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W \ EDITORIAL
Z l J MAPFRE
Marruecos:
Islam y nacionalismo
.
Colección El Magreb
MARRUECOS:
ISLAM Y NACIONALISMO.
ENSAYOS
Directores de la Colección: Alfonso de la Serna, Bernabé López
y Miguel Hernando de Larramendi
Traducción: Malika Embarek
Diseño de cubierta: Fernando Gómez
MARRUECOS:
ISLAM
Y NACIONALISMO.
ENSAYOS
©
EDITORIAL
MAPFRE
ÍNDICE
P resentación .................................................................................................. 9
P rólogo .......................................................................................................... 13
I ntroducción.................................................................................................. 15
Historia ideológica, historia crítica .................................................. 15
Los relatos sobre el pasado marroquí ............................................. 16
Renovación de los métodos .............................................................. 22
La aproximación histórica ................................................................. 28
APÉNDICES
Alfonso de la Serna
Embajador de España
PRÓLOGO
A1 igual que la ciencia de la naturaleza, que comienza por la crítica de los mitos.
16 Marruecos: Islam y nacionalismo
Cada época tiene su propia visión sobre los tiempos que la han
precedido; cada pueblo, sobre su pasado y el de la humanidad; cada
grupo social sobre su oponente, etc. Es difícil hallar un único relato
sobre un determinado acontecimiento. Precisamente por eso, esta
multiplicidad impulsa a la mente, curiosa por naturaleza, a plantear
se la siguiente pregunta: ¿qué ocurrió exactamente?
¿Cuáles son los tipos de relatos con que contamos sobre la his
toria de Marruecos, y en particular, la del siglo XIX? A grandes ras
gos, podemos distinguir cinco variedades: local, escrito, colonial, na
cionalista y académico. Conviene señalar, no obstante, que nos
referimos a una tipología y no a una clasificación por escuelas, méto
dos, estilos o ideologías. Todos se relacionan de modo dialéctico.
Cada uno de ellos existe por oposición a unos y por afinidad a
otros. A continuación se enumeran algunas características corres
pondientes a cada tipo.
1. El primer tipo de relato, que hemos denominado local, se
designa a veces con el calificativo de oral o popular. Delimitado es
pacialmente, adquiere diversas formas. Así, por ejemplo, la aventura
de Bu Hmara es referida de modo distinto por los guiata y por la
población urbana de Fez; la expedición de Hassan I al Sus no ad
Introducción 17
toria escrita, independiente del marco estatal, que nos habla de las
familias patricias, de las cofradías, de las cabilas, de los clanes, etc.
Hay quien opina que se debe distinguir el relato oral del relato ofi
cial; o se equivocan o están situando frente a frente dos tipos de re
latos diferentes, por supuesto, pero no por ello contradictorios. ¿Es
necesario aclarar que un relato escrito por un visir, como Zayyani,
no tiene por qué obligatoriamente ser menos auténtico que el que
establece un talib al servicio de un cheij de alguna zagüía o de un je
fe de clan? Ambos parten de un modelo.
Esta producción escrita ha sido, hasta el momento, la fuente
principal de nuestro conocimiento del pasado marroquí. Hubo
una época, la de Lévi-Provenqal, en la que había que describir, re
sumir, clasificar. Esta labor ya se ha hecho, y de un modo correc
to. Ahora se trata de ir más allá, de intentar comprender la ideolo
gía general que subyace en lo escrito y que otorga a sus autores la
misma visión de los personajes y de las acciones históricas. Sus
opiniones difieren en cuanto a los detalles y generalmente tende
mos a fundamentarnos en unos para desacreditar a otros; error
éste que conduce inevitablemente a ocultar lo que tienen en co
mún y los vincula, al compartir la misma visión del mundo. El his
toriador observa, por ejemplo, que todas las misivas destinadas a
la corte de los sultanes, incluso procedentes de las provincias más
remotas y más pobres, están escritas en el mismo estilo florido. Se
podría suponer que un funcionario especializado era el encargado
de transcribir todo el correo que llegaba en un mismo idioma. No
es imposible, pero habría que encontrar las pruebas irrefutables.
¿Pero acaso no es más sencillo pensar que la unidad de expresión
proviene de una unidad de pensamiento, a su vez consecuencia de
un tipo de enseñanza general y único? Habrá que reconstruir, por
consiguiente, este conjunto de creencias y de conceptos antes de
aceptar ciertas opiniones personales sin someterlas previamente a
crítica; quizá no expresen la escueta realidad, sino más bien inten
ciones y objetivos insospechados a primera vista. Debemos, pues,
aprender a interpretar los textos a la luz de esta ideología general
que queda por reconstruir; de lo contrario, estaremos utilizando
mal los testimonios escritos, pues creeremos, cándidamente, que
su lenguaje es neutro y directo, como el que utilizamos nosotros
mismos, que no requiere preparación para comprenderlo.
Introducción 19
que ellos tuvieran razón, puesto que proviene sencillamente del mis
mo prejuicio inicial.
4. El cuarto relato es el de los nacionalistas, que tampoco es si
nónimo de lo escrito durante la lucha por la independencia nacio
nal; se sigue manteniendo hoy y sin duda durante mucho tiempo
aún se seguirá reproduciendo, por no decir enriqueciéndolo.
H. Terrase, en un afán de destruir lo que él llamaba la leyenda
dorada de los marroquíes, sustituyó ésta por una leyenda negra, en
la que el balance de cada una de las dinastías que gobernaron el
país, resultaba invariablemente negativo. Los nacionalistas decidie
ron acabar con ella antes de que tuviera tiempo de extenderse e hi
ciera caer en el olvido las verdades reconocidas por viajeros y obser
vadores europeos antes de la era colonial.
Se aduce en contra de los escritos nacionalistas que postulan la
existencia de un pueblo, de una sociedad, de un Estado marroquíes,
en lugar de describir minuciosamente las etapas por las cuales han
pasado las distintas instituciones. También se les reprocha que, en la
utilización de los documentos, daban muestra de tan poco discerni
miento como los autores coloniales. No se interesan ni en las fuen
tes, ni en la fecha, ni siquiera en su valor documental; les basta con
que coincidan con sus postulados.
La historiografía colonial tendía a sobrevalorar el relato local
porque servía para desacreditar al Majzén (Gobierno) y la de los na
cionalistas a revalorizar el relato escrito, divulgando gran parte de
éste.
5. El quinto tipo de relato es el que está en vigor en las uni
versidades, dentro o fuera del país, escrito en lengua nacional o ex
tranjera. Nos podría sorprender verlo citado en el mismo plano que
los demás. ¿No existiría acaso diferencia de naturaleza entre una ex
celente tesis como la de Ahmad Taufiq 3 y las obras que pertenecen
a otras categorías y que son citadas en ella como fuentes de primera
o de segunda mano? Existe, sin duda alguna, una diferencia, y en
otro contexto lo habríamos resaltado notablemente, pero también
hay una diferencia entre Marruecos y Europa, tesis igualmente monu
mental, y las obras de Auguste Bernard; entre al-Eikr al-Sami de Mu-
hammad al-Hayuí, que, de presentarse actualmente en cualquier
universidad, hubiera sido aceptada con todos los honores, y los es
critos de sus contemporáneos 4. Con ello se demuestra que se pue
de proponer otra tipología distinta de la que se ha utilizado aquí, si
el objetivo es distinto.
Si he insistido en incluir entre los posibles relatos el que nos
ofrece la crítica universitaria es para recordar un hecho fundamen
tal, que tendemos no obstante a olvidar, es decir, la diferencia
esencial, irrebatible, entre el acontecimiento en sí y el que nosotros
reconstruimos con el mismo nombre. El primero es, ciertamente,
inalterable pero nunca podemos acceder a él en su totalidad; lo
que decimos de él puede, en teoría, aproximársele cada vez más
pero sin llegar nunca a alcanzarlo. En estas condiciones es imposi
ble conceder privilegio alguno al relato universitario incluso si, por
prurito de objetividad, no ofrece ningún argumento que no se apo
ye sobre unos documentos sometidos a la más minuciosa de las
críticas. Se distingue de los demás relatos por el método, pero es
evidente que al final del análisis se dirige a un público que lo aco
ge como una versión de cualquier hecho más, sobre todo si con
cuerda, como debe ocurrir obligatoriamente, con uno de los otros
tipos de relatos.
