocurría.
–Cuéntanos, Susanna. Déjanos ayudarte. ¿Se trata del Sr. Derby?

Afortunadamente Ma hew permaneció en silencio mientras su


hermana cruzaba los brazos sobre su pecho.
Finalmente, Susanna respondió en voz baja. –Sabía que no había
podido esconder mi reacción hacia él esta tarde. Y ahora ¡mamá lo
ha invitado a quedarse!

–¿Es por qué él me cortejó?– preguntó Emily.

Ella negó con la cabeza. –El problema es de hace empo. Yo… yo


pensé que estaba interesado en mí, y luego empecé a escuchar que
él también estaba pasando mucho empo con otra muchacha.
Entendí eso, no había ningún compromiso entre nosotros. Pero luego…–
Se detuvo, y a con nuación lanzó una mirada furiosa a Ma hew. –¡Si dices
algo sobre lo que voy a contarte, nunca te lo perdonaré!

–¿Se supone que debo darte ciegamente mi palabra?– dijo


Ma hew, extendiendo sus manos.

–¡Sí!– contestaron Emily y Susanna al unísono.

–Muy bien, enes mi promesa, así que deberías con nuar– respondió,
con voz fría.

–Escuché a cierta joven dama y a sus amigos hablando sobre mí y


riéndose. Y sé que hay muchas cosas por las que una chica bien
educada pueda reírse, créeme.– Añadió, con tan sólo un poco de
amargura. –No me importa ser diferente. Pero el Sr. Derby… él también
se río con ellos. No me defendió.

La cabeza de Ma hew se giró buscando al Sr. Derby. –Bastardo


egocéntrico.

–Lo prome ste– dijo Emily, tocando su brazo.

–Prometo no hacer nada, pero puedo pensar lo que quiera.

Susanna suspiró. –Éramos jóvenes, Ma hew, todos


nosotros. Él, probablemente, no quería quedar mal ante esa joven
dama en concreto.

–¿Y no nos dirás quién es?– preguntó Ma hew.

Ella negó con la cabeza. –En endo que el Sr. Derby, siendo el hijo más
joven, no ene la libertad para hacer lo que desea, como tú.

–Una libertad que rara vez ejercí– dijo con amargura.

Emily trató de no mostrarse muy curiosa. Ma hew había dicho


muchas veces cuánto había “cambiado” en la India. ¿Qué fue lo que le
había pasado? Y ¿tendría algo que ver con la invisible esposa que ella
estaba determinada a encontrar?

–Lo he perdonado, verdaderamente– con nuó Susanna. –Y ¿no


es una tontería mía seguir recordando algo de tan poca importancia?

–No es una tontería, no– dijo Ma hew. –Pero hermanita, las


personas pueden cambiar, incluyéndote a y a Peter.

Emily se puso en guardia para defender a Susanna –¿La estás diciendo


que debe olvidarlo?
–No, pero sí tal vez perdonar. Tú misma ves mucho a Peter, casi a
diario, Susanna, Pienso que si él te invita a bailar, deberías aceptar, por tu
propio bien. ¿Por qué dejar que algo del pasado afecte a tu futuro? Yo he
cambiado, como tú rápidamente has señalado; no sé si Emily ha cambiado,
pero estoy aprendiendo.

Emily parpadeó hacia él. Ella había cambiado, pensó, y no para mejor.
Tiempo atrás nunca pensó que sería capaz de men rles tan fácilmente a
personas tan buenas.

Susanna los miró cuidadosamente, y Emily se preguntó qué es lo que veía.

–Muy bien– dijo Susanna al final. –Trataré de hacer lo que dices.

–Bien– Dijo Ma hew deslizando su brazo alrededor de ella. –Ahora


dime qué hiciste esta tarde.

–¿Quieres decir desde nuestro acuerdo?– Él rió. –No fui al


laboratorio… aunque realmente quería ir. Corte flores para las mesas.

Emily se estremeció. Esa tampoco era su ac vidad favorita.

–Las arreglé bastante… ar s camente– añadió Susanna. –Y luego leí


un libro.

–¿Y eso fue tan di cil?– preguntó Ma hew.

Su vacilación lo decía todo.

–Me estoy dando una oportunidad, Ma hew– dijo calladamente


Susanna. –Pero sólo por .

Albert Evans pronto se acercó a solicitar un baile a Susanna, y Emily vio


la aprobación en la mirada de Ma hew. Ella, en cambio, pensó que el Sr.
Evans ciertamente trataba de mejorar su situación con Ma hew.
Más tarde el Sr. Derby también llegó para pedirle a Susanna un baile.
Susanna se limitó a sonreír y graciosamente le acompañó.

Las miradas de Emily y Ma hew se encontraron.

–No diré que estabas en lo cierto sobre ninguna cosa– susurró –No
estoy segura de que lo estés. Pero de alguna forma Susanna necesita
superar su midez.

Ma hew tomó su mano entre las de él. –Yo puedo hacer milagros.

Luego se acercó más y provoca vamente susurró en su oído. –Sólo


espera hasta esta noche.

Capítulo 9

Esa noche, más tarde, Emily se sorprendió cuando al abrir la puerta vio
a Ma hew sentado en su escritorio – su escritorio – escribiendo.

Al principio no creyó que él la hubiera oído, ya que estaba de espaldas


a ella, su cabeza inclinada sobre lo que estaba haciendo. No llevaba puesta
su chaqueta, y la anchura de su espalda debajo del fino lino de la camisa la
sedujo.

Ma hew giró su cabeza. –¿Emily?

Ella se adentró más en la habitación, caminando lentamente. –


Siento molestarte.

Él sólo asin ó, y luego siguió con lo que sea que estaba escribiendo.
Había movido todos sus libros, apartándolos a un lado, y se preguntó qué
pensaría él sobre sus temas de lectura, biología, historia y matemá cas.
Pero no la cues onó sobre ello.
Cuando vio que con nuaba con la cabeza inclinada, ella fue hacia el
ves dor y allí encontró sentados tanto a su doncella como al ayuda de
cámara, que hablaban en voz baja mientras esperaban. Cuando la vieron se
pusieron de pie y el ayuda de cámara inclinó su cabeza y se re ró a la
habitación de Ma hew.

–Su baño está listo, Sra. Leland.

–Gracias, María. Después de desabrochar mi ves do, puedes re rarte


por el resto de la noche.

María, baja y morena, miró por encima de ella para ver si podía ver
dentro de la otra habitación. Le guiño un ojo a Emily, sonriendo.

Cuando María se fue, Emily se dirigió hacia el cuarto de baño y cerró la


puerta. Después de quitarse el resto de la ropa, subió el par de peldaños
hasta la bañera, se sentó en el agua caliente, dejando que las burbujas de
jabón explotaran a su alrededor. Suspiró, contenta de que María supiera
cómo le gustaba a ella.

Pero no podía relajarse. Se lavó lo más rápido posible, inclinó la cabeza


y la me ó bajo el agua para enjuagarse el cabello, y cuando la estaba
sacando fue cuando oyó un suave toque en la puerta. Limpiándose el agua
de la cara, abrió los ojos para encontrar de pie a Ma hew. Su primer
ins nto fue hundirse más en la bañera, pero se resis ó.

Se quedó tal como estaba, con burbujas de jabón que cubrían la


mayor parte de su cuerpo, dejando sus rodillas como si fueran dos
pequeñas islas.

Aunque había una lámpara y varias velas encendidas en el cuarto, el


rostro de Ma hew se veía entre sombras.

–Esto es extraño– comentó finalmente, riendo. –Soy tu marido, pero


aún no recuerdo. Seguramente tenemos la suficiente familiaridad como
para esto…– Dijo haciendo un gesto hacia la bañera.

Ella se echó a reír, apoyando la cabeza en el borde de la bañera.


–Por supuesto que esto nos es familiar. Pasamos seis meses viajando a
todas partes juntos.

Él se sentó en el borde de la mesa cerca de la puerta. –Imagino que la


vida a bordo de un barco sería agobiante para dos personas compar endo
una cabina.

–Oh, lo fue. Así que verme en el baño no es nada.

Su mirada se posó más abajo, en el agua, y ella se preguntó si él podría


ver entre las burbujas de jabón.
–Nosotros hemos in mado en más de un nivel– con nuó él, con voz
baja, profunda, –compar endo el mismo dormitorio.

–Sí, lo hemos hecho.– La respuesta le vino fácilmente. Ella quería la


in midad, la necesitaba. ¿De qué otra forma, sino de esta manera, podría
hacerle ver que tendrían un buen futuro juntos?

Él se levantó y se paró encima de ella. Para su sorpresa, sin ó la


débil necesidad de cubrirse, pero no lo hizo.

–¿Me bañaba con go?– preguntó, su voz volviéndose ronca.

Ma hew vio pasar el cambio de emociones por la cara de Emily,


pasión y necesidad. El deseo que él sen a por ella estaba comenzando a
sobrepasar todo lo demás.

–¿Bañarte conmigo? No, no tuvimos esa oportunidad; sin


embargo, tu expresarte tu deseo de hacerlo.– Susurró. Su rubor tan
bonito como el de una novia.
Su voz se desvaneció, y aunque sonreía significa vamente, su rubor se
volvía escarlata, extendiéndose por su cuello y por su pecho, y
desapareciendo por debajo del agua. ¿Estaba realmente avergonzada? Las
burbujas iban poco a poco desapareciendo. Él podía ver la línea de su
escote y la curva de su cintura. Su cabeza se sen a ligera, su ingle se sen a
pesada.

Suavemente dijo –Mi deseo de bañarme con go es sin duda más


fuerte que nunca.

Ella sonrió levemente, sus ojos medio cerrados mientras lo miraba. Él


tomo el único rizo que descansaba en su hombro. Usando su dedo, me ó
el lustroso y húmedo mechón por detrás de su oreja. Ella se estremeció,
cerrando los ojos.

Se inclinó sobre ella, con ambos brazos apoyados en la bañera. –


Hemos estado lejos uno del otro por demasiado empo.
Puso su mano detrás de su cabeza y la besó. Estaba ávido por la
respuesta que lo había perseguido todo el día. Y ella también debió de
quererlo, porque su lengua encontró la suya. Exploraron profundamente
sus bocas, lentamente. Antes de darse cuenta, sus manos la estaban
tocando, sin endo la húmeda suavidad de sus hombros, acariciando el
largo y delicado arco de su cuello.

Al final deslizó una mano bajo del agua y agarró uno de sus senos. Ella
gimió en su boca. Su carne estaba cálida por el agua. Encajaba bien en su
palma, y el roce de su enardecido pezón le hizo concentrar sus
esfuerzos en él. Ella se estremeció mientras jugaba con ella, se burlaba
de ella.

–Ha pasado tanto empo– Suspiró contra sus labios.

¿Qué tacto recordaba, puesto que no era el de él?


Se enderezó y dio un paso atrás, enojado consigo mismo por los
inexplicables celos. Sus manos temblaban por tocarla, como si fuera una
joven inexperta. ¿Por qué importaba eso? Ella estaba ofreciéndosele. Él
sólo tenía que tomarla.

Sus grandes ojos lo miraban con desconcierto.

–Ma hew, ¿qué va mal?

¿Cómo podría decírselo a ella? ¿Y qué podría confesarle?

Se alejó y le mostró una sonrisa “deliberadamente” torpe.

–Lo siento si te confundo, haciéndote pensar una cosa, y luego hago


otra.

–Podríamos hablar…

–No, con núa y termina tu baño. Me bañare después.

–Me daré prisa.

–No. Tenemos todo el empo del mundo.


***

Cuando Emily terminó su baño, quitó el tapón para vaciar la bañera,


aún sorprendida con la facilidad para hacerlo. Cuando uno era un duque,
podía instalar tuberías permanentes.

Sus manos aún temblaban mientras se secaba, sus pechos aún


demasiado sensibles. Ma hew la había tocado con tanta dulzura, y a
la vez con tanto conocimiento, como si supiera exactamente cómo
complacerla.
Luego, de algún modo, había dicho o hecho algo equivocado, por lo
que la había dejado sola. ¿Y si había sido un vago recuerdo de que ella no
era su verdadera esposa?

No podía seguir así, preguntándose sobre esa mujer. Había


llegado el momento de conocer la verdad.

Después de ponerse un camisón, llamó a la puerta del dormitorio de


Ma hew para decirle que el baño estaba libre. Y luego esperó en su
habitación.

Escuchó una puerta cerrarse, y se asomó cautelosamente, sólo para


ver si había sido la puerta del cuarto de baño. Escuchó el correr del agua.
De pun llas se acercó y lo oyó meterse en el agua, incluso escuchó un
suspiro de sa sfacción, que le envío un pequeño escalofrío por todo su
cuerpo.

Por un momento pensó en unírsele. Seguramente él no se negaría.

Sin embargo, no podía ignorar la oportunidad. Corrió hacia el cuarto


que él estaba usando. Había un escritorio, y encima había carpetas de
cuero. Miró dentro de ellas con rapidez, pero sólo encontró papeles
relacionados con su servicio militar. Un maltratado baúl descansaba contra
una pared. A pesar de que estaba cerrado, sabía que nadie notaría que se
había buscado en él, pero el olor, sin embargo, era insoportable; un olor
como de rancia humedad y ropa sucia.

Corrió de vuelta al ves dor y de nuevo espió en la puerta del baño. Al


principio sólo escuchó silencio, y se paralizó. Pero después oyó el lento
chapoteo del agua, y se dio cuenta que él estaba disfrutando de sumergirse
en la bañera.

De pun llas, corrió de vuelta a su cuarto y comenzó a sacar las cosas


de su baúl: ropa, una pistola y libros. Atrapada en el fondo, debajo de
los libros, encontró otra carpeta de cuero con hojas de papel que
mostraban señales de haberse mojado con agua. Algunas estaban pegadas
entre sí, otras dañadas sin remedio.

Entonces se hizo con una carta manchada que empezaba con


“Enviamos nuestras condolencias por la muerte de su esposa”. El alivio la
inundó. Ma hew era viudo. No habría ninguna mujer que viniera a
reclamar sus derechos. Él era todo para ella.

Ni siquiera leyó nada más de la carta, únicamente revisó el resto de los


papeles para confirmar que ningún otro mencionaba de nuevo a su esposa.
Puso todo lo demás en la forma como lo había encontrado y cerró el baúl.

No podía dejar allí guardada la carta, y arriesgarse a que la


descubriera. Porque entonces, ¿qué pensaría Ma hew? ¿Qué tenía dos
esposas a las cuales no podía recordar?

No. Se daría cuenta de la verdad.

Mientras se movía por el ves dor, con la carta en la mano, miraba


pensa va hacia la puerta del cuarto de baño. Golpeó el lavabo y apenas
alcanzó a agarrar la jarra antes de que ésta cayera al suelo. El golpe se oyó
tan fuerte como un disparo.

–¿Emily?– Le llegó la voz amor guada de Ma hew

–¿Si?– Miró frené camente a su alrededor, preguntándose dónde


esconder la carta.

–Olvidé las toallas. ¿Podrías traérmelas? Ella rodó sus ojos mientras
me a la carta en su propio guardarropa, debajo de sus ves dos. Después
de coger la pila más pequeña de toallas, tocó suavemente en la puerta del
baño.
Su voz sonaba diver da –Emily, ¿debo asumir que eres tú?

Ella hizo una mueca, y luego se forzó a cambiar su expresión.


Mientras abría la puerta, le alcanzó a ver, con la cabeza alzada y los
hombros fuera de la bañera, que de repente se veía demasiado pequeña
para un baño con las medidas de un hombre. O más bien, demasiado
pequeña para el tamaño de él.

Como su esposa, se suponía que ella debía de haber vivido todo esto
antes. Así pues decidió actuar como lo haría una sirvienta, poniendo
las toallas, sonriéndole, mientras él se recostaba en la bañera. Observó su
oscuro cabello echado hacia atrás por el agua, con los destellos rojos
ocultos por la humedad.

Y luego vio sus cicatrices.

Su brazo izquierdo era un amasijo de piel con tejido aplastado,


es rado, rante y nudoso, distorsionado por las cicatrices que cubrían las
tres cuartas partes del brazo y que con nuaban por debajo de la línea del
agua, como si fueran llamas que se elevaran entre su brazo y su torso,
con nuando por él con la cruel destrucción y decoloración, y
disminuyendo a medida que se acercaban a su hombro izquierdo. El lado
derecho de su cuerpo estaba sin marcas.

Ella abrió la boca. No pudo evitarlo. Nunca había visto ni imaginado


tanto sufrimiento. Levantó sus ojos hacia él y encontró su mirada tranquila,
sin ningún rastro de emoción en ella.

–¡Oh, Ma hew!– susurró.

Tocó su brazo húmedo con dedos temblorosos, como si pudiera sen r


su dolor y tuviera miedo por ello.
–¿Todavía te duelen?

Él negó con la cabeza.

–No, en realidad no. Pero son feas, ¿no es así?


Lo dijo como si no le hubieran dolido, a pesar de la forma en que
parecían extenderse por sus huesos y músculos.

–No, oh no, por supuesto que no son feas. Son cicatrices de tu valor.

Él inclinó su cabeza y sonrió con pesar. –No es exactamente valor ser


incapaz de salir por uno mismo de la explosión de un mortero– dijo como
si estuviera discu endo sobre el clima. –Y no olvides la bayoneta que no vi
venir.

Esa cicatriz debía de estar muy por debajo de su cintura o en otra


parte oculta a la vista de todos.

–Pero fue valiente por tu parte viajar al otro lado del mundo.– Dijo ella
–De exponerte al peligro por tu país. Y sufriste terriblemente por ello.
Debió llevarte mucho empo ponerte bien otra vez. ¿Dices que te
recuperaste en la Misión? ¿Eran misioneros ingleses?– ella estaba tratando
de descubrir algo, cualquier cosa, sobre su difunta esposa.

Él asin ó con la cabeza. –La Misión era para conver r a los “paganos”,
aunque no es que ellos quisieran conver rse. Pero algunos estaban
agradecidos por la ayuda, por la comida, por las ropas y por las raras
medicinas.

–¿Algunos?– Repi ó ella.

Él se apoyó contra el borde de la bañera, como antes ella lo había


hecho, mirándola por debajo de sus pestañas.

Guardó un silencio perezoso…, perezoso pero bajo el que escondía un


toque de peligro. Estaba mirando su cuerpo, con una mirada
especula va, como si estuviera valorando una mercancía.

Tuvo el extraño presen miento de que él, deliberadamente,


trataba de distraerla de su interés por seguir con ese tema.
Ella frunció el ceño con ojos siempre sonrientes.

–Dices que sólo algunas personas se mostraron agradecidas por la


ayuda de los misioneros– Reiteró. –¿El resto… estaban enojados con
Inglaterra? Tal vez, como tú estabas muy enfermo, realmente no entendías
si…

–Tal vez me estuviera recuperando, pero nunca fui un tonto– dijo


quedamente.

–Entonces ¿qué hicieron las otras personas que estaban de


misioneros?–preguntó en voz baja, sentada en un taburete junto a la
bañera. –O ¿qué era lo que querían de ?

–Ellos querían lo que gente astuta siempre ob ene de los tontos


ignorantes… todo lo que puedan sacar, e incluso más.

–No en endo– dijo ella.

Él alcanzó su mano que descansaba sobre su rodilla. Su piel era cálida


y húmeda.

–Eres muy inocente, querida. Aquí, en este rincón de Cambridgeshire,


no necesitas saber lo que el resto del mundo es capaz de hacer.

Él la estaba tocando, estudiándola.

De nuevo sin ó que él, deliberadamente, estaba tratando de


in midarla, algo totalmente dis nto del hombre que antes le había
mostrado.

Ya era empo de hacerle creer que había tenido éxito… por ahora.

Ella podría no haber sido capaz de representar su mascarada durante el


año pasado, sino se hubiera dado cuenta que poseía un don para leer a las
personas.
–Eres sorprendentemente cínico– dijo ella al fin.

Él enarcó su oscura ceja. –¿No siempre fui así?

Volviendo a las aguas peligrosas. –No, no lo creo. Al menos no lo


demostrabas tan abiertamente.

Una leve sonrisa curvó las comisuras de la amplia y elegante boca. Tal
vez perder a su esposa lo hizo cínico.

–Te he estado diciendo que la India me ha cambiado– dijo.

Ella juntó sus manos sobre su regazo.

–No soy tan diferente, ni tampoco lo eres tú.

Cogió una de las toallas pequeñas y el trozo de jabón. Con


movimientos perezosos empezó a enjabonar su pecho, sus manos
formando lentos círculos que parecían hipno zarla. Le recordaron su
cuerpo, como habían ahuecado sus senos, dándole tan intenso placer
como ella nunca habría sido capaz de imaginar, que pudiera llevarla a tales
alturas. Su cerebro parecía congelado, todas las principales funciones
apagadas. Él seguía lavándose casi lentamente, sus manos moviéndose por
su torso, desapareciendo bajo el agua.

Y entonces, una parte de su cerebro recordó la misión que no


había completado esa noche.

–Buenas noches, Ma hew.

Él se río entre dientes. –Buenas noches, Emily.

***
Se detuvo en medio del oscuro ves dor, confundida, e insegura.

Quería que él la llamara de nuevo, para que la tomara de la forma en


que un marido toma a una esposa. ¿Por qué no lo había hecho?

En realidad ella había huido; así que, ¿de qué otra forma hubiera
podido ser más evidente?

Pero todavía tenía que tratar el asunto de la carta de


condolencia. Rápidamente, la sacó de su armario y corrió hacia su
habitación, deseando poder cerrar la puerta.

Sentada en el borde de la cama, la leyó rápidamente.

Era una carta formal de la esposa de su comandante, expresando su


pesar por el fallecimiento de la esposa de Ma hew, quien finalmente había
sucumbido a su persistente enfermedad.

¿Persistente enfermedad?

¿Ma hew la había cuidado en sus úl mos días, viendo a la mujer que
amaba consumirse con su sufrimiento? Ella no quería pensar en esa pobre
mujer, no cuando la estaba reemplazando. No podía permi rse sen r culpa
o simpa a. La vida le había enseñado eso.

En la chimenea, prendió fuego a la carta, la dejó caer sobre la parrilla


del carbón y observó cómo se quemaba, esforzándose en no sen r nada
más que determinación.

No se preocuparía más por la primera mujer de Ma hew.

Pero aún le faltaba enfrentarse a Stanwood.

Capítulo 10
Ma hew caminaba de un lado a otro en su nuevo dormitorio, sin ser
capaz de dormir. Le dolía la frustración sexual. Incluso había llegado
hasta el ves dor, contemplando la puerta de ella – su puerta – decidido a
reclamar sus “derechos maritales”.

Se quedó inmóvil con su mano en el pomo de la puerta, dominado por


el deseo que había sido incapaz de sa sfacer.

Y entonces escuchó el sonido sordo de los gritos de Emily.

Abrió la puerta y entró.

Las cor nas estaban abiertas, dando paso a la luz de la luna,


iluminando a Emily, quien estaba echada sobre la cama – su cama –. Su
cabeza se movía de un lado a otro en la almohada, las sábanas y su
camisón enredados sobre sus piernas desnudas.

Se movió con cautela y vio que tenía los ojos cerrados, pero que
grandes lágrimas corrían por debajo de sus pestañas.

–Papá– susurró ella, su cabeza colgando fuera como si lo estuviera


buscando en sus sueños. –¡Papá!

No sabía si debía despertarla.

Pensó en lo que debió haber sido ver a toda su familia morir, pensar
que estaba a punto de morir junto con ellos, para luego ser rescatada.

Pero, ¿rescatada de qué situación? ¿A dónde iría una joven dama


cuando todos han muerto?
Él siempre tuvo una familia a la que regresar, incluso después de
querer estar en cualquier parte del mundo lejos de ellos. Pero ¿qué
hubiera sido de él si no los tuviera, si la tragedia los hubiera golpeado? Él le
había dicho esas palabras a Susanna, pero ahora se las aplicaba a sí mismo.

Emily aún lloraba en sus sueños.

Tocó su hombro y dijo su nombre.

Ella jadeó y arqueó la espalda.

Él miró su camisón apretado sobre sus pechos, y echó un vistazo a sus


largas y pálidas piernas, brillantes por la luz de la luna.

–¡Papá!

Su voz era casi un grito, y él no quería atraer la atención hacia su


dormitorio.

Puso su mano sobre su boca. –¡Emily!– le dijo con más urgencia.

Sus movimientos se volvieron golpes y parecía cada vez más aterrada.

Se inclinó sobre ella, rodeándola con sus brazos, tratando de calmarla.


De repente ella se aferró a él, con los brazos alrededor de su cintura, la
cara apretada contra su pecho.

–¿Emily?– dijo, ahora más tranquilo.

Cuando ella se dio cuenta de su presencia, no respondió, y entonces se


vio a sí mismo subiendo sobre el cubrecama para tumbarse junto a ella.

Ella apretó sus brazos, aún más fuerte, apoyando la cabeza sobre su
hombro.
Su piel estaba humedecida por sus lágrimas, pero al menos ahora lloraba
menos. Su expresión se veía aliviada, y su cuerpo parecía relajado por el
agotamiento.

Ma hew se quedó mirando el oscuro dosel, pensando en el esbelto


cuerpo que presionaba el suyo, con las piernas desnudas, sus pechos libres
debajo del camisón. Sólo esa prenda separaba su parte superior,
porque él únicamente llevaba puestos los pantalones. Era demasiado
para un hombre con una larga abs nencia.

Se dijo a sí mismo que sólo se quedaría unos minutos, mientras ella


se calmaba.

Y en algún momento, se quedó dormido.

***

Emily despertó lentamente como si saliera de la profundidad de una


alberca en verano. Se sen a... relajada, ligera, y deliciosamente cálida.
Pero algo se interponía en el borde de su felicidad… y entonces, se dio
cuenta que el calor que la rodeaba provenía del cuerpo de un hombre.

Abrió los ojos y se encontró mirando el desnudo y esculpido


pecho de Ma hew Leland. De alguna forma, sin siquiera intentarlo, lo
había atraído a su lecho. Levantó la mirada y vio su perfil, tranquilo y
relajado durante el sueño, sus oscuras pestañas se esparcían sobre sus
mejillas.

¿Cuándo había venido a ella? Y ¿por qué no la había despertado?

Observó sus posiciones y se dio cuenta de que su rodilla estaba en


medio de sus muslos, cubiertos por el pantalón. Estaba apretada
contra todo el lado izquierdo de su cuerpo, su mejilla apoyada contra la
suave carne de su hombro, justo encima de las cicatrices de sus
cos llas. Su brazo izquierdo la rodeaba sujetando sus hombros, mientras
que el de ella lo tenía puesto sobre el pecho de él.

Lentamente se incorporó sobre un codo y le encontró mirándola. Se


quedó helada ante su mirada que le recorría lentamente su cara. Entonces
reparó en que su camisón se había deslizado por su hombro derecho,
dejando expuesta la cima y la curva de su pecho, desnudos.

El calor se centró entre sus muslos, justo dónde estaba presionada


contra su pierna. Sin ó deseos de rozarse contra él desvergonzadamente.
En vez de eso, alcanzó a tocar un lado de su cara.

–¿Ma hew?

Su mirada había bajado a sus pechos, aún más expuestos cuando se


inclinó hacia él.

Él cerró sus ojos por un momento, antes de preguntar con voz áspera
por el sueño.

–¿Ésta era la forma en que nos despertábamos cada mañana?

Ella asin ó

–No recuerdo que vinieras conmigo la noche pasada.

Sin ó su mano ahuecando su hombro.

–Estaba en el ves dor cuando te escuché gritar y llorar.

Las pesadillas, pensó, sentándose y ajustando su camisón sobre su


hombro.

La mano de él se posó en el final de su espalda.


–Estabas muy afectada– con nuó detrás de ella. –Tu almohada debe
estar mojada por tus lágrimas.

¡Oh Dios!, pensó, rígida y con gran consternación. ¿Qué había hecho, que
había dicho?
Como si estuviera respondiendo a sus preguntas no dichas, él dijo –
Estabas llamando a tu padre, y no te tranquilizaste hasta que pusiste tus
brazos sobre mí.

Si hubiera traicionado sus men ras, él no estaría aquí con ella,


tratándola con ternura.

No le había confesado nada.

–Desearía poder recordar si tenías estas pesadillas cuando estábamos


juntos–dijo él.

–Sólo al principio– respondió, escogiendo con cuidado su men ra. –


Pero tú me hacías sen r tan segura, que al final mis temores se
desvanecieron?

–¿Temor a qué?

Ella no podía mirarlo.

–Temor a estar sola, o indefensa.

Él se sentó y sus brazos la tomaron desde detrás; sus manos se movían


por su cintura.

–Y luego pensaste que había muerto. ¿Acaso las pesadillas volvieron?

Ella asin ó.

–Pero tu familia las desterró de nuevo.


–Entonces, ¿por qué las enes otra vez ahora que regresé?

Había come do un error… su regreso tendría que ser felicidad para


una mujer desgraciada.
–¿Es por mi amnesia, no es así?– dijo en voz baja, inclinándose hasta
rozar su sien. –Te he hecho sen r perdida otra vez. Soy tu marido, pero
todavía no soy tu marido.

–¡Oh no, no pienses eso!– dijo, girando su cara hacia él.

Sus rostros estaban demasiado cerca. Sin ó sus manos apretar


más sus caderas.

–Entonces, ¿qué hacía cuando tenías pesadillas al principio de


nuestro matrimonio?– Preguntó.

Ella miró hacia abajo, sólo para encontrarse a sí misma mirando su


pecho desnudo. Nunca se imaginó que sería incapaz de pensar cuando él
estaba cerca.

–Me sostenías, justo como lo hiciste anoche. ¿Cómo supiste qué


hacer? ¿Recuerdas algo sobre nuestro matrimonio?

Él deslizó sus piernas por el borde de la cama, y luego se levantó.

Se acercó a las soleadas ventanas, y ella pudo ver claramente su


espalda, las cicatrices de las quemaduras que se desvanecían antes de
alcanzar el centro de su espalda… y una línea blanca en el costado derecho,
donde la bayoneta debió de haber traspasado su carne. Había sido
afortunado al sobrevivir.

Deliberadamente ella evitó ponerse su bata, sin querer cubrirse ante


él.
–No, no me he acordado de nada nuevo sobre nuestro matrimonio–
dijo al final, sonriendo. –Seguramente es algo natural en mí tratar de
confortar a quién lo necesita.– Y caminando hacia la puerta del ves dor,
preguntó dirigiendo su mirada hacia ella. –¿Cuáles son tus planes para el
día de hoy?

–No estoy segura aún. Si tú me necesitas, por supuesto que estaré


disponible.

Esa era una invitación muy abierta.


–Hoy voy a estar ocupado con la correspondencia y algunos
importantes negocios– dijo él.

Ella asin ó, decepcionada.

***

Ma hew pasó la mañana escribiendo cartas a sus primos,


después de indicarle a un mozo de cuadra que lo alertara si Emily pedía
un caballo.

La úl ma vez que la había visto, estaba en la sala de estar con Susanna


y Rebecca.

Sin que lo notaran, observó a Susanna peleando con las puntadas de la


labor, y advir ó la paciencia con la que Emily trabajaba con ella.

Pero no las molestó. Quería ver lo que haría Emily con su día.

Después de pasar varias horas con su padre, estudiando las


nuevas inversiones, fue en busca de Emily, sólo para encontrar a Susanna
caminando sin rumbo por la sala de música. Se le veía desanimada, tan
triste.
Y entendió que Emily estaba en lo cierto. Él no podía quitarle a
Susanna todos sus pasa empos favoritos, aunque sólo fuera
temporalmente.

Se acercó hasta ella y su ac tud cambió.

–Buenos días, hermanita.

–¿No es ya casi la hora de almorzar?– dijo ella. –Pienso que nunca va a


llegar esa hora.

–¿El día transcurre lento para ? Su silencio fue la mejor respuesta.


Sonriéndola dijo –Creo que hay una forma para que combines tus
pasiones con tu muy ac va nueva vida social.

–¿Y qué forma habría?– preguntó ella con duda.

–Vamos a tener un picnic mañana e invitaré a algunas jóvenes


damas y caballeros.

–Bueno, me encanta un buen picnic, pero…

–Haremos poner unos caballetes en las ruinas del cas llo, y entonces
tú podrías darnos clases de arte a todos.

Su boca se abrió, y por un momento no consiguió ar cular palabra.

–¿Darles clases?

–Ellos verán lo talentosa que eres, lo generosa que eres con tu empo,
lo paciente…

–¡Ma hew!– dijo ella rodando sus ojos.

–Y podrás pintar– concluyó en voz baja.


Había brillo en sus ojos cuando lo tomó del brazo.

–Eres tan dulce conmigo. Estoy tan contenta de tenerte en casa con
nosotros.

–Entonces veamos a quién invitar, así podremos mandar las


invitaciones esta tarde. Quiero aprovechar el buen empo.

Caminaron de regreso a la biblioteca para comenzar con su lista.

Ma hew casualmente preguntó –¿Has visto úl mamente a Emily?


Susanna lo miró por encima de sus lentes –No la he visto desde hace varias
horas. Lo úl mo que supe, fue que se dirigía a Comberton. ¿No te lo dijo?
Él le dirigió una sonrisa tensa. –No, no lo hizo.

Y tampoco el mozo de cuadra lo había hecho.

–Yo hubiera pensado que querría mostrarte algo.

–¿Mostrarme el qué?

–No está en mí decírtelo– dijo Susanna sonriéndole, incluso levantó


ambas manos.

Él vaciló, atrapado entre dos deseos: uno ayudar a su hermana; el


otro, ver que hacía Emily en el pueblo.

–Deberías ir– dijo Susanna, riéndose de él. –Puedo ver la curiosidad


que sientes.

–Pero las invitaciones…

–Las escribiré y las enviaré. Nuestro césped mañana estará lleno de


personas. Y buscare a Mamá, que estará feliz de ayudarme a planear el
picnic.
Ma hew sonrió y la besó en la mejilla.

–Entonces iré a buscar a mi esposa.

Y se alejó, diciendo sobre su hombro –Dile a madre que hoy no tomaré


el almuerzo.

Capítulo 11

Cuando Ma hew llegó a los establos, cues onó al mozo, sólo para
descubrir que Emily no había pedido ni un caballo, ni un carruaje.

¿Había caminado hasta el pueblo? ¿Qué secreto estaba guardando,


uno que toda su familia quería que le revelara? Debía ser algo bastante
inocente como para que todos lo supieran… pero desde luego, él iba a
descubrirlo.

Llegó a caballo rápidamente al pueblo. Comberton había crecido entre


dos ríos y en medio de suaves colinas. Había casas de campo a lo largo de
la calle y varias pequeñas endas en la calle principal, cerca de la plaza del
pueblo.

Cuando pasaba por una de las endas hubo un torbellino de


movimientos en su interior, y la puerta se abrió.

–¡Capitán Leland! ¡Capitán Leland!

Suspiró por el retraso, pero sonrió y se volvió.

–¿Si?
Una mujer llevando un sombrero muy pequeño y un inmenso chal
sobre sí, estaba saludándole mientras le gritaba.

–Capitán Leland, escuché de su regreso y apenas si podía creerlo…


¡pero aquí está usted!

Su nombre de repente vino hacia él –Sra. Winston, que bueno verla.

Ella gorjeó de risa como un agradable pajarillo. –¡Y por supuesto


es maravilloso volver a verle! Su pobre familia ha sido recompensada con
su feliz regreso.

–Fue buena fortuna para todos nosotros. Sólo lamento que hayan
tenido que sufrir pensando que había muerto.

Ma hew recordó que había bailado varias veces con la hija de la


Sra. Winston, pero por su vida…

Ella le tocó el brazo y levantó su barbilla con orgullo. –Mi Ma lda


ahora está felizmente casada.

–Me alegra escucharlo, y no estoy sorprendido, por supuesto.

La locuacidad de la mujer podría serle de ayuda.

–Sra. Winston, ¿conoce a mi esposa?

Ella parpadeó con perplejidad, luego rió como si pensara que él era tonto.

–¿Por qué? Por supuesto que la conozco, ¿quién no lo hace? Una


joven de carácter tan dulce. Debo confesar, que cuando escuché hablar de
su inesperado matrimonio no sabía qué pensar. Pero una vez que conocí a
la pobre querida, incluso en medio de su duelo, pude ver por qué se había
enamorado de ella.
Emily había engañado fácilmente a la gente, una hazaña
impresionante.

–¡Imagino su reencuentro con su familia… y con su esposa! Debió de


ser maravilloso– con núo.

–Lo fue, Sra. Winston. Extrañé tanto a mi Emily que, siento que no
puedo estar lejos de ella. Y sé que hoy vino al pueblo. ¿La ha visto?

–Bueno, no. Pero ella con frecuencia está en la posada, por supuesto.

Él sonrió con sa sfacción y a la vez con curiosidad.

–Por supuesto.– Tocó el ala de su sombrero. –Gracias, Sra. Winston.

–Ponga encima de todas la invitación que le enviamos para cenar,


Capitán– Le habló mientras se alejaba. –Mi familia disfrutaría de verlo.

Atravesó la plaza del pueblo, en donde granjeros y artesanos ponían


sus puestos el Día de Mercado. La posada estaba cerca, situada en el cruce,
una pequeña edificación de dos pisos construida en el clásico es lo Tudor
con adornos negros sobre paredes de yeso blanco. Un letrero que
había sobre la puerta anunciaba la posada, así como la popular taberna
en su interior.

¿Podría Emily encontrarse regularmente aquí con alguien? Pero


seguramente no lo haría en un lugar público.

Se agachó para cruzar la puerta baja de la entrada. En su interior el


posadero estaba atendiendo a varias personas en el mostrador. Miró hacia
la primera puerta abierta y vio la taberna, donde había varias mesas
ocupadas por parroquianos, disfrutando de la comida del mediodía. Su
propio estómago gruñó, pero lo ignoró.
Una puerta al otro lado de la sala se abrió de golpe y al menos una
docena de niños de diferentes edades pasaron corriendo a su lado, riendo
y hablando en voz alta.

Para su sorpresa, Emily apareció en la puerta, sonriendo y saludando.

Dio un paso atrás en la taberna antes de que ella reparara en él; luego
ella miró al pasillo de nuevo mientras regresaba a la habitación privada,
dejando la puerta abierta.

Su expresión se grabó en su mente, la suavidad de su mirada, el simple


placer curvando su boca.

Intrigado, sin saber que pensar, Ma hew cruzó el pasillo, se inclinó cerca
de la puerta como si perteneciera a ese lugar, y miró dentro. Había varias
mesas y sillas dispersas, y se dio cuenta que era un comedor privado,
generalmente reservado para los invitados de clase alta.
Y entonces vio a Emily sentada en una mesa con un desconocido.

Dio un paso hacia atrás antes de que pudieran verlo. Se apoyó contra
la pared, cruzando los brazos sobre su pecho con ac tud aburrida,
como si estuviera esperando a alguien.

Para su alivio, hablaban lo suficientemente alto como para que


pudiera escucharlos.

Emily dijo –Pero Sr. Smythe, no habría dicho ni una palabra hasta que
el hombre llegue de Londres. Pero sería bueno que usted pudiera ocupar
mi lugar en estos días, aunque estoy segura que podremos con nuar como
antes.

–Pero Sra. Leland, ¿qué hay acerca de su esposo?

Ma hew había tensado la mandíbula con celos cuando fue distraído


por un grito desde el otro lado del ves bulo.
–¡Capitán Leland!

Ma hew se giró y vio al posadero y a sus parroquianos mirándolo, y


que muchas otras personas en la taberna seguían al joven que lo estaba
llamando por su nombre.

–¡Es realmente usted!– dijo el joven, prác camente corriendo por el


pasillo para estrechar su mano.

Ma hew lo reconoció como uno de los hermanos menores de Albert


Evans, el que recientemente había cortejado a Emily.

Entonces Emily apareció por detrás de su hombro. –¡Hola Sr. Evans!–


dijo rápidamente, en voz alta.

Ma hew se dio cuenta que ella había pensado que no podría recordar
el nombre del hombre.

Durante los siguientes minutos, aceptó de buen grado los buenos


deseos de media docena de hombres y mujeres, con los que casualmente
Emily hablaba después de Ma hew, como si deliberadamente repi era
cada uno de sus nombres. Se encontró diver do con la consideración
hacia su memoria.

Al final la mul tud desapareció y Emily le tomó del brazo para guiarlo
de regreso al salón comedor.

–Capitán, ¿por qué no me dijo que hoy vendría al pueblo?

Ella habló animadamente, mirando al otro hombre, quien en ese


momento se ponía de pie. Era varias pulgadas más alto y mucho más
delgado que Ma hew, y movía repe damente su cabeza, con una sonrisa
tonta.
Ma hew miró a Emily y dijo en voz baja. –¿Por qué no me dijiste que
hoy vendrías al pueblo?

–Pensé que no querías ser molestado.– Ella sonrió, y luego se volvió


hacia el otro hombre. –Capitán Leland, ¿permítame presentarle al Sr.
Smythe?

El Sr. Smythe asin ó con la cabeza mientras se inclinaba, pareciendo


un ave.

–Es un placer conocerlo al fin, Capitán. Es usted un famoso héroe en


este lugar.

–El Sr. Smythe es nuevo en Cambridgeshire– le indicó Emily.

–Y ¿qué hace usted aquí Sr. Smythe, aparte de reunirse con mi esposa?

Aunque Ma hew lo dijo de forma agradable, vio cómo la sonrisa de


Emily se desvanecía un poco, mientras parpadeaba hacia él.
El Sr. Smythe nunca dejó de sonreír.

–Soy el cura de la parroquia, señor, asisto al Sr. Wesley, el vicario.

Ma hew asin ó. –Recuerdo al Sr. Wesley como uno de los invitados


favoritos en Madingley Court.

Emily apretó su brazo, sonriéndole como si de pronto fuera bueno que


lo hubiera recordado. Él parpadeó hacia ella, distraído de su curiosidad,
por su hermosura.

–El Sr. Wesley se encuentra en Londres este otoño.– Dijo Emily –


Preparando su próxima boda. Así que el Sr. Smythe, vino de Londres para
asis r a la parroquia. Estamos muy agradecidos por su ayuda.

–Y ¿cómo ayudas tú?– le preguntó Ma hew a Emily.


Emily se sonrojó más, y Ma hew no se perdió la forma en que el Sr.
Smythe la miraba con cariño.

–Tenías tanto con qué lidiar cuando llegaste a casa– dijo en voz baja –
que no quise abrumarte con cosas que no eran importantes.

El Sr. Smythe aclaró su garganta.

–Ella está siendo muy modesta, Capitán Leland. Su trabajo es muy


importante para el pueblo. Claramente estos niños enen que ir a
Cambridge para cualquier po de educación. La mayoría, no lo hace.– Dijo
solemnemente. –¿Cómo podrían sus familiares llevarlos hasta allá? Todo
fue idea de la Sra. Leland para que las cosas fueran más fáciles para los
niños.

–¿Los niños que acaban de pasar corriendo?– dijo Ma hew,


comenzando a entender.

–Esos son algunos de nuestros estudiantes– dijo Emily con orgullo en


su voz.
–¿Tú eres su maestra?– preguntó Ma hew con incredulidad.

–Sólo hasta que pueda convencer a los jueces del pueblo que hay
suficiente interés para tener nuestra propia escuela aquí en Comberton.
Muchos más niños podrían asis r. Hoy vinieron pocos porque pensaron
que estaría muy ocupada en Madingley Court por tu regreso a casa. Pero
yo ya había solicitado al Sr. Smythe que me ayudara a enseñarles si yo no
podía venir.

–Ésta es una escuela interesante– dijo Ma hew, mirando al salón


comedor.

–Ella alquila el espacio para sí misma– dijo el Sr. Smythe, sonriéndole a


Emily.
Emily hizo un gesto al salón. –Cuesta poco, y es tan importante que
estos niños – y niñas – tengan acceso a la educación. Todo el mundo ene
la necesidad de ser mejor.

–Vi los libros en tu escritorio– dijo Ma hew.

Ella asin ó alegremente. –No comentaste nada sobre ellos, así


que me preguntaba qué pensarías.

–Me gustaría que me lo hubieras dicho. He tenido curiosidad sobre lo


que habías hecho cuando no estaba.

Ella deslizó su mano por el hueco de su codo. –No es una cosa tan
importante como defender a tu país– dijo, sonriendo. –Pensé que podría
esperar.

El Sr. Smythe se aclaró la garganta.

–Estaré afuera, Sra. Leland. Cuándo sepa algo sobre el nuevo maestro
de la escuela, se lo haré saber.

Cuando él se hubo ido, Emily le dijo a Ma hew –El pueblo está por
contratar a un profesor. Lo decidieron después de entrevistarlo. Y la
próxima vez voy a convencerlos de encontrar un lugar permanente como
escuela.
Así que ella y el Sr. Smythe estuvieron discu endo sobre el nuevo
profesor, mientras que él los espiaba como un tonto celoso.

Ahora que el cura se había ido, Emily recogió una pila de libros de la
mesa, mirándolo por encima de su hombro, sin decir nada.

Él tomó los pesados libros de ella – ¿había cargado con esto en su


caminata? – y volvió a dejarlos sobre la mesa.

–¿Tienes algún lugar más dónde tengas que ir?


–No, por supuesto que no– dijo en voz baja.

–El dueño puede vigilar tus libros. Hoy es Día de Mercado. Mucha
gente del pueblo estará por allí. Como comprobaste antes, no puedo
recordar ninguno de sus nombres. ¿Te gustaría caminar conmigo y
volvérmelos a presentar?

Su cara se iluminó con placer.

–¡Me encantaría!

¿Por qué era tan feliz en este pequeño pueblo, enseñando a los
niños, acompañando a su amnésico marido? Era algo que no tenía sen do.

–Tal vez enes amigos aquí a los que te gustaría presentarme–


con nuó, todavía con la idea en su mente de un cómplice; sin embargo,
estaba comenzando a pensar que los planes y mo vos de Emily eran muy
personales.

Ella no respondió nada a su interés sobre sus amigos.

***

Mientras caminaban de vuelta a los puestos del mercado, ella hizo un


gesto hacia el alguacil, y una vez que dijo su nombre, Ma hew lo
reconoció.
–¿El alguacil, eh? Recuerdo a Blake como un joven con tendencia al enojo.

Él notó que Emily parecía indiferente a la profesión del hombre y a la


amenaza implícita de sus acciones… Pero luego, reconoció que ella era
bastante buena escondiendo cualquier signo de culpa que pudiera sen r.

–¡Qué maravilloso que recuerdes esas cosas!– comentó ella,


apretando su brazo. –Seguramente cuando te sientas más en casa, más
recuerdos volverán. Eso debería ser triste para mí, porque no me sen ré
nada ú l. Me gusta ayudarte.– Y lo dijo con una expresión casi nostálgica.

–Blake fue un buen policía. Él es el molinero local ahora y está casado,


con un segundo hijo a punto de nacer.

Caminando por la calle, muchas personas los detenían para darle


la bienvenida a casa. Todos ellos parecían conocer a Emily. Ella con nuó
diciéndole los nombres de las personas, y honestamente, muchas veces le
ayudó. Como cualquier hombre joven siempre había disfrutado más de
Londres que de Cambridgeshire, y una vez que se unió al Ejército, hacía
ya cuatro años, pocas veces le fue posible regresar a casa. Ahora, estaba
halagado por cuántas personas estaban contentas de verlo y de su feliz
recuperación.

En la enda de accesorios, impulsivamente compró cintas para


adornar el cabello de Emily. Luego compró papel y lápices para sus
estudiantes. Por la suave expresión en sus ojos verdes, hubiera podido
parecer que él le había comprado joyas.

Después vagaron por los puestos del mercado; compró para cada uno
una empanada y se sentaron a comérsela en un banco cerca del pozo
cubierto.

Pronto, sus estudiantes empezaron a acercarse para conocer al


hombre que había regresado de la muerte. Emily, gen lmente, corrigió
sus imprudentes preguntas, escuchando atentamente los planes de
cada niño para el Día de Mercado, y se comportó como la clase de
maestra que cualquiera desearía tener.
Una persona que no amara a los niños nunca hubiera escogido ser
maestra para pasar el empo, reflexionó él. Ella estaba trabajando duro
por algo que la gente sólo comenzaba a ver como importante.

¿Qué buscaba realmente Emily?

Cuando por fin tuvieron un momento para sí mismos, él preguntó en


voz baja –¿Hablamos sobre hijos al principio de nuestro matrimonio?

Ella le dirigió una sonrisa mida.

–¿Quieres decir en ese torbellino de dos semanas?

–Las dos semanas cuando estuviste de luto por tu familia– añadió él.
Después se arrepin ó de sus palabras, no queriendo regresar su atención a
sus sospechas.

Su sonrisa se volvió triste. –Imagino que para un hombre que no


recuerda la rapidez de nuestro noviazgo, puede parecer… increíble.

Pero al verla, con su dorado cabello como champán brillando


bajo el sombrero, el sol brindándole un encantador rubor a sus mejillas, él
sabía que el deseo por ella era muy creíble. Incluso ahora sen a el la do
de la tensión, la forma en que no dejaba de pensar en la llegada de la
noche, cuando podrían estar a solas y avanzar otro paso en su in midad.

–Mis emociones aumentadas sin duda jugaron su papel.– Dijo


ella tranquilamente, mirando a los aldeanos paseando al azar por los
puestos. –Pero tú también estabas preparado para irte, y el miedo a no
verte nunca más era… dominante. Pero la respuesta a tu primera pregunta
es no, nosotros no hablamos acerca de hijos. No necesitábamos hacerlo.
Estábamos tan… en sintonía el uno con el otro, queríamos las mismas cosas
antes del matrimonio, que…

Su voz se desvaneció, y para su sorpresa, giró su cabeza y se secó la


esquina de su ojo. ¿Era acaso una lágrima? Él esperaba que se explicara,
pero ella no dijo nada, y sin ó su inquietud.
–No enes que sen rte incómoda– dijo al fin. –Sé que mi madre
quería que estuvieras encinta cuando llegaste. ¿Querías tanto un hijo?

Emily no podía creer que estuvieran teniendo esta conversación en


plena plaza del pueblo, con sus estudiantes corriendo alrededor, con
sus padres paseando entre los puestos en el Día de Mercado.

–Sí, pero quiero a tu hijo.– Susurró la men ra.

Todavía no, pero ella quería tener hijos. Pero por ahora no podía dejar
de pensar en la amenaza para el idílico matrimonio que ella planeaba darle
a él.

Puso su mano sobre la de ella, en su regazo donde descansaba.

–Ahora enes otra oportunidad para un hijo, una vida entera de


posibilidades.

¡Oh, Dios!, sus ojos escocían de nuevo. ¿Qué estaba mal en ella? ¡Esto
es lo que quería!

–Ma hew, supongo que no te hablé sobre mi trabajo con los niños
porque estaba preocupada de que tal vez lo desaprobaras.– Alzó su mano
antes de que él hablara. –La mayoría de los hombres no ven con buenos
ojos que sus mujeres trabajen, incluso aunque yo no esté ganando un
salario. Estoy haciendo algo que la Sociedad podría no querer ver en una
dama. Después de todo, tenemos las normas de un ducado a las que
ceñirnos. Tú y yo nunca discu mos tales cosas al principio de nuestro
matrimonio. Sin embargo, hoy aceptaste mi trabajo, incluso me ofreciste
ayuda. Gracias.

–Ha sido sólo la compra de unos ar culos.

–Tú me enes como tu esposa, sin embargo, estás dispuesto a


compar rme, para poder hacer algo que a mí me parece importante. Es
una forma muy abierta de pensar.

A pesar de que seguramente estaban siendo vistos, él la abrazó


brevemente.
Sin embargo, mientras cabalgaban de regreso a casa, y ella iba
acurrucada sobre su regazo, no pudo evitar temer sobre lo que pensaría él
si supiera que, la mujer que consideraba su esposa y una dulce maestra,
había hecho algo digno de chantaje.

Un día había pasado desde que había recibido la carta de


amenaza de Stanwood. Preocupada por lo que él haría, casi había
decidido no ir al pueblo hoy. Pero Stanwood no era de los que se le
enfrentaría abiertamente, y de esa forma arriesgarse a ir a la cárcel, y
no obtener una recompensa. Y ella no podía esconderse dentro de
Madingley Court para siempre.

Necesitaba encontrar la manera de afrontarlo, ver qué era lo quería, y


tratar con ello.

La vida que quería estaba a su alcance, cada vez más cerca. Ma hew
estaba creyendo en su matrimonio, incluso dispuesto a aceptarlo.

Y ella estaba determinada a que eso pasara.

Capítulo 12
Cuando Emily acomodó los libros de la escuela en su escritorio, vio
una carta sellada debajo del frasco de nta. Frunció el ceño, recordando
que Ma hew había estado escribiendo cartas justo esa mañana. Pero en
ella no había escrita ninguna dirección, y el lacre era una mancha hecha sin
un sello adecuado – justo como la que había recibido el día anterior.

La abrió frené camente, su corazón comenzando a la r con fuerza.

Mi queridísima Emily,
¿Has estado buscándome? Te he estado observando, esperando el
momento perfecto para nuestra pequeña charla. Primero los alumnos se
interpusieron en mi camino, y luego el Capitán Leland. Ellos no podrán
protegerte de mí por mucho empo más.
S.

¡Oh, Dios!, Stanwood le había escrito otra vez, pero esta vez no había
usado el correo. Alguien la había dejado en su escritorio, y no hacía mucho
empo de ello. Si hubiera sido entregada en mano en la puerta, por lo
menos su nombre estaría escrito, pero ahí no había nada.

¿Cómo podría un extraño haberse me do en la casa, con un montón


de sirvientes por todos los lados.

O… ¿podría Stanwood haber persuadido a alguno de los sirvientes


para que estuviera de su parte? Se estremeció, recordando el talento que
tenía para presionar a la gente.
¿Se suponía que ahora debería sen r miedo, en esta casa dónde
siempre se había sen do a salvo?

No, ella no podría vivir de esa manera. Acobardándose lo único que


lograría sería que Stanwood ganara. Él esperaba que, por temor, ella
sucumbiera a sus demandas.
Iba a esperar a ver lo que él quería de ella, pero no pensaba hacerlo de
brazos cruzados. Alguien en esta casa había puesto la carta sobre su
escritorio, y ella iba a descubrir quién era.

Emily fue en busca de su doncella, María, quien no podía recordar si


había visto a alguien cerca de la puerta de Ma hew. Emily sabía que
incluso debería sospechar de María, así que discretamente preguntó a las
demás doncellas que atendían a las mujeres de la familia. Ninguna había
visto nada, ni a nadie, fuera de lo corriente. Docenas de sirvientes
deambulaban por el ala familiar.

Con frustración se dio cuenta que esta clase de preguntas no la iban a


llevar a ningún lugar.

***

Emily aguardó a que Ma hew regresara para cambiarse de ropa antes


de la cena. Él había salido a cazar con su padre por unas horas. Escuchó
cuando la puerta del ves dor se abrió, y cuando le oyó entrar, presionó su
oreja sobre la madera, mientras esperaba lo que consideró un empo
prudencial para que se cambiara. No oyó la voz de su ayuda de cámara;
aunque ya no lo consideraba un extraño, Ma hew era un hombre
acostumbrado a cuidar de sí mismo.

Finalmente ella llamó, y cuando él le dijo que entrara, se apresuró a


hacerlo, sonriéndole.

Él estaba ves do con su traje de noche, puestos ya los pantalones y la


camisa de lino; los pies todavía, ín mamente desnudos.

La miró, con el pañuelo en la mano. Una lenta sonrisa iluminó sus ojos,
distrayéndola de sus problemas, haciéndola sen rse cálida en todo su
recorrido hasta los dedos de sus pies.
–Te vi montando con el Profesor Leland.– Dijo, sorprendida de
estar sin aliento. –¿Lo disfrutaste?

–Disparar a indefensas aves siempre es un momento de placer.– Él sonrió.

Ella hizo un gesto con su mano.

–Estás burlándote de mí. Estoy segura de que el cocinero ha


apreciado cualquier cosa que hayas traído. Pero, ¿tu padre y tú tuvieron la
oportunidad de hablar realmente?

–¿Sobre qué? ¿Acerca de ?

Ella le dirigió una sonrisa irónica. –No sé… ¿Los hombres hablan sobre
sus esposas con sus padres? Oh, no contestes a eso. He estado con tu
madre esta tarde, y también, está contenta de que ustedes dos pasen
empo juntos.

–Hablamos de Lady Rosa.

Parpadeó, como si estuviera sorprendido sobre lo que le estaba


revelando.

–Él hace empo que la perdonó por su falta de fe en él– dijo Ma hew.
–Aún ahora se sigue sin endo culpable de que estuvieran tan cerca del
divorcio. Pero la mejora en su relación ha sido de gran alivio para él. Dijo
que un cien fico no era buen marido para la hija de un duque.

Él se acercó lentamente, y con tan sólo su proximidad, pareció alejar


todo el aire que ella necesitaba para respirar.

–Igual como tú no eres la esposa adecuada.

Ella trató de no ponerse rígida.


–… o eso es lo que me has dicho tú.

Sus rodillas se debilitaron con alivio. Él estaba de pie frente a ella,


tanto que al respirar profundamente sus senos tocaban su pecho. La hizo
sen r… lánguida, sensual.

–¿Una esposa apropiada sabría anudar un pañuelo?– Con nuó


Ma hew con una repen na sonrisa.

Él era tan grande, tan in midante, tan… masculino. Diferente a ella en


muchas formas. Le gustaba la sensación.

Entonces, se dio cuenta de que la estaba pidiendo ayuda.

–¿Dónde está tu ayuda de cámara?

–No he u lizado a ninguno en años. Puedo prepararme mi propio


baño, y ves rme por mí mismo… o al menos puedo intentarlo.

Él miró la tela almidonada en sus manos.

–Y era capaz de anudar uno de éstos. Pero parecer ser que la


capacidad ha desaparecido.

Antes de que pudiera preocuparse por su falta de memoria, ella le


tocó el pecho, sus palmas planas contra su calor, incluso mirándole
dentro de sus profundos ojos.

–Permíteme ayudarte.

Cuando él únicamente le entregó el pañuelo, ella trató de no mostrar su


decepción.
Pero enseguida, sus grandes y firmes manos estaban sobre su cintura.
Deslizó el pañuelo bajo las almidonadas puntas del cuello de su camisa
y lo unió para formar un nudo flojo.

–¿Dónde aprendiste a anudar un pañuelo– preguntó.

Su aliento sobre su rostro era suave y cálido, y su reacción se sen a


tan… ín ma, dentro de su cuerpo. Enderezó el nudo blanco, y a
con nuación deslizó sus manos bajando por su pecho, alisando los
pliegues… sin endo la curva de los duros músculos.

–Tenía tres hermanos y algunos sirvientes. No había dinero para


ayudas de cámara personales.

–Pero, ¿había dinero para tutores?– Preguntó.

Sorprendida, levantó su cara hacia él.

–Sí. Ellos eran caballeros, después de todo.

–Pero tú no estudiabas con ellos.

–No, no lo hacía.– Sonrió. –A mí me enseñaron las cosas que una


dama necesita, como leer, aritmé ca, y por supuesto, costura, dibujo y…

–Habilidades con las que no podrías trabajar como, digamos, una


ins tutriz cuando tu familia entera falleció.

Un escalofrío de inquietud le recorrió la espalda.

–No, pero no habría tenido que preocuparme por tales cosas. Tengo
primos con los cuales hubiera podido vivir. Habría estado a salvo con ellos.
–Pero te enamoraste de mí.

Sus manos se deslizaron sobre las de ella, que descansaban sobre su


pecho.
–Y me hice cargo de – con nuó.

De alguna forma eso la molestaba, y habló sin pensar.

–Y yo me hice cargo de .

–¿Lo hiciste?

Sus palmas se sen an ardientes sobre su pecho, y podía sen r el la do


de su corazón, tan sólido, tan normal, tan diferente al suyo, que corría
desbocado con nerviosismo y excitación.

–Sé que ahora me estás cuidando.– Prosiguió él, antes de que ella
pudiera responder. –Soy un hombre bastante indefenso, mi memoria está
llena de vacíos. Pero, ¿cómo me cuidabas al principio cuando nos
casamos?

–Tú no te casaste conmigo sólo porque pensaras que tenía que


ser rescatada.– Sacudió la cabeza.

Él rió.

–No debes dudar de que te haya dicho que te amaba, que te


necesitaba.

Se encontró arrastrada hacia atrás hasta que estuvo contra la pared. Él


juntó sus caderas con las de ella.

–¿Siempre fuiste tan atrevida?– Preguntó.

–Siempre. Es una de las razones por las que te enamoraste de mí.

Bruscamente, levantó la cabeza y lo besó con toda la pasión que


despertaba en ella. Invadió su boca, probando su esencia, queriendo más.
Deseaba mostrarle la clase de mujer que era, deseaba que no pudiera vivir
sin ella. Que necesitara tenerla como su esposa.
Él empujó su muslo entre los de ella, abriendo sus piernas dentro de
su falda. La sensación era sorprendente y muy placentera. No se
detuvo ahí, siguió moviéndose contra ella con su muslo, casi
rítmicamente, sus caderas empujando contra las de ella. Su mano
deslizándose por su cadera para atrapar su muslo, sólo para levantarlo un
poco y así poder acomodarse mejor contra ella.

Si no hubiera ropa entre ellos, cuanto mejor se sen ría…

Ella jadeó cuando la boca de él la abandonó para iniciar un recorrido a


lo largo de su cuello. Tenía puesto un ves do de noche, y sus labios fueron
capaces de encontrar un camino en el valle entre sus senos. Con lujuria
mantuvo su cara contra ella, sus caderas arqueándose hacia delante,
sin endo un gran placer al hacerlo. Su creciente necesidad aumentando
el calor, con aguda urgencia. Le chupó la curva de un pecho, tomando su
piel en su boca. Debía doler… pero se sen a provoca vo y salvaje.

Ella quería arrancarse el ves do del cuerpo, desnudarse, tener su boca


dónde sus manos habían estado la noche pasada, mientras tomaba su
baño.

Él levantó su rodilla más arriba, empujándola fuerte entre sus muslos.


Ella gimió y lo apretó.

Entonces, él levantó la cabeza, su boca húmeda.

–Parece que compar mos una pasión intensa el uno por el otro. ¿Te
llevé a la cama antes de casarnos?

–¡No!– ella rió, su sorpresa era claramente falsa. –No tuviste que
casarte conmigo por honor. Sólo porque quisiste.
Él sonrió, mientras sus ojos la recorrían ferozmente. Su mano, que
mantenía su rodilla levantada, se deslizó por debajo de su falda,
recorriendo su piel desnuda, su sensible piel debajo de la rodilla. Sus
miradas conectadas entre sí, resplandeciendo con calor, y sólo pudo jadear
cuando su mano se movió más arriba, deslizándose por debajo de sus
calzones. Su palma debajo del muslo, y sus dedos perdiéndose en su
interior. Su respiración se hizo cada vez más y más rápida, sus ojos color
avellana ardían sobre ella, y en esos momentos, en lo único en lo que pudo
pensar era en que él podía tocarla… dónde quisiera, y ella no se lo negaría.
Sus dedos tocaron el borde de su hendidura entre su ropa interior. Un
gemido de necesidad se escapó de ella. Deseaba que la tocara. Cuando la
punta de sus dedos rozó ese lugar desnudo al final de sus muslos, ella
tembló tan fuerte que él se vio obligado a sostenerla. Su cabeza cayó
contra la pared. Se inclinó sobre ella, que le miraba con los ojos medio
cerrados, mientras su lengua recorría su escote, y sus dedos delineaban la
cálida y húmeda hendidura de su cuerpo.

Ella gimió con impotencia, su cuerpo temblando como si fuera


sacudido de acá para allá por el placer invocado por su boca y sus dedos.
Sus labios recorrían el escote de su ves do hasta llegar a la cima de sus
pechos, y luego suavemente mordió su corpiño, al empo que su toque
sondeaba las profundidades de sus partes privadas, acariciando, trazando,
resbalando más profundo. Cada sensación, cada emoción, emergía más
alto, esperándola; sus dientes mordisqueando, sus dedos explorando,
dando vueltas, haciéndola jadear, gritar, temblar y…

Explotar.

Era la única palabra que hacía jus cia a la impactante liberación de


placer que desde su interior recorrió todo su cuerpo, presionando por salir
a través de su propia piel.

Ella negó con impotencia su abrazo; él todavía la seguía


acariciando, empujando más profundo, su respiración agitada contra sus
senos.
Se desplomó contra él, desmadejada.

Capítulo 13

Ma hew deseaba desabotonar su pantalón y tomarla allí mismo,


contra la pared. Sus dedos estaban calientes y húmedos dentro de ella, y se
sen a tan bien. Presionó un poco más en su interior, y escuchó un gemido
de placer.

Y entonces, levantó la cabeza para poder ver su rostro. Fue en ese


momento cuando encontró su mirada; se veía tan vulnerable, y vio el
asombro antes de que pudiera enmascararlo cerrando los ojos.

Asombro.

Se dio cuenta que ella nunca antes había experimentado el clímax. En


sus confusos sen mientos, deseo haber visto ese hermoso rostro con tal
inocencia y placer en su noche de bodas.

Impactado por una extraña sensación, sacó sus dedos de las


profundidades de su cuerpo y liberó su pierna. Tenía que recordar su
verdadera relación, el juego al que él jugaba.

–Mis manos no han olvidado como darte placer.– Dijo en voz


baja, poniéndolas ahora sobre sus hombros. –¿Cómo acostumbrabas a
complacerme? Enséñame, Emily.

Él pensó que vacilaría, pero ella fue audaz al levantar sus temblorosas
manos para recorrer su pecho. Para su sorpresa, se detuvo en sus pezones,
frotándolos suavemente sobre la tela. Él contuvo el aliento. Y entonces, se
inclinó hacia él, presionando la boca en su cuello, dándole besos suaves
antes de lamer la zona detrás de su oreja.
Ahora lo tenía estremeciéndose… Esta mujer que nunca antes
había experimentado el placer.

La deseaba con una desesperación que lo sobrepasaba. ¿Cuándo le


había sacado la camisa del pantalón para tocar su estómago desnudo?

Él gimió contra su cabello. Quería arrancarle las ropas, poder estar


dentro de ella…

Sin embargo, apoyó su espalda contra la pared y tomó un tembloroso


aliento.

¿Qué es lo que estaba tratando de probar complaciéndola? Él sólo


estaba demostrándole que terminarían en la cama… Que era exactamente
lo que ella quería.

Aunque la deseaba mucho, demasiado, ¿debería darle lo que tan


claramente estaba pidiendo? Extrañamente, se sen a atrapado entre el
hombre reprimido que una vez fue y el diabólico soldado sin restricciones
que podía ser. Unos años atrás nunca hubiera arriesgado la seguridad de su
familia, correr el riesgo al escándalo, por una noche en la cama con una
mujer, por mucho que la deseara.

En la India él había tomado esas oportunidades sin remordimientos, y


sufrido sus consecuencias.

Pero ahora no sería el único que sufriría si tomaba una mala decisión
respecto a Emily Grey.

–No puedo Emily– dijo suavemente, alejándose finalmente de ella.

Le cogió del brazo.

–Pero ¿por qué? Soy tu esposa, y te deseo.


Sus palabras se lo hicieron más fácil.
–Te deseo, tú sabes eso. Pero…– Se detuvo como si estuviera
confundido.

Ella suspiró y apoyó su mejilla en su hombro.

–No quise empujarte a algo a lo que no estás preparado.

Quería reírse, era como si ella jugara al papel del hombre en la


seducción.

–No lo hacías, es sólo que… no me siento como yo mismo. Y quiero


hacer lo que es correcto para .

Podría haber resoplado ante eso. Lo que era “correcto” no tenía nada
que ver con Emily y él.

Se puso la chaqueta, con los dedos todavía temblando.

***

Mientras cenaban esa noche con su familia, se encontró a sí mismo


mirando la marca roja en el pecho de Emily, la que le había hecho con su
boca, y la manera en que ella trataba de rar de su corpiño hacia arriba
para ocultarla.

Después de la cena, cuando los caballeros se unieron a las damas en el


salón, Emily vio a Ma hew riendo sobre algo con su amigo, el Teniente
Lawton. Se sin ó… como si no fuera ella misma, frustrada y dolida, y no
sólo era por deseo.

Él la había sa sfecho, pero no a sí mismo, y eso la hacía sen r


intranquila. ¿Por qué se negaba el placer de estar con su dispuesta
esposa? ¿Estaba equivocada al pensar que no tenía sospechas sobre ella?

Sabía que no debía preocuparse con estos pensamientos tan


siniestros. Él no le había dado ningún mo vo para sospechar. Seguramente
estaba muy recelosa debido a las amenazas de Stanwood y a la tensión de
no saber qué haría a con nuación.

Necesitaba la lealtad de Ma hew y su protección, y le estaba


u lizando para conseguirlas, pero al final ella le devolvería el favor con el
deleite de la mejor de sus habilidades.

Si él se lo permi a.

Se quedó quieta un momento, observando a los que estaban en el


salón, esas personas que eran tan importantes para ella: Lady Rosa y el
Profesor Leland sentados juntos, hablando en voz baja, incluso
compar endo alguna sonrisa ocasional; Rebecca y el Sr. Derby, que
mantenían una animada conversación, mientras Rebecca intentaba que
Susanna par cipara. Rebecca podría haber monopolizado la
conversación con el caballero, pero no lo había hecho.

La mirada de Emily regresó a Ma hew y a su amigo, y por un instante,


el Teniente Lawton la miró. Fue algo tan rápido que casi no lo captó, pero
algo en sus ojos la paralizó.

Y luego las cosas empezaron a aclararse en su mente.

Ella nunca había recibido una palabra de Stanwood hasta que


Ma hew regreso a casa, y sus amigos vinieron a visitarlo. Ella había
interrogado a varios sirvientes esta tarde, pero tal vez se estaba limitando y
debería considerar a otros también. Stanwood probablemente no u lizaría
a un sirviente.

¿Y si el Teniente Lawton, o el Sr. Derby, eran más de lo que


aparentaban?
Inmediatamente se dijo que estaba siendo ridícula. Ma hew había
servido en el Ejército con el Teniente Lawton y había crecido con el Sr.
Derby. Ellos no podían ser criminales como Stanwood.

Cuando Ma hew y el Teniente Lawton se le acercaron, se dijo que


debía mantener la calma. Durante el úl mo año, se había obligado a
permanecer tranquila, y había superado una situación complicada tras
otra. Y ahora, se dijo, también conseguiría pasar ésta. Tenía que hacerlo.
Miró a Ma hew, y por un momento la sensación de peligro
desapareció, oculta en un rincón de su cabeza. La forma en que sostenía su
mirada traicionaba la in midad compar da, y eso la calentó, la aturdió.

Pero el Teniente Lawton también la miró, mientras le sonreía


fácilmente, con una sonrisa arrogante, como si todo le pareciera diver do.

Entrelazó su brazo con el de Ma hew, como si estuviera estableciendo


su posición.

–Siento mucho haber monopolizado al Capitán los pasados días, Teniente.

Él negó con la cabeza.

–No hay necesidad de disculparse, Sra. Leland. Usted no había visto a


su esposo por más de un año… y pensaba que estaba muerto. Tiene todo
el derecho a su atención. Después de todo, él no estaba muerto para
mí. A veces, francamente estaba harto de él.

Ella se echó a reír junto con Ma hew.

–Entonces, ¿qué es lo que ha estado haciendo consigo mismo desde


que llegó al pueblo?– Preguntó. –No le hemos visto allí.

–Seguí el buen ejemplo de Ma hew y escribí cartas a mi familia, Sra.


Leland. Ma hew necesitaba tan urgentemente volver aquí que no tuve la
oportunidad de no ficarles mi regreso.
–¿De dónde es usted?

–De Southampton, Madame. Ma hew se pregunta cómo fue que


nunca nos conocimos allí.

¿Habría el Teniente Lawton conocido a Arthur Stanwood allí? Se


preguntó con una sensación de aba miento.
Aunque el Teniente estaba sonriendo, Emily notó que Ma hew no
había reaccionado a lo que se podía haber tomado como una observación
bastante mordaz.

–En sí, yo rara vez iba al puerto del pueblo.– Dijo con tranquilidad. –
Soy de Millbrook. ¿Ha visitado el pueblo?

–No, Madame.

Sin embargo, aunque se suponía que en ese empo estaba


casada con Ma hew, también estaba viviendo en Southampton. ¿En
dónde estaba el Teniente en ese momento? Obviamente no con
Ma hew, ya que él no parecía saber nada sobre el breve primer
matrimonio de Ma hew. Pero sabía que no podía arriesgarse a preguntar.

Mientras Ma hew y el Teniente Lawton dirigían la conversación hacia


el tema de los extensos establos de Madingley, Emily consideró, como
hechos a tener en cuenta, el que el Teniente únicamente aparecía a la hora
de las comidas, y que había estado haciendo largos paseos a caballo.

¿Podría haber acordado de alguna manera encontrarse con


Stanwood? ¿Podía considerársele ahora un cómplice?

Recorrió con la mirada el salón hasta detenerse en las hermanas


Leland y el Sr. Derby. Él era otro recién llegado a la casa, y tenía una razón
completamente dis nta para ser influido por su pasado. No era un
secreto que él la había cortejado y lo había rechazado.
El Sr. Derby la vio observándolo y le ofreció una pequeña inclinación
desde la cintura. Luego Rebecca hizo un gesto hacia ella, y Emily se
disculpó con Mathew y el Teniente, y cruzó el salón.

–¿Ma hew te mencionó el picnic que haremos mañana?– Preguntó


Rebecca con excitación.

–No, no lo hizo.– Emily rezó para no sonrojarse al recordar lo que había


estado haciendo con Ma hew.
–Ellos sólo pasaron toda la tarde juntos – dijo Susanna, poniendo los
ojos en blanco.

Las dos mujeres rieron, pero Emily se sin ó incómoda mientras miraba
al Sr. Derby. No era muy amable por su parte recordarle que ya no tenía la
oportunidad de cortejar a una viuda. Incluso podría hacerlo enojar.

Pero él estaba sonriendo por algo que había dicho Susanna.

–Seguramente el picnic fue idea tuya, para volver a introducir a tu


hermano en el grupo de los jóvenes. Eres muy considerada.

Susanna negó con la cabeza, y aunque su sonrisa se volvió un poco


tensa cuando miró hacia Emily, no dejaba de ser cordial.

–Todo fue idea de Ma hew– anunció de repente Rebecca.

Emily la miró con sorpresa.

–Él quiere que todos vean la increíble ar sta que es Susanna–


con nuó Rebecca dando con el codo a su hermana. –Dará lecciones de
arte para que todos podamos pintar las ruinas.

Emily sonrió con cariño a Susanna, quien a su vez le devolvió la


sonrisa.
¡Qué considerado Ma hew! Aunque se había resis do
ante las “inapropiadas” aficiones de Susanna, finalmente se había
dado cuenta lo importante que era para ella pintar.

Emily se volvió y encontró los ojos de Ma hew. Le envió una amplia


sonrisa, sin importarla si el Teniente Lawton o el Sr. Derby o cualquiera de
los sirvientes lo veían y la desaprobaban… o secretamente conspiraban
contra de ella.
***

Cuando Ma hew escuchó el picaporte girar en la puerta del ves dor,


levantó su libro y pretendió hacer ver que estaba leyendo. Todavía llevaba
puesta su camisa y los pantalones; estaba acostado en la cama del
cuarto de Emily, recostado sobre las almohadas.

Cuando Emily lo vio, se detuvo en el umbral.

Estaba cubierta con una bata, su cabello envuelto en una toalla,


su piel brillando por la luz de las velas.

Él acaba de salir del ves dor, donde había estado escuchando a través
de la puerta del baño, imaginando qué provocaba cada sonido del agua.

Era un tonto… un jadeante tonto lleno de lujuria, que estaba


dejándose arrastrar por su deseo por Emily Grey, haciéndole olvidar que
necesitaba descubrir sus secretos.

Ella le sonrió y se acercó a la chimenea.

Se dio por vencido de tratar de leer y simplemente la observó: la


manera en que se sentaba en la silla cerca del calor de la chimenea,
quitando la toalla de su cabello, y empezando a peinar la masa de sus
rubios rizos.

Su boca se secó cuando extendió a lo largo el cabello, peinándolo una


y otra vez, con la cara de perfil, sus ojos mirando a la lejanía. Era un
momento de ensueño, creado con sus lentos y fluidos movimientos.
Los ojos le dolían de mantenerlos fijos mirándola, su respiración sonaba
agitada en sus oídos. ¿Cómo esta mujer podría no escucharlo? Le
recordaba la forma en que ella jadeaba en sus brazos cuando le había dado
la sa sfacción que nunca había experimentado.
Él deseaba poder enseñarle todo sobre la in midad entre un hombre y
una mujer.
Tal vez así, confiaría en él.

Eso es lo que ocurría…, se dio cuenta por fin, aturdido.

Quería su confianza.

Quería la verdad de sus labios, sin coacción.

Pero ella no había confiado en su familia, a quien conocía desde hacía


un año… Y a él sólo lo conocía desde hacía unos días.

Por fin, recogió su cabello en una larga trenza y se alejó de la


chimenea. Se encontró incapaz de poder respirar más fácilmente
cuando se sentó en su escritorio, abriendo un cuaderno. Consultó
uno de sus libros –matemá cas, pensó– luego escribió algo abajo.
¿Estaba estudiando para su propio beneficio? O ¿preparando una clase?

Recordó que había admi do que no tenía conocimientos para ser


ins tutriz. ¿Realmente necesitaba desesperadamente esas habilidades
después de que su familia muriera? Esta elaborada farsa, u lizando a su
familia y su nueva posición, no podía ser sólo una simple forma para
educarse a sí misma. Eso no tenía sen do.

Emily sin ó como si su espalda estuviera en llamas. Ma hew la


estaba mirando, siempre la miraba. Lo cual la complacía. Seguramente
estaba recordando lo que habían compar do más temprano, cuando
sucumbió a sus caricias, permi éndole hacer lo que quisiera con ella.

No podía concentrarse en ecuaciones matemá cas. Ma hew estaba


en su cama, ves do sí, pero en su cama. Lo que no tenía sen do.

De repente, le llegó un extraño aroma, y levantó la cabeza, inhalando.


Era dulce y fragante, pero no como las rosas que María con frecuencia le
traía del invernadero.

Ella se giró, y le vio observándola abiertamente, el libro dejado de lado. En


su mano sostenía una flor, que no reconoció al principio, pasándola entre
sus dedos.
–Ven aquí, Emily – dijo con una voz suave y baja.

Llena de creciente alegría, se levantó del escritorio y se movió


lentamente hasta él.

Se fijó en la flor, blanca con el centro amarillo y rosa pálido en las


puntas de los pétalos.

–La reconozco – dijo. –Es una flor de loto. Crecen en el estanque del
jardín del invernadero.

–¿Conoces de dónde más proviene?

–La India.

Se sen a orgullosa de haber estudiado el país en el que


supuestamente había vivido durante seis meses.

–Siéntate, Emily.

Ella se sentó en el borde de la cama al lado de él, y para su sorpresa, él


se inclinó y puso la flor detrás de su oreja. Su olor dulce, la envolvía con un
aroma frutal, y sabía que él debía de haberla elegido.

–¿Te di flores en la India?– Preguntó.

Ella asin ó, encontrando di cil hablar. Sen a su boca muy seca.

–Las flores en la India eran como ninguna otra que yo haya visto.–
Murmuró.
Con nuó acariciándola a lo largo de su oreja, luego más abajo, a través
de su cabello. Su trenza había caído hacia adelante por encima de su
hombro, y él soltó la cinta, luego enroscó sus dedos en las grandes
ondas de su cabello. Era demasiado placentero, sus manos cerca de
sus senos. Ella perversamente las quería en ellos, ya ansiaba las
sensaciones que le había dado hacía unas horas.
–¿Les cuentas a tus estudiantes sobre la India?