No puedo dejar de recurrir aquí a mi propia experiencia como
ejemplo. Para estudiar la conciencia nacional marroquí, tuve que
remontarme hasta principios del siglo xix, dejando de lado el pun
to de vista del psicólogo social que era inicialmente el mío, para
adoptar el del historiador. Desatendí voluntariamente el relato
local que, a menudo, me ha parecido como el eco ensordecido del
relato oficial; sólo retuve de la historiografía colonial las informa
ciones topográficas o meteorológicas, fáciles de controlar; utilicé
esencialmente los documentos marroquíes escritos, tanto si eran
obra de los secretarios del Majzén, de los ulemas o de los jefes de
las zagüías. Las conclusiones a las que llegué coincidían amplia
mente con la versión nacionalista, cosa que no me extrañó dema
siado puesto que yo describía la genealogía de una conciencia que
era la misma que la de los protagonistas de la resistencia marroquí.
4 A Muhammad al-Hayuí no se le considera, en efecto, como un nacionalista, pero en él
observamos la firme voluntad de defender el patrimonio de la civilización arabo-islámica.
Esto contribuye a que su obra haya sido ampliamente utilizada por los nacionalistas en su
polémica contra los defensores de la colonización francesa.
22 Marruecos: Islam y nacionalismo
R e n o v a c ió n d e l o s m é to d o s
7 Las polémicas enfervorizadas de fines del siglo pasado de los historiadores alemanes,
resumidas por Raymond Aron en sus libros sobre la filosofía de la historia, a menudo han si
do mal interpretadas porque el entorno sociopolítico no se conoce bien. El objeto de esta
polémica era el historicismo heredado de Hegel y, más allá de éste, de la teología cristiana,
no la técnica histórica de la que todos los polemistas han dado unas lecciones extraordina
rias.
28 Marruecos: Islam y nacionalismo
La a p r o x im a c ió n h ist ó r ic a
D e f in ic io n e s
E l p a t r im o n io r e l ig io so p r e isl á m ic o
El substrato prehistórico
Influencia fenicio-púnica
Romanización y cristianización
Religiosidad beréber
E l p e r ío d o á ra be
ha conquista
La arabización
La islamización
Obras
yaz, patria del segundo, que al Irak, patria del primero. Habiendo vi
vido toda su vida en Medina, Málek parecía ofrecer mayor garantía
de fidelidad a la tradición del Profeta. Muchos magrebíes deseaban,
quizá inconscientemente, distinguirse respecto del Oriente sin caer
por ello en ningún cisma. Por último, el malikismo, más sencillo que
el hanafismo, convenía mejor a la sociedad de Ifriqiyya, relativamen
te poco diferenciada aún. Independientemente de sus causas, el re
sultado fue de una importancia capital. La escuela malikí de Kai-
ruán contribuyó a abonar el terreno para la unificación ideológica
del Magreb. ‘Abd al-Salám ibn Sa‘id, llamado Sahnün (muerto en el
año 240/854), fue el promotor, en su Mudauana, manual de derecho
malikí, del código de la sociedad civil del Magreb islámico.
Muchas de las costumbres ancestrales, a veces prehistóricas, per
sistieron sin duda, pero se juzgaban en relación con el modelo ofre
cido por la Mudauana. A partir de entonces el alfaquí (doctor en de
recho malikí) sería uno de los dos principales personajes de la
sociedad. El otro era el lábid (el hombre de Dios) que despreciaba
los honores y criticaba de buen grado al poder, canalizando así el
descontento popular y cuyo mejor representante fue Buhlül ibn
Ráchid (muerto en el año 183/799). Se dijo de él que había prepara
do con sus émulos el florecimiento de las cofradías, tan característi
cas de la religiosidad beréber. Si el sunismo acabó por prevalecer
fue gracias a hombres como éstos que mostraron, con su ejemplo,
que se podía actuar contra el Gobierno de una manera distinta y
más segura que a través de la revuelta sangrienta. Cuanto más se ur
banizaba y estabilizaba la sociedad, más eco encontraba un ejemplo
de este tipo. Estos ascetas no dejaron obras escritas, pero su actitud
fue explicada en detalle y sus palabras se reprodujeron en los libros
de los Manáqib (libros de las virtudes), de los cuales el primero en
contrado hasta la fecha fue el de Abu al-‘Arab Muhammad ibn Ta-
mim (muerto en el año 333/944), titulado Tabaqát ‘u lamá’ Ifriqiyya wa
Tünus.
Cuando, a mediados del siglo iv/x, los beréberes kutama here
dan un estado firme y próspero, que pronto se haría autónomo, pro
curarán crear una auténtica literatura local. El segundo emir zirí, al-
Mansür ibn Buluggín (373-386 / 984-996) abandonó Raqqada, la
antigua residencia aglabí y se estableció en Sabrá-Mansüriyya donde
adoptó el fasto de la corte a imagen de la civilización islámica, tan
E l Islam en África del Norte 45
E l p e r ío d o beréber
El movimiento almorávide
El movimiento almohade
El período postalmohade
El Islam oficial
E l I sl a m de la s zag ü ías
El período que nos ocupa se inicia con la toma de Ceuta por los
portugueses en el año 818/1515 y acaba con la derrota de los espa
ñoles en Túnez en el año 982/1574 y la de los portugueses en Ued
el-Majazin, cerca de Larache, en el año 986/1578. Marruecos se sal
vó gracias a la enérgica reacción nacional; el resto del Africa del
Norte, gracias a los turcos otomanos.
La soberanía otomana se mantuvo teóricamente en Argelia hasta
1830; en Túnez hasta 1881 y en Libia, hasta 1911. A partir de 1710,
sin embargo, cada provincia recuperó su autonomía. La lengua ofi
cial era el turco, pero el árabe mantuvo su posición como lengua de
cultura. Los otomanos reintrodujeron en el Magreb el rito hanafí. La
rivalidad entre éste y el malikí despertó el interés por unas discipli
nas abandonadas desde hacía tiempo, tales como los usül (funda
mentos del derecho) y el kalám.
En Marruecos, bajo la nueva dinastía de los saadíes, la escena
socio-política estaba dominada por las cofradías.
De la cofradía al principado
E l I sl a m sa la fí
La segunda mitad del siglo xii/xvm fue para el conjunto del Ma-
greb un período de recuperación. La autoridad central se consolidó,
el comercio se reactivó y las ciudades florecieron. Los alfaquíes ma-
grebíes, al mismo tiempo que los wahabíes de Arabia, entablaron
una crítica de las desviaciones de la religiosidad popular. El movi
miento pretendía continuar la inspiración de los primeros musulma
nes (.salaf), de ahí el nombre de salafismo con que lo designaron los
historiadores.
Vresalafismo y salafismo
El Islam político
Nueva dicotomía
La tentación política
La e st r u c t u r a p o l ít ic o -so c ia l
1 Ibn Zaidán, Abd al-Rahmán, Al-lzz ua al-Saula f i Ma‘á lim Nudum al-Daula, en adelante
Izz, 2 vols., Rabat, 1961-1962, vol. 1, pp. 8-35.
2 Contrariamente al prejuicio existente, el territorio marroquí está claramente definido
desde el siglo XVI. Las guerras emprendidas por los soberanos saadíes y alauíes contra los tur
cos de Argel tuvieron como consecuencia una frontera reconocida entre las dos partes. En el
Sáhara, la soberanía cherifiana se extiende hasta los oasis, cuyos habitantes sedentarios firma
ron la bada, y hasta el límite de los terrenos recorridos por grupos de nómadas, que también
la firmaron. Los contactos de los sultanes a lo largo del siglo xix con las potencias muestran
claramente que el Majzén tenía una idea precisa del territorio marroquí.
Marruecos a principios del siglo xix 67
3 Ibn Zaidan, Ithaf A íam al-Nas bi-yamál Ajbar Hádirat Maknds, en adelante Ithaf, 5 vols.,
Rabat, 1929-1933, vol. V, pp. 9-15.
4 Jules, Erckmann, Le Maroc moderne, París, 1885. Ver también el artículo «Djich» en
l ’E ncyclopédie de líslam , Leyden, 1.a ed., vol. II, pp. 1.079-1.080.
68 Marruecos: Islam y nacionalismo
8 Jean-Louis Miége, Le Maroc et ILurope, en adelante Maroc, París, 1961-1963, vol. II,
p. 362.
9 Muhammad Dáued, Tari] Tituán, en adelante Tituán, Tetuán, 1936-1970, vol. V, pp. 97-
99.
10 Existe una diferencia entre el Majzén, en el sentido estricto, que corresponde a Go
bierno, y el Majzén, en un sentido religioso y más amplio de país. Este último sentido es el
que se adopta cuando se habla de majzaniyya y de familias majzén.
11 Hay una diferencia entre las obligaciones del ch ra 'y las del Majzén. Ver Muhammad
ben Ya‘afar al-Kattán!, Saluat al-Anfás, Litogr., Fez, 1899, t. III, p. 5.
70 Marruecos: Islam y nacionalismo
15 E. Michaux-Bellaire. Essai sur l ’h istoire des confréries religieuses, Hesperis, Rabat, 1921,
vol. 1, pp. 141-158.