Ella asin ó, esforzándose por concentrarse en sus palabras, no en el


juego de sus manos. Era como si estuviera lanzando un hechizo sobre ella.

–Les cuento sobre los torrentes de agua en la temporada de los


monzones, y cómo me los perdí por dejar el país tan pronto.

–¿Querías ver la lluvia?– preguntó, con su ceja levantada por la


sorpresa. –Hacía mucho calor y había mucha humedad, mis ropas estaban
constantemente húmedas.

–El uniforme de lana debió de haber sido insoportable.

–Me acostumbré a él. ¿Cuál es tu recuerdo favorito que cuentas


a tus estudiantes?

–Estar en el río– dijo inmediatamente.

A par r de sus estudios y por los dibujos en los libros, prác camente
podía verlo en su mente, casi como si ella hubiera estado ahí.

–Las garzas blancas que vuelan a baja altura sobre los campos de
arroz, la sorpresa de un templo mirando de vez en cuando a través de las
arboledas de mangos. Les hablo de las conchas trituradas que recubren los
senderos del jardín para mantener lejos a las serpientes. Era todo tan
extraño para mí, tan hermoso.
A pesar de que estaba contenta por lo bien preparada que estaba para
su farsa, se sen a incómoda contando tales men ras. ¿Por qué se le hacía
cada vez más di cil men rle? Tenía que ignorar eso.

–Háblame de nuestra cama– murmuró.

Ella inhaló rápidamente, dirigiéndole una sonrisa burlona.

–Sin duda, aunque me hayas olvidado, te acordarás de dormir en el


bungaló en tu catre de cuerda.

Él ladeó la cabeza mientras la estudiaba, los ojos entrecerrados, pero


todavía brillando con diversión. ¿Estaba tratando de recordarla en su cama
cada noche? o ¿es que estaba clasificando sus sospechas? No, ella no tenía
pruebas de ello.

–Me imagino que pronto voy a empezar a recordar ciertas cosas– dijo
en voz baja, –porque tengo la intención de pasar mis noches en esta cama
de ahora en adelante con go.

La esperanza se apoderó de ella, luego la confusión. Después de poner


un alto en su acto de amor esta tarde, ¿ahora quería dormir con ella?

Él añadió –Tal vez no tengas esas horribles pesadillas si sabes que no


estás sola.

Esa no parecía razón suficiente.

Él sonrió

–Y esta cama es mucho más cómoda.

Una exageración pura y simple por su parte.


Se puso serio. –Pero no quiero que pienses que me estoy burlando de
, Emily. Esta tarde… me perdí complaciéndote. Sin embargo, también he
perdido todos los recuerdos que compar mos, y eso me molesta.

–Tú no te estarías burlando de mí, Ma hew. Eres mi marido, y tu


presencia en esta cama es tu derecho.

–Mi mente se esfuerza por recuperar mis recuerdos de la India. Te


imagino navegando río arriba conmigo… –Pero no muy lejos– le
interrumpió. –Estabas preocupado por el peligro en el que estaría. Cuando
fuiste trasladado al norte, fue cuando me mandaste a casa.
Se acercó al escritorio y apagó la lámpara. Estuvo de pie un momento
ante la ventana, en donde las cor nas estaban todavía abiertas, y miró
hacia la oscuridad de la noche. Una fría lluvia de otoño caía sobre el cristal,
haciéndolo sonar. Luego cerró las cor nas, comprobó el carbón en la
parrilla por úl ma vez, y se acercó a la cama, donde la úl ma vela
encendida, le iluminaba con un suave brillo dorado.

Ma hew se deslizó hacia el otro lado, todavía con la ropa puesta, y


observó cómo se quitaba la bata, para ponerla a los pies de la cama. Se
preguntaba qué podría él ver a través de su enorme camisón, esperaba
poder seducirlo. Se me ó debajo de las sábanas, y ró de ellas hasta la
cintura.

Le miró. –¿No vienes a la cama todavía?

Él asin ó con la cabeza, y se puso de pie, quitándose la camisa


y los pantalones, dejando sus calzones en su lugar, mientras se
deslizaba bajo las sábanas en su lado de la cama.

Ella se inclinó hacia un lado y apagó la vela, envolviéndolos en la


obscuridad. La plácida tensión entre ellos era algo tangible. Se deslizó
contra él.

–Estás caliente– murmuró.


Para su decepción, él empezó a hablar.

–Esto es tan extraño – murmuró, acomodando su cabeza sobre su


brazo doblado.

Se acurrucó contra él, su mano sobre su pecho.

–Extraño para , pero no para mí.

–Todavía hay una parte del correcto caballero en mí, que siente
que el compar r la cama con go, incluso inocentemente, es como seducir
a una virgen.

–No soy inocente.

Hizo una mueca, pensando que había hablado con demasiada firmeza.

Él sólo se rió entre dientes.

–Cómo eres mi esposa, sin duda debería asumir que no eres inocente.

Capítulo 14

A la mañana siguiente, después del desayuno, Ma hew estaba


sentado solo en un banco del invernadero, observando la lluvia que bajaba
por los cristales de las ventanas.

–No te puedes creer lo di cil que es encontrarte.

Ma hew se giró ante el sonido de la voz de Reggie y sonrió.

–No pretendía esconderme.

–Vi a Emily afuera en un cabriolé– dijo Reggie sentándose en el banco.


Ma hew oyó la pregunta en su voz.

–La dije que lo llevara debido a la lluvia. Hoy de nuevo está dando
clases.

–¿Dando clases?– Reflexionó Reggie. –Mencionaste algo sobre ello


anoche, pero no tuvimos oportunidad de hablar. ¿Da clases?

Ma hew se rió en voz baja. –Eso es lo que ha estado haciendo en el


pueblo. Y yo la seguí como un espía del ejército, pensando que tal vez se
reunía con alguien en secreto.

–Ella todavía podría hacerlo.

–No soy capaz de decirlo – dijo con un encogimiento de hombros.

–Lo sabrás pronto, cuando llegue el informe del inves gador.

Ma hew se limitó a asen r.

–Pareces… pensa vo esta mañana.

–Pensa vo. ¡Qué interesante elección de palabra!– Le lanzó una


media sonrisa. –Estoy pensando en Emily, por supuesto.

–Por supuesto– Reggie sonrió. –Te re ras a una habitación privada


cada noche con ella. ¿Cómo podría no estar ella en tu mente?

Mathew reconoció la insinuación por lo que era, pero la ignoró de


momento.

–Ella ene la extraña habilidad de tener una respuesta, –una


respuesta preparada– para todo lo que digo. Sin una vacilación.

–Es muy inteligente.


–No sé si ella se ha hecho de esa manera por todo lo que estudia para
sus estudiantes. Incluso habla sobre la India como si hubiera estado allí.

Reggie se rió. –Tal vez haya estado.

–A menos que su padre la llevará, no lo creo.– Bajo la voz. –Me


sigo preguntando por qué está haciendo esto. Mientras más la conozco,
más veo por qué mi familia la quiere, lo único que ene sen do es que
estaba desesperada por sobrevivir. Su familia murió, y no tenía nada.

–Otras mujeres que no enen nada –ni el aspecto de ella– se casan


con bastante facilidad. O tal vez, sabía que no podía presentarse como una
mujer virgen en su noche de bodas.

Por un loco instante eso hizo que Ma hew se erizara. Se estaba


acercando demasiado a Emily, conviviendo con ella, simpa zando con
ella. Ella estaba afectándolo, y parecía impotente para detenerla.

–No sé si ella es virgen– dijo al final.

Reggie únicamente enarcó una ceja.

–Ella dice que no es inocente. Pero, sin entrar en detalles…

–¡Oh, por favor!

Ma hew sonrió –No creo que antes haya conocido el placer como
mujer. Y sé que todo lo que puedo decir es que ningún hombre se tomó su
empo con ella.–Hizo una pausa mirando hacia el exterior al húmedo
parque, sin éndose incómodo, pero necesitando hablar. –Creo que me
está atrapando, Reg. Pensé que perseguirla y llevarla a la cama sería
diver do. Después de todo ¿no lo está pidiendo por estar aquí, por men r?
Pero…

–¿Pero?– Reggie finalmente lo instó.


–Pero eso es lo que quiere.

–¿Y eso es algo malo?– Preguntó con incredulidad.

–Yo estaría cayendo directo en su pequeña intriga. Y ¿qué pasa si se


queda embarazada? Eso podría cambiarlo todo.

Reggie suspiró. –No es una decisión fácil, lo admito. ¿No estás listo
para enfrentarte a ella?

–No. No hasta que escuche al inves gador. Hay una parte de mí…– Se
pasó una mano por el pelo, sin éndose como un tonto. –Qué Dios me
ayude, hay una parte de mí que casi quiere que fuera real.

–¿Su pasión? O ¿el matrimonio en sí?

Con un gemido, Ma hew se puso en pie. –Olvida que dije algo.


Estoy confundido.

–Creo que estás pensando demasiado.

–Solía ser muy bueno en eso, pensar demasiado todo. Lo dejé atrás en
la India, y luego volví a casa para esto. – Sonrió sin realmente quererlo. –
Así que ¿cuáles son tus planes para hoy? ¿Vendrás a nuestro picnic?

–¡Por supuesto! Más damas casaderas. Esta visita está siendo entretenida.

–¿Qué harás antes del picnic?

Reggie se encogió de hombros y miró hacia afuera. –No lo sé. Tal


vez cabalgue.

–¿Con este empo?

–Hemos visto peores.


Al salir juntos del invernadero, Ma hew tuvo la clara sensación de que
Reggie estaba ocultando algo. Pero todo el mundo tenía secretos, por lo
que aprobó que su amigo guardara el suyo.

***

Emily condujo el cabriolé de dos ruedas, manteniendo la capota del


carruaje abierta como una defensa contra la fina lluvia. Estuvo inquieta
todo el camino hasta Comberton, y sabía que no podía culpar a la
penumbra del campo

¿Estaba Stanwood, o uno de sus secuaces, observándola, incluso


ahora?

En la taberna de la posada había más extraños de lo habitual, y se


sen a vigilada mientras se apresuraba por el ves bulo para ir al comedor
privado. Trató de relajarse durante la mañana con las clases, pero su
nerviosismo nunca la abandonó. Cuando un solo hombre la había
amenazado, le había parecido más fácil de manejar, de planificar. Ahora ella
no sabía de qué manera la confrontación podría venir.
Sin embargo, ¿por qué Stanwood no había aparecido ya, para acabar
de una vez?

Mientras conducía fuera del pueblo, la sensación que sen a entre


sus hombros volvió, como si alguien la estuviera mirando fijamente. Instó
al caballo al galope.

Detrás de ella, de repente se oyó el sonido de un caballo a galope


rápido, como para alcanzarla. Calma, la sensible Emily fue sus tuida
por una mujer vulnerable cuya mente corría con planes de re rada que
no tenían ningún sen do. Sacudió las riendas, urgiendo al caballo a ir más
rápido.
–¡Emily!

Se quedó sin aliento ante el sonido de su nombre, y luego vio la cabeza


de Ma hew balanceándose mientras miraba debajo de la capota del
carruaje inclinado desde su caballo de carreras. Se dejó caer hacia atrás en
el banco con alivio, rando de las riendas.

–Debo de haberte perdido en el pueblo – dijo, frenando a su montura


al lado del cabriolé.

Ella le dio una brillante sonrisa. –Lo siento, también.

¿Por qué la había estado siguiendo? Sin embargo, él la estaba


sonriendo con tanta felicidad.

–El picnic– dijo de repente. –¿Los planes han cambiado?

Su sonrisa de volvió más amplia. –No, pero estaba preocupado


que lo pensaras por el repen no cambio del clima y retrasaras tu regreso.
Pero dejó de llover hace varias horas, por lo que el picnic se hará. Varios
sirvientes están montando unas carpas, por si acaso.

Sólo estaba siendo un buen hermano, se dijo a sí misma.

***

El viejo cas llo parecía extenderse hacia el cielo, duplicándose en el


estanque cercano. Cuando era niño, Ma hew había pasado horas
explorando sus ruinas, fingiendo que era un caballero con armadura, audaz
y temerario en la batalla. De adulto se había conver do en un soldado.
¿Habría hecho sus sueños de la infancia realidad?
Cerca había dos coloridas carpas, con mesas y sillas colocadas al azar, y
con los restos del picnic todavía evidentes. Los mayores de la fiesta aún
permanecían allí, hablando con sus padres, y para sorpresa de Ma hew,
vio a Reggie entre ellos.

Media docena de caballetes se colocaron en el césped, y las


jóvenes se sentaron ante ellos, estudiando cómo capturar la vista.
Susanna se movía entre ellas, hablando, enseñando, mostrándose tan a
gusto con sus habilidades. Varios caballeros la rodeaban, y Ma hew se
alegró cuando vio que ella fácilmente respondía a sus preguntas,
sonriendo.

Peter Derby le dijo a Susanna –¿No has pintado o dibujado esta vista
cien veces?

Ella levantó su nariz con suficiencia. –Cada día es diferente, cada cielo
es diferente, e incluso mi talento es diferente cada año. Y nunca me canso
de tanta belleza e historia.

Ma hew sabía que no tenía que preocuparse por ella. Extendió un


pedazo de tela como protección contra la erra húmeda, a con nuación,
puso una manta sobre ello. Lanzó varios mullidos cojines en la parte
superior, listo para relajarse sobre de ellos.

–¿No vas a pintar? Dijo Rebecca mientras se aproximaba.

–Por supuesto que no. Mis manos son demasiado torpes para ello.– Él
sonrío, pero su sonrisa se desvaneció mientras estudiaba a su hermana.

Para su sorpresa, ella se sentó en la manta, sus piernas dobladas


debajo de ella, recatadamente.

–Rebecca, ¿te sientes bien?


–Sólo estoy cansada– dijo, agitando una mano. –Nos quedamos
despiertas hasta tarde con mamá, discu endo quién vendría, y
cómo debíamos comportarnos.

–Como si no lo supieran ya– dijo secamente.

Ella se rió, y luego puso varios cojines detrás de ella y se recostó. Se


durmió rápidamente. Su pálido rostro le recordaba las terribles
enfermedades de su infancia.

No se había dado cuenta de que Emily también estaba observando


seria a Rebecca. Se levantó, inclinó la cabeza hacia las ruinas, y le tendió la
mano. Ella la tomó sin vacilar, y caminaron alrededor de la laguna hacia el
viejo cas llo.

Se quedaron en silencio cuando entraron. Se preguntó si ella lo


conocía tan bien como él lo recordaba. –Recuerdo una habitación donde el
techo se había derrumbado…

–Por este lado– dijo ella, moviéndose delante de él por un pasillo


húmedo, antes de subir un tramo de escalones de piedra y salir bajo el
cielo.

El sol brillaba sobre ella, imponentes paredes rotas alrededor de ellos.


Pero sólo una tenía media pared, y a través de ella se podía ver toda la
extensión del campo a su alrededor, los árboles otoñales brillando con los
muchos colores de la paleta de Susanna.

Miró a Emily, su cara estaba serena cuando miraba la vista. Mechones de


su cabello rubio pálido se habían soltado y ahora ondeaban suavemente
sobre su rostro. Dios, era realmente hermosa. Tiempo atrás la habría
cortejado, se dio cuenta con sobresalto. Si simplemente la hubiera
conocido en Sociedad, habría querido conocerla mejor.
–¿Cómo estaba Rebecca mientras yo no estuve?– Preguntó.
Emily entonces lo miró, sus ojos azules llenos de comprensión. Ella lo
leía demasiado bien.

–No dejes que el tomar una siesta te haga pensar lo peor de ella.–
Dijo.

–Pero hay más de una docena de personas aquí. ¿Y se quedó dormida?

–Susanna me habló de la frágil salud de Rebecca en su infancia. Pero


he estado aquí un año, y ella sólo ha tenido un resfriado o dos, nada peor.

–Ella casi se muere – dijo él suavemente, mirando lejos de ella. –Más


de una vez mi familia temió lo peor.

–Pero ella es fuerte, fue capaz de recuperarse– dijo Emily con voz
suave.

Tal vez toda su familia podría recuperarse, cuando al final supieran la


verdad sobre Emily. Pero ¿podrían perdonarla?

–Tu preocupación por tu hermana es conmovedora – Emily con nuó. –


No hay muchos hombres que puedan mostrar tanta emoción.

–Una vez pensé que era fácil bloquear las emociones y


mantenerlas a distancia.– Se encontró diciendo con tristeza. –A veces creo
que nunca dejaran que me sienta realmente vivo otra vez.

–Pero estabas cumpliendo el deber de un soldado. Tenías que


protegerte a mismo.

La dejó pensar que estaba hablado de su servicio en el Ejército. Ella era una
oyente comprensiva, ahora frente a él, con los ojos azules espejos de
entendimiento y solemnidad. Para su sorpresa, ella se acercó y tomó su
cara entre sus manos. Su toque trajo a la vida el deseo latente de ella que
nunca parecía desaparecer.
–No pienses en lo que tenías que hacer– dijo en voz baja, su cara muy
cerca de él. –Las circunstancias pueden cambiar, pero no ene que ser para
siempre.

Ella era cálida y dulce, y se inclinó para besarla, disfrutando del doble
calor de sus manos en su rostro. La tomó entre sus brazos para poder
sen r todo de ella, la suavidad de sus senos y su vientre contra su
cuerpo, la exuberancia de sus caderas, mientras pasaba sus manos sobre
ellas para mantenerla cerca. El beso se hizo más y más urgente, más
profundo, codicioso, y se dejó llevar por el crudo deseo que sen a por ella.

–Sabes que pronto te haré el amor– dijo contra sus labios, respirando
con dificultad.

–Lo sé, pero ¿me amas Ma hew?– Susurró entre los besos
suaves que presionaban sus labios.

Las palabras se congelaron en su garganta; él no podía men r sobre


eso, no tan fácilmente como ella. Pero ella no había dicho que lo amaba.

En su con nuado silencio, su mirada era triste, pero comprensiva,


como si realmente fuera su esposa. Se halló deseando poder tomar lo que
le ofrecía.

Caminaron de regreso a sus hermanas tomados del brazo, y vio cómo


Susanna y Rebecca intercambiaban miradas de complicidad, felices por
verlos juntos. Entonces Susanna se llevó a Emily para discu r su plan para
esbozar las ruinas desde el interior, sus estudiantes y sus admiradores las
seguían por detrás. Se quedó con Rebecca.

Sonriendo, le sirvió un vaso de sidra, y bebió profundamente. –Sabes,–


ella comenzó, pensa va, mirando a los otros desaparecer en el interior del
cas llo –dejaste marcas de tu barba en su barbilla.

Él tosió dentro de su vaso, apenas capaz de evitar que se derramara.


Rebecca rió alegremente, añadiendo un bonito sonrojo a sus
mejillas. Se alegró que sus tonterías pudieran hacerla lucir así.

–Sé los signos de los besos de un hombre– con nuó, con ojos
brillantes.

–Espero que no por experiencia.

–¡Por supuesto que no!– dijo rápidamente, luego rió. –¿Cómo es el


cortejar a una mujer con la que ya te has casado?

Se es ró, apoyándose en un codo, mientras miraba a su hermana


con diversión. –Es un desa o, pero muy placentero.

–Estoy feliz de que lo pienses así. Muchos hombres estarían


furiosos y frustrados por no poder recordar.

–De nuevo, ¿tú obtuviste esa experiencia con el sexo opuesto?

Ella levantó su barbilla con suficiencia. –Estoy bien instruida.– Luego se


rió y le miró pensa vamente. –Sin embargo, el primer día, pensé que tú
eras uno de esos hombres.

–¿Mis sen mientos de irritación sobre la loca situación, te


habrían decepcionado?

Ella negó con la cabeza. –No, por supuesto que no. Si una parte
importante de mi memoria hubiera sólo… desapareciera, creo que yo lo
hubiera asumido mucho peor. Valoro cada precioso recuerdo, tal vez
porque no tengo muchos, como le ocurre a la gente con una vida común.

Él la estudió cuidadosamente, pensando en las semanas que en su


infancia había pasado débil y enferma en la cama, mientras la vida
con nuaba para los demás. –Has crecido sabiamente, hermanita.
Ella río alegremente. –No soy tan sabia. Si lo fuera, sería capaz de
encontrar un marido.

–Tal vez no has conocido al hombre adecuado– dijo él, tratando de


ser amable.

–¿Es la forma en la que te sen ste cuando conociste a Emily?

No pudo evitarlo, se rió.

Rebecca juguetonamente lo empujó. –Te casaste con ella


rápidamente.

–¿Y me difamaste también como una madre haría por no estar en la


boda?

Ella negó con la cabeza y levantó sus manos. –Oh, no, pensé que era
todo muy román co.

Román co, de nuevo una men ra, pensó cerrando sus ojos para
protegerse del sol. Él ni siquiera necesitaría ser román co para llevarse a
Emily a la cama.

***

Apoyada contra una pared de piedra, Emily disfrutaba del calor del sol,
viendo a Susanna esbozar sus ideas para una pintura más elaborada desde
el punto más alto del cas llo. Sus estudiantes se habían dispersado por las
ruinas, pero el Sr. Derby aún permanecía cerca. Al final, Susanna pareció
notar su interés, y su expresión de volvió amable, pero ilegible. Cerró su
cuaderno y comenzó a dirigirse de regreso hacia las carpas del picnic.
Emily la agarró del brazo. –Oh, no regreses aún– le dijo
impulsivamente. –A todos nos gusta verte trabajar.

Susanna suspiró, sus ojos mirando al Sr. Derby. –Emily, has pasado un año
viéndome trabajar, por lo que eso no puede ser toda la verdad.– Ella bajó
su voz. –Me siento… incómoda con el Sr. Derby a mi alrededor. Sé que él no
fue quién dijo esas cosas crueles sobre mí, pero…

–¿Nunca has estado en una situación en la que no sabes cómo hablar?


O ¿no sabes lo que hay qué decir? Quizás esos eran sus problemas. No
estoy dando excusas para su beneficio, sino para el tuyo, para que así
puedas perdonar y olvidar.

–Lo sé– dijo Susanna. –Y me recuerdo a mí misma sobre ello. Te


prometo que lo intentaré.

Emily la dejó ir, y Susanna con una breve sonrisa para ella e incluso un
gesto agradable hacia el Sr. Derby, regresó a través de las ruinas.

Cuando el Sr. Derby trató de seguir a Susanna, Emily lo llamó.

Sonriendo, con su pelo rubio brillando al sol, él asin ó con la cabeza


hacia ella. –Sí, ¿Sra. Leland?

Ella miró a su alrededor, asegurándose que no podían ser escuchados.


–¿Le molestaría que le diera un pequeño consejo?

Su sonrisa se volvió rígida, y no dijo nada.

Probablemente había come do un error al interferir, pero ahora ya


estaba hecho. –Dele empo a la señorita Leland, Sr. Derby. Ella es… la clase
de joven que necesita tomarse las cosas con calma.

–No son necesarias estas palabras, Sra. Leland. Sé que no quiere


verme unido a esta familia.

Ella lo miró boquiabierta. –Yo nunca…

–Lo dejó bastante claro antes de que el Capitán Leland regresara.


–Mi nega va a comprometerme con otro hombre no tuvo nada que
ver con usted, Sr. Derby.

–Pero yo era el hombre con quién usted no quiso comprometerse–


dijo él con sarcasmo.

–Usted no era el único hombre, no puede cerrar los ojos ante eso.
Había varios hombres que expresaban un su l interés, pero había algo
dentro de mí que sabía...– Hizo una pausa, la mano en su corazón, y luego
con nuó en voz baja. –Sólo sé que no estaba preparada.

Pero él pareció no creerla, porque con nuó con frialdad. –Sé que no
tengo la suerte de la riqueza que la nieta de un duque podría desear, pero
sus orígenes no son mejores que los míos. Sin embargo, ¿usted piensa de sí
misma que es una esposa adecuada para el Capitán Leland?

¿Cómo contestar a eso? –Lo creo– respondió con voz tranquila. –Y


usted podría ser justo lo que la señorita Leland quiere y necesita. Pero si la
presiona en estos momentos, todo será en vano.

Él abrió la boca para hablar, pero luego pareció pensárselo mejor,


porque se dio la vuelta y se marchó. Emily cerró sus ojos por un momento.
Una parte de ella quería leer más allá de todo lo que el Sr. Derby le había
dicho, pero ¿cuál era el punto? Si él estaba ayudando a Stanwood, ella
di cilmente podría enfrentarlo al respecto.

Se enfrentó a la posibilidad muy real de que el mundo seguro que se


había construido podría derrumbarse a su alrededor. Aunque el regreso de
Ma hew lo había complicado todo, en ella crecía cada vez más la certeza
de que podían ser felices juntos. Prác camente se había derre do
cuando él confesó su preocupación por la salud de Rebecca, sus
profundos temores sobre cómo el Ejército lo había cambiado. Y entonces
ella tontamente le había preguntado si la amaba. ¿En qué estaba
pensando? Esa era la manera perfecta para hacer que un hombre se
alejara, justo cuando estaba tan cerca de tener todo lo que deseaba.
Él estaba contando más y más de sí mismo, y ella estaba sucumbiendo por
el hombre honorable que era. Eso no era parte del plan.
Pero podía adaptarse. Y no dejaría que el Sr. Derby, o Stanwood,
se interpusieran en su camino.

Capítulo 15

A úl ma hora de la tarde, cuando Emily se acercaba a su


habitación a cambiarse para la cena, al doblar la esquina, se tambaleó
hasta detenerse cuando vio al Teniente Lawton en la puerta de su
dormitorio. Inconscientemente, retrocedió dando vuelta a la esquina y
miró hacia él.

Él estaba allí de pie, mirando hacia abajo, como si estuviera dudando.


¿Abrir la puerta, tal vez?

O ¿tenía algo que quería darle a ella?

Eso la enfureció tanto que dio la vuelta a la esquina. La cabeza del


Teniente giró y le sonrió con facilidad, pero no le creyó. Ella también era
bastante buena en comportarse como si no pasara nada.

–Teniente, ¿me está usted buscando?– Preguntó directamente. –Si no


me equivoco, venimos del mismo picnic.

–No, Sra. Leland, en realidad estaba buscando a Ma hew.

–Entonces, ¿por qué no golpeó en la puerta?– Preguntó. –Le he visto


solo… parado aquí sin hacer nada.

Él sonrió y movió los pies como un niño. –Usted pensará de mí como


un tonto, pero no podía recordar qué habitación estaba usando.

Una muy buena excusa, pensó. –Ésta es mi habitación– le informó.


–Discúlpeme.

–Por supuesto– respondió, forzando una sonrisa. –Simplemente


me ha sorprendido verle aquí. Casi no se le encuentra en Madingley
Court, e incluso en el picnic estuvo hablando con otros menos con
Ma hew.

–No quiero entrometerme en su empo con él – dijo suavemente.

Él la estaba mirando deliberadamente, con los ojos abiertos


llenos de diversión, y eso la molestaba.

–¿A dónde va cuando nos deja?– Le preguntó.

–A cabalgar, Madame. Es tan refrescante estar en el frío campo


inglés después del calor de la India.

–Entonces usted ha estado cabalgando muchos días.

–Y escribiendo cartas– Le recordó. Sus modales de repente se


volvieron menos arrogantes y más serios. –Sra. Leland, ¿podría ofrecerle
un consejo?

¿No acababa de decir ella esas mismas palabras al Sr. Derby?, pensó
con exasperación. –Por supuesto, Teniente.

–Parece… incómoda. Si hay algo mal, le sugiero que lo discuta con


Ma hew. Él ene un carácter comprensivo.

Ella arqueó una ceja y fríamente dijo –Y ¿yo no sabría eso de mi propio
marido?

Él extendió sus manos y se inclinó. –Perdóneme. No osaré molestarla


de nuevo.
Luego pasó a su lado y se marchó.
***

Cuando Ma hew regresó del picnic vio que un grueso sobre lo


estaba esperando en la bandeja de plata del correo, lo llevó a la biblioteca
y comenzó a cerrar la puerta para aislarse en su interior. Alguien la empujó
desde fuera en el pasillo.

–¿Ma hew?– dijo Reggie, apareciendo por la abertura.

Riendo, Ma hew abrió la puerta de par en par.

–Cuando no pude encontrarte en el piso de arriba– dijo Reggie –


Hamilton me dijo que podría encontrarte aquí.

–Y pensé que me había escondido. ¿Cómo podría uno hacerlo en un


palacio con cientos de sirvientes, si se cuenta con Hamilton para saber
todo lo que está pasando? Adelante.

Ma hew se sentó en una silla de cuero cerca de la ventana, y Reggie


hizo lo mismo cerca de él.

–Y ¿por qué estás escondiéndote aquí?– Preguntó Reggie.

Ma hew levantó el sobre. –El informe del inves gador. No podemos


tener oídos indiscretos que puedan escucharnos.

–Ah– Reggie lo miró con interés. –¿Te gustaría leerlo a solas?

–Tú y yo no tenemos ningún secreto– dijo Ma hew, sonriendo


mientras se encogía de hombros. Quitó el sello del sobre.

–¿Vas a estar contento de saber la verdad?– Preguntó Reggie,


recostándose en su silla mientras juntaba las manos detrás de su cabeza. –
O ¿te está resultando muy diver do el tratar de descubrirlo por tu cuenta?
Ma hew con nuó sonriendo –Esto úl mo, creo. Pero éste es un paso
necesario. El próximo será el mío.
El inves gador había llenado varias hojas de papel con detalles acerca
de la infancia de Emily Grey en un pueblo a las afueras de Southampton, de
cómo había sido de pequeña una niña amada por su familia, y de cómo
ésta había muerto trágicamente. Nada de lo que leía era diferente de la
historia que ella le había contado hasta ese momento. Al terminar cada
página, se la daba a Reggie para que la leyera.

Emily le había dicho que tenía primos con quienes ir, pero el
inves gador informaba que el primo que heredó las erras de Squire Grey
no había querido a Emily, e incluso afirmó que no tenía un lugar para ella.

–Qué hombre tan frío– dijo Reggie pensa vo.

–Es di cil para una mujer casarse bien en esa situación.– Dijo
Ma hew deliberadamente.

–Y su exigua herencia apenas sería suficiente para mantenerla con


comida y ropa, y mucho menos bajo la seguridad de un techo. Inú l como
dote.

–Me pregunto ¿qué propósito tenía al men rme diciendo que su


primo la quería?– Se preguntó Ma hew en voz alta.

–Tal vez no quería parecer muy desesperada.

–Bueno, tenía al Sr. Tillman, el vicario que envió la carta a mis padres
para informarles de nuestro matrimonio antes de la llegada de Emily.

Reggie miró a Ma hew con duda. –Pensé que creías que Tillman era
un personaje oscuro.
Ma hew asin ó. –Estaba preparado para escuchar que era un hombre
bien versado en persuadir a sus feligreses para donar su dinero, un hombre
que había inclinado las órdenes de Dios a su antojo. Pero el inves gador
dice que Tillman era de edad avanzada, y que vivía de una pequeña renta
para su re ro en un cuarto alquilado en el momento de la tragedia de la
familia Grey.
–Di cilmente podría haber acogido allí a Emily.

Ma hew mostró el papel que Reggie aún no había leído. –Ella alquiló
una habitación a una solterona amargada, que disfrutó contándole al
inves gador que Emily a veces tenía problemas para pagar el alquiler, y que
lo que ganaba con su costura rara vez le llegaba incluso para una vida
pobre.

Bajó las páginas a su regazo por un momento, incapaz de borrar la


imagen de Emily cosiendo a la luz de las velas, tratando de mantenerse en
un mundo que mostraba poca compasión por las mujeres sin dinero.
No le gustaron las emociones que sin ó en su interior, desde la ira a la
lás ma. Emily no necesitaba eso de él.

–Entonces ¿qué hacía para sobrevivir?– Preguntó Reggie.

–La casera sospecha que Emily había encontrado otra forma de ganar
un poco de dinero, pero no sabía lo que era.– Ma hew puso los ojos en
blanco. –Como Emily no tenía visitantes, la casera insiste que no quiso
entrometerse.

–Qué carita vo por parte de ella.– Como Ma hew permaneció en


silencio, Reggie dijo con cautela –Si Emily no era capaz de mantenerse al
día con el alquiler, ¿qué se vio forzada a hacer antes de que la no cia de tu
muerte le diera una salida?

–Todo lo que el inves gador ha podido averiguar es que la noche en


que Tillman murió, Emily simplemente desapareció con sus pocas
pertenencias. A nadie le importó el por qué, o trató de descubrir qué
había sucedido con ella. Su único amigo había muerto, y ella no tenía a
nadie más.

–Suena como una situación desesperada.

–Entonces, ¿por qué no decir la verdad una vez que llegó aquí?–
dijo Ma hew, con sus codos sobre las rodillas mientras hablaba con
seriedad a su amigo. –Mi familia la habría ayudado en todo lo que hubiera
podido. En cambio, sólo dijo que era mi esposa.
–Tillman lo afirmó primero.

–Sí, pero eso no hace ninguna diferencia a cómo ella organizó su


engaño. Fue un movimiento audaz. Algo más debió ocurrir para obligarla
a hacerlo. Había hecho todo lo posible para mantenerse a sí misma, y
es lo suficientemente orgullosa para haber con nuado haciéndolo si
hubiera sido posible.

–¿Cómo puedes saber eso sin conocerla lo suficiente? Esta vida


es ciertamente más fácil.

–Sólo en algunos aspectos.– Le recordó Ma hew. –Y ahora que estoy


en casa, es aún más di cil para ella.

–Pero ahora está atrapada en la farsa, ¿no es así?– Reggie pareció


dudar, pero finalmente dijo a con nuación: –Ella parece… nerviosa
conmigo.

Ma hew inclinó la cabeza, intrigado. –¿En serio? ¿Cómo?

–Hace apenas un rato, cuando estaba buscándote en el ala de la


familia. Debió pensar que estaba tratando de robar por la sospechosa
forma en que me enfrentó. No pasó nada más que eso, y después volvió
otra vez a ser cordial.
–Supongo que no podemos culparla por ser precavida.– Dijo Ma hew,
pero su mente ya había vuelto una vez más a la cues ón de cómo Emily
habría estado ganado dinero extra en Southampton. El inves gador no
había sido capaz de confirmar que tuviera otro empleo. ¿Qué había hecho
que la obligó a huir?

***

Después de una cena con la conversación sobre la inminente llegada


del resto de la familia, Ma hew se sorprendió cuando Emily lo llevó a un
lado en el pasillo fuera del comedor y le dijo en voz baja.
–Ma hew, el baile en Madingley es en dos días, ¿te gustaría prac car
los bailes? Dijiste que no recordabas los pasos. – Ella lo miró con sus ojos
dulces llenos de preocupación.

Él sonrió. –Excelente idea. ¿Susanna?

Su hermana miró por encima del hombro a los dos.

Emily deslizó su brazo en el suyo y lo atrajo hacia ella, susurrando. –


¿Qué estás haciendo?

–Ella puede tocar para nosotros.

–No es necesario. Deja que hable sobre su triunfo en el picnic de hoy


con Lady Rosa. Te acuerdas de cómo suena la música. O podemos tararear.

Entonces, habría otro intento de seducción, pensó Ma hew


an cipándose, a pesar de que sabía que tendría que resis rse.

–No vamos a unirnos a en el salón– le dijo Emily a su hermana. –


Tenemos algo de qué hablar.
Susanna arqueó una ceja diabólicamente, pero Emily la ignoró.

Ma hew no iba a correr el riesgo de ser interrumpido. –Vamos a


prac car bailes– le dijo a Susanna. –A solas.– Agregó de manera
significa va.

Su hermana se cubrió la boca, pero sus ojos brillaban con alegría.

–¿Les desearías buenas noches a tus padres por nosotros?– dijo Emily,
y luego se llevó a Ma hew por otro corredor.

Uno al lado del otro subieron las escaleras hasta el salón de baile en el
siguiente piso. En ese momento de la noche la habitación estaba a oscuras,
de un negro cavernoso, pero Emily trajo una lámpara del pasillo y la puso
sobre una pequeña mesa. Sólo iluminaba con un poco de luz sobre ella,
dejando todo lo demás en la oscuridad.
Ma hew disfrutaba mirándola. Llevaba un ves do azul pálido que
apenas si escondía la parte superior de sus senos, pero que mostraba su
delgada cintura y la curva de sus caderas. Se veía etérea en la casi
oscuridad, un resplandor de belleza que lo atraía a volar cerca y arriesgarse
a quemarse.

Pronto tendría las manos en esas deliciosas curvas, y ella estaría


tocándolo.

Ella puso sus puños en sus caderas y habló enérgicamente. –


Comenzaremos con la cuadrilla, que abrirá el Baile.

–¡Ah sí! Me enseñaron de joven a tener de reserva en la punta de la


lengua una pequeña charla, siempre preparado para diver r a mi pareja.

Un leve ceño se formó en su frente. –Pensé que habías dicho que no lo


recordabas.
Él siguió sonriendo mientras negaba con la cabeza. –No recuerdo los
pasos, es cierto. Pero, ¿cómo puede uno olvidar las interminables
advertencias de los maestros de baile?

A pesar de que probablemente no había sido enseñada por maestros


de baile, ella asin ó y trato de sonreír de nuevo. Claramente, estaba
turbada por sus palabras mal dichas. Empezó a instruirlo acerca de
las cuatro parejas que par cipaban en el baile y los pasos necesarios,
desde el chasse al glissade. Se puso a su lado y le demostró cada uno, y se
divir ó en secreto al probarla con su burla en su incapacidad para seguirla.
Cuando finalmente se inclinó para sacar el muslo hacia adelante, ella se
quedó inmóvil, le miró, y los dos se echaron a reír.

La alegría iluminó su rostro con un brillo angelical, incluso cuando ella


se tambaleó hacia atrás, rando de su mano tras ella. Su risa era
abundante, no remilgada y él disfrutaba del sonido. Lo hacía pensar en
placeres terrenales y besos delicados. Pensó que era buena cosa que ella
no estuviera pegada aún a sus muslos, porque si no, iba a ver el apretado
ajuste de sus pantalones.
–Creo que ahora lo recuerdo– dijo al fin. –Vamos a empezar el baile de
nuevo.

Después de varios intentos fallidos, y sin otras parejas para bailar con
ellos, fueron capaces de completar una cuadrilla sin errores.

Le gustaba tanto tocarle la mano y la cintura, que traicionó su deseo al


decir: –Ahora el vals.

Ella, claramente, trató de poner su voz profesional de maestra, pero


era di cil ser serio cuando estaba manipulando sus manos para ponerlas
en su cuerpo.

Intentó atraerla más cerca, disfrutando de roce de sus femeninas


faldas, y luego, de la presión de sus muslos. Cuando ella le empujó
hacia atrás, demostrando de nuevo la forma apropiada, murmuró: –
Pero seguramente es diferente entre marido y mujer.

Se las arregló para decir sin aliento –Cuando una pareja casada está
bailando en público, deben comportarse correctamente como todos los
demás.

Cuando comenzó a mostrarle los giros que había que dar,


deliberadamente tropezó mientras la seguía, rando de ella con fuerza
contra de él, para que no cayera. Ella lo miró con valen a, él respondió con
una sonrisa inocente, y lo intentaron de nuevo. Hizo un gesto de sorpresa,
como si hubiera recuperado la memoria, a con nuación de confianza, y
pronto estaban bailando de verdad. Los giros del baile los llevaron lejos
del débil resplandor de la lámpara, hacia la oscuridad, pero eso no los
detuvo. Estaban demasiado atrapados en lo bien que se movían juntos,
como an cipaban cada uno el paso del otro, como si hubieran estado
prac cando toda la vida.

Su cara se sonrojó, su sonrisa se desvaneció, y pronto ella le estaba


mirando a él y él la miraba a ella. Él se consumía con la promesa de la
noche en su propio dormitorio, y con la lucha que libraba su mente sobre
tomarla en la cama.

El círculo del baile los llevó de nuevo a la luz de la lámpara, y al sonido de


aplausos. Ma hew y Emily se separaron, sólo para ver a sus padres de pie
en la puerta, todavía aplaudiendo, sus expresiones llenas de alegría.
¿Acaso Lady Rosa se estaba limpiando una lágrima?
Sonrió superficialmente, irritado por la interrupción. –Así que nos
han encontrado.

Lady Rosa se apresuró hacia ellos. –Y era necesario. Esta noche


tenemos que hablar sobre los invitados al baile, para que estés preparado
con el conocimiento necesario.
Emily tocó el brazo de su madre. –Eso es muy amable de su parte,
Lady Rosa, Ma hew lo hará mejor si se siente a gusto. Eso es lo que
estamos haciendo aquí esta noche.

Ma hew vio al Profesor Leland dar un breve resoplido mirando hacia


otro lado.

–Rosa,– dijo el Profesor –tal vez los jóvenes desean estar solos.

–Pero la familia llega mañana, Randolph. No habrá empo para hablar


de esto. Y Ma hew, ciertamente, no deseará que sea delante de sus
primos.– Se volvió hacia Ma hew –¿Piensas contarles lo de tu pérdida de
memoria, querido?

Miró a Emily, que le observaba con interés.

–No lo he decidido.– Respondió con sinceridad.

Sabía que su madre lo amaba, y era evidente que quería que su


reencuentro con el resto de la familia fuera lo más normal posible. Para
asegurarse de ello, los llevó de nuevo a la sala y se extendió en detalles
durante varias horas, explicando cada familia del condado y su parentesco.

Ma hew intentó protestar diciendo que cada vez más estaban


regresando sus recuerdos, pero ella no le creyó.
Y durante todo ese empo, Emily se quedó dormida a su lado, con la
cabeza apoyada en un ángulo incómodo sobre su hombro. Cuando la
conversación llegó a un momento de calma, todos parecieron fijarse en ella
al mismo empo.

Lady Rosa suspiró y susurró –Creo que tal vez tengamos que cargarla.

Ma hew y el Profesor intercambiaron una mirada.


–Es hora de que nos re remos– dijo Ma hew en voz baja, poniéndose
en pie.

Su madre se retorcía las manos. –¿Te he dicho sobre la cena familiar


de mañana?

–Lo has hecho– dijo, con solemnidad –Y aprecio todos los problemas
que vas a tener.

Ella lo miró sorprendida –¿Problemas? ¿Crees que el regreso a casa de


mi hijo de entre los muertos podría causarme problemas?

Él sonrió y se inclinó para darle un beso en la mejilla. –Por supuesto


que no, sólo quiero que sepas que lo apreció, y que te he echado de
menos.

Apaciguada, juguetonamente le apartó. Cogió a Emily en sus brazos,


medio esperando que se despertara, pero únicamente se acurrucó más
contra él, con la cabeza descansando en su hombro. Cuando se dio la
vuelta, cargando a Emily, sus padres lo miraron con iguales expresiones de
esperanza, que lo inquietaron.

Deseándoles las buenas noches, se alejó.

***

Emily era ligera y manejable en sus brazos. Atravesó pasillos y


escaleras, entrando y saliendo de los círculos tenues de luz de las
lámparas que había puestas a intervalos. Se cruzó con más de un
sirviente en silencio, algunos luciendo la misma expresión esperanzada
que sus padres.
Afortunadamente, la puerta de su habitación estaba entreabierta,
y él la empujó con el hombro. Las mantas y el cubrecama ya habían sido
re rados, y fue capaz de bajarla con suavidad a las frías sabanas. Ella siguió
sin despertar

Cerró la puerta, y empezó a aflojar el lazo de su pañuelo mientras


regresaba a la cama para mirarla fijamente. Después de lanzar el pañuelo a
la silla cercana, se quitó la chaqueta y el chaleco.

Con un profundo suspiro, Emily se puso de lado, lejos de él, con la


mejilla apoyada en la almohada sobre sus manos cruzadas. Ma hew
esperó, pero su respiración siguió siendo lenta y uniforme.

Aprovechó la oportunidad que se le presentó y empezó a desabrochar


la parte de atrás de su ves do.

Capítulo 16

Cuando Ma hew desabrochó el ves do de Emily, estaba seguro


de que despertaría en cualquier momento. Ella nunca renunciaría a la
oportunidad de tenerlo en su cama para sellar ese matrimonio como
tan desesperadamente necesitaba. Se encontró respirando de forma
agitada, con ganas de cumplir con todas las promesas de placer que habían
ido creando en los úl mos días, aunque otra parte de él sabía que podría
ser un error.

Cada gancho del que raba le creaba una profunda ansía dentro de él.
Cuando encontró su corsé al separar su ves do, desató los cordones,
dejando que sus dedos rozaran su espalda sobre su camisa. Al aflojar el
corsé pensó que ella podría respirar mejor. Sin embargo su respiración
seguía igual, con la misma cadencia.

La puso de espaldas, y su cabeza cayó hacia un lado, de espaldas a él.


Le quitó los zapatos, luego sacó su ves do por delante de sus hombros,
rando de sus brazos fuera de las mangas. Al caer hacia atrás como los
miembros de un muñeco de trapo, supo que no despertaría. Estaba
perdiendo la oportunidad de esta perfecta seducción, pensó, sonriendo,
y sabiendo que ella lo lamentaría por la mañana.

Suavemente, deslizó el ves do por debajo de sus caderas, rozando de


pasada sus piernas. Su sonrisa se desvaneció mientras su boca se secaba.
Estaba haciendo esto aún más di cil para sí mismo, pero no podía parar.
Fue capaz de quitarle de encima también el corsé, aunque dio algún rón.

Su cara se arrugó y ella hizo un sonido. Ma hew se quedó


inmóvil, su esperanza – y otras cosas – crecieron. Pero ella sólo suspiró y
pareció caer en un sueño más profundo.

Fue su turno de suspirar. Estaba tendida ante él con sólo la camisa, de


corte bajo en el corpiño para permi r un ves do de noche más revelador.
Por un malvado momento se deba ó con quitársela también. Pero
sería mucho más agradable si podía ver su expresión mientras lo hacía.

¿Se había dado por vencido y decidido llevarlo a cabo después de


todo?

Deslizó sus manos por sus piernas para quitarle las ligas y rodar sus
medias hacia abajo. En cada roce de su piel sus dedos parecían arder.

Quería que abriera los ojos y llegará a él, para empujarlo hacia ella.
¿Por qué le importaba si le daba lo que ella quería… cuando él quería? Era
él quien tenía el control después de todo, el único que con una palabra
podría terminar con toda esta farsa.

Pero aún así ella no despertó, su rostro tan inocente cuando


dormía. Inclinándose sobre ella, apartó su cabello de los ojos, extendió las
mantas sobre ella, y se fue.

***
La tarde siguiente, con Emily a su lado, Ma hew se situó en el
pór co principal de Madingley Court y vio llegar la comi va de carruajes y
carros de equipaje que avanzaba lentamente por el largo viaje. Todos sus
parientes estaban llegando al fin. Habían pasado dos años desde que había
visto por úl ma vez a los dos hombres que eran más que primos para él,
eran como hermanos, con edades que se diferenciaban pocos años entre
ellos. Habían sido criados juntos, y juntos fueron a la escuela, hasta su
separación antes de Cambridge. Daniel y Ma hew fueron a la Universidad,
pero el padre de Christopher había muerto, haciéndole duque a los
dieciocho años, y cargándole con demasiadas responsabilidades y deberes
para poder ir a Cambridge.

Aún pasarían varios minutos antes de que los carruajes se detuvieran.


Ma hew sin ó curiosidad cuando Emily pronunció su nombre con voz
vacilante.

–¿Sí?

–Me he estado deba endo todo el día si debía hablar con go.–
Dijo suavemente –Y finalmente decidí que tengo que contarte algo.

Él arqueo una ceja –¿Sobre qué?

–El Teniente Lawton. Ayer, le encontré fuera de nuestra habitación.

–Sí, él lo mencionó cuando finalmente me encontró.

Ella sonrió con pesar –Oh, no importa.

–No, adelante– dijo él, mirando hacia los carruajes que paraban. –
Obviamente sientes que es importante.

–Es simplemente que… casi me sen como si él estuviera…


siguiéndome.
Ma hew mantuvo la sonrisa en su lugar. Las preocupaciones que
Reggie tenía sobre que ella sospechaba de él eran correctas. Qué
interesante era que lo mencionara. –¿Siguiéndote? ¿Por qué iba a hacer
eso?

–Sé que suena absurdo, pero sen que tenía que


mencionártelo, especialmente después de que mi doncella María me dijo
que Reggie fue visto por los sirvientes cuando regresaba a escondidas a la
casa antes de que amaneciera esta mañana.

Con los brazos cruzados sobre el pecho, Ma hew se apoyó en una


columna y le sonrió. –Es un hombre que ha estado mucho empo
lejos de Inglaterra. Seguramente tú puedes entender que él quiera buscar
diversiones en las que un viejo hombre casado como yo, ya no puede
par cipar.

Sus mejillas se ruborizaron. –Por supuesto que enes razón, no había


pensado en ello.

–Mi inocente esposa– dijo en voz baja, ahuecando su mejilla con la


palma de su mano. –¿Por qué sientes que habría que sospechar de él?

Ella apartó la mirada, rompiendo el contacto mientras extendía


ampliamente sus manos. –No lo sé.

Y entonces no hubo más empo para hablar. El primer carruaje con


dos lacayos con peluca encaramados en la parte trasera y con el escudo
ducal como anuncio en la puerta, se detuvo ante la entrada principal.
Daniel Throckmorten salió primero, y luego Christopher Cabot, el
propio duque. Ambos habían heredado la mirada Cabot, eran
morenos, y de altura impresionante. Pero Christopher, siendo medio
español, tenía un tono atezado de piel que lo marcaba como
decididamente diferente.
Ma hew, con una sonrisa, comenzó a bajar la escalera de piedra, pero
ambos se habían dado la vuelta para ayudar a dos damas, evidentemente,
sus esposas. Justo esa mañana, Emily le había suministrado toda la
información que necesitaba. Christopher, su, una vez, muy correcto primo,
había hecho lo escandaloso y se había casado con una periodista, una
mujer de cabello castaño y figura exuberante. Por supuesto, Daniel, el
mayor liber no de los tres, para no ser menos, tampoco fue capaz de
evitar el escándalo. Había ganado la mano de su menuda mujer, Grace, en
una par da de cartas con su madre.

Emily descendió las escaleras al lado de Ma hew. Él vio su feliz saludo,


y los saludos en respuesta de las esposas de sus primos. Aunque las dos
mujeres se abrazaron a Emily, le miraron con curiosidad y asombro. Incluso
las expresiones de Daniel y Christopher eran solemnes.

–¿He cambiado tanto?– Preguntó Ma hew, sonriendo.

Extendió una mano al duque y, para su sorpresa, Christopher lo abrazó


con fuerza, luego le pasó a Daniel, que hizo lo mismo.

Ma hew dio un paso atrás y sonrió, sin endo un nudo en la garganta


que le impedía hablar.
–Es bueno verte.– Dijo suavemente Christopher.

Daniel agregó –Siempre enes que hacer toda una entrada, ¿no?

Antes de que Ma hew pudiera responder salvo con una sonrisa, un


lacayo abrió la puerta del siguiente carruaje. Su a Isabella, la
duquesa viuda de Madingley, descendió primero, aún con porte regio, y
con sólo un toque de plata en su negro cabello. Detrás de ella bajó su
segunda a, Lady Flora, la madre de Daniel, ves da de azul oscuro en lugar
de negro. Ma hew, desde que era un niño, siempre la recordaba usando el
color del luto desde la muerte de su esposo. Se alegró de que su estado de
ánimo hubiera mejorado úl mamente. Ambas mujeres eran viudas. No por
primera vez, se dio cuenta de lo afortunado que era porque su padre
todavía estaba vivo y aún fuera capaz de encontrar una segunda
oportunidad para un matrimonio feliz.

–¡Ma hew!

El grito provenía de su prima más joven, Elizabeth, la hermana de


Christopher, que saltó del carruaje sin esperar a obtener ayuda. Todavía
estaba en la escuela cuando él se fue, pero se había conver do en una
joven encantadora. Se lanzó hacia él y él le dio una vuelta.

–¡Ayuda, me está ahogando!– gritó, jadeando.

Golpeó sus hombros, riendo, mientras él la bajaba. –Se me permite


esta felicidad, después de todo el luto que nos hiciste pasar.

Él se puso serio y vio a sus as secándose los ojos, y que incluso la


animada Elizabeth pestañeaba con fuerza para contener las lágrimas.
Aunque había habido años de enfados con tantas familias viviendo en la
misma casa, no fue hasta que estuvo fuera de Inglaterra que se dio cuenta
de lo raro que era que en su familia todos se amaran.
Sabía que los había hecho pasar por un infierno. –Yo… yo sólo puedo
decir lo mucho que lamento no haber sabido antes la terrible no cia que
les comunicaron.

Christopher puso los ojos en blanco. –Podríamos pasar por todo de


nuevo, siempre y cuando nos garan zaras el mismo resultado. Estás en
casa, de regreso a tu familia… y a tu esposa.

Todos rieron y aplaudieron. Emily se sonrojó, pero no se encontró con


los ojos de Ma hew. Él pensó que Daniel los miraba a los dos con
demasiada curiosidad, pero ya habría empo para responder a eso más
adelante. Más carruajes llenos de sirvientes y carros con baúles y maletas
apilados estaban esperando delante de ellos para poder con nuar
avanzando, dirigiéndose tanto a la puerta de servicio como a la entrada de
equipajes.

Ma hew hizo un gesto hacia las escaleras del pór co, donde el
mayordomo y muchos sirvientes de la planta baja ya estaban alineados
para saludar al duque. –Vayamos dentro, ¿de acuerdo? Todos necesitan
descansar y prepararse para la cena.– Miró a Christopher. –Si es que a su
Gracia no le molesta que hable por él.

Daniel se echó a reír. –Su Gracia está demasiado acostumbrada a que


otros hablen por él.– Golpeó ligeramente en el brazo a Abigail, la duquesa.
Ella le dio un codazo de vuelta.

***

Después de la cena, y cuando las damas dejaron solos a los caballeros,


Emily se detuvo en la puerta y observó a Ma hew por un momento. Su
rostro estaba lleno de animación cuando hablaba con sus primos. Sabía
que ellos prác camente se habían criado como hermanos, y era evidente
que todos se habían echado de menos durante los dos años que él estuvo
en la India.

En ese momento se distrajo con sus preocupaciones por el Teniente


Lawton. Ella había plantado una semilla, y esperaba que fuera suficiente
para que Ma hew viera a su amigo bajo una luz diferente, pero estaba
segura de que había tomado la decisión correcta. Tal vez, sin era
curiosidad por saber lo que el Teniente había estado haciendo todo el día –
y la noche – y enfrentara a su amigo. Si el Teniente Lawton sabía la verdad
sobre ella, ¿iba a revelarla? Él no lo había hecho hasta ahora, y para ser
justos, ella ni siquiera sabía si él era su enemigo o no. Pero algo tenía que
cambiar en esta casa, algo que le permi era descubrir al cómplice de
Stanwood, incluso si eso la ponía en un riesgo mayor.
El Sr. Derby era cortés, pero distante, en lo que a ella se refería.
Todavía estaba ofendido por la sugerencia que le había hecho acerca de
Susanna, y no había olvidado su insinuación de que ella no era adecuada
para Ma hew.

Sin éndose frustrada e impaciente, se volvió para dejar solos a los


hombre en el comedor y encontró a Grace Throckmorten y a Abigail
Madingley mirándola pensa vas. Estaban solas en la sala, como si
estuvieran esperándola.

Emily sonrió. Las mujeres la tomaron cada una de un brazo y la


llevaron hasta un cómodo sillón. No eran sus más cercanas amigas – no
podía permi rse el lujo de tener amigos – pero había estado con
frecuencia con ellas cuando había pasado la úl ma temporada en Londres.
A ella le gustaban, y sabía que eran mujeres muy inteligentes. Abigail podía
ser una entrenada periodista, y en ese momento, ambas la estaban
mirando pensa vamente y con mucho interés.

–¡Emily, estamos tan aturdidos por la no cia!– dijo Grace. –Nunca he


visto a mi marido tan emocionado.
Abigail miró a Grace con sorpresa, luego se volvió a Emily –¡Y con Chris
fue lo mismo. Estamos felices por nuestros esposos, por supuesto, pero
ninguna de nosotras podíamos dejar de pensar en !

Emily sonrió –Gracias. Todos hemos sido realmente bendecidos.

–¿Todos?– dijo Abigail deliberadamente. –Por supuesto, las hermanas


y los padres de Ma hew están encantados, pero… ¿y tú?

–Yo siento lo mismo – dijo simplemente, serenamente.

–Sin embargo, después de no ver a tu marido durante un año – dijo


Grace en voz baja –¿Fue casi como comenzar de nuevo? –Ha sido un reto
más… de lo que esperaba. Luchar por Inglaterra le ha cambiado en
algunos aspectos.
–Sólo hemos escuchado historias acerca de él, por supuesto, – dijo
Abigail –pero parece un hombre muy agradable. Mucho más abierto y
despreocupado de lo que yo había asumido por las historias que escuché.
Por supuesto, el hecho de que nuestros maridos lo quieran como a un
hermano, dice mucho de él.

–Él es más que un hombre agradable. – Dijo Emily con una ferviente
voz baja, –Es un buen hombre, que ha visto demasiada tristeza. Ha sido
di cil para él, pero lo estamos haciendo bien.

Abigail intercambió una mirada con Grace, como si fuera a decir algo
más, pero al final se limitó a decir: –Entonces, estamos felices por . Si no
te importa un pequeño consejo, sé paciente con él. Nuestros esposos
vienen de linaje obs nado.

Emily asin ó. –Eso, ya lo sé.

***
Cuando todo el mundo se reunió en el salón después de la cena,
Ma hew disfrutó del animado murmullo de las conversaciones y de las
risas. Se quedó un momento en la puerta, mirando a su familia, sin éndose
lleno de felicidad y sa sfacción. Daniel, Christopher y sus esposas estaban
hablando con Emily. Más temprano en el día, había decidido contarles
todo a sus primos, pero ahora, viendo lo amables que sus esposas eran con
Emily, cambio de opinión. Ella había sido una parte de su familia durante su
ausencia. ¿Cómo iba a decirles a sus primos la verdad, cuando podrían
confiárselo a sus esposas?

Mientras que las damas decidieron comenzar un animado juego de


charadas, Christopher, Daniel y Ma hew compar eron una mirada de
complicidad y con mucho tacto se re raron al otro extremo del salón
para jugar a las cartas. Ma hew invitó al Profesor Leland, a Peter y a
Reggie a unirse a ellos.

Para sorpresa de Ma hew, Emily se situó detrás de él, y no pasó


mucho empo para saber por qué. Ella flotaba cerca de su hombro
mientras se estudiaban las cartas, y antes de que pudiera hacer un
movimiento, ella le susurraba la jugada correcta en su oído.

Se dio cuenta de la necesidad de ayudar a su memoria, y le sonrió. –


Únete a las damas, Emily. Estoy bien.

Sonriendo, tocó su hombro suavemente y luego se alejó.

Cuando Ma hew volvió su atención al juego, Daniel y Christopher


estaban observándole de cerca.

Aclarándose la garganta, el Profesor dijo un poco fuerte: –A ella


siempre le gusta ayudar, nuestra Emily.

Ma hew pudo haber gemido. Su padre tratando de encubrir las


acciones de Emily, sólo estaba haciéndolo peor. Entonces alguien
infan lmente le dio una patada por debajo de la mesa, y él frunció el ceño
a sus dos primos, quienes lucían iguales expresiones de inocencia.

Durante un empo jugaron prestando poca atención, sobre todo


hablando del empo que pasó Ma hew en la India, de sus heridas, y del
por qué había ocurrido la comunicación sobre su muerte.

A medida que avanzaba la noche, de una en una, o de dos en dos, las


damas gradualmente se fueron re rando, y los hombres empezaron a
beber un poco más. El Profesor de pasada dio las buenas noches, mientras
ayudaba a Reggie a escoltar a un embriagado Peter hasta el ala de los
solteros.

Sólo Daniel y Christopher quedaron con Ma hew, y ambos le


estaban mirando fijamente.

–Explícate– dijo abruptamente Christopher. Aunque su expresión


le hizo gracia, no había ninguna orden subyacente en sus palabras. El
dueño de la casa – el duque – había hablado.
Tirando sus cartas, Ma hew extendió las manos y se echó hacia atrás
en su silla. –¿Explicar qué?

Daniel puso sus ojos en blanco. –¿Por qué tu esposa siente que ene
que ayudarte a jugar a las cartas?

Ma hew vaciló, pero sólo había una manera de responder a esas


alturas de la men ra. –Emily y mi familia creen que estoy teniendo
problemas de memoria desde que me recuperé de mis heridas.

–¿Creen?

Christopher se había centrado totalmente en la importancia de esa


palabra. Ma hew suspiró. Se había dicho a sí mismo que no iba a pedirles
consejo a sus primos, que involucrar a más personas sólo incrementaría las
probabilidades de que ocurriera un desastre.
Pero… siempre se habían confiado todo entre ellos. Y tal vez podrían
ayudarle.

–¿Qué po de problemas de memoria?– preguntó Daniel antes


de que Ma hew pudiera hablar.

–Les dije que… se me olvidó estar casado con Emily.

Christopher realmente se quedó boquiabierto. –¿Por qué harías eso si


no es verdad?

Ma hew tomó un sorbo de brandy, luego miró hacia las puertas vacías
y bajo la voz. –Porque… era eso o decir la verdad: que yo había conocido a
Emily sólo una vez, que nunca me casé con ella antes de irme, y que
ella había estado min éndoles acerca de ser mi esposa todo este empo.

El silencio fue anormalmente largo. La expresión de Christopher


pasó de aturdida a furiosa, y Ma hew sabía que era porque
consideraba su comportamiento como una amenaza a la familia.
Pero Daniel simplemente se echó a reír, y con nuó hasta que
tuvo que secarse los ojos. Christopher le dirigió una mirada molesta, pero
Ma hew no pudo evitar sonreír mientras sacudía la cabeza con
exasperación.

–¿Por qué no acabar diciendo la verdad en el momento en que


regresaste?–Exigió Christopher.

–En endo el por qué– dijo Daniel, brindando con su copa hacia
Ma hew. –Es por el escándalo, querido primo, y por tratar de evitarlo a
toda costa.

Ma hew alzó su copa en respuesta.

–¿En serio?– dijo Christopher, con la boca abierta. –¿Dejas que una
criminal triunfe con sus men ras, al pretender que están casados, todo
para evitar un escándalo?

–Bueno, esa no es la única razón– dijo Ma hew con diversión.

Daniel sonrió. –Al conocer a Emily yo también me habría ido junto con
la pretensión. ¿Ella comparte su cama con go?

–¡Esa no es la cues ón!– Exclamó Christopher, entonces juró,


empujando la silla hacia atrás y cruzando la habitación para cerrar las
puertas del salón.

–Ella no es una criminal– dijo Ma hew.

La sonrisa de Daniel se profundizó.

Christopher gruñó cuando se sentó de nuevo. –Estás enamorándote


de ella.

–No he dormido con ella– Insis ó él.

–Pero quieres– Dijo Daniel con una sonrisa de complicidad.


–La he estado inves gando.– Explicó como la había rescatado de
ahogarse, y su creencia en su desesperación por sobrevivir. –Yo le dije que
viniera aquí para obtener ayuda. Todavía no sé por qué se hizo pasar por
mi esposa.

–Y no lo has discu do con ella.– Dijo pesadamente Christopher. –Has


dejado que esta farsa con núe durante días tratando de entenderla.

–Pero, ¿no tenías ya una esposa?– Preguntó Daniel lentamente, su


sonrisa se desvaneció. –Tu madre nos lo dijo el año pasado.

–Cómo hizo ella para… oh, ahora me acuerdo.– Dijo Ma hew. –Envié
una carta a casa mencionándolo. Buen Dios, preparé a mi familia para la
farsa de Emily.
–Y ¿tu otra mujer?– Pinchó Christopher.

–Ella murió.– Ma hew se sorprendió de que su voz sonara más


cansada que molesta. Tal vez si hubiera cues onado a Rahema más, ella no
habría estado tan desesperada tampoco. ¿Había tenido tanto miedo a
confiar en él, al igual que Emily?

Christopher le puso una mano en el hombro. –Lamento lo de tu


esposa.

–¿Cuál de las dos?– Preguntó Daniel en voz baja.

Ma hew soltó una risa tranquila.

–Entonces, ¿cuál es tu plan?– Preguntó Christopher. –¿Qué piensas


hacer con ella?

–Yo…– Y entonces Ma hew se detuvo. –Realmente no lo sé.

–Vas a desenmascararla, por supuesto.– Con nuó el duque.

–Y al mismo empo, ¿poner a toda la familia del revés? ¿Abriendo


otro nuevo escándalo Cabot? –No estabas aquí para ninguno de los
nuestros.– Dijo secamente Daniel. –Es tu turno.
Ignorando a Daniel, Christopher habló con voz mesurada. –Pero no
quieres perderla.

Ma hew se encogió de hombros.

–No se puede pretender estar casado para siempre.– Dijo


Christopher severamente. –Las men ras siempre salen a la superficie.

–Lo sé. Quiero saber de ella la verdad, de buena gana. Creo que casi
está ahí. Ella ama a mis padres y a mis hermanas.
Daniel entrecerró los ojos. –¿Cómo lo sabes?

–Sólo lo sé.

–Sé muy cuidadoso, Ma hew– con nuó Daniel. –Ella engañó a toda la
familia, a tus padres, quienes estuvieron con ella todo el empo. Es muy
buena actriz.–Pero en ese momento debía estar demasiado ebrio,
porque añadió: –Pero también Chris podría darte algunos consejos sobre
eso. Su esposa hizo un muy buen trabajo engañándolo. Fingió ser una
invitada a la fiesta en casa, a la vez que lo inves gaba para el periódico de
su padre.

Ma hew sonrió, contento por el cambio de tema. –Háblame de eso,


Chris. Me alegra saber que estoy en buena compañía, donde las
mujeres son la preocupación.

Varias horas más tarde, los primos de Ma hew estaban casi


demasiado borrachos para recorrer el camino a sus habitaciones. Se
hicieron callar los unos a los otros, y trataron de no reír mientras se
tambaleaban por los pasillos vacíos. Daniel y Ma hew tuvieron que
sostener prác camente a Christopher hasta que llegaron a su dormitorio
principal.
Ma hew no estaba tan ebrio. Cuando se quedó solo, se acordó
de las preocupaciones de Emily sobre Reggie. Fue en busca de su
amigo, y para su sorpresa, Reggie se estaba poniendo el abrigo, a punto de
salir de su habitación.

Ma hew se quedó de pie en la puerta, agarrándose a ella para


no balancearse. –¿Yéndote a alguna parte?

Reggie sonrió. –Apuesto a que te gustaría ir conmigo, como en los


viejos empos.

Extrañamente, no quería, pero no lo diría. Entró y cerró la puerta tras


de sí. –Pensé que debías saber que Emily me dijo que te había encontrado
fuera de la puerta de nuestro dormitorio.

–¿En serio?– Dijo Reggie, deteniéndose en el centro de la habitación. –


Yo hubiera pensado que nuestro encuentro era digno de secreto.

–Yo también, pero ella sospecha, y obviamente quiere que yo


sospeche… incluso si hace su situación aquí más peligrosa.

–Audaz ella.

–Sí, hemos sabido eso desde el principio.– Dijo secamente Ma hew. –


Pero… déjame tratar con ella. No enes que molestarte.– Y en ese
momento se dio cuenta que se sen a protector hacia Emily, lo cual era
verdaderamente extraño. Se había jurado que nunca sen ría eso por otra
mujer, especialmente con una que le estuviera min endo.

Los labios de Reggie se arquearon con diversión. –Con a en mí, no


quiero interferir.

–Estás ocupado, ¿verdad?– Respondió Ma hew, distraídamente.

–Mucho. Tengo una importante reunión esta noche.

–¿A medianoche? –Esas son las más importantes.– Reggie tocó el ala
de su sombrero, pasó a su lado y salió de la habitación. Ma hew lo siguió,
cerrando la puerta, observando a su amigo alejarse caminando
apresuradamente. ¿Qué estaba haciendo Reggie a altas horas de la noche?
Seguramente una mujer estaba involucrada.
En su habitación, Ma hew se tambaleó y se agarró al poste de la
cama, mientras observaba a su propia mujer, a su dormida “esposa”.

–Te me escapaste esta noche, cariño.– Murmuró, lo suficientemente


sobrio como para saber que quería recordar la primera vez que se acostara
con Emily. –Pero no voy a esperar otra noche. Lo juro. Y luego me dirás
todo.
Capítulo 17

Por la mañana, Emily dejó a un durmiente Ma hew para no


molestarlo. Arrugó la nariz ante el olor a alcohol, pero sacudió la cabeza
diver da. Se alegró de que tuviera a sus primos.

Esa noche era el Baile de Madingley, en donde toda la alta burguesía


local y la nobleza se reunirían para dar la bienvenida oficial a Ma hew por
su regreso a casa. Pero primero tenía que dar clases a sus alumnos. Ella no
iba a encerrarse en la casa, esperando a que algo ocurriera. Stanwood le
había demostrado que podía llegar a ella en cualquier lugar, y ella quería la
confrontación de una vez. Decidió conducir el carruaje a Comberton. Desde
que había sen do que la seguían – a pesar de que sólo fue Ma hew – se
había dado cuenta de que era demasiado vulnerable a pie.

Los niños le dieron una gran alegría. Por primera vez en muchos años
tenía un propósito: la construcción y dirección de la pequeña escuela
comunitaria del pueblo. Incluso después de que se contrató a un nuevo
maestro para la escuela, planeaba permanecer involucrada.

Por la tarde juntó sus libros después de despedir a los niños.


Caminando por el ves bulo de entrada, asin ó distraídamente al posadero,
y por costumbre miró hacia la taberna...

Y se congeló en su lugar, los libros aferrados contra su pecho.


Arthur Stanwood estaba sentado solo en una mesa, sonriéndola, sus
dientes tan blancos, con el pelo tan negro sobre su rostro delgado.

Su cerebro parecía incapaz de procesar cualquier cosa menos ¡Corre!


Sin embargo, sabía que no podía. Él quería que ella tuviera miedo, se
acobardara, que cediera ante él. Pero ya no era la misma chica vulnerable
que había usado.

Levantó una mano y con calma hizo un gesto hacia ella.

Manteniendo su expresión fría, su espalda rígida, caminó hacia él


hasta que sólo quedó una mesa entre ellos. Se puso de pie, todo cortesía.

–Hola, Emily.

El sonido de su voz la hizo estremecerse. Respiró hondo y miró sus


ojos, gris pálido como el hielo.

–Bueno, ahora no eres tan valiente.– Dijo en voz baja. –Siéntate, Emily.

Sacó una silla y se sentó en el borde de la misma, los libros todavía


aferrados a su pecho. Cuando se dio cuenta de lo asustada que la
hacían parecer, deliberadamente dejó los libros sobre la mesa, orgullosa
de que sus manos no temblaran.

Él volvió a sentarse frente a ella. –Leí acerca de tu esposo– dijo,


haciendo hincapié en la palabra.

–Así que usted dirá.

Bajando la voz, como si fuera cortésmente confidencial, con núo. –


¡Qué feliz coincidencia que esté vivo!, porque me parece recordar que sólo
reclamaste ser su esposa una vez que estuvo muerto.

–Soy su esposa– dijo con los dientes apretados.

Él chasqueo la lengua suavemente. –Hice mi inves gación sobre , mi


niña. Sé que te rescató de ahogarte… y sé cuándo su barco zarpó. Él no se
casó con go. Y si lo hubiera hecho… ¿por qué no fuiste al seno de su
familia? –Lo hice.
–No, intentaste desesperadamente mantenerte a misma. Y te di un
empleo decente, ¿no es así?

Ella no dijo nada.

–¿No es así?– Su voz adquirió un toque de amenaza.

Ella asin ó.

–Y todo lo que quería era un poco de amabilidad– dijo con tristeza.

–Pero ahora usted quiere algo más.

–Tú enes un secreto, y no quieres que nadie lo sepa.

–No tengo un secreto. Estoy casada… de lo contrario, mi marido me


hubiera negado a su regreso.

La miró fijamente, y su mirada se sen a casi como una violación


cuando se detuvo en su boca.

–Un excelente intento, Emily, pero no te creo. No sé cómo lo


convenciste para quedarte… o tal vez, qué fue lo que hiciste por él.

Él sonrió sin restricciones, y ella sabía que si alguien estuviera


mirándole, podría ver el po de hombre que era, maligno, sin conciencia.
Pero sólo había otra pareja en la taberna, y estaban comiendo en una mesa
detrás de él. Podía oír al posadero hablando con un cliente en el ves bulo.
Todos eran personas inocentes, y ella no permi ría que se vieran
involucrados.

–O tal vez– con nuó Stanwood con una exagerada seriedad –El
Capitán Leland no quiera avergonzar a su familia. Cualquiera que sea la
razón, me temó que te ha hecho muy vulnerable, mi niña. Y con la familia
tan encantadora que él ene… –Deje a su familia en paz, deje a sus amigos
y a sus sirvientes en paz. No sé a quién está obligando para ayudarle a
invadir la casa, pero quiero que se detenga.
–¿Obligando? ¿De qué estás hablando, Emily?

–No crea que puede hacerme creer que está actuando solo. No ene
esa clase de poder.

Sonrió –Tengo el suficiente poder como para detenerte.

–¿Quién le está ayudando?

Su sonrisa se desvaneció, y aunque no movió ni un músculo, de


repente se veía aún más amenazante. –Baja la voz. Sólo te diré lo que
necesitas saber.

Inhalando rápidamente, dijo: –Entonces deje de tratar de asustarme y


dígame que es lo que quiere.

Ladeó su cabeza. –No estoy seguro aún de qué es lo que quiero.


Tomaré una decisión pronto. Tal vez deba asis r al baile esta noche, para
tomar una decisión más informada.

–No le van a admi r sin una invitación.

Él la fulminó con la mirada, como si le entristeciera que lo


subes mara. Se inclinó hacia ella y dijo. –Quiero dinero. Un montón de
dinero.

–Pero, yo no…

–Entonces comienza a pensar de dónde lo obtendrás.– Se puso de pie.


–¡Qué bonito pueblo enes aquí… y esos niños tan adorables a los que
enseñas!

Ella palideció como si le hubiera dicho que los niños eran su obje vo.
–Te veré pronto por aquí, Emily.

Y entonces salió de la taberna. Ella no se molestó en verlo marchar,


sólo se quedó sentada durante un momento, tratando de recordar
como respirar de manera uniforme.

Era obvio que no tenía intención de delatarla como a una impostora,


pensó, mirando fijamente a la chimenea, donde la parrilla de carbón
desprendía escaso calor. Él solo quería dinero.

Pero, ¿cuánto y cómo se suponía que iba a conseguirlo?


¿Robándoles a Ma hew y a su familia, que únicamente habían sido
buenos con ella? El pensamiento la hizo sen rse enferma. Sólo podía
esperar a que Stanwood se pusiera en contrato de nuevo con ella, y
encontrar alguna manera de hablar con él, para convencerlo de que ella
era incapaz de robar sin renunciar a sí misma, y a él, para que se alejara.

Abrazándose a sí misma, quería reír por lo tonta que había sido una
vez, al pensar que podría dejar atrás su pasado, para sen r que estaba a
salvo con los Leland.

***

Cuando Ma hew entró en el ves dor para prepararse para el Baile,


Emily dio un grito, y luego puso su mano contra el guardarropa
mientras respiraba rápidamente.

–Lo siento si te asusté.– Dijo con diversión.

Su rostro estaba muy pálido cuando asin ó.

–Emily, ¿ocurre algo malo?


Ella sonrió. –Nada va mal.– Dijo a la ligera. –Sólo estamos celebrando
nuestro primer Baile de Sociedad desde que me casé con go. ¿Por qué
debería estar nerviosa?
Él sonrió y caminó hacia ella, mirando el sur do de ves dos colgados
en su ropero. –¿Escogiendo cuál vas a usar?

–No es una decisión di cil.– Respondió. –No he comprado muchos


ves dos de baile después que salí del luto.

Su respiración gradualmente se volvió normal, pero el color no


había regresado a su rostro. Había marcas de tensión visibles en las
arrugas de sus ojos. No había pensado que el Baile le haría sen r un miedo
nervioso a Emily. O tal vez estaba preocupada porque Reggie revelara sus
secretos. No, pensó Ma hew. Él nunca permi ría que fueran revelados a
los demás… Quería todos sus secretos sólo para él.

–¿Qué vas a ponerte?– Preguntó.

Él la miró parpadeando. –Mi ves menta de noche, por supuesto.

Ella inclinó la cabeza. –¿No tu uniforme?

La miró a los ojos y entonces, comprendió. –No. No voy a volver al


ejército.

Como esposa de men ra, debería estar feliz, pero en cambio, ella lo
estaba estudiando muy de cerca.

–No me di cuenta que habías tomado tu decisión.– Dijo.

–Mi padre no se está haciendo más joven. Me gustaría que fuera capaz
de concentrarse en sus inves gaciones, mientras yo me ocupo de
nuestras inversiones. Incluso Chris pidió mi ayuda con sus vastas
propiedades. Y además, ¿por qué querría dejarte?
Por un momento hubo desolación en su mirada, pero su sonrisa la
limpió. ¿Por qué estaba revelándole lo que solía ser tan buena ocultando?
–¿Está aquí tu doncella?– Preguntó, mirando hacia el cuarto de baño
abierto.
Emily negó con la cabeza. –Estará aquí pronto. Es tan buena
arreglando mi cabello que se la preste a Grace y Abigail.

Él se acercó, hasta que su espalda estuvo apoyada contra el


guardarropa, con la cabeza inclinada hacia él. No pudo resis r ahuecar la
longitud delgada de su cuello, frotando su pulgar a lo largo de su
mandíbula y la mejilla.

Ella inhaló, sus pestañas revolotearon. Le encantaba como respondía


al más leve contacto, la forma en que temblaba mientras con nuaba
acariciándola.

Se inclinó y la besó en la sien, hablando contra los suaves rizos de su


cabello. –Esta noche será una noche especial, Emily.

Ella puso una mano en su pecho, y no supo si estaba estabilizándose, o


quería tocarlo. Sólo la idea de esto úl mo, le hizo ponerse duro.

Con la boca ligeramente sobre su oído, susurró. –Esta noche, voy a


volver a entrar en la Sociedad… y voy a volver a entrar en la in midad de tu
cama.

Escuchó su leve gemido, vio que su mano se agarraba a la solapa de su


abrigo. Él acarició su cara contra la de ella, y luego besó la concha de su
oreja, y detrás de ella en su cuello. Ella se arqueó, dejándolo hacer su
camino.

–Sí– susurró de repente, sus manos acercándolo más. –Sí.

El deseo casi lo abruma. Hizo todo lo posible para no rarla sobre la


cama y rasgar sus ropas. Pero no, él no la quería con prisas, sabiendo que
iba a ser interrumpido por miembros de la familia o por sirvientes
deseosos de verlos en el baile. Quería disfrutar de cada momento de su
seducción a Emily, an cipándolo, alargándolo, hasta que ambos estuvieran
locos de pasión.

Entonces la besó, mostrándole con sus labios y su lengua lo mucho


que la deseaba. Ella le respondió sin vacilar, con un toque de
desesperación que lo excitó aún más. Entró en su boca con urgencia,
poniendo sus manos en su cuello para
estrecharlo con fuerza contra ella. Él la empujó contra el ropero, sus
caderas en busca de las de ella. Gimieron en la boca del otro…

Y no escucharon el golpe en la puerta.

–¡Oh!– Gritó una voz femenina. –Regresaré más tarde.

Ma hew levantó la cabeza, sin mirar a la pequeña doncella María. –


No, mi esposa te necesita– Dio un paso atrás, encontrando la mirada
atónita de Emily.

Emily se sonrojó, y él dio media vuelta y se fue a la otra habitación,


donde el ayuda de cámara que u lizaba raramente, ya había colocado sus
trajes de noche. Hombre inteligente, dejando a las mujeres el ves dor
para una noche tan importante.

Y sería importante de muchas maneras.