16 La obra clásica de Robert Montagne, Les Berbères et le Makhzen dans le sud du Maroc,
Paris, 1930, debe leerse con espíritu crítico, pues los documentos del Majzén precisamente
nos obligan a matizar muchos de los prejuicios sobre el concepto de cabila.
72 Marruecos: Islam y nacionalismo
25 Miège, Marne, t. II, p. 208. Ver en particular Muhammad al-Mannüni, Madáhir Yaqdat
al-Magrib al-Hadiz, Rabat, 1973, p. 53.
26 John Drummond Hay, A memoir, Londres, 1896.
27 Ver el texto en P. L. Rivière, Traités, codes et lois, 8 vols. París, 1924-1923, voi. I,
pp. 36-42.
76 Marruecos: Islam y nacionalismo
28 Miège, Maroc, t. II, pp. 388-389 y t. III, pp. 97-106. Ver también G. Ayache, «Aspects
de la crise financière au Maroc après l’expédition espagnole de 1860», R evue Historique, Pa
ris, t. CCXX, 1958, pp. 271-310. A principios de siglo, 10 onzas valían cinco ptas.; en 1845,
tres, 25 ptas., y en 1874 sólo valía una pta. Cifras de Nàsirï, Istiqsd, t. IX, p. 208.
Marruecos a principios del siglo xix 77
L as r e a c c io n e s de la p o b l a c ió n
tiradores marroquíes que tratasen los asuntos de los judíos con cele
ridad, amenazándoles con graves sanciones si no obedecían. «A par
tir del momento en que los judíos obtuvieron el dahir, sacaron co
pias que distribuyeron en todas las ciudades y pueblos; se pusieron
de acuerdo para declarar su independencia de toda autoridad, espe
cialmente la de los puertos», escribe el historiador Násirí41; el clero
consideró este decreto como un ataque a la charfa y la reacción fue
tan violenta que Muhammad IV tuvo que retroceder. Los protegi
dos musulmanes suscitaban una oposición aún mayor. En multitud
de folletos, durante la prédica del viernes en las mezquitas, los ule-
mas acuciaban al sultán para que tomase contra ellos severas repre
salias. «Si no, afirmó uno de ellos, la duda se infiltrará en las mentes
ignorantes que juzgarán mal al Islam y creerán que la religión de los
infieles es superior.» 42 Como el sultán no siguió sus consejos para
evitar discrepancias con las potencias europeas, apelaron al pueblo.
El mismo ‘a lem ya citado afirma en este sentido: «El deber de todo
creyente es abstenerse de frecuentar a estos protegidos, invitarlos,
compartir sus comidas o establecer lazos de amistad o matrimonia
les» 43. Como la mayoría de estos protegidos musulmanes eran co
merciantes acomodados, la campaña de los jefes religiosos, apoyados
por el pueblo llano de las ciudades, adquirió el cariz de un ataque
de la aristocracia religiosa contra la nueva élite surgida en un con
texto inédito creado por la apertura del país.
D) Las reformas fueron, pues, consecuencia de la presión ex
tranjera y suscitaron, a su vez, una xenofobia violenta. La mayoría
de los cambios acaecidos en la vida de los marroquíes eran negati
vos y ellos los asociaron naturalmente a la presencia cada día más
dominante de los europeos. «El alza de los precios y el hambre se
deben a la convivencia con los europeos», dice Násirí44. Empezaron
a reducir al mínimo el contacto con los extranjeros; más aún, el
ideal pasó a ser el retorno a las condiciones de vida anteriores. Una
ideología romántica de idealización del pasado y de resurrección de
la tradición [ihid’ al-sunna) se apoderó de todas las capas de la socie
dad. Para limitar el área de actividad de los europeos, el sultán re
41 Násirí, htiqsa, vol. IX, p. 114.
42 Mannünl, Madáhir, p. 256.
43 Ibid.
44 Násirí, Istiqsa, vol. IX, p. 208.
Marruecos a principios del siglo xix 83
H a ssa n I
tos del Majzén aumentaban sin cesar, mientras que los ingresos se
guían siendo limitados. Los derechos de aduana habían constituido
la fuente más segura del tesoro, pero las tasas se fijaban por tratado.
Además, desde 1863 los ingresos se destinaban sobre todo a pagar
las indemnizaciones de guerra que España había impuesto a Ma
rruecos a consecuencia del enfrentamiento de 1839. ¿Estimular el
comercio europeo para aumentar los ingresos por derechos de adua
na? Ya hemos visto los inconvenientes de semejante política. En
cuanto a los impuestos sobre las transacciones y sobre las materias
primas, lo que genéricamente se conocía como muküs (singular de
maks), eran unánimemente considerados como ilegales. Los ulemas
se habían manifestado varias veces al respecto, hasta tal punto que
Hassan I, que se había negado a abolidos en 1873 para salvaguardar
su libertad de acción, se resignó a hacerlo en 1886. Quedaba el im
puesto agrícola que era el principal problema fiscal marroquí. El 30
de marzo de 1883 Hassan I promulgó un reglamento que fijaba el
importe que debía pagar cada cabila, con lo que ponía fin a la incer
tidumbre y a la codicia de los gobernadores. Este tertib, parcialmen
te aplicado, fue bien recibido según un historiógrafo de la época,
pero por desgracia —añadía— no duró mucho. ¿Por qué el sultán
dejó que perdiera vigencia rápidamente este impuesto que fue bien
aceptado por la población y del que dependía evidentemente el éxi
to de todas las demás reformas? No se sabe a ciencia cierta, pero ca
be suponer que los ulemas no eran partidarios de éste, consideran
do que no tenía base jurídica sólida y los caídes, viendo que se les
acababa su fuente de ingresos, no pusieron gran empeño en apli
carlo.
El Majzén no debía sólo enfrentarse a un problema fiscal, sino
que tenía además que acabar con una situación monetaria caótica.
En efecto, la economía marroquí sufría desde mediados de siglo una
inflación que, hacia 1880 —en palabras de Násirí— había reducido
el poder adquisitivo de la población a la décima parte de lo que era
en 1843. Las monedas de oro habían desaparecido prácticamente,
las de plata eran escasas, sólo tenía curso el bilion, fuertemente de-
valuado. El Majzén se veía a menudo obligado a aceptarla como pa
go de impuestos, aun cuando sus deudas debía saldarlas en piastras
de plata. Para poner fin a esta sangría, en 1881 Hassan I decidió
acuñar una nueva moneda de plata en París, el ridl hassani equiva
Marruecos a principios del siglo xix 93
to de un ostracismo social que los ulemas hacían cada día más rigu
roso.
En lo que respecta a los habitantes del campo, las mayores vícti
mas de la depreciación monetaria, tanto en su calidad de vendedo
res (cereales, ganado) como de compradores (azúcar, té, velas), sólo
aspiraban a que se les descargase al máximo de los impuestos, tasas,
regalos, multas y trabajos obligatorios que los caídes no dejaban de
exigirles. Su suerte habría mejorado mucho sin duda si éstos se hu
biesen transformado en agentes remunerados, pero una reforma tan
sencilla y eficaz como ésta, el Estado marroquí de la época era inca
paz de llevarla a cabo a causa de sus continuas dificultades econó
micas.
Se llegó así a la conclusión de que sólo el sultán estaba dispues
to a reformar el antiguo sistema; era su deber, dada la situación, y fa
vorecería sus intereses a largo plazo, pero ni debía ni podía imponer
la reforma, puesto que todos los grupos que constituían la nación no
eran partidarios de ella. Tenía que emplear la paciencia, de ahí la re
afirmación del carácter contractual de la bai‘a. Los representantes de
las potencias, que no entendían la razón profunda de esta paciencia,
sólo veían en ella una táctica dilatoria para retrasar la aplicación de
las medidas que preconizaban.
Drummond Hay aconsejaba a Muhammad IV que tomara ejem
plo de Pedro el Grande o de Muhammad ‘Ali de Egipto y que se
convirtiera en «tirano reformador» ¡Extraño consejo viniendo de un
hombre que había vivido medio siglo en Marruecos y pretendía
conocerlo! Por el simple hecho de que en Marruecos existía un con
trato de investidura era prácticamente imposible que un Muham
mad ‘Ali se hubiera podido imponer. Hassan I —y su acción lo de
muestra— tenía plena conciencia de ello.