Capítulo 18

Cuando Ma hew entró en el salón de baile con Emily de su brazo, vio


cada par de ojos girándose hacia ellos. Miles de velas brillaban por encima
de ellos en sus lámparas de globo, rosas ar ficiales adornaban cada
columna, pero nada de eso era tan hermoso como Emily, tan preparada,
tan serena a su lado.

Su ves do de terciopelo era de un recatado color azul marino. Imaginó


que su intención al comprarlo habría sido pasar desapercibida. Pero
parecía no darse cuenta que el color oscuro acentuaba su pálida piel, y
hacía que su cabello rubio champán brillara como un precioso metal. Su
corpiño estaba cortado en línea recta, mostrando los finos huesos de los
hombros y el comienzo de sus senos, haciendo que un hombre solamente
pudiera pensar en ver el resto. Levantó su barbilla y una leve sonrisa curvó
sus dulces labios. Pero su rostro todavía estaba pálido. Seguramente ella
conocía a toda esta gente; entonces, ¿por qué estaba nerviosa?

Desde el momento de su llegada fueron rodeados por los ansiosos


invitados, que, brevemente, habían desertado de la línea de recepción del
duque. Emily nunca se alejó de su lado, ayudándole saludando a la gente
por su nombre si él no lo hacía inmediatamente. Durante al menos una
hora fue un borrón de reencuentros, de abrazos, reverencias e
inclinaciones, y sobre todo, de buenos deseos por su renovado matrimonio
con su “querida Emily”.

Él sólo quería llamarla su “amante”. La miró a los ojos a menudo y


sonrió con complicidad, hasta que cada vez la hizo sonrojar.

Guiaron la cuadrilla en el extremo superior del salón de baile, el lugar de


honor. Cuando él realizó perfectamente los pasos, Emily le sonrió. En lugar
de pálida, ahora parecía bastante animada, casi demasiado excitada.
¿Estaba an cipando el final de la noche tanto como él lo hacía?
Pero fue durante el vals donde trató de hacerle ver que ellos dos eran
lo único que importaba. A pesar de que comenzó el baile separados a
la distancia apropiada, se sen a como si estuviese atrapado en sus ojos,
ya que comenzó a dar vueltas alrededor del salón de baile. Le gustaba la
fuerza en su espalda mientras ella se movía, y la confianza de su mano en
la suya. Ella era una pareja de verdad, no una muñeca decora va a la que
guiar. Sin darse cuenta, se la acercó más mientras giraban; después
permi ó que sus muslos se rozaran. Aunque Emily se sonrojó, nunca dejó
de mirarlo. Cuando su muslo se me ó entre los de ella, sus ojos se
volvieron soñadores y sus labios color rosa se separaron. Casi la besó justo
delante de todos.

Sólo cuando la música terminó se dio cuenta que se habían conver do


en el centro de atención. La mayoría de las otras parejas se habían ido
re rado al borde de la pista. Ahora todos les aplaudían, y él se inclinó ante
Emily con una profunda reverencia. Su familia estaba reunida en un
grupo, y vio a varios de ellos secándose los ojos. Luego miró a Emily,
tan hermosa, tan dispuesta, y únicamente pudo pensar en lo que ocurriría
esa noche con ella en sus brazos. Besó su mano enguantada y la llevó a la
sala de refrigerios que se abría frente al salón de baile.

Después de entregarle una copa de champán, chocó la suya contra la


de ella. –Alégrate de no ser una de esas muchachas solteras que
están siendo presentadas; de lo contrario estarías reponiendo fuerzas con
limonada.

–No ene nada de malo la limonada.– Murmuró, mirando por encima


de la mul tud que bailaba enérgicamente una atrevida polca.

Estaban cerca de un banco de flores exó cas de los invernaderos


de Madingley, y u lizó su borde para ocultar que ponía una de sus manos
en la cintura de Emily. Ella dio un pequeño respingo, pero no dejó de
estudiar a la mul tud.

–¿Buscando a alguien?– Preguntó, dejando que sus dedos bajaran por su


cadera.
Tomó un largo sorbo de champán. –No.

Le encantaba cómo con sólo un toque podía afectarla.

–Ahí está Lady Rosa.– Dijo bruscamente.

Él suspiró. No quería pensar en su madre cuando estaba seduciendo a


su esposa.

–Ella es como una mariposa entre ellos.– Con nuó Emily en voz baja,
una sonrisa cariñosa en sus labios.

–¿Una mariposa?– Repi ó con diversión.


Pero se encontró mirando a Lady Rosa mientras flotaba de una pareja
a un grupo, con las manos en animado movimiento mientras hablaba,
su sonrisa resplandeciente. El Profesor Leland permanecía junto a otros
miembros de su familia, pero Ma hew le vio mirando a su esposa, con
expresión sa sfecha de cariño.

–Tu padre rara vez acompaña a tu madre cuando ella habla con la
gente.– Dijo Emily, con la cabeza inclinada mientras los estudiaba.

Ma hew la miró. –¿Qué?

–¿No te has dado cuenta de su separación deliberada? Él la observa,


pero permanecen separados cuando socializan en los bailes. Siendo una
viuda– se rió girándose –y una extraña en la Sociedad, no tuve la
oportunidad de bailar mucho, así que tuve empo para observarlos.

–¿Dónde estaban todos tus pretendientes?– Preguntó, admi endo


para sí lo celoso que estaba de que otros hombres hubieran pasado más
empo con ella que él.
Ella sonrió y ba ó sus pestañas coquetamente. –Eran sólo unos pocos.
No podían llenar toda una noche de baile.– Miró hacia atrás a través de la
pista de baile a Lady Rosa y habló en voz baja. –Han pasado veinte años
desde el escándalo que sacudió la confianza en su matrimonio. Tu padre
puede que no lo admita, pero deliberadamente él se queda atrás, y deja
que ella socialice como desea. Pienso que él cree que está tratando de
ayudar, pero está equivocado. Ambos están demasiado preocupados por lo
que otros sientan sobre el escándalo de su pasado.

¿No era ese también su problema? Reflexionó Ma hew. Siempre le


había importado demasiado lo que los demás pensaran. Pero había
conseguido superarlo. Tal vez sus padres harían lo mismo.

Y entonces intercambió una mirada sorprendida con Emily, porque el


Profesor estaba llevando a Lady Rosa a la pista de baile.
–Por lo general no bailan juntos– Dijo Emily, con los ojos muy abiertos.

–Lo sé.

En ese momento Emily y Ma hew fueron separados por el


duque y la duquesa, ya que cada uno reclamaba el próximo baile. Cuando
terminó, Ma hew regresó a Abigail junto a su esposo, que estaba
hablando con Emily.

Ya estaba cansado de compar rla, aunque la noche era joven y la


orquesta ni siquiera se había detenido todavía para el anuncio de la
cena. Sonrió a Christopher, y sin una palabra tomó la mano de Emily y se
la llevó.

Mientras Christopher se reía, Emily se contuvo, sus ojos encendidos. –


Pero yo estaba hablando con tu primo.– Le dijo a Ma hew.

–Y yo estoy encontrándome acalorado por tanto baile. Vamos a salir a


la terraza.

Era una noche de otoño y las puertas de cristal estaban abiertas de par
en par para que el aire bañara a los que bailaban. Muchas otras parejas
paseaban por la oscuridad iluminada por antorchas. La música se
desvaneció un poco, y llegaba más suavemente a sus oídos. Ma hew la
llevó hasta la balaustrada, desde donde podían ver la extensión de los
jardines. Estaban iluminados por lámparas de globo colgadas de los árboles
a lo largo de los senderos, pero no vieron a muchas personas que se
aprovecharan de la privacidad, lo que encajaba bien con sus planes.
Cuando trató de rar de Emily hacia las escaleras, ella se resis ó. –
¿Por qué no podemos quedarnos aquí?

–Es demasiado público.– Dijo. Se acercó más. –Y voy a poner mis


manos sobre de una manera muy poco apropiada para su exhibición
pública.
Su boca se abrió y en sus ojos vidriosos se reflejaron las antorchas.
Luego pareció estremecerse.

–Voy a tener demasiado frío– Protestó.

–Y yo voy a mantenerte caliente.– Tiró de nuevo, y ella dio varios


pasos vacilantes hasta que llegaron a la cima de la gran escalera de piedra
que descendía más y más hasta que alcanzaba la erra.

–¿Así que quieres que te lleve?– Preguntó.

Ella le dirigió una pequeña sonrisa forzada, y Ma hew se dio cuenta


de que sólo le estaba complaciendo.

Tomó sus dos manos. –¿No deseas estar a solas conmigo?

Ella apretó sus manos. –Es sólo que… esta noche es para , y si nos
vamos por ahí a la oscuridad, volveré despeinada. No quiero avergonzar a
tu familia.

–Creo que van a pensar que ya era hora.

Pero al final cedió, en su lugar se alejó más en la terraza, donde


terminaban las antorchas y las sombras se profundizaban. Ella fue muy
gustosa a sus brazos, levantándose de pun llas para besarlo. Su dispuesta
calidez era una seducción en sí misma, y se perdió en la dulce manera en
que su lengua exploraba su boca, reuniéndose luego con la de él. Había
aprendido rápidamente lo que le gustaba, y pensó en lo mucho que quería
compar r con ella.
–Pronto– Susurró contra su boca.

La espera estaba resultando ser de lo más di cil, pero al final tuvo que
llevarla de vuelta adentro. Emily se detuvo delante de él tan de repente,
que se topó con su espalda.
–¿Ocurre algo malo?

Miró por encima de su hombro y sonrió. –¿Ves a Susanna?

Era di cil para él pensar en nadie más que en Emily, pero al final su
mente se aclaró y se acordó de su hermana y sus esfuerzos para ayudarla a
encontrar la felicidad. Sin éndose culpable, siguió la mirada de Emily,
y vio a Susanna, atendiendo a varios caballeros.

–Además de Peter, reconozco a esos hombres– dijo Ma hew. –


Asis eron a nuestro picnic de ayer.

–Deberías sen rte sumamente sa sfecho.

A pesar de que no podían oír la conversación, pudieron ver a


Susanna mirando entre los hombres, que hablaban educadamente
pero con poca animación. Poco a poco, Ma hew se dio cuenta de que no
se estaba divir endo.

–Maldición.– Murmuró en voz baja.

Emily lo tomó por el brazo. –Dale empo. Todo esto es abrumador


para ella.

–¿Cómo puede ser abrumador para una muchacha de vein séis años
de edad que nació en la casa de un duque? Emily no dijo nada, y
con nuaron observando. Dos de los caballeros se fueron, dejando a
Peter Derby que hablaba con Susanna, su rostro todo compuesto y
serio. Otro hombre se acercó, y Peter le dirigió una breve mirada de
impaciencia antes de sonreír cortésmente. Susanna con núo dirigiendo
miradas a Peter mientras hablaba con el recién llegado.
Luego sólo quedaron Peter y Susanna, y juntos abandonaron el salón
de baile.
–¿Se supone que debemos estar felices con este resultado?– Preguntó
Emily dudosa.

–No lo sé. Si fuera yo en mis días más reprimidos, y hubiera


tenido la oportunidad de estar a solas con una mujer, siempre me hubiera
comportado como un caballero.

Su voz sonó su lmente diver da cuando ella le dijo –¿Pero ahora?

–Deberíamos ir por Susanna.

Aunque que ella obviamente estaba conteniendo la risa, pronto se


desvaneció de su rostro, mientras se abrían paso entre la mul tud y se
alejaban del salón de baile. El problema era, que Susanna podría haber ido
con Peter… a cualquier lugar.

Emily pareció leer su mente. –Además de dibujar en el laboratorio,


donde di cilmente llevaría a un hombre, ella disfruta de la pintura en la
sala de música.

–Vamos.

Al entrar en la biblioteca, las puertas de la sala de música en el lado


opuesto de la habitación se abrieron de golpe, y Peter salió por ellas con
expresión furiosa.

Ma hew sin ó que su estómago se contraía, sus manos se cerraron en


puños. ¿Qué había pasado allí con Susanna?

Emily tocó otra vez su brazo, susurrando rápidamente. –No han estado
solos por mucho empo.

Una breve mirada de ira y frustración retorció la expresión de Peter


cuando vio a Emily, pero enseguida la cambió a impasible mientras asen a
a Ma hew.
Aunque Ma hew quería enfrentar a Peter, le dejo ir. Había visto
el preocupado y pálido rostro de Emily justo antes de aumentar su paso
para entrar en la sala de música. Buen Dios, ¿podría el hombre guardarle
rencor a Emily sólo porque él había regresado de entre los muertos para
impedir su cortejo?

Encontraron a Susanna de pie cerca de la fuente central,


secándose las lágrimas.

–¿Qué pasó?– exigió Ma hew.

Ella gimió y miró hacia otro lado. –No pasó nada– le espetó –Y ese es
el problema.

Ma hew dirigió una mirada desconcertada a Emily, que cogió a su


hermana por los hombros.

–Susanna, cuéntame– dijo Emily en voz baja.

–¡Estoy tratando de hacer lo que los dos tanto deseáis!– le dijo a


Emily, y luego repi ó cuando se enfrentó a Ma hew. –¿Qué más quieres
que haga? ¡Pero no siento… nada!– Esos hombres ahora se reúnen a mi
alrededor… pero no soy diferente, lo sabes. Sólo deje de usar mis lentes y
me alejé de la pared. Eso fue suficiente para hacerles recordar que estoy
emparentada con un duque– dijo con amargura.

–Eso no es verdad– dijo Ma hew.

–Y no olvides lo ciego que un hombre puede ser– dijo Emily, con voz
suave.

–¿Perdón?– Dijo Ma hew con la esperanza de aligerar el ambiente.

Las mujeres lo ignoraron.


–A veces sólo ven lo que es obvio delante de ellos.– Con nuó Emily. –Y
ahora ellos te ven.

Susanna buscó un pañuelo en la manga y se sonó la nariz. –¿Qué


sucede conmigo? Otras chicas van y buscan la emoción de que un hombre
las admire, pero yo nunca me siento de esa manera, ni siquiera con el Sr.
Derby, que una vez pensé que me importaba mucho.

–Entonces es que él no es el hombre adecuado.– Insis ó Emily. –No


puedes encontrarlo en una semana, Susanna.

Susanna se abrazó a sí misma, sin éndose miserable. –Sólo quiero mi


an gua vida.

–Era segura ¿no es cierto?– Emily dijo con total naturalidad.

Ma hew la miró con sorpresa.

–Sin riesgos complicados.– Con nuó Emily.

Y entonces miró a Ma hew, y él no pudo apartar la mirada. Él y Emily


sorteaban riesgos, poderosamente atraídos por ellos. Algo ardió entre los
dos, tanto que casi podría haberse dejado consumir, si no fuera tan
consciente del sufrimiento de su hermana.

–Eso no es justo.– Murmuró Susanna.

Emily asin ó. –Tal vez no. Pero es la verdad. ¿Cómo vas a saber si
puedes encontrar la felicidad a menos que corras todos los riesgos?

Susanna miró entre ellos, y lo que vio le hizo tomar una profunda
respiración, incluso aunque sus hombros se hundían. –Muy bien, voy a
seguir tratando de encontrar a alguien que me intrigue.

–Bien.– Dijo Ma hew con firmeza. –El hombre adecuado está por ahí.
Ella dio una leve sonrisa. –Si tú pudiste encontrar a la mujer
adecuada, entonces hay esperanza para mí.

Emily se rió entre dientes, mientras Ma hew fingió farfullar una protesta.

Estaba llevando a las dos mujeres al salón de baile justo cuando en ese
momento se anunció la cena. Las condujo al comedor y a las salas
con guas, donde las mesas rebosaban de comida, la vajilla de oro brillaba
en ostentosa demostración, y la gente estaba de pie mientras comían y
hablaban. Susanna, recompuesta una vez más, los dejó para unirse a varias
damas con las que había pintado en el picnic.

Cuando Ma hew fue a llenar el plato de Emily, a su regreso la


encontró hablando con alguien a quien reconoció también. La Srta.
Sanborn era una mujer con la una vez había coqueteado, acercándose a un
cortejo, pero que finalmente no llevó a cabo, porque se consideraba muy
joven para asentarse con una mujer.

Era hermosa, con el cabello oscuro y piel impecable, pensó cuando se


detuvo antes de acercarse a ellas. La recordaba como bastante libre con su
cariño, un poco escandalosa, y demasiado enamorada de los
entretenimientos de la Sociedad. Se dio cuenta de que prefería mucho
más estar casado con Emily, discreta, inteligente, trabajadora, y sin
embargo, de carácter lo suficientemente fuerte para hacer lo que tenía que
hacer para poder sobrevivir.

Y en ese momento, ya había tenido suficiente de compar rla con los


demás. No podía esperar más para tenerla, necesitaba estar a solas
con ella, independientemente de los riesgos que vendrían de ello.

El rostro de Emily se iluminó cuando lo vio acercarse. –Capitán, seguro


que recuerdas a la Señorita Sanborn.

Reunió cada pizca de control que le quedaba para mantener una


pequeña charla y oírla hablar de su prome do, todo el rato viendo a Emily
comer, viendo su boca. Cuando pasó suficiente empo en aras de la
cortesía, la condujo fuera del comedor, evitando a su familia, evitando a la
gente que conocía demasiado bien.

–¿Ma hew?– Gritó a sus espaldas. –Seguramente enes hambre…

Él sólo la miró por encima del hombro y sus ojos se agrandaron, y ella
se quedó en silencio.

Emily caminó deprisa por toda la casa con Ma hew, dejando atrás a
los invitados, todo porque sus ojos la habían mirado con un hambre tan
oscura que había perdido toda su propia voluntad. Su ves menta negra de
noche debería haberlo hecho parecer rígido y formal, pero en cambio la
hizo pensar en el hombre sensual que había debajo y en la in midad que
estaba a punto de compar r con ella. Bailar en sus brazos había sido como
un maravilloso sueño. Él la había mirado con tanta atención, incluso
cuando conversaba con sus amigos y la familia, tanto que ella había estado
sin aliento, consciente de él toda la noche.

Sin embargo, siempre había habido momentos en los que miraba a la


mul tud o escrutaba los oscuros jardines buscando el pelo negro, la
maldad y la conocedora sonrisa. Pero nunca vio a Stanwood, y esperaba
que no corriera el riesgo de asis r al Baile.

Pero ella no pensaría en eso ahora. Estaba a salvo con Ma hew, se


dijo mientras subían la amplia escalera hacia el ala familiar. Tenía que
apresurarse para mantenerse a su paso, sus faldas volando detrás de ella,
su mano caliente en la suya. Y entonces, la empujó por delante de él para
entrar en el dormitorio, cerrando la puerta detrás de él, y apoyándose
contra ella sólo para mirarla. Una lámpara brillaba sobre la mesita de
noche, iluminando suavemente el lazo de su pañuelo blanco y su camisa.
Tenía la boca seca y su cuerpo temblaba de emoción y expecta va, y por el
deseo embriagador que nunca habría imaginado que una mujer pudiera
llegar a sen r sin estar afiebrada.
La puerta del ves dor se abrió de repente, haciéndola saltar.

María miró dentro. –Sra. Leland…– Entonces vió a Ma hew y se quedó


sin aliento.

–Ella no te necesita– dijo Ma hew en voz baja. –Y yo no voy a necesitar a


mi ayuda de cámara.
–Sí, Capitán.

Y la puerta se cerró.

Emily soltó una risa baja.

Sin decir otra palabra, él se aflojó el pañuelo y se lo quitó, a


con nuación siguió con los botones de su chaleco. Ella no dijo nada, no
hizo nada, sólo le miraba, como si perturbar el momento hiciera que todo
terminara entre ellos. Deslizó su frac y su chaleco quitándoselos, luego se
sacó la camisa por la cabeza. Había visto antes su pecho, pero eso no la
impidió inhalar bruscamente mientras recorría su musculoso cuerpo, tan
diferente al de ella. Sus cicatrices eran demasiado blancas, y no podía
omi rlas, pero no le importaban… nunca lo habían hecho.

Se quitó los zapatos de gala, y luego se sentó en el borde de la cama


para quitarse los calce nes, sin perder el contacto visual con ella. Cuando
se puso de pie, las manos ya estaban en los botones de la bragueta de su
pantalón.

Ella apretó los puños, tan tensa con la expecta va que quiso gritar
para que se diera prisa.

Terminó de desabrocharse, luego se inclinó para bajarse los


pantalones y los calzoncillos. Cuando se puso de pie y caminó hacia ella,
algún sen do distante de protección le recordó que, como su esposa, ella
habría visto todo esto antes, que no debía mirar demasiado. Por otra parte,
él seguramente pensaría que su esposa estaba buscando más cicatrices.
Pero las cicatrices en su lado izquierdo se desvanecían cuando
cruzaban el hueso de su cadera.

Su sexo estaba erecto por su deseo por ella… ella le había causado
eso; de hecho la deseaba tanto que había dejado una fiesta en su honor,
abandonando a su familia, todo para estar a solas con ella.

Ma hew se detuvo frente a ella, y ella apenas podía controlar su


respiración.
Levantó un dedo y muy lentamente recorrió a lo largo su escote para tocar
su piel, de hombro a hombro. Se estremeció, sus párpados revoloteando, a
pesar de que pensó que él podría perfectamente haberla tocado de forma
tan inocente en público.

Pero cuando un hombre desnudo te toca la piel, adquiere otro nivel


de significados.

–Un corpiño recatado.– Murmuró, con los ojos en su cuerpo. –Pero, lo


poco que pude ver…– Se detuvo para acariciar con su dedo una y otra vez
la parte superior de sus pechos –…lo hace más atrac vo que el escote
que muestre excesivamente de cualquier otra mujer.

Sin aliento, dijo –Yo… Yo lo elegí con la esperanza de disuadir a


los pretendientes.

–No resultó.

De repente, le dio la vuelta y comenzó a presionar sus labios a lo largo


de la columna de su cuello. Doblando la cabeza lejos de él, le permi ó
hacer lo que quisiera, incluso mientras sus manos desabrochaban su
ves do de baile, y lo deslizaban hacia abajo por su torso. Las mangas eran
apretadas, y ella sacó los brazos con tanta impaciencia que muy bien
podría haber desgarrado el delicado tejido.
Él rió entre dientes contra su cuello, luego la mordió suavemente. Ella
se quedó sin aliento.

Una vez más sus manos se movían por detrás, y ella se deba a entre el
rón en los lazos de su corsé y las sensaciones de su boca arrastrándose
por su hombro. Cuando el corsé se soltó, hizo una profunda respiración,
estremeciéndose. La estaba mirando por encima de su hombro, y sabía
que sus pechos crecían con cada inhalación. Quería que la tocara como lo
había hecho antes, pero en lugar de eso, bajó el corsé por su cuerpo y ella
salió de él. Quería que viera por delante el corte bajo de su delicada
camisola de encaje, pero él ya no la estaba mirando de reojo por encima de
su hombro.

Sin ó sus manos en sus piernas y sus labios se abrieron con sorpresa.

–Levanta el pie– murmuró.

Así lo hizo, y él ró de ella hacia atrás para quitarle las medias y las
zapa llas. Estaba tan inestable que puso una mano sobre su hombro antes
de caer por el puro vér go de la abrumadora pasión. ¿Cómo se sen ría
cuando la tocara más ín mamente?

Oh, ella ya lo sabía… recordó. La sensación de creciente calor, la


pasión incontrolada que sin ó cuando la había tocado entre sus muslos,
cuando había mordisqueado sus pechos a través de su ropa, y que había
revivido en sus sueños – y ensoñaciones – desde entonces.

Y quería tanto la experiencia de nuevo que cuando su segunda


zapa lla fue quitada, comenzó a darse la vuelta.

–No– La palabra era una orden ronca.

Pero ella quería ver su cara cuando viera la transparencia del encaje de
su camisola, tan atrevida que era casi vergonzoso mirarse en un espejo.
Entonces sin ó sus manos levantar el dobladillo de su camisola.
Una sensación inestable de calor la invadió. Sus dedos acariciaron un
tobillo, pero… algo estaba mal. Se sen a… húmeda.

Era su boca. Él estaba besando su tobillo, luego levantando su


camisola y siguiendo el camino hasta la parte posterior de su pierna con
sus labios y su lengua. Ella soltó un gemido, rodeándose con un brazo la
cintura, como si pudiera retener dentro toda la excitación. Se estremeció
cuando él lamió la parte de atrás de cada rodilla.

Seguramente iba a parar, para terminar de quitarle la camisola, para…


y luego lo sin ó lamer una línea entre sus muslos cerrados.
–Abre las piernas.– Susurró.

Su aliento en la humedad de su piel desató una ola a través de su


cuerpo. Oh Dios… pero hizo lo que él le pidió.

Cerró los ojos, desgarrada entre la sorpresa, la incredulidad y la


excitación. Mientras con nuaba besando su camino hasta la parte
posterior de sus muslos, sin ó la sensación de fresco a través de su trasero,
y supo que estaba buscando… ahí. Ella quería retorcerse; sen a que se iba
a desmayar.

–Date la vuelta.

Se quedó sin aliento, y sin voluntad; independientemente de


su conmocionada sensibilidad, su cuerpo lo obedeció. Estaba desnudo
arrodillado ante ella, sosteniendo su camisola amontonada justo en la
parte superior de sus muslos. Si la tela se movía todo lo que estaría a nivel
de sus ojos sería su…

Sus pensamientos simplemente se esfumaron cuando le miró a los


ojos color avellana, entrecerrados, peligrosos. Su mirada recorrió su
cuerpo, y sus fosas nasales se abrieron cuando vio el encaje transparente
sobre sus pechos. Pero no se levantó.
–Levanta tu camisola sobre tu cabeza.

Con dedos temblorosos la cogió y lentamente la fue levantando en


alto, sabiendo que él ahora veía todo. Cuando se la pasó por la cabeza,
observó cómo colgaba inerte de sus dedos, antes de caer al suelo. Estaba
desnuda, tal y como él lo estaba, y había tanta oscura sa sfacción en su
cara.

–Hermosa.– Murmuró.

Ella temblaba violentamente, con el fuego por la necesidad de ser


tocada. Pero él tenía el control; obviamente, quería hacer las cosas a su
manera, a su empo, así que no dijo nada.

Y entonces él se inclinó y la besó donde antes sólo sus dedos la habían


tocado.
Ella gritó por la sorpresa y el placer abrasador, sin saber si alejarlo o
acercarlo más. No había imaginado que algo así pudiera exis r entre un
hombre y una mujer.

Era su turno de gemir, y él la lamió, presionando sus muslos. Se cubrió


la boca para detener sus gritos, pero sus gemidos eran incontenibles, y se
estremeció con la sensación del repen no incremento del placer subiendo
en oleadas a través de todo su cuerpo, sensibilizando cada pulgada de su
piel, que parecía quemarla. Se habría caído, pero él la mantenía sujeta con
un brazo. Y entonces, levantó la otra mano y sus dedos encontraron su
pecho izquierdo, donde suavemente pellizcó y acarició su pezón.

El clímax se apoderó de ella con más poder del que recordaba.


Estaba temblando sobre de él, no controlaba su cuerpo, que le respondía
sólo a él.

Mientras caía, la cogió en sus brazos y la levantó para llevarla a la


cama. La acostó, y a con nuación estaba parcialmente encima de ella, la
longitud de su cuerpo caliente mientras tomaba su boca con un beso
exigente. Ella se aferró a él, sin endo su erección grande y caliente
contra su muslo, y se arqueó para presionar con más fuerza sus senos
desnudos contra su pecho. Su vello oscuro y fino rozaba contra sus
pezones. No habría creído posible que su pasión, por lo explosiva, pudiera
empezar a crecer de nuevo, pero lo hizo, incluso mientras él recorría con
besos un camino por su cuello y por primera vez se llevaba un pecho
desnudo a su boca.

–¡Ma hew!– Gritó, apretándole contra ella, retorciéndose debajo de


él.

Sin ó sus caderas situándose entre sus muslos, sin éndole tantear,
incluso mientras su boca se movía para atormentar su otro pecho.

Entonces, él se levantó con sus brazos por encima de ella, la miró a los
ojos, y empujó profundamente dentro de ella.

Después él comenzó a moverse, y ella arqueó su espalda, gritando –


¡Sí!

Con un gemido, bajó encima de ella, y sus bocas se fundieron


ferozmente, aun cuando sus cuerpos se movían. Ella entendió el ritmo casi
de inmediato, saliendo a su encuentro, levantándose a sí misma con sus
talones para poder sen r más. Todo lo que hacía con ella la hacía
estremecerse y gritar, echando la cabeza hacia atrás y hacia adelante. No
lograba tener suficiente de la sensación en su piel del duro músculo de su
cuerpo, ondulando sinuosamente con cada movimiento suyo. A ella le
encantaban sus hombros y su pecho, cuya anchura la hacían sen r
delicada y femenina. Cuando rozó sus pezones, él inhaló bruscamente, y
ella con gusto lo acariciaba como lo había hecho con ella.
Se introdujo más profundamente dentro de ella, incluso más fuera de
control, con el rostro desencajado mientras se estremecía.

Y luego se desplomó sobre de ella.


En ese momento, ella lo abrazó, sin endo el cabello húmedo en la
parte posterior de su cuello, mientras él apretaba su rostro contra su
hombro. Había conseguido que la deseara; tendría esta conexión ín ma
con él para siempre. Y entonces supo algo que iba más allá de su necesidad
de protección… era amor lo que ella quería ofrecerle. Levantando sus
rodillas, abrazó sus caderas con fuerza, deseando que nunca tuviera que
dejar su cuerpo.

Por fin, Ma hew se levantó apoyándose en sus codos. Ella le


sonrió, enmarcando su rostro en sus manos. Él estaba mojado por el
sudor, el pelo en su frente estaba oscurecido con él. Parecía tan cansado y
saciado como ella se sen a, y era una sensación maravillosa.

Su sonrisa era débil. La estudiaba con tanta seriedad que en ella creció
el miedo por haber hecho algo mal.

Poco a poco se re ró de ella, y la sensación de vacío la hizo jadear. Se


sentó sobre los talones, mirando hacia abajo entre sus muslos.
Avergonzada, confundida, comenzó a cerrar las piernas, pero él puso sus
manos sobre sus rodillas para detenerla.

–Siéntate– dijo en voz baja, tratando de alcanzar sus manos.

Se dijo que tenía que mantener la calma. No sabía lo que él estaba


sin endo,
lo que podría estar pensando.

Cuando se levantó, él la dijo. –Mira hacia abajo.

Su confusión desapareció, para ser reemplazada por la


comprensión y el arrepen miento. Había tenido un plan desde el
principio sobre la forma de esconder su inocencia, pero en su pasión, se
había olvidado todo. En el centro de las sábanas había esparcidas manchas
de sangre… la evidencia de su virginidad.

Capítulo 19

Ma hew se quedó mirando la mancha de sangre en las sábanas, y el


úl mo temor de que Emily podría haber estado bajo el control de otro
hombre se desvaneció. Alivio y emoción se adueñaron de él. Había estado
en lo cierto acerca de ella. Había confiado en su intuición, y no le había
fallado. Ella era simplemente una mujer desesperada, trauma zada, y él
quería ayudarla.

La miró a la cara y casi hizo una mueca. Se había puesto casi blanca,
sus labios sin sangre por el miedo. No quería que se sin era así con
respecto a él.

Pero antes de que pudiera hablar, ella dijo con pesar. –Sabía que
estaba cerca de mi menstruación. Siento mucho haber arruinado una
noche tan maravillosa.

Él sólo podía admirar la compostura en su cara ante tan


abrumadora evidencia de sus men ras. Cuando dobló sus piernas juntas y
trató de salir de la cama, la agarró por los hombros. Por fin encontró una
debilidad, ya que estaba temblando, pero tratando valientemente de no
demostrarlo.
–Ma hew, por favor, necesito limpiarme.– Habló en voz baja.

–Emily, no puedes ocultarme esto. Supe en el momento que te tomé,


que estaba tomando a una virgen.

Por fin lo miró a los ojos, los de ella llenos de incomprensión. Tenía


que creerla: era una consumada actriz. Pero, por supuesto, había tenido
que engañar a mucha gente.

–Ma hew, ¿de qué estás hablando? Ha pasado más de un año desde
la úl ma vez que estuvimos juntos. No estoy acostumbrada a…

–¡Emily!– le dio una pequeña sacudida. –Deja de men rme. Se acabó.

¿Cómo podía hacer para que confiara lo suficiente en él como para


contarle la verdad? Con un sen miento de desesperación, supo que quería
su confianza, aunque no tenía ni idea de lo que significaría para su futuro.

Por fin se dio cuenta de que la única manera de que ella llegara a


admi r la verdad, era que él le dijera su verdad.

–¿Se acabó?– Susurró. –Ma hew, no sé a qué te refieres. ¿Cómo


puede terminar nuestro matrimonio, después de todo lo que hemos
compar do esta noche?

–No hubo tal matrimonio.– Dijo en voz baja, suavizando su


agarre, y acariciando sus brazos con los pulgares. –Llegué a casa con la
mente en perfectas condiciones y te encontré diciendo que eras mi esposa.
Para darme empo para descubrir la verdad, men a todo el mundo
diciendo que tenía amnesia.

Emily se sentó, congelada, pero lejanamente sorprendida al sen r que


sus manos aún seguían suaves sobre sus brazos. Estaba desnuda frente a
él, en más de un sen do. El temor se deslizaba sobre de ella, pero estaba
tan sorprendida, que no parecía lo bastante real… todavía.
–Tu memoria…– Se interrumpió.

Las náuseas amenazaban con superarla, pero las contuvo de nuevo;


trató de apartarse de él, pero él no se lo permi ó.

–Está bien– dijo en voz baja. –Mis recuerdos están totalmente


intactos. Cuando llegué a casa, lo único que quería era que mi familia
estuviera contenta con la no cia de que estaba vivo. Y entonces, me
encontré con que reclamabas ser mi esposa. Podrás imaginar lo que pensé.
¿Realmente él la estaba sonriendo? Pensó con asombro,
estupefacta. Sonriendo, como si esa red de men ras que había
empezado y embellecido fuera… ¿no fuera importante para él?

–Di algo, Emily– suplicó, buscando su rostro. –Te ves muy pálida.

De repente se sin ó tan desnuda, y con independencia de lo que él


pudiera pensar, cruzó los brazos sobre su pecho. Dijo con una voz incluso
aún más baja. –¿Ésta era tu manera de descubrir si era virgen?

Su expresión se volvió de dolor. –¡No! A estas alturas ya había asumido


que eras inocente, y sí, lo confirmó, pero esa no fue la razón por la que yo…

Se apartó de él para apoyarse sobre las almohadas y el cabecero,


rando de la sábana hasta que él levantó sus caderas para liberarla y que
pudiera cubrirse.

Sabía que era una criminal. Había estado bajo sospecha desde el
momento en que regresó a su casa. Había sabido de sus men ras, la había
manipulado de la misma forma en que ella había tratado de manipularlo.
Con asombro, lo estudió; ella nunca hubiera adivinado la verdad.

Pero como siempre, estaba sola; sólo podía confiar en sí misma para
resolver sus problemas… y eso incluía a Stanwood.
Quería que Ma hew se pusiera la ropa. No quería ver su cuerpo, que
la recordaba cómo se había enamorado de él… y que todavía iba a
seguir min éndole. No podía negar parte de la verdad, ni podía
permanecer en silencio.

Tratando de parecer impasible, pero vislumbrándose su dolor, dijo –Así


que mientras yo estaba tratando de seducirte para obtener tu protección,
tú estabas seduciéndome como diversión.

Él se pasó la mano por la cara. –Sí, al principio. No podía creer la


increíble máscara que te quitaría. Quería saberlo todo sobre .

–Suena como si hubieras disfrutado mucho con la diversión.– Dijo


con amargura.
–Pues, sí. Era eso o meterte en la cárcel.

Se estremeció, conmocionada por lo cerca que había estado sin ni


siquiera saberlo.

–Pero nunca quise hacer eso. Mi familia te quiere, lo que me hizo


razonar que no podías ser tan terrible si podías inspirarles ese sen miento.

Ella se quedó sin aliento. –Entonces, el Teniente Lawton…

Ma hew asin ó. –Él sabe la verdad sobre .

–Debes de haber pensado que era una tonta cuando me quejé de que
él me estaba siguiendo.

–¿De qué serviría? No le tenía siguiéndote. Quería guardarte toda para mí.

Eso no hizo que se sin era mejor. Y no disipó sus preocupaciones en lo


que concernía a la lealtad del Teniente.
–No sé cómo me siento ahora– con nuó Ma hew, –excepto que
ambos queríamos esto.– Se inclinó hacia ella. –Emily…

Ella se apartó, me endo la sábana debajo de sus brazos. Los


dulces sen mientos que había sen do hacia él ahora parecían inú les,
tontos. ¿Qué le pasaba? Debería de estar regocijándose. Después de
todo, él no parecía en absoluto enojado con su traición.

Ni siquiera había come do ningún error hasta que se había acostado


con él… y enamorado. Por supuesto, ella nunca se lo diría; tales emociones
eran ridículas, inú les. ¿Cómo podría exis r amor entre dos personas
que ocultaban su verdadero yo? A pesar de que se dijo que podría
hacerlo, ¿por qué se sen a tan mal? –¿Por qué no me odias?– Susurró,
abrazándose a sí misma con los dos brazos.
Por fin él cogió el cubrecama, lo envolvió alrededor de sus caderas, y
luego se sentó de nuevo frente a ella. No sabía si el hecho de que él se
cubriera la hacía sen rse mejor o peor, pero al menos estaban protegidos
con la ropa el uno del otro.

–Cuanto más te conocía– dijo, con una expresión suave, –más sabía
que sólo podías haber hecho esto por desesperación. Al principio pensé
que podrías haber intentado hacer pasar un bastardo como mío.

Ella hizo una mueca.

–Pero no había ningún niño.– Dijo. –Tomaste sólo un poco de mi


riqueza y la u lizaste para la escuela. No querías ropas ni joyas, o una
Temporada de reuniones con ricos y nobles, casaderos.

La tomó de la mano.

Con una triste sonrisa, dijo. –Me acordé de después de que me


recordaras el accidente del barco.
–No estuve a tu lado por mucho empo. Realmente no recuerdas
nada sobre mí.

–No, pero he escuchado todo lo que me has dicho, y ahora puedes


contarme la verdad.– Le apretó la mano un poco más fuerte. –Dime, Emily.

Tenía que ser cuidadosa con lo que le confesara, y ocultar lo que


aún necesitaba. Él no la permi ría quedarse si tenía conocimiento de la
amenaza de Stanwood contra su familia. Sus planes, sin duda, no tenían
por qué cambiar, no con Stanwood por ahí fuera, acechando como una
araña, sujetándola con una red de amenazas.

–Me lo debes– dijo Ma hew, mostrando una leve sonrisa.


¿Deberle? Pensó, sin éndose un poco histérica. Si, ella se lo debía;
pero, ¿no le había pagado ya por ello al ofrecerle su inocencia?

Pero le debía parte de la verdad. Después de todo, él se había


confesado.

Dejando su mano en la suya, se encontró con su mirada. –


Después del accidente, aunque te ibas a la India, parecías muy
preocupado por mí. Te dije que tenía un primo que me llevaría. Eso no era
del todo cierto. No me sen a bien confiándote mis problemas, ya que no
era responsabilidad tuya preocuparte por mí. Eras un extraño.

–Así que no tenías a dónde ir– dijo.

La simpa a en sus ojos la hizo sen r como el gusano más bajo. Si


supiera el mal que había llevado cerca de su familia… No, nunca podría
saberlo.

–Tengo habilidades– dijo a la defensiva. –Soy una experta costurera. Y


así es como me ganaba la vida.
–Y lo intentaste durante seis meses, pero no era suficiente, ¿no es así,
Emily?

Mordiéndose el labio, ella negó con la cabeza.

–Entonces te acordaste de mí, y de mi oferta de ayuda.

Ella asin ó renuente. –Hablé con mi vicario, el Sr. Tillman. Desde el


principio él pensó que debía ir con tu familia, pero yo era una desconocida
para ellos. Estaba decidida a mantenerme a mí misma.

–Ellos te hubieran ayudado sin todas estas men ras– dijo en voz baja.

–Lo sé– Su voz salió como un graznido, y tuvo que aclararse la


garganta. No iba a llorar. –El Sr. Tillman pensó que necesitaba más
protección contra los hombres sin escrúpulos. Cuando tu nombre
apareció en la lista de bajas, él insis ó en que era una señal de Dios de
que… de que debía u lizar la tragedia de tu muerte para ayudarme.

Con una voz llena de incredulidad, dijo –¿Tu vicario te dijo que
fingieras ser mi esposa?

Ella asin ó con solemnidad. –Te juro que me negué. Sé que no me vas
a creer, únicamente tenía la intención de pedir un poco de ayuda, sólo un
poco, y hubiera seguido mi camino.

–Pero Tillman envió una carta a mis padres diciéndoles que eras mi
esposa.

Haciendo una mueca, bajó la cabeza. –¡No lo sabía! Para el momento


que me recobré de mi terrible fiebre – llovió todo el empo cuando viajé
hasta aquí – tu madre estaba bastante… enamorada de la idea de tener a
tu esposa con ella.– Él abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, ella
dijo rápidamente –No la estoy usando como una excusa. Preguntaste qué
pasó, y te lo estoy diciendo. Estaba tan… enferma, tan cansada de estar
sola. Lady Rosa encontró la licencia de matrimonio en mi maleta… ¡No
tenía idea de que estaba allí! Entonces, me di cuenta de que el Sr. Tillman
había copiado tu firma de la carta que me dejaste. Él estaba muerto y yo
no tenía a nadie. Y tu familia era tan amable. Tú estabas… muerto,
también, y me decía a mí misma que me iba a ir pronto, que sólo
necesitaba sen rme fuerte otra vez.

–Emily.

Cuando ella quiso seguir hablando, él cubrió su boca con los dedos.

–Y luego, ellos se enamoraron de , no sólo de la mujer que pensaron


que era mi esposa.– Dijo él en voz baja.

Sus ojos se abrieron y sin ó que las lágrimas estaban cerca de la


superficie. Agachó la cabeza lejos de su toque. –Y yo me enamoré de ellos.
Al crecer, nunca hubiera imaginado que alguna vez estaría sola, no con tres
hermanos fuertes y saludables. Pero, de repente, ellos… se habían ido, y mi
casa también se había ido; ahora le pertenecía a un primo lejano. Todas
mis posesiones, los recuerdos de mis padres, él se quedó con todo...– Su
voz tembló.
Aunque sus palabras sólo eran una parte de la verdad, y
estaba convenciéndole de su sinceridad, se sorprendió al sen rse
culpable. Pero su aceptación era lo que necesitaba.

Cuando él no dijo nada, ella respiró profundamente. –¿Qué vas a


hacer conmigo?– Tenía que saberlo, para poder hacer nuevos planes para
contrarrestar los suyos.

Ma hew se arrastró hasta sentarse a su lado contra la cabecera, con


su brazo tocando el de ella. ¿Le hizo pensar que tenía frío? ¿Le hizo pensar
que necesitaba consuelo? En lugar de ello, en lo único que podía pensar
era en la forma en que la había abrazado cuando hicieron el amor, cuando
estaba jugando felizmente a que su matrimonio era real.
–No sé lo que voy a hacer.– Dijo al fin. –Si pretendo divorciarme de ,
le hará daño a mi familia.

Sabía que él había estado pensando en todo esto desde que llegó a
casa. ¿Y aún no se había decidido? Al menos había conseguido distraerlo,
pensó con alivio.

Levantando la barbilla, tuvo un presen miento. –No pensarás que me


puedes seducir de nuevo. Los dos ahora sabemos la verdad.

Él le dirigió una sonrisa diver da. –También sabemos lo mucho


que nos deseamos el uno al otro.

Su mirada parecía tan ardiente, tan posesiva, mientras recorría su


cuerpo apenas cubierto.

–¿Cómo puedes desearme, si no puedes confiar en mí?– Susurró.


Estaba interpretando su papel de ofendida, pero era más di cil ahora.
Men ras sobre men ras, sobre men ras.

Se inclinó sobre ella, y ella aparentó encogerse contra las


almohadas, la sábana apretada con fuerza sobre su pecho. Su
cercanía, su calor, la hacían derre rse por dentro con sólo su toque.

Pero él únicamente inclinó más la cabeza y le dio un suave beso en los


labios. –La confianza no ene nada que ver con esto.

Luego se desenvolvió el cubrecama de sus caderas y se deslizó debajo


de las sábanas. No ocultó su excitación de ella, ni parecía que iba a
actuar en consecuencia, lo que la decepcionó. Pero ella también podía
mostrar paciencia.

Deliberadamente permaneció sin ropa, y se me ó debajo de las


sábanas en su lado de la cama. Apoyándose en un codo, sopló la vela,
diciéndose a sí misma que no se escondía.
Ella eligió cuidadosamente sus siguientes palabras. –Así que
¿con nuarás min éndole a tu familia?

–Sí. Y tú también lo harás.

Él no tenía ningún problema con eso; realmente había decidido hacer


lo que quisiera con su vida.

–Con a en mí, la men ra te consumirá.– Dijo ella en voz baja.

Después de unos minutos de silencio, cuando sabía por su respiración


que no estaba dormido, dijo. –Cuando estuviste en la India, escribiste a tu
familia que te habías casado.– Escuchó su inhalación, pero siguió
rápidamente adelante. –Me preocupaba que la hubieras olvidado, y que yo
estuviera tomando injustamente el lugar de otra mujer. Si ella te
necesitara, entonces sería mi culpa. Yo no habría podido vivir con eso. Así
que busque en tu baúl.

Él suspiró, pero cuando habló, su voz sonaba ligeramente diver da. –


Eres muy me culosa, ¿no es así?

Ella se relajó un poco. –Todo lo que encontré fue una carta de


condolencia. La quemé. No tenía ningún lugar dónde esconderla para
que no pudiera ser descubierta. Lo siento, Ma hew. No era mi intención
tratar a la ligera la memoria de tu esposa. Y ahora, por culpa mía, no
puedes compar r ni siquiera tu dolor con tu familia.
–No voy a compar r mi dolor con nadie, salvo con go.– Dijo sin
inmutarse. –Ella está muerta, está en mi pasado, y no necesito hablar de
ello. Buenas noches, Emily.

Le oyó darse la vuelta, y antes de que pudiera hacerle otra pregunta,


estaba roncando suavemente. ¿Era tan fácil olvidar todas las revelaciones
que habían compar do? Por supuesto, no habían sido revelaciones para él;
él conocía sus men ras desde el principio. Su mente regresó a todo lo que
habían hecho los días anteriores para poder examinarlo todo bajo una
nueva luz.

***

Ma hew despertó con el ritual, ya familiar, de todas las mañanas


desde que Emily dormía a su lado. Estaban juntos, plácidamente
enredados, su rodilla entre las de él, su brazo arrojado sobre su pecho.

Pero esta mañana ella estaba desnuda, y hacía que todo fuera mucho
mejor. Sus suaves pechos estaban presionados contra su costado, y
podía sen r la humedad cálida entre sus muslos contra su cadera.

Bajó la vista hacia su rostro, tan dulce en reposo. Por mucho que ella
le hubiera traído infinitos problemas, él realmente estaba de vuelta de
entre los muertos. Todas las men ras se habían revelado. ¿Por qué no
podían empezar de nuevo, disfrutar el uno del otro, y ver qué pasaba?

Se apoyó en un codo, dejando que sus dedos se deslizaran sobre el


suave cabello rubio en su mejilla. Ella arrugó la nariz, y luego comenzó a
moverse, es rando su elegante cuerpo contra su costado. Podría haber
gemido por el placer que le provocó.

Parpadeando una o dos veces, abrió sus somnolientos ojos azules y le


miró. Él sonrió, y antes de que pudiera pensar demasiado en la situación,
se inclinó y la besó. Sus labios eran tan suaves, tan dulcemente carnosos.
Cuando profundizó el beso con avidez, presionó una mano contra su
pecho.
–¡Ma hew, no!– Dijo con firmeza. –Sabes que esto no puede
con nuar.

–No veo ningún problema en que con nuemos como estamos por
ahora–dijo, presionando besos a lo largo de su mejilla y bajando por su
cuello. Sin ó su rigidez, pero no se detuvo.

–No quiero ser sólo tu amante.– Susurró.

Se deslizó más abajo por su cuerpo, besando las alas de su clavícula, el


hueco en el centro, y luego más abajo, el cálido valle entre sus pechos. –Ya
he pagado por con comodidad y seguridad. Tú aceptaste. ¿Cómo puedes
ahora ser tan aprensiva?

No dijo nada de momento, pero ¿de qué otra manera esperaba ser
tratada después de todo lo que había puesto en marcha?

Él ró de la sábana un poco más abajo, pero sin llegar a


descubrir los voluptuosos picos de sus senos, y pasó su lengua por el
borde. Podía oír su acelerada respiración. Para parar cualquier protesta,
bajo la sábana hasta su cintura, dejando al descubierto la hermosa
recompensa de sus pechos.

Al inclinarse hacia ellos, ella puso una mano en su camino. Él arqueó


una ceja mientras miraba hacia ella a través de su cuerpo desnudo.

Se había sonrojado, y sus labios estaban abiertos con la


respiración entrecortada, pero susurró con angus a. –¡Ma hew, no
quiero un bebé que enrede más este lío!

–No habrá ningún bebé– dijo, descartando fácilmente sus


preocupaciones. –No lo tuve en cuenta anoche, pero no voy a cometer el
mismo error otra vez.

Y entonces, empezó a saborear lentamente sus pezones, lamiendo


y chupando hasta que ella se retorció debajo de él, sus protestas
olvidadas. Su perfume lo cau vó; la textura suave y sedosa de su piel entre
sus dedos.
Rodó sobre su espalda hasta que la tuvo encima de él, a horcajadas
sobre él, sus pechos balanceándose, hasta que pensó que se volvería loco
si no podía tenerlos de nuevo.

–Tómame, Emily– dijo con voz ronca, arqueando sus caderas,


dejándola sen r su erección entre sus muslos. Pasó las manos por sus
muslos y sus caderas, instándola a levantarse.

Su expresión estaba llena de inocencia y pasión, y de una


naciente comprensión. La enseñó cómo guiarlo a su interior, y cuando por
fin se dejó caer sobre él, rodeándolo con su húmedo calor, los dos se
quedaron sin aliento.

–¿Te estoy haciendo daño?– dijo.

–No– Para acomodar la sensación de él en su interior, se inclinó


hacia adelante apoyada en sus manos y murmuró vacilante –Pero
entonces… yo asumí que sólo dolía la primera vez.

Retuvo sus caderas para poder concentrarse en ella. –Y


¿estabas escondiéndome tu dolor?

Ella bajó los ojos. –No puedo hablar… de esto.

Su calor y su estrechez seducían y obnubilaban sus sen dos, pero tuvo


un úl mo momento de lucidez. –No escondas tus sen mientos de mí otra
vez, nunca más.

Le miró a los ojos, buscando en él; él lo sabía. Ella no confiaba en él.


Pero no necesitaban la confianza para disfrutar el uno del otro, ahora que
la verdad había sido revelada. Él levantó las caderas y la atrajo de
nuevo sobre él para demostrárselo. Ella gimió y arqueó la espalda hacia
atrás, tomándolo aún más profundamente.

–Ahora tú– dijo, levantándose sobre sus codos hasta que sus labios apenas
le rozaron el pezón.
Ella gritó su nombre y empujó su pecho contra él, pero dejó caer la
cabeza hacia atrás.

–Muévete sobre mí, u lízame para encontrar tu placer, Emily.

Y entonces ella se movió, torpemente al principio, pero cuando


encontró su ritmo, y tomó de él el control, pensó que iba a morir de
felicidad. El moldeó sus pechos con las manos, usando su boca para
provocar gritos encantados de ella, sin endo todo el empo su propia
fiebre de placer recorriéndolo. Se contuvo, con dolor, con la necesidad de
sucumbir cuando ella incrementó el ritmo.

Cuando sin ó el estremecimiento de la liberación a través de su


cuerpo, rodó hasta tenerla una vez más debajo de él, dio un par de
embes das que lo llevaron muy cerca del límite, y luego se re ró,
culminando contra su muslo.

Para su sorpresa, Emily extendió los brazos sobre sus hombros,


pasando los dedos por su pelo.

Finalmente, la miró a los ojos. –Ningún bebé– dijo, poniendo una


sonrisa irónica.

Ella asin ó con la cabeza, su expresión más solemne que la suya, pero
él entendió. Ella sería la que soportaría la carga, no él. Pero a pesar de que
no le creería, nunca la dejaría afrontarlo sola.

–Ahora tenemos que enfrentar el día.– Con nuó, limpiando su semilla


con la sábana, luego se apartó de ella y saltó fuera de la cama. Era increíble
lo bien que las revelaciones – y el sexo – podían hacer a un hombre
sen rse. –Levántate, querida, así puedo quitar esta sábana de la cama.

Ella frunció el ceño con confusión, pero levantó la sábana y puso sus
pies por primera vez en el suelo.
–No queremos que la doncella vea la evidencia de tu virginidad– dijo.

Su rubor se extendió por todo su cuerpo, y él disfrutó de la vista


mientras echaba hacia atrás el cubrecama y las mantas. –Es una pena que
no podamos quedarnos aquí, pero mi familia no lo entendería. O tal vez lo
harían– Reflexionó.

–Pero, tus primos…– dijo con demasiada rapidez. –Ellos sólo estarán
aquí por poco empo.

–¿Tratando de deshacerte de mí, Emily?– Preguntó mientras sacaba la


sábana de la cama.

Era una burla juguetona, sin embargo, ella palideció de nuevo, y giró
su delicioso cuerpo lejos de él, encogiéndose dentro de su bata.
Rápidamente él la rodeó con sus brazos por detrás, y luego ahuecó sus
pechos antes de que pudiera cubrirlos.

–No puedes tomar todo tan en serio.– La advir ó, a sabiendas de que,


aunque ella podría resis rse a su toque con su mente, su cuerpo se
estremecía bajo sus caricias.

Puso sus manos sobre las de él, manteniéndolas aún contra ella. –Ésta
es mi vida, Ma hew. Es todo lo que tengo, y he tenido que hacer cosas
terribles para protegerla. No es fácil saber que mis pecados se han
conver do en una diversión para .

Él agarró sus manos, y ró de ella con más fuerza contra él. –


Perdóname.

Ella le dirigió una triste sonrisa. –¿Perdonarte? No hay nada que


perdonarte. Y no en endo cómo tú puedes perdonarme a mí.

Se separó de él y huyó al ves dor.


Capítulo 20

Emily se dio un baño lento, esperando que Ma hew entrara, todo


desnudo y tentador. Cuanto más embelesados estuvieran el uno con el
otro, sería mejor para ella.

Su estómago se retorció de dolor por su con nua traición, pero no


tenía elección. Se dijo que ella podía hacerlo feliz, evitando que llegara a
saber sobre Stanwood. No iba a pensar en el amor, ella realmente no
conocía a Ma hew, así como tampoco él la conocía a ella.

Pero nunca antes había conocido a un hombre del que quisiera saber
más de él.

Y ahora estaba empezando a conocer su cuerpo, y la magia que era


capaz de hacerla sen r.

Sabía que consideraba sus secretos como una de sus diversiones.


Quería la comodidad de ella en su cama, sin cortejarla, sin ningún
compromiso por su parte. Aunque tal plan era provisional, era el mejor, y
no tenía otra opción.

Sería su amante. Se lo debía todo a él, desde el techo sobre su cabeza


a la ropa que llevaba puesta. Ella se lo debía a él.

Y le debía a él y a su familia mantenerlos a salvo.

Gracias a Dios que era sábado y no tenía que poner excusas del por
qué no dejaba la finca para ir a dar clases en la escuela. Stanwood tendría
que esperar para llegar a ella a solas.
Cuando salió del ves dor después de despedir a María, Ma hew la
estaba esperando en su habitación, ves do para el día.
Recorrió con la mirada todo su cuerpo, sonriendo. –Hoy te ves
hermosa.

–Gracias– Sus dulces palabras y su atención la tranquilizaban. Se había


puesto un ves do verde con cintas amarillas, porque le recordaban la
primavera, cuando todo parecía fresco y lleno de promesas.

–¿Estas lista para saludar a la familia en el desayuno?

Ella ladeó la cabeza. ¿Y hay algo especial en ello?

–Sólo que ahora que hemos in mado, la gente lo notará.

Ella rió. –No lo harán. Nada ha cambiado, por lo que a ellos respecta, y
tengo la intención de mostrarles eso.

Sonriendo, le pasó un brazo alrededor de sus hombros. –Verás. Van a


ser capaces de decir que las cosas están mejor entre nosotros.

Sin ó una punzada de inquietud. Pero estaba siendo u lizada para


crear ese po de ilusión, mostrando a los demás lo que ellos querían ver.
Haría lo que siempre hacía.

Caminaron juntos hasta la sala de desayunos, y como si quiera


demostrarle que podía afectar su concentración en su papel, la puso contra
la pared y la besó muy a fondo, hasta que estuvo débil y temblorosa. El
hecho de que él no pudiera mantenerse alejado de ella la hacía sen r feliz
y aliviada.

Cuando oyeron risitas, Ma hew no dejo ver su pesar cuando notó que
se ponía rígida, sus manos presionando sobre su pecho mientras ambos se
miraban. Sus hermanas los saludaron y entraron en la sala de desayunos,
dejándolos solos.
Emily suspiró. –Lo has hecho a propósito, como para demostrarme
que la gente se daría cuenta. Ni siquiera me das la oportunidad de
comportarme como siempre lo hago.

–No quiero que te comportes como siempre lo haces– dijo,


acariciándola debajo de la oreja. –No siempre enes que estar en control,
Emily, ya no.

–¿Cómo puedes decir eso?– le susurró a su vez, jugando a


hacerse la renuente. –Si no estoy en control, tendré un desliz; cometeré
un error, y entonces, ¿dónde estaríamos? Perderías la conveniencia de una
amante, y yo tendría que desaparecer, si es que no me encuentro en la
cárcel.

Él dio un paso atrás y levantó sus manos para besar la parte posterior
de ambas. –No voy a dejar que nada malo te suceda, querida.

No voy a dejar que nada malo te suceda. Aunque pensó que para él
todo era un juego. Era su nuevo juguete favorito que podía sacar y
jugar. Tenía que asegurarse que no pudiera estar sin ella. Así ella tendría el
control de su des no.

La tomó del brazo y la llevó a la sala de desayunos, donde lo primero


que vio fue a una sonriente Rebecca susurrándole a la esposa de Daniel,
Grace. Emily supo que la predicción de Ma hew acerca de ellos estaba
ocurriendo.

–Así que aquí están.– Dijo Christopher desde la cabecera de la mesa.

Ma hew sonrió. –Y ¿dónde más podríamos estar?

–Hoy no lo sé.– Comentó secamente Daniel –Pero anoche, cuando


quise pedirle a Emily el placer de un baile, no pudimos encontrar a
ninguno de los dos por ningún lugar.

Emily sonrió, sabiendo que estaba sonrojándose, la respuesta


perfecta. Sin ó que Ma hew la miraba con diversión. Se suponía que iba a
comportarse como si nada inusual hubiera ocurrido.

Ma hew se encogió de hombros. –Me sorprendió lo agotador que puede


ser
renovar amistades con cientos de personas. Emily se dio cuenta que me
había excedido demasiado y que necesitaba descansar.

Apenas si pudo evitar poner los ojos en blanco. Lady Rosa y el Profesor
intercambiaron una complacida mirada. Aunque todos sonrieron, Emily
estaba bastante segura de que Daniel y Christopher se miraron con
un silencioso entendimiento, que la confundió.

Daniel sacó una silla y dijo. –Ma hew, será mejor que hayas
descansado bien y guardes tus energías, si es que eres tan frágil.

–No es demasiado frágil para besar a Emily– dijo Rebecca, –justo en el


pasillo donde cualquiera podía verlos.

Ma hew le sonrió. –Casi me desmayé por mi debilidad, y ella me sostenía.

–Con los labios– dijo Susanna, parpadeando inocentemente ante ellos


por encima de sus lentes.

Emily se rio junto con todos los demás, interpretando su papel. Había
pasado mucho empo habitando el disfraz de Emily “la esposa”. Y ahora
eso le encajaba como un guante.

–Si estás tan débil, Ma hew– dijo ella –tal vez debería traerte un plato
del aparador.

–Me las arreglaré con tu ayuda– dijo.

Apoyó su pesado brazo en su hombro y dejó que lo guiará hasta el


aparador, mientras se escuchaba un coro de risas.

–Nunca serás un buen actor– dijo ella en voz baja.

Él se inclinó para susurrarle al oído. –¿Quién está actuando?


Se sen a feliz por su triunfo, pero en vez de mostrarlo, rodó sus ojos.

Cuando se sentaron a la mesa con platos rebosantes, Ma hew se


dirigió hacia Daniel. –¿Y por qué hoy necesito de todas mis energías?

–Mi hermana ene un dudoso plan– dijo Christopher, mirando a


Elizabeth.

Ella sonrió. –Propuse un concurso de ro con arco, así puedo mostrar


mis nuevas habilidades.

Para sorpresa de Emily, Ma hew se estremeció. –¿Quieres decir para


que puedas encontrar un nuevo obje vo para herir?

Elizabeth hizo un gracioso mohín. –Te has ido demasiado empo. Soy
mucho mejor ahora. Pregúntale a Abigail, mi maestra.

Abigail sonrió. –Ha mejorado mucho, pero su hermano no le ha dado


la oportunidad de demostrarlo.– Miró especula vamente a su marido.

Con todo mundo discu endo la idea, Emily en lo único que podía
pensar era en estar afuera, justo en el exterior, donde Stanwood podría
espiarlos a todos.

***

Ma hew observó a Emily mientras abandonaba la sala de desayunos


con sus hermanas. Tenía intención de seguirla, pero vio a Reggie mirándolo
pensa vo. Agarrando el brazo de Reggie, lo llevó por el pasillo a una
pequeña sala, lejos del excelente oído de sus primos.

Cerró la puerta y se dio la vuelta para encontrar a su amigo aún


mirándolo con interés.
–¿Me veo como un espécimen de laboratorio, para que me estudies
así?–Preguntó Ma hew secamente.
Reggie sonrió. –Te ves… feliz.

–Siempre estoy feliz.

–Entonces par cularmente feliz.

–¿Y no me vas a preguntar directamente el por qué?

Reggie ladeó su cabeza. –¿Por qué iba a exigirte respuestas? No me


debes nada.

–Has sido mi confidente en todo esto– dijo Ma hew, bajando la voz


mientras caminaba hacia a su amigo. –Es justo que sepas que Emily y yo
hablamos de todo anoche.

–¿De todo?– dijo Reggie, con los ojos muy abiertos.

–Incluso de mi falsa amnesia. Yo tenía razón, ya sabes… Era una


muchacha desesperada, incapaz de mantenerse por sí misma. No pensó
que le estuviera haciendo daño a nadie por venir en busca de ayuda. Y ella
no fue la que creó la men ra de que era mi esposa.

Reggie sonrío. –Y ahora ella está muy agradecida.

Eso causó que Ma hew hiciera una pausa, pero sacudió la extraña
sensación. –Los dos estamos agradecidos.

–Entonces disfruta, Ma hew. Te lo mereces. Espero que dure tanto


empo como desees.

¿Por cuánto empo sería eso? Se preguntó Ma hew.


* * * Era una suave mañana de otoño, así que Emily y las otras damas
llevaban cómodos chales. Los sirvientes habían puesto una diana contra un
fardo de heno en el extenso césped del ala este de Madingley Court. Emily
pensó que el blanco estaba demasiado cerca del bosque, pero todos
parecían pensar que eso no sería un problema.
Las mujeres escogieron sus arcos, y Emily se encontró de pie junto a
Susanna, que miraba con recelo su arco.

–¿Hay algún problema?– pregunto Emily.

–No. Sólo que nunca he sido buena en esto. Yo no veo la necesidad de


apuntar un palo pun agudo a un blanco, cuando la vista del campo está ahí
ante mí para que la pinte.

Emily sonrió. –Era el único deporte en el que tenía la oportunidad de


compe r contra mis hermanos. Prac qué casi todos los días.

Una gran mano se posó en su hombro, y ella contuvo un respingo de


miedo.

Ma hew dijo –Nunca me dijiste que eras una experta en esto, Emily.

–Nunca surgió.

–Y yo nunca hubiera sacado el tema– él con nuó –porque yo, también


tenía cosas mejores que hacer que apuntar un palo pun agudo a un
blanco.

–¿Cómo qué?– preguntó, mirando hacia él.

Eso fue un error, porque el sol atrapaba los reflejos rojos de su cabello
castaño rojizo, y su sonrisa era alegre y malvada. Ella sabía que
seguía ruborizándose, porque cada vez que lo miraba, pensaba en él
desnudo, y recordaba las cosas que le había hecho con la boca. Cielos,
¿cómo la gente casada se acostumbraba alguna vez a ello?
–La esgrima es el deporte de los hombres– dijo Ma hew con fingida
solemnidad.
–Vas a tener que enseñarle, Emily– dijo Susanna, dándole un codazo. –
Es una vergüenza que un hermano pueda ser superado por las damas.

–Creo que es apropiado que nosotras les podamos ganar– dijo Emily.

–Entonces ésta será la única vez.– Insis ó Ma hew.

Susanna se rio, luego se volvió y llamó al resto de la familia y amigos


diciendo que Emily tenía intención de enseñar a Ma hew el ro con arco.

El Teniente Lawton estaba allí, vio Emily, observándolos muy de cerca.


¿Había confiado Ma hew una vez más en él? ¿El Teniente sabía que se
había quejado de él a Ma hew? Ella no quería entrometerse en su
amistad, sobre todo si el Teniente Lawton se lo tomaba a mal. O si
estaba trabajando con Stanwood, su cólera podría empeorarlo todo.

Cuando se quedaron solos, le dijo a Ma hew –Así que realmente no


puedes disparar una flecha. ¿No estabas inventándotelo?

Él sonrío. –¿Te refieres a que me inventé todo lo demás para que


me enseñaras?

Ella soltó un suspiro exagerado. –¡La disposición de los campos


de Madingley… no puedo creer que cayera con eso! Cómo besar… por
favor. Te compadecí y me sen culpable, todo al mismo empo.

Suavemente, le acarició la mejilla con el dorso de los dedos. –Y ahora


estás enojada conmigo por los engaños.

Ella lo miró a los ojos. –No sería justo sen rme enojada, así que no lo
estaré.

–¿Puedes sólo hacer que las emociones no deseadas desaparezcan?


No dijo nada por un momento, porque sabía que no era tan fácil. –Dijiste
que no estabas enojado conmigo, que me habías perdonado. Tal vez
realmente no has tenido éxito en hacer que tus emociones se vayan.
Caminó hacia las dianas del ro al blanco antes de que él pudiera
responder. Pronto, los hombres fueron quitándose sus abrigos y
subiéndose las mangas, burlándose de las damas con su destreza, incluso
Ma hew, aunque él se jactó acerca de las habilidades que pensaba que
sería fácil adquirir.

Ella no pudo dejar de notar que el Sr. Derby observaba a Susanna, con
una expresión inusualmente sombría. Susanna le miraba de vez en cuando,
y parecía vacilante, incluso arrepen da, pero nunca fue hacia él. Emily
no interfirió, sabiendo que ya había hecho lo suficiente, por lo menos en
lo que concernía al Sr. Derby.

Acercándose a la reunión de los hombres, Emily puso sus puños


en sus caderas y dijo. –Ma hew, no puedes con nuar presumiendo
cuando no enes nada que lo respalde. Ven conmigo, por favor.

Las personas mayores sentadas bajo la sombra de una carpa, se rieron


y la animaron. Ma hew la siguió como un niño cas gado, y entonces,
insis ó en que le explicara cada una de las habilidades en detalle. Ella no
sabía la verdadera magnitud de su ignorancia, o si juguetonamente
estaba ocultándola, para entretener a la mul tud.

No se había dado cuenta de que de pie tan cerca de su espalda,


ajustando sus brazos mientras apuntaba el arco, pudiera quitarle toda la
concentración. Era demasiado fácil olvidar lo que estaba haciendo,
mirando las venas del interior de sus desnudos brazos, tan diferentes a
los de ella, quería pasar sus manos suavemente por todo el amplio
ancho de su espalda. Quería meter sus dedos en su pelo, poner sus brazos
alrededor de su cintura.

Oh, ella estaba tan atrapada en su deseo por él.


Cuando por fin una de sus flechas golpeó en el borde del blanco,
anunció como un éxito su entrenamiento y se re ró lejos de él para
recuperar el aliento. La miró por encima del hombro, su sonrisa diciendo
que él sabía exactamente lo que estaba haciendo, lo que estaba pensando.
¿Qué tan di cil sería mantener las cosas ocultas a un hombre que
quería conocerla demasiado bien?

Ella trató de concentrarse en el concurso, sonriendo con los demás


cada vez que una flecha de Susanna apuntaba demasiado alto hacia el
bosque. Elizabeth era la reina del día, demostrando sus nuevas
habilidades. Emily escuchó con diversión como la familia relataba las
dis ntas personas a las que Elizabeth casi les había disparado en sus
primeros intentos de hacía unos años. Emily restó importancia a sus
propias habilidades, permi endo que Elizabeth ganara. Cuando Ma hew la
miró con conocimiento, ella movió la cabeza de una forma descarada.

Sin pensar en las consecuencias, se ofreció como voluntaria para


encontrar las flechas de Susanna. Los árboles pronto la rodearon,
enfriando el aire, haciéndola arrepen rse de no haber cogido su chal. Las
voces felices se desvanecieron.

Y entonces escuchó el crujido de una rama detrás de ella.

Se quedó paralizada. Nadie más había dicho de ayudarla. ¿Alguien


había cambiado de opinión? ¿El Teniente Lawton? ¿El Sr. Derby? ¿Incluso
uno de los criados?

–¿Hola?– Gritó. Cuando nadie respondió, añadió, en voz más baja. –


¿Está buscando flechas?

La brisa se levantó, y lo mismo lo hicieron los pelos detrás de su cuello.


Alguien estaba ahí, demasiado cerca.

¿Stanwood habría sido tan atrevido como para entrar en el


recinto de Madingley?
A pesar de que sólo tenía una flecha en la mano, sabía que la
búsqueda había terminado. Quería estar en la numerosa seguridad de
nuevo. Pero sabía que alguien estaba detrás de ella, para que no pudiera
regresar.
Su corazón se desbocó, comenzó a moverse rápidamente hacia
adelante por la izquierda. Tenía la ventaja de conocer los caminos, ya que
solía caminar y montar a través de estos bosques cruzando la finca.

–Emily.

Oyó que alguien la llamaba a sus espaldas, la voz de un hombre


casi susurrando… pero no era Ma hew. ¿Quién era?

Comenzó a correr, agarrando la flecha fuertemente, sabiendo que era


su única arma. Las ramas le rozaban los brazos y la cara, pero no podía
permi rse el lujo de reducir la velocidad, sabiendo que tenía que recorrer
una distancia aún larga para encontrarse a salvo.

***

Cuando el concurso se detuvo para tomar unos refrescos, Ma hew se


acercó a sus padres y a sus as. Estaban mirando a sus hijos con cariño,
hablando entre ellos cuando se sentó.

La Duquesa Viuda, su a Isabella, dijo –Nunca pensé que vería a mis


tres muchachos casados antes que sus hermanas; Ma hew, incluso creí
que podría ser el úl mo de todos sus primos.

Él sonrió y miró hacia sus hermanas, que estaban compar endo un


plato de uvas. Estaba siendo demasiado fácil fingir que era un marido de
verdad.
–Y cuando recibimos esa carta diciéndonos que te habías casado–
agregó su madre –en la India de todos los lugares, o eso asumimos, por
ello, no sabíamos qué pensar.

Se encogió de hombros y levantó las dos manos en broma.

–¿Aún no recuerdas nada del principio de tu matrimonio?– Preguntó la a


Isabella.
Ma hew le lanzó una mirada a su madre, que ni siquiera se sonrojó.

–Pensamos que lo mejor era informar a la familia, Ma hew– dijo Lady


Rosa. –Debían saberlo todo.

Sonrió a la Duquesa Viuda –No, a Isabella, los detalles de mi


matrimonio todavía se me escapan. Pero he descubierto que ya no me
importa.

–Eso es obvio– dijo con diversión. –Pareces muy feliz de estar en casa
con Emily. No es de extrañar que te hayas enamorado de tan dulce chica de
nuevo. Tal vez incluso fortaleció tu matrimonio.

¿Enamorado? ¿Era eso lo que todos pensaban?

Antes de que pudiera responder, vio a Emily surgiendo de entre los


árboles. Agarraba una sola flecha mientras se movía con rapidez,
luego se detuvo abruptamente cuando alcanzó el césped. Por un
momento pensó que se tambaleaba.

Se excusó y fue hacia ella.

Ella dio un pequeño respingo cuando dijo su nombre, luego sonrió y


levantó la flecha. –Sólo encontré una.

Después de tomar la flecha, ella juntó las manos detrás de su espalda.


–Emily, ¿por qué estás respirando tan fa gada?

–Necesitaba ejercicio, así que caminé con bastante vigor.

–¿O estabas tratando de escapar de alguien?– Preguntó con


percepción.

Ella le miró a los ojos con rapidez. –¿Escapar de quién? –No lo sé.–
Puso su brazo alrededor de ella. –No hay razón para que te sientas culpable
o para que evites a los demás. Nuestros secretos son sólo nuestros.
Ella asin ó con la cabeza, con los labios apretados. –Voy a tratar de
hacerlo mejor, Ma hew– dijo en voz baja.

Capítulo 21

Después de la cena de esa noche había mucho entusiasmo ya que


todas las jóvenes decidieron tocar el piano y cantar. Ma hew se sin ó
agradecido cuando Christopher y Daniel raron de él en dirección opuesta
cuando el Profesor Leland entró en el salón delante de ellos.

–¿Qué estamos haciendo?– Preguntó Ma hew, riendo, cuando fue


llevado a la biblioteca.

Christopher cerró la puerta. –Puesto que nos vamos mañana, Daniel y


yo nos sen mos en la necesidad de un debate final.

–Seguramente no necesitas salir de tu casa– con nuó Ma hew –Sin


duda, la mayor parte de la Alta Sociedad no se encuentra en Londres en
esta época del año.

–Necesitas empo con tu esposa y tu familia– dijo Christopher. –El


resto de nosotros estaríamos me éndonos en tu camino.
Daniel empujó a Ma hew en una silla. –Entonces, ¿qué ha
cambiado? preguntó, sonriendo. –Aparte del hecho de que te acostaste
con Emily anoche.

Ma hew sólo arqueó una ceja –Eso es entre mi esposa y yo.

–¿Tu “esposa”?– dijo Christopher en voz baja, yendo a sentarse en el


sofá al lado de Daniel y enfrente de Ma hew. –¡Escúchate a mismo!
Ma hew suspiró, aunque mientras sonreía. –He estado fingiendo desde
hace una semana que lo es; es di cil romper el hábito.
–No pareces ser capaz de romper el hábito de Emily, tampoco–
dijo astutamente Daniel.

–Ella me contó la verdad– dijo Ma hew.

Christopher se enderezó con obvia sorpresa. –¿Lo hizo? ¿Por propia


voluntad?

–Bueno… primero yo la dije que no tenía amnesia, y que sabía que ella
no era mi esposa.

Daniel ladeó la cabeza. –Después de que te acostaste con ella,


apuesto. Estoy impresionado por el liber no en que te has conver do.

Christopher disparó un ceño fruncido a Daniel. –Yo no estoy


impresionado. Ma hew, la me ste en tu cama bajo falsas pretensiones.

–Yo no la obligué, fue una mutua decisión.

–Pero ella todavía pensaba que tú creías que ella era tu esposa.–
Dijo Christopher con un toque de ira. –¿Qué se suponía que tenía que
hacer?

–Le di una opción– Ma hew de repente se sorprendió de encontrarse


a la defensiva. –Y dijo que sí.
–Ella sabía en lo que se estaba me endo, una vez que tú regresaste–
dijo Daniel.

Al menos tenía a alguien de su parte, pensó.

Christopher se hundió en el sofá, cerrando los ojos. –Estoy


preocupado por , Ma hew. No veo cómo puedes escapar de este lío
fácilmente. Pero, ¿dices que ahora ella sabe la verdad? –Y accedió a
esperar mi decisión acerca de cómo resolverlo. Ella es justo lo que yo sabía
que era… una mujer desesperada, sin nadie más a quién recurrir.
–Y sigue estando desesperada, y todavía no ene a nadie más a
quién recurrir.– Dijo Christopher –¿No lo ves?

Ma hew se obligó a considerar el punto de Christopher. –Estás


tratando de decir que todavía está atrapada… lo sé. Pero yo estoy atrapado
también. Ella comenzó las men ras, y yo no sé cómo detenerlas.– Vaciló –
Tal vez no quiero pararlas.

–¿Qué?– exigió Christopher.

Daniel se echó a reír.

–Tal vez éste es exactamente el po de matrimonio que quiero, donde


los dos sabemos exactamente qué esperar.

–¿Y así no puedes salir herido?– dijo en voz baja Daniel.

Ma hew arqueó una ceja, sorprendido. ¿Daniel estaba hablando


de sen mientos? El matrimonio realmente lo había cambiado.

–No se trata de salir herido– dijo sencillamente Ma hew, cuando


ambos con nuaron estudiándole.

–¿Qué te hizo tu verdadera esposa?– preguntó Christopher, con


simpa a en su voz.
Eso era algo que él estaba resuelto a no decirle a nadie. –Emily es
diferente a otras mujeres que he conocido en Sociedad.– Dijo. –Trabaja
duro en su enseñanza, y creo que es porque ella está tratando de dar algo
a cambio de la ayuda que ha recibido de la familia.

–¡Escúchate a mismo!– dijo Christopher, sacudiendo la cabeza.


Respiró hondo. –No puedo decirte lo que sientes o lo que debes hacer;
tendrás que descubrirlo por tu cuenta. Pero te puedo decir que las mujeres
son orgullosas. Emily no va a aceptar este falso matrimonio por mucho
empo.
–Ella ya lo ha hecho, antes de que yo le dijera la verdad.

–Pero ahora tú has cambiado las reglas.– Intervino Daniel. –Y va a


importar.–Hizo una pausa, y luego dijo astutamente. –Puedo ver que eres
diferente desde que regresaste de la India. Ya no estás tan controlado, tan
reprimido.

–Es una buena sensación– dijo Ma hew.

–Puede ser una sensación engañosa– añadió Daniel. –No te dejes engañar.

Christopher se puso de pie y miró a Daniel. –Será mejor que vayamos.


Abigail me ha dicho que tu mujer trajo tu violín. ¿No vais a tocar juntos tú y
tu madre esta noche?– Preguntó con una sonrisa.

Ma hew se quedó quieto mientras los veía salir, sin éndose


incómodo y sin saber qué hacer al respecto.

Cuando él y Emily se re raron esa noche, ella se arrojó a sus brazos


con anhelo. Su unión fue apasionada y emocionante, y a pesar de que
estaba agotado, la deseaba de nuevo más de lo que creía posible. Pero ella
se quedó dormida de espaldas a él, cerca del borde de la cama.

***
Después de tomar juntos el desayuno y asis r a la iglesia como una
gran familia, Daniel, Christopher y sus familias se marcharon a Londres.
Ma hew se quedó en la entrada, con el brazo levantado dando un úl mo
adiós de despedida. Uno a uno los demás fueron entrando, hasta que sólo
Emily permaneció junto a él.

–Los vas a extrañar– dijo. –Tal vez deberías haber ido a Londres con
ellos. Estoy tan ocupada aquí, que no me hubiera importado.

Él la sonrió. –No se me hubiera ocurrido después de la actuación de


anoche que quisieras librarte de mí.

Ella sonrió y deslizó su brazo alrededor de su cintura.

–¿Qué planes enes para hoy?– con nuó. –¿Vienes a cabalgar


conmigo?

–No.

Habló con tanta rapidez que le sorprendió.