Para apreciar la obra llevada a cabo por Hassan I, el historiador
de hoy debe ante todo insistir en las condiciones de la época. Afir
mar, por ejemplo, que no hizo sino retardar lo ineluctable es supo
ner que los agentes de la historia están dotados de poderes de adivi
nación. Si los hombres pudieran prever las consecuencias de sus
actos, acabarían todos en la inacción. Hassan I actuaba en la pers
pectiva de un Marruecos que sería siempre independiente y siempre
fiel a sí mismo; obedecía a un deber y perseguía una meta: su deber
era continuar la obra de su padre; su meta, justificarla mostrando
96 Marruecos: Islam y nacionalism o
que era beneficiosa. Sobre estos dos puntos, los resultados del rei
nado fueron positivos.
Defendió con éxito la integridad territorial nacional, lo que
fue una importante conquista, pues sirvió de fundamento a las rei
vindicaciones que Marruecos se vio obligado a presentar poste
riormente en la escena internacional. Se enfrentó a Francia y Es
paña y, tomándose en serio su título de Califa de Occidente,
mantuvo sus distancias respecto de la Turquía panislámica.
Buscó un punto de equilibrio entre la apertura al extranjero y el
mantenimiento del orden interior; lo logró a medias porque, en de
terminado momento, las circunstancias le fueron notablemente ad
versas. El comercio europeo no había dejado, desde el tratado an-
glo-marroquí de 1856, de acentuar las contradicciones sociales. No
obstante, antes de 1885, no se podían controlar todavía; con la ayu
da bienintencionada y relativamente desinteresada de una potencia
como Inglaterra o Alemania, Marruecos, dirigido por un sultán ex
perimentado y prudente como Hassan I, todavía podía llevar a cabo
su renovación. Esta es precisamente la ayuda de la que careció siem
pre, a pesar de lo que parecen indicar los escritos del momento.
Los marroquíes del siglo xx, que habían atravesado por muchas
experiencias amargas, llegaron a ver en la era de Hassan I una nueva
edad de oro del viejo Marruecos independiente. Consideraron que,
sin las maniobras de Francia y España, las reformas llevadas a cabo
eran suficientes para dar paso a un Marruecos moderno, libre y
próspero. El historiador crítico de hoy puede revelar que el refor-
mismo del sultán fue sometido tanto a la tiranía del tradicionalismo
de los ulemas, como a la xenofobia —irreflexiva aunque justifica
da— de las masas rurales. Ello no le impedirá reconocer que estos
tres elementos, contradictorios en el siglo xix, se conjugaron en el si
glo xx para engendrar la ideología movilizadora del nacionalismo.
Este fue el origen de una cierta «unión sagrada» que a los extranje
ros les cuesta tanto entender hoy.
Hassan I carecía de los conocimientos de un Muley Sulaimán;
pero en la acción fue como aprendió a conciliar su autoridad con la
prudencia, que es el secreto de toda política afortunada. Por desgra
cia para Marruecos, este secreto no lo transmitió a sus dos sucesores
inmediatos que, en presencia de circunstancias dramáticas, no tuvie
ron tiempo de descubrirlo por sí mismos.
M arruecos a principios del siglo XIX 97
L a C o n f e r e n c ia de A lg e c ir a s
mas; con ello revelaba que el asunto de las reformas no era más que
un pretexto. Sin embargo, Muley ‘Abd al-‘Azíz convocó un consejo
de notables que, tras haber escuchado las explicaciones del emisario
francés, dictaminó que las reformas no debían introducirse en nin
gún caso con la ayuda de una sola potencia. Valiéndose de este dic
tamen, el Majzén dio a conocer el 27 de mayo de 1905 su respuesta
oficial: las 12 potencias representadas en la Conferencia de Madrid
en 1880 debían participar en la planificación e instrumentación de
las reformas.
Mientras tanto, el 31 de marzo de 1905, el emperador Guiller
mo II hacía escala en Tánger donde habló largamente de un Ma
rruecos independiente, abierto a la actividad de todas las naciones.
Para poner en práctica el principio de la «puerta abierta» que tan
bien se adecuaba a los países neutrales, proponía que el sultán con
vocase en Tánger una conferencia internacional. Francia, a la que se
presentaba como un país egoísta que quería obtener ventajas exclu
sivas en perjuicio de los demás, empezó por rechazar la propuesta,
resueltamente apoyada por Inglaterra y con menor firmeza por Es
paña, pero ante la actitud de la mayoría de las naciones afectadas,
terminó por aceptar, negándose no obstante a que la conferencia se
celebrara en Tánger, para que Marruecos no obtuviera ninguna ven
taja política. Se pensó entonces en Algeciras, al otro lado del Es
trecho.
Fueron invitados 13 países, incluido Marruecos. La Conferencia
se inauguró oficialmente el 15 de enero de 1906 y duró hasta el 7
de abril, fecha en que se firmó el acta final. Inglaterra estaba repre
sentada por Harold Nicolson, amigo del rey Eduardo VII, pro-fran
cés y más tarde estrella de la diplomacia europea. Esta es la descrip
ción que hace de los plenipotenciarios de los otros principales
países participantes:
1 El general Guillaume escribió a propósito de la conquista del Atlas Central: «Su origi
nalidad, sin embargo, no fue tan grande como para evitar los grandes principios del arte de
la guerra», 1946, p. 457.
108 M arruecos: Islam y nacionalism o
2 El acuerdo se hizo tras varios años de controversia sobre el puerto de Sidi Ifni que
no se ocupará, sin embargo, hasta 1934.
L a resistencia a la penetración colonial 109
se retira con sus seguidores a Sequia el Hamra donde sus fuerzas si
guen hostigando a franceses y españoles hasta 1933.
Durante la misma época, España se mueve con el acuerdo de
Francia. Cuando ésta avanza hacia Atar, aquélla sale de su enclave
de la bahía de Río de Oro; organiza en 1906 a las tropas de inter
vención saharianas que penetran 30 kilómetros en el interior del te
rritorio. Al norte, los españoles esperan que los franceses entren en
Uchda en 1907 para montar una expedición de 45.000 hombres
que parte, en septiembre de 1909, a la conquista del Rif. Ante lo
cual, la población local, enardecida por el llamamiento al yihád del
cheij Amezian, opone una feroz resistencia que se prolongará hasta
1926.
En el otro extremo del África del Norte, la Tripolitania otoma
na es atacada por Italia en 1911. La revolución de los Jóvenes Tur
cos había debilitado profundamente al estado otomano; Italia,
mientras tanto, había recibido la aprobación de Inglaterra y de
Francia; el 28 de septiembre de 1911 presenta un ultimátum a
Constantinopla donde denuncia la incuria otomana y la anarquía
que reina en el país y a continuación, sin prestar oído a la respuesta
conciliadora del gobierno turco, en octubre sus tropas desembarcan
en Trípoli, Benghazi y Tobruk. Éstas vencen fácilmente a las guarni
ciones otomanas, pero no tardan en enfrentarse a la resistencia de
la población. Bajo la presión de las potencias, el gobierno de Cons
tantinopla, el 18 de octubre de 1912, firma un tratado por el que
cede su derecho a administrar la provincia en litigio, a la vez que
mantiene allí a un representante del sultán. La resistencia local, por
consiguiente, es reconocida y continúa con más ardor aún. La gue
rra italo-turca provocó un inmenso fervor islámico que actuó como
catalizador del nacionalismo anticolonial, especialmente en Egipto
y en Túnez, países de los que procedía un gran número de volunta
rios. La resistencia fue dirigida en Tripolitania por Sulaimán al Ba
rón! y en Cirenaica por la influyente cofradía de los sanüsí. Si Baru-
ni, tras la derrota de Asabaa, del 23 de marzo de 1913, fue obligado
a trasladarse a Túnez y de allí a Constantinopla, los sanüsi, con el
cheij Ahmad al-Charif al frente, se retiran a la región montañosa del
Yebel al-Ajdar desde donde lanzan las operaciones que obligan a
los italianos a replegarse hacia la costa. En 1915, se encuentran en
la misma situación que en 1912.
L a resistencia a la penetración colonial 113
5 «Ninguna cabila ha llegado a nosotros sin haber sido previamente vencida», ibid., p. 9.
6 Es un punto fundamental del Islam modernista. La sumisión total a Dios —significado
de la palabra Islam en árabe— implica la no sumisión a criatura alguna, sea quien sea.
116 M arruecos: Islam y nacionalism o
L as e t a pa s de la r e sist e n c ia
7 Francia recibió carta blanca en Túnez, al margen del Congreso de Berlín de 1878, y en
Marruecos con la conferencia de Algeciras de 1906.
8 En el sureste de Marruecos los franceses se quejaban sin cesar de los pillajes de los
Ulad Yerir y Dui Menia.
L a resistencia a la penetración colonial 117
El fr a c a so de la s in ic ia tiv a s y de la r e sist e n c ia
19 A veces consigue, bien retrasar la conquista como en Tuat en 1890, bien recuperar
un distrito como en el caso de Tarfaya, cuya retrocesión hicieron los ingleses en 1898.