Con una sonrisa pesarosa, dijo –Les prome a tus hermanas que
pintaría hoy con ellas en el invernadero.

–¿Susanna no puede pintar sin ?

–Vamos a hablar también sobre plantas. Mis alumnos están


estudiando un poco de botánica, y me va a ayudar a prepararme. Susanna
dijo que podría mostrar sus pinturas a los niños.– Le tocó el brazo,
sonriendo, y desapareció en el interior.

Ma hew pronto se encontró vagando en su dormitorio,


sin éndose… inquieto. No quería pensar en las advertencias de
Christopher, pero no pudo evitarlo. Razonó que él no había cambiado las
reglas en este juego que Emily había empezado. Él simplemente ahora
sabía la verdad. Ella no tenía que men rle nunca más.

La puerta de su armario estaba abierta, y se encontró tocando


con aire ausente ves do tras ves do, recordándola con cada uno,
asombrado de que ella pudiera ser tan recatada – y tan seductora – todo al
mismo empo.

Pero Emily aún tenía que men r; y él lo mismo, si quería mantener a


su familia en una feliz ignorancia.

Y aunque le había dicho a ella que no habría ningún bebé, no podía


garan zar que no lo hubiera, sobre todo, si con nuaba en su cama por la
mañana y por la noche.
Un ves do estaba atrapado con algo pesado, y sin pensar en ello,
me ó la mano para liberar el delicado tejido. Una bolsa de viaje había sido
empujada hacia el fondo, y para su sorpresa se sen a voluminosa. Después
de todo este empo, seguramente ella habría desempacado.

La abrió para encontrar un escondite de diseños de costura, muestras,


así como ar culos terminados, todo cuidadosamente embalado entre
hojas de fino papel.

Recordó a Emily diciéndole que era una excelente costurera, e incluso


pudo ver su habilidad en las pocas piezas que miró. Entonces, ¿por qué
ocultar su trabajo?

Sin ó otro escalofrío de recuerdos. Ella había dicho que desde el


principio había querido mantenerse a sí misma. La bolsa ahora estaba
llena; recordó haberla visto bordar el pañuelo que estaba encima de todo
tan sólo uno o dos días antes. ¿Por qué lo estaba escondiendo… a menos
que planeara dejarle después de todo?

¿Dejarle? Eso sería una tontería por su parte, cuando estaba segura y
cómoda aquí. Él la había prome do que la cuidaría. Seguramente estaba
malinterpretando la situación; ella no había tenido empo, ya que todo
había cambiado entre ellos, para desempaquetar esta bolsa de muestras.

Pero antes de la cena se encontró llamando a la puerta de la


habitación de Susanna. Cuando le permi ó entrar, sonrió ante las gotas de
pintura salpicadas por toda la falda de su ves do viejo. Había cuadernos
esparcidos por su escritorio, mesa y sillas. La habitación olía a pintura, a
pesar de no haber pintado allí, y se preguntó si las mujeres de la lavandería
gemirían cuando se enfrentaban con sus ropas manchadas de pintura.

–¿Qué sucede, Ma hew?– preguntó distraídamente, mirando hacia


atrás a dos ves dos que había colocados sobre la cama y luego hacia
adelante. –Tengo que cambiarme para la cena. Los dos estamos retrasados.
Entonces él se distrajo por los dibujos que aparecían en los
cuadernos abiertos. Varios eran de Emily, tal vez incluso hechos ese mismo
día, ya que ella estaba sonriendo y como fondo estaba el invernadero.

Desde detrás de él Susanna dijo. –Ella ha sido lo suficientemente


amable para posar para mí a menudo durante este año. Debo admi r,
hermano, que he visto una nueva vitalidad en ella desde tu regreso. Es muy
obvio que ella te ama.

Creyó detectar un deje de tristeza en su voz, pero no podía


concentrarse en ello. Él ya sabía que Emily era una excelente actriz, y sería
capaz de engañar a cualquiera con la idea de que le amaba. Pero entonces
recordó su pasión y su entrega de anoche, y la forma en que ella le había
besado con tanta ternura. No quería pensar en el amor; no formaba parte
de lo que estaban haciendo juntos.

Pero le dolía pensar en ella con intención de dejarle.

–Estoy llegando a conocerla de nuevo, por supuesto.– Comenzó,


pensa vo. –He notado lo hermosa que es su costura.

Susana se ahogó con una carcajada, y él se volvió hacia ella.


–¿Su costura? Realmente enes que estar enamorado de ella para
notar algo por el es lo.

Enamorado no, pero sí demasiado curioso y preocupado. –Siento


como que quiero recordar todo de ella. ¿Coser es importante para ella?
¿Debería llevarla a Londres, escoltarla de una en una por las endas de las
modistas?

–Ella hace eso con regularidad– dijo Susanna con una risa. –Es su viaje
de compras favorito, para ver los nuevos es los, y hablar con cada modista.
Cuando estamos en la ciudad, es un acontecimiento semanal. Querido
hermano, ¿no me digas que deseas tomar mi lugar en esos viajes? Esa sería
una devoción por encima y más allá del deber de un esposo.
Ma hew se rió, dejándola para prepararse para la cena, pero su
diversión se desvaneció mientras caminaba de regreso a su habitación.
¿Podría Emily estar planeando dejarle? Y ¿cómo podía culparla? Él la había
tomado como su amante, sin la seguridad de un compromiso. Y ella no
había tenido ni voz ni voto en ello, creyendo que sus men ras la
condenarían al final.

No quería que se sin ese mal con él. Se dio cuenta que su dolor le
importaba. Quería que fuese feliz, que estuviera contenta.

¿Podría estar enamorándose de ella?

Sólo saber que estaba en algún lugar de la casa, sen a deseos de estar
con ella. Disfrutó de la manera animada en que habló de nuevo con
él, con la consideración hacia su familia por el dolor que podrían
causarles. Y saber que iba a estar con ella por la noche, haciendo el amor,
había hecho su día mucho mejor.

Tal vez esto era amor… de su parte.

¿Y si Emily en realidad tenía intención de dejarle?


***

Al siguiente día, Emily envió una nota al Sr. Smythe, el cura del pueblo,
preguntando si le importaría enseñar a los niños durante la siguiente
semana. No podía arriesgarse a salir de la finca, no cuando sospechaba que
Arthur Stanwood la había estado acechando en el bosque. Casi la había
atrapado; había oído su respiración jadeante mientras corría detrás de
ella, con las ramas crujiendo. Cuando sin ó un rón en un mechón de su
cabello que se había soltado, había atacado detrás de ella con la flecha, sin
perder el paso. Había golpeado algo, pero no había vuelto la cabeza para
ver si lo había herido.

Justo cuando había llegado al césped, aflojó el paso, y sólo entonces


miró hacia atrás. Pero no vio nada, y no se entretuvo a inves gar.
¿Por qué Stanwood la perseguiría? Él había dicho que se pondría en
contacto con ella para su chantaje. Tal vez le enfureció que no apareciera
por el pueblo. No quería correr el riesgo de estar a solas con él, donde no
pudieran ser vistos.

Ma hew y su padre habían salido ese día, y ella se alegró, porque


cuanto más se concentrara Ma hew en las empresas y negocios de la
familia, menos empo tendría para pensar en lo que ella podría estar
ocultándole. Ella, sus hermanas y su madre iban a encontrarse con los
hombres en Cambrigde esa tarde para una conferencia especial que el
Profesor iba a dar, abierta al público. Había sido idea suya el que asis eran
como una familia; Lady Rosa accedió con mucho gusto. Susanna, Rebecca y
Emily habían intercambiado miradas de sorpresa a espaldas de Lady Rosa.
Por mucho que la relación de los Leland hubiera mejorado, una
conferencia de anatomía seguramente les traería recuerdos amargos.

Sin embargo, Emily estaba tan acostumbrada a estar fuera haciendo


cosas, que permanecer en la casa le hacía sen rse enjaulada. Decidió por
la tarde que dar un paseo por los jardines – ni de lejos cerca del bosque –
no podía hacerle daño.
El día estaba nublado y frío, y apretó el chal sobre sus hombros. Los
jardineros trabajaban en dis ntos macizos, y los sirvientes iban y
venían entre las dependencias y la casa. Mientras estaba caminando por
el sendero de grava, un carro dio la vuelta por el otro lado de la mansión,
obviamente dejando el pa o de la cocina. Ella se movió hacia un lado, para
que el conductor pudiera fácilmente pasarla.

A medida que el carro reducía la velocidad, levantó la vista para


asen r a modo de saludo amable… sólo para ver a Arthur Stanwood
sonriéndola triunfalmente desde el asiento del conductor. Ves a ropas sin
lujo y una gorra calada hasta las cejas. Mientras que ella se quedó
boquiabierta mirándole, él tocó la visera de su gorra respetuosamente.

–Buenas tardes, Señora Leland.– Bajó la voz –O ¿debería decir…


Señorita Grey?

–¿Qué está usted haciendo aquí?– dijo entre dientes, su conmoción


olvidada
mientras miraba a todas partes por encima de ella. Los sirvientes
con nuaron trabajando, y nadie les dirigió más que una mirada fugaz. –
¿Una reunión con su espía?– Preguntó.

–Yo sólo entregué una carga de carbón para la cocina– dijo, ignorando
su segunda pregunta. –Hay tantos suministros necesarios para una finca
de este tamaño.

–Así que, ¿también se ha congraciado con alguien en el pueblo?

Con una desagradable sonrisa, miró a su alrededor y preguntó –


¿Dónde están las encantadoras hermanas del Capitán? Disfruté viéndolas
ayer. Con tan finas formas disparando sus flechas.

Apretó los puños, su cuerpo tenso por la ira y el miedo. Pero tenía que
aferrarse a su propósito y disuadirlo.

Él se rió en voz baja, y luego su sonrisa se desvaneció. –La única


manera de mantenerme lejos es crear un alboroto y gritar, Emily. Y
entonces, todos querrán saber qué está pasando. Y tendrás que decirles.
¿Quieres que esta encantadora familia sepa la clase de delincuente que
eres? No lo parecía ayer. Es una pena que no hablaras conmigo.

–No estaba segura de que hablar era todo lo que quería de mí– dijo.
Así que él era quién la había perseguido.

Su expresión cambió y miró hacia ella. –Voy a hacer lo que quiera


con go. Y tú lo aceptarás. No fui yo quien creó este lío en el que estás,
pero ¿por qué no debería aprovecharme de ello? ¿Qué medidas has
tomado para conseguir en esas lindas manos una considerable can dad de
dinero?

–Ya le dije que yo no tengo acceso al dinero– dijo fríamente. –No se


me han dado ni joyas, ni regalos preciosos, ni siquiera un anillo de boda.
¡Este plan suyo no va a funcionar!
–Encuentra una manera.

–No puedo. Ma hew me ha confrontado. Sabe que no soy su esposa.


¿Por qué iba a darme dinero cuando está buscando la mejor manera de
librarse de mí?

–Incluso si estás diciendo la verdad acerca de que conoce tus


men ras, no creo que él quiera que te vayas, o te habría enviado lejos
inmediatamente. No, mi querida Emily, él evidentemente está enamorado
de . ¿Le has estado otorgando tus favores, los que no querías darme a mí?

Ella no sabía que contestar para calmarlo.

–¿Y bien?– preguntó, con voz más fuerte.

–¡Cállese!– Ella miró frené camente a su alrededor. –No le ayudará el


que lo atrapen.

–Gracias por pretender que piensas en mí, Emily, pero sé que la


única preocupación es egoísta por tu parte. Si me atrapan, vas a tener que
explicar la relación que enes conmigo. Vas a tener que decirle a él lo que
hiciste por mí. Y luego tus men ras – y tu seguridad – estarán de más. No
puedes querer eso. No, está claro para mí que Leland con núa
queriéndote, al menos en su cama. Y él va a pagar. Tienes que encontrar
una manera para hacer que suceda. Me pondré otra vez en contacto
con go dentro de cuatro días, ni un momento más. Quiero diez mil libras.

Ella se quedó sin aliento. –¡Pero su padre es un profesor! Ellos no


enen ese dinero.

Él sonrió. –¿Cómo vas a saberlo si no se lo pides? Encuéntralo, róbalo,


no me importa. Si la duquesa ene joyas, ayúdate con eso. Seguramente
ella no echará en falta algunas.– Enderezándose, tocó su gorra una vez
más. –Buenos días, Señorita Grey. Ha sido un placer.
Capítulo 22

Esa noche, Ma hew llevó a Lady Rosa, a sus hermanas, y a Emily al


Centro de Conferencias del Christ’s College para escuchar a su padre hablar
sobre los usos del microscopio recientemente rediseñado para la
anatomía. Se sentaron en la parte de atrás de la sala, ya que las mujeres no
eran generalmente admi das, independientemente de la naturaleza
pública del discurso. Pero destacaron de todas formas, porque había
menos de un par de docenas de personas asis endo… incluyéndolos a
ellos.

Ma hew se inclinó para susurrarle al oído a Lady Rosa. –Es una pena
que no hayan dado mayor publicidad al evento.– Había esperado ver lo
muy respetado que era el trabajo del Profesor.

Ella negó con la cabeza. –Lamentablemente, los únicos


programas universitarios que parecen ser apreciados son las matemá cas
y los clásicos. La gente no se da cuenta de la importancia de las ciencias en
este mundo moderno nuestro. Es una buena cosa que tu padre tenga su
importante inves gación, que sólo cuenta con seis o siete estudiantes que
estén aprendiendo con él en este momento.

Ma hew simplemente parpadeó ante ella, demasiado sorprendido


para hablar.

Ella se aclaró la garganta y levantó la barbilla. –No soy ignorante en el


tema del trabajo de mi marido. Así que guarda silencio, para que pueda
escuchar.

Ma hew se sentó hacia atrás y vio a Emily mirándolo, con una pequeña
sonrisa.
El Profesor habló sobre el tema, que a Ma hew a menudo le sonó
como de otro idioma, pero su evidente entusiasmo le hacía un buen
orador. Varios estudiantes hicieron preguntas, y la discusión se
prolongó durante bastante empo.

Ma hew miró más allá de Emily a sus hermanas, preguntándose por


sus reacciones. Susanna, por supuesto, era en sí misma una erudita no
oficial, pero Rebecca muy bien podría estar bostezando.

Frunció el ceño. Rebecca no bostezaba en absoluto. Su rostro estaba


pálido, con los ojos enrojecidos. Estaba tratando de ver a su padre, pero su
cabeza se inclinaba hacia adelante mientras ella trataba de enderezarse.

Puso su mano en el brazo de su madre, y cuando ella le miró, inclinó la


cabeza hacia Rebecca. Los ojos de Lady Rosa se abrieron alarmados.

–Pensé que ya rara vez se enfermaba– dijo Ma hew en voz baja.

–Ella no ha tenido nada más serio que un resfriado en muchos años–


dijo su madre con gravedad. –Tú y Susanna quédense aquí y esperen a su
padre. Me llevaré a Emily a casa para que me ayude con Rebecca.

¿No a Susanna? Pensó Ma hew con sorpresa. Pero claro, Susanna era
quién apreciaría más la conferencia, y tal vez Emily era mejor enfermera.
Emily ya sostenía el brazo de Rebecca, susurrándole suavemente. Rebecca
asin ó, lanzó una débil sonrisa a Ma hew, y permi ó que las dos mujeres
la ayudaran a salir de la sala.

Susanna se deslizó más cerca de Ma hew –Ni siquiera me di cuenta de


que estaba enferma.– Dijo, mirando la puerta cerrarse detrás de ellas.

–Yo tampoco noté nada. Estoy seguro de que va a estar bien.– Dijo con
voz tranquilizadora. –Padre estará aquí pronto, y podremos regresar con él.
La mirada del Profesor estaba centrada en la puerta por la que su
hija, ayudada, acababa de salir. Si estaba distraído mientras con nuó
respondiendo preguntas, hizo un trabajo decente tratando de fingir lo
contrario. Una media hora más tarde puso fin a la noche; recogió sus libros
y papeles, y caminó rápidamente, con su bata académica aleteando detrás
de él, para reunirse con Ma hew y Susanna en el fondo de la sala.

En el momento en que llegaron a Madingley Court, el médico ya había


sido enviado a buscar, y Rebecca estaba recostada en la cama, con los ojos
cerrados, y el rostro perlado de sudor. Su pecho se estremecía
ocasionalmente con una profunda tos.

Ma hew se quedó cerca de la puerta, mientras que el Profesor Leland


se precipitó hacia la cama. Emily se acercó a Ma hew, y el roce de su brazo
contra él fue en cierto modo tranquilizador.

–¿Cómo está?– Susurró.

Ella se encogió de hombros y le habló en voz baja. –Con fiebre, pero


no excesivamente. Está bastante lúcida, gracias a Dios, y dice que todo el
cuerpo le duele. Al parecer, se despertó esta mañana sin éndose mal, pero
esperaba que se le pasara. Odia sen rse débil como cuando era joven.

–Ésta es sólo una enfermedad. Seguramente no supone una vuelta a


sus enfermedades de la infancia.

–Espero que no– dijo Emily solemnemente. –Iré a ver si Lady Rosa
necesita agua fresca.

Ma hew miró con impotencia a Emily mientras se movía de forma


eficiente por la habitación, ayudando en todo lo que podía. Susanna
parecía nerviosa, como si tratara de ocultar su miedo, pero Emily le
hablaba con palabras tranquilizadoras que inspiraban paz a su mente.

Cuando el médico llegó y se fue, alegando que había poco que hacer
salvo esperar a que la fiebre bajara, Ma hew persuadió a Lady Rosa para
que se sentara con él en una esquina y comiera un poco de la bandeja con
comida que había traído una criada. Emily se llevó a una angus ada
Susanna fuera de la habitación por un rato.
Juntos, Ma hew y su madre comieron en silencio, mirando al Profesor
hablar con calma a una inconsciente Rebecca, mientras refrescaba sus
brazos y su cara con un paño húmedo.

Lady Rosa empezó a hablar. –Tu padre siempre se ha preocupado


mucho por sus niños.

–Lo sé– dijo en voz baja Ma hew.

–¿Qué otro hombre estaría aquí, par cipando en el cuidado de


su hija enferma? Y yo he estado haciéndole sufrir todos estos años.

–Madre…

–No, no hay nada que necesites decir. El pasado está muerto desde
hace muchos años a la vista de todos, pero no a la mía. Nunca más.

Él comió en silencio entonces, viendo cómo sus padres se echaban


miradas inseguras, pero de anhelo, el uno al otro. Si no fuera por el hecho
de que su hermana estaba enferma, se habría sen do aliviado por el
cambio que se había producido entre ellos durante su ausencia. Mediante
mucho esfuerzo, habían ido más allá de un matrimonio doloroso a algo que
los había fortalecido a cada uno de ellos.

Fue una larga noche, y todo el mundo tuvo su turno haciendo


compañía a Rebecca, hablando con ella cuando se despertaba, dándole
sorbos de agua y cucharadas de caldo. Ma hew se aseguró de estar allí
cuando estaba Emily, porque disfrutaba viéndola con su hermana, su
serenidad, su firme convicción de que Rebecca se pondría bien.

Y tenía razón. Por la mañana la fiebre había bajado. Él y Emily estaban


con ella, y mandó a buscar a sus padres. Ma hew ayudó a Rebecca a
sentarse un poco más arriba en la cama, y ella con enfado golpeó sus
manos
–No soy una inválida– dijo con voz débil, entonces tosió.

Lady Rosa y el Profesor Leland corrieron a la habitación, y cuando la


vieron, sus caras se abrieron con sonrisas. Ma hew escondió la suya
cuando Rebecca gimió como con disgusto.

–No necesitan actuar como si me hubiera estado muriendo– dijo, con


los brazos cruzados bajo su pecho.

Ma hew sospechaba que era para ocultar el temblor de sus manos.

–¡Fue sólo un poco de fiebre!– con nuó. –Todos enen alguna de vez
en cuando. Parte de un simple resfriado. Están exagerando.

Y tal vez ella tenía razón, pensó Ma hew, pero ¿cómo podía
culparlos después de su historia? Pero mantuvo ese pensamiento para sí
mismo para que ella no se volviera contra él.

Lady Rosa la besó en la frente, y luego respiró profundamente. –


Parece que no somos necesarios aquí, Randolph– dijo con ironía a su
marido. –Si alguien nos necesita, estaremos en la casa de campo con
mucho que discu r.

Y luego salieron de la habitación, dejando atrás un sorprendido


silencio.

Susanna entró apresurada por la puerta. –¿Qué me perdí? ¡Mamá y


Papá caminaban cogidos del brazo!

Ma hew puso su brazo alrededor de Emily –No estoy muy seguro de


lo que pasó, pero creo que quieren estar solos en la casa de campo
dónde se enamoraron. Para hablar.– Agregó, en beneficio de oídos
inocentes.
Rebecca y Susanna se miraron la una a la otra y dieron bufidos
idén cos.

Como Susanna se acercó a la cama de Rebecca, Ma hew miró a Emily, que


tenía una expresión de sereno disfrute.
–Pareces bastante orgullosa de misma. – La dijo.

–Sabía que con un poco de esfuerzo, su relación se podría reparar.–


Dijo ella, con los labios curvados con una amplia sonrisa.

–¿Y es tan fácil reparar relaciones?– Preguntó en voz baja.

La sonrisa de ella se desvaneció y lamentó sus palabras.

Emily se excusó y regresó a su dormitorio. Había sido una noche larga,


y sabía que debía dormir. Pero ahora que sus preocupaciones por
Rebecca habían disminuido, sus pensamientos seguían turbios en su
mente, atormentándola con recuerdos de Stanwood y sus amenazas, y de
su desconocido espía.

No estaba más cerca ahora de la solución a su problema. No podía


imaginar ir a la alcoba privada de la duquesa y saqueándola robar algo de
valor. La hacía sen r enferma sólo con pensar en ello.

La única cosa de valor que ella poseía estaba en una pequeña caja en
su tocador. Se sentó ante al espejo y la abrió para mirar el hermoso collar
que le habían regalado los Leland en la Navidad del año anterior. Estaba
hecho con pequeñas perlas, así que estaba segura que tenía algún valor,
pero di cilmente podría valer diez mil libras.

***
En su camino al desayuno – que tuvo prioridad sobre el sueño –
Ma hew se detuvo en el ves bulo de entrada para recoger el correo.
Había varias cartas para él, la mayoría con florida escritura que significaba
otra invitación para celebrar su regreso.

Pero una carta parecía diferente a las demás, su nombre estaba


crudamente escrito en el sobre, con una sola t en Ma hew. La abrió y leyó:

Capitán Leland,
Sé la verdad sobre usted y Emily Grey. Ya no con o en ella para
conseguir el dinero que se le ha ordenado, así que está en usted. Exijo diez
mil libras o revelaré su falso matrimonio. Déselo a Emily. Ella pronto sabrá
dónde encontrarme.

No había firma. Durante un largo minuto Ma hew miró boquiabierto


la carta, releyéndola dos veces, como si las palabras pudieran cambiar
milagrosamente. Incluso después de todo lo que él y Emily habían
compar do el uno con el otro, sus men ras con nuaban, y estaba
involucrada en una trama de chantaje contra su familia. Su cabeza daba
vueltas con el mismo pensamiento, mientras la furia retorcía sus entrañas.

¿Cuántas veces más su intuición resultaría falsa?

Respirando con fuerza, entró en el gran salón y se hundió en una silla


debajo de un despliegue de espadas que manifestaban siglos de valor. Ellas
brillaban con la luz del sol sobre su cabeza, y él quería arrancar una de la
pared, encontrar a ese bastardo y…

Y ¿qué? ¡Él ni siquiera sabía el nombre del individuo!

Pero Emily sí.

Aturdido, pensó en ella atendiendo con tanta dulzura a su hermana,


todo el empo planeando… ¿chantajearle por dinero? Parpadeó, su cabeza
comenzando a aclararse. Eso no tenía sen do.

Y de repente, no pudo creer eso de ella, no después de todo lo que


había averiguado, de todo lo que habían compar do. Su valoración de ella
no estaba equivocada. Era una mujer sin preparación empujada a una
tragedia, que había hecho lo que tenía que hacer para poder sobrevivir. Y si
ese desconocido estaba diciendo la verdad, entonces él la había estado
presionado para que chantajeara a Ma hew. Y Emily no había cedido, no
había venido pidiendo dinero.
No había pedido, tampoco, su confianza o su ayuda, y eso le hizo
sen rse frustrado y le entristeció.

Pero él no había probado ser digno de su confianza, se dio


cuenta con profundo pesar. No había tratado de resolver el problema
de su supuesto matrimonio, sólo la había u lizado para su propio placer.
¿Era así como se había sen do su primera esposa, que no pudo ir a él con
la verdad, que no pudo pedir su ayuda?

***

Cuando Emily escuchó la puerta abrirse detrás de ella, rápidamente


cerró la caja del collar y se puso en pie. Ma hew caminó alrededor de la
cama y se detuvo para mirarla.

Ella no podía leer su expresión, y eso la llenó de pánico. –¿Es Rebecca?

–No, hasta donde yo sé ella se siente mejor.

–Gracias a Dios– Puso una mano en su pecho y cerró los ojos. Pero
cuando Ma hew no dijo nada más, ella por fin le miró –¿Qué sucede? Sólo
dímelo.

–Lo haré, pero es una lás ma que tú no puedas decírmelo a mí.


Ella le miró sin comprender. Le tendió una hoja de papel, y ella la
cogió, inclinando la cabeza para leerla.

La sangre abandonó su rostro tan rápidamente que tuvo que poner


una mano en la silla detrás de ella para mantener el equilibrio. Stanwood
había actuado a sus espaldas, diciéndole todo a Ma hew, haciéndola
parecer como si estuviera involucrada. Sus ojos le dolían por reprimir las
lágrimas cuando se encontró con la mirada inquisi va de Ma hew.

–¡Yo nunca le he ayudado en el plan para extorsionaros a y a tu


familia!

–¿Así que sabías eso?– Preguntó.

Cerró los ojos por un momento. –Sí. Él vino a mí con sus amenazas
hace varios días, y traté de encontrar una manera de burlarle. Pero no hay
nada que pueda hacer, porque él ene de su lado la verdad de mis
men ras. Quería protegerte, tenía la esperanza…– Se interrumpió. –Crees
lo peor de mí, ¿no es así? Crees que está diciendo la verdad. Que seguí
min éndote, y eso es imperdonable.

Cuando la agarró del brazo, estaba lista para su condena. Su familia era
lo único importante para él, y ella había traído un asesino sobre ellos.

Pero su toque se suavizó, y cogió su otro brazo, dándola una sacudida.

–Emily, mírame– dijo en voz baja y apremiante.

Después de haber visto la pasión y el humor en sus ojos, la mataría


verlos ahora reemplazados por el odio. Pero no tenía otra opción, le debía
su coraje. Se enderezó y le miró a la cara.

Cuando vio ternura en su mirada, se quedó sin respiración.


–Te creo– dijo en voz baja, sujetando sus brazos para que no pudiera
huir. –¿Me escuchas? ¡Quién quiera que sea ese hombre, es un
sinvergüenza! No creo que le estuvieras ayudando a chantajearme.

Su respiración volvió con un jadeo –Tú, ¿me crees?

Con sus ojos teñidos de tristeza, murmuró –Sólo hubiera deseado


que hubieras podido confiar en mí en todo esto. Ese hombre –
¿Stanwood? – te ha estado atemorizando, y sin embargo, lo guardaste
todo para . Te hubiera ayudado, Emily. Sé que al principio sólo busqué
mi propia diversión, pero te juro que, cuando te llevé a la cama, nunca
pensé que era una broma. Era casi como si… estuviéramos casados, de
alguna extraña manera.

–Ma hew, lo único que yo quería era un matrimonio con go, incluso
si no era de verdad. Pero estaba equivocada. Las personas casadas no
deben men rse el uno al otro como lo hicimos nosotros.

Él asin ó con la cabeza. –Y eso es culpa mía, que te hice sen r que
tenías que mantener eso conmigo.

Se enderezó y se alejó de él.

Ma hew sin ó su rechazo como una bofetada.

–Desde que murió mi familia– dijo solemnemente –Siempre he tenido


que manejar todo yo misma. Pero no me criaron para ser independiente.
Nunca tuve que tomar decisiones por mí misma, a menos que implicara
qué libro leer, qué ves do me iban a hacer, o a qué fiesta asis r. Mi padre y
mis hermanos me protegían de todo, pero no pudieron protegerme de su
propia muerte.

Se irguió, tratando de ser fuerte. Él desesperadamente quería


abrazarla, protegerla, pero ella se mantuvo alejada.

–Yo era incompetente, y tan inculta…– dijo.


Él sabía que era por eso por lo que empezó a estudiar tan duramente,
para mejorarse a sí misma, así como para ayudar a los estudiantes que no
tenían a nadie para defenderlos antes de que ella llegara. Miró hacia la
ventana, como si no pudiera soportar la visión de él.

–¿Sabes cómo me sen a al ser el pariente pobre que nadie quería? No


sólo no tenía familia, yo ni siquiera sabía dónde iba a dormir después que
mi primo tomó mi casa, pero una amable vecina me acogió
temporalmente. Pero ella no tenía si o para mí, tampoco.– Y en ese
momento, su cálida mirada se encontró con la suya de nuevo. –Caí tan
abajo en la vida que tuve que trabajar como camarera limpiando
habitaciones en una posada propiedad de Stanwood, porque con las
prendas de costura no conseguía suficiente dinero para el alquiler. Los
hombres con nuamente me hacían proposiciones porque yo estaba
desvalida, indefensa.

Ma hew tenía un nudo en la garganta por emociones que nunca antes


había enfrentado. No podía imaginar lo asustada y sola que se habría
sen do Emily. El nunca dejaría que nada la dañara de nuevo.

–¿Fue Stanwood quién te hizo daño?

–Lo intentó– dijo ella. –Oh, al principio simplemente me miraba, y yo


sen a la amenaza de lo que realmente quería de mí. La única manera de
detenerlo, era hacer… otras cosas que él quería. Robé para él, Ma hew. Yo
realmente soy una criminal, en más de un sen do. Dos veces me llevé el
dinero de un dormitorio que había limpiado. Pero no podía seguir
haciéndolo. Y cuando me negué, me puso contra la pared para terminar lo
que había empezado.

Todo el cuerpo de Ma hew estaba rígido de furia e impotencia.

–Yo no dejaría que él me hiciera sen r indefensa.– Insis ó con


acalorada ira. –Mis hermanos me habían enseñado dónde patear a un
hombre. Entonces, hui de él y corrí en busca del Sr. Tillman, quien tan
desesperadamente quería que yo escapara, haciéndome pasar por tu
esposa. Y luego, Stanwood me encontró…–Cerró los ojos, y una lágrima se
escapó de ellos. –Asesinó a ese pobre anciano, frágil y enfermo, justo
delante de mí– Su respiración se detuvo. –Puso una almohada sobre
su cara y yo peleé con él, rando de sus brazos, pero me empujó hacia
atrás.

–Emily… – Susurró su nombre, sin endo su propia impotencia. Se dio


cuenta que él era como Stanwood y los hombres de la posada que la
hacían proposiciones; la usó. ¿Cómo se suponía que iban a mejorar las
cosas entre ellos? Y lo quería desesperadamente, porque su familia estaba
en lo cierto, él estaba enamorado de ella. Pero si se lo decía ahora, ella
no le creería. Tenía que demostrárselo. Quería un matrimonio real, y
todo lo que venía con él.

Capítulo 23

Emily vio a Ma hew llegar hasta ella, y luego detenerse, su rostro


lleno de confusión y dolor.

–No quiero secretos entre nosotros, Emily– dijo en voz baja.

–Siempre habrá secretos, Ma hew. No sabemos cómo confiar el uno


en el otro.

–Pero yo con o en – dijo, rodeándola con sus brazos. –No te he


contado todo, pero quiero hacerlo ahora.

Ella permaneció en silencio, mirándole, refugiándose en su abrazo en


ese breve empo des nado a ella.

–Mi esposa se llamaba Rahema, y como puedes ver por su nombre,


era una mujer na va.
Sus labios se abrieron con asombro, y sus propios problemas
se desvanecieron por un momento. –¿Ella no era británica?

Sacudiendo la cabeza, ró de ella hasta que estuvieron sentados en


dos sillas frente a la cálida chimenea. Apoyando los codos en las rodillas,
tomó sus manos y las sostuvo.

–Ella estaba en la Misión cuando me llevaron allí desde la selva,


herido. Ella me cuidó, y nos conver mos en amantes. Pronto me di cuenta
de que estaba enferma y que podría no sobrevivir. Yo sen tanto… ternura
hacia ella, como gra tud.– Miró sus manos unidas. –La amaba. Así que
para proveerla, me casé con ella.
–Estoy contenta de que lo hicieras– dijo ella en voz baja.

Él le dedicó una leve sonrisa. –Tú nunca me condenarías por hacer


algo fuera de los límites establecidos por la Sociedad. Nunca pensé en el
escándalo, en caso de que llegaran a conocerla. Yo era igual que el resto de
mi familia.

–Tú la amabas, Ma hew, y querías lo mejor para ella.

–Me dijo que había sido bau zada como anglicana, lo cual era
importante para un matrimonio legal. Ninguno de nosotros pensó que
viviría mucho empo, y yo sólo quería que tuviera un poco de paz.
Sorprendentemente, se recuperó, e incluso se mudó conmigo a mi
siguiente des no. Eso fue cuando envié la carta tan vaga a mis padres
diciéndoles que me había casado, así tendrían empo para acostumbrarse
a la idea antes de que yo me presentara con una novia na va.

Ella hizo una mueca. –Tu familia pensó que esa carta los estaba
preparando para mí.

Él sonrió. –Me alegro de haber sido de ayuda.– Sus sonrisas se


desvanecieron y él le dirigió una mirada escrutadora. –Pensé que Rahema
era feliz conmigo, pero nunca vi la verdad.
Ella respiró hondo, apretando sus manos. –¿Ella te estaba
min endo?– Y después había regresado a casa para encontrar a otra
mujer haciendo lo mismo con él. Emily se sorprendió de que no hubiera
estado más enfadado con ella desde el principio.

–Después de su muerte, descubrí que ella nunca se convir ó en


cris ana. Diablos, eso probablemente significa que ni siquiera estuvimos
casados según la ley inglesa. Me había u lizado para ayudar a su familia, de
la que nunca me habló. Mi dinero no era suficiente. Estaba tan
desesperada, que aprovechó las cosas que le dije acerca de mis
asignaciones para traicionar a nuestro Ejército.

–¡Oh, Ma hew!– Su nombre fue un grito involuntario.

–Murieron hombres a causa a ella… por mi culpa. Y nunca supe nada


de esto hasta que murió.– Sus ojos eran distantes al revivir los recuerdos
de su pasado.

–Y luego viniste a casa y me encontraste.– Susurró ella –Y ahora


te he traicionado también.

Le apretó las manos con más fuerza. –He disfrutado de cada momento
de nuestro juego. Y no me has traicionado. Sé que no estás involucrada en
las tretas de Stanwood. Te han atrapado las circunstancias y has estado
impotente contra ellas, y eso me ha hecho darme cuenta de que Rahema,
también. No puedo perdonar lo que hizo, pero ahora en endo que estaba
tratando de sobrevivir de la única forma que sabía.– Sus ojos se tornaron
aún más tristes. –Y ella no creyó que podía confiar en mí lo suficiente como
para decirme la verdad. No debe haber pensado que podía ayudarla.

–No sabes lo que es no tener a nadie– dijo ella en voz baja. –Eso… te
cambia. Tú siempre has tenido a tu familia.

Él se inclinó hacia delante en su silla, mirándola de manera significa va


a los ojos. –No habrá ningún escándalo que Stanwood pueda revelar,
porque nos vamos a Escocia para casarnos, a Gretna Green, donde no se
necesita leer las amonestaciones o una licencia especial.

Ella le miró boquiabierta, la esperanza desplegándose como una flor


después del invierno. –¿Casarnos?

Él sonrió. –Sí. El falso matrimonio será real, y eso va a resolver todos


nuestros problemas. Estamos bien juntos, Emily. Podemos ser felices.

Pero él no dijo que la amaba, y no preguntó por su amor a cambio. Se


había dicho a sí misma todo el empo que el amor no importaba. Si ella
era la única enamorada, entonces que así fuera.
Pensó en la frustración de Stanwood, y recordó que no estaba
actuando solo. Si su matrimonio dejaba a Stanwood impotente, también
podría disuadir a quien le estaba ayudando. Decírselo a Ma hew
únicamente le haría dudar de sus amigos, cuando ellos sólo estaban
tratando de protegerle de ella.

–Nos vamos mañana– dijo Ma hew –Se exactamente qué decir a mi


familia.

***

Esa noche, Emily no podía dormir. Sabía que Ma hew pensaba que la
noche había sido un éxito. Le había dicho a su familia que se iban de luna
de miel a Escocia, y todo el mundo estaba feliz de que pasaran un empo a
solas. Trató de relajarse, diciéndose a sí misma que estaba recibiendo todo
lo que quería: un marido, un protector, seguridad.

Pero seguía mirando a Mathew, y su sensación de malestar se


convir ó en temor. El Teniente Lawton y el Sr. Derby les habían expresado
ambos sus buenos deseos, pero en lo único que podía pensar era: ¿cuál de
los dos estaba min endo? ¿Quién haría algo tan drás co, sin endo que
tenían que proteger a Ma hew de ella?

Nunca iba a terminar, lo sabía. Uno de ellos finalmente hablaría con


Ma hew, fomentaría sus dudas acerca de ella. En estos momentos
ella era un juego emocionante; lo había dicho él mismo. Eso no
podía durar. Terminaría aburriéndose de ella, y entonces, sería
demasiado tarde… estarían casados, y Ma hew lo lamentaría.

No hace mucho empo eso no la hubiera importado. Sólo había


querido seguridad.

Pero Stanwood era un hombre desesperado. ¿Qué haría si ya no


podía chantajearlos ni a Ma hew ni a ella?

Se había enamorado de Ma hew, y la idea de verlo infeliz – o herido – a


causa de ella, era demasiado di cil de soportar.
Con mucho cuidado se deslizó de la cama y salió de pun llas al
ves dor, no permi éndose mirarle, por temor a cambiar de opinión. Se
puso un ves do de día y la capa, me ó una muda de ropa y algunos
ar culos de primera necesidad en un bolso de viaje, y tranquilamente se
dirigió hacia el pasillo.

–¿Emily?

Dio un respingo de miedo ante el susurro, se dio la vuelta y vio a


Susanna en la puerta de su dormitorio con una vela, envuelta en un chal
sobre su camisón. Se miraron boquiabiertas la una a la otra.

Susanna fue hacia ella, mirando el bolso de viaje, y después se fijó en


su ropa. –¿Qué estás haciendo?– la preguntó –¡No es posible que tú y mi
hermano os estéis yendo en mitad de la noche!

Emily dejó en el suelo el bolso de viaje. –Pero lo haremos. Vuelve a la


cama y no se lo digas a nadie. ¡Será una sorpresa!
Susanna se puso rígida. –No te creo. He tenido toda la noche el
extraño presen miento de que algo andaba mal. No parecías tú misma.
Voy a ver qué dice Ma hew.

Cuando tocó el pomo de la puerta, Emily puso una mano en su brazo.


–No, no lo hagas.

Susanna la estudió tan a fondo que Emily se sin ó como un espécimen


bajo el microscopio del Profesor.

–¿Qué no lo haga?– Repi ó Susanna –¿Por qué no debo molestarle?


¿No debería saber que su esposa se está yendo en medio de la noche?

Trató de pensar en una men ra, ella siempre era muy buena en eso.
Pero nada podía excusar este comportamiento. Pensó en todo lo que
Susanna había pasado, en lo cercana que se había conver do su amistad…
y ella no podía seguir
min endo.

Emily tensó los hombros. –No soy la esposa de Ma hew.

Susanna únicamente parpadeó ante ella por detrás de sus lentes.

–¿Me has oído?– siseó Emily. –¡No soy su esposa, así que enes que
dejarme ir!

Susanna se inclinó hacia ella. –¿Qué estás diciendo?