20 P. Justinard, Un grand. chefberbére: le caídG oundafi, Casablanca, 1951, p. 105.
L a resistencia a la penetración colonial 123
25 G. Spillman cuenta que Lyautey decía a finales de 1924: «Algunos se atreven incluso a
sostener, aparentemente, que una cabila no está verdaderamente sometida hasta que se la
deja maltrecha de manera sangrienta», Souvenirs d ’u n colonialiste, 1986, p. 60. En cuanto a
la actitud española, siempre tuvo un tufillo de cruzada, mezcla de odio y de miedo. En Tri-
politanía, Volpi hablaba en 1921 de una política de sangre.
126 M arruecos: Islam y nacionalismo
A hm ad a l -H iba
para no cumplir con todas las promesas que los franceses le habían
hecho.
Dos meses después de haber levantado el estandarte del yihád
en Tiznit, al-Hiba se había convertido en el hombre más popular
del sur de Marruecos. Ninguna fuerza le discutía su preeminencia.
El 13 de agosto de 1912 se hizo pública la abdicación de Muley
Hafid, mientras se esperaba la proclamación de Muley Yüsuf. Hu
bo pues de hecho un interregno que animó a al-Hiba a tomar
abiertamente el título sultaní. Rodeado de los miembros de su nu
merosa familia, de sus partidarios, reforzados por contingentes lle
gados de todas las regiones del sur, se presentó a las puertas de
Marraquech. El 18 de agosto, tras una solemne entrada, fue procla
mado sultán en la mezquita principal y reconocido por las autori
dades locales.
La población europea de la ciudad había sido evacuada el 12 de
agosto, pero el cónsul francés, representante personal del general
Lyautey, así como siete europeos, se retrasaron, creyendo que la ciu
dad resistiría hasta la llegada de las tropas francesas establecidas en
Sjur. De hecho, Lyautey tenía la orden estricta de no intervenir. Se
contentó con reforzar el ejército de Mangin que ya constaba de
25.000 hombres, mantener el contacto con los grandes caídes y se
guir la situación de cerca. Al igual que en 1908 Marruecos tenía dos
sultanes, uno del norte, otro del sur. Con los nueve rehenes que al-
Hiba tenía en su poder estaba momentáneamente cubierto de un
ataque por sorpresa. Se aprovechó de esta tregua para enviar emisa
rios al Tadla y entrar en contacto con los jefes de la resistencia en el
norte, con vistas a organizar ataques simultáneos contra las fuerzas
de ocupación. Lyautey tuvo en aquel momento la impresión de que
toda su política se desvanecía. Sus temores se acentuaron al saber
que su servicio de información se había apoderado de unos docu
mentos que podían sugerir que unos agentes del movimiento panis-
lámico preparaban una revuelta para el final de ramadán, que coin
cidía aquel año con el 12 de septiembre. Sin embargo al-Hiba
anunciaba a los habitantes de Marraquech que la gran batalla contra
los franceses tendría lugar el 27 de ramadán o el 1 de chual.
Al-Hiba representaba para los franceses un peligro esencialmen
te político. Si permanecía demasiado tiempo en Marraquech, se con
vertiría, obligatoriamente, en un punto de unión para todos los opo
L a resistencia a la penetración colonial 131
jeros, sin tener en cuenta el precio que se pagaba por ello. Ulemas y
miembros del Majzén fomentaron, al principio, este movimiento, su
poniendo que podrían controlarlo siempre. Pero, a medida que se
popularizaba recurría cada vez más a lo sobrenatural, cayendo en la
herejía, a la vez que alimentaba peligrosas ilusiones. Cuentan que
antes de su proclamación como jefe del yihád\ al-Hiba dejaba cundir
el rumor de que hacía milagros y que podría fácilmente inutilizar el
efecto de los cañones de los invasores. Tal comportamiento, total
mente inesperado de un jefe de zagüía, por si fuera poco cherif o
pretendiendo serlo, era juzgado por lo ulemas, si no inaudito al me
nos altamente peligroso. ¿No podría acaso dar lugar, en efecto, a la
incredulidad de las masas incultas en el caso probable de que no
diese los resultados esperados?
La resistencia de al-Hiba y de sus seguidores, aislada de la élite
ciudadana que, si conocía la verdadera relación de fuerzas entre los
marroquíes y sus enemigos, esperaba pues un milagro para conjurar
la conquista. Rechazaba obstinadamente lo que más tarde sería ine
ludible. Esta resistencia, continuada desde 1919 hasta 1934 sucesi
vamente por los otros dos hijos de Má al-‘Ainin, Murabih Rabbuh y
Ni‘mat, fue ignorada y abandonada a su suerte. Los numerosos poe
mas que inspiró, revelados más tarde por Mujtár al-Süsi, no sobrepa
saron entonces los límites del Anti-Atlas. En cuanto acabó, sin em
bargo, fue recuperada para las necesidades de la causa. Al lado de
otros, el nombre de al-Hiba se convirtió en un mito movilizador.
M u h a m m a d be n ‘A bd a l -K a r im y e l n a c io n a l ism o m a r r o q u í
mán Die Welt con el título «El zarpazo del león». El conferenciante
comenta la noticia de este modo: «Me entristece que unos extranje
ros sean los primeros en conmemorar una fecha que es una de las
más gloriosas de nuestra historia». Dejando de lado esta observa
ción, la exposición precisa y detallada que el ponente hizo a su au
ditorio sigue, sin embargo, situándose en el marco de la historia co
lonial. Toda la batalla de Annual se enfoca desde el punto de vista
de los españoles, los vencidos; y en ningún instante, nos trasladamos
al campo de los rifeños.
Esto, por supuesto, no cambia en nada el desarrollo y las conse
cuencias de la batalla. Pero desde el punto de vista que nos atañe, el
de la influencia de la guerra del Rif sobre el nacionalismo marroquí,
es digno de mencionar que incluso en 1971, si nosotros nos intere
sábamos en ello es porque otros se habían interesado antes, y lo ha
cíamos del mismo modo que ellos 30.
2. Cuando preguntamos a aquellos que cumplieron un papel
importante en el desarrollo del nacionalismo marroquí sobre la in
fluencia que tuvo Abdelkrim en su evolución intelectual31, suelen
responder que siempre oyeron hablar de Abdelkrim como un héroe
legendario, que consiguió expulsar militarmente a los españoles de
un territorio ocupado por éstos o que se enfrentó —con muy pocos
medios— al mayor ejército «nunca visto en Berbería desde los tiem
pos de los cartagineses» 32. El componente militar, sentimental, míti
co, prevalece pues profundamente, sobre lo que podría ser un análi
sis político objetivo y detallado de lo que constituyó la fuerza, y
eventualmente la flaqueza, de Abdelkrim.
Interesémonos por la persona que más ha escrito sobre este te
ma, ‘Allai al-Fásí. Observemos primero que antes que él, es decir,
antes de 1974, antes de que la figura de Abdelkrim fuese recupera
da, ocupando el primer plano de la escena política, no encontramos
prácticamente nada substancial sobre la epopeya rifeña, y esto se
aplica a las dos tendencias del nacionalismo marroquí. ¿Cuál es el
motivo? ¿Acaso el miedo a herir el amor propio de los españoles y
franceses mientras se pretendía una política de reformas graduales?
30 Al-Alam, 24 de septiembre y 5 de noviembre de 1971.
31 Entrevista ‘Allai al-Fàsî, Muhammad Ibrâhîm al-Kattânî,‘Abd al-Rahîm Bu'abîd.
32 La expresión se ha extraído de un comentario del Times, Londres, del 27 de mayo de
1926.
L a resistencia a la penetración colonial 139
36 Aquí se observa una constancia del pensamiento y de la práctica política de los sala-
fíes y con anterioridad a ellos, de los alfaquíes en general. Siempre prefieren recurrir a las
minorías activas en lugar de a las masas. La violencia que condenan es el desorden del vulgo,
aconsejando siempre influir sobre los jefes o, a lo sumo, sustituirlos para cambiar situaciones
condenables.
37 Crítica puramente gratuita, puesto que Abdelkrim parece haber sido un alfaquí con
una categoría totalmente honorable.
L a resistencia a la penetración colonial 143
38 Los artículos de Muhammad Gâzî, Muhammad el-Yazîdî delatan una lectura asidua
de al-Manar. El propio ‘Allai al-Fâsî me habló del artículo en cuestión.
39 En el transcurso de una conversación en noviembre de 1972.
40 Al-Dilal-UarifFf.Muharabatial-Ríf.
144 Marruecos: Islam y nacionalismo
41 El Majzén alauí siempre tuvo una actitud hostil hacia las cofradías de matiz político.
Los sultanes Muhammad III, Muhammad IV y Muley Hafid eran partidarios de una política
en contra de las cofradías y, por ello, fomentaron la existencia del clero salafí. Son conocidos
los opúsculos de Muley Hafid en este sentido.
L a resistencia a la penetración colonial 145
M u h a m m a d a l -H a yu i y el ord en u rban o
42 Para la biografía de Hayuí ver Mujtasar al- Urna al-Wuzqa, Salé, 1938; ms. H. 199 de la
Biblioteca General de Rabat, recortes del diario Saada, nos. 4792-4795.
L a resistencia a la penetración colonial 147
43 Al-Fikr al-Sami Fi Tan] al-Fiqh al-Islamí, 4 vols., Rabat, 1921, y Fez, 1926; Al-Nidam
Fil-hlám, Rabat, 1928.
148 M arruecos: Islam y nacionalismo
asombrosa cuanto que sus homólogos del Majzén, así como sus an
tagonistas, profesores e investigadores del IHEM, eran especialistas
en el tema 44.
Citemos dos ejemplos:
— El insiste mucho en la noción de precisión (dabt) que es a la
vez símbolo y fundamento social del orden, y vincula la afición de
los árabes clásicos por fechar los documentos (reforma del califa
Ornar I), con su avance en la astronomía y en la fabricación de pén
dulos y relojes 45.
El destaca la ejemplaridad de la organización militar en el con
junto de la sociedad. Ve una relación entre la uniformidad en el in
terior del ejército (tabi'a) y su ostensible separación de lo exterior
(<chart: barra/pasador de condecoración; churta: policía).
El correo (barid) es a la vez un medio de administración, de con
quista y de fomento del comercio. El peregrinaje a La Meca del
hach es para éste como asistir a una feria, exposición, etc. Hayui re
laciona sistemáticamente los hechos históricos a través de un análisis
que siempre es de carácter sociológico. Su demostración tiende
siempre al mismo objetivo: el Islam es un orden social. Parecería
que estuviésemos escuchando a un discípulo de Auguste Comte.
Pero si el Islam es un orden fundado en unos valores típicamen
te urbanos y burgueses (independencia, propiedad, actividad, preci
sión, movilidad, intercambio, etc.), si es el primero en adoptar las
novedades, a condición de que no cuestionen el monoteísmo intran
sigente, ¿cómo explicar el estancamiento, el desorden, la decadencia
que caracterizan durante los últimos siglos a todas las sociedades is
lámicas? Hayui no elude la cuestión y se traslada inmediatamente a
un nivel menos polémico, más crítico y, por consiguiente, más inte
resante para el lector de hoy.
Hayui es partidario del libre comercio, incluso el del dinero. En
todos sus análisis presenta el Islam, primero y ante todo, como un
orden urbano burgués, por no decir capitalista. En su pensamiento,
el ciudadano arabófono de Bagdad, El Cairo, Córdoba, Fez, etc.
ocupa el mismo lugar que el del ciudadano griego de Atenas en el
44 El motivo puede ser la formación de Hayui, a la vez práctica y teórica. En efecto, fue
comerciante y funcionario del Majzén, y jurista e historiador.
45 Al-Muháfadah ‘a laal-uaqtasásan kulliniddam fi l~‘dlam, A-Nidham, op. cit., p. 24.
150 M arruecos: Islam y nacionalism o
47 Ver sobre este importante punto sus observaciones sobre el Ibtisám, crónica anónima
sobre el reinado del sultán ‘Abd-a-Rahmán, 1822-1859, ms. H. 114, p. 438.
48 Observemos que la mayoría de las ciudades marroquíes, bien estén situadas en la cos
ta, bien en el interior del país, conocieron una historia accidentada. Ninguna de ellas pudo
constituir sus archivos locales, pero esto no implica que no haya existido nunca el equivalen
te de los decretos municipales que encontramos en otras ciudades de Europa. La única sal
vedad es que no hay que buscarlos en las obras de historia o de derecho; no hay oportuni
dad de encontrarlos más que en los kunnach, agendas de los funcionarios o ulemas, en la
literatura popular, en la tradición oral, etc. Hayuí suministra algunas indicaciones sobre Fez
que completan o rectifican las que constan en R. Le Tourneau, Fes avant le Frotectorat, Casa-
blanca, 1949.
49 Hayuí ha dejado un manuscrito de numerosos proyectos de manuales escolares, sobre
todo en el campo de la historia.
132 M arruecos: Islam y nacionalismo
1 El número está fechado el viernes 4 de agosto de 1933. El extracto de Zaglül Pacha es
tá dedicado a la libertad de prensa, el de Jean Jaurès a la autonomía de la patria.
158 M arruecos: Islam y nacionalismo
2 Los teóricos del austromarxismo hablan de naciones históricas y de las que no lo son,
como las de los rutenos, eslovenios, eslovacos, etc. En los países nuevos como los de Améri
ca surgen movimientos de autoafirmación, ¿se trata por ello de nacionalismo?
160 Marruecos: Islam y nacionalismo
dos a defenderlo por todos los medios contra los enemigos del exte
rior (españoles de las guarniciones militares, turcos de Orán) y los
rebeldes del interior. La noción de siba no puede comprenderse ple
namente más que por referencia a su programa. Ellos son los que
declaran siba a los territorios cuyo control directo queda postergado
por falta de medios materiales.
La preeminencia que se otorga, pues, a la determinación históri
ca en perjuicio de las relaciones sociológicas actuales arroja una
nueva luz sobre ciertos acontecimientos que siempre se han mante
nido en la sombra. Dos ejemplos de ello son los siguientes:
La victoria del ala de seguidores de ‘Allál al-Fási, cuando sobre
viene la escisión del movimiento reformista de 1937, sin equivalente
en Egipto ni en Túnez. En el momento de los hechos, el principal
protagonista era muy joven. Según sus propias declaraciones apenas
tenía 18 años. Esto es significativo; no fue un factor determinante la
persona sino lo que simbolizaba. ¿Qué es lo que simbolizaba exacta
mente? La alianza con el Trono, que se remonta a la famosa batalla
de Ued el Majazin (1578) contra los portugueses, y que se mantuvo
durante siglos. Frente a esto se erigía, realmente o en apariencia
—pues lo que cuenta aquí es el síntoma—, el espíritu autonomista
de las zagüías, de las colectividades locales, que siempre preocupó al
poder central. El Majzén, debilitado y protegido, aunque se mante
nía activo, simbolizaba la acción perseverante de los legistas para
conseguir un Marruecos unificado y centralizado. No dudó un ins
tante y desde el principio se inclinó por el primero frente al segun
do, y esto aparecerá claramente cuando se redacte el manifiesto de
la independencia en 1944 3. No se trataba, pues, de dos personali
dades, dos educaciones o dos líneas tácticas enfrentadas, sino dos
visiones del futuro que siempre han caracterizado a la sociedad
marroquí. Partía pues con una ventaja considerable aquel que
perteneciese —independientemente de que fuera o no consciente
de ello— a la tradición del Majzén, en particular a la de los legistas.
El poder colonial no desempeñó —ni podía haberlo hecho—* un
papel activo en este asunto; a lo sumo actuó como factor negativo
de contraste.
3 Las cosas cambian, en efecto, a partir de 1944, pero por razones tácticas, que depen
den de los intereses de los grupos.
Aproximación a l estudio del nacionalismo 161
morir el soberano y ser sustituido por el más joven de sus hijos. Las
demostraciones de 1930 no fueron en absoluto la causa de la ruptu
ra entre la administración francesa y el Majzén. Más bien lo contra
rio; la ruptura, ya consumada, convirtió una mera manifestación de
cambio de humor en una crisis política importante. Se puede enten
der, pues, el interés de ambos protagonistas en que cundiese la noti
cia de la responsabilidad de los estudiantes turbulentos. Una alianza
manifiesta entre el Majzén y la gente de la calle hubiera planteado
en ese momento —demasiado pronto quizá—, el problema del Pro
tectorado. La ficción de la neutralidad del Majzén permitió a la ad
ministración francesa ganar una tregua de unos diez años.
¿Podemos deducir del estudio del caso marroquí unas ideas ge
nerales aplicables al nacionalismo como movimiento universal?
Marruecos es un país musulmán con una larga tradición de
Estado independiente, hecho éste que constituye más bien excep
ción que regla en el mundo árabe, donde los países son a menudo
expresiones geográficas que designan antiguas provincias de unas
entidades políticas más extensas. El estudio de los movimientos na
cionalistas de estos países daría unos resultados sin duda diferentes.