–¿Cómo puedo ser más clara?– Gimió Emily y cerró los ojos por un
momento, sorprendida de lo di cil que era decir la verdad. –Nunca fui su
esposa. Todo era una men ra. Pensé que había muerto, así que u licé su
nombre para salvarme.

–Pero… pero… – Susanna tan sólo con nuó parpadeando ante ella
como una lechuza.

Emily esperaba que jadeara, que gritara, o que llorara. Ella misma
quería llorar, nunca imaginó lo doloroso que sería tener esta maravillosa
familia y que supieran la verdad sobre ella.

–¿Lo sabe Ma hew?– exigió Susanna cuando se recompuso.

Emily asin ó con cansancio. –Desde el principio. Toda la historia de la


amnesia era su manera de retrasar el las mar a su familia mientras él me
inves gaba.

Susanna se quedó sin aliento. –¡Cómo se le ocurrió siquiera pensar en


una cosa así! ¿Y tú no sabías que estaba min endo?

–No hasta ayer por la noche.


La frente de Susanna se arrugó. –Pero desde entonces ha anunciado
una luna de miel.

–No voy a ir. Sería demasiado peligroso para él.

–¿Demasiado peligroso para él?– Susanna hizo eco de sus


palabras, desconcertada.

–Él piensa que… piensa que si se casa conmigo de verdad, todo saldrá
bien.– A pesar de que se esforzó por no revelar sus emociones, sus ojos
comenzaron a arder, y tuvo que limpiárselos con el dorso de la mano.

–Bueno, por supuesto que él quiere casarse con go– dijo Susanna.

Ahora fue el turno de Emily de parpadear ante ella a través de sus


lágrimas. –¡Le men a él… les he men do a todos!

–¿Y ahora vas a salir corriendo para protegerle? ¿Qué hay acerca de
asumir riesgos, como me dijiste?

–Yo… yo… ¡Esto es diferente! Ma hew se merece a alguien mejor que


yo.

–Yo no conozco todos los detalles, pero nunca habrías hecho algo
como esto sin una buena razón.

–Susanna, ni siquiera me conoces– susurró Emily.

–Qué disparate. Por supuesto que te conozco. Eres como una hermana
para mí. Has ayudado a educar a los niños del pueblo. Y amas a mi
hermano.

Emily se abrazó a sí misma. –No lo en endes. Hay un hombre que me


está chantajeando. Ma hew piensa que puede protegerme, pero y sí… y
sí…
–¿Con as en él?

–¡Por supuesto!

–Has sido más atrevida que cualquier mujer que conozca. Y ahora
estás tratando de proteger a Ma hew, en lugar de dejar que él haga lo
mismo por . Déjale correr el riesgo ahora, Emily. Puedo decirte que él te
ama. Me gustaría saber todo lo que ha pasado – y debes prometerme que
me lo contarás – pero por ahora, sólo diré que éste debe de ser el amor
verdadero, ya que ambos están tratando de protegerse el uno al otro.
–Pero Susanna, hay cosas que desconoce todavía, cosas que podrían
hacerle daño. ¿Cómo puedo decirle eso…?

–Porque es necesario hacerlo.– Agarró las manos de Emily. –Puedes


pensar que esto es una locura, pero te admiro. No te escondas lejos ahora.
Demuéstrame que el amor que sientes es lo suficientemente importante
como para luchar por él. Demuéstrame que yo también debería buscar un
amor así.

Emily se mordió el labio. –Tienes razón, sé que enes razón. Pero


estoy tan asustada por él, por todos ustedes.

–Vuelve ahí y habla con él. Y no te preocupes por lo que me has dicho.
Te prometo que nunca voy a repe r nada de ello a menos que tú me lo
pidas.

Las lágrimas de Emily comenzaron de nuevo, y trató de


parpadear para alejarlas, susurrando. –Susanna, lo amo tanto. Se ha
conver do en todo para mí. Sen rse de esta manera es… maravilloso y
aterrador al mismo empo. Pero hace que la vida valga la pena.

Susanna sorbió por la nariz incluso mientras sonreía. –Ve con él.

***
Ma hew despertó en la oscuridad y se quedó inmóvil,
escuchando la respiración de Emily. Tendría que haber estado feliz; iban a
burlar a Stanwood. Pero en cambio, su intranquilidad había crecido a
medida que la noche avanzaba. Se había dicho a sí mismo que estaba
preocupado, que serían capaces de regresar a empo para cumplir con
Stanwood y demostrarle que estaban casados. Dejaría que Stanwood
amenazara con contarle a todo el mundo su historia; Emily ya no podría ser
las mada. Para los oídos de la Sociedad, Ma hew podría conver r todo el
asunto en una román ca escapada con un final feliz, si tenía que hacerlo.
Emily siempre estaría a su lado. Y se aseguraría de que ella supiera que
estaba a salvo y era amada.

Sin ó el destello de un encendido de velas y abrió los ojos. Emily


estaba caminando hacia la cama desde la chimenea. Frunció el ceño hacia
ella mientras dejaba el candelabro sobre la mesa de noche. Estaba
completamente ves da, con un ves do de día, y su capa había sido
arrojada sobre el respaldo de una silla. Su bolso de viaje descansaba en el
suelo junto a la mesa, se preguntó si contendría sus muestras de costura.

–No te vas a ir– dijo en voz baja, con firmeza.

–No, no lo haré.

Eso lo detuvo.

–Pero iba a hacerlo.

–Emily…

–Sólo escucha, yo lo iba a hacer, pero luego vi a Susanna en el pasillo,


y tuvimos una conversación. Ella ahora sabe casi todo, Ma hew.

–Voy a hacer que en enda.


–Ella dice que ya lo hace. No creo que ella necesite más ayuda nuestra,
porque me estaba ayudando a mí.– Para su sorpresa, unas lágrimas
gemelas grabaron líneas brillantes por sus mejillas. –Yo iba a irme porque
no puedo dejar que te pongas en peligro. Stanwood mató a un hombre, y
podría tratar de matarte a o a tu familia.

–Nosotros nos encargaremos de él– dijo Ma hew, sentándose y


balanceando sus pies sobre el borde de la cama.
–Pero hay cosas que necesitas saber.

Se dio cuenta de que ella habría arriesgado su vida al dejarle, antes


que permi r que le hicieran daño a él o su familia. La ternura le invadió.
Quería compensarla con su amor por ella, rogarla que le amara a cambio,
pero ella todavía no confiaba en él; ahora lo veía. La única forma en que
ella podría permi rse algún po de confianza en él era si podía
mantenerla a salvo fuera del alcance de Stanwood.

–Entonces dime, Emily. Puedo entender por qué pensabas que no me


lo podías decir antes, ya que yo te había estado min endo.

Ella puso los ojos en blanco. –¡Mis men ras fueron peores! Pero esto
no es un desa o sobre qué men ras están por encima de otras.–
Suspiró. –Creo que alguien dentro de la casa está trabajando para
Stanwood.

Él se tensó. –¿Crees que ene a un hombre aquí dentro?

–Tal vez, aunque yo realmente creo que alguien está tratando de


protegerte de mí. La primera nota de chantaje que recibí de Stanwood
llegó con el correo, pero la segunda fue dejada aquí, en esta habitación.
Las notas sólo llegaron después de que tú – y tus amigos – regresaron a
casa.

–Y después del ar culo del Times.


–Sí, pero… tendría sen do si alguien estuviera tratando de
ayudarte. Tu amigo, el Teniente Lawton, naturalmente quiere verme
lejos de . Él es de Southampton, al igual que Stanwood.

Ma hew negó con la cabeza. –Él no ene ninguna razón para ir detrás
de a mis espaldas y ayudar a Stanwood.

–Pero… él ha sido tan reservado acerca de a dónde va cada día.

–Y eso es asunto suyo. Con o en él.


–¿Qué pasa con el Sr. Derby?

–¿Peter? ¿Quién apenas si ha estado fuera de Cambridgeshire en toda


su vida?

–Se sin ó humillado cuando le rechacé la primavera pasada. Y de


alguna manera piensa que yo creo que él no merece a Susanna.

–Esos son mo vos válidos– dijo en voz baja. –Pero si Stanwood está
siendo ayudado, bien podría ser cualquiera de las decenas de
sirvientes. Nos mantendremos vigilantes, te lo prometo.

Ella asin ó con la cabeza, pero él la vio retorcer sus manos, y sus ojos
se precipitaron hacia la puerta.

–Emily, no me dejes– dijo, su voz ronca por la emoción.

Ella cerró los ojos.

–Juntos podremos mejor contra Stanwood.– Se puso de pie,


extendiendo las manos para ahuecar su rostro entre ellas. Su temblor casi
fue su perdición. –¿Puedes por favor tratar de confiar en mí? Sé que sólo te
has tenido a misma durante mucho empo, pero ahora me enes a mí.
Quiero casarme con go.
Se inclinó y la besó, suavemente al principio, presionando sus labios
contra su boca, sus mejillas, sus párpados, y luego su boca de nuevo. –
Emily, cariño.

Su nombre era un sincero gemido desde el fondo de su pecho, y


finalmente ella le echó los brazos al cuello.

–No te voy a dejar.– Dijo sobre sus labios. –Me haces sen r segura,
Ma hew. Por favor, hazme olvidar.

La desnudó con cuidado, y le demostró con su cuerpo cada


sen miento que no se atrevió a expresar en voz alta. La acarició y le dio
placer hasta que ella gritó su nombre. Cuando se hundió dentro de ella, fue
como si formara parte de ella.
No sin ó ninguna preocupación por evitar la concepción… quería un
montón de bebés con su Emily.

Esta vez ella se quedó sa sfecha en sus brazos, durmiendo el sueño de


los exhaustos.

Con alegría la atrajo bajo las sábanas y entre sus brazos. Ella apoyó la
cabeza en su hombro, su brazo sobre su pecho. Después de besar la parte
superior de su cabeza, murmuró. –Duerme.

Aunque le costó un poco, al final su respiración se suavizó, la


rigidez abandonó sus músculos, y se relajó con el sueño.

***

Arthur Stanwood yacía desnudo en la cama la noche siguiente, saciado


por la mujer que tenía a su lado. Ella hablaba demasiado, y normalmente,
no habría tolerado eso, pero en este caso ella le estaba ayudando
inmensamente.
–Dime más sobre Madingley Court– dijo, sabiendo que la doncella de
Emily, María, sólo necesitaba un poco de insistencia para seguir hablando.

Ella siguió parloteando sobre la vida en un palacio, y la vida de los


criados. Él la dejó con nuar un poco, pasando las manos por su pelo,
tranquilizándola.

Cuando ella se detuvo para coger aire, él dijo. –Te he echado de


menos estos úl mos días. No he sido capaz de acercarme a la casa para
hacer un recado.

Ella le sonrió, curvándose provoca vamente contra su costado. –Yo


también os he echado de menos, aunque ¡me han mantenido tan ocupada
que apenas podía pensar!

La primera inquietud se deslizó por su mente. –¿Por qué? –Ya os he


hablado de la joven Señora Leland y del Capitán volviendo de entre los
muertos. Las cosas fueron di ciles entre ellos por un empo, pero el amor
ha florecido de nuevo.
Él rió. –¿Y eso te man ene tan ocupada?

–Cuando ellos se van de luna de miel, lo hace.

Se puso rígido, y ella gritó cuando enredó su mano en el pelo.

–Lo siento, amor– dijo entre dientes, forzando una sonrisa. –¿Así que
ellos se van?

–Ya se han ido, de hecho. Esta mañana.

“Ido”. Stanwood había pensado en una Emily completamente


acobardada, y en su lugar, había escapado de él. Recordó a su inesperado
invitado de esa tarde, que ennegreció sus ojos y golpeó sus cos llas,
dándole una oportunidad más para pagar el dinero que le debía. Una
oportunidad más, antes de que el hombre se asegurara de que él nunca
disfrutara de la vida de nuevo.

–¿Y a qué román co lugar llevó el Capitán a su esposa?– Preguntó.

María suspiró. –A algún lugar de Escocia. Él la ama profundamente, lo


hace.

Stanwood se sentó, sabiendo que ya le llevaban un día de viaje. María


le lanzó una sonrisa lasciva y llegó hasta él. Él descendió sobre de ella… y
puso las manos alrededor de su cuello. No podía dejar atrás un tes go de
su interés. Mientras luchaba en silencio, él la ignoró, haciendo sus planes.

Emily no iba a escapar.

Capítulo 24

Emily permaneció inmóvil mientras Ma hew cerraba su ves do. Por


encima de su hombro podía ver su distracción, la manera en que miraba
hacia la ventana. Estaban en el segundo piso de una posada mediocre, lo
mismo que la noche anterior. Nadie se les había acercado, nadie les había
acechado en las sombras. Ella por fin había empezado a pensar que el plan
de Ma hew podría funcionar, que habían eludido a Stanwood y a cualquier
otra persona que él hubiera obligado a ayudarle.

Ella sonrió. –Hemos estado viajando durante dos días. Ya sólo tenemos
que tomar el tren del mediodía. Ahora puedes relajarte.

La besó en la nariz. Su fácil cariño y sus dulces gestos todavía la


sorprendían.

Sabes que el tren no hace todo el recorrido hasta Escocia. Vamos a


tener que terminar nuestro viaje a Gretna Green en un carruaje de alquiler.
–No me importa– dijo, pensando en todas las formas en que Ma hew
la había mantenido ocupada en la in midad, de su carruaje cerrado.

Él sonrió, luego suspiró. –Debo encontrarme con el cochero y los


lacayos para tratar acerca del próximo cambio de caballos. ¿Vas a
esperarme aquí?

–Por supuesto. Tengo mi costura para mantener mi mente y mis


dedos ocupados.

Él miró su bolsa de viaje como si fuera el enemigo. Ya le había


confesado sus sospechas de que ella quería irse cuando vio sus diseños de
costura. Ella se rió y le empujó hacia la puerta.
Poco empo después, acaba de ponerse las medias y fue en busca de
los zapatos que se había quitado de una patada la noche anterior, cuando
la puerta se abrió.

Estaba inclinada, mirando debajo de la mesa –Ma hew, ¿has


visto mis zapatos?

Una mano le tapó la boca y un brazo se deslizó con fuerza alrededor


de su cintura, poniéndola recta y apretándola hacia atrás contra el
cuerpo de un hombre.

Oyó la voz de Stanwood en su oído. –Encuentra rápidamente los


zapatos, o saldrás sin ellos.

Oh Dios, Oh Dios, corrió a través de su mente, y el miedo corrió por su


cuerpo como un disparo abrasador. Su mano olía a cuero, y estaba tan
cerca de tapar su nariz, que entró en pánico por no poder respirar
profundamente. Se arqueó, tratando de coger aire, rándole de la mano.
Él no conseguiría nada si la mataba, pensó mientras se tambaleaba
mareada.
Sin embargo, él recolocó su mano y ella pudo tomar con sa sfacción
una profunda y aliviada respiración por la nariz.

–No podemos dejarte morir, ¿podemos ahora, mi amor? No después


que tuve que preguntar a cada muchacho de postas desde Cambridge
hasta aquí. Me hiciste trabajar duro para encontrarte, y voy a hacerte sufrir
por ello.

Ella gimió cuando se apoyó en él. Después de cada parada, los chicos
de postas llevaban los caballos alquilados a la posada anterior,
mientras que el carruaje era equipado con nuevos caballos… y nuevos
chicos de postas.

Comenzó a luchar de nuevo, con la esperanza de retrasar a Stanwood


hasta que Ma hew regresara. Una vez más la atrajo con fuerza contra él,
arqueando su cuello hacia atrás dolorosamente.

–Ahora vas a venir conmigo. Grita, y tu marido estará muerto. Tengo


un hombre con un rifle apuntando a tu Capitán Leland mientras nosotros
hablamos. No me importaría en absoluto ir a su familia con mis demandas
una vez que él esté muerto. Puede ser que sean aún más fáciles de
amenazar que tú.

Ella había estado en lo cierto después de todo, pensó con


desesperación. Stanwood contaba con ayuda. Sin embargo, ¿cómo podría
alguno de los amigos o de los sirvientes de Ma hew estar apuntándole con
un rifle? No tenía sen do.

Una vez que estuvieran fuera de la habitación, pensó, habría más


gente, y la oportunidad de escapar de él. Ella asin ó rápidamente, dejando
caer las manos a los lados, mientras fingía consen r.

Le soltó la boca y la hizo girar hacia él, sujetando brutalmente su cara


hasta que se vio obligada a mirarlo.
–Yo te mostraré lo que es el verdadero dolor si te resistes– siseó hacia
ella, salpicándole gotas de saliva en la cara.

Ella casi vomita, pero estaba aún más asustada por la mirada de pánico
que él tenía. Su tranquila confianza había desaparecido, y eso le hacía
incluso más peligroso. La dejó ponerse sus zapatos, luego la agarró por el
brazo y la arrastró hacia la puerta.

En el pasillo, Stanwood instó a Emily a ir a la izquierda, hacia la


escalera de servicio en la parte trasera, lejos del frente de la posada.
Todavía sujetándola por el brazo, la obligó a bajar las escaleras delante de
él, tan rápidamente que ella tropezó y se habría caído el resto del camino si
él no la hubiera cogido.

En el pa o de la cocina, ella miró a su alrededor, esperando que el


pa o del establo de la posada estuviera cerca. Pero Stanwood la apresuró a
doblar una esquina y al otro lado de la posada, lejos del camino y de la
gente que podría ayudarla.

Lejos de Ma hew.

El terreno descendía gradualmente hacia un río, que rugía rápido bajo


el puente después de la lluvia del día anterior. Los campos se extendían sin
fin, desiertos, y Stanwood podría llevarla a cualquier lugar, sin tes gos.
Tenía que huir.

U lizando la hierba mojada a su favor, fingió resbalar, usando todo su


peso en una fuerte caída. Stanwood perdió el equilibrio, y cuando se
inclinó sobre ella, ella dirigió el codo de nuevo a su ingle, un truco
que había aprendido de sus hermanos.

Él gimió con fuerza, soltándola tan de repente que esta vez chocó
contra el suelo. Pero un momento después ella estaba corriendo. Se
arriesgó a mirar por encima del hombro y vio que Stanwood no estaba
lejos detrás de ella.
Y estaba entre ella y la posada.

***

Ma hew abrió la puerta de su habitación, sólo para descubrir que


estaba vacía.

–¿Emily?– llamó, preguntándose si ella todavía necesitaba un


momento de privacidad para cambiarse detrás del biombo.

Pero no hubo respuesta.

Él la había dicho que esperara aquí. Estos dos úl mos días no habían
hecho ningún movimiento sin consultar al otro. Un aterrador
presen miento oprimió su pecho.

Corriendo volvió por las escaleras a la planta baja, buscando en las


dis ntas salas públicas, pero ella no estaba allí. Empujó a varias personas
que iban por delante al salir por la puerta principal, sólo para encontrar al
cochero de pie junto al carruaje, y a los lacayos hablando juntos cerca de la
parte de atrás.

–¿Ha venido mi esposa aquí?– exigió.

Los ojos del cochero se agrandaron. –No, Capitán. No la he visto.

–Ella ha desaparecido– dijo Ma hew entre dientes, luego volvió a


entrar en la posada.

Una joven, la regordeta criada que les había servido la cena de la


noche anterior, iba caminando rápidamente a través de la sala de entrada,
y pa nó hasta detenerse cuanto le vio.
–Capitán Leland, le he estado buscando a usted por todas partes. Vi a
su esposa siendo empujada hacia abajo por las escaleras de servicio no
hace un cuarto de hora. Pensé que tal vez era uno de sus hombres, pero la
trataba de manera tan brusca…

Se interrumpió cuando Ma hew maldijo. –¿Ha visto a dónde fueron?

–Afuera, Capitán– dijo ella, retorciéndose las manos.

Ma hew se volvió y se encaminó de nuevo hacia la puerta principal.


Con ese empo de ventaja, Stanwood podría haberla empujado a un
carruaje y estar ya en el camino. El miedo tenía un sabor amargo en
su boca, enturbiando sus pensamientos. No podía perderla, no cuando
había jurado protegerla, cuando él la amaba. Estaba sola con un loco,
temiendo por su propia vida… y él, una vez más, había demostrado ser
incapaz de ayudarla.

Cuando salió, escuchó –¡Ma hew!

Peter Derby corría hacia él, con el brazo en un cabestrillo improvisado,


y con sangre manchando su abrigo.

–¿Peter?

El rostro de Peter era ceniciento cuando tropezó al pararse –Es Stanwood–


dijo, jadeando. –He estado siguiéndole. Está aquí.
–Lo sé.

Peter le miró boquiabierto, líneas de agotamiento marcaban su frente.


–¿Así que ya sabes acerca de él… y Emily?

–Lo sé. ¿Sabes dónde la ene?

–No. Entonces, parece que he llegado demasiado tarde.


Ma hew tristemente dijo. –¿Le ayudaste?

–Lo siento, Ma hew– dijo Peter, desplomándose en un banco. –Yo… la


vi recibir la nota de chantaje, y tuve oportunidad de leerla. No sabía qué
hacer.

–Podrías haber venido a mí– dijo Ma hew con gravedad, sus ojos
sondeando el pa o.

–Traté de detenerlo– dijo Peter, sosteniendo su brazo herido. –Cuando


vi la clase de hombre que era, cuando descubrí que había matado a la
doncella de Emily…

–¿María?– interrumpió Ma hew.

Peter asin ó, sus ojos sombríos.

–¿Qué pasó después?

–Me disparó cuando traté de detenerlo. Traté de llegar a antes de


que él pudiera…

–Él sólo se la llevó. No puede estar lejos. Espera aquí, Peter.– Habló
con tanta fuerza como lo haría con un soldado bajo su mando.
***

Emily corrió tan rápido como pudo por la pendiente cubierta de


hierba, deslizándose, resbalando. Su respiración resollando dentro y
fuera de sus pulmones por el miedo.

Al otro lado del río se podían ver cabañas situadas detrás del camino.
Si pudiera cruzar el puente y llegar hasta ellas…
Sus piernas palpitaban por los golpes de la grava que nivelaba el
camino. Arriesgó una mirada por encima de su hombro… y Stanwood
estaba allí, justo bajando por la pendiente, cojeando, pero fortalecido
cuando comenzó a acortar distancia con ella.

El pequeño puente tenía muros de piedra más bajos que la altura de


sus caderas, no eran nada más que una barrera para mantener dentro a un
carruaje o un carro y que no cayeran al río. Antes de llegar al otro lado, él la
atrapó, agarrándola por el brazo, haciéndola parar tan de repente que cayó
con fuerza contra el bajo muro, y la piedra golpeó dolorosamente sus
caderas.

Él la mantuvo doblada hacia atrás sobre el muro, su cara roja de


furia inclinada hacia ella mientras la agarraba por los hombros. Podía oír el
rugido del agua por debajo, sen r la espuma cuando el agua golpeaba el
pilar del puente.

–¡Si alguna vez me desobedeces de nuevo, te voy a callar como lo hice


con el vicario!– le gritó a la cara.

La sacudió con tanta fuerza que se mordió el labio y notó el sabor de


su sangre.

–¡Soy un hombre muerto sin , y si tengo que morir, te voy a llevar


conmigo!

Presa del pánico, ahogó un grito, y él le dio un revés en la cara,


lanzándola de lado, por lo que sus cos llas se estrellaron con fuerza contra
el muro. El dolor de su golpe resonó en su cabeza y el aire escapó de sus
pulmones. Desesperada, sabiendo que muy bien podría morir, se levantó
rápidamente, chocando contra él con tanta fuerza que al golpearle de lado,
perdió el equilibrio. La parte inferior de su cuerpo golpeó contra el muro,
agitó los brazos y cayó por encima de él, tan sólo logrando agarrarse al
borde de la desgastada piedra con una mano.
Su grito fue desgarrador. –¡No sé nadar! ¡Oh Dios, no sé nadar!
Con las manos en el borde del muro ella miraba desde arriba a
Stanwood, la parte inferior de sus piernas colgando ya dentro del revuelto
río que raba de él. Su brazo libre agitándose frené camente mientras
trataba de encontrar otra sujeción.

Emily entendía la desesperación demasiado bien… no podía verle


morir. Agarró la muñeca que él tenía encima del muro, sabiendo que si él
se soltaba, ella no sería capaz de evitar su caída.

–¡Deja de agitarte!– exclamó.

Inclinada sobre el muro, le sujetaba desesperadamente, mientras


que la espuma del agua los empapaba a los dos. Ella miró por encima del
hombro...

Y vio a Ma hew corriendo pendiente abajo.

–¡Ma hew!– gritó.

Cruzó al otro lado del puente, y sin dudar, ni preguntar, ni regodearse


sobre la caída de su enemigo, agarró el brazo libre de Stanwood,
asumiendo el control de ella. En ese momento, todo dentro de ella se alivió
y aligeró con alegría y amor.

Pero Stanwood estaba más allá del terror, pataleando y gritando


mientras rogaba por su vida.

–¡Deja de moverte!– gritó Ma hew.

Emily gritó cuando Stanwood perdió su agarre en el borde del muro.


Se tambaleó hacia abajo, sujeto únicamente por Ma hew, que aunque
u lizaba las dos manos no era rival para el rón del río, que ahora se tragó
a Stanwood hasta sus muslos. Su piel húmeda hacía resbalar el agarre del
uno en el otro. Ma hew maldijo y trató de asegurar sus caderas contra el
muro.
Entonces Stanwood cayó, su grito silenciado por el agua.

Inclinándose sobre el muro, Emily y Ma hew miraron boquiabiertos


cómo aparecía una vez en la superficie, agitándose en la poderosa
corriente, y luego se hundía por úl ma vez.

–¿Deberíamos ir por ayuda?– exclamó, agarrando el brazo de


Ma hew.

Él negó con la cabeza, su respiración trabajosa cuando dijo. –Va a


estar muerto en un momento, mucho antes de que una barca pueda ser
puesta en el agua.

Enterró la cara contra su pecho, temblando, y él la tomó entre sus


brazos.

–Si tan sólo hubiera llegado antes– dijo abruptamente sobre su


cabello. –Pero por lo menos hay alguien que puede responder a nuestras
preguntas.

Ella levantó la cabeza para mirar hacia él. –¿Quién?

–Peter Derby.– Ma hew puso una triste sonrisa. –Tenías razón


todo el empo.

Emily no sin ó ningún triunfo, sólo tristeza. Se había acabado;


Stanwood estaba muerto, y él no podría hacerles daño nunca más. Pero,
¿qué pasaba con el Sr. Derby?

Ella y Ma hew subieron lentamente por la pendiente de regreso a la


posada, con los brazos alrededor el uno del otro. En el pa o exterior junto
a la puerta, vieron al Sr. Derby sentado en un banco, con el rostro blanco
en tensión. Cuando levantó la vista y los vio, bajo la cabeza con alivio.

–Gracias a Dios que estáis bien– murmuró cuando se acercaron.


–Eres un maldito afortunado de que ella lo esté– dijo Ma hew entre
dientes.

Emily apretó su cintura, y luego le soltó, para valerse por sí misma. –


Ma hew, todo está bien. Él estaba tratando de protegeros a todos, e
incluso fue herido al hacerlo. No puedo culparle por ello.

–Sé que debería haber ido a , Ma hew– dijo Peter.

–En vez de hacerlo, ¿dejó la nota de Stanwood para mí?– preguntó


Emily.

Él asin ó con la cabeza –Cuando yo… me di cuenta que no eras lo que


pensaba todo el mundo, estaba tan enojado por haber sido engañado.
Pensé que tú, una criminal…– hizo una mueca de dolor –estabas riéndote
de mí, riéndote de todos nosotros.

Ma hew dio un paso amenazador hacia delante. –Cómo te atreves…

–¡Ma hew!– exclamó Emily, agarrando su brazo. –¿Cómo puedes


culpar al Sr. Derby? Yo estaba min éndote a , u lizando a tu familia.

–Tú estabas desesperada por sobrevivir cuando no tenías nada más–


Insis ó Ma hew.

–Sé lo que es la desesperación– Susurró el Sr. Derby –No puedo


culparte, Emily. He pasado tanto empo preguntándome qué iba a hacer.
Tengo poco de vida propia, y eso me ha perseguido, tanto es así que me
obsesioné con mi futuro. Ma hew, cuando regresaste, vi que habías
vuelto afortunado, tu vida había conseguido hacerse más grande,
mientras que la mía en cambio, sólo había conseguido hacerse más
pequeña. Y entonces, me di cuenta de lo que Emily estaba haciendo a los
Leland, que yo podía hacerles un favor a todos exponiéndola.

–Pero no me delató– dijo Emily, sorprendida.


Él negó con la cabeza, con una expresión amarga. –Te seguí, y vi a
Stanwood
haciendo lo mismo. Me enfrenté a él; sólo quería hablar con él, para
entender…

–Y entonces, él le obligó a ayudarle– dijo ella en voz baja.

–Que Dios me ayude, pero no. Fui allí con la intención de obtener la
verdad de él, y en lugar de eso, me hizo ver el hazmerreír en que estabas
convir endo a una familia noble, que te merecías pagar por lo que habías
hecho.

–Él puede hacer que las personas crean y hagan cualquier cosa.

–Y entonces, él me ofreció una parte del dinero.– La expresión del Sr.


Derby se volvió amarga. –Me dije a mí mismo todo el empo que no lo
tomaría, pero… no sé qué hubiera hecho al final. Puse esa nota en
Madingley Court por él. Yo no sabía lo que iba a suceder, pero Ma hew, tú
sólo parecías más feliz con cada día que pasaba. Cues oné constantemente
mis opciones. Al final, desafié a Stanwood y él sacó lo mejor de mí.

–Tenía un arma– dijo Emily –Y trató de ayudarnos. Tiene mi gra tud.–


Ella miró con preocupación su brazo –¿Su herida aún sigue sangrando?
Debe consultar a un médico.

–Se ve peor de lo que está– dijo. –Me merezco lo que tengo por ser lo
suficientemente tonto para pensar que debía manejar todo por mi cuenta,
que yo sabría hacerlo mejor que tú, Ma hew. Pido tu perdón, aunque lo
entenderé si no puedes otorgármelo.

–Por supuesto que ene nuestro perdón– dijo Emily antes de que
Ma hew pudiera hablar.

Ella sin ó el brazo de Ma hew apretar sus hombros.

–En endo– dijo Ma hew. –Has hecho una mala elección, Peter. Pero,
¿qué pasa con tus opciones par r de ahora?
El Sr. Derby cerró los ojos por un momento, apoyando su cabeza
contra la pared. –No lo sé. Me he hecho un lío de propósitos.

–Es necesario encontrar una vida propia. Cambridgeshire


podría ser demasiado pequeña para , como lo fue para mí. Ve a
Londres, Peter. Ven a hablar conmigo allí. Puedo ayudarte a encontrar algo
que hacer con tu vida, que no te haga sen r en deuda con tu hermano.
Conozco a gente en el Ejército y en los negocios. Deja que te ayude.

El Sr. Derby asin ó y suspiró –Es buena tu oferta, Ma hew. Tengo que
pensar en lo que he hecho… en lo que quiero hacer. Prometo jamás revelar
tus secretos.

–Vamos, hagamos que el posadero envíe a por un médico– dijo


Emily, mirando a los dos hombres con alivio. Ella no estaba
sorprendida por la generosidad de Ma hew. Él la había perdonado, y ella
había come do un pecado mucho más grave que el del Sr. Derby.

***

En su habitación, la parrilla de carbón desprendía un calor de


bienvenida, y Emily se sentó cerca de ella, ves da ya con un traje seco pero
todavía temblando.

Ma hew estaba preparando su taza de té con crema y azúcar, justo en


la forma en que a ella le gustaba. ¿Cuándo había aprendido eso? Se
preguntó, sin éndose aturdida.

Dejó la taza y el plato a su lado, luego le volvió suavemente la cara


hacia la luz que entraba por la ventana y examinó su mejilla.

Su rostro se oscureció. –Él te las mó. Dios mío, si sólo hubiera llegado
antes…
–Ma hew, por favor.– Ella tomó su mano y la sostuvo contra su cara. –
Has dicho eso diez veces. Todo está bien.

Él hizo un gesto cansado. –Gracias a , mi pequeña superviviente.


Todavía me sorprende que fueras capaz de derribarlo del puente.

–La desesperación puede hacerle eso a una persona– dijo con ironía.

Él se puso serio. –Nunca conocerás la desesperación de nuevo, te lo


juro.

Ella le miró a sus cálidos ojos castaños, tan cambiantes, que ya no eran
ilegibles para ella. Se encontró con la lengua trabada, indecisa, sin saber lo
que él pensaba, ahora que ya no necesitaba casarse con ella. ¿Tendrían un
matrimonio que valía la pena salvar, o él querría decir simplemente que la
dejaba irse?

Para su sorpresa, él se puso de rodillas delante de ella y tomó sus dos


manos entre las suyas –Emily, casi te pierdo.

Sus labios comenzaron a temblar, incluso mientras las lágrimas


escocían sus ojos. –Pero no lo has hecho, Ma hew. Estoy aquí.

–Te amo– dijo, su voz ronca por la emoción.

Ella inhaló, sin éndose temblorosa de asombro y de una creciente


felicidad. –Yo te amo, también.

–Quiero ir a Gretna Green y casarme con go de verdad. No era sólo


una excusa para escapar del chantaje de un loco. Nunca he conocido a
nadie que tuviera que luchar tan duramente para salvarse a sí misma… y
estoy incluyendo a soldados.

Ella se rió entre las lágrimas.


Él no sonrió, su expresión tan solemne –Pensé que me había ido de
Inglaterra para escapar de las restricciones que yo mismo me imponía por
mi familia. Pero, en realidad, me estaba escapando de mí mismo, del
hombre en el que me había conver do. Tan reprimido, tan controlado,
preocupado por las decisiones que me gustaría tomar. Me cambié a
mismo, pero entonces, come el error de no pensar en las consecuencias
de mis actos. Una cosa era hacer lo que se quisiera, siempre y cuando
nadie resultara herido. Pero la gente resultó herida. No miré con
suficiente profundidad dentro de Rahema, sólo vi lo que yo quería ver. Y
luego, cuando regresé y te descubrí aquí con mi familia, de nuevo no
pensé… acabé haciendo lo que yo quería, simplemente les dije a todos que
tenía amnesia. Agravé una men ra con otra, arriesgándolo todo.
–¡No te di otra opción! Estabas tratando de no hacer daño a tu familia.
No te culpes por ello. En la India te casaste con la mujer que amabas.
¿Cómo podrías haber previsto las consecuencias que conllevaría?– Ella
ahuecó su mejilla –Te amo, Ma hew. Te amo por darme la oportunidad de
defenderme a mí misma. Te amo por querer ayudar a Susanna… y por
aceptar que ella ene que hacer algunas cosas por su cuenta.

Él cerró los ojos y le besó la palma. –Nada se interpondrá en el camino


de nuestra felicidad. Crecí pensando que el matrimonio era algo doloroso,
que cada día era sólo algo que había que conseguir pasar. Pensé que mi
vida tenía que ser más emocionante… pero cada momento con go es así
para mí.

–Ma hew, hasta ahora he sido un reto para . ¿Qué sucederá cuando
me veas día a día? Sabrás todo sobre mí. Puedes lamentar estar atado a mí
por toda la eternidad.

Él sonrió. –Viviremos nuestra propia aventura en el matrimonio.


Nunca me cansaré de aprender todo acerca de .

Su cara ardía por la emoción y por un amor que parecía querer


quemarla desde dentro. Pero se forzó a tomárselo con calma. –Susanna
sabe de mí– dijo ella. –¿Qué ocurrirá con el resto de tu familia, Ma hew?
¿Vas a decirles la verdad de cómo llegué a estar casada con go? La
hones dad es tan importante en una relación. Te prometo que siempre
tendrás eso de mí.

Él se inclinó para besarla suavemente. –Gracias. Pero cómo nos


conocimos y nos enamoramos es nuestro secreto. Hablaré con Susanna.
Tengo la suerte de tenerte, sin importar lo poco ortodoxo de nuestro
noviazgo.

–Pero ya no tengo miedo de la verdad, Ma hew. Son tu familia, y yo


no quiero que una men ra levanté una barrera entre tú y ellos. Son como
un regalo de para mí, y les valoró a ellos y la relación que enes con
ellos.

Él sonrió con ternura. –Pues entonces, cada año en nuestro


aniversario, reconsideraremos nuestro secreto. Quizás quiera por ahora
saborear sólo nosotros dos nuestra inusual historia de amor.

–Eso es tan román co– dijo, riendo, incluso mientras se limpiaba las
lágrimas de sus mejillas. –Me has hecho sen r tan segura, Ma hew, y ha
pasado mucho empo desde que me he sen do de esa manera. E incluso
la culpa se ha ido, porque después de todo, si no me hubiera conver do en
tu esposa, casándome con un extraño, ¡nunca nos hubiéramos encontrado
el uno al otro!

Compar eron risas y besos, estrechamente abrazados, y ella sabía por


fin que nunca tendría que dejarlo ir. Se sen a segura en el amor de
Ma hew, segura en el mundo que había creado para sí misma. Ahora lo
único que tenían que hacer era casarse… de verdad.

Epílogo

Ella ya había tenido su cuota de bodas, pensó Emily, caminando junto


a su amado esposo hacia el salón principal de Madingley Court. Tuvo una
falsa boda que la llevó a la vida de Ma hew Leland, donde había
encontrado el amor y la seguridad más allá de sus más locas esperanzas.
Tuvo su boda secreta en Escocia, donde habían hecho legal su relación y
se prome eron el uno al otro para siempre.

Y ahora le estaba dando un regalo, un secreto que se negaba a


confesar. Y ya que él era un hombre que hacía las cosas impulsivamente,
que la sorprendía y deleitaba cada momento de cada día que estaban
juntos, ella no sabía qué esperar.

Él la sonrió por úl ma vez antes de abrir las puertas del salón.

Se quedó sin aliento. Toda su familia había llegado sin ella ni siquiera
saberlo. Los Leland, los Cabot y los Throckmorten estaban todos allí
reunidos, sonriéndose unos a otros y a ella. Peter Derby se había ido a
Londres, pero el Teniente Lawton estaba allí, escoltando a Lady Hollybush,
la viuda a la que había estado cortejando en secreto porque le preocupaba
el que ella estuviera muy por encima de él. Por la expresión de adoración
de la dama, Emily no creía que el Teniente tuviera nada de qué
preocuparse.

–¿Qué está pasando?– Preguntó cuándo Ma hew la tomó de la mano


y la llevó hacia adelante. Ella miró impotente a Lady Rosa, que estaba
llorando sin contenerse en brazos del Profesor. Susanna y Rebecca estaban
tomadas de la mano.

–Como no recuerdo nuestro primer matrimonio– comenzó


Ma hew, brindándole una sonrisa secreta que nadie podía ver más que
ella, –y ya que mi familia no estuvo presente, quiero celebrarlo de nuevo
con todos los que amo.

Los ojos de Emily comenzaron a picar. –Pero…

–Sin protestas– dijo. –Eres especial para mí, Emily. Quiero que todos
los que hay aquí lo sepan. No recuerdo haberme enamorado de la
primera vez...

Ella hizo una mueca.

–Pero debió de ser algo mágico, o cosa del des no, porque sucedió de
nuevo. Las bodas se hacen también con la familia, creando una nueva
familia dentro de las otras ya establecidas. Quiero que sepas que siempre
me tendrás, y también a toda mi familia. Ahora somos tuyos.

Las lágrimas nublaban sus ojos y caían por sus mejillas. –Oh,
Ma hew–Susurró. –Te quiero tanto.

Puso sus brazos alrededor de ella –Bien, porque el vicario está aquí. –
Y bajando la voz, dijo: –Cásate conmigo, Emily, y no sólo porque quieras
hacer las cosas bien. Cásate conmigo.

–Lo haré… Lo voy a hacer. ¡Oh Ma hew!– Ella se lanzó a sus brazos, su
fuerte cuerpo era su refugio. Era tan dichosa. Y había sido tan bendecida.
¡¿Cuántas mujeres podían casarse con el hombre que amaban… varias
veces?!

Todo el mundo aplaudió y vitoreó, incluso cuando ella dio gracias a


Dios por haberle dado un marido, una nueva familia y el amor.

FIN

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