¿Pero no podrían acaso servir como elementos de comparación
otras naciones de larga tradición estatal como Irán, Turquía, Etiopía,
Tailandia, etc.? Podemos, con toda la razón, mantener cierta reserva
respecto de las comparaciones en los estudios históricos o sociológi
cos, en la medida en que se quedan en la superficie de las cosas. Sin
embargo, ¿cómo formarse un concepto en ciencias humanas sin un
mínimo de generalización y, por ende, de comparación? Nuestras
conclusiones respecto del nacionalismo marroquí no pueden verda
deramente juzgarse más que a la luz de otros estudios que se refie
ran a países con una larga y continuada tradición histórica.
Nos ha parecido necesario distinguir entre lo que se denomina
generalmente nacionalismo, que es una acción política determinada
por un marco colonial, y la matriz histórica, que es la única que le
confiere capacidad de expansión y fuerza de penetración. Esta ma
triz es el cimiento mismo de la cultura local. Se manifiesta desde el
punto de vista intelectual, por supuesto, pero también, y sobre todo,
desde el punto de vista del comportamiento. Es, de alguna manera,
la lógica, el elemento constitutivo de la sociedad, en tanto que totali
dad organizada y como finalidad. Es el espejo a través del cual los
164 Marruecos: Islam y nacionalismo
F u n d am en to s d e l n a c io n a l ism o m a r r o q u í
4 El mejor ejemplo es el del Irán del Shah. Ningún país ha sido tan estudiado por los so
ciólogos y ninguno ha desmentido tan duramente los pronósticos de éstos.
5 En el sentido de educación moderna y no de tradición cultural. De la coexistencia en
tre enseñanza inculcada en la escuela y educación familiar nace la dualidad psicológica tan
característica de la élite nacionalista.
166 Marruecos: Islam y nacionalismo
signadas por los términos que acaban de citarse. Si uno de los dos
campos presentes hubiera conseguido entender correctamente el
funcionamiento del sistema marroquí, la experiencia le habría da
do la razón, y ése no fue el caso. El problema del sentido de estas
palabras sigue pues vigente. ¿Habrá acaso que sorprenderse cuan
do vemos a los historiadores ingleses polemizar amargamente, in
cluso actualmente, sobre el sentido de gentry y a los franceses so
bre la nobleza de toga? En nombre, pues, de esta licencia
reconocida al historiador social me he permitido sobrepasar el
sentido filológico establecido. Ni que decir tiene que la interpreta
ción que presento aquí no pretende ninguna suerte de privilegio.
Debo señalar, por último, que utilizo un concepto que puede
prestarse a discusión. En efecto, afirmo que quiero describir una
sociedad que está en trance de reaccionar ante una presión, de re
plicar a un desafío exterior. ¿Acaso esta manera de asignar un va
lor simbólico a unos hechos que, en sí mismos no tienen quizá un
gran alcance, no los deforma? ¿Acaso esta idea, aparentemente
inocente, de una sociedad que reacciona a un peligro exterior, no
presupone que, al tener una conciencia común, ya es una nación?
Tales ideas a priori contradirían indiscutiblemente la neutralidad
proclamada más arriba.
De hecho, en este punto he partido de un patrimonio historio-
gráfico. Los historiadores insisten en efecto sobre la idea de que la
instauración de la dinastía saadí al principio del siglo XVI fue con
secuencia de un movimiento general de resistencia ante los avan
ces ibéricos en las costas marroquíes.
Esta óptica se expresa tanto en el pionero que fue E. Lévi-Pro-
vengal en su libro clásico, Les historiens des Chorfa, como en H. Te-
rrasse, cuya antipatía hacia las tesis nacionalistas es de todos co
nocida. El Marruecos de 1830 heredaba tres siglos de resistencia
frente a las ambiciones extranjeras. El concepto de reacción encie
rra, sin duda, implicaciones metodológicas, pero yo carecía de mo
tivos para rechazar una conclusión que parecen compartir unáni
memente los historiadores.
Lina vez descritas las condiciones de la investigación, podemos
pasar a resumir los resultados obtenidos.
Son de dos órdenes: unos se refieren a la mecánica del sistema
marroquí, los otros a los cambios acaecidos en el siglo xix, siendo,
Aproximación a l estudio del nacionalismo 169
tringido, se declaró una guerra sin cuartel entre los ulemas —que
disponían como baza de su tradicional influencia sobre pequeños
comerciantes y artesanos— y los grandes negociantes cada vez más
poderosos en la Corte. Las peripecias del Marruecos precolonial, en
particular la crisis hafidí, se deben a estas oposiciones.
La víspera del Protectorado, la situación marroquí se caracteriza
por tres hechos principales:
— Una diferencia de ritmo en la evolución de los tres niveles:
económico, social y cultural, siendo el segundo, con gran ventaja, el
más activo por ser el más conmocionado. Lo más destacable de esta
observación es el hecho de que después de 1912 el nivel social se
quedará estancado, como bloqueado, mientras que la base económi
ca y la cultural serán ambas objeto, aunque de modo desigual, de
profundos cambios.
— Un corte entre el poder central y los poderes locales, con lo
cual se reducirá la representatividad del primero y ofrecerá una jus
tificación aparentemente -irrefutable a una política de recambio (el
berberismo) encaminada a reajustar el sistema marroquí.
— La emergencia del grupo de ulemas que detiene el privilegio
oposicional. Su mismo fracaso en reconquistar la preeminencia so
ciocultural que poseía, le confirió un derecho de retracto sobre la
expresión legítima de cualquier eventual reivindicación, acusando
pues a largo plazo la distorsión entre las quejas de las comunidades
y su legítima expresión.
El movimiento social marroquí se define, pues, en 1912, por un
orden funcional que aísla al grupo que actúa y que se expresa en
nombre de toda la sociedad, por un lado, y por otro una dinámica
que determina el «idioma» que se ha de utilizar ante cualquier res
puesta a la intervención extranjera.
En el interior del antiguo Majzén el grupo de ulemas es el factor
determinante en la formulación de la reacción marroquí. No se trata
sin embargo de una determinación cultural, dado que la emergencia
de los ulemas como grupo contestatario es un hecho social motiva
do por la dispersión del Majzén. Nuestro estudio no se compone de
un análisis social en profundidad de otra cultura, sino de una des
cripción estática seguida de otra dinámica, siendo en cada etapa la
cultura el espejo en el que se refleja cualquier evolución social del
país. Se trata pues de una tentativa de historia social, habida cuenta
172 Marruecos: Islam y nacionalismo
* N. delE. Este texto fue escrito poco tiempo después de la Marcha Verde (1975).
178 Marruecos: Islam y nacionalismo
M archa V erde y c o n c ie n c ia h is t ó r ic a
ha espera
7 «Another battle like that of the 23th (march) and the Spaniards might be possibly ulti
mately defeated», F. Hardman, Spanish Campaign in M orocco, Londres, 1860, p. 313.
F. Engels, por su parte, escribe en el New York Tribune del 17-3-1860: «This closes the
first act of the campaign, and if the Emperor of Morocco is not too obstinate, it will very li
kely close the whole war. Still thé difficulties incurred hitherto by the Spaniards show that if
Morocco holds out, Spain will find it a very severe piece of work», Marx on Colonialism and
Modernization, Nueva York, 1969, p. 420.
184 Marruecos: Islam y nacionalismo
La amargura
9 Ver Encyclopaedia Britannica, 15.a ecL, 1974, voi. 17, p. 389. El artículo Spain, firmado
por Ernesto La Orden Miracle, secretario general del Ministerio de Información y Turismo
de 1969 a 1971, da las cifras siguientes para la población del territorio: 24.000 en 1960 y
76.000 en 1970.
Aproximación al estudio del nacionalismo 187
Lo intolerable
10 Mohammed Bedjaoui había declarado ante el Tribunal: «Es difícil, si nos mantenemos
en el mismo sistema, recurrir en esta época, al hablar de estos territorios, al concepto de
Estado. El Dar-al-Islam es un espacio geográfico organizado. Puede perfectamente existir en
su seno, en un lugar determinado, una ciudad musulmana dotada de una organización admi
nistrativa e incluso delimitada por unas fronteras, que puede asociarse con la idea de un
estado de tipo europeo; pero también puede existir, por otro lado, un territorio organizado
diferentemente, desprovisto de poder central, que mantiene, sin embargo, unas relaciones ex
teriores, que hacen referencia a unas autoridades exteriores, y seguir indiscutiblemente uni
do a Dar-al-lslam...». Y he aquí lo que escribe en el Annuaire Français de Droit International, 3,
1957, n°. 3, pp. 73-91. R. Flory, defendiendo un Sáhara francés contra ‘Allai al-Fâsï: «El terri
torio en un contexto islámico no se puede vincular al Estado, puesto que este último es una
importación occidental que nunca ha existido en las categorías tradicionales del sistema jurí
dico ortodoxo del Islam...; a nosotros, los occidentales, nos parece que el Sáhara podría ser
musulmán y árabe, sin ser, por ello, marroquí».
Aproximación a l estudio del nacionalismo 189
ha respuesta
La fiesta
LA COLONIZACIÓN EN PERSPECTIVA
2 Ver el libro sugestivo de Américo Castro, The Structure o f Spanish History, New Jersey,
1954; traducción del original: La verdad histórica de España, México, Porrúa, 1954, que defien
de la historicidad de España como nación, en contra de los partidarios de la idea de la Espa
ña eterna.
3 Compárese con la palabra árabe ta'mfr, cuya connotación positiva es innegable en Ibn
Jaldún por ejemplo.
200 M arruecos: Islam y nacionalism o
4 El liberal John Stuart Mili es más claramente anticolonialista que el socialista F. En
gels. En Francia el liberal Raymond Aron estaba ya adscrito a la idea de una Argelia inde
pendiente mientras que un gran número de socialistas y de comunistas la rechazaban enérgi
camente, soñando todavía con una solución a la soviética.
5 La noción de país colonizable se debe a Malek Bennabi en su primer libro Vocation de
l ’Islam, París, 1954.
L a colonización en perspectiva 203
cias sean negativas, ¿cómo es posible que sus efectos sigan vigentes
una generación después de la disolución de los imperios? Es un he
cho probado que la amargura no disminuye en los países ex coloni
zados. Parecería que la situación de dominación no deja de repro
ducirse y los jóvenes la viven con la misma intensidad que sus
mayores. También es cierto que aunque el ex colonizador se haya
ido físicamente, sigue presente —a través de su cultura, su lengua,
su espíritu— en las aulas, en la administración, en las calles. Esta
presencia no deseada y sin embargo imposible de desenraizar es la
que perpetúa una situación que vuelve a abrir permanentemente las
antiguas heridas.
En tiempos de la colonización se hablaba mucho de dualismo,
en agricultura, comercio, urbanismo, etc. La sociedad poscolonial no
es menos dualista que aquella a la que ha sustituido. Al llegar de
Egipto o de la India, donde todo es bilingüe, el turista se sorprende
en un principio al observar que en Bangkok y Taiwan todo está en
una sola lengua; luego comprobará que se trata de un monolingüis-
mo de fachada.
La sociedad poscolonial vive una contradicción perpetua entre
fondo y forma. En efecto, en todas partes coexisten arte popular y
arte culto, pero también es cierto que cuanto más tiempo haya dura
do la colonización más se ha amputado al folklore de su forma
como arte elaborado. No es casual entonces que convivan la más
desenfrenada de las abstracciones con el estilo naife.n su estado más
bruto. El arte pierde en una situación así su virtud de comunica
ción. El folklore deja de ser el substrato de una expresión viva, con
virtiéndose en el raquítico fruto de una tradición superviviente. El
gran arte exige una larga y dolorosa educación que borre cualquier
tufillo a terruño; abstraído pues de su contexto natural, aleja en lu
gar de aproximar, divide en lugar de unir.
La sociedad precolonial estaba dividida en castas, clases u ór
denes. El resultado más perverso de la colonización es haberla
fijado en su estado «ideal». La administración colonial quiere codi
ficar todo, la élite indígena quiere recuperar el esplendor de un pa
sado que imagina coronado de todas las virtudes; la sociedad pier
de entonces la maleabilidad que le ha enseñado la historia y
adopta una rigidez clásica que quizá nunca tuvo. La reforma, en su
concepción autóctona, adquiere un matiz de purificación, de vuel-
L a colonización en perspectiva 205
6 ¿No es acaso éste uno de los motivos de la riqueza y la diversidad de la producción li
teraria latinoamericana actualmente?
7 «!Los rusos deberían ser exterminados por el bien de la humanidad como parásitos
malignos!», dice el liberal Stepan Verkhovenski, irritado ante la joven generación eslavófila
en Los poseídos de Dostoievski. En cuanto a la pereza, quedó inmortalizada en el personaje
de Oblomov de Gontcharov.
L a colonización en perspectiva 207
E uro pa c o m o m it o
este paisaje ha perdido su razón de ser, que sólo está ahí para ofre
cer el testimonio del florecimiento de la prosa woolfiana.
Estoy en un restaurante de autoservicio, hacia la una del me
diodía, en el centro de Hong Kong. Poco a poco se llena de em
pleados de banca, de seguros, de comercios, que llevan gafas con
montura de metal blanco, corbatas azules, camisas blancas de man
ga corta, y en la mano la edición local del Wall Street Journal. En un
breve instante estoy tentado de decir: pequeños chinos disfrazados.
Me controlo: no tengo derecho, todos estamos disfrazados.
Concluyo: si encuentras, amigo, que mi drama es haber perdido
la candidez; es haber visto Europa a través de sus reflejos, entonces
ven a verla por ti mismo, compararemos tus impresiones.
De Londres a Elong Kong, pasando por Manhattan, he aquí una
circunnavegación de otro estilo. Lenin decía: la revolución va hacia
el este. Los historiadores observan, a su vez, que (la civilización), la
Europa-sociedad va hacia el oeste. Henos pues de vuelta al punto
de partida. Japón le vende máquinas a la Europa geográfica y le
compra vinos y licores. Muchas naciones que se consideran nuevas
preguntan a los europeos: ¿qué tenéis que ofrecer a parte de los pro
ductos de la artesanía mecánica? Los habitantes de la provincia Eu
ropa contestan: unámonos, guardemos nuestras ideas para nosotros,
no tenemos tanta necesidad de los demás. Nosotros, los árabes, des
de hace más de una generación buscamos unirnos también. Todos
nosotros, europeos y árabes, vivimos obsesionados por el miedo a
oír al ave de Minerva gritar: ¡demasiado tarde, demasiado tarde!
Mientras tanto, la humanidad combate la multiplicación y confronta
el espacio. Todos somos víctimas de una nostalgia que no es la mis
ma que la del resto del mundo.
APÉNDICES
BIBLIOGRAFÍA
II
III
IV
Para la historia del movimiento nacionalista marroquí véase Roger Le
Tourneau, L ’é v o lu tio n p o litiq u e d e l ’A frique d u N ord m u su lm a n e 1920-1961,
Paris, 1962; John P. Halstead, R ebirth o f a N ation 1912-1944, Cambridge,
MA, 1967; Charles-André Julien, L e M aroc fa c e aux im périalism es 1915-1956,
Paris, 1978; ‘Abd al-karim Galâb, Tdrij al-H araka al-LJataniyya al-M agribiyya ,
2 vols., Rabat, 1987. Podemos encontrar un enfoque de tipo sociológico en
J. Berque, L e M aghreb en tre deux guerres, Paris, 1962. La cuestión del dahir
beréber se analiza en detalle en Ch. R. Ageron, P olitiq u es co lo n ia les au M agh
reb, Paris, 1972, pp. 109-148, y K. Brown, P eo p le o f Salé, Cambridge, MA,
1976. Sobre el concepto de nacionalismo, consúltese Karl W. Deutch, Na-
tionalism a n d S ocia l C om m unication, Boston, 1953; E. Gellner, T hought a n d
Change, Londres, 1964; Anthony D. Smith, T héories o f N ationalism , Lon
dres, 1971. Las memorias de los principales protagonistas del nacionalismo
son de singular importancia. La obra de ‘Allai al-Lâsï, al-Harakdt..., ya se ha
citado anteriormente. Habría que añadir las recopilaciones de artículos de
Muhammad H. al-Uazzânï, H arb al-Q alam , 6 vols. 1981-1982; y, por supues
to, el libro de S. M. Hassan II, Le défi, París, 1976. En una perspectiva com
parativa no está de más leer, de Hamid Algar, R eligion a n d State in Iran
1755-1906, Los Ángeles, Berkeley, 1969.
224 M arruecos: Islam y nacionalismo
AMÉRICA 92
INDIOS DE AMÉRICA
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Diàspora sefardí.
La Inquisición y los judíos.
Lengua sefardí.
Sinagogas y barrios judíos en España.
Los judíos en Portugal.
La ciencia hispanojudía.
Literatura sefardí.
La expulsión de los judíos de España.
Polémica y convivencia de las tres religiones.
El libro Marruecos: Islam, y nacionalismo.
Ensayos, de Abdallah Laroui, forma parte
de la Colección «El Magreb», que analiza las
relaciones complejas y necesarias manteni
das durante los últimos seiscientos años en
tre el Magreb y la Península Ibérica.
COLECCIÓN EL MAGRER
9788471006127
9 78847 006127
L
A bdallah Laroui MARRUECOS: ISLAM Y NACIONALISMO COLECCIÓN EL MAGREE